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CRISTÓBAL MENDOZA
(Director)
Horacio Capel
Adrián Hernández Cordero
Daniel Hiernaux
Alicia Lindón
Eduardo Neve
María Laura Silveira
Óscar Sobarzo
Bibliografías
ISBN 978-84-7658-880-2
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un
sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético,
electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
PREFACIO
Esta obra colectiva surge a partir del interés de un grupo de profesores de la Licenciatura
en Geografía Humana, del Dpto. de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolita-
na, campus Iztapalapa, de la ciudad de México, que en septiembre de 2006, decidimos
organizar un evento de reconocimiento a la figura del geógrafo brasileño Milton Santos.
En esta reunión académica se animó a participar a los estudiantes de la Licenciatura en
Geografía Humana que, entusiastamente, contribuyeron con algunas ponencias.
De ese septiembre lejano, hasta la actualidad, han pasado prácticamente dos años,
período en que hemos estado trabajando en los diferentes capítulos que integran este
libro. Quisimos que, en este reconocimiento a Milton Santos, participaran también geó-
grafos brasileños, que quizá han estado más cercanos al autor desde el punto de vista
académico y personal. Constituye, en este sentido, una gran satisfacción la incorpora-
ción de colegas de universidades brasileñas a esta empresa colectiva.
Este libro, como se menciona posteriormente, es un homenaje, sí, pero no incondi-
cional. Es un homenaje realizado desde nuestras propuestas e intereses científicos y
académicos, un homenaje crítico y profundamente respetuoso. Es un homenaje necesa-
rio, dado que los libros en torno a la figura de Milton son varios y variados en portugués,
incluso en francés (la obra coordinada por Jacques Lévy y colaboradores, publicada en
2007), pero no en lengua castellana, al margen de los números monográficos de las
revistas Scripta Nova o Anales de Geografía de la Universidad Complutense. Desde el mundo
académico en español, se necesitaba una reflexión sobre un geógrafo que, aunque pro-
fundamente brasileño y latinoamericano, es un científico universal.
Por último, debo agradecer a los diferentes autores su interés y entusiasmo en esta
obra colectiva, así como por haber cumplido fielmente con los tiempos de preparación
del manuscrito, a los dos dictaminadores anónimos por sus comentarios, y finalmente a
la Dirección y al Comité Editorial del Dpto. de Sociología de la Universidad Autónoma
Metropolitana-Iztapalapa por su apoyo académico y financiero.
CRISTÓBAL MENDOZA
Ciudad de México, mayo de 2008
Cristóbal Mendoza
Milton Santos es, sin duda, el geógrafo latinoamericano más reconocido mundialmente.
Su obra académica es muy amplia, de alrededor de 40 libros y 300 artículos o capítulos
de libro, siendo su primera publicación del año 1948 (O poblamento de Bahía: Suas
causas económicas) y la última de 2000 (Por uma outra globalização). Pero, más que el
volumen de su obra, cabe resaltar su aportación original e innovadora al pensamiento
geográfico, desde una posición claramente latinoamericana.
Este aire renovador se concretó en una de sus obras más conocidas Por una nueva
geografía, publicada originalmente en portugués en 1978, donde ya apuntaba su interés
por el espacio y proclamaba la «viudez del espacio» en la geografía. En toda su obra
estará presente un interés ontológico sobre el espacio con fuertes implicaciones episte-
mológicas para la geografía que se materializará en los libros Metamorfoses do espaço
habitado de 1988 y especialmente La naturaleza del espacio, publicado en portugués en
1996. La reflexión metateórica sobre el espacio, sin embargo, no implicó que Milton
abandonara a la «persona» como un elemento central de su pensamiento y abordara
una discusión, en cierta manera, pionera sobre el «espacio banal»; el espacio comparti-
do, el espacio de todos, el espacio de las emociones, anticipándose al que será el eje de la
geografía a principios del siglo XXI, la relación entre el lugar y el espacio.
Pero, Milton Santos, además de un académico brillante, fue un hombre comprome-
tido con su tiempo, lo cual le valió prisión en Brasil, tras el advenimiento del golpe de
estado de 1964, y exilio en Francia. Este compromiso le llevó a abrazar posiciones ideo-
lógicas marxistas; filosofía que se puede rastrear a lo largo de su extensa obra, aunque
matizó muchos aspectos dogmáticos del mismo y, en sus libros de madurez, concreta-
mente en Por otra globalización, reconoció algunos aspectos positivos asociados al pro-
ceso de globalización. El esfuerzo intelectual de Santos por incorporar los conceptos del
marxismo a la geografía económica, en este sentido, quizá no pueda apreciarse actual-
mente con toda la intensidad que esta reflexión implicó en los años sesenta. Sin embar-
go, la realidad que motivó esta concienciación política y personal, la latinoamericana,
difiere, en estos momentos, poco de la vivida por Milton Santos en cuanto a niveles de
desigualdad y pobreza. En este contexto social, aunado a una cierta fragmentación post-
moderna de teorías e ideas en las ciencias sociales, el pensamiento «totalizador» y «con-
Tras esta introducción, el libro continúa con el capítulo «El trabajo del geógrafo del
Tercer Mundo revisited», de Daniel Hiernaux, que analiza los puentes que la obra de
Milton Santos, particularmente el libro Le métier du géographe en pays sous-développés,
teje entre el pensamiento crítico francés de la década de los sesenta y la producción
latinoamericana de ese momento. Además discute cómo esta última se enriquece a par-
tir de la producción de la geografía francesa. En este sentido, el capítulo desgrana la
relevancia teórica, conceptual y epistemológica de uno de los primeros libros de nuestro
autor, Le métier du géographe en pays sous-développés, donde ya se apuntan algunos
intereses de Santos y, en concreto, se pone de manifiesto una preocupación de carácter
epistemológico sobre la geografía que desarrollará y ampliará posteriormente en otros
libros, como La naturaleza del espacio.
Los capítulos posteriores buscan poner en diálogo la obra de Milton Santos con dos
temáticas específicas (las geografías de la vida cotidiana y la migración transnacional)
que son, en cierta manera, ajenas al pensamiento de Santos. Sin embargo, a pesar de ser
En el capítulo 2, «El trabajo del geógrafo en el Tercer Mundo revisited», Daniel Hiernaux
reflexiona sobre una de las obras representativas de Milton Santos, desde una perspecti-
va actual. Se destaca que la obra se centra en el debate que se planteó en torno a la
renovación de la geografía desde los años sesenta y se resalta que Le métier du géographe
en pays sous-développés es un libro de gran actualidad, a pesar de que hayan transcurri-
do cuarenta años desde su publicación en su original en francés. Además la reflexión
sobre el oficio del geógrafo que propone el libro se realiza desde América Latina; re-
flexión, como no podía ser de otra manera, imbuida de las corrientes de pensamiento
dominantes en la época en el subcontinente, pero que Santos realiza desde una necesa-
ria distancia intelectual, que no necesariamente ideológica. En todo caso, Hiernaux plan-
tea que esa reflexión epistemológica se da en otras disciplinas también en los sesenta (de
ahí la actualidad del libro y la oportunidad de su publicación en su momento).
En cuanto a los aspectos concretos de la obra, se resalta la idea de Santos sobre la
dificultad del «método» en geografía y, por extensión, en ciencias sociales. Dicha re-
flexión, de acuerdo con la lectura de Hiernaux, «aporta ideas particularmente interesan-
tes, entre las cuales cabe destacar la necesidad de construir modelos explicativos (no
forzosamente modelos cuantitativos), pero cuidando de evitar la aplicación descontro-
lada de los mismos sobre espacios para los cuales no fueron construidos». De forma más
relevante, en esta discusión sobre el «método», se introduce el debate entre la «concreti-
cidad» (en palabras de Milton) y la objetividad, con el empiricismo, dado que, según
Hiernaux, muchos geógrafos no han podido, aún hoy, desprenderse de una «concretici-
dad deformada». Por último, se plantea que si los conceptos y reflexiones presentes en
esta obra hubieran sido mejor difundidos en los sesenta, ciertos conceptos ahora enar-
bolados como propios por sociólogos, economistas y eventualmente geógrafos anglo-
sajones, como el de «ciudad mundial» o «redes de ciudades», hubieran podido ser acu-
ñados como bases fundacionales de una geografía latinoamericana.
Por otro lado, el capítulo 3, «Milton Santos al encuentro de las geografías de lo
cotidiano», revisa el pensamiento de Milton Santos desde un ángulo poco usual: las
geografías de la vida cotidiana. Alicia Lindón argumenta que, al realizar una evaluación
rápida del tema, parecería que no existen muchos puntos que conecten la obra de este
geógrafo con este campo particular de la geografía. Sin embargo, si se hace una lectura
más detallada, ya no a través de los grandes temas que atraviesan la obra del autor, sino
buscando en los resquicios de su pensamiento, explorando lo que esbozó sólo con unas
pocas líneas gruesas, aunque no dibujó detalladamente, aparecen zonas de contacto
entre su pensamiento y las geografías de la vida cotidiana.
En este contexto, Lindón, primero, realiza una rápida presentación de las geogra-
fías de la vida cotidiana. A continuación, en la segunda parte, se identifican los concep-
tos desde los cuales Milton Santos se aproxima al campo en cuestión, en qué obras lo
hace y en qué momento de su trayectoria intelectual se presentan. En la tercera parte se
analiza con cierto detenimiento su concepción acerca de los conceptos de lugar y espa-
cio banal, que vendrían a constituir los núcleos conceptuales con los que nuestro autor
se aproxima al campo en cuestión. Por último, en la cuarta parte, se plantean algunas
reflexiones finales sobre el horizonte que Santos le otorga a estas pistas teóricas, así
como algunos de los desafíos que ella considera se abren a partir de estos acercamientos
de Milton Santos a las geografías de la vida cotidiana.
Con relación a este último punto, el capítulo plantea que el desafío que pueda impli-
car el uso de los conceptos de lugar y espacio banal, por emplear la terminología de
Milton Santos, no se centra exclusivamente en la discusión metateórica, sino también
consiste en el planteamiento de problemáticas metodológicas concretas que supone la
investigación empírica. Con otras palabras, la dificultad parece perfilarse en cuanto a la
tarea de construcción de los diversos caminos metodológicos para penetrar en la reali-
dad social por las prácticas espaciales en el lugar y los sentidos atribuidos a los lugares,
articulados en las preguntas que el investigador se formule respecto a situaciones parti-
culares. En la construcción de esos caminos metodológicos, los avances de otras cien-
cias sociales (con las cuales la geografía humana no ha tenido demasiado diálogo), opi-
na Alicia Lindón, pueden resultar de ayuda.
De forma parecida, el capítulo 4, «La viudez del espacio en los estudios de migra-
ción transnacional», también reflexiona sobre la obra de Milton Santos desde una pers-
pectiva poco usual en el geógrafo brasileño: la migración transnacional. Realmente,
Milton abordó de forma superficial la cuestión migratoria y además su análisis, de acuerdo
con Cristóbal Mendoza, adolece de un cierto reduccionismo interpretativo del fenóme-
no. Así, de acuerdo con la visión dominante en la época, la migración se entiende como
un desplazamiento campo-ciudad que forzosamente comporta un proceso de adapta-
ción/asimilación en el lugar de destino. Se argumenta también que esta lectura se hizo
desde posiciones teóricas claramente influenciadas por los discursos dominantes en
América Latina en los sesenta y sesenta: la teoría de la modernización y la teoría de la
dependencia.
A pesar de lo anterior, Mendoza plantea que, aunque los conceptos de Milton San-
tos no fueron pensados para la investigación sobre migraciones, resultan de gran interés
analítico para el estudio de los procesos migratorios transnacionales. En particular, este
capítulo retoma cuatro ejes de análisis a partir de la obra de Milton Santos para reflexio-
nar y subrayar la relevancia de los conceptos geográficos para entender los procesos
migratorios de raíz transnacional y, en todo caso, proponer nuevas líneas de discusión
teórica a partir de dichos ejes.
En primer lugar, se reflexiona sobre la globalización y la producción del espacio. En
este apartado, se subraya que el proceso de globalización no es homogéneo, ni neutro, y
que, a pesar de que existen procesos globales a la hora de entender la construcción de la
realidad social, estos se realizan de forma diferenciada en el espacio. En segundo lugar,
y en línea con lo anterior, a partir de una reflexión sobre el «lugar» en los estudios de
migración transnacional, se expone la visión de Milton Santos sobre el «lugar» como
espacio cotidiano; visión, en parte, compartida con otros geógrafos contemporáneos, en
particular de la escuela humanística. En tercer lugar, se retoma el concepto de «espacio
banal» a la luz de la literatura sobre transnacionalismo político. Esta reflexión es de
interés en cuanto el «espacio banal» de Milton Santos propone una «democratización»
del uso y apropiación del espacio, concepción enfrentada al espacio de redes, de acuer-
do con la interpretación de gran parte de la literatura sobre transnacionalismo político
que también subraya el potencial de resistencia de los vínculos transnacionales y el reto
que constituyen estos para la esencia misma del estado. Finalmente, Cristóbal Mendoza
se centra en la discusión que realiza Milton Santos sobre las redes, en el contexto de la
literatura sobre migraciones transnacionales; literatura esta última que considera las
redes un concepto clave para entender la construcción de espacios sociales a través de
fronteras políticas.
Daniel Hiernaux
En los últimos años se han escrito numerosos artículos que reavivan la memoria de
quien ha sido, con entera seguridad, el mayor geógrafo latinoamericano del siglo XX:
Milton Santos. Su desaparición el 24 de junio del 2001, lo privó de transitar largamente
por este nuevo siglo del cual se esperan muchas mutaciones en todos los campos. A
nosotros, geógrafos y geógrafas, nos dejó, en cierta forma, huérfanos por la pérdida de
quien había asumido, de manera discreta pero efectiva, un liderazgo moral sobre una
geografía humana latinoamericana en plena transformación.
Frente al extraordinario reto que nos deparan los años venideros sin contar la acu-
mulación de deudas hacia la mayor parte de la humanidad y hacia la tierra-naturaleza
misma, es evidente que la tarea de la geografía es enorme. Para ello, no cabe la menor
duda que ésta tiene un papel destacado que jugar en el mundo actual y que, además,
requiere de una revisión constante de sus tradiciones frente a los giros que enfrenta en la
cotidianeidad el trabajo del geógrafo, sea educador, investigador, político, técnico al
servicio del Estado o inserto en sectores productivos.
Revisar permanentemente la obra de Milton Santos no resulta una tarea secunda-
ria. En esta ocasión, he decidido centrar mi reflexión sobre una obra escasamente cono-
cida en el mundo hispánico y que remonta, en su primera edición francesa, a 1971 Le
métier du géographe en pays sous-développés. He analizado la versión portuguesa de 1978,
que resulta de la traducción del original francés (Santos, 1978). La introducción de la
obra, está firmada en Burdeos, con la fecha simbólica de mayo de 1968. Santos tenía
cuarenta y dos años en aquel entonces, y se encontraba en la etapa gala de su largo
periplo nómada, entre América, África y Europa, viviendo lo que fue quizás uno de los
momentos más exaltante de esa época.
Cabe señalar, como primera reflexión sobre esta obra, que resulta muy actual.
Han pasado casi cuarenta años desde su escritura y la mayor parte de la obra no ha
envejecido, signo ineludible de que el pensamiento de Milton Santos es no solo fres-
co y actual, sino que fue muy avanzado para su época. En la obra El trabajo del
geógrafo en el Tercer Mundo, finalmente breve (112 páginas en la versión portugue-
sa), Santos pretende enfrentar dos desafíos mayores que devienen las preguntas cen-
trales de su obra: ¿cuáles son los grandes problemas por resolver en la renovación de
ello. Sin embargo, cabe asumir también que las guerras de descolonización de Indochi-
na y Argel, implicaron que una parte del mundo intelectual francés hiciera un gran
esfuerzo para reducir el carácter imperial de su mirada y tratar, como muestra de aper-
tura, de colocarse en la perspectiva de los «dominados». En la citada obra, se logra en
parte y por ende, representa un parteaguas frente a los discursos geográficos anteriores.
Milton Santos, por su parte, se sitúa en un contexto muy diferente: él constituye la
voz que desde América Latina, voz exiliada por los años de plomo que cubrieron el
subcontinente, se suma y en ocasiones rectifica el nuevo discurso de estos intelectuales
de los países desarrollados, que empiezan a mostrar mayor sensibilidad frente a las
problemáticas del Tercer Mundo. En otras disciplinas pasó algo similar. De esta manera,
destaca la teoría del subdesarrollo, desarrollada por el alemán André Gunder Frank, y
respaldada, aunque en ocasiones precedidas intelectualmente, por destacados «tercer-
mundistas» como el egipcio Samir Amin o los latinoamericanos, Enzo Faletto, Fernan-
do Henrique Cardoso (véase, entre otros, Gunder Frank, 1979; Cardoso y Falleto, 1979).
En este contexto excepcional de la historia de las ciencias sociales, momento en que
las voces centrales y periféricas resonaban al unísono, Milton Santos hizo oír sus re-
flexiones sobre la geografía y el trabajo de los geógrafos del Tercer Mundo, mientras
otras voces críticas, como las de Pierre George, Yves Lacoste, Bernard Raymond Gu-
glielmo o Bernard Kayser, hacían lo propio desde sus «trincheras académicas» más con-
fortables en los países desarrollados.
Con relación a lo anterior, merece también la pena destacar que Milton Santos no
ocupaba esas «trincheras confortables». Si bien su nomadismo forzado fue una fuente
irremplazable de formación y contraste de experiencias geográficas, la vida del exiliado
siempre es dura, llena de dificultades financieras, intelectuales y personales. A veces
parecería que se olvida que una parte sustancial de la obra de Santos se produjo en
condiciones de exilio, tal como la primera versión del «Mediterráneo», que redactó Fer-
nand Braudel en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial (Brau-
del, 1992). Estos apuntes biográficos buscan resaltar un mérito más de la obra y la
valentía personal del entrañable «Milton», y de paso recordar que, toda obra debería ser
comprendida en el contexto de una vida, la del autor.
¿Habrá reparado el lector que en los medios geográficos latinoamericanos (inclusi-
ve entre el alumnado) no hablamos de «Santos» (o sólo a veces y en ocasiones formales)
sino de «Milton»? Es el signo inequívoco de que no sólo es su valor intelectual, que
reconocemos sin duda alguna, sino también su incomparable bondad y sentido huma-
no. Ciertamente, el hecho de haber redactado obras de esa calidad en el exilio confirma
esas cualidades humanas que siempre valoramos quienes tuvimos la oportunidad de
conocerlo y tratarlo personalmente.
De esta manera, dominante es la voz de quien escribe la obra que analizamos y
parecería una tarea imposible distinguir la obra del autor. En este sentido, si bien la
obra analizada consiste en una reflexión de un autor sobre un tema científico frente al
cual pretende mantener cierta distancia, en la práctica, no obstante, el autor aparece en
cada una de las páginas. Por ello hemos optado por seguir un enfoque de análisis que
remite obviamente a la obra, pero que no se distancia forzosamente de la figura del
autor en todo momento. Para justificar este enfoque, seguimos las consideraciones pro-
puestas por el joven filósofo crítico francés Michel Onfray que menciona dos tipos de
filosofía, que podemos también aplicar a la geografía humana: una que supuestamente
«evita» a la propia persona en la obra, y una segunda que opta por un estilo narrativo de
corte intimista. En este sentido, Onfray estima que... «todos los filósofos, sin excepción,
piensan a partir de su propia existencia. La separación [entre obra y autor] pone a des-
cubierto otra lógica [...] la ilusión de una epifanía de la razón creada a pesar de ellos»
(Onfray, 2006: 66). Una opinión similar se encuentra en la obra del filósofo mexicano Gil
Villegas que refuerza también la postura que asumimos en este trabajo (Villegas, 1996).
En un primer apartado, situaremos esta obra de Milton Santos en el contexto de las
corrientes geográficas de su época, que el mismo texto trata de analizar. El segundo
apartado muestra cómo Santos enfrenta lo que considera una necesidad: construir una
geografía para y desde el subdesarrollo. Luego, se retoma la discusión que propone el
autor sobre el tema de la comunicación entre la geografía y las ciencias sociales, tema
que no ha sido todavía resuelto en la geografía actual.
Una de los desafíos a los que se enfrenta Santos en su obra El trabajo del geógrafo en el
Tercer Mundo consiste en el debate que se planteó desde los sesenta en torno a la renova-
ción de la geografía. A fines de los años sesenta, como se sabe y como lo expresará
claramente Lacoste unos años más tarde, la geografía francesa era, antes que nada, una
«geografía de profesores» (Lacoste, 1977). Esta situación se desencadenó a partir de la
dominación de Paul Vidal de la Blache sobre la geografía humana, de tal manera que se
puede afirmar que se erigió en el «gran timonel» de una geografía francesa, que se volve-
rá, primero de todo, regional y, como se la calificó posteriormente, posibilista.
