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Del oficio pastoral a la profesión burguesa.

A todos los pastores que con la ayuda del Señor


y con mucho esfuerzo han ejercido dignamente su oficio,
no han corrompido su vocación,
y se han mantenido leales a la fe que la Escritura fundamenta.
Dios siga siendo glorificado en su obra.

Voy a comenzar mi reflexión asentando algunas premisas: a) si bien es cierto, son de


público conocimiento los casos en los que pastores han hecho un uso fraudulento de
su oficio eclesiástico, haciendo un aprovechamiento de la labor para convertir el
pastorado en una actividad lucrativa, no es menos real que esos casos son una
minoría en la realidad de las iglesias del país; b) creo firmemente que el pastorado a
tiempo completo es la forma ideal para el desarrollo de dicha labor, con todo lo que
ella implica: acompañamiento en visitas, conversaciones y consejerías; en la mentoría
y capacitación de líderes y, por supuesto, en la elaboración de sermones, estudios
bíblicos y materiales educativos para su comunidad; c) pertenezco a una iglesia, que
dentro de su sistema de gobierno, nos previene también de la pecaminosidad de
todos los miembros del cuerpo de Cristo, por lo cual, nuestros líderes siempre tienen
a alguien a quién rendir cuentas, y por otro lado, como todos, también son
susceptibles de disciplina eclesiástica: en la iglesia no hay intocables; y d) escribo
estas líneas a sabiendas de mi condición de candidato al sagrado ministerio de la
iglesia a la que pertenezco, por ende, lo hago con mucho respeto de quienes me
anteceden en esa carrera y de los cuales puedo testimoniar con admiración sus
esfuerzos y dedicación en el trabajo de cuidar de la “grey de Dios”.

Cuando ocurrió la Reforma Protestante del siglo XVI, sus líderes propugnaron la idea
de no estar alejados del pueblo de Dios bajo lógicas jerárquicas, pues el oficio
pastoral es un trabajo y no una dignidad especial, lo que llegó a expresarse inclusive
en cuestiones estéticas, con el remplazo de las pomposas vestimentas del clero
romano, por la sobria toga de los profesores: es decir, se quiso señalar con toda
claridad que los pastores son ministros de la Palabra, personas cuya labor principal es
enseñar de manera fiel, profunda y clara los contenidos de la Palabra de Dios.

Y si bien es cierto, el poder no es malo en sí mismo, claramente su mal uso ha


conllevado a que sujetos se corrompan, y perviertan el oficio pastoral con prácticas
abusivas, con liderazgos autocráticos, y con enriquecimiento inmoral. Ese ejemplo de
perversión puede entenderse en la elocuente comparación que hizo el pastor Oscar
Pereira, cuando señalando a los líderes nacionales del pentecostalismo chileno en los
albores del s. XX, y cómo éstos estilos de pastorado marcaron a sus dos principales
denominaciones (a saber, la Iglesia Evangélica Pentecostal y la Iglesia Metodista
Pentecostal), dijo: “a [Víctor] Pávez [, primer pastor pentecostal chileno] se le obedecía
a Biblia abierta y mirándolo de frente, pero al Obispo [Manuel] Umaña se le llegó a
obedecer a Biblia cerrada y mirándolo hacia arriba” [1]. Es decir, este grave problema
tiene como raíz el acto de cerrar la Biblia lo que pavimenta el camino para una
incomprensión del liderazgo cristiano.

Mi intención es centrarme en el problema del aburguesamiento del ministerio


pastoral: en otras palabras, en el desvío que olvida que éste es un oficio respetable y
que, por ello, no requiere de profesionalización ni de recursos exuberantes ni mal
habidos como para elevarlo de estatus.

Si nosotros vamos a la Biblia, notaremos en ella que la tarea de pastorear la iglesia es


