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OFICINA DIOCESANA DE EDUCACIÓN CATÓLICA – CHOSICA

“Educamos en la Fe por la Caridad”


CAPACITACIÓN DOCENTE 2019
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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA EN LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

“A nadie le está permitido violar impunemente la dignidad humana, de la que Dios mismo dispone con gran
reverencia”. León XIII, Rerum novarum

«A causa de su dignidad personal, el ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal
exige ser considerado y tratado. Y, al contrario, jamás puede ser tratado y considerado como un objeto utilizable,
un instrumento, una cosa». San Juan Pablo II, Christifideles laici, 37

“Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial,
es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están
llamados a prestar a la familia humana”. S. Juan Pablo II, Christifideleslaici,37

«Todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y vértice de todos ellos (…) La
Biblia enseña que el hombre ha sido creado «a imagen y semejanza de Dios» (…) y que por Dios ha sido
constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios (…) Pero Dios no creó
al hombre en solitario (…) El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social y no puede vivir ni
desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás». Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 12

«La orientación del hombre hacia el bien solo se logra con el uso de la libertad (…) La verdadera libertad es signo
eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión
para que así busque espontáneamente a su Creador (…) La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre
actúe según su conciencia y libre elección». Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 17

«Solo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y personal de todos (cf. Sant
2, 19). Para favorecer un crecimiento semejante es necesario, en particular, apoyar a los últimos». Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia, 145

«Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se
traten entre sí con espíritu de hermanos (…) El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí
misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». Concilio
Vaticano II, Gaudium et spes, 25

«Descendiendo a consecuencias prácticas de máxima urgencia, el Concilio inculca el respeto al hombre de forma
que cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar el prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su
vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente». Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 27

«La raíz de los derechos del hombre se debe buscar en la dignidad que pertenece a todo ser humano (…) La
fuente última de los derechos humanos no se encuentra en la mera voluntad de los seres humanos (PT, 9), en
la realidad del Estado o en los poderes públicos, sino en el hombre mismo y en Dios su Creador. Estos derechos
son universales e inalienables y no pueden renunciarse por ningún concepto (PT, 9)». Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia, 153

«En la actualidad muchos pretenden pensar que no deben nada a nadie, si no es a sí mismos. Piensan que solo
son titulares de derechos y con frecuencia les cuesta madurar en su responsabilidad respecto al desarrollo
integral propio y ajeno (…) Los deberes refuerzan los derechos y reclaman que se los defienda y promueva con
un compromiso al servicio del bien (…) Cumplir los deberes moviliza mucho más que la mera reivindicación de
derechos». Benedicto XVI, Caritas in veritate, 43

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Mensaje del Papa Francisco

Señor cardenal
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio.
Queridos hermanos y hermanas,
Me complace enviar un cordial saludo a todos vosotros, representantes de los Estados ante la Santa Sede, de
las instituciones de las Naciones Unidas, del Consejo de Europa, de las Comisiones Episcopales de Justicia y Paz
y de las de pastoral social, del mundo académico y de las organizaciones de la sociedad civil, reunidos en Roma
para la Conferencia Internacional sobre el tema "Los derechos humanos en el mundo contemporáneo:
conquistas, omisiones, negaciones", organizada por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral
y por la Pontificia Universidad Gregoriana, con motivo del 70 aniversario de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos y del 25 aniversario de la Declaración y del Programa de Acción de Viena.
A través de estos dos documentos, la familia de las Naciones quería reconocer la igual dignidad de cada persona
humana, [1] de la cual se derivan derechos y libertades fundamentales que, por estar enraizados en la naturaleza
de la persona humana, -una unidad inseparable de cuerpo y alma-, son universales, indivisibles,
interdependientes e interconectados. [2] Al mismo tiempo, en la Declaración de 1948 se reconoce que "toda
persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que solo en ella puede desarrollar libre y plenamente
su personalidad".[3]

