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Universidad del Valle de Atemajac

Omar Ramírez Torres

Psicofarmacología

Dr. José Antonio Luna Villaseñor

Ensayo sobre las consecuencias de un modelo centrado en el fármaco y el


abandono de los fármacos psiquiátricos de Joanna Moncrieff

Fecha de entrega: 2 de diciembre de 2019


Ensayo sobre las consecuencias de un modelo centrado
en el fármaco y el abandono de los fármacos
psiquiátricos de la obra Hablando claro de Joanna
Moncrieff

Durante la presentación del libro de Joanna Moncrieff acerca de


la utilidad que presentan los psicofármacos en la actualidad, algunos
psiquiatras que tuvieron la oportunidad de acompañar la presentación
de dicho libro, resaltaron algunos puntos importantes, entre los que
destacan que un psicofármaco ha sustituido a la palabra, resaltando con
ello a ésta última, como el medio terapéutico a través del cual puede
existir una mejoría en el padecimiento actual del paciente. Por otra
parte, el psiquiatra Joan Ramón Laporte expuso el importante
crecimiento que en los últimos años han tenido los psicofármacos en el
mundo, y aún más, en poblaciones infanto-juveniles, lo cual, siguiendo
los motivos del psiquiatra, probablemente desemboquen en trastornos
secundarios.

De la misma forma, Jorge L. Tizón, psiquiatra, resaltó la


recomendación de utilizar un fármaco para cada enfermedad, con razón
de evitar la polifarmacia, es decir, la utilización desenfrenada e
inconsciente de los psicofármacos, tales como los antidepresivos,
ansiolíticos, antipsicóticos, sólo por mencionar algunos. Asimismo,
subrayó que las enfermedades o trastornos mentales no se deben a
causas únicas y específicas, sino que éstas son generadas
multicausalmente, es decir, que no sólo intervienen aspectos genéticos
en el desarrollo de aquéllos, sino que también tienen parte por el
contexto en el que los pacientes se desenvuelven cotidianamente.

Así, Moncrieff expone algunas de las evidencias por las que el


modelo centrado en la enfermedad ha sido el que más prevalencia ha
tenido; ello se explica por medio de ensayos placebo controlados, lo que
explica la eficacia de los fármacos. Otras evidencias prestan mayor
atención a la patología de la enfermedad, atendiendo a la utilización del
fármaco. Además, explicó que la utilización de la buspirona, las
anfetaminas, alprazolam, diazepam, entre otros, pueden sustituir, y
tener la misma efectividad que los antidepresivos, considerando, en
primer lugar, al placebo.

El modelo centrado en el fármaco sugiere que éstos pueden ser


útiles cuando consideramos el efecto directo de los psicoactivos.
Además, los efectos psicoactivos pueden colaborar a la disminución de
los síntomas presentados, no olvidando el efecto placebo. Hay que
preguntarnos si los efectos son útiles o contrarrestarán los efectos
negativos. Algunos de los efectos de los psicofármacos antidepresivos
recabados por la población juvenil, afirman que los hace sentir agitados
y esto está relacionado con un aumento de pensamientos suicidas. Así,
Joanna ensalzó la necesidad de difundir con los pacientes la
importancia de conocer de qué forma un psicofármaco puede provocar
diversos efectos, señalando que aquellos sí muestran efectos en la
forma en la que piensan y sienten los pacientes, pero no se sabe
exactamente de qué formas, debido a la poca investigación al respecto;
sin embargo, algunos efectos incluyan la supresión de las emociones,
el letargo y una alta probabilidad de impacto en la vida sexual.
Es entonces, después de haber explicado al paciente la utilidad y
efectos de los fármacos, cuando se le cuestiona sobre la aceptación o
negación de dicho fármaco. Todo ello es importante porque el modelo
centrado en el fármaco se encuentra adherida en toda la práctica
psiquiátrica, mientras que el modelo centrado en la enfermedad da por
hecho que un ingerir un fármaco es algo bueno porque si se tiene un
desequilibro en el cerebro y el fármaco puede modificarlo, ello
coadyuvará a que muestre mejorías. Todo ello se traduce no en una
negación para con la utilización de los psicofármacos, sino como una
advertencia de ser cuidadosos con el tipo de fármacos que se pretendan
tomar, además de tener que mostrarnos seguros que traerán consigo
enormes beneficios. Así, resalta también que los trastornos mentales
consisten en una enfermedad subyacente, por medio de una normalidad
subyacente, por lo que los fármacos tratan de volver a normalizar o
estabilizar la actividad mental del paciente.

