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Filosofía: ¿amor a la pregunta?1


Martín Susnik

Resumen:

La pregunta es esencial al filosofar. Sin embargo surge el debate sobre


si la pregunta debiera ser considerada un medio o un fin en sí mismo.
Desde posturas deconstructivistas, predominantes en la actualidad, se
propone esto último, apuntando al interrogante como vía de
cuestionamiento de lo establecido y presuntamente obvio, pero sin
pretensiones de llegar a verdad alguna. Proponemos, desde una
metafísica de la presencia, valorar la pregunta pero también la
posibilidad de las respuestas como camino de apertura a un misterio
inabarcable, sin tener que caer en el nihilismo.

Palabras clave:

Filosofía – pregunta – respuesta – metafísica – nihilismo – sabiduría

El preguntar filosófico

El filósofo es un preguntón. Sea porque ha sabido mantener viva su capacidad de


asombro ante las cosas, y por medio de ese mismo asombrarse toma nota de su
ignorancia a la que hace frente con interrogantes que le ayuden a superarla, sea porque
las respuestas que ha recibido de otros o ha sabido encontrar por sus propios medios se
le presentan luego como cuestionables y le generan la duda, sea porque algunas
situaciones límite, especialmente las relacionadas con la finitud propia y ajena, le han
removido el piso generando una inestabilidad que invita a la indagación, sea por algún
otro motivo…2 Lo cierto es que el filósofo tiene facilidad para la pregunta. Se le ocurren
interrogantes incluso en ámbitos donde otros podrían creer que no hay nada por
preguntar y a veces saca del bolsillo de su curiosidad cuestionamientos que más de uno
llegaría a considerar obsoletos.
Esto no es una característica privativa del filósofo “profesional”. Por más que en
algunas ocasiones nuestra capacidad interrogativa esté aletargada, lo cierto es que, con
mayor o menor frecuencia, todos nos hacemos preguntas filosóficas. En ese sentido bien
podríamos decir que somos todos filósofos. ¿Qué es la vida y cuál es su sentido? ¿Qué
somos los seres humanos? ¿Qué límites deberían tener nuestras acciones? ¿Qué es la
realidad?... Estos y otros interrogantes de similar tenor seguramente han brotado en
nuestras mentes en más de una oportunidad. Al parecer, no sólo “de poeta y de loco
todo el mundo tiene un poco”, sino también de filósofo.
Es innecesario aclarar que no todas nuestras preguntas son filosóficas, pero
seguramente tampoco haga falta insistir en que algunas de ellas sí lo son. Puede que les
demos luego mayor o menor importancia, que les prestemos más atención o menos, que
transitemos por las sendas de reflexiones a las que ellas invitan o hagamos caso omiso
de tal convite. Pero ahí están, que las hay las hay. Surgen en nosotros, como si fuera una
1
El presente artículo fue publicado originariamente en la revsita digital Con-textos del Instituto Superior
Nuestra Señora de La Paz (Buenos Aires), año 4, nº 6, agosto 2016, pp. 32-41. Disponible en
https://issuu.com/superiorlapaz/docs/con-textos._pensamos_la_educaci__n__cb9aede1205843
2
Como es sabido, el asombro, la duda y las situaciones límite son, tal como propone Karl Jaspers, los tres
principios del filosofar. Cfr. JASPERS K., La Filosofía, Fondo de Cultura Económica, México, 1953, pp.
15-23.
2

necesidad de nuestra naturaleza humana, es decir, como si la inquietud filosófica, su


actitud interrogativa sobre el ser de las cosas y su fundamento último, perteneciera a las
notas elementales de este, nuestro modo humano de ser.
La pregunta es esencial al quehacer filosófico. Hasta ahí estaríamos todos de
acuerdo (lo cual no es común en filosofía). Lo que genera algunas importantes
diferencias gira en torno a la cuestión sobre cuál es o habría de ser el objetivo de ese
preguntar. El sentido común tendería a decir probablemente que las preguntas se hacen
con el fin de hallar respuestas. Pero ¿hay respuestas para las preguntas filosóficas? ¿Se
puede acaso saber qué es, en su fundamento último, la realidad? Si sí, el objetivo del
cuestionamiento filosófico parecería ser el avance y la profundización en ese
conocimiento. Si no, habría que sostener que, en última instancia, la pregunta no apunta
a encontrar una respuesta definitiva y, paradójicamente, cabría preguntarse si todavía
tienen algún sentido las preguntas.

