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OTTO BAUER - FASCISMO Y CAPITALISMO - CAP: “EL FASCISMO”

Fue en Italia y en Alemania donde triunfo por primera vez la nueva forma del despotismo fascista. Hoy se
ha convertido en el sistema dictatorial por excelencia de las clases capitalistas, cuyos métodos van siendo
imitados también por gobiernos contrarrevolucionarios de otras procedencias.

El fascismo es el resultado de tres procesos sociales íntimamente relacionados entre sí:

1º: La guerra, que expulso de la vida burguesa despojando a grandes masas de combatientes. Estas masas,
formaron después de la guerra las milicias fascistas con una peculiar ideología militarista, antidemocrática
y nacionalista.

2º: Las crisis económicas de postguerra, que sumieron en la miseria grandes masas de pequeños
burgueses y campesinos. Estas masas resentidas abandonaron las pilas de los partidos de masas
democrático-burguesas, en las que habían militado hasta entonces, y se alzaron llenas de odio
encuadrándose en las “milicias” y “juntas de defensa” nacional-militaristas.

3º: La disminución de beneficios de la clase capitalista a causa de aquella crisis, que quiso beneficiarse
aumentando el grado de explotación, para lo cual era preciso romper la resistencia de la clase obrera.
Como la clase capitalista dudaba conseguirlo bajo el régimen democrático, se sirvió primero del
movimiento rebelde de las masas pequeño-burguesas y campesinas agrupadas en las milicias fascistas y
nacionalistas para sembrar el terror en la clase obrera y obligarla a pasar a la defensiva, y luego para
destruir a la democracia.

Consideremos con mayor detenimiento esos tres procesos sociales relacionados entre sí

En Italia, fueron los oficiales de reserva, quienes constituyeron los núcleos del partido fascista. Estos
hombres no encontraban en la vida burguesa una posición educada a sus pretensiones y ambiciones. Ellos
tampoco querían dejar los hábitos contraídos durante la guerra: deseaban dar y recibir órdenes, llevar
uniforme y desfilar al paso. Comenzaron a formar organizaciones paramilitares. Este grupo social fue aún
más numeroso en Alemania, donde formaron el núcleo dirigente de los “cuerpos de voluntad” y “juntas
de defensa” militaristas que empezaron a constituirse después de la guerra. Las convulsiones políticas de
postguerra dieron a estas milicias fascistas la oportunidad de consolidarse y aumentar su propio prestigio.

El fascismo se trata de una ideología militarista sobre todo: exige la disciplina de las masas frente a la
autoridad de mando de sus jefes. Es enemigo de la democracia. Desprecia el afán “burgués” de paz,
bienestar y comodidad, propio de la vida civil, y le opone un ideario vital “heroico”.

Esta ideología presenta su ideario como el de un “nacionalsocialismo”, opuesto como tal al socialismo
proletario: el verdadero socialismo nacional, dice, no consiste en la explotación egoísta de las
consecuencias de la guerra por parte del proletariado, sino en la subordinación de todo “interés
particular” al “interés común”, de todas las fuerzas económicas y sociales a la tarea de consolidación
nacional frente al enemigo exterior. Ese nacionalismo va unido a ideas anti-burguesas.

Las fuerzas militares de choque, portavoces iniciales de la ideología fascista, necesitan ganar el refuerzo
y el apoyo de masas amplias para tener verdadera potencia. El primer estrato social que hizo suya la
ideología fascista originada por la guerra fue la intelectualidad. La joven democracia decepciono muy
pronto a la intelectualidad de ambos países que veían en ella una dictadura de las masas: masas creadas
por la sociedad capitalista, incultas, brutales, propicias a la violencia en los momentos de irritación. Pero
era sobre todo su nacionalismo lo que situaba a la intelectualidad en oposición frente a la joven
democracia.

