Sei sulla pagina 1di 4

BREVE BIOGRAFÍA DE JOSÉ ATILIANO FRANCO ARITA

José Atiliano Franco Arita nació un 06 de octubre de 1950, aunque su fecha legal de
nacimiento es el 07 de noviembre del mismo año; esto se debe a que, como es costumbre en
muchas aldeas, por la distancia se esperaba para hacer la inscripción del recién nacido en la
sede municipal hasta que se daba la oportunidad o necesidad de bajar a la ciudad.

José Atiliano, fue hijo de Manuel Franco (RIP) y de María Virgen Arita, es el ... de ... hijos.
El hogar Manuel Franco y María Arita era originario de la aldea El Salitre III, ubicada en la
municipalidad de Concepción, departamento de Ocotepeque, Honduras. Una familia pobre
que se dedicaba al trabajo del campo. Desde muy pequeño José Atiliano y sus hermanos
trabajaron en las labores campesinas; su padre se mostraba reacio a que estudiara debido a
que esto lo alejaba, a criterio suyo, de las labores del campo, por este motivo, narra una de
sus hermanas que ella le ayuda a cubrir la tarea encomendada para que pudiera ir a la escuela
que se ubicaba en la aldea misma del salitre III. Entró a estudiar la primaría a los doce años,
en 1962, y llegó hasta el tercer año de estudios.

En la escuela fue compañero de clases de su vecina, Dilma Pastora Arita Moreira, mujer que
años después se convertiría en su esposa. Se caso con Dilma Arita cuando él tenía veintidós
años de edad y ella dieciséis el día 22 de abril de 1972 en la municipalidad de Concepción.
El matrimonio religioso se llevó a cabo el mismo día que el civil. En su matrimonio con
Dilma Pastora engendró ... hijos, siendo estos: ...

Desde muy joven cayó en el vicio del alcohol, se dice, según algunos testigos, que comenzó
a tomar desde los doce años. Ser adentró tanto en este vicio que llegó a un punto que ya
estaba totalmente alcoholizado necesitando del licor para poder trabajar y resistir el día. Pese
a ese vicio él siempre guardó la esperanza de algún día poder dejarlo, al menos eso manifiesta
el delegado de la Palabra de Dios Julio Arita el cual era amigo cercano de Atiliano Franco
desde muy joven. En alguna ocasión Atiliano le compartió: “Julio, algún día Dios me ayudará
a dejar este vicio”. Pese a su problema con el alcohol los testigos manifiestan que él siempre
fue una persona abierta a ayudar a otros, amistoso y cercano.

Un día, a inicios de la década de los años setenta, mientras Atiliano y Julio Arita trabajaban
en una molienda de caña, Julio lo invitó a incorporarse al trabajo en la Iglesia incorporándose
a una formación para nuevos Delegados de la Palabra, esta oportunidad la encontró cuando
Atiliano manifestó su deseo de que Dios le ayudará a dejar el vicio del licor. Tras recibir la
invitación de su amigo Julio Arita, Atiliano, al llegar a su casa pidió la opinión de su esposa
Dilma la cual le dijo: “Es algo bueno a lo que lo están invitando y todavía lo está pensando”.
Fue aproximadamente en 1973 que José Atiliano comenzó su formación en el Centro “El
Yunque”, ubicado en la ciudad de Ocotepeque, sede de la Parroquia San José.

Llevó fielmente su proceso formativo, salvo una recaída en el alcohol que tuvo
aproximadamente en 1974 cuando, en un viaje que realizó a Esquipulas, Guatemala, se
emborracho nuevamente. Este hecho lo llenó de mucha vergüenza a tal punto que no quería
regresar a su formación en “El Yunque”. Tras alguno algunos intentos de su amigo Julio
Arita y con el impulso que su esposa Dilma le dio retomó su formación para delegado de la
Palabra de Dios, las palabras de su esposa fueron: “Deje la pena en la casa y usted váyase a
la Iglesia”.

Entre 1975 y 1976 fue instituido como delegado de la Palabra de Dios. Julio Arita testifica
que Fray Patricio Sullivan, responsable del centro “El Yunque” por aquellos años, le
preguntó: “Atiliano, decime, ¿vas a ser fiel? Porque si no lo vas a ser mejor no te instituyo”.
Él dio una respuesta contundente: “Hasta el final, padre”. Así fue. Aquí iniciaron los años de
servicios de José Atiliano Franco Arita que concluyeron el 21 de junio de 1990;
aproximadamente quince años donde la fidelidad que prometió a Dios era su única fortaleza
que lo llevó una entrega total y a superar el vicio que lo había lacerado por años.

