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El último panfleto antipapal de Lutero: Contra el Papado de Roma, fundado


por el diablo (1545)

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Gabriel Tomas
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El último panfleto antipapal de Lutero:
Contra el Papado de Roma, fundado por el diablo (1545)

por GABRIEL TOMÁS

ABSTRACT: This paper explains in a few words the origin and historical background of the last antipapal
writing published by Martin Luther in 1545. Against the Roman Papacy, an Institution of the Devil is an
acid attack against the Pope of Rome and his pretension of being considered the mainchief of the
universal Church. Putting this pamphlet in context, we realized how the task of the great Reformer was
frequently influenced by the politic struggles between the Emperor (Charles V) and the Pope (Paul III, in
this case) and what was the role played by the German princes in that matter, especially those protestants
allied in the so-called Schmalkaldic League.
RESUMEN: Esta comunicación explica resumidamente el origen y el contexto histórico del último escrito
antipapal publicado por Martín Lutero en 1545. Contra el Papado de Roma, fundado por el diablo es un
ataque corrosivo contra el Papa de Roma y su pretensión de ser considerado la cabeza de la Iglesia
universal. Al poner este panfleto en su contexto histórico, nos damos cuenta hasta qué punto la labor del
gran Reformador se vio a menudo influida por las disputas políticas entre el Emperador (Carlos V) y el
Papa (Pablo III entonces) y cuál fue el papel que jugaron los príncipes protestantes en este asunto, en
especial aquellos príncipes protestantes coaligados en la llamada Liga de Esmalcalda.

1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS

El escrito de M. Lutero que aquí presentamos –el más vitriólico de los que jamás
escribió el Reformador– se enmarca históricamente en la pugna que entonces libraban el
emperador Carlos V y el papa Pablo III en torno a la celebración de un concilio general
que resolviera los problemas religiosos de Alemania. La “lucha por el concilio” (como lo
denomina H. Jedin) venía de lejos1, y era una reivindicación imperial que Carlos había
hecho suya, pero que desde un principio topó con la férrea resistencia del Papa2. Ambos
mandatarios tenían opiniones divergentes sobre la idoneidad de convocar un concilio en
la forma y en los términos que reclamaban los líderes protestantes. Mientras que para el
Emperador, el concilio era una solución plausible al problema que dividía a los estados
del Imperio; para el Papa, en cambio, suponía un riesgo evidente para su poder, ya que,
según como se desarrollaran las sesiones del mismo, podían volver a triunfar las tesis
conciliaristas, expuestas en los concilios de Constanza y Basilea, y que consideraban el
concilio ecuménico como la suprema autoridad de la Iglesia, elevándolo por encima del
Papado.
1)
Desde 1521 Lutero venía pidiendo “un concilio libre, cristiano en Alemania”.
2)
León X y Clemente VII nunca pasaron de las buenas palabras. Pablo III parece que sólo se convenció
de la necesidad de un concilio a partir de 1538.
E L Ú L T I M O P AN F L E TO A N TI P AP A L D E L U T E R O

Además, hay que recordar que el Papado renacentista unía a su condición de cabeza
de la Iglesia, la de ser también una cabeza política, un príncipe (con todos sus atributos)
que gobernaba con mano dura los llamados Estados Pontificios. No es de extrañar, pues,
que a menudo sus intereses mundanos de soberano interfirieran en los religiosos. Esto
explica que las relaciones entre el Papa y el Emperador nunca fueran lo buenas que
cabría esperar de las dos cabezas de la Iglesia católica. En efecto, para el Papa, Carlos
era un rival político debido a las posesiones italianas que éste había heredado por parte
aragonesa (Sicilia, Nápoles, etc.), y que suponían una amenaza real para la correlación
de fuerzas que la Santa Sede propugnaba en el mosaico de ciudades-estado italianas. Por
esa razón, en el tablero político-diplomático italiano, los papas siempre trataron de hacer
valer la preeminencia de Roma y así jugaron un papel no pocas veces beligerante contra
el Emperador y sus políticas, no dudando en alentar y hasta organizar alianzas con otros
estados italianos o extranjeros, en especial con Francia3, para conseguir tal fin.
A comienzos del año 1544, las relaciones entre Carlos V y Pablo III eran más bien
distantes. Por enésima vez el Emperador guerreaba contra Francisco I de Francia y en
esta ocasión el Papa se mantenía neutral, absteniéndose de apoyar a uno frente a otro.
Pero esta actitud no era bien vista por Carlos, ya que el Emperador esperaba que el Papa
le apoyara a él, sobre todo desde el momento que se supo que el monarca francés había
pactado una alianza con los turcos, los enemigos declarados de la cristiandad. A pesar
de todo, Pablo III optó por no involucrase en el conflicto abierto. Por un lado, no quería
cambiar la tradicional política filo-francesa del Papado que tan buenos resultados había
dado, y por otro, temía que si rompía abiertamente con Francisco, éste no dudaría en
poner en marcha un proceso cismático, de ruptura con Roma, a semejanza del que había
llevado a cabo Enrique VIII en Inglaterra. Así pues, ante tal tesitura, el Papa decidió
intervenir sólo para pedir la paz entre ambas potencias.

