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CASTELAR
SU INFANCIA

Y SU ULTIMO AÑO DE VIDA

BERNARDO,HERRERO OCHOA
DOCTOR EN MEDICINA

MADRID
LIBRERIA DE FERNANDO FE
PUERTA DEL SOL, 15
1914

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CASTELAR s
SU INFANCIA Y SU ULTIMO ANO DE VIDA

CONTIENE DATOS DESCONOCIDOS Y ABSOLUTAMENTE INÉDI­

TOS ACERCA DE SUS PADRES, DE SU ESTANCIA EN TIERRA ALI­


CANTINA, DE SUS PRIMEROS PASOS EN LA ENSEÑANZA, ETC. ETC.

POR

BERNARDO HERRERO OCHOA


DOCTOR EN MEDICINA

MADRID
LIBRERIA DE FERNANDO FE
PUERTA DEL SOL. Ig
1914

Biblioteca Nacional de España


Es propiedad.

imprenta de Juan Pueyo, Mesonero Romanos, 34.

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Castelar á los veinticuatro anos

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ADVERTENCIA PREVIA

Copiaríamos literalmente, si fuese dable co­


locarlas según están escritas, al frente de esta
obrita, las dos primeras páginas del libro de
Morayta, titulado Juventud de Castelar, cuyo
espíritu hacemos completamente nuestro.
Si, como es natural, hemos de introducir en
ellas las variaciones consiguientes, al ser otros
la. obra y el autor, calcadas del todo estarán en
aquellas páginas las líneas que escribimos á
continuación.
Recuerda Morayta que en elocuente discurso
pronunciado por Moret en la velada necrológica
dedicada á D. Augusto Comas, decía el ilustre
orador "que no era posible consagrar un re­
cuerdo á los amigos muertos, con quienes estu­
vimos estrechamente unidos, sin hablar de nos­
otros mismos'1.
Allá por el año 1859 conocí á Castelar, cuan­
do al cabo de diez años volvía á pisar la tierra
alicantina, y cuando yo empezaba, entrado ape­
nas en uso de razón, á discernir y darme cuenta
de las cosas. Unido ya entonces por lazos de fa­
milia á los que él llamaba sus hermanos del
alma, vine á vivir desde mis tiernos años en un

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8 ADVERTENCIA PREVIA

ambiente donde era un ídolo Emilio Castelar;


y oía hablar de sus padres, y de las conexiones
que tuvo en su infancia con el pueblo de Sax;
y comentar lo que hacía, decía ó escribía Emi­
lio en los periódicos; y andando el tiempo fui
su amigo; y pude seguir y contar durante cua­
renta años sus excursiones á la que él conside­
raba su tierra predilecta... De esta suerte y sin
percatarme de ello, fué almacenando mi memo­
ria tal suma de recuerdos, que hoy me permiten
escribir estas páginas, completando con datos
absolutamente inéditos la biografía del eximio
tribuno.
Huiré en lo posible entrar á rumiar en ajenos
prados literarios, tomando de aquí y de allá he­
chos por otros ya contados. Compondrán prin­
cipalmente el contenido de este libro noticias y
datos que del todo me pertenecen, muchos de
ellos adquiridos en mi trato con Castelar.
Y ahora, refiriéndome á la época de su vida
que trato de bosquejar, véome obligado á repetir
con Morayta: “no hallo modo de hablar de Cas-
telar, sin sacar á escena á mi pueblo, á mis pa­
rientes y hasta á mí mismo".
Prometo firmemente huir de tal pecado, y
confío en que mis lectores habrán de absolverme
si en varias ocasiones lo cometo, convencidos de
la imposibilidad en que me encuentro de redac­
tar de distinto modo los hechos que han de ser
narrados en este modesto libro.

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PRIMERA PARTE
INFANCIA DE CASTELAR

I
Dos palabras al lector.

Por vía de introducción.—Material histórico del por­


venir.—La autobiografía de Castelar escrita en sus
propias obras.—Nuestro estudio limitado á su infan­
cia.—Principales biógrafos de Castelar. González Ara-
co, Morayta y Alberola.—Necesidad de este libro
como complemento de su biografía.—Consideraciones
en demostración de este enunciado, y de la gran in­
fluencia que ejerció en Castelar la tierra alicantina.—
Algo sobre mis relaciones personales é intervención
en su última enfermedad.—Dolores físicos y mora­
les.—Su constancia en el trabajo.—Su acrisolada pro­
bidad.—Contenido y plan de este libro.

Existe en nosotros la arraigada idea, que toda


obra humana, y aquellas en primer término hijas
exclusivas del entendimiento, que adquieren cuerpo
Y forma al correr de la pluma, no deben aparecer
en el campo de las letras, si consigo no traen un
objeto y fin determinado. No concebimos trabajo de
ninguna especie sin finalidad práctica y positiva, y

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IO BEENABDO HERBERO OCHOA

aun en las obras de puro recreo y entretenimiento,


no debe olvidarse la máxima de unir la utilidad con
el deleite. Nos parece, por tanto, el escribir por es­
cribir, oficio deslavazado y huero, y estas conside­
raciones nos llevan como de la mano á exponer los
motivos que nos han inducido á concebir y publicar
estas desaliñadas páginas.
Copiosos y positivos materiales encontrará el es­
critor del porvenir al ocuparse de la historia de
nuestros tiempos. Con una prensa periódica que
diariamente recoge con los más nimios detalles las
palpitaciones todas de la vida; con la moderna in­
formación gráfica, cuyos admirables procedimientos
copian como por arte mágica las más culminantes
escenas de los grandes acontecimientos y retratan
al personaje célebre, ora en los actos de su vida
pública, ora en sus actos más familiares; con los
maravillosos inventos que debe á la ciencia el pa­
sado siglo, entre los que existen aparatos que re­
cogen y almacenan la voz humana y reproducen á
los seres y á las cosas en pleno movimiento; con
tales elementos, podrán las futuras generaciones
conocer á las grandes figuras históricas, no sólo por
lo que de ellas se escriba, sino que conservándose
cierto remedo de su vida, cabrá en lo posible ad­
mirar las actitudes y escuchar el discurso del ora­
dor ó las notas musicales tal como vibraban en la
garganta del artista.
Pero aparte de estos medios, y por lo que toca á
la vida pública de aquellos hombres que desco­
llando del nivel común se elevan sobre sus seme­
jantes, existen algunos que dejan escrita su auto­
biografía en sus propias obras. Bien podemos citar

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INFANCIA DE CASTELAR II

en tal concepto como ejemplo á don Emilio Castelar.


Su personalidad política y literaria podrá recons­
tituirse en todo tiempo, mediante su asombrosa
labor de cuarenta y tantos años, desde que, aún
adolescente, aparece como Mesías de la democracia
española, con su famoso discurso del Teatro Real
en 1854, hasta que ya al borde del sepulcro lee el
día 5 de Mayo de 1899 su contestación al mensaje
de las cien mil firmas; última página de su obra po­
lítica, hermoso documento en el que con la lucidez y
frescura que pudo escribirle á los treinta años, se­
ñala á los republicanos españoles el camino que
deben seguir para la conquista y consolidación de
sus ideales. Impresa queda en tan dilatado período
la brillante estela de su laboriosa vida; en el perió­
dico, en la cátedra, en el libro, en sus discursos in­
comparables, en su abnegado y puro patriotismo,
en fin, ante las responsabilidades del poder y las
desdichas de la patria.
Mas no bajo el aspecto político ni bajo el aspecto
literario, pretendemos nosotros ocuparnos de don
Emilio Castelar: nos declaramos incompetentes en
tal empresa, en la que ya han laborado al presente,
como seguirán laborando en lo porvenir, las mejor
cortadas plumas. Pero así el hombre que no tras­
ciende de la vulgar esfera, como aquel que se eleva
á las más altas cumbres de la celebridad y de la glo­
ria, tienen su historia familiar, íntima, que no por
humilde á veces, y común á todos, deja de contener
hechos merecedores de la posteridad, en los que ya
se encuentra el germen y se modelan los ulteriores
y más salientes rasgos del individuo. Aun bajo tal
concepto, creeríase á primera vista materia agotada,

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12 BERNARDO HERRERO OCHOA

ó poco menos, los datos biográficos de don Emilio


Castelar, y quizá se piense que apenas podrán re­
cogerse algunas desmedradas espigas, después de
haber metido la hoz en tan feraces campos tres es­
critores de talla, dando á luz tres libros después de
su muerte, en los que bajo distintos aspectos se es­
tudia su personalidad. Mas esto no obstante, exis­
te cierto período de la vida del gran tribuno ape­
nas conocido.
González Araco, Morayta y Alberola, son los tres
escritores á quienes aludimos. Estudia el primero
con amplio sentido ecléctico, en su libro titulado
Castelar, su vida y su muerte, la historia del gran
estadista, abarcándola en sus múltiples y variados
aspectos.
Es la obra de Morayta, Juventud de Castelar, ver­
dadera joya literaria, no obstante su sencillez y di­
minutas proporciones, en la que el ilústre catedrá­
tico de Filosofía y Letras, pinta de mano maestra la
vida escolar del esclarecido alumno de la Universi­
dad Central, relatando sucesos en los que fueron
actores biógrafo y biografiado, y consignando los
primeros pasos dados en la vida pública por el que
luego había de elevarse como astro de primera
magnitud en el horizonte de la política y de las
letras.
Alberola, en fin, que por más de veinte años se
sienta en la mesa del gran estadista, vive bajo su
techo, y que mediante cargo tan delicado é íntimo
como el de secretario particular interviene en todos
sus trabajos literarios y políticos, acaso no se halla­
ra otro más idóneo ni más capacitado para escribir
la Semblanza de Castelar, y así nos lo retrata tal

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INFANCIA DE CASTE LAE 13

como era él: amante del hogar y la familia hasta


convertir este amor en verdadero culto; esclavo de
la admistad; entusiasta hasta el candor infantil en
aquellos recuerdos que tan honda huella dejaron
en su alma en los tiernos años de su infancia, sin
que falten en su bien escrito libro los rasgos más
salientes del literato y del hombre de Estado.
Pero si tales libros, dadas las condiciones espe-
cialísimas de sus autores, transmitirán al porvenir
fidedignos y abundantes materiales para escribir la
historia de Castelar, faltan en ellas cuasi por com­
pleto los datos del Castelar niño, que nosotros co­
nocemos, y siendo acaso el único que puede trans­
mitir á la historia los incidentes de su infancia, no
exentos de interés, estimo deber ineludible consa­
grar parte de mi tiempo á labor tan interesante y
meritoria.
Merecen á mi ver los honores de la imprenta
cuanto hemos podido averiguar acerca de la histo­
ria de sus padres; la descripción de aquella parte
abrupta de la provincia de Alicante, hermoso esce­
nario donde se deslizaron sus primeros años, que
tan grabado tuvo en sus recuerdos hasta los últi­
mos días de su vida; el ambiente de amor que allí
encontrara en deudos y en amigos; la atmósfera
liberal que respiró en ella, y cuanto atañe, en fin, á
sus estudios de primera y segunda enseñanza.
El mismo Castelar nos hablaba de la grande in­
fluencia que produjo en él aquella á la que llama­
ba su tierra predilecta. Cuando en la primavera
de 1898 le llevamos á Sax, buscando el remedio á
la cruel enfermedad que minaba su existencia, nos
decía en un arrebato de entusiasmo en una de

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H BERNARDO HERRERO OCHOA

nuestras excursiones campestres: “Yo debo cuanto


soy á haberme criado en esta tierra, donde pude
desde niño identificarme con el sentimiento de la
Naturaleza." Ya veremos oportunamente la protec­
ción que allí encontró en propios y en extraños.
Los que nos honrábamos con su amistad, y cono­
cíamos ciertos antecedentes de su niñez, podíamos
apreciar cuán profunda huella dejó en él el medio
ambiente en que vivió hasta los diez y seis años.
Fué Castelar el más irreductible enemigo del car­
lismo, llegando á ser éste uno de los rasgos más
salientes de su figura política, y en aquella tierra
nació tal odio, echando en su alma las más hondas
raíces.
Gran importancia entraña cuanto se refiere á los
estudios de primera y segunda enseñanza de nues­
tro ilustre biografiado, y aunque no hubiese otra
razón que ésta, ella justificaría plenamente la pu­
blicación de este modesto libro. Ya González Ara-
co, y aun Morayta, hacen algunas indicaciones
acerca de tan interesante tema; mas quien esto es­
cribe, apesar de los diez y ocho años que le aven­
tajaba en edad don Emilio Castelar, aún tuvo la di­
cha de alcanzar al eminente pedagogo que fué su
primer maestro; á aquel don Pedro Valera, sabio
anónimo y prez de la enseñanza, de imperecedera
memoria en el pueblo de Sax. Castelar encontró al
maestro en toda la plenitud de sus facultades, y de
él vino á recibir las aguas lústrales del saber,
echando los más sólidos cimientos de su carrera li­
teraria.
Sobrados fundamentos hubo, como podrá notar
el lector benévolo en el transcurso de estas páginas,

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INFANCIA DE CASTS LAR 15

para que siempre hubiera yo sido uno de los ínti­


mos en casa de don Emilio Castelar; pero no obs­
tante mi adhesión inquebrantable, no sucedió así,
según vendré á exponer oportunamente. Mi verda­
dera amistad, mi trato íntimo con don Emilio, no
comenzó hasta el mes de Mayo del 1898, en que
con él marchamos á la tierra alicantina en busca de
una salud que ya no había de recobrar. Desde tal
fecha apenas me separé de su lado, hasta que, en
el año siguiente, marchó á San Pedro del Pinatar,
de donde pronto habían de traer sus restos ence­
rrados en un féretro cubierto de rosas y claveles.
Cuando al llegar á Sax me obligó la necesidad á
empuñar las riendas en el tratamiento de su enfer­
medad, más que al médico, vió Castelar en mí al
amigo entrañable, al hermano del alma, que hasta
la sangre de sus venas hubiera dado por salvarle
la vida, y desde tal punto y hora puedo decir con
orgullo, que vino á honrarme contándome en el nú­
mero de sus amigos predilectos.
No pensamos escribir aquí su historia clínica;
llegaré hasta el último límite de la parquedad en
los datos que juzgue indispensable consignar so­
bre tal asunto; porque entre otras razones, escaso
interés podrían encontrar la mayoría de los lecto­
res con minucias y detalles académicos, impropios
de un libro como éste.
Testigo constante en el último año de vida de
nuestro llorado estadista, preferible creo referir las
angustias de aquella alma patriota donde se junta­
ban los padecimientos físicos anejos á sus males y
las torturas del dolor moral provocadas por las
desdichas sin cuento que en aquel año terrible lio-

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16 BERNARDO HERRERO OCHOA

vían sobre la patria. Su asiduidad en el trabajo,


que nunca abandonó, aunque herido de muerte,
iban de día en día agotándose sus fuerzas. En el
verano de 1898, don Emilio Castelar, no obstante
su enfermedad, trabajaba en Sax de seis á siete ho­
ras diarias. A las seis de la mañana ya se le encon­
traba en su cuarto de estudio; allí escribió toda la
parte de su Historia de Europa referente á la Re­
volución francesa. Por las tardes, su amigo Secun-
dino, con la solicitud del más cariñoso hermano, le
prohibía que escribiera, diciéndole con su peculiar
gracejo, que con medio jornal que ganara tenía
bastante.
Nada arredraba en sus tareas literarias á aquel
obrero de las letras. En la gran afección grippal
que padeció en los últimos días de Diciembre del 98,
aún no había desaparecido el peligro, cuando se
empeñó una mañana en levantarse, pues decía tenía
que escribir un artículo para una de las Revistas
de América en que colaboraba. Trabajo me costaba
convencerle, cuando llegó el doctor Huertas, y al
fin tuvimos que imponernos, seguros de que había
de costarle una recaída. Apesar de todo, don Emi­
lio era un enfermo dócil y obediente, que se mane­
jaba como á un niño, y accedió á quedarse en cama,
permitiéndole que desde ella dictara su artículo.
“El pájaro yanta de lo que canta", nos decía á
Huertas y á mí, y en esta frase se condensaba una
vida de laboriosidad y de honradez. Aquel hombre
que había producido centenares de libros admira­
bles, enriqueciendo á los editores, y que había te­
nido en sus manos los tesoros de la nación, tenía
necesidad de cantar para comer con el sudor de

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INFANCIA DE GASTELAS I?

su frente, viejo y enfermo, á los sesenta y seis años.


Quizá nos extendamos demasiado, pero hay na­
rraciones que no disuenan en parte alguna, y como
tal consideramos un hecho que conocemos de Cas-
telar, merecedor de pasar á la historia, por ser la
demostración palmaria de su acrisolada probidad y
honradez.
Tuvo por algún tiempo el deseo vehemente, como
capricho de enamorado, de comprar una casita de
recreo en la huerta de Alicante; y cuando ocupaba
el puesto de Presidente del poder ejecutivo de la
República española, le ofrecieron en venta una par­
cela de terreno con un hotelito, rodeado de un pe­
queño jardín. Escribió á su amigo Secundino, para
que se enterase de aquel asunto, y éste encontró
muy ventajosas las condiciones en que se podía ad­
quirir, y así se lo participó á Castelar, diciéndole,
como era natural, el precio que pedían por ello, que
eran 9.000 pesetas, en el que aún hubieran hecho
alguna rebaja. El Presidente del poder ejecutivo de
la República española contestó á su amigo: que no
disponía de tanto dinero, y que le era imposible des­
prenderse de tal suma. Quiso éste comprarlo, ce­
diéndoselo en usufructo mientras viviera; pero de
tal modo se opuso Castelar á ello, que tuvo que de­
sistir de su empeño.
En resumen, nuestro libro, aparte los datos que
con grandes dificultades hemos podido adquirir
acerca de sus padres, comprenderá en su primera
parte el período, cuasi desconocido, de la vida de
Castelar, desde que le trajeron á la provincia de
Alicante, allá por los años de 1836 al 37, hasta que
terminados en 1848 sus estudios de segunda ense-
2

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t8 bernardo herrero OCHOA

ñanza, marchó á Madrid á continuar su carrera en


la Universidad Central, es decir, en el punto en que
Morayta empieza la historia de su juventud, y así
podrá considerarse la presente obrita como la pri­
mera parte ó tomo primero de la de Morayta, si­
quiera difieran muchísimo en valor literario.
En una segunda parte expondremos, aunque muy
sucintamente, algunos hechos de su último año de
vida, que consideramos merecedores de pasar á la
historia, de los que fuimos testigo.
¿Cumpliré á medida del deseo el fin que me he
propuesto, llevando á feliz término mi empresa? Tú
has de decirlo, lector carísimo, pues á tu juicio so­
meto este humilde trabajo.

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II
Los padres de Castelar.

Dificultades para escribir su historia.—Podemos bos­


quejar la figura del padre basándonos en la historia
del terror absolutista en Alicante, y en datos verídi­
cos que conocemos.—Una carta de don Rafael del
Val.—Casamiento de los padres de Castelar; su parti­
da de matrimonio; error que disipa esta partida.—
El liberalismo de Alicante.—Efectos de la reacción
absolutista.— Restablecimiento déla Constitución en
>820; disensiones entre los liberales alicantinos; se
unen ante el enemigo común.—Levantamiento del
partido realista.—Patriótica conducta de la Diputa­
ción provincial de Alicante.—Itivade la península el
llamado ejército de Santa Alianza.—Defensa de los
alicantinos.—Don Joaquín de Pablo Chapalangarra.—
Triunfa en todas partes el absolutismo, y es reinte­
grado en el trono Fernando VII.—Ordena á Chapa­
langarra entregue Alicante á las fuerzas francesas
que la bloquean.—Desobedece éste las órdenes del
Rey y se resiste hasta que, sin esperanzas, se acoge á
•a capitulación honrosa que se le ofrece y embarca
Para Gibraltar.

Nada más difícil al emprender algún trabajo bio­


gráfico referente á don Emilio Castelar, que bos­
quejar la historia de sus padres, y por lo que ex­
presamente atañe al autor de sus días, ofrécese su
%ura envuelta en tan densas sombras, que á pri-
mera vista parecen impenetrables.

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20 BERNARDO HERRERO OCHOA

Pertenecieron los padres de Castelar á esas mi­


rladas de seres anónimos que, sea cual fuere su po­
sición social, surgen al correr del tiempo, y el tiem­
po luego devora, extinguiéndose su huella al volver
al seno de la madre tierra la materia deleznable.
Sólo en aquellos pocos que descollaron en vida del
conjunto humano, perdura nombre y fama á través
de siglos y de edades.
Difícil cometido el de la historia, cuando con bri­
llo postumo resurge alguno de estos seres ungido
por la gloria de sus descendientes, porque á muy
poco que nos hayamos ocupado de estas cosas, ad­
quiérese el convencimiento de que en tal género de
investigaciones, habríanse de encontrar muchas la­
gunas infranqueables, así intentáramos escribir la
historia de nuestros propios padres, aunque fuera
de las más vulgares y sencillas. Aún suben de punto
las dificultades cuando se trata de épocas de lucha,
y raya en lo imposible hallar el menor dato docu­
mentado en el conglomerado del heroísmo anó­
nimo.
Juzgamos deber ineludible, en quienes se ocupan
de materia histórica, cortar las alas á la fantasía,
presentando lo cierto como cierto, y lo dudoso como
dudoso. Ciertamente que en nuestra ardua empre­
sa cuasi carecemos de toda prueba escrita, mas po­
seemos por fortuna muchos indicios y algunos da­
tos de toda evidencia, que han de permitirnos, lle­
gando hasta la linde de la verdad absoluta, rehacer
la figura del padre de Castelar. Basaremos también
nuestra labor en el detenido estudio que hemos he­
cho de la historia de la reacción y del terror abso­
lutista en Alicante; época nefasta, que llenó de due-

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INFANCIA DE CASTELAR 21

lo y gravitó cual losa de plomo sobre la hermosa


ciudad levantina.
El día 5 de Marzo de 1814, se unían ante Dios
con lazo santo, los padres de Castelar, y apenas si
habrían saboreado las primicias del matrimonio,
cuando debieron ya llegar á su hogar honrado zo­
zobras é inquietudes, y acaso persecuciones. Aca­
baba Alicante de festejar con patriótico entusiasmo
la derrota de Suchet en los campos de Castalia
durante la primavera de 1813, y la evacuación total
del reino de Valencia por las tropas francesas, y
venturosa era de paz parecía sonreirle; mas bien
pronto vinieron á truncar tan halagüeñas esperan­
zas los sucesos políticos que consigo trajo la vuelta
de Fernando el Deseado de su dulce cautiverio de
Bayona, restableciendo el poder absoluto en el mes
de Mayo de dicho año 1814.
Precísanos reseñar, siquiera sea sucintamente,
aquel cuadro de horrores y de sangrientas luchas,
cuyo recuerdo aún causa pavor en los alicantinos:
cuadro tan sólo comparable á creación dantesca,
que cual horrible pesadilla agobió á la desgraciada
ciudad por espacio de diez y ocho años, desbordán­
dose todos los horrores durante la aciaga época de
ñiando de uno de los más sombríos sicarios del ab­
solutismo. Forzosamente habrá de destacarse en
tan siniestro cuadro la figura del padre de Castelar.
Sábese de cierto que fué uno de aquellos liberales
exaltados del tiempo de Riego y de Torrijos, que
en aras de sus ideales, llegaban hasta el sacrificio
de la libertad y de la vida. Aun prescindiendo de
los datos fidedignos que conocemos, colocad á un
hombre de tal condición en el ambiente de lucha

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22 BERNARDO HERRERO OCHOA

que en sus tiempos respiró Alicante, y faltaría la


lógica en el mundo si no fué partícipe en sus per­
secuciones, y actor acaso, en sus protestas y re­
beldías.
Dos palabras antes de continuar. He procurado
dar á mis investigaciones el mayor grado de certi­
dumbre, y cuando escribí mi leyenda histórica titu­
lada Los Padres del Tribuno, trabajo rigurosamen­
te histórico, aun cuando principalmente afecte ca­
rácter literario, quise darle á conocer á mi buen
amigo don Rafael del Val, sobrino predilecto de
don Emilio Castelar, uno de los pocos miembros de
su familia que le sobreviven, para el que fué un se­
gundo padre. En carta que acompañaba al manus­
crito, decíale, entre otras cosas, lo que sigue:
“Como usted verá, me ocupo principalmente del
punto, sin duda, más obscuro, que existe en la bio­
grafía de nuestro inolvidable don Emilio, cual es la
historia de su padre con su verosímil desenlace
final.
„No quiero que sean conocidas de nadie estas
cuartillas, sin que usted de antemano las lea, y me
diga si existe contradicción entre la investigaciones
que con gran trabajo, y en parte por casualidad, he
llevado á cabo, acerca de los padres de don Emilio,
y cualquiera tradición ó recuerdo de familia que
exista y que usted debe conocer."
He aquí la contestación de don Rafael del Val:

“Sr. D. Bernardo Herrero.


„Mi querido amigo: He leído con la mayor aten­
ción y detenimiento el trabajo titulado Los Padres

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INFANCIA BE GASTELAS, 23

del Tribuno, que tuvo usted la bondad de remitir­


me, por lo cual le felicito muy sinceramente."
“Creo que está usted perfectamente ajustado á la
realidad en sus citas históricas, y no encuentro la
menor contradicción entre sus investigaciones y los
recuerdos de familia que yo conservo.
«Repito á usted de nuevo que celebro muy de ve­
ras el trabajo que ha tomado á su cuidado en me­
moria de nuestro amado muerto.
« Ya sabe cuán de veras le quiere siempre, su an­
tiguo amigo afectísimo,
«Rafael del Val."

Cuando á poco nos vimos y nos ocupamos ver­


balmente de este asunto, después de corroborar el
señor del Val cuanto en la preinserta carta me de­
cía, vino á agregar los siguientes conceptos:
“Tío Emilio no conoció á su padre; ya recordará
usted que muy rara vez le nombraba. Creo que ha
conseguido usted averiguar de su vida, tanto ó aca­
so más que tío Emilio sabía."

Sólo contamos con un dato documentado para la


historia de los padres de Castelar, cual es el de su
matrimonio en Alicante que, como dicho queda,
tuvo efecto el día 5 de Marzo de 1814.
Del archivo parroquial de la Iglesia de San Nico­
lás, de esta ciudad, hemos obtenido su partida de
matrimonio, que á continuación copiamos, así como
*a de bautismo de su hija Concha, nacida el 24 de
Abril de 1818.

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24 BERNARDO HERRERO OCHOA

Don José Maestre Romero, Presbítero, Teniente Cura


de la Parroquia de San Nicolás, Insigne Iglesia
Colegial de la ciudad de Alicante.
Certifico: Que en el Libro de matri­
monios, volumen núm. 13, al folio 57 vuel­
to, se halla inscripta la siguiente Partida
que, copiada literalmente, dice: En la ciu­
dad de Alicante á cinco de Marzo de mil
ochocientos catorce. En presencia del doc­
tor don Francisco Albeza, Teniente Cura
de la Insigne Colegial de San Nicolás, y
testigos abajo escritos, precedidas tres ca­
nónicas moniciones, y no habiendo resul­
tado impedimento; observando lo dispues­
to por el S. C. T., y sinodales de este Obis­
pado, con licencia del Vicario Foráneo, se
desposaron por palabra de presente, que
hacer verdadero matrimonio, según rito
de N. S. M. Iglesia: De una parte José Ma­
nuel Castelar, mancebo, hijo de Francisco
y Vicenta Vañó, consorte, natural de esta
ciudad. Y de otra María Antonia Ripoll,
doncella, hija de Rafael y Antonia Torre-
grosa, consorte, natural de Villafranqueza,
y ambos vecinos de esta ciudad, y feligre­
ses de dicha Iglesia Colegial. Siendo tes­
tigos Vicente Samper y Manuel Nadal.—
Doctor Francisco Albeza.—Es copia de su
original á que me remito.—Alicante ocho
de Abril de mil novecientos trece. —José
Maestre.—Hay una rúbrica.—Hay un sello
que dice: Parroquia de San Nicolás de Ali­
cante.

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INFANCIA DE GASTELAS 25

Un error de importancia viene á disipar esta par­


tida, pues por ella vemos cuál era el verdadero pue­
blo de naturaleza de don Manuel Castelar. He leído
en varios lugares, y así lo consigno en trabajo que
tengo publicado, y que me apresuro á rectificar (1),
que procedía de tierra aragonesa, y que cuando
doña Antonia Ripoll marchó de Cádiz con sus hijos
al pueblo de Aliaga, de la provincia de Teruel, lo
hizo buscando el amparo y protección de los pa­
rientes de su esposo. Hoy ya sabemos con toda evi­
dencia que era natural de Alicante el padre de Cas-
telar. Igual sucede con otro error, también muy ge'
neralizado, cual es la edad de su hermana doña
Concha. Se lee en todas partes que era mayor que
él diez y nueve años, y como se ve por su partida
de bautismo, sólo eran catorce los que le llevaba.
Circunstancias especialísimas, que sería prolijo
enumerar, permítenme bosquejar la personalidad
de don Manuel Castelar. Era, según los datos que
poseo, persona afable y no exenta de cultura, que
ofrecía como uno de sus principales rasgos la ter­
quedad y entereza en cuanto afectaba á su opinión
política, pues presa de los fanatismos de la época,
había abrazado con entusiasmo las ideas liberales.
Sin medios de fortuna atendía modestamente á
las necesidades de su hogar, trabajando como agen­
te intermediario ó comisionista en los asuntos mer-

(1) El Porvenir postal, número extraordinario dedi­


cado por esta Revista al XI aniversario de la muerte de
Castelar, publicado el 20 de Julio de 1910 (segunda edi­
ción). Artículo titulado «Los padres de Castelar», por
Remardo Herrero, pág. 35.

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2Ó BEBNABDO HEBRERO OCHOA

cantiles que consigo llevaba el movimiento comer­


cial del puerto de Alicante, y podemos afirmar, fun­
dados en nuestros datos más fidedignos, que la cua­
lidad personal que más le distinguía era la honra­
dez más acrisolada, por lo que todo el mundo le
confiaba sus intereses sin el menor rebozo.
Dos datos conocemos, oídos de labios de su pro­
pio hijo, que son toda una revelación. Don Manuel
Castelar fué un protegido de la importante casa co­
mercial de los Lagier, abuelo y padre del célebre
capitán don Ramón, del intrépido marino á quien
cupo parte tan principal en el triunfo de la revolu­
ción de Septiembre del 68. Eran los Lagier libera­
les exaltados, objeto por ende de los mayores odios
reaccionarios, hasta que acabaron por consumar su
ruina las bárbaras persecuciones realistas de 1824.
El otro dato á que aludimos, es que don Manuel
Castelar tuvo trato, acaso amistad íntima, con Bar­
tolomé Arques, patriota alicantino, al que más ade­
lante hallaremos, ofreciendo su valor personal y su
fortuna, dondequiera que le reclamaba la defensa
de la libertad, hasta que acabó por entregar glorio­
samente la vida en el campo del honor, peleando
por la Constitución.
Queden aquí las noticias referentes al padre de
Castelar para diseñar la figura de su joven esposa;
y realizado esto, los restantes datos que de sus
vidas conocemos vendremos á exponerlos parale­
lamente á los tristes acontecimientos de la época
del terror en Alicante, que bien pronto vamos á na­
rrar.
Doña Antonia Ripoll, la joven doncella que vino
á unir su suerte con don Manuel Castelar, procedía

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INFANCIA DE GASTELAS 27

de Villafranqueza, pequeña villa alicantina, distan­


te unos cuatro kilómetros de la capital. Felizmente
no se nos ofrece su figura velada en densas som­
bras cual la de un esposo: la noble señora aún al­
canzó nuestros días, y pudo conocer hombre pú­
blico y saborear los primeros triunfos del hijo que
llevó en su seno (i).
Los biógrafos de Castelar pintan á su madre her­
mosa y de clarísimo talento; dechado de esas altas
prendas que hacen de la mujer la Providencia del
hogar y la dulce compañera de la vida; cristiana fer­
viente, sin ser fanática, cumpliendo con sus seme­
jantes, como la cosa más natural y sencilla, las
prácticas piadosas aprendidas en las sublimes en­
señanzas del evangelio.
Joven y hermosa, pudo en su viudez prematura
contraer nuevas nupcias, mas renunció definitiva­
mente al matrimonio, como si previese la misión
sagrada que le reservaba la Providencia de educar
sin intervención ajena, y formar el corazón del hijo
predestinado á ser gloria de la nación, inculcándo­
le los santos principios de patriotismo y los ideales
de libertad, que por tradición venían perpetuándose
entre los suyos.
No existe, en efecto, recuerdo de familia que no
abone y corrobore tan honroso abolengo. Remem­
branzas de la niñez evocaban en Castelar la vene­
rable figura de su abuela, de la madre de su madre,

(i) Doña Antonia Ripoll debió fallecer en el verano


de 1859. En nuestra colección de cartas de don Emilio
Castelar guardamos una, fechada el 10 de Agosto de
aquel año, en la que habla de la reciente muerte de su
madre.

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28 BERNARDO HERRERO OCHOA

austera anciana de temple espartano, en la que


aún fundía la nieve de los años el recuerdo de los
hijos sacrificados en aras de la patria. Unía á una
entereza varonil la delicadeza y la ternura propias
de la mujer y de la madre, y de sus labios escuchó
el gran tribuno las primeras lecciones de patrio­
tismo.
Viuda, y sin otro apoyo que el de sus dos hijos
mayores, á los dos los hizo militares, para que fue­
sen á pelear contra las huestes de Bonaparte, y los
dos sucumbieron en el campo de batalla, atravesa­
dos por el plomo enemigo. Mas como al recibir con
el corazón desgarrado la horrible nueva oyese re­
convenciones, entre los consuelos de un vecino
afrancesado, por haberles llevado á defender una
causa tan perdida como la de España, secábase las
lágrimas y erguíase fiera en medio del dolor, satis­
fecha del deber cumplido. “Hijos míos, amad en el
mundo á la patria sobre todas las cosas"—decía á
sus deudos cuando recordaba entre sollozos aque­
llos trágicos sucesos.
Doña Antonia Ripoll heredó de su madre el alma
varonil y patriota, y orgullosa se sentía con que sus
hermanos hubieran perecido en los campos de ba­
talla, defendiendo la independencia de la nación;
así como por las persecuciones sin cuento que su­
frió el esposo por sus avanzadas ideas liberales,
persecuciones de las que ella fué partícipe, hasta
que vino á perderle de la manera más insólita y
singular.
Criada entre la guerra de la Independencia y las
revoluciones modernas, según nos la pinta su pro­
pio hijo, donde murieron ó naufragaron hermanos

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INFANCIA DE GASTELAS 29

queridos, su esposo mismo, ¿cómo mujer de tal


temple no había de amar con amor exaltado los
ideales de libertad y de progreso?
¿A qué buscar pruebas escritas? Los breves da­
tos que apuntamos derraman viva luz sobre el ho­
gar honrado de los padres de Castelar. La era de
persecuciones que inauguró en Alicante la vuelta
de Fernando VII, á los dos meses de celebrado su
matrimonio, no pudo menos de llevar zozobras y
sobresaltos á la casa de un patriota, que como to­
dos los de su época, capaz sería de arrostrar el
martirio y la muerte.
Don Manuel Castelar, en medio del ambiente de
lucha en que vivía, no pudo ser extraño á la agita­
ción política de tan aciagos tiempos, y su historia
se calca y se desprende de la hisioria misma de la
ciudad levantina. Trataremos de demostrar nuestro
aserto en el curso de las siguientes páginas.

La bella Alicante, la ciudad liberal por antono­


masia, escribió la primera página de su histórico libe­
ralismo en la guerra de las Germanías de Valencia,
que vino á ser la repercusión ó el eco del levanta­
miento de las Comunidades castellanas.
En la llamada guerra de Sucesión abraza con
entusiasmo, rayano en fanatismo, la causa de Feli­
pe V, considerándola la más liberal y expansiva, y
así la capital, como la mayoría de sus principales
pueblos, se sacrifican por ella realizando prodigios
de heroísmo.
No eran determinados bandos políticos los que
luchaban en nuestra gloriosa guerra de la Indepen­
dencia: única aspiración patriótica unía á los espa­

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30 BERNARDO HERRERO OCHOA

ñoles, que sólo anhelaban hacer frente al odiado


extranjero.Mas,prescindiendo del carácter de aque­
lla guerra, Alicante, codiciado por el invasor, escri­
bió una brillante página en la dorada leyenda de
su pasado, permaneciendo cual virgen intangible,
sin que la planta del francés la hollara; teniendo
que contentarse Mambrun, Harispe y otros genera­
les de Bonaparte que la amagaran, con ver ondear
desde lejos la gloriosa enseña española en el legen­
dario castillo de Santa Bárbara.
Seguros los alicantinos de sí mismos, tanto por
su valor personal, cuanto por el abrigo que les
prestaban sus inexpugnables fortalezas, y dado su
carácter impresionable como buenos meridionales,
acogieron con delirante júbilo la nueva aurora de
libertad que conmenzó á brillar en Cádiz, al pro­
clamarse la Constitución de 18(2. Olvidándosela
ciudad de recientes catástrofes, celebró con los ma­
yores deportes de alegría, en fiestas y regocijos
públicos, la instauración de la nueva ley, siendo
una de las poblaciones que más exteriorizó sus
amores por las nacientes instituciones.
Relativamente feliz transcurrió para Alicante el
año 1813, y comenzaba á preocuparse la ciudad de
sus intereses materiales, en los primeros meses
de 1814, mas pronto vino á truncar sus esperanzas
la era de persecuciones que consigo trajo el resta­
blecimiento del poder absoluto. Védanos la índole
de este libro descender á grandes pormenores, na­
rrando los sucesos de aquella reacción fanática y
sanguinaria, en la que se tenía que distinguir á Ali­
cante, que tan ostensiblemente se había pronuncia­
do por la idea constitucional.

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INFANCIA DE GASTELAS 31

Tras cinco mortales años de persecuciones inau­


ditas, natural era que excitase el más vivo entusias­
mo en los liberales alicantinos el restablecimiento
de la Contitución en 1820 Mas el eterno pueblo
niño, entonces como siempre, vino á ser instru­
mento inconsciente de los ocultos manejos reaccio­
narios.
Los abusos de la libertad de imprenta, instiga­
dos á socapa por los realistas, provocaron rivali­
dades, odios y divisiones entre los constitucionales;
mas bastó que en Julio de 1822 se pronunciara
Orihuela proclamando el absolutismo, para que
ante el enemigo común se olvidaran mutuos agra­
vios, y obligaran á las autoridades á auxiliar á las
fuerzas liberales; y unido el paisanaje con muchos
emigrados italianos, que á la sazón en Alicante ha­
bía, á las tropas que mandaba el coronel don Anto­
nio Fernández Bazán, derrotaron á los realistas en
el primer encuentro, persiguiéndoles hasta las mis­
mas puertas de Orihuela; derrotas que se repitie­
ron en cuantas ocasiones vinieron á las manos.
Pero las ideas liberales no podían prevalecer
ante una conspiración de que era alma el execrable
Monarca, que buscaba en una intervención extran-
ra su reintegración en el poder absoluto; y así, por
esto, cuanto por los ofrecimientos de los emisarios
venidos de Francia, envalentonado el bando realis­
ta, lanzóse al campo, y las pequeñas partidas, que
apenas si al principio preocupaban al Gobierno,
pronto se convirtieron en facción formidable, que
llegó á intimidar á las principales ciudades del reino.
No sintió Alicante por sí grandes temores, ante
los primeros triunfos del absolutismo, amparado

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32 BERNARDO HERRERO OCHOA

en sus fortificaciones y seguro del espíritu eminen­


temente liberal de sus habitantes; mas crecían y
crecían las facciones, y no podía serle indiferente
la suerte que corrieran los constitucionales lejos de
sus murallas.
Teníase como suceso descontado el de la inter­
vención extranjera, y al recibirse la noticia de ha­
ber sido derrotadas las fuerzas mandadas por Fer­
nández Bazán y de que la facción se dirigía á Va­
lencia para ponerle sitio, la Diputación provincial,
ateniéndose al decreto dado por las Cortes en 15
de Febrero, para que se formaran Juntas de defen
sa en aquellas provincias que se viesen invadidas
por tropas extranjeras, se constituyó en Junta au­
xiliar de la defensa nacional, considerando á las
facciones, que se hallaban sobre Valencia, como las
avanzadas del ejército francés.
Sin levantar mano, adoptó aquella benemérita
corporación las más enérgicas medidas, y ante su
patriótico ejemplo respondieron en masa todas las
clases sociales de Alicante ofreciendo su sangre y
su dinero para hacer frente á los enemigos de la
libertad. Con actitvidad y celo, dignos de todo enco­
mio, la Junta auxiliar arbitró cuantiosas sumas;
reunió y equipó milicias; formó algunos cuerpos de
veteranos convocando á los retirados que estu­
viesen en condiciones de empuñar las armas, y se
cundando el pueblo tan patrióticos esfuerzos, pres­
taba servicio activo la milicia nacional. Bartolomé
Arques, á quien no ha mucho mencionamos, solicitó
permiso para formar á sus expensas una partida
de cincuenta ó más hombres, con la que corrió al
punto en auxilio de Valencia.

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INFANCIA DE GASTELAS, gg

A todo esto, llegó oficialmente la noticia de que


era un hecho la invasión francesa, habiendo pene­
trado en la península el día 7 de Abril las huestes
de la llamada Santa Alianza, bajo el mando del
Duque de Angulema. Entraron, pues, en España los
Cien mil hijos de San Luis, sirviéndoles de van­
guardia los enjambres de guerrilleros que habían
sido el azote de Napoleón en la guerra de la Inde­
pendencia. ¡Pobres hijos de San Luis, si los hubie­
sen esperado en desfiladeros y encrucijadas!
En tanto que los alicantinos empuñaban las ar­
mas y corrían en auxilio de Valencia, que al fin
cayó en poder de los facciosos, tenía Alicante casi
abandonadas por falta de recursos sus obras de de­
fensa, y era su guarnición tan escasa, que apenas
Podía cubrir las guardias de todos sus puestos,
cuando ya le amagaba el serio peligro de ser ata­
cada por la facción, que iba tomando gran incre­
mento en la provincia.
Con supremo esfuerzo consiguieron autoridades
civiles y militares abastecer la plaza de víveres y
municiones, mas el ejército invasor, eficazmente
ayudado por las facciones, triunfaba fácilmente en
todas partes, y sólo dos leguas separaban á los
franceses de la ciudad, que de hecho podía consi­
derarse bloqueada Parecía imposible que Alicante
pudiera resistir por un día más á los facciosos, cuya
arrogancia ya no encontraba dique en parte algu-
nai cuando un puñado de valientes, que había ju­
rado morir en defensa de la Constitución, lograron
cortar el paso, cuasi á las puertas mismas de la
cmd:id, al general realista Samper, que avanzaba
COu 3-Doo infantes y 800 caballos.
3

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43 BERNARDO HERRERO OCHOA

Aún contuvieron un mes la avalancha de las fac­


ciones, hasta que el día 5 de Agosto consiguió pe­
netrar en la plaza al frente de 1.000 hombres don
Joaquín de Pablo Chapalangarra, nombrado co­
mandante militar de la provincia.
Pudo arbitrar la Junta, venciendo hasta imposi­
bles, cuantos recursos se le pidieron, y resuelto el
intrépido Chalangarra á morir antes que someterse
al yugo absolutista, levantó el espíritu de los ali­
cantinos, que ya empezaba á decaer; y asumiendo
el mando político de la ciudad, á fin de dar mayor
unidad y rapidez á sus medidas, hizo renacer la
confianza y restablecer la calma, indispensables en
tan críticos momentos.
Vencida quedó al fin la Constitución en todas
partes, y reintegrado Fernando VII en el poder ab­
soluto por la intervención extranjera, quien orde­
nó por Real decreto de 3 de Octubre se entregase
Alicante á las fuerzas francesas que la bloqueaban.
Mas el insigne Chapalangarra, á quien repugnaba
rendir la bandera española á un ejército invasor,
desobedeciendo las órdenes del Rey, aún resistió
treinta y tres días, acosado por todas partes y sin
esperanzas de recibir auxilio alguno; desoyendo las
amistosas invitaciones de M. Foullon de Doné, coro­
nel comandante de las fuerzas francesas estaciona­
das en Elche, hasta que al fin llegó con fuerzas for­
midables el general vizconde de Bonnemains,y con­
siderando Chapalangarra inútil toda resistencia, y
completamente estéril el sacrificio de la ciudad,
aceptó la capitulación honrosa que le ofrecieron,
que fué firmada el 6 de Noviembre de 1823, verifi­
cándose la entrega de la plaza el día 11 del mismo

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INFANCIA DE CASTELAR 35

mes. Así conquistó Alicante el honroso título de


baluarle de nuestras libertades, siendo el último pe­
dazo de tierra española que hollaron los franceses
en aquella vergonzosa intervención.
En el mismo día en que éstos entraron en Ali­
cante, embarcó para Gibraltar don Joaquín de Pa­
blo Chapalangarrra con algunos oficiales y muchos
de los paisanos que más se habían significado en
detensa de la Constitución.
He aquí la época que atravesó la ciudad levanti­
na y el ambiente que respiraron los padres de Cas-
telar en los diez primeros años de su matrimonio;
mas los hechos que acabamos de relatar, sólo fue­
ron el prólogo de la triste tragedia que vino á
inaugurarse en Alicante, cuya narración comienza
en el siguiente capítulo.

