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La politica y lo politico | Chantal Mouffe

La dimension entre “la política” y “lo político” propuesta por Mouffe nos proporciona la clave para
comprender el carácter conflictual que es propio de toda sociedad y será, además de uno de los
elementos teóricos sobre los que construye su propuesta de una democracia radical pluralista, uno
de los temas inspiradores de la crítica de Mouffe al liberalismo.

Propone entender “la política” como el conjunto de prácticas correspondientes a la actividad


política tradicional, mientras que “lo político” debería referirse al modo en que se instituye la
sociedad. Expresada en términos heideggerianos, la política correspondería al nivel “óntico”,
mientras que lo político se situaría en el nivel “ontológico”
Esta distinción -introducida en sus trabajos también por otros teóricos políticos- no ofrece, sin
embargo, unanimidad de interpretación de lo político. Algunos conciben lo político como un
espacio de libertad y deliberación pública, mientras otros lo consideran un espacio de poder,
conflicto y antagonismo. Mouffe se alineará con quienes defienden la última perspectiva:

“Concibo lo político como la dimensión de antagonismo que considero constitutiva de las


sociedades humanas, mientras que concibo la política como el conjunto de prácticas e instituciones
a través de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el
contexto de la conflictividad derivada de lo político”

El antagonismo es, pues, constitutivo de lo político, por lo que cualquier oposición, si alcanza la
fuerza suficiente para agrupar a los seres humanos, puede terminar expresándose en términos de
amigo/enemigo, adquiriendo entonces un carácter político.
Para Mouffe el reconocimiento de la naturaleza conflictual de la política, siempre posible mediante
la distinción anterior, es el punto de partida para comprender los objetivos de una política
democrática: establecer la distinción nosotros/ellos de modo que sea compatible con el pluralismo.
Si lo político, así entendido, pertenece a nuestra condición ontológica, habremos de reconocer su
carácter inerradicable. Sin embargo, es posible “domesticar” el antagonismo de la relación
amigo/enemigo y reducirlo a una forma que no destruya la asociación política. Pero esto sólo se
puede conseguir estableciendo un vínculo común entre las partes en conflicto, de modo que se
reconozcan como oponentes legítimos, como adversarios, y no como enemigos irreductibles. A esta
forma de relación se la denomina “agonismo”.
Esta propuesta se apoya en el reconocimiento de que todo orden social es el resultado de la
articulación de relaciones de poder y no un “orden natural” que fuera la expresión de una
objetividad ajena a las prácticas contingentes que lo producen. De este modo, se puede constituír un
orden “hegemónico” que puede ser puesto de entredicho por otras prácticas que se le oponen
(antihegemónicas) orientadas a la instauración de una nueva forma de hegemonia. En este sentido,
la nocion de hegemonía resulta ser clave para comprender la posibilidad de un pluralismo
agonístico.
No se trata de eliminar el antagonismo y sustituirlo por un consenso racional (en el que los
oponentes sean reducidos a meros “competidores”), ni de mantener el antagonismo bajo la forma
amigo/enemigo (en el que cada uno percibe las demandas del otro como ilegítimas y/o
amenazantes), sino de transformar el antagonismo en agonismo, de domestcarlo y reconducirlo a
las formas del modelo adversarial.
“La dimension antagónica está siempre presente, es una confrontación real, pero que se desarrolla
bajo condiciones reguladas por un conjunto de procedimientos democráticos aceptados por
adversarios”

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