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Biografía intelectual Salomé Ureña

[María] Salomé Ureña [y Díaz de León] de Henríquez nació y falleció en Santo

Domingo, República Dominicana (21 de octubre de 1850 - 6 de marzo de 1897). Poeta

y pedagoga, fue una de las figuras intelectuales más importantes para la innovación

tanto de la educación femenina como de la poesía en su país. Seguidora del positivismo

y de la propuesta educativa de Eugenio María de Hostos, de quien fuese colaboradora,

fundó el Instituto de Señoritas, primer centro de enseñanza superior para mujeres, el

cual formó a las primeras tres generaciones de maestras normales dominicanas.1 Sus

obras poéticas, de corte neoclásico y romántico, se centraron en el amor a la Patria y el

entorno familiar. Heredera de una dominicanidad de raigambre española y de un difuso

componente indígena, dentro de la poesía épica dominicana, fue la primera en cantar el

progreso, la paz y la civilización nacional. Sus composiciones se publicaron, sobre todo,

en periódicos locales –el Boletín Oficial de Santo Domingo, El Universal, La Opinión,

El Nacional, El País, El Estudio y Letras y Ciencias–; primero firmó con el seudónimo

Herminia y después bajo su propio nombre.2 Su fama como poeta patriótica alcanzó tal

prestigio que, en 1878, le fue otorgada una medalla pagada por suscripción pública en la

Sociedad Amigos del País, de la cual fue socia de Mérito y Honor. También fue

miembro de la Fe en el Porvenir, de Puerto Plata y de un sinfín de asociaciones

benéficas, literarias y artísticas de la República Dominicana; así como miembro

1
Si bien María del Socorro del Rosario Sánchez (1830-1899) y María Nicolasa Billini Hernández (1835-
1903) se distinguieron como predecesoras fundadoras de instituciones educativas, la primera en
Santiago de los Caballeros –como el Colegio de Señoritas Luperón y el Colegio Corazón de María– en
1870, y la segunda en 1867 –con El dominicano, primera escuela primaria para niñas–, la fundación del
Instituto de Señoritas (3 de noviembre de 1881, en la calle 19 de marzo #56, Santo Domingo) constituyó
un hecho sin precedentes en la República Dominicana, pues planteó la educación superior de las
mujeres como condición para la eliminar la discriminación y la opresión de estas en una sociedad
patriarcal.
2
Sus escritos en prosa fueron escasos, solo algunos discursos y cartas.
honorario del Liceo de Puerto Príncipe, Cuba, y de la Sociedad Literaria Alegría, de

Coro, Venezuela.

Perteneciente a la élite criolla, entre la tradición literaria española y la nacionalista,

Salomé Ureña buscó, a través de una apropiación estética a medio camino entre los

clásicos castellanos y el romanticismo,3 dar a luz un ferviente patriotismo, pero con una

manifiesta melancolía como principio organizador de su poética. La ausencia del padre,

las infidelidades de este, las ausencias del marido y el esplendor del pasado colonial, en

conflicto con los ideales de independencia, permearían muchas de sus composiciones.

En consecuencia, sus poesías, embebidas de elevación moral y misión educadora, se

desenvolvieron en dos temáticas: patrióticas e íntimas. Junto con otros poetas de su

generación –José Joaquín Pérez (1845-1900), Francisco Gregorio Billini (1844-1898),

Federico Henríquez Carvajal (1848-1952), Francisco Henríquez Carvajal (1859-1935),

César Nicolás Penson (1855-1901), Federico García Godoy (1857-1924), Enrique

Henríquez (1859-1940), Emilio Prud’Homme (1859-1933), Apolinar Tejera (1855-

1922) y Casimiro Nemesio de Moya (1849-1915)– perteneció, a partir de 1865, al

período de la segunda mitad del siglo XIX dominicano, momento clave porque sobre

este se construyeron los cimientos de la literatura dominicana. La crítica especializada

ha señalado que, junto con José Joaquín Pérez y Gastón Fernando Deligne (1861-1913),

Salomé Ureña representó la cima de la poesía dominicana de mediados y finales del

siglo XIX en República Dominicana. También, al lado de Carmen Natalia Martínez

Bonilla (1917-1976) y Aída Cartagena Portalatín (1918-1994), Salomé Ureña ha sido

considerada una de las tres poetas principales en la historia literaria nacional, pues fue la

más sobresaliente representante de los ideales de paz, justicia y progreso positivistas

3
Sus influencias fueron desde Fray Luis de León (1527-1591) y otros poetas del Siglo de Oro a los
versificadores más castizos del siglo XVIII, especialmente de Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) y
Juan Nicasio Gallego (1777-1853), Manuel José Quintana (1772-1857), hasta la literatura nacional de
Josefa Perdomo Heredia (1834-1896) y Josefa Antonia del Monte.

2
finiseculares, los cuales, a su vez, nutrieron tanto su labor pedagógica como su

concepción literaria. Por esto, en general, dos aspectos de su vida y obra suelen ser

resaltados por sus investigadores: su poesía y su magisterio.

La poeta y pedagoga alcanzó a ver publicado su libro Poesías de Salomé Ureña de

Henríquez (Santo Domingo, Impresora de García Hermanos, 1880), compilada por la

Sociedad Amigos del País. Después de su fallecimiento, sería hasta 1920 que

aparecerían unas Poesías escogidas (Madrid, s.p.i.), con prólogo de su hijo Pedro

Henríquez Ureña y, en 1950, sus Poesías completas (Ciudad Trujillo, Impresora

Dominicana), prologadas por Joaquín Balaguer. Madre de Francisco, Pedro,

Maximiliano y Camila Henríquez Ureña,4 procreó, con su marido Francisco Henríquez

y Carvajal (1859-1935),5 una de las familias más prestigiosas en el mundo intelectual de

habla hispana. Salomé Ureña, junto con sus hijos, se convirtió en una de las figuras

paradigmáticas del saber que definió la identidad sociopolítica, histórica y cultural de la

nación dominicana. Pedro, Maximiliano y Camila llegarían a ser lumbreras

humanísticas de América Latina en el siglo XX.6

4
Francisco Noel Henríquez Ureña (1882-1961) pasó sus primeros años junto a su padre en París, por
esta razón su concepción del mundo fue completamente diferente a la que su madre había inculcado a
sus hermanos. Con excepción de Camila (1894-1973), quien contaba con tres años a la muerte de
Salomé Ureña, Pedro (1884-1946) y Max (1886-1968) recibieron una educación directa de la poeta y
pedagoga, pues pasaron cuatro años solos con ella, de 1887 a 1891, mientras Francisco Henríquez y
Carvajal realizaba estudios de medicina en París. “Esos años de educación maternal directa, sin la
presencia del padre, iban a determinar la carrera literaria de Pedro y Max. En Camila, la influencia
materna se produce a través de sus hermanos y se traduce en su práctica profesional: consagró toda su
vida a la enseñanza y a la defensa de los derechos de la mujer. Francisco Henríquez y Carvajal, a pesar
de su grande admiración por las Humanidades y las Bellas Artes, se opuso siempre a la inclinación de
Pedro por las letras, como veremos más adelante, sin resultado. En cambio, tuvo una cierta influencia en
el mayor de sus hijos, quien se convirtió en un experto corredor de seguros”. (Guillermo Piña-Contreras,
“El universo familiar en la formación intelectual de Pedro Henríquez Ureña, Pedro Henríquez Ureña,
Ensayos, coord. de José Luis Abellán y Ana María Barrenechea, Madrid: ALLCA, 1998, p. 470).
5
Con quien contrajo nupcias el 11 de febrero de 1880.
6
Francisco fue el único que no llegó a alcanzar fama como escritor. Los tres restantes viajaron, ocuparon
importantes posiciones en academias en los Estados Unidos de América, Cuba y la República
Dominicana. El más conocido sería Pedro Henríquez Ureña, quien enseñó en la Universidad de
Minnesota, la Universidad de Harvard, la Escuela de Altos Estudios en la Universidad de México
(actualmente Universidad Nacional Autónoma de México) y en la Universidad de la Plata. Camila
Henríquez Ureña, por su parte, vivió muchos años dividida entre Cuba y los Estados Unidos de América.
Enseñó en Santiago de Cuba. En 1932, viajó a Francia para estudiar en la Sorbona. A principios de 1941,

3
Al fallecer Salomé Ureña, los medios impresos de la época le dedicaron artículos,

versos y discursos. Las mujeres dominicanas desfilaron por primera vez en un acto civil.

Fue enterrada en la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes y a partir de 1972 sus

restos descansarían en el Panteón de la Patria.