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Ill
El terror absolutista en Alicante
(Continuación del anterior.)

Ocupan los franceses á Alicante.—El terror de 1824.—


Sanguinario Gobierno de Irriberri.—El 26 de Di­
ciembre de 1823. —Persecuciones sin tregua.—Alza­
miento de Bazán en Guardamar; su derrota; 29 pri­
sioneros; Bartolomé Arques; fusilamientos; crueldad
de Irriberri.—Cuadro que ofreció Alicante en la épo­
ca del terror.—Posibilidad de que don Manuel Cas-
telar tomara parte en el alzamiento de Bazán.—Huye
de Alicante con su esposa é hija.—Uñensele dos libe­
rales alicantinos, también perseguidos, y embarca
para Cádiz, donde luego se le reúnen con su esposa
é hija.—Nacimiento de Castelar.—Son descubiertos
los fugitivos por los espías de Irriberri y huyen á
Gibraltar.—Fin del terror absolutista en 1832.—Piér­
dese la huella del padre de Castelar; sus compañeros
vuelven á la tierra natal.—Inútiles pesquisas para
averiguar el lugar de su muerte.—Opinión errónea
de un escritor, que afirma vivía aún en Cádiz en
1839.—Está demostrado no murió en esta ciudad.

“El día 12 de Noviembre entró en Alicante - dice


su cronista Jover, el vizconde de Bonnemains—, y
dirigió á sus habitantes una alocución en idioma
francés, para mengua del monarca que escalaba el
trono absoluto, buscando para conseguirlo la más
odiosa de las intervenciones extranjeras."

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38 BERNARDO HERRERO OCHOA

Los franceses, justo es confesarlo, durante su


corta permanencia en la capital, cumplieron noble­
mente las condiciones estipuladas en la capitula­
ción: sostuvieron el orden, respetaron los hogares
y guardaron toda clase de consideraciones á sus
habitantes. Estaba reservado á los realistas espa­
ñoles iniciar la reacción brutal y sanguinaria, que
había de sembrar el terror en la ciudad valerosa,
que tan noble alarde había hecho de patriotismo y
defendido sus ideales.
El día 5 de Diciembre del fatídico año 1823, lie •
gó á Alicante, investido por Fernando VII con los
cargos de gobernador militar y político, el briga
dier don Pedro Fermín de Irnberri, y bien pronto
comenzó á sentir la desgraciada ciudad el despóti­
co poder de este sombrío procónsul del absolutis­
mo, inaugurándose una era de persecuciones y su­
plicios, que duró nada menos que nueve años, en
la que murieron numerosas víctimas, cuyo único
crimen consistía en haber sido partidarios de la
Constitución.
Apenas habían transcurrido tres semanas, cuando
ya Alicante pudo darse cuenta de la suerte que le
esperaba ante la desaprensión fanática de su gober­
nador. Investido con el poder omnímodo que presta
el sistema absolutista, comenzó por rodearse de una
cuadrilla de satélites reclutados entre lo más per­
verso de la hez realista, instrumentos de los más
adecuados para toda clase de delaciones y ven­
ganzas.
El 26 de Diciembre, siguiendo tradicional cos­
tumbre, había salido al campo la población en masa
para celebrar la fiesta de Pascua, y mientras, los

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INFANCIA DE GASTELAS 39

agentes del gobernador promovieron por fútil pre­


texto, dentro de la ciudad, una algarada á la que se
dió carácter de revolución. Púsose á la tropa sobre
las armas; se publicó un bando en que se imponía
la pena de muerte á cuantos circularan por las ca­
lles; cerráronse todas las puertas de la muralla, y
colocado Irriberri, rodeado de sus esbirros en la de
San Francisco, única por la que podían entrar las
gentes que regresaban del campo, sin reparar en
edades ni condición, fué prendiendo á cuantos se
le señalaron como afectos á las ideas liberales.
Ni la cárcel, ni los calabozos del castillo, fueron
suficientes para guardar tantos detenidos, y hubo
que habilitar otros tres edificios donde encerrar á
más de seiscientos ciudadanos pacíficos apresados
en aquella noche funesta, en tanto que los volun­
tarios realistas allanaban los hogares de los libera­
les, cometiendo los mayores excesos.
Tan inaudito atentado fué seguido de un largo y
repugnante proceso, en el que se cometieron las
mayores ilegalidades, á fin de que resultasen reos
varios de los detenidos, y aunque nada pudo pro­
barse á los presuntos delincuentes, muchísimos de
ellos estuvieron encarcelados cerca de año y medio.
Ni por un día cesaron i as persecuciones durante
los años 1824 y 25, alcanzando hasta al clero y á los
más probos y pacíficos vecinos; mas el año 1826
señalóse en Alicante con una de esas hecatombes,
cuya sangrienta mancha así deshonra al partido que
la ejecuta como perdura en la memoria del pueblo
que la padece.
Las enconadas luchas políticas que llenan nuestra
historia en el pasado siglo, vienen siempre á en­

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40 BERNABDO HERRERO OCHOA

gendrar odios insanos, que con la borrachera del


vértigo conducen al hombre á los actos más teme­
rarios. Dos mortales años de persecuciones habían
de hacer posible en Alicante cualquier intento por
descabellado que fuese, que de tal modo debe ca­
lificarse el alzamiento revolucionario de Fernández
Bazán en Guardamar. Con un puñado de valientes
desembarcó en este pueblo, sublevándose al grito
de ¡viva la Constitución! Luchando uno contra
ciento, pronto fueron vencidos y deshechos, que­
dando prisioneros en poder de Irriberri veintinueve
de aquellos desgraciados.
Bartolomé Arques, el patriota insigne á quien vi­
mos acudir en auxilio de Valencia y que luego pe­
leó como un héroe durante el sitio que pusieron á
Alicante los franceses, murió gloriosamente en el
campo de batalla á manos de los soldados realistas.
En el mismo día 22 de Febrero en que tuvo
efecto tan triste jornada, entraron en Alicante los
veintinueve prisioneros, y puestos en capilla diez
y nueve de ellos, fueron fusilados al día siguiente.
No parecía sino que el odioso sicario absolutista
quisiera saborear sus crueldades y prolongar el
sangriento espectáculo, j así se repartieron los
suplicios de las diez víctimas restantes en los
días 24, 25 y 27.
Horror causa leer los repugnantes refinamientos
de crueldad del infame Irriberri, contados por un
testigo ocular de la espantosa tragedia.
Hemos leído varios hechos análogos acaecidos
en nuestras luchas civiles, y aun los más fanáticos
y sanguinarios solían suspender las ejecuciones
hasta encontrar sacerdotes que pudieran reconci­

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INFANCIA DE CASTELAE 41

liar á las víctimas con Dios. Pues bien; parece que


Irriberri tuvo el deliberado intento de hacer ver
que iban impenitentes al suplicio. Cuando al ir á
notificarles la sentencia, se encontró con los sacer­
dotes que esperaban para auxiliarles: “Poco ten­
drán ustedes que hacer, les dijo, porque éstos no
creen en nada", y trató luego de impedir que se tra­
jese el Viático para ocho de los reos que lo habían
pedido, so pretexto de que ya no había tiempo para
ello. “Que vayan por el Viático y que reciban al Se­
ñor—replicó con enérgica entereza el Alcalde ma­
yor de Alicante, que se hallaba presente —, que si no
se fusila á las once se fusilará un poco más tarde."
Hizo Irriberri que á su presencia se leyese la
sentencia de muerte á aquellos desgraciados, y ya
no los perdió de vista, acompañándoles en la carre­
ra hasta el lugar de la ejecución. Di ó de palos á uno
de ellos, y cuando momentos antes del suplicio vió
á los sacerdotes que les estaban reconciliando, les
dijo que ya no era tiempo de confesar.
El mismo colocó á los reos en el sitio en que ha­
bía de fusilárseles, y fué también quien mandó ha­
cer fuego, y enmedio de aquel cuadro de desola­
ción, en que sólo se escuchaban los suspiros de los
que morían y los ayes de los malheridos, supli­
cando á sus verdugos acabasen de una vez sus su­
frimientos, veíase al odioso gobernador entre el
fuego graneado que animaba la siniestra escena,
tentando con el bastón los cadáveres de las víctimas
por si alguno quedaba con vida.
¿A qué seguir contando horrores? Apenas si Ali­
cante guarda recuerdos de otro género de aquella
época de oprobio. Dice Jover que, cuando no cegaba

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42 BERNABDO HERRERO OCHOA

á Irriberri el fanatismo político, era un perfecto


caballero. Posible es que así fuese, mas sintiéndo­
nos quizás tocados de cierto virus fanático, creemos
que á estas fieras humanas debe negarles el agua y
el fuego la conciencia universal.
He aquí trazado á grandes rasgos el cuadro som­
brío que ofrecía Alicante durante el terror absolu­
tista. En plena efervescencia las pasiones políticas,
provocábanse terribles catástrofes entre los opues­
tos bandos, que si los opresores trataban de ahogar
en sangre los nuevos ideales, no se resignaban los
vencidos á que impunemente se les arrancara des­
de la opinión hasta la vida, y habían de ser tremen­
dos aquellos choques impulsados por la desespera­
ción, ante la disyuntiva de la victoria ó la muerte.
Coloquemos dentro de este cuadro á un liberal exal­
tado, según consta lo fué don Manuel Castelar, y
dígase si cabe imaginar que permaneciese indife­
rente en medio del fragor de la pelea. Sin duda fué
hombre de acción, y es muy verosímil tomara par­
te en aquellos acontecimientos. Si carecemos de
pruebas escritas, poseemos, por fortuna, datos de
toda certidumbre, en cuya virtud nos es dable re­
hacer su personalidad.
Cuarenta años de adhesión á don Emilio Caste­
lar, y unido por lazos de familia á los que fueron
sus amigos de la infancia, puedo hacer afirmacio­
nes casi categóricas acerca de sus padres. Aún era
yo un niño cuando oía referir que el padre de Cas-
telar huyó de Alicante, embarcando para Cádiz, á
consecuencia de sucesos trágicos, de una subleva­
ción, en la que hubo derramamiento de sangre, ter­
minando con alevosos fusilamientos. Tenía cierta

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INFANCIA DE GASTELAS 43

idea vaga de que había sido condenado á muerte,


mas tan importante extremo viene luego á confir­
márnoslo su propio hijo. Entre los numerosos tra­
bajos que conservo, publicados por la Prensa con
motivo de la muerte de Castelar, dió á luz la Re­
vista Moderna, de i.° de Junio de ¡.899, una carta
inédita, que el gran tribuno dirige desde París á
López de Ayala, con fecha 11 de Octubre de 1868,
en la que se ocupa del capitán Lagier, de la cual
copiamos las siguientes líneas: “El capitán Lagier,
dice, es un antiguo demócrata al que yo quiero
como á un hermano. Su padre y mi padre fueron
condenados á muerte por Fernando VIL “
Con el mayor detenimiento he estudiado la histo­
ria de la reacción y del terror absolutista en Ali­
cante (1), y tal sublevación no pudo ser otra que la
de Bazán en Guardamar, con los subsiguientes fu­
silamientos de 1826. ¿Se hallaría entre los subleva­
dos don Manuel Castelar? Esclavo de la verdad,
no puedo hacer afirmaciones absolutas; ahí están
los datos apuntados dignos de toda fe; que cada
cual deduzca las verosímiles consecuencias.
No había cruzado por mi pensamiento la idea de
que pudiera llegar día en que se me ocurriese em­
prender este trabajo, cuando hizo la casualidad
que un colega y amigo mío viniera á ampliar las
noticias que tenía de los padres de Castelar, coin­
cidiendo exactamente con lo que llevamos relatado.
Don Manuel Castelar, perseguido á consecuencia

(1) Para más detalles, pu?de consultarse La Reseña


histórica de la ciudad de Alicante, por don Nicasio Cami­
la Jover, Alicante, 1863, de donde hemos tomado los
datos históricos que ofrecemos.

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44 BERNARDO HERRERO OCHOA

de un alzamiento revolucionario acaecido en tiem­


po de Irriberri, logró escapar, sacando de Alicante
á su esposa é hija, niña á la sazón de unos ocho
años, y ocultos fuera de la ciudad, uniéronsele
otros dos liberales alicantinos, también persegui­
dos, y de acuerdo con ellos logró embarcar para
Cádiz, donde no tardaron en reunírsele su esposa
é hija, y sus dos amigos.
Gozaban éstos de gran posición, y facilitáronle
los medios para instalar un colmado ó estableci­
miento de coloniales, en el que, disfrazados, figura­
ban ellos como sus criados ó dependientes. No eli­
gieron al azar como residencia la capital andaluza,
y como todo lo allana y facilita el dinero, pudieron
comprar á algunos agentes secretos, y organizaron
su espionaje, viviendo ojo avizor y maleta en
mano, para huir á Gibraltar al menor riesgo que
correr pudiera su libertad ó acaso sus vidas. Así
transcurrieron algunos años, hasta que cuasi llega­
ron á olvidar los peligros inherentes á la excepcio­
nal situación en que se hallaban (i).

(i) Tenemos muy probables indicios de quiénes fue­


ron los compañeros de emigración de don Manuel Cas-
telar, acaso muy próximos parientes del colega y amigo
á quien debo estos datos; mas razones especiales nos
vedan consignar sus nombres. Posteriormente á la re­
volución de 1868, entre los numerosos amigos con que
contaba Castelar en la provincia de Alicante, figuraban
dos hermanos ya de cierta edad y de gran influencia,
que le hacían objeto de las mayores atenciones, no obs­
tante haber figurado siempre en el partido moderado.
Conservo cartas de uno de ellos fechadas en Altea á
fines del 1890, sobre asuntos políticos locales, que de­
muestran el gran cariño con que distinguían á Castelar.
Acaso fué el aludido colega hijo del mayor de estos
hermanos, que profesaba, cosa muy natural, las ideas

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INFANCIA DE GASTELAS 45

Nada coadyuva tanto á que se compenetren y


hermanen las almas cual la común desgracia, máxi­
me si vagan perseguidas y errantes por lejanas tie­
rras; si juntas rememoran sus nostalgias por la pa­
tria chica y evocan sus amores por el terruño que
prestaba jugo á su carne y alegría á sus sentidos.
Entonces vienen á ligarles tan fuertes é indestruc­
tibles lazos, cual el nexo mismo de la sangre.
¿Cómo no había de crearse espiritual famila entre
aquellos cinco seres, á quienes habián llevado á
Cádiz los insanos odios de una época, que fué para
la pobre España lecho de espinas, y verdadero va­
lle de lágrimas?
Había ido el tiempo amortiguando temores, y
gozábase de cierta tranquilidad en el hogar honra­
do de los padres de Castelar; cuasi habían olvidado
los tres varones su calidad de proscritos. Pero ¡ayl
existen odios que jamás perdonan ni olvidan, sin
que logren siquiera atenuarlos ni el tiempo ni las
distancias. Mas, antes de proseguir nuestro relato,
debemos recordar un fausto suceso que produjo en
aquella casa la más pura alegría.
políticas del padre, siendo un verdadero ultramontano.
Cuando fui á él á fin de precisar sus noticias, anuncián­
dole mi propósito de escribir una biografía de don
Emilio Castelar, contrarióle en extremo que pudiese
aparecer en tal trabajo su apellido. «Mi padre, me dijo,
nada tuvo que ver políticamente con Castelar: fué guar­
dia de Corps, y perteneció siempre al partido modera­
do, figurando como senador en la fracción de Marfori
y de González Bravo.» Promedie solemnemente no oca­
sionar ni á él ni á sus descendientes tan atroz disgusto,
mas esto no obstante, no sólo confirmó y corroboró las
noticias que por él sabia, sino que las amplió con nue­
vos datos acerca del desenlace final que tuvieron el pa­
dre de Castelar y sus dos compañeros de emigración.

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46 BERNARDO HERRERO OCHOA

Hacía catorce años que doña Antonia Ripoll no


había vuelto á saborear las delicias de la materni­
dad, y el día 7 de Septiembre de 1832 vino al mun­
do el hijo de sus entrañas, recibido con el mayor
júbilo, á quien se dio el nombre de Emilio (1).
No parece sino que el hado adverso elige siem­
pre los momentos en que sentimos el máximum de
dicha, para asestarnos sus más certeros golpes, y
precisamente en aquellas horas de íntima alegría
vino á sembrarse la consternación y el duelo en la
morada de don Manuel Castelar.
Los espías de Irriberri, violando la correspon­
dencia que sus compañeros dirigían desde Cádiz á
sus familias, descubrieron su paradero, y con el
mayor sigilo trataron de prenderles, pudiendo por
verdadero milagro escapar de las redes, con tiem­
po apenas para embarcarse y huir á Gibraltar.
Rudo golpe debió ser éste para don Manuel Cas-
telar. Aquel hombre, que apenas rebasaría los cua­
renta años, había pasado la mayor parte de su vi­
vir arrostrando persecuciones y en lucha constante
por la existencia, y era prueba harto dura tener
que alejarse de la esposa amada, quién sabe si de­
jándola en el desamparo, cuando aún no había
abandonado el lecho convaleciente de su alumbra­
miento.
No impunemente se soportan los padecimientos
morales, y las negruras de un porvenir preñado de
(1) Tanto se ha copiado la partida de bautismo de
don Emilio Castelar, que nos abstenemos de hacerlo
una vez más. Sépase que fué bautizado el n de Sep­
tiembre de 1832, hallándose su partida en el archivo
parroquial de Nuestra Señora del Rosario de la ciudad
de Cádiz.

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INFANCIA DE GASTELAS 47

asechanzas debieron de abrir profunda huella en


aquella alma atribulada,mientras debían transcurrir
en Cádiz las mortales horas, día tras día, y un mes_
tras de otro, esperando en vano la vuelta de los fu
gitivos.
Comenzaron felizmente á disiparse las densas
brumas que entenebrecían el celo de España en las
postrimerías del año 1832, y nueva aurora de liber­
tad coloreó sus horizontes con rosadas tintas. Ali­
cante vió huir al odioso Irriberrri que era cobarde,
á fuer de cruel y sanguinario, depuesto el 30 de
Noviembre de aquel año, y libre de lo que había
creído pesadilla perdurable, pudo respirar las bri­
sas de la libertad que venían á barrer la asfixiante
atmósfera del absolutismo.-
Si lo que acababa entonces era sólo el prólogo
de nuestra azarosa historia del siglo xix, los que
han hambre y sed, y el náufrago que batalla entre
las olas con la muerte, no discuten ni paran mientes
en la condición de quién les echa el cable desde la
nave salvadora, ó les ofrece abundante el agua y el
pan. Agradecidos, y entre raudal de lágrimas, be­
san la mano que hace renacer en ellos la alegría
del vivir.
La España de 1833 saludó con júbilo la nueva
etapa que le abría el porvenir, idealizada en la
tierna hija de Fernando VII; y los compañeros de
don Manuel Castelar pudieron volver á la tierra
natal á abrazar á sus familias. La que no volvió á
abrazar á su esposo, fué doña Antonia Ripoll. Náu­
frago de la vida, debió sucumbir á la pesadumbre
de sus infortunios en aquel pedazo de tierra espa­
ñola, aún extranjera para mengua nuestra.

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48 BERNARDO HERRERO OCHOA

¿Estará enterrado en Gibraltar el padre de Cas-


telar?,
Si cupiese el intento en la esfera de lo factible,
merecería la pena de averiguarlo.
Sin forzar razonamientos, encontramos la mayor
certidumbre en los datos que vino á darnos nuestro
amigo y colega, y es sensible no fuese con nosotros
más explícito, dictándonos si fué en efecto su padre
uno de los compañeros de emigración de don Ma­
nuel Castelar, pues le considerábamos perfecta­
mente enterado de aquellos sucesos, y explicados
quedan en la preinserta nota los más ó menos res­
petables motivos para no poder conseguir de él
detalles más minuciosos. Además de esto, nos pa­
rece difícil que sin un estudio previo de la historia
del terror absolutista en Alicante, coincidieran tan
perfectamente las fechas, según nos contaba tales
acontecimientos, entre la huida de los emigrados de
Cádiz, el nacimiento de Castelar y las postrimerías
del gobierno de Irriberri.
No obstante nuestra fe en el fin probable que
atribuimos á don Manuel Castelar, cuya huella se
pierde totalmente en su marcha á Gibraltar, quisi­
mos cerciorarnos, indagando si pudo morir y ser
enterrado en Cádiz, y al efecto creimos pertinente
buscar su partida de defunción en el mismo archivo
parroquial de Nuestra Señora del Rosario, donde
se encuentra la del bautismo de su hijo Sirviónos
en tal cometido persona ilustrada y competente:
un hijo de la ilustre escritora doña Patrocinio de
Biedma, quien asesorado del cronista de la ciudad,
nos decía en carta de 2 de Marzo de 1907, “que
don Emilio Castelar nació en Cádiz en la plaza que

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INFANCIA DE GASTELAS 49

hoy lleva su nombre (antigua de Candelaria), nú­


mero i; que fué bautizado en la parroquia del Ro­
sario, y que según el cronista de la ciudad, se lo
llevaron sus padres cuando próximamente tenía un
año á un pueblo de la provincia de Alicante, no
volviendo por Cádiz más que cuando ya era un
hombre."
“Don Manuel Castelar, continúa diciendo la carta,
según el referido cronista, debió morir dentro del
año 1834 en el mencionado pueblo de Alicante."
Ciertamente que no nos parece Cádiz el sitio más
& propósito para adquirir noticias acerca del padre
de Castelar, pues como demostraremos en el pró­
ximo capítulo, ya no volvió á pisar la tierra alican­
tina desde que emigró en 1826. Es además absolu­
tamente cierto que doña Antonia Ripoll salió de
Cádiz con sus dos hijos, Concha y Emilio, siendo ya
viuda, y la fecha de 1834, indicada por el cronista,
debió ser la en que, según nuestros cálculos, mar­
chó la honorable señora al pueblo de Aliaga en la
provincia de Teruel.

Cuasi terminado este libro, publicóse en Valen­


cia un nuevo trabajo biográfico de don Emilio Cas-
telar (1), que en lo referente á los años de su in­
fancia y juventud, no es otra cosa que un resumen
de lo ya dicho en los libros de González Araco,
Morayta, Alberola y otros.
Es autor de este nuevo trabajo biográfico el joven
escritor don Julio Milego, quien hostigado acaso por

U) Emilio Castelar, su vida y su obra, por Julio


Ablego, 1906.—Imprenta Alufre, Valencia.
4

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5° BERNARDO HERBERO OCHOA

afanes de originalidad, viene á darnos nuevas no­


ticias por nadie sospechadas, en pugna con cuanto
han escrito los que se han ocupado de esta ma­
teria.
Convencidos de lo erróneo de sus asertos, creé­
monos en el inexcusable deber de refutarle, y per­
dónenos el señor Milego, si al contender con él se
nos desliza alguna palabra que pueda herir su sus­
ceptibilidad.
Afirma el joven escritor que don Manuel Cas-
telar aún vivía en Cádiz en 1839, teniendo á su hijo
á su lado hasta la edad de siete años, y nos da pe­
los y señales de los colegios á que éste asistió, de
quiénes fueron sus maestros, etc., etc. Aunque se
reputasen falsos cuantos datos hemos aportado en
el presente y en el anterior capítulo, bastaría haber
tratado á don Emilio Castelar para rechazar de
plano semejante suposición. No abrigue la menor
duda el señor Milego: los documentos que cita no
se ajustan á la exactitud de los hechos.
¡Que Castelar vivió en Cádiz con su padre hasta
la edad de siete años Si esto fuese cierto, nos hu­
biera dado cuenta hasta de las piedras de las ca­
lles de su ciudad natal, y sólo por excepción se le
oía nombrar á Cádiz y á su padre: ¡como que no le
conoció! En cambio, cuando venía á la tierra ali­
cantina y le acompañábamos en sus excursiones
por Sax, Elda y Petrel, asombraban los recuerdos
de su infancia que su prodigiosa memoria le evo­
caba, refiriéndolos con sus fechas, muy anteriores
por cierto al 1839. Llenaríamos algunas páginas si
hubiésemos de narrar todos aquellos recuerdos,
algunos de los cuales irán apareciendo oportuna­

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INFANCIA DE CASTELAB 51

mente. Me limitaré por el momento á citar sólo uno,


por ser hecho que podría comprobarse documen
talmente.
Castelar vió por primera vez en Sax las fiestas
de moros y cristianos, de las que era gran entusias­
ta, el 1838, en la que este pueblo dedica á su pa­
trono, San Blas, en los primeros días del mes de
Febrero,y cuando contaba poco más de cinco años.
En el año 1838 figuraba como uno de los primeros
números del programa de las fiestas, la inaugura­
ción de las fuentes públicas; tenía el pueblo extra­
muros sus aguas potables, y venciendo mil dificul­
tades, y tras cuantiosos dispendios, había logrado
llevarlas al interior de la población. Comenzaron.
Pues, á correr las fuentes, en las primeras horas de
la mañana del día 2 de Febrero, y tal alegría pro­
dujo entre los vecinos, que dos de ellos se zambu­
lleron en el pilón de la que había en la plaza, dán­
dose un gran baño de placer. Castelar, que presen­
ció aquella escena, nos la repetía varias veces, ci­
tándonos hasta los nombres de los dos intrépidos
Sageños, que pudieron pagar sus entusiasmos acuá­
ticos con una pulmonía.
Demos fin á este asunto por el momento, hacien­
do bajo nuestra palabra honrada una afirmación ro­
tunda y categórica: Castelar pisó por primera vez
las calles de Sax en los primeros días del mes de
Abril de 1837, fecha señalada por un suceso trági­
co, del que habremos luego de ocuparnos.
El argumento capital en que se apoya don Julio
Milego para deducir que don Manuel Castelar vi­
vía aún en 1839, es que su nombre figura hasta esa
fecha en la lista de milicianos nacionales, yen la Guía

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52 BERNARDO HERRERO OCHOA

de forasteros de Cádiz. Nada absolutamente prueba


esto, á j uicio nuestro, y creemos que sólo demuestra
la apatía é indiferencia del público y, sobre todo, la
negligencia de quienes se ocupan en tales listas y
documentos. Puedo citar como ejemplo que yo mis­
mo he estado votando, y figuré por seis ú ocho años
en las listas electorales de uno de los distritos de
Madrid donde ya no vivía, de lo que puede dedu­
cirse, que si dentro de algunos años quisieralaveri-
guarse con estos censos en la mano los sitios don­
de yo había vivido, obtendríamos resultados com­
pletamente falsos.
Igual puede decirse de las Guías de forasteros y
otras análogas publicaciones. Desde hace algunos
años vienen publicándose extensos Anuarios de co­
mercio, en cuya publicación invierten grandes su­
mas sus editores, y está en su interés que res­
plandezca en ellos la mayor exactitud. Pues bien,
invito al Sr. Milego á que haga la prueba que yo
he realizado repetidas veces: coja uno de estos
Anuarios y fíjese en los datos de alguna población
conocida, en los de Madrid mismo, donde están im­
presos, y repase la lista de comerciantes, la de in­
dustriales, la de profesiones..., y se encontrará de
seguro con que figuran en ellas muchos individuos
que desgraciadamente llevan ya algunos años en el
cementerio.
Si por obligación hemos combatido la opinión
del señor Milego de que Castelar vivió con su pa­
dre en Cádiz hasta el 1839, hemos de aplaudir sus
minuciosas investigaciones en demostración de que
don Manuel Castelar ni murió ni está enterrado en
esta ciudad. Nosotros, que tratamos, aunque inútil­

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INFANCIA DE GASTELAS 53

mente, de buscar su partida de defunción, hemos de


agradecer al señor Milego nos de resuelto con cre­
ces este problema, ante el cual sólo queda en pie
nuestra hipótesis de que esté enterrado en Gibral­
tar. No; don Manuel Castelar no murió en Cádiz ni
sabe nadie, y acaso hasta los mismos suyos igno­
rasen, el lugar y la fecha en que acaeció su falleci­
miento. He aquí las investigaciones llevadas á cabo
por don Julio Milego:
“Revisado con minuciosidad, dice, el Registro
original de los Nichos y Sepulturas, ocupadas en el
cementerio de Cádiz, desde el año 1839 á 184b, que
se conserva en el archivo de su Ayuntamiento, no
se encuentra el nombre de don Manuel Caslelar“.
“Igualmente sucede en los dos Registros de en­
terramientos del Cementerio, que comprenden los
años de 1817 á 1845, lo mismo en el de Medias se­
pulturas como en el de Nichos“.
“Idéntico resultado se obtiene consultando el Li­
bro de defunciones de la Parroquia de Nuestra Seño­
ra del Rosario á cuya feligresía pertenecía la casa
que habitó Castelar" (1).
(1) Julio Milego. Castelar, su vida y su obra. Pági-
n3s 18 y 19.

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Biblioteca Nacional de España
IV

Caatelar en tierra alicantina.

El éxodo de doña Antonia Ripoll.—De Cádiz á Aliaga.


Castelar en tierra alicantina.—Acogida generosa que
encuentra en los suyos.—Primera visita de Castelar
á Sax.—Fundamento que tenemos para ocuparnos de
estos hechos.—Nace una amistad que perdura sesen­
ta años.—Comparte su tiempo entre Sax y Elda.—
Afecto entrañable que sintió siempre por aquella tie­
rra, y protección que halló en deudos y amigos.—Co­
rrespondencia de Castelar con sus amigos de Sax; in­
teresantes datos que contiene.—Su entusiasmo por
todo lo de su tierra predilecta.—Algunas anécdotas.
—Recuerdos inverosímiles de su infancia de los pue­
blos de Sax y de Elda.

Creemos muy difícil precisar la fecha en que


doña Antonia Ripoll con sus hijos abandonó la ciu­
dad de Cádiz. Ha poco citamos la opinión del cro­
nista de esta ciudad, quien, salvo el error crasísimo
de que don Manuel Castelar marchó con su esposa
é hijos á un pueblo de Alicante, acaso con algún
fundamento señala la del 1834; fecha que nosotros
aceptamos como la más probable, creyéndola muy
próxima á la verdad.
En los mismos días en que vino Castelar al mun­
do, desarrollábase en la Granja el prólogo de la

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56 BERNARDO HERRERO OCHOA

sangrienta tragedia, que llena nuestra historia du­


rante el segundo tercio del pasado siglo: allí surgen
perfectamente dibujados los bandos cristino y car­
lista, cuando la traición y la perfidia, encarnadas en
el obispo de León y en Calomarde, creyendo ¿Fer­
nando VII á las puertas de la muerte y con la razón
cuasi perdida, le arrancan la firma en el codicilo-de-
creto por ellos redactado, derrogando la Pragmáti­
ca Sanción, y restableciendo la Ley Sálica.
Vuelto en sí el rey, y mejorado de su enferme­
dad, tras la histórica bofetada de la infanta Carlota
á Calomarde, rechaza y se retracta de cuanto había
firmado; exonera á éste y á sus compañeros, y dan­
do á su esposa María Cristina prueba de confianza,
la encarga del despacho de los negocios de Estado.
Desde el 4 de Octubre de 1832, al 4 de Enero del
1833, en que Fernando Vil, aunque pasajeramente,
volvió á tomar las riendas del Gobierno, dictó la
reina muy sabia* disposiciones, y entre ellas dió un
decreto de amnistía en favor de los liberales emi­
grados ó perseguidos. A este suceso viene á nues­
tro entender, á subordinarse la partida de Cádiz de
doña Antonia Ripoll.
Lógico es suponer que los compañeros de emi­
gración de don Manuel Castelar se acogieron á esta
amnistía, mas aunque se halla el Real decreto ru­
bricado en la Granja, de mano de la reina María
Cristina, en 15 de Octubre de 1832, no se dictan has­
ta el día 30 de este mes las reglas para su aplica­
ción, y cuasi transcurre el resto del año para des­
tituir á las autoridades absolutistas (1). Como recor-
(1) Morayta, Historia general de España, tomo VI,
página 1.089.

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INFANCIA DE CASTELAR 57

daremos, hasta el 30 de Noviembre no fué depues­


to Irriberri en Alicante.
Si consideramos la lentitud y parsimonia conque
se llevarían á cabo estos asuntos, cuando se carecía
de la locomotora y el telégrafo, fácil es presumir
que los emigrados de Gibraltar, no podrían volver
de su destierro hasta bien entrado al año 1833, y
quizá hasta entonces ignorara doña Antonia Ripoll
la suerte de su esposo, y no se diera cuenta de toda
la magnitud de su infortunio.
Esto no obstante, doña Antonia Ripoll aún debió
vivir algún tiempo más en la ciudad andaluza, y no
es exagerado pensar que permaneció en ella por
todo el año 1833, y acaso parte del 34. Habría de
proporcionarse los recursos necesarios para tan
largo y costoso viaje, que con sus últimas vicisitu­
des no estarían muy sobrados, y algunos asuntos
tendría que liquidar en una población donde se ha­
bía creado un nuevo hogar, viviendo en ella con un
establecimiento comercial durante siete años.
Es asimismo indubitable, que antes de decidir
su viaje á Aliaga, tendría que ponerse de acuerdo
con sus parientes, y en aquellos dichosos tiempos,
una carta desde Cádiz á la provincia de Teruel, ne­
cesitaría un mes bastante largo para obtener res­
puesta. Todas estas cosas, apenas si hoy las com­
prendemos, en que basta la munificencia de un alma
caritativa, para que en veinticuatro ó cuarenta y
ocho horas atraviese la península una familia des­
graciada, si no con el confort de un coche de prime­
ra clase en tren exprés, en un humilde vagón de
tercera. Pero sería entonces empresa ardua y cos­
tosísima empaquetarse dos señoras con un niño de

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53 BERNARDO HERRERO OCHOA

pecho en un carro, galera ó cualquiera otro de


aquellos desvencijados carricoches, llamados dili­
gencias, que hicieron las delicias de nuestros abue­
los, y devorar leguas y leguas durante días y sema­
nas, comiendo mal y descansando peor en camas­
tros de ventas y posadas.
Triste debió de ser la partida de Cádiz de doña
Antonia Ripoll, con su hija Concha, que contaría
apenas los diez y seis años, y su hijo Emilio, de
poco más de uno. Comenzaba su éxodo la venera­
ble señora con la pérdida de un esposo y dejando
un hogar abandonado, y quizás no vislumbrase al
final de su interminable jornada rosados horizontes
que la tranquilizaran en cuanto á su bienestar y el
de sus hijos.
Admítese generalmente que la madre de Castelar
marchó desde Cádiz á Aliaga, pueblo de la provin­
cia de Teruel, mas aunque aceptemos el hecho, no
deja de ofrecernos ciertas dudas, máxime desde
que hemos demostrado que no era natural de Alia­
ga don Manuel Castelar (:). Hay quien supone que
se dirigió á este pueblo en busca del amparo de los
parientes de su esposo; afirman otros categórica­
mente que buscaba la protección de sus deudos los

(i) En un folleto publicado á raíz de la muerte de


Castelar, del que más adelante hemos de ocuparnos con
detenimiento, dice su autor, el señor Paya Pertusa,
«que después de la muerte de su padre, ocurrida en Cá­
diz, marchó la viuda con sus hijos, Concha y Emilio, al
pueblo de Aliaga, de donde el finado era natural». Res­
pecto al primer extremo, nos remitimos á las minucio­
sas investigaciones que llevó á cabo don Julio Milego,
y en cuanto al pueblo de donde era natural, véase su
partida de matrimonio que copiamos oportunamente.

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INFANCIA DE GASTELAS 59

Guijarros, que tenían en Aliaga una Administra­


ción de rentas estancadas; y leyendo por fin á Albe-
rola, testigo de mayor excepción, aunque aparece
algún tanto confuso en este asunto, dedúcese que
la Administración de rentas de Aliaga se la procu­
raron los Guijarros á D. Máximo del Val, cuando
perseguido por los reaccionarios de Elda, por sus
exaltadas ideas liberales, le hicieron emigrar y con­
sumaron su ruina, y entonces abandonaron todos
este pueblo, ya terminados los estudios de segunda
enseñanza de Castelar.
Sea de ello lo que fuere, asunto es éste asaz mez­
quino para engolfarnos en minuciosas disquisicio­
nes, y aunque admitamos con algunas reservas el
viaje á Aliaga de doña Antonia Ripoll, todos con­
vienen en que debió permanecer muy poco tiempo
en tierra aragonesa, trasladándose con sus hijos á
la provincia de Alicante, donde encontró la protec­
ción de su familia, que la componían su hermano
don Francisco, al que familiarmente llamaban el tío
Quico, su hermana doña Francisca María, y su es­
poso, don Máximo del Val, que dedicados al comer­
cio, se hallaban establecidos en Elda. Con los bra­
zos abiertos recibieron á su hermana doña Antonia,
y en su hogar encontraron ella y sus hijos la más
franca hospitalidad.
Aparte otros fundamentos, por hechos que fre­
cuentemente oíamos referir al propio don Emilio
Castelar, debieron venir á Elda del año 1835 al 3(5,
y bien puede decirse que comienza en tal punto lo
más interesante de la historia de su infancia, con la
generosa acogida que los suyos le dispensaron.
Circunstancias especiales, ya anteriormente indica­

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6o BERNARDO HERRERO OCHOA

das, me han hecho conocer con alguna precisión


esta época de la vida de nuestro gran tribuno, y
puedo por ende darla á conocer.
Una amistad íntima unía de antiguo á los padres
y parientes de Castelar, y particularmente á su tío
don Francisco, con la familia de don Joaquín Sena-
bre, residente en Sax, cuya muerte trágica, asesina­
do por los carlistas, da comienzo al relato de he­
chos narrados en este capítulo. Su viuda, doña Ma­
riana Gil, vivía en Sax con sus dos hijos,que al que­
dar huérfanos de padre contaban seis y cuatro años
de edad .respectivamente.
Habitaba esta familia la casa señalada con el nú­
mero 16 de la antigua calle Ancha, hoy calle de Cas
telar, donde pasó éste gran parte de sus primeros
años, casa que en la actualidad se conserva exacta­
mente lo mismo que en aquella época. Quien esto
escribe, nació y se crió en el núm. 12 de esta mis­
ma calle, y siempre vivieron mis padres, como an­
tiguos y buenos vecinos, en la mejor armonía con la
familia de Senabre. A mayor abundamiento, el hijo
menor de doña Mariana Gil contrajo matrimonio en
1856 con la mayor de mis hermanas, y he aquí de
qué modo he podido adquirir los datos biográficos
que refiero, bebiendo en las mejores y más verídi­
cas fuentes.
En los primeros días de Abril del 1837, pisó Cas-
telar las calles de Sax por vez primera, dato posi­
tivo y de absoluta certeza para quienes duden que
en esa época se hallaba ya en tierra alicantina. Fué
en el día primero de este mes y año cuando cayó
sobre Sax la horda de Forcadell, lugarteniente de
Cabrera, y don Joaquín Senabre, sorprendido en

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INFANCIA DE GASTELAS 6x

mitad del campo, murió cosido á lanzadas á manos


de los carlistas. Vino sin duda en visita de pésame
doña Antonia Ripoll, á prodigar los consuelos de
la amistad á doña Mariana Gil en su viudez recien­
te, y mi madre, que trataba á la de Castelar é iba
siempre á saludarla cuando venía al pueblo, nos re­
cordaba aquella visita con motivo de las frecuentes
excursiones que hacían á Sax don Emilio y su her­
mana Concha. Copiamos con toda fidelidad los tér­
minos en que nos lo contaba mi madre. “Hacía muy
pocos días que habían asesinado á Joaquín Sena-
bre cuando vino por primera vez con sus hijos la
hermana del Alicantino (así llamaban en Sax á don
Francisco Ripoll); ella (doña Concha), era ya une
moza hecha y derecha; él (don Emilio), era un niño
hermoso, regordete y muy vivaracho, que tendría
apenas unos cuatro á cinco años." No contaba en­
tonces doña Concha más que diez y nueve años;
pero á los que la hemos conocido, no puede extra­
ñarnos que por su tipo representara más edad de
la que en realidad tenía.
Castelar tuvo de por vida con el pueblo de Sax
las mayores conexiones, mediante una amistad que
á él le tuvo unido con verdaderos lazos fraternales.
Bastan á los niños algunas horas, quizá minutos,
para empezar á tratarse como antiguos camaradas
é íntimos amigos, y aquel día de primeros de Abril
de 1837, nació aquella amistad que sólo podía ter­
minar el luctuoso 25 de Mayo de 1899 en San Pe­
dro del Pinatar, entre Emilio Castelar y los huérfa­
nos de don Joaquín Senabre; Secundino, de su mis­
ma edad, y Pepe, mi hermano político, de dos años
menos, que vive todavía, frisando en los ochenta,

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Ó2 BERNARDO HERRERO OCHOA

que será sin duda uno de los contados amigos de la


infancia que le sobreviven.
Desde entonces, y hasta el fin de su vida, no se
interrumpieron ni por un momento las relaciones
entre Sax y Castelar; y entre Sax y Elda compartió
el tiempo en sus primeros años.
Su tío Máximo, que como queda dicho se hallaba
dedicado al comercio, tenía una tienda que, como
todas las de las pequeñas poblaciones, consistía en
un pequeño bazar, con infinidad de artículos, don­
de podían proveerse los vecinos de cuántos géneros
necesitaban, siendo él ramo de tejidos una de las
principales bases de su comercio. Los miércoles,
día en que se celebra en Sax mercado, concurrían á
él sus dependientes poniendo un puesto ó parada,
donde vendían sus géneros, y comenzó á venir con
ellos Castelar montado en el carro sobre las piezas
de lienzos y percales; y aquellas visitas, que las
primeras veces sólo duraban horas, pronto se pro­
longaron de semana á semana y aun de quince á
quince días, en términos que pronto los tres niños
se hicieron inseparables.
Doña Mariana Gil, que era la bondad personifica­
da, no tardó en sentir por el pequeño Emilio el ca­
riño más acendrado, concluyendo por ser para él
una segunda madre.
Tierno y entusiasta Castelar en sus afectos; ar­
tista por temperamento y amante cuál ninguno de
aquellos á quienes distinguía con su amistad, natu­
ral era que aquel hombre todo corazón sintiese du­
rante su vida la pasión de un enamorado por aque­
lla á la que llamó su tierra predilecta, y en ver­
dad que no le faltaban motivos en que fundamen-

Biblioteca Nacional de España


INFANCIA DE GASTELAS, 63
tar tan grande y singular afecto. El tibio ambiente
que, acariciándole cual beso amoroso, oreaba sus
carnes y prestaba á su pecho vivificador hálito de
vida; los deliciosos vergeles que brotan de su fe­
cundo seno, que al par que recrean la vista nos re­
galan con los más ópimos y sazonados frutos;
aquella tierra, en fin, hija predilecta de la pródiga
Naturaleza, que al calor de los rayos caniculares
del sol de Julio muestra la vegetación más exube­
rante bajo su cielo azul y transparente, fueron para
Casteiar el medio más adecuado en los días de su
niñez. Si á esto se agrega que allí encontró en el
amor de los suyos el bienestar, que tan grato ha­
bría de serle en su orfandad temprana, y que halló
igualmente protección y amparo en las más desin­
teresadas amistades, ¡cuán natural es que todas es­
tas cosas echaran en su alma tan hondas raíces, y
que acabaran por crearle una nueva familia, á la
que le ligaron de por vida tan fuertes lazos como
los de la sangre!
Hemos hecho el propósito de copiar en estas pá­
ginas lo menos posible de lo que otros han escrito
acerca de Casteiar, á no ser que á ello nos obligue
la necesidad de refutarlo, mas citaremos no obs­
tante del folleto titulado Recuerdos de Elda (1) á
la familia de don Antonio García y doña Aleja de
Juan, que generosamente acogieron en este pueblo
á doña Antonia Ripoll y á sus hijos, cuando vejado
y perseguido don Máximo del Val por sus ideas li­
berales, tuvo que emigrar de él completamente
arruinado.
(1) Recuerdos de Elda, folleto, por J. Payá Pertusa.
Madrid, 1899, pág. 35.