El modelo centrado en la acción de los fármacos subraya justo


que son fármacos, por lo que sugiere Moncrieff que los fármacos
modifican el funcionamiento del cerebro. Así, explica que antes de 1950,
según el modelo centrado en el fármaco, se entendían según el efecto
que producen, por lo que éstos sólo se clasificaban en sedantes y
estimulantes; no obstante, en años posteriores, comenzaron a
especificarse en antipsicóticos, antidepresivos, ansiolíticos,
estabilizadores del estado de ánimo, hipnóticos y tratamientos contra la
psicosis, entre otros, considerando así, a esta última clasificación con
objeto de tratar de forma particular a cada uno de los padecimientos de
los pacientes. Una idea relevante está relacionada con que no había
pruebas por las que se diera el cambio de pensamiento respecto a la
modificación en la clasificación antes mencionada; simplemente el
modelo centrado en la enfermedad, al ser el dominante, la gente se
olvidó de otras formas por las que se puede entender el tratamiento. Lo
que ocurre con los antidepresivos, en comparación con el efecto
placebo, es que la diferencia es minúscula, es decir, no tan significativa.
Entre los efectos psicoactivos de los antidepresivos es poca, debido a
la baja investigación y literatura psiquiátrica, señalando efectos
secundarios como la disminución en el contacto de las propias
emociones y el letargo.

Retomando a Moncrieff, se explica que, aunque la mayor parte de


los tratamientos médicos no so capaces de revertir el proceso natural
de la enfermedad, sí tienen una actuación sobre los procesos
fisiológicos que producen sus síntomas. Por tanto, el modelo centrado
en la enfermedad asume que los medicamentos ejercen sus efectos
relevantes sólo en las personas que se encuentran padeciendo una
anomalía somática o alguna otra enfermedad específica, por lo que el
efecto de los fármacos se logra distinguir de forma pertinente en efectos
terapéuticos, los cuales se producen sobre el proceso de la enfermedad,
y el resto, los cuales son denominados comúnmente como efectos
secundarios (Moncrieff, 2018).

El modelo centrado en el fármaco, como bien se hizo mención


antes, destaca que los fármacos psiquiátricos pueden considerarse
como “sustancias psicoactivas”, en el sentido de que atraviesan la
barrera hematoencefálica y afectan al funcionamiento del cerebro, lo
que produce alteraciones a nivel mental y físico. De esta forma, no hay
presencia de una distinción entre los fármacos usados en el tratamiento
psiquiátrico y las drogas psicoactivas recreativas como el alcohol o la
cocaína. Además, cuando el paciente ingiere el fármaco, éste no
devuelve al sujeto a la normalidad, sino que simplemente sucede que el
estado inducido por el medicamento puede resultar preferible a uno de
intensa ansiedad (Moncrieff, 2018).

Como parte de la historia de los modelos de acción de los


fármacos, cuando en la década de 1950, se introdujeron los fármacos
psiquiátricos modernos, se les consideraba según el modelo centrado
en el fármaco. Por ejemplo, los antipsicóticos, conocidos entonces como
“tranquilizantes mayores”, se consideraban un tipo especial de
sedantes. Se pensaba que tenían propiedades que los hacía
particularmente útiles en situaciones como un episodio psicótico agudo,
porque podían ralentizar el pensamiento y amortiguar las emociones sin
limitarse a inducir somnolencia, pero no se creía que fueran un
tratamiento dirigido específicamente a una enfermedad. Sin embargo,
en la década de 1970, este punto de vista fue desplazado por el modelo
de acción de los fármacos centrado en la enfermedad que se hizo
dominante. Los fármacos psiquiátricos se consideraron tratamientos
específicos que funcionaban revirtiendo, o modificando parcialmente,
una enfermedad o anomalía subyacente. Es un cambio que se
manifiesta clarísimamente en el modo de denominar y clasificar los
fármacos (Moncrieff, 2018).

Así, como describe Moncrieff (2018), “el predominio del modelo


del mecanismo de acción farmacológico centrado en la enfermedad no
tuvo lugar por las pruebas abrumadoras de la superioridad y certeza de
dicho modelo” (p. 184). No existió entonces, ni tampoco actualmente,
ninguna prueba convincente de que ningún tipo de fármaco psiquiátrico
mantenga una actividad específica sobre una enfermedad. Es más, ni
siquiera hubo debate acerca de las teorías alternativas de los
mecanismos de acción farmacológicos, por lo que el primer modelo
(modelo centrado en la enfermedad) se impuso sobre la perspectiva del
segundo (modelo centrado en el fármaco), que finalmente se difuminó
(Moncrieff, 2018).