presentada como un trabajo arduo, que se manifiesta en la guía por medio de la
enseñanza y la amonestación (1ª Tesalonicenses 5:12,13), que entre sus labores está
el dirigir bien los asuntos de la comunidad y la dedicación a la predicación y la
enseñanza de la Palabra (1ª Timoteo 5:17), y que todo su rol les hace responsables
ante Dios, a quien un día tendrán que rendir cuentas (Hebreos 13:17). Por ello, la
iglesia debe sostenerlos económicamente y buscar un compañerismo espiritual con
ellos, entendiendo el principio paulino que señala que “El que recibe instrucción en
la palabra de Dios, comparta todo lo bueno con quien le enseña” (Gálatas 6:6, el
destacado es mío). Por otro lado, la cita ya señalada de la carta a los hermanos de
Tesalónica dice que debe haber consideración hacia ellos, se les debe amar y tener
en alta estima. El autor desconocido de la carta a los Hebreos dirá en el texto ya
citado que los líderes que se sujetan a la Palabra (autoridad derivada y relativa)
deben ser obedecidos por la congregación. Y, para coronar la idea, el apóstol Pablo
señala a su hijo espiritual Timoteo (también en el versículo citado con antelación),
que los presbíteros que cumplen bien su labor pastoral, sobre todo aquellos que se
dedican a la proclamación de la Palabra, deben ser dignificados con doble honor, lo
que ha dado pie a que algunos estudiosos de la Biblia señalen dos ideas: a) si bien es
cierto, no podemos afirmar a cabalidad un sistema homogéneo de gobierno en la
iglesia primitiva, ya es posible ver una dedicación exclusiva a una labor por parte de
algunos presbíteros; y b) que el concepto de “doble honor” podría apelar a un
“honorario”, es decir, a una paga. Tanto es así que el mismo apóstol Pablo, quien
desarrolló un ministerio que hoy llamaríamos bi-vocacional (Hechos 20:34,35; 1ª
Corintios 9:12) y que inspiró a una corriente de misión llamada “los constructores de
tiendas, fue muy explícito en señalar que quienes trabajan exlusivamente en la obra
deben ser sostenidos por la comunidad (1ª Corintios 9:1-14), puesto que el que
trabaja es digno de su salario (1ª Timoteo 5:17,18). Los casos no constituyen la regla:
¡no debemos olvidarnos de cuáles son nuestros deberes!
Pero la misma Palabra de Dios es muy clara respecto a que los líderes no deben ser
“amigos del dinero” (1ª Timoteo 3:3), no deben codiciar ganancias mal habidas y que
su servicio al Príncipe de los Pastores no debe estar motivado “por ambición de
dinero, sino con afán de servir, como Dios quiere” (1ª Pedro 5:2). Enredarse en los
negocios de la vida es una traición al Señor que llamó a un ministro para ser siervo de
Dios y de la iglesia, es la conservación de la vida cuando Dios pide morir (2ª Timoteo
2:4,11-13). Y aquí, nuevamente, es preciso decir que el problema no está ni en el
dinero ni en el salario, sino en la codicia. Y la codicia no se mide cuantitativamente ni
requiere de calculadora, porque tiene que ver con una posición del corazón que en
vez de poner la vista en Dios la coloca en el dinero, convirtiendo algo que es una
bendición en un objeto idolátrico. Y cuando eso se olvida, no se tiene en cuenta la
mancha y el obstáculo que se pone al evangelio de Jesucristo. Por eso he ocupado la
idea de profesión burguesa, puesto que la palabra “burgués” es definida por la RAE
en sus quinta y sexta acepción: “ciudadano de la clase media acomodada. / Persona
de mentalidad conservadora que procura la estabilidad económica y social” [2]. Es
cuando ese deseo gobierna el corazón que las palabras de Jesús deben resonar:
“Manténganse atentos y cuídense de toda avaricia, porque la vida del hombre no
depende de los muchos bienes que posea” (Lucas 12:15, RVC).

Llevemos este asunto a cuestiones muy prácticas:

Es facilitador de la conversión del oficio pastoral en profesión burguesa: a) la


espiritualización que conduce a mirar a los ministros del evangelio como
prohombres, “grandes siervos de Dios”, y no como santos-pecadores que requieren
de la gracia de Dios tanto como todos los miembros de la iglesia [3]; b)
remuneraciones exhorbitantes en relación a la realidad económica del país; c) redes
de poder eclesiástico donde iglesias son usadas para proyectos con características
de “mafia” o como “trampolín” para iglesias “más grandes y lucrativas” (téngase en
cuenta el uso de las comillas); d) el olvido que pone una pesada carga en los
seminarios y en los candidatos al ministerio, imposible de ser sobrellevada: la
graduación de estudios teológicos no implica necesariamente ordenación, pues la
preparación para el ministerio pastoral se lleva a cabo prioritariamente en la iglesia
local y son los presbiterios y/o denominaciones (dependiendo del caso) quienes
ordenan pastores; y e) pensar que esto sólo es un mal de iglesias de gobierno
episcopal o de aquellas que tienden a la Teología de la Prosperidad: todo sistema de
gobierno eclesiástico puede ser conservado en pureza o corrompido y pervertido.

