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CUENTO: LA SAL

Un anciano y sabio maestro hindú pasaba las tardes con un joven


aprendiz. Una de esas tardes, cansado de escuchar cómo el aprendiz se
quejaba de todo, decidió darle una enseñanza.
Y así, una mañana, le pidió que trajera algo de sal. Cuando el aprendiz
volvió, el maestro dijo al joven infeliz que cogiera un puñado de sal y lo
pusiera en un vaso de agua.
-Bébelo – le dijo el maestro al joven. Y acto seguido le preguntó.
-¿Cómo sabe? –
-Salada – dijo el aprendiz con una grotesca muesca en su cara.
El maestro se echó a reír y sin decir nada, pidió al joven que tomara el
mismo puñado de sal y que lo siguiera. Ambos caminaron en silencio
hasta un lago cercano y allí, el maestro le pidió al joven que echara el
puñado de sal al agua. Luego, el anciano dijo:
-Ahora bebe del lago.
Cuando hubo bebido el maestro le preguntó:
-¿Cómo sabe?
-Fresca – comentó el aprendiz.
-¿Notas la sal? – preguntó el maestro.
-No – dijo el joven.
Seguidamente, el maestro se sentó junto al joven serio, que tanto le
recordaba a sí mismo, y tomándole las manos, le dijo:
–El dolor de la vida es pura sal; ni más ni menos. La cantidad de dolor en
la vida es la misma de siempre. Pero lo notaremos más o menos salado
dependiendo del recipiente en el que lo pongamos. Así, cuando sientas
dolor, lo único que puedes hacer es ampliar tu visión de las cosas… Deja
de ser un vaso, conviértete en un lago.

Reflexión:

Nadie tiene un escudo tan poderoso como para evitar pasar por algunos
malos momentos a lo largo de su vida.
Ni siquiera tener la fortuna de ser una persona optimista, que ha
heredado esa condición de su padre o de su madre, que la ha heredado
a su vez de alguno de sus padres.. ni el más grande de los optimistas
puede librarse de experimentar dolor.
Somos humanos, seres sensibles, que vivimos situaciones tristes, que
nos lastiman, pero también somos seres con empatía, que sufrimos al
ver injusticias y el sufrimiento de los demás.
¿Qué hacemos con nuestro dolor?
En primer lugar, de nada sirve negarlo. De nada sirve negar nuestras
emociones. Porque además de seres emocionales, somos seres
pensantes, racionales. ¿Y sabes qué? Tu mente te juzga. Si no lloraras
ante la muerte de un ser querido, tu mente te comenzaría a cuestionar
qué por qué no has llorado, qué quizás no le querías tanto…etc. Cuando
seguramente eso no es así y habría otros motivos diferentes (ser hombre,
intentar “estar bien” para que no sufran otras personas a quienes quieres
proteger”, etc)
Los sentimientos, todos, son necesarios y nos muestran nuestra esencia
de seres humanos emocionales. Eso sí… ¿Qué actitud tenemos ante
algunas circunstancias que nos duelen, que nos molestan?
Algunas veces, algunas personas, eligen la queja para expresar su rabia,
su frustración, su dolor, y se quejan de que podría haberse hecho algo
antes, luego de que ya no se hubo hecho, o se quejan de lo sucedido, de
lo que no les ha gustado, de lo que ha dolido….

Hay momentos en la vida en los que el dolor nos sabe terriblemente


amargo… en esos momentos es necesario convertirnos en un lago,
ampliar nuestra visión, separarnos del dolor para poder verlo de lejos,
siendo un observador distinto.
Da igual si ese dolor es nuevo, o si es antiguo. Siempre podemos elegir
Sanar y si nos cuesta hacerlo solos, también podemos pedir ayuda.

