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INDICE

Prefacio..................................................................................................................... 9

I. M E T A F IL O S O F IA Y M E T A C IE N C IA ........................................ 13

1.1. ¿En qué consiste la filosofía?.................................................. 15


1.2. Algunas razones para dedicarse a la filosofía.................... 33
1.3. La metaciencia filosófica como disciplina hermenéutica. 50
1.4. Cómo trazar la demarcación entre filosofía e historio­
grafía de la ciencia....................................................................... 68
1.5. La metaciencia filosófica como forma de arte................... 88

II. SE M A N T IC A Y E P IS T E M O L O G IA ............................................. 105

11.1. Las incoherencias del relativism o....................................... 110


11.2. Problemas con el realismo..................................................... 129

11.2.1. Dos versiones de realismo sem ántico............... 129


11.2.2. Inconmensurabilidad, inescrutabilidad y realis­
mo epistemológico................................................... 137
11.2.3. Teoría causal de la referencia y realismo onto-
lógico............................................................................ 152
11.2.4. La vacuidad epistémica de la noción de verdad. 164

11.3. Holismo contra operacionalismo..... ’. ................................. 186

7
Parte II
SEMANTICA Y EPISTEMOLOGIA

E n la P rim era P arte de este lib ro hem os d iscu tid o el lugar que
ocupa la filo sofía de la cien cia co m o d isciplina d en tro del co n tex to
más general de las d isciplinas filo sóficas y m etacien tíficas, hem os
exam inado la cu estión de cuál es su sen tid o y legitim idad. P o co se
ha d ich o , sin em barg o, acerca de los en foq u es co n creto s que se m an­
tienen, o pueden m antenerse, d en tro de la actual filo so fía de la cien ­
cia, si exceptu am os el rech azo exp lícito y d irecto de un n om in alism o
o h isto ricism o extrem os, que harían la filo so fía de la cien cia sim p le­
m ente im p osible (al igual que cu alq u ier o tro estudio teó rico de los
fenóm enos cu ltu rales). E n p rin cip io , co n la u b icació n y legitim ación
de la filo so fía de la ciencia que se han d efend ido hasta aquí son
com patibles la inm ensa m ay o ría de propuestas, escuelas y corrien tes
m etateóricas existen tes en el m ercad o. T o d a s ellas pueden p ro d u cir
espléndidas «ob ras de arte» m etateóricas. E llo no im plica, claro está,
que no pueda aportarse o tro tip o de argu m entos, más «internos» a
la disciplina p o r así d ecir, que lleven co n sig o una u lterio r selección
de las m etateorías existen tes según su m a y o r o m en or grado de plau-
sibilidad, según las d ificultad es lógicas y m etod o lóg icas co n que tr o ­
piezan, y so b re to d o según los fines co n c reto s que persegu im os con
ellas, de m o d o que pau latinam ente pod am os ir acercánd onos al en-

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Semántica y epistemología 107

de m uy diversa índole. U n tipo im p ortan te de con sid eracion es de


esta índole son las que atienden a la m ay o r o m en or ad ecu ación, al
m ayor o m en o r valor h eu rístico , con que un p rogram a m etateó ricó
determ inado reco n stru y e casos co n c reto s de teorías cien tíficas, con
que co n trib u y e a una com p ren sión más profunda de p o rcio n es p ar­
ticulares de las ciencias existen tes. M ás que de argum entos de carác­
ter general que puedan aducirse en favor de uno u o tro program a,
se trata en estos casos de «p o nerlos en acció n » , y com p arar sus
resultados co n c reto s, la filigrana del detalle — com p arar, p o r eje m ­
plo, có m o diversas filo sofías de la cien cia recon stru y en teorías físi­
cas, p sicoló g icas, eco n ó m icas, o de la ram a que sea. E n o tro s escri­
tos 1 he expu esto o co n trib u id o a exp o n er reco n stru ccio n es de te o ­
rías con cretas con el fin de hacer «apetecible» un d eterm inad o en ­
foque m etateó ricó (la co n cep ció n estru ctu ral) y señalar así, im p líci­
tam ente, sus virtudes en com p aración con o tro s in ten tos re co n stru c­
tivos; no es éste el tem a central de este lib ro . S ó lo en el C ap . I I I . 2
se presentarán aplicaciones con cretas de la m etateoría estructural a
una teoría física p articu lar, p ero sólo a m o d o de ilu stración del p lan­
team iento general.
H ay o tro tip o general de criterio s posibles cu ando nos p ro p o ­
nem os exam inar diversos enfoques m etateóricos según sus resp ecti­
vos m éritos y d em éritos. Se trata de con sid eracion es de carácter epis­
tem ológ ico y sem án tico, o m e jo r aún, «ep istém ico -sem á n tico » . La
ju stificación de esta term in olog ía estrib a en la inviabilidad de em ­
prender un análisis ep istem o ló g ico en serio sin co m b in a rlo con un
análisis sem án tico, y a la inversa. E n efe cto , los problem as ep iste­
m ológicos en general no pueden plantearse de m anera definida sin
tom ar en cu enta la estru ctu ra de la relación que existe, o puede
existir, entre los co n stru cto s concep tu ales que inventam os los seres
hum anos para dar cu enta del «m undo que nos rodea» y ese m ism o
m u nd o; y, a la inversa, el análisis de esta relación , al m enos en el
caso de los co n stru cto s cien tífico s, sólo tendrá sen tid o apelando a
su p o sible valor ep istém ico. A estos problem as nos d ed icarem os en
esta parte y a través de ellos exam inarem os tres p o sicio n es im p or­
tantes de la m etaciencia con tem p orán ea (relativ ism o, realism o y op e-
racion alism o ), para acabar abogand o p o r un enfoq u e que puede ca ­
lificarse de «h olism o instrum entalista (m od erad o )». Si hem os e sc o ­
gido estas tres perspectivas m etacien tíficas co m o o b je to de n u estrr

1 C f., por ejem plo, M oulines [1 9 8 2 ] y Balzer/M oulines/Sneed [ 1 9 * " ’.


108 Pluralidad y recursión

análisis crítico es p orqu e han gozad o, y en parte todavía gozan, de


gran popularidad en tre los teó rico s de la ciencia del siglo X X : el
realism o sob re to d o entre los filó so fo s, el relativism o entre sociólo­
gos e h istoriad ores, y el op eracion alism o (aunque pocas veces bajo
esta d en om in ació n ) entre cien tífico s naturales y sociales que se po­
nen a reflexio n ar sob re sus propias d isciplinas. Independientem ente
de las razones que pudieran argüirse en fav or de una perspectiva
op eracion alista, realista o bien relativista en otros contextos de dis­
cu sión , intentarem os m o strar que ninguna de estas perspectivas es
apta para dar una respuesta satisfactoria a cu estion es epistemológicas
fu nd am entales; si n u estro o b je tiv o es p ro p o rcio n a r una visión de las
disciplinas em píricas co m o form as de conocimiento , visión que sea a
la vez intuitivam ente plausible y sem ánticam en te co h eren te, las pers­
pectivas en cu estión resultan inadecuadas. L a inadecu ación sem ántica
es flagrante en el caso del relativ ism o, un p o co m enos o b via para el
o p eracion alism o y aún más difícil de establecer de m anera definitiva
para el realism o; p o r ello será en este ú ltim o enfoq u e que nos de­
tendrem os esp ecialm ente, tanto más cu anto que pueden distinguirse
versiones bastante d iferentes de realism o, co n d istin to s grados de
plausibilidad y fuerza ep istem ológ ica.
El pu nto de vista sob re la ciencia que p ro p on g o en este libro,
y que a falta de n om bre m ejo r he calificad o de «h olism o instru-
m entalista m oderad o» es bolista en el sen tid o de que da la pri­
m acía ep istém ico-sem án tica a determ inad os tipos de «totalidades con ­
ceptuales» (« bolones »), op on ién d ose con ello al o p eracion alism o y
tam bién a cierta form a de realism o sem án tico, e instrumentalista en
el sentid o de que co n cib e el co n o cim ie n to cien tífico co m o un saber
del tipo ktiow-how ( = « sa b e r-co m o » ) más que del tip o know-that
( = «sab er-q u e»), y con ello se o p o n e tam bién al realism o. A hora
bien, en Ia5 dos vertientes — tan to en la holista co m o en la instru­
m entalista— , pretend e ser una co n cep ció n m oderada, p o r oposición
a form as radicales tan to de h olism o c o m o de in stru m en talism o que
han sido defendidas p o r o tro s a u to res: el holism o aquí defend ido es,
co m o se verá, «local» en el sen tid o de que las unidades globales
consideradas co m o base del co n o cim ie n to cien tífico no han de ser
«dem asiado grand es»; y el instru m entalism o de que se trata casi no
m erece este n o m b re, p o rqu e es -totalm ente ajen o al relativism o epis­
tem o ló g ico o a la negación de la idea de verdad, que suelen acom ­
pañar a las form as «fu ertes* de in stru m en talism o ; tam bién esta se­
paración se com p ren d erá m ejo r a lo largo de la d iscu sión.
Semántica y epistemología 109

D eb o advertir en este pu nto para evitar m alentendid os que ante


ninguno de los enfoq u es en cu estión (ni los criticad o s ni los d efen­
didos) se p retend e o frece r aquí un tratam ien to exhau stivo. E llo re-
quiriría una exp o sición en ciclop éd ica, dadas las in con tab les ram ifi­
caciones, reform u lacion es y rein terp retacio n es que han su frid o d i­
chas perspectivas ep istem ológicas en las últim as décadas, en p a rticu ­
lar p o r lo que respecta al realism o y al h olism o. Sin em barg o, se han
escogido algunos com p on en tes que pueden con sid erarse paradigm á­
ticos para cada un o de los en foq u es, p o r lo que el análisis c rítico de
los m ism os revierte indu d ablem ente sob re el c o n ju n to de las d istin ­
tas versiones de cada uno de ellos.
Capítulo II. 1
LAS INCOHERENCIAS DEL RELATIVISMO

U n a tesis filo só fica siem pre resulta cand ente cu ando intentam os
b ajar de las alturas del pensam ien to p u ro y aplicarla a la praxis. Esta
últim a no tiene p o r qué co n sistir necesariam ente en orientaciones
generales para la acción p o lítica, co m o se entiende a m enudo la pa­
labra «p raxis»; puede tratarse tam bién de praxis cien tífica en un sen­
tido estricto . E n este caso, la teoría filo só fica abstracta se convierte
en una m etod o log ía co n creta para una ram a cien tífica. E ste parece
ser ju stam ente el envidiable destino de una tesis que, si bien revela
p o seer sus raíces en la A n tigü ed ad , tan sólo en nuestra época se ha
con v ertid o en un program a m eto d o ló g ico digno de tom arse en serio:
me refiero al relativism o ep istem o ló g ico . U n a parte m uy considera­
ble de los p ractican tes de toda una d isciplina cien tífica que ha que­
dado firm em ente establecid a en las últim as décadas, a saber, los es­
tudios sob re la cien cia, y en particu lar la ram a de este cam po general
que se suele designar co m o « sociolog ía de la cien cia», ha suscrito el
* relativism o ep istem o ló g ico co m o su p rin cip io m eto d o ló g ico básico.
A lgun os de estos autores inclu so han intentad o d esarrollar argum en­
tos detallados en favor del relativism o y p o lem izar co n tra adversa­
rios reales o p o ten ciales. A q u ello s filó so fo s que se lam entan con
frecu encia del escaso eco que sus tesis encuentran en el m undo ex-

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Las incoherencias del relativismo 111

trafilosófico, pueden co n so larse ante la con tem p lació n de este desa­


rrollo m etacien tífico recien te. E l relativ ism o e p istem o ló g ico , p o r no
hablar ya del é tico , que fue anunciad o lo más tarde b ajo el lem a
protagórico «la m edida de todas las cosas es el h o m b re » , se en cu en ­
tra en la actualidad en la situ ación privilegiada de acercarse a ese
objetivo ansiado de re co n o cim ie n to general que tan to buscan m u ­
chos filó so fo s, p o r lo m enos en el d om in io de los estudios so b re la
ciencia.
La d esignación «relativista», aplicada a una co n cep ció n d eterm i­
nada, es a su vez relativa. E n efe cto , alguien será relativista con
respecto a un d eterm inad o o b je to de investigación y con resp ecto a
ciertos criterio s variables de en ju iciam ien to de ese m ism o o b je to . Es
decir, no som o s m eram ente relativistas, sin o que afirm am os la rela­
tividad de los ju icio s acerca de X co n resp ecto a las con d icio n es
variables Y . Si en este esquem a su stitu im os X e Y p o r determ inadas
entidades, surgirán diversas form as de relativ ism o, co n diferentes
grados de plausibilidad y con secu en cias. E n una palabra, el su stan­
tivo «relativism o» necesita, en rig or, siem pre de dos ad jetivos cali­
ficativos para d esignar una p o sició n determ inad a. A sí, p o r ejem p lo,
podríam os caracterizar el relativism o é tic o -e co n ó m ic o co m o aquella
concepción según la cual los criterio s de los ju icio s m orales están
determ inados p o r el nivel e co n ó m ico de quien juzga.
D e acuerdo a la esq u em atización an terio r, la fo rm a de relativis­
mo que ha ganado tan gran influencia en la m etaciencia de los ú lti­
mos años, podría caracterizarse co m o «relativ ism o ep istem o ló g ico
sociológ ico». Se trata en este caso de la co n cep ció n según la cual el
concepto de saber y las n o cio n es con ectad as con él de « co n o cim ie n ­
to», «verdad», « ju stifica ció n » y otras parecidas, caso de ser d efin i­
bles, sólo lo serán relativam en te a las diversas form as particulares de
sociedad o cu ltu ra existen tes. D a d o que la d esignación «relativism o
epistem ológico so cio ló g ico » es m uy farragosa, la sustitu iré p o r la
expresión más breve «relativism o so cio -e p istém ico » . Para evitar cu al­
quier m alentendid o desde el p rin cip io , n o hay que pensar que la
posición m etod o lóg ica de la que vam os a tratar aquí coin cid e exac­
tamente con la « sociolog ía del c o n o cim ie n to » de K arl M ann h eim .
C iertam ente, los representantes actuales del relativism o so c io -e p is­
tém ico están inspirad os en gran m edida p o r este a u to r; no o b stan te,
su tom a de p o sició n es p o r lo general más radical y tam bién quizás
más con secu en te que la p o sició n original de M ann heim . M u ch os de
ellos inclu so se d istancian expressis verbis del padre de la d isciplina.
112 Pluralidad y recursión

A veces se le aplica a esta o rien ta ció n m etod o lóg ica tam bién la de­
nom in ación «con stru ctiv ism o social», o sim plem ente «constructivis­
m o », dado que defiende exp lícitam en te la tesis de que todos los
con cep tos sem án tico -ep istém ico s están con stru id o s social o cultural­
m ente. E sta últim a d en om in ació n , sin em bargo, es algo confundente,
dado que b ajo el ep íteto «co n stru ctiv ism o » se subsum en también
o tro s enfoques m eto d o ló g ico s, p o r ejem p lo , en filo so fía de las ma­
tem áticas, que no tienen nada que ver con la p o sició n de la que
tratam os aquí.
D e n tro de la historia m ilenaria del relativ ism o, su versión socio-
epistém ica representa sin duda su m anifestación característica del si­
glo X X . Es cierto que en con tram os indicios de un relativism o cultu­
ral, en particu lar p o r lo que respecta a cu estiones éticas, ya en la
A ntigü ed ad , p o r ejem p lo, en el caso de Sexto E m p íric o , quien in­
tenta en los Hypotyposes aducir argu m entos en fav or del escepticis­
m o partiendo de la con statació n de que pueblos diversos poseen
op iniones colectivas diversas. Sin em bargo, tan sólo al constituirse
la etnología y la sociolog ía co m o d iciplinas cien tíficas, alcanzó el
relativism o cu ltu ral su form a sistem ática y se p erfiló claram ente so­
bre el trasfo n d o de con cep cio n es relativistas generales. E n la tradi­
ción filo só fica, el h om bre del que se habla en el dictum protagórico
co m o p o rtad or de criterio s ep istém icos, se in terpreta norm alm ente
co m o un individuo (P rotág oras m ism o, N ap oleón o quien sea) o
bien, por o tro lado, co m o el género h u m ano e n tero , es decir, la
especie anim al homo sapiens. B a jo la prim era in terp reta ció n , el rela­
tivism o ep istem o ló g ico no es otra cosa que so lip sism o ; b a jo la se­
gunda, se con v ierte en una fo rm a de a n tro p o lo g ism o . E s sin tom ático
que Edm und H u sserl, en el p rim er to m o de sus Investigaciones Ló­
gicas publicadas en 1900, d iferenciara y atacara só lo estas dos con­
cep ciones del relativism o d en tro del co n te x to de la crítica general al
p sicolo gism o . A la prim era versión la d en om in ó él «relativism o in­
dividual», a la segunda «relativism o esp ecífico» 2. P arece que a H u s­
serl m ism o no se le o cu rrió que pudiera haber una tercera form a de
relativism o ep istem o ló g ico , cuyas unidades de referen cia se hallaran
ancladas en algún lugar entre el individuo particu lar y la especie.
P ero precisam ente tales entidades sociales in term edias, generalm ente
llamadas «cu ltu ras», son , de acuerdo al relativism o socio-ep istém ico ,
los verdaderos portad ores de criterio s ep istém icos. Q u iz á s pensara

2 C f. Husserl [1 9 0 0 ], p. 122.
Las incoherencias del relativismo 113

Husserl que un relativism o cu ltu ral debe ser necesariam ente red uci-
ble ya sea a su p red ecesor individual o bien al relativism o a n tro p o -
logista, y que p o r esta razón estaba de más un tratam ien to particu lar
de esta form a interm edia de relativism o. Sin em bargo, esto no es
para nada eviden te: los argum entos que hablan en favor o en con tra
de tom ar las culturas co m o pu ntos de referencia o portad ores de
criterios ep istém icos, revelan sin duda p oseer sem ejanzas de fam ilia
con los argum entos que hablan en favor o en co n tra de las versiones
más antiguas de relativ ism o, p ero son al m enos en parte indepen ­
dientes de estos últim os.
La tesis básica del relativism o so cio -e p istém ico es pues que el
saber está to talm en te d eterm in ad o cu ltu ralm en te, y p o r lo tan to so ­
cialm ente. Sin em barg o, d ebem os precisar esta fo rm u la ció n , pues en
la presente fo rm a es am bigua. E n efe cto , ella puede interp retarse de
por lo m enos dos m aneras d istintas. B a jo una in terp retación , puede
significar que aquello que los seres hu m anos creen saber o c o n o cer,
o aquello que consid eran verd ad ero, aparece de m anera d istinta se­
gún las co n d icio n es cu ltu rales b ajo las cuales viven d ichos seres h u ­
manos. A esta tesis la p od em os fo rm u lar de m anera más precisa de
la siguiente m anera:

(T i) A q u ello que los seres hum anos tom an por co n o cim ie n to d e­


pende de la cu ltu ra particu lar a la que pertenecen.

Dado que las form as cu ltu rales cam bian m u cho según su lo caliza­
ción en el espacio y en el tiem p o, se desprende inm ediatam ente de
la tesis ( T i ) que aquello que los seres hum anos tom an p o r c o n o c i­
m iento cam biará tam bién en gran m edida según el d om in io esp acio-
tem poral en que ellos se en cu en tren . E sta aserción m e parece ser
verdadera pero al m ism o tiem p o banal. B asta con que abram os un
libro de texto so b re astrofísica de la actualidad y el Popol Vuh> para
constatar que aquello que d iferentes grupos culturales han tom ad o
com o co n o cim ie n to acerca de las propiedades de los cu erp os celes­
tes, puede divergir de m anera extrem a de un caso a o tro . Si to d o lo
que el relativism o so cio -e p istém ico afirm ara fuera esto , entonces se­
ría ciertam en te una co n cep ció n m uy razo n able, pero tam bién m uy
aburrida p o r trivial. E l relativism o se vuelve más interesan te cuando
afirm a la tesis m u ch o más fu erte:

(T 2) L o que sea el co n o cim ie n to depende de cada cu ltu ra.


114 Pluralidad y recursión

D e ello se desprende evidentem ente que aquello que sea el con o ci­
m ien to va a ser diferente según la región esp acio -tem p oral conside­
rada. D e acuerd o a esto, el saber es una fu n ció n , en sen tid o mate­
m ático, de las cu ltu ras. Si cam bian las cu ltu ras, cam bia tam bién el
saber, y no en el sen tid o trivial de que una cu ltu ra sabe más cosas
que o tra, sino en un sen tid o m u cho más fu nd am ental, a saber, que
el m ism o co n ten id o p ro p osicio n al aprehend id o p o r dos culturas di­
ferentes será unas veces saber, las otras su p erstició n o falsa creencia.
E s m uy im p ortan te d istinguir co n claridad entre las tesis ( T i ) y
(T 2 ), pues ellas afirm an cosas radicalm ente d istintas. P arece que no
todos los d efensores del relativism o so cio -e p istém ico distinguen ne­
tam ente siem pre las dos tesis. A veces parecen q u erer transferir el
alto grado de plausibilidad que efectivam en te posee ( T i ) sin mayor
com en tario a (T 2 ). P ero d ebería estar claro que ninguna inferencia
co rrecta nos con d u ce de ( T i ) a (T 2 ). A lo sum o podríam os aceptar
que ( T i ) sería un «síntom a» para (T 2 ), en caso de que (T 2 ) fuera
válida. E n to d o caso, la validez de (T 2 ) debe investigarse por sí
m ism a independ ientem ente de la validez de ( T i ) .
A d iferencia del caso de ( T i ) , lo que está en la base de (T 2 ) es
la relatividad de las n ocion es de verdad y ju stifica ció n . E sto es jus­
tam ente lo que hace de esta tesis una tesis relativista en un sentido
genuino. L o que el relativista so cio -e p istém ico genuino afirm a no es
sólo que los co n ten id os de las creencias de los seres hum anos cam­
bian según la cu ltu ra, lo que en sí sería una co n statació n universal­
m ente aceptada y banal, sino que los con ten id os de las creencias
verdaderas y justificadas — y esto es ju stam ente lo que es el co n o ­
cim ien to de acuerdo a su d efinició n clásica — son d istintos según la
cu ltu ra en la que se dan.
E l relativism o expresado en la tesis (T 2 ) no es un h o m b re de paja
que se haya co n stru id o aquí para poder d estru irlo de inm ediato sin
esfu erzo. E s una tesis am pliam ente difundida en la literatu ra de la
sociolog ía de la cien cia. T a m b ién un nú m ero crecien te de historia­
dores y filó so fo s de la cien cia se inclinan a fav orecerla. Algunos
inclu so han in tentad o p ro p o rcio n a r buenos argu m entos en favor de
ella y d esacreditar a sus adversarios agobián dolos b a jo los epítetos
de «realistas ing enu os», «racionalistas exagerados», «eurocentristas»
u o tro s calificativos por el estilo. C o n o cid o s so ció lo g o s de la ciencia,
agrupados en el círcu lo de lo s «con stru ctivistas» en sen tid o estrecho,
presuponen (T 2 ) o una fo rm u lación parecida sim plem ente co m o pre­
m isa de su trab ajo , e intentan con firm arla m ediante estudios de casos
Las incoherencias del relativismo 115

particulares. L a to u r, W o o lg a r, M u lk ay y K n o rr-C e tin a , entre o tro s,


se pueden citar d en tro de este grupo 3. O tro s autores tienen una
orientación más filo só fica , y tratan de defender su relativ ism o m e­
diante el despliegue de argum entos generales de carácter m e to d o ló ­
gico y ep istem o ló g ico , acop lad os a una in terp retación esp ecífica de
los estudios de casos p arad igm áticos. A esta o rien ta ció n p erten ece la
llamada «E scu ela de E d im b u rg o » , cu yo s representantes más c o n o c i­
dos son seguram ente B arn es, B lo o r y M cK en z ie 4. So rp ren d en te­
mente, ellos en co n tra ro n un ap o y o argu m entativo fu erte en algunos
de los escrito s de una filó sofa de la cien cia de estilo más clásico , a
saber, M ary H esse, esp ecialm ente en su ensayo titulad o «T h e strong
thesis o f so cio lo g y o f science» 5. E n este ensay o, H esse se p ro p one
una p recisión concep tu al y defensa argum entativa de la co n cep ció n
relativista sem án tico -ep istém ica de la «E scu ela de E d im b u rg o » . D ad o
que los m iem bro s de esta escuela, a su vez, citan los trab ajo s de
Hesse positivam ente y afirm an haber to m ad o el m o d elo ep istem o ­
lógico de esta autora co m o base para su p ro p io en foq u e s o c io ló g i­
co 6, d ebem os suponer que en este caso ha fu n cio n ad o p erfectam en te
una alianza de la sociolog ía de la ciencia con la teoría filo só fica de
la ciencia, alianza que intenta desarrollar un program a hacia el rela­
tivismo que esté bien fundado tanto desde el p u n to de vista ló g ico -
m etodológico co m o em p írico . E l p rin cip io que co n stitu y e el n ú cleo
del program a, de acuerdo a H esse, y co n el cual ella co n clu y e sus
réplicas a po sibles o b je cio n e s de lo que ella m ism a describe co m o
un «racionalism o exagerad o», se resum e de acuerdo a su p ro p io te x ­
to en el siguiente p rin cip io : hay que tomar ahora el conocimiento
como aquello que es aceptado como tal en nuestra cultura 7. P o r su
parte, B arry B arnes d escribe su p ostu lad o de la equivalencia de « re­
des sem ánticas» u tilizan d o la co n c ep ció n que H esse p ro p on e de di­
chas redes:

«Las diferentes redes [semánticas] se hallan en una situación equivalente en

3 Véanse, p. c ., los escritos de L atou r & W oolgar [1 9 7 9 ]; M ulkay [1979] y [1985J;


K norr-C etina [1 981].
4 L os ensayos germinales de estos autores se encontrarán en Barnes [1 9 8 1 ]; B loor
[1978J y [1 9 7 9 ]; M cK enzie [1 9 7 8 ].
5 E n : Hesse [1 9 8 0 ].
6 Véase, por ejem plo, B loor [1 9 7 8 ], p. 2 7 0 , y Barnes & Edge [1 9 8 2 ], p. 67.
7 *K now lcd ge is now taken to be what is accepted as such in ou r c u l t u r e en
Hesse, op. cit., p. 42.
116 Pluralidad y recursión

relación con la “realidad” o el ambiente físico. [...] Las diferentes redes se


hallan en una relación equivalente por lo que respecta a la posibilidad de
una “justificación racional”. Todos los sistemas de cultura son igualmente
racionales» 8.

T a n to las fo rm u lacion es de H esse co m o las de B arnes no son otra


cosa que versiones con cretas de la tesis general (T 2 ).
D ad o que el pu nto crucial del relativism o so cio -ep istém ico es la
variabilidad cultural no de los con ten id os de las creen cias, sino de
las n ocion es m ism as de verdad y ju stifica ció n — co m o la propia Hes­
se subraya— , voy a reform u lar, a fines de la presente d iscusión, la
tesis (T 2 ) en la siguiente versión (T 3 ):

(T 3 ) L a verdad y ju stifica ció n de cu alesquiera enunciad os depende


de cada cu ltu ra.