Una de las grandes poetas en República Dominicana

El 21 de octubre de 1850 nació Salomé Ureña [y Díaz de León] en el Barrio de Santa

Bárbara, zona colonial del centro Santo Domingo, República Dominicana, y falleció el

6 de marzo de 1897 en la misma ciudad que la vio nacer. Primera poeta nacional. Sus

padres, Nicolás Ureña de Mendoza (1822-1875) y Gregoria Díaz de León (1819-1914),

descendían de familias dominicanas de abolengo. El primero, hombre de espíritu

elevado y gran cultura, fue poeta, periodista, docente y abogado, abarcando todos los

aspectos de la vida cultural de Santo Domingo. La segunda, hija de Pedro Díaz y Castro

–dueño de grandes negocios y tierras–, poseía un gran capital económico y era

educadora; católica practicante, formó en una atmósfera de fe cristiana tanto a Salomé

como a su hermana mayor Ramona. Su educación básica fue sobre todo doméstica: su

madre le enseñó a leer y su tía –maestra de párvulos– colaboraría también en su

enseñanza; asistiría a dos pequeñas escuelas de primeras letras para niñas, únicas

permitidas a las mujeres a acudir en aquella época, pero su padre dirigiría sus lecturas y

estudios. Gracias a este ambiente intelectual, Salomé cultivaría desde muy temprano la

poesía: a los 15 años escribía versos y a los 17 publicó bajo el seudónimo Herminia. Sin

ofreció una serie de conferencias en varios países latinoamericanos y, en 1942, obtuvo una posición de
profesora en Vassar College. En 1959, regresó a Cuba para unirse a los esfuerzos de la Revolución para
construir una nueva sociedad. Ahí fundó el Lyceum y el Instituto Hispano-Cubano de Cultura. Sus
trabajos fueron publicados póstumamente a partir de 1980. Maximiliano Henríquez Ureña vivió en
Cuba, México y Puerto Rico. Fue ministro y diplomático durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo y
enseñó literatura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y en la Universidad Nacional Pedro
Henríquez Ureña. Dictó conferencias en la Universidad de California y la Universidad de Yale. Fue
escritor, historiador, crítico literario y profesor.

4
embargo, debido a que su seudónimo empezó a ganar renombre, en 1874 alguien más

firmó un artículo en prosa como Herminia. Entonces, Salomé decidió firmar con su

propio nombre: a los veinte años publicaría como Salomé Ureña en el Boletín Oficial de

Santo Domingo.

Su poesía estaría siempre

consagrada al porvenir [...] poetisa de la generación que floreció poco después


de alcanzada la independencia de Santo Domingo en 1844. Esta generación
surgió bajo el signo del romanticismo, si bien los clásicos de la España del Siglo
de Oro eran la base de su cultura, junto con los poetas españoles, como
Meléndez, Quintana y Gallego, que marcan la transición entre el siglo XVIII y el
XIX. El tema de la patria en formación, de sus anhelos, sus esperanzas y sus
desventuras, es el que primero cautiva la inspiración de los poetas dominicanos.7

Bisagra entre dos siglos, Salomé Ureña nació poco después de la fundación de la

República Dominicana, durante el primer gobierno de Buenaventura Báez (1812-1884),

en una sociedad de postguerra que se debatía entre autoritarismos y aspiraciones

liberales. En 1850, el país aún no se recuperaba de una prolongada depresión económica

y demográfica iniciada desde finales del siglo XVIII.

La ciudad de Santo Domingo estaba literalmente reducida a ruinas, al grado de


que ese panorama se hizo para ella un tema de composición poética. El nivel de
la educación era en exceso limitado, restringido a algún colegio superior de
existencia ocasional, como el Instituto San Buenaventura, y a escasas escuelas
elementales. La inmensa mayoría de la población residía en el campo, donde no
había instituciones educativas de ningún tipo. Pero incluso en las escasas y
pequeñas ciudades, la generalidad de la población permanecía en el
analfabetismo. El panorama se agravaba mucho respecto a la mujer, pues le
estaba vedado traspasar el nivel educativo más elemental, el de la alfabetización
y algunos cursos de la educación básica. Incluso eran pocas las mujeres urbanas
que accedían a ese nivel elemental, puesto que los cánones tradicionalistas
partían de que la cultura no era necesaria para el género femenino y que, más
bien, podía serle nociva. Eran contados los antecedentes de mujeres cultas, entre
las cuales cabe destacar a las poetisas Josefa Perdomo y Josefa del Monte,
pertenecientes a la generación previa y objeto de la admiración de la niña
Salomé.8

7
Ruth S. Lamb, “La poesía de Salomé Ureña de Henríquez”, en Revista Iberoamericana, Núm. 44, Vol.
XXII, julio-diciembre 1957, p. 345.
8
Roberto Cassá, Heroínas nacionales, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2007, p. 52.

5
Su infancia y adolescencia de Salomé Ureña se desarrollaría, pues, en un momento

histórico de discordias políticas y luchas intestinas: invasiones por parte de Haití, la

fallida anexión de la República Dominicana a España, La Restauración Dominicana y

las guerras civiles. Las coyunturas de poder posibilitaron la formación del Estado

dominicano en 1844. Aunque 1821 marcó

la independencia del Santo Domingo español como consecuencia de la


inestabilidad política de la metrópoli, debilitada como estaba por los conflictos
independentistas que asolaban su antiguo imperio. Liderados por José Núñez de
Cáceres, los separatistas en Santo Domingo abogaron por la incorporación a la
Gran Colombia, así como la vigencia de la esclavitud, medidas que generaron un
clima de precariedad que el gobierno haitiano supo aprovechar. Así pues, a la
llamada “Independencia efímera” le siguió la unificación de la isla de Santo
Domingo bajo la bandera de la República de Haití por veintidós años. Dicha
situación de sometimiento al gobierno haitiano a la larga cristalizó en los
habitantes de la mitad castellanohablante de la isla en la forma de un
nacionalismo de suyo marcado por la hispanofilia y el racismo. Hay que destacar
a este respecto que si bien el proyecto de secesión que dio origen al Estado
dominicano en 1844 fue ideado por estrategas liberales que contaron con la
participación de la población mulata y negra, alianzas de último minuto con los
sectores conservadores ocasionaron que la dirección de la naciente república
quedara en manos de una élite integrada por estos últimos. La agenda de este
grupo minoritario conservador incluía principalmente el definir los contornos de
una nación castiza, hispanófila y católica que se oponía a la supuesta “barbarie”
representada por el Estado haitiano.9

Pese a que la República Dominicana se independizó definitivamente en 1875 y que

Salomé Ureña creció en el seno de una familia patriótica –tanto su padre como su

abuelo fueron fervientes colaboradores de la independencia–, “España continuó siendo

la madre patria para la minoría blanca y para la mayoría mulata que se identificaba

racial y culturalmente”10 con aquella. Los dominicanos, pues, fundaron su identidad

nacional en la negación de la herencia africana y en la exaltación del sentimiento

9
Néstor E. Rodríguez, “El rasero de la raza en la ensayística dominicana, en Revista Iberoamericana,
Núm. 207, Vol. LXX, abril-junio, 2004, p. 474.
10
Fernando Valerio-Holguín, “Salomé Ureña de Henríquez”, Hijas del Muntu: biografías críticas de
mujeres afrodescendientes de América Latina, ed. de Mercedes Jaramillo y Lucía Ortiz, Bogotá,
Panamericana Editorial, 2011, p. 175.

6
hispánico y del catolicismo.11 En consecuencia, la idea de nación tomó como enunciado

ideológico principal el impulso hacia el origen, el pasado común compartido por la

colectividad. Necesitó de una historia mítica de los comienzos de la patria por lo que

generó un vínculo entre los elementos hispánico y taíno en la retórica fundacional de lo

dominicano. Ejemplo de esta matriz retórica fundacional de los inicios de la República

Dominicana en su vida independiente sería, además del Enriquillo (1882) de Manuel de

Jesús Galván (1834-1910), el dilatado y menos estudiado poema Anacaona12 (Santo

Domingo, Impresora de García Hermanos, 1880) de Salomé Ureña.

