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Asignatura

Historia del Pensamiento Político y Social

Tema
El pensamiento político y social de cuba

Sustentado por:
Nombre Matricula
Dalisis Pérez Berroa 16-9168

Presentado:
Lic: YNOCENCIO TAVERAS ALVARADO

Fecha: 18 de octubre del año 2019


Introducción
Hemos llegado al final de esta importante asignatura lo cual significa que hemos
avanzado y hemos logrados nuestro objetivos

El pensamiento cubano de la segunda mitad del siglo XIX maduró en condiciones


externas e internas complejas que determinaron la lógica de su configuración: en lo
nacional, la redefinición de la tendencia independentista en diálogo crítico con el
reformismo y el anexionismo después del Pacto de Zanjón en 1878. En lo internacional,
el florecimiento de las corrientes filosóficas, intérpretes de los cambios en las
estructuras económicas y políticas del sistema capitalista en su tránsito a la fase
imperialista, asimismo, las corrientes que valoraron los adelantos en las ciencias en su
fase teórica.

Para esta etapa final voy a presentar un importante análisis que contiene el
pensamiento político y social de Cuba.

Este artículo lo escribió Julián V. Serra en 1909. El texto —hasta donde sé, muy poco
conocido— elabora un relato nacional sobre el blanco y el negro cubanos, sus
“características”, sus historias y sus aportes respectivos a la construcción de la nación.
Es un relato, como todos, interesado. Lo publicó Previsión, órgano del Partido
Independiente de Color. El texto opone, y relaciona, el personaje conceptual de Liborio,
creado por Ricardo de la Torrriente en 1900 (antes que Liborio, el personaje apareció
con el nombre de “El Pueblo”), con el personaje de “José Rosario” (en una de las
imágenes, José Rosario aparece a la derecha, “aguantado” por Liborio, desconozco si
existen más representaciones gráficas de este personaje).

Estos dos cubanos que siempre venían trabajando en la misma finca (aunque
desempeñando distintas funciones) llegaron a comprender que los malos tratamientos
y falta de consideración de que eran objeto por parte del administrador, sólo era debido
a su cualidad de hijos del país, condición que como si fuese un delito siempre les echaba
en cara.
Objetivos

Analizar, conocer, y desarrollar los importantes pensamientos políticos y sociales que


tuvo la revolución cubana.
El pensamiento político y social de Cuba

La independencia de nuestra patria.


José miró a los dos lados y satisfecho de no ser oído más que de Liborio, dijo: cómo, ¿tú
también piensas en eso? Sí, dijo Liborio; pero… Yo solo no me atrevo y quiero saber si tú
estás dispuesto a ser mi compañero. José Rosario se rascó la cabeza como queriendo
recordar algo y se quedó pensativo. ¿Qué te pasa? dijo Liborio.

Ahora me recordastes tú, dijo Rosario, lo que le hicieron a Juan Pascual y a Pío el año
44, y por eso… Pero yo no tuve la culpa, contestó Liborio algo turbado, eso lo hizo don
Leopoldo que era lo mismo que don Valeriano. Si; los dos son malos, dijo José, pero lo
mismo con don Leopoldo que con don Valeriano, tu siempre ha sido mayoral, mientras
ellos te tratan bien, no te acuerdas de la dotación, y cuando te hacen algo eres el primero
en gritar.

Cuba se convirtió en una nación cuando sumó, a la lenta acumulación de rasgos


culturales que van tornando específico a un pueblo en un lugar determinado del mundo,
sus revoluciones del último tercio del siglo XIX. Ellas le dieron un significado particular a
la emancipación de la gran masa de esclavos negros y al proceso que acabó con el
régimen colonial, posibilitaron que fuera orgánica la composición de la población de
Cuba y la integración de sus regiones físicas, proveyeron una gesta nacional con su
historia propia, sus fastos, dolores, símbolos y emociones compartidos. Esas dos
revoluciones crearon al pueblo cubano como comunidad autoidentificada e irreductible
a cualquier otra del planeta, hicieron que la política fuera la forma de conciencia social
más característica del pueblo de la Isla y que ella exigiera la creación de una nación
Estado republicana, con instituciones y usos democráticos. Por esas revoluciones, el
nacionalismo en Cuba ha tenido un contenido popular y de ideas radicales, que ha
impedido a los que dominan disponer de él libremente como instrumento de
hegemonía. La inmensa herencia de esas revoluciones sigue teniendo un gran peso en
el mundo espiritual y político cubano.” Fernando Martìnez Heredia