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64 BERNARDO HERRERO OCHOA

Ya hemos referido cuán pronto vino doña Maria­


na Gil á confundir en un mismo cariño á Castelar y
á sus dos hijos, sin que se interrumpiese la amistad
y continuo trato entre los tres niños desde la citada
visita de 1837; mas cuando empezó á preocupar á
doña Antonia Ripoll la carrera de su hijo, que ya
iba á cumplir los diez años, con mil amores le aco­
gió en su hogar y le señaló un puesto en su mesa
la generosa viuda de don Joaquín Senabre, perma­
neciendo de hecho en Sax Castelar más de tres
años, donde un maestro eminente ponía mano en
su educación literaria.
Daríamos á estas páginas extensión inusitada si
fuéramos á referir cuantos datos conocemos de
Castelar en aquellos sus primeros años, que aun­
que á primera vista parezcan nimiedades, todos de­
muestran el amor profundo que sintió por aquellos
pueblos y la decisiva influencia que en él ejercie­
ron. Consérvase en casa de mi hermana la corres­
pondencia de sus últimos cuarenta años y de la in­
finidad de cartas que la forman, escogimos cuasi al
azar dos ó tres docenas, que guardamos como teso­
ro de valor inapreciable. Pueden considerarse una
veintena de estas cartas, que abarcan el período de
1856 al 66, como verdaderos documentos históricos,
pues en ellas se pinta la titánica lucha que sostuvo
en aquellos años el ilustre propagandista de la De­
mocracia española.
No entra en nuestro propósito estudiar á Caste­
lar en el concepto político ni literario, mas como la
vida individual, materia prima de la historia, no es
otra cosa que una serie de actos solidarios, en que
á semejanza de ésta se eslabona el hoy con el ayer

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INFANCIA DE GASTELAS 65

para preparar y servir de base al mañana, guardan


las cartas de Castelar, aun bajo el aspecto político,
tales conexiones con los años de su niñez, que bien
podemos traer á este libro muchos de los datos que
contienen.
En ellas se ocupa de la publicación de algunas de
sus obras más famosas, como la Redención del es­
clavo (Noviembre de 1859), y allí está la historia
completa de su periódico La Democracia, desde
que nace y cuenta á su amigo las dificultades eco­
nómicas con que lucha para adquirir una imprenta,
hasta que ya gozando el periódico de vida propia,
con más de cuatro mil suscriptores, y convertido
en ariete de la Monarquía, sufre la guerra sin cuartel
que le hacen los últimos Gobiernos ultrarreaccio-
narios y despóticos de las postrimerías del reinado
de Isabel II, tratando de matarle á todo trance.
Agobiado oor las cuantiosas multas que sobre él
Pesan, dícele á su amigo Secundino, en carta del 19
de Mayo de 1865: “Para hacer frente á las cuarenta
y siete denuncias que tengo, estoy reuniendo algunas
cantidades entre los amigos, pagaderas al año que
viene de los productos del periódico, que tiene ya
más de cuatro mil suscriptores, y se encuentra en
muy buen estado; pero las multas me asesinarían,
si el auxilio de los amigos me faltase."
En algunas cartas del 1861, y en cuasi todas las
del 63, habla de sus aspiraciones electorales y de su
mdiente anhelo por representar en el Congreso á
Aquellos pueblos, mostrando la pasión que por ellos
Slente, por lo que nos parece oportuno copiar algu-
ños párrafos de las citadas cartas. Helos aquí:
"Madrid, 5 de Febrero de 1861.—Querido Se-
5

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66 BEBNABDO HEBBEEO OCHOA

cundino: Nada me complacería tanto en el mundo


como el ser diputado por el distrito de Sax. Tengo
arreglados todos mis papeles, y tengo todos los re­
quisitos necesarios para ser diputado. Pago de con­
tribución los mil reales que exige la ley. Deseo ser
diputado para defender la libertad, pero serlo por
ahí, sería el mayor de mis placeres.
“Adiós, te quiere mucho, muchísimo, tu amigo.—
Emilio
“Del 24 de Abril de 1863. Justo será que traba­
jéis todo cuanto fuera posible para presentarme
candidato por ese distrito, aunque no hubiese espe­
ranza de éxito. Tal vez tendríamos base para otras
elecciones. Aquí trabajamos con grande ahinco para
lo de Cartagena. Allá veremos.
“Expresiones á Pascuala, y tú recibe las mani­
festaciones del sincero cariño de tu hermano del
alma. Emilio.“
“Del 29 de Junio de 1863.—Querido Secundino:
Recibo con grande y verdadera alegría tu carta y la
de Federico. Creo que debéis comenzar pública­
mente los trabajos para sacar mi candidatura, al
menos de las urnas, ya que no vencedora, honrada.
Debes ver á Belloc de Villena y comprometerle
para los votos de los progresistas. En caso de que
fuera necesaria una carta de alguno de los jefes del
partido progresista, dímelo, y haremos que de aquí
la escriban. En Elda se puede contar con algunos
votos, aunque la mayoría está por San to nj a. Hoy
escribo á Federico, y escribo también á Francisco.
Veremos qué se puede hacer.
“Siempre tuyo invariable amigo.—Emilio.“
“Del 25 de Julio de 1863. ...Respecto á eleccio­

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INFANCIA DE CASTELAR 67

nes, todo cuanto creáis que debo hacer yo, lo haré.


Puedo decirte en confianza que no encontraremos
una grande oposición de parte del gobernador. Ya
sabes que no aspiro ahí á vencer, sino á consignar
que en mi distrito natural hay mucha gente que de
mí se acuerda...
“Adiós, querido; ya sabes que te quiere de todo
corazón tu hermano.—Emilio
“Del 14 de Octubre de 1863. ...Hablando de otra
cosa, habrás visto cuán unánime ha sido la absten­
ción en el partido democrático. Sin embargo, esto
no debe ser obstáculo para que trabajéis todo lo
posible, á fin de preparar unas elecciones en lo por­
venir. Yo, que así que haya un poco de libertad
electoral, saldría por varios distritos, yo tendría
á mucha honra optar por aquel donde casi he naci­
do; donde, al menos, tengo esos amigos de la infan­
cia á quienes queremos como individuos de nues­
tra misma familia...
“Adiós, querido Secundino; ya sabes que te quie­
re muchísimo tu.—Emilio (1).“
Mas aunque encaja perfectamente en estas pági­
nas su deseo vehemente, que él tenía á gran hon­
ra, de representar en Cortes á estos pueblos, que
consideraba como su patria chica, lo más intere­
sante en esta correspondencia íntima es el hermoso
alarde de amistad que campea en ella, al par que
el himno de amor dedicado al pedazo de tierra que
cual madre solícita le arrulló en su regazo en los

(i) Estas cartas, facilitadas por mí, se insertaron en


el número extraordinario de El Porvenir Postal, del 20
uc Julio de 1910, dedicado á don Emilio Castelar.

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68 BERNARDO HERRERO OCHOA

días de la niñez. No son bajo este aspecto las car­


tas de Castelar las que un amigo escribe á otro
amigo, sino las que un hermano escribe á otro her­
mano, cuyas almas se compenetran en todas sus
alegrías y dolores.
Tu invariable, tu constante, tu siempre fiel ami­
go, tu hermano del alma, son, con otras frases aná­
logas, rebuscadas en el vocabulario de la amistad
más tierna, las que sirven de antefirma en todas es­
tas cartas. La muerte de sus madres, la elección de
esposa del amigo, sus propósitos de apadrinarle en
la boda, que por circunstancias imprevistas no
pudo ver cumplidos, etc., etc., sírvenles de tema ó
argumento.
Mas cuando constituye su hogar el joven matri­
monio, trátase en muchas de ellas de concertar la
expedición veraniega para pasar reunidos con los
amigos, él y su hermana Concha, el mayor tiempo
posible, ya en Sax, ó bien en algún punto de la cos­
ta alicantina. Entonces se ve la gran pasión que
sintió siempre Castelar por su querida tierra. Nó­
tase en sus cartas la nostalgia del colegial que
cuenta las horas, soñando en los días de asueto de
las vacaciones del verano para ir á correr y triscar
en los campos y prados de su pueblo. Nunca decre­
ció esta pasión en don Emilio, sino que era en él
más intensa con el transcurso de los años. He aquí
unas cuantas líneas de una carta escrita en 1884:
“Si enfermedades ó trabajos no lo impiden, os veré
sin duda este verano, pues siento el más vivo de­
scorde consagraros una de sus quincenas para ver
el molino y comer una gazpachada en la Tejera.
Ya sabes que á medida de la edad y cuanto más

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INFANCIA DE GASTELAS 69

corre ésta hacia la vejez, reviven los recuerdos de


la infancia y el culto á esa religión de la niñez que
nos inspiraron esos hermosos sitios consagrados
por tan indelebles memorias."
Temo fatigar la atención del lector, aun cuando
todo esto sea muy hermoso, y bien á pesar mío
omito las muchas bellezas en que abundan las car­
tas de Castelar; mas no puedo dejar sin mención el
entusiasmo infantil que rebosa en ellas, aplaudien­
do á veces hasta las cosas más nimias y vulgares.
En tal concepto cuenta Alberola en su Semblanza
cosas verdaderamente magníficas de nuestro gran
tribuno.
Decíase en vida de Castelar que era el vecino de
Madrid que más contribución pagaba por derechos
de consumo, y así era en efecto. A su casa afluían
de las cuarenta y nueve provincias de España, y
aun de nuestras perdidas colonias y del extranjero,
los primeros y más escogidos productos con que le
obsequiaban amigos y admiradores. Mas entre tan­
to manjar delicado, entre tantas selectas viandas, le
veíamos á veces recibir, poco menos que con hono­
res regios, una humilde cesta de habas tiernas y al­
cachofas, porque aquello tenía el mérito extraordi­
nario de ser de su tierra, y de haberse cogido ex­
clusivamente para él, pocas horas antes, del huerto
de sus amigos.
Seríamos interminables si copiáramos los hiper­
bólicos elogios con que daba las gracias á su ami­
go, cuando le mandaba el más pequeño obsequio;
véase la muestra: “Recibí tu carta y los melones; no
hay mieles en el mundo con que compararlos; nos
han sabido á gloria. Dile á Ana María (ésta era una

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7o BERNARDO HERRERO OCHOA

hermosa joven, á la sazón de quince años, herma­


na política de Secundino) que son tan dulces como
su sonrisa." En otra carta: “No puedes imaginarte
cuánto nos complació ver aquella riqueza de tor­
tas, de anises, de longanizas, de morcillas... Tuvi­
mos un día de verdadera fiesta". No acabaríamos
nunca si siguiésemos copiando pasajes de este gé­
nero.
No se limitaba Castelar en tales entusiasmos á
las cartas de su amigo ó á la intimidad de la fami­
lia, sino que los llevaba hasta los actos más solem­
nes de su vida, complaciéndose en recordar todas
aquellas cosas de su niñez y de su tierra. Tanto se
ha escrito relatanto anécdotas y agudezas suyas,
que aunque podríamos llenar varias páginas, con­
tando muchas inéditas, no queremos extremar esta
nota, y nos concretaremos á copiar sólo dos ó tres,
que son completamente nuestras.
Pasó un año en Sax con nosotros los días de Se­
mana Santa (debió ser el 1876 ó el 77), y el Domin­
go de Pascua nos marchamos al campo, rindiendo
culto á la tradicional costumbre, que allí llaman “ir
á comer la mona". Son las monas unas tortas ó pa­
nes, hechas de una masa especial, muy adornadas
y cubiertas de huevos, tan grandes á veces cuanto
permite la boca del horno. En resumen, no suelen
ser las monas más que el pretexto para salir al cam­
po de merienda ó francachela, pues cuál más, cuál
menos, procura llevarlas bien acompañadas de ri­
cos embutidos, fiambres, pastas, frutas, etc.
En las temporadas que pasaba en Sax Castelar
parecía que se convertía el pueblecillo en residen­
cia de príncipes, acudiendo á él para saludarle los

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INFANCIA DE GASTELAS 7T

numerosos amigos con que contaba en toda la re­


gión levantina, y aun muchas veces solían ser las
primeras en acudir las autoridades de Alicante. En
la tarde de aquel Domingo de Pascua llegó casual­
mente á Sax desde Valencia su ex alcalde el probo
republicano don Francisco de Paula Gras, quien,
al no encontrar en el pueblo á Castelar, se hizo
conducir á la casa de campo donde nos encontrá­
bamos.
Como era natural, sentóse con nosotros á la mesa
el señor Gras, y mientras alababa la exquisitez de
este ó el otro de los manjares, y admiraba el tama­
ño y lo artístico de las monas, fijándose en las ser­
pientes y pajarólos hechos con la propia masa, con
granos de pimienta por ojos, que triscaban y corre­
teaban entre los huevos, veía con cuánto deleite sa­
boreaba don Emilio las habas tiernas de un canas­
tillo que había sobre el mantel. Pronto se percató
éste de la curiosidad con que le miraba el ex alcal­
de de Valencia, y á propósito de ello nos contó el
siguiente sucedido:
“En uno de sus viajes á Italia paseaba un día con
Mazzini por la campiña romana, con el propósito
de ir á visitar la tumba de Virgilio, y ocurrióles
descansar un momento en una alquería que encon­
traron junto al camino. Había frente á ella un her­
moso bancal de habas, é hizo Castelar que se las
trajeran y, pidiendo pan y sal, se puso á comerlas
delante de Mazzini". Acaso ocurriera al ilustre es­
tadista italiano lo propio que al señor Gras, cuando
don Emilio Castelar le dijo: “He aquí el almuerzo
y la merienda que tenía yo muchos días cuando era
niño."

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72 BERNA EDO HERRERO OCHOA

Y ya que de monas hemos hablado, sírvame de


preámbulo para referir otro hecho exclusivamente
nuestro, que hasta no carece de cierta vis cómica.
Fué en los días de las famosas elecciones munici­
pales, que se celebraron en Madrid en la primavera
del año 1886, en las que se coaligaron todos los
partidos de oposición, desde los carlistas á los fe­
derales, acudiendo á las urnas en compacto bloque,
á guisa de protesta á la ya insoportable soberbia de
Cánovas, y aún más contra el cinismo arbitrario del
entonces Ministro de la Gobernación Romero Ro­
bledo, y de su lugarteniente Bosch y Fustegueras, á
la sazón alcalde de Madrid.
Formaban aquella célebre candidatura políticos
de primera fila, entre los que se contaban tres jefes
de partido, Sagasta, Castelar y Pi Margall, y algu­
nos ex ministros, así como prestigiosos represen­
tantes de la industria y el comercio. El distrito del
Centro había proclamado candidatos suyos á Caste­
lar y á Sagasta.
En uno de los días de la votación me encontraba
yo casualmente en un colegio electoral de la Carre­
ra de San Francisco, cuando acertó á entrar don
Emilio que, acompañado de otros tres ó cuatro ca­
balleros, iban recorriendo diferentes distritos. Co­
rrí al punto á saludarle, y apenas sonó su nombre
en el local acudieron cuantos en él había, rodeán­
dole en apretado corro.
“¿Qué noticias tiene usted de Sax?“—me pre­
guntó.
Le contesté que hacía algún tiempo no me habían
escrito.
“A mí sí me dijo. —Yo he tenido carta estos

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INFANCIA DE GASTELAS 73

días, y me han enviado las monas; las he comido y


estaban riquísimas; eran de pan quemado; de pá
crernat, que dicen los valencianos." Y á renglón se­
guido cuasi pronunció un discurso, explicando á
los circunstantes, que sin pestañear le escuchaban,
cómo eran las monas de Pascua que en Sax se
hacían.
Mucho se ha contado de la maravillosa memoria
de Castelar; pero era preciso acompañarle en sus
excursiones por aquellos pueblos, para tener de
ella perfecta idea. Así en Elda como en Sax, al cabo
de sesenta años, se le veía recorrer las casas donde
había jugado cuando niño, con tanta seguridad y
precisión como si hasta el día anterior hubiese vi­
vido en ellas; y en ésta recordaba los frutales que
había entonces en el huerto; en la otra, preguntaba
por el espejillo de cornucopia; y en aquélla, por los
cuadros y estampas que tenían colgados en las pa­
redes, con otras mil futesas cuyas memorias nos
parecerían inverosímiles si no hubiésemos tenido de
algunas pruebas materiales.
Cuando por última vez estuvo en Sax en 1898,
vino de Elda á verle uno de sus amigos de la in­
fancia, y le recordó un cuadrito ante el cual la ma­
dre de éste, puestos de rodillas, les hacía rezar á la
Virgen. Díjole el amigo que casualmente aún lo te­
nían en casa después de sesenta años, y prometió
mandárselo. Opúsose á ello resueltamente Castelar,
diciendo que no quería privarle de aquel recuerdo
de familia; mas á pesar de sus protestas, estaba el
cuadrito en Sax al día siguiente. Nosotros, que ha­
bíamos escuchado la conversación, pensábamos que
se trataba de una de esas preciosidades con que á

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74 BERNARDO* HERRERO OCHOA

veces se tropieza en los pueblos, cuyo valor y mé­


rito suele desconocerse hasta por sus propios due­
ños Mas parecía imposible que un hombre que
había recorrido Europa, á quien eran familiares las
obras de arte más bellas, y que tenía en su casa un
verdadero museo, guardara exacta memoria de ob­
jeto tan insignificante y ruin, pues se trataba de
obra casera, reduciéndose á una estampita de á
cuarto, colocada dentro de una urna ó cajita hecha
con tiras de cristal.
Muchas cosas parecidas podrían recordarse de
Sax. Conocía allí por sus nombres á las personas
mayores que vivían en aquellos años, y á propósito
de las funciones de teatro que daba la compañía de
aficionados que había en el pueblo, hacía resurgir
con su gracejo inimitable, corno si las estuviésemos
viendo, las representaciones de la Huéfana de Bru­
selas, de Sancho Ortíz de las Roelas, de Otelo, de
Edipo y otras tragedias y dramones de la época.
Pero lo más admirable era que citaba en cada una
de aquellas obras, quiénes eran los que desempe­
ñaban los respectivos papeles.
Así como por casualidad se conservaba el cua-
drito de Elda, guardamos nosotros varios ejempla­
res de las obras representadas en Sax, por los
aficionados, y entre ellas está la tragedia de Quin­
tana, Pelayo. Al margen de la lista de personajes
que figuran en esta obra, están anotados los nom­
bres de los aficionados que los representaron. Son
los mismos que nos recordaba Castelar.

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V
La tierra predilecta de Castelar.

Castelar alicantino, ingerto en andaluz.—Influencia que


pudo ejercer la tierra gaditana, y aún más la alican­
tina, en sus rasgos personales.—Cultura de los pue­
blos alicantinos.—La tierra predilecta de Castelar.—
Algunas indicaciones geográficas relativas á estos
pueblos. — Elda, Sax y Petrel; sus agricultores.—
Fraccionamiento de la propiedad.—Límites de la tie­
rra predilecta de Castelar.—Visitas obligadas en sus
excursiones.—Un viaje á Petrel en 1898.—El río Vi-
nalopó.—En la cuesta de Santa Bárbara.—Exclama­
ción entusiasta de Castelar.—Abolengo helénico de
estos pueblos.—En Petrel.—Recuerdos inverosímiles
de Castelar.—El valle de Elda.—El puente de lajau.
—Paralelo entre estos lugares y el Mediterráneo,visto
desde el ferrocarril murciano.

Dice Alberola con gran verdad, que Castelar fué


un alicantino ingerto en andaluz, y nada en realidad
más exacto para quienes pudieron apreciar y estu­
diar de cerca á aquel grande hombre.
Consustancial viene á hacerse el organismo con
la tierra madre que dió la cal á sus huesos, su fós­
foro al cerebro, su hierro y su oxígeno á la sangre;
y aunque nada tenemos de materialistas, y con el
mayor convencimiento proclamamos la existencia

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76 BERNARDO HERRERO OCHOA

de ese quid divinum, que nos da la clave de la per­


sonalidad humana bajo su triple aspecto de ser
consciente, inteligente y libre, es indiscutible que
en el misterioso acoplamiento de espíritu y materia,
en el mutuo concierto del cuerpo y del alma, de
cuyo comercio resulta la totalidad de la vida, entran
por mucho los órganos que al alma sirven de ins­
trumento, modelados en aquel medio ambiente, que
si presta al cuerpo los elementos materiales nece­
sarios al sostenimiento y desgaste de la vida orgá­
nica, en él recogen también los sentidos impresio­
nes y gérmenes de ideas, que al despertar de la
razón, han de ser la materia prima de la inteligen­
cia. Crean la educación y el hábito una segunda na­
turaleza, y así en lo moral como en lo físico cada
región, cada comarca, cada pueblo, marca á sus in­
dividuos con el sello especial que emana de sus
peculiares condiciones.
^±Es ley biológica nunca desmentida, que todo ser
orgánico necesita para su desenvolvimiento un me­
dio adecuado á su naturaleza, y esta ley se realiza
invariablemente así en el mundo de lo infinitamen­
te pequeño, como en el mundo de lo infinitamente
grande; desde las primeras formas microscópicas en
que se modela la materia organizada y viva, hasta
en las grandes especies zoológicas y botánicas, y en
el hombre finalmente, prototipo de la creación. No
germinaría la semilla lanzada al seno de la tierra,
extinguiéndose el hálito de vida que en sí guarda, si
no encontrara el grado de calor y de humedad, prin­
cipios minerales, etc., etc, que para desenvolverse
necesita; y así vemos que no crece la palmera en las
heladas estepas del Polo, ni ciertas especies anima­

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INFANCIA DE CASTELAR 77

les dotadas por la Naturaleza con los adecuados me­


dios de resistencia para contrarrestar las crudezas
de los climas glaciales, podrían prevalecer en las
abrasadas regiones del Ecuador
Repitamos con Alberola, que sin el medio am­
biente en que Castelar se criara, acaso se hubiese
esterilizado aquella fecunda savia que bullía en su
cerebro, y extinguido los gérmenes de ideas que ya
relampagueaban en brillantes pensamientos desde
sus más tiernos años.
No envidiamos á Cádiz la gloria de haber sido la
cuna de nuestro gran orador, y con el castizo y cul­
to autor de su semblanza admitimos de buen grado
la influencia que en él pudo ejercer el ambiente ga­
ditano. Con sus mismas palabras repetiré algunos
de los genuinos rasgos que señala Alberola en el
carácter de Castelar, que sin duda evocan el recuer­
do de la tierra en que abrió sus ojos á la luz. Era
éste, dice entre otras cosas su antiguo secretario,
fecundo en sus pensamientos; de exuberante fan­
tasía; fácil en sus concepciones; rítmico y armonio­
so en el decir; jovial y comunicativo; generoso has­
ta rayar en pródigo; franco, fogoso, apasionado,
vehemente... cualidades todas que caracterizan y se
compendian en el tipo netamente andaluz.
Pero Castelar sólo pudo tener por referencias al­
guna idea de su ciudad natal, y en cambio ya hemos
visto cómo vino á despertar su razón en la tierra
alicantina; cómo encontró en ella sus primeros go­
ces en el amor de los suyos, al cobijo de un hogar
tranquilo con sus necesidades satisfechas; cómo, en
fin, nacieron y arraigaron en él aquellos tiernos

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78 BERNARDO HERRERO OCHOA

afectos, que habían de acompañarle hasta el fin de


su existencia.
Imposible imaginar un cúmulo de circunstancias
más apropiadas para modelar el genio en embrión
de aquel niño, al que tanta gloria reservaba el por­
venir. Si en lo físico le infundió aquella tierra el
calor que guarda en su fecundo seno; si en sus be­
llezas naturales comenzó á remontar su vuelo el in­
fantil artista; si halló en propios y extraños mode­
los de liberalismo que imitar, pertenece sobre todo
á su tierra predilecta la gloria de haber levantado
los sólidos cimientos de su figura literaria.
Puede en verdad decirse, que son por lo general
cultos los pueblos alicantinos, y aún pudiera tildar­
se en estos tiempos á muchos de ellos de demasia­
do civilizados, no precisamente á los que superan
en importancia á muchas capitales, sino hasta las
pequeñas villas, que en sus usos y costumbres se
han creado necesidades impropias de una vida sen­
cilla y reposada. Pero lo que para honra suya es
tradicional en la mayor parte, hasta de los más mo­
destos de aquellos pueblos, es cuanto afecta á la
cuestión de enseñanza. Muy poco allí abundan los
analfabetos, siendo la escuela una de las necesida­
des preferentemente atendidas, y así en sus habi­
tantes se advierte al menos esa instrucción elemen­
tal indispensable, que ennoblece y dignifica al ciu­
dadano .
Ya expondremos con amplitud en los siguientes
capítulos, por lo que á Castelar atañe, algunos de
los puntos someramente indicados en las lineas que
preceden; mas conste, por de pronto, la influencia
decisiva que ejerció en él la tierra alicantina. Allí

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INFANCIA DE GASTELAS 79

encontró el ambiente y el alimento literario adecua­


do á su precoz inteligencia, saliendo ya mozo á la
edad de diez y seis años, terminados sus estudios
del bachillerato en 1848, en el instituto de Alicante.
El valle de Elda, la hondonad , cuyo centro ocu­
pa Sax sobre la falda de la escarpada roca corona­
da por su secular castillo, fueron el escenario don­
de vino á desenvolverse la infancia de Castelar.
Pero esta tierra es nuestra propia tierra, y parece­
rían dictadas por la pasión las alabanzas que bro­
taran de nuestra pluma. Felizmente podemos citar
las palabras de dos sabios de universal renombre;
de los eminentes geógrafos Onésimo y Elíseo Re-
clus, que no obstante su condición extranjera, pin­
tan, aunque muy sobriamente, con tal exactitud la
re gión de Levante, que ni un alicantino podría su­
perarles ni en la verdad de la frase, ni en el colori­
do de las descripciones.
“Al Sur de Cataluña, dicen los ilustres geógrafos,
al Este de la meseta castellana, y á orillas del des­
lumbrador Mediterráneo, están Valencia y Murcia.
Son dos de los países más bellos de España, y al­
gunos de sus trozos resultan semejantes al Africa,
pero al Africa hermosa cantada por los poetas" (1).
No tan conocida, cual debiera serlo, la provincia
de Alicante, nos veríamos precisados á citar la ma­
yoría de sus poblaciones, si hubiésemos de dar idea
de todas sus bellezas; mas siendo ésto difícil, nos
bastará recordar la incomparable huerta de Orihue-
la, con sus macizos de flores y bosques de frutales;

(1) Geografía Universal, por Onésimo y Elíseo Re-


clus. Traducción de Vicente Blasco Ibañez, 1906; tomo
, Europa, página 347.

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8o BERNARDO HERRERO OCHOA

los feraces campos de vides y olivos de Creviden­


te; el vergel de Elche, pedazo de tierra africana,
único en Europa, que por verdadero milagro, cre-
yérase transportado á España; la misma capital, con
su clima igual y dulce y sus inmejorables condicio­
nes de vida, reflejándose en las plateadas aguas de
su puerto como en el terso cristal de un lago.
Recórranse en las vías de esta provincia trayec­
tos tan bellos, como los que ofrece el ferrocarril
murciano, y para no ser prolijo, me limitaré á citar
la carretera de Novel da á Elche, en la que, ora se
camina entre jardines, ora nos sorprenden en su
parte árida y abrupta los más hermosos panora­
mas.
Muy poco tienen que envidiar á estos parajes,
como á otros muchos que citar pudiéramos, ni el
valle de Elda ni los rientes campos de Sax, con su
hermosa huerta, donde destacan, en primer término,
las frondosas alamedas y huertos de frutales que
se extienden por las orillas del Vinalopó, que re
crean la vista y regalan al paladar con la dulzura
de sus frutos.
Ocúpanse los hermanos Reclús de un hecho pe­
culiar á la comarca alicantina, del cual dimanan sus
típicos caracteres, ofreciendo los más notables
ejemplos; me refiero á los asombrosos resultados
que produce el riego en el cultivo de aquellas abra­
sadas tierras. “En toda la región de Valencia y
Murcia, dicen, hace maravillas el riego. Junto á los
campos de secano, áridos, amarillentos y yermos,
resplandecen la fecundidad, la frescura y la vida,
en huertas llenas de arroz, naranjos, cereales, mo­
reras, olivos, palmeras y árboles frutales. Los te­

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INFANCIA DE GASTELAS. 81

rrenos de regadío producen de io á 57 veces más


que los de secano, y, por término medio, 37.“
Apenas si existen hoy grandes propietarios en
estos pueblos, á los que trajeron incalculables be­
neficios las redentoras leyes de la desamortización.
Acaparada la propiedad por la mano muerta, ape­
nas si podían hartarse algunos clérigos y mayoraz­
gos, y así, cuando ya libres las tierras vinieron á
dividirse hasta el infinito, y cada cual pudo culti­
varlas como propietario, con la consoladora espe­
ranza de que por partes iguales habrían de repar­
tirse luego entre todos sus hijos, muchos eriales
convirtiéronse en vergeles, centuplicándose sus
productos. Esto favoreció en alto grado al desarro
lio del liberalismo en aquellos pueblos, al ver des­
aparecer aquellas monstruosidades tan frecuentes
en las familias de vinculistas, donde solía criarse
un hijo inmensamente rico, vago y vicioso y aun
analfabeto, entre otros varios hermanos pobres
desheredados, aunque no mejores que el mayoraz­
go, que acostumbrados al lujo y la abundancia en
tiempo de los padres, ni éstos se preocupaban de
su porvenir, ni los hijos podían sentir los afanes
de laboriosidad y lucro, ni importarles un ardite
los cuidados de un patrimonio que, en último tér­
mino, no había de ser para ellos. No eran, por des­
gracia, raros tales ejemplos, y aun nosotros hemos
conocido algunos, no obstante haber nacido bastan­
tes años después de que desapareciesen aquellas
odiosas leyes.
Debe, pues, á la desamortización su prosperidad
eAa comarca, y aun así adolecen sus pueblos de es­
casez de terreno; pero lo que por sus exiguas pro­
6

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82 BEENABDO HERBERO OOHOA

porciones no puede dar de sí la tierra, se le arranca


con un cultivo intenso y esmerado, siendo éste el
principal motivo deque vivan rodeados de vergeles.
Es perfectamente aplicable á esta tierra lo que
los hermanos Reclús escriben á propósito de la
célebre huerta de Valencia, la primera en España.
“El agua —dicen hablando de los riegos—convierte
la llanura en un paraíso. Con la ayuda de los abo­
nos, la tierra, siempre húmeda, no descansa un solo
día. Acaba de arrancarse una cosecha, cuando ya
se planta otra, y éstas se suceden en número asom­
broso durante el año. Este cultivo intenso hace de
los huertanos valencianos los primeros labradores
de España. Un pedazo de terreno, que en otras
partes apenas bastaría para un corral, mantiene
aquí toda una familia". No hay hipérbole en estas
palabras: así son los labradores de aquella comarca,
y especialmente los de Elda y Petrel, y éste es el
retrato fidelísimo de la tierra predilecta de Castelar.
Resultaría interminable este capítulo, si hubiése
mos de dar noticia detallada de aquellos pueblos,
y así nos concretaremos á describir á grandes ras­
gos la tierra que consideraba el gran tribuno como
su verdadera patria.
Si quisiéramos marcar los límites de la tierra
predilecta de Castelar, diríamos que principia en
la curva que, á partir de la estación de Monóvar,
forman la sierra de Bateig y la del Cid, cerrando
hacia Levante el valle de Elda, y termina por la
parte Norte en la enriscada montaña, á cuyo abrigo
se halla Sax emplazado, erguida en el centro de la
extensa hondonada que forman sus campos y su
huerta. Una distancia como de diez á doce hilóme -

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INFANCIA DE GASTELAS, %

tros separa los dos puntos mencionados, y en tan


limitado espacio concentró el gran tribuno lo que
pudiera llamarse sus amores por la patria chica.
En las no interrumpidas excursiones que hacía
Castelar á la provincia de Alicante, cual devoto
que acude en alas de devoción ferviente, á saludar
la imagen objeto de su culto, corría, apenas se qui­
taba el polvo del camino, á visitar ciertos lugares
consagrados por los recuerdos de su niñez. Siem­
pre visitaba en Sax la hermosa heredad de Santa
Eulalia, cuyos frondosos campos guardan la tradi­
ción, exornada por la leyenda, de la victoria que
alcanzó sobre los moros en el siglo xm el noble
caudillo catalán D. Berenguer de Entenza. Pero
entre todas estas visitas abría por lo común la mar­
cha un viaje á Petrel, subiendo directamente á la
plazoleta, que da acceso á la ermita de San Bonifa­
cio, á la que Castelar llamaba el balcón de España,
desde la que se domina completamente el valle de
Elda.
Tuve la honra de acompañarle en la última ex­
pedición que hizo á Petrel en 1898. Era en una her­
mosa tarde del bien entrado mes de Mayo, cuando
marchábamos desde Sax hacia aquella pintoresca
villa. Parecía que la tierra se había ataviado con
sus mejores galas pera recibir por vez postrera á
su preclaro huésped, mejor dicho, á su hijo adopti­
vo, que tan gran cariño le profesaba. En aquel año,
1898, de tan triste memoria para la patria, contras­
tando con las lágrimas de cien madres, cuyos hijos
agonizaban en Cuba, diezmados por el paludismo f
el vómito y las balas, había derramado la Natura­
leza sus dones en aquellos campos, que ostentaban

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84 BERNARDO HERRERO OCHOA

la esplendidez y la abundancia. Dorábanse las mia­


ses en madurez completa, inclinándose á la tierra al
peso de sus medradas espigas, y cambiaban las fru­
tas en dulce néctar la acidez y aspereza de sus ju­
gos. En la inmensa campiña, poblada de olivos y de
almendros, y de dilatados viñedos, aspirábanse con
deleite los efluvios de la vid en plena florescencia,
y los verdes pámpanos cubríanla de alfombra de
esmeralda, hasta perderse en las faldas de las sie­
rras, que allá en las lejanías limitan el horizonte.
Cruza la carretera, como blanca cinta, la feraz
campiña, amoldándose á las ondulaciones del terre­
no, y así marchábamos desde el punto que da fren­
te á la estación de la vía férrea, quedando á nuestra
derecha el panorama de Sax, con su vergel de fru­
tales; las frondosidades de su huerta; el campo en
último término, sembrado de blancas casitas; y pa­
ralelas con nuestra marcha, las alamedas que cre­
cen á orillas del Vinalopó.
¡El Vinalopó! Es este riachuelo uno de los orna­
tos de la tierra alicantina, y no representaría mayor
riqueza si de plata líquida fuera su corriente. Has­
ta la pesca, abundante en algunos lugares de su
trayecto, es medio de vida para el pobre en deter­
minadas épocas del año. Desde tierras de Alcoy,
hasta la presa que recoge el resto de sus aguas en
la albufera de Elche, donde riega sus incompara­
bles bosques de palmeras, cruza toda la provincia,
fecundando y convirtiendo en deliciosas huertas in­
mensas superficies de terreno, que al ser tan des­
igual y accidentado, es incalculable la riqueza que
representa la fuerza hidráulica que en sus saltos de
agua viene á desarrollarse.

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INFANCIA DE GASTELA B 85
Mas volvamos á reanudar el interrumpido relato
de nuestra excursión á Petrel. Habíamos llegado ya
á la cumbre de la llamada cuesta de Santa Bárbara,
y al doblar la carretera el extremo de la sierra de
este nombre, ofrécese á la vista uno de los paisajes
más soberbios y hermosos. Entre la sierra de San­
ta Bárbara, completamente rala, y la de la Torreta,
que ostenta entre sus peñas una vegetación agreste
de brezos, espinos, romeros y otra multitud de plan­
tas, húndese el terreno en profundo barranco, for­
mando una especie de collado, por cuyo fondo ser­
pea el Vinalopó entre cañares, tarayes y adelfas. A
la derecha del camino, donde llega el traqueteo de
sus ochenta telares mecánicos, presta animación y
vida el sencillo y sobrio edificio de la fábrica de lo­
nas de don Vicente Castelló, y en la parte opuesta,
desde el trozo de carretera, tallado como inmensa
repisa en las primeras estribaciones de la sierra de
Santa Bárbara, contémplanse desde gran altura los
taludes que limitan el barranco, sobre los que se
alza una antigua venta, á guisa de feudal castillo, y
alia, en último término, aparece el caserío de Petrel,
alegre y sonriente, sobre el boscaje de su huerta
incomparable.
Paramos junto á una .fuente, sita en la cuneta del
camino, que al par que templa la sed del caminan­
te, alegra con sus murmullos tan deliciosos parajes;
y no lejos, admirábamos la soberbia vegetación de
una hendidura formada por una vertiente de la
sierra, en la que aparecía en revuelto desorden un
verdadero bosque de vides y de almendros, de hi­
gueras y nopales.
Ibamos con Castelar en un mismo carruaje, quien

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86 BERNARDO HERRERO OCHOA

esto escribe, su secretario particular, don Joaquín


Ferrer y su constante amigo y correligionario el ex­
diputado de las constituyentes por Jorquera don
Eduardo Sánchez Villora. Presa del mayor entu­
siasmo, exclamó don Emilio en aquel momento con
alborozo infantil: “¡Mirad, mirad! ¡Qué bonito! ¡Qué
hermoso paisaje! De cuanto en mi vida he visto,
comparo esta tierra á Grecia, con la que le encuen­
tro muy gran semejanza (i). Yo debo cuanto soy á
haberme criado en ella, pues aquí vine á identifi-

(i) Son varios los que, como Castelar, comparan con


la antigua Grecia esta parte abrupta de la provincia de
Alicante. A esto agregamos nosotros, fundándonos en
estudios arqueológicos y prehistóricos, que, en nuestra
humilde opinión, son de abolengo helénico los pueblos
ibéricos ó primitivos de la región de Levante, entre los
que se cuenta á Sax y á Elda. Parece demostrado por la
Prehistoria, que seis á ocho siglos antes que las colo­
nias griegas de Podios, Samios y Forenses, venidas en
el siglo vi antes de Jesucristo, arribaron á nuestras cos­
tas del Mediterráneo las primitivas inmigraciones greco-
asiáticas de Dorios y Pelasgos, contemporáneas, ó aca­
so anteriores á los Fenicios, provocadas por la disper­
sión de los Aqueos después de la guerra de Troya, las
que se cree importaron á España la decorativa y el arte
de Micenas descritas por Homero en la Iliada. En apo­
yo de esta opinión citaremos los importantes descubri­
mientos arqueológicos realizados en esta región desde
el último tercio del pasado siglo, en los que parece for­
man serie, enlazada por el arte Miceniano, desde las fa­
mosas esculturas del Cerro de los Santos (halladas en
el límite de la provincia de Murcia) consideradas por el
ilustre arqueólogo Cartailhac como prehistóricas, hasta
el busto de Elche y la diadema dejavea, monumentos
todos sin duda ante-romanos. En los desmontes prac­
ticados en Sax en 1906, para el emplazamiento de la
fábrica de electricidad do don Vicente Amat, apareció
como á unos 12 metros de profundidad en terreno de
arrastre, un muro de construcción aparejada de anti­
güedad incalculable, cuyo tipo de obra sólo se encuen-

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INFANCIA DE CASTELAE 87

carme desde niño con el sentimiento de la Natura­


leza."
Pronto entramos en Petrel, y subiendo sus calles
empinadas y angostas de aspecto moruno, llegába­
mos á la plazoleta que da acceso á la ermita de San
Bonifacio, desde donde abarca la vista en toda su
extensión el valle de Elda. Forma éste un inmenso
óvalo circuido por altas montañas que, á partir de
la ya mencionada sierra de Santa Bárbara, siguen
la del Caballo y la del Cid, formando la curva que
ocupa Petrel al extremo Este del mayor de los diá­
metros, y continúase luego la sierra del Cid con la
de Bateig hasta la estación de Monóvar, cerrando
el valle por la parte del Mediodía. Desde este punto
completan el circuito hacia el Noroeste el alto de
Bolón y la sierra de la Torreta que, como ya vi­
mos. sólo la separa de la de Santa Bárbara la carre­
tera y el barranco por donde corre el Vinalopó.
Digamos dos palabras acerca de nuestra breve
estancia en Petrel. No obstante lo acostumbrados
que estaban en estos pueblos á ver á Castelar, que
á ellos venía como á su propia casa, en todas par­
tes era recibido con honores extraordinarios. Espe­
rábannos á nuestras llegada algunas personas de
arraigo, entre ellas el alcalde y mi antiguo amigo y

tra en España en las tumbas micenianas de Andalucía,


atribuidas á aquellas colonias greco-asiáticas. A pocos
metros del citado muro, y dentro del edificio de la fá­
brica, se encontró luego una tosca escultura de piedra,
representando al parecer un toro, análoga á la esfinge
de Balazote (Albacete) y al león de Bocairente (Valen­
cia), que se guardan en nuestros museos y se creen per­
tenecientes al período greco-fenicio.

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88 BERNARDO HERRERO OCHOA

colega el médico don Luis Cavero. Acompañados


por ellos hicimos la sacramental visita á San Boni­
facio, y como todo el que va á Petrel, no podíamos
dejar de ir á ver sus famosas alfarerías, donde há­
biles obreros, con un pedazo de barro, ejecutaron
á presencia nuestra verdaderas maravillas, sin más
herramientas que sus propias manos y un pequeño
trozo de caña.
Es número obligado en estas excursiones la visi­
ta á la iglesia parroquial; es la de Petrel bonita y de
gusto moderno, ampliada y restaurada en 1863.
Fuimos en ella recibidos por un venerable sacerdo­
te, que al parecer frisaba en los ochenta años, y
apenas traspusimos sus puertas rompió estrepito­
samente el órgano con la marcha de los Puritanos.
Admiraba oir á Castelar señalando los sitios donde
estuvo, cuando por vez primera le llevaron á fiestas
allá por el año 1837, y hablando con el viejo sacer­
dote le trajo á la memoria mil recuerdos, y entre
ellos el siguiente. Se celebraban en la iglesia las
Flores de Mayo, y estaba bajo dosel en el presbite­
rio la Virgen patron a del pueblo: “Este es el mismo
manto, dijo Castelar al verla, que llevaba el año
1837, cuando me trajo mi madre á las fiestas que se
celebran en Octubre". El cura viejecito, que por sus
años debía ser una historia viviente, confirmó este
recuerdo, diciendo que no podía, en efecto, ser otro,
pues cuantos tenía la Virgen se le habían hecho
posteriormente á aquella época.
Concluyamos este capítulo haciendo, á grandes
rasgos, la descripción del valle de Elda. Al pie mis­
mo de la roca sobre la que se eleva el pretil de la
plazoleta de la ermita de San Bonifacio, ó sea el

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INFANCIA DE CASTELAR 89

balcón de España, empieza la huerta de Petrel, con


su boscaje de olivos, almendros y nogales, desta­
cándose sobre el verde manto que forman viñedos,
sembrados y maizales; y esta vegetación exuberan­
te, limitada por el circuito de montañas que hemos
señalado, piérdese en las lejanías hasta donde la
vista alcanza, alzándose aquí y allá esbeltas palme­
ras que besan las nubes con el penacho de su rama­
je. En el centro del valle se destaca el caserío de
Elda, dominado por las ruinas del antiguo castillo
de los condes de Cervellón, y la elevada cúpula,
revestida de tejas verdes, de la iglesia parroquial
de Santa Ana; y allá en el límite del horizonte, en
el punto diametralmente opuesto á Petrel, azulea
otra pequeña cúpula: es la de la ermita de Santa
Bárbara, que señala la entrada de Monóvar.
Mas para tener cabal idea del valle de Elda y
apreciar detalladamente sus bellezas, precisa con­
templarle recorriendo la vía férrea, desde el punto
en que desemboca el túnel de la Torreta, hasta el
puente de la Jau, situado al extremo de la sierra de
Bateig, más allá de la estación de Monóvar. Recorre
la vía por sitio elevado, entre estos dos puntos,
como .la cuarta parte del contorno del valle, y casi
de los carriles arranca el viñedo, que desciende en
rápida pendiente, ó escalonándose en varios sitios,
hasta la rambla por donde corre el Vinalopó. Lo
quebrado del terreno hace que se camine á veces
por elevados terraplenes; pero ni en las alturas, ni
en los declives del suelo, se encuentra un palmo de
tierra improductivo é inculto; y desde allí se con­
templa al pueblo de Elda en mitad de su huerta fe­
racísima, sembrada de blancas casitas, entre las

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9° BERNARDO HERRERO OCHOA

que se cuenta, desde la humilde choza, al elegante


chalet.
Son, en verdad, pintorescos los alrededores de la
estación de Monóvar, y allí nos despedimos de la
“tierra predilecta de Castelar", al cruzar el puente
de la Jau, donde experimenta cierto terror quien
tal paso conoce, siquiera vaya amortiguándose des­
pués de más de medio siglo de tráfico sin ocurrir
accidente alguno.
Cuando se admiran las modernas construcciones
de hierro venciendo obstáculos, que hubieran con­
siderado un delirio nuestros abuelos; cuando uno
corre en sus viajes el riesgo de tremendas catástro­
fes, no imposibles, aunque por fortuna raras, vienen
á sobrecoger el ánimo ciertos instintivos temores
que parecen la compensación de las ventajas que
nos trajo el siglo xix con sus colosales inventos. Yo
nunca dejo de sentir cierto amago de terror, acor­
dándome de que me hallo suspendido sobre un río
caudaloso, siempre que cruzo, por ejemplo, el mag­
nífico puente de hierro tendido en Aranjuez sobre
el Tajo; mas la sensación que experimento al pasar
el puente de la Jau, que me es tan conocido, es dis­
tinta á todas las demás. Pese á sus limitadas pro­
porciones y á la sencillez de sus detalles, es, sin
duda, la obra más atrevida en toda la línea de Ma­
drid á Alicante. Alzase este puente en el sitio lla­
mado Estrecho de la rambla de Novelda, y fórmanle
tan sólo dos fuertes estribos de sillería de 20 metros
de altura, separados por una distancia de 30 metros,
sobre los que se apoyan dos sencillas vigas de pa­
lastro, sin otro sostén de ningún género. Sobre ellas
pasan y traspasan los trenes, y siempre que me he

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INFANCIA DE GASTELAS gl

visto en mitad del puente, cerrando los ojos y cre­


yéndome suspendido en el vacío, no he podido me­
nos de pensar en los breves momentos que separan
á veces nuestra vida de la eternidad.
No paso una sola vez por el valle de Elda sin que
cierta asociación de ideas me traiga á la memoria
otro de los más bellos panoramas de la tierra ali­
cantina: me refiero al trayecto del ferrocarril de
Murcia, que recorre algunos kilómetros de costa
hasta cerca de Santa Pola. ¡Qué espectáculo tan
hermoso y deslumbrador ofrece el Mediterráneo
visto desde el interior del coche en que viajamos!
Parece nos hacemos la ilusión de que caminamos
Sobre las olas, por puente interminable.
Yo coordino en mi pensamiento el valle de Elda
con este panorama, y si aquí las olas parece que ju­
guetean con los trenes hasta salpicar las ruedas con
su espuma, allí avanzan y casi llegan á acariciarlas
las tiernas guías de los sarmientos desbordados de
aquel oleaje de vegetación. Si aquí las aguas de
manso oleaje, luego que reverberan en su superfi-
cie de azul pálido y plata los rayos solares, van
adquiriendo un tono azul intenso á medida que se
alejan hasta batir los promontorios que limitan el
golfo alicantino, allí las frondas de olivos conden­
san el doble matiz de sus hojuelas en faja azulada,
fiue va á perderse en la opuesta curva de monta-
has. Si aquí, finalmente, el barco costero y la lan­
cha pescadora, con sus blancas velas, simulan
viviendas esparcidas en la superficie de las aguas,
encuentran también su equivalente en el valle de
Pida, en las blancas casitas diseminadas en su man­
to de verdor.