La pregunta como fin en sí mismo

Algunos pensadores proponen que no hay “respuestas” pero que esto, por extraño
que parezca, justamente pone a salvo las preguntas filosóficas. Si hubiera respuestas,
diría este planteo, el alcanzar las mismas implicaría la finalización del preguntar, que es
–como se ha dicho– esencial al filosofar. Puesto que la pregunta es esencial al quehacer
filosófico y puesto que la respuesta da por terminada la pregunta, sería esencial a la
filosofía sostener la imposibilidad de alcanzar respuesta alguna que se pretendiese
“verdadera”. Es decir, habría que sostener que la verdad es inalcanzable, o mejor
inexistente, para poder mantener vivo el interrogar filosófico. La pregunta filosófica se
vuelve un fin en sí mismo, un fin para que justamente el preguntar no tenga fin.
El lector, con su sentido común, podrá objetar que aquí algo no cierra. Pero los
seguidores de la mencionada propuesta responderían: ¡Tanto mejor! La idea justamente
es que no cierre, sino que abra. La filosofía no puede ser algo cerrado, sino que tiene
una vocación a la apertura, a una aurora constantemente renovada. Para ello hay que
quedarse en las preguntas, sin buscarles una supuesta “verdad” que fuera a acallarlas
y cerrarlas. Tal sería posiblemente el alegato de este pensamiento post-(¿anti?)-
metafísico, que descarta toda posibilidad de que el hombre encuentre algún fundamento
último, estable, “real”. Encontrarlo, como pretende la metafísica, sería la culminación
del filosofar, no en el sentido positivo del alcance de su punto máximo, sino en el
sentido negativo de la finalización de su propia labor y la destrucción de su vocación
íntima. Entre las obras recientes que plantean ideas de este tipo podemos mencionar
¿Para qué sirve la filosofía? (Pequeño tratado sobre la demolición) del filósofo
argentino Darío Sztajnszrajber, exitoso divulgador de la filosofía en nuestros medios.
Dice al autor: “Hacer filosofía es un ejercicio de deconstrucción que desmonta toda
verdad para alcanzar la perplejidad existencial originaria en su estado de pregunta. Las
preguntas últimas no se responden. Son sólo formas de apertura…”3
Desde esta perspectiva, así como se propone la anulación de la verdad como
requisito para mantener vivo el preguntar filosófico, también se considera necesaria para
mantener la vitalidad del asombro.

“La metafísica, ese interesante punto de encuentro entre la filosofía y la religión,


busca denodadamente responder la cuestión del asombro de un único modo:
desasombrando. Se plantea contra el asombro. Se intenta tranquilizar, asegurar,
desangustiar, quitar vértigo. Bajo el título «el asombro es el origen de la filosofía»,

3
SZTAJNSZRAJBER D., ¿Para qué sirve la filosofía?, Planeta/Booket, Buenos Aires, 2015, p. 138.
3

se hace del asombro la causa del nacimiento de la filosofía que sin embargo según
el planteo nace para que el asombro desaparezca. (…) Si la filosofía logra que el
asombro desaparezca, entonces ya no hay más asombro, pero por ello, tampoco
4
habría más filosofía.”

Algo análogo podría aplicarse a la duda como principio del filosofar. Desde esta
perspectiva la duda no debería apuntar al conocimiento que implicaría, en consecuencia,
el final de la duda misma:

“Hacer filosofía se vuelve no tanto la necesidad de calmar la angustia encontrando


certezas definitivas, sino en desmontar los modos en que el día a día se nos
presenta como definitivo. Se vuelve un ejercicio de desmontaje, de deconstrucción,
de cierto tipo de desenmascaramiento. Frente a la imposición de un pensamiento
cerrado y último, la filosofía prioriza el abrir esas verdades y colocarlas en la duda.
La duda deja de ser un método para alcanzar una verdad, como sostenía Descartes,
5
y se transforma cada vez más en la finalidad misma del pensamiento.”