Al comienzo de la guerra, Italia permaneció neutral. Durante meses tuvo lugar en el seno de la burguesía
italiana una lucha encarnizada entre los partidarios de la neutralidad y los de la intervención. Luchaban a
favor de la neutralidad los socialistas, los católicos, la burguesía liberal y la mayoría parlamentaria. Los de
la intervención formaban un movimiento de masas patrocinado por la industria pesada y los
terratenientes. Este movimiento forzó la intervención, contra la voluntad del Gobierno y de la mayoría
parlamentaria. En los primeros años de la postguerra, las masas populares italianas se vieron sacudidas
por un tremendo movimiento revolucionario. Del otro lado quedaban los intervencionistas, quienes
difundieron la filosofía “heroica” de la vida, frente al neutralismo, frente al mercantilismo liberal y
pacifista, de un lado, y frente al socialismo preocupado únicamente del bienestar de las masas, del otro.
Fueron sus tropas de choques las que forzaron la decisión desde la calle. Después de la guerra, la
intelectualidad “intervencionista” formo los cuadros alrededor de los cuales se integraron luego las
organizaciones militares del fascismo.

La intelectualidad nacionalista fue intermediaria entre las formaciones de choques fascistas y nacional-
militaristas y la gran masa pequeño-burguesa y campesina. Pero era necesario que se produjeran hondas
conmociones económicas y sociales para que las grandes masas pequeño-burguesas y campesinas se
apartaran de su afiliación tradicional a los partidos de masas democrático-burgueses y pasaron a formar
parte del fascismo.

En Alemania, el movimiento nacionalista-fascista surgió también durante los primeros años de la


postguerra, y llego a asumir proporciones amenazadoras hacia la época de la inflación. En aquella época,
la burguesía y el campesinado alemanes necesitaban la ayuda de las potencias occidentales, cuyo poder
financiero estabilizaría el marco siempre que se llegase a un entendimiento acerca de las indemnizaciones
de guerra y se lograsen importantes créditos para la reconstrucción de las empresas alemanas. Por eso,
en aquella coyuntura se negaron a apoyar a ninguna aventura nacionalista-fascista.

La pequeña burguesía y el campesinado seguían de nuevo a los partidos democráticos. Durante la época
de prosperidad, el partido nacionalsocialista de Hitler fue un grupo sin importancia. Pero cuando se
produjo la crisis de 1929, el fascismo nacionalista resurgió nuevamente. La democracia no pudo evitar
que la crisis arruinase a los pequeños burgueses y campesinos; en consecuencia, estos se volvieron contra
la democracia. En vista de que los partidos democráticos no aportaban ninguna ayuda a las masas
depauperadas, estas se afiliaron al nacionalsocialismo. Aunque los pequeños burgueses y campesinos fue
un movimiento de las masas, el fascismo no pudo tener el poder hasta que la clase capitalista decidió
servirse de el para someter a la clase obrera.

Durante los dos primeros años de la postguerra, Italia atravesó una verdadera revolución agraria. Todo el
régimen agrario italiano se vio revolucionado por violentas insurrecciones de los colonos contra los
terratenientes. Finalmente, los grandes terratenientes iniciaron la contraofensiva; en el año 1921
recurrieron a la ayuda del fascismo. Cuando un terrateniente llamaba a los fascistas, estos se armaban
hasta los dientes y ocupaban el pueblo. Destituían al alcalde y nombraban uno nuevo, prendían fuego al
local del sindicato campesino, maltrataban y expulsaban a sus dirigentes. Estas “expediciones de castigo”,
rompieron la fuerza del proletariado rural. La burguesía de las ciudades imito el ejemplo de los grandes
terratenientes. Muy pronto comenzó a haber “expediciones castigo” en las ciudades.

La clase capitalista había descubierto la manera de romper el impetuoso ataque de la clase obrera y
obligarla a rendirse. Todavía no le parecía necesario ceder el poder a los fascistas, pues pretendía
utilizarlos simplemente como instrumento para someter a la clase obrera. Los fascistas recibieron
abundantes fondos para mantener y equipar sus tropas de choque, a fin de que pudieran utilizarlas en
cualquier momento contra los obreros. Cuando los fascistas emprendían alguna “expedición de castigo”
contra los trabajadores, la policía solo intervenía para confiscar a los obreros sus armas y encarcelar a los
dirigentes.

El fascismo tuvo un comienzo de victorias rápidas. Gracias a la ayuda que le proporciono la burguesía,
llego a ser demasiado fuerte, su objetivo era ahora el poder. A la burguesía solo le quedaba una
alternativa: destrozar por la fuerza la organización paramilitar, que ella misma había financiado y armado
o ceder el poder a esa organización paramilitar. Ante tal situación, la burguesía traiciono a sus propios
representantes en el Gobierno y el Parlamento, y prefirió la cesión del poder estatal al fascismo.
El fascismo después de dominar al proletariado, expulsaba también a los representantes de la burguesía
en el Gobierno y el Parlamento, disolvía los partidos burgueses y dominaba por la fuerza sobre todas las
clases.