2. LA 4ª DIETA DE ESPIRA

En este clima de desconfianza mutua, que muchas veces ni siquiera el lenguaje


diplomático llegaba a disimular, el Emperador decidió jugar sus cartas en Alemania.
Necesitaba la ayuda económica y logística de los príncipes alemanes para vencer a sus
enemigos y la mejor forma de lograrla era aceptando sus peticiones en materia religiosa
al margen de Roma. Por eso, durante la Dieta de Espira de 1544, con la vista puesta en
su contienda con Francia, Carlos aceptó la aprobación de algunas medidas encaminadas
a reconocer el status quo que se había consolidado en el Imperio con la difusión de la
Reforma. En consecuencia, se aceptó la suspensión de los procedimientos judiciales en

3)
P. ej. en 1526 el citado papa Clemente VII impulsó la Liga de Cognac, juntamente con Francia, Venecia
y Florencia, para expulsar al Emperador del norte de Italia.

[2]
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curso contra los protestantes en la Corte Imperial de Justicia (Reichskammergericht) y la


abolición de los decretos emitidos por las dietas anteriores contra ellos4. En la práctica,
esto conjunto de medidas legales supuso el reconocimiento de un estado de tolerancia
religiosa sin precedentes en el Imperio.
El documento conclusivo de esta dieta (en latín recessus), publicado el 10 de junio,
contemplaba además la celebración, en el término de un año, de una dieta o sínodo
nacional alemán que debía tener como finalidad solventar las disensiones religiosas en
Alemania, al menos hasta que se reuniera un concilio general de la Iglesia. En el escrito
no se hacía ninguna referencia al Papa ni a las autoridades eclesiásticas romanas, sino
que las negociaciones en esta materia debían conducirse en base a las propuestas que el
Emperador y los estados del Imperio hiciesen por medio de sus propios teólogos. Este
documento adquiere mayor importancia, si cabe, por el hecho de que fue el propio
Emperador quien asumió directamente la responsabilidad de su redacción ex plenitudine
suæ potestatis.
Sin duda el resultado de la Dieta de Espira fue un triunfo de los príncipes y estados
protestantes, coaligados en la defensa de sus intereses en la Liga de Esmalcalda (creada
en 1531), puesto que vieron reconocidas gran parte de sus históricas reclamaciones. Sin
embargo, hay que poner de relieve que este triunfo tuvo un alcance muy limitado, dado
que el Emperador lo consintió forzado por la premura de las circunstancias. Ya entonces
no fueron pocos los mandatarios que albergaron serias dudas de que semejante acuerdo
se cumpliera en todos sus términos. Por el momento Carlos tenía lo que quería, a saber,
los subsidios para llevar adelante su guerra contra Francisco I. Además, al amagar con
celebrar un concilio en Alemania, transfería más presión al Papa para que éste acelerara
la convocatoria del concilio ecuménico que debía tener lugar en Trento y que tantas
veces había sido postergado sine die. Carlos recuperaba, pues, la iniciativa política en
este terreno. Tal como se constata por las fuentes de la época, la realización del concilio
siempre estuvo pendiente de los avatares de la alta política de las potencias europeas, y
ahí cada una de ellas jugaba sus bazas lo mejor que podía en defensa de sus intereses.