La legitimidad de una revolución se asocia a la promesa de un origen, a un nuevo


nacimiento. Promete el advenimiento de una nueva vida. La promesa de la vida futura
adquiere los matices de una religión secular: convoca a la fraternidad, al
“compañerismo” para conseguirla. Así, la proclamación de una “nueva Cuba” está en el
centro de las promesas políticas revolucionarias en la historia de la Isla, con los términos
propios de su universo: renovación, refundación, mañana, “ahora sí”.
Problemas de la nueva Cuba se titula el estudio que realizó la Foreing
Policy Association (1934) sobre el escenario cubano, dirigido a contrarrestar los efectos
de la Revolución de 1930 a través de una plataforma reformista. “Joven Cuba” fue la
organización fundada por Antonio Guiteras para luchar por lo contrario: la revolución
social. Uno de los manifiestos (1934) del ABC, una de las organizaciones políticas
antimachadistas confluyentes en la Revolución de 1930, se titula: “Hacia la Cuba nueva”.
En esa historicidad, Cuba no acaba jamás de ser nueva.

En los 1950, la nueva Cuba necesitaba libertad económica y justicia social y un régimen
libre de trabas con naciones extranjeras y libre de apetitos de políticos y personajes
propios. Ese programa era expuesto por el Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR), de Rafael García Bárcena, con estas palabras: (El MNR) “se enfrenta en lo
económico al comunismo, y se dirige a superar el capitalismo. Se opone, en lo social, a
las exclusiones sociales o clasistas y a toda forma de totalitarismo” y concretaba su
pensamiento doctrinal en: “Nacionalismo, Democracia, Socialismo”.

Sobre esos pilares, la libertad política (democracia), la justicia social (socialismo) y la


recuperación de los bienes del país (nacionalismo), todo ello también bajo las influencias
de la Revolución mexicana, la república española y el new deal, se asentaba la cultura
política cubana de los años 50. De esa evolución no escapaba la percepción sobre el
papel que los Estados Unidos habrían de jugar ante un triunfo revolucionario.

El golpe de estado de 1952 sepultó el gran triunfo del espacio posrevolucionario: la


Constitución de 1940. Con los años, el contenido antidictatorial de la cultura política
cubana de los años 40 y 50 —la cara “política” de su otra vocación democrática,
la democrático social— se ha difuminado. La explicación de la Revolución según la cual
su origen se encuentra en “causas económicas”, impide recordar cómo se localiza
también en contenidos específicamente políticos.

Muchos jóvenes, entre ellos Fidel Castro, fueron a Cayo Confites (1947) para combatir
contra Trujillo. José Antonio Echeverría, Fructuoso Rodríguez y Juan Pedro Carbó Serviá,
entre otros líderes estudiantiles, integraron una expedición a Costa Rica (1955) para
defender el régimen constitucional de José Figueres. Dentro de Cuba, se contaba con la
memoria del “aceite de ricino” y del “palmacristi” —provistos por Machado, y por
Batista en su primera era— y se sabían los motivos de sus convicciones: amasar fortunas
individuales, entregar el país a la embajada norteamericana y soltar las manos a la
oligarquía cubana.
La preocupación no se reducía al pasado cubano, sino a la realidad de América Latina.
«No es de ahora, ciertamente, la crisis del régimen democrático en nuestra América —
decía Raúl Roa—. Su razón última hay que buscarla en las supervivencias de la estructura
colonial, en la concentración de la propiedad rural, en el desarrollo económico
dependiente, en el predominio político de las oligarquías, en la concepción patrimonial
de la administración pública, en el avaro atesoramiento de la cultura, en la pugna
interimperialista por el control de materias primas esenciales y en la etapa de tránsito
social que atraviesa el mundo.”

Fidel Castro, al denunciar la venta de armas por los Estados Unidos a Somoza y a Trujillo,
y de estos a su vez a Batista, afirmó en la época: “Si los dictadores se ayudan entre sí,
¿por qué los pueblos no han de darse las manos? […] ¿No se comprende que en Cuba se
está librando una batalla por el ideal democrático de nuestro continente?”.