CUENTO: LA BARCA VACÍA


Un maestro zen, en una charla con sus aprendices, relató lo siguiente:
“Un hombre tenía una pequeña barca, y solía ir al lago solo. Se quedaba
allí durante horas y horas.
Una tarde muy hermosa, mientras estaba meditando, con los ojos
abiertos, notó que otra barca se dirigía hacia su posición. A medida que
se acercaba aquella barca, el hombre comenzó a sentirse incómodo.
¿Qué hacía navegando en su dirección, perturbándole en su remanso de
paz? Conforme la barca más se acercaba, nuestro hombre más y más se
ofuscaba. Pronto comenzó a levantar los brazos, gritar y hacer señas
enfadado, para que el propietario de esa barca corrigiera el rumbo y se
marchara hacia otro lugar.
¡Que falta de consideración, con tanto lago, con tanto espacio, tener que
venir aquí, donde yo estoy, para molestarme! Su ira seguía en aumento,
hasta que la embarcación, flotando, llegó hasta su posición golpeando su
barca. En ese momento, al borde de la mayor de las iras, solo pensaba
en poder ver a ese hombre, para decirle algo… cuando se dio cuenta que
la barca estaba vacía. No había forma de continuar. ¿A quién iba a
gritarle descargando su rabia si aquel bote estaba vacío?
¿Qué posibilidad quedaba de proyectar su ira hacia un bote donde no
había nadie a bordo, que flotaba corriente abajo, sin rumbo?
No era la barca la que le había traído la ira a nuestro hombre. Su rabia
era real, pero al comprobar que no había nadie en aquella barca, también
pudo comprobar que él, y solo él, había sido quien había dado origen a
esa ira, alimentándola más y más con sus pensamientos, a medida que
la barca se deslizaba hacia él, hasta darle.
Si en la barca hubiera habido un hombre, esa ira, originada en su interior,
alimentada por él, habría sido “escupida” con fuerza y agresividad. En
cambio, al no haber nadie en la barca, nuestro hombre pudo aprender
que los demás, no son los que nos traen la ira, son como barcas vacías.
Y también hizo otro valioso aprendizaje. Cuando, por el contrario, si otra
persona fuese quien llegase a él cargada de ira, simplemente, podía no
tomarlo como algo personal, porque a fin de cuentas, la ira no la provocan
los otros, la alimentamos nosotros. Además, como el no podía hacer
daño, a una barca vacía, también aprendió a evitar que el enfado de otros
le hiciera daño alguno, sintiéndose el mismo, una barca vacía a la deriva.

CUENTO: LAS PUNTAS DEL JAMÓN

Una noche, Mariana, está preparando la cena. Coge unas lonchas de


jamón, le corta las puntas y las pone en la plancha para dorarlas
ligeramente. Su esposo, al ver esto, le pregunta: ¿Por qué cortas las
puntas a cada loncha de jamón?
Mariana, lo mira desconcertada, pero también contrariada, porque
siente que con esa pregunta su esposo le está diciendo: “lo estás
haciendo mal”. Y le responde. Se hace así.
¿Y porqué se hace así? le pregunta su esposo, aún más desconcertado
por el tono que ha puesto Mariana en su respuesta.
Pues porque siempre lo hemos hecho así en mi casa, mi madre siempre
lo ha hecho así. – fue la respuesta de Mariana. Y ahí quedó el tema…
A la semana siguiente, van a almorzar a casa de su madre, y Mariana,
sin que su esposo la escuche, le pregunta, ¿Mamá, porqué hay que
cortarle las puntas a la loncha del jamón? Su curiosidad, no era quizás
tanto por saber, sino por demostrarle a su esposo que ella estaba en lo
cierto. Su madre, le respondió: No lo sé, yo siempre lo he hecho así,
porque tu abuela lo hacía siempre así. Espera, vamos a llamar a la
abuela y se lo preguntamos.
La abuela, que estaba en el salón, escuchó la pregunta de las dos
mujeres.
¿Mamá, porqué le cortas las puntas al jamón para cocinarlo?
Y la abuela, sorprendida por lo obvio de la pregunta, respondió: ¡Porque
mi plancha es pequeña y si no le corto las puntas no entra!

Reflexión:

A veces, tenemos absoluta certeza en que las cosas se hacen como


nosotros las hacemos. No nos hemos cuestionado si hay otras
maneras, iguales o mejores que la nuestra. Cuando alguien nos
pregunta sobre algo que hemos hecho, decidido, de determinada
manera, (la nuestra) podemos tomarnos esto como una crítica, como un
ataque y responder a la defensiva. Nosotros tenemos un motivo, incluso
aunque no lo conozcamos, incluso aunque sea un error, lo hacemos así
porque nuestra mente dice que lo hagamos así.
¿Realmente nos están atacando cuando nos preguntan porqué
tenemos que ir por tal calle y no por otra? ¿Realmente están criticando
lo que hacemos cuando nos preguntan porqué ponemos la sal a la
carne antes de ponerla en la plancha? Cuando una persona pregunta,
lo hace porque no comprende, porque su mente le ha dicho que se
hace de otra manera. NO nos están criticando o cuestionando.
También hay que tener en cuenta, que si la otra persona hace o decide
algo, tiene sus motivos, aunque nosotros no los comprendamos y que al
preguntarle, puede sentir que le atacamos, que no aprobamos su
manera de hacer las cosas.
Hablar no es sinónimo de estar comunicándonos efectivamente.
Cuando no entiendas, pregunta, pero deja claro que es para entender,
no por juzgar. Cuando te pregunten, piensa que no te están juzgando,
sino, intentando comprender porqué haces lo que haces, y que a esa
persona le resulta extraño… su mente lo ve de otra manera.