3. EL BREVE PAPAL

Cuando el recessus se conoció en Roma saltaron todas las alarmas. Finalmente,


parecía vislumbrarse la posibilidad de que los asuntos religiosos que se discutían en
Alemania se arreglasen al margen de la Sede romana. En un consistorio reunido el 30 de
julio, el Papa y los cardenales de la curia abordaron el problema, pero no se pusieron de
acuerdo en el escrito de respuesta que la grave situación requería. En efecto, cuando se
4)
P. ej. se dejó en suspenso el edicto de Augsburgo de 1530. Las concesiones de Carlos “casi equivalían a
abandonar el punto de vista católico” (Pastor, 1911, p. 153).

[3]
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presentó a los allí reunidos un borrador para su aprobación, fue rechazado al considerar
que estaba redactado en un tono excesivamente duro. Aunque el Papa y el resto de los
miembros de la curia eran conscientes de que el Emperador había ido demasiado lejos
en sus concesiones en materia religiosa, no era cuestión de romper con él por completo
y arrojarlo en manos de los protestantes. Por este motivo, la diplomacia vaticana trabajó
en un segundo redactado. Era aconsejable adoptar un tono de firmeza, sí, pero paternal y
apostólico a la vez, que apelara a la condición católica de su Alteza Imperial. Con esta
finalidad, se emitió un breve admonitorio el día 24 de agosto5, en un tono mucho más
amable que el escrito anterior, que constituía la respuesta oficial del Santo Padre al
recessus de Espira. El original del breve se envió al emperador Carlos, así como sendas
cartas conminatorias al canciller Granvela y al confesor del Emperador, Pedro de Soto.
El documento papal incidía en dos aspectos que para la Santa Sede eran irrenuncia-
bles. Por un lado, el poder de convocar un concilio recaía exclusivamente en el Papa. El
Emperador carecía de autoridad para convocar y reunir un concilio, un sínodo o una
dieta nacional alemana que abordase aspectos relacionados con la doctrina y el magiste-
rio de la Iglesia. Este punto era capital porque de ello dependía –como proclamaban los
prelados romanos– la propia supervivencia de la Iglesia. Por otro lado, el breve también
ponía en cuestión que los herejes (la “secta luterana”, como despectivamente se llamaba
en Roma a los protestantes) pudieran participar en un concilio ecuménico de la Iglesia
católica. En este sentido, el Emperador tenía que dar marcha atrás a cualquier medida
adoptada que supusiera un reconocimiento implícito o explícito de la herejía. Planteado
en estos términos, el Emperador lo único que debía hacer era garantizar la paz en sus
territorios, para que de este modo, con seguridad, se pudiera reunir sin más dilación el
concilio general tanto tiempo esperado. Si el Emperador no rectificaba su decisión, la
Santa Sede procedería contra él. La amenaza velada subyacía en todo el escrito.
El cardenal G. Morone (legado en Boloña) había de ser el encargado de entregar la
carta papal al Emperador. Pero la guerra que en aquellos momentos sostenía Carlos V
en territorio francés le impidió cumplir su misión. Aunque el breve se llevó a la Corte
imperial de Bruselas a principios de octubre (de la mano del camarero pontificio David
Odasio), el Emperador no lo recibió allí, sino que supo de su contenido más tarde por
una copia (¿a finales de octubre?) 6. Para entonces las cosas habían cambiado mucho en
la escena internacional. El Emperador y Francisco I habían sellado la paz en Crêpy el 17
de septiembre, y de esta forma Carlos pudo dedicarse de pleno a buscar una solución

5)
El texto íntegro, en latín, en: CT No. 276. Versión castellana en: S. Pallavicini. Historia del concilio de
Trento (Madrid: Martín Alegría, 1846), II, pp. 48-61.
6)
Odasio llegó a Bruselas con las cartas oficiales, pero al no encontrar allí al cardenal Morone, decidió
dejar una copia para el Emperador y volverse con el original a Roma. Oficialmente el breve papal le fue
presentado a Carlos en el marco de la Dieta de Worms (finales de enero de 1545) por F. Savelli, pariente
del Papa (cf. Pastor, op. cit., p.160 y sigs).