En su ministerio como delegado de la Palabra se caracterizó por su espíritu de fidelidad,


entrega, y oración. Su familia, particularmente su esposa, recuerda que la tarde de cada
sábado eran dedicados a su preparación para las celebraciones de los domingos y la oración
personal. Cada noche siempre destinaba tiempo en el silencio de la oración, alguna vez sus
hijos preguntaron a su mamá: “¿qué tanto hace mi papá en el cuarto?”. A lo que ella les
contestaba: “Está orando, no le hagan ruido y ni lo interrumpan”. Testigos en la comunidad
“El Anono”, aldea a la que sirvió por ocho años, desde 1982 hasta 1990, y que lo consideran
fundador de la misma, recuerdan que cada domingo Atiliano llegaba muy temprano a la
aldea, tomaba café en casa de unos amigos suyos y luego se retiraba al oratorio para orar
antes de la Celebración de la Palabra. Impulso proyecto de agua, vigentes todavía hoy, y
evangelizó en aldeas de todo ese sector; además de haber colaborado con sus propias manos
en la construcción de algunos oratorios.

Además de servir como delegado de la Palabra de Dios también fue catequista de todos los
niveles, desde pre bautismal hasta pre matrimonial. “No pasará nada que Dios no quiera que
pase”, esa era una expresión siempre presente en sus labios, expresión que decía cada vez
que salía bajo el sol, lluvia, por la mañana, tarde o noche para cumplir con su trabajo en la
iglesia y que repitió aún más cuando comenzaron a llegar las amenizas de muerte.

Fue parte del equipo formador de nuevos delegados de la Palabra de Dios en el centro “El
Yunque”, donde recibían formación no solo aquellos que servirían en la Parroquia San José,
sino también los futuros delegados de la Vicaria, que por aquel entonces abarca todo el
departamento de Ocotepeque y la zona de Guarita, departamento de Intibucá, lugares
encomendados a la cura pastoral de los frailes Capuchinos.

Muchos resaltan su humildad profunda, espíritu de oración, cercanía y solidaridad para aquel
que estuviera cerca de él, a tal punto que pese a su pobreza nadie se iba de su casa sin antes
habérsele ofrecido algo para comer. También se resalta la amistad y obediencia que guardó
con todos los frailes, su párroco, pero de manera particular con Fray John Conor a quien en
ocasiones solía acompañar en sus visitas pastorales y al cual en alguna ocasión subió a sus
hombros para cruzar un río. La amistad que guardaba por Fray John Conor era entrañable y
aún hoy se le recuerda esa cercanía manifestada por ambos.

Así como era capaz de caminar horas para dar su servicio a la Iglesia en la formación,
catequesis o celebraciones de la Palabra tampoco le importaba donar todo el tiempo que fuera
necesario para el servicio a Dios y la Iglesia. Su esposa manifiesta que para ella era un gusto
ver la entrega de su esposa y que esa entrega más allá de problema en su relación marital para
ella era motivo de gran alegría a ver el cambio radical que su esposo había tenido. Esa alegría
la manifestaba en la preocupación que siempre tuvo porque su la única mudada buena que
tenía Atiliano siempre estuviera limpia y planchada para el día domingo y para cuando debía
dar un servicio a la Iglesia.

Esta relación profunda con Dios, la Iglesia y sus hermanos no dejó de lado la cruz. Por
aquellos días en su aldea comenzaron a elaborar licor ilegal extraído de la caña, comúnmente
llamado "cushusha", este hecho trajo consigo una serie de problemas sociales como pleitos
donde también hubo machetazos. La venta se realizó sin ningún tipo de escrúpulos; ante esto
José Atiliano Franco Arita, como cristiano que vivió su bautismo a plenitud, particularmente
el su ser profético, comenzó a alzar la voz. Primero, según se cuenta, fue a visitar a los
hechores para solicitarles que dejaran de elaborar ese licor por los problemas que acarreaba
y por el dolor que traía a las familias. Se dice que fue común que le achacaron su pasado de
alcohólico para restar valor a su denuncia. Las cosas se intensificaron a tal punto que se le
fue haciendo más y más difícil poder celebrar la Palabra de Dios en su aldea, pero esto jamás
lo detuvo en su misión.