Santos era muy consciente de esta situación, por lo que su primer capítulo es una
suerte de posicionamiento personal frente al debate que animó la geografía francesa
entre la necesidad de una geografía regional o bien, de una geografía general; debate
cuyas raíces se encuentran en los inicios de la geografía moderna, entre otros, en la obra
de Carl Ritter. A partir de los sesenta, cuando se hace sentir menos el «yugo» de Vidal y
sus incondicionales —y muertos sus alumnos directos— se presentan algunas discusio-
nes en la misma geografía francesa que, aunque tímidas, prepararon el camino para las
fuertes convulsiones posteriores. Entre otros aspectos, se reforzó la posición de quienes
pensaban que era necesario integrar más análisis y menos descripción en la geografía
humana. Asimismo, surgían inquietudes en cuanto a dar mayor énfasis en los estudios
geográficos, a las problemáticas que fueron dejadas de lado por el propio Vidal, como la
urbanización y la industrialización. Indudablemente, creció la comunicación entre los
geógrafos y los economistas en particular.
Por otra parte, por la fuerza de la ideología comunista tras la Segunda Guerra
Mundial, un grupo de jóvenes geógrafos, reunidos en torno a Pierre George, no dejarán
de elevar voces críticas sobre la necesidad de una geografía más comprometida con los
cambios y sobre todo con las problemáticas mundiales, como el hambre o la descoloni-
zación (Bataillon, 2006).
Finalmente, Santos conoce la transformación radical de la geografía anglosajona, a
partir del famoso debate entre Richard Hartshorne (1939)1 y Friedrich Schaeffer (1977)
y la progresiva avanzada de aquellos jóvenes iconoclastas que creaban progresivamente
la corriente que Ortega Valcárcel, bautizará posteriormente como «teorética-cuantitati-
vista» (Ortega Valcárcel, 2000). En su bibliografía no deja de citar a Haggett (1988), por
ejemplo, uno de los geógrafos anglosajones cuantitativos más reconocidos en aquella
época.
Frente a este panorama, Santos plantea una pregunta más que pertinente: ¿Cómo
renovar la geografía y cómo enfrentar el dilema entre la geografía regional y la geografía
general? Su interrogante refleja la necesidad de una transformación mucho más de fon-
do de la escuela francesa; cuestión que por cierto no se dará tan fácil ni rápidamente por
el peso todavía aplastante de la vieja guardia vidaliana que defendió la posición de Vidal
a favor de la permanencia de los conceptos y las prácticas de investigación propuestos
desde décadas atrás en el contexto del desarrollo de la geografía regional. Sin entrar a
fondo en la discusión sobre geografía general versus geografía regional, que considero
no es la aportación central del libro, es justo citar que, para el autor, las geografías
regional y general pueden avanzar y desarrollarse en forma paralela, aunque deben
mantenerse en estrecho contacto (Santos, 1978: 8).
internas del subdesarrollo de algún país o continente (véase Mendoza, en este volumen).
Geografía y método
Otra dimensión que interesa a nuestro autor es referente al método, o a la dificultad del
método como la denomina, entendido como el debate entre lo abstracto y lo concreto.
Santos aporta ideas particularmente interesantes, entre las cuales cabe destacar la nece-
sidad de construir modelos explicativos (no forzosamente modelos cuantitativos), pero
cuidando de evitar la aplicación descontrolada de los mismos sobre espacios para los
cuales no fueron construidos. Por otra parte, no puedo dejar de recoger una expresión
que hubiera tenido que ser mucho más meditada por los colegas geógrafos, particular-
mente por aquellos que desde los criterios racionalistas tradicionales o incluso por los
críticos que se sintieron durante tanto tiempo los dueños de la verdad geográfica: «lo
“concreto” y la “verdad” no son más que lo concreto y la verdad de cada uno» (Santos,
1978: 12). Expresión certera que, desde nuestra opinión, no encontró el eco merecido.
Ciertamente, Santos tocó una fibra sensible en un momento en que apenas empezaban
a presentarse, aunque de manera creciente, los nuevos «integristas» de la geografía, de
diferentes signos y compromisos políticos. Así las interpretaciones personales y diversas
tendieron a transmutarse en verdades universales, de tal suerte que algunos autores
consideraron que podrían enseñar el verdadero rumbo, el camino decisivo para cam-
biar el mundo.
Para Milton Santos, el tema del método es aun más complejo por otras dimensio-
nes que considera centrales. La primera es el tabú, todavía profundamente anclada en la
geografía actual, que confunde la «concreticidad» (el término es del autor) y la objetivi-
dad, con el empiricismo. Hoy en día, no faltan los geógrafos que siguen pensando que
para ser concreto se precisan datos estadísticos, aunque ello signifique un análisis su-
perficial de estadísticas oficiales de escaso valor acompañadas eventualmente de mapas.
Esta concepción, que implica riesgos evidentes, ha contribuido a que los geógrafos no
hayan podido, aún hoy, desprenderse de una «concreticidad deformada»; es decir, liga-
da a instrumentos que muy probablemente han sido sobrevalorados.
Este tabú no es el único defecto de los enfoques geográficos tradicionales que en-
cuentra Milton Santos como un problema metodológico de fondo. Santos demuestra,
una vez más, su brillante erudición en ciencias sociales, cuando afirma que «no se debe
dejar de lado el uso de la imaginación» (Santos, 1971: 1). La fuente de estas ideas indu-
dablemente se halla en Charles Wright Mills (1959), de quien cita la obra clave, La ima-
ginación sociológica. Seguramente, este hecho constituyó una suerte de digresión poco
apreciada en su época, momento en que a los autores se les ubicaba dentro de la propia
disciplina y particularmente dentro de la escuela de pensamiento en la que cada autor se
encontraba anclado.
La bibliografía usada por Santos en el libro, por otro lado, es ciertamente relevante
ya que introduce sistemáticamente autores que no son geógrafos, sino intelectuales que
irán adquiriendo un enorme prestigio posteriormente. En esa época, muchos de ellos
solo eran intelectuales que iniciaban una trayectoria y contaban con una sola obra, pero
que nuestro autor identifica tempranamente como aportes relevantes. En este sentido,
se puede mencionar el caso del sociólogo belga Jean Remy (1964), con su conocida y
reeditada obra, La ciudad fenómeno económico, o Gunnar Myrdal (1974) con su teoría
Santos también se interroga sobre los problemas de comunicación que sostiene la geo-
grafía en su relación con las demás ciencias sociales, en el marco de la compleja relación
de nuestra disciplina con las ciencias afines. Él fue un ardiente defensor de la idea de
construir puentes entre las disciplinas. Sin embargo, no estamos acá tratando de las tan
trilladas ideas de multi-disciplinariedad o propuestas similares. Santos ve el desarrollo
de la geografía a partir de un diálogo con las disciplinas afines que pueda provocar
«indirectamente, una especie de fragmentación de nuestra disciplina en una multiplici-
dad de “geografías”» (Santos, 1978: 41).
Actualmente son muchos los geógrafos que conciben un sacrilegio el negar la unidad
de la geografía (la «física» y la «humana»), especialmente si tiene implicaciones en una
enseñanza de la disciplina orientada a lo físico o a lo humano exclusivamente. Santos hace
cuarenta años, no obstante, afirmaba la posible fragmentación de la disciplina. El tema no
es secundario. De esta manera, la necesaria especialización del conocimiento ha afectado
a la mayor parte de las disciplinas sin forzosamente provocar rupturas, la geografía conti-
nua sintiéndose heredera del holismo y de la universalidad heredada de la Ilustración,
signo inequívoco de que el «polvo» cubre buena parte de sus planteamientos.
Es evidente que la geografía debe mantener cierto carácter integral porque estudia
procesos en los cuales la humanidad se encuentra involucrada como un todo, frente a un
espacio que debe ser visto como una unidad y no fragmentado en parcialidades o peor
aún, en «variables» como se ha difundido a través de los enfoques cuantitativos. Pero, al
mismo tiempo, es inconcebible que, con los avances científicos actuales, se pueda soste-
ner una formación o una investigación que sea holista, en el sentido tradicional que los
geógrafos le dieron a esta expresión. Hace cuarenta años observó Santos esta circuns-
tancia. Así se han enseñado y reiterado muchos de sus aportes, pero quizá se han olvida-
do, o aún peor, ocultado otras nociones y concepciones, que hoy resultaría difícil contra-
decir, como es el caso de la «ilusión de la unidad de la geografía».
Para concluir esta discusión, incorporo un aspecto central de la obra, a través de las
palabras del propio Milton Santos; palabras de amplio calado y que no requieren exten-
sas aclaraciones: «Los progresos ocurridos en las disciplinas conexas imponen la utiliza-
ción en geografía, de sus instrumentos y también de su vocabulario particular». ¿Habrá
sido su condición étnica y las discriminaciones que ello le implicó, lo que indujo a Mil-
ton Santos a plantear ideas que anticipaban la hibridación y el mestizaje intelectual,
como mezclas que produzcan un pensamiento más complejo que el resultante de la
pureza disciplinaria?
La segunda parte de la obra es, sin lugar a dudas, la más interesante desde la perspectiva
de la construcción de una geografía diferente para el Tercer Mundo. Sin embargo, con
todo lo que el autor escribió posteriormente y que se ha difundido mucho más amplia-
mente que este opúsculo, las propuestas no resultan tan atractivas y, en ciertos casos,
algo superadas por el mismo autor en textos posteriores. Merecen, a pesar de todo,
algunos comentarios.
Como acabamos de afirmar, la segunda parte quizá no sea realmente innovadora
vista desde nuestra perspectiva de inicios del siglo XXI, pero, en alguna forma, lo fue en
su tiempo. Se podrían dar algunos ejemplos de ello. En primer lugar, Santos dedica un
amplio espacio a las explicaciones económicas, lo que no dejará de hacer en ningún
momento de toda su historia intelectual. Su maridaje intelectual con los economistas no
será bien visto por la geografía tradicional, pero no dejaba de representar una corriente
que tomará un gran vigor, expresando así la «economización» de la explicación del mun-
do que dominó hasta los años ochenta. Santos reconoce los trabajos de François Pe-
rroux, o Jacques Boudeville (por ejemplo, Perroux, 1955; Boudeville, 1965) así como
otros más que pusieron a la geografía en unos rieles que algunos percibimos hoy a veces
como una vía sin salida, pero que fue enormemente influyente en su época.3 Algunos
temas que aborda son todavía sumamente importantes en la geografía económica ac-
tual, como la cuestión de las redes de ciudades (visto desde la economía, y no desde la
demografía aplicada como se suele dar en México por ejemplo), la presencia de ciuda-
des con un papel más mundial (habla de «red mundial»), lo que hoy llamaríamos «ciu-
dades globales», o la existencia de flujos que se dan entre ciudades y espacios en general.
Todos estos temas son apenas esbozados en esta obra y será en obras posteriores donde
Santos dedicará mayor atención a los mismos, reconstruyéndolos en formulaciones
mucho más finas e inclusive elegantes. Un ejemplo de ello es su concepto posterior de
«medio científico y tecnológico» que se constituirá en una parte significativa de su he-
rencia intelectual.
Quizá algunas de estas aportaciones no fueron debidamente asimiladas por la geo-
grafía latinoamericana, básicamente por dos motivos. El primero es la más tardía e
insuficiente difusión en nuestros países de sus primeras obras. La segunda razón es que
la geografía latinoamericana se centró en demasía en enfrentamientos entre ciertas orien-
Comentarios finales
Habría que repasar, pacientemente, una por una, con toda dedicación, las obras inicia-
les de Milton Santos. Como en casos similares, no dudo que encontraríamos ideas poco
desarrolladas, así como algunas que abandonó posteriormente. Pero no hay posibilidad
alguna de que no encontremos ideas aplicadas o generales que no sean hoy en día de
gran actualidad, como se trató de demostrar previamente.
Considero que las ideas de Milton Santos con respecto a la relación de la geografía
con las demás ciencias sociales y la apuesta que tenía respecto a la tendencia de la
disciplina a fraccionarse al tomar contacto con otras ciencias afines constituyen un cla-
ro avance en la construcción de esa «nueva geografía». Al inscribirme personalmente en
esta forma de concebir la geografía, tengo que admitir que, en ocasiones, me asaltan
dudas sobre si esta dirección es la correcta. ¿Debemos enseñar la geografía humana
como disciplina per se? ¿Es correcto buscar en las otras ciencias sociales, compartiendo
con ellas los múltiples «giros», lingüístico, humanista, cultural y espacial, nuevos rum-
bos para la geografía? A la luz de lo que expresa nuestro bien querido Milton, la respues-
ta es claramente positiva.
Por otra parte, me gustaría también resaltar la idea de que la geografía latinoame-
ricana no podrá desarrollarse adecuadamente, si no sigue la tarea emprendida por nues-
tro autor, de rechazar las fronteras lingüísticas y nacionales que separan las escuelas de
pensamiento y las aíslan entre sí, en aras de construir una geografía más abierta. Milton
Santos propagó abiertamente esta idea, pero siempre pensando que esta apertura po-
dría jugar el papel de una suerte de transfusión sanguínea a la geografía latinoamerica-
na, hacia un desarrollo autónomo, creativo y atento a las demandas de sus poblaciones.
Éste es, sin lugar a dudas, el reto que nos espera, aunque ahora esta tarea sea más
compleja, al tenerlo que enfrentar sin Milton Santos.
Referencias bibliográficas
1. En todos los casos citamos la versión que consultamos, no forzosamente la primera. De esta
manera, las fechas no coinciden forzosamente con la trayectoria biográfica de Milton Santos.
2. Tanto Paul Vidal de la Blache como Eliseo Reclus eran defensores de la colonización francesa.
3. No es el momento para discutir si las perspectivas geográficas que se asocian a la economía son
o no una vía que merece seguir transitando. Lo que se puede afirmar es que desde perspectivas cultu-
rales, se ha claramente criticado esta vía, en aras de reencontrar un análisis quizá más complejo de la
relación entre el hombre y su espacio.
Alicia Lindón
Este trabajo revisa el pensamiento de Milton Santos desde un ángulo poco usual con
relación al autor: las geografías de la vida cotidiana (GVC). Si se realiza una evaluación
rápida y somera del tema, parecería que no existen muchos puntos que conecten la obra
de este geógrafo con este campo particular de la geografía. Sin embargo, si se hace una
lectura más detallada, que no se limite a los grandes temas que atraviesan la obra de
Santos, sino indagando en los resquicios de su pensamiento, o bien explorando lo que
esbozó solo con unas pocas líneas gruesas, aunque no dibujó detalladamente, aparecen
zonas de contacto entre su pensamiento y las GVC, aún cuando sean limitadas en exten-
sión, en desarrollo y tardías.
Una lectura y búsqueda de este tipo, para muchos, podría resultar ociosa. Por lo
mismo, podría esperarse que un objetivo de esta naturaleza fuera interpelado con el
interrogante evidente: ¿para qué explorar en un autor prolífico, un tema poco tratado
por él; es decir un tema casi marginal en una obra que, en sí misma, es extensa? Sin
embargo, consideramos enriquecedor ubicar nuestra búsqueda en un horizonte de rup-
turas, de «estados nacientes» del pensamiento geográfico,1 de búsquedas de las innova-
ciones en la teoría geográfica que permitan comprender mejor un mundo en constante
cambio e indagar en los resquicios, en lo sólo bosquejado o en el reverso de lo dicho por
una figura señera, más que hacerlo en las grandes letras del autor.
En este contexto y con esta perspectiva, primero se realiza una rápida presentación
de lo que se está denominando geografías de la vida cotidiana independientemente de la
obra de Milton Santos. Luego, en la segunda parte, se identifican los conceptos con los
cuales Milton Santos se aproxima al campo en cuestión, en qué obras lo hace y en qué
momento de su extensa trayectoria intelectual se presentan. En la tercera parte se anali-
za con cierto detenimiento su concepción acerca de los conceptos de lugar y espacio
banal, ya que serán éstos los que vinieron a constituir los núcleos conceptuales con los
que nuestro autor se aproxima al campo en cuestión. En la cuarta parte, se plantean
algunas reflexiones sobre los horizontes en los cuales se puede ubicar y proyectar el
interés de Santos por lo cotidiano. Por último, se dibujan algunas ideas sobre lo que
puede implicar la inclusión de lo cotidiano en la geografía; es decir, los desafíos que esta
innovación supone.
cias sociales. De manera más concreta, las GVC se han incorporado en tres líneas y
debates fuertes de las ciencias sociales actuales, como son el tema del sujeto y el conse-
cuente interés por las biografías, los relatos y las narrativas de vida. El segundo debate
es el que se despliega en torno al subjetivismo y los procesos de simbolización. Y el
tercero es el construido alrededor del desarrollo de procedimientos matemáticos y esta-
dísticos sofisticados para estudiar la espacio-temporalidad de las prácticas del sujeto.
El primero de estos frentes de discusión actual, el tema del individuo, el sujeto y la
biografía, realmente ha sido algo ajeno a la geografía humana hasta tiempos recientes,
en que las GVC redescubren la importancia del sujeto, aun cuando la geografía humana
siempre se definió desde el «ser humano», pero como una categoría universal y sin
plantearse el problema de los puntos de vista y las posiciones de los seres humanos en la
trama social (Berdoulay y Entrikin, 1998; Berdoulay, 2002; Debarbieux, 1997; Gumu-
chian et al., 2003).
A lo largo de la conformación del pensamiento geográfico contemporáneo, la disci-
plina, por un lado fue refinando su concepto de espacio, desde las visiones iniciales del
medio geográfico muy apegadas a lo físico-natural, hacia las miradas actuales del espa-
cio y el lugar. Pero al mismo tiempo, también gradualmente fue transitando de la noción
del «ser humano» en su relación con el medio y el medio geográfico, a la incorporación
de la categoría «sociedad», también en su relación con el espacio. En suma, al mismo
tiempo que la disciplina refina durante el siglo XX su concepción de espacio, hace un
proceso semejante en cuanto a la noción de ser humano. Así, si un primer tránsito fue el
de la categoría de «ser humano» a la de «sociedad», actualmente las GVC parecen cum-
plir un papel motor en un segundo tránsito, que trasciende a las GVC y afecta a toda la
disciplina: este segundo tránsito de la geografía humana con respecto a su concepción
de social es el que va desde la categoría de «sociedad» a la de «sujeto».
En este devenir en el que el sujeto se ha tornado cada vez más relevante, las GVC
han redescubierto y profundizado la perspectiva dardeliana del «sujeto-habitante» (Dar-
del, 1990). El mayor desafío en este sentido no es simplemente repetir la concepción
dardeliana, sino ponerla en movimiento en diversas investigaciones empíricas: retomar
esa concepción para constituirla en el pivote para la producción de nuevo conocimiento
a partir de lo que emerge y se replantea en las distintas situaciones empíricas.
La segunda de estas líneas actuales que surgen desde las GVC y conectan con los
movimientos de las ciencias sociales en general, es la del subjetivismo y los procesos de
simbolización. En un primer momento, el reconocimiento de estos temas en la geogra-
fía humana significó un desplazamiento hacia las dimensiones no materiales, lo no tan-
gible. Luego, las GVC, al igual que las otras ciencias sociales interesadas en la subjetivi-
dad social, comienzan a buscar vías que articulen lo material y lo no material. En este
sentido, las alternativas constructivistas que pretenden evitar las aproximaciones ente-
ramente idealistas, procurando caminos que imbriquen lo material con lo no material
de la espacialidad de la vida social, también confluyen en la geografía humana. Así,
dentro de la geografía humana, las GVC inician las propuestas de la «construcción so-
cial de los lugares» (Ley, 1981 y 1989; Di Meo, 1991a; 1991b; 2000; Hiernaux, 2007;
Lindón, 2007).
Por último, cabe destacar una tercera línea que se abre desde las GVC y que genera
un fuerte acercamiento con las ciencias sociales y las discusiones más actuales. Se trata
del desarrollo de procedimientos matemáticos y estadísticos complejos para dar cuenta
de la espacio-temporalidad de las prácticas del individuo. En estos casos, se trata de la
espacio-temporalidad medible. En esta línea cabe recordar que las visiones pioneras se
deben al geógrafo sueco Hägerstrand y la escuela de Lund. Actualmente, dentro de esta
perspectiva, no sólo se ubican los herederos de la escuela de Lund, sino también enfo-
ques más recientes, como los de la geógrafa Mei-Po Kwan, en los cuales las GVC tam-
bién se acercan a la tecnología de la comunicación e informacional. Por ejemplo, Mei-Po
Kwan (2000a; 2000b; 2001 y 2002), del Departamento de Geografía de la Universidad
del Estado de Ohio, estudia el impacto de las tecnologías de comunicación e informacio-
nales en la vida cotidiana de las personas, en las redes sociales y en las relaciones de
género dentro de los hogares. Al mismo tiempo, esta autora ha explorado metodológica-
mente con instrumentos complejos distintas posibilidades de representación de los pa-
trones de actividades cotidianas, utilizando sistemas de información geográfica que in-
corporan la tercera dimensión.