Para hacer aceptable una tesis co m o (T 3 ), deben satisfacerse dos


co n d icio n es: en prim er lugar, ella debe precisarse conceptualm ente
de tal m anera que no aparezca co m o absurda a priori y que tenga a
la vez cierta plausibilidad prim a fa cie ; en segundo lugar, debe ser
confirm ad a m ediante el estudio de casos em píricos particulares. La
satisfacción de la prim era con d ició n natu ralm en te es la prem isa para
la segunda. Pues ante una afirm ación general de la que pudiera de­
m ostrarse de antem ano que es absurda o descabellada, perderíamos
el tiem po b uscand o casos particulares para su co n tra sta ció n . Tene­
m os pues que investigar la cu estión de la plausibilidad prima facie
de (T 3 ).
La o b je ció n trad icional al relativism o en general, la cual ha sur­
gido en la literatu ra una y o tra vez desde la d iscu sión de la tesis de
P rotágoras en el Teeteto de P lató n 9, con siste en la supuesta dem os­
tración de que el relativism o se refuta a sí m ism o. E l relativismo
sería, en co n secu en cia, una afirm ación A co n la propied ad :

A im plica n o - A

Sim p lificand o un p o co , el esquem a argu m entativo que supuesta­


m ente con d u ce a esta inferen cia es co m o sigu e: si todas las verdades

8 Barnes, op. c i t p. 33.


9 C f. Platón: Teeteto, 1 7 0 A -1 7 2 B ; 1 7 7 C -1 8 7 A .
Las incoherencias del relativismo 117

son relativas, en ton ces esta m ism a afirm ación , en caso de ser verda­
dera, es relativa. P o r lo ta n to , a veces será falsa, o sea que tam bién
habrá verdades que no son relativas, sin o absolu tam ente verdaderas.
Por lo tan to, no es verdad que todas las verdades sean relativas. P o r
lo tanto, la afirm ación del relativism o es sim plem ente falsa. E ste ha
sido el esquem a argu m en tativo, aunque con más detalles técn ico s,
que han seguido en la literatu ra reciente sob re el relativism o autores
como Jo rd á n y W ay n e Sm ith en el in ten to de refu tar de m anera
puramente lógica el relativism o individual 10. Si aplicam os lo esencial
de esta argu m entación al caso que aquí nos interesa, el del relativis­
mo cu ltu ral, el argu m ento aparecería más o m enos así: Si tod os los
enunciados ju stificad os só lo pueden ser verdaderos relativam ente a
una cultura dada K> en ton ces ese enunciad o m ism o, en caso de estar
justificado, sólo puede ser verdadero relativam ente a una cu ltu ra K\.
Es decir, puede que haya una cu ltu ra K 2 en la cual el enunciad o de
la relatividad cu ltu ral de todas las verdades sea falso.
A h ora b ien, de la in feren cia a n terio r no se desprende ninguna
autocon trad icción . L o ú n ico que se puede in ferir es que, en caso de
que la tesis del relativism o sea verdadera, eventualm ente no será
verdadera en todas las cu ltu ras, sino sólo en algunas, a lo m e jo r sólo
en una. P ero si existe esa cu ltu ra en la que es verdadera, entonces
el relativista ya está salvad o; pues él no afirm a en efecto que su
afirm ación ha de ser verdadera en todas las cu ltu ras, sino sólo que
ella es verdadera en la cu ltu ra a la que él m ism o p erten ece; y esto
es suficiente para que él pueda m an ten er su afirm ación de que todas
las verdades son cu ltu ralm en te relativas. U n relativista prudente sólo
caería en a u to co n tra d icció n en el caso en que preten d iera que su tesis
es una verdad absolu ta. P ero un relativista inteligente evitará ju sta ­
mente afirm ar esto. L o que él no acepta es precisam en te el co n cep to
de verdad ab so lu ta — ni siquiera para sí m ism o.
P o r lo dem ás, de ello se desprende que un so ció lo g o de la ciencia
relativista que quiera ser con secu en te y ser tom ad o en serio debe
estar d ispuesto a aceptar la relatividad cu ltu ral de su propia d isci­
plina. D e lo c o n tra rio , el so ció lo g o de la ciencia tend ría un estatuto
epistém icam ente privilegiado co n resp ecto a o tro s cien tífico s, esta­
tuto que le p erm itiría alcanzar una especie de transrelatividad. Q u ien
tomara una p o sició n de este tipo ciertam en te no caería en una c o n ­
tradicción b u rd a; pues el relativism o so cio -e p istém ico podría d eb i­

10 Véanse los artículos de Jord án [1 9 7 1 ] y Smith [1985].


118 Pluralidad y recursióo

litarse de tal m anera que su tesis básica fuera la sig u ien te: «Todas
las verdades, excep to las de la so cio lo g ía de la ciencia, son cultural­
m ente relativas». D esd e un pu nto de vista ló g ico , este enunciado es
in ob jetab le. Sin em barg o, no lo con sid erarem os m uy satisfactorio
desde un punto de vista m aterial. Sería un ejem p lo de lo que Mauricc
M andelbaum ha caracterizad o co m o la «falacia de la auto-exceptua­
ción» n . E s co m o si E pim énid es el cretense hubiera afirm ado: «To­
dos los cretenses excep to yo m ism o m ien ten ». E sto , sin duda, no le
habría con d u cid o a la lam osa au to co n trad icció n de los manuales de
filo sofía, pero tam p oco nadie lo habría tom ad o m uy en serio.
En con secu en cia, la gran m ayoría de los actuales sociólog os de
la ciencia relativistas tratan de evitar la (alacia de la auto-exceptua­
ción y adm iten de buenas a prim eras, con todas sus consecuencias,
la autorreferencialidad de las propias tesis. N o sólo H esse y Bloor
para el caso del program a de la E scu ela de E d im b u rg o , sino también
otro s so ció lo g o s relativistas, co m o M u lk ay , han establecid o la auto-
rreferencialidad de la sociolog ía relativista de la ciencia incluso ex­
plícitam ente co m o p rin cip io m etód ico básico de su tra b a jo 12. De
ahí que sea lícito partir de la prem isa de que un relativista socio-
epistém ico co n secu en te aceptará la validez ilim itada de la tesis (T3),
es d ecir, la aceptará tam bién para las aseveraciones de su propia
disciplina. E n tal caso , co m o he m ostrad o con la contra-argu m enta­
ción que acabo de presen tar fren te a las o b je cio n e s del anti-relati-
vista, la relativ ización del co n c ep to de verdad y de ju stifica ció n a las
culturas no cond u ce en ab so lu to a una a u to co n tra d icció n , sino que
solam ente nos obliga a abandonar las versiones absolutas de los con­
cep tos sem ánticos en favor de sus versiones relativas.
En el fo n d o , esta con statació n no sólo vale para el relativismo
cu ltu ral, sino tam bién para el relativism o individual. E l p ro p io Hus-
serl, a pesar de su fu erte ataque con tra esta últim a fo rm a de relati­
vism o, no argum enta pretend iend o d em ostrar que hay una contra­
d icción lógica en el sen tid o habitual en ese relativism o. E n vez de
ello, aporta una o b je c ió n lógica de o tro tip o, que d ebem os tomar
m uy en serio : el relativism o individual no sería ni siquiera contra­
d icto rio , sino sim plem ente carente de sen tid o. Pues el sen tid o de una
aseveración presupone, según H u sserl, la validez absolu ta de las le­
yes lógicas, tales co m o el p rin cip io de n o -co n tra d icció n . Si el rela­

11 «Self-excepting fallacy», en M andelbaum [1 9 8 2 ], p. 36.


12 Véase B ioor [ 1979], p. 5 ; M ulkay [1 9 8 5 ].
Las incoherencias del relativismo 119

tivista quiere seguir siend o co n secu en te con su propia tesis, en tonces


debería afirm ar tam bién la relatividad de todas las verdades lógicas.
Pero si se relativizan las leyes lóg icas, en ton ces ya no es posible
establecer el sen tid o de ninguna afirm ación , y lo que se afirm a re ­
sulta ser, en un sen tid o literal, incom p ren sible.
A hora bien, sea cual sea la legitim idad de esta o b je ció n al relati­
vismo individual, si se la quisiera tran sferir al caso del relativism o
cultural, el argu m ento m ostraría no ser co n clu y en te. Pues nos p o ­
demos inugin.u p e tU v u n u 'M c bien m u cuUutA K 'l.u tv ist.i, en l,\ a u l
valen las leyes lógicas que co n o cem o s, pero ju stam en te sólo d en tro
de esta cu ltu ra. E n to n ces, en esa cu ltu ra podría argum entarse por
ejemplo con ayuda del p rincip io de n o -c o n tra d ic c ió n , y si alguien
lo violara, dentro de esa cultura , sería co rreg id o p or sus c o m p a trio ­
tas. P ero los m iem bro s de esta cu ltu ra, en cu anto relativistas, serían
conscientes de que to d o ello sólo vale para su propia cu ltura. Y
podrían adem ás im aginar o tra cu ltu ra, en la cual ya no valieran las
leyes lógicas que ellos co n o cen , y que no valieran en un sentid o
genuino de «ser inválidas», y no quizás en el sen tid o de «no ser
conocidas». H o y día sabem os ya lo bastante acerca de la posibilidad
de con stru ir sistem as lóg ico s in tu icio n istas, polivalentes e inclu so
paraconsistentes, co m o para no sen tirn os esp ecialm ente alarm ados
ante esta posibilid ad . E lla n o im plica ipso facto el carácter absurdo
ni de las afirm aciones del relativista, que no realiza esta posibilidad
en su p ro p ia cu ltu ra pero la adm ite para o tra , ni las de los m iem bros
de la o tra cu ltu ra, que no acepta las leyes de la lógica clásica. N o
hay razón para creer que las leyes trad icionales de la lógica no se
puedan fo rm u lar tam bién p artiend o de un co n cep to de verdad cu l­
turalmente relativ o; y tam p oco hay que su p oner que, si usam os p rin ­
cipios ló g ico s d istin to s, no p odam os afirm ar enunciad os co n sentid o
y argum entar sistem áticam ente m ediante ellos. E l relativista cultural
no tiene p o r qué echar p o r la b ord a tod a la lógica. Puede aceptar la
lógica clásica co m o una m an ifestació n relativa a su p ro p ia cu ltu ra, o
bien, alternativam ente, p ro p o n er un nuevo sistem a de lógica n o -c lá ­
sica. E n co n tra de esta últim a alternativa todavía podría ob jetarse
— com o H u sserl h izo en su crítica del relativism o gen érico— que,
en tal caso, ya no puede hablarse del c o n c ep to de verdad, pues este
concepto sólo puede in trod u cirse en co n ex ió n ind isolu b le con los
principios lóg ico s básicos trad icionales. Si se m od ifica la lógica, se
modifica tam bién el co n c ep to de verdad. Y si en tal caso todavía se
utiliza la palabra «verdad», en tonces sim plem ente nos estam os re í:-
120 Pluralidad y recursión

riendo a otra cosa, y toda la d iscu sión se con v ierte en una mera
disputa te rm in o ló g ica ; así lo cree H u sserl p o r lo m en os. D esde un
pu nto de vista fo rm al, esta o b servació n es natu ralm en te correcta. En
efe cto , el co n cep to de verdad p ro p io de una lógica in tu icion ista, por
ejem p lo , es, en rig or, d istin to del co n c ep to de verdad p ro p io de la
lógica clásica. P ero esto no significa que aquí se trate sólo de un
ju ego de palabras y de que sólo uno de los bandos tenga la razón
al hablar de verdad. T o d o s d isponem os de un co n c ep to intuitivo, no
del to d o elu cid ad o, de lo que es la verdad. Y de lo que se trata es
de elucidar de m anera adecuada y fru ctífera d ich o co n c ep to . El re­
lativista lo hace ju stam ente de m anera d istinta a co m o lo hace su
adversario, pero quiere apresar la m ism a in tu ició n ; o dicho de ma­
nera más exacta: él quiere apresar lo que hay de razonable en dicha
in tu ició n , y d isolver co m o carente de sen tid o la p o rció n irrazonable
en la que todavía cree el «racionalista exagerado».
Form u lad o con m ay o r p recisión , la propuesta del relativista con­
siste en exclu ir el pred icad o «x es verdadero» co m o predicado in­
servible, y su stitu irlo por el pred icad o «x es verdadero en K» (donde
K es una cu ltu ra). C o n el nuevo predicado d eberem os p o d er operar
con igual soltura en tod os aquellos casos en los que el viejo predi­
cado tenía una aplicación razonable. E l resto se elim ina en su calidad
de m etafísica inservible. In clu so podríam os im aginar que un relati­
vista lógicam ente bien preparado fuera capaz de elab orar una estruc­
tura análoga a la de la sem ántica tarskiana para el nuevo predicado.
La fam osa con v en ció n V de T arsk i aparecería en to n ces, para un len­
guaje dado, más o m enos así:

(V R) «S es v e rd a d e ro -e n -/í si y sólo si en K se acepta que p »,

donde S es el n om bre de un enunciad o del le n g u a je -o b je to , K es una


cu ltu ra y p es la trad u cció n m etalingü ística del p rim er enunciado.
N atu ralm en te, en ton ces podría darse el caso de que, para un mismo
enunciad o S del le n g u a je -o b je to , pudieran con statarse co m o verda­
deras las dos afirm aciones m etalingü ísticas sigu ientes:

(S)) «5 es v erd ad ero-en-Á ^»,

y
(S2) «S es fa ls o -e n -A V v

donde K\ y K 2 son dos culturas d iferen tes.


Las incoherencias del relativismo 121

E l an ti-relativ ista quizás m anifieste en este pu nto que p o r fin


aquí aparece la co n tra d icció n ansiada. Pues para p o d er afirm ar que
tanto el enunciad o (S j) co m o tam bién (S2) son verd ad eros, ¿acaso
no necesitam os d isp oner de un co n cep to ab so lu to de verdad? La
respuesta, sin em barg o, es que n o, que no lo n ecesitam os. Pues el
concepto m etam etalingü ístico de verdad, desde el cual podem os ju z ­
gar sobre la verdad de (S i) y (S 2), tam bién estará d eterm inad o rela­
tivamente a una cu ltu ra K$. K$ puede ser en ton ces igual a K j o igual
a K2 o a una tercera cu ltu ra. E n cu alq u ier caso, (S ,) y (S 2) tam bién
son verdades cu ltu ralm en te relativas. Puede que haya una cu ltu ra K 4y
en la que (S|) o (S 2) sean falsos. Y así sucesivam ente. E n to d o ello,
de m anera análoga a co m o o cu rre con la relativ ización tarskiana del
concepto de verdad a diferentes niveles lin g ü ísticos, no parece darse
ninguna co n tra d icció n o absu rd o. E l relativista podría inclu so apelar
a una teoría de la verdad co m o co rresp o n d en cia análoga a la del
semántico clá sico ; la única d iferencia con sistiría en que el co n cep to
correspondentista de la verdad co m o adaequatio rei et intellectus
debería sustitu irse p o r el co n c ep to de adaequatio rei et intellectus et
tribus. R e su m ien d o : el co n cep to de verdad relativista así elucidado
no es ni co n tra d icto rio ni carente de sen tid o. Mutatis mutandis vale
esta con statació n para los dem ás co n cep to s ep istem o ló g icos de ju s ­
tificación, co n o cim ie n to y saber.
D ad o que no hay ningún o b stá cu lo ló g ico de p rin cip io que se
oponga a la revolu ción sem án tico -ep istem o ló g ica del relativism o so -
cio-ep istcm ico, parece que lo ún ico que falta con siste en atestiguar
la plausibilidad del program a m ediante ejem p los co n c reto s de apli­
cación. Y , efectiv am en te, esto es lo que han intentad o hacer los so ­
ciólogos de la cien cia de la E scu ela de E d im b u rg o y de corrien tes
emparentadas m ediante una serie de estud ios de casos particulares.
Sin em bargo, sería e rró n eo in ferir, a p artir de la ausencia de o b s ­
táculos puram ente ló g ico s, la realizabilidad efectiva del program a.
Entre las con sid eracion es pu ram ente fo rm ales, p o r un lado, y lo
em p írico -co n creto , .p o r o tro , hay un am plio espacio de con sid era­
ciones de naturaleza m eto d o ló g ica y em pírica general, que ponen
nuevamente en duda la plausibilidad prim a facie del program a.
L a prim era o b je c ió n , y la más natu ral, en co n tra de la nueva
sem ántica relativista propuesta es que los criterio s de identidad para
culturas no están claros en ab so lu to . P ero necesitam os tales criterio s
para aplicar de m anera adecuada la con v en ció n V revisada. M ientras
no dispongam os de tales c rite rio s, no pod em os su stitu ir la variable
122 Pluralidad y recursiótt

K en la expresión «S es v e rd a d ero -e n -/í» o en «A sa b e -e n -K que pi


p o r instancias con cretas. O sea que no pod em os d istinguir una cui*
tura de la o tra ; p o r lo ta n to , una aseveración m etalingü ística del tipo
«S es verdadero-en-/C i pero fa ls o -e n -/f2» sería vacía.
El problem a de una d eterm inación op eracion al del concepto de
cu ltu ra ha ocu p ad o a los an tro p ó lo g o s desde hace largo tiempo,
pero, hasta donde alcanzo a ver, sin que se haya llegado a una so*
lu ción satisfactoria para to d o s. E n un texto estándar de antropología
cu ltu ral, que se ocu pa de este p ro blem a, leem os:

«Las líneas de demarcación de cualquier unidad cultural escogida para U


descripción y el análisis son en gran medida una cuestión de nivel de abs­
tracción y de conveniencia para el problema de que se trate. La cultura
occidental, la cultura grecorrom ana, la cultura europea del siglo X IX , la cul­
tura suava, la cultura campesina de la Selva Negra en 1900 ... todas estas
son abstracciones igualmente legítimas si se las define cuidadosamente» ,3.

Puede que esta caracterizació n tan p o co com p rom etid a del con­
cep to general de cu ltu ra le sea útil, p o r razones pragm áticas, al an­
tro p ó lo g o que trabaja de m anera pu ram ente em pírica, co m o marco
de o rie n ta ció n ; p ero ella sería de m uy poca ayuda para los objetivos
m eto d o ló g ico s y sem án ticos de la d efinició n de un co n c ep to de ver­
dad que fu n cio n e. Si nos atenem os estrictam en te a la convención
citada — ¿acaso direm os que el co n c ep to de verdad de la cultura
occid en tal es o tro que el de la cu ltu ra suava, y que este últim o, a su
vez, es d istinto del co n c ep to de verdad al que con d u ce la cultura de
los cam pesinos de la Selva N eg ra alred ed or de 1900? N o s movemos
aquí al borde del rid ícu lo.
H esse, B arn es y los dem ás relativistas so cio -ep istém ico s estable­
cen con frecu encia com p aracion es entre los co n ten id o s de las creen­
cias de grupos hum anos más o m enos «exó tico s» — tales com o los
indígenas de N ueva G u inea— y aquello que ellos llam an «nuestra
cultura». (B arnes a veces es algo más exacto y habla de la «cultura
b ritán ica».) ¿P ero cuál es esa m isteriosa «cultura nuestra» o «cultura
b ritán ica»? ¿A b arca ella todas las creencias fundam entales de la clase
m edia europea occid en tal, o sólo las de la b ritán ica, o sólo las de los
académ icos de E d im b u rg o ? ¿P erten ecen los punks de los barrios
b ajos de L iv erp ool a la m ism a cu ltu ra que la de los profesores de

13 K roeber/K luckh ohn [1 9 6 3 ], p. 185.


Las incoherencias del relativismo 123

O xford? ¿ Y có m o vam os a averiguar si las prem isas cu ltu rales de


aquellos punks son más parecidas a las de los p rofesores oxonien ses
gue a las de los indígenas de N ueva G u in ea? E n toda la enorm e
literatura del relativism o so cio -e p istém ico no he en co n trad o hasta
ahora ningún crite rio de identidad m ínim am ente p reciso para las
culturas que pueda siquiera insinuar una respuesta op erativa a estas
preguntas. H esse y sus aliados nos la d eben, caso de que su p ro g ra­
ma deba establecerse sob re una base sólida.
A mi entend er, esta d ificultad m eto d o ló g ica es bastante seria; no
obstante, no es tan seria que haga de plano im p osible la realización
de la revolu ción sem ántica propuesta. H ay dos salidas posibles para
zafarse de esta d ificultad . U na con siste en adm itir que el co n c ep to
de cultura que necesitam os para el program a no ha sido, en efecto ,
construido con precisión hasta ahora, porqu e aún no se había cap ­
tado su significad o fundam ental para la nueva sem ántica y ep iste­
mología; pero tan p ro n to co m o un n ú m ero su ficientem ente grande
de estudiosos de la ciencia reco n o z ca la necesidad de él, la prim era
tarea será natu ralm en te establecer crite rio s de identidad adecuados
para las cu ltu ras. N ad a exclu y e la posibilid ad de p rin cip io de llevar
a cabo esta tarea. La o tra salida, que es com p atible con la prim era,
consiste en ad m itir que to d o co n c ep to de cu ltu ra adecuado debe
concebirse, p o r p rin cip io , co n un cierto grado de vaguedad, pues sea
lo que sea lo que las culturas resulten ser a fin de cu entas, es previ­
sible que no existan fro n teras tajantes entre ellas. P ero ello no sig­
nificaría que no se pueda co n stru ir co n tal co n cep to una sem ántica
razonable. L o s relativistas podrían en este pu nto apelar a la existen ­
cia de sistem as de la llam ada fuzzy logic («lóg ica de la vaguedad»),
los cuales no sólo se han co n stru id o de m anera fo rm alm en te c o rre c ­
ta, sino que adem ás tienen aplicaciones efectivas 14. D e acuerdo a
este tip o de lógica, se podría elab orar una sem ántica que se basara
en un co n c ep to de verdad sistem áticam ente vago, el cual, a su vez,
estaría d eterm inad o por la natu raleza im precisa de las cu ltu ras. E sto
es con ceb ib le en p rin cip io , si bien la carga de la pru eba de la e jecu -
tabilidad de un program a así natu ralm en te recae sob re sus partid a­
rios y no so b re el escép tico.
A h ora b ien , más difícil de resolver que la m era d ificultad de los
criterios de identidad para las culturas es la con ex ió n de esta d ifi­
cultad con la autorreferencialidad del relativism o genuino. Sean cu a­

H Véanse, p. e., los trabajos de Zadeh [1 9 6 5 J; G oguen [1 9 6 8 -6 9 ]; Adams [197-*].


124 Pluralidad y recursión

les sean los criterio s de identidad para las cu ltu ras, tan to si los de­
finim os de m anera precisa co m o im precisa, ellos se establecerán sin
duda en una determ inada cu ltu ra; es d ecir, de acu erd o a la validez
irrestricta de la tesis (T 3 ), su validez será relativa a una cierta cultura
K. E sto significa, a su vez, que la fo rm u lación adecuada y aplicación
válida de los criterio s de identidad para las culturas sólo es posible
cuando uno ya dispone del co n c ep to de cu ltu ra, o sea, cuando uno
ya dispone de los criterio s de identidad buscados. N o s movemos
aquí evidentem ente en un círcu lo vicioso.
D e este círcu lo todavía podría tratar de liberarse el relativista de
una m anera parecida a co m o la sem ántica form al clásica se liberó de
las antinom ias sem ánticas: a saber, d istinguiend o estrictam ente entre
un n iv e l-o b jeto y un m etanivel. E n to n ces, al m etanivel podríamos
form u lar criterio s de identidad para las culturas del n iv e l-o b jeto ; los
criterio s de identidad serían en ton ces relativos a las culturas del me­
tanivel (o sea, a las «m etacu ltu ras»), las cuales deberían ser necesa­
riam ente entidades distintas de las cu ltu ras a las que se han de aplicar
los criterio s de identidad en c u estió n ; si no lo fueran, entonces vol­
veríam os a in cu rrir en el círcu lo m en cion ad o. Para las metaculturas
en cu estión d eberíam os in tro d u cir de nuevo criterio s de identidad
que provend rían , a su vez, de m etam etacu ltu ras, etc. Es decir, lo
m ism o que en el caso del análisis sem ántico clásico de los lenguajes
form ales, necesitaríam os aquí una jerarq u ía p o ten cialm en te infinita
de niveles cu ltu rales.
En to d o ello no se detecta de m o m en to ninguna incoherencia.
N o ob stan te, prescin d ien d o de que esta co n stru cció n form al de ni­
veles cu ltu rales aparece co m o una co n stru cció n ad hoc , que por aña­
didura chocaría con la aversión de la m ay o ría de so ció lo g o s relati­
vistas de la cien cia, los cuales no suelen sim patizar precisam ente con
los m étod os fo rm ales, se presenta aquí una d ificultad más fundamen­
tal ante la cual se d errum ba la analogía con el p ro ced im ien to clásico
de T arsk i. R eco rd em o s que el análisis sem ántico clásico del lengua­
je -o b je to desde el m etalenguaje sólo es posible porqu e el metalen-
guaje es más rico p or lo que respecta a sus m edios lógicos de ex­
presión que el len g u a je -o b je to . E sto significa que to d o lo que puede
decirse en el len g u a je -o b je to , puede trad u cirse tam bién al metalen-
g u aje; la inversa natu ralm en te no vale. E n este sen tid o, el metalen-
guaje con tien e siem pre el len g u a je -o b je to o una trad u cció n del mis­
m o. Si el relativista estuviera dispuesto a aplicar la analogía con la
co n stru cció n jerárq u ica de la sem ántica al caso de las cu lturas, de­
Las incoherencias del relativismo 125

bería ad m itir que la m etacu ltu ra desde la cual se consid era la cu ltu ra
del n iv e l-o b jeto a fines sem ánticos co n tien e esta últim a co m o caso
particular. La m etacu ltu ra d ebería ser más rica, en un sen tid o exacto ,
que la cu ltu ra -o b je to . La cu estión es, sin em bargo, si un relativista
consecuente puede to lerar una situ ación así. La m etacu ltu ra, en cu an ­
to que es cu ltu ra tam b ién, no será otra cosa sino una determ inada
entidad h istóricam en te dada, al igual que la cu ltu ra -o b je to , y esa
distinción traería con sig o la con secu en cia de que habría que d em os­
trar que una de estas culturas es más rica en con ten id os que la otra.
Para tom ar un ejem p lo c o n c re to : supongam os que nos hu biéram os
planteado la tarea de in d rod u cir un co n cep to relativista de verdad
para la cu ltu ra m aya. D ad o que esta cu ltu ra sin duda no es idéntica
a nuestra propia cu ltu ra, d eberíam os p artir en cu alq u ier caso de la
suposición de que nuestra cu ltu ra posee una priorid ad sem ántica
respecto a la cu ltu ra m aya. D ic h o b rev em en te: nuestra propia cu l­
tura d ebería adm itirse co m o una fo rm a su p erior de cu ltu ra. P ero
esto ch oca de fren te con una de las m o tiv acio n es más básicas del
relativismo so cio -e p istém ico , el cual es sabid o que defiende una es­
pecie de d em ocracia de cu ltu ras. E n cu alq u ier caso , de aceptar esta
construcción, el relativista B arn es ya no podría d ecir que hay que
concebir a todas las culturas c o m o sistem as concep tu ales equivalentes.
R esu m ien d o: si se quiere evitar el círcu lo vicioso de la aplicación
de la autorreferencialidad relativista a los criterio s de identidad para
culturas sin echar m ano de enun ciad os ab solu tam en te válidos, hay
que in tro d u cir un co n c ep to fo rm al de cu ltu ra, desplegado en niveles
jerárquicos, que n o parece co n c o rd a r de m anera razonable ni con
las intuiciones básicas que poseem os acerca de lo que es una cu ltu ra,
ni tam p oco con la inclin ación cu ltu ral-d em o crática de los relativistas
usuales.
C iertam en te, estas o b je cio n e s no significan un rech azo d efinitivo
de cu alquier p ropuesta de fu n d am entación sem án tico-ep istem o ló g ica
del relativism o so cio -e p istém ico . N o se trataba de d em ostrar que el
programa es lógicam ente im p osible, sino sólo de argüir que d ificu l­
tades m etod o lóg icas m uy fundam entales le quitan la plausibilidad
prima facie. C la ro que si el relativista estuviera d ispu esto, en prim er
lugar, a aceptar la validez sin restriccio n es de su propia tesis, es
decir, aceptarla tam bién de m o d o au torreferen cial, en segundo lugar,
indicar criterio s op erativos de identidad para cu ltu ras, en tercer lu ­
gar, hacer uso de una lógica de la vaguedad, y finalm ente y sob re
todo, in tro d u cir una jerarq u ía de niveles culturales cada vez más
126 Pluralidad y recursión

ricos en co n ten id o , e n to n ces, y sólo en to n ces, sería realizable su'