11
Elementos desarrollados ampliamente en Enriquillo (Santo Domingo, Impresora de García Hermanos,
1882), de Manuel de Jesús Galván. Epopeya dominicana, esta ficción fundacional se insertó “en la
tradición de la épica histórica para articular la visión de una pretendida esencia nacional dominicana
centrada exclusivamente en los valores hispánicos y la herencia taína. La novela narra la historia de
Guarocuya, cacique taíno que encabezó una insurrección en las montañas del suroeste de La Española
contra el ejército de Carlos V. Después de tres años de lucha infructuosa, el emperador concedió
mediante capitulaciones la libertad de Guarocuya y los indígenas bajo su mando en 1519. La novela de
Galván exalta la figura del cacique dotándolo de los atributos físicos y mentales de un héroe de la
mitología clásica. Por ejemplo, Galván confiere a Guarocuya una educación cristiana (en el texto el
apelativo de ‘Enriquillo’ le fue conferido por monjes franciscanos que le criaron de niño) y valores
nobiliarios, atributos que al final de la novela crean la ilusión de una ‘raza’ dominicana producto de la
mezcla positiva de españoles e indígenas. En rigor, la impostura discursiva de Galván en Enriquillo, al
proponer la integración de aborígenes y europeos sin tomar en cuenta en lo más mínimo el componente
africano, tergiversa la composición étnico-racial de La Española del siglo XVI. Uno de los efectos de tal
falsificación se refleja en el nacionalismo que sigue dominando el debate cultural en la República
Dominicana”. (Néstor E. Rodríguez, “El rasero de la raza en la ensayística dominicana, en Revista
Iberoamericana, Núm. 207, Vol. LXX, abril-junio 2004, p. 475).
12
En este poema extenso, Salomé Ureña reivindicó la esencia de la cultura indígena y criticó el impacto
brutal de la conquista y la colonización de la isla de Santo Domingo. Por esto, en Anacaona encontramos
personajes históricos como los caciques de la isla: los bravos Caonabo, Guarién, Bohechío; el traidor
Guacanagarix o Guacanagarí, acusado de ser un aliado de los conquistadores y traidor de sus hermanos
de raza; las bellas Anacaona y su hija Higuanamota o Higuenamota; Vanahí y Vaganiona, etc. Así como
toda la exuberancia de una naturaleza vista en todo su esplendor, con sus montañas y valles tapizados
por una vegetación paradisíaca, ríos, arroyos y fuentes. A la manera de locus amoenus y beatus ille,
ofreció una visión idealista de los indígenas y de su hábitat. Como resultado de esta caracterización, la
voz poética de Anacaona describió al indígena como un ser valiente, firme, leal, discreto, candoroso y
magnánimo. En contraposición a esta visión romántica del indígena, los conquistadores fueron
presentados como crueles, ambiciosos, pérfidos y carentes de todo escrúpulo. Fue el mito del buen
salvaje, el cual describió a los nativos como seres pacíficos, generosos, leales, sin jerarquías sociales y
siempre dispuestos a actuar a favor del bien común, en contraste con los hombres y mujeres
provenientes del mundo “civilizado”, ambiciosos, egoístas, crueles y violentos. Hombre primitivo bien
situado en su edén, vivía en perfecta armonía con la naturaleza. Por extensión, la indígena también sería
descrita como poseedora de hermosos atributos: mujer casta, de nobles sentimientos, pura como las
flores silvestres que embellecían los campos de la isla; poseedora de gracia y encanto. De la valoración
negativa que se hizo de los conquistadores en esta lucha entre la dualidad bien/mal, donde los indígenas
encarnaron el bien y los europeos el mal que acabó sepultando el bien, Cristóbal Colón sería el único
europeo por el cual la voz poética dejaría filtrar una sutil admiración y respeto. Mediante una tácita
defensa, el almirante genovés, oponiendo sus virtudes al personaje de Roldán, sería caracterizado como

7
A la par de ese indigenismo romántico,13 la cultura en general se vio influida por el

positivismo: la enseñanza normalista, racional y objetiva definió el comienzo de un

nuevo ambiente cultural en Santo Domingo, al mismo tiempo que la literatura, aun de

corte neoclásico, cantó al progreso. En medio de ese maremágnum, Salomé Ureña

soñó con el bien de su patria y dedicó sus versos a encaminarla hacia la paz y el
progreso; después creyó que esto no bastaba, y se dedicó a la educación de la
mujer. Hay dos momentos culminantes en su vida: el día en que se le entrega
una medalla costeada por suscripción pública, como homenaje la cantora del
ideal de una patria mejor; el día en que se gradúan sus primeras discípulas,
prenda de algo que ayudaría a hacer mejor el destino de la patria.14

El elevado nivel intelectual de Salomé Ureña abarcaría, además de la literatura y el

magisterio, el derecho, la anatomía, las matemáticas, las ciencias naturales y las

humanidades –filosofía, historia, mitología y religión–, por ello, a su casa –vivió con su

madre, su hermana Ramona y sus tías Ana y Teresa desde 1860 hasta 1880 debido a la

separación de sus padres cuando ella tenía apenas dos años– acudieron figuras

importantes tanto nacionales como extranjeras para conocerla, entre ellos el poeta

venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892). De igual manera, la propia

Salomé visitó la casa de su padre diariamente, quien poseía una de las bibliotecas más

importantes del país en esa época.

Como una de las actividades habituales en el mundo intelectual dominicano de la época

eran las veladas, donde se leían poemas y creaciones literarias, Salomé Ureña participó

con sus versos en esos debates que se desarrollaban en los círculos de la intelectualidad

rebelde y conflictivo debido a que enfrentó al Almirante en la recién establecida colonia de Santo
Domingo por un conflicto de intereses.
13
La literatura de tema indígena en hispanoamérica tuvo su auge a mediados del siglo XIX, si bien
Alejandro Magariños Cervantes (1825-1893) escribió Caramuru (1850), cuyo antecedente de igual
nombre fue escrito por Fray José de Santa Rita Durão (1722-1784) en el siglo XVIII. A obras como la
Lautaro, de Camilo Enríquez (1769-1825); Profecía de Guatimoc (1839), de Ignacio Rodríguez Galván
(1816-1842); Guatimozín (1846), de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873); El Charrúa (1852), de
Pedro P. Bermúdez (1816-1861); Atahualpa (1854), de Carlos Augusto Salaverry (1830-1891); Iguaniona
(1867), de Francisco Javier Angulo Guridi (1816-1884); Guarocuya (1924), de Federico Henríquez y
Carvajal; se sumarían Fantasías indígenas, de José Joaquín Pérez, y Anacaona, de Salomé Ureña.
14
Silveria R. de Rodríguez Demorizi, Salomé Ureña de Henríquez, Buenos Aires, Imprenta López, 1944, p.
37.

8
dominicana decimonónica. Ahí, leyó composiciones inéditas como “La Fe en el

Porvenir”, “A mi patria” y “El cantar de los cantares”. Incluso, el 22 de diciembre de

1878, durante una velada de la Sociedad Literaria Amigos del País, se le confirió una

medalla costeada por suscripción popular. Sería gracias a una de aquellas veladas en la

Sociedad Amigos del País, donde Salomé leyese una de sus composiciones, que

Francisco Henríquez y Carvajal –escritor, médico y abogado– la conocería y entablaría

correspondencia epistolar con ella. En 1880, Salomé contraería matrimonio con

Francisco, quien la apoyaría para completar su educación y, años más tarde, se

convertiría en presidente de la República Dominicana.

En 1879, Eugenio María de Hostos (1839-1903) viajó a República Dominicana para

organizar la Escuela Normal de Santo Domingo y “trajo consigo las semillas que serían

la base del desarrollo de la filosofía positivista y científica en la República

Dominicana”.15 La labor pedagógica de Salomé Ureña, si bien aún antes de la llegada de

Hostos ya había abrazado el pensamiento positivista, no se podría explicar sin hacer

referencia a su relación con el trabajo y la labor intelectual de aquel. “Encarnación” del

ideal de Hostos, fue apoyada e influida por este y, siguiendo la labor pedagógica

antecedente de mujeres como María del Socorro del Rosario Sánchez y María Nicolasa

Billini Hernández, Salomé fundaría el Instituto de Señoritas en noviembre de 1881,

primera escuela de enseñanza superior femenina en República Dominicana. Con la

colaboración de Hostos y ante las turbulencias de la política, la poeta decidió abocarse

al magisterio.16 “Pensando en las capacidades más altas del espíritu femenino […], se

consagró a la formación de la mujer dominicana, a darle conciencia de sí misma y de su

15
Daisy Cocco de Filippis, “Las mujeres en el ensayo del Caribe hispano”, Desde la Orilla: hacia una
nacionalidad sin desalojos, ed. de Silvio Torres-Saillant, Ramona Hernández y Blas R. Jiménez, Santo
Domingo, Manatí, 2004, p. 294.
16
“Ese instituto fue el inicio de una verdadera cruzada por la cultura de la mujer, y fue a la vez el
complemento de la labor del maestro puertorriqueño Eugenio María Hostos, que reformó la enseñanza
en Santo Domingo” (Ruth S. Lamb, “La poesía de Salomé Ureña de Henríquez”, en Revista
Iberoamericana, Núm. 44, Vol. XXII, julio-diciembre 1957, p. 347.