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Biblioteca Nacional de España
VI
Ambiente liberal y de odio al carlismo
que respiró en Sax Castelar.

Liberalismo de Castelar.—Ambiente que respiró en su


niñez. — Un episodio de la primera guerra carlista.—
Invasión de la provincia de Alicante por Forcadell
en 1837; llega á Sax en la tarde del i.° de Abril.—
Asesinato de D. Joaquín Senabre.—Escena heroica.—
Desmanes cometidos en Sax; cuerda de prisioneros.—
De Sax á Almansa.—Es recomendado un tío mío á
Forcadell como liberal exaltado.—Vuélvense de Ai-
mansa los prisioneros de Sax, excepto mi tío, que
sigue hasta el Maestrazgo con otros liberales esco­
gidos.—Es batida la facción, que huye 6 la desban­
dada.—Logra escapar mi tío.—Entrégase á las tropas
liberales, que le toman por espía carlista.—Sálvanle
la vida un sargento y un capitán, hijos de Sax.—Fu­
sila Cabrera á los demás prisioneros compañeros su­
yos.—Patético encuentro que tuvo en su viaje de re­
greso á Sax.—El capitán D. Esteban Picharte.—
Deuda de gratitud pagada.

Si Castelar no hubiese sido lo que fué, habríase


realizado en él una de las mayores aberraciones de
naturaleza. Cuantos precedentes existen de pro-
pios y extraños, afirman de consuno y realzan
su liberalismo. Mas por si algo le faltaba, para que
en él arraigasen las más firmes ideas liberales, vino

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94 BERNARDO HERRERO OCHOA

á dárselo la Providencia, lá casualidad ó los azares


de la vida, llevándole á un pueblo donde apenas si
ha existido simiente de carlismo, llegando á él en
el momento crítico en que acababa de invadirle la
horda carlista de Forcadell; y aún humeante la san­
gre de una de sus víctimas encontró cobijo en su
desolado hogar, hallando en su viuda una segunda
madre, y dos hermanos en sus hijos.
Huelga todo comentario para expresar el am­
biente de odios que envolvería á aquel pueblo, que
por espacio de algunas horas había soportado se­
mejante tromba de barbarie, cuyos inauditos atro­
pellos, sin respetar personas ni cosas, arrancaban
de todos los labios protestas y maldiciones.
Sin duda quiso Dios, al reunir en Castelar tal cú­
mulo de dones, dar con él á España al apóstol y al
verbo de la democracia; y conformes estamos, al
menos por esta vez, con los irreductibles enemigos
del liberalismo, que son los primeros en creer, ó al
menos así lo aparentan, que Dios, que abarca de
una mirada con su Presciencia el presente, el pa­
sado y el futuro, y que no se mueve en el mundo
la hoja del árbol sin su voluntad divina, quiso in­
fundir en nuestro glorioso tribuno aquel soberano
talento, y aquel sublime don de la palabra, para que
inculcase en el alma de las muchedumbres los nue­
vos ideales políticos con su inimitable pluma y su
arrebatadora elocuencia.
No somos los contemporáneos de Castelar los
llamados á juzgarle, pues, como dice Renouard, en
igual situación estamos á la de aquél que, colocado
al pie de un edificio, quisiera apreciar todas las be­
llezas y detalles del conjunto. Su personalidad y su

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INFANCIA DE GASTELAS 95

obra, no habrán de verse en toda su pureza, hasta


no poder contemplarlos en las lejanías de la his­
toria, libres de todo celaje de envidias y pasiones.
Pero si no entra en nuestro propósito ni tampoco
queremos emitir juicios concretos acerca de una
figura histórica, que ha de agigantarse á medida
que transcurra el tiempo, sí nos precisa, aun á
riesgo de incurrir en repeticiones, resumir todas
aquellas circunstancias que formaron el ambiente
de su niñez, marcando su persona con rasgos inde­
lebles, que aún hoy son por los más cuasi desco­
nocidos.
Sangre netamente liberal corría por sus venas, y
aunque no fuesen muy vehementes á causa de sus
tiernos años, vivos guardaba los recuerdos de las
persecuciones que sufrieron los seres que le eran
más queridos; ejemplos de abnegación le dieron sus
generosos parientes, hasta verles labrar su ruina
en aras de sus opiniones políticas; y en Sax encon­
tró un pueblo, que si ya no hubiese sido liberal en­
tusiasta, hubiera tenido que serlo por agradecimien­
to. Ya hemos dicho que, como otros varios de la
tierra alicantina, tocó muy pronto los beneficiosos
resultados de la desamortización, pasando del ser­
vilismo y la miseria, que consigo lleva la mano
muerta, al bienestar que proporciona el trabajo
honrado y fecundo, con la propiedad desamorti­
zada y libre.
Pn este pueblo, cuyo modo de ser tanto se aco­
plaba al nuevo orden de cosas que trataba de ins­
taurarse, había entrado la horda del carlismo, de­
jando tras de sí inextinguibles odios, días antes de
fine le pisara Caste! ar por vez primera, cuando aún

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96 BERNARDO HERRERO OCHOA

no había cumplido los cinco años, y no hemos de


repetir la acogida que encontró en la morada de
una de sus principales víctimas. Los que conocía­
mos esta historia y tuvimos la honra de ser sus
amigos, podíamos darnos cuenta de la honda huella
que estos sucesos dejaron en su alma. Fué Caste -
lar el enemigo jurado á irreductible del carlismo, y
hubiese sido para él el vencerle su mayor timbre
de gloria. Esto constituyó su verdadera obsesión
durante la provechosa etapa de su gobierno, y qui­
zá lo único que envidió en su vida, fué el haber
terminado Cánovas la segunda guerra civil.
Buena prueba de cuanto queda expuesto, son los
odios de ultratumba que aún le guardan los car­
listas y demás reaccionarios de toda clase de mar­
cas y vitolas. Ni á Salmerón, ni á Pí Margall, con
su descreimiento, ni á otros muchos que citar pu­
diéramos, honran los clericales y ultramontanos con
su inquinia inextinguible. Y Castelar era profun­
damente religioso, cristiano ferviente, y aun cató­
lico sincero, aunque en asuntos puramente terre­
nales y ajenos al dogma, jamás hubiese consentido
las intromisiones del clericalismo, dando á Dios lo
que es de Dios, y al César lo que es del César.
Yo mismo puedo aducir datos, testimoniando
estas apreciaciones. Nunca han sido óbice en mis
relaciones personales las ideas políticas, y he con­
tado amigos sinceros entre clericales, y aun carac­
terizados carlistas; amistades que fueron enfrián­
dose desde que tuvieron noticia de que me ocupaba
en escribir este modesto libro. En quien hallé ma­
yor desvío, fué en el colega y amigo, ultramontano
acérrimo, á quien cité oportunamente á propósito

Biblioteca Nacional de España


INFANCIA DE GASTELAS 97

de los datos que le debo, que me sirvieron de


orientación para rehacer la historia del padre de
Castelar.
Consideramos asaz importante este aspecto de la
personalidad de nuestro gran tribuno, y creemos
por ende, que bien cabe en su biograíía siquiera sea
una relación sucinta de la triste jornada que tuvo á
Sax por escenario en el día i.° de Abril de 1837.

Ardía la guerra civil, hallándose en el Maestraz­


go en su período álgido, y exhaustas estaban las
provincias de Castellón y Valencia, cuando quiso
Cabrera llevar á efecto el pensamiento, que ha tiem­
po acariciaba, de invadir la provincia de Alicante,
apenas hollada por las partidas carlistas que pulu­
laban en otras comarcas, creyendo que podría ser­
vir á los suyos de cuarteles de invierno. Decidida
la expedición, puso al frente de ella á su lugarte­
niente el cabecilla Forcadell, que partió hacia tie­
rra alicantina en el mes de Marzo del citado año 37.
Sin grandes dificultades llevó á cabo Forcadell
la invasión, y pudo llegar hasta Orihuela, que sin
resistencia alguna le abrió sus puertas, y reclutó
un batallón de go o hombres para las huestes del
Pretendiente.
No bien llegó la noticia á la capital, exaltando los
sentimientos patrióticos y liberales de sus habitan­
tes, se formó una columna con varias compañías de
nacionales, al mando de don Ignacio Curtoy; pero
encontrándose á la sazón en Alicante el mariscal de
campo don Manuel Lorenzo, fué invitado por las
autoridades para ponerse al frente de la expedí­
an, cargo que se negó á aceptar por razones de
7

Biblioteca Nacional de España


98 BERNARDO HERRERO OCHOA

disciplina; pero aquel pundonoroso militar no vaci­


ló en ofrecer su espada y marchó agregado á la co­
lumna, siendo él quien de hecho dirigió las opera­
ciones.
Con escaso esfuerzo arrojaron á la facción de
Orihuela, y aun de toda la provincia, pues como
bestia acosada corrían los carlistas por los pueblos
alicantinos eminentemente liberales, salvo muy ra­
ras excepciones, sin contar apenas con otra cosa
que la tierra que pisaban; cometiendo sus fechorías
allí donde se les daba tiempo para ello; y de tal
suerte aparecieron y se desplegaron por la huerta
de Sax en las primeras horas de la tarde del pri­
mer día de Abril del 1837.
Don Joaquín Senabre, persona de posición des­
ahogada y bien quisto en el pueblo, ora le arras­
trase su pasión por la caza, ó más bien fuera, como
creo un acto temerario, había salido de su casa con
la escopeta después del mediodía, desoyendo los
ruegos de su esposa y los prudentes consejos de
sus convecinos, pues, como era natural, había en
Sax muy fundados temores de que en el momento
más inesperado les sorprendiese la visita de la
facción.
Pronto habían de convertirse en realidad seme­
jantes temores, y don Joaquín Senabre fué sorpren­
dido á unos tres kilómetros del pueblo, en sitio pró­
ximo al cabezo, donde hoy se abre el primer des­
monte que cruza la línea férrera.
A juzgar por los indicios, debieron alcanzarle en
la margen derecha del Vinalopó, que debió vadear,
subiendo la falda del citado cabezo en busca de la
boca de una Imina, que cerca de allí se abría, en la

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INFANCIA DE GASTELAS 99

que sin duda pensaría ampararse, y en todo caso


vender cara su vida con su certera puntería. Ha­
bían cruzado también el río en su persecución al­
gunos jinetes carlistas, y algún accidente debió ocu-
rrirle en su huida, pues una de las alpargatas se
encontró antes de llegar al sitio donde él se hallaba
cosido á lanzadas, en mitad de una viña, á pocos
pasos de la mina.
Hoy ha desaparecido el lugar, donde vino á des­
arrollarse esta tragedia, con las inmensas moles de
terreno que arrastró el río Vinalopó, en sus memo­
rables avenidas del año 1898 y 99, habiendo sido
colocada posteriormente por sus hijos, en sitio pró­
ximo á la entrada del desmonte, una lápida que re­
cuerda la fecha de tan cobarde crimen.
Dij érase que la casualidad quiso elegir como
principales protagonistas de la sangrienta jornada
del 1° de Abril á individuos de aquella familia con
la que había de convivir Castelar por espacio de al­
gunos años, pues no lejos del lugar donde fué ase­
sinado don Joaquín Senabre desarrollábase al pro­
pio tiempo una escena verdaderamente heroica,
cuyo actor fué un su hermano político llamado
José Gil.
Divisado por los carlistas en mitad del campo
partió un caballo al galope en su seguimiento, y
tras de vertiginosa carrera, cruzando viñas y oliva
res, pudo llegar jadeante al fondo de un barranco
hasta donde fué persiguiéndole el carlista, que ya
cuasi le tenía al alcance de su lanza. En tan crítico
momento pudo trepar á un punto inaccesible para
el caballo, siendo preciso dar un pequeño rodeo
Para alcanzarle; pero en vez de proseguir en su ca­

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IOO BERNARDO HERRERO OCHOA

rrera, á cuyo término hubiese encontrado la muer­


te, tuvo todo el aplomo y sangre fría de esperar á
pie firme, defendiéndose á pedradas, hasta que,
cuando ya cuasi se hallaba bajo las herraduras del
caballo, desandando el camino, volvió á bajar tran­
quilamente ai fondo del barranco. Vuelve el carlis­
ta á desandar lo andado, y él á encastillarse en su
altura nuevamente, y en esta contradanza hubieran
continuado hasta la consumación de los siglos, si
harto de tal brega el perseguidor, no hubiese echa­
do pie á tierra, para trepar tras él al vericueto; y
abalanzándose entonces, y luchando á brazo parti­
do, con las fuerzas que presta una desesperada de­
fensa, logró desarmarle y hacerse dueño de la
lanza.
Cambiados los papeles entre el perseguidor y el
perseguido, muy mal lo hubiera pasado aquel va­
liente si, con la velocidad del rayo, no logra saltar
á la silla del caballo, y huir como una liebre po­
niendo pies en polvorosa.
Omitimos los desmanes y el saqueo de que fué
víctima Sax, donde vino otro asesinato á marcar el
paso de la facción. Lleváronse gran número de pri­
sioneros, sin parar mientes en sus ideas políticas y
condición, pues si los había liberales exaltados, no
faltaban tampoco los absolutistas. Era uno de éstos
un fraile franciscano exclaustrado, llamado Fray
Santiago Rubio, que accidentalmente se encontra­
ba en Sax predicando la cuaresma, al que conocí y
traté luego en Yecla, por los años 1864 al 68, donde
á la sazón desempeñaba el cargo de cura párroco
del Niño Jesús. Con pelos y señales me contaba el
exclaustrado los incidentes de aquella jornada,

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INFANCIA DE CASTELAR IOI

desde que en la madrugada del día 2 de Abril par­


tieron con la facción hacia Viilena, hasta que llega­
ron á Almansa á marchas forzadas, donde al anun­
cio de que se aproximaban tropas isabelinas, huyó
Forcadell, dejando libres, excepto á uno, á todos
los prisioneros que sacó de Sax.
Tocó á los míos la mejor parte en aquella odisea,
pues prisioneros iban mi abuelo, su hermano único
el primogénito, que ya estaba en posesión del ma­
yorazgo de su padre, su hijo mayor y otro tío mío
llamado Julián Palacios, que era hermano de ma­
dre de mi madre. Mi abuelo, como segundón de
casa de vinculista, era naturalmeute liberal acérri­
mo, mas su hermano, aunque indiferente en políti­
ca, y sin mostrar preferencias por partido alguno,
llevaba en la masa de la sangre todas las antigua­
llas y rancias preocupaciones de su tiempo, y bien
demostró al morir su enemiga por la obra de Men-
dizábal, valiéndose de cuantos subterfugios le ofre­
cían las leyes, para eludir los efectos de la desamor­
tización, á fin de que su hacienda no se dividiese y
continuara su nombre unido al terruño, sin que le
preocupara un ardite dejar en el mundo otro hijo
y dos hijas en muy mediana posición.
Mi tío Julián, también mayorazgo, era, por el con­
trario, una especie de mirlo blanco con las más
exaltadas ideas liberales, no obstante que las nue­
vas leyes desamortizadoras le privaban del tercio
de su hacienda, que correspondía á mi madre y á
otro hermano, al tener que partirse el importante
vínculo de mi abuela. Al llegar á Viilena, fué reco­
mendado muy eficazmente á Forcadell, en concep­
to de liberalote acérrimo, por un viejo carlista oja-

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102 BERNARDO HERRERO OCHOA

latero de esta población, y desde tal momento, le


colocaron á buen recaudo con otros prisioneros es­
cogidos que llevaban los carlistas señalados con
lápiz rojo, sobre los que ejercían una vigilancia es­
pecial. Traían ya entre éstos desde Monforte á un
tal José Aracil, al que menciono, porque de él vol­
veremos á ocuparnos al final de esta narración.
Cuando corrieron en Almansa rumores de que
se aproximaban tropas liberales, y decidió Forca-
dell abandonar precipitadamente la ciudad, ya fue­
se movido de piedad, ó porque no contara con
tiempo suficiente para llevar á cabo una de aquellas
fechorías usuales y corrientes en tan bárbara gue­
rra, acaso hizo la vista gorda para que escaparan
la mayor parte de los prisioneros, muchos de ellos
ancianos que sólo le servían de impedimenta. Des­
de Almansa se volvieron todos los que la facción se
llevó de Sax, excepto mi tío Julián, aue con Aracil
y demás liberales alicantinos escogidos, siguió con
Forcadell hasta el Maestrazgo.
Imposible dar idea del Via Lrucis que sufrieron
aquellos infelices durante una marcha penosísima
de una á dos semanas. Procuraban los carlistas
evitar todo encuentro con tropas isabelinas, cami­
nando por los sitios más abruptos y extraviados, y
así llegaron lacerados, hambrientos y desnudos al
Maestrazgo, pues los seráficos defensores del Altar
y el Trono iban cambiando uno á uno sus pingajos
por las prendas de vestir de los prisioneros, al ex­
tremo de que algunos tenían que cubrir sus carnes
con un harapo que por sarcasmo tenía el nombre
de manta.
Ya se habían internado en la provincia de Cas­

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INFANCIA DE GASTELAS 103

tellón, cuando alcanzó á Forcadell una fuerte co­


lumna isabelina, con la que hubo de trabar comba­
te. Oportunamente llegaron al atardecer nuevas
fuerzas liberales, que atacando de flanco á los car­
listas, les dispersaron é hicieron huir á la desban­
dada. En aquellos momentos de contusión y pánico
pudo escapar mi tío, y protegido por las sombras
de la noche anduvo á la ventura, hasta ir á ocultar­
se en unos matorrales. Considere el lector las ho­
ras tremendas que pasaría, hambriento y aterido de
frío; malcubriendo sus carnes con un harapo que
había sido manta; en tierra extraña é inhospitala­
ria, donde acaso le fueran más temibles los hom­
bres que las fieras.
Quizá le trajera, en tan mortal zozobra, más te­
rror que alegría la claridad del alba, y cuando aga­
zapado en su escondite, tal vez pensara á quién de­
mandaría un pedazo de pan para aplacar su ham­
bre, divisó á lo lejos masas borrosas que al parecer
caminaban, perdiéndose en las ondulaciones del te­
rreno, y reapareciendo cada vez más cerca del lu­
gar donde él se hallaba. Brillaron las armas heri­
das por los primeros rayos del sol naciente, y al fin
pudo apreciar y distinguir con claridad los morrio­
nes y correajes de los soldados de Isabel II. Venía,
en efecto, parte de la columna que había batido á
Forcadell, y á su encuentro corrió con el ansia del
náufrago, que lucha con la muerte asido á una ta­
bla, cuando ve aproximarse la nave salvadora.
Venía irritadísima la tropa, conduciendo algunos
prisioneros, pues el triunfo de la tarde anterior les
había costado sensibles bajas, y así, al ver á mi tío
le tomaron por espía carlista, costando no poco tra­

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104 BERNARDO HERRERO OCHOA

bajo á jefes y oficiales contener á la soldadesca,


que quería dar de él inmediata cuenta. Ha de re­
cordarse, que estábamos entonces en aquella te­
rrible época de la guerra, en que no se daba cuar­
tel al vencido.
Tras de larga marcha sin incidente alguno, llega­
ron á Vinaroz, siendo mi tío encarcelado como uno
de tantos, con los demás prisioneros carlistas, y si
como hemos visto debió ser tremenda la noche an­
terior, pasada bajo el fulgor de las estrellas, no le
iría en zaga la primera que en Vinaroz le deparó la
suerte, mezclado y confundido con sus aborrecidos
adversarios. Con sobrado fundamento le preocupa­
ba la idea de que vinieran á ser los suyos los que
perpetraran en él el crimen, que tenían por descon­
tado desde que salieron de Almansa; mas quiso
Dios que pronto se viese libre de aquella fatalidad
que le perseguía. Pensó si habría en la columna al­
gún soldado de Sax, y por caridad rogó á uno de
los que entraron que lo averiguase. Providencial­
mente se encontraba allí un sargento hijo de este
pueblo, llamado Lorenzo Parceló, quien marchó en
el acto, en unión del soldado que había llevado la
misiva, al lugar donde estaban los prisioneros.
Lorenzo Parceló, más conocido en Sax por el
apodo de Lorenzo Cabezón, me contaba con todos
sus detalles, después de treinta y tantos años, estos
dramáticos sucesos. Decíame que mi tío era una de
las bellezas masculinas de nuestra tierra, y que no
precisamente porque hubiesen pasado sin verse al­
gunos años, sino por las hondas huellas que en él
habían dejado dos semanas de horribles sufrimien­
tos, al presentársele en tan mísero y lastimoso es­

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INFANCIA DE CASTELAR IO5

tado, costóle por de pronto algún trabajo recono­


cerle, hasta que al fin le dijo:
—Pero cómo, Lorenzo, ¿no conoces á tu paisano
Julián Palacios?
En estrecho abrazo se unieron, confundiendo sus
lágrimas de alegría, en tanto que exclamaba el sar­
gento Parceló:
■—Mátenme á mí y fusílenme cien veces antes que
al primer liberal de mi provincia.
Lióle la grata nueva que tal vez pronto podría
abrazar á otro paisano y querido amigo, y así fué
en efecto, volviendo en el mismo día á Vinaroz el
resto de la columna, que había continuado en per­
secución de Forcadell, con cuyas tropas venía el ca­
pitán don Esteban Richarte, hijo también de Sax.
Así como todo son negruras cuando la desgracia
nos persigue, todo se nos presenta con rosadas tin­
tas al volvérsenos de cara el santo, y así la llegada
de don Esteban Richarte, antiguo amigo de mi tío,
que dió noticias de su condición y de sus ideas po­
líticas, captóle en el acto las simpatías de la oficia­
lidad. Huelga decir que proveyeron á todas sus ne­
cesidades. comenzando por vestirle, y tres ó cuatro
días pasó con la tropa, tiempo que muy á gusto hu­
biese prolongado, si ya repuesto de los terrores y
quebrantos sufridos en su odisea, no se acordara de
que tenía una familia á la que deseaba abrazar; que,,
como es de suponer, por muerto le lloraba des­
pués de dos semanas de dolorosa ausencia.

Contemos brevemente, para terminar, dos hechos


que vienen á ser el complemento de este triste re­
lato:

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lOÓ BERNARDO HERRERO OCHOA

Por fin emprendió mi tío su largo viaje, bien pro­


visto por la oficialidad de cuantos recursos necesi­
taba, y ya en tierras de Valencia tuvo que pernoc­
tar en una venta ó posada. Poco después que él
llegó una señora cuyo aspecto denunciaba la deses­
peración y el dolor de que era presa su alma; acom­
pañábala un hombre con traje de pueblo, que igual
podría tomarse por servidor que por pariente. Mi­
rábanse con curiosidad los tres viandantes desde
el primer momento, y la confianza que tan pronto
nace entre viajeros, necesitó bien pocas insinuacio­
nes para que se diesen á conocer aquellas tres per­
sonas que hacia las mismas tierras se dirigían, y se
contaran los motivos que en aquel lugar les habían
reunido. Era el varón un hermano del desgraciado
José Aracil, de aquel compañero suyo de infortu­
nio, que ya desde Monforte traía prisionero á Sax
Forcadell, y la desolada señora había sido su espo­
sa. Refirióles mi tío con todos sus detalles las cir­
cunstancias dramáticas, cuasi milagrosas, que ha­
bían concurrido á salvarle la vida, luego que le
contaron el trágico fin del pobre Aracil su viuda y
hermano. Marcharon éstos con una fuerte suma á
ver si podían rescatarle con dinero; pero tuvieron
que volverse al llegar á la residencia de Cabrera,
donde le dieron la fatal noticia de que había sido
fusilado.
Llegó Forcadell con los suyos en completo des­
orden, después de su derrota; y, sin duda, para mi­
tigar el despecho que le produjo el descalabro, fue­
ron inmediatamente fusilados todos los prisioneros
que llevaba de su expedición á la provincia de Ali­
cante, que no habían tenido la suerte de evadirse.

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INFANCIA DE GASTELAS, I07

He aquí el otro hecho:


El 28 de Enero de 1844 se sublevó en Alicante el
coronel de Carabineros don Pantaleón Boné contra
el nuevo gobierno moderado, del que era alma el
célebre González Bravo.
Entre los sublevados se encontraba don Estevan
Richarte.
Ajenos al objeto de esta obrita aquellos sucesos,
cuyo final desenlace fué el fusilamiento en el male­
cón de Alicante, el día 8 de Marzo del 44, de vein­
ticuatro desgraciados, entre los cuales se contaba á
Boné, sólo nos precisa relatar una de las jornadas
de aquella sublevación, en que tomó parte don Es­
tevan Richarte.
El día 4 de Febrero marchaba Boné al frente de
mil infantes, cuarenta caballos y dos cañones, dirR
giéndose á Al coy, á fin de someter á esta ciudad.
En el siguiente día 5 tuvo un desgraciado encuentro
entre Petrel y Elda, empeñándose una acción que
terminó en las primeras horas de la tarde, en la
que fueron derrotadas las fuerzas sublevadas fren­
te á Petrel, junto á la venta de Santa Bárbara, lugar
que hemos dado á conocer en el anterior capítulo.
Unos doscientos prisioneros, con once jefes y ofi­
ciales, quedaron en poder de las llamadas tropas
leales; Boné, con la mayor parte de los suyos, pudo
retroceder y refugiarse en Alicante. Difícil era eva­
dirse en pleno día, pues la suerte se decidió á las
dos de la tarde en contra de los sublevados, gracias
á un ardid contrario á las leyes del honor militar y
de la guerra, ó más propiamente hablando: á una
traición. Don Estevan Richarte, que era uno de los
que se encontraron en Santa Bárbara, pudo esca-

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108 BEBNARDO HERRERO OCHOA

par por hallarse en su propia tierra y conocer pal­


mo á palmo aquellos campos.
El 7 de Febrero llegó á Alicante con numerosas
tropas el capitán general de Valencia don Federico
Roncalí é intimó en el acto la rendición de la plaza.
La Junta de defensa, no sólo se negó á ello, sino
que le pasó una comunicación haciéndole compren­
der que de su conducta dependía la vida de las pri­
meras autoridades de la provincia y de varios mi­
litares que no habían querido sublevarse, á quienes
tenían arrestados. Contestó Roncalí con un hecho
brutal y temerario, enviando la lista de siete de los
jefes y oficiales hechos prisioneros en Santa Bárba­
ra, que hizo fusilar el día 14 en Villafranqueza, don­
de había establecido su cuartel general. Con este
acto de heroísmo, las veinticuatro víctimas del 8 de
Marzo, más otros cuatro desgraciados que sufrie­
ron igual suerte en los días 12 y 14 del mismo mes
en Cocentaina, Monforte y en el mismo Alicante,
que suman treinta y cinco muertos, colocó Ronca­
lí su nombre en la memoria de los alicantinos, en
la misma categoría y á igual altura que el del pro­
pio Irriberri (1).
Salvo en los primeros momentos, don Estevan
Richarte fué llevado con sigilo á casa de mis abue­
los, y allí le tuvieron oculto más de un mes, hasta
que pudo trasladarse á sitio más conveniente: así
pagaron la deuda de gratitud que con él tenían con­
traída desde que contribuyó á salvar á su hijo en
Vinaroz.

(1) En la ya citada obra de Jover, Reseña histórica


de la ciudad de Alicante, se encuentra la relación detalla­
da de los tristes sucesos de 1844. Cap. XXII, pág. 213.

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INFANCIA DE GASTELAS IOg

Hizo luego muy brillante carrera este bravo mi­


litar, y seguramente hubiese llegado á los primeros
puestos de la milicia, de no sorprenderle la muerte
relativamente joven, pues ya llevaba algunos años
con el empleo de coronel cuando falleció en Barce­
lona, á la edad de unos cincuenta años, á principios
del 1859.
Para hacer su apología, baste decir que siempre
perteneció al Cuerpo de Carabineros, prestando úl­
timamente sus servicios: primero en Jaca, como jefe
del resguardo de la frontera francesa, y luego en
capital tan importante, bajo el punto de vista mer­
cantil y marítimo, como Barcelona. En este país,
donde tan bonitas fortunas suelen amasarse con
ciertos destinos, don Estevan Bicharte, como dijo
don Francisco Silvela de Castelar con motivo de su
fallecimiento, murió también en honrada pobreza,
al extremo que tuvieron que atender los amigos en
los primeros momentos á las necesidades de cuatro
hijas huérfanas que dejaba.

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Biblioteca Nacional de España
VÍI
Castelar ante el carlismo.
(Continuación.)

Castelar niño y Castelar Presidente de la República.—


Carácter diferencial entre la primera y segunda gue­
rra carlistas. Ejemplos que lo demuestran.—Sucinta
narración del sitio y asalto de Cuenca por los carlis­
tas en 1874. Conducta incalificable de los jefes del
ejército enviados en su socorro. La marcha de Mina-
ya á Cuenca al mando del general Soria Santa Cruz.—
Opinión de un prisionero sobre el golpe que pudo
darse al carlismo. Otro ejemplo acaecido en Sax so­
bre el modo especial de perseguir carlistas.—El car­
lismo en la revolución del 68. No prevalece en tiem­
pos de Prim.—Adquiere gran incremento en el reina­
do de Amadeo!.—Instauración de la República.—Difi­
cultades para,combatir á los carlistas.—Los cantona­
les, —Cuadro que ofrecía España en el verano de
1873. Gobierno de Castelar.—Reorganiza el ejército y
emprende ruda campaña contra cantonales y car­
listas.

Pensamos si el lector juzgará oportuno el relato


que hemos hecho de la invasión carlista de la pro­
vincia de Alicante en 1837. Nos ha parecido perti­
nente proceder de esta suerte, puesto que tal cir­
cunstancia contribuyó en primer término, á formar
d ambiente de libertad y de odio al carlismo, que

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112 BEBNARDO HEBBERO OCHOA

respiró Castelar durante su niñez, de donde sin


duda, arranca uno de los rasgos más característi­
cos y menos conocidos de su personalidad. En
este pueblo convivió desde la edad de cinco años
hasta los trece, entre las víctimas y actores de aque­
lla tragedia, edad en que se modelan y se dejan im­
presionar las almas cual la dócil cera.
Ahora bien: cuando los que de cerca le veíamos,
recordamos al hombre de gobierno de 1873, con sus
insomnios y sus hondas preocupaciones, acerca del
problema de la guerra carlista; cuando le vemos
jugarse su popularidad ante la salud de la patria, y
reorganizar el ejército, cortando la avalancha abso­
lutista que venía arrollándonos; quienes podíamos
juzgarle con estos antecedentes, veíamos destacar­
se en su figura la voluntad indomable del enemigo
acérrimo del carlismo, y no podíamos menos de
compaginar la historia del Castelar niño de 1837,
con los actos de presidente del Poder Ejecutivo de
la República en 1873. Y debe saberse, que la obra
de Castelar, separada ya de la generación presente
por un paréntesis de cuarenta años, no puede apre­
ciarse con igual vigor que los hoy ya viejos presen­
ciábamos aquellos tiempos de lucha, pudiendo cuál
más, cuál menos, aportar al presente nuestro grano
de arena al acerbo común de la historia.
Existe esencial diferencia entre la primera guerra
carlista, la de los siete años, y aquella otra que nos
cupo en suerte, que vino á desenvolverse en el pe­
ríodo revolucionario de 1868. Fué la primera una
encarnizada contienda de ideas, en la que luchaban
por sus opiniones el hijo contra el padre, y el her­
mano contra el hermano, sin que esta consideración

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INFANCIA BE CASTELAR Ilg

baste para amenguar sus horrores, ni disculpar su


carácter sanguinario. En la primera guerra civil lu­
chaba de una parte el llamado partido apostólico,
ultramontano y ultra-absolutista, incubado al calor
de la artera política de Fernando VII, partido que
fué alma y brazo del terror realista de 1814 y 1824;
y frente á él luchaban los hijos de las víctimas del
absolutismo, y aquellos mártires vejados y perse­
guidos que habían podido escapar del suplicio á
costa de penalidades. De tales premisas no podía
derivarse más que una guerra implacable y de ex­
terminio, pues los liberales de antaño sabían de so­
bra que tenían ante sí la disyuntiva de la victoria ó
la muerte.
Pero la segunda güeña civil fué muy otra cosa.
¿Y por qué no decirlo? Hubo mucho en ella de co­
media sangrienta. Concluyó aquella guerra cuando
convino acabarla á los que de ella se servían para
sus fines políticos: eran necesarios los carlistas en
el campo en tanto que maduraba la breva de la res­
tauración, hasta caer en la boca del partido alfónsi­
go. Nosotros que, como ha poco he indicado, somos
un pedazo de historia viva, que guardamos en la
memoria apuntes de valor inapreciable acerca de
las luchas civiles de hace cuarenta años, podíamos
citar varios ejemplos, por lo que toca á los carlis­
tas, de jefes verdaderamente liberales, que eran
depuestos, apenas se les veía pegar de firme á las
facciones; mas como según reza el adagio, basta
Para muestra con un botón, creemos suficiente,
como prueba irrefutable de nuestro aserto, recor
dar dos hechos en uno de los cuales cuasi fuimos
actor.
8

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114 BERNARDO HERRERO OCHOA

Conozco de tal modo los sucesos del asedio y


asalto de Cuenca por los carlistas en 1874, que para
escribir acerca de ellos sólo me falta la condición
de testigo presencial. Baste decir que la que es hoy
compañera de mi vida, nacida en Cuenca, arrostró
los sobresaltos de aquella bárbara y vergonzosa
jornada durante los siete días que plugo á nuestros
modernos vándalos permanecer en la ciudad. Ocul -
ta con su madre y hermana en la casa de un amigo,
donde llegaban las noticias de los asesinatos, sa­
queos é incendios, y oyendo los toques de corneta
y las descargas de fusilería, pasó horas de angus­
tia indescriptible, ignorando la suerte que correr
pudiera el autor de sus días.
No vamos á relatarlas escenas de salvajismo de
que fué teatro la vieja ciudad castellana; queremos
sí hacer patente la conducta de un Gobierno que se
llamaba liberal, y aun republicano, ante la tristísi­
ma jornada.
Ocupaba á la sazón el Poder uno de los Ministe­
rios que vinieron sucediéndose después del golpe
del 3 de Enero, presididos por el Duque de la To­
rre, con Engasta en Gobernación, constituido por
los que luego formaron la plana mayor del partido
sagastino. Teníanse en Madrid noticias más que
suficientes acerca de la marcha y concentración de
las facciones para que cualquier Gobierno previsor
hubiese tomado sus medidas, combinando los mo­
vimientos de las diferentes columnas que operaban
en el Centro, á fin de acudir sin pérdida de mo­
mento en auxilio de la desgraciada ciudad, en cu­
yos pueblos próximos habían reunido los carlistas
el respetable núcleo de siete á ocho mil hombres.

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INFANCIA DE GASTELAS II5

Es más: el 12 de Julio, en vista de la inminencia


del peligro, habíase telegrafido desde Cuenca al
Gobierno solicitando socorro, cuando al rayar el
alba del día 13 vino á apagar los últimos ecos de
las cornetas, al toque de diana, una descarga cerra­
da de fusilería. Cuenca estaba sitiada; durante la
noche, y sin el menor obstáculo, pudieron elegir ¡os
carlistas las posiciones más ventajosas, ocupando
las alturas de los cerros que la rodean.
Sólo se contaba con una guarnición de unos
500 hombres de la clase de tropa, incluyendo en
ellos á la Guardia civil, al mando del gobernador
militar, brigadier señor La Iglesia, á cuya fuerza se
agregaron unos 150 á 200 paisanos, que en su ma­
yoría habían pertenecido á la disuelta milicia nacio­
nal, reuniéndose en conjunto unos 700 hombres
mal contados, que desde la noche del día 12 hallá­
banse vigilantes y arma al brazo, apercibidos para
la defensa de la ciudad.
Nosotros hemos estado en Cuenca y hemos po­
dido apreciar sus defensas naturales, que la con­
vierten en verdadera fortaleza, estudiando sobre el
terreno la marcha de los sucesos de aquella ver­
gonzosa jornada. Su exigua guarnición, heroica­
mente, y con sobrehumano esfuerzo, se sostuvo los
días 13 y 14, sin perder pulgada de terreno, dentro
del recinto fortificado. Habíase resuelto el problema
más difícil para que la derrota de los carlistas fue­
se inevitable, cual era sostenerse aquellos dos días,
tiempo que se consideraba suficiente para que fue­
se socorrida la ciudad.
Sostenía á los sitiados, después de la épica lucha
de dos días y tres noches, la fe ciega en que no po­

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Il6 BERNARDO HERRERO OCHOA

dían menos de aparecer á la vista de Cuenca, en la


mañana del día 15, las fuerzas liberales que obliga­
ran á levantar el sitio á la facción. Arreciando ésta
en el ataque, había sido de verdadera prueba la pa­
sada noche, y entre otras mil incidencias con que
comenzaba el día, corrió en las primeras horas de
la mañana, produciendo en los sitiados la mayor
alegría, la grata nueva de hallarse próxima á Cuen­
ca la columna del general Calleja. Por desgracia
no eran fuerzas liberales las que á la vista se pre­
sentaban: era el cura de Flix, que venía al frente de
tres batallones y un escuadrón de caballería, á re­
forzar las partidas que sostenían el sitio, llegando
á reunirse, con éste y otros cabecillas que habían
ido acudiendo, el respetable contingente de 12.000
hombres .
A la decepción producida por la falsa noticia de
la llegada de tropas liberales, sucedió el desaliento
en aquel puñado de valientes, ya exhaustos de fuer­
zas y extenuados, ante otra noticia, muy cierta por
desgracia: la de que estaban entrando los carlistas
en la ciudad. No tomaron éstos á Cuenca por su
arrojo y valor personales: la punible conducta de
los jefes que iban al frente de las fuerzas liberta­
doras dió margen á que laborasen los numerosos
adeptos con que en Cuenca cuenta el absolutismo,
que en constante comunicación con las facciones
desde antes del asedio, las tenían al tanto del esta­
do de ánimo de sus moradores y de cuantas circuns­
tancias podían alentarles, señalándoles por fin el
punto débil por donde podían penetrar.
Dueños los carlistas de Cuenca, y hecha prisio­
nera su guarnición, permanecieron en ella cuatro

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INFANCIA DE CASTELAR II7

días, aprovechando los ratos de expansión que les


concedió su generalísima doña Blanca, entregados
al pillaje, al asesinato y a! incendio, y cuando lo
creyeron conveniente, y sin que nadie les empuja­
ra, salieron fanfarronamente en pleno día cargados
de botín, llegando sanos y salvos á sus madrigue­
ras del Maestrazgo.
¿Qué hacía mientras tanto el Gobierno? Dijérase
que á nuestros soldados se los había tragado la tie­
rra, ó que no era Cuenca la capital de una provin­
cia española, sino aduar moruno al que apenas lle­
gaba la autoridad del sultán. Totalmente desampa­
rada estuvo desde la noche del 12 de Julio, en que
cayó sobre ella la facción, hasta el día 19 que tuvie­
ron á bien abandonarla, saliendo á las nueve de la
mañana el real ejército de don Carlos, llevando al
frente los serenísimos y trashumantes príncipes, in­
fantes ó lo que fueren, don Alfonso de Borbón y
doña Blanca.
El gobierno cumplió con su deber en los prime­
ros momentos, disponiendo saliesen en socorro de
Cuenca fuerzas del ejército, y, en efecto, el día 13
de Julio, de madrugada, se apeaba en la estación
de Minaya, con 3.500 hombres, el general Soria
Santa Cruz; mas al no haberle fusilado luego sin
formación de sumaria, hízose el gobierno solidario
y cómplice de su conducta.
Emprendió inmediatamente el general la marcha
hacia Cuenca, y asómbrense los lectores: ¡en cinco
días con sus noches recorrió una distancia de cator­
ce leguas! Y no es que encontrara en su camino el
menor tropiezo, sino que, antes por el contrario, en
todos los pueblos del tránsito eran recibidas las tro-

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Il8 BERNARDO HERRERO OCHOA

pas con la mayor ansiedad, y á fin de que llegasen


á tiempo de escarmentar á los carlistas, tenían pre­
venidas de antemano las autoridades raciones, ba­
gajes, carros y cuanto se les pudiera ofrecer; indi­
cándoles el camino más corto, que no siempre se­
guía el general, y ofreciéndose desinteresadamente
á servirles de guías.
El dia 15, en que se redujo la jornada de Caña-
bate á Honrubia, dos leguas escasas, uniéronse á
Soria Santa Cruz, en el último pueblo, las fuerzas
de los brigadieres Araoz y Fajardo, formando un
contingente de 7.000 hombres, con seis ú ocho pie­
zas de artillería rodada.
En la última jornada llegan el 17 de Julio á Vi­
llar de Saz de Arcas, distante de Cuenca sólo dos
leguas, y allí recibe Soria Santa Cruz Ja noticia, por
un guardia civil fugado, de que han entrado los car­
listas en la ciudad, y que llevan dos días entregados
al pillaje y al incendio, asesinando por las calles á
indefensos y honrados ciudadanos.
El heroico general se lamenta de tamaños males,
y exclama que la cosa ya no tenía remedio. Perma­
necen las fuerzas en el Saz de Arcas, y al siguiente
día 18 contempla desde una altura la salida de al­
gunas fuerzas carlistas, conduciendo prisionera á la
guarnición (1).
(1) Uno de los sucesos de que he hecho en mi vida
más detenido estudio es el sitio y asalto de Cuenca por
los carlistas en Julio de 1874. Entre los documentos his­
tóricos consultados figuran, en primer término, dos fo­
lletos escritos por dos testigos presenciales, el de don
Germán Torralba y el de don Santiago López, titulado:
Los sucesos de Cuenca ocurridos en Julio de 1874.—
Cuenca, 1878.—Imprenta y librería de Manuel Mariana

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INFANCIA DE CASTELAE #9
Dicho queda que el día 19, á las nueve de la ma­
ñana, evacuaba á Cuenca el grueso de la facción,
llevando consigo numerosos prisioneros, dirigién­
dose á Cañete por la carretera de Valencia, y ha­
ría cosa de una hora cuando llegaba á la población
una avanzada de caballería del ejército, por la mis­
ma carretera de Valencia, caminando en dirección
contraria á la que llevaban los carlistas. Apareció,
pues, en la Carretería, ó llano de la ciudad, dicha
avanzada, con todas las precauciones de quien es­
pera habérselas con un enemigo ausente. “Ridicula
entrada, dice don Santiago López, que llena de in­
dignación y coraje á los que hace un instante han
abrazado en despedida, quién sabe si para no vol­
verlos á ver más, á sus hermanos, padres ó hijos."
Huelgan comentarios, que dejamos íntegros al
bondadoso lector, mas por nuestra parte hemos de
permitirnos algunas preguntas.
¿Pudo el general Soria Santa Cruz llegar á Cuen­
ca en tiempo oportuno para libertarla del asalto de
los carlistas?
Si esto íué imposible, ¿no pudo cogerles con don
Alfonso y doña Blanca en el callejón sin salida
donde se habían metido, destrozando aquel núcleo

y Sanz». Don Santiago López describe en este folleto,


minuciosamente y día por día, la marcha de Soria San­
ta Cruz desde Minaya á Cuenca, hasta que una hora
después de haberla abandonado los carlistas se ven lle­
gar las primeras avanzadas de las fuerzas del ejército,
con asombro é indignación de sus habitantes. La índole
de este libro nos veda descender á mayores detalles,
puesto que sólo figuran en el los sucesos de Cuenca á
título de ejemplo, en comprobación de algunas afirma­
ciones que me he permitido hacer.

