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El milagro económico de Japón

Japón, con escasos recursos y un medio extraordinariamente hostil,


se ha convertido en una gran potencia económica cuyo modelo ha
servido para inspirar a una amplia serie de países en la senda del
crecimiento económico y el desarrollo.

Pese a haber experimentado una extraordinariamente larga crisis económica,


Japón es la tercera economía del mundo, un Estado superpoblado y rico, con
la esperanza de vida más alta, un buen sistema educativo, una
bastante equitativa distribución de la renta y altas posiciones en los diferentes
índices de desarrollo humano. Sin embargo, estos logros contrastan con los
condicionantes tradicionales para lograr el desarrollo.

Sobrepoblación, un medio hostil, un complicado relieve, amplios y frecuentes


riesgos ambientales, dependencia alimentaria exterior, ausencia de minerales y
escasez de otras materias primas y fuentes de energía… Estas son las
condiciones de muchos países subdesarrollados, que limitan el avance de las
sociedades que los habitan y obligan a destinar una gran cantidad de recursos a
la mera supervivencia. Pero estas condiciones son también las de Japón, el
segundo país más rico del mundo rico. ¿Cómo ha logrado el país del sol naciente
ser una potencia próspera y desarrollada? ¿Es posible copiar su modelo de
desarrollo? ¿Se pueden superar las limitaciones ambientales?

Un medio hostil

Japón es un archipiélago de miles de islas con cuatro islas principales:


Hokkaido, Honshu, Shikoku y Kyushu. El relieve es además abrupto y
montañoso, solamente explotable por sistemas forestales; la zona llana cubre
únicamente el 16% del área, concentrada en estrechos valles y franjas junto a la
costa. En estas condiciones, se limitan los lugares donde se pueden realizar la
mayoría de las actividades económicas, y las comunicaciones y el comercio son
difíciles.
Las fuertes pendientes interiores llevan a la formación de más de una decena de
ciudades costeras millonarias y grandes conurbaciones.
Además, en Japón viven más de 120 millones de personas, con una densidad de
población de 336 habitantes por kilómetro cuadrado, pero concentrada en las
escasas regiones llanas y con un interior montañoso despoblado, lo que supone
densidades reales de más de mil habitantes por kilómetro cuadrado en las zonas
llanas y la formación de grandes conurbaciones urbanas, como la de Tokio-
Yokohama —30 millones de habitantes— o la de Kobe-Osaka-Kioto —20
millones—. Esto genera problemas en la gestión de los usos del suelo por la
competencia entre la agricultura, la industria y los usos residenciales por las
escasas zonas llanas.

Su ubicación en el Cinturón de Fuego del Pacífico, la zona sísmica y volcánica


más activa del mundo, somete al país a frecuentes terremotos, erupciones
volcánicas y tsunamis. A los riesgos geológicos se suman los riesgos climáticos,
desbordamientos durante los deshielos y el frecuente azote de tifones. En otras
palabras, la población y la economía se concentran en aquellas zonas —los
fondos de los valles— más susceptibles de sufrir inundaciones y las más
vulnerables —zonas costeras— al riesgo de tsunamis.
Un interior despoblado lleva a que las costas tengan densidades de población muy
elevadas.
A esto hay que sumar que, al ser un archipiélago volcánico, hay una ausencia
casi absoluta de materias primas y fuentes de energía que ha llevado a su
importación masiva, con una casi absoluta dependencia exterior, pero también
de productos alimentarios, ya que, pese a la fertilidad de los suelos y la riqueza
marítima, la alta densidad y la escasa superficie cultivable hacen que haya que
competir por el terreno con otros usos más rentables.

La clave Meiji

El modelo de desarrollo nipón parte de la restauración Meiji, una reacción


pragmática de la nobleza japonesa para hacer frente a las potencias occidentales
que a mediados del siglo XIX estaban imponiéndose en Asia oriental a base
de tratados comerciales desiguales gracias a su superioridad militar. Se trató de
una auténtica revolución que cambió el sistema económico, territorial, político
y, en parte, social. Este hecho histórico único marcó los puntos claves del
modelo nipón.