9
posible influencia en los destinos del país”.17 Sin embargo, el Instituto solo pudo

investir tres generaciones de maestras:18 sus puertas cerraron en 1893 debido a la

complicada salud de su fundadora. Sería hasta 1896 que, gracias a Luisa Ozema y Eva

Pellerano, volvería a abrir sus puertas renombrado Instituto Salomé Ureña.

Cuando República Dominicana apenas comenzaba a tener una cierta estabilidad política

y un auge intelectual,19 nació el segundo hijo de Salomé, Pedro. Sin embargo,

las presiones políticas de Heureaux, con el apoyo de los conservadores, le


permitieron romper la hegemonía del partido del general Luperón y comenzar a
construir las bases de una dictadura [...] Gracias a su estrategia desestabilizadora,
al fraude y al terror político, Ulises Heureaux fue elegido Presidente de la
República en las elecciones de julio de 1886, tomando posesión del cargo, como
lo preveía la Constitución, el 6 de enero de 1887. Desde esa fecha, hasta su
asesinato el 26 de julio de 1899, no dejó el poder. Olvidó su época liberal y se
convirtió en el peor de los dictadores dominicanos hasta entonces.20

Una vez más, el país se encontró en bancarrota, provocando una fuerte inestabilidad

política. Asesinado el general Heureaux, sería sustituido por Francisco Gregorio Billini,

el cual fue presionado para dejar el cargo al año siguiente y dejar en la presidencia a

Alejandro Woss y Gil. Con todo, la familia Henríquez Ureña vivió mas no padeció

como otros esas turbulencias políticas. En 1884, Salomé y Francisco eran dos de las

figuras intelectuales más importantes de la vida cultural dominicana. Desde 1881, ella

dirigía exitosamente el Instituto de Señoritas. Él, por su parte,

17
Camila Henríquez Ureña, “Palabras sobre Salomé Ureña de Henríquez”, Mujeres ensayistas del Caribe
hispano: hilvanando el silencio. Antología, ed. de Anne Freire Ashbaugh, Lourdes Rojas y Raquel Romeu,
Madrid, 2007, p. 208.
18
En sus doce años de trabajo bajo la dirección de Salomé Ureña, “el Instituto graduó catorce maestras
normales que irían, como lo hizo Anacaona Moscoso, a fundar y dirigir otras escuelas en el país y
eventualmente educar cientos de mujeres para principios” del siglo XX. (Daisy Cocco de Filippis, “Las
mujeres en el ensayo del Caribe hispano”, Desde la Orilla: hacia una nacionalidad sin desalojos, ed. de
Silvio Torres-Saillant, Ramona Hernández y Blas R. Jiménez, Santo Domingo, Manatí, 2004, p. 294).
19
De 1879 a 1880, el general Gregorio Luperón lidereó el gobierno y su Partido Liberal Nacional, Partido
Azul, había ofrecido las garantías necesarias para implantar la industria azucarera en el país; esta
industria transformaría por completo la vida sociopolítica dominicana.
20
Guillermo Piña-Contreras, “El universo familiar en la formación intelectual de Pedro Henríquez Ureña,
Pedro Henríquez Ureña, Ensayos, coord. de José Luis Abellán y Ana María Barrenechea, Madrid: ALLCA,
1998, p. 471.

10
quien había hecho sus primeras armas en la política como secretario particular
del presidente Meriño, se había relacionado con el general Heureaux a tal grado
que había aceptado ser el padrino de su hijo. Esta relación, además del prestigio
del entonces joven intelectual Francisco Henríquez y Carvajal, fue la que le
permitió salir de Santo Domingo y realizar estudios de medicina en París. Sin
cargo diplomático, pero con la misión de servir de preceptor del hijo del
Presidente, Henríquez y Carvajal llegó a París acompañado de su ahijado y de su
hijo mayor en 1887. En esa época el presidente Heureaux se mantenía fiel a
ciertos principios liberales del Partido Azul.21

Para Salomé, poner en práctica sus ideas pedagógicas tanto con sus hijos como con sus

alumnas fue una tarea posible gracias a que laboraba en su propio hogar y el Instituto de

Señoritas también se encontraba en su casa. De modo que pudo proporcionarles a unos

y a otras una enseñanza acorde con los principios positivistas. La educación doméstica

que recibieron Max, Pedro y Camila fue un proyecto deliberado de Salomé Ureña y su

esposo e influiría de manera determinante en la vida intelectual de los tres hermanos.

Mientras que la enseñanza formal de la mujer dominicana en el Instituto de Señoritas se

inscribió en un momento histórico en el cual los aires de modernidad se extendían por

América Latina; el orden, la paz y el progreso sustentados por los positivistas serían los

acicates del proyecto de nación que abogaba por la educación del género femenino.22

Gracias a esta revolución educativa y cultural, Salomé pudo lograr la hazaña de fundar

un centro de estudios superiores para la mujer en Santo Domingo, obra que marcaría un

antes y un después en la historia, la cultura y el pensamiento social en la República

Dominicana.

Fue este un momento en que la educadora y poetisa demostró la viabilidad de


que las mujeres se tornaran entes activos, superando los espacios que
secularmente le habían sido regateados. En ocasión de la primera investidura de

21
Guillermo Piña-Contreras, “El universo familiar en la formación intelectual de Pedro Henríquez Ureña,
Pedro Henríquez Ureña, Ensayos, coord. de José Luis Abellán y Ana María Barrenechea, Madrid: ALLCA,
1998, p. 472.
22
“En un siglo sólo estas mujeres, de las que aprendieron a leer y escribir en casa, empuñaron la pluma:
Ana Osorio, Manuela Aybar, María Natividad Garay, Amelia Francisca Marchena Sánchez de Leyba,
Francisca Cleofás Valdez de Mota, Rosa Duarte, Ana Josefa Perdomo Heredia, Salomé Ureña y Virginia
Elena Ortea”. (Diógenes Céspedes, “Cultura popular y discurso sobre la dominicanidad”, Desde la Orilla:
hacia una nacionalidad sin desalojos, ed. de Silvio Torres-Saillant, Ramona Hernández y Blas R. Jiménez,
Santo Domingo, Manatí, 2004, p. 208).

11
maestras, Hostos pronunció un discurso conceptual acerca de la educación de la
mujer y Salomé Ureña leyó el poema “Mi ofrenda a la Patria”, en el que traduce
plena de ternura su obsesión patriótica, esta vez canalizada en la educación de la
mujer. En las investiduras celebradas entre 1887 y 1893, la educadora asume
posiciones más definidas en el plano político, cuestiona el despotismo del
régimen de Ulises Heureaux, la intolerancia religiosa y el autoritarismo; se hace
eco de las voces que denuncian la intransigencia de algunos de los sectores que
hicieron imposible la permanencia de Hostos en el país.23

En 1897, tras el fallecimiento de Salomé Ureña a causa de una tuberculosis, el Instituto

de Señoritas cambió su nombre a Instituto Salomé Ureña en honor su fundadora. El

entierro de la poeta fue un evento cívico al que acudieron figuras como Arturo Pellerano

Alfau (1864-1935), César Nicolás Penson, José Joaquín Pérez24 y Manuel de Jesús

Galván. También Gastón Fernando Deligne dedicó a la poeta, quien dejara honda

influencia en su escritura, el poema “Muerta” donde afirmó su influencia:

¡Fue un contagio sublime! Muchedumbre


de almas adolescentes la seguía
al viaje inaccesible de la cumbre
que su palabra ardiente prometía.

¿Habría ella visto la eminencia grave,


Cual Moisés en gloriosa lontananza
La suspirada Canaán? ¡Quién sabe!
¡Mira tanto y tan lejos la esperanza!

Ella al menos mantuvo con su aliento


de una generación los ojos fijos
en el grande ideal. ¡Aun llena el viento
La seductora magia de su acento,
y aún hablará a los hijos de los hijos!25

En honor a la poeta, el Ministerio de Cultura de la República Dominicana instituiría en

1983 el Premio Anual de Poesía Salomé Ureña de Henríquez. En 2016, la Feria

23
Carmen Durán, “Salomé Ureña (1850-1897): una mujer del siglo XIX vista en el siglo XXI. Una
aproximación a su legado”, en Ministerio de la Mujer, disponible en
https://mujer.gob.do/index.php/noticias/item/495-salome-urena-1850-1897-una-mujer-del-siglo-xix-
vista-en-el-siglo-xxi-una-aproximacion-a-su-legado
24
Leyó una “Elegía” dedicada a la poetisa en el acto de inhumación de su cadáver. Y años más tarde, en
1897, publicó en el Listín Diario “Una Flor. En la tumba de Salomé Ureña”, bajo el seudónimo de Flor de
Palma.
25
Gastón F. Deligne, Galaripsos, Santo Domingo, Librería Dominicana, 1963, p. 110.