[4]
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definitiva al problema religioso alemán. En una cláusula secreta del tratado de paz, el
rey francés se comprometió a permitir que los prelados de su país asistiesen al concilio
ecuménico que se preveía celebrar próximamente.
El 19 de noviembre el Papa facilitaba las cosas promulgando la bula convocatoria
para reunir el concilio en Trento, Lætare Hierusalem, lo cual ya era de por sí una prueba
de la aproximación de las posiciones entre Carlos V y la Santa Sede7. En efecto, el Papa
estaba dispuesto a convocar el concilio que debía principiar el 15 marzo de 1545 y, por
su parte, el Emperador dejó de contemplar la posibilidad de llevar a término un concilio
nacional alemán al margen de Roma. Por tanto, la causa principal que había motivado el
breve papal de agosto se había desvanecido. En general, se suele alabar la actitud que en
todos esos meses mostró el Emperador al no querer entrar en polémicas con el Papa, lo
cual favoreció el restablecimiento de la alianza entre ambos a finales de año.

4. EL SEGUNDO BREVE

Como hemos mencionado más arriba, un consistorio de finales de julio rechazó un


primer borrador de breve papal al considerar que se había redactado en términos excesi-
vamente duros. Sin embargo, la vida de este documento no se acabó ahí, sino que, lejos
de ser destruido, también se dio a conocer fuera de los despachos vaticanos8. En efecto,
los príncipes alemanes conocieron su contenido antes incluso de tener en sus manos el
breve papal oficial, el del 24 de agosto. Ya el 13 de diciembre Melanchthon cuenta en
una carta a J. Camerarius (profesor en la Universidad de Leipzig) que tenía en su poder
la “admonición agria e insultante”9 que el Papa había dirigido al Emperador; una copia
que muy probablemente había obtenido de los hermanos evangélicos de Venecia. Lutero
se hace eco de ella en una misiva de principios de enero de 1545 dirigida a uno de sus
íntimos, Nikolaus von Amsdorf (obispo de Naumburg): “Vi la carta o breve papal y me
pareció más bien un pasquín”10.
No deja de ser sorprendente que llegara a poder de Lutero el borrador del breve
papal, puesto que en principio se trataba de un documento de trabajo elaborado por los
miembros de la curia para su discusión interna. Los investigadores apuntan a que fue el
obispo de Cava, Tommaso Sanfelice, enviado a finales de agosto de 1544 como legado
papal a Alemania con la misión de entregar las cartas al rey Fernando I y a los príncipes
católicos alemanes, quien habría llevado consigo también el polémico borrador para

7)
A ello contribuyó en gran medida el hecho de que el Emperador concediese al hijo del Papa, Pier Luigi
Farnese, los ducados de Parma y Piacenza (cf. Pastor, ibid., pp. 184-186).
8)
El texto íntegro, en latín y sin fecha, en: CT No. 277.
9)
“Pontifex Romanus ad Carolum Imp. expostulationem scripsit acerbam et maledicam”, CR V, 547.
10)
“Bullam seu breve papale vidi, Sed pasquillare putavi.” WA 54, 197.

[5]
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distribuirlo allí entre los afectos a la causa romana. Sin que fuera ésa su intención, el
documento acabó llegando a poder de los protestantes. Pero, ¿por qué llevaba el legado
papal ese escrito? La respuesta es una incógnita, aunque bien podemos hacer algunas
conjeturas al respecto11.
Visto el nerviosismo que el recessus provocó en Roma, no hay que descartar que
Pablo III quisiera mostrar un documento tan duro para con el Emperador a sus aliados
alemanes, a fin de reafirmar su autoridad y minar la de Carlos ante ellos. Sería una
especie de maniobra diplomática paralela para contentar a los príncipes más críticos con
la política imperial de contemporización con el bando protestante. Fue, por decirlo en
corto, un golpe bajo al Emperador y a su política alemana. Con razón más tarde, durante
las sesiones de la Dieta de Worms (en abril de 1545), el canciller Granvela se quejará
con firmeza ante el nuncio F. Mignanelli de la misión paralela del obispo de Cava, dado
que había permitido que el rey Fernando y los príncipes del Imperio conocieran el breve
papal antes incluso que el propio Emperador, dando así ocasión a los protestantes para
atacarlo.