program a sin in coherencias y con fu sion es. P ero tener que lograr,
to d o esto es un p recio m uy alto. U n precio tan alto sólo estaría
ju stificad o si los fru tos generales de orden m eto d o ló g ico , filosófico
e inclu so id eo ló g ico del program a aparecieran con tan enorm e ven­
taja respecto a sus rivales que todas las d ificultades mencionadas
quedaran opacadas.
¿Serían las consecu encias generales del program a realm ente tan
ventajosas? E s m uy d ud oso. L a realización en serio del programa
relativista tendría inevitablem ente co m o con secu en cia que los relati­
vistas, caso de querer seguir siguiendo con secu en tes con su tesis, o
bien deberían callarse, o bien deberían evitar el d iscu tir y argumentar
con nadie aparte de los m iem bros de su propia d iq u e . N o es difícil
ver que esto se sigue d irectam ente de las prem isas del programa.
D ich o más co n creta m en te, es una con secu en cia de la autorreferen-
cialidad de la tesis (T 3 ). P ues, sea co m o sea que d eterm inem os con
exactitud las cu ltu ras, los relativistas so cio -e p istém ico s, com o cual­
q uier otra person a, tam bién pertenecerán a una cu ltu ra determinada.
Llam em os a esta cu ltu ra K k. E sta es la entidad que H esse y Barnes,
con alto grado de vaguedad, han caracterizad o co m o «nuestra cul­
tura» o bien «la cu ltu ra b ritán ica». E s posible que tam bién se la
pudiera d escribir co m o «la cu ltu ra europea occid en tal del presente»,
o con un p o co más de p recisió n : «la cu ltu ra actual de los ciudadanos
educados de E u ro p a occid en tal y N o rtea m érica » . N o tengo una idea
m uy precisa acerca de cuáles sean los con ten id os fundam entales de
esta cu ltu ra... quizás porqu e y o m ism o no sé, co m o latinoam ericano,
si d eb o consid erarm e o no co m o p ertenecien te a ella, pero en cual­
quier caso me parece una hipótesis em pírica plausible la de que to­
dos los so ció lo g o s y filó so fo s relativistas de la ciencia cu yos textos
hem os consid erad o pertenecen a esta cu ltu ra. D e ser co rrecta esta
hipótesis em pírica, en ton ces nu estros relativistas deberían callarse,
pues su tesis (T 3 ) ch oca fro n talm en te con las creencias fundam enta­
les de las masas de los ciudadanos educados o sem ieducados de Eu­
ropa y N o rteam érica . N o creo que sea necesario em prend er inves­
tigaciones d em oscópicas a gran escala para con statar que la inmensa
m ayoría de los seres hum anos de esas regiones del g lob o están fir­
m em ente con v en cid os de que la verdad del enunciad o «2 4 - 2 = 4»
no depende de si uno se'h a y a criad o en N ueva G u in ea o en Edim ­
bu rg o . A dem ás, las ciencias naturales, la técnica y el sen tid o común
cotid ian o característico s de esta cu ltu ra son d irectam en te incom pa-
Las incoherencias del relativismo 127

tibies con el supu esto de que el co n ten id o de verdad de «2 + 2 =


4» pudiera ser d istin to en N u eva G u in ea que aquí. E n la propia
cultura a la que los relativistas so cio -e p istém ico s p erten ecen , su tesis
(T3) es inacep table. A sí, pues, ella es — de acuerd o co n la propia
convención V revisada de los relativistas— sim plem ente falsa. E n
consecuencia, ellos deberían callarse, pues supongo que tam p oco los
relativistas quieren expresar falsedades relativas según sus propios
criterios.
Los relativistas so cio -e p istém ico s más radicales podrían replicar
naturalmente a la o b je ció n aquí presentada que ju stam en te la h ip ó ­
tesis em pírica según la cual ellos perten cen a la cu ltu ra estándar de
Europa O ccid e n ta l es falsa. E llo s no querrían tener nada que ver
con esta cu ltu ra ab solu tista com puesta de masas de racionalistas in ­
genuos. L a cu ltu ra K k, con la que se id en tifican , o que quieren crear
ellos m ism os, es una cu ltu ra plen am en te relativista. E n ella ya no
vale el p rin cip io general de que la validez de «2 + 2 = 4» es inde­
pendiente de la p ro ced en cia étn ica del usuario de d ich o enunciad o.
No ob stan te, en tal caso, los relativistas, de acuerdo a su p ro p io
enfoque m e to d o ló g ico , no tien en ningún d erecho a critica r a los
miem bros de otras culturas distintas de K k. E n p articu lar no tienen
ningún d erecho a p o lem izar co n tra sus p ro p io s colegas n o -relativ is-
tas... co m o hacen con stan tem en te en sus ensayos y lib ro s. N o sólo
no tienen ningún d erech o a h acer esto, sino que una po lém ica de tal
naturaleza es, de acuerd o a su propia tesis (T 3 ), sim plem ente ab su r­
da. Sólo personas con una base sem ántica com ú n pueden d iscu tir de
manera fru ctífera. E sto es un v iejo tru ism o , pero los relativistas pa­
recen h ab erlo olvid ado.
E l m undo que apetecen los relativistas so cio -e p istém ico s, o que
tratan de co n stitu ir, es un m undo de cu ltu ras cerradas en sí m ism as,
en el cual cada cu ltu ra — in clu y en d o la propia cu ltu ra K k relativis­
ta— va p ro d u ciend o sus propias verdades sin p reocu parse en lo más
mínimo de la op in ión de los dem ás. N o creo que éste sea un m undo
en el que queram os vivir. N o sólo sería m uy a b u rrid o ; lo p eor es
que tran sform aría este planeta, que ya está resultand o tan p equ eño,
en una in sop ortable y peligrosa casa de lo co s en la que cada uno
proclam aría su prop ia verdad sin to m ar en cuenta a los dem ás.
D eb em o s co n c lu ir pues que la idea de una verdad cultural o
socialm ente relativa (al igual que las ideas más antiguas de una ver­
dad su b jetivam en te o an trop ológ icam en te relativa) es to talm en te ina­
decuada si querem os con ella dar cuenta de Ja esencia del discurso
128 Pluralidad y recursióo

cien tífico . E n este sen tid o no tengo em paque en subrayar que el


único co n cep to de verdad que m e parece aceptable ha de ser una
noción absoluta . E ste a b so lu tism o alético, sin em bargo, es mucho
más inofensiv o de lo que pueda parecer a prim era vista. Sobre todo
no tiene la enjund ia que m uchos filó so fo s, esp ecialm ente los de corte
realista, pretenden darle. La verdad absolu ta que podem os aceptar
satisface sólo una m ínim a p o rció n de las esperanzas que los filósofos
de la ciencia han pu esto en ella — es un co n c ep to de m uy escaso
valor ep istem o ló g ico. S ob re ello volverem os en el cu rso de los pró­
xim os capítulos.
Capítulo II.2
PROBLEMAS CON EL REALISMO

II.2.1. D o s v ersio n e s de re a lism o s e m á n tic o

T a n to desde un pu nto de vista h istó rico co m o m eto d o ló g ico , la


base de partida del realism o parece co n sistir ya sea en una asunción
ontológica ingenua (expresable en la afirm ación «Existen otras cosas
además de m í m ism o »), o bien en una aserción ep istem o ló g ica más
fuerte, pero igualm ente ingenua (« E x iste n otras cosas adem ás de m í
mismo y yo sé cuáles son »). L a h isto ria de la filo sofía con tem p orán ea
sugiere que estas versiones ingenuas del realism o están destinadas a
desem bocar en alguna versión de una co n c ep ció n sem ántica. A esta
última form a general de realism o la d en om inarem os «realism o se­
mántico» 15.
El atrib u to «sem ántico» se usará en lo que sigue en un sen tid o
amplio: será con sid erad o sem ántico cu alq u ier en foq u e filo só fico que

15 Sobre la conveniencia de distinguir claram ente entre un realismo «m etafísico»


(ingenuo, diría yo ), pre-sem ántico, y uno no-m etafísico, conscientem ente sem ántico,
en la discusión filosófica actual en torn o al realismo, véase G enova [1988]. Este autor
también pone de relieve las peligrosas confusiones en que caen autores recientes rea­
listas al no tener en cuenta esta distinción.

129
130 Pluralidad y recursión

arranque de la reflexió n sistem ática sob re el supuesto básico de que


el lenguaje tiene significad o o , d ich o más exactam ente, de que ciertos
elem entos lingü ísticos se hallan en una relación con stitu tiv a con algo
extralin gü ístico , relación im prescind ible para poder ser considerados
ju stam ente parte del lenguaje.
C iertam en te no es el caso de que tod os los filó so fo s contem po­
ráneos que se ocu pan de la p ro blem ática del realism o se basen en
argum entos sem án tico s; no ob stan te es innegable que el foco de
atención se ha ido d esplazando de la con sid eración puram ente epis­
tem ológica originaria hacia el análisis ló g ico -se m á n tico . E llo no es
sino un caso p articu lar de la tendencia general a reform u lar cuestio­
nes básicas de o n to lo g ía y teoría del co n o cim ie n to en problemas
on tosem án ticos o e p istéin ico -sem á n tico s, con el fin de hacerlas más
claras y precisas.
A sí, pues, vam os a d iscu tir el realism o sem ántico. E ste constituye
una d octrin a (o , m e jo r d ich o , un grupo de d octrin as) cu y o núcleo
consiste en sosten er que la relación entre nu estro aparato conceptual
(n u estro «lengu aje») y aquello a lo que se aplica d icho aparato es de
tal naturaleza que da un sentid o p reciso , y tam bién una fundamen-
tación válida, a las afirm aciones ingenuas de partid a: «E xisten otras
cosas además de mí m ism o, y sé cuáles son».
L os realistas más con cien zu d o s h oy día se ocupan ante todo de
la sem ántica del d iscu rso cien tífico . E s d ecir, el realism o semántico
se ha con v ertid o en «realism o cien tífico » . L o s realistas tienden a
valorar más el d iscu rso cien tífico que otras form as de d iscu rso cuan­
do se trata de d ecid ir cu estiones on to ló g icas y epistem ológicas. Hay
buenas razones para ello. Si se propusiera una d octrin a semántica
que hiciera del realism o una tesis plausible cuando se analiza la se­
m ántica del lenguaje de cam pesinos analfabetos, pero en cam bio lo
hiciera in sosten ib le co n resp ecto a los textos de cien tífico s en activo,
tal sem ántica m uy p ro bab lem en te no sería considerada p o r nadie
co m o una buena base para una ep istem o lo g ía realista digna de ser
tom ada en serio. N o voy a entrar aquí en una argu m entación deta­
llada de por qué, en caso de c o n flic to entre la sem ántica del lenguaje
de cam pesinos analfabetos y la de textos cien tífico s avanzados (con­
flicto que corresp o n d e grosso modo a la tensión h istó rica existente
entre la visión del m undo del N e o lític o y la de la M od ernid ad ), nos
decid irem os por darle más valor a la segunda cuando se trate de fijar
nuestra o n to lo g ía y epistem ología. B aste hacer la siguiente constata­
ció n : cu ando una afirm ación (o negación) de existen cia hecha por el
Problemas con el realismo 131

sentido com ún (o sea: la visión del m undo del N e o lític o ) es co n tra ­


dicha p or la cien cia, se tiende a darle la prioridad a la segunda y no
al prim ero. E sta tend encia es cada vez más acusada tanto en su d i­
mensión h istó rico -tem p o ra l co m o g eog ráfico-esp acial. (P o r ejem p lo,
si se trata de hablar sob re estrellas, cada vez más gente en más países
cree más en lo que afirm an los astro físicos que en las op inion es de
los cam pesinos an alfabeto s.) P o r supuesto que co n statar esta ten d en ­
cia h istó rico -g eo g rá fica no es, en sí m ism o, un argu m en to en favor
del pred om inio del realism o cien tífico so b re otras form as de realis­
mo; p ero, a m enos que ju zg u em o s que la racionalidad hum ana ha
entrado en una fase de franca y rápida d ecadencia, d eberem os ad­
mitir que dicha tend encia es un síntoma de que hay buenas razones
para darle prioridad a co n cep cio n es o n to ló g ica s y epistem ológicas
basadas en la ciencia o expresadas en lenguajes cien tífico s. E n lo
sucesivo, sólo tom aré en cu enta el realism o cien tífico , p orqu e cu al­
quier o tra form a de realism o que entrara en co n flic to con él sería
en cualquier caso desechada p o r la inm ensa m ayoría de realistas actu a­
les.
A sí, pues, para d iscu tir el realism o es legítim o co n cen trarse en
el realism o sem án tico con resp ecto al lengu aje c ien tífico , o para ab re­
viar: en el realism o cien tífico . E n esta acep ció n , el realism o cien tífico
es la d octrin a que sostien e que una sem ántica adecuada al d iscu rso
científico explícita y ju stifica las aseveraciones del realism o ingenuo
arriba citadas.
»- Para acotar m e jo r la d iscu sión , hay que hacer antes una esp eci­
ficación m ás. C u an d o hablam os de una sem ántica realista adecuada
al discurso cien tífico podem os referirn os a una de dos cosas que no
son necesariam ente equivalentes. P o r un lado, puede tratarse de d ar­
le una in terp retación realista (en algún sen tid o plausible de «realis­
mo») a los com p on en tes aléticos de esa sem án tica; más co n c reta m en ­
te, puede tratarse de m o strar que la verdad o falsedad de los en u n ­
ciados cien tífico s no depende de la relación epistém ica que el usuario
del lenguaje cien tífico posee co n resp ecto a d ichos enunciad os.
Es d ecir, se trata de d efend er un co n c ep to de verdad absoluta
en el sen tid o esp ecificad o al final del cap ítu lo an terior. T al in te r­
pretación de la n o ció n de realism o cien tífico ha aparecido con cierta
frecuencia en la reciente literatu ra so b re filo sofía del lengu aje, p o r
ejem plo, en los escrito s de Q u in e , D avid so n y sus seguidores 16.

16 Véanse, por ejem plo, sus respectivos ensayos Q uine [1981J y Davidson [19 \
132 Pluralidad y recursión

A esta form a de sem ántica «realista» podem os den om inarla «realismo


alético », porqu e la n oción de verdad es la que está en ju ego en el
fo n d o .
Si restringim os nuestra com p ren sión del realism o alético a la acep­
tación de la idea de verdad absolu ta, en to n ces, en mi op in ión , ésta
es una visión co rrecta de la estru ctu ra del d iscu rso cien tífico , y en
este sentid o (p ero sólo en este sen tid o) puedo calificar mi propia
posición de «realista alética». Sin em bargo, los representantes más
con n o tad o s del realism o alético por lo general pretenden sacar más
capital ep istem o ló g ico de su en foq u e, y aquí es donde ya debo di­
sen tir. En prim er lugar, trataré de m o strar en el C ap . 11.2.4 que la
n oción de verdad absolu ta que efectiv am en te es defend ible es una
n oción m uy p obre en co n ten id o e im plicaciones epistem ológicas, en
to d o caso m u cho más p o bre de lo que m u chos creen. En segundo
lugar, el realism o alético es realism o sólo en un sen tid o m uy forza­
d o ; es d ecir, se trata de una p o sició n p o co interesante en cuanto
realismo porqu e no con lleva ningún co m p ro m iso o n to ló g ic o sustan­
cial — que es en lo que está pensando el realista ingenu o, a mi pa­
recer. V ale la pena detenerse aquí en este pu nto para esclarecer lo
que a mi m odo de ver debe estar en la base de un «realism o real»,
valga la redundancia.
La sem ántica realista que me parece más acorde con las intuicio­
nes básicas del realista no es una que m eram ente sostiene que la
verdad o falsedad de los ju icio s cien tífico s no depende de nuestro
m odo de averiguarla ni del hech o de que la averigüem os. E llo podría
ser sostenid o tam bién p o r m ultitud de anti-realistas (p o r ejemplo,
idealistas, solipsistas o fen om enalistas) con tal de que aceptaran en
su lógica el p rin cip io de tercio exclu so (que es la piedra de toque
del realism o alético, según reco n o ce el p ro p io D avid so n ). A sí, en un
sistem a fenom enalista fo rm alizad o, pongam os por caso, el enunciado
«El M o n te E verest es el pico más alto de la T ierra o no lo es» puede
ser declarado necesariam ente verdadero co n entera independencia de
que se haya o no con statad o dentro del sistema la verdad de una de
las dos alternativas (la de «El M o n te Everest es el pico más alto de
la T ierra» o la de «E l M o n te Everest no es el pico más alto de la
T ie rra » ); y esa d eclaración no le obliga al fenom enalista a adm itir la
realidad «o b jetiv a», o sea, e x tra -fen o m én ica del M o n te E verest o de
la T ierra. La adm isión de la d isy u nción m encionad a co m o verdad
d en tro del sistem a no es co n tra d icto ria con los princip ios básicos de
la epistem ología fenom enalista, sin o que proviene sim plem ente de la
Problemas con el realismo 133

aceptación de la lógica clásica de enunciados co m o m arco form al


para co n stru ir el sistem a fen om enalista.
A sí, pues, no hay ninguna buena razón para casar fo rzo sam en te
las p osiciones anti-realistas con alguna lógica n o-clásica 17. P o r lo
tanto, la adm isión del p rin cip io de tercio exclu so, y p or ende de un
«realism o» pu ram ente alético, co n stitu y e un co m p ro m iso dem asiado
pobre en co n ten id o o n to -e p istem o ló g ico co m o para cu brir lo esen­
cial de las in tu iciones presistem áticas del realism o ingenu o. Para éste
no se trata (só lo ) de asegurar una verdad epistém icam ente ind epen­
diente del su jeto , sino que se trata ante to d o de afincar la realidad
independiente de los objetos a los que nos referim os co n los térm i­
nos de nu estro lenguaje cien tífico . A esta últim a fo rm a de sem ántica
realista pro p on g o d en om inarla «realism o referencial», pues lo que
está en cu estión aquí es la n o ció n de referencia 18. E n cu alq u ier caso,
sean cuales sean los m éritos o d em éritos del realism o alético, será
del realism o referen cial del que tratarem os a co n tin u a ció n . R e su ­
m iendo, la d octrin a realista que som eterem os a análisis se caracteriza
por sosten er lo sig u iente: la sem ántica de los térm in os cien tífico s, y
en particu lar de los aspectos referenciales de los m ism os, fu n cio n a
de tal m anera que las in tu icion es del realism o ingenuo pueden p re­
cisarse y fundam entarse apropiad am ente.
E l p rim er p ro blem a que plantea esta d octrin a es el siguiente.
Cuando el realista afirm a que la sem ántica de los térm in os cien tíficos
funciona de m anera adecuada a las in tu iciones del realism o d ebem os
ante to d o preguntarnos si su aserción está ligada p o r un cu an tifica-
dor universal o bien por uno existen cial; es d ecir, d ejan d o a un lado
los térm inos ló g ico -m a tem á tico s que necesariam ente aparecen en las
teorías cien tíficas, ¿fu n cio n a la sem ántica de todos los térm in os cien ­
tíficos de m anera realista, o bien sólo la de algunos de ellos (y , en
este últim o caso, cu áles)? Si bien esta cu estión no representa una
nimiedad para una d iscu sión seria del realism o, los partidarios de
esta d octrin a no suelen ser m uy exp lícito s al resp ecto. N o rm a lm en te,

17 Y , de hecho, tam poco para casar el realismo con la lógica clásica; véase el caso
de Aristóteles, quien era un realista de pura cepa y sin em bargo estaba dispuesto a
admitir una lógica trivalente en los contextos tem porales. Pero este punto es harina
de o tro costal. Aquí se trata sólo de argüir que la m era admisión de la noción de
verdad no-epistém ica y de la lógica clásica usualmente asociada a ella es a todas lucr*
insuficiente para lo que quiere el realista.
18 Una distinción análoga a la establecida aquí entre realismo alético y referencu!-
aunque con otros m atices, la propone también Genova en el ensayo am b a citado
134 Pluralidad y recursión

la estrategia del realista con siste en argüir que la p o sició n rival — llá­
m esela «in stru m en talism o», «p o sitivism o», «em pirism o» o lo que
sea— está equ ivocad a m ostrand o que ciertos ejem p los fav oritos de
térm inos cien tífico s, tales co m o « o ro » , «átom o» o «electricid ad », no
encajan d en tro de una supuesta sem ántica no-realista. P ero no está
en absolu to claro que, a partir de unos p o cos ejem p los escogidos ad
hoc, pueda generalizarse a toda clase de térm inos cien tífico s, y tam­
p o co está nada claro si el realista debe o no com p rom eterse con
sem ejante generalización.
E n su d iscu sión del realism o c ien tífico , Jo se p h D . Sneed inter­
preta la p resu p o sición básica de éste co m o la tesis de que todos los
individuos y propiedades m encion ad os en un c o n tex to cien tífico tie­
nen el m ism o estatu to o n to ló g ico ,9 . Sneed califica esta tesis de com ­
p rom iso o n to ló g ico básico del realism o, pero creo que puede for­
m ularse más perspicuam ente co m o la tesis sem ántica de que la refe­
rencia de todos los térm inos individuales y relaciónales de las teorías
científicas viene determ inada siem pre de la m ism a m anera.
A h ora b ien, es d ud oso que un realista prudente esté dispuesto a
equiparar la sem ántica de térm inos tales co m o « o ro » , «átom o» o
«electricid ad » con la sem ántica de o tro s térm inos que tam bién apa­
recen con frecu en cia en los textos cien tífico s y de los que no puede
decirse que su significad o sea de natu raleza estrictam ente lóg ico-m a-
tem ática, p o r ejem p lo , los térm inos « h am ilton ian o», «gas ideal» o
«líneas de fu erza». A fin de cu en tas, de lo que el realista nos quiere
con v en cer es de que el o ro y los áto m os «existen realm ente» — sea
lo que sea lo que esto signifique exactam ente— , pero no de que
«realm ente existen» h am iltonianos y gases ideales. Si se intentara
p ro p o rcio n ar argu m entos realistas para esta últim a clase de «entida­
d es», se le haría al realism o el cam in o más difícil de lo ju sto . Por
o tro lado, tam bién parece claro que si d ebilitam os la tesis sem ántica
del realism o hasta tal pu nto que ésta sólo se aplique a m uy pocos
térm inos cien tífico s, de escasa im p ortan cia general — quizás solam en­
te térm inos p roced entes de los restos del lenguaje com ú n que que­
dan en los textos cien tífico s— , la sem ántica realista propuesta no
resultaría m uy atractiva, y m enos para el p ro p io realista cien tífico.
t D eb em os ad m itir pues que el o b je tiv o genuino del realista consiste
en d em ostrar que la mayoría de térm in os que juegan un papel cen-

,9 C f. Sneed [1983J, p. 3 48.


Problemas con el realismo 135

tral en co n tex to s cien tífico s fu n cio n an de m anera adecuada a una


sem ántica realista. E n con secu en cia, p ro p o n g o la siguiente fo rm u la­
ción de la tesis central del realism o que aquí con sid eram os:

(R) La sem ántica de la m ayoría de los térm inos centrales de la


m ayoría de teorías científicas fu n cio n a de m anera exclu siva­
m ente realista.

«Exclusivam ente» im plica en esta fo rm u lació n que se excluye la c o m ­


patibilidad de esa sem ántica con d octrin as rivales del realism o, co m o
puedan ser el in stru m en talism o, el em p irism o , el idealism o, etc.
S oy p erfectam en te co n scien te de que (R ) todavía deja bastante
que desear en cu an to a p recisión con cep tu al n o só lo p o r la vaguedad
que im plica hablar de la «m ayoría» de térm inos de la «m ayoría» de
teorías (esto es relativam ente in ocu o para la presen te d iscu sión ), sino
más aún p o rqu e aún no sabem os a cien cia cierta qué querem os decir
con que la sem ántica de d ichos térm in os «funciona de manera rea­
lista». D e h ech o , (R ) n o es una tesis co n creta , sino só lo un esquema
de tesis, según có m o queram os in terp retar la frase «fu n cio n a de m a­
nera realista». A h ora b ien , la m anera de co n creta r (R ) que m ejo r
responde a las in tu icion es y defensas del realism o propuestas en la
discusión actual parece ser la sigu iente:

(R I) L a referen cia de la m ayoría de térm in os centrales de la m a­


y oría de teorías cien tíficas p erm anece fija a pesar de que esas
teorías se alteren sustancialm en te o inclu so sean sustituidas
p o r otras.

Por supu esto, es posible que haya otras m aneras de co n creta r el


esquema (R ) que reco ja n algunas de las in tu iciones del realism o y
que, no o b sta n te, no tengan nada que ver con (R I). P o r mi parte,
recon o zco ig n orar cuáles puedan ser — al m enos si han de tener el
m ism o grado de precisión con cep tu al y plausibilidad prima facie.
A h ora b ien , de este realism o referencial (tra n steó rico ) existen dos
versiones p o sibles, una más fu erte y otra más débil. L a más débil
coincide con' la tesis (R I) que acabam os de form u lar. L a más fu erte
añade a (R I) el siguiente ad itam en to:

(R II) La referen cia de los térm inos cen trales en cu estión perm anece
136 Pluralidad y recursión

fija p orqu e hay m odos de determ inarla que son inalterables


a pesar del cam b io de teorías.

La d iferencia entre am bas versiones estriba en lo siguiente. (R I) se


co n ten ta con la aseveración de que la referencia perm anece transteó-
ricam ente invariable, aun cu ando quizás nunca logrem os determ inar­
la, ni siquiera aproxim ativam en te. La tesis más fuerte (R I I ) , en cam­
b io , es m u cho más am biciosa al afirm ar no sólo la perm anencia de
la referencia, sino además la posibilidad de determ inarla, al menos
aproxim ativam ente, es d ecir, de o b te n er un conocimiento o b jetiv o de
ella. En una palabra, (R I) y (R I I ) representan, respectivam ente, las
elu cid aciones sem ánticas de las in tu iciones de partid a: «E xisten otras
cosas además de m í m ism o» y «E xisten otras cosas además de mí
m ism o y sé cuáles son ».
A la versión más débil de realism o referencial la podem os califi­
car de «realism o pu ram ente o n to ló g ico » (se sob reentiend en los ca­
lificativos « cien tífico » y «sem á n tico » ), pues sólo expresa un com ­
p ro m iso o n to ló g ico (o , m ás exactam en te, o n to sem á n tico ), a saber,
el postulado de que hay cosas «ahí fuera» independientes de nuestro
aparato conceptual y a las que pueden referirse nu estros conceptos,
sin que se presuponga la m en or garantía de que las cosas a las que
creemos que se refieren nu estros co n cep to s sean las realmente exis­
tentes. E sto no es sin o una fo rm a sem ánticam en te elaborada de la
añeja teoría kantiana acerca de los noum ena. P o r ello, y con perdón
de los m anuales de filo so fía, podría calificarse la p o sició n kantiana
de «realism o o n to ló g ico » , aunque ciertam en te no de «realism o epis­
tem o ló g ico ».
La tesis fuerte del realism o es la que añade, a la vertiente onto-
lógica, la ep istem ológica. E lla postula que no sólo hay cosas ahí
fuera, a las que pueden referirse nuestros co n cep to s, sino que, al
m enos en algunos casos, podem os saber cuáles son esas cosas. A esta
versión más com p rom etid a del realism o referencial es a la que cali­
ficarem os, en lo que sigue, de «realism o ep istem o ló g ico ». (Tam bién
la podríam os llam ar «o b je tiv ism o » , pero en aras de la uniformidad
term in ológ ica nos quedarem os con la prim era d en om in ació n .)
E n lo que sigue vam os a ocu p arnos p rim ero de ver con qué
problem as se enfrenta el realism o ep istem o ló g ico. E sos problem as
pueden sintetizarse alred ed or del eslogan m etacien tífico de 4a incon­
m ensurabilidad entre teorías cien tíficas, eslogan ad elantado, com o es
sabido, p o r K u hn y Fey erab en d de m aneras d istintas pero hasta
Problemas con el realismo 137

cierto p u n to análogas. A su vez, la tesis de la inconm ensu rabilid ad ,


al m enos en su p o rció n más d efend ible, es una con secu en cia natural,
com o tratarem os de m o strar, de otra tesis sem ántica surgida inde­
pendientem ente de ella en la d iscu sión filo só fica de las últim as d é­
cadas, a saber, el p rin cip io de la inescru tabilid ad de la referencia
postulado p o r Q u in e . D e m od o que, si Q u in e tiene razó n , en ton ces
también la tien en K u hn y F ey erab en d , al m enos en parte de lo que
sostienen; y esa parte es su ficiente para d ejar mal parado al realism o
epistem ológico. C la ro que podría ser que el p rin cip io de la in escru ­
tabilidad de Q u in e no fuera c o rre c to . E so es p o sible, aunque no lo
creo p ro bab le. L o s argu m entos que ha p resentad o Q u in e en diversos
de sus escrito s, esp ecialm ente en La relatividad ontológica 20, me
parecen con v in cen tes y aquí no voy a abundar en ellos. R em ito al
lector a d ich o lib ro . M i p ro p ó sito en las páginas que siguen con siste
sólo en p o n er de relieve la co n ex ió n profun d a que existe entre las
tesis de la inconm ensurabilid ad y la inescru tabilid ad , y el aprieto en
el que ponen al realism o ep istem o ló g ico . Para ello será n ecesario
tam bién precisar la propia tesis de la inconm ensurabilid ad y d efen ­
der su au tén tico sen tid o, inclu so al p re cio de apartarse un buen tre ­
cho de las ideas (m ás o m enos con fu sas) de sus adalides originales.