12
Internacional del Libro de Santo Domingo le fue dedicada y, en su honor, el 21 de

octubre fue designado como el Día Nacional del Poeta en República Dominicana.

Breve aunque intensa

El discurrir de la vida fecunda de Salomé Ureña fue breve en el tiempo, pero perenne:

del ámbito poético patriótico pasó al magisterio comprometido, convirtiéndose en un

referente cultural y educativo obligado en República Dominicana. En palabras de su hija

Camila, fue “una vida breve si se la mide por el número de años; pero hay pocas vidas

que puedan dar ejemplo semejante […] Se apartó de los moldes trillados de la limitada

existencia de las mujeres de su época”.26 Aunque vivió en un momento donde la mujer

solía reducirse a su rol como madre y cónyuge, “se elevó por encima de las pasiones

políticas que dominaban la sociedad en que vivía, entró por caminos inexplorados y

señaló nuevos horizontes”.27 Su figura como poeta y pedagoga sería auspiciada y

patrocinada por hombres: en principio, por su propio padre, Nicolás Ureña; después, por

su esposo, Francisco Henríquez y Carvajal y el hermano de su este, Federico Henríquez

Carvajal;28 y más adelante, uno de sus hijos, Pedro Henríquez Ureña. Entre otros

intelectuales de la época que coadyuvaron a su canonización se encontrarían Marcelino

Menéndez y Pelayo (1856-1912), José Castellanos, Eugenio María de Hostos, José

Joaquín Pérez,29 Manuel de Jesús Galván, Arturo Pellerano Alfau, César Nicolás

26
Camila Henríquez Ureña, “Palabras sobre Salomé Ureña de Henríquez”, Mujeres ensayistas del Caribe
hispano: hilvanando el silencio. Antología, ed. de Anne Freire Ashbaugh, Lourdes Rojas y Raquel Romeu,
Madrid, 2007, p. 207.
27
Idem.
28
Fue su principal animador, tan fue así que le dedicó en 1874 el poema “Gratitud”.
29
Cabe destacar que Salomé Ureña y José Joaquín Pérez fueron contemporáneos y amigos que
compartieron no solo la misma ciudad de residencia –Santo Domingo en la segunda mitad del siglo XIX–,
sino, sobre todo, una visión social y política muy afín. Cuando el segundo publicó Fantasías (Santo
Domingo, Impresora de García Hermanos, 1877), la primera escribió un poema, un quinteto elogioso
para felicitarlo. Ese poema encabezaría la edición de la obra de José Joaquín Pérez realizada por la
Biblioteca de Clásicos Dominicanos en 1989. Finalmente, como el libro de José Joaquín Pérez fue
publicado tres años antes que Anacaona de Salomé Ureña, puede deducirse que ejerció una influencia
sobre aquel.

13
Penson, Gastón Fernando Deligne, Rafael Alfredo Deligne (1863-1902) y Alejandro

Angulo Guridi (1822-1906).30 No olvidemos que

el basamento del edificio discursivo de la nación dominicana fue responsabilidad


de la intelligentsia decimonónica. Los escritores del período posindependentista
constituyeron una prolongación del letrado en la época colonial en el sentido de
que a ellos correspondió “enmarcar y dirigir” sus respectivas sociedades hasta
bien entrada la modernidad, esto gracias a que la condición de letrados les hacía
al mismo tiempo servidores de un poder y detentadores de otro: el de los
“lenguajes simbólicos de la cultura”.31

A diferencia del modernismo en hispanoamérica, Salomé Ureña ofreció a la literatura de

mediados del siglo XIX en República Dominicana “una nota de elegante y casta

belleza”,32 a veces con acentos de íntimo lirismo y otras veces con sentimiento hacia la

naturaleza. En su obra predominaron las vertientes patriótica, íntima e indigenista. A la

vertiente patriótica pertenecieron poemas como “Mi ofrenda a la patria”, “Ruinas”, “La

fe en el porvenir” y “Gloria del progreso”. En la vertiente íntima, “Mi Pedro”, “En horas

de angustia”, “La llegada del invierno” y “El ave y el nido”. Y en la indigenista,

Anacaona (1880), poema que, junto con Enriquillo (1882), de Manuel de Jesús Galván,

se convirtió en una de las obras fundacionales de República Dominicana. Contraria al

gran tema del amor como en Delmira Agustini (1886-1914) o Alfonsina Storni (1892-

1938) o a la preocupación americanista de Gabriela Mistral (1889-1957), Salomé Ureña

expresó amor a la tierra donde nació, “celo e interés por el decoro del hombre, por su

30
“Los escritores de este periodo también se vieron en la necesidad de construir el rol social de las
mujeres en relación con la nación y la ciudadanía propuesta [...] estos intelectuales construyeron
ideologías particulares sobre las mujeres de la pequeña burguesía que oscilaban entre el binario de
buenas esposas y madres o el de la mujer fatal vista como ser irracional. Para pertenecer a la nación
estas mujeres tenían que mostrar su virtud sólo si se asociaban a los llamados ciudadanos respetables,
es decir a través de sus esposos o padres. Su función era la de apoyo incondicional hacia el esposo o
padre y también la de educar y cuidar la moral de la familia [...] vehículo de difusión de todos los
elementos que constituían al buen ciudadano”. (Danny Méndez, “Reseña a Teresita Martínez-Vergne,
Nation and Citizen in the Dominican Republic, 1880-1916, Chapel Hill, The University of North Carolina
Press, 2005”, en Revista Iberoamericana, Núm. 218-219, Vol. LXXIII, enero-junio 2007, p. 332.
31
Néstor E. Rodríguez, “El rasero de la raza en la ensayística dominicana, en Revista Iberoamericana,
Núm. 207, Vol. LXX, abril-junio, 2004, pp. 474-475.
32
Ruth S. Lamb, “La poesía de Salomé Ureña de Henríquez”, en Revista Iberoamericana, Núm. 44, Vol.
XXII, julio-diciembre 1957, p. 351.

14
perfección, por su libertad”,33 motivos importantes que signaron su obra. La también

pedagoga vivió los dolores y las esperanzas de su patria; exaltó sus glorias y sus

triunfos, quiso impulsar a la nación por la senda de la paz, el decoro y el progreso. Por

esto, en su poesía predominaron las vertientes patriótica, sentimental e indigenista.

En palabras de su hijo Pedro, a Salomé Ureña

le dio fama su poesía civil (1873-1880), con que “voló a combatir contra la
guerra” y levantó el espíritu de la nación hacia los ideales de paz y progreso: en
“contagio sublime, muchedumbre de almas adolescentes la seguía”. Cuando se
convenció de que había pocas esperanzas de que mejorara pronto la vida pública,
escribió la mejor de sus odas: “Sombras” (1881), y se dedicó a organizar la
enseñanza superior de la mujer, bajo la orientación de Hostos. Al graduarse de
maestras normales sus primeras discípulas –acontecimiento de gran resonancia
en el país–, compuso otra de sus mejores odas: “Mi ofrenda a la Patria” (1887).
Escribió, además, el poema “Anacaona”, de asunto indígena (1880), y versos de
hogar que tituló “Páginas íntimas”.34

Salomé Ureña compuso siguiendo las reglas tradicionales, prefirió la silva al soneto y

otras versificaciones artificiosas así como un lenguaje fácil y natural. Su poesía se

caracterizó, en otras palabras, por su “tendencia a no dar lugar en su verso más que a

aquellos procedimientos retóricos que se han incorporado a la lengua y pasan por

normas consagradas. Hay en sus poesías muchos versos, sobre todo de endecasílabos,

que carecen no sólo de licencias artificiales sino también de elisiones”.35 El primer y