El Estado empezó a intervenir en la economía protegiendo la producción y


dirigiendo la industrialización. El objetivo era evitar que las mercancías
occidentales inundaran el mercado —y desviaran la riqueza del país a
Occidente— y mantener el honor del Estado. Para ello se requería modernizar —
es decir, industrializar— el país para autoabastecerse, pero Japón es un país
pobre en materiales industriales y fuentes de energía; por tanto, no tenía
ninguna capacidad para hacerlo.

La solución fue importar estas materias primas y fuentes de energía de otros


Estados asiáticos, transformarlos mediante la industria y aportarles un valor
añadido para después abastecer Japón y protegerse de las importaciones
extranjeras, si bien acabó vendiendo también en los mercados orientales, lo que
permitiría sufragar los costos de las importaciones con el valor añadido de las
exportaciones.

El mayor problema es que se carecía de una clase industrial con iniciativa


emprendedora. En consecuencia, el Estado expropió la tierra a los daimios —
alta nobleza— y les pagó con bonos para destinar a la industria. El Estado se
hizo cargo de invertir en las industrias, adquirir la maquinaria y tecnología
occidentales y formar a técnicos —bien enviando estudiantes a Occidente o
atrayendo occidentales cualificados—; cuando estas industrias eran rentables,
las ponían a la venta por debajo de su valor, lo que evitaba la necesidad de la
iniciativa empresarial y generaba directamente una rica burguesía que se estaba
beneficiando de una industrialización que no había iniciado, pero que disponía
de bonos para destinar a su continua modernización o al desarrollo de nuevas
fábricas. Las elites del país acabaron haciéndose con numerosas industrias de
diferentes sectores y generaron grandes conglomerados empresariales:
los zaibatsus.

El éxito parecía garantizado: la nueva industria nipona había encontrado el


modo de funcionar sin recursos locales, estaba más cerca de los mercados
asiáticos que la occidental, contaba con trabajadores con salarios inferiores a los
occidentales y existía un riesgo empresarial mínimo. Japón se había sumado a la
Revolución Industrial.

Una sociedad neofeudal

La revolución había sido llevada a cabo por la nobleza, que pasó de ser
terrateniente en un sistema feudal a señores industriales en otro capitalista.
Aunque se acabó con el feudalismo jurídico, el rápido cambio dirigido por la
antigua nobleza permitió mantener la estructura feudal dentro del sistema
empresarial, mezclada con abundantes elementos confucianos y la moral
samurái.

Esto significó que el campesinado pasó de servir a los señores feudales en el


campo a trasladarse a las ciudades para servir a los mismos señores convertidos
en burgueses. De ahí que hasta la actualidad haya perdurado una relación
paternalista por parte de la empresa con sus trabajadores, que a su vez sirven a
la misma por encima de sus intereses personales, y generalmente de por vida, en
un modelo de mutua lealtad.

Así, se dan características únicas, como salarios acordes con la edad y no con el
puesto, ascensos según el tiempo en la empresa y no según el trabajo, la
contratación de personas por sus lazos familiares con otros trabajadores, el
mantenimiento de plantillas por encima de las necesidades de las empresas, el
trabajo duro en servicio de la compañía, por el bien colectivo —aun en perjuicio
de la vida privada o de la ausencia de recompensas—, o una altísima
responsabilidad social de las empresas.

Las empresas buscan a sus futuros trabajadores con años de antelación, cuando
aún están estudiando, y luego se dedican a formarlos para ocupar los puestos
que quedarán vacantes, asegurándose de que cada persona tiene la formación
perfecta para su puesto y sus funciones.

Estas características permiten que la empresa japonesa dedique parte de sus


recursos a la continua formación de sus trabajadores y que estos introduzcan
continuamente pequeños cambios que repercutan en la productividad
generando kaizen, mejora continua, una inversión en I+D —investigación y
desarrollo— de la que toda la empresa participa.
Japón ha apostado por la innovación para estar siempre a la vanguardia tecnológica
mundial.
Pese a todo, sus características neofeudales hacen de la nipona una sociedad
muy conservadora, de tal modo que, mientras se han producido grandes
avances económicos y sociales, en algunos aspectos está muy lejos de los
estándares del resto de países industrializados, como en la integración de la
mujer al mundo del trabajo, la aceptación de la inmigración y la población
LGTB o los derechos laborales.