Las GVC han traído consigo fuertes innovaciones en cuanto a las escalas de trabajo
ya que han comenzado a estudiar distintos fenómenos espaciales en escalas que ante-
riormente eran de poco interés en la disciplina e, incluso, en las que antes nunca se
había incursionado: escalas de gran aproximación al fenómeno, lo que usualmente se
conoce como las escalas vivenciales o escalas grandes. Éstas permiten focalizar el análi-
sis en un fenómeno de reducida extensión, pero, por su gran acercamiento, permiten
observarlo con gran nivel de detalle. Una expresión particular del nuevo interés por este
tipo de escalas se halla en el estudio de los espacios domésticos. Un ejemplo del interés
creciente de la geografía por los espacios domésticos —pero también del acercamiento y
diálogo con otras disciplinas sociales, que resultaron de la apertura a estas escalas— se
presenta en la obra colectiva coordinada por Béatrice Collignon y Jean-François Staszak
(2003), así como en numerosos trabajos individuales de cada uno de estos autores (Co-
llignon, 1996; 2001; Staszak, 2001).
Indudablemente, este deslizamiento en las escalas priorizadas no es ajeno a la cen-
tralidad del sujeto y su Lebenswelt. Resultaría sumamente complejo pretender estudiar
por ejemplo, los espacios domésticos a escala nacional porque en esencia un espacio
doméstico solo adquiere existencia cuando es observado con fuerte aproximación.
El deslizamiento hacia las escalas que observan al fenómeno de manera cercana,2
tiene una dimensión más o menos técnica, relacionado sobre el hecho de cómo estudiar
ciertos fenómenos de forma próxima a lo que se pretende conocer. También tiene otra
dimensión, vinculado a la evidencia de que al aproximarnos cobran visibilidad ciertos
fenómenos, ciertos espacios, que observados desde otra escala no eran visibles y en
consecuencia no tenían existencia para el análisis geográfico tradicional, no eran pro-
blematizados ni mucho menos, analizados ni interpretados.
Las GVC también han comportado una notoria apertura y diversificación temática,
ya que precisamente no implican un recorte temático, sino que su especificidad deriva
del tipo de aproximación, de la perspectiva del sujeto y su espacio. Así podemos tener
GVC dedicadas al estudio de fenómenos urbanos y también rurales, podemos encontrar
GVC dedicadas al análisis de espacios domésticos y familiares, como también espacios
laborales, espacios del consumo, espacios educativos, espacios del ocio, la recreación y
el tiempo libre. De igual forma, cobran nuevo interés los espacios religiosos y lugares
festivos, los espacios relacionados con la enfermedad y la discapacidad, los espacios
públicos, los espacios del ejercicio del poder, espacios apropiados diferencialmente se-
gún la condición de género, la experiencia espacial de personas de la tercera edad, pero
también de los jóvenes o de grupos sociales definidos por su condición étnica. Otras
GVC se plantean desde los ciclos temporales, así por ejemplo se han desarrollado inves-
tigaciones sobre la experiencia espacial diurna y nocturna. Esta diversificación temática
está adquiriendo tal magnitud que plantea la casi imposibilidad de hacer una revisión
del abanico de temas que se abren actualmente para el campo de las GVC.
Con las aclaraciones anteriores, con todas las potencialidades y también con todo
lo indefinido o en proceso de esclarecer, asumimos que:
Ubicado el tema en la obra del autor, en tiempo y perspectiva, hacemos ahora un ejerci-
cio de observación con más detalle respecto al sentido que Santos le otorga a los concep-
tos de lugar y espacio banal, ya que serán éstos los núcleos teóricos con los que nuestro
ser considerado «pasivo» debido a la dinámica misma que implica el individuo, en ac-
ción permanentemente. Al respecto habrá que recordar que Anne Buttimer, quien a
mediados de los años setenta escribió un artículo muy reconocido y también pionero en
el tema (Buttimer, 1976) en el cual una de las principales ideas fue precisamente el
carácter activo del concepto de lugar y la inclusión de la «experiencia» como parte in-
trínseca del lugar.
La concepción del lugar como el espacio de los individuos, lo lleva a Milton Santos
al problema de la escala: el lugar requiere de las micro-escalas.4 Y así, la micro-escala, lo
lleva a incorporar una segunda característica propia del lugar, como es la co-presencia
de unos individuos y otros. En este sentido, retoma la teorización sobre la co-presencia
desarrollada por los interaccionistas, y más concretamente por Erving Goffman (1981;
1979), indudablemente el sociólogo clave en el tema. La co-presencia, o vecindad entre
los individuos (Duvignaud, 1977), lo lleva a destacar la socialización (en tanto intercam-
bio recíproco de códigos sociales) entre los individuos que comparten un lugar, así como
la proximidad y la densidad social que trae consigo la co-presencia. Así, destaca la com-
plejidad de temporalidades que pueden co-existir en un mismo lugar (Santos, 1996:
146): cada individuo supone distintos tiempos vividos, diferentes horizontes tempora-
les, pero todos ellos interactúan a partir de la co-presencia (la dimensión interaccional)
que construye el lugar. Incluso, Milton Santos destaca que estas heterogeneidades tem-
porales del lugar pueden implicar el conflicto entre los actores que comparten el lugar.
Tal vez una de las expresiones más claras de conflicto en co-presencia por las diferentes
temporalidades de cada individuo se puede apreciar en las diferentes memorias que
pueden tener los individuos sobre el lugar en el que están en situación de co-presencia
en un instante dado.
Al incluir el tema de la temporalidad desde el individuo en el lugar, se podría agre-
gar lo que las geografías humanistas habían planteado desde los años setenta: el proble-
ma de la temporalidad para las geografías humanistas es el de un «presente tenso»
(Daniels, 1985), ya que para cada individuo el presente contiene diversos pasados a
través de la memoria individual y social. En otras palabras, para las GVC la co-presencia
no solo implica distintos tiempos interactuando en cada uno de los distintos actores del
encuentro, sino que en cada uno de los sujetos también se alojan diversos tiempos.
Así como las sociologías y la filosofía contemporáneas interesadas en la vida coti-
diana y de filiación fenomenológica, van complementando la co-presencia entre los in-
dividuos en el mundo de la vida cotidiana con la intersubjetividad, de la misma manera
procede Milton Santos. De esta forma, nuestro autor se hace cargo de la tradición feno-
menológica mostrando que el problema de las relaciones cara a cara no se limita a lo
presencial, sino que involucra los significados compartidos, o los flujos de significados
como diría Alfred Schutz (1974). En esta perspectiva Milton Santos se apoya en los
principales filósofos del siglo XX adscriptos a la fenomenología y el existencialismo: no
solo Alfred Schutz, también su antecesor Edmund Husserl al igual que otros autores
contemporáneos como Maurice Merleau-Ponty y Jean-Paul Sartre (Santos, 1996: 146;
2000: 271).
Estas referencias reiteran una vez más la perspectiva y el interés explícito de Milton
Santos de construir una geografía abierta y retroalimentada sobre la filosofía y las otras
ciencias sociales, antes que aquellas geografías replegadas sobre sí mismas o con diálo-
go limitado a la historia. A pesar de ello es innegable que los geógrafos anónimos, en su
ejercicio de la disciplina se han ubicado en posturas muy lejanas a estas filosofías, tan
La centralidad que Milton Santos le otorga a lo cotidiano —el espacio banal y el lugar—
se podría descifrar desde las tres citas del epígrafe: la inclusión de lo cotidiano es parte
de una geografía que se está rehaciendo constantemente y en ese proceso descubre nue-
vas formas de entender el mundo. Esta postura solo se torna posible si quienes hacen a
la geografía como disciplina científica, como pensamiento especializado, asumen una
búsqueda intelectual incansable de nuevas ideas (como se trasluce en la segunda cita del
epígrafe). Asimismo, esa nueva centralidad que Milton Santos le reconoce a lo cotidiano
para la geografía del tercer milenio es parte de la decisión explícita de la geografía de
participar en producción de la Teoría Social, como se expresa en las últimas palabras del
epígrafe.
Si recordamos aquel planteamiento seminal de William James (1989)5 de la existen-
cia de «realidades múltiples», retomado casi medio siglo después por Alfred Schutz
(1945), podríamos preguntarnos entonces por la relevancia del alegato por lo cotidiano
en el pensamiento de Milton Santos en dos de esas realidades múltiples: el mundo de la
ciencia (del conocimiento geográfico en nuestro caso),6 y el mundo de la vida cotidiana.7
Respecto al mundo de la geografía: la relevancia de que nuestra disciplina incluya lo
cotidiano es mayúscula. Le representa uno de los horizontes más fértiles para participar
activamente en la producción de la Teoría Social. Este aspecto ha sido de mucha impor-
tancia para Milton Santos, que siempre concibió a la geografía al mismo nivel que las
otras ciencias sociales, y en consecuencia con un enorme potencial para participar acti-
vamente en la producción de la Teoría Social desde su ángulo de observación del mun-
do, el espacio, el territorio, los lugares y las regiones. Dentro de la Teoría Social, las GVC
tienen mucho que aportar desde la perspectiva de la «reproducción social», o bien de la
«producción/reproducción social».8 Habrá que recordar que la reproducción/produc-
ción social es uno de los niveles más complejos de la Teoría Social y en el cual se ha
desarrollado el pensamiento de los principales sociólogos del siglo XX. Pero aun así, es
altamente significativo que el pensamiento geográfico haya penetrado y lo hizo precisa-
mente de la mano de aquellos geógrafos que se atrevieron a concebir el «espacio del
espacios cotidianos de las clases medias son reproducidos en los espacios cotidianos de
la exclusión, movido todo no solo por los medios de comunicación sino también por las
diversas formas de colonización de las aspiraciones y los deseos de los excluidos.10 En
este sentido, por ejemplo hemos analizado en otros trabajos la «migración de imagina-
rios dominantes», y el resultado último de ello ha constatado que lo cotidiano suele estar
regido por las lógicas hegemónicas, aunque el sujeto lo viva como un sueño o quimera,
que en esencia lo lleva a reproducir, imitar. El ejemplo más claro que hemos analizado es
el «mito de la casa propia» (Lindón, 2005; 2006b; 2006c).
Todo lo anterior muestra la relevancia de que la geografía también se atreva a pene-
trar en el mundo de la vida cotidiana, como lo han hecho otras ciencias sociales con
cierta antelación. Sin embargo, la llegada posterior al tema debería de colocarnos en la
situación ventajosa de no tener que repetir caminos ya transitados por otros y reconoci-
dos como riesgosos: así como la Teoría Social de corte marxista después de haber consi-
derado a lo cotidiano como el ámbito de la alienación (Heller, 1977), se enfrentó a las
voces que mostraron que lo cotidiano también puede ser invención y creatividad (De
Certeau, 1990); así como Lefebvre después de haber construido su gran apuesta teórica
sobre la vida cotidiana como la riqueza, en tanto liberación, tuvo que reconocer que la
sociedad burocrática de consumo dirigido también llega a colonizar la vida cotidiana y
transforma su riqueza en miseria, por alienación y reproducción rutinaria (Lefebvre,
1958; 1961; 1981; Lindón, 2004), de igual forma la geografía que se abre a lo cotidiano
más tardíamente no debería caer en visiones ya superadas en otros campos del conoci-
miento, superadas precisamente por el sesgo que implica observar una sola cara del
problema o bien, dicotomizar.
La defensa de Milton Santos por las geografías de la Vida Cotidiana también puede
leerse, interpretarse, e incluso proyectarse, en el reverso de lo dicho por el autor, o como
dirían los lingüistas, en «lo no dicho» que acompaña a «lo dicho». En este camino se
vislumbran algunas cuestiones: la primera es que más allá del conocimiento específico
que puedan aportar las GVC, es relevante que éstas le representen a la geografía humana
la entrada por la puerta principal en la Teoría Social, más específicamente en la discu-
sión sobre la reproducción social o bien sobre la reproducción socio-espacial. La repro-
ducción social es el núcleo de la Teoría Social, de modo que la posibilidad de espaciali-
zarlo e incluir allí a la geografía humana, indudablemente representa un reposiciona-
miento disciplinario notorio, más aun si consideramos que nuestra disciplina más bien
ha estado fuera de esos grandes debates de las ciencias sociales. El aporte de las GVC a
la Teoría Social, y a la reproducción social, viene dado por el análisis de las prácticas
espacio-temporales y rutinizadas. Aunque, como el mismo Guy Di Meo reconoce, ac-
tualmente son los sociólogos y antropólogos quienes han teorizado más acerca de las
prácticas espaciales y la territorialidad (Di Meo, 1999: 79).
No obstante, este camino tiene algunas dificultades, o por lo menos ciertos desa-
fíos: la geografía humana que se abre a este horizonte no debería limitarse a la discusión
meta-teórica sobre el concepto de lugar. La posibilidad de aportar al debate sobre la
reproducción socio-espacial, e incluso profundizar la teorización en torno al lugar, re-
quiere de la investigación empírica pero iluminada teóricamente y con aspiraciones de
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1. Hablamos de «estados nacientes» en el sentido que le otorga a esta expresión Francesco Alberoni
(1984). Alberoni no propuso el concepto de «estado naciente» (en su obra Movimiento e Institución)
con referencia a la teoría sino con respecto a la sociedad (que la teoría social estudia). Pero considera-
mos pertinente retomar la idea con relación a la producción del conocimiento científico, precisamen-
te para destacar que nuestra reflexión es parte de la búsqueda de teoría —o indicios— que responda a
«estados nacientes» del pensamiento social —es decir teorías creativas, innovadoras, en ebullición...),
antes que revisar aquel otro tipo de teoría que discurre por lo instituido, por lo consensuado dentro de
las diversas comunidades científicas.
2. La cercanía implica tanto una reducción en la distancia física desde la cual se observa el fenó-
meno (lo que supone aumentar los detalles y reducir la extensión), como también una cercanía cognitiva
que supone intentar ponernos en el lugar del otro o en el lugar observado.
3. Esta visión podría concebirse casi como el reverso del Panóptico ya que en él, cada uno es
observado por todos los demás. Dicho geográficamente, esto podría replantearse como «cada lugar es
observado por muchos observadores». Para la geografía tradicional se ha tratado de «una mirada que
observa el todo». La expresión más clara de ese panóptico inverso se podría constatar en el instrumen-
to predilecto de la geografía: la cartografía.
4. Es necesario observar que hablamos de «micro-escalas», e incluso el propio Milton Santos
también lo hace así, en el sentido sociológico de la expresión y no en el sentido geográfico estricto. En
otras palabras, la micro escala se refiere a los espacios de reducida extensión, que el estudioso observa
con mucho detalle y de manera próxima. Aclaramos que no es así en el estricto sentido geográfico,
porque, para la geografía, una escala pequeña hace referencia a un territorio amplio; al revés de lo que
ocurre con una escala grande que observa un territorio pequeño.
5. Cabe recordar que esta magna obra fue publicada por primera vez en 1890, y este tema es
abordado en el capítulo XXI del segundo volumen.
6. Sin lugar a dudas, en este caso hablamos de conocimiento geográfico como un conocimiento
especializado. Aunque, también reconocemos el otro conocimiento geográfico —las geografías perso-
nales de David Lowenthal (1961)— es decir el conocimiento de los distintos lugares que poseen las
personas y que emplean en su vida práctica constantemente.
7. Cabe aclarar que para la fenomenología social que reconoce las «realidades múltiples», sobre
todo en la perspectiva schutziana, el mundo de la ciencia y el mundo de la vida cotidiana (al igual que
los «otros mundos», el de la fantasía, los sueños, la religión, el arte...), se caracterizan por formas
particulares de conocer. En el de la vida cotidiana el conocimiento resulta de la experiencia, de lo
vivido. En el de la ciencia el conocimiento resulta de la ruptura con la actitud natural y el cuestionamiento
explícito respecto al mundo.
8. Recordemos que en la Teoría Social, cuando se plantea el problema en términos de «reproduc-
ción social» el énfasis se coloca en la repetición, el mantenimiento del orden social. En tanto que,
cuando se replantea el problema desde la «producción social» se destaca la posibilidad de cambio
social, o de construir diferentes órdenes sociales.
9. Son muy conocidas numerosas investigaciones geográficas planteadas desde la condición de
género en las cuales se ha puesto de manifiesto que el espacio cotidiano y particularmente doméstico,
suele constituirse en un espacio de la dominación, incluso un espacio del ejercicio de la violencia
(Sabaté et al., 1995).
10. Finalmente, las enseñanzas de Lefebvre y de la Escuela de Frankfurt siguen vigentes en cuanto
a las ideas de fondo: la colonización no se da desde lo económico, sino desde lo cultural que por
ejemplo, lleva a «transformar los deseos en necesidades» (Lefebvre, 1972), o que nos hace concebir al
«consumo como promesa de felicidad» (Marcuse, 1964).
Cristóbal Mendoza
Las referencias explícitas a los procesos migratorios fueron escasas en la obra de Milton
Santos. Más que una reflexión sobre estos procesos, Milton Santos se limitó, a partir de
la observación y análisis de las experiencias latinoamericanas, a explicar la migración en
ese espacio geográfico a finales de los sesenta y setenta. En ese contexto geográfico, la
migración se reduce, de acuerdo con la visión de nuestro autor, al flujo campo-ciudad y
se entiende como resultado de procesos económicos que comportan el desplazamiento
de zonas más atrasadas, en términos de niveles de ingreso y bienestar, a más desarrolla-
das. De esta manera, en De la Totalidad al Lugar, Santos (1996) menciona la migración
como un fenómeno que se da en paralelo al proceso de urbanización y de organización
de la producción. Este proceso se ubica en el circuito inferior de la economía; aquel que
se establece entre las diferentes ciudades del país, y subraya que la relevancia de este
circuito económico es «el resultado combinado del dinamismo de las migraciones rural-
urbanas, del ritmo del proceso de urbanización y la organización de la producción»
(Santos, 1996: 100).
Esta forma de entender la migración está fuertemente influenciada por las corrien-
tes teóricas dominantes en América Latina en los sesenta, setenta y ochenta; en concre-
to, la teoría de la modernización y la teoría de la dependencia. A pesar de ser teorías
antagónicas en cuanto a sus postulados ideológicos, las dos concuerdan en vislumbrar
la realidad en términos bipolares en cuanto al nivel de desarrollo, y diferencia entre una
sociedad «tradicional» y una «moderna», o entre el «centro» y la «periferia». En el caso
de la teoría de la modernización, los individuos más arriesgados e inteligentes de las
sociedades tradicionales optan por migrar, en busca de los beneficios del polo moderno
de la sociedad. El hecho de migrar es, al mismo tiempo, una contribución al proceso de
cambio y a la estabilidad social (Ariza, 2000). Esta visión dual también se encuentra en
la obra de Milton Santos. Concretamente, en L’Espace Partagé, Santos (1975) subraya
que, a través de la modernización, se deben observar las implicaciones temporales de la
organización del espacio, especialmente en el Tercer Mundo. Por modernización, en-
ton Santos no fueron pensados para el estudio de las migraciones, resultan de gran
interés analítico para el análisis de los procesos migratorios transnacionales.1 En parti-
cular, se retoman cuatro ejes de análisis a partir de la obra de nuestro autor para re-
flexionar y subrayar la relevancia analítica de los conceptos geográficos para entender
los procesos migratorios de raíz transnacional y, en todo caso, proponer nuevas líneas
de discusión teórica a partir de dichos ejes. En primer lugar, el capítulo reflexiona sobre
la globalización y la producción del espacio. En este apartado, se subraya que el proceso
de globalización no es homogéneo, ni neutro, y que, a pesar de que existen procesos
globales a la hora de entender la construcción de la realidad social, estos se realizan de
forma diferenciada en el espacio. En segundo lugar, y en línea con lo anterior, a partir de
una reflexión sobre el «lugar» en los estudios de migración transnacional, se expone la
visión de Milton Santos sobre el «lugar» como espacio cotidiano; visión, en parte, com-
partida con otros geógrafos contemporáneos, en particular la escuela humanística. En
tercer lugar, se retoma el concepto de «espacio banal» a la luz de la literatura sobre
transnacionalismo político. Esta reflexión es de interés en cuanto el «espacio banal» de
Milton Santos propone una «democratización» del uso y apropiación del espacio, con-
cepción enfrentada al espacio de redes. Parte de la literatura sobre transnacionalismo
político también subraya el potencial de resistencia de los vínculos transnacionales y el
reto que constituye para la esencia misma del estado. Finalmente, nos centramos en la
discusión que realiza Milton Santos sobre las redes, en el contexto de la literatura sobre
migraciones transnacionales; literatura que considera las redes un concepto clave para
entender la construcción de espacios sociales a través de fronteras políticas.
Globalización y transnacionalismo
gar, las comunidades transnacionales son constructos sociales y culturales, cuya base
territorial es, en gran medida, ignorada (véase, por ejemplo, Rouse, 1992; Goldring,
1996). Las comunidades en cuanto construcciones sociales se han descrito como «ima-
ginadas» (Chavez, 1994), compuestas por familias transnacionales (Chavez, 1992; Pa-
lerm, 2002), o en términos de movimientos circulares (Rouse, 1991; Goldring, 1992a),
entre otras definiciones.