único libro publicado en vida de la poeta, Poesías de Salomé Ureña de Henríquez

(Santo Domingo, Impresora de García Hermanos, 1880) recogió treinta y tres

composiciones y el poema Anacaona,36 con prólogo de Monseñor Fernando A. de

33
Ruth S. Lamb, Idem.
34
Pedro Henríquez Ureña, La utopía de América, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1989, pp. 230-231.
35
Ruth S. Lamb, “La poesía de Salomé Ureña de Henríquez”, en Revista Iberoamericana, Núm. 44, Vol.
XXII, julio-diciembre 1957, p. 351.
36
Dividido en treinta y nueve partes, señalizadas en números romanos y sin título, Anacaona “narra la
historia de la reina indígena del mismo nombre asesinada por el gobernador español Nicolás de Ovando
en 1513 junto a todos sus súbditos en el cacicazgo de Jaragua o Xaraguá, el ‘meollo o médula o como la
corte de toda aquella isla’, según lo describe fray Bartolomé de las Casas en la Brevísima relación de la
destrucción de Indias”. (Néstor. E. Rodríguez, “El rasero de la raza en la ensayística dominicana, en
Revista Iberoamericana, Núm. 207, Vol. LXX, abril-junio 2004, p. 476). En sentido general, los recursos
estilísticos empleados con mayor profusión en Anacaona serían el símil, la metáfora, la antítesis, la
reduplicación, la prosopopeya y, sobre todo, el hipérbaton, influencia de los clásicos del Siglo de Oro y

15
Meriño y una biografía de la poeta elaborada por José Lamarche. Sus Poesías escogidas

(Madrid, s.p.i., 1920), con prólogo de su hijo Pedro Henríquez Ureña, omitirían

Anacaona y otras nueve composiciones –entre estas “Amor y anhelo”– que figuraban en

el volumen de 1880, comprendiendo cuarenta y seis poemas. Luego se editarían sus

Poesías completas (Ciudad Trujillo, Impresora Dominicana, 1950), prologadas por

Joaquín Balaguer. Desde entonces, se publicarían diferentes ediciones de sus Poesías

completas y Poesías escogidas hasta llegar al 2016 con una reedición de la preparada

por Pedro Henríquez Ureña y El cantar de mis cantares: poemas y bibliografía de

Salomé Ureña de Henríquez (Santo Domingo, Editorial Santuario), seleccionados por

Isael Pérez.

Limpia, pulcra y nítida, sin detalle alguno que mostrase que fue prolijamente cincelada.

“La nota cívica de Quintana […] y el clasicismo sereno de Gallego es también una parte

esencial de la poesía de Salomé Ureña. A veces, sin embargo, ella revela una emisión

interior que sobrepasa a las normas clásicas de expresión”.37 La perfección relativa de

su obra poética no surgió de un “pulimento exagerado sino de su apego a las formas

clásicas y de su amor a la sobriedad sentenciosa”.38 En aquellos momentos, las

composiciones de Salomé Ureña ofrecieron una calidad inédita, hasta entonces, muy

pocos poetas dominicanos habían logrado tal maestría en el dominio de las formas y tal

pureza en la evocación de lo patriótico y lo intimista.

de los autores neoclásicos. Con predominancia de versos de rima consonante, aunque también
aparecerían formas asonantes como el romance. Entre las estrofas de versos consonantes se usarían
con frecuencia la octava italiana, la octavilla y el serventesio; además del uso de estrofas de diez versos
de rima asonante los pares, que siempre terminan en palabra aguda.
37
Ruth S. Lamb, “La poesía de Salomé Ureña de Henríquez”, en Revista Iberoamericana, Núm. 44, Vol.
XXII, julio-diciembre 1957, p. 348.
38
Joaquín Balaguer, Literatura dominicana, Buenos Aires, Editorial Américalee, 1950, p. 306.

16
Símbolo de liberación femenina

Desde muy joven, Salomé Ureña fue reconocida en el medio cultural dominicano de la

época. La primera ocasión que sus versos serían recogidos en un libro fue en 1874 como

parte de la antología Lira de Quisqueya (Santo Domingo, Impresora de García

Hermanos), poesías dominicanas escogidas y coleccionadas por José Castellanos, con

notas biográficas de los autores. Las composiciones de Salomé Ureña que formaron

parte de esta compilación fueron “La gloria del progreso”, “Recuerdos de un

proscripto”, “Melancolía”, “Contestación”, “A mi Patria”, “Gratitud” y “Un himno y

una lágrima”.

Su contemporáneo, Eugenio María de Hostos la consideró una “poetisa-patriota”,

“sacerdotisa del verdadero patriotismo [caracterizado por un] lenguaje severo, tono

elevado, sentimientos profundos”.39

En 1888, Federico García Godoy caracterizó así la producción de su compatriota: “Su

musa no desciende a ciertas trivialidades, ni se deja llevar por las corrientes que

arrastran siempre a los talentos mediocres. Viril y llena de grandeza es su poesía, como

elaborada al calor de las grandes ideas de regeneración y de progreso que el espíritu

moderno propaga continuamente por todos los ámbitos del globo”.40

El crítico español Marcelino Menéndez y Pelayo afirmó en 1893 que, para encontrar en

aquellos años “verdadera poesía en Santo Domingo”, además de a José Joaquín Pérez,

habría que considerar a Salomé Ureña de Henríquez “egregia poetisa, que sostiene con

firmeza en sus brazos femeniles la lira de Quintana y de Gallego, arrancando de ella

robustos sones en loor de la patria y la civilización, que no excluyen más suaves tonos

39
Eugenio María de Hostos, Obras completas, Tomo XI, Crítica, San Juan de Puerto Rico, Instituto de
Cultura Puertorriqueña, 1969, pp. 242-244.
40
Apud. Salomé Ureña y el Instituto de Señoritas, comp. de Emilio Rodríguez Demorizi, Ciudad Trujillo,
Impresora Dominicana, 1960, p. 99.

17
para cantar deliciosamente la llegada del invierno o vaticinar sobre la cuna de su hijo

primogénito”.41

Para Luis A. Bermúdez, “Salomé Ureña era poeta de nervio; en su pecho de mujer

jamás tuvo cabida esa sensiblería que hace en ciertas ocasiones algo repugnante el canto

de algunas poetisas”.42

A principios del siglo XX, Mariano Riera Palmer la calificó como “fecunda y varonil

poetisa”.43

También Rubén Darío la reconoció en 1911: “Una musa es justamente famosa, Salomé

Ureña, vigorosa y pindárica, sin perder la gracia y el encanto de su alma femenina”.44

Desde 1916, Máximo Coiscou Henríquez vendría intentando una biografía de la poeta y

pedagoga “Doña Salomé Ureña de Henríquez, fragmentos de un ensayo”,45 pero sería

durante la dictadura de Rafael Trujillo Molina (1891-1961) que la figura de Salomé

Ureña recibiría un impulso, llegando incluso a una especie de canonización.46 Durante

ese periodo, Máximo Coiscou publicó por fin, en 1934, una biografía de Salomé Ureña

en Alma Dominicana e identificó dos momentos en su quehacer literario: el juvenil, que

se extendió hasta 1881 y el de madurez, a partir de ese momento hasta su muerte.47

De las pocas críticas no tan halagüeñas hacia la obra de Salomé Ureña, destacó la de

Pedro René Contín Aybar, para quien “Los temas por ella tratados, –el hogar, la patria,

la escuela–, circunscriben demasiado su poesía a los límites nacionales, aunque su

41
Marcelino Menéndez y Pelayo, Antología de los poetas hispanoamericanos, Tomo II, Madrid, Real
Academia Española, 1893, p. LXXXI.
42
Apud. Salomé Ureña y el Instituto de Señoritas: para la historia de la espiritualidad dominicana, p. 264.
43
Mariano Riera Palmer, “Salomé Ureña”, en La cuna de América 1, Núm. 14, 1903, p. 112.
44
Rubén Darío, Letras, París: Garnier Hermanos, 1911, p. 73.
45
Máximo Coiscou Henríquez, “Doña Salomé Ureña de Henríquez, fragmentos de un ensayo”, en
Renacimiento, septiembre-octubre 1916.
46
Al respecto, recomendamos consultar Lauren Derby, The Dictator’s Seduction: Politics and the Popular
Imagination in the Era of Trujillo, Durham, Duke University Press, 2009.
47
Máximo Coiscou Henríquez, “Biografía de doña Salomé Ureña de Henríquez”, en Alma Dominicana,
septiembre-octubre 1934.

