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¿Cuáles son las condiciones necesarias para que la Historia le llegue a cada
vez más gente? ¿Qué es lo que considera una buena divulgación?
No hay una receta, esto implica mucha experimentación, es decir, buscar las
maneras. Una cosa importante es tener en cuenta a quién le vamos a hablar. Los
universitarios tienen un tipo de lenguaje, una jerga para sus profesiones, que es para
unos pero no aplica para otros. En Historia decimos: “Hubo una crisis estructural”.
Una vez dije eso y una compañera me preguntó: “¿Qué es una crisis estructural?”
Entonces hay que tener en cuenta que hay cierta terminología que está destinada a
un público vinculado con la Historia y a mucha gente no le dice nada. Hay que cuidar
el lenguaje, hay que ver a quién le queremos hablar, ¿a una persona joven o adulta
que no está vinculada con la Historia?, ¿o nos interesa hablar con gente que ya
conoce del tema? Por ejemplo, “Zamba” es para chicos o grandes y no se necesita
saber nada de Historia para verlo. Es una primera aproximación a la Historia. Es
diferente de “XIX. Proyectos de una Nación”, una serie sobre cómo se pensaron los
proyectos de nación en el siglo XIX, que presupone un público al que le interesa la
Historia desde antes y que tiene algún tipo de conocimiento para poder ubicar los
conceptos que plantea el contenido.
Divulgar no es solamente hablar sin notas al pie, sino tener conciencia de que
implica un método, un trabajo consciente que puede salir bien o mal pero que
demanda un esfuerzo importante. Se trata de hacer un ejercicio de síntesis,
cuanto menos, mejor, pero sin perder la complejidad.
A mí me molesta cuando la divulgación acude a los facilismos totales: “Bueno, la
Historia argentina se divide desde el inicio de los tiempos entre los buenos y los
malos. Saavedristas vs. Morenistas; unitarios y federales, Patria y Anti-patria”. Pero
las cosas no funcionan así. Eso es muy lindo para Romeo y Julieta, los Montesco y
los Capuletto, o para El señor de los Anillos o Star Wars: el lado oscuro y el bueno,
pero la Historia no se desarrolla así, es mucho más compleja, ojalá fuera tan fácil.
No estoy en contra de poner juicios de valor, de opinar sobre el pasado porque
siempre estamos hablando desde algún lugar, es saludable y legítimo hacerlo; hay
algunos que creen que se puede hablar desde la neutralidad pero eso no existe. Lo
que creo es que no se puede reducir todo a un sistema maniqueo porque en Historia
eso no funciona. A veces tenés 2, 3, 4 o 5 grupos interactuando. Es como pensar la
realidad argentina hoy: hay un sector fuertemente kirchnerista, otro fuertemente anti-
kirchnerista, pero la Argentina no se reduce a eso. Hay sectores no kirchneristas
que no por eso son anti kirchneristas acérrimos. Eso existe y lo mismo ocurre en
cualquier época histórica. Siempre hay más de dos factores en juego pero la historia
no se puede reducir a un partido de fútbol. Cerrar y reducir la realidad para que te
entre en un modelo me parece “mala praxis historiográfica”. Creo que debe haber
seriedad para trabajar sin perder la lógica de síntesis y para tratar de hablarle a
muchos. Por eso es una tarea tan difícil que muchas veces puede no salir, pero hay
que tener en cuenta estas cuestiones para poder hacerlo.
Muchos hablan hoy de politización de la Historia e historización de la Política,
¿qué puntos de conexión ve entre ambos términos?