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120 BERNARDO HERRERO OCHOA

de 12.000 hombres, que eran el nervio de la guerra


civil en las provincias de! Centro?
¿Qué explicación ni disculpa tiene que permane­
ciera desde el día 17 en Villar de Saz sin salir á so­
correr á Cuenca ó á cortar por lo menos el paso á
la facción?
Sólo vamos á contestar á la primera de estas pre­
guntas. Las fuerzas que sacó de Madrid Soria Santa
Cruz estaban descansadas, y las que luego se le in­
corporaron en Honrubía, ni estaban rendidas, ni se
desanimaban al tener que proseguir la marcha con
precipitación. Ejercitadas ya en la persecución de
las partidas, habían dado pruebas varias veces de
que sabían resistir los trabajos de la vida de cam­
paña, y bien pudieron llevar á cabo dos jornadas de
ocho leguas, para presentarse á la vista de Cuenca
en la mañana del día 15 de Julio.
¿A qué proseguir? La opinión pública se sobre­
excitó ante aquel escándalo y hubo necesidad de
calmarla. ¿Cómo? Celebrándose un Consejo de gue­
rra; pero como cuasi siempre sucede en estos casos,
el Consejo de guerra dictó un fallo absolutorio.
Demos ya fin á estos apuntes, poniéndoles como
digno remate los siguientes párrafos del notable fo­
lleto de don Germán Torralba (1), quien describe
las incidencias de tan cruentas jornadas, primero-
como defensor de Cuenca con las armas en la mano,
y luego como uno de los prisioneros q ;e llevaron
(1) Cuenca. Episodio de la guerra civil del Centro, por
Germán Torralba, empleado de Hacienda pública, pri­
sionero en la toma de dicha ciudad por las fuerzas car­
listas al mando de don Alfonso y doña Blanca.—Ma­
drid, 1876.—Imprenta de Noguera, á cargo de M. Mar­
tínez.—Calle de Bordadores, núm. 7.—Página 6\.

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INFANCIA DE CASTELAR 121

los carlistas el ig de Julio en su retirada, cuya odi­


sea nos pinta con los más vivos colores. He aquí
cómo se expresa el Sr. Torralba:
“A la media hora de camino comorendí perfecta­
mente la ruta que llevábamos, pues dejando la ca­
rretera de Valencia, tomamos la de Teruel, que en
distancia de tres leguas, únicas que están conclui­
das, son camino de las ocho que resultan de Cuen­
ca á Cañete por aquella dirección. Las tres leguas
de carretera son por camino llano, atravesando una
vega de aquella longitud por una de anchura en los
puntos que más se ensancha. Más claro: aquel te­
rreno, partiendo de Cuenca, forma una especie de
herradura, cuya figura le dan por lados y frente ele­
vadas cordilleras."
“Oportuno es consignar que, aunque profano en
el arte de la guerra, puedo asegurar que con sólo
cinco ó seis mil hombres, apoderados de antemano
de aquellas posiciones (¿por qué no lo haría, deci­
mos nosotros, el general Soria Santa Cruz?) podían
aguardarse tranquilamente á veinte mil de las con­
diciones de los carlistas, que en mucho menor nú­
mero nos acompañaban, no para disputarles el paso
á sus madrigueras, sino para batirlos y destrozar­
los; y si la Providencia me hubiese deparado la
Suerte de convertirme en general ai frente del nú­
mero de soldados indicados, con su correspondien­
te artillería y caballería, seguramente me hubiera
permitido la honra de vengar á Cuenca, con virtien­
do la vega en sepultura de muchos carlistas y des­
concertar á aquel enemigo, entonces nervio de las
facciones del Centro y Cataluña."
“No sucedió así, y claro está que de nadie es la

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122 BERNARDO HERRERO OCHOA

responsabilidad cuando ningún culpable ha resul­


tado, no obstante que, por lo menos desde el día 13,
se sabía de un modo positivo el asedio de Cuenca, y
las tropas mandadas en nuestro socorro no pudie­
ron llegar hasta el mismo día 19, y como una hora
después que nosotros llevábamos de marcha, que
se presentaron á la vista de Cuenca las avanzadas,
causando la admiración de los vecinos el que no nos
hubiesen encontrado por traer el mismo camino
que nosotros llevábamos."
“Tampoco sucedió así y lástima grande fué, aun­
que lo probable es que ios prisioneros hubiéramos
fenecido, que el jefe de aquellas fuerzas, con me­
jores noticias que las que tenía, no siguiese al des­
cender á la carretera, por donde nosotros habíamos
pasado, la dirección nuestra en vez de la de Cuenca,
ó sea la opuesta. Nada de lo natural sucedió, y claro
es, por último, que la fatalidad estaba con nosotros
en aquellos días y la fortuna con don Alfonso y
doña Blanca."
No tiene desperdicio el siguiente suceso, que se
ajusta como anillo al dedo en la demostración de
nuestro aserto, relativo á lo que fué la segunda
guerra carlista. Reúne este hecho las circunstan­
cias de haber yo sido testigo presencial y figurar
corno protagonista ó héroe uno de los jefes de la
brillante expedición á Cuenca, que acabamos de na­
rrar, quien sin duda debió adiestrarse en el arte de
perseguir carlistas al lado del general Soria Santa
Cruz; nos referimos al brigadier Fajardo.
Corría la primera quincena de Octubre de 1875
cuando de la provincia de Valencia se corrió á la de
Alicante el cabecilla Cucala, al frente de 700 ú 8co

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INFANCIA DE GASTELAS 123

desarrapados. Quien esto escribe ocupaba á la sa­


zón la plaza de médico titular de Sax, por cuyos
pueblos circunvecinos andaba Cucala merodeando.
Esperando estábamos de un momento á otro, como
era natural, la simpática visita, y por las noches, es­
pecialmente, quedaba el pueblo medio desalojado.
Muchas familias, en particular señoras y gente me­
nuda, marchaban á pernoctar en las casas de cam­
po, y los liberales más significados andaban ocul­
tándose á salto de mata; allí quedábamos, en una
población abierta é indefensa, el médico, el cura,
las autoridades... resignados á que hiciesen los car­
listas de nosotros lo que les viniese en ganas.
Ya llevábamos en vela cinco ó seis noches, cuan­
do recibimos un telegrama en que se nos decía que
á las diez de la mañana había entrado en Elda la
facción Dista Elda de Sax sólo seis ó siete kilóme­
tros; de suerte que ya considerábamos á los carlis­
tas dentro de casa, cuando volvieron á telegrafiar
diciendo que habían marchado en dirección á Mo-
nóvar, donde llegaron á las cuatro de la tarde.
Cuasi al mismo tiempo que el segundo telegrama,
llegó á Sax la noticia de que se aproximaban fuer­
zas del ejército, y corriendo de boca en boca la fra­
se ¡que viene tropa!, ¡que viene tropa', salimos mu­
chos á esperarles. Era, en efecto, el brigadier Fa­
jardo, que se presentó á la vista de Sax al frente
de una columna de cinco mil hombres.
Por cierto que al embocar la tropa el puente so­
bre el Vinalopó, que da acceso á la población, tuvi­
mos una desagradable sorpresa, pensando fuesen
los carlistas los que se hallaban delante de nos­
otros. Traía la columna de vanguardia unos sesen­

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124 BERNARDO HERRERO OCHOA

ta á ochenta paisanos, manta al hombro y con sus.


pañolillos de seda á la cabeza: eran liberales perse­
guidos de la provincia de Valencia que, no deján­
doles vivir en sus pueblos, pedían un fusil y se
agregaban á las tropas, y según la oficialidad con­
taba, valía por diez cada uno de ellos. Eran el te­
rror de los carlistas. Excelentes tiradores como
buenos valencianos, allí donde echaban el ojo po­
nían la hala, y ya se habían puesto á prueba batién­
dose en Bocairente y en otros puntos con la fiereza
de sus ascendientes los almogávares.
Nadie podía imaginar lo que hizo en Sax Fajar­
do: no traía las tropas cansadas, ni mucho menos,
y forzando un poco la marcha, y aprovechando va­
rios atajos, pudo en media hora, ó á lo sumo en
tres cuartos de hora, caer sobre Monóvar; y fuerzas
llevaba más que suficientes para haber destacado
un par de batallones y algunos caballos, cortando la
retirada á los carlistas por la parte de Elda, donde
sólo existe un camino angosto, flanqueado por ce­
rros, abierto entre el viñedo y la arboleda. De este
modo se hubiese encontrado la faqción cogida entre
dos fuegos, y ni uno escapa de la ratonera en que
se habían metido.
Pero asómbrese quien esto lea. En vez de aqué­
llo, que parecía de sentido común, el brigadier Fa­
jardo dió en Sax siete horas de descanso d la colum­
na, saliendo allá á las doce de la noche, haciendo
como que perseguía á la facción, cuando ya le lle­
vaba seis horas de delantera, marchando por el
único escape que pudo cortársele tan fácilmente,
y así prosiguió aquella parodia de persecución,
hasta que cruzaron el Júcar los carlistas por la pro­

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INFANCIA DE GASTELAS, I25

vincia de Albacete, creo que por Jorquera, dis­


parándoles algunos tiros al aire desde la orilla
opuesta.
Cuando salí á esperar á las tropas, se separó de
filas y vino á abrazarme un oficial: era mi compa­
ñero y amigo íntimo Pepe Cortina, hijo de Al man
sa, que había ingresado en Sanidad militar y venía
de médico del batallón reserva de Madrid. Como
era natural, me lo llevé á casa, invitándole á que se
trajera á los amigos que quisiese, y por haber sitio
adecuado donde acomodar á los caballos, viniéron­
se con él dos oficiales de caballería que casualmen­
te iban ya con Fajardo cuando se incorporó en
Honrubia á la columna de Soria Santa Cruz.
Dispúsose, como era natural, cena para todos, y
durante ella contaron cómo en la famosa marcha de
Minaya á Cuenca manifestaron tro ias y oficialidad
ostensiblemente su disgusto ante la inconcebible
conducta de su general; y comentando el extraño
proceder de Fajardo en aquellos momentos, trina­
ban los oficiales de Caballería y se tiraban de los
pelos, al ver cómo les había privado de copar á los
carlistas, dando cuenta de Cucala con toda su
gente.

Pocos comentarios hacen falta para poner de re­


lieve la actitud de Castelar ante el carlismo; mas si
del todo huelgan para los que fuimos contemporá­
neos de la época de su gobierno, transcurren los
años y pronto irán extinguiéndose estos recuerdos
en el fondo de archivos y bibliotecas. Creemos,
por ende, conveniente y útil hacer un resumen, si­
quiera sea muy parco, de lo que fué la revolución

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126 BERNARDO HERRERO OCHOA

de 1868, por cuanto atañe á la segunda guerra car­


lista. Nosotros, que sólo nos proponemos en estas
páginas dar á conocer la infancia de Castelar, aun
cuando en cierto modo hayamos de quebrantar
nuestros propósitos, estimamos pertinente traer á
este lugar hechos de la vida política del gran esta­
dista, por las conexiones que guardan con las cir­
cunstancias de su niñez, de que venimos ocupán­
donos.
La revolución del 68, sin la oportuna aparición
del general Prim á bordo de la Zaragoza en la ma­
drugada del día 18 de Septiembre, hubiérase redu­
cido á uno de tantos pronunciamientos de los acae­
cidos en el reinado de Isabel II. Quizá no hubiera
pasado de un mero cambio político, con la caída de
los moderados, substituyéndoles en el Poder un Mi­
nisterio de la Unión liberal con más ó menos lastre
progresista. Sus principales iniciadores, monárqui­
cos y conservadores, los más de ellos, nunca pensa­
ron que quedara vacante el Trono, y cuando más
se hubiera llegado á la abdicación de Isabel II en
su hijo el príncipe Alfonso, al que se hubiera pro­
clamado rey bajo determinada regencia.
Muchos de los elementos revolucionarios, y muy
especialmente el partido unionista, fueron llevados
á remolque por aquella corriente francamente de­
mocrática que se imprimió á la revolución en los
primeros momentos, y si aceptaron el destrona­
miento de los Borbones, fué á reserva de tomar
luego la revancha, cuando les brindaran la ocasión
tiempos más bonancibles, y así, aquel movimiento,
grande y glorioso en sus comienzos, llevaba dentro
de sí el germen de su disolución.

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INFANCIA DE GASTELAS I27

De vivir Prim, otros muy distintos rumbos hubie­


se seguido la historia de España, y cuando traido­
ramente caía acribillado á balazos, á pocos pasos
del templo de las leyes, no era el héroe de los Cas­
tillejos á quien mataba el plomo de sus viles asesi­
nos, sino al alma y al brazo de la revolución de
Septiembre. Revolucionario irreductible, con su
gran ascendiente en el ejército, fué el valladar don­
de se estrellaba todo intento restaurador y sus tres
famosos jamases, poniendo el veto á la vuelta de la
caída dinastía, acaso fué lo que determinó su sen­
tencia de muerte, sirviendo de brazo ejecutor en el
execrable crimen, la hidrofobia de algunos locos
políticos. Con el general Prim nunca prevalecieron
las intentonas carlistas, y le bastaban ocho días
para dar cuenta de ellas.
Roto con su muerte el lazo que unía á los ele­
mentos radicales de la revolución, tampoco hubo
quien le sustituyese para aunar voluntades en el
ejército, y así, la dinastía de Saboya, que él instau­
ró en el Trono español, y que acaso hubiera con­
solidado, arrastró vida efímera y difícil, viendo
cómo se ahondaban, hasta convertirse en abismos,
las diferencias entre los partidos que habían de sos­
tenerla. Entonces comenzó á adquirir el carlismo
incremento inusitado, y apareció ostensiblemente
el bando alfonsino, ingresando en él desde el prin
cipio valiosos elementos revolucionarios.
Cuando el honradísimo y caballeresco Amadeo
de Saboya, que según frase de un escritor contem­
poráneo reinó en España de mala gana, y que an­
tes que verse reducido á ser rey de un partido, pre­
firió deponer la corona, devolviéndola á la Repre­

Biblioteca Nacional de España


128 BERNARDO HERRERO OCHOA

sentación nacional, de cuyas manos la había recibi­


do, no podía ser más sombrío el cuadro que ofre­
cía esta desgraciada nación. Profundamente dividi­
do el viejo partido progresista, ocupaba á la sazón
el Poder la fracción radical más avanzada, y en el
retraimiento estaban los llamados constitucionales,
luego sagastinos. Cada día más ensoberbecidos los
laborantes alfonsinos; pujante el carlismo, sobre
todo en el Norte y Cataluña, sin contar con un ge­
neral sinceramente revolucionario que oponerle;
con una guerra separatista allende los mares; y
cuando todos los enemigos de la revolución apela­
ban al viejo sistema reaccionario de disfrazarse de
demagogos, exagerando sus principios para hacer­
la caer en el descrédito, vino la renuncia de Ama­
deo I á plantear inopinadamente el arduo problema
del cambio de forma de gobierno.
No vamos á entrar en pormenores acerca de la
memorable sesión de la asamblea nacional en la
noche del 10 de Febrero de 1873; si recórdaremos
la fatalidad, que privó en sus albores á la naciente
República, de la cooperación personal de los dos
mayores prestigios con que contaba el partido ra­
dical; Rivero, á la sazón presidente del Congreso,
y Ruiz Zorrilla, presidente del último Ministerio de
la monarquía dimisionaria. Un exceso de honradez
política, y de fidelidad al rey demócrata á quien ha­
bía servido, alejaron á este último de la política,
viniendo como causa ocasional el inoportuno inci­
dente promovido en el Congreso entre él y Rivero,
sobre si había de seguir ó no en funciones el último
Ministerio de la monarquía, en tanto que las Cortes
eligieran los ministros que habían de sustituirle.

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INFANCIA DE GASTELAS 129

Quedaron en cambio compartiendo por igual los


puestos del gobierno, en virtud de la transacción de
republicanos y radicales que trajo la República, la
parte más acomodaticia de estos últimos, que algu­
nos despertaron ministros de Amadeo, y se acos
taron ministros de la República. Y aquellas Cortes,
completamente hostiles, que fueron la rémora del
nuevo orden de cosas, elevaron á su presidencia; 1
prototipo de todas las veleidades, á D. Cristi; o
Martos, cuya volubilidad corrió siempre parejr•
con su gran talento.
En conspiración constante vivió el gobierno re-,
publicano durante los dos primeros meses, y cuan -
do v encida la intentona de 23 de Abril, llamada d
la plaza de toros, pudieron trabajosamente reunir­
se las Constituyentes de la República comenzaron
las disensiones entre los primates del partido, por
si se había de empezar ó concluir por proclamar
la federal y por los g ados de federalismo que ha
b¡a de tener. Mientras esto ocurría, atados de pie -
y manos los gobernantes, apenas si habían tenido
tiempo de organizar fuerzas y arbitrar recursos,
que oponer al carlismo, que estaba llamando á la-;
Puertas agresivo y pujante. Todos los partidos,
empezando por los radicales, que habían coadyv-
ljado á la instauración del nuevo régimen, venían
haciendo el vacío en torno de la República, y aque­
llos gobiernos honradísimos, á pesar de sus erro
Vesj dondequiera que echaban mano en busca d
crudillos, sólo topaban con la ineptitud ó la trai­
ción.
Para que nada faltase, vino la inicua, la insens; -
ta insurrección cantonal, caso insólito de demencia
9

Biblioteca Nacional de España


I go BERNARDO HERRERO OCHOA

suicida, por no darle nombre más adecuado, en que


se sublevan contra sí mismas unas Cortes, único
poder y representación legítima que la nación
tenía.
Pavor causa recordar la situación de la triste Es­
paña en el verano de 1873. Ardía la guerra separa­
tista en Cuba; crecían sin dique alguno las facciones
en las provincias del Norte, Cataluña y Centro, y
la región de Levante y Andalucía eran presa de los
cantonales. Con razón decía Carlos VII, que el pri­
mero de sus generales era el general República. Si
entonces no entraron los carlistas en Madrid, y se
sentó su rey en el trono de San Fernando, durma­
mos tranquilos, que no ha de ofrecérseles ocasión
más propicia.
Nos llevaría muy lejos, si quisiéramos profundi­
zar en los acontecimientos de aquellos días nefas­
tos, mas no debemos omitir un dato que en su ce­
guera no veían aquellos desatentados intransigen­
tes: el de que en el negocio de los cantones colabo­
raban muchos de los mayores enemigos de la Re­
pública. Dígalo el cantón valenciano, á cuyo frente
estaba el Marqués de Cáceres, uno de los más ca­
racterizados alfonsinos.
La recta conciencia de Castelar; su acendrado y
ardiente patriotismo; el desamparo en que queda­
ban sus ideas gubernamentales entre los primates
del republicanismo, no le permitían mirar con indi­
ferencia aquel incendio, aquellas turbulencias que
estaban desgarrando el seno de la patria. El no
quería, él no debía, él no podía consentir que pere­
ciese en sus manos su adorada España: fué precisa
una rectificación de conducta, y noble y honrada­

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INFANCIA DE GASTELAS Igl

mente rectificó, echando por la ventana su grande


y merecida popularidad.
En el Parlamento y á la faz del mundo, ante la
anarquía que amenazaba devorarlo todo, y la indis­
ciplina del ejército, declaró con toda valentía "que
nos sobraba república y que estábamos faltos de
orden y de disciplina"; y en su discurso, pronun­
ciado en el Parlamento el día 30 de Julio de 1873,
quedaron escritas estas sublimes y patrióticas pala­
bras, en las que está condensado el fervoroso culto
que sentía por España:
“Y tenedlo entendido de ahora para siempre: yo
amo con exaltación á mi patria, y antes que á la
libertad, antes que á la República, antes que á la
federación, antes que á la democracia, pertenezco
á mi idolatrada España.
“¡Ah! Yo no veo al patriota en el diputado que
se va de aquí á sublevar las provincias, que rompe
la patria, que pone una bandera odiosa y odiada
sobre el tope de las naves de don Juan de Austria
y del marqués de Santa Cruz; yo no veo ahí á Es­
paña, yo la veo en el voluntario de Estella, que,
c°n su mujer al lado, sobre cien quintales de pól­
vora, con la mecha encendida, aguarda á que llegue
d facineroso carlista para morir como bueno.
“Sí; allí está la patria de Viriato, allí está la pa­
tria de Pelayo, allí está la patria del Cid, allí está la
Patria de Daoiz y Velarde, allí está la patria de la
Mártir Gerona y de la santa Zaragoza."
Jamás ambicionó Castelar las efímeras delicias
del poder, y cuando al advenimiento de la Repú­
blica, dada su alta representación política, hubo de
Aceptar una cartera, sintió verdadero miedo, y re­

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132 BERNARDO HERRERO OCHOA

huyó cuanto le fué posible ocupar la primera ma­


gistratura de la nación. Muy poco duró su colabo­
ración personal en el Gobierno, y desde su escaño
de diputado defendió lealmente y apoyó á todos los
Ministerios que vinieron sucediéndose. Primero
apoyó á Figueras, luego apoyó á Pí Margall hasta
el último momento, é hizo cuanto le fué dable para
que Salmerón no abandonara el Gobierno.
Mas cuando el Poder vino á sus manos, impuesto
con fuerza incontrastable por las excepcionales cir­
cunstancias en que la nación se hallaba, lo aceptó
como compromiso de honor, considerándolo una
verdadera desgracia.
Nadie pudo llamarse á engaño, cuando llegó al
Poder Castelar investido con las facultades y auto­
rizaciones extraordinarias que las Cortes habían
votado. Todos, absolutamente todos, sabían á qué
venía, costara lo que costase. Venía á reconstituir
la patria, y era preciso empezar para tan ardua
empresa por reorganizar el Ejército y restablecer
la disciplina, y reorganizó y disciplinó al Ejército,
devolviendo también á los artilleros sus cañones.
Sólo con sus ministros, y teniendo en frente des­
de los monárquicos de todas las procedencias y ma­
tices, hasta los exaltados federales, planteó y des­
arrolló desde el Poder aquella política guberna­
mental, que tantas simpatías vino á captarle entre
los elementos neutros de la nación, y emprendióse
desde luego vigorosa campaña contra los cantona­
les y carlistas, como no había vuelto á verse desde
los tiempos del general Prim.
Guio iv;¡taba de la insurrección cantonal en las
postrimerías de 1873 el cantón cartagenero, que,

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INFANCIA DE CASTELAR 133

no obstante contar con medios de que jamás dispu­


so sublevación alguna, á punto estaba de caer,
cuando moría la República á mano airada en la ma­
ñana del 3 de Enero. Castelar muy pronto hubiese
dado cuenta de él, así como del carlismo, que ya se
encontraba asaz quebrantado, con lo cual no hubie­
ra tenido que envidiar lo único que envidió en su
vida: el que terminara Cánovas la segunda guerra
carlista.

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VIII

Los primeros estudios de Castelar.


Su primer maestro.

Importancia de todo dato acerca de este asunto; defi­


ciencias y confusión.—Fué Sax la cuna literaria de
Castelar.—Refútase el error de que estudió latinidad
en Elche. — Don Pedro Valera su primer maestro;
toma posesión de la escuela de Sax en Junio de 1842,
y permanece Castelar en ella tres años bajo su direc­
ción exclusiva.—Un recuerdo de Castelar en 1898.—
Retrato del maestro. —Su historia.—Es primero agri­
cultor.—Vicisitudes de su vida.—Decide dedicarse á
la enseñanza y desempeña la escuela de Agost.—Im­
portantes estudios que realiza en este pueblo.—Obtie­
ne el título de maestro á la edad de cincuenta años, y
desempeña durante quince la escuela de Sax.—Su
muerte.—Sus predicciones.—Castelar no pisó las ca­
lles de Elche.—No volvió á ver á su primer maestro,
á quien llora como á un padre.

Fué Castelar ante todo hombre de letras, y huel­


ga por ende todo encomio á cuanto contribuya á dar
4 conocer sus primeros pasos en la enseñanza.
Asunto es é\te asaz confuso, y hasta el presente
muy poco conocido, que bastaría por sí solo para
justificar la publicación de este modesto libro, que,
aparte toda afectada modestia, nos consideramos
uno de los pocos, acaso el único que, con funda­

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136 BERNARDO HERRERO OCHOA

mentó, pueda acometer la empresa de escribirlo.


Diez y ocho años antes que quien esto escribe,
vino al mundo don Emilio Castelar, y esto no obs­
tante, aún alcancé á su primer maestro. Uno y otro
fuimos discípulos de don Pedro Valera Herrero, ó
el tío Pedro Valera, como en Sax le llamaban cari­
ñosa y familiarmente; y aun hoy recuerda este pue­
blo con tal tratamiento y nombre, al cabo de más de
medio siglo que desapareció del mundo de los vi­
vos, á aquel sabio pedagogo de imperecedera me­
moria, cuyo paso por la enseñanza todavía se ad­
vierte en la brillante estela que dejara en la gene­
ración que va hoy tocando á su ocaso.
No está al presente totalmente perdida la memo­
ria de aquel insigne maestro. Morayta, en su exce­
lente obrita, Juventud de Castelar, recuerda que le
enseñó á leer el maestro de escuela de Sax, y Gon­
zález Araco, en su bien escrito libro titulado, Caste­
lar, su vida y su muerte, cuenta, hasta con ciertos
detalles, algo de lo que se refiere á sus primeros
estudios, hechos bajo la dirección del “émulo de
Pestalozz: don Pedro Varela", que así le llama, y no
Valera, cual es su verdadero apellido.
Así como á Cádiz cupo la suerte de haber sido la
cuna de nuestro excelso tribuno, cupo á Sax la glo­
ria de haber proporcionado el primer alimento lite­
rario á su preclara inteligencia. Quiero y debo re­
cabar esta gloria, en absoluto y toda entera, para
este pueblo, y véome por ello obligado á rebatir un
error, que hasta ha sido reproducido en publicación
de tanta importancia, como el Diccionario enciclopé­
dico Hispano-Americano.
Se ha dicho que Castelar hizo sus estudios de

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INFANCIA DE CASTELAR 137

primera enseñanza y latinidad en Elda, en Sax y en


Elche; en cuanto al primero de estos pueblos ya ve­
remos la parte que le corresponde; mas por lo que
atañe á que hiciera en Elche cualquier género de
estudios, lo niego en absoluto. Castelar marchó de
Sax á Alicante en '-845, á continuar con el tercer
año sus estudios del Bachillerato, sin haber conoci­
do á otro maestro que á don Pedro Valera.
Parte este error sin duda de! folleto del señor
Payá Pertusa anteriormente citado, al que parece
presta cierta autoridad el estar escrito por un hijo
de Elda. Trabajo de tijera, como suele decirse en
el argot literario, de las cuarenta páginas que con­
tiene, sólo corresponden las cuatro ó seis últimas á
la propia cosecha del autor, y en tan limitado espa­
cio, si bien se encuentra algún dato biográfico iné­
dito de Castelar, tropiézase, especialmente, en cuan­
to se refiere á sus primeros estudios, con deficien­
cias é inexactitudes de gran bulto.
Es muy extraño que el señor Payá Pertusa, tan
minucioso y detallista, ni siquiera mencione los
muy importantes estudios que en Sax vino á hacer
Castelar, ni que tuviera la menor noticia de que su
familia le llevó de hecho á este pueblo en 1842, per­
maneciendo en él más de tres años al lado de su
maestro don Pedro Valera. En cambio nos da á co­
nocer, con sus pelos y señales, á los maestros que
en Elda tuvo, sargento del ejército que había sido
uno de ellos por más señas, y al otro, con el que
estudió Matemáticas, cuando vendría á tener ape­
nas de seis á siete años, ciencia que, á decir verdad,
no fué la que luego prestó el mayor brillo al insig­
ne estadista.

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138 BERNARDO HERRERO OCHOA

Ni discutir queremos estos estudios de Matemá­


ticas, y admitimos como bueno el importante dato
de que los chicos de la escuela de Elda llamaran á
Castelar el sabidillas. No queremos tampoco supo­
ner que influyeran en el señor Payá Pertusa, res­
quemores ni viejas rencillas, más ó menos funda­
das entre pueblos vecinos, y considero harto balad!
para la historia de don Emilio Castelar, aquilatar
los grados de simpatía que sentir pudo por uno ú
otro pueblo. Mas, sin embargo, como quiera que se
advierte cierto desden en el autor del folleto, en
cuanto á las conexiones que tuvo de por vida Cas-
telar con Sax, bien pudiera citarle para demostrar­
las multitud de datos acerca de sus amistades en
Elda, que bien pudo desconocer el señor Payá Per-
tusa, y que acaso fueran de los más importantes.
Con cierta veneración recuerdo el curso de 1863
al 64, que lo pasé en Elda, estudiando latinidad con
el célebre ciego don Joaquín Gras y Pérez. Duran­
te mi estancia en el chado curso, las relaciones más
íntimas que allí tuve, fueron con la familia de don
Genaro Amorós, donde solía hospedarse Castelar,
y cuasi puedo asegurar que después de su vuelta de
la emigración, en que creo ya había muerto don
Genaro Amorós, ni siquiera una noche volvió á
pernoctar en Elda.
Siempre fué Sax el centro de sus excursiones á
la tierra alicantina; allí puede decirse que tenía su
casa solariega, según podrían atestiguarlo los nu­
merosos amigos que acudían á este pueblo á visi­
tarle, y como testigos de mayor excepción, pudiéra
mos citar á sus secretarios particulares Solier y
Alberola. Nunca, sin embargo, dejaba de visitar á

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INFANCIA DE GASTELAS r39

Elda, donde aún le quedaban queridos amigos de


la infancia.
Bien puede verse por lo expuesto, y algo más que
omitimos, atentos á la concisión, que estamos bien
documentados para escribir sobre este asunto, y no
concebimos que ignorará tan en absoluto el señor
Payá Pertusa las grandes conexiones que con Sax
tuvo don Emilio Castelar, así en su niñez como du­
rante el resto de su vida, para que no haga acerca
de ellas mención alguna, con lo que presta flaco
servicio para su historia, sembrando la confusión y
la duda en asunto tan importante como el de su
primera y segunda enseñanza, omitiendo los prin­
cipales dates y contando otros del todo gratuitos,
que han venido copiándose en todas partes, al no
existir otro documento ni bueno ni malo acerca de
los años de su niñez.
No pretendo al escribir estas páginas conquistar
el dictado de historiador; pero materia histórica son
después de todo, que puede ser utilizada en lo por
venir por los biógrafos de Castelar, y si para esto
no sirvieran perderíamos el tiempo lastimosamen­
te. Debemos, por tanto, tener la virtud de la impar­
cialidad, indispensable á quienes se ocupan de tra­
bajos de este género, y hartas pruebas he dado de
atenerme á ella por cuanto á Elda se refiere, pro­
digándole á boca llena mis elogios siempre que
los ha merecido.
Perdóneme el lector si, aunque bien á pesar mío,
doy extensión inusitada á un asunto que trazas tie­
ne de reproche contra el folleto del señor Pertusa;
y perdóneme también éste, pues no es mi intención
zaherirle, si algo molesto encuentra en mis pala-

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140 BERNARDO HERRERO OCHOA

bras; mas juzgo indispensable sentar estas premi­


sas, en las que ha de basarse la refutación de erro­
res que tanto afectan á cnanto atañe á los primeros
pasos dados en la enseñanza por el estadista emi­
nente. No obstante, lo que escrito queda desde las
primeras páginas de este libro, referente á lo quefué
Sax para Castelar, solamente una vez, y por nece­
sidad ineludible, aparece en el folleto el nombre de
este pueblo en la línea y inedia que copiamos, se­
gún está escrita y puntuada, donde al punto se echa
de ver que no es posible elegir otras quince pala­
bras, ni coordinarlas de mejor manera para obscu­
recer un asunto y sembrar en él la confusión. Dice
así el señor Paya Pertusa refiriéndose á la enseñan­
za de Castelar:
“Se crió en Elda, donde aprendió primeras letras
y latinidad en Sax y en Elche."
Como se ve, resulta la cosa tan clara como las
lobregueces de media noche. Si hubiese al menos
una coma después de "primeras letras", sabríamos
si quiso decir el autor del folleto que hizo este es­
tudio exclusivamente en Elda; y si pensó dar á en­
tender que estudió en este pueblo la primera ense­
ñanza, debió expresarlo así, pues que primeras le­
tras y primera enseñanza no son precisamente la
misma cosa. En cuanto á que estudiara latinidad en
Elche, huelga por el ; momento ocuparnos de ello,
al negarlo como lo negamos de la manera más ro­
tunda.
Ahora bien; parafraseando las quince palabras
antes copiadas, diré que Castelar se crió en Elda,
compartiendo con Sax el tiempo desde que le trajeron
á tierra alicantina; que permaneció luego de hecho en

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INFANCIA DE GASTELAS I4I

Sax más de tres años (desde el 1842 al 45), donde


hizo los estudios formales de primera enseñanza, y
cursó los dos primeros años de latinidad bajo la di­
rección única y exclusiva de don Pedro Valera, al
que consideramos su primer maestro.
Nosotros no pretendemos que Castelar viniera á
Sax sin conocer el alfabeto, ni ponemos en duda
que concurriera en Elda á tal ó cual escuela; con lo
que no transigimos es con que se obscurezcan y ter­
giversen hechos de tanta monta referentes á sus
primeros estudios, callando, ya sea por ignorancia
ó por lo que fuere, precisamente aquellos que son
más importantes, y sacando á plaza invenciones,
cual la de los estudios de latinidad que llevó á cabo
en Elche.
Si fuéramos tan detallistas como el señor Payá
Pertusa, diríamos que no fué precisamente don Pe­
dro Valera el primer maestro que tuvo en Sax Cas-
telar. En las largas temporadas que solía pasar en
este pueblo, antes del 1842, concurría á la escuela
del tío Juan el músico, tipo popular así llamado,
porque ejercía el doble magisterio de enseñar las
semicorcheas y las letras, pues maestro ó director
era de lo que allí designaban pomposamente con el
nombre de música, consistente en media docena de
pitos y un bombo y platillos. No creemos que fue­
se Castelar á tal escuela ¿ aprender filosofía, ni si­
quiera matemáticas, sino que lo mandaría allí sen­
cillamente doña Mariana Gil con sus dos hijos, para
verse libre por unas cuantas horas de aquellos tres
diablejos que le traían revuelta la casa.
Con su prodigiosa memoria nos recordaba al tío
Juan el músico, igual que á su mujer, que por ca­

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142 BERNARDO HERRERO OCHOA

sualidad se llamaba tambiénjuana. A ésta, que aún


alcanzó nuestros días, nos la retrataba tal como ella
era: bajita y regordeta y no mal parecida; tuerta
por más señas, de pelo abundoso, que si in illo
témpore le componían filamentos áureos, ya blanco
en nuestro tiempo, habíase trocado en hebras de
cáñamo; y constantemente vestida de bandera na­
cional, pues en toda época del año no usaba otro
indumento que saya ó refajo de bayeta amarilla,
con ancha faja ó rodapié de color grana y pañuelo
de talle también encarnado.
Demos, pues, por terminado este ingrato asunto,
que de buena gana hubiese omitido; y al señor
Payá Pertusa, á quien no tengo el honor de cono­
cer, ni sé si vive todavía, y si así fuese, que Dios le
depare largos años de vida, ruégole encarecida­
mente que si llegara á sus manos este escrito no lo
tome á ofensa en modo alguno, sino que vea sola­
mente en él el justificado deseo de hacer del domi­
nio público tan interesantes cuanto desconocidos
datos referentes á la infancia de don Emilio Caste-
lar. Y ahora, tras estas francas y espontáneas mani­
festaciones, demos comienzo á la tarea mucho más
simpática de dar á conocer á su primer maestro.

Precedido de gran fama llegó á Sax el insigne


pedagogo don Pedro Varela Herrero, y según cons­
ta en acta guardada en su archivo municipal, tomó
posesión de la escuela el día 14 de Junio de 1842.
Preocupaba á doña Antonia Ripoll la carrera y
educación de su hijo, que ya iba á cumplirlos diez
años, é inmediatamente determinó llevarle á Sax,
donde permaneció de hecho más de tres años

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INFANCIA DE GASTELAS 143

bajo la dirección exclusiva del eminente maestro.


Se ha escrito en varias partes que á Castelar se
le puso interno en un colegio de Sax; esto es del
todo inexacto; en Sax, ni entonces ni luego, ha ha­
bido colegios de ningún género, fuera de la escue­
la pública municipal, que fué donde hizo sus pri­
meros estudios el glorioso orador; quedando por
lo demás bajo los maternales cuidados de doña Ma­
riana Gil, que, como oportunamente dijimos, había
concluido por confundir en un mismo afecto á él y
á sus dos hijos.
Parécenos ocioso dar cuenta detallada de los co­
nocimientos que adquirir pudo Castelar en la es­
cuela de Sax. Aparte la lectura, la escritura, reli ­
gión y moral y demás materias que comprenden las
primeras letras, dábase allí con la mayor extensión
la primera enseñanza, siendo objeto de las prefe­
rencias del maestro la Gramática castellana y la
Aritmética, que enseñaba con tanta amplitud como
hoy se hace en los estudios del Bachillerato.
Todavía recuerdo, no obstante los pocos años
conque entonces contaba, los ejercicios de Caligra­
fía á que se dedicaban los mayores, por lo que sa­
lían de aquella escuela hermosas formas de letra,
que aún hoy se observan en algunos discípulos, ya
rayanos en los setenta, que aún sobreviven al maes­
tro inolvidable. Otra de las enseñanzas, por cierto
raras en establecimientos de tal índole, eran los ru­
dimentos de latín que solían adquirir aquellos que
sus padres no tenían gran prisa por sacarles de la
escuela, y permanecían en ella hasta los catorce ó
diez y seis años.
No puedo menos de referir un recuerdo de Cas-

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144 BERNARDO HERRERO OCHOA

telar en su último viaje á Sax en 1898, á propósito


de su primer maestro. Fuimos un día de campo á
cierta heredad, que era uno de sus sitios preferi­
dos. Levántase entre sierras la casa, por cierto
nada artística, y la vegetación exuberante, en pleno
mes de Junio, prestaba á la sazón á la tierra sus
más hermosas galas. Los mimos y cuidados de que
era objeto el ilustre enfermo, convertían para él
aquel paraje agreste en verdadera Arcadia. Senta
dos nos hallábamos á la sombra de unos copudos
olmos, y los criados de la casa habían traído de la
próxima sierra grandes brazadas de plantas aro­
máticas que, esparcidas en torno nuestro, venían á
envolvernos en el penetrante perfume del espliego
y la salvia, del cantueso, romero y tomillo.
Frente á nosotros, y al lado opuesto de unos no­
pales, llameaban en la era de trillar las hogueras,
donde habían de cocerse las tortas para preparar
nuestros clásicos gazpachos, y hasta hubo un pe -
queño detalle que vino á dar el más apropiado ca­
rácter á la campestre escena. Vimos bajar desde la
sierra en precipitada carrera al Capitán, que era un
perro galgo al que daban este nombre, que solía
marcharse sólo á cazar al monte, y según se apro­
ximaba, íbamos notando que algo traía en la boca:
era, en efecto, un conejillo, y como si el instinto le
enseñara á quién se dedicaba aquella fiesta, cuan­
do llegó, jadeante, fué á dejarlo, todavía vivo, so­
bre las rodillas de Castelar.
¿Don Emilio solía distraerse algunos ratos repa­
sando el latín á un nieto de mi hermana, y hacíale
traducir en aquel momento una de las fábulas de
Esopo. Profundamente afectado sentíase en aque-

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INFANCIA DE GASTELAS 145
líos días el insigne patricio con las desdichas sin
cuento que en aquel año fatal se desencadenaban
sobre la patria, y cuando la lección hubo termina­
do, “cómo recuerdo—me decía cuasi brotándole las
lágrimas—cuando me hacía traducir estas fábulas
el tío Pedro Valera. ¡Qué hombre aquél tan emi
nente! ¡De cuánto me han servido sus enseñanzas!
¡Cuán otra sería hoy la suerte de nuestra pobre Es
paña si cada pueblo hubiese tenido su tío Pedro!"
Castelar encontró al maestro en toda la plenitud
de sus facultades y de él vino á recibir la más sóli ­
da enseñanza. Quien esto escribe, ya le conoció en
el ocaso de la vida, y apenas si pudo enseñarle las
primei as páginas del silabario; pero aunque conta­
ba escasamente ocho años cuando acaeció su falle­
cimiento, de tal suerte quedaron grabados en mi
memoria los rasgos personales de aquel venerable
anciano, que si dominara el lápiz y pudiera mi ma­
no diseñarle tal como le tengo en el pensamiento,
dejaría en el mundo el retrato del primer maestro
de Castelar.
De recia complexión y regular estatura, denun­
ciaban sus huesudos miembros y amplias cavida­
des que había sido hombre de naturaleza atlética y
robusta. Aún conservaba, no obstante sus sesenta
y seis años, su enérgico carácter, que imponía res­
peto á sus tiernos discípulos, aunque nunca abusó
del castigo, y á todos los quería como á sus pro
píos hijos.
Vestía traje de paño obscuro no muy fino, y aca­
so no calzó otra cosa en su vida que la alpargata,
y con la cara cuidadosamente afeitada, á usanza de
aquellos tiempos, cubría su cabeza, ni calva ni muy
10

Biblioteca Nacional de España


I46 BERNARDO HERRERO OCHOA

canosa, alta montera de felpa á estilo de Felipe II,


bajo la que llevaba, como indispensable apéndice,
un gorro negro de punto, que le daba las trazas del
verdadero dómine. Servía de complemento á tal in­
dumentaria, capa larguísima, que cuasi le llegaba á
los talones, y que sólo abandonaba durante los me­
ses del estío.
Aunque breve y sencilla, no deja su historia de
ser interesante. Vino al mundo don Pedro Valera
en el año 1792, y perteneció á una generación, de
la que aún quedaban en Sax algunos ancianos ya
septuagenarios allá por la década del i860 al 70, en
los que se advertía una instrucción nada común ni
vulgar. No obstante hallarse dedicados desde ado­
lescentes á las rudas faenas del campo, observába­
se en algunos que habían conocido el latín de un
modo más que rudimentario, y tenían sus peque­
ñas bibliotecas, que denunciaban el buen gusto de
quienes les había educado. Entre algunos libros
místicos, solía guardarse en ellas la Gramática la­
tina de Nebrija, y no faltaba algún ejemplar de la
Historia de España, siendo obras obligadas el Gil
Blas de Santillana y el Quijote, que leían y releían
hasta aprendérselos de memoria.
No carecían, al propio tiempo, de aquellos cono­
cimientos de utilidad práctica, indispensables para
la buena marcha de sus asuntos, y ocasión he teni­
do de ver escritos de aquellos viejos, de hermosa
letra cursiva, que revelaban de qué manera cono­
cían la ciencia de los números.
Siempre se consideró á don Pedro Valera como
uno de los más ilustrados entre sus contemporá­
neos, é imposible me ha sido averiguar de qué

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INFANCIA DB GASTELAS r47

modo llevó á cabo sus primeros estudios. Sólo se


sabe que á fines del siglo xvm y principios del
xix tuvo en Sax escuela de primeras letras un tal
don José Elvira, que al mismo tiempo desempeña­
ba el cargo de sacristán de la parroquia, á la que es
probable concurriera el maestro y sus coetáneos, y
que un sacerdote, llamado don Antonio Gil, tenía
un aula donde aprendían latinidad los que se dedi­
caban á la carrera eclesiástica. Pero es lo más pro­
bable que los principales maestros de aquellos vie
jos fuesen algunos frailes secularizados que por
aquella época en Sax vivían, entre los que oía re­
cordar con gran encomio, por sus vastos conoci­
mientos, a uno llamado el Prior, y otro cvnoci lo
por el Padre Birranco.
Sea de ello lo que fuere, don Pedro Valera se de­
dicó desde su adolescencia á los trabajos agrícolas,
y ya algo entrado en años, pues contaba de treinta
á treinta y cinco, trabajaban á partido como labra­
dores él y su padre, las tierras de una heredad pró­
xima al pueblo, llamada casa de “Cervera ó del
Pino", en el partido del Chorrillo, que pertenecía al
vínculo de mi abuela materna.
Por datos adquiridos en mi propia familia puedo
afirmar que, allá por los años 1825 al 30, tuvieron
que abandonar aquellas tierras, por serles imposi­
ble vivir en ellas con las partidas de ladrones que
pululaban por la provincia desde la terminación de
la guerra de la independencia, que teniendo sus
guaridas en la sierra de Crevillente, traían ame­
drentados en sus correrías á los pobres moradores
del campo, con sus frecuentes secuestros y exac­
ciones.