5. EL PANFLETO ANTIPAPAL

Recapitulando: Tenemos, en primer lugar, el documento conclusivo de la Dieta de


Espira o recessus, en el cual el Emperador hace importantes concesiones a los príncipes
protestantes en materia religiosa. Inmediatamente después se produce la respuesta dada
por el Papa a ese documento en forma de breve admonitorio. A este breve oficial, hay
que añadir otro breve oficioso o borrador, anterior en el tiempo y redactado en términos
más severos y amenazantes, pero que también circula y se conoce en las cortes de varios
estados alemanes12. Y finalmente, cuando en septiembre acaba la guerra del Emperador
con Francia, el Papa emite, al cabo de dos meses (en noviembre), la bula convocando el
concilio ecuménico en Trento. Ésta sería, a grandes rasgos, la situación diplomática que
había a finales del año 1544.
Para el bando protestante, los breves papales eran la prueba palpable del distancia-
miento político entre el Emperador y el Papa; de ahí que los principales líderes de la
Liga de Esmalcalda, el landgrave Felipe de Hesse y el príncipe elector Juan Federico de
Sajonia, no dudaran en utilizar dichos breves para ahondar en la brecha abierta entre las
dos cabezas del partido católico. El tono admonitorio con el que el Papa se dirigía al
Emperador –que en el caso del borrador podía calificarse directamente de irrespetuoso–

11)
H. Jedin habla de indiscreción, pero cuesta creer que no fuera una filtración interesada.
12)
Algunos autores mencionan tres y hasta cuatro versiones distintas del breve papal. Cf. WA 54, 195-201.
Lo cierto es que el príncipe elector Juan Federico tenía en su poder al menos dos copias del breve ya el 27
de diciembre.

[6]
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era percibido como una ofensa intolerable, o aún más: como un intento de injerencia en
los asuntos internos alemanes que no podía quedar sin respuesta. Para ellos estaba claro
que se debía defender la decisión imperial tomada en Espira, ¿y quién mejor que el Dr.
Lutero para dar la respuesta que el Papa se merecía?13
Pero a Lutero tampoco se le tenía que azuzar demasiado para que escribiera en con-
tra del Papado. En la misma carta a N. von Amsdorf que hemos citado más arriba, acaba
diciendo en referencia al breve papal: “No tardaré en pintarlo con sus verdaderos colo-
res, si la salud y el tiempo me lo permiten”14. Por consiguiente, el hambre de Lutero por
atacar al Papado (que según sus propia palabras le provocaba: meine grosse Anfechtung,
mi gran amargura) se unía en este caso con las ganas de comer de su señor territorial,
Juan Federico I, que deseaba presentarse a la próxima dieta imperial en Worms con un
arma propagandística de primer orden que pusiera en solfa la potestad del Santo Padre.
Una dieta, por cierto, que se antojaba difícil para el bando protestante después de la
renovada alianza entre el Papa y el Emperador y el inicio del concilio tridentino.
Contra el Papado de Roma, fundado por el diablo15 es, stricto sensu, la respuesta
de Lutero a los dos breves papales que, como hemos visto, llegaron por diferentes vías a
su poder. Herr Doktor está creído que los dos han sido remitidos al César y su objetivo
esencial se centra en desmontar la argumentación papal que niega el derecho que posee
Carlos V de convocar un concilio. En su breve, el Papa aduce que él sólo “tiene el poder
soberano de convocar los concilios, de establecer y ordenar todo lo que pertenece a la
unidad y utilidad de la Iglesia”16.
La primera parte del panfleto es, pues, una crítica mordaz y demoledora del Papado
y de los concilios auspiciados por los papas, al tiempo que arremete contra Pablo III en
persona. El autor hace un repaso de la historia reciente de los concilios (con especial
mención a los realizados en Constanza y Basilea) y recuerda la reclamación alemana de
celebrar “un concilio libre, cristiano y en tierras alemanas”. Para Fray Martín resultaba
evidente que los papas nunca consentirían la celebración de un concilio digno de ese
nombre, a lo sumo propiciarían una reunión de aduladores dispuestos a ratificar todo
cuanto se les propusiera desde las altas instancias vaticanas. En contra del “concilio
papal”, Lutero sostiene y defiende el derecho y hasta el deber que asiste a Carlos V para