La Constitución de 1940 es la síntesis mayor de tal intención.


Cuba tomaba opción entre las ideologías que disputaban entonces el curso de la historia:
el republicanismo social y el socialismo democrático; el marxismo-leninismo soviético y
el fascismo. Para ese momento, el liberalismo del siglo XIX, cimentado sobre el
individualismo, el abstencionismo estatal y el despliegue ilimitado de la propiedad
privada, no era una ideología que pudiese intervenir con mayor éxito en los debates
cubanos. Entre sus cargos estaba, en Cuba como en América latina, la justificación de la
república oligárquica y la enorme devastación social desplegada tras1929.

En 1940 los asambleístas cubanos recelaban de aquel liberalismo. Entre ellos, no solo se
encontraban comunistas como Blas Roca o Salvador García Agüero, sino también
delegados del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), como Eduardo Chibás y Carlos
Prío; o del ABC, como Joaquín Martínez Sáenz y Jorge Mañach.

El 29 de agosto de 1956 José Antonio Echeverría y Fidel Castro suscribieron en la capital


azteca la llamada «Carta de México». Por vez primera en la historia cubana el presidente
de una organización estudiantil, la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), suscribía
un pacto con el líder de una agrupación política, el Movimiento Revolucionario 26 de
Julio (MR-26-7), para poner fin por las armas al régimen imperante en el país.
La declaración certificaba ya no la ineficacia de las soluciones legales para resolver la
«crisis cubana» sino el propio carácter «infame» de tales remedios. Constituía una
declaración explícita de combate contra las dictaduras, de unidad en los propósitos
revolucionarios y sobre la necesidad de triunfar libre de compromisos electoralistas con
el ansíen régimen.

En el contexto de la lucha insurreccional cubana, la firma de la «Carta de México»


plantearía, particularmente para la FEU y el Directorio Revolucionario (DR) —órgano
surgido en relación con aquella—, cuestiones trascendentales que marcaron no solo el
devenir de ambas organizaciones durante la gesta insurreccional, sino su futuro una vez
alcanzada la victoria revolucionaria y que, para más, contribuirían de modo decisivo a
definir el propio perfil del liderazgo revolucionario.

No son muy numerosos los autores que han reivindicado, en Cuba, a Raúl Roa (1907-
1982) como marxista en el período previo a 1959. Generalmente, los ungidos con ese
término son los que militaron en las filas del primer Partido Comunista de Cuba, como
Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, o, después, como Juan Marinello o Carlos
Rafael Rodríguez.

Sin embargo, esa identificación entre marxistas y militantes de ese partido ignora la
presencia de una izquierda marxista —no partidaria— que cuenta con Raúl Roa, pero
también con Pablo de la Torriente Brau, Gabriel Barceló Gomila, Leonardo Fernández
Sánchez y Aureliano Sánchez Arango entre sus integrantes. El saber de Roa provenía de
una lectura abierta de la historia de las doctrinas sociales.

Roa denunciaba las posiciones tanto de las potencias occidentales como de la Unión
Soviética en torno a la causa egipcia. Con todo, está lejos de considerar a la «estructura
económica» como la fuente de todos los problemas y de todas las soluciones. El autor
de Quince años después argumenta sobre las necesidades políticas —en estricto
sentido— de un país sometido a tal estatus: «La libertad de expresión es un imperativo
biológico para las naciones subdesarrolladas o dependientes, compelidas a defender su
ser y propulsar su devenir mediante el análisis crítico y la denuncia pública del origen y
procedencia de sus males, vicios y deficiencias». Roa comprendió las características de
la creación del capitalismo cubano y vislumbró así que el nacionalismo revolucionario —
de vocación socialista y antimperialista— era la ideología de una revolución para el siglo
XX en la Isla.
A ello se debe también su reivindicación de José Martí y, en general, del pensamiento
llamado «liberal revolucionario» cubano del siglo XIX. La forma en que incorporó el
marxismo a ese saber contrariaba las lecturas propias del dogma: leer la historia cubana
a través del marxismo, sin pensar que fue el marxismo el que prohijó la historia cubana.
La derrota de la Revolución del 30 fue la derrota del radicalismo político en la Isla.

