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Cognición y sexualidad

La psicología cognitiva puede explicar ciertos aspectos de la sexualidad humana con


facilidad Una suposición básica es que lo que pensamos influye sobre lo que sentimos.
Si tenemos pensamientos felices y positivos, tenderemos a sentirnos mejor que si tenemos
ideas negativas. A la hora de analizar la sexualidad humana, los psicólogos han
mostrado un gran interés por comprender mejor aquellas dimensiones que dependen
exclusivamente del individuo o la persona concreta. De hecho, se dan toda una serie de
procesos internos individuales que mediatizan la vivencia y el comportamiento sexual de
cada persona. Dichos procesos son fundamentalmente los fisiológicos, afectivos y
cognitivos, que posibilitan que cada persona desarrolle su forma particular y única de
vivir la sexualidad. Se hace referencia únicamente a los procesos afectivos y cognitivos
que se relacionan con la sexualidad y el sexo, ya que dichos componentes son los que
tienen una mayor carga psicológica.

Desde muy temprano, los niños aprenden a responder afectiva o emocionalmente de


forma positiva o negativa ante los estímulos sexuales. En términos generales este
aprendizaje conduce a que el individuo frente a determinados estímulos sexuales se sienta
a gusto, los sienta deseables y placenteros, y por tanto, realice una evaluación positiva de
ellos, o por el contrario, que dichos estímulos hagan que el sujeto se sienta mal, sienta
que son peligrosos o amenazantes, y ello le lleve a hacer una evaluación negativa de tales
estímulos.

Por ejemplo, supongamos que un varón que está participando en una actividad sexual no
tiene una erección. Empezando por ese suceso básico, es posible que sus pensamientos lo
lleven en una de dos direcciones. En la primera, piensa que es bastante común que los
hombres en su grupo de edad (cincuentas) no tengan una erección cada vez que tienen
relaciones sexuales; esto ya le ha pasado en algunas otras ocasiones, una vez cada dos o
tres meses, y no es nada de qué preocuparse. En dado caso, el sexo oral fue divertido y su
pareja tuvo un orgasmo por ello así que, dentro de todo, fue un encuentro bastante
agradable. En la segunda posibilidad, comenzó la actividad pensando que tenía que tener
una erección, que tenía que establecer el coito y que tenía que tener un orgasmo. Cuando
no tuvo la erección, mentalmente lo etiquetó como impotencia e imaginó que nunca más
tendría una erección. Pensó que todo el episodio había sido un desastre frustrante porque
no había tenido un orgasmo. Como señalarían los psicólogos cognitivos, nuestra
percepción, etiquetaje y evaluación de los eventos es crucial. En el primer caso, el hombre
percibió un pequeño problema, lo etiquetó como un problema eréctil temporal y evaluó
su experiencia sexual como bastante buena.

La consecuencia lógica que se deriva de ello es que dependiendo del grado en que dicha
respuesta emocional tenga una valencia positiva o negativa, el sujeto acepte los estímulos
sexuales, e incluso busque la aproximación a ellos de forma activa, o en el caso opuesto,
que los rechace e intente evitarlos a toda costa. Asimismo se debe tener en cuenta que la
conducta sexual, las fantasías y los pensamientos sexuales, siempre tienen un impacto
emocional en el sujeto. De hecho, este puede sentirse avergonzado, culpable, etc, o puede
sentirse relajado y encontrar la situación como agradable y placentera. En realidad, tal y
como afirmó Fisher, estos diferentes resultados pueden depender de múltiples factores,
pero, de cualquier forma, las consecuencias emocionales siempre afectarán en algún
grado la forma en que el sujeto se enfrente posteriormente ante estímulos o situaciones
sexuales similares. Por otra parte, el hecho de que la sexualidad y las formas concretas
que puede adoptar están mediatizadas por otro proceso de cariz más interpersonal es algo
reiteradamente constatado. Por citar algunos de los que hacen una referencia más clara a
la sexualidad, la atracción erótica es uno de los inductores más evidentes de la motivación
sexual, que lleva al individuo a buscar el contacto sexual con el objeto de atracción, o al
menos a fantasear acerca de ello.

En el fenómeno del enamoramiento, como mantienen diversos psicólogos, el acto sexual


puede representar para la persona enamorada el símbolo de la consecución de la
reciprocidad, del amor correspondido, que en último término es el mayor de los deseos.
En cuanto al sentimiento de intimidad con la pareja sexual, éste conduce a las personas a
buscar la proximidad tanto emocional como física, contexto éste en el que la relación
sexual se convierte en una de las formas de relacionarse más especiales e íntimas.
Obviamente, estos procesos afectivos pueden hallarse presentes, en mayor o menor grado,
de forma conjunta en una misma persona, pero cuando no es así, se puede pensar que la
vivencia de la sexualidad no será igual cuando se accede a las relaciones sexuales desde
la atracción, desde el enamoramiento, o desde la intimidad relacional.
Considerar, por tanto, estos diferentes procesos afectivos asociados a la vivencia sexual,
se convierte en un elemento imprescindible para entenderla y comprenderla en mayor
medida.
Por otra parte y con referencia a los procesos cognitivos y su influencia en la dimensión
de la sexualidad, se puede afirmar que también constituyen un mediador decisivo de la
vivencia sexual. A través de ellos, el sujeto construye el conocimiento de la realidad y la
interpreta de un modo u otro, en función de ese conocimiento. Así, la forma en que el
sujeto se acerca al conocimiento de la realidad, la información que posee, sus creencias,
expectativas y fantasías acerca de la sexualidad, van a jugar un papel determinante en su
vida sexual.
Las capacidades mentales y los intereses de los individuos cambian en relación con la
edad, y ello conlleva diferentes formas de comprender y encarar los eventos y los
acontecimientos sexuales. De este modo, desde el típico razonamiento transductor desde
el que opera un niño, hasta el razonamiento hipotético – deductivo que puede utilizar un
adolescente o adulto, en el que se contemplan hipótesis y posibilidades, además de la
realidad concreta, se puede pensar en las múltiples y diferentes formas de conocer,
comprender e interpretar los hechos sexuales. El grado de información que se posee
acerca de la sexualidad, el sistema de creencias y valores del sujeto, etc., ya suponen una
forma específica de vivenciar subjetivamente la sexualidad. Pero, además, numerosos
trabajos e investigaciones han venido demostrando el importante impacto que estos
procesos tienen respecto a los comportamientos sexuales. En este sentido, resulta claro
que el tipo de creencias, la información, las actitudes y las expectativas, pueden
determinar el acercamiento o la evitación de determinados estímulos o situaciones
sexuales, y asimismo, los resultados o consecuencias de la conducta cuando ésta se pone
de manifiesto.

En relación con lo anterior, se ha constatado que las personas, además de aprender a


comportarse sexualmente, aprenden también a dar un significado sexual a determinados
estímulos externos, y a identificar y dar también un significado erótico a determinados
estímulos internos tales como la activación o excitación fisiológica. Todo ello,
obviamente, forma parte del mundo cognitivo de las personas.
Por último, a la hora de abordar la dimensión cognitiva de la sexualidad, es obligado hacer
referencia a las fantasías y a la imaginación. En efecto, como afirman los psicólogos, el
ser humano tiene la posibilidad de recrear situaciones o sucesos pasados, así como
anticipar sucesos futuros o crear situaciones nuevas a través de la fantasía y la
imaginación.

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