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148 BERNARDO HERRERO OCHOA

Sin otros medios de subsistencia que el produc­


to de su trabajo, vióse privado el maestro de todo
recurso, y tuvo que dedicarse á oficios mucho más
penosos y menos lucrativos, é iba al monte á arran­
car leña, que traía para las fábricas de aguardien­
te. En muy triste situación debió encontrarse, pues
aparte de las mezquinas ganancias de trabajo tan
ímprobo, padecíase en Sax un hambre horrorosa
en aquella época, efecto de las terribles heladas
que dejaron asolados los campos en los inviernos
del 1829 al 30, y si á esto se agrega que toda la
propiedad estabá acaparada por la mano muerta,
entre vinculaciones, capellanías y pías memorias,
se comprenderá muy bien que, fuera de algunos
clérigos y mayorazgos, serían contadas las familias
que pudieran llevarse un pedazo de pan á la boca.
No obstante las penalidades y contratiempos que
amargaron la vida de don Pedro Valera, en su ruda
lucha por la existencia, no amenguó en él ni se ex­
tinguió el cariño por las letras, y aguijoneado sin
duda por grandes necesidades no satisfechas, de­
cidió abandonar los ingratos oficios á que venía de­
dicándose, para buscar por nuevos derroteros los
indispensables recursos con que atender á sus más
perentorias necesidades. Aprovechando los conoci­
mientos nada comunes que poseía, decidió dedicar­
se á la enseñanza, y en el año 1833, cuando ya con­
taba los cuarenta de edad, fué solicitado, aunque
no tenía título académico de ningún genero, para
desempeñar la plaza de maestro de escuela en la
antigua villa de Agost, próxima á Alicante, en cuyo
destino permaneció, con gran beneplácito de aquel
pueblo, durante nueve años.

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INFANCIA DE GASTELAS 149

Era entonces alcalde de Agost un ilustradísimo


capitán retirado del ejército, llamado don Nicolás
Castelló, y como la asignación de seis reales dia­
rios que daban al maestro era insuficiente para
atender á su subsistencia, señalóle una pequeña
subvención un hermano de don Nicolás, que no sa­
bía leer ni escribir, en cambio de la cual le llevaba
don Pedro Valera la contabilidad, y le despachaba
la correspondencia en un pequeño tráfico que tenía.
Debo estos datos á don Francisco Castelló, hijo del
propio don Nicolás, que ignoro si actualmente
vive, siendo uno de los contados discípulos que en
Agost quedaban del maestro, y uno de los pocos
amigos de la infancia de Castelar, que le sobrevi­
vieron por aquellas tierras.
Una fraternal amistad vino pronto á unir á don
Pedro Valera con el capitán retirado y con don Vi­
cente Giménez, médico de Agost, lo que le valió
extraordinariamente para ampliar los conocimien­
tos que ya tenía, y adquirir nuevas enseñanzas,
pues siendo don Nicolás Castelló gran matemático,
y excelente humanista don Vicente Giménez, fue­
ron para él, más que amigos, dos cariñosos maes­
tros, encontrando en su trato íntimo cátedra peren­
ne, por lo que bien pudo decirse que, por espacio
de nueve años, vino á seguir en la villa de Agost
una verdadera carrera literaria.
Considerándose con conocimientos más que su­
ficientes para aspirar al título de maestro de ins­
trucción primaria, presentóse en 1842, y ya á la
edad de los cincuenta años, ante la Comisión de
exámenes de la provincia de Alicante á efectuar el
de reválida, obteniendo la clasificación de Sobresa-

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!5° BEBNAHDO HERRERO OCHOA

líente. En el título, expedido en Madrid en 15 de


Septiembre de dicho año 42, por la Dirección gene­
ral de estudios del reino, y firmado en primer lu­
gar por el laureado poeta don Manuel José Quinta­
na, se expresa haber sido aprobado con la referida
nota en Religión y Moral, Lectura, Escritura, Arit­
mética, Gramática castellana, Ortografía, Métodos
generales y especiales de enseñanza correspon­
dientes á la instrucción primaria elemental, autori­
zándole para enseñar estas materias.
Acaso más que otra cosa, el cariño á su pueblo
natal, hizo que, en cuanto se vi ó en posesión del
título de maestro, dejara la escuela de Agost, don­
de se le tenía en gran estima, y viniera á desempe­
ñar la de Sax, cargo que debió otorgarle el Ayun­
tamiento de este pueblo apenas verificó el examen
de reválida, cuya fecha no consta en el título pues,
como hemos visto, aún tardaron tres meses en ex­
pedírsele, á contar del 14 de Junio, cosa nada ex­
traña si se tiene en cuenta qué en aquellos tiempos
necesitaban los correos por lo menos de doce á
quince días, para ir de Madrid á Alicante.
Desde el 14 de Junio de 1842 hasta el t.° de Ju­
nio de 1857, en que dejó de existir don Pedro Va-
lera, á los sesenta y seis años de edad, desempeñó
sin interrupción y con el mayor celo la escuela de
Sax. Aún se observan en la actualidad las huellas
de su labor fecunda de quince años, dejando á su
muerte un vacío en aquella escuela que, salvo al­
guna excepción honrosa, apenas ha podido lle­
narse.
Pocas veces como ahora hemos echado de menos
los primores de la dicción, para enaltecer cual se

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INFANCIA DE GASTELAS Igl

merece la memoria de aquel maestro insigne, que


aunque no tuviera otros títulos, daríale derecho á
que su nombre pase á la posteridad, el haber teni­
do la suerte de labrar los primeros sillares del pe­
destal en que había de levantarse enhiesta la figu­
ra literaria de Castelar.
Fuá don Pedro Valera conocedor cual ninguno
del fondo psicológico del niño, prediciendo con in­
tuición maravillosa, y como por ai te mágica, los re­
sultados en todos aquellos de sus discípulos que se
dedicaron luego á carreras literarias. Por lo que á
Castelar toca, ya González Araco cita en su libro
los vaticinios del maestro, quien de él dijo, cuando
contaba apenas de diez á doce años: Este niño será
la estrella Polar de Europa.
Multitud de frases análogas se recuerdan en Sax,
y corren todavía de boca en boca, á propósito de
otros de sus discípulos, compañeros j amigos de
Castelar algunos de ellos, que es muy probable hu-
bicran brillado en la política y en las letras, llegan­
do acaso á los primeros puestos, si sus prematuras
muertes no hubieran venido á segar en flor hermo­
sas esperanzas, cuando empezaban á realizarse las
clarividentes predicciones del maestro. No creemos
pertinente recordarlos, pues muy poco podrían in­
teresar al lector personas y cosas que le son del
todo ajenas.
Ha tiempo que desapareció la escuela á que con­
curría en Sax Castelar. Formaba parte de un viejo
edificio demolido por el año i860, para construir
las actuales escuelas de niños y de niñas, y las ha­
bitaciones para los maestros, situado en la Plaza
de la Constitución junto á la casa Ayuntamiento.

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i52 BERNARDO HERRERO OCHOA

Era aquella escuela un salón prolongado de techo


clavadísimo y excelentes condiciones higiénicas,
que ocupaba la parte céntrica de la planta ó piso
principal, con entrada por la calle de las Virtudes,
donde daban los ventanales que se abrían en uno
de sus testeros. Allí aprendimos las primeras letras
con don Pedro Valera; y sirva este breve apunte
para recordar el modesto establecimiento docente,
donde llevó á cabo sus primeros formales estudios
el insigne Emilio Castelar.

En uno de mis últimos viajes á Sax dije á mi cu­


ñado que recorriera la memoria, á ver si tenía al­
gún fundamento la especie de que hubiese estudia­
do Castelar latinidad en Elche. Como compañero
de la infancia, y cuasi hermano, vino á contestarme
lo siguiente:
“Puedes asegurar, sin temor á que nadie te de­
muestre lo contrario, que en los tres años que estu­
vo Emilio con nosotros, no pisó una vez siquiera las
calles de Elche, ni tuvo otro maestro que al tío
Pedro Valera, y cuando el año 45 fué á examinarse
á Alicante, le pasaron los dos primeros años, con lo
que había estudiado aquí con el tío Pedro. Luego,
cuando venía alguna temporada en tiempo de va­
caciones, aún iba á repasar con él el latín, y en va­
rias ocasiones oíamos decir al maestro, que no ha­
bía tenido otro discípulo como Emilio, con tanta fa
cilidad para aprender."
Castelar, desde que marchó á Madrid en 1848 á
continuar sus estudios en la Universidad Central,
una vez terminados los del Bachillerato, no volvió
á pisar la tierra alicantina hasta mediados de Junio

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INFANCIA DE GASTELAS I53

de 1857, en que estando para terminarse las obras


del ferrocarril, bajó con don José Salamanca desde
Albacete en una máquina exploradora. Previamen­
te avisados los amigos de Sax, salieron á la esta­
ción á saludarle muchos de los que habían sido sus
condiscípulos en la escuela, y como es de suponer,
no podía dejar de contarse entre ellos á Secundino
y á Pepe Senabre, que siguieron con él hasta Ali­
cante.
“¿Y el maestro?" fué una de las primeras pre­
guntas que les hizo.
Hace dos semanas que le enterraron, le contes­
taron.
Brotaron las lágrimas de los ojos de Castelar,
que le lloró como á un padre. “Ya no entro en Sax,
les dijo; todos mis anhelos al venir, consistían en
abrazaros á vosotros y abrazar al maestro, y á vos­
otros ya os he abrazado, y á él no puedo ya abra -
zarle."

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IX

Castelar en el Instituto de Alicante-

Deficiencia de datos acerca de su segunda enseñanza.—


Su hoja de estudios.—No existen indicios de cómo
cursó y aprobó los dos primeros años.—Castelar no
podía aparecer oficialmente como discípulo de don
Pedro Valera.—La enseñanza privada y la doméstica
en los antiguos planes de estudios.—No menciona la
hoja de estudios de Castelar la mayor parte de las
asignaturas que vino á cursar.—Cuadro de asignatu­
ras del plan de estudios de 1845.—Sistema de exáme­
nes seguido en aquella época.—Termina Castelar en
Alicante sus estudios del Bachillerato en 1848.—Fin
de la primera parte de este libro.

Esperábamos que en este punto concreto de la


enseñanza de Castelar desapareciese todo género
de dudas, y que pudiéramos escribir guiados por
luz meridiana, al poder apoyarnos en documentos
escritos. Acostumbrados á nuestras modernas ho­
jas de estudios, que contienen el historial detallado
y completo de la marcha escolar del alumno, sufri­
mos gran decepción cuando llegó por vez primera
á nuestras manos la de don Emilio Castelar. Este
documento, en que se inicia su historia literaria, es
de lo más deficiente que cabe imaginar, y apenas si

Biblioteca Nacional de España


I56 BERNARDO HERRERO OCHOA

en él se ve clara otra cosa que el hecho de que es­


tudiara en el Instituto de Alicante el tercero, el
cuarto y quinto año del Bachillerato.
El primer problema insoluble que á todos se ofre­
ce en la historia literaria de Caste!ar, es averiguar
dónde y en qué forma se examinó y aprobó los dos
primeros años, pues como se verá, su hoja de es­
tudios, que pronto copiaremos, comienza sin prece­
dente alguno con el tercer año, en el curso de 1845
al 46.
No detalla siquiera este documento las asignatu­
ras correspondientes á cada curso, fuera de las del
quinto año, y para poder precisar las materias que
estudió en la segunda enseñanza, hemos tenido que
buscar y leer detenidamente los planes de estudios
de 10 de Octubre de t 843, y de 17 de Septiembre
de 1845, con la radical reforma que sufrió este úl­
timo en el número y distribución de asignaturas al
año de establecido, equivalente á un nuevo plan de
enseñanza, pues nada menos que tres cambios en
el plan de estudios tocaron á Castelar en los cinco
años del Bachillerato.
El sistema de exámenes que entonces se seguía y
el modo de calificar, verdaderamente pueril y absur­
do, también hace imposible deducir consecuencias
acerca de las aptitudes del alumno: baste decir que
se daba una nota única, calificando en bloque como
más adelante veremos, la una ó varias asignaturas
estudiadas en c>da curso, siendo á veces tan hete­
rogéneas como las comprendidas, por ejemplo, en
el quinto año, en el que, junto á la Retórica y Poé­
tica, figuraban la Física y Química, las Matemáticas
é Historia natural.

Biblioteca Nacional de España


INFANCIA DE CASTELAB 157

Creemos oportuno, para que el lector pueda juz­


gar por sí mismo, copiar íntegra la hoja de estudios
de Castelar, antes de ocuparnos concretamente de
los puntos que quedan indicados. He aquí el docu­
mento aludido:

Estudios hechos por 0. Emilio Castelar en el


Instituto de Alicante.

Tercer año.— 1844 á 1846.


D. Emilio Castelar y Ripoll.................. Sobresaliente.

Cuarto año.—1846 á 1847.


D. Emilio Castelar y Ripoll.................. Sobresaliente.

Quinto año.—1847 á 1848.


D. Emilio Castelar y Ripoll.................. Mediano.
D. Emilio Castelar y Ripoll.................. Bueno.

Registro de las hojas de estudios de los cursantes de este


Instituto, que da principio en el curso académico de 1845
á 1846.

D. EMILIO CASTELAR Y RIPOLL


CURSO ACADÉMICO DE 1845 Á 1846

Tercer año.
Asignaturas......................................
Faltas de asistencia........................ Dos.

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158 BERNARDO HERRERO OCHOA

Conducta en la cátedra.................... Algo hablador.


Castigos en que ha incurrido.......... Reconvenciones.
Premios que ha obtenido................. Ninguno.
Disposición intelectual.................... Buena.
Nota de exámenes .......................... Sobresaliente.
Está conforme con los antecedentes que obran en
esta Secretaría.
Alicante 20 de Junio de 1846.
Manuel Escálame re
Secretario

CURSO ACADÉMICO DE 1846 Á 1847

Cuarto año.

Asignaturas......................................
Faltas de asistencia.......................... Ninguna.
Conducta en la cátedra.................... Buena.
Castigos en que ha incurrido......... Ninguno.
Premios que ha obtenido................. Ninguno.
Disposición intelectual..................... Buena.
Nota de exámenes............................ Sobresaliente.
Está conforme con los antecedentes que obran en
esta Secretaría de mi cargo.
Alicante 8 de Junio de 1847.
Manuel Escalambre
Secretario

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INFANCIA DE GASTELAS, 159

CURSO ACADÉMICO DE 1847 Á 1848

Quinto año.
ASIGNATURAS: física y química, retórica y poética,
MATEMÁTICAS, RELIGIÓN Y MORAL, HISTORIA NATURAL

Faltas de asistencia. Pri­


mer trimestre................. Una y cinco por enfermo.
Conducta en la cátedra.... Buena.
Castigos en que ha incu­
rrido................................ Ninguno.
Premios que ha obtenido.. Ninguno.
Disposición intelectual.... Buena.
En los del mes de Febrero ha
Notas de exámenes. merecido la nota de Mediano.
Censura de exámenes de fin de
curso. Bueno.
Alicante 30 de Junio de 1848.
Manuel Escalambre
Secretario

Se le expidió certificación de esta hoja para ir, según


dijo el interesado, á incorporarse á la Universidad de
Madrid en 20 de Septiembre de 1848.

Atento á la sinceridad que adoptamos como guía


desde las primeras páginas, declaro haber buscado
con el mayor empeño, aunque inútilmente, alguna
prueba documental de los estudios hechos en Sax
por Castelar, prueba que me holgara consignar en
esta ocasión con gran complacencia, aunque los da­
tos contenidos en el anterior capítulo sean de los
ñiás fidedignos y para mí no ofrezcan la más pe­
queña duda. Mas aunque parezca extraño, no sé

Biblioteca Nacional de España


160 BERNÁRDO HERRERO OCHOA

encuentra, como hemos visto en el preinserto do­


cumento, ni el más pequeño indicio de cómo pudo
aprobar los dos primeros años. Estudiados por en­
señanza privada, como entonces se decía, debió
aprobarlos, sin duda, en el mismo Instituto de Ali­
cante, que vino á crearse precisamente cuando em­
pezó Castelar el Bachillerato (i), y acaso hallemos
la explicación satisfactoria, en cuanto á la carencia
absoluta de todo dato relativo á este asunto, en el
hecho de que hasta el curso de 1845 al 46, en que
fué á estudiar el tercer año, no principia el registro
de hojas de estudio de los alumnos de este institu­
to, según se anota en la de Castelar!
Dos ejemplares ó copias de su hoja de estudios
guardamos en nuestro poder. Cuando la recibí por
vez primera no podía explicarme que sin antece -
dentes de ningún género empezara con el tercer año
su historia literaria. Recordé entonces que había
un antiguo condiscípulo mío entre los catedráti •
cos del instituto de Alicante, y escribí á un amigo
para que se avistara con él y le rogara expresa­
mente viera si existía algún dato referente á los dos
primeros años de la segunda enseñanza de Caste
lar. A mayor abundamiento, el aludido condiscípu­
lo desempeñaba á la sazón la secretaría, y he aquí
(1) Don Julio Milego dice que el Instituto de Ali­
cante se creó en 1845, en el mismo año que fué á él Cas-
telar, y así parece deducirse de su hoja de estudios an­
tes copiada. Creemos no deben faltar datos al señor
Milego para hacer esta afirmación. Nosotros, sin em­
bargo, sin que esto sea rechazarla, debemos consignar
que, según dice Jover en su libro Reseña histórica de
Alicante,, se creó el Instituto en 29 de Agosto de 1843.-'
J. Milego.—Castelar, su vida y su obra, pág. 34.—Jover,
loe. cit., pág. 210.

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INFANCIA DE GASTELAS l6l

lo que se me contestaba, al mandarme por segunda


vez la hoja de estudios:
“Nuestro buen amigo don Niceto Cuenca, secre­
tario del Instituto, ha hecho hasta los imposibles
por complacernos, buscando y rebuscando en el
Archivo para ver si encontraba datos anteriores á
los que te envío, y poder averiguar cómo comenzó
sus estudios don Emilio, y cómo pudo aprobar los
dos primeros años; pero no se han encontrado
otros más que éstos, y me asegura son los únicos
que existen. “
Huelga decir que no esperaba encontrar el nom­
bre del maestro de Escuela de Sax escrito en nin­
gún documento, aunque sí algún dato que viniese
á esclarecer este asunto. En el supuesto de que apa­
reciese toda la documentación habida y por haber,
Castelar no podía aparecer como discípulo de don
Pedro Valera: casualmente vengo á encontrarme en
caso idéntico al de don Emilio, pues, como él, estu­
dié en el curso del 1863 al 64 por enseñanza priva­
da ó doméstica, que era el nombre que entonces se
la daba, examinándome en Alicante del primer año,
y en mi hoja de estudios consta en qué forma cur­
sé y aprobé aquellas asignaturas. Es más: en el Ar­
chivo de aquel Instituto es posible se guarde la
certificación que presenté de haber estudiado con
un Licenciado en Filosofía y Letras para ser admi •
tido á examen; y aun cuando creo dificilísimo pue­
da averiguarse más de lo que sabemos sobre la se­
gunda enseñanza de Castelar, me parece oportuno
hacer una advertencia, á propósito de estas certifi­
caciones, aunque esto sea curarme en salud, como
suele decirse vulgarmente.
11

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IÓ2 BERNARDO HERRERO OCHOA

' Dondequiera que aprobara don Emilio Castelar


los dos primeros años del Bachillerato, habría de
hacerlo en igual forma que yo lo hice, pues no po­
día presentarme á examen como discípulo de don
Joaquín Grás.
El título de maestro de Instrucción primaria que
tenía don Pedro Valera no le autorizaba para en­
señar asignaturas de la segunda enseñanza, y aún
menos podía hacerlo don Joaquín Grás, que no po­
seía ningún título académico. Yo me examiné como
discípulo de un hijo suyo, que era Licenciado en
Filosofía y Letras, y sin esta coincidencia, de la
que pudiera surgir sólo la duda de si mi maestro se
llamó don Joaquín ó don Benjamín, que era el nom­
bre del hijo, bien pudiera aparecer hoy como discí­
pulo de algún Pedro Sánchez ó algún Juan García.
En la época de Caslelar estaba reglamentada
con el mayor rigor la enseñanza privada, intervi­
niéndola el Estado de la manera más absoluta, é
imponiendo, sobre todo, el número y condiciones
de los profesores que habían de darla, ya se trata­
se de colegios particulares como de cualquiera otra
clase de establecimientos no oficiales, y no podía
menos de exigirse al alumno, para dar validez á sus
estudios, que los hubiera hecho con un Doctor ó
Licenciado en Ciencias ó en Filosofía. Castelar
hubo de pasar forzosamente por este trámite-
A falta de otras pruebas, imposible de encontrar,
repetiré las palabras oídas á sus condiscípulos y
amigos de la infancia. “Con lo que aquí estudió
Emilio con el tío Pedro Valera, le pasaron los dos
primeros años, cuando fué á examinarse al Instituto
de Alicante."

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INFANCIA DE GASTELAS 163

No sabemos por su hoja de estudios cuáles mate­


rias cursó en el Bachillerato, pues sólo en ella cons­
tan las asignaturas del quinto año. Creemos, por
tanto, oportuno dar á conocer los cuadros de ense­
ñanza de aquella época, y al no haber podido ha­
llar el del plan de estudios de 10 de Octubre de
1843, por el que estudió los dos primeros años, co­
piamos el de 17 de Septiembre de 1845, con lo cual
tendremos idea muy aproximada de lo que fué la
segunda enseñanza de Castelar.

Cuadro de asignaturas de la segunda enseñanza,


según el plan de estudios de 17 de Septiembre de 18¿5.

Primer año.
i.° Gramática Castellana.—Rudimentos de Len­
gua latina.
2° Ejercicios del cálculo aritmético.—Nociones
de Geometría.—Elementos de Geografía.
3.0 Mitología y Principios de Historia general.

Segundo año.
i.° Lengua castellana.—Lengua latina.— Sin­
taxis y principios de la traducción.
2° Principios de Moral y Religión.
3.0 Continuación de la Historia, y, con especia­
lidad, de la de España.

Tercer año.
i.° Continuación de las lenguas castellana y
latina.—Ejercicios de traducción y composición en
ambos idiomas.

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164 BERNARDO HERRERO OCHOA

2.0 Principios de Psicología, Ideología y Ló­


gica.
3.0 Lengua francesa.

Cuarto año.
i.° Continuación de la Lengua castellana. -Tra­
ducción de los clásicos latinos.—Composición.
2.0 Complemento de la Aritmética.—Algebra,
hasta las ecuaciones de segundo grado inclusive.—
Geometría, Trigonometría rectilínea.—Geometría
práctica.
3.0 Continuación de la Lengua francesa.

Quinto año.
i.° Traducción de los clásicos latinos.—Elemen­
tos de Retórica y Poética.—Composición.
2.0 Elementos de Física, con algunas nociones
de Química.
3.0 Nociones de Historia Natural.

Sólo rigió durante un curso el cuadro de asigna­


turas que precede, en el que se introdujeron radi­
cales reformas por Real decreto de 24 de Julio
de 1846; y antes de terminar Castelar la segunda
enseñanza, aún se decretó un nuevo plan de estudios
en 8 de Julio de 1847; mas aunque en él difieren al­
gún tanto las asignaturas, terminó según el plan
de 1845, pues alguna de ellas la tenía ya aprobada,
y en cambio le faltaban otras que, según el nuevo
plan, habían de estudiarse anteriormente.
No dqja de ser curioso el sistema de exámenes
que entonces se seguía, que, como ya indiqué, tenía

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INFANCIA DE GASTELAS 165

el grave inconveniente de no poder deducirse de


su resultado las aptitudes especiales del alumno.
En ciertas épocas del año celebraban los catedrá­
ticos exámenes particulares, que eran públicos, y
no podían eximirse los escolares de concurrir á
ellos, contándose su falta de asistencia por cuatro
faltas ordinarias, y anotándose, además, en su hoja
de estudios.
Al finalizar el año escolar se celebraban los exá­
menes generales de prueba de curso, y omitiendo
detalles, que harían asaz fatigoso este relato, for­
mábanse los tribunales con tres catedráticos, siendo
el de la asignatura precisamente uno de ellos, y ac­
tuaba como secretario, sin voz ni voto, uno de los
regentes agregados, que equivalían á nuestros cate­
dráticos auxiliares.
Daban principio los exámenes el día 15 de Junio,
y previamente redactaba cada catedrático trescien­
tas preguntas de su respectiva asignatura, que,
aprobadas por el Claustro de la Facultad ó del Ins­
tituto, se depositaban en urnas separadas que había
colocadas delante de los jueces.
Al presentarse el alumno para ser examinado,
entregaba al secretario del tribunal la papeleta de
examen, quien la leía en alta voz, y, tomando luego
cada uno de los examinadores otra papeleta im­
presa, de las que había sobre la mesa previamente
preparadas con sus correspondientes casillas, ano­
taban en ella el número de la de examen y el nom­
bre y apellidos del alumno. Sacaba éste entonces
por sí mismo una pregunta de una de las urnas, á
la que contestaba oyéndole impasibles los examina­
dores, sin que les fuera permitido interrumpirle

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166 BERNARDO HERRERO OCHOA

con observaciones ni enmiendas, y sólo después de


concluir podía indicarle el catedrático de la asigna­
tura las inexactitudes en que hubiese incurrido,
“sin que esto diera margen, decía el reglamento, á
nuevas preguntas ni contestaciones".
Tenían las papeletas de los examinadores, á la
parte izquierda, dispuestas en columna, de la cifra
primera á la sexta, y cuando el alumno terminaba la
contestación, escribían en el lugar correspondiente
á la pregunta contestada, sin comunicarse entre sí,
y sólo por el juicio que individualmente habían for­
mado, una de las letras B, R ó M, que equivalían
á las palabras bien, regularmente, mal.
Seis eran las preguntas á que tenía que contestar
el examinando: si el curso no comprendía más que
una asignatura, las seis habían de versar, natural­
mente, sobre la misma; si comprendía dos, tres pre­
guntas por cada una de ellas, y, si eran tres, sacaba
dos preguntas por cada asignatura.
Contestadas las seis preguntas, los jueces firma­
ban las papeletas que contenían sus respectivas ca­
lificaciones, y las entregaban al secretario, quien
las unía al documento que le entregó el alumno al
ser llamado, formándose así su expediente de
examen.
Al terminar cada día los ejercicios se reunían los
jueces en secreto y procedían á calificar definitiva­
mente, según lo que resultaba de los expedientes
respectivos. He aquí de qué modo se hacía la cali­
ficación:
Si entre las diez y ocho notas que correspondían
á cada alumno había, por lo menos, doce BB y nin­
guna M, se le proclamaba Sobresaliente.

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INFANCIA DE GASTELAS 167

Si llegaban las BB á diez y había en las restantes


notas más RR que MM, se le calificaba de Bueno.
Lo mismo sucedía cuando las BB no bajaban de
ocho, con tal que las demás notas fueran to­
das RR.
Se le declaraba, por fin, Regular ó Mediano,
siempre que las MM no pasaran de doce, en cuyo
caso quedaba suspenso.
Sólo como curiosidad histórica, y omitiendo co­
mentarios, consignamos estos datos acerca del
modo teatral é inocente, que más bien pudiera lla­
marse hipócrita y ridículo, con el que se aparenta­
ba la más estricta justicia en la calificación del
alumno, como si no cupiesen de tiempo inmemorial
convenios previos, favores mutuos entre buenos
compañeros, tacto de codos y otros medios para
prodigar las BB á manos llenas en ciertos y deter­
minados casos
Damos con esto cima á la primera parte de nues­
tra empresa, quedando escrito cuanto nos propusi­
mos acerca de la infancia de Castelar.
En 1848, apenas cumplidos los diez y seis años,
salió de la tierra alicantina, la que no volvió á pi­
sar, como ya dijimos, hasta Junio de 1857, quince
días después de haber enterrado á su primer maes­
tro, lo que le privó, cuando ya el brillo de su nom­
bre llenaba á España, de estrechar entre sus brazos
al venerable anciano que con verdadero don profé-
tico había predicho sus futuros destinos.
Y si estas humildes páginas carecen del suficien­
te mérito para colocarlas junto á las de Morayta,
sirva de disculpa á sus deficiencias mi vehemente
deseo de rendir este tributo de cariño al gran Cas-

Biblioteca Nacional de España


i68 BERNARDO HERRERO OCHOA

telar, completando su historia en la época de su


vida más desconocida, uniendo el último eslabón
de esta historia con el primero de la del ilustre ca­
tedrático de Filosofía y Letras, en la que, á partir
de la fecha en que yo acabo, pinta de mano maes­
tra la vida del brillante alumno de la Universidad
Central y sus primeros pasos en la política y en las
letras.

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SEGUNDA PARTE
ULTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS

I
En la primavera del 98.

Mis relaciones personales con Castelar.—Una visita en


el mes de Abril de 1898.—Impresión sufrida ante su
estado físico.—Nuestro viaje á Sax el 16 de Mayo.—
Primeras manifestaciones de la enfermedad de Cas-
telar.—El asesinato de Cánovas.—Causas morales.—
Su pesimismo sobre nuestras guerras coloniales.—
Una función patriótica.—La muerte de Gladstone.—
Estancia en Sax de Castelar.—Sus trabajos litera­
rios.—Visitas de amigos.—Excursiones campestres.
Visita de Blasco Ibáñez.—Algunos fragmentos de su
artículo-interviú, publicado en su periódico El Pue-
blo, de Valencia.—Idem del redactor del Madrid Cómi­
co, señor García Vaso.

Henos de un salto al extremo opuesto del camino


recorrido por don Emilio Castelar en sus cuarenta
y tantos años de vida pública. Expresos quedaron
nuestros propósitos al dar las primeras plumadas
en esta humilde obrilla, cuales han sido concretar­
nos cuasi estrictamente á allegar nuevos datos para

Biblioteca Nacional de España


170 BERNARDO HERRERO OCHOA

su historia, creyéndonos, sin jactancia, uno de los


pocos, acaso el único capaz de escribirlos, y que de
no hacerlo nosotros hubieran caído para siempre
en el olvido. Nos declaramos, por otra parte, incom­
petentes para tratar bajo otros aspectos de la vida
de Castelar, además que con ello ninguna necesi­
dad perentoria llenaríamos, pues, quienquiera que
en lo porvenir trate de escribir la biografía del in­
signe estadista, ahí tiene su vida política y su enor­
me labor literaria (1). Si por excepción me ocupo
de su último año de vida, es porque en este tiem­
po apenas me aparté de su lado, y hay algo que
conceptúo asaz interesante, para que quede con­
signado en la historia.
Muy poco ó nada podrán importar al lector curio­
so mis relaciones personales con don Emilio Caste­
lar. Creyérase que pueden deducirse de lo que que­
da escrito, pero no es ciertamente así: debo decla­
rar que no cultivé cual debiera aquella amistad tan
envidiable y envidiada. Prescindiendo del período
del 1859, en que vuelve Castelar á Sax, ya hombre
público, siendo yo aún un niño, hasta el > 866, en
que marcha á la emigración, y desde el 1868, en que,
la revolución triunfante, regresa á España, mi trato
con don Emilio no empieza hasta el 1870, en que
vine á Madrid á continuar la carrera de Medicina.
Fué por el mes de Octubre cuando le visité por
(1) Cuarenta y ocho obras de don Emilio Castelar,
que suman 101 volúmenes, en folio varios de ellos, for­
maban la colección de mi venerable amigo don Pablo
Turiel, una de las más completas que se conocían. Una­
se á esto su asombrosa labor como periodista, con una
colaboración asidua de cerca de cincuenta años en los
principales periódicos y revistas de Europa y América.

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 171

vez primera: vivía entonces en la calle de Lope de


Vega, en la casa hoy señalada con los números del
55 al 61, y como visita desconocida se me llevó á la
sala, donde pronto acudió Castelar. Traía una car­
ta de presentación de mis hermanos, y apenas se
enteró de quien yo era, apeando toda etiqueta y
cumplido, me llevó al comedor para presentarme á
doña Concha. Hacíanles la tertulia aquella noche
tres ó cuatro jóvenes de mi edad, aproximadamen­
te, que también parecían estudiantes de Facultad:
uno de ellos es hoy exministro, otro supe luego que
se llamaba Pepito Canalejas.
Quisiera prescindir de un asunto tan personal­
mente mío, mas estimo necesario decir cuatro pala­
bras, siquiera lo haga con toda sobriedad. Ya he
dicho que no cultivé cual debiera la amistad de Cas-
telar. ¿Por qué causa? Educado en un coleg'o de es­
colapios, llegué á Madrid lleno de encogimiento, y
en absoluto ayuno en cuanto á trato social, y retraía­
me de concurrir á aquellas veladas, en las que ha­
bía de resignarme al papel de mero oyente ante las
materias que allí se trataban, pues versaban los
principales temas sobre alta política ó sobre asun­
tos de arte ó literatura. A pesar del grande afecto
que se me mostraba, eran muy escasas mis visitas,
y varias veces escribía doña Concha á mi hermana,
diciéndole que hacía tanto y cuanto tiempo que no
me habían visto, por lo que solía recibir del pueblo
algunas reprimendas.
Con muy pocas variaciones transcurrió mi vida
estudiantil, y cuando terminada la carrera marché
áSax, donde ejercí cinco años la profesión, en las
constantes excursiones que hacía don Emilio, fue­

Biblioteca Nacional de España


172 BERNARDO HERRERO OCHOA

ron nuestras relaciones más íntimas y familiares.


Me establecí luego definitivamente en Madrid, y,
como era natural, concurría á la casa de Castelar,
y éste algunas veces me invitaba á su mesa; mas, á
pesar de todo, y annque mi carácter había cambia­
do mucho, nunca fui de los asiduos é íntimos en
aquella casa.
Llegamos á fines de 1897 cuando comenzó á ha­
blarse de la enfermedad de don Emilio, más que
por la prensa, por noticias que corrían de boca en
boca. La primera que á mí llegó la daba El Liberal
del 6 de Noviembre, en un suelto que, como luego
veremos, no expresaba toda la verdad.
“Nuestro ilustre amigo; el señor Castelar—venía
á decir—se encuentra enfermo de un catarro d la
vista. La dolencia del insigne estadista ofrecía algún
cuidado en los primeros momentos; pero por for­
tuna ya ha desaparecido todo peligro.
„ Celebramos el pronto y total restablecimiento
del enfermo.“
Llevaba ya algunos meses sin parecer por la casa
de Castelar, y aunque me cueste gran trabajo de­
cirlo, confieso ingenuamente que no tuve la aten­
ción de hacerle una visita. Sírvame en cierto modo
de disculpa la triste situación de ánimo en que me
hallaba, ante la tremenda desgracia que hacía poco
había sufrido. Había visto morir repentinamente á
mi única hija, sin esperanza de otra; hermosa cria­
tura de diez y nueve años, cuando estaba en todo
el esplendor de su belleza. Cierto que estos golpes
á nadie matan; pero quien tenga experiencia de
ellos sabe que anonadan y destrozan las almas, y
si no sucumbimos al dolor ó la desesperación, es

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE CASTELAE I73

porque otras obligaciones sagradas nos imponen el


ansia del vivir.
Seguía yo vegetando en mi aplanamiento moral,
cuando una tarde de mediados de Abril del 1898
me avisaron que tenía en casa una visita; había dos
caballeros que deseaban hablar conmigo. Corrí á
ver quiénes eran, y me encontré con Secundino Se-
nabre y con don Eduardo Sánchez Villora, como ya
anteriormente indiqué, uno de los amigos más adic­
tos y fieles de Castelar. Desde las primeras pala­
bras comprendí la catilinaria que me traía prepara­
da Secundino, y me dispuse á oir cuanto quisiera
decirme.
“Venimos, comenzó su repulsa, á ver cuáles son
tus ánimos; hace un mes que estamos aquí Pascua­
la y yo, y he encargado á Sax que no te dijeran una
palabra; le hemos preguntado por ti á Emilio, y dice
que no recuerda los tiempos que no has puesto los
pies en su casa."
No le pude dar otra respuesta, sino decirle: “Ra­
zón tienes de sobra; dime todo cuanto se te antoje."
Ni aun quise excusarme con el estado de ánimo en
que me hallaba.
“Pues sí, prosiguió Secundino; hace un mes que
vinimos, y en tal estado encontramos á Emilio, que
resolvimos no movernos de aquí hasta ver el des­
enlace de su enfermedad, para enterrarle si se
muere, ó para llevárnoslo á Sax en cuanto esté en
condiciones para ello. Vas á venirte con nosotros,
pues quiero que lo veas; pero te advierto que, de
como lo encontramos á como hoy se encuentra, está
como de lo vivo á lo pintado."
Marché, pues, á casa de don Emilio, y me es muy

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174 BERNARDO HERRERO OCHOA

difícil dar idea de la impresión que al verle recibí.


Acaso hiciera más de un año que no le había visto,
y lo que allí encontré no era ni la sombra del Cas-
telar de antaño. En su faz demacrada se marcaban
todas las prominencias oseas, y el soberbio bigote,
que fué siempre uno de sus rasgos fisonómicos,
caía sobre el labio desmedrado y lacio; llevaba
grandes gafas negras, y cubría su extensa calva bi­
rrete de torzal de seda. Usaba traje de levita, con
la mano derecha en cabestrillo, y cuando se levan­
tó para saludarme, con voz cuasi imperceptible, di-
jérase que estaban colgadas en cañas las prendas
que vestía.
Hizo que le pulsara, y dada su demacración ex­
traordinaria, quedé admirado de su pulso. Era un
pulso amplio, duro, lleno, propio de un pictórico,
en el que la oleada sanguínea parecía que iba en su
expansión á hacer estallar la arteria; era lo que
llamamos los médicos el pulso rebotante. Desde
aquel día ya no dejé de verle, y el diez y seis del
siguiente mes de Mayo salíamos con él de la esta­
ción de Atocha, camino de la tierra alicantina. En
aquel momento comenzaba mi verdadera amistad
con don Emilio Castelar.
Fué verdaderamente regia la despedida que se le
hizo. A la estación acudieron muchísimos de sus
amigos y admiradores; hombres públicos de todos
los partidos; ex ministros, senadores, diputados, tí­
tulos de Castilla, escritores, artistas, etc., etc.
Era aquello una manifestación de cariño y simpa­
tía al estadista eminente, en quien estaban puestos
en aquellos días los ojos de la inmensa mayoría de
los españoles; al hábil y enérgico hombre de go-

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS I75

bierno que, en momentos dificilísimos para la pa­


tria, sacrificándolo todo, supo vencer toda clase de
obstáculos, poniendo muy alto en Europa y Améri­
ca el nombre de España.
Dos notas igualmente simpáticas ofrecía aquella
manifestación. Formaban en primera fila algunas
damas de nuestra aristocracia, con la Pardo Ba-
zán á la cabeza, y tenían representación, igual­
mente numerosa, conservadores, liberales y repu­
blicanos.

Sucédenos generalmente á los médicos, que


cuando vamos á ver á algún amigo enfermo, es in­
evitable que entren en la casa en una sola pieza el
amigo y el médico, y esto, que parece á primera
vista una de las grandes verdades de Pero-Grullo,
merece su explicación. No podemos evadirnos de
escuchar la historia clínica del paciente, y por muy
grandes que sean nuestros escrúpulos en achaques
de compañerismo, tenemos que emitir opiniones y
dar consejos; hasta se considera á veces falta de
amistad imperdonable si no prescribimos algún re­
medio. Esto fué lo que en parte me ocurrió en los
días de Abril que visité la casa de Castelar, y digo
la casa y no el enfermo, porque vienen á ser cosas
muy distintas.
De lo que allí oí podía deducirse que los prime­
ros síntomas de su enfermedad fueron francamente
artríticos; dolores articulares más ó menos acentua­
dos, que comenzaron á iniciarse estando en San
Sebastián, en el verano del 97, á raíz del asesinato
de Cánovas, de los que tal vez fueran causa deter­
minante las grandes emociones que le produjo la

Biblioteca Nacional de España


176 BERNARDO HERRERO OCHOA

sangrienta tragedia, unidas á los cambios de loca­


lidad y clima, y al ajetreo que se trajo en aquellos
días.
Sabida es la entrañable amistad que unía á Cas-
telar y á Cánovas, y el mismo día 8 de Agosto, en
que el estadista conservador caía mortalmente he­
rido por el plomo anarquista, recibió Castelar en
San Sebastián la triste nueva, y aquella misma no­
che partió para el balneario de Santa Agueda, tea­
tro del execrable crimen, á ponerse á las órdenes
de la viuda.
Según refiere el corresponsal de El Liberal, que
le vió á su llegada en la mañana del día 9, andaba
vacilante y como atontado, por el aplanamiento
que le había producido la trágica muerte del ami­
go; jamás, dijo, había sufrido una impresión tan
dolorosa y honda como la que pasó aquella maña­
na al contemplar el cadáver de Cánovas.
Fuése á consolar á doña Joaquina Osma, y du­
rante su estancia en Santa Agueda no se separó de
ella, velando el cadáver sin perderle de vista un
momento, hasta que fué colocado en el féretro.
No pensaba Castelar acompañar los restos, hu­
yendo de todo acto que tuviese carácter oficial,
mas hubo de^ ceder á las reiteradas súplicas de
doña Joaquina, y el día 10 de Agosto, en que se
trasladaron á Madrid, llegó en el fúnebre cortejo
hasta Zumárraga, en unión de la viuda, Elduayen
y Castellano, y cuentan que, al ser colocado el ca­
dáver en el coche, así aquélla como Castelar, pro­
rrumpieron en copioso llanto.
No debieron ser muy acentuados los síntomas ar­
tríticos que padeció en San Sebastián, pues en los

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS I'J'J

últimos días de Agosto y primeros de Septiembre


llevó á cabo una pequeña excursión por Burgos,
Llodio y Bilbao.
No tengo otros datos en cuanto á la invasión de
la enfermedad de Castelar, hasta que por Octubre
se le presentó la afección á la vista, no un catarro,
como afirmaba el suelto de El Liberal, sino una iri­
tis provocada probablemente por el artritismo, que
pudo traerle muy graves consecuencias Hubo un
incidente, que produjo en él la impresión más tre­
menda. Como era natural, se puso en manos de uno
de los más afamados oculistas y, después de reco­
nocerle, decía á deudos y amigos en sitio de donde
Castelar pudo escucharle:
“Tal ojo está perdido; veremos si el otro se le
puede salvar."
Cuando entraron en la habitación donde Castelar
estaba, le encontraron echado en un diván, presa
de la mayor desesperación.
“¡Dios mío, Dios mío! exclamaba, cogiéndose la
cabeza entre las manos.—¡Ahora ciego, yo que no
tengo otra manera de vivir más que la pluma!"
Otro dato importantísimo conocí, cuando se me
habló de su enfermedad; don Emilio era diabético,
padecía de albuminuria, y ante tal noticia pregunté
quiénes le visitaban, y con toda ingenuidad confie­
so, sin intención de ofender á nadie, que eché de
menos el nombre de algunos, de esa media docena
de clínicos de fama, que existen en Madrid en todo
tiempo, procedentes de San Carlos ó de los hospi­
tales, como los Sánchez Ocaña, los Sañudo, los Ma-
riani... á los que somos los mismos médicos los pri­
meros en recurrir cuando se presentan en nosotros
12

Biblioteca Nacional de España


178 BERNARDO HERRERO OCHOA

ó en nuestras familias determinadas enfermedades.