11.2.2. In c o n m e n su ra b ilid a d , in e sc ru ta b ilid a d y re a lism o


e p iste m o ló g ico

L a tesis de la in con m en su rabilid ad , tal co m o la en tiend o aquí, es


la exp resión de un m od elo ep istem o ló g ico o , más exactam en te, epis-
tém ico -sem án tico de exp licación de cierto s fen óm en o s que se m ani­
fiestan en el d esarrollo de la cien cia. L a tesis afirm a que entre ciertos
pares de unidades que solem os llam ar «teorías científicas» se da un
tipo especial de relación que K u h n y F ey erab en d califican de in co n ­
m ensurabilidad. E sta relación está destinada a exp licar hechos que
ocurren en la h isto ria de la cien cia cu an do se enfrentan dos teorías,
hechos identificables p sicoló g ica y so cio ló g ica m en te, los cuales K uhn
y F eyerab en d han d escrito en d etalle: cam b io s en la percep ció n del
m undo, fen óm en o s cu asi-relig iosos de con v ersió n , d iálogos de s o r­
dos entre los cien tífico s involu crad os, pred om inancia de estrategias
de persuasión y presión p sico ló g ica en d etrim en to de los argum entos

20 C f. Q uine [1 9 7 4 ].
138 Pluralidad y recursión

lógicos y em p írico s, etc. N o m e voy a d etener aquí en la cuestión


de averiguar hasta qué p u nto la d escrip ción dada p o r K u hn y Feye-
rabend de d ichos fen óm en o s es co rrecta ni tam p oco en la de si no
p odríam os hallar una alternativa a la tesis de la inconm ensurabilidad
para explicarlos. P resu p on g o , sin m ay o r argu m entación, que la tesis
de la inconm ensu rabilid ad , de ser cierta, explicaría d ich o s fenóm e­
n o s; pero la co n sid ero co m o una tesis co n un v alor epistem ológico
in trín seco cu yo con ten id o conv iene analizar y eventualm ente justi­
ficar co n independen cia de su utilidad p sico so cio ló g ica .
T a m p o co m e voy a d etener en una p recisión del co n cep to de
teoría involucrad o en la tesis. E n la T e rce ra P arte de este lib ro nos
ocu p arem os de precisar el co n c ep to de teoría cien tífica em pírica;
pero a efectos de la presente d iscu sión n o es necesario adelantarse
hasta allí. L o ú n ico que im p orta n otar es que cada teoría es una
unidad relativam en te bien id en tificable, que puede expresarse en al­
gún lenguaje d eterm inad o m ediante ciertos térm inos básicos (gene­
ralm ente pred icad os) aparte de con stan tes lógicas y m atem áticas.
Q u e dos teorías sean in con m en su rables significa en to n ces, en una
prim era ap ro xim ación , que la estru ctu ra sem ántica de sus lenguajes
respectivos y, en particu lar, de sus térm in os básicos es tan dispar
que no pueden esp ecificarse criterio s o b je tiv o s, neutrales, para pre­
ferir una teoría a la otra al nivel e p istém ico ; no d isp onem os de un
crite rio com ún a am bas, o al m enos neutral con resp ecto a ellas, que
perm ita d ecid ir, de acu erd o a los cánon es p ro p io s a cada teoría, cuál
de ellas es la que p ro p o rcio n a el verd ad ero co n o cim ie n to de la rea­
lidad, o al m enos el co n o cim ie n to más ap ro xim ad o. E n particular,
no hay criterio s ló g ico -m a tem á tico s ni em p íricos de validez general
para poder o bien d ed u cir una teoría de la otra, o bien garantizar
que una de ellas es verdadera y la o tra falsa, o al m enos que una de
ellas está m ejo r con firm ad a que la otra.
L a razón últim a de esta situ ación , según los adalides de la tesis
de la in conm ensu rabilid ad , es que en cada uno de los pares que
con stitu y en teorías in con m en su rables se da el fen óm en o de la diver­
gencia radical del sign ificad o («radical m eaning variance») entre los
térm inos básicos de am bas teorías. E sta divergencia es de tal natu­
raleza que no existe ninguna regla de trad u cció n com ú n m en te acep­
table para am bas teorías que perm ita pasar de un térm in o a otro
salva veritate. T o d a trad u cció n p ropuesta lo será siem pre desde el
pu nto de vista de una de las teorías en cu estión y será considerada
co m o una v iolació n sem ántica d en tro de la otra. In clu so cu ando en
Problemas con el realismo 139

ambas teorías aparece un m ism o térm in o , éste es el m ism o só lo des­


de el p u n to de vista fo n o ló g ico o filo ló g ico , pero no hay identidad
sem ántica y ni siquiera puede recon stru irse el co n ten id o sem ántico
del térm in o en una teoría a p artir del co n ten id o sem án tico de ese
térm ino en la o tra m ediante un p ro ced im ien to sistem ático exp licita-
ble. E sta tesis la han tratado de apoyar K u hn y F ey erab en d con
argum entos que podríam os d en om inar de «sem ántica h istó rica » ,
ejem plificados a su vez en casos co n c reto s de com p aración de té r­
m inos. P o r ejem p lo , han argüido que no hay ningún m o d o sistem á­
tico universalm ente aceptable de equiparar la expresión «m o vim iento
natural» tal co m o aparece en la d inám ica aristotélica y tal co m o
aparece en la d inám ica galileana, o que n o es p osible trad u cir ade­
cuadam ente la expresión «aire d eflo g istizad o » de la quím ica flog ís-
tica en el térm ino «oxíg en o» de la q u ím ica de L av o isier y D a lto n ,
ni tam p o co en un c o n stru cto más com p licad o que con ten g a este
últim o té rm in o ; a su vez, el «ca ló rico » de L avoisier no encuentra
ninguna con trap artid a aceptable en la term o d in ám ica, y finalm ente
«masa» en la m ecánica new tonian a no puede equipararse a «m asa»
en la teoría de la relatividad ni recon stru irse a p artir de ella.
E n general, el p rin cip io de la inconm ensurabilid ad establece que
los co n cep to s básicos de teorías d istintas no son in terd efinibles y,
en co n secu en cia, tam p o co es p o sible trad u cir co rrecta m en te los en u n ­
ciados de una teoría en los de la otra. D ad o que la relación de
traducibilidad, al m enos grosso m odo , debe ser una relación sim étrica
y tran sitiva, del p rin cip io de la divergencia sem ántica radical se des­
prende a fortiori que, al en fren tarn os a dos teorías que aparecen
com o in con m en su rables, no pod em os echar m ano de una tercera
teoría p o r así d ecir «neutral» (n o in con m en su rable con ellas), a la
cual las dos teorías p ro blem áticas sean trad u cibles, de m od o que, a
través de sus trad u ccio n es en esa tercera teoría, p odam os co n trastar
ind irectam ente los enunciad os de una teoría con los de la otra. Si
hubiera una tercera teoría tal, en ton ces p o r transitividad y sim etría
serían trad u cibles los térm in os y enun ciad os de la prim era teoría en
los de la segunda. P ero esto es lo que no es p osible según el p rin ­
cipio de la divergencia sem ántica radical. P o r lo ta n to , enfrentad os
a dos teorías in con m en su rables, si son realm ente tales, n o podem os
echar m ano de algún recu rso in d irecto , quizás una serie de teorías
interm edias, que p erm ita, aunque de m anera m uy com plicad a, a la
p ostre establecer una trad u cció n adecuada de. una teoría en la otra y
d ecidir así cuál de am bas es «la m e jo r» . Si la tesis de la in co n m en ­
140 Pluralidad y recursión

surabilidad es cierta, p o r m u cho que nos rom pam os la cabeza, la


búsqueda de la te o ría -á rb itro entre dos teorías será siem pre una qui­
m era. N o hay ningún criterio de d ecisión teórica universalm ente
válido o p o r lo m enos neutral resp ecto a dos teorías enfrentadas.
E sta co n clu sió n se ha interpretad o frecu en tem en te co m o la im­
posibilidad de em prend er cu alquier análisis lóg ico -ep istem o ló g ico
fundado de la relación entre teorías divergentes, co m o la im posibi­
lidad de com p aración m etod o lóg ica de teorías. P ero esta inferencia
es in correcta. Para verlo, conviene p rim ero hacer ciertas precisiones.
La tesis de la inconm ensurabilid ad no afirm a sim plem ente que
existen pares de teorías cu yo s térm in os básicos tienen significados
radicalm ente d iferentes. E sto sería una afirm ación trivialm ente ver­
dadera. Si dos teorías no tienen nada que ver entre sí, entonces
ciertam ente podem os d ecir que son in con m en su rables, pero serán
trivialmente in conm ensu rables. N ad ie se hu biera sorp ren did o si
K u hn o Feyerab en d hu bieran sostenid o que la m ecánica clásica de
partículas y la teoría m arxiana del valor son in con m en su rables, o que
existe divergencia radical del significad o en tre la term od in ám ica del
eq u ilib rio y la teoría freudiana de las neurosis. Si la relación de
inconm ensurabilid ad sólo estuviera con stitu id a p o r pares de teorías
co m o las m encionad as, en tonces la tesis de la inconm ensurabilidad
aparecería ciertam ente co m o m uy plausible, pero no co m o m uy in­
teresante. Su ú n ico p o sible interés estribaría en co n tra d ecir la opi­
nión de que existe una única teoría cien tífica de la cual se derivan
todas las dem ás. C re o que pocas personas estarían h oy día dispuestas
a su scribir esta op in ió n . E n cu alq u ier caso, la tesis de la in con m en ­
surabilidad que nos interesa d iscu tir im plica algo más fu erte que la
trivialidad de que la m ecánica de N e w to n y la eco n o m ía de M arx
no tienen nada que ver entre sí. L os ejem p los de teorías in con m en ­
surables que han dado K u h n , F ey erab en d y o tro s no son de ese tipo,
sino que se trata de teorías que aparentem ente tienen m u ch o que ver
entre sí, y pese a ello, son in conm ensu rables. P o r cierto que los casos
triviales de incon m en surabilid ad m uestran que esta n o ció n no puede
equipararse a la de disparidad total (co m o a veces se interpreta la
tesis de la in con m ensu rabilid ad ). C iertam en te, teorías que no tienen
nada que ver entre sí son in con m en su rables, pero la recíp ro ca no es
válida. Incon m en su rab ilid ad no im plica disparidad. P recisam ente los
casos interesantes de in conm ensurabilid ad son aquellos en los que
las teorías tienen algo im p ortan te que ver entre sí, son com parables
en algún sen tid o interesante (de lo co n tra rio no p od rían ser «riva­
Problemas con el realismo 141

les»). Q u e su n o ció n de inconm ensurabilid ad no excluye la de co m -


parabilidad lo han su brayad o exp lícitam en te tanto K u hn co m o F e -
yerabend; K u h n , por e je m p lo , d ice:

«La mayoría de lectores de mi texto han supuesto que, al hablar de teorías


inconmensurables, yo me refería al hecho de que no podían ser comparadas.
Pero "inconmensurabilidad”... no tiene esta implicación. La hipotenusa de
un triángulo rectángulo isósceles es inconmensurable con su cateto, pero la
una y el otro pueden compararse con cualquier grado de precisión requeri­
do. Lo que falta ahí no es la comparabilidad, sino una unidad de longitud
en términos de la cual ambos puedan medirse directa y exactamente» 21.

En térm inos parecidos se expresa F ey era b en d :

«Al usar el térm ino “inconm ensurable”... nunca inferí incomparabilidad...


Muy al contrario, traté de encontrar medios de com parar tales teorías. N a ­
turalmente estaba excluida una com paración por medio de su contenido o
verosimilitud. Pero ciertamente quedaban otros métodos» 22.

H a y pues en las teorías in conm ensu rables que interesan a K u hn


y Fey erab en d algo en co m ú n , que perm ite la co m p aració n , aunque
no queda nunca claro en estos autores en qué estriba la com unidad
supuesta; sus ilu straciones a este resp ecto son oscuras o dudosas
(com o m uestra el ejem p lo ku h niano del triángulo rectán g u lo). En
cualquier caso, para que la tesis de la inconm ensurabilid ad se to rn e
interesante d eberem os form u larla así:

(T il) E xisten pares de teorías in con m ensu rables y com parables.

Y para que podam os d iscu tir su plausibilidad d eberem os indicar


de m anera más precisa de co m o lo han h ech o sus p artid arios hasta
ahora en qué con siste el elem en to com ú n a dos teorías in co n m e n ­
surables que perm ite establecer com p aracion es in teresan tes; es d ecir,
debem os tratar de precisar la n o ció n de inconmensurabilidad com­
parable , y hacerlo de tal m od o que, p o r un lado, ( T i l ) resulte in ­
trínsecam en te co h eren te y plausible, y p o r o tro , cu bra (la m ayoría
de) los ejem plos h istó rico s de pares de teorías in conm ensu rables que
se han señalado.

21 Kuhn [1 9 7 6 ], p. 365.
22 feyerab end [1 9 7 7 ], p. 191.
142 Pluralidad y recursión

¿E n qué con siste el elem en to com ún de teorías inconm ensura­


bles? E n un sen tid o trivial está claro que dos teorías cualesquiera
tienen algo que ver entre sí, p o r ejem p lo , el hecho de ser teorías; o
si se quiere una trivialización m enos brutal, podríam os d ecir que la
m ecánica new toniana y la econ om ía m arxiana por supuesto que tie­
nen algo interesante en com ú n , a saber, el h aber sido am bas elabo­
radas en E u ro p a. Q u iz á s para alguien que estudie los condiciona­
m ientos geográficos del su rgim ien to de teorías puede ser éste un
dato im portante. P ero obviam ente no es el m ism o sen tid o en que la
m ecánica new toniana y la relativista parecen tener algo en com ún.
O tra propuesta p osible es que la relación interesante que debe
existir entre las teorías incon m en su rables es que la una sucede his­
tó ricam en te a la otra. P ero esto tam bién es dem asiado p o c o ; pues la
sucesión cro n o ló g ica de teorías es asunto aleato rio. L a econom ía
m arxiana surgió aproxim ad am ente p o r la m ism a época (los años 40
del siglo pasado) en que su cu m b ió definitivam ente la teoría del ca­
ló ric o ; no direm os p o r ello que la teoría del calórico y la econom ía
m arxiana form an un par metodológicamente interesante de teorías
inconm ensu rables.
T am b ién es a todas luces in su ficiente restring ir el elem ento co­
mún a dos teorías com p arab lem en te inconm ensu rables a cierta iden­
tidad term in ológica. Es verdad que en la astronom ía ptolem aica y
en la cop ern icana aparece la m ism a palabra «planeta», y a las m ecá­
nicas new toniana y relativista es com ún el térm in o «m asa»; pero no
es m enos cierto que los térm inos «d uración» o «tiem po» son térm i­
nos básicos tanto de la m ecánica new ton ian a co m o de la teoría del
valor de M arx, y la palabra «eq u ilib rio» aparece de m anera central
lo m ism o en las exp o sicion es de la term o d inám ica que en las del
psicoanálisis. A dem ás, seguram ente hay teorías inconm ensurables de
las que intuitivam ente supon d ríam os que son com parables y que no
revelan ninguna com unidad term in ológ ica entre sus térm in os bási­
cos. E ste crite rio pues no nos sirve tam p oco para d eterm inar la com -
parabilidad que buscam os.
Se dirá que para qué dam os tantos rodeos cu ando tenem os a
m ano la respuesta adecuada: lo que tienen en com ún las teorías que
suponem os com p arables e in conm ensu rables es que, a pesar de serlo,
se refieren a lo m ism o, se ocupan de la m ism a parcela de la realidad.
La teoría de P to lo m e o y la de C o p é rn ic o se refieren a lo m ism o: a
m ovim ientos p lan etario s; la teoría del ca ló rico y la term odinám ica
se refieren a lo m ism o : a fen óm en o s té rm ico s; la m ecánica new to-
Problemas con el realismo 143

niana y la relatividad se refieren a lo m ism o : a m o vim iento s de


partículas... E s p o r eso que aquí la inconm ensurabilid ad es un hech o
notorio y sorp ren d en te: a pesar de que se refieren a lo m ism o, los
significados de los térm inos respectivos en am bas teorías no sólo son
distintos, sin o que ni siquiera son sem án ticam en te in terrelacion ab les.
¿Puede un incon m en su rabilista con secu en te d ecir esto? ¿P ued e
alguien sostener coh eren tem en te el p rin cip io de la divergencia se­
mántica radical y a la vez afirm ar la identidad de ám bitos de refe­
rencia en una y otra teoría? Parece que K u hn y Fey erab en d a veces
están d ispuestos a hacer estos m alabarism os sem án ticos. P o r e je m ­
plo, F ey era b en d , en un pasaje en donde trata de argum entar en favor
de su p rin cip io de la divergencia sem ántica, habla de dos teorías T
y T ' que no se pueden p on er en relación lógica, a pesar de que
«ambas son em píricam ente adecuadas d en tro del d om inio D » 23.
Pero, ¿cuál es ese d om in io D que hace em píricam ente adecuadas a
ambas teorías incon m en su rables? Si D viene d escrito en la teoría T ,
y si T y T ' son realm ente in con m en su rables, en ton ces jam ás ten d re­
mos ninguna garantía de que cu alq u ier expresión de T ', p o r c o m ­
plicada que sea, se refiera al m ism o D en cu estión . Y una tercera
teoría, una te o ría -á rb itro , d en tro de la cual D esté bien acotad o,
tam poco puede existir p o r las razon es ya señaladas. E l pasaje citad o
de Fey erab en d es sim ple y llanam ente in coh eren te con sus co n c ep ­
ciones generales. Si a [7", 7*'] se aplica la divergencia sem ántica ra­
dical, en ton ces no se puede hablar de ningún D que sea el d om inio
de aplicación o referencia com ú n de am bas teorías.
E n el Postcript de 1969, K u h n va aún m ás allá en sus con cesion es
y asegura que, en general, será p o sible d istinguir, en tre dos teorías
inconm ensurables, cuál es la más «progresiva» atendiendo al h echo
de que una de ellas hará p red iccion es más exactas que la o tra :

«Al considerar dos de estas teorías, escogidas desde puntos que no sean
demasiado cercanos a sus orígenes, debería ser fácil elaborar una lista de
criterios que permitieran a un observador imparcial distinguir, en cada pe­
riodo, la teoría anterior de la más reciente. Entre los criterios más útiles
estaría el de exactitud en la predicción, en particular en la predicción cuanti­
tativa» 24.

-M I eyerabend [1 9 6 2 ], p. 75.
Kuhn [1 9 6 2 ], p. 122.
144 Pluralidad y recursión

A h ora b ien, está claro que sólo podem os aplicar este criterio de
pred ictibilid ad si las pred iccion es en uno y o tro caso se hacen sobre
los m ism os o b je to s , de lo co n tra rio la com p aración en la exactitud
de las p red icciones no tend ría ningún sen tid o : nuevam ente necesita­
m os un d om in io com ún para am bas teorías, que só lo puede ser des­
crito p o r una tercera teoría, cu ya existen cia, según la tesis de la
inconm ensu rabilid ad , es im p osible.
A n te estas in coh erencias es p o sible que alguien pierda la pacien­
cia y co n clu y a que ellas m uestran q u e, a fin de cu entas, no hay que
to m ar la tesis de la inconm ensurabilid ad m uy en serio , que ella no
es más que un m odo exagerado de d escrib ir ciertos cam b io s semán­
ticos m enores que ocu rren de vez en cu ando en la historia de la
ciencia. Se podría argüir que si inclu so los cam peon es más famosos
de la tesis de la incon m en surabilid ad a la h ora de la verdad se ven
obligad os a adm itir que cu alq u ier par de teorías supuestam en te in­
conm en su rables T y T ’ se refieren a c ierto d om in io com ú n de ob­
je to s, en ton ces es que no hay que to m ar la tesis más que co m o una
h ip érbo le engañosa para sorp ren d er a incautos. U n crítico más be­
n evolente podría quizás ad m itir que lo ún ico que los inconm ensu-
rabilistas han h ech o plausible es que, en ciertos pares de teorías que
tienen el m ism o ám b ito de referen cia, o al m enos ám b itos aproxi­
m adam ente iguales, ocu rren cam b io s d rásticos en el modo com o se
d elim itan d ichos ám b itos. A cep tan d o la co n stru cció n debida a Frege
del significad o co m o un com p u esto de sen tid o y referen cia, podría
d ecirse que las teorías in conm en su rables lo son en cu an to al sentido,
p ero no en cu an to a la referencia. E l p rin cip io de d ivergencia sem án­
tica radical d ebería entenderse co m o p rin cip io de d ivergencia radical
en cu an to al sen tid o solam ente. D ic h o en una term in olog ía más tra­
d icional, la inconm en surabilid ad de las teorías inconm ensu rables se
aplicaría a las in ten sion es, no a las extensiones de los térm inos res­
p ectivos. C o n ello , a su vez, quedaría salvado el realism o sem ántico,
al m enos al nivel referen cial (que es el que nos interesa aquí), tanto
en su versión o n to ló g ica co m o inclu so en la ep istem ológica.
E sta in terp retación intensional de la tesis de la inconm ensu rabi­
lidad la haría p ro bab lem en te más aceptable para un gran nú m ero de
filó so fo s y cie n tífic o s; sin em bargo, co n ella perdería fuerza e interés
co m o m odelo de exp licación m etacien tífica. Pues si, sean cuales sean
los sentid os que los cien tífico s ad judican a los térm in os que usan,
su referencia es un ívocam ente d eterm inab le p o r to d o s, en ton ces bas­
taría co n cen trar la atención en ésta y d ecid ir así cu alq u ier c o n tro ­
Problemas con el realismo 145

versia so b re los relativos m éritos o d em érito s de dos teorías. Siguien­


do a F reg e, lo ú n ico que realm ente im p orta en un co n te x to cien tífico
es la referen cia. Si to d o lo que la tesis de la inconm ensurabilid ad nos
dice es que los aspectos n o -referen ciales del significad o en el cam b io
científico no son m u tuam ente trad u cibles, en ton ces tan to p eor para
tales aspectos.
A h ora bien, este extrem o d eb ilitam ien to de la tesis de la in c o n ­
m ensurabilidad a fu erza de q u erer hacerla plausible y coh eren te sería
totalm ente in ju sto con el esp íritu , y no só lo con la letra, de sus
proponentes. T a n to en base a los ejem p los h istó rico s traídos a c o ­
lación co m o p or los argu m entos generales ad ucid os, está claro que
los incon m en surabilistas pretenden p ro b ar que el paso de una teoría
T a otra 7 ' in con m en su rable con ella va acom pañad o de cam bios
drásticos en la referen cia, lo cual a su vez explicaría una serie de
fenóm enos p sicosociales que de o tro m o d o no serían explicables. A
nivel de los casos h istó rico s, los in con m en su rabilistas aducen, por
ejem plo, que en el paso de la astro n o m ía p to lem aica a la cop ern ican a
la referencia de «planeta» su frió cam b io s radicales y n o reco n stru i-
bles m ediante una regla de tra d u cció n : la T ierra , que antes estaba
fuera de la d iscu sión , se co n v irtió de repente en una instancia del
concepto «planeta», m ientras que la L u n a, que antes era un caso
paradigm ático de planeta, d esapareció de la exten sión de ese térm i­
no; y , lo que es más im p ortan te, desde el p u n to de vista de la as­
tronom ía p to lem aica, estos cam b io s habían de aparecer co m o a b so ­
lutam ente a rb itra rio s, ninguna regla o ley in telig ib le d en tro de la
astronom ía p tolem aica podía dar cu enta sistem áticam en te de esos
cam bios de referen cia, ellos sólo se volvían com p ren sib les p recisa­
mente si se adoptaba el pu nto de vista de la teoría rival. Se podría
replicar a este ejem p lo que, si bien aquí se dan cam bios en la refe­
rencia de «planeta», estos cam b io s no son tan radicales co m o p re­
tenden los in con m en su rabilistas, y a que sigue habiend o elem entos
com unes al ám b ito de referencia de am bas teo ría s; es decir, los ám ­
bitos de referencia de T y T ' serían D y D \ respectiv am ente, tales
que D fl D ' ^ A ; p o r ejem p lo, el o b je to llam ado en astronom ía
«Venus» sería un elem en to de D fl D ’. Se podría inclu so alegar que
ésta es la situ ación general en las teorías supuestam en te in co n m en ­
surables y que esta in tersecció n n o -v acía de los ám bitos de referencia
es ju stam en te el co m p o n en te co m u n ita rio que andábam os buscando
para d efin ir la inconm ensurabilid ad n o -triv ial. D o s teorías serían
com parablem ente in conm ensu rables siem pre que se d ieran:
146 Pluralidad y recursión

a) cam bios radicales en el sen tid o de sus térm in os respectivos;


b) cam bios en la referen cia de sus á m b ito s;
c) una in tersección n o-v acía de los ám bitos de referencia.

