Sei sulla pagina 1di 2

PENSAMIENTO DE OTOÑO ANAGKE

Y dijo la paloma:
Huye el año a su término
—Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo,
Como arroyo que pasa,
en el árbol en flor, junto a la poma
Llevando del poniente
llena de miel, junto al retoño suave
Luz fugitiva y pálida.
y húmedo por las gotas de rocío,
Y así como el del pájaro
tengo mi hogar. Y vuelo
Que triste tiende el ala,
con mis anhelos de ave,
El vuelo del recuerdo
del amado árbol mío
Que al espacio se lanza
hasta el bosque lejano,
Languidece en lo inmenso
cuando, al himno jocundo
Del azul por do vaga.
del despertar de Oriente,
Huye el año a su término
sale el alba desnuda, y muestra al mundo
Como arroyo que pasa.
el pudor de la luz sobre su frente.
Mi ala es blanca y sedosa;
Un algo de alma aún yerra
la luz la dora y baña,
Por los cálices muertos
y céfiro la peina;
De las tardes volúbiles
son mis pies como pétalos de rosa.
Y los rosales trémulos.
Yo soy la dulce reina
Y, de luces lejanas
que arrulla a su palomo en la montaña.
Al hondo firmamento,
En el fondo del bosque pintoresco
En alas del perfume
está el alerce en que formé mi nido;
Aún se remonta un sueño.
y tengo allí, bajo el follaje fresco,
Un algo de alma aún yerra
un polluelo sin par, recién nacido.
Por los cálices muertos.
Soy la promesa alada,
el juramento vivo;
Canción de despedida
soy quien lleva el recuerdo de la amada
Fingen las fuentes túrbidas.
para el enamorado pensativo;
Si te place, amor mío,
yo soy la mensajera
Volvamos a la ruta
de los tristes y ardientes soñadores,
Que allá en la primavera
que va a revolotear diciendo amores
Ambos, las manos juntas,
junto a una perfumada cabellera.
Seguimos, embriagados
Soy el lirio del viento.
De amor y de ternura,
Bajo el azul del hondo firmamento
Por los gratos senderos
muestro de mi tesoro bello y rico
Do sus ramas columpian
las preseas y galas:
Olientes avenidas
el arrullo en el pico,
Que las flores perfuman.
la caricia en las alas.
Canción de despedida
Yo despierto a los pájaros parleros
Fingen las fuentes turbias.
y entonan sus melódicos cantares;
me poso en los floridos limoneros
Un cántico de amores
y derramo una lluvia de azahares.
Brota mi pecho ardiente
Yo soy toda inocente, toda pura.
Que eterno abril fecundo
Yo me esponjo en las alas del deseo,
De juventud florece.
y me estremezco en la íntima ternura
¡Qué mueran, en buen hora,
de un roce, de un rumor, de un aleteo.
Los bellos días! Llegue
¡Oh inmenso azul! Yo te amo. Porque a Flora
Otra vez el invierno;
das la lluvia y el sol siempre encendido:
Renazca áspero y fuerte.
porque siendo el palacio de la aurora,
Del viento entre el quejido,
también eres el techo de mi nido.
Cual mágico himno alegre,
¡Oh, inmenso azul! Yo adoro
Un cántico de amores
tus celajes risueños,
Brota mi pecho ardiente.
y esa niebla sutil de polvo de oro
donde van los perfumes y los sueños.
Un cántico de amores
Amo los velos, tenues, vagorosos,
A tu sacra beldad,
de las flotantes brumas,
¡Mujer, eterno estío,
donde tiendo a los aires cariñosos
Primavera inmortal!
el sedeño abanico de mis plumas.
Hermana del ígneo astro
¡Soy feliz! Porque es mía la floresta,
Que por la inmensidad
donde el misterio de los nidos se halla;
En toda estación vierte
porque el alba es mi fiesta
Fecundo, sin cesar,
y el amor mi ejercicio y mi batalla.
De su luz esplendente
¡Feliz, porque de dulces ansias llena
El dorado raudal.
calentar mis polluelos es mi orgullo;
Un cántico de amores
porque en las selvas vírgenes resuena
A tu sacra beldad,
¡Mujer, eterno estío la música celeste de mi arrullo;
Primavera inmortal! porque no hay una rosa que no me ame,
ni un pájaro gentil que no me escuche,
ni garrido cantor que no me llame.

—¿Si?—dijo entonces un gavilán infame,


y con furor se la metió en el buche.
*
Entonces el buen Dios, allá en su trono
(mientras Satán, para distraer su encono
aplaudía aquel pájaro zahareño),
se puso a meditar. Arrugó el ceño,
y pensó, al recordar sus vastos planes,
y recorrer sus puntos y sus comas,
que cuando creó palomas
no debía haber creado gavilanes.

VENUS DE INVIERNO
En invernales horas, mirad a Carolina.
En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría. Medio apelotonada, descansa en el sillón,
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín. envuelta con su abrigo de marta cibelina
En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía, y no lejos del fuego que brilla en el salón.
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
El fino angora blanco junto a ella se reclina,
A mi alma enamorada, una reina oriental parecía, rozando con su hocico la falda de Aleçón,
que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín, no lejos de las jarras de porcelana china
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría, triunfante y que medio oculta un biombo de seda del
luminosa, recostada sobre un palanquín. Japón.

«¡Oh, reina rubia! ?díjele?, mi alma quiere dejar su crisálida Con sus sutiles filtros la invade un dulce
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar; sueño:
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida, entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar».
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida. como una rosa roja que fuera flor de lis.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar. Abre los ojos; mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.

CAUPOLICAN

Es algo formidable que vio la vieja raza:


robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.

Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,


pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,


le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

«¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta.


Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta»,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

Potrebbero piacerti anche