13)
El otro peso pesado de la Reforma, Juan Calvino, también contestó el breve papal publicándolo con
unas glosas sarcásticas: Admonitio paterna Pauli III cum scholiis (marzo de 1545). Versión inglesa en: J.
Calvin, “Remarks on the Letter of Pope Paul III.” En: Tracts and Treatises, Vol. I: On the Reformation of
the Church (Grand Rapids: Eerdmans, 1958), pp. 257-286.
14)
“Non [tamen] feriabor quin illam bullam suis pingam coloribus, si valetudo et otium permisserit.” WA
54, 199.
15)
En su título original: “Wider das Bapstum zu Rom, vom Teuffel gestifft.” WA 54, 206-299.
16)
“Eius […] tum statuendi in his et ordinandi, quæ ad ecclesiæ unitatem utilitatemque spectant, auctori-
tatem dederunt”, CT 366.

[7]
E L Ú L T I M O P AN F L E TO A N TI P AP A L D E L U T E R O

convocar concilios, tal como hicieron los grandes emperadores del pasado: Constantino,
Carlomagno, etc.
Al final de esta intensa introducción, Lutero cita los tres puntos que se ha propuesto
abordar y que son la respuesta formal a los argumentos que el Papa expone en sus dos
breves –especialmente los del borrador–, en base a los cuales se siente legitimado para
amonestar al Emperador. Los asuntos a tratar son:
1) Si el Papa está por encima de los concilios, del Emperador y de todo el mundo,
2) Si el Papa no puede ser juzgado ni condenado por nadie, y finalmente,
3) Si el Papa transfirió el Imperio romano (o sea, la legitimidad del poder imperial)
de los griegos (bizantinos) a los alemanes (a Carlomagno).
Estas tres partes, no obstante, son tratadas de forma dispar, puesto que la primera –
la más extensa y prolija– ocupa prácticamente tres cuartas partes del total de la obra. En
cambio, las otras dos están desarrolladas muy someramente, sobre todo el último punto,
al cual apenas le dedica unos pocos párrafos. Quizás el deseo de que el príncipe elector
Juan Federico pudiera presentar el libelo durante las sesiones de la Dieta de Worms, así
como su mala salud, contribuyeron a este final un tanto abrupto.
Sobre el primer punto, Lutero niega que el Papado pueda ser considerado la cabeza
de la cristiandad. De hecho, se trata de una institución dudosamente cristiana, ya que en
origen es una creación del poder secular, en concreto, del emperador bizantino Focas,
quien a principios del siglo VII designó a Bonifacio III, el obispo romano, como caput
omnium ecclesiarum. Más tarde, los papas justificaron su primado alegando sobre todo
dos pasajes del Nuevo Testamento que, según su interpretación, les hacían sucesores o
vicarios directos y legítimos de San Pedro. Estos pasajes son los siguientes: el de Mateo
16: 18-19: “Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, etc.”, y el de Juan 21:
17ss. “Apacienta mis ovejas”17.
Para Lutero era del todo evidente que un emperador no tenía potestad para instituir
el Papado, y en esto coincidía con los papas que ahora –una vez consolidado su poder–
también negaban que tal fuera su origen. Por lo que respecta a la exégesis de los pasajes
bíblicos, también queda claro que el poder de las llaves es puramente espiritual y había
sido concedido por Jesucristo a la Iglesia en su conjunto –no a un hombre solo– para el
perdón de los pecados. Esta es la lectura cristiana de los pasajes aquí citados y es la más
acorde también con otros pasajes del mismo Evangelio (p. ej. Mateo 18: 19-20 y Juan
20: 21ss.). Por tanto, si el Papado no había sido constituido por el poder temporal, ni por

17)
En el escrito papal se lee: “Porro earum [animas] curam numquid Cæsari demandavit? Numquid Cæsari
dictum est: ‘Pasce oves meas’, an vero Petro et in eius persona cunctis successoribus eius? Hæc sunt fidei
nostræ fundamenta...”, CT 376.