CUENTO: Un solo par de zapatillas

Cuando Ale cumplió 21 años, sus padres le organizaron una estupenda


fiesta. Invitaron a sus parientes, amigos, primos, vecinos del barrio,
mucha gente querida por él y su familia. Una vez terminada la reunión,
cuando ya no quedaba ni uno de los invitados, Ale se recostó en su
cama para descansar un poco. Y allí tendido, descalzo, recordaba el
día tan estupendo que había pasado. Todo estaba en silencio, después
de varias horas de bullicio, risas y música. Pero entre esa feliz calma,
escuchó un ruido en el patio de su casa, que le llamó la atención. Miró
por la ventana y vio a un anciano de largas barbas blancas. No le
conocía de nada, y le
sorprendió que un extraño estuviese allí. Sus padres habían salido a
acompañar a la estación de tren a sus tíos, que
habían venido de lejos, por lo que en la casa sólo estaba él.
Se levantó y salió a su encuentro convencido que sería alguien que
estaba equivocado de dirección. Al llegar al patio, vio que el anciano se
estaba quitando sus zapatillas.
_¿Cuánto calzas?_ Le preguntó sin mirarle a la cara.
_45._ respondió el joven sin saber como reaccionar.
_Bueno, ya no crecerás más._ dijo el anciano y continuó sacándose la
otra zapatilla. Tenían un aspecto antiguo, de otra época, casi parecían
de museo… Y aun así estaban en muy buen estado.
_¿Sabes…?_ Siguió diciendo el anciano, sin presentarse aun _ estas
deportivas me han acompañado durante los
últimos 75 años. Desde que cumplí la edad que tú acabas de cumplir.
¿Cómo sabía su edad? Podía haber visto que estaban festejando un
cumpleaños, pero lo de la edad… ¿Cómo podría saberlo? Se preguntó
Ale para sí, porque estaba tan atónito que no podía hablar.
_Hoy te han regalado unas, ¿verdad?, con las que podrás hacer todo lo
que yo he hecho… _continuó diciendo el viejo sin esperar a que el
muchacho respondiera, al tiempo que sacaba un álbum de fotos de un
petate que tenía junto a él.
Ale seguía escuchando entre fascinado y sorprendido, mientras
contemplaba miles de fotos. ¡¡El anciano parecía haber recorrido el
mundo entero!! En todas las fotos salía él, de joven, de adulto, y
siempre con las mismas zapatillas, como si jamás hubiese tenido
calzadas otras que no fueran esas.
Había fotos de las siete maravillas del mundo antiguo (de lo que
quedaba en pie de ellas o de donde habían estado), de las siete
maravillas del mundo moderno, de su graduación, de muchos, muchos
cumpleaños. Viajes, muchos lugares desconocidos por Ale. Una boda,
algunos nacimientos, ciudades modernas, construcciones antiguas,
fotos leyendo, haciendo deporte, jugando con niños, de la mano
con una mujer, en el cementerio, en muchos parques, en la playa. ¡Si!
¡Hasta en la playa estaba con las mismas zapatillas!
Ale hacia rato que no prestaba atención al anciano, estaba ocupado
escuchando sus propias preguntas… Cuando se escucho decir en voz
alta: ¿es que usted nunca ha tenido otro calzado que este?
El anciano, lo miro con dulzura, volvió a mirar sus viejas y bien cuidadas
zapatillas y le dijo:
_No Ale, nunca he tenido otras. Ni tú tampoco las tendrás. En la vida,
solo usarás un par de zapatillas, las que ya llevas puestas. ¿Has visto?
Puedes ver maravillas con ellas, podrán acompañarte donde tú quieras
ir. De ti dependen todas las experiencias y aventuras que quieras
correr, estas mismas zapatillas, te llevarán tan lejos como desees, con
la única condición de que las cuides, las respetes, no las llenes de
basura, de grasas, de venenos._ El anciano continuó hablando y se
agachó delante de Ale para ponerle el par de
zapatillas que le habían regalado por su cumple esa tarde.
_El mundo entero está a tus pies, y podrás hacer aquello que te atrevas
a hacer, pero recuerda, no hay recambio para nuestro cuerpo.
Al escuchar estas últimas palabras Ale se despertó en la cama, vio que
la ventana de su cuarto estaba abierta y al mirar por ella, no había ni
rastro del anciano, ni del álbum de fotos, ni de las viejas y
experimentadas zapatillas, pero para su sorpresa, él sí llevaba puestas
las suyas.

Reflexión:

Por suerte, no necesitamos cuidar al extremo nuestras zapatillas, ¡no


vamos a vivir con un solo par, toda nuestra vida! Pero tu cuerpo, tu
corazón, tus pulmones, tu hígado, tus riñones, tus arterias, tus ojos, tu
piel, tus pies…. ¡Si son para toda tu Vida! De ti depende cuánto tiempo
te va a acompañar tu cuerpo.

Piensa en tu cuerpo como en un par de calzado. Si ahora está un poco


deteriorado, ¡imagina como estará en unos años si no lo
cuidas! Hoy mismo puedes decidir recuperar el cuidado de tu cuerpo,
hacer las paces con él, cuidar de tu alimentación, iniciar algo de
ejercicio, ... De lo que hagas hoy con tu cuerpo, depende lo que le
ocurra en el futuro.

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