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Los niños era llevados a la Catedral una vez por semana, pa
ra que se confesasen con el P. Valentín Cobisa, sacerdote an
ciano, de estampa vigorosa, a lo Greco, cuyo confesonario se
encontraba junto al sepulcro de Gil de Albornoz, frente al fam o
so “transparente” barroco por el que la luz del sol ilumina direc
tamente el sagrario. El P. Cobisa alcanzaría en 1936 la palma
del martirio.
2. Su militancia en la Universidad
ese muchacho! Dios haga que le sirva para dar mucha gloria a
Dios.” Por su parte, Blas Pifiar le correspondió con su admira
ción y afecto. Hasta hoy conserva un recuerdo indeleble de An
tonio, habiéndosele quedado especialmente grabado el recogi
miento que guardaba después de corhulgar. Con él tuvimos el
gusto de visitar juntos, hace algunos años, la casa de la familia Ri
vera.
4. Su vida espiritual
5. Su apostolado coloquial
8. ¿Mártir o Cruzado?
1. E l ingreso al Alcázar
2. E l buen combate
3. E l gesto heroico
Y añadió:
-¿Antonio Rivera?
-Vive.
-¿Dónde está?
-Vayan a la enfermería.
amigos... ¡Que atacan! ¡No los dejéis pasar! ¡El cañón! ¡A los
sótanos!” .
A l amanecer, ya recobrada la lucidez, preguntó si podría co
mulgar. N o era fácil hallar un sacerdote entre los pocos que se
habían salvado del martirio. Al fin encontraron uno que cuando
supo de quién se trataba, y el estado en que estaba, se ofreció a
vivir en la casa de los Rivera de m odo que pudiese estar cerca
de Antonio en todo momento.
Si bien la ciudad de Toledo había sido liberada, de hecho
quedó com o si fuera una península, ya que el ejército rojo la te
nía cercada por todas partes excepto la carretera que la unía
con el territorio ocupado por las fuerzas nacionales. Hasta que
acabó la guerra, no dejó de oírse en la ciudad el tableteo de las
ametralladoras y el incesante disparo de los fusiles. Varias veces
cayeron proyectiles en la casa de los Rivera, tanto en el patio
com o en los cuartos, por los que debieron trasladar su dormito
rio, que estaba en el primer piso, a la planta baja. Antonio con
sintió en ello para darle el gusto a los suyos, pero luego de unos
días les rogó que lo llevasen de nuevo a su lugar habitual. Le
gustaba ese cuarto, porque tenía mucha luz, pero sobre todo
porque desde su ventana se podía ver la ciudad y especialmen
te las ruinas de su querido Alcázar. Al fin y al cabo, les dijo, esto
de las balas no tiene importancia ¡después de lo del Alcázar!
-Com prendo que me falta valor para verte sufrir así; algu
nas veces creo que preferiría verte muerto a que padezcas de
ese modo.
Antonio le sonrió:
-Sería triste que los frutos del Alcázar se perdieran por va
nidad.
2. Su gloriosa muerte
-¡Cuánto te quiero!
A ntonio R ivera 361
-¡Cuánto os quiero!
-Ahora a lo divino.
O b r a s C o n su lt a d a s
El día del dilema puesto al pie del sagrario, tantas noches en vela
o cumpliendo Ejercicios.
Y resuelto de pronto, vertiginosamente, entre pólvora, balas,
audaces sacrificios.
Era el día del triunfo, cuando llegan las tropas del Caudillo que
[avanza
a salvar la heredad.
Pudo pintarlo el Greco con las aguas del Tajo, si acaso en el Alcázar
no había novedad.
A ntonio C aponnetto