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Cuando sentía los dolores del parto, la mujer dejaba las labores cotidianas, se iba al río cercano y

daba a luz en cuclillas. Luego lavaba al infante, le cortaba el cordón umbilical con los dientes o
usando cuchillos de obsidiana; para evitar la infección le aplicaba un emplasto de hierbas en el
ombligo, y finalmente le arropaba y lo cargaba a la espalda. De inmediato la madre reiniciaba sus
labores cotidianas, prueba de la fortaleza y estoicismo de la mujer andina. Ese mismo día se le
ponía al niño su primer nombre, generalmente aludiendo algún rasgo físico notorio o al lugar de su
nacimiento.

La infancia transcurría sin que el niño recibiera mimos ni halagos. La educación era severa. La
madre le daba de lactar en el suelo y nunca le cargaba en los brazos. Cuando llegaba el tiempo en
que el niño intentaba ponerse de pie y caminar, lo introducían en un hoyo que le llegaba hasta el
pecho, con los brazos afuera, para que pudiese jugar con pequeños juguetes de barro cocido. En
otros casos les metían a una bolsa donde le amarraban y colgaban de una viga del techo, para que
de ese modo se entretuviera con el vaivén.

Al año de nacido se le cortaba el cabello en una ceremonia especial (Rutuchicuy): cada uno de los
parientes le cortaban un mechón de su cabello y le daban presentes. Ceremonia que muchos
habitantes andinos todavía realizan, con el nombre de “corta pelo”. Se le ponía un segundo
nombre en reemplazo del primero. Parece ser que años después, en la adolescencia, se volvía a
cambiar de nombre.

Los menores varones de 5 a 9 años (pucllacunas), se dedicaban a ayudar a sus padres,


desgranando mazorcas, haciendo sogas, espantando moscas o distrayendo a los niños más
pequeños. Las niñas de la misma edad (pucllas) dedicábanse a cargar el agua, llevar la comida,
recoger la leña. Las que destacaban por su belleza física eran seleccionadas para ser acllas y
llevadas a un lugar llamado el acllahuasi o casa de las escogidas.

Los niños de 9 a 12 años (tocllacoc) recolectaban plumas y cazaban pájaros. Las niñas de esa
misma edad (pasupallas) recogían hierbas medicinales y flores para teñir la lana.

Los adolescentes de 12 a 18 años (mactacunas) se dedicaban a cuidar el ganado. Se iban


ejercitando igualmente con ejercicios físicos. Las muchachas o doncellas (corocunas) se dedicaban
al servicio doméstico, al tejido, al hilado. Cuando sucedía su primera menstruación se realizaba un
ceremonial llamado Quicuchicuy. Las jóvenes debían permanecer encerradas en su casa y guardar
ayuno. Luego de 3 días, sus madres las lavaban, trenzaban sus cabellos, vestíanlas con ropas de
gala y las calzaban con ojotas blancas. A la casa iban los parientes, el tío de mayor jerarquía daba
el nombre a la doncella, les dirigía una exhortación moral y le entregaba algún presente.
Sucesivamente los demás deudos presentaban sus obsequios. A partir de los 18 años, las mujeres
debían contraer matrimonio, formando su propio hogar.
Los mozalbetes de 18 a 25 años (sayapajas) estaban obligados a ir a la guerra. Cuando volvían de la
guerra podían recién casarse, para lo cual tenían que esperar la venida anual del Tucuirícuc,
funcionario imperial que hacía entonces de Huarmicoco o repartidor de mujeres. Todos los
hombres de 25 años y las mujeres de 18 hacían sendas filas y el Huarmicoco los iba enlazando,
según el orden que habían formado. Al parecer no mediaba el acomodo, de modo que los enlaces
eran puramente aleatorios. Al final de las filas solían ponerse los que tenían defectos físicos, de
modo que el tuerto solía casarse con la tuerta, el enano con la enana, etc. Después de la
ceremonia se celebraba una gran fiesta en la que participaban todos los miembros del ayllu.

En algunas regiones existían otras formas de casarse, como el matrimonio de prueba llamado
Tinkunakuspa: se acostumbraba que el hombre conviviera con la mujer para comprobar si era apta
para las labores domésticas y solo después de ello la solicitaba formalmente. Concepciones
semejantes han sobrevivido hasta hoy en la región andina, con el llamado Servinacuy.

El hombre del pueblo solo podía tener una esposa, so pena de severo castigo; la poligamia era un
privilegio de la nobleza.

La etapa adulta comenzaba pues, cuando hombre cuando contraía matrimonio y fundaba su
familia. Era entonces el elemento más activo en el trabajo y en el servicio de armas. Se le
denominaba Aucacamayoc, y más comúnmente, Puric. Tal obligación duraba hasta los 50 años.

Los hombres eran dueños de su choza y de sus implementos domésticos, que eran básicos. Su
vestuario era simple y tosco, y sus ornamentos sencillos, a diferencia de los miembros de la
nobleza quienes se vestían con finos tejidos y lucían relucientes joyas. No eran dueños de la tierra
que cultivaban, solo sus usuarios. Utilizaban en común las áreas de pastoreo y de extracción de
leña.

A cambio de su trabajo tenían la seguridad de contar con un sustento mínimo vital y el necesario
en caso de calamidades, de acuerdo a lo planificado por el Estado. También contaban con
momentos de alegría y diversión, durante las diversas fiestas religiosas que se realizaban a lo largo
del año, las mismas que duraban días y donde se bebía abundante chicha o licor de maíz (acja),
jolgorios que los españoles malinterpretaron y denominaron “grandes borracheras”,
atribuyéndolos erradamente al vicio y a la ociosidad.

En la ancianidad la actividad del trabajo era cada vez menor y menores también las obligaciones.
Los hombres mayores de 50 años o Puricmachos quedaban exonerados del servicio militar, del
pago de tributo y del cultivo de tierras, pero continuaban realizando actividades más livianas,
como el acarreo de leña y paja, así como corregir y castigar a los muchachos. Algunos se
desempeñaban como quipucamayocs o intérpretes de los quipus. Los muy viejos, mayores de 80
años (Roctomachos), realizaban labores menores como la fabricación de sogas y costales, así como
la crianza de animales de corral.

Al morir una persona se celebraba un velorio que duraba 5 días con sus noches (Pacaricuc),
durante los cuales solo comían maíz blanco y carne sin sal ni ají, entonaban endechas que decían
las excelencias del muerto, ya en coros, ya en manera de diálogo y luego de sacar al difunto para
enterrarlo, inhabilitaban para siempre la puerta usada al efecto e iban al río a lavar sus ropas. El
luto se guardaba por un año.

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