Estos años son súper interesantes en ese sentido, a pesar de que en Argentina
siempre hubo interés por la Historia. Es incluso de los lugares en los que más interés
hay en América Latina, sobre todo tras haber abandonado –espero por mucho
tiempo- el proyecto neoliberal que directamente reniega de la Historia. En la época
de Menem se decía mucho: “No hay que mirar al pasado sino al futuro, todo está
por hacerse…” o “No tiene sentido revisar, lo que hay que hacer es construir. Esa
es una falsa idea, incluso hay un libro de Andrés Oppenheimer, el periodista de
Miami, que dice: “Basta de revisar el pasado”. Yo creo que en la Argentina eso no
pasa. Sectores de izquierda, centro, derecha, peronistas, no peronistas tienen un
fuerte interés por la historia. Se discuten mucho los hechos, los personajes, si uno
es bueno o malo, si fue un patriota o no, y eso está bueno. Es muy interesante
discutir los nombres de las calles, quiénes van a tener su monumento. Creo que eso
vale la pena, es un ejercicio interesante y es necesario que suceda. El problema es
quedarse sólo en eso. Una de las cosas que a mí me cansa es revisar sólo a los
héroes. En mis investigaciones yo me dedico a la Historia popular y por eso no me
interesa solamente la Historia de los hombres que tienen nombres de calles. Si uno
sólo discute si San Martín, si Mitre, si Rosas, si Rivadavia, si Roca tal cosa, se acota
el debate a toda gente de la clase alta y que son, en definitiva, muy poquitos.
Entonces el peligro con eso es volver a la idea de que son sólo grandes hombres -y
alguna que otra gran mujer- los que hacen la historia. Es una historia de los líderes
y los demás, acompañan. Pero hay muchos otros niveles, otras cosas que se deben
ver: las relaciones de producción, la economía, la política, la cultura, y cómo participa
la mayoría y no solo la minoría en todos esos procesos.
Por eso me parece que hay que tender el puente – a veces lo intentan hacer las
universidades – entre la academia y la sociedad.
En relación con su campo de investigación, ¿por qué diría que “no se puede
entender la historia sin entender la participación popular”? ¿Qué lazos
encuentra entre participación popular y peronismo?
Yo creo que si vos estudiás cualquier historia debés tener en cuenta que fue hecha
por cientos de hombres y mujeres. Con la Microhistoria han ido apareciendo
diferentes estudios: de Historia de los esclavos, Historia de las mujeres, etcétera.
Son ámbitos que fueron surgiendo por afuera para completar la historia de los
hombres, sobre todo con poder. Lo interesante es que esos estudios específicos
vayan desapareciendo para integrarse a la historia general, lo cual es difícil porque
todavía se sigue pensando en la historia como aquella de los hombres importantes
y poderosos.
Cuando uno se interesa por trabajar la participación popular en la historia debe
pensar por qué lo hace: ¿Porque es políticamente correcto? ¿Porque es bueno ver
cómo todos participaron? O, que es lo que creo, porque muchos episodios de la
Historia argentina –no todos- no se entienden si uno no mira lo que hicieron ciertos
sectores por fuera de los grupos dirigentes, no como líderes, sino como simples
actores. La participación popular que se inició en el proceso revolucionario de la
Revolución de Mayo (no el 25 de mayo de 1810 cuando el pueblo tuvo un papel
secundario) tanto en Buenos Aires como en otras provincias (los guaraní de
Andresito, los gauchos de Güemes), es fundamental para entender las cosas que
pasaron, las decisiones políticas, el carácter anti español de la gesta -que al principio
no era tal-, todas las peleas sociales por la tierra. Por ejemplo, el episodio
relacionado con el reclamo de la tierra por parte de Artigas no surgió por una idea
original o porque él era muy bueno, sino porque había un montón de gente
presionando atrás, personas que exigían cambios. Entonces, para entender ese
episodio revolucionario de 1810, es necesario mirar lo popular.
A partir de entonces el territorio argentino va a tener una presencia popular -con
muchos matices- que permanece, como en Buenos Aires, o desaparece, como en
Salta después de Güemes. Pero en general, es difícil entender la historia política del
Río de la Plata sin atender lo popular. Todos los líderes políticos que se
desarrollaron fueron líderes populares, tenían que poder mover gente, si no
fracasaban. Eso cambia con la república oligárquica de 1880 cuando, efectivamente,
los grupos dirigentes logran subordinar a los sectores populares. Pero enseguida
empieza otro tipo de acción popular como son los sindicatos, los grupos anarquistas,
los socialistas, los radicales y, finalmente, el peronismo. Lo estoy simplificando al
extremo pero indudablemente hay una presencia popular en la política argentina que
es fundamental y que siempre va a tener un peso tal que si no es atendido, se
estudia la historia argentina sin entenderla.