[8]
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el espiritual (concilios, obispos, etc.), ni por la Sagrada Escritura, entonces –concluye el


autor– ha tenido que ser creado [excretado] necesariamente por el diablo con el fin de
acarrear el mayor número de almas al infierno. El Papa es, en definitiva, el anunciado
Anticristo que se ha introducido en el templo de Dios (su santa Iglesia) y en el nombre
de Jesucristo y San Pedro ha aniquilado la fe y la libertad cristianas.
En cuanto al segundo punto –y como consecuencia lógica de la respuesta dada al
primero–, Lutero no tiene la más mínima duda de que el Papa pueda ser juzgado, con-
denado y depuesto de su cargo, ya que cualquier criatura bautizada puede y debe juzgar
y condenar al Papa18, por estar su autoridad misma al servicio del diablo y no de Dios.
Efectivamente, el hecho de que el Papa se haya erigido en el juez supremo de todas las
iglesias y quede eximido de cualquier juicio es prueba más que suficiente de que nos
hallamos ante el auténtico Anticristo, en los términos que lo describe San Pablo en 2 de
Tesalonicenses 2: 3-4. Lutero añade otra prueba más extraída de las Sagradas Escrituras,
el versículo de Mateo 18: 15ss., según el cual cualquier cristiano que peca ha de permi-
tir ser reprendido por otro cristiano y si esto no lo permite, debería ser castigado por la
congregación (i.e. la Iglesia). Como el Papa no permite ni una cosa ni otra, no puede ser
considerado cristiano, y mucho menos obispo. En esta segunda parte el autor hace un
llamamiento a las autoridades civiles para que se libren de las promesas y juramentos
hechos en el pasado al Papado, lo despojen de sus bienes y privilegios, y favorezcan el
establecimiento en Roma de un verdadero obispo de la Iglesia, o sea, alguien que se
conforme –y no es poco– con predicar el Evangelio y ministrar los sacramentos.
Finalmente, Lutero aborda el último punto, si de verdad fue el Papa quien transfirió
el Imperio romano de los emperadores de Constantinopla a Carlomagno cuando coronó
a éste en Roma como “Emperador de los romanos” en la Navidad del 80019. Es más que
evidente que el Papa no tiene potestad alguna para transferir ni reinos ni imperios. Es
simplemente una argucia papal, una más entre tantas, para someter a los emperadores
alemanes y robar sus bienes a mansalva. Es, en definitiva, la manera de proceder de los
papas en todos los órdenes, también con los obispos: crean una mentira que justifica su
autoridad y después los sojuzgan mediante palios, juramentos y gabelas. Y así se acaba
este librito, no sin antes recordar el autor que procurará hacerlo mejor en una segunda
entrega, lo cual parece indicar que ya tenía en mente la Imagen del Papado, una obrita
con ilustraciones satíricas de marcado carácter antipapal y de la cual hablaremos más
adelante.

18)
El breve papal pone en boca de Constantino estas palabras: “Deus vos constituit sacerdotes et potestatem
vobis dedit de nobis quoque iudicandi, et ideo nos a vobis recte iudamur, vos autem non potestis ab
hominibus iudicari.” (Dios os ha hecho sacerdotes, y os ha dado el poder de juzgarnos a Nos mismo […],
pero vosotros no podéis ser juzgados por los hombres), CT 370.
19)
“[…] quam ob causam Ego Imperium ad Germanos ex Græcis per meos vicarios transtulerim eamque
gentem despexerim”, CT 377.

