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Cuando ocurrió la Reforma Protestante del siglo XVI, sus líderes propugnaron la idea
de no estar alejados del pueblo de Dios bajo lógicas jerárquicas, pues el oficio
pastoral es un trabajo y no una dignidad especial, lo que llegó a expresarse inclusive
en cuestiones estéticas, con el remplazo de las pomposas vestimentas del clero
romano, por la sobria toga de los profesores: es decir, se quiso señalar con toda
claridad que los pastores son ministros de la Palabra, personas cuya labor principal es
enseñar de manera fiel, profunda y clara los contenidos de la Palabra de Dios.
Es perentorio que las iglesias cuenten con tesorerías descentralizadas (¡los diezmos
de la iglesia no pueden ser manejados por una sola persona a su arbitrio, sea pastor
o laico!), con regulación interna, información transparente, revisiones de cuenta y
ejercicios de auditoría cuando surgen dudas respecto de su manejo. Esto debe
sumarse a una comprensión del gobierno eclesiástico que evite el autoritarismo
pastoral y la cooptación de los miembros. En este punto es pertinente decir, que no
todas las personas son víctimas de estos sistemas, pues algunos lo sostienen con
apologías al sistema, con ocultamiento de la verdad y/o con anhelos de alguna cuota
de poder eclesiástico a modo de “chorreo”. Víctimas son aquellos que a pesar de ser
muy pobres juntaron peso a peso, se sacaron literalmente el pan de la boca, hicieron
empanadas, pescado frito, sándwich de multiples sabores y cuantas delicias puedan
imaginar para juntar fondos. Víctimas son los hermanos obreros de la construcción
trabajaban de día para ellos y sus familias, y de noche y en fin de semana levantaban
templos a lo largo del país. Todos ellos son víctimas cuando lo oculto sale a la luz, y
aquello que fue hecho para la obra de Dios aparece como patrimonio de un
particular, que hace usufructo de lo que no le pertenece éticamente.
A propósito de lo último, los papeles pueden decir mucho. Pero acá el problema no
sólo tiene que ver con la legalidad, cosa que a los creyentes nos debe importar, pero
unido a nociones éticas e inclusive estéticas: es ofensivo y grosero que en Chile un
ministro del evangelio gane una millonada, sobre todo cuando parte importante de
su congregación se saca la mugre para ganar poco más del mínimo y sostener
durante un mes los avatares del presupuesto familiar.
Con esto, no estoy proponiendo que un pastor deba tener un mal pasar. Siempre he
creído, que como trabajadores dignos de un salario, y cuando es posible, deben
tener una buena situación económica que se traduce en una remuneración justa de la
iglesia (paridad entre trabajo y paga), que cumple los deberes legales de
imposiciones para salud y una futura pensión, junto con todo el cariño y afecto que
pueden expresar los hermanos (a propósito de Gálatas 6:6). Los tiempos de ocio con
la familia y los amigos deben ser respetados por la congregación. En este punto, y
producto de nuestra segregación social y geográfica, no sostengo un igualitarismo
en el salario, sino más bien que el sueldo del pastor debe ajustarse a la realidad
socioeconómica de su congregación, evitando ofender a los pobres y dar mal
testimonio a la sociedad secular, y a la vez, buscando poner coto a la cooptación de
otros líderes que lo pueden transformar, perdonen lo coloquial, en “el junior
administrativo de la iglesia”.
Creo firmemente que, más allá de la realidad del tiempo efectivo de trabajo del
pastor para la iglesia, sea completo o parcial, éste debe tener a lo menos un oficio,
que le permita autosustentarse, pues su llamado a la misión no debe estar
supeditado a variables económicas. Esto, por varias razones: a) la imposibilidad de
regular a cabalidad los tiempos de trabajo de los pastores (muchos pueden testificar
de jornadas de trabajo que terminan a altas horas de la noche, inclusive, en la
madrugada), podría generar una tentación a la ociosidad que podría ser paliada con
disciplina basados en una ética bíblica del trabajo, y en esa disciplina, la experiencia
claramente ayuda; b) si bien es cierto, hemos dicho que el ideal del trabajo pastoral
se da en su expresión a tiempo completo, tenemos que tener claro que esa no es la
realidad de todas las congregaciones, por ende, limitar el llamado pastoral por la
imposibilidad de asegurar en principio un sueldo tal, a lo menos podría adolecer de
carencia de prudencia y realismo (he ahí el riesgo de la satanización del ministerio bi-
vocacional); c) los pastores, al ser susceptibles de disciplina eclesiástica, o por ciertas
realidades ajenas a él mismo y que implican fracasos temporales en el ministerio, en
algunas ocasiones se encontrarán compelidos a una “reinvención laboral”, lo que se
facilita con habilidades y herramientas de trabajo adquiridas y entrenadas con
antelación al oficio pastoral.
Cierro con esta cita de Richard Baxter en uno de las obras clásicas sobre el ministerio
pastoral: “¡Te atreves a hacerte llamar pastor, pero las almas son tan viles a tus ojos
que prefieres que perezcan eternamente en lugar de que tú y tu familia vivan de
manera humilde! Mejor que pidas limosna antes de arriesgar la salvación de los
demás por una desventaja” [4].
[1] Oscar Pereira. Presencia y arraigo protestante evangélico en Chile 1845-1925. Santiago, Ediciones
Sociedad Bíblica Chilena, 2016.
[2] Sitio web de la Real Academia Española. https://dle.rae.es/?id=6J2MtbE (consulta: abril de 2019).
[3] Para un tratamiento profundo de esa idea, véase: Paul Tripp. El llamamiento peligroso. Graham,
Publicaciones Faro de Gracia, 2012.
[4] Richard Baxter. El pastor renovado. Edimburgo, El Estandarte de la Verdad, 2009, p. 78. Hay una
edición resumida en la web: http://www.iglesiareformada.com/Baxter_el_pastor_reformado.pdf
(Consulta: abril de 2019).