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UAM-C
Teoría Social
Camilo Becerril
Introducción
“La política como vocación” es un texto que no fue pensado, en un primer momento, para
ser publicado en forma impresa sino que fue dicho “de boca a oído”, es decir, Max Weber lo
hizo para presentarlo en una conferencia a la que fue invitado por la Asociación Libre de
Estudiantes de Munich en 1919. Marianne Weber resalta que esta disertación se inscribió en
un ciclo de conferencias que tenían por objetivo “servir de guía”1 intelectual a un conjunto
de muchachos afectados profundamente por los estragos de la Primera Guerra Mundial.
Los ensayos de Hannah Arendt compilados por la socióloga Úrsula Ludz con el nombre de
¿Qué es la política? sí fueron pensados por Arendt para ser publicados en un libro que se
llamaría Introducción a la política; sin embargo, la misma Arendt no pudo concretar ese
proyecto. Dichos ensayos fueron escritos durante la segunda mitad de la década de 1950.
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Estas aclaraciones que Marianne Weber hizo sobre “La política como vocación” están señaladas en una
nota a pie del texto de Max Weber.
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Arendt mantuvo una relación epistolar con Jaspers (que abarca el período 1926-1969) en
donde, entre otros autores, Weber fue centro de la discusión. El principal asunto que trataban
en dicha correspondencia era la cuestión de “la autoconciencia alemana” (Villacañas, 2009:
p.3). Karl Jaspers se sentía identificado con el ethos teórico de Weber, sin embargo, Arendt
manifestaba una indisposición “al patriotismo ético”, al pensamiento y a la figura del
sociólogo (p. 2,3). Nos dice Villacañas que quizás dicha repulsión hacia Weber por parte de
Arendt se pueda encontrar en su rechazo hacia la sociología histórica en general; en todo
caso, no era una hostilidad hacia Weber sino hacia las consecuencias teóricas de este
sociólogo (p. 3) Arendt pretendía situarse desde el punto de vista de una filosofía crítica con
“pretensiones de absoluto” , desde el punto de vista del sujeto trascendente que consideraba
a la sociología como un ámbito antagónico, pues la sociología histórica se situaba en un
enfoque que consideraba la contingencia de todo tipo de pensar o de conocimiento: “Lo
absoluto, lo incondicionado, el terreno de la ontología, todo esto era para la sociología un
encubrimiento ideológico promovido por la propia facticidad histórica para ponerse por
encima de su propia contingencia” (4).
En “La política como vocación” Weber (1998) concibe la política como la pretensión de
participar en el poder o de ejercer determinada influencia en la distribución del poder sobre
diversos Estados o sobre los individuos de un Estado.
Según Weber, toda asociación política en general, y el Estado en particular, puede ser
definida sociológicamente refiriéndose a un “medio específico” que esa asociación posee;
este medio es la “violencia física”(83).
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En este sentido, el Estado se distingue de otras asociaciones porque posee como “medio
específico” la violencia física: la violencia es un elemento necesario para la existencia del
Estado.
Así pues, podemos notar que “la política”, en sentido weberiano, está asociada íntimamente
a los fenómenos del poder, del Estado y de la violencia física. Política, poder, Estado y
violencia física son indisociables.
De estos tres tipos de legitimidad de una dominación, del que Weber se ocupa en este texto
es el de la dominación que se realiza cuando los sujetos están sometidos “al carisma
puramente personal del caudillo” (86). Y es en esta autoridad del carisma donde la noción
de “vocación” tiene sus raíces. Este caudillaje-carismático político es un rasgo peculiar de
Occidente (87).
Weber hace un recorrido histórico para detectar el desarrollo o evolución de este caudillo
político propio de Occidente. También hace referencia a otras figuras importantes que
determinan la lucha por el poder político, como los “políticos profesionales” que jugaron un
papel importante en el desarrollo del Estado moderno (92).
Pero lo que aquí nos resulta relevante resaltar es lo que dice Weber sobre la política en
términos generales: “Quien hace política pacta con los poderes diabólicos que acechan en
torno a todo poder” (174). Así pues, entendemos que la política es la consecución del poder
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del Estado, el cual es “una asociación de dominación” (92) que tiene como medio específico
de funcionamiento la violencia física legítima. Y es este medio el que entiende Weber como
“los poderes diabólicos” que están relacionados con el poder político.