T e n ien d o en cu enta la co n d ició n c), podríam os siem pre comparar


efectivam ente los m éritos y d em éritos respectivos de dos teorías com­
parablem ente in conm en su rables co n resp ecto a la in tersección de sus
ám bitos de referencia y llegar así a ciertas decisiones fundadas en
criterio s ló g ico -em p írico s sob re cuál de am bas teorías es la mejor.
C laro que esta estrategia presupond ría que la parte n o com ú n de los
ám bitos de referencia respectivos es «m enos im p ortante» o «menos
significativa» que la in tersección com ú n para to m ar decisiones razo­
nables. Y esto es algo que los cien tífico s involucrados en esas teorías
pueden no estar dispuestos a aceptar de ninguna m anera.
A h o ra bien, aparte de este últim o detalle algo m o lesto , hay ob­
jecion es de más peso a este in ten to de relativizar la tesis de la incon­
m ensurabilidad.
E n prim er lugar, un análisis cu id ad oso de la referen cia de los
térm inos involucrados revelará p ro bab lem en te que la com unidad de
referencia es sólo aparente. Seguram ente n o es adecuado, ni desde
el p u n to de vista p to lem aico ni desde el co p ern ica n o , interpretar
«planeta» en am bos casos sim plem ente c o m o «cuerpo físico » o «par­
tícula». T al in terp retación sería característica del esquem a newtonia-
n o, algo que vino m u cho después. E l referen te de «planeta» tanto
en la astronom ía ptolem aica co m o en la cop ern ican a no es un objeto
cu alquiera, sino que habría de ser parafraseado co n una expresión
c o m o « e s fe r a -d e -tip o -x -q u e -s ig u e -u n a -ó r b ita -d e -tip o -z » . A hora
bien, las variables x y z de esta frase se interpretan de m anera to­
talm ente diversa en uno y o tro caso. E n P to lo m e o , x es una esfera
perfecta de cristal y z una ó rb ita con stru id a a base de ep iciclos, uno
de los cuales tiene co m o ce n tro la T ie rra ; en C o p é rn ic o , x es un
esferoid e parecido a la T ie rra y z es una ó rb ita con stru id a a base de
o tro s ep iciclos, uno de los cuales tiene co m o ce n tro un lugar cercano
al Sol. O b v iam en te, estos dos referentes son d istintos en todos los
casos. «V enus» se refiere a cosas d istintas en una y o tra teoría. Lo
que es com ú n a P to lo m e o y C o p é rn ic o n o son los referen tes de sus
térm inos b ásicos, sino p o r un lado el uso de ep iciclos, es decir, de
cierto instrum ental form al y p o r o tro ciertas ob servaciones en el
cielo n o ctu rn o . P ero las ob servaciones en general no so n *lo mismo
que los o b je to s de referencia. E s cierto que, en una noch e estrellada,
Problemas con el realismo 147

el astrónom o p to lem aico y el co p ern ica n o pueden asociar la m ism a


palabara «V enu s» a la m ism a estim u lación visual, o m e jo r d ich o , a
estim ulaciones visuales análogas. E n tal caso, podem os decir, sigu ien­
do a Q u in e , que «V enus» tiene el m ism o significad o estim ulativo
(•stimulus m eaning») para el p to lem aico que para el cop ern ican o .
Pero este significad o estim u lativo no es la referencia del térm in o
científico «el planeta V enu s» en una y o tra teoría, co m o se echa de
ver sim plem ente p o rq u e, tanto para el p to lem aico co m o para el c o ­
pernicano, el referente de «el planeta V enus» sigue presen te aun
cuando el cielo esté encapotad o y p o r tanto «V enu s» carezca de
significado estim u lativo. A n álogas con sid eracion es podrían hacerse
con resp ecto a los dem ás ejem plos h istó rico s de in co n m en su rab ili­
dades que se han p ro p u esto.
H ay , sin em barg o, un argu m ento más general y más ind epen ­
diente de in terp retacion es históricas, más o m enos p ro blem áticas, en
contra de la idea de que teorías com p arables deben tener siem pre
una referencia com ú n . E l argu m ento se basa en el p rin cip io de la
inescrutabilidad de la referen cia de Q u in e , asociado a otra tesis q u i-
neana fam osa, la de la in d eterm in ación de la trad u cció n . N o es éste
el lugar de exp o n er las ideas de Q u in e al resp ecto. Su propia argu­
m entación es sólida y, a mi p arecer, con v in cen te. B aste señalar las
consecuencias esenciales que pueden sacarse de ella y que son rele­
vantes para nuestra p ro blem ática 25.
C u an d o me co m u n ico con o tro individuo que usa mi m ism o
lenguaje, con tin u am en te parto de la hipótesis de que con las m ism as
palabras ese individuo se refiere a lo m ism o que y o ; pero esa h ip ó ­
tesis nunca puede ser plenam ente con firm ad a, pues la m era aquies­
cencia u o tro s sín tom as cond u ctu ales son insuficientes para d eterm i­
nar la referencia de una expresión. (D e m anera m uy gráfica ha e x ­
puesto Q u in e este p ro blem a co n su fam osa historieta del indígena
de una isla rem ota que usa la palabra «gavagai» siem pre que ve algo
que n o so tro s llam aríam os «un c o n e jo » ) 26. P od ríam os ir un paso
más allá y anotar que ni siquiera para m í m ism o hay ninguna ga­
rantía de que y o use cu alq u ier térm in o con la m ism a referencia ahora

25 A parte de los escritos del propio Q uine pertinentes al tema (Q uine [19 6 0 ] y
Quine [1969J sobre tod o) pueden consultarse dos antologías que contienen num ero­
sos ensayos sobre la semántica de Q u ine: D avidson & H intikka [1969] y A cero &
Calvo M artínez [1987].
26 C f. Q uine [1 9 6 0 ], C ap. 2, pp. 29 ss.
148 Pluralidad y recursión

que hace un año. Si no presuponem os la existen cia de un alma per­


m anente que sabe p o r in tro sp ecció n a lo que se refiere con un tér­
m ino en cu alq u ier m o m en to (hipótesis que supongo tan ajena al
lecto r com o a m í), en ton ces la su p o sición de que con «conejo» me
refiero ahora a lo m ism o que hace un año es tan p roblem ática como
la de que con ese térm in o ahora me refiero a lo m ism o que a lo que
se refiere el indígena rem oto con «gavagai». L os d atos conductuales
de que d ispongo son in suficientes para afirm ar esa identidad tanto
en un caso co m o en el o tro y el recuerd o in trosp ectiv o tam poco es
de fiar. N o s vem os así llevados a una form a extrem a de solipsismo
sem ántico que, natu ralm en te, no significa o tra cosa sino que la no­
ción de referencia, tom ada co m o algo ab so lu to , carece de sentido.
E sta es la con secu en cia que claram ente saca Q u in e en lu í relatividad
ontológicay y no creo necesario abundar en ella. La fijación de la
referencia de un térm ino sólo puede darse en fu n ción de la referencia
de o tro s térm inos. E n rig or, «referencia» es un pred icad o que se
aplica siem pre por lo m enos a dos térm in os. D ic h o aún de otro
m o d o , la referencia de un térm ino viene determ inada p o r su relación
co n o tro s térm inos d en tro de cierto m arco lingü ístico. Si cambiamos
de m arco lingü ístico y, en con secu en cia, de relaciones term inológi­
cas, p o r lo general cam biarem os de referencia. N o hay un punto de
vista supralingüístico ab so lu to desde el cual poder fijar la referencia
de cada térm ino con independencia de sus relaciones con otros tér­
m inos.
E stas con sid eracion es apoyan la tesis de la inconm ensurabilidad
de teorías. En las teorías cien tíficas, aún más claram ente que en el
uso del lenguaje co tid ia n o , la referencia de los térm in os es muy
sen sible a posibles cam b io s en las relaciones term in ológ icas, dado
que éstas aparecen fijadas m u cho más rígidam ente que en el uso
cotid ian o. Las relaciones m utuas entre « co n e jo » , «zan ah o ria», «sal­
tar» y «cazar» en un c o n tex to p re cien tífico son m u cho más elásticas
que las relaciones que tienen entre sí los térm in os «m asa», «posi­
ció n » , «instante» y «fu erza» en la m ecánica new toniana. P o r ello es
relativam ente más fácil e n co n tra r en el habla del indígena que usa
«gavagai» térm inos que aparenten estar relacion ad os con «gavagai»
de m o d o análogo a co m o nu estros térm in os «zanaho ria», «saltar» y
«cazar» están relacionad os con « co n e jo » . H ab rá pequeñas discrepan­
cias p ero, gracias a la elasticidad d en tro de nu estro p ro p io uso del
lenguaje, ellas no aparecerán co m o m uy significativas y , en conse­
cu encia, siguiendo el llam ado «p rin cip io de caridad» (que también
Problemas con el realismo 149

emplea Q u in e ) 27, pod rem os ad m itir, co n relativa buena co n cien cia ,


que «gavagai» y «co n e jo » tienen la m ism a referencia. N o ob stan te,
esto es lo que ju stam ente ya no pod em os hacer en el caso de dos
teorías cien tíficas divergentes. («D iv erg en tes» significa aquí que las
relaciones esenciales entre los térm in os básicos en una y otra teoría
son dispares.) Al pasar de la m ecánica new toniana a la relativista, las
relaciones entre «m asa», « p o sició n », «instante» y «fuerza» cam bian
tan sustancialm ente y, sob re to d o , tan claram ente, que no sólo no
tenemos ninguna garantía para pensar que la referen cia de «m asa»
es la m ism a, sino que tenem os buenas razones para pensar que esa
referencia ha cam biad o su stancialm en te, sea cual sea ella en un caso
y otro. E sta inferen cia está ju stificad a, rep ito, por el h echo ob v io de
que las relaciones term in ológ icas en las teorías científicas son m u cho
más específicas y precisas que en los lenguajes naturales, y p o r ello
la referencia de los térm inos es m u cho más sensible a los cam bios
en dichas relaciones.
A l com p arar dos teorías científicas distintas puede o cu rrir que
nos percatem os de que una de ellas actúa co m o m arco referencial
(aceptado p o r la com unid ad cien tífica) para la otra. E s decir, los
;érminos de una de ellas fijan (relativ am ente) la referencia de los de
la otra. P o r ejem p lo , al com p arar la m ecánica del sólid o rígido con
la m ecánica new ton ian a de partículas nos percatam os de que, desde
el principio de la evolución de la prim era teoría (co n E u ler), se
aceptaron enunciad os trad u ctores más o m enos co m o el sigu iente:
«cada sólid o rígido que exam in o en mi teoría en definitiva no es más
que un c o n ju n to de partícu las que tien en entre sí distancias m utuas
constantes». E s d ecir, la referen cia de «sólid o rígido» queda d eter­
minada desde el p rin cip io co m o la de un c o n ju n to de partículas a
distancias m utuas con stan tes. E n tal caso, no d irem os que las dos
teorías son in con m en su rables, natu ralm en te. O tr o caso análogo, aun­
que ligeram ente más co m p licad o , es aquel en que, dadas dos teorías
T i y 7*21 existe una teoría T0 que actúa de m arco referencial de
ambas, en el sen tid o indicad o. P o r ejem p lo , es plausible adm itir que
la m ecánica new tonian a de partículas p ro p o rcio n a un m arco referen ­
cial com ú n a los térm in os de la hidrod inám ica de fluid os ideales y
a los de la m ecánica del sólid o rígid o, hasta el pu nto de que podem os
aceptar que aml>as teorías tengan aplicacion es com unes (tu bo s rígi­

27 Q uine [1 9 6 0 ], p. 59.
150 Pluralidad y recursiói

dos en ro tació n , p o r ejem p lo ) sin que aparezca la m en or trazá de


inconm ensurabilid ad resp ecto de dichas aplicaciones.
E l p ro blem a, no ob stan te, es que este tru co de ad m itir una teoría
co m o m arco referen cial de otra que estam os com parand o con ella o
bien de otras dos que com p aram os entre sí, no siem pre es intrínse­
cam ente plausible o sim plem ente no es adm itido p o r los usuarios de
una y otra teoría. E n m uchos casos en que se intenta esa operación
lo que ocu rre es que la com unid ad cien tífica se divide en dos fac­
cio n e s: la que adm ite la in terp retación de los térm inos de una teoría
en fu nción de los de la otra y la que consid era esto co m o una fla­
grante violación sem ántica de carácter puram ente ad hoc o sencilla­
m ente absurda. Es cierto que, con frecu encia en tales ocasiones, una
de las facciones acaba por desaparecer — ya sea p or la m uerte física
de sus representantes o bien p o r su «m u erte esp iritu al», es decir,
p orqu e llega un pu n to en que nadie les hace caso. P ero este desen­
lace de la situación es una pura con tin g en cia histórica que no mo­
difica en nada el p ro blem a ló g ico de la inconm ensurabilid ad. Si los
partid arios de la teoría T x nunca adm iten la rein terp retació n de sus
térm inos en fu n ció n de T 2 porqu e son de la op in ión que la referencia
de esos térm inos es in com p atib le con la de los de T 2, entonces el
h echo de que esa gente acabe p o r m orirse no cam bia un ápice de la
inconm ensurabilid ad entre T f, tal como la entendían sus partidarios,
y T 2. La inconm ensurabilid ad entre la co n cep ció n religiosa azteca y
la cristiana no queda resuelta p or el h ech o de que los cristianos
p rim ero interpretaran a los dioses aztecas co m o «d em onios» y luego
exterm inaran o redujeran al silen cio a quienes no com partían esa
op in ión .
A sí, pues, dado el p rin cip io de la inescru tabilid ad de la referen­
cia, la tesis de la in conm ensurabilid ad sólo quedaría efectivamente
refutada si pudiera indicarse una teoría cien tífica que sirviera de mar­
co referencial universalm ente ad m itid o para todas las dem ás teorías
científicas pasadas y presentes. E sta especie de su p erteoría fijaría, a
través de la relación con sus p ro p io s térm in os, la referencia de todos
los térm inos de todas las teo ría s; y, en to n ces, m ediante relaciones
form ales p erfectam en te esp ecificables d en tro de la superteoría entre
esas referencias, podríam os establecer enunciad os de validez general
del tip o «el ám b ito de referencia de T x está inclu id o en el ámbito
de referencia de T 2» o bien «los ám bitos de referen cia de T\ y T2
se traslapan», etc. A h o ra bien, una su p erteoría con tales propiedades
no existe. La inexisten cia de tal su p erteoría es ciertam ente un hecho
Problemas con el realismo 151

empírico, pero de carácter tan ob v io y elem ental que adquiere casi


la fuerza de una verdad lóg ica. E n co n secu en cia, el p rin cip io de la
inescrutabilidad de la referencia ju n to co n el hech o de la inexistencia
de una su p erteoría referencial hacen de la tesis de la in con m en su ra­
bilidad, entendida en el sen tid o de in conm ensurabilid ad referencial
y no-trivial, un resultad o tan fu erte co m o pocas cosas en filo so fía
de la ciencia.
A hora b ien, la aceptación de la tesis de la incon m en surabilid ad
así precisada im plica un d uro golpe para el realista ep istem o ló g ico.
Ciertamente, la co n sta ta ció n de la incon m en su rabilid ad referencial y
no-trivial en tre dos teorías dadas T y T ' no im plica, co m o ya hem os
advertido más arriba, que no haya nada en com ún entre T y T f; sin
embargo, lo que puede haber en com ú n entre am bas teorías y que
permite com pararlas al nivel m e to d o ló g ico (lleván donos eventual­
mente a d ecid irn os p o r una teoría en vez de p o r la o tra) no es nada
que pueda satisfacer al realista. V eam os esta situ ación más de cerca
con un ejem p lo. L a com parabilid ad de la astro n om ía cop ern ican a
con la p tolem aica, p ongam os p o r caso, se resum e en que tanto el
astrónomo p to lem aico co m o el cop ern ican o m uestran un c o m p o r­
tamiento cien tífico sim ilar, el cual en p rin cip io apoya la hipótesis de
que están su jetos al m ism o tip o de estim u lación sensorial y hacen
uso del m ism o instrum ental form al (la geom etría euclídea y sus «d e­
rivados»): en una noch e estrellada puede que am bos levanten la ca­
beza y señalen hacia un p u n to lu m in oso en el cielo , exclam and o al
unísono: « ¡A h í está V e n u s !» ; a renglón seguido, puede que hagan
el m ism o tip o de cálculos y d ib u jen figuras geom étricas análogas
(epiciclos, p o r ejem p lo) sob re el papel. Y la lógica form al que im ­
plícita o exp lícitam en te sigan en sus inferen cias será m uy p resu m i­
blemente la m ism a. T o d o eso es co m p atib le con la in co n m en su rab i­
lidad que hem os supuesto entre am bas teorías. P ero nada de eso, ni
los estím ulos sensoriales com u n es o an álogos, ni su elab oración m e­
diante los in stru m en tos com p artid o s de la lóg ica, el cálcu lo y la
geometría, puede co n stitu ir la referen cia de los térm in os com unes a
ambas teorías (p o r ejem p lo , del térm in o «planeta»), al m enos de
acuerdo a las co n v iccio n es más básicas del realista. Id en tificar la
referencia de los térm in os cien tífico s co n los estím u los sensoriales
de un su jeto ob servad or, o co n los estím u los sensoriales más su
elaboración ló g ico -m a tem á tica , equivaldría ju stam en te a vender el
alma al d iablo para el realista sem án tico — equivaldría, en su fo rm a
radical, a un fen om en alism o al estilo del C arnap del A ufba u , y en
152 Pluralidad y recursión

su form a más aguada (al ad m itir «térm inos teó rico s» cu ya referencia
sólo en parte quedara fijad a p o r los estím u los sensoriales y su ela­
b o ració n ló g ico -m atem ática, quedando el resto « a b ierto » ) al empi­
rism o lógico co rrie n te y m o liente. A h ora bien, si hay algo en este
m undo que el realista sem ántico ab orrece en lo más profun d o de su
co razó n , es tanto el fen om en alism o co m o el em p irism o lógico. La
salida de fijar la referencia de los térm inos cien tífico s en base a es­
tím ulos sensoriales u otras entidades análogas dependientes del apa­
rato p ercep tor del ob serv ad or cien tífico está ab solu tam ente excluida
del h o rizo n te del realista. El p ro blem a es que la existen cia fáctica de
inconm ensurabilid ades referencialcs y n o-triviales entre las teorías
no parece d ejarle al realista e p istem o ló g ico , que quiere fijar y conocer
la referencia de los térm inos de una teoría dada Y, ninguna otra
alternativa.
La única salida viable para el realista sem án tico ante el fenómeno
de la in conm ensu rabilid ad , si no quiere acercarse peligrosam ente a
su enem igo a b o rrecid o , el em p irism o, co n siste en ton ces en abando­
nar la versión ep istem o ló g ica, y quedarse sólo con la versión onto-
lógica del realism o referen cial. Se trataría de adm itir que nunca te­
nem os la m en or garantía de co n o c e r el verdadero o b je to al que se
refieren los térm in os de las teorías cien tíficas que se suceden en la
h istoria, pero que al m enos podem os garantizar, b a jo ciertas condi­
cion es, que tales o b je to s existen y que, de algún m o d o , podemos
«aproxim arnos» a ellos.

I I.2 .3 . T e o ría cau sa l de la re fe re n c ia y re a lism o o n to ló g íc o

U n realism o sem ántico que sólo afirm ara la existen cia de objetos
independientes de las teorías que se refieren a ellos, sin la menor
garantía de que en el cu rso del «p rog reso cien tífico » nos acerquemos
a ellos, sería un realism o m uy p o b re. E n realidad, esa form a de
realism o sería apenas d istin guible de la teoría kantiana de los noú­
meno, — un pariente p o co grato al realista au tén tico . P o r ello, el
realista o n to ló g ico trata de e n co n tra r un aliado p o d eroso en el «con-
vergentism o» propugnad o p o r prim era vez p o r C h arles S. Peirce en
el siglo X I X 28, y que ha tenido am plia resonancia en la filosofía de

2S Las ideas de Peirce acerca del desarrollo de la ciencia se hallan esparcidas en


num erosos pasajes de su inmensa ob ra; cf. Peirce [1 9 3 6 /5 8 ], especialmente los tomos
2 y 7.
Problemas con el realismo 153

la ciencia de la actualidad 29. Se trata de la idea de que las teorías


que se suceden en la h istoria van con v erg iend o pau latinam ente hacia
la verdad; aun cu an do p o r el m o m en to no d ispongam os de teorías
del todo verdaderas, ellas son cada vez más verosím iles, se acercan
a un lím ite que podem os id entificar con la verdad absoluta. Esta
metateoría de la conv ergencia de las teorías cien tíficas sería sin duda
un buen co m p lem en to al realism o referen cial, que le daría a éste la
sal y pim ienta al garantizar la esperanza de que, si bien ahora no
conocem os los o b je to s a los que pretend en referirse las teorías cien ­
tíficas existen tes, en un fu tu ro más o m enos leja n o , en el que las
teorías hayan con v erg id o hacia una especie de Su p erteoría F in a l, los
llegaremos a c o n o c e r, o al m enos llegarem os a aproxim arnos a ellos
tanto co m o q u eram o s, pues serán los referentes de los térm in os de
dicha S u p erteo ría Final y ella será genuina y d efinitivam ente verda­
dera.
N o entrarem os aquí en una d iscu sión del con v erg en tism o , esta
extraña co n c ep ció n escatológ ica que tran sfiere a la h istoria de la
ciencia el co n c ep to de conv erg en cia p ro ced en te de la teoría de los
números reales y le da allí un inusitado giro cu a si-b íb lico . Se ha
puesto en duda 30 (co n razó n , a mi m o d o de ver) que pueda hacerse
legítim am ente tal trasp o sició n , aparte de que la n o ció n in trínseca de
verosim ilitud está plagada de d ificultad es técnicas y asunciones ad
hoc 31. Sin em barg o, éste no es ahora nu estro tem a. E stá claro que
el conv erg en tism o m eta teó rico puede hacer al realism o o n to ló g ico
desnudo más ap etitoso, pero p o r sí so lo el prim ero no im plica una
sem ántica u o n to lo g ía realistas: un su jeto fich tean o podría co n stru ir
una sucesión de teorías que convergieran hacia una Su p erteoría Final
(de co rte tan idealista co m o se q u iera), que fo rm alm en te cum plieran
todos los criterio s requ erid os p o r los conv ergentistas (p o r ejem p lo,
el requ isito de aum en to sucesivo del grado de verosim ilitu d , en el
sentido técn ico de esta n o ció n , el cual no im plica ningún c o m p ro ­
miso o n to ló g ic o ) y que, sin em barg o, no perm itieran ninguna infe­

29 Popper, M iller, N iiniluoto, O ddie son algunos de los autores actuales que
defienden diversas versiones del convergentism o. C f. Rivadulla [1985], para una ex­
posición sucinta y clara de las ideas de estos autores, así co m o , más recientem ente
Niiniluoto [1 9 8 7 ] y O ddie [1988].
30 Q uine, por ejem plo, en Q uine [1960J, p. 23
31 Para una reciente sinopsis de los diferentes intentos de elucidar form alm ente
la noción de verosimilitud y los problem as con que se enfrentan, véase Brink [1989].
154 Pluralidad y recursión

rencia acerca de la existen cia de entidades independ ientes de las teo­


rías m ism as, o del su jeto que las co n stru y e. E ste m o d elo es perfec­
tam ente co n ceb ib le d en tro del aparato té cn ico de la m etateoría con-
v ergentista; p o r lo tan to , independ ientem ente de la m ay o r o menor
plausibilidad del con v erg en tism o co m o esquem a d iacró n ico del de­
sarro llo cien tífico , esta d octrin a, con sid erad a p o r sí m ism a, no con­
lleva ningún argu m ento en fav or de la tesis realista. E s d ecir, si ya
creem os en el realism o o n to ló g ic o , el co m b in a rlo con el convergen­
tism o puede hacer al p rim ero m enos pálid o, más esp eran zad or; pero
si sólo d isponem os del co n v erg en tism o , no p od em os in ferir la vali­
dez del realism o o n to ló g ico .
L o que está en cu estión pues es el realism o o n to ló g ico a secas,
es decir, la tesis de que tenem os buenas razones para creer que los
o b je to s referenciales de los principales térm in os de las teorías cien­
tíficas, aun cuando éstas sean n o -triv ia lm en te inconm ensurables en­
tre sí, están d eterm inad os (« ex isten » ) co n independ encia de dichas
teorías y sus usu arios, y sea cual sea el m od elo más adecuado de
representación d iacrónica de la ciencia. ¿ Q u é razones podem os tener
para aceptar esta tesis?
D ada la naturaleza de la cu estió n , esas razo n es, caso de existir,
no pueden ser sino de índole sem ántica general. E s d ecir, si dispu­
siéram os de un m ecanism o sem án tico m uy fundam ental para anclar
firm em ente los térm in os del lenguaje cien tífico (al m enos algunos
térm inos singulares y p red icad os) en los designata a los que supues­
tam ente se refieren con independ encia de to d o c o n te x to te ó rico , en­
tonces podríam os afirm ar que son estos designata los que constitu­
yen la realidad o cu lta y perm anente, en cu alq u ier caso transsubjetiva
y tran steó rica, que andam os buscand o. La perm anencia de los ob­
jeto s referenciales garantizada por tal m ecanism o sem án tico a pesar
de to d o cam b io cien tífico aunada a la m etateoría conv ergentista que
sostiene que d icho cam b io sólo puede co n sistir en acercarse cada vez
más a la d escrip ción teórica co rrecta de aquellos o b je to s , haría del
realism o o n to ló g ico una hipótesis fuerte e interesante. ¿E xiste tal
m ecanism o de anclaje sem ántico tra n steó rico ? O m e jo r d ich o : ¿E xis­
ten argum entos con v in cen tes en fav or de la su p o sición de ese m eca­
nism o?
La argu m entación más elaborad a y aguda que c o n o z c o en favor
de la existen cia de un m ecanism o tra n steó rico de fija ció n referencial
p roced e de la llam ada «teoría causal de la referen cia», defendida por
K rip k e, Putnam y B o y d , entre o tro s. E n p rin cip io , podría adelan­
Problemas con el realismo 155

tarse la teoría causal de la referencia co m o en foq u e pu ram ente se­


mántico d en tro de la filo so fía del len gu aje, independ iente de cu al­
quier co m p ro m iso o n to ló g ico co n el realism o. Sin em barg o, ésta
parece ser una posibilid ad m eram ente form al y , al m enos en el caso
de los autores m en cion ad os, es clara la tendencia a co m b in ar sus
consideraciones sem ánticas con una o n to lo g ía realista o a in stru m en -
talizar las prim eras para fu nd am entar la segunda. E n lo sucesivo,
cuando tratem os de la teoría causal de la referen cia se so b re en te n ­
derá que nos referim os a aquellas versiones de la m ism a que clara­
mente adoptan un co m p ro m iso realista 32.
La teoría causal de la referen cia es, en realidad, un con g lom erad o
de diversos supuestos y argu m entos o n to sem á n tico s; pero para la
búsqueda de un m ecan ism o de an claje referencial la idea más rele­
vante es que la referencia de un térm in o cu alquiera — caso de que
éste deba tener alguna— , ya sea del lenguaje co tid ian o o bien del
científico, viene d eterm inada p o r una especie de acto bautism al, acep­
tado p o r la com unid ad lingü ística co rresp o n d ien te, efectuad o ante
cierto tipo de o b je to s de nu estra experien cia. A este acto lo describe
Putnam unas veces co m o «cerem on ia de d en om in ació n » 33, otras
como «evento in tro d u cto rio » (de un térm in o , se entiend e) 34. (P o r
cierto que esta vacilación en la term in o lo g ía em pleada es sin tom ática
de la in d efin ició n en que P utnam y K rip k e, con scien tem en te o n o ,
dejan un elem en to p o r lo dem ás tan im p ortan te de su teo ría .) En
cualquier caso, la idea de P u tn am , K rip k e y sus seguidores es que
con sem ejante acto vo lu n tario pod em os fija r la referencia de un té r­
mino, aun cu ando d esco n o zcam o s o estem os to talm en te equ iv oca­
dos respecto a las propiedades que posee el o b je to referencial. A sí,
por ejem p lo , alguien in tro d u jo alguna vez el térm ino «agua» para
designar el o b je to causante de cierto tip o de experiencias visuales,
táctiles, e tc., y aun cu ando en el m o m en to de la in tro d u cció n del
término se tuvieran las ideas más peregrinas acerca de lo que «real­
mente» es el agua (y no se supiera, entre otras cosas, que resulta de
la co m b in a ció n de dos áto m os de h id róg en o con uno de oxíg en o ),

32 E n tre los escritos pertinentes de los autores m encionados se cuentan: Kripke


[1980], especialmente su « L ectu re I » ; Putnam [1 9 7 3 ]; Putnam [1 9 7 5 ]; Putnam [1 9 8 1 ];
Boyd [1 9 8 3 .]
33 C f. Putnam [1 973J, p. 64.
34 C f. Putnam [1 9 7 5 ], p. 2 00.
156 Pluralidad y recursióo

el evento in tro d u cto rio m ism o fijó el o b je to referencial de una vez


p o r todas y co n total independencia de nuestras creencias y teorías
acerca del agua. In clu so si el «progreso cien tífico » nos condujera en
el fu tu ro a abandonar la idea de que el agua es H 2G , aquello que
designa el térm ino «agua» seguiría siendo lo m ism o y existiría con
independencia de la H um anidad y sus teorías. A través del acto
bautism al, tal co m o lo im aginan K rip k e y P u tnam , la referencia per­
m anente de los térm in os se tran sm ite de generación en generación,
más allá de cu alq u ier revolu ción cien tífica. E sta referen cia constituye
precisam ente la realidad tran ssu bjetiva. A la gente se le entrega, gra­
cias al evento in tro d u cto rio , un teso ro , aun cuando nunca vaya a
saber lo que el teso ro realm ente co n tien e (o a lo sum o lo sepa sólo
con el ad venim iento de la S u p erteo ría F in al, a la que todas las pre­
cedentes convergen).
La teoría causal de la referencia co m o enfoq u e ontosem ántico
destinado a fu nd am entar el supuesto de una realidad translingüística
y p or tanto tran ssu bjetiva tiene el estatu to de una hipótesis cuasi-
em pírica, que goza prima facie de cierto grado de plausibilidad, dado
que articula determ inadas intu icion es básicas presistem áticas que te­
nem os acerca de la fu nción del lenguaje. P ero su plausibilidad se va
disolviendo a m edida que som etem os a u lterior exam en sus presu­
po sicio nes tácitas, en particu lar el aspecto «baptista» del mecanismo
de anclaje referencial. La hip ótesis de los actos bautism ales como
m ecanism os referenciales es a lo sum o plausible para térm in os de un
tipo m uy especial, a saber, nom bres p ro p io s de person as. N o es por
casualidad que los argum entos más fu ertes que K rip k e ha aportado
en fav or de la invariancia referencial a pesar del ca m b io epistémico
estén basadas en ejem p los de n om bres prop ios co m o «M oisés»,
«A ristó teles» y « N ix o n » . Según K rip k e, la referencia de «A ristóte­
les» seguirá siendo la m ism a inclu so si tod a la in form ació n que aso­
ciam os ahora a este n om bre (a saber, que se trata de un filósofo
griego del siglo IV a .C ., que nació en E stag ira, que fue discípulo de
P lató n y m aestro de A lejan d ro M ag n o , e tc .) resultara ser errónea.
La razón sería que «A ristó teles» se refiere a la persona bautizada así
en algún m o m en to dado y cu y o n om b re se ha ido tran sm itiendo de
generación en generación hasta la actualidad, a pesar de que las des­
crip cion es correctas que se hayan h echo alguna vez de esa persona
se hayan ido perd iend o en el largo cam ino h istó rico y sólo hayan
quedado las in co rre cta s... E l m ism o A ristó teles pudo no haber na­
cido de facto en E stagira, pudo no haber vivido en el siglo IV. a.C .,
Problemas con el realismo 157

pudo no h aber sido d iscípulo de P la tó n , etc. N o habría co n tra d ic­


ción lógica o concep tu al en supon er esto , nos diría R rip k e.
A hora b ien, inclu so en el caso de los n om bres prop ios de p er­
sonas la teoría kripkeana puede em pezar a h acérsen os algo p ro b le ­
mática si ob servam o s que su plausibilidad depende de la aceptación
(no explícita en el p ro p io K rip k e) de una determ inada antrop olog ía
metafísica: las personas serían entidades perm anentes cuya identidad
no dependería en ab so lu to de có m o sean descritas o con o cid as por
otros. Si creem os en almas ocu ltas u o tro s «fantasm as en la m áq u i­
na» (para em plear la frase de G ilb e rt R y le ), esta prem isa nos p are­
cerá natural. P ero a partir del m o m en to en que la identidad personal
no se co n c ib a ya en la form a de un alm a u otra entidad análoga, la
premisa en cu estión aparecerá co m o bastante dudosa.
N o o b stan te, podem os d ejar a un lado la d iscu sión del caso tan
peculiar de los n om bres de personas. T ales térm in os n o ju egan, en
cualquier caso, ningún papel central en el d iscu rso de la ciencia. E n
cambio, si tom am os en con sid eración los térm inos básicos ca ra cte ­
rísticos de las teorías cien tífica s, o sea, en especial, los predicados y
los térm inos fu ncionales cu antitativ os (las «m agnitu des») — los ún i­
cos realm ente aptos co m o vehículos de in form ació n cien tífica gene­
ra liz a r e — , en ton ces la idea de un acto bautism al co m o p ro ced i­
miento para fija r la referencia aparece co m o irrem ed iablem en te abs-
trusa, a pesar de los repetid os esfu erzos de Putnam y B o y d , sob re
todo, para hacerla plausible tam bién en los casos de térm inos gene­
rales. V eo en dicha idea p o r lo m enos tres d ificultades m uy graves.