El milagro japonés

Aunque la revolución Meiji fue clave en el inicio de la industrialización en


Japón, el país producía bienes de escasa calidad y sus exportaciones eran
irrisorias en el contexto internacional. Cuando Europa se enfrascó en la Gran
Guerra, Japón pudo captar los mercados asiáticos, pese a la inferior calidad de
sus bienes, y generar el 3% de las exportaciones mundiales. Sin embargo, no
había alcanzado los niveles de desarrollo social ni económico de los Estados
occidentales más industrializados antes de la II Guerra Mundial. Además, la
guerra devastó la nación, acabó con gran parte de los avances alcanzados y
sumó nuevos problemas para el desarrollo nipón, como la integración de seis
millones de repatriados desde las excolonias, el pago de indemnizaciones de
guerra o la desarticulación de los zaibatsus.

Solamente cuando estalló la guerra de Corea pudo superar su posguerra, ya que


Estados Unidos, potencia ocupante de Japón, cambió su política respecto al
archipiélago al aplicar una estrategia de contención al comunismo y emplear las
islas como punto de suministros a Corea y como avanzadilla capitalista en Asia
oriental. Ello permitió la llegada de abundante capital, una rápida
reindustrialización ante la demanda de suministros de las tropas
estadounidenses y la rearticulación de los zaibatsus en keiretsus.

Mitsubishi es uno de los grandes keiretsus. Elaboración propia.


Estas organizaciones empresariales aunaron entidades industriales,
comerciales, de servicios a empresas, aseguradoras y bancos, de tal modo que
permiten realizar todas o la mayor parte de las actividades empresariales con
empresas de su keiretsu, en las que además tienen participación. Se genera así
un modelo de colaboración y ayuda asegurada y de préstamos baratos donde las
empresas extranjeras no tienen cabida, ya que no tienen a quién comprar o
vender. Esto ha creado oligopolios generalizados que pueden subir los precios
para la venta de productos en el mercado interno mientras se hace dumping —
‘venta a pérdida’— en los mercados extranjeros.

El milagro japonés, el modelo genuino que desarrolló Japón, volvió sobre un


fuerte intervencionismo estatal, grandes holdings empresariales y la adquisición
de tecnología. Se importaban materias primas del sudeste asiático mientras se
exportaban productos manufactureros, cada vez de mayor calidad y valor
añadido, gracias a la reinversión de los beneficios en la adquisición y desarrollo
de nueva tecnología y no en el reparto de dividendos, como es habitual en
Occidente. Se empezó con el desarrollo de industrias químicas y metalúrgicas
para después, cuando tuvieran una buena base, pasar hacia las procesadoras.

En todo esto fue fundamental la intervención del Gobierno, que defendió un


fuerte proteccionismo —frente a las tendencias liberalizadoras mundiales— para
así proteger las industrias locales hasta que fueran capaces de competir con las
extranjeras. En este proceso tuvo un papel clave el Ministerio de Industria y
Comercio Exterior (MITI por sus siglas en inglés), que se encargó de desarrollar
planes para las industrias punteras con capital a bajo interés, subsidios fiscales y
ayuda en la adquisición tecnológica, pero también con directrices de
comportamiento para las empresas, con lo que se dirigían los esfuerzos de toda
la nación hacia los sectores que consideraba emergentes. Entre 1955 y 1973,
Japón experimentó tasas de crecimiento de entre el 6 y el 12% anual, muy
superiores a las del resto de los Estados industrializados.