El uso de medicamentos según un modelo centrado en el fármaco

Dado que el modelo centrado en la enfermedad carece de un


respaldo concluyente, el modelo de acción farmacológica centrado en
el fármaco debería ser aceptado como posible. Nadie discute que los
fármacos psiquiátricos modifican las funciones mentales normales, a
pesar de que se haya prestado escasa atención a estos efectos
“psicoactivos”. Sería inverosímil pensar que estos efectos no tienen
ninguna repercusión en el pensamiento y la conducta que constituyen
los criterios diagnósticos de los trastornos mentales. Un enfoque del uso
de medicamentos psiquiátricos centrado en los fármacos desafía los
fundamentos de muchos de los conocimientos y prácticas psiquiátricas
actuales. En lugar de recetar tratamientos para diagnósticos
particulares, los psiquiatras deberían verse a sí mismos como
prescriptores de medicamentos que producen determinados estados
inducidos farmacológicamente, que quienes los toman podrán encontrar
útiles o no. Para poder hacerlo bien, los prescriptores necesitan
disponer de información exhaustiva sobre el tipo de estado que inducen
los diferentes fármacos psiquiátricos y las consecuencias reales de
tomarlos durante períodos breves y largos. Solo entonces podrán
ayudar a los pacientes a decidir si la toma del medicamento les aporta
más beneficios que daños (Moncrieff, 2018).

Lamentablemente, la investigación de los medicamentos


psiquiátricos se ha visto limitada por la perspectiva del modelo centrado
en la enfermedad, por lo que la información disponible sobre la gama
completa de sus efectos es limitada. Sabemos poco sobre lo que se
siente al tomarlos, y la investigación fisiológica y bioquímica se ha
centrado en sus efectos sobre los presuntos mecanismos de la
enfermedad, como la dopamina o los niveles de los receptores
serotoninérgicos, y ha ignorado los muchos otros efectos que producen
estos medicamentos. En particular, la investigación acerca de las
consecuencias a largo plazo del uso de estos medicamentos,
incluyendo la velocidad a la que el cuerpo desarrolla tolerancia a sus
diversos efectos, y la naturaleza y duración de los síntomas de
abstinencia es insuficiente (Moncrieff, 2018).

a) Una perspectiva centrada en el fármaco en el tratamiento de la


psicosis

Diferentes tipos de fármacos pueden ser útiles para las personas


que experimentan un episodio agudo psicótico o maníaco. Los fármacos
sedantes de cualquier tipo pueden resultar útiles también para reducir
la alerta y la inquietud, y existen estudios que sugieren que sedantes
como los benzodiacepinas también pueden atenuar los síntomas
psicóticos. Los antipsicóticos producen un estado específico de
inhibición neurológica caracterizado por la ralentización cognitiva, la
disminución de la actividad y la motivación, y una restricción emocional
que no es atribuible únicamente a sus efectos (mayoritariamente)
sedantes. Es probable que estos efectos reduzcan la intensidad del
sufrimiento emocional y los pensamientos psicóticos, y algunas
investigaciones muestran que, aunque el tratamiento antipsicótico
generalmente no elimina por completo los pensamientos alterados,
hace que las personas se sientan menos preocupadas por ellos. Los
efectos sedantes y la restricción de la actividad física provocada por los
antipsicóticos también pueden desempeñar un papel significativo en los
efectos que ejercen sobre las personas con psicosis y manía agudas.
No obstante, resulta claro que las alteraciones provocadas por los
antipsicóticos también pueden perjudicar el funcionamiento global. Esto
resulta particularmente significativo cuando se prescriben durante
largos períodos de tiempo y sus beneficios han podido debilitarse.

b) Una perspectiva centrada en el fármaco en el tratamiento de la


depresión

Los antidepresivos tricíclicos son sedantes potentes, lo que


sugiere que podrían resultar útiles en los síntomas de ansiedad e
insomnio de diferentes trastornos, aunque hay muchos otros tipos de
sedantes disponibles para tal objetivo. Los antidepresivos ISRS tienen
efectos psicoactivos más sutiles y no son extremadamente sedantes.
Pueden producir un estado de restricción emocional que reduzca la
intensidad o la carga emocional, y puede haber momentos en que las
personas se encuentren tan angustiadas que deseen este efecto. Sin
embargo, la mayoría de las personas toman antidepresivos porque
creen que son medicamentos que ayudan a revertir un desequilibrio
bioquímico subyacente que es el que produce sus síntomas, y por lo
tanto les ayuda a volver a su estado normal. Aún está por determinar si
las alteraciones producidas por los ISRS son realmente útiles, si
superan a los efectos negativos de tomar sustancias químicas que
modifican la mente y el cuerpo, y si son superiores a otras alternativas,
farmacológicas y no farmacológicas (Moncrieff, 2018).