La historia se repitió en Alemania. Desde la época misma de la devaluación, el fascismo nacionalista fue
patrocinado por la burguesía y su poder estatal. Durante la época de prosperidad, la burguesía alemana
apoyo a los partidos democrático-burgueses. Pero después del año 1929 cuando los capitalistas y la
aristocracia terrateniente volvieron a aproximarse al fascismo. Cuando el movimiento nacionalsocialista,
recupero rápidamente las masas pequeños burguesas y campesinas depauperadas por la crisis, la
industria pesada y la aristocracia terrateniente comprendieron muy pronto que tenían en él un medio
para someter a la clase obrera.

En ambos casos, los fascistas se encargaron de sacar su error a las clases capitalistas. También en Alemania
llego el momento en que los aristócratas terratenientes y los capitalistas tuvieron que elegir entre destruir
al fascismo o ceder el fascismo al poder estatal. Ante esta situación, decidieron la cesión del poder estatal
a Hitler.

El fascismo Alemán aun fue más rápido que el Italiano en utilizar el poder estatal conquistado, para
expulsar del Gobierno a los partidos burgueses, disolver los partidos y organizaciones de la burguesía y
establecer la dictadura “totalitaria”.

Frente a la burguesía, el fascismo suele justificarse afirmando que la ha salvado de la revolución proletaria,
del “bolchevismo”. De hecho, el fantasma del “bolchevismo” ha sido utilizado con frecuencia por la
propaganda fascista para meter miedo a los intelectuales, los pequeños burgueses y los campesinos.

La clase capitalista y los grandes terratenientes no han cedido el poder a los fascistas para defenderse
frente a una revolución proletaria inminente, sino con objeto de poder bajar los salarios, destruir las
conquistas sociales de la clase obrera y barrer los sindicatos y posiciones de fuerza política de la misma.
Es decir, no para combatir contra un socialismo revolucionario, sino para echar abajo las conquistas de un
socialismo reformista.

La dictadura fascista se produce como consecuencia de un peculiar equilibrio de fuerzas entre clases.

De un lado está la burguesía, dueña de los medios de producción y circulación, así como del poder estatal.
Pero la crisis económica destruye los beneficios de esa burguesía. Esa burguesía ya no tiene fuerza
suficiente para imponer su voluntad con los recursos ideológicos que le permitían dominar a las masas
electorales dentro del régimen de democracia burguesa. Pero tiene fuerza suficiente para formar y
equipar un ejército privado irregular, ilegal, y lanzarlo contra la clase obrera.

Del otro lado, tenemos una clase obrera, dirigida por el socialismo reformista y por los sindicatos. El
reformismo y las uniones obreras han llegado a ser más fuertes de lo que la burguesía puede soportar. La
resistencia de los mismos contra un mayor grado de explotación es un obstáculo a la política deflacionista
que no puede ser eliminado sino por la violencia.

Las masas pequeño-burguesas, campesinas y proletarias lo consideran como un “partido del sistema”,
que participa y transita esa democracia burguesa producida por la crisis económica. De aquí que el
socialismo reformista no sea capaz de atraer las masas revolucionadas por la crisis, que se adscriben a su
mortal enemigo, el fascismo.

El resultado de este equilibro de fuerzas, o mejor dicho, de la debilidad de ambas clases, es la victoria del
fascismo, que actuando al servicio del capitalismo aplasta a la clase obrera. El nuevo absolutismo fascista
es resultado de un equilibrio circunstancial, en el que ni la burguesía es capaz de imponer su voluntad al
proletariado con los métodos legales tradicionales, ni el proletariado acierta a liberarse de la dominación
burguesa; al fin, ambas clases caen bajo la dominación de las hordas fascistas violentas utilizadas por la
clase capitalista contra el proletariado, teniendo que someterse ella misma a la dictadura de aquellas.
El terror fascista amenaza también a los capitalistas, la dictadura fascista ha disuelto también, o sometido
a su tutela, algunas organizaciones capitalistas. Dicha dictadura se apodera de la prensa capitalista,
transformando los órganos de opinión del capital en órganos de opinión del poder gubernamental y
privando así al capital de disponer libremente del más importante medio de influencia sobre las masas.
La dictadura fascista no deja de convertirse, en órgano ejecutor de las necesidades, intereses y voluntades
de dicha clase.

