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Celebramos la Fiesta del Bautismo del Señor: el domingo pasado celebramos la Epifanía, manifestación,
Dios se manifestaba en un pesebre. Hoy encontramos a Dios en el agua.
Pasamos entonces De la Epifanía del pesebre, a la Epifanía del agua.
Antes no le creíamos que estuviera en un pesebre tan pobre y tan débil. Tan humano y tan pequeño.
Hoy no creemos que esté en medio de los pecadores, pero Jesús hace la fila, se pone en la cola de los
pecadores. No porque sea un pecador más, sino porque quiere enseñarnos que está con nosotros, sin
importar las circunstancias. Quiere enseñarnos que para eso ha venido. Y nosotros no podemos creerlo.
Para los judíos de ese tiempo es inconcebible que Dios esté en esas circunstancias, pero para nosotros
hoy también es incomprensible.
A nosotros nos gusta nuestros títulos, queremos que nos reconozcan como tales, nos gusta que nos
digan, licenciado, magíster, doctor, coronel, contraalmirante, nos gustan las categorías. Dios no, porque
Dios sabe que en este mundo, mientras más poder tienes, más seguridad necesitas. Es más difícil
acercarse a un poderoso, necesitas “vara”, como criollamente lo decimos.
Esto lo comprendió muy bien Juan Bautista, porque el Evangelio dice que la gente creía que Juan era el
Mesías, pero él sabe cuál es su puesto, no es como aquellos que ya se sienten endiosados y se ponen a
hacer milagros a diestra y siniestra, milagros que muchas veces no pasan de ser simples mentiras y
anzuelos para pescar gente incauta.
Juan bautista declara públicamente y humildemente: Yo les bautizo con agua; pero viene el que puede
más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él les bautizará con Espíritu Santo y
fuego. El que realmente se ha encontrado con Dios, sabe en qué puesto está, no le hace falta usurpar
funciones, ni disfrazarse de lo que no es.