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Por ejemplo, supongamos que un varón que está participando en una actividad sexual no
tiene una erección. Empezando por ese suceso básico, es posible que sus pensamientos lo
lleven en una de dos direcciones. En la primera, piensa que es bastante común que los
hombres en su grupo de edad (cincuentas) no tengan una erección cada vez que tienen
relaciones sexuales; esto ya le ha pasado en algunas otras ocasiones, una vez cada dos o
tres meses, y no es nada de qué preocuparse. En dado caso, el sexo oral fue divertido y su
pareja tuvo un orgasmo por ello así que, dentro de todo, fue un encuentro bastante
agradable. En la segunda posibilidad, comenzó la actividad pensando que tenía que tener
una erección, que tenía que establecer el coito y que tenía que tener un orgasmo. Cuando
no tuvo la erección, mentalmente lo etiquetó como impotencia e imaginó que nunca más
tendría una erección. Pensó que todo el episodio había sido un desastre frustrante porque
no había tenido un orgasmo. Como señalarían los psicólogos cognitivos, nuestra
percepción, etiquetaje y evaluación de los eventos es crucial. En el primer caso, el hombre
percibió un pequeño problema, lo etiquetó como un problema eréctil temporal y evaluó
su experiencia sexual como bastante buena.
La consecuencia lógica que se deriva de ello es que dependiendo del grado en que dicha
respuesta emocional tenga una valencia positiva o negativa, el sujeto acepte los estímulos
sexuales, e incluso busque la aproximación a ellos de forma activa, o en el caso opuesto,
que los rechace e intente evitarlos a toda costa. Asimismo se debe tener en cuenta que la
conducta sexual, las fantasías y los pensamientos sexuales, siempre tienen un impacto
emocional en el sujeto. De hecho, este puede sentirse avergonzado, culpable, etc, o puede
sentirse relajado y encontrar la situación como agradable y placentera. En realidad, tal y
como afirmó Fisher, estos diferentes resultados pueden depender de múltiples factores,
pero, de cualquier forma, las consecuencias emocionales siempre afectarán en algún
grado la forma en que el sujeto se enfrente posteriormente ante estímulos o situaciones
sexuales similares. Por otra parte, el hecho de que la sexualidad y las formas concretas
que puede adoptar están mediatizadas por otro proceso de cariz más interpersonal es algo
reiteradamente constatado. Por citar algunos de los que hacen una referencia más clara a
la sexualidad, la atracción erótica es uno de los inductores más evidentes de la motivación
sexual, que lleva al individuo a buscar el contacto sexual con el objeto de atracción, o al
menos a fantasear acerca de ello.