Es perentorio que las iglesias cuenten con tesorerías descentralizadas (¡los diezmos
de la iglesia no pueden ser manejados por una sola persona a su arbitrio, sea pastor
o laico!), con regulación interna, información transparente, revisiones de cuenta y
ejercicios de auditoría cuando surgen dudas respecto de su manejo. Esto debe
sumarse a una comprensión del gobierno eclesiástico que evite el autoritarismo
pastoral y la cooptación de los miembros. En este punto es pertinente decir, que no
todas las personas son víctimas de estos sistemas, pues algunos lo sostienen con
apologías al sistema, con ocultamiento de la verdad y/o con anhelos de alguna cuota
de poder eclesiástico a modo de “chorreo”. Víctimas son aquellos que a pesar de ser
muy pobres juntaron peso a peso, se sacaron literalmente el pan de la boca, hicieron
empanadas, pescado frito, sándwich de multiples sabores y cuantas delicias puedan
imaginar para juntar fondos. Víctimas son los hermanos obreros de la construcción
trabajaban de día para ellos y sus familias, y de noche y en fin de semana levantaban
templos a lo largo del país. Todos ellos son víctimas cuando lo oculto sale a la luz, y
aquello que fue hecho para la obra de Dios aparece como patrimonio de un
particular, que hace usufructo de lo que no le pertenece éticamente.

A propósito de lo último, los papeles pueden decir mucho. Pero acá el problema no
sólo tiene que ver con la legalidad, cosa que a los creyentes nos debe importar, pero
unido a nociones éticas e inclusive estéticas: es ofensivo y grosero que en Chile un
ministro del evangelio gane una millonada, sobre todo cuando parte importante de
su congregación se saca la mugre para ganar poco más del mínimo y sostener
durante un mes los avatares del presupuesto familiar.

Con esto, no estoy proponiendo que un pastor deba tener un mal pasar. Siempre he
creído, que como trabajadores dignos de un salario, y cuando es posible, deben
tener una buena situación económica que se traduce en una remuneración justa de la
iglesia (paridad entre trabajo y paga), que cumple los deberes legales de
imposiciones para salud y una futura pensión, junto con todo el cariño y afecto que
pueden expresar los hermanos (a propósito de Gálatas 6:6). Los tiempos de ocio con
la familia y los amigos deben ser respetados por la congregación. En este punto, y
producto de nuestra segregación social y geográfica, no sostengo un igualitarismo
en el salario, sino más bien que el sueldo del pastor debe ajustarse a la realidad
socioeconómica de su congregación, evitando ofender a los pobres y dar mal
testimonio a la sociedad secular, y a la vez, buscando poner coto a la cooptación de
otros líderes que lo pueden transformar, perdonen lo coloquial, en “el junior
administrativo de la iglesia”.

Creo firmemente que, más allá de la realidad del tiempo efectivo de trabajo del
pastor para la iglesia, sea completo o parcial, éste debe tener a lo menos un oficio,
que le permita autosustentarse, pues su llamado a la misión no debe estar
supeditado a variables económicas. Esto, por varias razones: a) la imposibilidad de
regular a cabalidad los tiempos de trabajo de los pastores (muchos pueden testificar
de jornadas de trabajo que terminan a altas horas de la noche, inclusive, en la
madrugada), podría generar una tentación a la ociosidad que podría ser paliada con
disciplina basados en una ética bíblica del trabajo, y en esa disciplina, la experiencia
claramente ayuda; b) si bien es cierto, hemos dicho que el ideal del trabajo pastoral
se da en su expresión a tiempo completo, tenemos que tener claro que esa no es la
realidad de todas las congregaciones, por ende, limitar el llamado pastoral por la
imposibilidad de asegurar en principio un sueldo tal, a lo menos podría adolecer de
carencia de prudencia y realismo (he ahí el riesgo de la satanización del ministerio bi-
vocacional); c) los pastores, al ser susceptibles de disciplina eclesiástica, o por ciertas
realidades ajenas a él mismo y que implican fracasos temporales en el ministerio, en
algunas ocasiones se encontrarán compelidos a una “reinvención laboral”, lo que se
facilita con habilidades y herramientas de trabajo adquiridas y entrenadas con
antelación al oficio pastoral.

Cierro con esta cita de Richard Baxter en uno de las obras clásicas sobre el ministerio
pastoral: “¡Te atreves a hacerte llamar pastor, pero las almas son tan viles a tus ojos
que prefieres que perezcan eternamente en lugar de que tú y tu familia vivan de
manera humilde! Mejor que pidas limosna antes de arriesgar la salvación de los
demás por una desventaja” [4].

Luis Pino Moyano.

[1] Oscar Pereira. Presencia y arraigo protestante evangélico en Chile 1845-1925. Santiago, Ediciones
Sociedad Bíblica Chilena, 2016.

[2] Sitio web de la Real Academia Española. https://dle.rae.es/?id=6J2MtbE (consulta: abril de 2019).

[3] Para un tratamiento profundo de esa idea, véase: Paul Tripp. El llamamiento peligroso. Graham,
Publicaciones Faro de Gracia, 2012.

[4] Richard Baxter. El pastor renovado. Edimburgo, El Estandarte de la Verdad, 2009, p. 78. Hay una
edición resumida en la web: http://www.iglesiareformada.com/Baxter_el_pastor_reformado.pdf
(Consulta: abril de 2019).

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