En el año en que se celebran aniversarios significativos de estos instrumentos jurídicos internacionales, resulta
oportuna una reflexión profunda sobre los fundamentos y el respeto por los derechos humanos en el mundo
contemporáneo, una reflexión que espero sea premisa de un compromiso renovado en favor de la defensa de
la dignidad humana, con una atención especial por los miembros más vulnerables de la comunidad.
En efecto, observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas
contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos,
proclamada solemnemente hace 70 años, sea reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las
circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones
antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar,
descartar e incluso matar al hombre. [4] Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve
su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados.
Pienso, entre otras cosas, en los niños por nacer a quienes se les niega el derecho a venir al mundo; en aquellos
que no tienen acceso a los medios indispensables para una vida digna; [5] en aquellos que están excluidos de la
educación adecuada; en quien está injustamente privado de trabajo o forzado a trabajar como esclavo; a quienes
están detenidos en condiciones inhumanas, a quienes son sometidos a torturas o a quienes se les niega la
oportunidad de redimirse, [6] a las víctimas de desapariciones forzadas y sus familias.
Mis pensamientos también se dirigen a todos aquellos que viven en un clima dominado por la sospecha y el
desprecio, que son objeto de actos de intolerancia, discriminación y violencia debido a su pertenencia racial,
étnica, nacional o religiosa. [7]
Finalmente, no puedo dejar de recordar a cuántas personas sufren violaciones múltiples de sus derechos
fundamentales en el contexto trágico de los conflictos armados, mientras los mercaderes de muerte sin
escrúpulos [8] se enriquecen al precio de la sangre de sus hermanos y hermanas.
Ante estos graves fenómenos, todos somos cuestionados. De hecho, cuando se violan los derechos
fundamentales, o cuando se favorecen algunos en detrimento de otros, o cuando se garantizan solo a ciertos
grupos, se producen graves injusticias, que a su vez alimentan los conflictos con graves consecuencias tanto
dentro de las naciones como en las relaciones entre ellas.
Por lo tanto, cada uno está llamado a contribuir con coraje y determinación, en la especificidad de su papel, a
respetar los derechos fundamentales de cada persona, especialmente de las” invisibles": de los muchos que
tienen hambre y sed, que están desnudos, enfermos, son extranjeros o están detenidos. (cfrMt25.35-36), que
viven en los márgenes de la sociedad o son descartados.

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Esta necesidad de justicia y solidaridad tiene un significado especial para nosotros los cristianos, porque el
Evangelio mismo nos invita a dirigir la mirada a los más pequeños de nuestros hermanos y hermanas, a movernos
a la compasión (cf. Mt 14:14) y a trabajar arduamente para aliviar sus sufrimientos
Deseo, en esta ocasión, dirigir un llamamiento sincero a aquellos con responsabilidades institucionales,
pidiéndoles que coloquen a los derechos humanos en el centro de todas las políticas, incluidas las de
cooperación para el desarrollo, incluso cuando esto signifique ir contra la corriente.
Con la esperanza de que estos días de reflexión puedan despertar la conciencia e inspirar iniciativas destinadas
a proteger y promover la dignidad humana, confío a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a vuestros
pueblos, a la intercesión de María Santísima, Reina de la Paz, e invoco sobre todos la abundancia de bendiciones
divinas.
En el Vaticano, 10 de diciembre de 2018.
FRANCISCO
__________________
[1] Véase la Declaración Universal de los Derechos Humanos, 10 de diciembre de 1948, Preámbulo y artículo 1.
[2] Véase la Declaración de Viena, 25 de junio de 1993, n. 5.
[3] Declaración Universal de los Derechos Humanos, art. 29.1.
[4] Ver Esort. ap. Evangelii gaudium, 53.
[5] Cf. Juan XXIII, Carta Enc.Pacem in terris, 11 de abril de 1963, pág. 6.
[6] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2267.
[7] Ver Discurso a los participantes en la Conferencia Mundial sobre el tema "Xenofobia, racismo y nacionalismo
populista, en el contexto de la migración mundial", 20 de septiembre de 2018.
[8] Cf. Audiencia General, Piazza San Pietro, 11 de junio de 2014.

EL DOCUMENTO DE APARECIDA SOBRE LA DIGNIDAD DEL SER HUMANO

Para responder al pedido del Papa de ver al ser humano desde su totalidad en relación con su creador, el
documento presenta una mirada cristiana del hombre que “permite percibir su valor que trasciende todo el
universo” (DA, 2007, n.338).
Imagen y semejanza El numeral 104 comienza: “Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada
a su imagen y semejanza” (DA, 2007). El ser humano está en el proyecto creador de Dios, quien expresa la
bondad y la belleza de la creación y dice que “era bueno” (Gn 1,21), mas, por crear al hombre, dice “era muy
bueno” (Gn 1,31). Esta obra corresponde a la palabra de Dios que genera vida, que irrumpe en el caos y separa,
para generar el orden. El ser humano en el designio amoroso de Dios no es fruto del azar sino del amor y
responde a un proyecto: Proclamamos que todo ser humano existe pura y simplemente por el amor de Dios que
lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva en cada instante. La creación del varón y la mujer, a su imagen y
semejanza, es un acontecimiento divino de vida, y su fuente es el amor fiel del Señor. (DA, 2007, n.338) El origen
de esta “belleza” del ser humano “está todo en el vínculo de amor con la Trinidad” (DA, 2007, n. 141). Si bien,
es una mirada positiva sobre el hombre, el documento no desconoce que “por el pecado, se mancilló esta belleza
originaria y fue herida en su bondad” (DA, 2007, 27). Sólo desde este designio de amor es posible ver al hombre
como “imagen y semejanza de Dios”, y comprender por qué los anhelos más profundos del hombre no están al
margen de esta dignidad; el ser humano anhela según aquello que es y, cuando anhela, como lo hemos ya
afirmado, anhela por su fundamento (Cf. DA, 2007, n.42).
El ser humano, imagen viviente de Dios “es siempre sagrado, desde su concepción hasta su muerte natural; en
todas las circunstancias y condiciones de su vida” (DA, 2007, n. 112; cfr. n. 464). De ahí se comprende la
inalterabilidad e irreductibilidad de su valor que no depende de las circunstancias, sino que se origina en la
voluntad misma de Dios. A la luz de este criterio podemos reconocer la dignidad en aquellos que parecen menos
“útiles” a la sociedad porque no son productivos (enfermos, ancianos, pobres, etc.), y también, superar la
indiferencia para reconocer y denunciar las situaciones en las que esta dignidad es atropellada y vulnerada (Cfr.
DA, 2007, 464).

