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Ahora bien, en esta disputa por la hegemonía discursiva se veía con claridad el
Discurso Dominante, el subversivo y el opositor, pero existía (y siempre existe)
otra categoría discursiva que es tal vez la más inquietante: hay discursos que ni
siquiera son subversivos porque están en la frontera de lo no decible, del
silencio. Son aquéllos que una cultura ni siquiera concibe pronunciar y los
entendemos sólo ex post facto, cuando ya se han pronunciado y, mirando hacia
atrás, literalmente brillan por su ausencia. Nadie en ese momento, al menos en
la batalla discursiva que se daba en los centros urbanos cultos de la Argentina,
podía concebir que ese “amor libre” no era libre: era obligadamente
heterosexual. Cuando John Lennon se va a la cama con Yoko Ono para pelear
contra la guerra de Vietnam al grito de hacer el amor y no la guerra piensa en
un hombre con una mujer, ese era el amor. En el combate, los discursos
subversivos y también los opositores intentarán ganar la hegemonía, pero habrá
cosas impronunciables que ni siquiera podemos pensar o que tal vez piensen
algunas personas desde la exclusión o desde su mismo borde.
(…)
Ser opositor o subversivo al interior de uno de los Órdenes no supone cumplir la
misma función dentro del otro. Si propongo que los dos Órdenes son
específicos es precisamente porque a menudo un discurso se inscribe en uno de
ellos con efectos sociales diferentes –y a veces, hasta opuestos– a cómo se
inscribe en el otro. Doy dos ejemplos, aunque hay tantos:
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En este modo de conmemoración del 8 de Marzo, que hayan sido mujeres las
víctimas de la masacre obrera pasa a ser una anécdota espantosa, pero
inesencial. En el mejor de los casos, un agravante desde evaluaciones sexistas, es
decir, las del Discurso Dominante del Orden de Géneros: frente a la obligación
ética masculina de “proteger” a las mujeres, dado su carácter de “delicadas”,
“vulnerables” y casi menores de edad, la masacre se vuelve un ejemplo más
abyecto aún de la violencia de clase, uno de los tantos abyectos ensañamientos
del capital contra las personas. Pero esto no sólo refuerza el paternalismo y la
subestimación a las mujeres sino, sobre todo, diluye el sentido político de la
específica lucha contra la opresión de género.
mercancías por las que la moral burguesa dice que se debe pagar.