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Isabella C. Ramia
En un hecho cualquiera, el primero que se nos ocurra, está contenido todo lo sucedido
y por suceder. En un hecho cualquiera se esconde la sustancia. Desde cualquier hecho se
puede partir e iniciar un viaje hacia la epifanía.
Esto es así: la realidad son los hechos, desde los hechos se puede viajar hasta la
sustancia y el alma de la sustancia es la epifanía. Esta fórmula es la premisa –o su afuera
al menos– que nos plantea Reinaldo Montero en Epifanía del cangrejo entretejida entre una
cantidad de pensamientos, disertaciones e incluso alucinaciones de quirófano que bailan de
adelante hacia atrás hasta encontrarse unas con otras y volverse una sola cosa.
Porque entender la muerte es una epifanía en sí misma, pero entender la vida luego
de haber entendido, aceptado y esperado la muerte es la verdadera sustancia. Es irse todas las
noches del brazo de la muerte, actuar todas las noches por última vez, pensar que la muerte
no nos dejará regresar porque ya la hemos abrazado y no se puede soportar regresar para
decir una vez y otra y otra falsísima última vez que todas las noches nos vamos del brazo de
la muerte.
Es irse todas las noches del brazo de la muerte y de repente encontrarse sollozando,
rodeado de la alegría en la casa del hombre, y que te griten: Vives.