Es en ese punto donde la obra de Milton Santos puede ser de gran interés al reivin-
dicar precisamente que la geografía debe abandonar la «viudez del espacio» (Santos,
2002: 118, 1.ª edición, 1978). Nuestro autor subrayó, en todo momento, el protagonismo
del espacio en la construcción de la realidad social y su articulación con la historia, y
enfatizó que la conceptualización del espacio se debe situar en el proceso de producción
del mismo, en el momento en que la sociedad se apropia de la naturaleza; proceso que
adquiere un carácter global y, al mismo tiempo, diferenciado en los distintos lugares del
planeta (Zusman, 2002). En esta diferenciación, se subraya que la compresión espacio-
tiempo sólo acerca a algunas personas y que el empleo de los medios está en relación
directa con el poder de cada actor. Desde esta perspectiva, las desigualdades sociales
son, ante todo, desigualdades territoriales porque derivan del lugar donde se encuentran
las personas (Bosque Maurel, Estébanez Álvarez y García Ballesteros, 1996). Con otras
palabras, el espacio de la globalización no es neutro, es producto de la tecnología, y
necesita producirse y reproducirse. La producción social del espacio se realiza forzosa-
mente desde una perspectiva histórica y desde la posición de los lugares con respecto al
medio técnico, científico e informacional.
En este contexto, retomando la idea de los circuitos como lugares de experiencia social,
resulta pertinente recobrar el pensamiento de Milton Santos que plantea que, a través
del entendimiento del contenido geográfico de lo cotidiano, podremos contribuir a la
comprensión del vínculo entre espacio y movimientos sociales. En sus propias palabras:
En el lugar —un orden cotidiano compartido entre las más diversas personas, empresas e
instituciones—, cooperación y conflicto son la base de la vida en común. [...] la contigüi-
dad es creadora de comunión, la política se territorializa, con la confrontación entre orga-
nización y espontaneidad. El lugar es el marco de una referencia pragmática del mundo
[...] pero es también el escenario insustituible de las pasiones humanas, responsables, a
través de la acción comunicativa, por las más diversas manifestaciones de la espontanei-
dad y de la creatividad [Santos, 2000: 274].
Esta concepción del lugar como «espacio cotidiano» en tanto «orden compartido»
y «escenario de las pasiones humanas» contempla varios puntos en común con la discu-
sión sobre el lugar en la geografía humanística. En este sentido, y de acuerdo con Ortega
Valcárcel (2000), el «espacio vivido» implica una nueva concepción del espacio, que no
sólo toma en cuenta la materialidad, sino también la experiencia subjetiva de los sujetos
y, por ello, considera las emociones, sentimientos, recuerdos, motivaciones, gustos, sue-
ños, miedos o deseos. El concepto de espacio vivido considera que las representaciones
del espacio están influidas por el lugar de residencia y las áreas frecuentadas, así como
por la educación, los valores culturales y la experiencia de los individuos. Desde esta
perspectiva, la materialidad del espacio es inseparable de las diversas representaciones
que se construyen para interpretarlo (Ortega Valcárcel, 2000).
Ciertamente, desde este enfoque, y al igual que plantea Santos, el concepto «espacio
vivido» está relacionado con el de «lugar». De esta manera, los lugares no existen sólo
como entidades físicas, sino también como resultado de las diferentes experiencias de
las personas. Los lugares, por tanto, están llenos de significados y cuentan con una
dimensión existencial, una vinculación emocional con el ser humano y se relacionan en
un espacio concreto y con unos atributos bien definidos (Tuan, 2003). «Para hacerse
espacio, el Mundo depende de las potencialidades del Lugar» (Santos, 2000: 289).
En un mundo global (y también más desigual), concebido de forma creciente como
un espacio de flujos (de capital, mercancías, personas), más que un espacio de territo-
rios, los lugares se revalorizan, adquieren mayor protagonismo y proporcionan mayor
seguridad y estabilidad identitaria. Ante esta nueva realidad global, Massey (1994) pro-
pone evitar acotar el concepto a fin de evitar posiciones identitarias de carácter exclu-
yente. La autora propone superar la concepción de los lugares como espacios delimita-
dos por fronteras y con unos límites con connotaciones particulares, fijas y estáticas,
para imaginarlos como el producto de una intersección compleja de procesos, relacio-
nes sociales y conocimientos que se integran a diferentes escalas, desde la local a la
global. Desde esta perspectiva, los lugares no son estáticos, sino, más bien, fluidos y
dinámicos y, en consecuencia, las identidades se encuentran en proceso continuo de
formación.
Con relación a este proceso de construcción de identidades, el concepto «sentido de
lugar» concibe la noción de lugar como una construcción social o una subjetivación.
Este concepto permite analizar la manera cómo el «espacio», entendido como una abs-
tracción genérica, se transforma en «lugar» gracias a la experiencia y la acción de los
individuos (Massey, 1995). El sentido de lugar, construido a partir de la experiencia
cotidiana y de los sentimientos subjetivos, puede ser de tal intensidad que se convierta
en un aspecto central de la construcción de la identidad individual (Rose, 1995). El
lugar, de esta manera, dispone de una temporalidad personal, una historia (Crang, 1998).
La relación entre el sentido de pertenencia y el lugar, sin embargo, no se aborda en
la obra de Milton Santos, aunque está implícita en su visión del lugar como marco de lo
cotidiano, de las vivencias y las relaciones, el lugar de las pasiones. La epistemología de
Milton Santos contempla el lugar desde una perspectiva humanística, anclado en el
territorio y en la historia, un «sitio de resistencia» contrapuesto al espacio de redes, el
espacio del poder.
Milton Santos propone que, en los lugares, también se construye una discurso contra-
hegemónico; el espacio banal, el lugar de todos, de lo cotidiano, un lugar de resistencia
(véase Lindón, en esta misma obra), que se contrapone al espacio de los flujos, espacio
global regido por una lógica y un contenido ideológico distante (Santos, 1996). En sus
propias palabras:
Existe un conflicto, que se agrava, entre un espacio local vivido por todos los vecinos y un
espacio global regido por un proceso racionalizador y un contenido ideológico de origen
distante, que llega a cada lugar con los objetos y las normas establecidas para servirlos. De
ahí el interés de recuperar la noción de espacio banal, es decir el territorio de todos [...] y
de contraponer esa noción de redes, o sea, el territorio de aquellas formas y normas al
servicio de algunos [Santos, 1996: 128].
palabras de Milton Santos, 2000: 227). Por poner un ejemplo sencillo, el envío de reme-
sas a México desde los Estados Unidos es, sin duda, más rápido, fácil y económico en
Los Ángeles que en una comunidad rural de Georgia (Mendoza, 2006a).
Una segunda idea relevante del pensamiento de Milton Santos que también se
desarrolla en La Naturaleza del Espacio está relacionada con lo que el autor denomina
«enfoque genético» y que implica forzosamente un estudio diacrónico de la formación
de las redes.
Las redes están formadas por trozos, instalados en diversos momentos, diferentemente
fechados, muchos de los cuales ya no están presentes en la configuración actual y su sus-
titución en el territorio también se realiza en momentos diversos. Pero esa sucesión no es
aleatoria. Cada movimiento tiene lugar en la fecha adecuada, es decir, cuando el movi-
miento social exige un cambio morfológico y técnico. La reconstrucción de esa historia es,
pues, compleja, pero es fundamental si queremos entender como una totalidad la evolu-
ción de un lugar [Santos, 2000: 222-223].
Estas ideas, de gran potencial analítico, están ausentes de los estudios de migración
transnacional, en los que, como veremos más adelante, las redes se observan desde una
perspectiva sincrónica (o incluso ahistórica), sin base material, constituidas en espacios
neutros y a los que todas las personas parecen tener acceso.
AQUÍ CUADRO 1
Reflexiones finales
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clusive urbana (Santos, 1996; Santos y Silveira, 2001). La modernización del campo, de
la energía, de la minería o inclusive la ocupación de lugares hasta ahora vacíos o com-
pletamente remodelados resultan de ese tipo de acontecer. Las existencias vinculadas a
tal acontecer dejan ver la primacía de las formas y la relevancia de la técnica, incluidos
aquí no sólo los objetos sino también las técnicas de la acción o formas de trabajar. Son
lugares del hacer y no del mandar, es decir, la política globalizada o corporativa se hace
presente aunque no sea allí elaborada.
Ya el acontecer complementar crea nuevas relaciones entre ciudad y campo y ciertas
relaciones interurbanas e intraurbanas, orientadas por las demandas de una producción y
circulación modernas y territorialmente próximas. Es la modernidad de la ciudad inter-
media y del trabajo, incluyendo el transporte, las finanzas, los servicios técnicos en defini-
tiva las actividades ligadas a las variables-clave del período. Esto explica, entre otros as-
pectos, que las ciudades intermedias y metrópolis regionales crezcan, tengan más flujos,
aumente el consumo e inclusive el empleo, dando una sensación de modernidad y de
elevación del nivel de vida, tantas veces mayor que en las metrópolis nacionales. Se densi-
fica la división del trabajo y, en consecuencia, la cooperación, representada por todo tipo
de flujos. De allí el frenesí del movimiento tanto material como inmaterial. También aquí
las formas y las técnicas son las existencias más visibles que resultan de este tipo de even-
tos, al tiempo que las políticas y normas son alienígenas como en el acontecer homólogo.
Pero las acciones, tanto en el acontecer homólogo como en el acontecer complementar,
nacen o resultan de la co-presencia, tal como explicada por Giddens (1987).
Por fin, identificamos el acontecer jerárquico, hecho de órdenes e información que
provienen de un lugar y se realizan en otro como trabajo. Estos eventos alimentan la
racionalidad de los demás aconteceres, cuya especialización territorial es intensa y cuyo
comando es concentrado en virtud de las posibilidades contemporáneas de la técnica
informacional. Son los eventos productores de información-secreto, la cual opera como
una norma para organizar el resto del territorio con grandes redes y extensiones subor-
dinadas a esa lógica. En consecuencia y a diferencia de los aconteceres ya citados donde
la acción resulta de la co-presencia, aquí es la acción a distancia que domina, como en el
concepto de teleacción propuesto por Moles (1974). La primacía de las normas y la
relevancia de la política son centrales, aunque esta última sea cada vez más una política
de las empresas con el papel activo pero subalterno del poder público. De allí la aliena-
ción de los lugares, la mimetización de las divisiones territoriales del trabajo corporati-
vas como división territorial del trabajo de la nación y la internacionalización de los
circuitos espaciales de producción que abarcan el planeta, en fin, el crecimiento econó-
mico contemporáneo que está directamente relacionado a la producción de la pobreza.
Una verdadera esquizofrenia del territorio (Santos, 2000; Santos y Silveira, 2001).
El período actual puede ser definido, entre otros aspectos, por la universalidad de los
eventos que lo constituyen. Como mencionado, hoy algunos agentes producen eventos
técnicos y políticos que abarcan la totalidad del planeta y que, entrelazados, crean un
conjunto de existencias planetarias. Es la producción de una totalidad empírica porque,
como vimos, el tiempo universal se volvió empírico permitiendo la interrelación de las
existencias.
Así, técnica y política, los dos elementos constitutivos del espacio, adquieren, en el
período actual, una dimensión universal. Se trata de una técnica planetaria, porque
directa o indirectamente está presente en todos los lugares, y una política planetaria —
un acontecer jerárquico— que unifica, por medio de acciones precisas y pragmáticas,
esos macrosistemas de objetos. Tal política revela una división internacional del trabajo
que se instaura como división nacional del trabajo o, aún, como división territorial del
trabajo dominante en la ciudad. Son técnicas normatizadas que se casan con la norma-
tización técnica y política, pergeñando las tres unicidades que son la base de la globali-
zación: la unicidad del sistema técnico, la convergencia de los momentos y la unicidad
del motor (Santos, 1996).
Imponiendo una forma normatizada de hacer y de mandar, un sistema técnico
único busca invadir los lugares y, gracias a las técnicas de la información, asegura la
simultaneidad de las acciones creando la convergencia de los momentos. En otras pala-
bras, esa base técnica universal permite la difusión de un discurso único sobre el perío-
do actual que se esparce como una filigrana sobre las diversas regiones y, al mismo
tiempo, legitima un modo de producción científico-técnico, basado en la apropiación de
los lucros por un puñado de empresas globales. Esa es la unicidad del motor. Esas mis-
mas corporaciones comandan la producción de los grandes sistemas técnicos y de difu-
sión de la información, por medio de agencias globales, aumentando la vocación por esa
modernización y la producción y acumulación de plusvalía a partir de la lógica de los
agentes hegemónicos.
A ese retrato del mundo contemporáneo Milton Santos (1984) denomina universa-
lidad empírica, pues la totalidad ya no es sólo filosófica, como en los antiguos sistemas
de ideas, sino histórica. La técnica y la política se vuelven omnipresentes como existen-
cia material o ideológica, transformando el mundo en una única esfera movida por un
sistema de objetos y por la lógica de competitividad de las grandes firmas.
Sin embargo, como dicho anteriormente, la división del trabajo asociada a ese or-
den global coexiste con otras divisiones sociales y territoriales del trabajo. Y aquí, para-
fraseando a Meschonnic (1988: 59) cuando escribía sobre modernidad, diríamos que «el
plural es de rigor» también para el concepto de división territorial del trabajo. Aún
cuando analizados sincrónicamente, un país o una ciudad no revelan un único conjunto
de existencias funcionales a los aconteceres jerárquicos, sino una superposición de exis-
tencias pertenecientes a diversas divisiones territoriales del trabajo.
Como resultado del proceso histórico, un país es un conjunto de existencias políti-
cas, económicas, culturales, jurídicas, lingüísticas, territoriales, en permanente movi-
miento. Cada elemento se relaciona con los demás en ese funcionamiento sincrónico y
diacrónico pero, en virtud de la especialización técnica, científica e informacional del
trabajo, aumenta el número y la complejidad de los eventos y, por esa razón, se vuelve
más difícil reconocer ese sistema complejo y dinámico de estructuras. Las infraestructu-
ras o sistemas de ingeniería, los movimientos de la población, la distribución de la agri-
cultura, de la industria y de los servicios, las estructuras normativas, incluyendo la legis-
lación civil, fiscal y financiera, y el alcance y la extensión de la ciudadanía son los ele-
mentos que definen el uso del territorio nacional.
En cada porción del territorio nacional, la cantidad y calidad de las infraestructu-
ras y políticas posibilitan el ejercicio, más o menos exitoso, de un tipo de trabajo valori-
zado en el mundo contemporáneo. Por eso decimos que las existencias permiten, en
mayor o menor grado, la implantación de lo nuevo y que éste cambia los contenidos de
las existencias pretéritas y realiza otras. Así, las regiones dan valor al trabajo que en ellas
se desarrolla y, recíprocamente, la llegada de nuevas existencias crea valor en las regio-
nes. Son en general formas del acontecer homólogo y complementar, producto de la
técnica moderna y de la información científica, y ritmadas por la fuerza de un acontecer
jerárquico, con normas alienígenas.
Hoy, el mercado externo y los respectivos mandamientos de la exportación y la
competitividad tienen el papel de orientar el dinero público a la construcción de infraes-
tructuras, servicios y formas de organización del trabajo. Exigentes de un territorio
fluido en sus bases materiales y en sus regulaciones, los proyectos de las grandes corpo-
raciones se instalan violentamente como proyecto de la Nación e, inclusive, como pro-
yecto de la ciudad.
Ese es el nuevo destino de las naciones, en el cual las preocupaciones sectoriales y
pragmáticas de un espacio reticular toman el lugar de las preocupaciones totalizadoras
del espacio banal. Empresas, instituciones, individuos o lugares que no reaccionan favo-
rablemente a su aplicación deben ser rechazados en virtud de su inviabilidad. Pero el
territorio en sus porciones concretas —los lugares— evidencia que las recetas generales,
de naturaleza macroeconómica y reproducidas de forma casi idéntica, profundizan las
crisis por no tener en cuenta ese espacio banal.
Un análisis de las variables determinantes es posible y necesario. Podemos, a partir
de aquí, por ejemplo, trabajar el espacio de las redes, descubriendo su lógica y la historia
de su producción. Retratos del sistema bancario, de corporaciones globales, de empre-
sas productoras de información, del centro empresarial de una metrópoli son, entretan-
to, sólo una parte del espacio, un espacio de existencias dominantes, es decir, resultado
de los eventos productores de una solidaridad organizacional. Constituyen, por lo tanto,
un espacio de eventos jerárquicos y verticales. Un holding se instala allí donde la ciudad
o el territorio tengan el ingreso per capita más alto, o donde hubiera una dotación vial y
de telecomunicaciones importante porque esa es su política. El resto es un conjunto de
«áreas sin interés». No obstante, esa topología no constituye el espacio real.
El territorio de un país o de una ciudad es utilizado por todos los actores, indepen-
dientemente de su fuerza, y constituye un conjunto heterogéneo de existencias, que
recibe diferencialmente los eventos. Ese espacio banal, que es usado por todos los acto-
res con sus diferentes temporalidades, configura un mosaico de divisiones territoriales
del trabajo. Como afirma el geógrafo brasileño:
Es a partir de una epistemología atenta a las demás existencias que podremos com-
prender los dinamismos del territorio nacional y de la ciudad y no sólo la velocidad de
los hegemónicos.
que cambia la circulación del dinero local y regional. Pero habría que observar también,
en esa ciudad, otro conjunto de eventos, cuya cuna es aquel pedazo del territorio, como
por ejemplo, la acción de una asociación de pequeños comerciantes buscando formas
más endógenas de circulación del dinero. Se trata de un evento capaz de producir una
solidaridad orgánica, y eso existe concomitantemente con los productores de solidari-
dad organizacional. Por ello hablamos de acontecer solidario, en el cual la simultanei-
dad e interrelación abriga, como nunca antes, una oposición.
De ese modo, entre los dos circuitos hay una oposición dialéctica, pues uno no se
explica sin el otro y ninguno de ellos puede tener autonomía de significado porque no
tiene autonomía de existencia. Ambos son opuestos y complementarios pero, para el
circuito inferior, la complementariedad adquiere la forma de dominación. Resultado
indirecto de la solidaridad organizacional, ese circuito se entiende, también, por la pro-
pia producción de solidaridad orgánica.
En el libro Pobreza urbana podemos leer:
[...] comparando las características de las mismas variables en cada uno de los dos circui-
tos, se nota, entre ellas, una contradicción. Pero, dentro de cada circuito, las variables
propias, esto es, la tecnología, la organización, la importancia de la actividad, las relacio-
nes de trabajo, el número de empleos, etc., constituyen un verdadero sistema dotado de
una lógica interna [Santos, 1978: 43].
De allí la idea de que la ciudad no puede ser vista sólo a partir de la economía
moderna, de una única división territorial del trabajo, del circuito superior. La ciudad,
sobre todo la metrópoli, es una yuxtaposición de divisiones territoriales del trabajo, de
técnicas y normas, de áreas construidas modernas y deterioradas, de circuitos económi-
cos. El medio construido (Harvey, 1975) y los instrumentos técnicos utilizados constitu-
yen manifestaciones urbanas del actual sistema técnico, pero también de sistemas técni-
cos heredados. Una mirada sobre las formas de trabajo y sus relaciones con el medio
construido permite reflexionar sobre los contenidos existenciales del espacio, es decir, la
vida y las técnicas, que indican cómo el territorio es utilizado. Las formas de trabajo que
componen el circuito inferior y el circuito superior marginal en el período actual pue-
den ser vistas como divisiones del trabajo espontáneas que nacen en los intersticios del
circuito superior (Silveira, 2004).
Allí las existencias pretéritas, como los objetos técnicos y las normas, son presenti-
ficadas por la acción, sea ésta vinculada a la división del trabajo hegemónica o a las
divisiones del trabajo no hegemónicas. Y como las existencias, sean cuales fueren, sólo
adquieren su valor histórico en relación con las demás, no estamos autorizados a anali-
zarlas aisladamente.
Es en la acción presente y en la presentificación del práctico-inerte que debemos
reconocer las tendencias definidoras del período. Es el caso del valor explicativo que hoy
adquieren las finanzas. En virtud de la extrema capilaridad, la premisa de la dificultad
de acceso al crédito por parte del circuito inferior, que caracterizó el período entre la
segunda guerra mundial y los años 1980 aproximadamente, no siempre se cumple en las
ciudades del mundo pobre en este inicio del siglo XXI. Se discute bastante la demanda
insatisfecha, cuando lo que parece definir nuestra época es exactamente su contrario,
una sobre-oferta de crédito y de préstamos. Y la distinción entre sector financiero for-
mal e informal parece complicar aún más el entendimiento del papel del dinero vivo en
las economías urbanas del mundo pobre. Cuando las tasas de intereses cobradas por los
[...] cada civilización o clase se reserva la palabra [racionalidad] como característica supe-
rior de sus propias acciones. Pero la actividad económica de los pobres también funciona
de acuerdo a una lógica y por lo tanto es racional [Santos, 1978: 54].