18
tradicionalismo hispánico la sitúa entre los poetas peninsulares del ochocientos, sin

ningún intento de dominicanización, como realizaba José Joaquín Pérez, por ejemplo”.48

No obstante, para César Nicolás Penson, en los cantos épicos de Salomé Ureña

“predominaba siempre la nota patriótica con los encendidos y vehementes anhelos y

alientos de titán. Vidente como los grandes vates de las revoluciones del espíritu,

Olmedo, Heredia y Quintana, recogió la herencia de sus estrofas altivas y apasionadas, y

sorprendió a América y el mundo”.49

En 1944, se publicó la biografía más completa de Salomé Ureña por Silveria R. de

Demorizi bajo el cuidado de Pedro Henríquez Ureña. Un año después, Max Henríquez

Ureña, tercer hijo de la poeta, en Panorama histórico de la literatura dominicana

establecería que la obra de su madre fue gloria del progreso y fe en el porvenir, poesía

de aliento, estímulo y civilización, consagrada al mismo tiempo al futuro.50

Años después, en 1953, Camila Henríquez Ureña, hija también de la poeta y pedagoga,

declaró a propósito de un homenaje a su madre:

Así la obra de Salomé Ureña en pro de la elevación del nivel cultural y social de
la mujer –labor que hoy puede considerarse feminista, aunque ella jamás usara
esa expresión– se enlaza en unión perfecta con su propósito de servir a la patria
y al mundo. Hacia ese propósito marchó ella por todos los caminos que tomó su
existencia. No se presentó nunca a su espíritu el conflicto –tan marcado en la
existencia de tantas mujeres de épocas posteriores– entre la vida profesional y la
vida doméstica.51

48
Pedro René Contín Aybar, Antología poética dominicana, Santiago, Editorial El Diario, 1943, p. 15.
49
Apud. Silveria R. de Rodríguez Demorizi, Salomé Ureña de Henríquez, Buenos Aires, Imprenta López,
1944, p. 15.
50
Max Henríquez Ureña, Panorama histórico de la literatura dominicana, Río de Janeiro, Companhía
Brasileira de Artes Gráficas, 1945, pp. 142-143.
51
Camila Henríquez Ureña, “Palabras sobre Salomé Ureña de Henríquez”, Mujeres ensayistas del Caribe
hispano: hilvanando el silencio. Antología, ed. de Anne Freire Ashbaugh, Lourdes Rojas y Raquel Romeu,
Madrid, 2007, p. 208.

19
Para José Lamarche, Salomé Ureña, junto con José Joaquín Pérez, representó “toda la

euritmia social. Son los poetas. El primero entre nosotros fue como un preludio

escuchado en los campos de la nacionalidad; Salomé es la nacionalidad misma”.52

En la misma línea, Joaquín Balaguer afirmó desde la primera edición de su Historia de

la literatura dominicana en 1954: “Salomé Ureña fue quien primeramente tuvo en

Santo Domingo el sentimiento de la gran poesía, de la única verdaderamente grande,

porque lejos de recluirse en la intimidad de quien la escribe, para recoger sólo el eco de

sus propias angustias, se levanta para dominar el espectáculo entero de la vida y tiende a

hacerse intérprete de zonas más amplias y a la vez más fecundas de la sensibilidad

humana”.53 Y a finales del siglo XX incluso reafirmó que junto a José Joaquín Pérez,

Salomé Ureña fue una de los poetas “más excelsos del parnaso dominicano”.54

Ruth S. Lamb, en su breve pero preciso estudio “La poesía de Salomé Ureña de

Henríquez” (1957), apuntó que la poeta también compuso “odas en alabanza de la

ciencia, de la industria, del trabajo, de todas las actividades dignificantes de la

inteligencia humana, pero con la fuerza de una mujer creyente también en las virtudes

del espíritu. Vertió en sus versos el vocabulario en que se expresan los poetas civiles, y

a la vez supo llevar a ellos una parte de su alma invadida por inquietudes patrióticas e

instintos maternales”.55

José Alcántara Almánzar reconoció en 1979 que si bien Salomé Ureña “dejó una obra

que sigue siendo modelo de cuidado formal y búsqueda de una definición poética de la

dominicanidad. Es cierto que su obra resulta desfasada respecto de la literatura de

52
Apud. Max Henríquez Ureña, Panorama histórico de la literatura dominicana, Río de Janeiro,
Companhía Brasileira de Artes Gráficas, 1945, p. 142.
53
Joaquín Balaguer, Historia de la literatura dominicana, Santo Domingo, J.D. Postigo, 1968, p. 120.
54
Joaquín Balaguer, Historia de la literatura dominicana, Santo Domingo, Editora Corripio, 1997, p. 105.
55
Ruth S. Lamb, “La poesía de Salomé Ureña de Henríquez”, en Revista Iberoamericana, Núm. 44, Vol.
XXII, julio-diciembre 1957, p. 348.

20
lengua española decimonónica, pero ese desfase no un defecto únicamente suyo, sino de

toda la literatura dominicana de aquellos tiempos y de otros ulteriores”.56

A comienzos del siglo XXI, Diógenes Céspedes, en su libro Salomé Ureña y Hostos

(Santo Domingo, Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, 2002) intentó construir

una poética de la obra de Salomé Ureña, pero el aporte que permitiría abrir nuevos

caminos para la investigación sobre la poeta y pedagoga dominicana sería el libro

Familia Henríquez Ureña (Santo Domingo, Secretaría de Estado de Educación, Bellas

Artes y Cultos, 1996). Dicho epistolario evidenció, entre otros asuntos, aspectos nodales

de la vida de Salomé Ureña que tanto biógrafos como especialistas no habían tomado en

cuenta, empeñados en resaltar aspectos “oficiales” de la poetisa y maestra nacional “a

expensas de su intensa y riquísima vida íntima”.57 Ese mismo año, Manuel Rueda indicó

en sus Dos siglos de literatura dominicana (Santo Domingo, Editora Corripio, 1996)

que en la producción de Salomé Ureña “encontramos una temática varia y atrayente,

vena patriótica, poemas al magisterio, y poemas al hogar [...] Su gran acierto fue

encarnar las inquietudes de su país en una época en que la educación, la ciencia y el

progreso totalizaban las aspiraciones del momento”.58

La Universidad Autónoma de Santo Domingo efectuó el seminario Cien Años de

Poesía: Homenaje a Salomé Ureña en 1999, donde participaron expertos como Carmen

Durán, Pedro Mir, Mora Serrano, Lupo Hernández Rueda, Tony Raful, Nacidit

Perdomo, Julio Cuevas y Odalís Pérez. En ese mismo año, Franklin Gutiérrez advertiría

que el poema menos estudiado de Salomé Ureña hasta ese momento era Anacaona,

quizás por “la reiterada y mal intencionada insinuación de sectores conservadores de la

crítica literaria y la cultura dominicanas que plantean que Salomé Ureña escribió

56
José Alcántara Almánzar, Estudios de poesía dominicana, Santo Domingo, Alfa & Omega, p. 52.
57
Sherezada Vicioso, Salomé U: cartas a una ausencia, Santo Domingo, Ediciones Libreri ́a La Trinitaria,
2001, p. 6.
58
Manuel Rueda, Dos siglos de literatura dominicana, Santo Domingo, Editora Corripio, 1996, pp. 205-
206.

21
"Anacaona" con el propósito de aprovecharse del apogeo del movimiento indianista en

la República Dominicana. Es decir, sólo para entrar en la moda y no porque se sentía

identificada con la raza exterminada”.59

En los 2000, el artista plástico Fernando Ureña Rib opinó a propósito de las

composiciones de la poeta: “En el proceso de elección de la palabra poética, Salomé

Ureña prefiere aquellas que llevan en sí ese torrente de imágenes, táctiles, tangibles,

sensibles que navegando sobre el fluir de una rima serena se expanden en la

imaginación del lector y le transportan sutilmente a otros parajes, los del sentimiento

más hondo y puro que puede encontrarse en toda la poesía dominicana”.60

A partir del segundo milenio, la obra de Salomé Ureña comenzaría a ser estudiada desde

diversas ópticas como las teorías de género y los estudios culturales. Dos antecedentes

marcarían el comienzo de esta nueva ola. La tesis de doctorado Race, Culture, and

Nation in Late Nineteenth-century Poetry from the Dominican Republic (Cambridge,

Harvard University, 1999), de Marveta Makeba Ryan, quien dedicó un capítulo a

analizar Anacaona como parte del proyecto ideológico en la construcción de la

identidad dominicana. Y Las madres de la patria y las bellas mentiras: imágenes de la

mujer en el discurso literario nacional de la República Dominicana (Miami, Ediciones

Universal, 1999), de Catharina V. de Vallejo, donde la investigadora rescató, entre otras

cosas, la dimensionalidad de la vida íntima de Salomé Ureña como mujer

afrodescendiente, así como del sujeto amante y deseante de la poeta en versos como

“Amor y anhelo”.