La industria farmacéutica es, según Moncrieff, en gran medida,


responsable de promocionar la idea de que los fármacos actúan según
un modelo centrado en la enfermedad. La publicidad de las compañías
farmacéuticas alude, habitualmente, a un desequilibrio químico en la
base de los trastornos mentales y afirma que puede ser corregido con
fármacos. Casi todas las compañías farmacéuticas facilitan este tipo de
mensajes en sus páginas web. Retomando lo anterior, es destacable
que las compañías farmacéuticas nunca describan los fármacos en sus
páginas web según el modelo centrado en el fármaco.

Nadie verá jamás una descripción de los neurolépticos que diga


que reducen las alucinaciones enlenteciendo los procesos mentales. No
se le informará de que los ISRS pueden ayudarle al abotargar
ligeramente sus emociones y hacerle sentirse un poco amodorrado, o
que los antidepresivos tricíclicos le producirán tal somnolencia que no
tendrá tiempo o energía que le permita sentirse deprimido. Incluso en
los fármacos recomendados para la manía no se dice que son útiles por
ser fuertemente sedativos. No se dirá que los estimulantes funcionan al
incrementar la activación. Este tipo de descripciones podrían facilitar
una explicación más comprensible sobre lo que los fármacos pueden o
no hacer y aportar una base mejor para que las personas puedan decidir
por sí mismas si van a tomarlos o no (Moncrieff, 2008).

A continuación, se muestran los modelos alternativos de la


actividad farmacológica y los efectos psicoactivos de los fármacos
psiquiátricos.

Tabla 1. Modelos alternativos de la actividad farmacológica


Tabla 2. Efectos psicoactivos de los fármacos psiquiátricos modernos

A modo de conclusión, y como señalan Álamo, Cuenca y López


(2004):

Los avances conseguidos en el campo de la psicofarmacología en


los últimos 50 años han sido sumamente importantes, aunque no
definitivos. El tratamiento, que se sigue basando en una
terapéutica fundamentalmente empírica como corresponde a
patologías cuya fisiopatología no se ha desvelado por completo,
es sintomatológico y no curativo. Sin embargo, y pese a que
gracias a los psicofármacos se ha conseguido ir conociendo
algunas bases de las enfermedades mentales, su tratamiento no
tiene una única llave y es el empleo conjunto de todos los
esfuerzos, farmacológicos, que permiten además una mejor
utilización y aceptación de las medidas psicoterapéuticas
psicoterapéuticos, sociales y familiares lo que conseguirá
minimizar la sintomatología, prevenir las recaídas y ayudar a los
pacientes a convivir con los sufrimientos y molestias propios de su
enfermedad, así como incrementar la calidad de vida de los
mismos y de sus familiares (p. 426).

O como bien concluye la misma Moncrieff (2018):

La visión convencional de cómo funcionan los medicamentos


psiquiátricos, es decir, la idea de que modifican los procesos
subyacentes de la enfermedad, no está firmemente apoyada por
las pruebas. El hecho de que los fármacos psiquiátricos sean
sustancias psicoactivas que inducen estados físicos y mentales
alterados proporciona una explicación alternativa de su efecto
sobre las personas con trastornos mentales. Por ejemplo, la
restricción emocional, física y cognitiva provocada por los
fármacos antipsicóticos puede ayudar a suprimir los síntomas de
un episodio psicótico agudo. Sin embargo, considerar a los
fármacos psiquiátricos como sustancias que pueden producir
estados somáticos alterados cambia los postulados sobre los
riesgos y beneficios en los que se fundamentan las decisiones
acerca del uso de los tratamientos farmacológicos. Los beneficios
de un estado alterado deben sopesarse con el daño que puede
producir un tratamiento a largo plazo y con nuestras
incertidumbres acerca de la naturaleza y el alcance de ambos,
daños y beneficios (p. 190).

Autoevaluación

Después de haber comprendido la importancia de los fármacos


como parte del estudio que comprende la psiquiatría, así como las
repercusiones psicológicas que conllevan, así como la elaboración del
presente ensayo, considero que mi calificación final sería de 10.

Referencias

Álamo, C., Cuenca, E. y López-Muñoz, F. (2004) Avances en


psicofarmacología y perspectivas de futuro. Nuevos Avances en
Medicamentos, p. 351-429.

Moncrieff, J. (2013). Hablando claro. Una introducción a los fármacos


psiquiátricos. Barcelona, España: Editorial Herder.

Moncrieff, J. (2018). Un enfoque alternativo del tratamiento


farmacológico en psiquiatría. Revista de la Asociación Española
de Neuropsiquiatría, 38 (133), pp. 181-193.

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