1. La co m p o n en te bautism al de la teoría causal de la referen cia


presupone la posibilid ad de p rin cip io de id en tificar las «ce­
rem onias de d en om inació n» para los térm in os en cu estión .
P o r su natu raleza, esta p resu p o sición tiene el carácter de una
hipótesis empírica a más no p od er — una circu n stan cia que,
cu rio sam en te, K rip k e , P utnam y com pañía pasan p o r alto.
En efe cto , esa hipótesis afirm a que, para cada térm in o c o n ­
siderado, existe en el espacio y el tiem po un suceso peculiar
que le co rresp o n d e, que es lo que Putnam llam a su «evento
in tro d u cto rio » (el b a u tiz o ); esto es una típica afirm ación em ­
pírica." Si q u erem os to m ar esta hipótesis en serio, entonces
d eberem os con trastarla em p íricam en te, y ello significa en este
caso em prend er una serie de detalladas y cuidadosas in vesti­
gaciones h istó ricas, etnológ icas y filo ló g icas, antes de co n s-
Pluralidad y recursión

tru ir nuestra sem ántica realista. P o r lo que sé, ni los repre­


sentantes de la teoría causal de la referencia ni nadie han
h echo el m en or in ten to en este sen tid o. E l program a de in- •
vestigación sería p o r lo dem ás in creíb lem en te am bicioso y
m uy difícil de llevar a térm in o. Para la gran m ayoría de tér­
m inos que usam os en nu estro lenguaje cotid ian o o científico,
un program a sem ejante nos retro traería necesariam ente hasta
los orígenes rem otos del lenguaje, o sea, hasta el Paleolítico.
A sí, p or ejem p lo, si alguien (co m o P utnam ) afirm a que la
referencia del térm in o «agua» viene fijad a m ediante una ce­
rem onia de d en om in ació n , en ton ces ha de estar en posición,
al m enos en p rin cip io y aproxim ativam ente, de d ecirnos cuán­
do y dónde tuvo lugar esa cerem on ia, o sea, cu ándo y dónde
se em pleó p or prim era vez una expresión filo ló g icam en te em­
parentada con la palabra castellana «agua». E llo im plica que,
si som os h on esto s, d eberíam os investigar el uso social de los
m edios de expresión de una lengua ind oeu rop ea extrem ada­
m ente rem ota e h ip o tética, surgida hace m ilen ios en algún
lugar de las estepas del A sia C en tral — una lengua, a la que,
desafortu nad am en te, se la ha tragado la oscu ra n och e de la
prehistoria de la H u m anidad . E sta desdichada consecuencia
m etod o lóg ica, inevitable si querem os co m p ro b a r en serio la
teoría causal de la referencia, nos con d u ce obviam ente muy
cerca de los lím ites de lo rid ícu lo o entra de lleno en la
cien cia -ficció n etn olin g ü ística. P ero hasta tanto la cerem onia
co rresp o n d ien te a «agua» (y a la m ayoría de los dem ás tér­
m inos de n u estro co n o cim ie n to em p írico ) no haya sido apre­
sada por nuestras investigaciones h istó rico -filo ló g ica s, la mera
afirm ación de su existen cia representa un d ogm a infundado
o una esp ecu lación ociosa. P o r su co n ten id o p ro p io , se trata
de una hipótesis claram ente em pírica, pero que es fundam en­
talm ente im posible de co m p ro b a r.
P o r o tro lado, puestos a especular sob re los orígenes de
los m ecanism os referen ciales, parece más plausible co n ceb ir­
los co m o parte del fen óm en o total del lenguaje, el cual, por
to d o lo que sabem os, no pro ced e p o r co n stru ccio n es repen­
tinas y atom izad as, .sino a través de p ro ceso s graduales y
globales. L a pregun ta: « ¿Q u ién fue el prim er individuo que
in tro d u jo el térm in o “agua” (o su ascendiente indoeuropeo)
y en qué o casión lo h iz o ?» — pregunta que d ebería'plantearse
Problemas con el realismo 159

el te ó rico causal de la referencia— p resu m ib lem en te carece


igualm ente de sen tid o que la p regu n ta: « ¿Q u ién fue el p ri­
m er individuo que em p ezó a hablar en castellano y en qué
ocasión lo h izo ?».
2. In clu so si ad m itiéram os la hip ótesis de que se dieron en al­
gún m o m en to eventos in tro d u cto rio s referenciales para la m a­
y oría de térm inos que usam os, es altam ente inverosím il su­
p o n er que la referen cia d eterm inada p o r esos eventos in tro ­
d u cto rio s — sea ella lo que sea— haya p erm anecid o invaria­
ble a lo largo de la h isto ria ; y esto es lo que más im portaría
a la hora de argum entar en favor del realism o sem án tico.
T o m e m o s, por ejem p lo, térm in os de la etnografía o de la
geografía (ind ud ablem ente disciplinas cien tífica s); pongam os
p o r caso, el pred icad o «m exican o» para cierto grupo étnico
o el n om bre « M éx ico » para el te rrito rio ocu pad o p o r esa
etnia. A un ad m itiend o que el térm in o «M éx ico » fue in tro ­
d ucid o repentinam ente p o r el acto bautism al realizado por
cierta tribu nahua hace varios siglos, es m uy d ifícil sostener
que la referencia de ese térm in o fue fijada de una vez por
todas p o r ese acto y ha p erm anecid o invariable desde e n to n ­
ces. E l te ó rico causal de la referen cia d ebería m o strarn os
có m o aquello a lo que se refería la prim itiva tribu nahua con
el térm in o «M éx ico » es lo m ism o que aquello a lo que nos
referim os hoy al usar este n o m b re, a pesar de que los p ri­
m itivos nahuas no sabían nada todavía acerca de la c o n stru c ­
ción del Im p erio A z teca , la C o n q u ista española y la G u erra
de T exas. N uevam en te b ord eam os aquí el rid ícu lo, y si no
q u erem os creer en algo tan d eletéreo co m o una «esencia na­
cional» eterna a la que se referiría la palabra « M é x ico » , la
hipótesis referencial se to rn a claram ente in sosten ib le.
Se o b je tará quizás que los n om b res de naciones o pueblos
con stitu y en un caso p articu lar y excep cion al. E l p ro p io K rip -
ke parece ser co n scien te hasta cierto p u n to de la in verosim i­
litud de su teoría en el caso de térm in os etn og ráfico s e in ­
tenta — de m anera forzad a y m uy p o co clara— «anclarlos»
en los n om bres p ro p io s de personas 35. P o r supuesto que
ningún etn ó lo g o , geógrafo o so ció lo g o serio adm itiría este

35 C f. Kripke [1 9 8 0 ], p. 50.
160 Pluralidad y recursión

tru co : en cu alq u ier estud io cien tífico sob re M é x ico , el pre­


dicado «m exicano» jugará sin duda un papel cen tral, pero no
así los n om bres p ro p io s de los m exicanos vivos o difuntos.
Sin em bargo, he escog id o este ejem p lo sólo p o r su carácter
sum am ente g ráfico. E n realidad, ob ten d rem os la m ism a clase
de resultado exam inand o térm inos más básicos de la ciencia.
T ó m ese el venerable térm in o «fu erza» que aparece en nues­
tros m anuales de física actuales. ¿F u e su referencia fijada de
una vez p o r todas al usar N e w to n el térm in o ‘vis’ en los
Principia , o al usarlo en sus m anu scritos de ju ventu d, o al
hablar G alileo de ‘i m p u l s u s o bien quizás los escolásticos
bajom edievales de ‘Ímpetus’} C u alq u ier decisión que tom e­
m os con resp ecto a estas op cion es será arbitraria 36. O bien
tóm ese uno de los ejem p los fav oritos de P u tn a m : el término
«electricid ad ». E ste au tor sostien e, de acu erd o a su teoría
causal de la referencia, que h oy día nos referim os con este
térm in o a lo m ism o que aquello a lo que se refirió Benjamín
Fran k lin en 1753 cu ando in tro d u jo este térm in o en sus es­
critos cien tífico s, a pesar de que F ran k lin y los físicos actua­
les tengan op in ion es bastante d istintas acerca de lo que sea
la electricid ad 37. A sí, pues, de acu erd o a P utnam , el evento
in tro d u cto rio co rresp o n d ien te al térm ino «electricid ad » tuvo
que o cu rrir en algún m o m en to de la vida de F ra n k lin . Pero,
¿p o r qué privilegiar aquí a F ra n k lin ? A m enos que llevemos
nuestra anglofilia a extrem os insospech ad os, no deberíam os
olvidar que el térm in o inglés «electricity» no es a priori mejor
candidato para fija r la referencia que su pariente francés «élec-
tricité». A h ora bien , este últim o fue ya usado sistem ática­
m ente p o r D u Fay en su tra b a jo cien tífico veinte años antes
que F ranklin 3S. C la ro que la teoría de D u F ay sob re aquello
a lo que se refiere «électricité» era bastante d istinta de la

u’ Vcase, por ejem plo, W olíf |I978|. liste estudio muestra de manera particular­
mente perspicua com o puede trazarse una línea de desarrollo ideográfico desde el
ím petus de la Antigüedad tardía (o incluso antes) hasta el concep to new toniano de
fuerza, sin que por ello deba admitirse un «objeto-fuerza» perm anente com o causa
de esc desarrollo histórico. Tal supuesto representaría una grotesca deform ación de
la historia de la m ecánica.
37 C f. Putnam [1 975J, pp. 20 0 ss.
38 C f. Hund [1 9 7 8 ], p. 197.
Problemas con el realismo 161

teoría de F ran k lin so b re aquello a lo que se refiere «elcctri-


city»y p ero asim ism o ésta es m uy d istinta de la teoría actual
(o teorías actuales) so b re aquello a lo que se refiere d icho
térm in o , y en cu alq u ier caso, para el te ó rico causal de la
referen cia, esta últim a es inm un e a cu alq u ier tipo de cam b io
te ó ric o , una vez efectuada la cerem on ia inicial de d en om in a­
ció n . «B ien — puede replicar P utnam — 39, eso só lo d em uestra
que m e equ ivoqué en la fecha exacta del evento in tro d u cto rio
relativo a la electricid ad : la cerem on ia de d en om in ació n no
la llevó a cab o F ra n k lin alred ed or de 1750, sino D u F a y un
par de décadas an tes; no es im p ortan te quién llevó a cab o la
cerem on ia en cu estió n , sin o sólo que ella tuvo lugar e fe cti­
vam en te.» A h o ra b ien, el p ro blem a co n esta respuesta es que
no ten em os ninguna buena razón para d eten er nuestras p es­
quisas h istó rico -sem á n tica s relativas a la electricid ad con D u
F a y . E n efe cto , no es v ero sím il pensar que D u F a y haya
in tro d u cid o su térm in o «électricité» con to tal d esco n o cim ie n ­
to del h ech o de que ya los antiguos griegos habían em pleado
un térm in o filo ló g icam en te em parentad o («elektron») a la vis­
ta de d eterm in ad os fen óm en o s cu rio so s (p rin cip alm en te, efe c­
tos de fro ta ció n ), que revelaban cierta sem ejanza co n los que
D u F a y ob serv ó — o así lo c re y ó éste p o r lo m enos. P ero si
estam os dispuestos a llegar hasta la A n tigu a G re cia en bú s­
queda del evento in tro d u cto rio para la referen cia de «e le ctri­
cidad », ¿p o r qué no seguir hacia atrás hasta el m isterio so
pu eblo in d o eu rop eo origen de todas nuestras tribu lacion es
referenciales? N u evam en te aterrizam os en la cien cia -ficció n
filo ló g ica.
3. L a idea de que un térm in o , una vez in tro d u cid o , se refiere
a la m ism a entidad, cu alesqu iera que sean los accidentes h is­
tó rico s y te ó rico s que puedan afectar los m od os de d eterm i­
nar su exten sión (es decir, de d ecid ir sob re su aplicabilidad),
hace uso de la n o ció n m odal de designad or rígido 40. U n
d esignad or rígido es una expresión que, en caso de tener
alguna referen cia, designa la m ism a entidad en to d o s los m u n­
dos posibles. T íp ico s ejem p los de designadores rígidos según

39 Y así replicó de hecho a esta objeción en una discusión con este autor hace
algunos años.
40 C f. Kripke [1 9 8 0 ], p. 48.
162 Pluralidad y recursión

K rip ke serían los nom bres de personas. Su fam oso ejemplo


es el n om bre «R ich ard N ix o n » , el cual, según él, designaría
a la m ism a persona inclu so en un m undo p o sible en el que
el enunciad o «R ich ard N ixo n perd ió las eleccio n es de 1968*
fuera v e rd a d e ro 41. A h ora bien, el co n c ep to de designador
rígido aplicado a co n tex to s em p írico s es p ro b lem ático . Nue­
vam ente, parece plausible cu ando se aplica a nom bres pro­
pios de personas, y de ahí saca su fuerza el ejem p lo de R i­
chard N ix o n . P ero inclu so en este caso, un p o co de reflexión
y de co n o cim ie n to s de psicología nos deberían hacer dudar:
no está claro que un h om b re que, en un m u nd o posible, ha
ganado unas elecciones p resid enciales, pueda realm ente ser el
m ism o h om bre que, en o tro m undo p o sible, las ha perdido.
¿C u ál es el crite rio de identidad personal que nos permite
afirm ar tal cosa? S ó lo una co n c ep ció n ingenua y precientífica
acerca de almas o entidades parecidas nos p erm itiría suponer
que un «alm a» d eterm inada sigue siendo la m ism a tanto si
gana co m o si pierde unas eleccio n es. La idea de la «rigidez»
de «R ich ard N ix o n » está lejos de ser evidente. L a evidencia
resulta aún m en or cu ando se consid eran térm in os que no son
nom bres de seres hum anos. P o r d efin ició n , los designadores
rígidos tienen la m ism a referencia tanto en enunciad os con-
trafáctico s co m o en enunciad os válidos en el m undo actual.
P ero ju stam en te esta propiedad es algo que no podem os es­
perar que cum plan la m ay o ría de térm inos em p íricos. ¿Es
adm isible suponer que el térm in o «M éx ico » se refiere, en un
m undo p osible en el que « M éx ico ganó la G u erra de Texas»
es un enunciad o verd ad ero, a lo m ism o que aquello a lo que
se refiere en el m undo actual? ¿D iría m o s que, en un mundo
posible en el que el d esarrollo de la m ecánica después de
N ew to n no hu biera seguido el p rogram a new to n ian o sino,
pongam os por caso, el leibn izian o, el térm in o «vis» o «fuer­
za» se habría referido de todos m odos a lo m ism o que aque­
llo a lo que se refirió realiter en la historia de la física pos­
terio r a N e w to n ? E s m uy difícil d igerir una teoría sem ántica
co n consecu encias tan extravagantes.

41 Recuerdo al lector que N ixon ganó las elecciones a Presidente de los Estados
Unidos en 1968.
Problemas con el realismo 163

Las o b je cio n e s anteriores no pretenden ser refu tacion es d efin iti­


vas de la teoría causal de la referencia, pero creo que m uestran el
escaso grado de plausibilidad de esta teoría, esp ecialm ente en su
aspecto «baptista». N o es pues un buen auxilio para el realism o
o n tológico, ya bastante agobiad o con sus propios problem as com o
para que encim a tenga que arrastrar hip ótesis m uy dudosas acerca
de eventos in tro d u cto rio s, esencias referenciales eternas, designado-
res rígidos y toda la parafernalia de la teoría causal de la referencia.
El p roblem a, sin em barg o, es que m ientras se carezca de una teoría
sem ántica clara y plausible que garantice la posibilid ad de fija r una
supuesta referencia tran steó rica de los térm inos cien tífico s, el realis­
mo o n to ló g ico (p o r no hablar ya del ep istem o ló g ico ) seguirá en el
aire. Y , en tal situ ación , lo más razonable parece ser olvidarse de él
si querem os em prend er un análisis e p istém ico -sem á n tico adecuado
de las teorías cien tíficas.
A n te esta b an carrota del realism o en sus form as más interesantes,
el realista puede tratar de volv er a atrincherarse en la p o sició n m u ­
cho más cauta que hem os d en om inad o «realism o alético» al p rin ci­
pio del C ap . I I .2 .1 , y tratar de sacarle to d o el ju g o ep istem o ló g ico
que pueda. A d m itirá quizás que el realism o alético no cu bre las
intuiciones básicas del realism o ingenuo (la garantía de la existen cia
de o b je to s independientes del su jeto ), pero alegará que de todos
modos la n o ció n de verdad absolu ta es lo bastante fu erte co m o para
preservar el nú cleo de una visión realista del co n o cim ie n to . Puede
que arguya de la siguiente m anera: aun cu ando no puedo fu nd am en­
tar sem ánticam en te la existen cia de o b je to s referenciales indepen­
dientes de m í ni m u ch o m enos co n o ce rlo s, no o b sta n te, la in so ste-
nibilidad del relativism o dem uestra que hay verdades absolu tas, y si
hay verdades absolu tas, esto es un m o d o de d ecir que hay algo
independiente de m í, aunque un m o d o d istin to (y más débil) que la
afirm ación de la existencia de objetos independ ientes de mí.
P od em os con ced erle este pu nto al «realista» atrincherad o en su
últim o parap eto. E s decir, podem os con ced erle a este realista tan
debilitado que la estructura de nu estro aparato con cep tu al (esp ecial­
m ente cuando lo em pleam os para establecer enunciad os cien tífico s)
es tal que d ebem os ad m itir la existen cia de verdades absolutas si no
querem os caer en las in coh eren cias del relativista. N o ob stan te, h e­
cha esta co n c esió n , d eberem os hacerle n o ta r a nu estro am igo realista
que ese co n cep to de verdad absolu ta que hem os salvado y que pa­
rece tan altison an te, es algo con las tres propiedades sigu ientes: in ­
164 Pluralidad y recursión

d efinible, inaplicable y sin relevancia ep istem o ló g ica. Las páginas


que siguen tratan de p o n erlo de m anifiesto.

II.2 .4 . L a vacu id ad ep isté m ica de la n o c ió n de v erd ad

Las palabras co n las que G o ttlo b F reg e co m en z ó un ensayo des­


tinado a exp oner sus ideas fundam entales sob re lógica representan
una d eclaración lapidaria acerca de la esencia de la actividad científica:

«E l o b je tiv o del esfu erzo cien tífico es la verdad» 42.

A u nque Frege nunca llegó a p u blicar este escrito (red actad o proba­
b lem ente en la década de 1 880), ni lo in sertó en alguna otra obra
suya, el pathos alético que rezum a de esta d eclaración de principio
está en p erfecto acuerdo co n la filo so fía general que se filtra de su
o b ra publicada. E xp resad a de fo rm a ligeram ente m en os dram ática,
en con tram os la m ism a idea sob re la estrecha relación entre la em­
presa cien tífica y la verdad en otro s escrito s suyos m uy posteriores,
p o r ejem p lo, en «D er G edanke», una de cuyas p ro p o sicio n es inicia­
les reza: « D escu b rir verdades es la tarea de todas las ciencias» 43.
A lo largo de su carrera filo só fica , Frege m antuvo de manera
m uy decidida el p rin cip io de que la em presa cien tífica, a diferencia,
p ongam os p or caso, de la em presa artística o de la p o lítica , ha de
ser definida ju stam en te co m o aquel tip o de actividad hum ana cuyo
o b je tiv o últim o es el hallazgo de la verdad («die Wahrheitsfindung»)
y nada más que esto. Puede que el artista, el p o lítico y m ucha otra
gente estén interesad os, de vez en cu an d o , en averiguar la verdad
sob re algún a su n to ; no o b sta n te, lo estarán siem pre p o r razones
instrumentales , pues la verdad no es para ellos un fin en sí, sino sólo
un m edio para alcanzar la m eta que realm ente les interesa, digamos
la belleza o el p od er, respectivam ente. E l cien tífico genuino, en cam ­
b io , de acuerdo a la co n cep ció n fregeana, se caracteriza p o r no que­
rer nada más, ni nada m enos, que la verdad. I{n con secu en cia, hacer
ciencia, para F reg e, no es o tra cosa que em prend er la búsqueda de
* la verdad, y esto im plica más con cretam en te el in ten to de hallar el
m ay o r nú m ero posible de ju icio s que nos esté perm itid o afirmar

42 C f. Frege [1 9 6 9 ], p. 2.
43 C f. Frege [1 9 1 8 ], p. 342.
Problemas con el realismo 165

como verdaderos. P resu m iblem en te, a n o so tro s, p o bres m o rtales, no


nos sea jam ás dado en co n tra r «la verdad, tod a la verdad y nada más
que la verdad», pero sí podem os esperar en co n tra r «la verdad y cada
vez más de ella». L a cien cia sería el fru to de esta esperanza.
El d esarrollo cien tífico con sistiría p o r consig u ien te en la acum u­
lación de ju icio s verdaderos a lo largo del tiem po h istó rico , y las
instituciones cien tíficas (las U n iversidad es, los cen tro s de investiga­
ción, los la b o ra to rio s) serían algo así co m o cajas de ah o rro s, en c u ­
yas cuentas los sabios ahorrad ores irían ingresand o, siem pre que
pudieran, no más dinero o bienes m ateriales, sino riquezas in tan g i­
bles: unos cu antos ju icio s verdaderos m ás, los cuales deberían q u e­
dar d ep ositad os co m o heren cia para futuras generaciones. P o r aña­
didura, esos ah o rro s no se quedarían allí inerm es, sin o que co n sti­
tuirían un capital que trab aja, que, aun co n independ encia de nuevos
ingresos, se acrecien ta gracias al pago de in tereses, es d ecir, gracias
a las tran sform acion es lóg ico -m atem áticas a las que som etem os los
juicios verdaderos ya ingresados para o b te n er au tom áticam ente más
juicios verdaderos derivados de los p rim ero s. Y así d evendríam os
cada vez más ricos en verdades, las cuales perm anecerían en nu estros
ahorros aléticos a m enos que alguna catástro fe natural o social ex ­
terna a las in stitu ciones cien tíficas (p o r ejem p lo , la invasión de los
bárbaros, el ch o q u e de nu estro planeta con algún com eta despistado
o la b o m b a ató m ica) diera al traste con nu estros b an cos de ju icio s
verdaderos esp arcid os p o r el orb e.
La caracterizació n fregeana de la cien cia co m o actividad en cam i­
nada a la d etección de más y más ju icio s verdaderos en sí m ism a no
tiene nada de esencialm ente n ov ed oso. T a l co n c ep ció n es una ver­
sión m odernizad a de la episteme firm em en te enraizada en la A n ti­
güedad clásica, sob re to d o a p artir de la m ística epistem o ló g ica de
Platón; ella p ersistió a través de los siglos hasta nu estros días, y es
el fu nd am ento m ism o de lo que en páginas anteriores hem os ca lifi­
cado de «realism o alético». E lla parece ser el últim o dique in q u e­
brantable co n tra los em bates del relativism o.
A h ora b ien, una y otra vez a lo largo de esta carrera m ilenaria
en busca de la verdad, cien tífico s y filó so fo s han sido con scien tes de
que en co n trar verdades es un arduo n e g o cio , que son más d ifíciles
de hallar que pepitas de o ro en un río de A laska, y de que, además
y sob re to d o , no es o ro to d o lo que relu ce. Sin em barg o, el firm e
convencim iento de la m ay o ría de filó so fo s y cien tíficos es que, p o co
a p o co , y p o r difícil que ello sea, se encuentran algunas verdades a
166 Pluralidad y recursión

través del m étod o cien tífico . N e w to n exp resó este convencim iento
con la bella alegoría au tob iog ráfica del final de sus días, cuando
caracterizó la o b ra de su vida co m o la de un m u ch ach o jugando en
la playa y en co n tran d o a veces algún g u ijarro esp ecialm ente herm o­
so, m ientras el gran océan o de la verdad («the great ocean o f truth»)
se extendía fren te a él.
V ale la pena cita r sus palabras in extenso:

«N o sé cóm o apareceré ante el mundo; pero a mí mismo me parece haber


sido sólo com o un muchacho jugando a la orilla del mar y divirtiéndose al
encontrar de ve 7. en cuando un guijarro más fino o una concha más hermosa
que de ordinario, mientras el gran océano de la verdad se extendía ante mí
sin ser descubierto» 44.