El nacionalismo reformista hegemonizó el mapa ideológico de la década de 1940 en el


país. En ese contexto, el marxismo de Roa expresa una pregunta agónica: ¿dónde debe
situarse la izquierda en un contexto progresista? o ¿«qué hacer» al presentarse como
única opción viable o «racional» la elección del «mal menor»? Roa entendía que la
actitud de la izquierda debe partir de una exégesis ideológica: no responde esa pregunta
en el contexto de una coyuntura, sino en el contexto de una ideología.

El problema radica en elaborar una práctica política que no esté dominada por el
fanatismo de la «toma del poder» en cualquier circunstancia —como era el caso de la
alianza de 1938 entre los comunistas cubanos con Fulgencio Batista—, sino basada en
la preocupación por la cultura revolucionaria a través de la cual se ha de ejercer poder
político.

Las actitudes políticas de Roa tienen este denominador común: ejercer poder político
desde el Estado solo tiene sentido si se conserva la identidad del movimiento
revolucionario. No servirá alcanzar el poder político si en el camino yace tendido el
cuerpo del proyecto: «Lo que no se puede es estar con Batista. Lo que no se debe es
pactar con el enemigo, ni con las fuerzas que antes lo apoyaron e intentan, por
trasmano, imponerlo de nuevo. Eso no se puede ni se debe hacer, aunque esa alianza
entrañara la conquista misma del poder por vía electoral» —afirmaba Roa.

El sistema institucional cubano ha funcionado desde entonces sin interrupciones,


reconoce mecanismos de participación directa y las elecciones han sido convocadas con
regularidad, transparencia del escrutinio y altos índices de participación electoral. El
hecho es explicable por la legitimidad histórica del poder revolucionario y de la figura
de Fidel Castro, por la aceptación por parte de la ciudadanía de la institucionalidad
existente como marco político para la defensa del sistema que ha conseguido inclusión
social, equidad y soberanía nacional, y por diversos grados de presión política y social.
Pensamiento social

La brusquedad de las transformaciones revolucionarias cubanas obligó a la dirección


revolucionaria, urgida además por el propio desenvolvimiento del proceso histórico-
social, a implementar con suma rapidez no solo una ideología capaz de legitimar esos
cambios, sino también a algo más complicado: darle a esas transformaciones una
apoyatura teórica y conceptual que explicase tanto lo que se iba haciendo en la práctica
social como que, de algún modo, permitiese trazar objetivos a mediano y a largo plazo,
y que, sobre todo, diese un fundamento a la práctica y a esos objetivos. Se trataba, nada
más y nada menos, que de pensar la Revolución desde y como parte de su misma
marcha.
También estaban a mano las experiencias reformistas y revolucionarias
latinoamericanas del siglo XX, en particular las revoluciones mexicana, guatemalteca y
boliviana, junto al desarrollo de las ideas en la región, enrumbadas desde los años
treinta y cuarenta por la crítica a los modelos dependientes tradicionales.

La Revolución llegó al poder en 1959 con un país que mayoritariamente portaba un


rechazo a la dependencia azucarera y al latifundio, con una voluntad de buscar la
diversificación productiva y de mercados, y un ansia de industrialización, además de una
conciencia social escandalizada por la miseria del campesino sin tierras y por el
inocultable crecimiento de la marginalización urbana, con sectores obreros de amplia
experiencia sindical que habían obtenido muchas reivindicaciones y de elevada
conciencia clasista.

Para hacerse de su teoría, la Revolución Cubana tenía enseñanzas nacionales como la


frustrada y entonces todavía reciente Revolución del ´30, buena parte de cuyos
hacedores y pensadores aún se mantenían activos, algunos de los cuales habían
participado en la lucha contra la tiranía batistian

Todo eso explica el rápido y radical desenvolvimiento de la Revolución Cubana entre


1959 y 1960, y el acelerón por el que atravesó el pensamiento social insular en aquel
momento. Por entonces tuvo lugar crecientemente un intenso debate en la prensa, en
la cátedra y en muchas instituciones acerca del marxismo, las ideas y la práctica del
socialismo en la URSS y Europa oriental y una vuelta al pensamiento cubano del siglo XIX.

El marxismo fue, pues, la teoría asumida y se convirtió en la ideología de la Revolución.