Ninguno tome á ofensa mi extrañeza; pero tra­
tándose de enfermos cuyas vidas, tanto como á sus
deudos interesan á la patria, nosotros mismos debe­
mos proponer cuantos medios se hallen á mano,
para su más pronta y perfecta curación, aunque
para ello hubiese que subir al cielo en busca de San
Cosme y San Damián. Cada uno tenemos nuestro
propio coto, y es obvio que quien padece una pul­
monía, no va á que se la cure un oculista, ni quien
tiene una afección á los ojos se pone en manos de
un especialista en partos.
Factor muy principal en la enfermedad de Cas-
telar fué el estido moral en que se hallaba. Aquella
alma sensible y patriótica por antonomasia, había
divinizado la idea de la Patria, y los furiosos ven­
davales que se desencadenaban sobre España en el
terrible año 1898, habían de herirle en lo más ínti­
mo, como si tales desventuras recayesen en su pro­
pia madre.
Don Emilio Castelar, que en los trances más di­
fíciles de su vida política, se había colocado siem­
pre dentro de la más pura realidad, estaba muy le­
jos de sentir los optimismos de algunos generales,
que una vez pacificada Cuba, iban á conducir á
nuestro ejército á la conquista de los Estados Nor­
teamericanos. Desde la voladura del Maine, acae­
cida en la bahía de la Habana el día 16 de Febrero
del 98, tenía como hecho descontado el de nuestra
guerra con los yankees, y conocía lo bastante la
Geografía para darse cuenta de que teníamos que
habérnolas con una nación, cuyo territorio era más
de diez y ocho veces mayor que el de España, es­

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS I79

tando en la proporción de ochenta á diez y ocho


millones sus respectivos habitantes. Ellos ricos y
poderosos, con medios formidables y á cuatro pa­
sos del teatro de la guerra; nosotros, distantes á
miles de millas allende los mares, é imprevisores,
pobres y esquilmados por malos gobiernos y varios
años de guerras civiles y coloniales.
Pavor causa abrir hoy la historia y recordar los
primeros aciagos meses del 98. Los yankees, apar­
te su protección hipócrita á los insurrectos, con in­
solencia inaudita venían entrometiéndose en nues­
tros asuntos exteriores, conminando y amenazando
á España, en cuanto hacía referencia á nuestra gue­
rra de Cuba. El día 25 de Enero, en que entró el
Maine en el puerto de la Habana, de hecho quedó
bloqueada la isla por una poderosa escuadra, en la
que figuraban cinco grandes acorazados, que, pa­
seando por sus costas, venían á prestar alientos á
la insurrección.
La misteriosa voladura del Maine fué la hoja de
parra con que trataron de encubrir su avaricia los
Estados Unidos, haciendo salir á la superficie sus
mal encubiertas intenciones. Desde tal momento
comenzaron las zozobras anejas á toda declaración
de guerra, y los cabildeos entre nuestro gobierno y
el representante norteamericano, exigiéndonos la
inmediata pacificación de Cuba, bajo condiciones
que nos hubiesen puesto á los pies de los caballos,
hasta que estalló la guerra, que, haciendo justicia
á nuestros gobernantes, nadie en aquel momento
hubiese podido evitar.
El 26 de Abril notificaron á las potencias los Es­
tados Unidos la declaración de guerra á España, é

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18o BERNARDO HERRERO OCHOA

ipso facto se estableció el bloqueo en Cuba y Puer­


to Rico, partiendo una escuadra con rumbo á Fili­
pinas, donde el i.° de Mayo quedaron deshechos
nuestros barcos de guerra, en la bahía de Cavite,
por las balas y el incendio.
Védanos la índole de este libro descender á más
pormenores, y hacemos gracia al lector del terri­
ble estado en que se hallaba Filipinas, con Manila
bombardeada, y treinta mil soldados españoles, sin
poder recibir auxilio alguno de la madre patria,
ante la insurrección en masa de los tagalos, con
ciento treinta mil hombres levantados en armas. Y
la crítica situación de Cuba invadida por los yan-
kees, donde en las primeras horas de la tarde del
3 de Julio, quedó totalmente destruida la escuadra
de Cervera.
He aquí trazado á grandes rasgos el cuadro que
ofrecía la pobre España en la primera mitad del
año 98, cuadro tal vez el más sombrío que cuenta
en sus páginas nuestra accidentada historia del si­
glo xix. Bajo tan tristes auspicios caminaba la en­
fermedad de un patriota como Castelar, y testigos
fuimos del tremendo efecto que vino á producirle
la noticia del desastre de Cavite.
Cuando llegamos á Sax, el día 17 de Mayo, un
hecho de los más sencillos nos dió á conocer las
hieles que rebosaban en su alma. Ardía el pueblo
en aquel momento en patriótico entusiasmo; los afi­
cionados tenían dispuesta para el 19, día de la As­
censión, una función patriótica á beneficio de la
suscripción nacional para la escuadra. Remedo
humilde de la celebrada en el Teatro Real el 31 de
Marzo, que dió un producto de setecientas mil pe-

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE CASTELAR l8t

setas, no por humilde fué menos digna de aplauso.


Cierto que allí no hubo un marqués de Villamejor
que diese un millón de reales por un palco; pero se
vendieron en subasta los palcos y plateas de nues­
tro teatrillo, á razón de quince á cincuenta duros.
También tuvo la fiesta su apoteosis final, con la
indispensable Marcha de Cádiz, que, á falta de un
Benlliure, ideó y dirigió, pintando el decorado, el
distinguido farmacéutico don Baldomcro Viñas.
Habían trasmitido á don Emilio de Madrid, á pri­
mera hora de la noche, el telegrama del almirante
Cervera, sobre su llegada á la bahía de Santiago de
Cuba. “Esta mañana, decía, he llegado sin novedad
con la escuadra á este puerto. — Cervera.“ Este te­
legrama, al mismo tiempo que los periódicos de la
noche enteraban á los madrileños del fausto suce­
so, se leía en el teatrillo de Sax, en uno de los en -
treactos, entre las delirantes aclamaciones del pú­
blico.
El resultado de la función, deducidos gastos, fué
llevar cerca de cinco mil pesetas á la Junta de sus­
cripción de Alicante. Don Emilio de buena gana hu­
biese asistido, de no impedírselo la enfermedad, y
quiso al menos contribuir con su modesto óbolo.
Cuando se comentaba al día siguiente el suceso,
aunque procuraba aparecer en público optimista, en
el seno de la amistad dejaba desbordarse su más
amargo pesimismo. Ante aquel acto patriótico de
un pueblecillo de cuatro mil almas, nos decía en­
ternecido: “Rasgos como éste nos salvaron en nues­
tra guerra de la Independencia; en aquel ambiente
de patriotismo vinieron á ahogarse las huestes de
Napoleón; pero el caso de hoy es muy diferente-

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182 BERNARDO HERRERO OCHOA

Nuestros padres peleaban en su propio suelo, y


nosotros hemos de subvenir, venciendo cuasi im­
posibles, á las necesidades de un numeroso ejérci­
to á muchos cientos de millas de distancia; y no se
improvisan los formidables medios de defensa que
nos apremia oponer al enemigo, aunque se dispon­
ga del dinero, que es nervio de la guerra."
Castelar admiraba la hazaña de Cervera y sus
grandes dotes estratégicas; mas le asaltaban terri­
bles dudas ante la enorme superioridad de la ma­
rina norteamericana. En aquellas suscripciones na­
cionales, dignas por otra parte de toda loa, acaso
encontrara mucho de infantil y candoroso: “los for­
midables medios de defensa que habíamos de opo­
ner al enemigo no se improvisaban", y el día en
que los yankees nos abrasaban las entrañas en la
bahía de Cavite, contábamos en la suscripción para
la escuadra, con que habíamos de vencerles, con
cuatro millones de pesetas, lo preciso para adquirir
algún barquito costero y algunas lanchas de pesca.
Esto no obstante, tenía fe Castelar en la superio­
ridad de nuestras fuerzas de tierra y confiaba en
que los yankees, victoriosos en el mar, serían de­
rrotados al poner el pie en nuestras colonias. Des­
graciadamente no pudieron ponerse á prueba sus
esperanzas. Desde el desastre de Santiago de Cuba,
no preocupó otra cosa á nuestro Gobierno que con­
seguir la paz á cualquier precio, y obligó á rendirse
sin pelea á nuestro sufrido y valiente Ejército. Tris­
te epílogo de estas tragedias fueron las amargas
frases del general Blanco en el Senado, como an­
tes lo habían sido las valientes imprecaciones de
Sol y Ortega en el Congreso: "todo sehabía perdi­

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 183

do, incluso la vergüenza; pero se salvaron las ins­


tituciones".
Demos fin á este punto con un hecho que revela­
ba la delicadeza de sentimientos de Castelar.
El 21 de Mayo los periódicos de la tarde, de Ali­
cante, trajeron á Sax la noticia de la muerte de
Gladstone. Afectóle extraordinariamente á don Emi­
lio, que puso á su viuda el siguiente telegrama: “Mi
profundo pésame por la muerte del primer orador
de nuestros tiempos, gloria de la humanidad, verbo
del progreso." Dijérase que había fallecido uno de
sus más queridos deudos, y aquella noche, en señal
de duelo, no se levantó la tapa del piano. Concretá­
base nuestra tertulia á matar el tiempo charlando de
cosas indiferentes, cuando oímos de pronto debajo
de los balcones al orfeón de Elda, que le había ocu­
rrido venir á darle una serenata. Don Emilio, afec­
tadísimo, hizo que bajaran á dar las gracias á les
orfeonistas, rogándoles que se retiraran: había re­
cibido una mala noticia y hallábase en aquellos mo­
mentos bajo el peso de una gran desgracia.
He aquí sucintamente diseñado el estado físico y
moral de Castelar en aquellos días. No entra en
nuestro ánimo escribir su historia clínica; á más de
que en gran parte la desconozco, ni debo, ni pue­
do, ni quiero escribirla. Sólo daré alguna que otra
pincelada, tomada de aquí y de allá, con lo que aca­
so demos idea de su naturaleza. Por de pronto,
atengámonos á la respuesta que dió á Alberola su
médico de cabecera:
—Dígame, doctor—vino á preguntarle.—¿Qué
enfermedad tiene Castelar?
—Exceso de medicación—le contestó.—Otro que

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184 BERNARDO HERRERO OCHOA

no hubiera sido él ya estaría completamente cura­


do; pero se trata de un personaje, se trata de la
primera figura de Europa, y en nuestro afán de po­
nerlo bueno le hemos estragado el estómago, el ór­
gano más sano y más privilegiado que tenía, á fuer­
za de medicamentos.
Estamos perfectamente de acuerdo con la opi­
nión del médico de cabecera: ha de saberse que en
la enfermedad de Castelar intervinieron varios mé­
dicos, y nada mejor para curar á un enfermo, que
le vean muchos y le jalopeen simultáneamente; y
suele ocurrir con frecuencia que en el fárrago de
drogas que se le propinan, resulten algunas, por lo
intempestivas, asáz dañinas.

Don Emilio Castelar se encontraba en Sax como


el pez en el agua. Aquel ambiente tibio y acaricia­
dor, que rememoraba en él los más gratos días de
la niñez, caía como un bálsamo sobre su espíritu y
su cuerpo. Dijérase que el azar había reunido en
Sax todas las circunstancias favorables para el tra­
tamiento de su cruel dolencia.
El mismo día de nuestra llegada se le dispuso el
cuarto de estudio, instalando la pequeña biblioteca
que con nosotros llegó de Madrid (un baúl mundo
de libros, de 90 kilos). A las siete de la mañaña del
siguiente día ya estaba en su cuarto de trabajo
aquel infatigable obrero de la inteligencia. Ya diji­
mos que allí escribió la parte de su historia de Eu­
ropa, perteneciente á la Revolución francesa.
Costábale por entonces gran trabajo escribir,
pues aún andaba muy torpe su mano derecha, efec­
to del ataque de reúma que había sufrido en el pa-

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ÚLTIMO AflO DE VIDA DE GASTELAS

sado invierno, así que escribían al dictado su so­


brino Rafael ó su secretario particular don Joaquín
Ferrer. Dictábales en alta voz, en estilo y tono ora­
torio, y gustábamos escuchar sus hermosos discur­
sos, ocultos en sitio próximo donde no pudiéramos
distraerle con nuestra presencia.
El cuarto de estudio de Castelar era una pieza
encantadora. Daba una puerta, por la que penetra­
ba la luz á torrentes, á amplia galería, desde la que
contemplaba la vista el más hermoso panorama. A
los pies triscaban y picoteaban en un gran patio
multitud de aves y otros animales domésticos, y á
continuación venía el huerto, que bien podía lla­
marse frondoso parque de frutales; y luego la feraz
huerta, poblada de almendros y sembrados, cruza­
da por la vía férrea, por la que pasaban y traspa­
saban numerosos trenes; y en último término apa­
recía la dilatada campiña de vides y olivares, exten­
didos hasta las lejanas sierras, cuyas cumbres, de
un gris pizarroso, vienen á esfumarse en el azul
pálido del cielo.
Algunas veces, se permitía don Emilio el lujo de
media hora de descanso en el huerto, donde sen­
tado á la sombra de los parrales, ó de algún peral
ó albaricoquero, leía la prensa de la mañana; pero
generalmente, hasta después de las doce, no se
abandonaba el trabajo.
Las tardes las dedicaba al descanso; no le dejaba
trabajar Secundino, diciéndole que “con medio jor­
nal que ganara tenía bastante". Recibía en ella á
los numerosos amigos que en caravanas venían á
saludarle, principalmente de las provincias de Ali­
cante y Valencia y de la región murciana. Unas

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186 BERNARDO. HERRERO OCHOA

tardes marchábamos en carruaje al campo, y otras


las pasábamos en la hermosa finca del molino, sita
á unos cien metros de la casa, donde se alza sobrio
y sencillo el edificio, rodeado de huertos y alame­
das, cuyos linderos lamen las límpidas aguas del
Vinalopó.
Por las noches, después de la cena, nos reunía­
mos los de la familia y algunos íntimos, y hacía so­
nar las teclas del piano su secretario don Joaquín
Ferrer, ó bien algunas señoritas del pueblo, ó nos
deleitaba don Emilio con su conversación amena,
hasta que á las once en punto se disolvía la tertu­
lia, obedeciendo al riguroso método á que estaba
sometido en el tratamiento de su enfermedad.
Con algunas pequeñas excursiones á los pueblos
vecinos, como Petrel, Monóvar, Elda, Novelda,
Aspe, etc., ésta era la vida que hacia en Sax Cas-
telar, mejorando visiblemente, aunque los médicos
no pudiéramos hacernos todavía grandes ilusiones
respecto al resultado final de su dol ncia.
Hemos querido ser parcos en los párrafos que
preceden, huyendo se consideren nuestras palabras
desmedidos elogios por la patria chica, y cedemos
el puesto á otras plumas que supieron narrar con
más arte la estancia en Sax de Castelar.
Entre las numerosas visitas que recibía, solían
acudir á veces varios redactores de periódicos, al­
gunos de los cuales publicaban luego extensas in­
formaciones. Elegimos entre éstas la interviú del
ilustre Blanco Ibáñez, correspondiente al 13 de
Junio del 98, publicada en su periódico El Pueblo,
de Valencia, y la del Madrid Cómico del 18 del
mismo mes, en la que su redactor señor García

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 187

Vaso, con un bien escrito artículo, ofrece una in­


formación gráfica completa.
El eximio maestro de la novela y gran paisajista
de la pluma, pinta, con mano maestra, la vida que
hacía en Sax Castelar. De buena gana reprodu­
ciríamos íntegro su admirable artí.ulo, que ocupa
la primera plana de su periódico El Pueblo, si no
temiéramos fatigar la atención de los lectores.
Interesante todo su contenido, sacrificamos bien
á pesar nuestro, dada su extensión extraordinaria
y por no encajar en los propósitos de este libro,
toda la parte política, en la que el ilustre estadista
expone á Blasco Ibáñez sus puntos de vista ante
los terribles problemas de actualidad; sus trabajos
literarios; sus impresiones pesimistas en cuanto al
final desenlace de nuestras guerras coloniales; el
problema de su vuelta á la política activa, ante el
clamoreo de la inmensa mayoría de los españoles;
las grandes ingratitudes que cosechó en aquellos
días ron motivo de la publicación de su famoso ar­
tículo en la Petite Revue Internationale... Mas nos­
otros sólo perseguimos allegar datos del Castelar
enfermo, y dejamos á Blasco Ibáñez que nos pinte
su vida con su inimitable pluma.
“ Todas las mañanas, comienza el escritor ilus­
tre, apenas los primeros rayos del sol doran las
ruinas de un castillejo mornno que coronan la alta
montaña, aguda y aislada como una aguja gótica, á
cuya sombra extiende Sax su blanco caserío, se
abre un balcón que avanza su balaustrada sobre
pintoresco jardín."
"Se estremecen con la fresca brisa del amanecer
las esbeltas palmeras, agitando sus surtidores de

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188 BERNARDO HERRERO OCHOA

verdes y rizadas plumas; cabecean majestuosa­


mente los severos y negruzcos cipreses, que hacen
pensar en la melancólica poesía de Francisco de
Asís, y los suaves paisajes de la Umbría; por las
apretadas filas de naranjos y granados se vislum­
bran las escamas de brillante estaño del río que
culebrea allá en lo hondo, exhalando la húmeda
neblina que esfuma los contornos de los bosque-
cilios de álamos plateados; y sobre la arboleda,
como señal de que el hombre, aun en medio de los
más risueños espectáculos de la Naturaleza, siente
la necesidad de ganar el pan, comienza á lanzar sus
primeras bocanadas de humo la esbelta chimenea
de un molino, que se yergue en el africano hori­
zonte. como tiznado minarete."
“Bajo el balcón, en los extensos corrales que pre­
ceden al jardín, y cuya alfombra de paja exhala un
perfume de vida y fecundación, lanza el gallo inso­
lente su agresivo grito, rodeado y solicitado por el
inquieto harem de rubias y gordas gallinas; relin­
chan los caballos en las cercanas cuadras, y el pavo
real, abierto al viento su gigantesco abanico de azul
y oro, da vueltas en torno de sí, cual nuevo Nar­
ciso enamorado de su propia hermosura."
“Con el día despierta la vida rural y vigorosa;
parece que zumban en el ambiente los versos de
una égloga sin fin, y el paisaje toma una expresión
de bondad, de conventual y tranquila dulzura. Es
el ambiente descrito por Ercman-Chatrian en torno
de su Amigo Fritz, el adorador del campo."
“Y á esa hora en que, entre resplandores y su­
tiles brumas despierta la Naturaleza, es cuando se
abre todos los días el balcón y aparece en él un

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 189

buen señor con un gorrito negro sobre la calva y


espaciosa frente, al cuello un blanco pañuelo, la
chaqueta cuidadosamente abrochada y las mangas
siempre tan subidas, que asoman por ellas algo más
que los puños de la camisa. Ese buen señor que se
despierta con el día, y al cual, si las ilustraciones
no se hubieran encargado en estos tiempos de pro­
digar hasta la saciedad las fisonomías de los hom­
bres ilustres, podría confundir un transeúnte con
algún propietario rural, que goza al amanecer con­
templando desde su casa sus vastas posiciones; ese
buen señor, repito, tan burgués y tan tranquilo, que
todas las mañanas es de los primeros á quienes el
sol encuentra de pie en un pueblecillo de la pro­
vincia de Alicante, es el hombre en quien hoy tiene
su vista fija toda la prensa europea y más de media
España; el que con un simple artículo, escrito sin
doble intención, remueve la bilis del monarquismo
escéptico; es, en una palabra, don Emilio Castelar.
"¡Poder del africano sol que tuesta la costa de
Levante, de este ambiente seco y ardoroso que
agrieta la roja tierra de nuestros campos y calienta
la piel hasta hacer que por las venas circule fuego
líquido! Hace unos meses existía en Madrid un Cas-
telar enfermo, melancólico, doloroso como un Cris­
to de Morales: la tez amarillenta, con palidez de
hostia, triste por la convicción de su estado; y el
Castelar de hoy, el que vive en Sax, es un señor mo­
reno, bronceado por el sol como un berberisco, que
todos los días camina cuatro ó cinco kilómetros por
el campo sin experimentar fatiga, y que continua­
mente se palpa una mano con otra, se las mira, las
mueve con nerviosa agitación de dedos, conven-

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I go BERNARDO HERRERO OCHOA

riéndose en secreto goce de que ha desaparecido la


parálisis reumática que martirizaba su movilidad
de trabajador infatigable."
“En su balcón de Sax se satura por las mañanas
de luz y de colores; comulga con la hermosura de
la Naturaleza para prepararse al diario trabajo, y
su desayuno es la fresca horchata del país, servida
por las criadas de la casa, muchachas esbeltas, vi­
gorosas y morenas, verdaderas vírgenes beduínas
que se acercan al ídolo con respeto y timidez, pren­
diéndole la servilleta de los hombros con la misma
unción que los devotos muestran cuando visten y
acicalan al santo del lugar."

“A las nueve de la noche entré en la casa de don


Secundino Senabre, el amigo intimo de Castelar,
casi su hermano: un simpático caballero de rostro
atezado, que, á sus maneras francas y dignas de
gran propietario rural, une un aspecto enérgico y
resuelto que recuerda á esos viejos marinos endu­
recidos en las luchas del mar" (i).
“Después de Dios, lo primero que existe para él
es Emilio, el compañero de la infancia, ese grande
hombre al que tutea con inflexiones maternales de
voz, y el cual, durante cuarenta años, no ha pasado
por trance difícil sin que al momento su amigo de
Sax no se presentase en Madrid á prestarle consue­
lo y ayuda.“

(i) Además de la parte política del artículo de Blas­


co Ibáñez, suprimimos varios puntos de que en él se
ocupa, ya tratados por nosotros, por no dar á estas citas
extensión extraordinaria y evitar repeticiones, aun á
trueque de romper la unidad de su hermoso trabajo.

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ÚLTÍMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS I9I

“Por la anchurosa escalera descendían los soni­


dos de un piano. Era un fragmento de Los Hugo­
notes: los apasionados juramentos de Raúl á la
reina Margarita. Castelar estaba en su tertulia, arri­
ba, en el salón, rodeado de unas cuantas señoras
del pueblo, y del elemento intelectual de Sax: el
notario, el farmacéutico, el médico y media docena
de amigos."
“Le vi en el fondo de la habitación, junto al piano
que hábilmente tocaba su secretario, sentado al ex­
tremo de un sofá, con el eterno gorrito en el vértice
de su lustroso cráneo, el soberbio bigote caído, una
mano sobre la otra, acariciándoselas, y oyendo la
música con los ojos entornados."
“El supremo gobernante de su país, el orador
aclamado en la Sorbona, estaba allí en la tranquila
tertulia, modesto, sencillo, bondadosote, siguiendo
la monótona conversación como un señor de pueblo
de los que figuran en las comedias de Vital Aza, tal
vez acariciando en su interior las ideas que había
de arrojar sobre el papel al día siguiente; pero em­
pequeñeciéndose para estar más en relación con su
tertulia, afable hasta ser vulgar y deferente hasta el
punto de hacer chistes, para que su superioridad
no pesase sobre los que le rodeaban."
“Y conducido por su mano, que tiene al tacto
cierta suavidad y blandura episcopal, me senté á su
lado en el sofá."

“¿Y piensa usted ir á Mondáriz, como han di­


cho?"
"Secundino—dijo, mirando cariñosamente á su
viejo amigo , Secundino no quiere dejarme ir. Dice

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192 BERNABDO HERRERO OCHOA

que me tendrá prisionero aquí lo menos hasta la


época en que los chicos tocan la zambomba... No
pienso ir al Norte. Creo que el reúma, que tanto me
ha fastidiado este invierno, fué consecuencia de la
gran humedad que hay en aquel país. Estaré en Sax
una buena temporada; iré después á Denia, donde
me esperan los amigos, y de allí pasaré á Alcira,
para estar algunos días con mi buen amigo Dolz.
¡Alcira! ¡Carcagentel Aquello es el jardín más
hermoso de la tierra. ,Qué país Valencia!... Tal vez
vaya también allí. Pero sin que lo sepa nadie: hu­
yendo de las visitas, que no son propias del estado
de mi salud; mi deseo es pasar unos cuantos días
en una casita fuera de la ciudad, en medio de
aquella huerta risueña, que es un paraíso, un ensue­
ño de poeta."

“¿Y piensa usted volver pronto á la vida activa


de la política? ¿Hablará usted en las Cortes?" (1).
“No. Si nuevas circunstancias no me imponen
el deber de mezclarme en los asuntos públicos,
permaneceré retirado y dedicado en absoluto á la
Literatura y al Arte, las dos pasiones de mi vida.
Ya ha visto usted lo que han hecho mis electores
de Huesca: casi me han desautorizado á consecuen­
cia de ese artículo mío que tanto ruido ha movido'
No renunciaré mi acta, porque yo no reconozco ni
reconoceré nunca un procedimiento tan anárquico
como es el mandato imperativo; pero tampoco me

(1) Hacemos excepción de este punto por referirse á


la publicación de su famoso artículo de la Petite Revue
Internationale, del que hemos de ocuparnos más ade­
lante.

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS I93

sentaré en el Congreso, como no lo exijan los supre­


mos intereses de la patria. Me asombra mucho esa
extrañe za que han mostrado todos los monárquicos
ante el artículo de la Petite Revue, tan ruidosamente
comentado."
“Esas gentes manifiestan inmensa extrañeza ante
el hecho de que yo pueda decir á los reyes verda­
des más ó menos amargas. No parece sino que yo
haya dejado alguna vez de ser republicano. Jamás
he ocultado mi republicanismo ni he sido infiel á los
ideales de toda mi vida. ¿A qué, pues, el extrañarse
tanto de que un viejo republicano haya podido cen­
surar las pérfidas insinuaciones cortesanas que
arrastran á una soberana constitucional á mezclar
influencias extrañas en los asuntos de la patria, in­
miscuyendo en éstos al Papa? Lo he dicho desde
hace muchos años en mis crónicas políticas, cuando
veía á nuestros gobernantes esforzarse buscando
alianzas con las potencias. Aseguré que no las lo­
grarían, y así ha sido."
“Dicen muchos que León XIII siente simpatías
por los filibusteros."
“Yo no digo que sea filibustero—dijo Castelar,
sonriendo.—Lo que sí afirmo es que el Papa no es
amigo de España. Ya ve usted lo que significa en
París el Journal des Debats: es el periódico del
Quai d'Orsay. como quien dice, el órgano del Mi­
nisterio de Negocios Extranjeros; pues bien, en ese
periódico he leído, sin que nadie lo haya desmen­
tido después, que León XIII, por mediación del em­
bajador de Francia en los Estados Unidos, ha pre­
sentado á Mac-Kinley las siguientes condiciones
para ajustar la paz con España:"
13

Biblioteca Nacional de España


194 BERNARDO HERRERO OCHOA

“Declaración de la independencia de Cuba".


“Cesión de Puerto Rico á los yankees y conser­
vación de Filipinas en depósito hasta que España
satisfaga á los Estados Unidos la indemnización de
guerra".

He aquí cómo termina Blasco Ibañez su interviú:


“ Le vi al día siguiente antes de partir de Sax á
la hora en que se preparaba á emprender su diario
trabajo. Animoso, rejuvenecido, con algo en las ve­
nas del ardor de aquel sol que entraba á torrentes
por las ventanas y con la piel jugosa y exhalando
vida como los rojos campos que se veían 'á lo lejos."
“Mostrábase entusiasmado como la noche ante­
rior con la vida que lleva en este clima cálido, car­
gado de perfumes y de trinos de pájaros."
“Su único agravio con el verano que calienta y
vivifica, con este clima seco y ardoroso, son las
moscas, que le molestan, que le ponen nervioso,
que le obligan continuamente á manotear en torno
de su frente soberbia y luminosa."
“Al hombre á quien admira Europa entera; al
único representante que queda en pie de la reduci­
da familia de políticos con prestigio universal; al
orador que ha transformado todo un pueblo; al es­
critor que con sólo un artículo ha conmovido varias
veces á su nación, y á quien no abaten los enemigos
ni intimidan las desgracias, le irritan y le ponen ner­
vioso con su tenacidad pegajosa las moscas levan­
tinas, que son su tormento."
“Después de esto crea usted en las grandezas
humanas".
La extraordinaria extensión que nos ha precisa­

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS I95

do dar á las citas del artículo de Blasco Ibañez, y


el] tener que incurrir en repeticiones, védanos ser
igualmente extensos con el de el señor García Vaso,
del Madrid Cómico; no obstante, que por lo primo--
roso del estilo y la exactitud de la información, me­
recería copiarse íntegro. Con gran sentimiento
nuestro hemos de concretarnos á ofrecer al lector
sólo los siguientes párrafos:
“Y llegamos á Sax...“
“En aquel rinconcito de la campiña alicantina,
donde los extensos olivares y las vides frondosas
han hecho un paraíso; replegándose sobre la falda
del vetusto castillo, como si quisiera esquivar las
caricias del río Vinalopó que lame sus plantas, es¿á
el pueblecito de Sax, aquel pintoresco pueblecito
que no tiene presos en su cárcel ni en sus calles
mendigos, y que hoy hace menos ingrata la dolen­
cia del gran tribuno de la democracia Española."
“En la casa de don Secundino Senabre, amigo
desde la niñez del ilustre hombre público, y aún se­
ría mejor decir su hermano del alma, se hospeda el
señor Castelar, y halla descanso para el cuerpo ren.
dido por la enfermedad, y cariños para el espíritu
conturbado por las inacabables tristezas de la
patria."
“¡Pues ni aun así en tales circunstancias, tan á pro­
pósito para abandonar todo trabajo, descansa de los
suyos cotidianos aquel infatigable obreró de la in­
teligencia! “

“A la hora de comer se termina el trabajo, que


ya no se reanuda hasta la mañana siguiente, no

Biblioteca Nacional de España


ig6 BERNARDO HERRERO OCHOA

porque el señor Castelar no quiera trabajar por la


tarde, sino porque el señor Senabre, con la tiranía
de su cariño al gran hombre, le impone el descan­
so reparador."
“Apena ver á aquel hombre debilitado por la en­
fermedad, aferrado al trabajo sin abandonar nunca
la labor admirable..."
“Y aún se han permitido bromitas de pésimo gus
to, á costa del más grande de los españoles, unos
cuantos padres de la patria (aludía á las sesiones
de las cortes en que se trató del artículo de la Pe­
tite Revue), de esta patria por la que tanto ha traba '
jado el señor Castelar y por la que tanto se han en­
riquecido algunos políticos."
“Por la tarde, después de las primeras horas de
calor, cuando el sol desciende y se hace más agra­
dable la temperatura, suele bajar el señor Castelar
al jardín de la casa, y por él pasea acompañado de
sus amigos, extendiendo algunas veces sus paseos
hasta el molino harinero del señor Senabre, á dos
pasos de las pobladas riberas del Vinalopó."
„Después de la cena, sencilla como todas las co­
midas que ahora hace el señor Castelar, se compla­
ce en recibir á los amigos, que son casi todos los
habitantes de Saz; se charla un rato; se hace un
poco de música, y á las once, punto más punto me­
nos, termina la apacible reunión, en la cual, á falta
de aristocráticas señoras que hablen de política y
murmuren encarnizadamente,hay mujeres sencillas,
orgullosas de hacerle compañía al eminente repu­
blicano."
"He ahí, en cuatro rasgos, la vida actual de ese
gran hombre en quien nos han hecho poner los ojos

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS I97

la reciente resonancia de un su artículo, y las tris­


tezas de un régimen desgraciado".

El eximio poeta murciano Vicente Medina, vino


á Sax acompañando al señor García Vaso, quien
dice á este propósito en su información:
“El señor Castelar en la reunión de anoche, mos­
tró deseos de oir las poesías de Medina".
“Que lea el poeta, dijo; pero el poeta no sabe
leer sus versos, y leyó el señor Vaso los titulados
Canserra y Murria, que ya conocen nuestros lecto­
res, y los inéditos de La canción triste“.
“Unos y otros merecieron los entusiastas elogios
del señor Castelar, y los honores de la repetición,
que pidió el mismo."
“Medina es un gran poeta popular, dijo don
Emilio."
“Y Medina, que estaba escondido entre las som­
bras de su modestia, fué descubierto por aquella
alabanza luminosa del gran orador, y se puso rojo
rojo como los ababoles de su huerta..."

“Esas son las impresiones que nos llevamos, ter­


mina el señor García Vaso, al dejar aquel rinconci-
to de la hermosa campiña alicantina, donde los oli­
vares extensos y las vides frondosas han hecho un
paraíso, y en donde está, replegado sobre la falda
de un vetusto castillo, como si quisiera esquivar
las caricias del Vinalopó, que lame sus plantas, el
pueblecillo de Sax, aquel pintoresco pueblecito que
no tiene presos en su cárcel, ni pobres en sus
calles..."

Biblioteca Nacional de España


Biblioteca Nacional de España
ii

Mi intervención en la enfermedad de
Caetelar.

Obligado a fortiori á ser su médico.—En busca de an­


tecedentes.—Plan terapéutico de imposible aplica­
ción en Sax. —Tratamiento higiénico.—La albuminu­
ria: primeros análisis de la orina.—Trátase de pro­
cesar á Castelar por su artículo de la Petite Revue In­
ternationale; influencia que pudo tener en la marcha
de su convalecencia.—Nuevo análisis de la orina por
el doctor Ramón y Cajal: incidencias á que dió mar­
gen y carta de Castelar sobre este asunto.—Su regre­
so de Sax á Madrid á fin de Julio y estancia en Mon-
dáriz hasta fines de Septiembre.

Jamás ambicioné ser médico de d^n Emilio Cas-


telar. En la modesta esfera en que vino á desenvol­
verse mi vida profesional, no entró nunca en mis
cálculos visitar personajes, y mucho menos á reyes
ó á presidentes de República. Llevan anejas tales
clientelas las mayores responsabilidades y pesan
demasiado sus muertos, aunque ayude á soportar­
los la mejor ganada de reputación.
Repito que jamás ambicioné ser médico de Cas-
telar; mas al llegar á Sax, á falta de eminencias y
de sabios consagrados, mi humilde persona no tuvo

Biblioteca Nacional de España


200 BERNARDO HERRERO OCHOA

otro remedio que aceptar el papel de héroe por fuer­


za, y empuñar las riendas en el tratamiento déla en­
fermedad del insigne estadista. Sólo tenía noción
confusa de su dolencia y, como era natural, hube
de orientarme estudiándola con todo detenimiento,
á fin de proceder con el mayor acierto.
El primer documento que se me puso á la vista
fué un plan escrito de un doctor que le vió en con­
sulta en vísperas de nuestro viaje, la cual se cele­
bró por iniciativa del médico de cabecera, siendo el
consultor un joven amigo suyo que recientemente
había terminado la carrera y que luego de termina­
da había permanecido dos ó tres meses en Alemania
especializando sus estudios.
Dicho plan escrito comenzaba por una larga lista
á dos columnas, figurando en la primera las subs­
tancias alimenticias de que debía abstenerse el en­
fermo, y en la segunda aquellas otras de que podía
hacer uso.
Partidario, sin duda, el joven doctor del método
deOertel de anabasiterapia ó terrainkuren, que dicen
los alemanes, prescribía que en nuestros paseos se
marchase á la ida por cuestas que tuvieran una pen­
diente, no recuerdo bien si de un dos ó un tres por
ciento, y que al regreso volviéramos por camino
que tuviera también una petidiente determinada.
Por último, por toda medicación prescribía el es-
trofanto (i).
(i) No quisiéramos descender á estos pormenores,
propios de médicos é ininteligibles para la inmensa ma­
yoría de los lectores, mas los creemos del todo necesa­
rios, siquiera nos concretemos á los datos más indis­
pensables .

piblioteca Nacional de España


ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 201

Apenas si pudieron utilizarse tan oportunas pres­


cripciones. En cuanto á la lista de alimentos, así los
que podía comer el enfermo como los dañinos, cua­
si el noventa por ciento ni siquiera de nombre se
conocían en el pueblo. Por fortuna, cuando en sus
excursiones venía á Sax don Emilio con su salud
inexpugnable, jamás se acordaba del salmón ó los
faisanes, ni de ciertos mariscos y otros platos de
moda, que suelen ofrecerse en las mesas de buen
tono.
Ya en algunos pasajes de este libro, así como en
el de Alberola, se ha visto el culto que profesaba
Castelar á cuanto hacía referencia á los usos y eos
tumbres de sus primeros años, y así gustaba comer
todas aquellas cosas que comía cuando niño, que
venían á ser comúnmente el pan del pobre en aque­
lla tierra; y le veíamos saborear con el mayor delei­
te las sardinas de cuba, y el famoso arroz y baca­
lao alicantino, y otros arroces parecidos; y los pri­
meros platos que había que prepararle eran nues­
tros sabrosísimos caracolillos chupalanderos y nues­
tros clásicos gazpachos.
Esto no obstante, no se arreglaba del todo mal
la cosa, pues aunque asaz exigua la lista de alimen­
tos de que se disponía, contábamos con numerosas
aves y animales domésticos: con una bandada de
bien cebabas gallinas que proporcionaban algunas
docenas de huevos fresquísimos del día, de los que
sorbía don Emilio numerosas yemas, y habíanse
traído, además del ganado de la casa, tres hermo­
sas cabras, que se las tenía cuidadas á cuerpo de
reinas, á fin de que no faltara al ilustre enfermo le­
che abundantísima y de la más selecta.

Biblioteca Nacional de España


202 BERNARDO HERRERO OCHOA

Aunque Sax es pueblecillo de pesca, por los ri­


cos y abundantes barbos que cría el Vinalopó, ve­
nían de Alicante á diario los pescados más finos y
exquisitos, y desde Valencia algunas frutas, como
la fresa, que en Sax no las había. Después de todo,
aunque sea inmodestia, no me creo tan zote que
fuera incapaz de dirigir la alimentación de un albu-
minúrico; y perdone el bondadoso lector si soy tan
detallista en este asunto; ya verá los motivos más
adelante.
Tampoco era posible cumplir la indicación de la
marcha en cuesta ascendente ó descendente en
nuestros paseos; necesitábamos para ello disponer
de un ingeniero, ó al menos de un ayudante de
Obras públicas, para que nos midiese de antemano
el declive del camino que habíamos de recorrer,
dato que desconocíamos totalmente. No hubo, pues,
otro remedio que hacer las cosas así, á la pata la
llana, eligiendo aquellos sitios donde menos se fa­
tigara don Emilio, y cuando se cansaba, nos sentá­
bamos, naturalmente, á descansar en las piedras de
un ribazo.
Una de las cabras era siempre nuestra compañe­
ra inseparable en los paseos. De este menester se
cuidaban los nietos de mi hermana que, provistos
de un vaso, la ordeñaban dondequiera que se le an­
tojaba al enfermo, ofreciéndole la espumosa leche,
y este antojo solía tenerle algunas tardes dos, tres
y aun cuatro veces.
En cuanto al uso del estrofanto fui verdadero
dictador; ya hablé en el anterior capítulo de cuánto
me sorprendió el pulso de Castelar, cuya dureza
iba, naturalmente, en aumento, á medida que se nu­

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 2Qg

tría y reparaba sus fuerzas, y parecióme que el dar


un medicamento en tales condiciones, que aumen­
tara la fuerza impulsiva del corazón, equivalía á co­
rrer detrás de un caballo desbocado dándole latiga­
zos. Fué esto un acierto, sin que por de pronto
pensáramos en ello. Castelar padecía una lesión al
corazón, perfectamente compensada en su justa me­
dida por el estado del pulso, por cuya razón nadie
se dió cuenta de ella, hasta que el doctor Espina le
sacó un trazado esfigmográfico durante su estancia
en Mondáriz; lesión que fué sin duda el triste epí­
logo de su enfermedad en San Pedro del Pinatar-
Estaba, pues, sometido el enfermo á un plan pu­
ramente higiénico, que por fortuna venía dándonos
excelentes resultados.
Otra de las cosas que necesitaba averiguar era el
estado en que se encontraba la orina, y eligiendo el
camino más corto la envié á Madrid á mi hijo, á la
sazón alumno interno de San Carlos, que termina­
ba la carrera en aquellos dias, para que se hiciese
el análisis en la facultad de Medicina. Llegó al mis­
mo tiempo de Valencia, para saludar á don Emilio,
un colega, antiguo amigo mío, quien se llevó tam­
bién la orina para que la analizara el doctor Peset,
catedrático de Medicina, y así, en Madrid y en Va­
lencia, se practicaron simultáneamente ambos aná­
lisis. Creo oportuno copiar algunas líneas de lo que
en carta del 22 de Mayo escribía mi hijo.
“No te he mandado antes el resultado del análi­
sis de la orina de don Emilio, venía á decir, por lo
ocupado que he estado estos días con la proximi­
dad de los exámenes de Medicina legal. Hoy lo
hago para decirte que no nos ha descubierto el mi­

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204 BERNARDO HERRERO OCHOA

croscopio ninguna célula cilindrica ni otros restos


epiteliales que indiquen lesión de los riñones. Lo
que te llamó la atención sobre lo sucio que se pre­
sentaba el precipitado en el ensayo que hicisteis
casa de Garrido, consiste en los abundantes cris­
tales de ácido úrico que ofrece y uratos, y en cuan­
to á la albúmina sólo contiene por litro unos dos
gramos escasos. Casualmente subió Cajal al labo
ratorio, y le hicimos que viera las preparaciones,
aunque, como me encargaste, no dije á nadie de
quién procedía la orina.
„En resumen: como aquí sospechabas, puedes
asegurar que la albuminuria es puramente acciden­
tal, provocada por la eliminación de los medica­
mentos, y sostenida hoy por el estado discrásico en
que se encuentra la sangre, y, por lo tanto, es de las
que pueden curarse.“
Por su parte, el doctor Peset decía lo que sigue:
“Analizada la orina, que recomienda el doctor
don Alicio Caravaca, resulta de color amarillo, algo
turbia, con bastante sedimento coposo-blanco, sal­
picado de arenillas rojas, ácida, de 1,016 densidad,
y contiene 37,28 gramos de residuo en litro. Con­
tiene una pequeña cantidad de albúmina (dos gra­
mos aproximadamente) y exceso de moco y uratos;
carece de glucosa.
“Al microscopio se aprecian algunos leucocitos
sueltos y otros apelotonados, cristalizaciones de
uratos y ácido úrico libre, epitelio de todo el apara­
to, sin tubos. Aunque el catarro está bastante propa­
gado, parece tratarse por ahora de una pielo-nefritis.
„Para que así conste, expido esta nota analítica,
hoy 31 de Mayo de 1898.—Doctor Peset,,.

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE CAETELAS ZOg

En los primeros días de Junio acaeció un suceso


de los más desagradables; suceso que viene ya á
insinuarse en los fragmentos copiados de los ar­
tículos de Blasco Ibáñez y García Vaso, que vino á
herir las más sensibles fibras de Castelar, y que
bien pudo provocar un retroceso en la buena mar­
cha de su convalecencia. Aunque avezado á aque­
llos lances en sus largos años de lucha política, tra­
tábase entonces de la ingratitud de ciertos políticos,
que solían acudir á él en demanda de consejos y á
escudarse en la gran autoridad moral que prestaba
su nombre; y aún más que esto, le dolía que, hallán­
dose algunos posibilistas en el Senado, no hubiese
habido una voz que se levantara en su defensa. Ya
comprenderá el lector que aludimos á su famoso
artículo publicado en la Petite Revue Internationale
de París, en el que atacaba á la reina regente, por
ciertas intromisiones y extralimitaciones constitu­
cionales en que había incurrido, con motivo de
nuestra contienda con los Estados Unidos.
Castelar fué denunciado por una traducción de
su artículo publicada en el periódico El Nacional,
y el día 2 de Junio se llevó este asunto al Senado.
Atacóle rudamente el duque de la Roca, al que si­
guieron Martínez Campos, Capdepón y Montero
Ríos; fué aquello un verdadero pugilato de monar­
quismo y de adulación á la regente. Nadie se levan­
tó á defender á Castelar, y así habría quedado la
cosa si no la hubiese reproducido Azcárate en la
sesión del Congreso del día 4, reprochando sobre
todo la conducta de Capdepón, ministro de la Go­
bernación entonces, quien aseguró en el Senado
que Castelar sería perseguido por los tribunales

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2o6 BERNARDO HERRERO OCHOA

competentes, y que el Gobierno influiría con sus


amigos para que no fuese denegado el suplicatorio,
que en su día había de venir al Congreso. Con tal
motivo se entabló amplio debate sobre la inmuni­
dad del diputado, en el que intervinieron Sagasta y
Capdepón.
Como era consiguiente, ocupóse la prensa del ar­
tículo de Castelar, atacándole con verdadera saña
El Impartial, y defendiéndole valientemente El
Nacional y El Liberal; siendo con él benévolos El
Correo, La Epoca, Heraldo de Madrid y El Correo
Español.
En el mismo día en que se discutió este asunto
en la sesión del Senado reuniéronse Sagasta, Ga-
mazo y Groizard para ocuparse de él, y convinieron
en que no podían alcanzar á Castelar responsabili­
dades de ningún género, no sólo por su inmunidad
de diputado, sino por haberse publicado su artículo
en el extranjero, donde no alcanzaba la acción de
las leyes españolas.
He escudriñado cuanto me ha sido dable todo lo
referente á esta cuestión, al objeto de averiguar
cuál fué el desenlace final que tuvo, pues, á pesar
de la opinión de Sagasta, Gamazo y Groizard, pue­
do aportar un dato, del que no he encontrado indi­
cios en parte alguna, y es que el juez de instrucción
de Villena vino á Sax á procesar á Castelar. Siento
no poder consignar aquí el nombre de aquel digno
funcionario que, dentro de la desagradable misión
que le traía, supo dispensar al eminente tribuno las
mayores deferencias. Creo debió echarse tierra al
asunto, que era lo más conveniente para todos, y
en primer término para el Gobierno.