Según Arendt (2012), la política es un elemento que tiene que ver con los hombres en plural,
es decir, con los hombres particulares determinados por la contingencia, y no con el hombre
en general como una esencia universal: “La política se basa en el hecho de la pluralidad de
los hombres. Dios ha creado al hombre [Mensch], los hombres son un producto humano,
terrenal, el producto de la naturaleza” (45). La política tiene que ver con los tipos de relación
que se establecen entre estos hombres, con la convivencia que entre ellos emerge, con la
coexistencia de los unos con los otros.
Este encuentro entre los hombres, según Arendt, está posibilitado por la construcción de un
espacio artificial en el que se desarrollan, es decir, para que los hombres puedan convivir
entre ellos deben construir un mundo. El término “mundo”, para Arentd, tiene el significado
de un constructo no natural donde los hombres obtienen su identidad y donde se determinan
a ellos mismos: “Dondequiera que los hombres coincidan se abre paso entre ellos un mundo
y es en este “espacio entre” donde tienen lugar todos los asuntos humanos” (57).
En este sentido, los grupos de hombres que interactúan en tal o cual mundo están
condicionados por las configuraciones de esos mundos. Es como si dijéramos que los
procesos de desarrollo tecnológico determinan profundamente la estructura social de los
hombres, la manera en que conviven, la manera en que coexisten: “Este mundo de cosas en
que los hombres actúan les condiciona y por este motivo toda catástrofe que surge repercute
sobre ellos y les afecta” (58).
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Por otra parte, para Arendt el sentido esencial de la política es la libertad. Sin embargo, esta
noción de libertad, en el contexto de los estragos derivados de las grandes catástrofes políticas
del siglo XX, ha perdido vigencia. Por eso Arendt insiste que en su actualidad no se
preguntaban ya por el sentido de la política sino si la política tenía todavía algún sentido:
“Quizá las cosas han cambiado tanto desde los Antiguos, para los que política y libertad eran
idénticas, que ahora, en las condiciones modernas, una y otra han tenido que separarse por
completo” (62).
Y es que para Arendt, en un contexto en que los Estados dominantes impulsaron el desarrollo
de tecnologías diseñadas para causar violencia y su posible efecto de destrucción total, la
política ya no estaba desvinculada solo de la noción de libertad sino también de la posibilidad
de concebirla como un medio para mantener la vida humana.
Así pues la pluralidad de los hombres, que conviven y están determinados por un espacio
artificial creado por ellos mismos, tienen la posibilidad de ser políticos, es decir, de ser libres,
gracias a la capacidad inherente de la acción, la capacidad de transmutar o de reconfigurar
continuamente su situación actual: “Si el sentido de la política es la libertad, es en este espacio
-y no en ningún otro- donde tenemos el derecho a esperar milagros. No porque creamos en
ellos sino porque los hombres, en la medida en que pueden actuar, son capaces de llevar a
cabo lo improbable e imprevisible y de llevarlo a cabo continuamente, lo sepan o no” (66).
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Reflexiones finales
En cambio, Arendt nos muestra en cierta media una concepción positiva de la política en el
sentido de que está relacionada con la libertad y con la acción, es decir, con la posibilidad de
empezar siempre algo nuevo, con la posibilidad del hombre taumaturgo de reconfigurar
siempre, en el desarrollo histórico, sus condiciones de convivencia plurales. Porque incluso
para Arendt (2005) es necesario hacer una distinción entre los conceptos de violencia y poder,
los cuales pertenecen a dos ámbitos contrapuestos.
Sin embargo, creemos que ambos autores coinciden en el hecho de que realizan, en cierta
medida, eso que Foucault llamó “ontología del presente”. Ambos autores desarrollan sus
concepciones sobre la política haciendo referencia a su actualidad: ¿qué es aquello que en la
actualidad determina nuestra manera de concebir la política? Haciendo referencia, pues, a su
propio presente para determinar los rasgos esenciales que contribuyen a la configuración de
la noción de política, a la configuración de los individuos pertenecientes a determinada época.
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Referencias
Villacañas, J. (2009). “La cuestión del espíritu: Weber y Arendt”. En Congreso Internacional:
La filosofía de Ágnes Heller y su diálogo con Hannah Arendt. España: Universidad de
Murcia. [Disponible en: http://congresos.um.es/ahha/ahha2009/paper/view/6301 ]