Dentro de esta postura parecería entonces que la actitud cardinal del pensar
filosófico debería ser más bien un escepticismo de fondo porque, precisamente, se niega
que haya fondo.
¿Pero cómo? –insistirá el lector con sentido común– ¿Entonces la actitud
filosófica ya no tiene que ver con la búsqueda profunda de la verdad? ¿Cuál sería
entonces la finalidad de este “amor a la sabiduría”? Ciertamente no la de alcanzar el
saber6 sino más bien la de deconstruir, demoler (¿a martillazos?), desenmascarar
aquellos supuestos “saberes”, aquellas supuestas “verdades”, aquellos absolutos que, en
realidad, son inaccesibles para el conocimiento humano, no sólo por la limitación de
éste sino también por la inexistencia de aquellos. No hay verdad, por tanto lo que queda
es cuestionar las “verdades” establecidas, develar que – como decía Nietzsche – no hay
hechos sino sólo interpretaciones7, mostrar que la supuesta “verdad” no es otra cosa que
la mentira mejor contada. El filosofar habría de apuntar entonces a derribar los
prejuicios que se esconden tras todo afán de objetividad, exponer el carácter arbitrario
de todo supuesto saber metafísico, revelar que los relatos sobre lo real no son ni
verdaderos ni falsos sino que son eso, relatos, que más bien conforman lo “real”. La
misión de la filosofía sería, desde esta perspectiva, la sospecha y la refutación
permanentes como medio de liberación frente a propuestas que dan una visión cerrada
de la realidad y que, por tanto, aprisionan al hombre y su pensamiento.

4
Ibidem p. 149
5
Ibidem, p. 205
6
Dentro de esta perspectiva la etimología de philosophía (del griego “amor a la sabiduría”) es
reconsiderada. El elemento a subrayar no es la sabiduría sino el amor. Cfr. ¿Para qué sirve la filosofía?,
p. 70 y ss.
7
“Contra el positivismo que se queda en el fenómeno, «sólo hay hechos», yo diría no, precisamente no
hay hechos, sólo interpretaciones. No podemos constatar ningún factum «en sí»; quizás sea un absurdo
querer algo así. «Todo es subjetivo», decís vosotros: pero ya eso es interpretación, el «sujeto» no es algo
dado sino algo inventado y añadido, algo puesto por detrás. ¿Es en última instancia necesario poner aún al
intérprete detrás de la interpretación? Ya eso es invención, hipótesis. En la medida en que la palabra
«conocimiento» tiene sentido, el mundo es cognoscible; pero éste es interpretable de otro modo, no tiene
un sentido detrás de sí, sino innumerables sentidos, «perspectivismo». Son nuestras necesidades las que
interpretan el mundo: nuestros impulsos y sus pros y sus contras. Cada impulso es una especie de ansia de
dominio, cada uno tiene su perspectiva, que quisiera imponer como norma a todos los demás impulsos.”
NIETZSCHE F., Fragmentos póstumos, vol IV, 7 [60]. Ed. D. Sánchez Meca, Madrid, 2006, p. 222
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Contrapropuesta

Es cierto que el mencionado planteo merece algunas valoraciones, en especial por


la invitación a una mirada crítica de propuestas que, presentándose en nombre de la
Verdad, esconden tramas de poder, manipulación y enajenación del hombre. También es
cierto que suscita algunas objeciones; uno podría preguntarse si queda lugar para algo
“constructivo” tras tanta deconstrucción, o qué argumentos podrían esgrimirse para
desenmascarar como no-verdaderas las ideas (¿todas?) que se presentan como
manifestación de lo verdadero (¿no habría que apoyarse en algo verdadero para poder
desenmascarar que alguna cosa no lo es? ¿para qué refutar y sospechar incluso, después
de plantarse en una posición desde la cual nada puede ser considerado ya verdadero ni
falso?). Cabría también preguntarse qué planteos éticos podrían sostenerse desde esta
post-(anti)-metafísica, qué revoluciones merecerían aún ser llevadas a cabo y por qué…