En la comunidad de El Anono un testigo declara que él mismo le ofreció en más de una


ocasión una pistola para defenderse, a lo que Atiliano siempre respondió: "No pasará nada
que Dios no quiera que pase". A otro delegado de la Palabra le dijo: "Yo sé que me van a
matar, pero confío en Dios que mi muerte será el final de este problema". Y así fue.

Un testigo afirma que entre 1992 o 1993, cuando él tenía entre quince o dieciséis años,
escuchó una conversación entre uno de los hechores del asesinato de Atiliano con su mamá.
En esta conversación, se contaba que a los que fabricaban la "cususa" les llegó el rumor que
Atiliano iba a poner parte a la policía para que los llevaran a la cárcel, ante esta posibilidad
comenzaron a fraguar el asesinato con más o menos una semana de antelación; durante ese
tiempo lo siguieron y espiaron esperando el momento oportuno. Dos días antes de su muerte,
en El Anono se vio a uno de los tres hombres que participaron pasar con un machete que,
según las palabras del testigo, "relumbraba del filo". Al verlo le dijo: “para donde vas con
eso”. La respuesta que tuvo fue: “este ya va a comer carne”.

Regresando a su aldea, el 21 de junio de 1990, en horas de la tarde, mientras pasaba por la


Cuesta del Algodón, Atiliano Franco fue interceptado por los tres hombres que habían
fraguado su muerte. Uno de ellos compartió que no se explicaba por qué comenzó a templar
al ver que Atiliano se acercaba. Al interceptarlo y tras decirle qué es lo iban a hacer las únicas
palabras que salieron de su boca fueron: "Esta bien, si me van matar, al menos déjenme rezar.
Yo estoy bien con Dios, pero voy a orar por su perdón” se puso de rodillas y mientras estaba
en oración recibió los primeros tres machetazos, luego de un intento fallido por ponerse en
pie se desplomó colina abajo cayendo cerca de cinco u ocho metros hasta el punto donde fue
rematado con una puñalada. Fue en ese lugar donde entre entró su espíritu mediante la entrega
de su sangre.

Julio Arita, en la entrevista que se le realizó dijo: "Yo conocí a ese hombre (Atiliano) antes
y después de su conversión y si no hubiera estado preso en las manos de Cristo ese día no lo
matan. Solo Dios era capaz de hacer que recibiera a la muerte de rodillas y en oración".
Fue su esposa Dilma junto a una de sus hijas quienes encontraron su cuerpo en las primeras
horas de la mañana del día 22 de junio. Al ver que no llegó en la noche comenzó a averiguar
dónde podía haber estado la noche. Al encontrarlo y como un arranque de impotencia pidió
a su hija de solo trece años que se quedara junto al cadáver de su papá mientras ella iba a
Santa Fe a poner parte a la policía. Esa espera fue de entre dos a tres horas.

Atiliano fue sepultado en el cementerio municipal de Concepción junto al sepulcro de Efraín


Arita, otro delegado de la Palabra de Dios fallecido el 11 de junio del mismo año por causas
naturales, pero sus restos descansaron poco tiempo en ese lugar. Solo habían transcurrido
unos pocos meses cuando fue traslado al mausoleo que el Consejo Pastoral Parroquia de la
Parroquia San José levantó para él como un lugar más digno para su descanso y como
recuerdo del testimonio de fidelidad que dejó a toda la comunidad.

Cada 21 de junio, por durante 29 años a la fecha en que se escriben estas letras, la comunidad
se reúne para celebrar su memoria y ejemplo de fidelidad a Dios y a la Iglesia que dejó a
todos. Hoy, 23 de noviembre de 2019, a 29 años, 5 meses y 8 días de su asesinato alegremente
hacemos público y oficial la noticia de la apertura del Proceso Diocesano de Beatificación y
Canonización por vía del martirio del fiel laico, Delegado de la Palabra de Dios y Catequista,
José Atiliano Franco Arita para gloria del nombre de Dios y bien de toda la Santa Iglesia.

Potrebbero piacerti anche