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ULTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 20?

Sin que ocurriese nada extraordinario, y siendo


del todo satisfactoria la marcha de la convalecencia
de don Emilio, tuve que regresar á Madrid á me­
diados de Junio, y ocurrió un incidente del que de
muy buena gana prescindiría. Creimos oportuno
que se practicara un nuevo análisis de la orina por
persona de gran autoridad científica, y pensamos
en el doctor Ramón y Cajal; y en efecto, hice que
llegara la orina al laboratorio de San Carlos, reco­
mendado su estudio por el señor decano de la Fa­
cultad de Medicina. El resultado del análisis hecho
por Cajal, no podía ser más halagüeño, llenándonos
á todos de la mayor satisfacción.
No creo oportuno, dada la índole de esta obrilla,
insertar íntegro el concienzudo trabajo del sabio
maestro, y nos limitaremos á citar sólo algunos de
los datos principales. Había descendido á un gramo
la cantidad de albúmina, y no existían cilindros uri­
narios. Copiaremos únicamente las últimas líneas
con que termina el análisis, bajo el epígrafe de
“Estimación final."
“En presencia, dice Cajal, délos datos consigna­
dos, nos es dable asegurar, que en el producto su­
jeto de estudio, existe disminución de la urea con
relación á la normal, y contiene albúmina en la pro­
porción de un gramo por litro, y que hay aumento
de ácido úrico. Madrid, 18 de Junio de 1898.—El di­
rector, doctor Cajal."
Pero el señor decano de la Facultad de Medicina,
y á la vez senador del reino, con una oficiosidad
imperdonable, y abrogándose facultades que nadie
le había dado, llevóse el documento de Cajal al Se­
nado para enseñárselo á su médico de cabecera,

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2o8 BEENABDO HERRERO OCHOA

también senador, y éste, no obstante la indiscutible


mejoría demostrada por la ciencia, y sin más razo­
nes que la poderosa del porque sí, escribió una car­
ta á don Emilio Castelar tratando de arrancarle de
Sax á todo trance. No quiero ahondar en este des­
agradable asunto, pues tendría que ensañarme con
muertos, ni tampoco descender á comentarios que
habrían de ser muy duros.
A primeros de Julio vino á Madrid el secretario
particular de don Emilio, don Joaquín Ferrer, é in­
mediatamente estuvo á verme, poniéndome en autos
de la destemplada epístola. Copiaría muchos datos
que guarda fielmente mi memoria, mas me limitaré
á lo que sigue:
Se había enterado, decía el médico de cabecera y
senador, del resultado del análisis de la orina que
había traído un tal Herrero, es decir, un pobre in­
documentado que tenía en Madrid su cargo oficial
ganado en reñidas oposiciones, y luego continuaba
textualmente: “Vive usted, don Emilio, engañado
ahí con sus amigos; se está usted suicidando, y su
vida no le pertenece á usted, que pertenece á la
patria."
En la conversación que tuve con el señor Ferrer,
vino á decirme: “Es la primera visita que hago esta
de usted, y vengo para decirle que le escriba á don
Emilio. Se encuentra allí mejor de día en día, y
esta dichosa carta ha venido á sembrar en él la des­
confianza y la duda. Escríbale, que tiene en usted
gran fe y atiende mucho sus consejos."
Confieso sin rodeos que me llenó de indignación
proceder semejante, de cuyo móvil no quiero ocu­
parme, y liándome la manta á la cabeza, como sue-

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 20g

le decirse vulgarmente, escribí una carta á Castelar,


poniendo los puntos sobre las íes, que le llegó al
alma. En ella veía que contaba en el mundo con
amigos desinteresados que hubiesen dado por de­
volverle la salud hasta la sangre de sus venas.
Me contestó con una hermosa carta, que copio
íntegra, por ser epílogo ó resumen de su estancia
en Sax en 1898. Sólo encuentro en ella de malo los
inmerecidos elogios que me prodiga; mas no quiero
suprimir una palabra, pues sería mutilar tan bello
documento. Decía así:
“Sax, 18 de Julio de 1898.
Querido Bernarda: No puede usted imaginarse
cuánto le agradezco sus cuidados y sus desvelos
por mi persona, sus consejos tan sabios sobre mi
enfermedad. Con ello me ha mostrado usted, no
sólo una profunda ciencia estimada por mí en todo
cuanto vale; un profundo afecto, al que toda mi
vida corresponderé con creces."
“Sabrá usted cómo he decidido el viaje á Mon-
dáriz. En primer lugar, convienen todos á una, que
tal viaje me será muy provechoso contraídos indis­
posiciones crónicas que yo tengo; el exceso de
bilis y las propensiones á diarreas, rayanas en di­
sentería. Esta razón fisiológica me mueve mucho,
razón general; pero hay una razón particular á mi
enfermedad: el haberme dicho todos ustedes que
los restos de ácido úrico, los cuales pudieran pro­
ducirme alguna incomodidad reumática este invier­
no, se van por la orina, y las aguas de Mondáriz
son muy diuréticas."
"Luego, aunque Secundino y Pascuala, Pepe y
14

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210 BERNARDO HERRERO OCHOA

Concepción se oponen mucho á mi viaje, yo deseo


descansen todos, no de mi persona, que de mi per
sona jamás se cansan, de tanta visita y visiteo y mo­
lestias como llevan en todas partes aparejadas mi
persona y mi presencia."
“Me hallo además tan bueno, que puedo empren­
der un viaje así, como pudiera emprender un ver­
dadero viaje de recreo. Las ganas me han vuelto;
el sueño tranquilo acompaña con sus beneficios á
las ganas; nada de perturbaciones gástricas; nada
de diarreas, aunque consumo con moderación las
frutas propias en este tiempo en nuestro mara­
villoso clima patrio. Mi estado de gran debilidad
me retrajo del viaje, y mi fortaleza de hoy me lo
impone."
“Al fin de Julio pasaré por Madrid, usted será la
primera persona que lo sepa, y sepa el día."
“Pienso mandarle por consejo de Cortés una bo-
tellita de orines para que hagan otro examen antes
de mi partida; mas le ruego que no diga de quién
proceden, y procure sea la operación pagada por
mí, en lo cual tengo un deber indeclinable y rigu­
roso."
“Me dicen que vuelve usted para el mes de Agos­
to; hará bien, porque Sax está de tal manera fresco
y riente, que el vivir aquí el verano es una verda­
dera delicia.
“Toda la familia buena. Perdóneme tanta imper­
tinencia, y mande á su buen amigo q. b. s. m.
Emilio Castelar"

Llegó Castelar á Madrid de vuelta de Sax el día


18 de Julio, y sólo se detuvo hasta el 31 que mar­

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 211

chó á Mondáriz. Cruzáronse dos cartas durante su


estancia en el balneario, las que nada de particular
ofrecen, fuera de las buenas noticias que me daba
en cuanto á la marcha que seguía su convalecencia,
y tuvo la atención de enviarme dos artículos publi­
cados por La Concordia de Vigo, uno suyo del 6 de
Septiembre, titulado “Galicia y Mondáriz", hermo
so trabajo que, por ser el último, podía decirse en­
tonces que era el mejor de cuantos había escrito en
su vida; y otro del día 15 sobre una excursión á
Tuy, del que copiamos algunas líneas por referirse
al estado de su enfermedad:
“Sin descansar un punto, dice uno de sus párra­
fos, el señor Castelar se dirigid á la catedral, den­
tro de cuyo recinto estuvo unas dos horas, exami­
nándola en sus detalles más minuciosos, y reco­
rriéndola en todos sentidos sin fatigarse, como en
los tiempos de sus más activas excursiones. Bajó á
la capilla de San Telmo, subió á la sala capitular,
se detuvo largo tiempo en el maravilloso atrio, re­
corrió el claustro haciendo las observaciones litera­
rias y científicas que cada trozo del monumento y
caba objeto de su arqueología le inspiraban".

“El señor Castelar estuvo doce horas en movi­


miento al sol y al aire libre, sin que su salud se re­
sintiera en lo más mínimo, pues cada día adquiere
más fuerzas y domina mejor sus antes descompues­
tos nervios y doloridos músculos, haciéndose len­
guas de lo mucho que le han probado, así los aires
de Alicante, como los aires de Vigo, y del alivio
completo que le han procurado las aguas de Mon­
dáriz".

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212 BERNARDO HERRERO OCHOA

Con fecha 18 de Septiembre recibí carta de Ferrer:


“Está muy mejorado don Emilio, me decía; sobre
todo porque se ha renutrido, habiendo llegado á
aumentar de peso en Mondáriz diez y ocho kilo­
gramos, y habiéndosele corregido totalmente la in­
disposición intestinal, que tanto le debilitaba.
“Saldremos de aquí el 21 por la noche".

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Ill

De Octubre de 1898 á Mayo de 1899.

Vuelve Castelar de Mondáriz.—Su estado relativamen­


te satisfactorio .—Hechos de escaso interés ocurridos
en los primeros meses.—Interviene el doctor Huer­
tas por indicación mía en la asistencia de Castelar.—
Su enfermedad de fines de Diciembre.—Interesante
episodio patológico que ofreció en la segunda quince­
na de Marzo del 99.—Actividad política de Castelar
durante el mes de Abril —Su elección de diputado
por la circunscripción de Murcia.—Presentación del
Mensaje de las cien mil firmas.—Su famoso artículo
titulado «Políticade Silvela y Polavieja».—Viaje áSan
Pedro del Pinatar.—Su muerte.—Mezquindades del
Gobierno y grandiosa manifestación de duelo que le
tributa el pueblo de Madrid.

Castelar volvió, al parecer, de Mondáriz comple­


tamente regenerado. Había recuperado sus carnes
y restaurado sus fuerzas; habíale vuelto su joviali­
dad y alegría; y lo más importante de todo era que
había desaparecido la albuminuria. No estábamos
del todo convencidos los médicos ante este último
importantísimo extremo, pensando que bien pudie­
ra obedecer, acaso más que al empleo de las aguas,
al tratamiento (uso de las sales de estroncio) á que
estaba sometido. De todas suertes, y fuera por lo

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214 BERNAHDO HERRERO OCHOA

que fuere, no era el Castelar valetudinario que lle­


vamos á Sax el 16 de Mayo el que volvía de Mon-
dáriz, era el Castelar de sus buenos tiempos.
En uno de los primeros días de su regreso nos
hizo reir de buena gana á tres ó cuatro amigos, que
estábamos en el comedor de su casa, contándonos
como sólo él sabía hacerlo, un gracioso sucedido
que había tenido en Sax con uno de sus amigos de
la infancia, que era siempre de los primeros en acu­
dir á verle.
Hablábale don Emilio de los motivos de sus pre­
ferencias por Sax, y aludiendo á cierto pueblo pró­
ximo, vino á decirle: “luego un pueblo tan levítico".
Ha de saberse, que en el pueblo de referencia, que
constará de seis á siete mil almas, tienen cuando
menos unas tres docenas de curas.
A esto le contestó el amigo: -Pues mira, Emilio:
si por lo de levítico lo dices, vente conmigo á...(aquí
el nombre de su pueblo), que allí nadie gasta levita;
todo el mundo vamos siempre de chaqueta. Ya ves,
yo he sido alcalde, á veces, seis y ocho años segui­
dos, y, no es porque no la tenga; ni una vez siquie
ra ha habido necesidad de sacar la levita del baúl.
Hallábase presente D. Adolfo Calzado, quien se
levantó entusiasmado y abrazó estrechamente á
Castelar:—¡Gracias, gracias, Emilio le decía—,
que vuelvo á verte tal como eresl
Aunque nos preocupaba el temor de un retroce­
so, transcurría el tiempo relativamente bien. Don
Emilio tuvo empeño en que me señalara dos días á
la semana para ir á almorzar con él, y aunque mis
ocupaciones eran muchas, á aquel hombre no había
otro remedio que obedecerle. Las horas que dedi­

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS, 3Ig

caba á la mesa eran el paréntesis abierto en sus


cotidianos trabajos, y en ellas, olvidado de sus ta­
reas literarias, gustaba departir con los amigos
acerca de los asuntos más diversos.
Durante el mes de Octubre, y hasta el 28 de No­
viembre, que se firmó el tratado de paz con los Es­
tados Unidos, cediéndoles España á Puerto Rico las
Islas Filipinas y el archipiélago de Joló, fueron la
obsesión constante de Castelar las noticias que ve­
nían de la Comisión de París, presidida por Mon­
tero Ríos, que ajustaba en la capital de Francia las
condiciones de la paz. ¡Y cómo padecía el grande
hombre viendo realizarse uno por uno sus tristes
vaticinios! Recuerdo que en uno de los primeros
días dijo uno de los circunstantes:
—Hemos perdido á Cuba y Puerto Rico, y casi á
Filipinas.
—Quítele usted el casi—repuso vivamente don
Emilio. —Tan perdida como Cuba y Puerto Rico,
está Filipinas.
Y con maravillosa intuición y singular clarivi­
dencia, como si hablase a posteriori después de una
docena de años, nos reveló el desenlace que había
de tener la llamada conferencia de la paz y la ulte­
rior conducta de los yankees.
Se ha usado y aun abusado tanto de contar cosas
de Castelar, que no quisiera ocuparme en tal con­
cepto de aquellos sencillos cuanto deliciosos al­
muerzos. Generalmente no nos sentábamos á la
mesa más que cuatro ó cinco comensales: Rafael
del Val, su sobrino, su secretario particular, D. Joa­
quín Ferrer, y hasta dos ó tres amigos, que solíamos
ser con frecuencia los mismos, por lo que bien pudie­

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2IÓ BERNARDO HERRERO OCHOA

ra decirse que don Emilio, durante aquellas horas,


era completamente nuestro. Aun cuando no quisie­
ra volver á ocuparme de sus anécdotas y agudezas,
no puedo resistirme á recordar un día que quedó
para siempre grabado en mi memoria.
Nos daba en uno de los almuerzos una verdadera
conferencia de Literatura, y, entre otras mil cosas,
á cuál más interesantes, vino á hablarnos de cuán
difícil es puntuar el verso castellano, razón por la
cual tampoco abundan los buenos actores; y á guisa
de ejemplos nos iba citando algunos pasajes de
nuestro teatro clásico, escuchándole encantados los
versos del Don Alvaro, del duque de Rivas; los de
El trovador..., etc., etc.
—Estos versos—nos decía, recitando algunos de
La vida es sueño—, desde que murió Mariano Fer­
nández, no han vuelto á decirse como él los decía.
Llególe luego el turno en los ejemplos á Los
amantes de Teruel.
—Oigan estos versos—vino á decirnos—; dichos
de este modo, hacen llorar.
Y recitó el siguiente fragmento de la escena que
tienen al final del drama Marsilla é Isabel:
Marsilla. Ya mi susto cesó; veo en tu mano
la señal de tu fe. Tú me esperabas,
y deslumbrar mis ojos pretendiste.
Este anillo es la joya que me agrada.
(Le coge la mano para besarla.)
¡No es el mío! ¡Qué horror! Sierpe se vuelve,
y á devorarme viene las entrañas.
Isabel. ¿No conoces qué indica este atavío,
que no puedes mirar sin repugnancia?
Nuestra separación.
Marsilla. ¡Poder del cielo!
Sí, ¡funesta verdad!
Isabel. ¡Estoy casada!

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 217

Suspensos y como hipnotizados quedamos todos,


pendientes de aquella música armoniosa que fluía
de los labios de Castelar, cuando al final vimos que
sus ojos se arrasaban en lágrimas, y, á decir ver­
dad, bien poco faltó para que nos ocurriese otro
tanto á cuantos le escuchábamos.
Mas luego de secarse los ojos, cambiando de
tono, continuó diciéndonos, haciéndonos á todos
reir:
—Pero dichos así—y volvió á recitar los versos
imitando á un actor y á una actriz famosos—, ¡hom
bre, es cosa de coger el sombrero y echar á correr,
para que no le dé á uno un ataque de nervios!

Corría el tiempo sin que nada sucediera digno de


ser contado en la enfermedad de Castelar; y uno de
los días que me tocaba ir á su casa, entré á mi lle­
gada en el cuarto de trabajo de Rafael, quien, entre
otras cosas indiferentes, vino á decirme lo que
sigue:
—Tío Emilio no quiere que deje usted de visi­
tarle . Dice que le ha ido muy bien con sus consejos.
—Agradezco en cuanto vale, y hasta me enorgu­
llece, la prueba de confianza que me dispensa don
Emilio Castelar —le contesté ; mas no quisiera que
nadie creyese que venía á reemplazarle, ni he so­
ñado nunca en ser su médico, entre otras razones,
porque creo que á enfermos como Castelar, cuya
vida tanto interesa á la nación, debe rodeárseles de
cuantos medios se encuentre á mano en la asisten­
cia de sus enfermedades, llamando en cada caso,
sin que sea esto ofender á nadie, á aquellos espe­
cialistas ó clínicos de más merecida fama.

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2l8 BERNARDO HERRERO OCHOA

No recuerdo si hablamos algo más; pero aquel


día nos ocupamos en la mesa de este asunto. No es
cosa de referir nuestra conversación detalladamen­
te, y creo baste con lo siguiente:
—Ya he dicho á Rafael—-comencé diciendo á don
Emilio—cuánto agradezco la confianza que usted
me dispensa, é incondicionalmente me tiene á sus
órdenes de día, de noche, á todas horas; pero le
quiero á usted demasiado para tener todo el aplo­
mo y serenidad de ánimo necesarios en el trata­
miento de un enfermo. Le visitaré á usted, y haré
cuanto me mande; pero desearía, para cuando la
necesidad lo requiriese, tener á mi lado un compa­
ñero, que seguramente habría de ver más claro y
mejor que yo.
Yo quisiera, proseguí, que usted me considerara
como individuo de su familia, y en tal concepto,
mejor que el papel de su médico, desearía reser
varme el de su enfermero, llenando, aunque en par­
te mínima y con conocimiento de causa, ciertos cui­
dados que hoy tendría con usted doña Concha, si
estuviera en el mundo.
Comprendió don Emilio desde luego la gran sin­
ceridad que había en mis palabras, y como ya ha­
bíamos nombrado varios clínicos de fama, unos con­
discípulos míos, y otros con los que apenas si tenía
trato superficial; “bueno, me dijo, llamaremos al
doctor Huertas, por ser con quien usted tiene amis­
tad más íntima. Dentro de unos días escribiré una
carta para que vaya usted á verle y me le pre­
sente".
Inútil decir que aquella carta, escrita de puño y
letra de Castelar, cosa que ya rara vez hacía, era

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE CASTELAR 2ig

un modelo del bien decir, y quiso guardarla Huer­


tas como recuerdo. Pero tardó aún algún tiempo á
escribirse, con lo que dió una gran prueba del cul­
to que sentía por sus amistades. No la escribió has­
ta después de morir súbitamente su antiguo médico
de cabecera, ya bien entrado el mes de Diciembre,
á consecuencia de una embolia. Sin duda no quiso
disgustarle con que se viese en vida sustituido.
El estado relativamente satisfactorio en que Cas-
telar se hallaba en los últimos meses del 1898, hizo
que apenas necesitase de los auxilios de la ciencia,
hasta que fui llamado en la madrugada de la No­
chebuena, encontrándole con una fuerte infección
grippal localizada en el aparato respiratorio, cuasi
equivalente á una pulmonía. Ofrecía algún peligro
al siguiente día, tanto por la extensión del mal,
como por la alta fiebre que presentaba, é indiqué
que se avisara á Huertas, y ambos le asistimos con
el mayor esmero en unión del doctor Pulido, que
vino luego espontáneamente. A los ocho ó diez días
estaba repuesto de su enfermedad, de la cual ya
hablé en las primeras páginas, á propósito del em­
peño que tuvo de levantarse del tercero al cuarto
día, diciéndonos que tenía que escribir un artículo
para una revista extranjera, y aquello de “el pája­
ro yanta de lo que canta", á lo que tuvimos que
oponernos resueltamente Huertas y yo, seguros de
que había de costa ríe una recaída.
Conservo casualmente un análisis practicado en
el Instituto de Higiene Militar, fecha 5 de Enero de
1899, que debió encargarse al fin de la precitada en
fermedad, en el que vuelven á aparecer en la orina
los eternos dos gramos de albúmina.

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220 BERNARDO HERRERO OCHOA

Como planta de estufa, cuidando sobre todo de


evitar el menor cambio de temperatura, teníamos
en su casa á Castelar, y así llegó sin incidentes la
segunda quincena de Marzo, en la que su ya larga
enfermedad vino á ofrecernos el episodio más inte­
resante. Tiene este dato el mérito de que fuimos
contadísimos los que lo conocimos, pues á ruegos
de don Emilio, ni trascendió á la prensa, no obs­
tante su importancia, ni nadie tuvo de él la menor
noticia.
De súbito, como por lo común sucede, sintióse
don Emilio atacado de un cólico nefrítico, y nos
rogó desde el primer momento que guardáramos de
aquello el mayor secreto. Había cierto periódico,
de cuyo nombre no quiero acordarme, que estaba
en vena de adulación á las instituciones y tenía el
prurito de ser el primero en dar malas noticias de
la enfermedad de Castelar. Súpose por el sereno,
que todos los días, allá á la madrugada, enviaba á
un reporter á la calle de Serrano, para enterarse si
durante la noche había habido algún movimiento en
la casa del gran tribuno, entrando y saliendo médi­
cos, bajando á la botica, etc., etc.
Más de dos días pasamos en mortal zozobra,
ante un síntoma gravísimo que ofrecía la enferme­
dad, por las fatales complicaciones que p idiera
provocar, cual era la total supresión de la orina.
Pase al fin por fortuna la angustiosa crisis, eva­
cuando mediana cantidad de orina sanguinolenta, y
al cabo de algunas horas, cuando ya creíamos con
jurado el mayor peligro, vino á reproducirse la anu­
ria con manifiesto obstáculo en la uretra. Fue aque­
lla segunda crisis dolorosísima, y á indicación de

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE CAS TELAR 221

Huertas vino á verle uno de los más eminentes es­


pecialistas, quien estuvo de acuerdo con nosotros
en que era Castelar el prototipo del enfermo ar­
trítico.
Por suerte, no tardó en restablecerse la calma,
expulsando á costa de grandes dolores el cuerpo
del delito, consistente en un grumo de color grisá­
ceo del tamaño de un guisante, tras del cual evacuó
regular cantidad de orina de aspecto normal.
Examinado al microscopio por el doctor Alabern
aquel cuerpo extraño expulsado por la uretra, vino
á darnos perfecta idea del proceso morboso que
acabábamos de presenciar. Servíanle de núcleo va­
rios cristales de ácido úrico, que habían herido al
ureter en su descenso, produciendo pequeña hemo­
rragia, merced á la cual vinieron á envolverse en
aquel estroma fibrinoso, en cuyo estado cayeron en
la vejiga, poniendo término á la primera crisis; lue­
go, insinuándose por la uretra, dieron margen á la
segunda que acabamos de describir.
Nada me queda que decir de la enfermedad de
Castelar. Repuesto de aquel accidente, que tantas
horas de ansiedad nos trajo, daba en su casa el día
5 de Abril el último banquete de su vida en cele­
bración de su fiesta onomástica, sentando á su
mesa como á una docena de invitados.

De gran actividad política é inmensos sinsabores,


fué para Castelar el mes de Abril de 1899. Hacía un
año que se había iniciado la idea del llamado men­
saje de las cien mil firmas, para felicitarle por el
restablecimiento de su salud, y mostrar su adhesión
los firmantes á su inmaculado patriotismo é inque

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222 BERNARDO HERRERO OCHOA

brantable fe republicana. Dábasele en aquellos días


los últimos toques para su inmediata solemne pre­
sentación, y en él se rogaba al eminente estadista
volviese á la política activa, abandonando el retiro
que hacía once años había voluntariamente adop­
tado.
Tal pudieran enlazarse los acontecimientos, que
tuviera que hacerse oir en las Cortes, y creían sus
amigos y partidarios, que lo eran á la sazón las dos
terceras partes de los españoles, que debía acudir
á la lucha en las elecciones convocadas por el go­
bierno Silvela-Polavieja.
Castelar, que por espacio de muchos años vino
representando á Huesca, encontrábase á la sazón
sin distrito por diferencias surgidas entre él y su
antiguo correligionario don Manuel Gamo, y había
declinado al principio algunos ofrecimientos que se
le hicieron. Sus amigos, no obstante, continuaron
sus gestiones cerca de algunos candidatos que le
debían todo cuanto eran, mas ya colocados en cier­
tas alturas hicieron oídos de mercader á tales de­
mandas. ¡Qué podía ya importarles que se quedara
ó no sin acta el gran orador! A este propósito nos
contaba un día lleno de amargura: “Decía mi her­
mana Concha, que era mentira que anidaran las
golondrinas en las espaldas de los caribes; yo de
mí se decir que anidó fulano en las mías hace tan­
tos años, y me debe"... Aquí vino la enumeración
de las cinco ó seis cosas que le debía, entre las que
figuraban desde el acta de diputado hasta otras
prebendas asaz substanciosas.
Aunque se negó al principio á presentar su can­
didatura, cediendo al fin á ruegos y requerimientos

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE CABTELAR

de los amigos, ó pensando acaso con mayor sangre


fría, que él no podía ni debía dejar de tomar asien­
to en el Parlamento, decidióse á aceptar lo que
antes había rechazado. Si no me es infiel la me­
moria, diría que en el banquete del día 5 de Abril
sentáronse á su mesa algunos amigos de Murcia, y
que durante la comida se habló del asunto de las
elecciones. Había que ir á luchar por el tercer lugar
en la circunscripción de la capital, y es posible que
en tales momentos se decidiera á acudir á las
urnas.
El 9 de Abril telegrafió Castelar á sus amigos de
Murcia manteniendo resueltamente su candidatura,
y hasta mediados de mes que se verificó la elección
y quedó triunfante por una mayoría de trescientos
votos, vino pasando días de verdadera prueba. Él,
á quien solían disputárselo en toda elección varios
distritos, hubo de acudir á Murcia aspirando á un
tercer lugar como el último novato. Disputábanle el
acta el romerista Revenga y el tetuanista Marqués
de Benavites.
Lo que más dolía á don Emilio era verse com­
batido por los elementos liberales, ó por mejor de­
cir, sagastinos, pues hasta el último momento, Sa-
gasta, que era el que había recogido el mayor fruto
de su retirada de la política activa, estuvo excitando
á sus amigos de Murcia para que votasen al can­
didato romerista. De semejante conducta, inexpli­
cable para la mayoría de las gentes, pudimos dar­
nos cuenta de los motivos, por el hecho que refiero
á continuación.
Sabido es que la candidatura de Sagasta en Lo­
groño, corrió tan serios peligros, que á punto

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224 BERNARDO HERRERO OCHOA

estuvo de ser derrotado y no poder tomar asien­


to en el Congreso el jefe del partido liberal, no
obstante que el Gobierno le prestó su más de­
cidido apoyo, y pudieron sus deudos y amigos ape­
lar á toda clase de medios. Había algunos perió­
dicos que se titulan liberales, pero que ejercían en­
tonces de silvelistas ó polaviejistas, que hacían á
varios políticos una guerra sin cuartel, y especial­
mente á Sagasta y á Castelar, acto de pasión insana
y de verdadera injusticia, pues si tuvo Sagasta la
desgracia de que en sus manos se perdieran nues­
tras colonias, después de todo había venido á pa­
gar sus culpas y las ajenas, sacrificándose por las
instituciones.
En tales circunstancias presentóse en Logroño
frente á Sagasta el candidato republicano, mi amigo
Gómez Trevijano, que hacía en aquellas elecciones
sus primeras armas en la política, y á pesar de la
larga historia de don Práxedes, de su condición de
jefe de uno de los partidos turnantes en el Poder y
de los grandes medios que puso el Gobierno en
sus manos, obtuvo Trevijano la honrosa votación
de tres mil votos, contra tres mil novecientos de
Sagasta, triunfando éste por una mayoría de unos
novecientos votos.
Concurría á la botica de la calle de Atocha de mi
amigo Paco Garrido Mena, don Enrique Calvet,rico
minero de Sierra Almagrera, emparentado con los
Angladas, que gozaba en Murcia de gran influencia
entre el elemento republicano y aun entre muchos
liberales. Paco Garrido le insinuó que apoyase la
candidatura de Castelar, insinuación que no nece­
sitaba por cierto el señor Calvet, que era uno de

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE CA STELAE 22 5

los más entusiastas admiradores del gran tribuno.


Contestáronle algunos de los liberales á quienes se
había dirigido, dictándole que era decidido empeño
en Sagasta votaran al candidato romerista, obede­
ciendo al pacto que había celebrado con Romero
Robledo, especie de toma y daca, en virtud del cual
daba éste á Sagasta los votos con que contaba en
Logroño, en cambio de que apoyara en Murcia á
Revenga.
Hubo quien defendió la conducta de Sagasta, cre­
yéndole desligado de todo compromiso, por si Cas-
telar dijo primero no y luego dijo sí, mas juzgue
cada cual imparcialmente, pues de todas suertes
había recibido de éste los más desinteresados servi­
cios para proceder con él de tal manera.
A Castelar le votaron en Murcia los republicanos
en masa, excepto los progresistas, por haber acor­
dado el retraimiento. Salmerón y Pí Margall, no
obstante las diferencias que les separaban, escri­
bieron á sus amigos que le votasen. Igual hizo Ga-
mazo, ya en disidencia con Sagasta, y á pesar de
las recomendaciones de éste, le votaron muchos
liberales y no pocos conservadores.
El marqués de Benavites retiró á última hora su
candidatura, y dió un manifiesto en el que afirmaba
lo hacia “para dejar expedito el camino á la vo­
luntad nacional, que proclamaba el nombre del in­
signe patricio don Emilio Castelar". Vino luego á
apoyar su candidatura, votándole todos los conser­
vadores que seguían al duque de Tetuán.

El día 5 de Mayo á las nueve de la noche se rea­


lizó el acto de la entrega del mensaje de las cien
15

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226 BEBNABDO HEBBERO OCHOA

mil firmas, al que se dió la mayor solemnidad.


A dicha hora rebosaban de gente los salones y pa­
sillos de la casa de Castelar, llenándolos multitud
de amigos y correligionarios, entre los que figura­
ban muchos que habían venido en comisión de los
puntos más distantes de la península. Tuvo el ho­
nor de asistir quien esto escribe, y renuncio á la des­
cripción detallada del transcendental suceso, atento
á la línea de conducta que me impuse de ser parco
en cuanto hace refererencia á la vida política de
Castelar, y así me limitaré á relatar el hecho del
modo más sucinto (i).
Celebróse el acto en el salón principal de la casa,
y figuraban en la comisión del mensaje, sin distin­
ción de partidos ni matices políticos, las persona­
lidades más salientes del republicanismo español-
Martín de Olías, Pérez Costales, Baselga, Calixto
Rodríguez, Morán (don Miguel y don Esteban), So­
ber, Dolz, don Pío Vandosell, Abad y Seller y otros
varios que no recuerdo, fueron los encargados de
ofrecer al insigne estadista tan merecido cuanto
simpático homenaje.

(i) Enemigo, como he repetido diferentes veces, de


hacer un libro con materiales espigados en campo ajeno,
me limito en las pocas páginas que restan, á consignar
datos de los últimos días de vida de Castelar que guar­
da fielmente mi memoria. En varias partes pueden encon­
trarse relatados con los más nimios pormenores, los tris­
tes sucesos acaecidos desde el día 5 de Mayo, hasta des­
pués de inhumados sus restos en la Sacramental de San
Isidro. A quien quiera enterarse de los hechos que pre­
cedieron y sigueron á la muerte de Castelar, recomien­
do el excelente libro de González Araco, Castelar, su
vida y su muerte (página 201 y siguientes), cuya infor­
mación es de lo más completo que puede desearse.

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE CASTELAR 22?

Levantóse primeramente el exministro de la Re­


pública señor Pérez Costales, y leyó unas cuartillas,
en las que en estilo enérgico, aunque con sencilla
frase, exponía el objeto, transcendencia y oportu­
nidad del acto que estaba realizándose, haciendo
historia de los trámites por que había pasado la
evolución del mensaje, desde que tomó cuerpo la
idea en el verano de 1898.
Leyó á continuación el joven Abad y Seller de
Novelda, que hacía las veces de secretario de la
Comisión, el mensaje á Emilio Castelar, al que con­
testó éste con su hermoso discurso, que vino á ser
su testamento político, en el que traza á los repu­
blicanos el camino que ha de conducirles á la ins­
tauración y consolidación de la República; hermoso
documento escrito, cuando ya se hallaba al borde
del sepulcro, con toda la fluidez y frescura cual
pudo hacerlo en sus juveniles años.
Desde tal momento vino á ser Castelar el símbo­
lo de la democracia y del republicanismo español,
y quien se halló á su lado en sus postreros días,
tiene el convenciminto firmísimo de que otros rum­
bos hubiese seguido la Historia de España, de no
arrebatárnoslo la muerte. En legión acudían sin
dudas ni distingos á engrosar la concentración libe­
ral republicana, que había de formarse bajo su
soberana dirección, todos los elementos republica­
nos y aún muchos liberales. Contaba yo entonces
con numerosos amigos entre los republicanos pro­
gresistas, que conociendo las relaciones que me
unián á Castelar venían á mí para que se los pre­
sentara. Con anuencia suya, en los breves días que
mediaron desde la entrega del mensaje á su marcha

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228 BERNARDO HERRERO OCHOA

á San Pedro del Pinatar, llevé ásu casa media doce­


na de caracterizados zorrillistas, entre ellos al com­
petidor de Sagasta, Donato Gómez Trevijano.
—Nome tome usted parecer—me dijo luego don
Emilio—; basta que sean amigos suyos de confian­
za para que me presente á cuantos quiera.
Por aquellos días publicó El Liberal su famoso
artículo titulado “Política de Silvela y Polavieja",
que como otros tantos suyos produjo el más hondo
efecto en la opinión. Daba en él á Silvela su mere­
cido, por sus declaraciones vaticanistas; pero á
quien de veras fustigaba, ora donorosamente, ora
con acerba crítica, era á Polavieja, al novísimo
gobernante, iucubado en estufas palaciegas, como
decía en su testamento político, que quería dedicar­
se á la política, pero sin políticos, lo que equivalía
á acuñar moneda prescindiendo de los metales, ó á
querernos dar un baño á condición de no mojarnos
la piel.
Sin pensarlo, y acaso sin quererlo, vino Castelar
á prestar un señalado servicio á don Francisco Sil-
vela. Dos meses de vida llevaba su gobierno, y
deseando estaba sacudirse la mosca del general
cristiano, que dados sus humos de dictador, no sólo
estaba ya en disidencia con el presidente del gabi­
nete, sino también con la mayoría de los ministros.
Según se contaba, durante las elecciones había con­
vertido en centro electoral el Ministerio de la Gue­
rra, y no contento con el grupo de cuarenta diputa­
dos que se le dejaban, queriendo que predominasen
en las Cortes sus elementos propios, perseguía á
muchos candidatos ministeriales, especialmente á
los protegidos de Martínez Campos.

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ÚLTIMO AÑO DB VIDA DE GASTELAS, 22g

La significación clerical que Polavieja llevó al


gobierno, pretendiendo establecer un carlismo sin
don Carlos, hizo que se aprestasen á la lucha en
las provincias del Norte carlistas é íntegros ampa­
rados en su influencia. Debió con esto asustarse el
Gobierno de su propia obra, viendo la pendiente
atrozmente reaccionaria por donde iba rodando
hacia el abismo Los periódicos de fines de Abril
hablaban de las profundas disidencias entre Pola-
vieja y varios de sus compañeros de gobierno, y
de los deseos de Silvela de echarle por la borda,
iniciándose propósitos de crisis, para constituir un
verdadero partido conservador con unidad de cri­
terio, creyéndose compensarían las fuerzas que res­
tara el general cristiano con lasdel duque de Tetuán,
con el que era absolutamente incompatible.
En tal estado de cosas, cayó como una bomba el
artículo de Castelar, en el que dentro de la correc­
ción más exquisita, hacía acerbamente la disección
del novísimo gobernante, inutilizándole para el
nuevo oficio á que se había dedicado.
Hay que conceder al bravo general, que tuvo el
talento suficiente para comprender que no le llama­
ba Dios por aquel camino, y así á las primeras de
cambio se retiró por el foro para nunca jamás
volver.
Hablaba yo un día de este asunto á don Emilio»
y decíale: “Cómo estará Silvela bañándose en agua
de rosas con el artículo de usted." Con toda la
energía, con toda la entereza que pudo decirlo
cuando contaba los treinta años, me dio la contes­
tación más rotunda con estas palabras: “La libertad
peligra, pero la salvaré“ • ,He aquí el entusiasmo

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230 BERNARDO HERRERO OCHOA

del grande hombre, viejo y enfermo, ante los ries­


gos que corrían los ideales de toda su vida1
Tenía yo en aquellos días el encargo de conven­
cerle para que fuese á Sax á pasar el mes de Mayo.
Púsome algunos inconvenientes, que en realidad no
tenían razón de ser; pero había uno entre ellos muy
digno de tenerse en cuenta, ante el cual hube de
desistir. Las memorables crecidas que tuvo el Vina-
lopó en el invierno de 18^9, no conocidas por los
nacidos otras semejantes, habían ocasionado en Sax
verdaderas catástrofes: grandes moles de terreno
fueron arrastradas por las aguas, y entre ellas un
montículo sobre el que estaba emplazado el edificio
de un molino harinero de dos muelas, que se lo
tragó la tierra sin dejar huella de su paradero. Pero
lo que constituía el verdadero inconveniente para
Castelar, era que entre aquellas catástrofes habían
destruido las aguas los dos puentes que ponían en
comunicación al pueblo con la parte de Levante,
donde radicaban las heredades en que tanto solía
disfrutar, siendo la vida de campo uno de los prin­
cipales medios que allí se buscaban para el trata­
miento de su enfermedad. No quedaba otro medio
de comunicación, para los que tenían, por ejemplo,
que tomar el tren, que bajar por un despeñadero
hasta el fondo de la hondonada que recorre el
Vinalopó, donde se había improvisado un puente-
cilio de tablas. Era este inconveniente insuperable,
al que hubo que ceder.
Por aquellos días, y luego de haber desistido del
viaje á Sax, vino á decirme don Emilio:
—Sabe usted que quizá vaya á Murcia á pasar una
corta temporada; ¿qué le parece á usted?

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ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE GASTELAS 2gl

—Murcia en el mes de Mayo es país delicioso y


de excelente clima—le contesté: • me parece muy
bien.
—No voy á estar en la población—prosiguió —;
voy al campo, á una hermosa finca que allí tienen
unos amigos en San Pedro del Pinatar.
Nada más se habló ni ocurrió cosa alguna hasta
que marchó á Murcia en la noche del 18 de Mayo.
Parecía que presentía su muerte al salir de Ma­
drid, pues sintióse conmovido en la despedida que
tuvo al dejar su casa de la calle de Serrano, en la
que había vivido tantos años. Sentía Castelar cual
ninguno el culto al hogar, y vino á contristar su áni­
mo el mirar, quién sabe si por vez postrera, sus
amados libros, sus obras de arte y cuanto encerra­
ba aquella mansión donde había pasado una de las
épocas más brillantes de su existencia. En el citado
libro de González Araco puede verse con todo de­
talle la partida del gran tribuno de su Madrid ama­
do, teatro de sus glorias desde que comenzó su vida
pública en 1854.
Marchó Castelar á Murcia según queda dicho, y
aunque algunos de sus amigos esperábamos noti­
cias, si por desgracia ocurría algún accidente en la
marcha de su enfermedad, nada en absoluto supi­
mos hasta que el día 25 publicó El Liberal los alar­
mantes rumores que empezaban á correr por Ma­
drid. Martín de Olías envió á mi casa un criado á
preguntar si sabía yo algo de don Emilio y aparte
contestarle negativamente, díjele que pasaría á ver-
leaquellamisma mañana; y en efecto,de once á doce
estaba en su casa de la calle de los Madrazo, é hizo
la casualidad que llegase al propio tiempo y se reu­

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232 BEBNARDO HERRERO OCHOA

niera con nosotros, don Pío Wandosell, que tam­


bién andaba en busca de noticias.
Ninguno de los tres sabíamos nada, y puso un te­
legrama Martín de Olías á Rafael del Val, rogándo­
le contestara inmediatamente, quedando en volver
á reunirnos por la tarde para determinar según la
contestación dada al telegrama y haber marchado á
Murcia aquella misma noche, bien los tres ó alguno
de nosotros.
Serían las tres de la tarde y estaba yo haciendo
tiempo para ir á casa de Olías en la botica de la ca­
lle de Atocha de mi amigo Garrido Mena, cuando
vino á traernos la fatal noticia de la muerte de Cas-
telar un personaje histórico. Era éste don José Gon­
zález, juez de Instrucción que fué del distrito del
Congreso, que tuvo la entereza de procesar al ge­
neral Pavía por el golpe de Estado de la mañana
del 3 de Enero de 1874.
Venía el señor González de la cálle de Sevilla,
donde estaba entonces, en el palacio de la Equitati­
va, la redacción del Heraldo, que había puesto en
sus transparentes un telegrama comunicando la
tristísima nueva.
¡Todo había terminado! ¡Había enmudecido para
siempre el orador glorioso y sin rival, el cantor de
la democracia!
El día 27 de Mayo bajamos á Aranjuez varios
amigos á esperar sus restos mortales, de donde re­
gresamos á Madrid en el mismo vagón, material­
mente cubierto de coronas, que conducía ai féretro
bajo un montón de rosas y claveles.
En el trayecto postrábanse al paso del tren los
trabajadores del campo, de rodillas, los brazos en

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ÚLTIMO AÑO DB VEDA DE CA8TELAB 233

cruz y descubierta la cabeza, musitando plegarias


y oraciones que no podíamos entender.
Al llegar á la estación de Atocha, llenaba total­
mente sus amplios andenes inmenso gentío, com­
puesto por todas las clases sociales, en el que á du­
ras penas se conseguía abrir paso para conducir el
féretro á una de las salas de espera, que se había
convertido en capilla ardiente. De allí fué llevado al
Congreso, donde quedó depositado.
El día 29 verificóse el sepelio, consagrando Ma­
drid al amado muerto la más grandiosa manifesta­
ción de duelo que jamás se había presenciado, con­
trastando con la solemnidad del acto las diatribas a^
Gobierno, que tan mezquinamente se había condu­
cido con el español inmortal, de cuyas diatribas diri­
gíanse la mayor parte á Polavieja, por haberse ne­
gado honores militares al egregio patricio, que unía
á sus grandes títulos de gloria el de reorganizador
del ejército y restaurador de la disciplina. ¡Bien
tomó el desquite el general cristiano del último ar­
tículo de Castelar!
Cuasi entrada la noche recibían sus restos cristia­
na sepultura, junto á los de su hermana Concha, en
el cementerio de la sacramental de San Isidro.
¡Séales la tierra level

FIN

Terminado en Mond&riz el 9 de Septiembre de 1913.

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ÍNDICE
Págiaa».

Dedicatoria á don Pedro Valera.......................... 5


Advertencia previa................................................ 7
PRIMERA PARTE
INFANCIA DE CASTELAR
I. Dos palabras al lector................................. 9
II.Los padres de Castelar.................................. 19
m El terror absolutista en Alicante (continua­
ción del anterior)......................................... 37
IV. Castelar en tierra alicantina...................... 55
V. La tierra predilecta de Castelar................. 75
VI. Ambiente liberal y de odio al carlismo que
respiró en Sax Castelar.......................... 93
VII. Castelar ante el carlismo (continuación)... ni
VIII. Los primeros estudios de Castelar. Su pri­
mer maestro............................................... 135
IX. Castelar en el Instituto de Alicante.............. 155
SEGUNDA PARTE
ÚLTIMO AÑO DE VIDA DE CASTELAR
I. En la primavera del 98............................... 169
II. Mi intervención en la enfermedad de Cas-
telar.............................................................. 199
III. De Octubre de 1898 á Mayo de 1899............. 213

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