De todas maneras, la intención de estas líneas no es confrontativa, sino


propositiva. Es verdad (¿dije “verdad”?) que los sistemas cerrados tienden a anular las
nuevas preguntas, o a lo sumo permiten (y generan) interrogantes deconstructivos. La
crítica a semejante pretensión de comprenderlo todo y alcanzar la verdad en su totalidad
resulta a nuestro criterio justificada. Un pensamiento cerrado anula el pensamiento. Pero
¿por qué pensar el conocimiento de la verdad como algo que cierra? La experiencia
intelectual parece mostrar más bien lo contrario: todo conocimiento verdadero, toda
respuesta alcanzada con acierto resulta una maravillosa invitación a nuevos
interrogantes. Y no nos referimos solamente a los interrogantes de la sospecha que
apuntan a poner entre paréntesis lo conocido, sino principalmente a los interrogantes
que invitan a la profundización en la línea de ese conocimiento.
Se dirá que entonces esas respuestas no serían definitivas. Efectivamente no lo
son, ese es el punto. Pero que no sean definitivas no significa que no sean respuestas. Su
parcialidad no es señal de nulidad, sino del exceso del contenido de lo cognoscible con
lo cual la respuesta se encuentra sin poder abarcarlo completamente. Se produce el
encuentro pero, justamente, sólo en parte. Esto no es signo de la vacuidad de lo
verdadero, sino de su plenitud; es una muestra de su carácter excedente, por lo cual
siempre algo queda aún por descubrir. Es misterio, no por ausencia de sentido, sino por
una inabarcable presencia del mismo. Quizás la cuestión no sea que no haya verdad
alguna, sino que hay tanto de verdad (sentido, inteligibilidad, lógos) que las preguntas
de aquel que, desde su limitación, logra internarse parcialmente en ella, no dejan de
reproducirse.
También desde una postura de la “metafísica de la presencia” puede afirmarse,
como por ejemplo hace Pieper, que “la Filosofía es un concepto negativo antes que
positivo y filosofar es, desde su origen, no tanto un responder cuanto un preguntar.” 8 No
puede decirse que este autor hable desde una postura escéptica o nihilista, todo lo
contrario. Se trata de un pensador entre cuyas tesis principales se destaca la de la
“verdad de las cosas”, nada menos.9 Sin embargo tiene consciencia de los límites que al
filosofar pertenecen por su propia naturaleza.

“El filósofo o, como me agradaría más decir, quien filosofa, la persona que filosofa
no es tanto alguien que ha elaborado exitosamente una visión acabada del mundo,
cuanto más bien alguien que se ocupa de mantener despierta una determinada

8
“Acerca del concepto de filosofía en Platón” (conferencia en la “Celebración anual” de la Academia
renano-westfala de Ciencias en Düsseldorf en 1955) editado en castellano en PIEPER J., Filosofía,
Contemplación y Sabiduría, Ágape, Buenos Aires, 2008, p. 52
9
Cfr. su conocido trabajo La verdad de las cosas publicado en El descubrimiento de la realidad, Rialp,
Madrid, 1974 pp. 101 y ss.
5

pregunta, a saber: la pregunta por el significado último de la totalidad de la


realidad, para la cual ciertamente es capaz de hallar una serie de respuestas
provisorias, pero nunca la respuesta.”10

Es el olvido de la consciencia de los límites de nuestro conocimiento, o peor, el


rechazo de estos límites, el afán sistematizante de todo conocer que pretenda ser
absoluto y total lo que se revela como esencialmente antifilosófico. Y es ante ello que la
filosofía debe mantener despierta la denuncia, sin que eso implique suponer el carácter
vacío del ser. Es más bien porque el ser es tan abundante de sentido, tan complejo para
nuestra mirada (o demasiado simple para nuestra mirada compleja), que todo afán por
comprenderlo de modo exhaustivo se hace merecedor de la sospecha, aunque eso no
significa que tenga que ser sospechoso todo conocimiento verdadero.

“Nadie estará jamás en posición de poder responder de manera adecuada a estas


preguntas, sin embargo, esta es la tarea específica de la Filosofía: mantener abierta
la atención del hombre por el incompresible «factum completo», suscitar la
desconfianza ante toda pretensión de haber hallado la fórmula universal, ofrecer
resistencia a todo intento de suprimir u olvidar un solo elemento de la irreductible
realidad a favor, por ejemplo, de una apresurada sistematización o armonización.” 11

¿Deconstruir o develar?