Y aún antes, en su obra L’espace partagé (1975) Milton Santos ya aseveraba que el
funcionamiento del circuito inferior es dotado de perfecta racionalidad, pues:
tal. Responde, al mismo tiempo, a las necesidades de consumo y a la situación general del
empleo y del capital [Santos, 1975, 2002: 261].
La fuerza del mercado concreto, en el circuito inferior, contrasta con el poder del merca-
do abstracto del circuito superior, aunque este último comande la vida social. Mientras
que el fundamento del primero es el trabajo y sus productos, el fundamento del segundo
es el dinero en estado puro. Los mercados concretos son territorializados, la arena de
actores con existencias concretas. Es el existencialismo territorial del que nos habla
Milton Santos (2000), esto es, un pragmatismo mezclado con la emoción a partir de los
lugares y de las personas juntos.
Una epistemología existencial busca captar la vida en las formas. Es la totalidad de
la existencia lo que interesa a esa geografía. Y, para ello, el mundo no puede ser escindi-
do a partir de enfoques incuestionables como los sectores de la economía, las redes, las
regiones pétreas, sino a partir de nuestro concreto pensado: la existencia en situación en
su respectivo período histórico (Silveira, 2006).
No es suficiente, sin embargo, retratar el funcionamiento de ese mundo de la globa-
lización perversa. Es necesario comprender que el distanciamiento creciente entre el
circuito superior y el circuito inferior no es un proceso ineluctable. Otras posibilidades
del período podrían tornarse existencias en la ciudad. Para ello parece importante ana-
lizar la vida sistémica de esos otros modos de trabajo y existencia, que no son vislumbra-
dos por una epistemología hegemónica fundada en el pasado, ni contabilizados por las
estadísticas —que ven otras maneras de vida como «residuales» o «problemas».
De allí la necesidad de reconsiderar el papel de la intuición y no sólo la racionali-
dad. Si la razón y la emoción están presentes en la vida del territorio, ambas tienen que
participar de la teoría. Entendida como la desobediencia de los hombres juntos a las
reglas pragmáticas del orden mundial, la emoción podría ser vista, en el camino del
método, como la desobediencia a los principios rígidos de una epistemología dominante
basada, muchas veces, en la lógica calculadora de la macroeconomía y ajena a nuestra
realidad. Ese sería uno de los fundamentos de la epistemología existencial.
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Óscar Sobarzo
La expresión «ciudades medias» no está libre de controversias. Tal vez uno de los pocos
consensos con respecto a las ciudades medias se refiera a la dificultad de su definición,
ya sea por la variedad de criterios escogidos o por las situaciones diversas que existen o
puedan existir entre las realidades urbanas y los procesos de urbanización de diferentes
países o entre regiones de un mismo país.
La definición de un criterio estadístico (por ejemplo, un intervalo de población)
para la identificación de las ciudades medias resulta, muchas veces, la forma más sim-
ple y, al mismo tiempo, más problemática de aproximación al tema. Como señalan
Amorim y Serra (2001), el criterio del tamaño demográfico es simple y cómodo, pero
debe entenderse como una primera aproximación. La población de una ciudad puede
ser un indicador del tamaño del mercado local, de la infraestructura urbana o del grado
de concentración de actividades. Sin embargo, dependiendo de la realidad de cada país
o región y del período histórico analizado, los indicadores demográficos identificados
pueden representar distorsiones al momento de usarse como criterios para el análisis de
la realidad urbana. A modo de ejemplo, en la década de 1970, en Brasil, a pesar de las
diferencias entre autores, es posible definir una ciudad media como aquella comprendi-
da en un rango de población de 50.000 a 250.000 habitantes (Amorim y Serra, 2001). En
la primera década del siglo XXI, este intervalo varió para un mínimo de 100.000 y un
máximo de 500.000 habitantes.
Una definición en estos términos es ventajosa por ser operativa, pero requiere de
otros indicadores que la complementen para evitar una generalización y para solventar
situaciones complejas, como es el caso de los municipios conurbados que, si bien indivi-
dualmente pueden encuadrarse en el intervalo definido, analizados en conjunto forman
una unidad mayor que sobrepasa la idea de ciudad media. También es posible que ciu-
dades con población por debajo del intervalo, localizadas en regiones menos densamen-
te pobladas (como la Amazonia, por ejemplo), tengan funciones de ciudades medias o el
caso contrario, de ciudades con población mayor a los 500.000 habitantes y que ejercen
un papel de ciudad media en la jerarquía urbana.
En este plano operativo, podemos destacar el estudio del IPEA (2002) que buscó
caracterizar la red urbana brasileña desde la perspectiva del desarrollo regional a partir
de criterios estadísticos. De este trabajo, resulta interesante que, al enfrentar la tarea de
definir una morfología del sistema urbano y sus especificidades regionales, define una
matriz metodológica para el análisis de los diferentes tipos de ciudades que incorpora
variables demográficas, económicas, de infraestructura, centralidad y finanzas. En la
misma línea, Castello Branco (2006) elabora la idea de las ciudades medias como nodos
de articulación entre las grandes metrópolis y las ciudades menores, considerando el
tamaño poblacional, el volumen de actividades económicas, el grado de urbanización, la
centralidad y la calidad de vida. Sin embargo, a pesar de lo anterior, subyace un criterio
fundamentalmente estadístico, ya que las ciudades seleccionadas son definidas por un
intervalo poblacional entre 100.000 y 350.000 habitantes.
Aunque se reconoce el valor y la utilidad de una definición operativa, especialmente
como una manera de aproximación al estudio de la jerarquía urbana, pretendemos iden-
tificar, en el pensamiento de Milton Santos, algunas ideas que nos auxilien en la cons-
trucción de un concepto de ciudad media que pueda servir para la comprensión de la
realidad urbana actual. No se pretende, de todas formas, concluir de forma aseverativa
qué es una ciudad media, sino evidenciar aspectos para un debate y un proceso de
construcción (o incluso de superación) de un concepto.1
Según Sposito (1999), entre 1964 y 1977, período en que Milton Santos trabajó fuera de
Brasil, sus reflexiones urbanas se centraron en las preocupaciones por entender la reali-
dad de los países subdesarrollados. En este sentido, el punto de partida para nuestras
reflexiones es el fuerte cuestionamiento y la crítica a la imposición de modelos y teorías
elaboradas en países desarrollados para el entendimiento de una realidad diferente en
los países subdesarrollados del autor (Santos, 1980a, 1980b, 1982a, 2004). En este senti-
do, y desde esta perspectiva latinoamericana, la idea de la existencia de una red urbana
jerarquizada y articulada en niveles consecutivos es reemplazada por una red macroce-
fálica, con ciudades de niveles inferiores que no necesariamente «dependen» de las in-
mediatamente superiores, sino que se dirigen directamente a las ciudades más impor-
tantes, en una especie de «cortocircuito» de la red.
Esa constatación cuestiona la efectividad de los análisis y las políticas públicas que,
basadas en teorías que pensaban la red urbana como un sistema articulado, con proce-
sos graduales y diferenciados entre los tipos de ciudades, defendían que era necesaria
con la definición de acciones específicas a cada nivel jerárquico de cara a combatir
desigualdades regionales y acelerar procesos de desarrollo. En Brasil, podemos ejempli-
ficar esta forma de pensar la red urbana a partir de las políticas implementadas en la
década de 1970 con relación a las ciudades medias que, entre otras expectativas no
cumplidas, esperaban contener los flujos migratorios hacia las metrópolis, como si la
migración fuese gradual entre los diferentes tipos y niveles de ciudades (Véase Mendo-
za, en este mismo libro).
Junto con destacar la idea del «cortocircuito» en la red (que será retomada en la
década de los noventa en otro contexto), nos interesa destacar la tipología de ciudades
que Milton Santos definió en este primer momento. La clasificación propuesta en su
libro Les villes du Tiers Monde de 1971 consideraba indicadores capaces de evidenciar el
nivel funcional de la ciudad y su capacidad de organizar el espacio, toda vez que se
1. Esa tarea actualmente representa uno de los objetivos de dos proyectos de investigación Rede de
Pesquisadores sobre Cidades Médias (ReCiMe) y Cidades médias brasileiras: agentes econômicos,
reestruturação urbana e regional, coordenados por las profesoras Dra. Maria Encarnação Sposito
(UNESP) y Dra. Denise de Souza Elias (UECE), respectivamente, y donde participa el autor de este
capítulo. Ambos proyectos poseen financiamiento de CNPq-Brasil.
en los países menos desarrollados (la idea del «cortocircuito») con relaciones no escalo-
nadas entre los diferentes niveles de la red, se refuerza la idea de que la intermediación
que propone Santos no se restringe necesariamente a un tipo de ciudad, ya que las
ciudades locales, regionales y las metrópolis incompletas tienen relaciones directas con
la metrópoli completa; es decir, la intermediación puede «diluirse» entre los diferentes
niveles de la red y no ser exclusiva de un tipo de ciudad.
Obviamente, un análisis de ese tipo precisa de una clara operacionalización, ya que
una definición tan amplia de ciudad media, que incluya diferentes tipos de ciudad, pue-
de dificultar una aproximación empírica o práctica de acercamiento al fenómeno. En
este sentido, aunque las metrópolis incompletas y las ciudades locales puedan ejercer
funciones de intermediación, de acuerdo a nuestra interpretación del esquema propues-
to por Milton Santos, no sería válido equipararlas a ciudades medias en el primer caso
por tratarse de espacios metropolitanos que implican dinámicas diferenciadas y, en el
segundo caso, porque la condición de ciudad local remite a la satisfacción de necesida-
des primarias e inmediatas.
Así, podemos pensar que la (otrora) ciudad regional, efectivamente, es la ciudad
media, pero con una salvedad derivada del hecho de enfatizar la idea de la intermedia-
ción como una dimensión importante para entender la ciudad media. De esta manera,
se podría solucionar el problema que puede generarse de una definición basada en un
intervalo rígido de población, ya que el papel de intermediación puede observarse en
varios tipos de ciudades. De esta manera, sería pertinente el análisis de ciudades con
población por encima o debajo de un rango establecido, que pueden ejercer ese rol de
intermediación y ser, por tanto, consideradas como ciudades medias, aunque se encuen-
tren fuera del intervalo. En los términos de la clasificación propuesta por Milton Santos
en la década de los setenta, por tanto, las ciudades medias serían o bien ciudades regio-
nales, o bien ciudades locales o grandes ciudades que, dependiendo de sus realidades
específicas, también ejercen funciones de intermediación.
En este segundo momento, que se inaugura, en cierto modo, con la publicación del libro
Por uma Geografia Nova en 1978, las preocupaciones de Milton Santos se centran más
en la discusión teórica-metodológica del pensamiento geográfico, contribuyendo, de
esta manera, «de forma significativa no sólo a la comprensión de la realidad, sino espe-
cialmente a la construcción de una teoría del espacio» (Sposito, 1999: 29).
De acuerdo con los objetivos propuestos para este texto, nos interesa destacar el
concepto «medio técnico-científico-informacional» y sus alcances para el entendimien-
to de la realidad urbana y la relación de esta última con el medio rural. Ya podemos
percibir que este concepto comporta un avance en nuestras reflexiones, porque incorpo-
ra mayor complejidad para el entendimiento de las ciudades medias, que no sólo se
entienden en sus relaciones con otros centros urbanos de su red próxima, sino también
con relación al espacio rural y a las ciudades distantes.
El medio técnico-científico-informacional es el nombre del momento histórico en
que vivimos. Como afirma Milton Santos (1996), una división burda de la historia del
medio geográfico permite identificar tres etapas: el medio natural, el medio técnico y el
medio técnico-científico-informacional. En el período natural eran las condiciones na-
turales que constituían la base material de la existencia de los grupos humanos. El perío-
do o medio técnico supone un espacio mecanizado, que combina lo natural y lo artifi-
cial, con la intencionalidad de imponer la técnica a la naturaleza. Finalmente, el medio
técnico-científico-informacional supone la interdependencia entre la técnica y la cien-
cia, que amparadas y amparando el mercado, permitirán la consolidación de un merca-
do global, donde la energía principal de funcionamiento es la información.
El carácter global del período actual marca una diferencia fundamental con el perio-
do anterior, que debe considerarse en nuestras reflexiones. Si en el período técnico «eran
apenas las grandes ciudades que se presentaban como el imperio de la técnica, objeto de
modificaciones, supresiones, aumentos, cada vez más sofisticados y cargados de artificio»
(Santos, 1996: 190), actualmente ese mundo artificial incluye al medio rural.
Este medio rural deja de considerar totalmente las condiciones naturales y, ampa-
rado en la ciencia, la técnica y el conocimiento, pasa a tener otras relaciones con el
tiempo, los ciclos, la racionalidad, la productividad y la sociabilidad. De igual manera,
es un espacio que demanda nuevos productos y servicios, tecnologías, información y
profesionales. Es aquí que encontramos el nexo con la red urbana y con las ciudades
medias.
En su libro Metamorfoses do espaço habitado de 1988, Milton Santos se refirió bre-
vemente a esas nuevas relaciones ciudad-campo, retomando para ello el esquema de la
red urbana dividida entre metrópolis completas, incompletas, ciudades regionales, loca-
les y centros menores (vilas), destacando la idea de «cortocircuito» entre los niveles de
ciudades que no necesariamente significaba relaciones escalonadas y sucesivas. De igual
manera, utiliza la idea de «cortocircuito» para las nuevas relaciones campo-ciudad, ya
que las actividades agrícolas «modernizadas», de acuerdo con la expresión de Santos,
no necesariamente restringen sus relaciones a la ciudad próxima, estableciendo nexos
con áreas y ciudades lejanas. Con esta constatación nuevamente se cuestiona la validez
del esquema jerárquico, ahora no simplemente porque no refleja la realidad urbana de
los países subdesarrollados, sino también porque, en el contexto actual, especialmente
en función de las transformaciones en los medios de transporte y comunicación, las
relaciones entre centros urbanos y entre el campo y la ciudad no «respetan» la jerarquía
que anunciaban los modelos clásicos.
En este momento de la reflexión, resulta pertinente preguntarse cómo pensar las
ciudades medias en este medio técnico-científico-informacional. Para encontrar algu-
nas respuestas, debemos retomar el proceso de modernización del campo brasileño.
Milton Santos muestra cómo, en el proceso de reproducción capitalista, el campo surge
como un espacio atractivo porque «la sustitución de una composición orgánica de capi-
tal por otra composición orgánica de capital es más fácil que en la ciudad» (Santos,
1992: 19). En los espacios urbanos las existencias de «capital viejo» dificultan y encare-
cen su substitución. «Es mucho más caro arrasar una cuadra, hacer una nueva avenida,
un túnel, un viaducto, que sustituir, con incentivos financieros y fiscales, máquinas,
semillas y productos químicos» (Santos, 1992: 19).
Las ciudades locales cambian de contenido. Antes eran las ciudades de los notables, hoy se
transforman en ciudades económicas. La ciudad de los notables, donde las personalidades
notables eran el sacerdote, el notario, la profesora primaria, el juez, el promotor de justi-
cia, el telegrafista, cede lugar a la ciudad económica, donde son imprescindibles el agróno-
mo (que antes vivía en las capitales), el veterinario, el agente del banco, el piloto agrícola,
el especialista en fertilizantes, los responsables por los comercios especializados [Santos,
1994: 51].
[...] las ciudades medias tienen como papel el suministro inmediato y próximo de la infor-
mación requerida por las actividades agrícolas y de este modo se constituyen en intérpre-
tes de la técnica y del mundo. En muchos casos, la actividad urbana acaba siendo clara-
mente especializada, gracias a sus relaciones próximas y necesarias con la producción
regional [Santos y Silveira, 2001: 281].
De manera general, en la ciudad del campo la producción regional acaba por influir sobre
las iniciativas de los agentes urbanos. Las actividades industriales y de servicios son, en
general, tributarias de la actividad regional y, de ese modo, relativamente especializadas a
partir de esa inspiración. [...] La población urbana resultante es formada, de un lado, por
agrícolas que son urbano-residentes y por personas empeñadas en permitir la vida de
relación. De modo general, tales localidades reúnen actividades y profesiones tradiciona-
les y nuevas, abrigando también formas de burguesía y de clases medias tradicionales y
modernas [Santos y Silveira, 2001: 282].
Las ciudades medias comandan lo esencial de los aspectos técnicos de la producción re-
gional, dejando lo esencial de los aspectos políticos para aglomeraciones mayores, en el
país o en el extranjero, en virtud del papel de esas metrópolis en la conducción directa o
indirecta del llamado mercado global [Santos y Silveira, 2001: 282].
En este apartado, analizaremos los aportes de algunos geógrafos brasileños que se cen-
tran en las consideraciones ya expuestas y que nos permiten avanzar en las reflexiones
para construir un concepto de ciudad media. Esta revisión no es exhaustiva, ya que
nuestro interés consiste en destacar puntos de contacto con las ideas de Milton Santos
vistas anteriormente.
En primer lugar, destacamos los aportes de Sposito (2006a) que sintetiza, en pocas
palabras, las ideas que hemos venido exponiendo en este texto y que significan, según
nuestra opinión, un marco para iniciar la construcción de un concepto de ciudad media.
Esta autora distingue las «ciudades de tamaño medio» de las ciudades medias y expone
que en Brasil el intervalo entre 50.000 y 500.000 se acepta como criterio de definición de
las ciudades de tamaño medio. Sin embargo, destaca que no todos los núcleos urbanos
que se sitúan en este rango pueden ser considerados ciudades medias, puesto que este
concepto no se restringe a aspectos poblacionales, sino que debe incluir necesariamente
el papel de cada ciudad en el conjunto de la red urbana, según su magnitud y diversidad.
Esta autora resalta la idea de la intermediación como factor determinante para la defini-
ción de las ciudades medias y el hecho de que se resalte el contexto actual de relaciones
que no se limitan al plano de lo local y que se articulan a escalas mayores (nacional e
internacional). En sus propias palabras,
En el plano del entendimiento de las ciudades medias, Sposito (2001) también con-
tribuye a la reflexión sobre cómo la intermediación se manifiesta en el espacio al anali-
zar las relaciones en términos de continuidad y discontinuidad territorial, áreas, redes,
ejes y flujos. En este sentido, la ciudad media ofrece bienes y servicios a ciudades meno-
res y áreas rurales de su entorno y, por tanto, desempeña funciones de intermediación
inmediata en su área próxima. En función de la proximidad y de la distancia de esta
intermediación, se generan flujos regionales «que marcan y son marcados por la exis-
tencia de un espacio de continuidad territorial, cuya configuración es la de un área»
(Sposito, 2001: 637).
En este sentido, se podría pensar que la intermediación de la ciudad media en el
ámbito local define un área de influencia que no se aleja de los postulados de los análisis
clásicos de red urbana, aunque cabe destacar que, en este caso, la autora no limita estas
relaciones a las áreas contiguas. Desde esta perspectiva, Sposito (2001) analiza que los
flujos que implica el consumo de bienes y servicios a grandes distancias amplían el
papel de intermediación de las ciudades medias, de tal suerte que se genera un espacio
que no se constituye como un área continua, sino que se configura como una red o
múltiples redes que caracterizan una discontinuidad territorial.
En línea con lo anterior, y profundizando en la idea de intermediación de las ciuda-
des medias en términos de la articulación entre lo local y otras escalas mayores, encon-
tramos la idea del territorio en red; «la configuración que se organiza no es la del área
con continuidad territorial, sino que la de una fluidez territorial definida a lo largo de los
ejes de circulación» (Sposito, 2001: 638). Retomando, por último, la idea del «cortocir-
cuito» en la red de Milton Santos, se hace necesario destacar que esta red no significa
relaciones organizadas jerárquicamente, ya que «las relaciones de competencia y com-
plementariedad pueden darse entre ciudades de la misma importancia» (Sposito, 2001:
637).
Tenemos, entonces, un panorama compuesto por relaciones locales, nacionales y
globales que se combinan y definen, a partir de la ciudad media, áreas y ejes, con conti-
nuidad y discontinuidad territorial, articulando una red compleja. Es en este sentido
que Santos y Silveira (2001) nos hablan de las ciudades medias en la encrucijada entre
las verticalidades y las horizontalidades.
La idea de la articulación en redes también es destacada por Elias (2006). Esta
autora, siguiendo la línea del pensamiento de Milton Santos, trabaja con el concepto de
«agricultura científica» para referirse a la agricultura modernizada abordada en el apar-
tado anterior. La agricultura científica necesita la interdependencia con los demás secto-
res económicos y del funcionamiento de la economía como un todo, lo cual se traduce
en «un proceso continuo de fusión con capitales de los demás sectores, formando verda-
deras redes de producción agropecuaria» (Elias, 2006: 286).
