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Un medio hostil
La clave Meiji
La revolución había sido llevada a cabo por la nobleza, que pasó de ser
terrateniente en un sistema feudal a señores industriales en otro capitalista.
Aunque se acabó con el feudalismo jurídico, el rápido cambio dirigido por la
antigua nobleza permitió mantener la estructura feudal dentro del sistema
empresarial, mezclada con abundantes elementos confucianos y la moral
samurái.
Así, se dan características únicas, como salarios acordes con la edad y no con el
puesto, ascensos según el tiempo en la empresa y no según el trabajo, la
contratación de personas por sus lazos familiares con otros trabajadores, el
mantenimiento de plantillas por encima de las necesidades de las empresas, el
trabajo duro en servicio de la compañía, por el bien colectivo —aun en perjuicio
de la vida privada o de la ausencia de recompensas—, o una altísima
responsabilidad social de las empresas.
Las empresas buscan a sus futuros trabajadores con años de antelación, cuando
aún están estudiando, y luego se dedican a formarlos para ocupar los puestos
que quedarán vacantes, asegurándose de que cada persona tiene la formación
perfecta para su puesto y sus funciones.
El milagro japonés
Desde que finalizó la II Guerra Mundial, Japón vivió un fuerte incremento de su PIB
que no experimentaron otros países industrializados. Fuente: Economía de Japón, Á.
Pelegrín Solé y A. Jensana Tanehashi, 2011
La deslocalización
Poco después, en 1973, estalló la crisis del petróleo, que disparó el precio de los
combustibles. Un país como Japón, completamente dependiente de los
hidrocarburos para producir energía, importar materias primas y exportar
productos elaborados, debería haber sido muy afectado, pero, aunque estas
nuevas circunstancias ralentizaron su crecimiento económico, no lo detuvieron.
Ante estos nuevos escenarios, había quedado claro que la industria nipona era
vulnerable y estaba perdiendo competitividad. Japón buscó otra salida: se
convirtió en uno de los pioneros de la deslocalización, se libró de las industrias
que consumían mucho espacio en el congestionado país, tenían bajo valor
añadido, necesitaban abundante mano de obra, requerían gran cantidad de
energía o eran demasiado contaminantes y cedió espacio a los sectores más
rentables y con mayor valor añadido, con el consiguiente abaratamiento en la
producción de bienes intermedios.
La deslocalización fue una de las claves del éxito del modelo nipón, pero a medida que
otros países replicaban el modelo aumentó el número de competidores.
Desde los 90, el país el país se enfrenta a una larga crisis, con un estancamiento
de su economía. La crisis se inició por el estallido de una gran burbuja
financiera e inmobiliaria desarrollada durante los 80 al amparo de Japón como
banquero mundial, pero se ha prolongado en el tiempo por el envejecimiento de
la población y la competencia de otros países asiáticos.
A diferencia del sistema japonés, los tigres asiáticos nunca tuvieron el sistema
industrial dominado por la aristocracia, por lo que la política no se dedicó a
proteger los intereses de ciertos sectores frente al beneficio colectivo. Por su
parte, el MITI había aplicado un proteccionismo a sectores claramente en
declive y no solamente en auge, lo que lastró los esfuerzos de todo Japón.
El resultado fue que Japón perdió su ventaja competitiva, superado por sus
discípulos. Su modelo de desarrollo ha resultado un triunfo económico
replicable, pero Japón está muriendo de éxito. A su vez, aunque se han
conseguido grandes avances en educación, sanidad, equidad económica o
derechos laborales, el modelo de desarrollo nipón se ha centrado en el plano
económico y ha dejado de lado la igualdad de género, los derechos de las
minorías sexuales, el ocio o la felicidad misma de sus ciudadanos, con una de las
tasas de suicidios más altas del mundo, legado que sus alumnos también han
heredado.