Durante un tiempo relativamente breve hubo una tendencia a masificar su
conocimiento para justificar a través suyo el rumbo socialista que tomaba el país. Las
escuelas de Instrucción Revolucionaria popularizaron el marxismo soviético, aunque los
primeros cursos se siguieron por el manual del francés Georges Politzer.

Ese pensamiento social cubano partió de Cuba en función de Cuba, pero, al mismo
tiempo, tuvo plena conciencia de que era de y para el mundo, o, mejor, para la
revolución contra el capitalismo. Probablemente esa inclinación, seguida a plena
voluntad por sus tantos expositores, permitió su supervivencia en el mundo intelectual
cubano a pesar de la desaparición de varias de sus instituciones y órganos de expresión
más representativos en los años setenta, cuando se implantó el modelo soviético de
organización económica y política, y particularmente en la educación.
Pero esa es otra historia, más allá de los límites temporales que me he impuesto. Baste,
por ahora, asegurar que el pensamiento social cubano avanzó muchísimo en los sesenta
para expresar con originalidad y autoctonía, y por eso ha constituido una sólida base
para pensar y trabajar por un socialismo de raíz nacional en medio de las adversidades
por la hegemonía del capitalismo y del dominio unipolar de Estados Unidos, el rival
imperial de la nación cubana.
Conclusión
Después de haber investigado este trabajo puedo decir que estos pensamientos ponen
de manifiesto la fecundidad intelectual de un pueblo que polemiza y propone soluciones
a los problemas concretos de su momento y a la lucha por la independencia política y
emancipación humana en esa época. Se trata de una obra abarcadora, por lo cual sirve
a todos los que deseen buscar un caudal informativo científicamente elaborado.

El sistema de Cuba ha sido, desde el triunfo desde la Revolución cubana (enero de 1959),
el de una democracia popular, con una socialización (estatización y en ocasiones,
cooperativización) de los medios de producción. Durante casi cincuenta años, Cuba fue
dirigida por Fidel Castro, primero como primer ministro (1959) y luego como presidente
del Consejo de Estado, y del Consejo de Ministros (1976), el máximo órgano ejecutivo,
después sería presidido por su hermano Raúl Castro, en la actualidad por Miguel Díaz
Canel, presidente del Consejo de Estado de Cuba y del Consejo de Ministros desde el 19
de abril de 2018. Es el primer dirigente cubano nacido después de la Revolución Cubana
que ha alcanzado dichos puestos.

Es muy importante descotar que en esta investigación que el contexto de Revolución


Cubana, constituye más que una necesidad, un deber histórico la edición de esta
antología, la cual recoge de manera cronológica, el pensamiento cubano del siglo XIX;
conteniendo interesantes temas de filosofía, historia, ideas políticas, sociales y
científicas, entre otros.

De esta manera, se logra la comprensión de los nexos del pensamiento del siglo XIX, con
las manifestaciones precedentes y con las que se produjeron durante el siglo XX. El nivel
científico y la rigurosidad están dados por los elementos señalados anteriormente y
además, por el análisis desembarazado de todo tipo de dogmatismo u otros prejuicios.
También por la forma en que se pone al descubierto la interrelación entre el devenir
histórico del pensamiento con las condiciones concretas tanto en Cuba, como en el
mundo y en particular en Latinoamérica. Constituye una obra de gran utilidad para
alumnos y profesores e investigadores.
Bibliografía
 http://www.telegrafo.com.ec/cultura1/item/la-nueva-cuba-capital-simbolica-
de-la-revolucion.html
 https://antorchae.blogspot.com/search/label/%23CubaSocialista

 https://antorchae.blogspot.com/search/label/Revoluci%C3%B3n%20Cubana

 Rodríguez Carlos Rafael: Varona y la trayectoria del pueblo cubano” , 1949, en


Letra con filo, obra en tres tomos, tomo III, Edición UNION, Ciudad de la Habana,
1987.

 Martí José: “Lectura en Steck Hall”, leída el 24 de enero de 1880 en reunión de


los emigrados cubanos, en Steck Hall, Nueva York, en Martí en la Universidad IV,
selección y prólogo de Cintio Vitier, editorial “Félix Varela”, 1997, Pág 18

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