Estas [redes] incluyen desde la producción agropecuaria propiamente tal, así como distri-
buidores de máquinas e insumos; prestadores de servicios; agroindustrias; empresas de
distribución comercial; empresas de pesquisa agropecuaria; empresas de marketing; em-
presas de fast food; supermercados, etc. (Elias, 2006: 286).
Consideraciones finales
Las reflexiones inspiradas a partir de la lectura de parte de la obra del profesor Milton
Santos nos permiten avanzar en la conceptuación de las ciudades medias, especialmen-
te si consideramos la condición de intermediación que estos centros realizan en el con-
junto de la red urbana y entre las áreas agrícolas y otras ciudades y regiones. Demues-
tran que esa intermediación no es la misma que la proclamada en los modelos de jerar-
quía urbana que consideraban un funcionamiento gradual y escalonado de los diferentes
niveles de la red. De hecho, las características particulares, asociadas al menor grado de
desarrollo, de las ciudades brasileñas, y por extensión las latinoamericanas, revelan un
funcionamiento diferente de la red urbana, marcada por la macrocefalia y por relacio-
nes entre centros urbanos que no necesariamente se dirigen a sus inmediatamente supe-
riores, sino que «saltan» hacia las mayores ciudades, especialmente las capitales nacio-
nales, que históricamente han concentrado el poder político y económico en América
Latina.
En la actualidad, las condiciones del «medio técnico-científico-informacional», si-
guiendo a Santos, también articulan esas relaciones e intermediaciones entre ciudades
próximas, ciudades distantes y espacios agrícolas de manera más compleja, definiendo
áreas, ejes o flujos, y combinando continuidad y discontinuidad territorial. En este sen-
tido, los avances en las tecnologías de transporte y telecomunicación comportan, en
cierta manera, que estas relaciones más directas entre espacios y actividades no se en-
cuentren próximas y que no necesiten necesariamente de la intermediación de ciudades
jerárquicamente mayores para su funcionamiento.
Por ello, rescatamos el concepto de geometría variable de Milton Santos para pensar
cómo la ciudad media participa de las relaciones y articulaciones entre lo local y lo
global. Este concepto implica la articulación dinámica y simultánea de horizontalidades
y verticalidades; es decir, relaciones que se producen local y globalmente, que definen
áreas y redes, que expresan subordinación y hegemonía. La geometría variable, por
último, también involucra la dimensión temporal y, en ese sentido, las relaciones se
transforman y varían a lo largo del tiempo. Esta condición de geometría variable consti-
tuye, en este sentido, un reto epistemológico ya que plantea la necesidad de repensar
constantemente el concepto de ciudad media.
Finalmente, me gustaría, a modo de reflexión última, a partir de la obra de Milton
Santos, apuntar dos ideas de cara a profundizar en el estudio sobre el papel de las ciuda-
des medias en la jerarquía urbana:
A modo de conclusión, y volviendo a un punto inicial, podemos decir que uno de los
pocos consensos en torno a las ciudades medias se refiere a la dificultad para establecer
una definición. La dificultad para llegar a un concepto «definitivo» no se debe conside-
rar, sin embargo, un problema, más bien, constituye un desafío epistemológico que ha
sido el objetivo de este capítulo.
Referencias bibliográficas
Este capítulo analiza el pensamiento de Milton Santos con respecto a la dialéctica del
espacio y contrasta los postulados de este autor con el trabajo de Edward Soja, en parti-
cular sus reflexiones en torno a la perspectiva de la trialéctica espacial. La intención
esencial de nuestra reflexión es, de esta manera, contrastar el tránsito de la díada a la
tríada espacial, así como las filosofías y contextos de ambos autores. A pesar de que
consideramos que parten de planteamientos contradictorios en el nivel epistemológico,
al menos a primera vista, en este texto abordaremos la posibilidad de complementarie-
dad de ambos autores, ya que, de acuerdo a nuestra opinión, comparten algunos puntos
en común e influencias que se irán exponiendo a lo largo del capítulo.
Santos fue un geógrafo marxista y Soja, aunque retoma el pensamiento de Lefeb-
vre, es uno de los geógrafos posmodernos por antonomasia. Los autores pueden ser
comparados en su adversa concepción del espacio y en la escala de análisis utilizada por
cada uno. El primero se sitúa en una perspectiva global-estructuralista que examina la
producción del espacio en el sistema capitalista, a partir de dimensiones políticas, eco-
nómicas y tecnológicas. Por otro lado, Soja considera la producción del espacio desde
una postura cultural, a una escala meso. Sin embargo, Santos y Soja se aproximan en el
momento que propugnan la reivindicación del espacio en la teoría social, aunque lo
plantean en épocas diferentes, sus ideas marchan en ejes paralelos. Un segundo nivel de
acercamiento surge cuando se argumenta que la postura trialéctica no suprime la ideo-
logía dialéctica, sino que esta última se retoma para construir un concepto de espacio
integrador, a través de dimensiones culturales y subjetivas. Los autores también coinci-
den en señalar que la geografía debe ser una disciplina con un alto grado de compromi-
so político, capaz de denunciar los sistemas de dominación imperantes y, al mismo
tiempo, brindar visibilidad a minorías y grupos marginales. Los puntos anteriores son
herencias del marxismo heterodoxo que ambos practicaron y que recuperaron de la
obra de Henri Lefebvre. Santos en la década de los sesenta del siglo XX retomó el mate-
rialismo histórico como forma de reacción ante la «nueva geografía». Años más tarde,
Soja recurre al materialismo histórico-geográfico en la segunda mitad de los años ochenta,
cuando comenzaba a gestarse el cambio de paradigma geográfico. Los autores compar-
ten una matriz ideológica común, no obstante, sus planteamientos se enfilaron en vías
desiguales, dicha filiación al marxismo admite la comparación entre estos autores tan
disímiles.
Debe tenerse en consideración también que los planteamientos de ambos autores
parten del análisis de realidades geográficas diferentes y se realizan en momentos dis-
tintos. Santos planteó sus razonamientos desde el tercer mundo, mientras que las re-
flexiones de Soja parten del análisis de los países industrializados. Por tanto, es comple-
ja la confrontación de la realidad social interpretada por cada uno. Pero, a pesar de las
diferencias empíricas y de contexto, consideramos que la comparación es posible, al
menos, en el sustrato teórico.
Con relación al pensamiento de Milton Santos, examinaremos algunos aportes de
su obra; en particular aquellas relativas al espacio y a la ciencia geográfica. Cabe aclarar
que, a lo largo de su vida profesional, Santos tuvo diferentes formas de entender el
objeto de estudio de la geografía. Siguiendo la clasificación de Zusman (2005) nos cen-
traremos en la tercera y última perspectiva trabajada por el autor: el espacio social,
entendido «...como la interacción entre un sistema de objetos y un sistema de acciones
[...] donde la realidad social no está constituida sólo por la estructura, sino también por
la acción de los sujetos...» (Zusman, 2005: 211). Es relevante centrarnos en esta perspec-
tiva porque permite abordar el estudio socio-espacial desde diferentes ángulos. Inicial-
mente el espacio se considera un elemento sustancial en la vida social, en contraposi-
ción con las visiones de éste como soporte posibilitador de existencia. Igualmente, desde
dicha óptica, el espacio es condición vital de la producción y reproducción del capitalis-
mo y, por ende, ámbito de ejercicio y de acumulación de poder. Pero también Milton
Santos se refiere al espacio como espacio cotidiano (re)edificado por los sujetos en un
momento dado con las dinámicas contemporáneas y las herencias del pasado; por lo
tanto, el espacio social se puede abordar desde perspectivas macro y micro.
De forma sintética, diremos que las reflexiones de Milton Santos son innovadoras
en los años sesenta, momento en que se gestan, por otro lado, afanosos movimientos
antisistema en algunos países de Europa y en los Estados Unidos, que se difundieron
también en el Tercer Mundo. Dentro de la geografía, en este ambiente, emergió con
fuerza la escuela marxista-crítica que reaccionó a la hegemonía de la geografía neoposi-
tivista. Como punta de lanza, la obra de Santos aquí estudiada, sostiene dos preocupa-
ciones centrales: acreditar la dimensión espacial como totalidad social y su carácter
dialéctico, y la configuración socio-espacial a través del tiempo (Santos, 1978; 1986;
1996). Uno de los legados miltonianos a la geografía latinoamericana, en este sentido,
consiste en reintegrar la preocupación de la relación espacio-sociedad en las ciencias
sociales.
Por otro lado, Edward Soja es uno de los líderes, en el mundo anglófono, de lo que
se ha dado a llamar geografías posmodernas, y sobresale por sus investigaciones urba-
nas en la denominada escuela de Los Ángeles. Igualmente son sustanciales sus reflexio-
nes teóricas y epistemológicas de la geografía. En este sentido Clua y Zusman (2002)
señalan que el trabajo de Soja realiza aportaciones relevantes en tres directrices: a) el
compromiso político en y desde la academia; b) la interrelación de elementos simbólicos
y materiales en la configuración territorial, ya que paralelamente introduce el análisis
El geógrafo brasileño Milton Santos (1926-2001) fue uno de los científicos espaciales
más preocupados por la ontología de la geografía, más aún, consagró gran parte de su
dedicación profesional al estudio del espacio. Argumentaba que si la geografía conti-
nuaba en su empeño narcisista por definirse a sí misma, olvidando la concreción y
construcción de su materia prima, el espacio, le resultaría complicado concebir a éste
como una realidad objetiva dinámica, y continuarían las delimitaciones parciales y pasi-
turas sociales. Las primeras se refieren a la morfología y organización del espacio y, son
la materialización de la espacialidad; es el primer grado de análisis donde aparecen los
hechos, lo visible y tangible, mientras que las relaciones sociales se presentan en diferen-
tes escalas y grados de interacción. Pueden ser visibles, mas no a primera vista, aunque
las relaciones sociales marcan y son marcadas en el espacio mediante formas espaciales.
El último nivel, la estructura social se refiere al sustrato de la vida social. Éstas son
latentes y en la realidad se presentan como un orden inconsciente, que subyacen la
cotidianeidad. Todos los elementos imbricados originan la «configuración espacial»,
entendida como «el conjunto de elementos naturales y artificiales que físicamente ca-
racterizan un área» (Santos, 2001: 86).
La definición del espacio de Santos nos sitúa también ante una perspectiva histórica, lo
cual se podría relacionar con su formación marxista, y pone un especial acento en la
historicidad de la configuración espacial. En La Naturaleza del Espacio (2001) Santos
hizo patente la noción histórica del espacio, que está compuesta:
[...] por el resultado material acumulado de acciones humanas a través del tiempo y...por
las acciones actuales que la animan y que hoy le atribuyen un dinamismo y una funciona-
lidad [Santos, 2001: 89].
El espacio es, por tanto, resultado del pasado y del presente, exclusivamente puede
existir en el ahora porque las «formas-contenido» tienen un valor otorgado al espacio
haciéndolo funcional y llenándolo de significados, de lo contrario, de ser exclusivamente
formas espaciales no se asumiría a manera de espacio, sino como paisaje compuesto de
«formas-objeto». Éstas son un conjunto de objetos reales-concretos, representan los con-
dicionamientos pretéritos de la relación sociedad-medio.
La naturaleza del espacio es, siguiendo el pensamiento de Santos (2001), una reali-
dad histórica, que existe plasmada en y sobre el espacio. Evidencía ideologías, prácticas
y los sueños de un futuro cristalizado en el presente. De esta manera, si bien el paisaje es
un mosaico de temporalidades en retrospectiva, el espacio es dinámico y mutable pero
con una base social y territorial preexistente (véase Neve en este volumen). El espacio es:
Santos dedica gran parte de su análisis a las relaciones y estructuras sociales y, aunque
son fenómenos intangibles, se entienden en cuanto son formas espaciales, materializa-
ción del espacio o, en sus propias palabras, objetividad espacial. Dicha objetividad está
relacionada con la capacidad de comprobar que el espacio y la realidad misma se defi-
nen más por posibilidades económicas y políticas que por condiciones individuales. Así,
las geografías que se ocupan de dicha dimensión «objetivada» terminan reificando e
ideologizando la realidad. No obstante, el autor señala enfáticamente que el nivel de la
materialidad es una primera escala de análisis, una puerta que nos mostrará el camino
a las dimensiones difusas del espacio, invitando a escudriñar más allá de las formas
(Santos, 1990).
El trabajo académico de Milton Santos, a pesar de sus aportes, puede inscribirse en
la tendencia materialista, como muestra Zusman:
[...] la visión del espacio como una construcción social no pone en duda su carácter mate-
rial y evidente [...] Es supuesto ontológico de su materialidad; la base a partir de la cual
Santos construye su reflexión en relación con las formas y la influencia de ésta en las
acciones sociales [Zusman, 2005: 210].
La posmodernidad puede ser vista como «[...] la nueva dimensión de la cultura occi-
dental, caracterizada por la reacción frente a la modernidad, identificada ésta con la
cultura racionalista.» (Ortega Valcárcel, 2000: 236). La posmodernidad irrumpe al
cuestionar el quehacer científico, reprocha los cimientos construidos desde la Ilustra-
ción que no se habían cuestionado y que se habían erigido incluso en dogmas acadé-
micos. Para el caso de la geografía, según Minca (2002), algunas nociones no se han
superado y actúan como conceptos obstáculos, ya que son más las situaciones ignora-
das que las que permiten dilucidar. Las detracciones y las contrapropuestas de los
teóricos posestructuralistas y posmodernos frente a la hegemonía moderna toman
cuerpo en el concepto posmoderno por excelencia, la deconstrucción, de amplio uso
en las ciencias sociales. La deconstrucción «desarma» los conceptos, no con vistas a
destruirlos, sino para comprender la estructura interna, para volver a edificarlos des-
de una visión crítica (Derrida, 1989).
Edward Soja reflexiona sobre la subordinación de la dimensión espacial por la
modernidad y de su reificación. Como reacción a esta sumisión plantea, «[...] la elabora-
ción de un materialismo histórico-geográfico...» (Rosales, 2006: 75), que incorpore al
espacio en la arcaica dialéctica historia-sociedad. Él retoma los postulados de Henri
Lefebvre (1974) y sus discrepancias con el marxismo rígido. En este sentido, Soja centró
sus esfuerzos intelectuales sobre todo en la crítica del filósofo francés de lo que se ha
considerado como una «doble ilusión espacial», que padecería de miopía e hipermetro-
pía. La primera deformación visual es relacionada con la postura objetivista-materialis-
ta (de corta distancia); mientras, la última representa los posicionamientos subjetivis-
tas-idealistas (alejados del sujeto), que dentro de su visión, conforman un el reduccionis-
mo epistemológico en la geografía.
Rosales (2006) señala la forma en que la posmodernidad cuestiona la lógica racio-
nal de la modernidad incentivada por el pensamiento dialéctico de corte marxista. Di-
cha ideología es el principal punto de discrepancia con el marxismo «reformista» de
Lefebvre. Soja recupera esta crítica y lanza sus ataques contra un marxismo de corte
dialéctico, que difícilmente llegaba a distinguir más allá de la oposición binaria. Para
romper la tensión dialéctica que en ocasiones nubla las tonalidades y encasilla la reali-
dad, busca «[...] introducir un tercer término. El tercer término es lo “otro”, con todo lo
que este término implica (alteridad, la relación entre lo otro presente/ausente, altera-
ción-alineación)» (Soja citando a Lefebvre 1996: 53).
La práctica del «terciar» y el número tres no es algo privativo de la sobremoderni-
dad, George Simmel (1986), a finales del siglo XIX y albores del XX examinaba el sentido
de los números en la sociedad, y destacaba que el número dos y el dualismo son de tal
rigidez que actúan de manera conservadora o destructora de los elementos individuales
que configuran esta asociación dual. La introducción del tercero espontáneo y/o busca-
do viene a reacomodar las relaciones de fuerza puestas en juego entre dos términos, con
la introducción del tercero pueden separarse o unirse todos los elementos.
Para romper con el caparazón del pensamiento del espacio dialéctico, Soja pro-
pone introducir el tercer término, deconstructor del conocimiento académico moder-
no, al que denomina «terciar-como-diferenciar» (Thirding-as-Othering). Con sus pro-
pias palabras, terciar «es el primero y el más importante paso para transformar la
lógica categórica y cerrada del y/o a la lógica dialéctica abierta del ambas/y también...»
(Soja, 1996: 60).
La propuesta del tercer espacio de Soja se inscribe en la «segunda alma de la
arqueología de la posmodernidad», según la tipología de Minca (2002: 53). Dicha línea
de trabajo se caracteriza por la influencia posestructuralista sobre los autores posmo-
dernos y muestra gran interés en la relación de poder ejercida por los geógrafos. Pero,
además, sus seguidores trabajan temas como la subjetividad, las identidades, la dife-
rencia y la resistencia cultural. En este grupo de estudio se inscribe la aproximación
hecha por Soja respecto al «tercer espacio». El resto de su producción académica se
enfoca en la ciudad posmoderna y aquí destacan sus trabajos: Exopolis (2004) y Post-
metropolis (2000).1
El Tercer Espacio
Aunque exista una división, Soja (1996) recalca que los espacios están llenos de
productos de la imaginación, de proyectos y prácticas políticas, de sueños utópicos, y
realidades perceptuales y simbólicas. Esquematizamos la explicación anterior en el Cua-
dro 1, donde se presentan los rasgos definitorios de la «trialéctica espacial», según Soja
(1996). Por ejemplo, en el nivel de las prácticas espaciales, contempla las rutinas de la
1. Dichos trabajos de Soja están sustentados en un marxismo no rígido. El autor propone una
nueva etapa histórica con un particular orden urbano que genera intensas repercusiones políticas,
económicas y culturales en la ciudad posmoderna.
AQUÍ Cuadro 1
Los aportes de Milton Santos son de gran relevancia para la geografía contemporánea.
Ciertamente sus contribuciones favorecieron a reterritorializar la geografía en las cien-
cias sociales. Planteó que la disciplina geográfica tenia la capacidad de «participar [...]
de la necesaria reconstrucción de la teoría social» (Santos citado por Bosque y García,
2003: 12). Sus ideas reaccionan contra posturas que consideraban al espacio a manera
de contenedor, de reflejo de la sociedad o incluso como una categoría subordinada de las
otras componentes de la realidad social. Tales cuestiones lo llevan a construir una visión
del espacio como totalidad social, asumiendo un papel fundamental del mismo en el
entramado social.
Creemos una limitación de la obra de Santos su visión materialista y objetivista del
espacio, porque comportó que, en cierta manera, el autor se centrará exclusivamente en
las formas espaciales y las relaciones sociales sin considerar cuestiones situacionales,
perceptivas y simbólicas que han resultado ser claves para la geografía contemporánea.
Para Lindón (s/f) en la actualidad existen múltiples intentos por vincular lo no material
con lo material, igualmente las nuevas aproximaciones se atreven a explorar la espacia-
lidad de la vida social colocando su interés en los sujetos.
En cuanto a los planteamientos de Edward Soja, es importante destacar la inten-
ción de restituir el espacio a las discusiones académicas sobre la realidad social. Además
se ocupa de una escala grande, sobre todo en el «tercer espacio» aunque propiamente no
sea una geografía humanista, se puede definir como una geografía humana digna de la
posmodernidad. Sus aportes tienen sustento en la obra de Lefebvre, al igual que otros
autores como Derek Gregory, Peter Jackson, Virginia Blue o Heidi Nast (Philo, 1999).
Estos autores (re)trabajan y (re)descubren los pilares analíticos de la obra de Lefebvre
—un marginal en su tiempo—, cuyos planteamientos son recuperados desde la óptica y
el contexto posmoderno como se ha visto a lo largo del capítulo.
Santos y Soja conciben el espacio de diferente manera, a pesar de referentes comu-
nes. A continuación se resumen las principales divergencias entre ambas propuestas
teóricas en el Cuadro 2. En el esquema se aprecia cómo las ideas de Milton Santos se
AQUÍ Cuadro 2
A modo de conclusión
La reflexión que hemos realizado, a partir del trabajo de Edward Soja y Milton Santos
planteaba, como objetivo, la contrastación de ambas posturas teóricas. Sin embargo, en
el desarrollo del capítulo, se patentizó la continuidad del pensamiento entre los dos
autores. Creemos que se dio un paso adelante en la geografía al complejizar e integrar,
dimensiones hasta el momento apartadas del espacio dialéctico, como es la subjetividad
e inmaterialidad de la vida social. Incluso proponemos que la dialéctica y la trialéctica
del espacio puedan utilizarse en conjunto y, así producir trabajos y visiones integradoras
que articulen elementos materiales, simbólicos e imaginarios, que también podrían li-
gar diversas escalas de análisis dentro de la concepción del espacio social.
No obstante, común a estas posturas teóricas, se encuentra una falta notoria de
metodologías que pudieran traducir estos postulados en trabajo empírico. De tal modo,
aún queda pendiente, para la geografía, repensar y trabajar los aportes y debilidades de
ambas posturas académicas para terminar de llevarlas a la práctica. Asimismo, siguien-
do los preceptos de Santos y Soja, es posible construir alternativas teóricas-metodológi-
cas que respondan a los desafíos del mundo contemporáneo, que entiendan el espacio
como una construcción social y, que además, funge como un elemento activo de la tota-
lidad social.