A pesar de su aparente m odestia, esta alegoría p one de m anifiesto


dos supuestos tácito s, característico s n o só lo de la visión del mundo
de N e w to n , sino de m u chos o tro s cien tífico s y filó so fo s de la M o­
d ernid ad : el prim er supuesto es que, si el m u chacho ju gu etón se
espabila, siem pre en con trará efectivam ente conchas y guijarros más
h erm o so s que de o rd in a rio ; el segundo supuesto co n siste en dar por
sentado que el o céan o de la verdad se halla realm ente ahí enfrente,
esperando ser d escu bierto.
La co n cep ció n de la ciencia co m o b an co de verdades que se acu­
m ulan a través de un largo esfu erzo, tal co m o la p ro p on e F reg e, no
es pues una idea m uy n ovedosa ni original. La m ism a idea, o una
m uy parecida, se encu entra en la m ay o ría de los grandes pensadores,
filó so fo s y cien tífico s que se han ocu p ad o de la n o ció n de verdad,
antes y después de F reg e. Se hallará en P la tó n , A ristó teles, Santo
T o m á s, N e w to n , L eib n iz , B o lz a n o , R u ssell, E in stein , C h u rch y Pop-
per, p o r citar sólo a unos cu antos. L o que es original en F reg e, y lo
que ju stifica que hablem os de «co n cep ció n fregeana de la verdad»,
es la radicalidad y con secu en cia co n que él piensa hasta el fin esa
idea, radicalidad y con secu en cia que pueden co n d u cir, por un pro­
ceso intelectual que podem os calificar de «d ialéctico» si querem os,
a d etectar insuficiencias en el p ro p io c o n cep to de verdad en general
y , en con secu en cia, en la co n cep ció n de la ciencia derivada de él.
P o r ello vale la pena exam inar con aten ción la co n cep ció n de la
verdad esp ecífica de F reg e.

44 C ita tom ada de B rew ster [1 8 3 1 ], p. 338.


Problemas con el realismo 167

L o p rim ero que hay que ob servar con respecto a esta co n cep ció n
es que las verdades se d escu bren , n o se inventan, y que aun cu ando
no hubiera seres hu m anos, habría sin em bargo verdades, co m o ha­
bría igualm ente el O cé a n o de N e w to n . F reg e es bien claro al resp ecto :

«La tarea de la ciencia no consiste en un crear, sino en un descubrir pen­


samientos verdaderos» 45.

De ello se desprende lo segundo digno de notarse (y que a veces se


ignora en la actual filo so fía analítica), y es q ue, d en tro de una c o n ­
cepción perspicua de la verdad, ésta no puede ser prim ariamente una
noción lingüística. Kl lenguaje es algo cread o por los seres hu m anos,
y si rem itiéram os la verdad a ciertas propiedades de n u estro lengua­
je, haríam os de ella algo que se crea, ju stam en te, y no que se des­
cubre. P o r supuesto que pod em os aplicar la n o ció n de verdad a los
enunciados de algún lengu aje, y afirm ar, p o r ejem p lo, que las o ra ­
ciones «L a nieve es blanca» y «Schnee ist w eifi» son am bas verda­
deras; p ero ello es así sólo en un sen tid o vicario , p o rqu e am bos
enunciados, el castellano y el alem án, expresan la m ism a p ro p o si­
ción, a saber, la p ro p o sició n (co m o entidad tran slin güística) de que
la nieve es blanca, la cual, co m o tal p ro p o sició n no depende de
ningún lenguaje, es «anterior» y «p o sterior» a to d o lenguaje. L os
enunciados «L a nieve es blanca» y «Schn ee ist weiíS» son am bos
verdaderos porque expresan la misma verdad. A las p ro p osicio n es
com o entidades portad oras de verdad las llam a F reg e «pensam ien­
tos» («G edanken»), para p o n er en claro que n o se trata de entidades
lingüísticas; sin em barg o, esta term in olog ía es más bien d esafo rtu ­
nada, p orqu e la palabra «pensam ien to» evoca co n n o ta cio n es p sico ­
lógicas, que en este c o n tex to hay que evitar tanto o más que las
«lingüísticas». H ab larem o s pues en lo sucesivo de « p ro p o sicio n es» ;
ellas son entidades abstractas, en el sen tid o de que ni están lo ca liz a ­
das esp acio -tem p o ralm en te, ni son el co n ten id o de alguna m ente.
Todas las verdades son p ro p o sicio n es, p ero claro que no todas las
proposiciones son verdades; hay p ro p o sicio n es que son falsedades,
y quizás hay tam bién o tro s tipos de p ro p o sicio n es que no son ni
verdades ni falsedades, pero esta exó tica posibilidad podem os dejarla
a un lado en el presen te c o n te x to , p orqu e lo que interesa a la ciencia

45 C f. Frege [1 9 1 8 ], p. 359.
168 Pluralidad y recursión

es buscar p ro p osicio n es que sean verdades y evitar proposiciones


que sean falsedades.
L o tercero que hay que n o ta r es que el c o n ju n to de las verdades
de que aquí se trata es un c o n ju n to fijo , dado de una vez p o r todas.
Es el co n ju n to de p ro p o sicio n es a las que con propiedad puede apli­
carse el predicado «es verd ad ero». E ste c o n ju n to está dado de una
vez p o r todas en el sen tid o de que el cu rso de la H isto ria de la
H um anidad, sea cuál sea, e incluso el cu rso de la H isto ria del U ni­
verso desde el p rim er agujero b lanco hasta el ú ltim o agujero negro,
nada pueden cam biar en ese co n ju n to . L o que la H isto ria del Uni­
verso, la H isto ria de la H um anidad y en especial la H isto ria de la
C ien cia pueden cam biar, es la parte co n o cid a de ese co n ju n to — co­
nocida por alguien , en este caso p o r especím enes del género humano.
P ero la d eterm inación de este su b co n ju n to de verdades conocidas
nada tiene que ver con la d eterm in ación del c o n ju n to total. Si ma­
ñana estallara la guerra nu clear, es plausible pred ecir que, al cabo de
unos m eses, el co n ju n to de verdades con o cid as, al m enos en este
planeta, sería el c o n ju n to vacío. E l co n ju n to de las verdades, en
cam b io , no habría perdido ni uno solo de sus elem en tos y seguiría
siendo un co n ju n to en orm e. E l O c é a n o de N ew to n permanecería
ahí inm utable, m o stran d o su espléndida indiferencia hacia las tonte­
rías que haga el m u ch ach o con sus g u ijarros y con ch as. Ese consue­
lo, al m enos, siem pre nos quedará...
E sta idea la resum e F reg e en su ensayo sob re lógica a renglón
seguido de la afirm ación ya citada sob re el o b je tiv o de la ciencia,
con una d eclaración no m enos lapidaria que la an te rio r:

«L o que es verdadero, es verdadero independientemente de nuestra acepta­


ción» 46.

T re in ta años más tarde vuelve a en fatizar la m ism a idea.

«De aquello que yo acepto com o verdadero, de ello juzgo que es verdadero
con total independencia de mi aceptación de su verdad e incluso con inde­
pendencia de si pienso en ello. El ser verdadero de un pensamiento [ = de
una proposición] no incluye el ser pensado» 47.

Suele interpretarse este m anifiesto en favor de la solid ez granítica,

46 C f. Frege [1 9 69 ], p. 2.
47 Cf. Frege [1 9 1 8 ], p. 359.
Problemas con el realismo 169

cuasi-inhum ana, de la verdad co m o p ro d u cto del ferviente deseo de


Frege p o r d efend er la naciente lógica form al fren te a los em bates del
psicologism o tan en boga en su época y representado parad igm áti­
camente por Jo h n Stu art M ili. Para los p sicolo g istas, la lógica co m o
disciplina cien tífica no podía ser o tra cosa sin o el estud io de las leyes
empíricas (p sicológ icas) que rigen el m o d o co m o la gente piensa de
hecho, aquí y ahora. F ren te a esta co m p ren sió n de la tarea de la
lógica, tan difundida en la segunda m itad del siglo X I X , F reg e, ya
antes que F lu sserl, es el p rim er lóg ico en em prend er un ataque ra­
dical y sistem ático del p sico lo g ism o . Y su co n c ep ció n de la verdad
sería la con secu en cia de su program a a n ti-p sico lo g ista en pro de
investigaciones lógicas independientes de to d o avatar p síqu ico o cu l­
tural.
Es posible que la m o tiv ació n básica de F reg e para su idea de la
verdad fuera el a n ti-p sico lo g ism o y la defensa de la lógica fo rm al,
aunque no estoy seguro de ello. P ero , en cu alq u ier caso, su línea de
argum entación d iscu rre, en realidad, en sen tid o in verso, y posee un
alcance m u ch o más general que la p o lém ica alred ed or del p sic o lo ­
gismo. N o se trata p rim o rd ialm en te de que el p sico lo g ism o sea e rró ­
neo, la lógica form al p o sible y p o r ende exista un co n ju n to de ver­
dades in m u tables; al revés: dado que existe la verdad y que ésta es
el co n ju n to inm utable de las verdades, es p osible d esarrollar una
disciplina, llam ada « L ó g ica » , que investigue lo esencial de ese c o n ­
junto, o p o r hab lar en térm in os k an tian os, sus con d icio n es de p o si­
bilidad, con total independencia de lo que nos diga no sólo la p si­
cología, sino tam bién la etn olog ía, la b io lo g ía o cu alq u ier o tra dis­
ciplina em pírica, sob re el m o d o co m o piensa la gente. N uevam en te
leemos en el p rim er ensayo citad o de F re g e:

«Existe un límite tajante entre estas ciencias [ = la lógica y la psicología], y


él viene designado por la palabra ‘verdadero". La psicología tiene que ver
con la verdad com o cualquier otra ciencia sólo en la medida en que su
objetivo es la conquista de verdades; pero ella no considera la propiedad
‘verdadero’ en sus objetos de estudio del m odo com o la física examina en
sus objetos las propiedades ‘pesado’, ‘caliente’, etc. Quien hace eso es la
lógica. N o sería incorrecto decir que las leyes lógicas no son otra cosa sino
una explicitación del contenido de la palabra ‘verdadero’. Quien no haya
apresado el significado de esta palabra en su peculiaridad, tam poco podrá
tener una ¡dea clara de la tarea de la lógica» 48.

48 C f. Frege [1 9 6 9 ], p. 3.
170 Pluralidad y recursión

C asi literalm ente se repite esta caracterizació n de la lógica al co­


m ien zo de «D er G edanke»:

«Así com o la palabra “bello” le indica la dirección a la estética y “bueno"


a la ética, así lo hace “verdadero” con la lógica. Ciertam ente, todas las
ciencias tienen la verdad com o m eta; pero la lógica se ocupa de ella de
manera muy distinta. Ella se relaciona con la verdad de manera análoga a
com o lo hace la física con la gravedad o el calor. Descubrir verdades es tarea
de todas las ciencias; a la lógica le corresponde averiguar las leyes del ser
verdadero» 49.

D e la existen cia de un co n ju n to inm utable de verdades se despren­


den, entre otras cosas, la posibilidad de p rin cip io de la lógica formal
co m o d isciplina independ iente y el erro r de p rin cip io del psicologis-
m o. P ero no sólo del p sico lo g ism o , es d ecir, del in ten to de deter­
m inar el co n ju n to de las p ro p osicio n es verdaderas en base a una
especie de estadística de p ro ceso s m entales, sino de cu alquier otro
in ten to de d efinir dicho c o n ju n to a p artir de investigaciones empí­
ricas, p o r ejem p lo , de la teoría de la ev o lu ció n , un in te n to que, por
cierto , vuelve a estar de m oda h oy día. Y a en la época de F reg e, hace
más de cien años, era popular la idea de una «epistem ología evolu­
cio n ista», y a esta idea, F reg e, natu ralm en te, le tiene que declarar la
guerra:

«En nuestra época» — nos advierte— , «en que la teoría de la evolución


prosigue su marcha triunfal a través de las ciencias ... hay que estar prepa­
rado a oir preguntas de carácter extravagante. ¿Si el ser humano, com o todos
los seres vivos, se desarrolla y se ha desarrollado, acaso han sido siempre
válidas las leyes de su pensamiento y mantendrán siempre su validez? ¿Se­
guirá siendo correcta al cabo de milenios una inferencia que ahora lo es, y
acaso lo fue ya hace milenios? Evidentem ente, en estas preguntas radica una
confusión entre las leyes del pensamiento real y las leyes de la inferencia
correcta» 50.

Para expresarlo en térm in os de nuestra d istin ción co n ju n tista ante­


rio r, el prim er tip o de leyes señaladas p o r F reg e puede ser relevante
para d eterm inar el su b co n ju n to de las verdades reco n o cid a s, un con­
ju n to cu yos lím ites m anifiestam ente dependen de parám etros espa­

49 C f. Frege [1 9 1 8 ], p. 342.
50 C f. Frege [1 9 6 9 ], p. 4.
Problemas con el realismo 171

cio-tem porales y o tro s facto res de tip o e m p írico ; p ero dichas leyes
para nada intervienen a la hora de d eterm inar el segundo c o n ju n to ,
del que el p rim ero es parte propia, a saber, el co n ju n to de las ver­
dades sin más.
La idea de que la verdad, o sea, el c o n ju n to de todas las p ro p o ­
siciones verdaderas, es inm utable e im perm eable a cu alq u ier cam b io
em pírico puede aparecer, a prim era vista, co m o la expresión de un
platonism o exagerado y trasn o ch ad o, que extendería al cam po de las
proposiciones co n co n ten id o em p írico o factual una d eterm inación
que a lo sum o es plausible para las verdades puram ente form ales de
la lógica y las m atem áticas. Puede ser, se o b je ta rá , que la verdad de
« 2 + 2 = 4 » sea inm utable y ajena a cu alq u ier cam b io em p írico , pero
¿acaso p od em os ad m itir esa d eterm in ación para la verdad de la p ro ­
posición «E l M o n t B lan c es más alto que el T ib id a b o » o «L a noch e
del 9 de nov iem b re de 1989 se ab rió el m u ro de B erlín » ? ¿A caso la
verdad de esas p ro p o sicio n es no depende de estados de cosas c o n ­
tingentes y circu n stan ciales, que bien podrían h ab er sido de otra
manera?
P o r supuesto. Y p o r supu esto que, sea cual sea la dosis de pla­
tonism o que pueda atribu írsele a F reg e, ésta no llega al extrem o de
que él haya negado la existen cia de verdades con tin g en tes, o de que
haya asim ilado las p ro p o sicio n es em píricas a las de la lógica y las
m atem áticas. La idea de la verdad co m o entidad inm utable y ajena
a cam bios em p írico s no es equivalente a la idea de la verdad co m o
necesidad a priori. La segunda im plica la prim era, pero la prim era
no im plica la segunda. E n realidad, ésta es una d istin ción trivial,
pero que al parecer se olvida en m uchas discu siones. F reg e no se
hizo cu lpable de esta co n fu sió n . Para F reg e estaba bien claro que,
si bien «2 + 2 = 4 » expresa una verdad necesaria a priori , eso no es el
caso para los o tro s dos ejem p los m encionad os de verdades. P o r su­
puesto que el m undo podría h ab er sido de tal m anera que ju n to a
B arcelona se levantara una m ontaña, llam ada « T ib id a b o » , que fuera
más alta que la m ontaña llam ada « M o n t B lan c» situada en los A lpes.
Y p o r supuesto que la n och e del 9 de nov iem b re de 1989 habría
podido ser la más aburrida de la h isto ria de B erlín . T o d o lo que
Frege nos quiere hacer n o ta r es que el co n cep to genuino de verdad
es tal, que si es verdad que el M o n t B la n c es más alto que el T ib i­
dabo y si es verdad que el 9 de n ov iem b re de 1989 se ab rió el m uro
de B erlín , en ton ces estas p ro p o sicio n es son verdaderas para siem pre,
lo fu eron antes de que se form aran los A lpes y el T ib id a b o , y se
172 Pluralidad y recursión

co n stru y era la ciudad de B erlín , y lo seguirán siendo m u ch o después


de que el planeta T ierra , con sus m o ntes y ciudades haya cesado de
existir. E llo es así p o r la sim ple razón de que la n o ció n genuina de
verdad no es de carácter tem p oral. D ic h o más general y precisam en­
te, el pred icad o «es verdadero» se refiere a una propiedad que no
tiene sen tid o d efin ir en térm inos esp acio -tem p orales, o em píricos en
general. Si algo es verdad en este m u nd o, aunque sólo lo sea en éste
y no en o tro m u nd o p o sib le, en ton ces lo es «para siem pre». La
verdad «no se gasta».
C o n esta n o ció n de verdad ob ten em o s una visión nítida y res­
pland eciente de lo que es el p ro ceso de investigación cien tífica. Hay
un gran o céan o p o r exp lorar, llam ado « V » , «la verdad». E ste océano
está dado de una vez p o r todas, con sus lím ites exacto s, y nada de
lo que n o so tro s hagam os o d ejem os de hacer cam biará un ápice en
esos lím ites. L a exp lo ració n del océano es ardua, p ero , con suficiente
paciencia y buena fo rtu n a, pod em os d eterm inar pequeñas porciones
del m ism o, llam ém oslas « C ,» , « C 2» ,... . L o s lím ites de estas p orcio­
nes son cam biantes y d ependen, entre otras cosas, de nuestra habi­
lidad exp loratoria en un m o m en to d ad o ; son lím ites fijad os por pa­
rám etros esp acio -tem p orales, p sico ló g ico s, b io ló g ico s y quién sabe
cuántas cosas con tin g en tes. P ero si sabem os de uno de estos C, que
C, a. V, en ton ces esto vale para siem pre. Y el siguiente co n ju n to de
verdades recon o cid as, C l+1, puede que sea m ay o r que C¡ (si nuestra
civilizació n progresa) o m en or (si ella d eclina) 51, p ero en cualquier
caso com p arab le, y am b os, C¡ y C í+1, form arán parte del mismo
océan o fijo V. L a idea de p ro g reso cien tífico depende en consecuen­
cia de la posibilid ad de com p arar un co n ju n to de verdades recono­
cidas dado, C¿, co n uno p o sterio r, C z+1, de m odo que habrá progreso
cien tífico si C, c C 1+1, o al m enos si ||Q+1 — C¿ || > || Q — C ,+1 ||.
A h o ra b ien , esta posibilid ad de com p aración depende a su vez
del supuesto de que tan to C, co m o C j+ i sean su b co n ju n to s del mis­
m o co n ju n to inm utable V. ¿ Y có m o sabem os esto? A q u í empiezan
las d ificultades. Pues no es inm ediatam ente evidente que dos con­
ju n to s de p ro p o sicio n es, digam os A, y /1,+ 1, que supuestamente re­
presentan las verdades recon o cid as en dos m o m en tos distin tos del
desarrollo cien tífico , sean realm ente su b co n ju n to s de V, es decir,
sean realm ente iguales a los co n ju n to s C t y C J+1, respectivam ente.

1,1 La visión fregeana del proceso científico no implica un cum ulativism o, como
a veces se cree.
Problemas con el realismo 173

En general, puede ponerse en duda que el c o n ju n to admitido en un


m om en to dado de p ro p o sicio n es supuestam ente verdaderas sea el
m ism o que el c o n ju n to de verdades recon o cid as en ese m o m en to , es
decir, puede p onerse en duda que A, = Q . C o n otras palabras, el
co n ju n to de verdades recon o cid as en un m o m en to dado no tiene p o r
qué ser él m ism o co n o cid o . L a gente cree m uchas cosas en un m o ­
m ento d ad o; y en p rin cip io es p osible d eterm inar exactam ente cuál
es ese co n ju n to A, de cosas que la gente tom a p o r verdaderas. P ero
no es este co n ju n to el que nos interesa a la h ora de tratar de acotar
lo que pertenece al co n o cim ie n to c ien tífico , sino su su b co n ju n to C,
c A, de p ro p osicio n es que realmente son verdaderas. Y este su b ­
co n ju n to viene d efinid o co m o C, = A¿ D V. D e m odo que para
com parar el co n ten id o de co n o cim ie n to en dos etapas distintas del
d esarrollo cien tífico no hay más rem ed io que acudir a V ; hay que
haber determ inad o previam ente el co n ju n to total de verdades.
E s sabido que hay dos m aneras p o sibles de d eterm inar un c o n ­
ju n to cu alq u iera: p o r exten sió n , enum erand o sus elem en tos, o bien
por in ten sió n , ind icand o una propiedad que cum plan tod os sus ele­
m entos y sólo ellos. E n el caso de co n ju n to s in fin ito s, la ún ica p o ­
sibilidad de d eterm inarlos que nos queda a los m ortales es el m étod o
intensional, pues no podem os pasarnos toda una eternidad haciend o
una lista de los o b je to s que co n tien e un c o n ju n to in fin ito . A h ora
bien, V no sólo es un c o n ju n to in fin ito , sin o adem ás in fin ito super-
num erable. Para verlo, basta hacer unas sencillas reflexio n es basadas
en la teoría elem ental de c o n ju n to s. E llas sólo presuponen adm itir
que existe algún co n ju n to fin ito de cosas (aunque sólo sea el c o n ­
ju n to vacío) y que a él se aplican los p rin cip io s generales de la teoría
elem ental de co n ju n to s. Si n o estam os d ispuestos a ad m itir esto es
que no estam os dispuestos a adm itir siquiera la n o ció n elem ental de
co n ju n to , y la única razón plausible p o r la que podríam os n o querer
adm itir esta n o ció n sería que n o q u erem os ad m itir la n o ció n de
entidad ab stracta, p o rqu e un co n ju n to fin ito de cosas es la entidad
abstracta más inofensiva im aginable, p o r así d ecir, la m enos abstracta
de las entidades abstractas. P ero , en to n ces, si no querem os adm itir
ninguna entidad ab stracta, p o r m odesta que sea, y som os n o m in a ­
listas radicales, tam p o co p o d rem o s ad m itir la n o ció n de p ro p o sició n ,
p o r ende la de verdad en el sen tid o que aquí d iscu tim o s... y con ello
no habría o céan o de verdades in depend ientes de n u estro quehacer y
habríam os abandonad o ju stam en te la idea de verdad absolu ta que
hem os estado persigu iend o to d o el tiem p o.
174 Pluralidad y recursión

A d m itam o s, pues, la n o ció n elem ental de co n ju n to . Y admitamos


que existe al m enos un c o n ju n to , p o r e je m p lo , el c o n ju n to vacío <p.
A partir de ahí, p o r iteración de la o p eración de fo rm ació n de con­
ju n to s, podem os co n stru ir p rim ero una infinidad nu m erable de con­
ju n to s d istin to s: 0 , {</>}, { { 0 } } , {{{</>}}}••• E sta infinidad tomada
co m o totalidad con tien e m u chos su b c o n ju n to s; por ejem p lo , los sub­
c o n ju n to s : {</>, {</)}}, { 0 , { { { 0 } } } } , etc. Si extraem os la totalidad
de estos su b co n ju n to s de la infinidad de partida, es sabido que po­
dem os d em ostrar, p o r el llam ado «p ro ced im ien to de la diagonal» de
C a n to r, que la infinidad resultante es una infinidad supernum erable,
«m ayor» que la prim era 52. L lam em os a esta infinidad S. Para cada
elem ento x de 5 , la p ro p osició n de que x e S es obviam ente una
p ro p o sició n verdadera. C o m o hay una infinidad supernum erable de
elem entos de 5 , habrá en con secu en cia una infinidad supernum erable
de p ro p osicio n es verdaderas d istintas asociadas a 5 , llam ém osla Vs.
E stá claro que Vs es apenas un su b co n ju n to de Vy pues en general
habrá otras p ro p o sicio n es verdaderas adem ás de las del tip o «jc e 5».
Si un su b co n ju n to de o tro es in fin ito supern u m erable, tam bién lo
será el segundo. L u ego V es in fin ito supernu m erable. P o r consi­
guiente, la única m anera de d eterm inar V con sistirá en la manera
in tensional. ¿Q u é propiedad o propiedades podem os indicar que
cum plan los elem entos de V y sólo ellos?
Freg e es claro al resp ecto : una verdad es una p ro p o sició n a la
que se aplica el pred icad o «es verdadero» 53. M ás p recisam ente, po­
dem os d efinir el co n ju n to V m ediante la co n ju n ció n de dos predica­
d os:

V = : { x : * es una p ro p o sició n y x es v erd ad era}.