Si en el régimen de democracia burguesa el poder pertenecía a toda la burguesía, aunque bajo la dirección
del gran capital, con la dictadura fascista el poder es monopolio del gran capital y de los grandes
terratenientes, mientras que las masas de la burguesía y del campesinado carecen totalmente de
influencia.

Entre 1923 y 1925, el partido fascista fue convirtiéndose en un dócil instrumento del poder estatal, en
cuyo seno queda prohibida toda libre discusión, toda libre elección de jefes y toda autonomía. De este
modo, se realizó la deposición total de la pequeña burguesía; la dictadura, controlada por los grandes
capitalistas y terratenientes, extiende su despotismo a pequeños burgueses y campesinos. Un proceso
idéntico tuvo lugar en Alemania.

El fascismo destruye todos los derechos de libertad individual, anula la libertad de las elecciones y
destruye las organizaciones proletarias; con ello, la clase proletaria es privada totalmente de sus derechos
y poderes. En lugar de la dominación de clase limitada por las instituciones democráticas, se tiene la
dominación de clase “totalitaria”: es decir la dictadura. La contrarrevolución, por consiguiente, representa
el paso de la dominación de clase de toda la burguesía, limitada de la clase de los grandes capitalistas y
terratenientes.

El orden social tiene más fuerza que la constitución estatal. La fuerza económica del capital se subordina
a cualquier poder estatal siempre que el timón de la economía permanezca en manos del capital.

En la democracia burguesa, la burguesía dominaba a través de la casta gobernante de los políticos


profesionales formados en los partidos burgueses de masas. Bajo la dictadura fascista, los grandes
capitalistas y terratenientes ejercen su despotismo sirviéndose de la casta gobernante, que es la que ha
tomado el poder con la victoria del fascismo.

Por su orientación militarista-nacionalista, la dictadura conduce la “economía dirigida” a la preparación


de la economía de guerra, lo cual no solo representa graves sacrificios para la masa popular, sino además
conflictos con muy poderosos sectores capitalistas. El elevado corte del rearme que ella impulsa, no pesa
únicamente sobre el pueblo, sino también sobre el capital. De este modo, importantes grupos de la clase
capitalista dominante pasan a la oposición contra la casta fascista gobernante.

Dado que el fascismo ha triunfado en dos grandes Estados, donde ha estabilizado su dominación, es
posible que su ejemplo sea imitado en otros países y bajo otras circunstancias, aunque no se den iguales
condiciones nacional-políticas.

El fascismo ha demostrado a la clase capitalista de todos los países que puede bastar una minoría de
mercenarios atrevidos para arrebatar al pueblo todas las libertades, todas las instituciones democráticas,
todas las organizaciones autónomas, para sojuzgar completamente a la clase obrera e implantar una
dictadura capitalista-militarista. Este ejemplo induce a la imitación incluso donde las condiciones para la
victoria del fascismo no sean las mismas que en Italia y Alemania. Un caso claro es la implantación de la
dictadura fascista en Austria.

En poder de todos los recursos de fuerzas militar, potencia económica y dominio ideológico sobre las
masas, la clase capitalista puede utilizar en todas partes el poder estatal para favorecer rápida y
decisivamente cualquier comienzo de movimiento fascista que se forme a imitación del ejemplo alemán
e italiano, sirviéndose de el para la implementación de su dictadura.
Las perspectivas de una victoria fascista no son en modo alguno iguales en todos los países. Su triunfo es
más probable en países cuya economía haya atravesado conmociones particularmente graves, que en
aquellos que poseen un capitalismo poderoso y resistente.

La gran marea del fascismo, que inundo Europa como consecuencia de la crisis económica mundial,
alcanzo su punto culminante en los años 1933 y 1934. Después de las victorias fascistas en Alemania,
Austria y los países bálticos, se incrementaron las agitaciones fascistas en todos los países democráticos.
Pero, a consecuencia del proceso de reactivación económica de los años 1934 y 1935, no llegaron a tomar
cuerpo.

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