[9]
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Por las cartas que se conocen del propio Lutero y las de sus íntimos, podemos decir
que el Reformador confeccionó Contra el Papado entre finales de enero y principios de
marzo de 1545. La primera edición salió de la imprenta de Hans Lufft, editor de Witten-
berg y amigo personal de Lutero, a finales de ese mismo mes (el 25 de marzo). De esta
manera, el príncipe elector, Juan Federico I, consiguió uno de sus ansiados objetivos, el
propagandístico, al poder presentar y difundir el libelo entre los asistentes a la Dieta de
Worms que justamente empezó sus sesiones el día anterior, el 24. Allí la obra, no hay
que decirlo, causó opiniones encontradas por el lenguaje procaz que exhibía, incluso
hubo algunos protestantes que torcieron el gesto. Aunque no todos fueron comentarios
negativos. Curiosamente el rey Fernando, hermano del emperador Carlos, dijo después
de haberlo leído: “Si no fuera por las palabras malsonantes, Lutero no lo habría escrito
mal”20. En el primer año se hicieron cuatro ediciones más en alemán y el propio Juan
Federico encargó que se vertiera al latín con el propósito de que el panfleto tuviera la
mayor difusión posible fuera del Imperio. El encargo recayó, como en ocasiones ante-
riores, en Justus Jonas, íntimo de Lutero y superintendente en Halle, que hizo su trabajo
con la diligencia debida y a mediados de noviembre la traducción ya estaba disponible.
Contra el Papado es el último de una larga lista de escritos que muestran la tensión
antipapal que recorre toda la producción doctrinal y polémica del Reformador. Desde
1517, y sobre todo a partir de 1521, el tema del odium papæ está muy presente en el
pensamiento luterano, al punto que algunos autores lo consideran el rasgo definitorio de
su teología21. Sin dicho componente, tal y como sostiene Peter Kawerau, Fray Martín no
sería más que el iniciador de una nueva escuela antiescolástica y bíblica en el seno de la
proteica teología católica, en particular en el terreno de la doctrina de la gracia y de la
justificación22. Sin embargo, este desafío a la estructura jerárquica de la Iglesia, que
nace de la insistencia en poner como única y máxima autoridad doctrinal a la Sagrada
Escritura (principio evangélico de la Sola Scriptura), introduce una separación tal con la
Iglesia católico-romana que ni todo el diálogo ecuménico del mundo ha podido ni podrá
salvar jamás. Porque Lutero no critica al Papado renacentista, en particular, por su modo
de vida disipado y corrompido (que también), sino que arremete furiosamente contra esa
tendencia tan católica de anteponer la autoridad del Papa a la pura Palabra de Dios, y tal
cosa en base a razonamientos de tipo escolástico-sofístico. ¡Cuántas veces Lutero clamó
en sus escritos contra la “doctrina humana” (Menschenlehre) introducida por el Papado
en la santa Iglesia de Dios! Este punto es, por sí solo, más que suficiente para explicar la
definitiva separación de las diferentes confesiones protestantes –y también la ortodoxa,
20)
“Wenn die bösen Worte heraus wären, so hätte der Luther nicht übel geschrieben” (Schaff, 1882, p.
205, n. 288).
21)
La primera vez que Lutero puso en duda abiertamente la autoridad del Papado fue durante la llamada
“Disputación de Leipzig” (1519) y su primer escrito sobre el tema data de 1520: “Von dem Bapstum zu
Rome...” WA 6, 285-324.
22)
Cf. Lienhard, 1983, p. 429.

[10]
E L Ú L T I M O P AN F L E TO A N TI P AP A L D E L U T E R O

no lo olvidemos– respecto de la Iglesia romana, porque aquí se evidencian por parte de


unos y otros concepciones contrapuestas e irreconciliables sobre aspectos eclesiológicos
fundamentales.

6. BIBLIOGRAFÍA

Calvin, John. “Remarks on the Letter of Pope Paul III.” En Tracts and Treatises. Vol. I:
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Melanthonis Opera quæ supersunt omnia. Halle: Schwetschke et filium, 1838.
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1904.
Jedin, Hubert. Historia del concilio de Trento. Vol. 1: La lucha por el concilio. Pamplona:
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Lienhard, Marc. Martin Luther: un temps, une vie, un message. Genève: Labor & Fides,
1983.
Pallavicini, Sforza. Historia del Concilio de Trento. 2 vols. Trad. de Manuel Negueruela
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Ruiz Amado. Vol. XII: Historia del papa Paulo III (1534-1549). Barcelona: Gili,
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Schaff, Philip. History of the Christian Church. 2nd ed. rev. Vol. VII: Modern Christia-
nity. The German Reformation. Grand Rapids: Christian Classics Ethereal Library,
1882. Disponible en: <http://www.ccel.org/ccel/schaff/hcc7.pdf>
WA - D. Martin Luthers Werke: Kritische Gesamtausgabe. Vol. 54: Schriften 1543-46.
Weimar: Hermann Böhlaus Nachfolger, 1928.

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