En la misma línea, Sherezada “Chiqui” Vicioso escribió las obras de teatro Salomé U:

cartas a una ausencia (Santo Domingo, Ediciones Librería La Trinitaria, 2001) y

Desvelos (diálogo entre Emily Dickinson y Salomé Ureña) (2001), así como el ensayo

59
Franklin Gutiérrez, Enriquillo: radiografía de un héroe galvaniano, Santo Domingo, Editora Búho, 1999,
p. 67.
60
Fernando Ureña Rib, en https://latinartmuseum.com/artists/salome-urena/

22
crítico Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897): a cien años de un magisterio (Santo

Domingo, Publicación de la Comisión Permanente de la Feria Nacional del Libro,

1997). Julia Álvarez la daría a conocer internacionalmente con su novela En el nombre

de Salomé (New York, Plume, 2001), publicada en inglés en los Estados Unidos de

América.

Entrado el siglo XXI, el investigador y crítico dominicano Manuel Núñez consideró

todavía a Salomé Ureña como “la más importante poetisa dominicana de todos los

tiempos”.61

Por su parte, Silvio Torres-Saillant advirtió que en el tratamiento positivo de los

españoles como colectividad en Anacaona se manifestó la hispanofilia latente en la

visión de lo nacional, defendida por la intelectualidad de la época:

Naturalmente, una mulata que formaba parte integral de la élite intelectual


dominicana en el siglo pasado, Ureña de Henríquez se sentía demasiado leal a la
herencia española de la que se enorgullecía su país como para presentar la
matanza de una manera que pareciera consonante con la colonización misma. Su
texto presenta la muerte de Anacaona y su corte, pues, como producto de la
iniquidad individual de Ovando y sus aliados. El poema se las arregla para dejar
intacta la “nobleza” de espíritu del Almirante aunque para la fecha de la matanza
ya la violencia colombina había hecho estragos.62

Carmen Durán, por otro lado, declaró: “A esta mujer ilustre debemos aproximarnos

desde diferentes ópticas. Una visión integral de la obra de Salomé Ureña se refiere a sus

aportes a la educación de la mujer, al pensamiento social y político a través de su poesía

civilista y patriótica, a su rol de mujer valerosa como jefa de familia en el contexto

social y familiar que le correspondió asumir”.63

61
Manuel Núñez, Entrevista “Manuel Núñez: me defino como un intelectual comprometido con la
continuidad histórica de RD”, por Néstor Medrano, en Listín Diario, 2015, disponible en
https://listindiario.com/la-republica/2015/09/26/389713/manuel-nunez-me-defino-como-un-
intelectual-comprometido-con-la-continuidad-historica-de-rd
62
Silvio Torres-Saillant, “La traición de Calibán: hacia una nueva indagación de la cultura caribeña”,
Roberto Fernández Retamar y los estudios latinoamericanos, ed. de Elzbieta Sklodowska y Ben A. Heller,
Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2000, p. 46.
63
Carmen Durán, “Salomé Ureña (1850-1897): una mujer del siglo XIX vista en el siglo XXI. Una
aproximación a su legado”, en Ministerio de la Mujer, disponible en

23
En ese sentido, Teresita Martínez-Vergne dedicó un capítulo de su libro Nation and

Citizen in the Dominican Republic, 1880-1916 (Chapel Hill, The University of North

Carolina Press, 2005) a analizar, entre otras autoras, la figura de Salomé Ureña en el

momento histórico durante el cual se forjaron los conceptos de nación, nacionalidad y

ciudadanía en la República Dominicana.

Roberto Cassá, por otro lado, destacó en sus libros Salomé Ureña, mujer total (Santo

Domingo, Tobogan, 2002) y Heroínas nacionales: María Trinidad Sánchez, Salomé

Ureña, Minerva Mirabal (Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2007), a la

poetisa y educadora como representante “de un paradigma de lo deseable, alcanzando su

figura la cumbre de la realización moderna de la mujer dominicana”.64

Jacobo Moquete de la Rosa centró su estudio Salomé Ureña de Henríquez en el sector

educación (Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña, 2008) en el rol

magisterial de la poeta.

Del 2010, sobresaldría la tesis de doctorado Develando memorias olvidadas: El ensayo

feminista caribeño durante el siglo XIX y principios del XX, presentada por Ivelisse

Collazo, donde dedicó una parte de su estudio a analizar dos discursos “ensayísticos” –

ambos titulados “Palabras”– de Salomé Ureña desde la teoría feminista, con el objetivo

de rescatar “la presencia, contribución y experiencias de las mujeres en los espacios de

la política y la educación, dentro del contexto histórico de los siglos XIX y principios del

XX en el Caribe”.65

En 2011, una tercera biografía, elaborada por Fernando Valerio-Holguín como parte del

libro Hijas del Muntu: biografías críticas de mujeres afrodescendientes de América

https://mujer.gob.do/index.php/noticias/item/495-salome-urena-1850-1897-una-mujer-del-siglo-xix-
vista-en-el-siglo-xxi-una-aproximacion-a-su-legado
64
Apud. Carmen Durán, Historia e ideología: mujeres dominicanas, 1880-1950, Santo Domingo, Archivo
General de la Nación, 2010, p. 37.
65
Ivelisse Collazo, Develando memorias olvidadas: El ensayo feminista caribeño durante el siglo XIX y
principios del XX, Tallahassee, Florida, Florida State University, 2010, p. VI.

24
Latina (Bogotá, Panamericana Editorial, 2001), sacó del baúl la afrodescendencia de la

poeta y pedagoga dominicana.

Igualmente, en 2015, Dixa Ramírez analizó en “Salomé Ureña’s Blurred Edges” el rol

de la poeta dominicana desde la óptica de la raza y el género, explorando

the paradox of a country whose first “national poet” was a mixed-race woman,
but whose official celebrations of this poet evince its Eurocentric, patriarchal
ideals. Recognizing that what Dominicans perceive as blackness or whiteness
may not coincide with non-Dominicans’ interpretations, I argue that Ureña’s
canonization in the late nineteenth century and throughout most of the twentieth
century entailed her phenotypical whitening in imagery and sculpture, as well as
a simultaneous overemphasis on the aspects of her work and life that supported
the idea of Ureña as a respectable –that is, asexual, religious, and motherly–
woman.66

En otra línea, Patricio García Polanco ofrecería, en su artículo “Coincidencia temáticas

y formales entre los poemas indigenistas de Salomé Ureña y José Joaquín Pérez”

(2016), un interesante análisis comparativo entre Anacaona y Fantasías indígenas,

respectivamente.

Ante este panorama de acercamientos tanto a la obra como a la vida de Salomé Ureña

sería imposible no advertir dos cosas: el importante rol que jugó la poeta y maestra en el

proceso de transición hacia lo modernidad dominicana y en el despertar la conciencia de

la mujer como sujeto intelectual. Salomé Ureña protagonizó un papel clave en la

construcción del nacionalismo dominicano. Pionera abanderada de las ideas positivistas,

como pocas mujeres de su época, pudo extender su papel doméstico a la esfera literaria

66
“La paradoja de un país cuya primera "poeta nacional" fue una mujer mestiza, pero cuyas
celebraciones oficiales de esta poeta demuestran ideales eurocéntricos y patriarcales. Reconociendo
que lo que los dominicanos perciben como negrura o blancura puede no coincidir con las
interpretaciones no dominicanas, sostengo que la canonización de Ureña a finales del siglo XIX y durante
la mayor parte del siglo XX implicó su blanqueamiento fenotípico en imágenes y esculturas, así como un
énfasis excesivo y simultáneo en los aspectos de su trabajo y vida que respaldaron la idea de Ureña
como una mujer respetable, es decir, asexual, religiosa y maternal”. (Dixa Ramírez, “Salomé Ureña’s
Blurred Edges”, en The Black Scholar, Núm. 2, Vol. 45, 2015, p. 45).

25
y sociopolítica, obteniendo de este modo reconocimiento como poetisa y pedagoga

nacional.

Resulta de gran interés apreciarla como pionera de la labor intelectual femenina, desde

sus aportes al pensamiento político liberal dominicano, expresada mediante su poesía

patriótica y ejemplificada con su labor pedagógica. Su obra, tanto lírica como

magisterial, aportó de tal manera al pensamiento político liberal dominicano de finales

del siglo XIX que impactó en la conformación de la idea de patria y del ciudadano

dominicano a principios del XX.

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Enlaces externos

Corto sobre la vida de Salomé Ureña https://www.youtube.com/watch?v=EcgZIIfDypw

Breve bibliografía de Salomé Ureña, Escritoras Latinoamericanas del Diecinueve

disponible en http://eladd.org/otras-autoras/salome-urena-diaz/

29
Daniel Mendoza Bolaños, “Salomé Ureña Díaz en el día del poeta”, en Acento, 21 de

octubre de 2017, disponible en https://acento.com.do/2017/opinion/8502108-

salome-urena-diaz-dia-del-poeta/

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