Finalmente, en estos intentos de aplicación y de reinterpretación de la obra de Mil-
ton Santos y Edward Soja no debe olvidarse el profundo grado de compromiso social y
político que asumen ambos autores. Desde diferentes posiciones, propugnan que la geo-
grafía se ocupe de las formas de dominación hacia los desposeídos y excluidos. El pri-
mer autor apuesta porque la relación cotidiana existente entre el lugar, así como el espa-
cio banal y los pobres generará, a través de la toma de conciencia, una realidad más
equitativa social y territorialmente (véase Mendoza, en esta obra). Por otra parte, Soja
mediante el «Tercer espacio» brinda visibilidad a prácticas de sujetos y grupos margina-
dos, largamente ignorados por la visión lineal-universal del tiempo y del espacio. De tal
suerte este espacio será de resistencia y de reivindicación de la diferencia.
Como reflexión ultima, sirvan ambas propuestas para que la geografía le otorgue
centralidad a la subjetividad. Igualmente, el quehacer de la ciencia geográfica, siguiendo
a Santos y Soja, deberá figurar como una herramienta eficaz para lograr sociedades
más democráticas, sin que esto implique una militancia trasnochada.
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Eduardo Neve
Milton Santos desarrolló los conceptos de espacio y paisaje desde el diálogo entre distin-
tas tradiciones geográficas y otras disciplinas. Las tradiciones geográficas que más inci-
den en la distinción que propone entre ambos conceptos son la geografía regional fran-
cesa, con la particular influencia de Max Sorre y Pierre Gourou; la geografía de inspira-
ción neomarxista y sus reflexiones desde la geografía latinoamericana. Las reflexiones
de Bruno Latour (1991) y de Jean Baudrillard (1968) incidieron en la formulación de la
asociación del paisaje a un «sistema de objetos» y la asociación del espacio a un «siste-
ma de acciones». Para el concepto de paisaje no aportó definiciones sustancialmente
nuevas, sino que sigue una propuesta similar a la de Carl Sauer, otorgando primacía
conceptual a la materialidad. No obstante, para el concepto de espacio, Milton Santos
aportó nuevas ideas que invitan a pensar sobre el carácter social del espacio, como
producto y productor de sociedades (Santos, 1988, 1990, 2000).
Milton Santos tomó de los geógrafos regionales franceses la idea del paisaje como
La historialidad del objeto antiguo no deja de ejercer una función sistemática de signo, ya
no hay incidencia práctica, está ahí únicamente para significar. [...] Sin embargo, no es
afuncional, ni simplemente decorativo, sino que cumple con una función muy específica
en el marco del sistema: significa el tiempo [Baudrillard, 1990: 83-84].
Milton Santos buscó, mediante la distinción entre espacio y paisaje, romper con ciertas
inercias lingüísticas para evitar confusiones innecesarias a nivel conceptual. De esta
manera, la distinción entre estos dos conceptos ocupó un particular interés en los últi-
mos treinta años de la obra de Milton Santos.
En el artículo de Milton Santos de 1978 en Herodote, De la société au paysage: La
signification de l’espace humain, se sientan algunas bases para la futura discusión con-
ceptual sobre el paisaje, y su relación con el espacio. Posteriormente, la distinción entre
paisaje y espacio se enmarca dentro de una reflexión más amplia del espacio. Así, de
manera sistemática, dicha distinción se puede encontrar en Metamorfoses do espaço
habitado (1988) y La naturaleza del espacio (1997).1
En la reflexión teórica que realiza Milton Santos a partir de la diferenciación entre
esos dos conceptos, utiliza, sin advertirlo explícitamente, distintos niveles de distinción:
uno cognitivo y un nivel ontológico. Por un lado, y de manera importante, Milton Santos
buscaba reflexionar sobre las propiedades más intrínsecas del espacio, y en menor me-
dida sobre las del paisaje, a lo que corresponde su distinción ontológica de los concep-
tos. Por otro lado, el autor se plantea de qué manera el ser humano se relaciona cogniti-
vamente con el espacio y el paisaje, a lo que corresponde el nivel cognitivo de la distin-
ción que propone.
En este sentido, la principal diferencia entre espacio y paisaje que establecerá Mil-
ton Santos es que mientras el paisaje es un producto material, resultado del impacto de
la técnica humana en la naturaleza, el espacio es un proceso de producción social (San-
tos, 1988: 73). El paisaje podría verse incluso como el resultado material del proceso
social que es el espacio. La materialidad que conforma al paisaje también es parte del
proceso espacial, pero no es lo único. Además, hay elementos sociales que otorgan signi-
ficación y funcionalidad a las formas materiales; y ese ingrediente social en un momen-
to actual es clave para que pueda hablarse de espacio. Conforme el ser humano le asigne
valores y significados a las formas materiales que componen un paisaje, las irá espacia-
lizando o geografizando (Santos, 2000: 66-70). Al ser significadas y valoradas, las for-
mas materiales adquieren también una función social. Por lo tanto, el espacio tiene una
función social, en el momento actual (Santos, 2000: 87). Según la función social que se
construya para un conjunto de formas, se aplican diferentes tipos de técnicas en la trans-
formación y modelado de esas formas, rehaciendo el espacio en un proceso constante.
El paisaje es un conjunto de formas creadas en momentos históricos diferentes que
coexisten en el momento actual (2000: 87) y es relativamente permanente (1988: 73)
mientras que el espacio, además de estar formado por «el resultado material acumulado
de las acciones humanas a través del tiempo» está formado «por las acciones actuales
que le animan y que hoy le atribuyen un dinamismo y una funcionalidad» (2000: 89).
En suma, Milton Santos identifica al paisaje con formas-objeto, probablemente
tecnificadas, que sin embargo, a nivel ontológico no se les dota de significado en el
momento actual; mientras que identifica al espacio con formas-contenido, un contenido
socialmente construido y continuamente reconstruido conforme se reconfigura el con-
texto sociohistórico.
Una noción importante es que lo que hace que algo sea espacio no es la materialidad
construida por la sociedad, sino la relación que el conjunto de formas mantienen con la
sociedad. «Solamente por su presencia, los objetos técnicos no tienen otro significado
sino el paisajístico. [...] Una casa vacía o un terreno baldío, un lago, una selva, una
montaña no participan del proceso dialéctico, sino porque les son atribuidos determina-
dos valores, es decir, cuando son transformados en espacio» (Santos, 2000: 88).
Esta idea de que un paisaje puede ser transformado en espacio por la acción de la
sociedad es una noción importante referente a la ontología del espacio en la que piensa
Milton Santos. Simultáneamente un mismo lugar no sería, a nivel ontológico, tanto
paisaje como espacio, pues en cuanto es espacio, es porque participa de un proceso
social y ya es algo más que paisaje. Aunque habría que insistir que esta relación no es
dicotómica sino en todo caso gradual. Según Santos (2000: 86), a medida de que un
paisaje es valorizado y se le atribuye significado, va transformándose en espacio, de
manera que podemos pensar en varios grados de espacialidad de un conjunto de for-
mas-contenido, donde el grado de espacialidad está dado por la intensidad del conteni-
do que socialmente se le ha ido dando a esas formas.
Al adquirir un valor en constante renovación por las sociedades, las formas-objeto
se transforman en formas-contenido (Santos, 2000: 91). Al ser valorada funcionalmente,
la materialidad puede comenzar a configurar un espacio geográfico. En las reflexiones
de Heidegger sobre la técnica puede encontrarse un pensamiento similar sobre cómo la
materialidad es revalorada por el ser humano según sus necesidades: «El bosque es
parque forestal, la montaña cantera, el río fuerza hidráulica, el viento es viento en las
velas» (Heidegger, 1927: 84). El espacio incluye los elementos del sistema material del
paisaje pero esos elementos están en relación con un sistema de valores y de relaciones.
De esta manera, el espacio se concibe con mayor complejidad que el paisaje, como una
intrusión de la sociedad en el paisaje, y por lo tanto el paisaje es potencialmente espacial
(Santos, 2000: 87, 100).
Milton Santos no expone explícitamente una «ontología del paisaje», pero lo que
escribe del paisaje de carácter ontológico está relacionado con la dimensión temporal de
los acontecimientos humanos. El paisaje viene a ser como un eje articulador entre el
tiempo y el espacio en geografía. La concepción ontológica del paisaje tiene una matiz
eminentemente hegeliana, que ve los objetos del paisaje como la conjunción entre la
herencia de la historia natural más el resultado de la acción humana que se objetivó
(Ibíd.: 62, 1990: 141). La influencia de las ideas sauerianas del paisaje es clara sobretodo
en Metamorfoses do espaço habitado, donde retoma de él la idea de paisaje natural y
paisaje artificial para después referirse a una suerte de artificialización del paisaje a lo
largo de la historia de la humanidad. En el paisaje se concretizan objetos culturales, se
vuelve una marca de la historia del trabajo, «trabajo corporificado en objetos culturales»
(1988: 68) donde la técnica es el principal instrumento de cristalización material de la
acción humana, por lo que piensa en la técnica como cortes geológicos (2000: 49), una
noción muy cercana a la de identificar capas y formas culturales en el paisaje así como
se pueden identificar capas geomorfológicas (Sauer, 1925: 25-28).
No obstante, la idea del paisaje en Milton Santos no toma en cuenta ningún proceso
activo de significación respecto al paisaje, sino, al igual que Sauer, piensa en el resultado
material y perceptible de la producción, no en el proceso significativo de conformación
de esas formas materiales. Presta atención a lo cristalizado, pero no al proceso de crista-
lización, pues todo lo procesual se lo atribuye al espacio y no al paisaje. El paisaje se ve
como lo producido y el espacio se ve como lo que está en producción (Farinós, 2006).
Milton Santos llega incluso a tomar en cuenta los objetos de arte como parte del
paisaje, sin embargo, en tanto paisaje, los considera únicamente como productos cultu-
rales cristalizados y no como procesos de interpretación y significación constante. Ob-
serva que como «medios de acción cristalizada» las costumbres, la música, las obras de
arte son objetos culturales que modifican la configuración territorial y el paisaje (2000:
64). Es relevante que mencione a la música, pues la música es menos visible y menos
permanente que otras categorías tradicionales de paisaje. Sin embargo, considera sólo
el aspecto material de esas formas culturales, como paisaje, pues al considerarlas en su
funcionamiento y significación presentes se estaría tratando de espacio.
En este contexto, resulta relevante recordar un ejemplo que Milton Santos (2000: 89)
considera particularmente ilustrativo:
Durante la guerra fría, los laboratorios del Pentágono llegaron a pensar en la producción
de un invento, la bomba de neutrones, capaz de aniquilar la vida humana en un área
determinada, pero preservando todas las construcciones. El presidente Kennedy final-
mente renunció a llevar a cabo ese proyecto, de otro modo aquello que en la víspera sería
todavía el espacio, después de la temida explosión sería sólo paisaje.
Con este ejemplo vemos que la concepción ontológica que Milton Santos tiene so-
esas formas materiales que aún perduran. Milton Santos, de esta manera, destaca, por
un lado, las propiedades ontológicas del espacio y, por el otro, las propiedades concep-
tuales del paisaje.
Para el autor «la dimensión del paisaje es la de la percepción» (Santos, 1988: 62), el
paisaje es aquella parte de la configuración territorial que es perceptible (Ibíd.: 77). Y si
tomamos en cuanta que la percepción está mediada por procesos de significación (Whorf,
1976) resulta difícil mantener la idea de paisaje como un sistema de objetos sin valorar,
sin significar y sin una función actual (Santos, 2000). Esta aparente disyuntiva se resuel-
ve al considerar que esta concepción sobre el paisaje desde un nivel cognitivo se encuen-
tra en un plano de análisis distinto al del nivel ontológico que ha sido abordado anterior-
mente. Por ejemplo, desde un punto de vista ontológico, una ciudad habitada no puede
ser exclusivamente un sistema de objetos materiales, pues además de ese sistema de
objetos hay un sistema de acciones y relaciones sociales, y en ese sentido la ciudad no
sería paisaje sino espacio. Sin embargo, el carácter paisajístico de una ciudad habitada
está dado por nuestra aproximación cognitiva-perceptual a la misma. Es así como el
paisaje aparece como un instrumento analítico para Milton Santos. Al atender a las
formas materiales de otros tiempos que aún perduran en el espacio actual podríamos
indagar sobre la función y significación que esas formas tenían en el pasado. El concep-
to de paisaje cobra mayor interés desde el nivel cognitivo del análisis. Mientras en el
plano ontológico el paisaje aparece como materialidad desprovista de contenido social,
desde el plano cognitivo el paisaje puede ser una herramienta de trabajo, particularmen-
te para el estudio histórico. El espacio del presente contiene paisajes del pasado, que
han ido cristalizando instantes de otras sociedades anteriores. No obstante, si se le diera
mayor complejidad al concepto de paisaje y se admitiera que el paisaje tiene cierto nivel
de valoración y funcionalidad simbólica, podría pensarse en una misma parcela del
mundo que presenta una simultaneidad espacial y paisajística incluso en un plano onto-
lógico. Desde nuestro punto de vista, en la Naturaleza del Espacio Milton Santos presen-
ta en general una concepción subordinada del paisaje al espacio. Es en Metamorfoses do
espaço habitado donde Milton Santos aporta una concepción más positiva del paisaje (lo
que sí es el paisaje, más que lo que no es el espacio) y es relevante la distinción que
plantea entre configuración territorial y paisaje. La configuración territorial es una mez-
cla de formas y objetos naturales y artificiales de distintas temporalidades, el paisaje es
aquella parte de la configuración territorial cognitivamente accesible al ser humano
(Santos, 1988: 75-77). El paisaje implica ya una mediación entre materialidad y ser
humano, una relación al menos perceptual o sensorial. En La naturaleza del espacio,
cuando Milton Santos habla de un paisaje no valorizado se está refiriendo más bien a la
configuración territorial, pues el paisaje implicaría una relación entre los objetos y las
personas. Milton Santos reconoce que la percepción del paisaje es selectiva y que por
ejemplo lo que ve un artista o un arquitecto es distinto a lo que otros ven (Ibíd.: 62). Así
visto el paisaje, tiene una mayor complejidad social. La definición negativa del espacio,
como aquello que no tiene contenido social, se asimilaría entonces de mejor manera al
concepto de configuración territorial que al concepto de paisaje. Un planeta desconoci-
do no sería un paisaje, pues ni es percibido por alguna persona. En todo caso podríamos
plantear que es una configuración territorial de una parte del universo. Sería un paisaje
en cambio, unas montañas en el horizonte que ven unos campesinos, un concierto calle-
jero que escuchan unos caminantes, un complejo de edificios que ve un turista. Así, en el
trabajo empírico que realizamos en el Palacio de Minería podemos pensar en una tran-
Consideraciones finales
otros aspectos de la obra de Milton Santos sería contrastar esta amplia teoría con el
ejercicio práctico que hace a la geografía en la investigación empírica.
Las características conceptuales y ontológicas del espacio geográfico aquí aborda-
das cambian con el tiempo, por lo que no podemos pensar que lo aquí presentado puede
quedarse como una teoría fija y sin renovación. Siguiendo el espíritu de Milton Santos,
tal como lo expresa en su introducción a Por una nueva geografía:
Cada vez que las condiciones generales para la vida sobre la tierra se modifican, o cuando
la interpretación de unos datos particulares, relativos a la existencia del ser humano y de
las cosas, sufre una evolución importante, todas las disciplinas científicas se deben reajus-
tar para poder expresar, en términos del presente y no del pasado, esa parcela de la reali-
dad total que les toca explicar [1990: 20,21].
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Horacio Capel
Quiero unirme al homenaje que desde este libro rendimos al profesor Milton Santos,
una de las grandes figuras de la geografía brasileña y mundial.1 Los textos que se han
reunido para este homenaje, así como las obras que recientemente se han dedicado a su
figura y a sus trabajos, permiten tener una idea completa de la trayectoria de un geógra-
fo comprometido con su tiempo, que ha ido construyendo lenta e incansablemente un
cuerpo teórico de gran importancia para comprender el mundo contemporáneo y los
problemas de los países iberoamericanos, y especialmente Brasil. El impacto de su obra
ha sido inmenso y se ha extendido a los científicos sociales de diversos países, siendo
hoy reconocido como uno de los maestros de la geografía contemporánea. A partir de su
obra los geógrafos disponen de teorías, ideas y materiales que pueden servir de punto de
partida para nuevas investigaciones, las cuales deben realizarse prescindiendo de cual-
quier actitud de reverencia beata hacia él, revisando y reformulando una y otra vez sus
ideas, tal como él haría si viviese, para lograr una mejor compresión de la realidad. El
objetivo debe ser seguir su obra, interpretarla, completarla y superarla.
Mi primer contacto con la obra de Milton Santos se realizó cuando yo realizaba mis
estudios de geografía en la Universidad de Murcia. Puede ser de interés aludir a ello
como un dato más que contribuya a mostrar la difusión de la obra del gran geógrafo
brasileño. Tres temas me hicieron conocer su obra, y la de otros geógrafos y pensadores
brasileños; en el orden cronológico de su conocimiento fueron: los problemas de la ari-
dez, el del subdesarrollo, y el de las redes urbanas.
Cuando yo empecé a estudiar en la Universidad de Murcia, en octubre de 1958, el
tema de la aridez interesaba mucho en esa región de escasas lluvias. Se estaban realizan-
sus áreas de influencia y el papel de ellas en la organización regional, fue el tema elegido
por mí para mi Tesis Doctoral cuando acabé la licenciatura en Murcia. Además del libro
de Dickinson sobre Ciudad, región y regionalismo (del que había una edición española de
1961) la bibliografía que utilicé en un primer momento estuvo constituida esencialmen-
te por trabajos dirigidos por Pierre George, y en especial los que realizaba Michel Ro-
chefort, que publicó su tesis sobre L’organisation urbaine de l’Alsace (1960), y luego la
tesis de Raymond Dugrand sobre Villes et Campagnes dans le Bas-Languedoc (1963).
Milton Santos, que había pasado a trabajar sobre cuestiones urbanas conocía muy bien
esa línea de investigación desde sus años de estancia en Estrasburgo, donde coincidió
con Rochefort. Recuerdo bien que algunos de los artículos que Santos publicó en revis-
tas francesas sobre el papel de Salvador en la red urbana de Bahía fueron leídos en
aquellos años por mí, aunque soy ahora incapaz de decir en qué año y en qué orden
exactamente.
De todas formas, el problema del subdesarrollo fue el fundamental, tanto para mi
dedicación a la geografía como para el conocimiento de Milton Santos. He hablado ya
de ello en un artículo sobre el magisterio del profesor Vilá Valentí en aquellos años en la
Universidad de Murcia (Capel 1999). Mi aproximación al tema tiene que ver esencial-
mente con un seminario del profesor Vilá Valentí en el año 1961, cuando yo realizaba la
especialidad de Historia y Geografía. Para ese seminario y las conferencias que impartió
en un Colegio Mayor, Vilá nos pidió a tres estudiantes de su curso de geografía (Francis-
co Calvo, Francisco Lara y yo mismo) que elaboráramos unos datos estadísticos y docu-
mentales. En lo que a mí respecta recuerdo que preparé unos sobre la pobreza en Espa-
ña y en otros países, y leí en aquel momento el libro que Yves Lacoste había publicado en
1960 con el título Les pays sous-développés así como los de Josué de Castro sobre La
alimentación en los trópicos (de la que existía una edición mexicana en español de 1946)
y Géopolitique de la faim (ed. francesa 1952), la Geografía del hambre (ed. francesa de
Hachette, 1949), El libro negro del hambre (1957, con traducción en España, 1962).
En el campo de las ciencias sociales el tema del subdesarrollo fue uno de los real-
mente innovadores en la década de 1950 y 1960. Un buen número de libros de econo-
mistas, antropólogos y sociólogos fueron traducidos en aquellos años en España y esta-
ban disponibles. Recuerdo los de Ragnar Nurske, Gunnar Myrdal, Pierre Moussa, Paul
A. Baran y otros —todos ellos traducidos al castellano por el Fondo de Cultura Econó-
mica o Editorial Aguilar— que yo leí con pasión y que abordaban un problema intelec-
tual apasionante y de gran trascendencia social. En lo que se refiere a la geografía, el
tema del subdesarrollo fue introducido en Estados Unidos por Norton Ginsburg y en
Francia por Yves Lacoste en el libro citado y, sobre todo, en un artículo especialmente
importante publicado en Annales de Géographie (1961) en el que presentaba de manera
general la bibliografía básica existente sobre el subdesarrollo y que fue una utilísima
guía de lectura para mí y otros estudiantes de mi generación.