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DIGNIDAD DEL SER HUMANO COMO TAREA

El don de la dignidad se agradece como compromiso:


Nos ha hecho libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos por
asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; por la dignidad que
recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover. (DA, 2007, n.104)
La dignidad del ser humano como condición no sólo se recibe: es necesario asumirla como tarea, como una
responsabilidad frente a sí mismo, frente a los demás y a la realidad que lo circunda. “La propia vocación, la
propia libertad y la propia originalidad son dones de Dios para la plenitud y el servicio del mundo” (DA, 2007, n.
111). El ser humano, fruto del proyecto amoroso de Dios, que se pregunta por lo fundamental, se realiza en el
amor y devela el misterio del mundo y de la historia y se compromete con el amor. Libertad y responsabilidad,
fraternidad y solidaridad entran en juego en esta tarea.
La educación católica debe involucrarse en este proceso formativo del ser humano que le permita asumir una
responsabilidad con la totalidad de la realidad (una escuela que humaniza). Así, “de esta manera, el ser humano
humaniza su mundo, produce cultura, transforma la sociedad y construye la historia” (Cfr. DA, 2007, 330).
El trabajo humano contribuye con esta responsabilidad frente al mundo creado y permite que el hombre entre
como sujeto activo de la creación que se forja en la historia y contribuye en la transformación de la realidad a
partir de criterios inspirados en la inviolabilidad de la vida humana: “Alabamos a Dios porque en la belleza de la
creación, que es obra de sus manos, resplandece el sentido del trabajo como participación de su tarea creadora
y como servicio a los hermanos y hermanas” (Cfr. DA, 2007, n. 120).
Las criaturas distintas del hombre están en el proyecto creador de Dios, por ejemplo, el espacio ecológico que
sirve al hombre como escenario de sus actividades y de su convivencia. Por eso, el compromiso ecológico
responde a la tarea del ser humano de contribuir a la belleza de lo creado, en la medida en que ama la naturaleza,
la protege y la promueve, expresa su condición de imagen y semejanza de Dios.
La creación nos ha sido entregada para que la cuidemos y la transformemos en fuente de vida digna para todos…
El discípulo misionero, a quien Dios le encargó la creación, debe contemplarla, cuidarla y utilizarla, respetando
siempre el orden que le dio el Creador. (DA, 2007, n. 125)

LA DIGNIDAD DEL SER HUMANO COMO CRITERIO

Son varios los numerales que insisten en la dignidad del ser humano como criterio de lectura, de juicio y de
acción en la realidad. Pensamos que el problema de hoy es antropológico. A una visión integral y total del
hombre corresponde una sociedad humana y humanizadora. A una visión parcial, mutilada e interesada que
prescinde de la verdad sobre el ser humano creado por Dios corresponde una sociedad que, como lo denuncia
el Papa, “sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas” (DA, 2007, Disc. Inaugural n.
3). Una verdad errada del ser humano conlleva acciones erradas.
Mencionemos algunos textos que amplían esta idea: la globalización “debe regirse también por la ética,
poniendo todo al servicio de la persona humana” (DA, 2007, n. 60 y Disc. Inaugural n. 2). Si se recuerda la
Populorum Progressio (n. 14), el Papa insiste en que “el desarrollo auténtico ha de ser integral, es decir,
orientado a la promoción de todo el hombre y de todos los hombres” (DA, 2007, Disc. Inaugural n. 4). En el
reconocimiento del valor sagrado de la vida humana que brota del proyecto amoroso de Dios, se fundamenta
“la convivencia humana y la misma comunidad política” (DA, 2007, n. 108)8. Aún más, el criterio para leer lo que
viene de Dios en el orden de lo humano y las circunstancias que lo rodean será “todo signo de verdad, bien y
belleza” (DA, 2007, n. 280)9. Una verdadera evangelización y un orden justo en la sociedad “implica la promoción
humana y la auténtica liberación” (DA, 2007, n. 339 et Disc. Inaugural n. 3). Es urgente:
Presentar la persona humana como el centro de toda la vida social y cultural, resultando en ella: la dignidad de
ser imagen y semejanza de Dios y la vocación a ser hijos en el Hijo, llamados a compartir su vida por toda la
eternidad (DA, 2007, n. 480).

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