Dos razones (¿metafísicas?) pueden esgrimirse para fundamentar el hecho de que


las preguntas filosóficas no hallarán desde el mismo filosofar una respuesta definitiva y
completa: o no hay verdad alguna (y no hay respuesta posible) o la hay en demasía (y
las respuestas siempre exceden nuestras limitadas capacidades).
Creemos que es posible preguntarse para hallar respuestas (hemos vuelto al
sentido común) y luego seguir preguntándose a partir de las mismas, tratando de ganar
cada vez un poco más de luz en este curioso estado de claroscuro que caracteriza
nuestro humano peregrinaje cognoscitivo.
Son propuestas nacidas desde una mirada metafísica, se me dirá, y es cierto. Y no
sé si desde dos posiciones tan distintas en una cuestión tan radical (de raíz) sigue siendo
posible el diálogo. Ojalá que sí. Pero la actitud dialogante parece más bien suponer la
posibilidad de discrepancia y encuentro en torno a la visión de la realidad, y tal vez ya
no pueda dialogarse cuando es esa visión lo considerado imposible y esa realidad lo
considerado inexistente. Y si el diálogo queda imposibilitado, ¿qué queda de esa
supuestamente democratizante apertura? ¿Sigue siendo abierta (o aperturista) una
postura que presenta la búsqueda del conocimiento como un callejón sin salida, o que
postule que las supuestas salidas no conducen a otra cosa que no sean otros
callejones?12

Las respuestas no necesariamente cierran, sino que tienden a abrir, y


especialmente si se trata de respuestas verdaderas (aunque parciales). Cuanto más

10
“El posible futuro de la Filosofía”, palabras pronunciadas al recibir la Aquinas medal en un congreso
de Filosofía en New Orleans en 1968, editado en castellano en Filosofía, Contemplación y Sabiduría,
p.65
11
Ibidem, p. 66
12
Así, le reinterpretación de Sztajnszrajber de la célebre alegoría de la caverna platónica: el prisionero
liberado descubre en algún momento que el exterior de la caverna es el interior de otra caverna más
amplia y así sucesivamente. Cfr. ¿Para qué sirve la filosofía?, pp. 319-328. Cfr. también el capítulo 1 de
la tercera temporada del programa Mentira La Verdad, protagonizado por el mismo autor:
6

cercanas incluso están estas respuestas a la verdad, cuanto más éxito logran en su
objetivo de develar el ser de las cosas, más y mejores parecen ser las preguntas que
brotan a partir de ello. La experiencia filosófica de lo incomprensible no es una
experiencia de pura negatividad, sino que brota de la experiencia positiva de una verdad
que, sin embargo, se revela en última instancia como inabarcable.

“El no-saber de la persona realmente filosófica tiene como presupuesto una


experiencia positiva, en la que el objeto realmente se ha manifestado, naturalmente
como algo que supera la capacidad de comprensión. Este sapiente no-saber
contiene y significa, entonces, una fundada declaración sobre el mundo, esto es:
que el mundo es algo insondable. Es una declaración que expresa un hallazgo
experimentado; sólo quien ha hecho esa experiencia puede ser un sabio que no
sabe.”13

La filosofía no es sabiduría, muy en claro lo tenía Pitágoras cuando, según la


tradición, inventó el término. Tampoco es amor sin objeto, que sería en definitiva amor
de nada y por tanto parecería estar más cerca del no-amor. Es amor a la sabiduría, un
amor que se expresa muchas veces entre signos de interrogación que tienden, por su
misma naturaleza, al encuentro con lo verdadero, pero a sabiendas de que siempre
restará algo que no es abarcable por nuestra limitada capacidad de conocimiento.

“Esta, pues, es la meta a la que se tiende con la filosofía: la comprensión de la


realidad desde un último principio de unidad. Pertenece por ello a la esencia de la
filosofía el estar “en camino” hacia esa meta (¡amando, buscando, esperando!),
pero no está por su propia esencia en condiciones de alcanzar esta meta; ambas
cosas pertenecen al concepto de filosofía, tal como los antiguos lo han desarrollado
y comprendido. [...] Se afirma, pues, que no puede darse un “sistema cerrado” de la
filosofía. La pretensión de poseer la «fórmula del mundo» es por necesidad
conceptual, afilosófica y seudofilosófica.”14

La sabiduría, en su sentido más estricto, nos supera. Es inadueñable. Pero eso está
lejos de demostrar que no exista y que sea inexistente para nuestro humilde
conocimiento la posibilidad de acercarse a ella. Salvo que nuestro acercamiento
cognoscitivo nazca ya con un afán posesivo, incapaz de la humilde aceptación de sus
limitaciones.

13
Filosofía, Contemplación y Sabiduría, p. 50
14
Pieper J., “¿Qué significa filosofar?” en El Ocio y la vida intelectual, Rialp, Madrid, 1998, p. 145

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