Por aquellos mismos años, Milton Santos empezó a interesarse por los problemas
del subdesarrollo. Examinado ahora su bibliografía he visto que el primer trabajo en
que habla explícitamente de desarrollo económico es de 1960. Hasta ese momento él
había tenido la formación típica de un geógrafo que, influido por la concepción francesa
—dominante en Brasil desde la estancia de Pierre Mombeig y Pierre Deffontaines, y
reafirmada durante su estancia en Estrasburgo—, y se preparaba para hacer una Tesis
doctoral sobre su región de origen, la cual se convirtió —como también ocurrió a otros
geógrafos de la época— en un estudio más especializado. Como ya he dicho, había ido
En 1968 e invitado por el profesor Pierre Deffontaines tuve ocasión de asistir al coloquio
sobre la regionalización del espacio en Brasil, que se organizó en Burdeos con motivo de
la inauguración del Centro de Estudios de Geografía Tropical. El Coloquio fue dirigido
por los profesores Guy Laserre y Milton Santos y constituyó un encuentro de gran im-
portancia para la discusión del concepto de región en los países desarrollados y subdesa-
rrollados, en un momento en que este concepto estaba siendo ya claramente impugna-
do. Regiones históricas, regiones homogéneas, regiones polarizadas, y regiones opera-
cionales se enfrentaban como posibilidades de definición y sistematización del estudio
regional. La imposibilidad de definir regiones homogéneas que lo fueran a la vez desde
los puntos de vista físico y humano representaba una dificultad apreciable que había
intentado ser superada con el concepto de región funcional o polarizada. Trabajos sobre
las redes urbanas, como los que antes he citado, ofrecían una alternativa muy sugestiva,
y podían apoyarse en los que había realizado Etienne Juillard en Estrasburgo sobre el
tema. Se discutía también la validez de estos conceptos en países como Brasil, con espa-
cios geográficos tan diferenciados como los de la Amazonia y el área centro sur polariza-
da por São Paulo. El tema de las ciudades en la organización de la región era en aquel
momento de gran actualidad y Milton Santos tenía ya una larga experiencia investiga-
dora sobre ello, por lo que no extraña el protagonismo que tuvo en el Coloquio de Bur-
deos.
El libro Geografía y economía urbana en los países subdesarrollados fue, sin duda,
un hito importante en la bibliografía sobre el tema. Un científico de un «país subdesa-
rrollado» abordaba sin complejos un tema de interés general, apoyado en sus propios
trabajos sobre ciudades de esos países y en una bibliografía general amplia y relevante.
Los trabajos que años más tarde realizó Milton Santos sobre otras metrópolis, y espe-
cialmente sobre São Paulo le permitirían matizar y profundizar todo lo que entonces
decía en aquel libro.
Milton Santos nunca ha abandonado la idea de que Brasil es un país subdesarrolla-
do y que las metrópolis de ese país son características de esa situación de subdesarrollo.
Es indudable que eso, y su decisión de contribuir a cambiar las situaciones injustas, le
ha permitido encontrar vías interesantes de reflexión, de gran influencia entre los cien-
tíficos brasileños y de otros países.
De todas maneras, es posible que la utilización sistemática de ese marco concep-
tual, si por un lado permite descubrir rasgos interesantes, por otro impida ver otros
también significativos. Creo que a partir de cierto momento la insistencia en que las
ciudades brasileñas son ciudades subdesarrolladas impide entender la realidad de las
mismas. Discutiendo una y otra vez en Buenos Aires, en México o en São Paulo con
geógrafos de esos países he tenido muchas veces la impresión de que la aceptación del
concepto de subdesarrollo les lleva a ver sesgadamente su propia realidad desde esa
perspectiva, lo que tal vez les vela la comprensión de otros rasgos muy importantes.
Muchas veces he pensado que sería más útil la utilización de otros marcos conceptuales,
y en concreto la aproximación a su realidad con los mismos presupuestos que se utilizan
para estudiar las ciudades de los países llamados desarrollados.
Tengo la impresión de que muchos rasgos que Milton Santos y otros geógrafos
iberoamericanos consideran típicos de las metrópolis brasileñas, o del llamado Tercer
Mundo en general, se dan también en las de los países desarrollados. La «moderniza-
ción incompleta y selectiva», la «yuxtaposición de trazos de opulencia y carencias pro-
fundas» la segregación o la exclusión social, y otros muchos rasgos se dan también de
una u otra forma en las grandes ciudades de los países desarrollados. No hay más que
leer las descripciones de Engels sobre las ciudades británicas del siglo XIX o las que hoy
se realizan sobre la situación social de Atlanta, Nueva York o Chicago para darse cuenta
de que la pobreza, la infravivienda, la exclusión social y la fragmentación han estado y
siguen estando también presentes en ellas. Estoy firmemente convencido de que la com-
prensión de la realidad urbana y no urbana de Brasil sería más profunda si en el estadio
actual se abandonaran los esquemas tradicionales del subdesarrollo y se adoptaran otros,
semejantes a los que se emplean para estudiar las ciudades de los países desarrollados.
De la misma manera, estimo que la aplicación de los esquemas centro-periferia
parece insostenible y ha de modificarse. Creo que una perspectiva diferente, la de consi-
derar a Brasil como un territorio y una sociedad que va formando progresivamente
parte de la nueva Europa ultramarina desde el siglo XVI y lo es plenamente desde el siglo
XVIII o XIX, permitiría entender mucho mejor aspectos esenciales de la evolución de este
país así como de otros países iberoamericanos. Es un verdadero contrasentido aceptar
ese carácter europeo y occidental en el caso de Estados Unidos (que también conoció la
esclavitud hasta el siglo XIX) y negárselo a Brasil y a los países hispanoamericanos.
rías generales pero que se construye a partir del conocimiento directo de la realidad de
los países llamados subdesarrollados. Muchos conceptos han sido elaborados por el
autor lentamente, en un itinerario intelectual seguido desde los años 1950 hasta al mo-
mento de su muerte, en un proceso incansable de enriquecimiento continuado y una
fértil integración de numerosas aportaciones intelectuales, tratando siempre de interve-
nir en la realidad brasileña con vistas a su transformación. La convicción que ha dado
fuerza a su trabajo intelectual es la de que la ciencia geográfica puede servir para trans-
formar Brasil y para transformar el mundo.
Su gran conocimiento de la realidad brasileña y su paso por instituciones educati-
vas, académicas y de desarrollo de diversos países de Europa, América y África, le per-
mitió ser consciente de la gran cantidad de estereotipos e ideas equivocadas que existían
sobre la realidad iberoamericana. Por eso insistió tanto en la necesidad de partir de la
propia realidad, sobre la necesidad de construir (o reconstruir) marcos teóricos especí-
ficamente latinoamericanos para estudiar la realidad de esos países, un aspecto esencial
en el que siempre coincidí con él.
Su trayectoria intelectual fue enriqueciéndose continuamente e incorporando nue-
vas ideas de procedencias diversas, integradas en un todo coherente, con énfasis siem-
pre en el espacio. En los años 1970 y 80 —paralelamente y de forma independiente a lo
que hacían en Estados Unidos David Harvey y otros— Milton Santos realizó un gran
esfuerzo para incorporar a la geografía la concepción marxista (modo de producción,
formación social, etc.) con el fin de fundamentar una nueva teoría de la geografía. Arma-
do con ello abordó el estudio del proceso de globalización, y de las transformaciones del
mundo contemporáneo en las dos últimas décadas del siglo XX y su impacto en Brasil.
Mostró siempre también un gran interés por las herencias del pasado, por las per-
manencias históricas de las formas pasadas y su influencia en la acción humana. Esas
formas pasadas incorporan la dimensión temporal al espacio y le dan su especificidad y
sus «rugosidades». Sin duda en ello han influido rasgos básicos de su formación intelec-
tual inicial, los cuales han persistido durante toda su vida. Las relecturas que continua-
mente fue haciendo de obras clásicas, como la de Max Sorre y otras le han permitido
obtener ideas válidas en su intento de fundamentación de la geografía.
Al mismo tiempo, realizó un enorme esfuerzo por conocer lo que se hacía en otras
disciplinas. Sus lecturas en este sentido fueron muy amplias, y aparecen bien reflejadas
en la bibliografía que utilizó y citó en sus trabajos científicos, en sus conferencias e
incluso en sus artículos periodísticos publicados en Folha de São Paulo. De todas mane-
ras, no dejó de criticar, cuando hizo falta, las exageraciones de un cierto sociologismo
barato o de un ecologismo bisoño que utiliza caminos fáciles favorecidos por la moda
(en «Relações do territorio globalizado», incluido en O país distorcido, p. 99). Conocien-
do su talante abierto y comprensivo, es posible que haya que cargar dichas llamadas de
atención no sólo al miedo de los excesos que denunciaba, sino también al temor de que
los geógrafos perdieran sus propias señas de identidad.
La globalización
Milton Santos tuvo siempre una visión negativa de ciertos rasgos de la evolución con-
temporánea y en especial del proceso de globalización, al que se refirió en numerosas
ocasiones. Tengo la impresión, de todas maneras, que en los últimos años había ido
matizando sus propias posiciones. Así de unas iniciales en las que la globalización apa-
recía como la expresión de todos los males pasó a otra más suave en la que reconocía
aspectos positivos de este proceso y se concentraba en denunciar ciertas formas de glo-
balización al tiempo que abogaba por «otra globalización».
No estoy seguro de que todos sus juicios pesimistas hayan sido siempre correctos.
Por ejemplo, los que se refieren al papel de la información en esta fase científico-técnica-
informacional. No cabe duda de que tiene razón al insistir en la manipulación y la vio-
lencia de la información que se difunde. Es cierto que en el momento actual no sabemos
con mucha frecuencia si la información que se nos presenta está manipulada o no. El
ejemplo de aquellas imágenes de la fauna afectada por la Guerra del Golfo y que luego
supimos que correspondían al vertido del Exxon Valdez es una prueba de ello, particu-
larmente impactante y significativa. Y desde los sucesos del 11 de septiembre del 2001 la
manipulación se ha convertido en una estrategia sistemática cada vez más consciente-
mente utilizada. A ello podríamos añadir otros muchos datos sobre la manipulación
informativa y de las conciencias, de lo que la propaganda religiosa, tan influyente en el
Brasil antiguo y contemporáneo, facilita muchos ejemplos.
Pero existe otra dimensión que nos permite complementar lo anterior, y que es
necesario dar también. Nunca ha habido tanta población absoluta y relativa de personas
alfabetizadas, nunca tantas personas con estudios secundarios y universitarios como
hoy. Ni tampoco nunca ha habido tantas fuentes de información. A lo largo de los siglos
XIX y XX, la prensa se diversificó y los lectores han tenido numerosas opciones para
elegir. Luego, la radio supuso una nueva fuente de información, que llegaba a cualquier
rincón del mundo, y a las sociedades iletradas, permitiendo también elegir entre nume-
rosas emisoras con un simple movimiento del dial. A partir de los años 1950 se fue
difundiendo la televisión. Es cierto que al principio cada país tenía sólo un canal, pero a
partir de los años 1970 éstos se han ido diversificando de forma asombrosa. Hoy en
cualquier país existe al menos media docena de canales de acceso gratuito, a lo que hay
que añadir los canales de pago, que pueden ser de todo el mundo, y los canales locales
que se van multiplicando. Finalmente Internet ha supuesto otro aumento de la posibili-
dad de acceso a la información todavía más revolucionario.
No puede decirse que no haya información disponible. Todo eso es una diferencia
esencial respecto al pasado y no puede desconocerse y desvalorarizarse. Podría argu-
mentarse que el exceso de información también es una estrategia de dominación, pero
no estoy de acuerdo con esa interpretación. En este campo siempre es preferible el
exceso que la falta.
Es indudable que en numerosos aspectos está justificada la imagen negativa que a
veces se tiene de la industria de los medios de comunicación y de la industria cultural
actual. La dictadura del consumo, la fusión entre publicidad y diversión industrializada
producida por las grandes empresas, la manipulación de la información es una realidad
bastante evidente. Es desde luego útil la crítica que autores como Habermas han hecho
a las dificultades de elección racional de los consumidores a partir de la publicidad, y la
denuncia de la alienación que todo ello produce.
Pero dicho eso, confieso que muchas veces tengo dificultades para aceptar ciertas
visiones negativas de la modernidad que insisten en la incapacidad de las personas para
elegir y discriminar, y que me cuesta admitir las tesis que presentan a los ciudadanos
actuales como totalmente sometidos a la insidiosa y ubicua acción del poder disciplina-
rio. Eso es así porque tengo confianza en la capacidad de los ciudadanos para elegir y
discriminar. Creo que la gente discrimina más de lo que piensan los políticos y los inte-
lectuales. Incluso los que ven programas basura de la televisión saben bien lo que ven y
eligen verlo por razones diversas (distracción, curiosidad, necesidad de evasión...).
En relación con todo ello resulta muy útil una adecuada perspectiva histórica de lo
que ha ocurrido en otras épocas anteriores, donde la opresión, el disciplinamiento y el
peso del poder eran más inmediatos, opresivos y determinantes, donde la segregación y la
exclusión tenían unos rasgos mucho más decisivos y sin posibilidad alguna de mejora
social, de aumento del bienestar, de emancipación y libertad individual. La perspectiva
histórica corta, la incorporación de una dimensión temporal que tiene en cuenta lo que ha
sido el mundo no ya desde hace tres o cuatro mil años o desde la misma fundación histó-
rica del Brasil sino incluso desde el siglo XIX, permite tener una visión menos negativa.
Es cierto que los espíritus sensibles y que poseen conciencia ética se inquietan y
desearían acelerar dichos cambios. Pero a veces hay que evaluar el coste social que eso
representa y las posibilidades de éxito para conseguirlo. En todo caso, la idea de que el
pasado fue mejor, de que el tiempo ha ido decayendo desde una edad de oro anterior,
impiden ver los cambios positivos que se están produciendo y dificulta disponer del
optimismo y la prudencia necesarios para acometer los cambios que se necesitan.
aspectos técnicos del uso de SIG, creo que es algo claramente negativo. Una buena for-
mación teorética y cuantitativa sería de gran utilidad a los estudiantes de geografía para
abordar los problemas a que han de enfrentarse profesionalmente.
Es posible que otro aspecto negativo de la influencia de Milton haya sido su insis-
tencia en la teoría geográfica, que puede dar a los geógrafos un carácter aislado y solip-
sista. Sin duda tiene que ver con su voluntad de prestigiar la geografía brasileña, y es
indudable que ese esfuerzo ha tenido resultados notables. Pero tal vez los jóvenes debe-
rían tener con Milton Santos la misma actitud que los hijos tienen con los padres. Lo
importante muchas veces no es lo que éstos dicen, sino lo que hacen. Y es indudable que
Milton siempre tuvo una actitud abierta hacia otras ciencias, lo que hizo que su trabajo
intelectual resultara particularmente fructífero.
Finalmente, tampoco estoy de acuerdo con la visión un tanto pesimista sobre Bra-
sil, que Milton comparte con tantos geógrafos brasileños. Aunque en este sentido es
posible que, si se leen bien sus textos, es posible que el maestro tenga una visión menos
pesimista que muchos de sus lectores e intérpretes. Milton ha mostrado muchas veces
su confianza en las grandes metrópolis, en las posibilidades de Brasil. En todo caso, la
visión un tanto pesimista que encuentra a veces uno en Brasil creo que tiene que ver,
ante todo, con un talante ético de lucha contra la injusticia, y en ese sentido es admira-
ble. Pero también tiene que ver con el hipernacionalismo y la conciencia de ser una
superpotencia incompleta, con la falta de una visión verdaderamente mundial de los
problemas, con la aceptación de marcos conceptuales como el del subdesarrollo, que
impiden ver la propia realidad.
Siempre que voy a Brasil me hablan de la pobreza y de los numerosos problemas
que, evidentemente, existen. No me hablan tanto de la segregación racial, que también
existe, como el mismo Milton comentó muchas veces y señaló en alguno de sus escritos
en Folha de São Paulo, o se observa simplemente utilizando los aeropuertos. Y no se
habla casi nunca de la riqueza, del dinamismo de la vitalidad y la creatividad de ese
nuevo Brasil que puede superar crisis coyunturales como la que está en estos momentos
padeciendo.
Desde hace veinte años vengo oyendo a muchos amigos brasileños repetir que las
cosas van cada vez peor en su país. Lo que es manifiestamente falso y tal vez refleja la
incapacidad que a veces tenemos los intelectuales para juzgar correctamente la realidad.
Yo creo que en estos últimos veinte años Brasil ha mejorado de forma clara, y he sido
testigo de esas mejoras. Lo impresionante es darse cuenta de que existen intelectuales que
vienen repitiendo la misma cantinela desde los años 1930, aunque algunos de ellos más
tarde se den cuenta de su error y hayan reconocido que se equivocaron, como hizo Rangel
en una entrevista memorable que le hicieron en la revista Geo Sul hace ya unos años.
Lo que yo creo que ocurre es que entre las clases medias y altas, a las que pertene-
cen en general los profesores universitarios, son cada vez mayores las aspiraciones y las
expectativas de mejora, y cada vez mayores también las desviaciones entre ellas y las
posibilidades reales de conseguirlas. De ahí nace una frustración que produce esa visión
negativa de la realidad.
Un verdadero maestro
Sin duda, Milton Santos fue un ciudadano y un científico ejemplar. Preocupado por los
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CAPEL, Horacio (1969), «La regionalización de los países en vías de desarrollo: El caso de
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— (2001), O País Distorcido: O Brasil, A Globalizaçâo e a Cidadanía, Publifolha, São Paulo.
Dr. José María Luis Mora, de la ciudad de México. Su línea de investigación se enfoca en
el proceso de gentrificación y/o renovación urbana en el Centro Histórico de la ciudad
de México. Correo electrónico: ian.geographe@gmail.com
DANIEL HIERNAUX es doctor en Geografía por la Universidad de París III, La Sorbona
Nueva, Instituto de Altos Estudios de América Latina. Es maestro en Ciencias Urbano-
Regionales por la Universidad de Lovaina, Bélgica e ingeniero-civil arquitecto por la
misma universidad. Asimismo tiene una Especialización en Asentamientos Humanos,
por Naciones Unidas, Ginebra. Actualmente es profesor-investigador titular de la Uni-
versidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, en el Departamento de Sociolo-
gía, donde está integrado al área de investigación «Espacio y Sociedad». En la docencia
forma parte del cuerpo de profesores de la licenciatura en Geografía Humana, así como
del Posgrado de Estudios Sociales, línea de Estudios Laborales. Asimismo, es miembro
del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 3. Sus líneas de investigación actuales son:
«Geografías del ocio, el tiempo libre y el turismo», «Epistemología de la geografía, el
pensamiento anarquista sobre el espacio», «Periferia metropolitana y centralidad urba-
na», «Imaginarios urbanos y gentrificación». Entre sus publicaciones recientes se en-
cuentra el Tratado de Geografía Humana, que dirige conjuntamente con Alicia Lindón.
Correo electrónico:danielhiernaux@gmail.com
ALICIA LINDÓN es doctora en Sociología y maestra en Desarrollo Urbano, por el Centro
de Estudios Sociológicos de El Colegio de México. Es licenciada en Geografía por la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Asimismo, tiene una
Especialización en Geografía Urbana por el CEPIGE-IPGH de Quito, Ecuador. Actual-
mente es profesora-investigadora titular de la Universidad Autónoma Metropolitana,
campus Iztapalapa, en el Departamento de Sociología, donde forma parte del área de
investigación «Espacio y Sociedad». En docencia integra el cuerpo de profesores de la
licenciatura en Geografía Humana, así como del Posgrado de Estudios Sociales, línea de
Estudios Laborales. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2, y coor-
dinadora de la Licenciatura en Geografía Humana. Sus líneas de investigación actuales
son: «La subjetividad social, la construcción social del lugar y el enfoque biográfico»,
«Modos de vida urbanos, vida cotidiana y espacios vividos», «Topofilias, topofobias y
espacios del miedo» y «El giro geográfico: El humanismo geográfico». Entre sus publi-
caciones recientes se encuentra el Tratado de Geografía Humana, que dirige conjunta-
mente con Daniel Hiernaux. Correo electrónico: alicia.lindon@gmail.com
EDUARDO NEVE es licenciado de Geografía Humana por la Universidad Autónoma Me-
tropolitana (UAM), campus Iztapalapa. Actualmente está realizando una estancia en la
Universidad de Macquarie, Sydney, Australia. Su línea de investigación se centra en los
paisajes musicales y la espacialidad de la música callejera. Correo electrónico:
eduardoneve@gmail.com
MARÍA LAURA SILVEIRA es licenciada en Geografía por la Universidad Nacional del Co-
mahue (Argentina) y doctora en Geografía Humana por la Universidade de São Paulo
(Brasil). Actualmente es profesora de la Universidade de São Paulo (licenciatura y doc-
torado) e investigadora del Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnoló-
gico brasileño. Entre sus obras, se encuentra O Brasil: Território e sociedade no início do
século XXI (coautora con Milton Santos) y Continente em chamas: Globalização e territó-
rio na América Latina. Sus líneas de investigación son: epistemología de la geografía,