Desde que finalizó la II Guerra Mundial, Japón vivió un fuerte incremento de su PIB
que no experimentaron otros países industrializados. Fuente: Economía de Japón, Á.
Pelegrín Solé y A. Jensana Tanehashi, 2011

La deslocalización

Las empresas japonesas tuvieron poca presencia internacional hasta que en la


segunda mitad de los 60 alcanzaron un nivel tecnológico suficiente que les
permitiese competir en el exterior. En 1971, tras el Nixon Shock, el yen —la
moneda japonesa— quedó desvinculado del dólar y perdió rápidamente su
competitividad al revalorizarse. En esta situación, los holdings empresariales
japoneses empezaron a instalarse en países en desarrollo del sudeste asiático, lo
que les permitió reducir las desventajas de los nuevos tipos de cambio elevados
con trabajadores más baratos que la ahora cara mano de obra japonesa.

Poco después, en 1973, estalló la crisis del petróleo, que disparó el precio de los
combustibles. Un país como Japón, completamente dependiente de los
hidrocarburos para producir energía, importar materias primas y exportar
productos elaborados, debería haber sido muy afectado, pero, aunque estas
nuevas circunstancias ralentizaron su crecimiento económico, no lo detuvieron.

Ante estos nuevos escenarios, había quedado claro que la industria nipona era
vulnerable y estaba perdiendo competitividad. Japón buscó otra salida: se
convirtió en uno de los pioneros de la deslocalización, se libró de las industrias
que consumían mucho espacio en el congestionado país, tenían bajo valor
añadido, necesitaban abundante mano de obra, requerían gran cantidad de
energía o eran demasiado contaminantes y cedió espacio a los sectores más
rentables y con mayor valor añadido, con el consiguiente abaratamiento en la
producción de bienes intermedios.
La deslocalización fue una de las claves del éxito del modelo nipón, pero a medida que
otros países replicaban el modelo aumentó el número de competidores.

En 1986, cuando las exportaciones niponas ya representaban el 10% del total


mundial, el derrumbe del sistema de Bretton Woods y la política de Regan, que
aumentó el déficit federal estadounidense, hicieron de Japón el primer
banquero mundial. Tokio aumentó aún más sus relaciones político-económicas
con los países del entorno para acceder a su mano de obra barata y disciplinada
y a sus materias primas.

La crisis del modelo

Desde los 90, el país el país se enfrenta a una larga crisis, con un estancamiento
de su economía. La crisis se inició por el estallido de una gran burbuja
financiera e inmobiliaria desarrollada durante los 80 al amparo de Japón como
banquero mundial, pero se ha prolongado en el tiempo por el envejecimiento de
la población y la competencia de otros países asiáticos.

Precisamente fueron los llamados tigres o dragones asiáticos, una serie de


países que habían imitado el modelo de desarrollo japonés, los que empezar a
competir con los productos nipones. Japón había movido sus industrias a estos
países para reducir los costos de producción, lo que le valió transformarse en la
segunda economía del mundo, pero estos Estados habían adquirido en el
proceso el conocimiento y la tecnología japonesas y, con un fuerte
intervencionismo estatal, lograron elaborar productos de cada vez mayor
calidad, hasta el punto de ser ellos los que recurrían a la deslocalización para
hacer su actividad industrial rentable.

A diferencia del sistema japonés, los tigres asiáticos nunca tuvieron el sistema
industrial dominado por la aristocracia, por lo que la política no se dedicó a
proteger los intereses de ciertos sectores frente al beneficio colectivo. Por su
parte, el MITI había aplicado un proteccionismo a sectores claramente en
declive y no solamente en auge, lo que lastró los esfuerzos de todo Japón.

El resultado fue que Japón perdió su ventaja competitiva, superado por sus
discípulos. Su modelo de desarrollo ha resultado un triunfo económico
replicable, pero Japón está muriendo de éxito. A su vez, aunque se han
conseguido grandes avances en educación, sanidad, equidad económica o
derechos laborales, el modelo de desarrollo nipón se ha centrado en el plano
económico y ha dejado de lado la igualdad de género, los derechos de las
minorías sexuales, el ocio o la felicidad misma de sus ciudadanos, con una de las
tasas de suicidios más altas del mundo, legado que sus alumnos también han
heredado.

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