Si dispusiéram os de criterio s claros de aplicación de los predicados


«jc es una p ro p o sició n » y «x es verdadera», en ton ces tend ríam os un
crite rio global para d eterm in ar, ante cu alq u ier cosa dada, si es o no

52 L os detalles técnicos de esta construcción pueden encontrarse en numerosos


textos de in troducción a la lógica o la teoría de conjuntos. Véanse, por ejemplo,
Fraenkel [1959J, Secc. 3, y M osterín [1 9 7 1 ], Secc. 18.
53 P o r razones que ahora no vienen al caso, y que son específicas de las peculia­
ridades de la ontosem ántica general de Frege, éste se vio llevado más tarde a precisar
esta idea de la siguiente form a: una verdad es una proposición que* puede ser el
sentido de un enunciado cuya referencia es el objeto único denom inado «la Verdad».
Problemas con el realismo 175

elem ento de V. Y , en to n ces, dado el c o n ju n to de creencias adm itidas


en un m o m en to dado, A„ podríam os determ inar, al m enos en p rin ­
cipio y p o r arduo que sea el cam in o, cuáles de ellas p ertenecen tam ­
bién a V y cuáles n o, y así d eterm inar los co n ju n to s C¡ que nos
interesan para poder hablar de co n o cim ie n to cien tífico .
¿D isp o n em o s de tales criterio s para la aplicación de los p red ica­
dos «es una p ro p o sició n » y «es verdadera»? Para el prim er caso,
podem os seguir tam bién a F reg e y co n sta ta r que d ispon em os al m e­
nos de un crite rio que, aunque parcial, es m uy efectiv o , pues nos da
lo que n ecesitam o s: algo es una p ro p o sició n si puede ser el c o n te ­
nido de un ju icio asertó rico ( = «beurteilbarer Inhalt» 54), es d ecir,
algo que se puede afirm ar (en n u estro lenguaje o en n u estro pensa­
m iento). A sí, el T ib id a b o no es una p ro p o sició n , pues no se puede
afirm ar, pero en cam b io , el que el T ib id a b o sea un valle en N ueva
Zelanda, sí es una p ro p o sició n , pues eso se puede afirm ar, aunque
presum iblem ente sea falso. T en ien d o en cu enta la infinitu d supern u -
m erable de las p ro p o sicio n es, nu nca nos será dado p od er afirm ar
todas las p ro p o sicio n es, e in clu so es p ro b ab le que haya p ro p o sic io ­
nes tan com p lejas que ni siquiera en p rin cip io sean afirm ables p o r
n o so tro s, dadas las lim itacion es de n u estro lenguaje y nuestra capa­
cidad intelectu al. P ero al m en os sabem os que, dada cu alquier cosa
que nos p ro p on gan , el c rite rio de asertibilidad nos perm ite d ecid ir
efectivam ente si esa cosa es o n o una p ro p o sició n .
¿D isp o n em o s de un crite rio igual de efectiv o , aunque p o sib le ­
mente parcial, de ap licación del pred icad o «es verd ad ero»? P arecería
a prim era vista que el p ro p io F reg e n os o b seq u ió de una vez p o r
todas con un crite rio sem ejan te: las leyes de la lóg ica. Y a hem os
citad o su op in ió n acerca de la tarea de la ló g ica : «a la lógica le
corresp ond e averiguar las leyes del ser verd ad ero», a lo que añade
después: «E n las leyes del ser verdadero se despliega el significad o
de la palabra “v erd ad ero” » 55. Y siguiendo la analogía ya antes citada
entre física y lóg ica, pod ríam os d ecir que, así co m o la física nos da
un crite rio para la ap licación del co n c ep to de gravedad m ediante la
ley de gravitación (co n statan d o , p o r ejem p lo , que el m o vim ien to de
un cu erp o dado es derivable de una aplicación a ese cu erp o de la ley
de g rav itación), asim ism o la lógica nos p ro p o rcio n a m ediante sus
principios co m o el de n o -c o n tra d icc ió n , el de tercio exclu so, e tc.,

54 C f. 1 rege [1 9 6 9 ], p. 7.
55 C f. Frege [1 9 1 8 ], p. 3 43.
176 Pluralidad y recursión

criterio s que, aplicados a p ro p o sicio n es particu lares, nos perm iten


d ecid ir si ellas son o no verdaderas.
¿E s ello cierto ? O b v ia m en te sólo lo es en un ám b ito m uy redu­
cido de casos. E s cierto que, aplicando el p rin cip io de tercio excluso
a la p ro p osició n «el M o n t B la n c es más alto que el T ib id a b o o no
lo es», podem os d ecid ir efectivam en te que se trata de una proposi­
ción verdadera. P ero cu ando se trata de la p ro p o sició n «el M ont
B lan c es más alto que el T ib id a b o » , el p rin cip io de tercio excluso,
y to d o s los dem ás p rin cip io s de la lógica co n o cid o s p o r F reg e y por
n o so tro s nos dejan com p letam en te en la estacada. Las leyes de la
lógica nos p ro p o rcio n an un crite rio de aplicabilidad del predicado
«es verdadero» sólo para las p ro p o sicio n es de la lóg ica pura y , con
buena voluntad, para las de p o rcio n es elem entales de la m atem ática
(aquellas p o rcio n es que son efectiv am ente red ucibles a la lógica).
Para el inm enso resto , no nos dicen nada. E l crite rio ló g ico de ver­
dad es m u ch o más parcial, p o r ser casi to talm en te in efectiv o , de lo
que lo son el crite rio de asertibilidad para las p ro p o sicio n es o la ley
de gravitación para la gravedad. E s p o r esto tam bién q u e, con traria­
m ente a F reg e, h o y día no d ecim os que la lógica se ocu p a prim or­
d ialm ente de la verdad, sin o de la co n secu en cia o inferen cia correcta
— un o b je tiv o m u ch o más m od esto.
Si las leyes de la lógica son a todas luces insuficientes para de­
term inar el co n ju n to V , en to n ces, ¿p od em os e n co n tra r algún otro
crite rio que, ya sea so lo , o bien acom pañad o de las leyes de la lógica,
nos perm ita d ecid ir en cada caso y al m enos en p rin cip io si una
p ro p o sició n es verdadera o no? E n la h isto ria de la filo so fía se ha
p ro p u esto una y o tra vez, b a jo diversas versiones, un crite rio muy
popular destinad o a sacarnos de este ap u ro: la llam ada «teoría de la
corresp o n d en cia». Según esta teoría, una p ro p o sició n es verdadera
cu ando se co rresp o n d e co n la realidad, cu an do se da resp ecto a ella
la fam osa adaequatio rei et intellectus de la escolástica. L a p ro p osi­
ción de que el M o n t B lan c es más alto que el T ib id a b o es verdadera
si y só lo si el M o n t B lan c es realm ente más alto que el T ib id ab o .
Puede ponerse en duda de inm ediato que la adaequatio rei et inte­
llectus fu ncione bien para las verdades de la lógica pura, pues en ese
* caso puede que haya intellectus pero es d ud oso que haya res alguna.
O sea, que tend ríam os nuevam ente un crite rio só lo parcialm ente
efectiv o. P ero a ello se podría replicar que las leyes de la lógica junto
con la adaequatio rei et intellectus nos dan to d o lo que necesitam os.
P ara las p ro p osicio n es de la lógica pura, y quizás algunas de las
Problemas con el realismo 177

matemáticas, usam os las prim eras co m o crite rio y para todas las
demás aplicam os la segunda.
El p ro blem a co n la teoría de la co rresp o n d en cia co m o crite rio
de verdad es que no nos perm ite d ecid ir nada que no haya sido
decidido de an tem an o ; representa un p se u d o -criterio . E s to lo vio el
propio F reg e, y p o r eso d escalificó la teoría de la corresp o n d en cia
como cand id ato a resolver nuestras cuitas aléticas. E l pasaje en el
que argum enta en su co n tra es algo o scu ro y co m p rim id o , y en
momentos se anda un p o co p o r las ram as. N o o b sta n te, podem os
entresacar de él lo esencial p orqu e creo que es un argu m ento m uy
serio:

«Puede suponerse que la verdad consiste en una coincidencia entre una


representación y lo representado... Y entonces si la primera coincide con lo
segundo plenamente, es que se identifican. Pero justamente esto es lo que
do se quiere cuando se define la verdad com o coincidencia de una repre­
sentación con algo real. Pues es justamente esencial que lo real sea distinto
de la representación. Pero entonces no habría ninguna coincidencia plena,
ninguna verdad plena. Entonces nada en absoluto sería verdadero; pues lo
que es sólo a medias verdadero, es falso... ¿ O acaso se podría estipular que
la verdad se da cuando la coincidencia se presenta en un determinado as­
pecto? ¿Pero en cuál? ¿Q ué tendríamos que hacer para decidir si algo es
verdadero? Deberíamos investigar si es verdad que dos cosas — digamos, una
representación y una cosa real— coinciden en el aspecto determinado. Y
con ello estaríamos de nuevo ante una pregunta del mismo tipo, y el juego
podría empezar de nuevo. Así pues fracasa el intento de definir la verdad
como coincidencia. Pero así también fracasa cualquier otro intento de definir
el ser verdadero. Pues en una definición cualquiera se indicarían ciertas
características. Y al aplicar la definición a un caso concreto lo que importaría
siempre sería averiguar si es verdad que se dan esas características. Y así
daríamos vueltas en un círculo. En consecuencia es probable que el conte­
nido de la palabra “verdadero” sea totalmente peculiar e indefinible» 56.

El argu m ento de F reg e co n sta de varios co m p on en tes que co n stitu ­


yen golpes cada vez más fu ertes a la idea de p o d er determ inar la
verdad. En p rim er lugar, nos dice F reg e, la verdad no puede c o n ­
sistir en una coin cid en cia plena en tre la p ro p o sició n y el pedazo de
realidad (física, p o r ejem p lo ) al que supuestam en te corresp o n d e la
primera. (F re g e habla en este co n tex to de «rep resentació n» en vez

56 C f. Frege [1 9 1 8 ], pp. 3 4 3 -3 4 4 .
178 Pluralidad y recursiór

de « p ro p o sició n », pero co m o ya hem os d ecid id o antes que los por­


tadores genuinos de la verdad son p ro p o sicio n es y no otra cosa,
aplicarem os la argu m en tación de F reg e a lo que nos interesa, las
p ro p o sicio n es.) Si hu biera coin cid en cia plena entre proposición y
realidad, se id entificarían am bas entidades, y p o r tan to serían una y
no dos, y p o r tan to , co m o estam os más pred ispu estos a creer en la
realidad física (o , en general, en la realidad «tran sp rop o sicion al») que
en las p ro p o sicio n es m ism as, 1 1 0 habría p rop iam ente proposiciones,
ni tam p oco verdades. L a co in cid en cia pues debe ser sólo parcial. Por
ejem p lo, p od ríam os d ecir que la co rresp o n d en cia entre proposicio­
nes y pedazos de realidad se debe a la coin cid en cia entre las estruc­
turas respectivas de am bas. P ro p o sició n y realidad son isomorfas en
el caso de que la prim era sea verdadera. A sí, la p ro p o sició n expre­
sada p o r el enunciad o «E l M o n t B la n c es más alto que el Tibidabo»
es verdadera p o rq u e la estru ctu ra que co n stitu y en los nom bres «Mont
B lan c» y « T ib id ab o » ju n to co n el térm in o relacional «es más alto
que» es la m ism a que aquella en la que están insertas las dos mon­
tañas nom bradas y la relación física que tienen entre sí. E sta es, en
lo esencial, la idea básica de W ittg en stein en su Tractatus logico-phi-
losophicus. P ero , ¿qué p resu p on em os al establecer que la proposición
so b re el M o n t B lan c y el T ib id a b o , p o r un lado, y la realidad física
que le co rresp o n d e, p o r o tro , poseen la m ism a estru ctu ra? — Presu­
ponem os ni más ni m enos que la verdad de la p ro p o sició n según la
cual la prim era p ro p o sició n y su realidad física corresp o n d ien te tie­
nen la m ism a estru ctu ra. Y , para establecer esto ú ltim o, según el
m ism o crite rio n o tenem os más rem edio que p resu p o n er que la es­
tru ctu ra de la p ro p o sició n según la cual la estru ctu ra de la proposi­
ción dada y su realidad em pírica co rresp o n d ien te co in cid en , coincide
co n la estru ctu ra de la realidad co n sisten te en la coin cid en cia de las
dos estructuras iniciales. Y así sucesivam ente. E s o b v io que caemos
en un regreso al in fin ito . C o n ello consid era F reg e liquidada la teoría
de la verdad co m o corresp o n d en cia.
P eter C arru th ers, en un ensayo sob re el regreso al in fin ito de­
tectad o p o r Freg e 57, sostiene que el argu m en to de F reg e prueba sólo
que el in ten to de d efin ir la verdad co m o co rresp o n d en cia o coinci­
dencia da lugar a una rep etición in finita de redundancias, totalm ente
inofensiva, a menos que se entiend a la corresp o n d en cia co m o una

57 C f. C arruthers [1 9 8 1 ],
Problemas con el realismo 179

relación empírica entre p ro p o sicio n es y cosas reales — lo que C a -


rruthers llama la «teoría em pírica de la verdad». S ó lo en este últim o
caso caeríam os en un regreso al in fin ito v icioso 58. L a argu m entación
de C arru th ers es tan to o más oscu ra que la del original que él critica,
pero en cu alquier caso me parece falsa, o p o r lo m enos no co n c lu ­
yente. L a teoría de la co rresp o n d en cia basada en el Tractatus, que
acabamos de to m ar co m o ejem p lo , no puede calificarse de «teoría
empírica» en ningún sen tid o n orm al del térm in o «em p írico » , y no
obstante el p ro blem a que le plantea el argu m ento de F reg e a una
teoría de este tip o, tomada como criterio de verdad (que es de lo
que aquí se trata), está lejos de ser in ofen siv o.
P ero la argu m entación de F reg e, co m o podem os co n statar en las
últimas líneas del pasaje cita d o , apunta m u cho más allá que a una
crítica de la teoría de la co rresp o n d en cia — un p u n to que, p o r cierto ,
Carruthers pasa p o r alto. D e acuerd o a esa línea de argu m entación,
cualquier d efin ició n propuesta del pred icad o «es verdadero» nos c o n ­
ducirá de una u o tra m anera al m ism o fiasco. P o r ejem p lo , co n sid e­
remos los o tro s dos grandes rivales de la teoría de la co rresp o n d en ­
cia: el co h eren tism o y el pragm atism o. Sup ongam os que decim os
que una p ro p o sició n dada es verdadera siem pre y cu ando sea c o h e ­
rente co n un corpus dado de p ro p o sicio n es. ¿ Q u é presupone esta­
blecer que realm ente lo es? E v id en tem en te, sólo pod rem os co n c lu ir
eso si previam ente hem os establecid o que es co h eren te que la p ro ­
posición en cu estión sea co h eren te co n las dem ás. Y así sucesiva­
mente. O bien supongam os que d ecim os que una p ro p o sició n es
verdadera siem pre y cu ando la creen cia en ella sea útil al d esarrollo
de la H um anidad (o del P artid o , o de quien sea). P ara poderle dar
un sen tid o a nu estra afirm ación de que una p ro p o sició n dada es
verdadera según esta d efin ició n , d eberíam os h ab er establecid o p re­
viamente la utilidad de esa afirm ación , es decir, tend ríam os que es­
tablecer previam ente que es útil la p ro p o sició n según la cual la p ri­
mera p ro p o sició n es ú til, etc. F reg e dice que to d o s estos intentos
llevan a un círcu lo vicio so . E n realidad, no llevan a un círcu lo , sino
a un regreso al in fin ito , p ero ésta es una figura igualm ente viciosa
que paraliza cu alq u ier crite rio de ap licación . F reg e co n clu y e de ahí
que el pred icad o «es verd ad ero» es in d efin ible. C u rio sa m en te, a pe­
sar de la fu erza de sus argu m en tos, se m u estra cau to al final y afirm a
sólo que es «p ro bab le» que d ich o pred icad o sea in d efinible.

ss C f. op. a i ., pp. 30 y ss.


180 Pluralidad y recursión

En este pu nto podría argüirse que P rege hizo m uy bien en ma­


nifestarse cau to acerca de la probabilid ad de su co n c lu sió n , pues ésta
m o stró en últim o térm in o ser errón ea. N o s lo pru eba, se dirá, la I
gran autoridad de A lfred T a rsk i, quien apenas veinte años después
de que Frege cog itara su argu m ento en co n tra de la definibilidad de
la verdad, p u b licó su ensayo fam oso sob re el co n c ep to de verdad en
los lenguajes form ales 59. E s m ás, supuestam ente los resultados for­
males de T arsk i representan una sólida reiv ind icación de la teoría de
la co rresp o n d en cia; tal es la o p in ión de K arl P o p p er y quizás del
p ro p io T a rsk i, aunque este ú ltim o parece haber oscilad o en diversas
etapas de su carrera acerca de cuál sea la in terp retación filosófica
co rrecta de su prop ia teoría 60. N o en trarem os aquí en una exégesis
de la o b ra de T a rsk i, lo cual nos llevaría dem asiado lejos. Para los
p ro p ó sito s de la presen te d iscu sión , basta señalar los siguientes pun­
to s:

1. T arsk i in trod u ce el pred icad o «es verdadero» co m o predica­


do lin gü ístico. E n su teoría, este pred icad o se aplica sólo a
enunciados de un lenguaje dado. E n los casos favorables en
los que el predicado es defin ible (cierto s lenguajes formales)
lo es d en tro de o tro lenguaje, el m etalengu aje del lenguaje-
o b je to . N o s o tro s , en cam b io , sigu iend o la co n c ep ció n realis­
ta fregeana, necesitam os un pred icad o «es verdadero» aplica­
ble a un rein o de entidades extralin g ü ísticas, las proposicio­
nes, reino inm utable y ajen o a co n stru ccio n e s hum anas (tales
co m o los lenguajes fo rm ales).
2. N o hay ningún lenguaje universal lóg icam en te consistente.
E sto es un teorem a de T a rsk i. E llo im plica que no hay nin­
gún lenguaje universal capaz en p rin cip io de expresar todas
las p ro p o sicio n es, ni siquiera todas las p ro p o sicio n es acepta­
das co m o verdaderas en un m o m en to dado, pues ello nos
con d u ciría a paradojas del tip o de la llam ada «paradoja del
M en tiro so » ( = « M ie n to » ), es d ecir, enunciados de tal tipo
que, si son verdaderos, en ton ces son falsos, y si son falsos,
en ton ces son verd ad eros. P o r con sig u ien te, no podem os es-

59 C f. Tarski [1936].
60 U n análisis detallado de las vacilaciones e inconsecuencias de Tarski con res­
pecto al im porte filosófico de su propia teoría se encontrará en Fernández Moreno
[1991],
Problemas con el realismo 181

perar que sea co n stru ib le un lenguaje para el cual la aplica­


ción de un p red icad o «es verd ad ero» d efinid o co rrectam en te
refleje la aplicación del pred icad o «es verdadero» que b u sca­
m os para las p ro p o sicio n es. P o r así decir, no puede haber
ningún lenguaje L que sea iso m o rfo a V con resp ecto al p re­
dicado «es verd ad ero». P o r lo ta n to , no podem os sim p le­
m ente trasladar las investigaciones de T arsk i sob re el m od o
co m o fu n cio n a el pred icad o «es verdadero» en lenguajes fo r­
males al m od o co m o fu n cio n a, o debería fu n cio n ar, en el
reino de las p ro p o sicio n es; en d efinitiva, los resultados de
T arsk i no nos d eterm inan el co n ju n to V.
3. P od ría alegarse q u e, si bien la d efin ició n tarskiana de verdad
no puede trasladarse a la d eterm in ación de V en su totalid ad,
puede no ob stan te utilizarse para d eterm in ar una p o rció n lo
b astante am plia e im p ortan te de V co m o para que podam os
d eterm inar lo que perten ece al co n o cim ie n to cien tífico . E n
e fe cto , sabem os p o r lo m enos desde los tra b ajo s de D on ald
D avid son q u e, aun que el esquem a tarskiano n o nos perm ite
hablar de verdad para to d o el lengu aje co m ú n , que es esen­
cialm ente universal, es p o sible aplicarlo co n buenos resu lta­
dos a p o rcio n es su ficien tem en te estandardizadas y am plias
del m ism o. P od ría alegarse que, p o r analogía, lo m ism o pu e­
de hacerse con las p ro p o sicio n es. E sto es cie rto , p ero no
resuelve nuestro p ro blem a. R ecu érd ese que n u estro p ro blem a
con siste en p ro p o rcio n a r una d efin ició n de ser verdadero que
n o sólo sea fo rm alm en te co rrecta , sin o que im plique en p rin ­
cip io un crite rio de d ecisión efectiva. Y ju stam en te esto no
nos lo da el esquem a tarsk ian o, co m o el p ro p io T a rsk i re c o ­
n oce. E n efe cto , las d efin icio n es parciales de la verdad que
p ro p o rcio n a la teoría tarskiana, las fam osas equivalencias del
tipo

«X es verd ad ero si y só lo si /?»,

donde «X» es el n o m b re de un enunciad o del len g u a je -o b je to


y «p» su trad u cció n al m etalengu aje resp ectiv o, están m uy
bien co m o tales, p ero n o nos dan ningún crite rio genuino
para la verdad de X . S ó lo nos lo darían si tu viéram os a la
vez un crite rio para la verdad de «/>», es d ecir, una d efinición
de la verdad del m etalengu aje en térm in os del m etam etalen -
Pluralidad y recursión

guaje, etc. E l in ten to de rein terp retar la d efin ició n de verdad


de T arsk i co m o criterio de verdad nos lleva exactam ente al
m ism o regreso al in fin ito que había señalado F reg e. Mientras
no dispongam os de un criterio independ iente para saber cuán­
do una p ro p o sició n dada es verdadera, el in ten to de deter­
m inar cuándo el enunciad o que la expresa en un lenguaje
dado es verdadero nos obligará a reco rrer to d a la jerarquía
infinita de m etalenguajes tarskian os en los que esa misma
pro p osició n se expresa m ediante algún en unciad o. E sto es
precisam ente uno de los grandes m éritos de la teoría tarskia-
na de la verdad: que nos hace ver de m anera form alm ente
irrebatible que el in ten to de apresar el co n ju n to V en un
lenguaje nos lleva necesariam ente a un regreso al infinito de
jerarqu ías lingüísticas — ju stam en te lo que había barruntado
Frege de m anera intuitiva en el pasaje antes citad o. En la
medida en que la teoría tarskiana pueda consid erarse como
una exp licitación form al de la teo ría clásica de la correspon­
dencia, la prim era nos hace palpable que la segunda, enten­
dida co m o crite rio de verdad (y así se la en ten d ió siempre),
nos lleva a un regreso al in fin ito , al m enos en to d o s los casos
en que no se trate de verdades de la lógica pura. P or las
razones ya señaladas antes, el in ten to de sustitu ir el supuesto
criterio alético de co rresp o n d en cia por el supuesto criterio
de co h eren cia o p o r el de utilidad p ráctica, con o sin Tarski,
no nos llevará a un d estino m ejo r.
¿T en ía razón pues F reg e al co n c lu ir que el co n cep to de
verdad es in d efinible? ¿F u e sólo dem asiado cau to al matizar
su con clu sió n con el ad verbio « p ro bab lem en te»? Sí y no.
T o d o depende de có m o entendam os la n o ció n de definición
en general, o lo que esperem os de una d efin ició n de la verdad
en particu lar. Si p o r «d efin ició n » en ten d em os lo que com ún­
m ente se entiend e p o r «d efin ició n nom inal» de un término
de un lenguaje en fu n ció n de o tro s térm inos del m ism o len­
guaje, en ton ces F rege n o tenía ra z ó n ; ahí está T a rsk i para
p ro b a rlo : al m enos para ciertos lenguajes o para ciertas por­
ciones de un lenguaje univesal supu estam ente « reflejo » de V,
es p o sible p ro p o rcio n a r d efinicio n es fo rm alm en te correctas
del pred icad o «es verd ad ero». E n ú ltim o térm in o , T a rsk i de­
fine el pred icad o m etalin g ü ístico «es verdadero» en función
del pred icad o m etaling ü ístico «satisface» A sí, sabrem os que
Problemas con el realismo 183

el enunciad o «E l T ib id a b o es una m ontaña» es verdadero


cu ando hayam os averiguado si el o b je to d en otad o p o r el n o m ­
bre «T ib id ab o » satisface el atrib u to de ser una m o n tañ a, es
d ecir, cu ando sepam os si la p ro p o sició n de que el o b je to
d en om inad o «T ib id a b o » satisface el atribu to de ser una m o n ­
taña, es una p ro p o sició n verdadera, pues am bas m aneras de
hablar son equivalentes (la una im plica la o tra y la o tra im ­
plica la una). A h o ra bien , co m o no sea averiguando si es
verdad que el o b je to d en om in ad o « T ib id a b o » satisface el atri­
b u to de ser una m o n tañ a, n o hay otra m anera de averiguar
si el o b je to d en om in ad o « T ib id a b o » satisface el atrib u to de
ser una m ontaña. P ero para d eterm inar si esta últim a p ro p o ­
sición es expresada m ediante un enunciad o verd ad ero, te n ­
d rem os que haber determ inad o previam ente la n o ció n de ver­
dad en el m etalengu aje, etc. P o r con sig u ien te, la d efinició n
tarskiana de verdad para el enu n ciad o « E l T ib id a b o es una
m ontaña» nos p ro p o rcio n a un crite rio de la verdad de este
enunciad o sólo en la m edida en que ya d ispongam os de o tro
criterio para la verdad de los enunciad os del m etalengu aje del
p rim er enu nciad o, y así ad infinitum. T ra sk i no hace m over
el carro del crite rio alético ni un paso, ni lo p retend ió tam ­
p o co , ni lo podía pretend er. Y en esto F reg e tenía razón.

A sí, pues, no hay m anera, ni exten sional ni in ten sion al, de apre­
sar el co n ju n to V, ni siquiera de apresar una parte de él su ficien te­
mente grande e im p ortan te a efectos ep istem o ló g ico s, p o rqu e nadie
pretenderá que el su b co n ju n to de las verdades lógicas es suficiente
en este resp ecto. Sabem os que V existe (si existen p ro p o sicio n es) y
con o cem os algunos de sus elem en tos. P ero esto es to d o , una m in ú s­
cula p o rció n del inm enso O c é a n o de N e w to n . ¿B asta esa p o rció n
para d eterm inar los co n ju n to s C¡, com p ararlos entre sí y ver si la
em presa cien tífica m archa bien o m al? O b v ia m en te n o . Sabem os tan
poco de V que con eso no pod em os d eterm inar los bord es de C¡ y
C ¡+, y averiguar si los unos caen d en tros de los o tro s.
¿Q u é resulta de to d o ello para la caracterizació n inicial de la
ciencia co m o actividad encam inada a e n co n tra r verdades, ca ra cteri­
zación p roced ente de tan ín clita trad ició n ? D e las d ificultad es rese­
ñadas en la d eterm in ación de V se desprende que, co n esta cara cte­
rizació n , d efiniríam os la cien cia (al m enos las ciencias em píricas y,
a lo que parece, una buena parte de las m atem áticas) co m o una
184 Pluralidad y recursión

actividad en la que buscam os cosas que, cuando las encontram os,


casi nunca sabrem os si eran las que realm ente andábam os buscando,
p o rqu e, en rig or, al no d isp oner de un c rite rio general efectivamente
aplicable de pertenencia a V, no sabem os ni siquiera qué andamos
buscand o. La p ersecu ción del co n o cim ie n to cien tífico consistiría así
en una actividad sum am ente fru stran te. L a ciencia no estaría mucho
m e jo r parada que la m etafísica m ism a, que algún cien tífico arrogante
com p aró alguna vez a la em presa de buscar en un cu arto oscu ro un
gato negro que a lo m e jo r no existe...
A h o ra bien, si lo que nos interesa p rim o rd ialm en te es caracteri­
zar el co n o cim ie n to cien tífico , el rem edio a la fru stran te situación
d escrita me parece bastante fácil. T ien e su p recio, natu ralm en te, como
to d o buen rem edio, pero creo que es un p recio que d eberíam os estar
d ispuestos a pagar para salir del impasse cread o p o r la caracteriza­
ción alética de la ciencia. C o n siste sim ple y llanam ente en negar que
la m eta de la cien cia, y en p articu lar de las d isciplinas empíricas,
con sista en hallar verdades. E s to no significa que haya que abando­
nar el co n cep to de verdad. E stá bien segu ir crey en d o que hay pro­
po sicio n es y que hay p ro p osicio n es verdaderas, aunque probable­
m ente Frege tenía razón al con sid erar que probablem ente la noción
general de verdad no es d efin ible de m anera adecuada. L a verdad es,
al p arecer, un co n cep to p rim itivo par excellence en cu alq u ier con­
texto ep istém ico — tan p rim itivo que, ni puede ser d efin id o, ni puede
ser abandonad o. E s, si se q uiere, una co n d ició n de posibilidad de
toda actitud epistém ica, tan fundam ental que no se puede buscar
nada detrás de ella, sino que to d o lo que se diga so b re la naturaleza
del co n o cim ie n to viene después de ella. T o d o eso está bien. L o que
está mal es tratar de d escrib ir y analizar la ciencia en térm inos de
verdades. Im aginar que el d esarrollo cien tífico puede com pararse a
los viajes de d escu brim ien tos de los siglos X V y X V I, es una mala
m etáfo ra — una m etáfo ra que nos con d u ce a un callejó n sin salida.
Las ciencias no se han d esarrollad o para acop iar cada vez más ver­
dades, sino para ayudarnos a los seres hum anos a arreglárnoslas
lo m e jo r posible en esta vida tan d ura... dura tanto en lo material
co m o en lo esp iritu al. L a cien cia es técnica no só lo en el sentido
banal de que sirve para co n stru ir m áquinas que hacen cosas por
n o so tro s, sino en el sen tid o más p ro fu n d o de que es el m étodo
más eficaz co n o cid o para resolver problem as que, p or .una u otra
razó n , nos p reocu pan. E l esp ectro de estos p roblem as abarca desde
la epidem ia del S ID A hasta el enigm a de los jero g lífico s m ayas;
Problemas con el realismo 185

desde la im previsibilidad de los terrem o to s hasta la co n je tu ra de


Fermat.
N o hay ningún océan o de verdades aún p o r d escu brir ante n o ­
sotros, o , si lo hay, no es eso lo que interesa a la em presa cien tífica.
Lo que hay con toda seguridad es un m o n tón de problem as por
resolver, un m o n tón de piezas de diversos rom p ecabezas que sólo
en parte en cajan , o encajan mal 61. C u a n d o , aplicando lo que hem os
aprendido co m o cien tífico s, logram os que dos piezas p o r fin encajen
bien (o p o r lo m enos m e jo r de lo que encajaban antes), tend rem os
sin duda una sensación de satisfacció n , de trab ajo bien h ech o , y en
esto con siste el p ro g reso cie n tífico . P o d rem o s, en tales casos, decir,
si q u erem os, que hem os «d escu bierto una nueva verdad im p o rtan ­
te». P ero eso es só lo una m etáfo ra, una m etáfo ra algo grand ilocuente
y quizás p ern icio sa. Sería más claro y más h o n esto d ecir en tales
casos sim plem ente que ahora nos sen tim os más a gusto , que nuestra
experiencia del m u nd o es más armoniosa.

61 La imagen de la empresa científica com o resolución de rom pecabezas se debe


a Kuhn [196 2 ], C ap. IV. Esta imagen sugiere, en cierto m odo, una visión «instru-
mentalista» de la ciencia, aunque no hay que sobrevalorár este calificativo, ni en el
propio Kuhn, ni menos en el presente con texto de discusión.

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