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Feos y Malos

Erick Tomasino

THC EDITORES

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© ERICK TOMASINO
FEOS Y MALOS

Impreso en El Salvador
Editado por THC EDITORES
Fotografía: Ilaria Tosello

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la


ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni
su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en
cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico,
fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito
de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos
conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la
propiedad intelectual.

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Para Ilaria, que se aventuró a invitarme a su silla.

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ADEMÁS DE FEOS, MALOS


Al parecer, la belleza o fealdad de una persona
influye en cómo percibimos su personalidad y
hasta su carácter moral. Karen Dion y sus
colaboradores realizaron diversos estudios
empíricos y encontraron que las personas
tendían a considerar que aquellos jóvenes que les
parecían atractivos tenían también una
personalidad socialmente más deseable que
aquellos que les parecían menos atractivos. De
hecho, en otro estudio realizado con niños pre-
escolares se vio que los más atractivos resultaban
ser los más populares entre sus amiguitos y
compañeros. Así mismo, cuando personas
adultas tuvieron que juzgar sobre diversas
acusaciones que pesaban sobre varios jóvenes,
tendieron a dar juicio más severo sobre aquellos
que consideraban más feos que sobre aquellos
que consideraban más guapos; incluso pensaban
que los jóvenes físicamente atractivos tenían
menos probabilidad de volver a incurrir en
delitos serios que los jóvenes menos agraciados
(sic).
Si las investigaciones de Dion y sus
colaboradores están en lo cierto quiere decir que,
por lo menos en nuestra cultura, la apariencia
física de las personas juega un importante papel
en la percepción que se tiene de ellas y, por
consiguiente, también en este capítulo los pobres
(mal alimentados, mal desarrollados y mal

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vestidos) llevan todas las de perder. No en vano
la mera presencia de algún niño o joven pobre
suele despertar la inmediata suspicacia en ciertas
personas y la sospecha de que está allí para robar
o “para a saber Dios qué”.

Tomado de: Ignacio Martín-Baró.


Acción e Ideología. Psicología Social desde
Centroamérica. UCA Editores. 8ª edición.
1997. p. 196.

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EL CASO MORRISON

Mi nombre es Enrique Fasso. Soy detective


privado y me especializo en casos de infidelidad. A mi
oficina llegan muchas solicitudes de personas que
quieren que les resuelva dudas relacionadas con sus
parejas cuando presuponen que les están jugando la
comida. La mayoría de mis clientes son mujeres que
buscan confirmar sus sospechas respecto al marido que
las engaña. Estas sospechas casi siempre son falsas, pero
he aprendido en este negocio que es mejor decirles lo
que esperan escuchar que decirles la verdad. Así, si se
resuelve el caso tal como ellas lo esperan, puedo cobrar
una jugosa bonificación. A veces he mentido y en la
situación de que el adulterio sea cierto, cobro por
partida doble; es decir que cobro tanto al cliente inicial
que sospecha, como a la pareja infiel a quien descubro.
Por ello –debo admitirlo– he falseado pruebas para
mostrar a mis clientes que su pareja le engaña o he
chantajeado a los otros para no dejarlos en evidencia.
Últimamente el negocio ha decaído, con esa
saturación de lo que llaman “redes sociales”,
profesionales como yo ya no somos tan necesarios. Es
tan fácil dar seguimiento a la pareja y sospechar de sus
engaños bajo los códigos virtuales del rastreo y
seguimiento. Pero aún con este hecho, siempre sale una

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que otra persona ansiosa de develar el secreto evidente
de la mentira y me contrata.
En especial recuerdo la vez que una mujer de
avanzada edad entró de súbito a mi oficina, yo siempre
prefería que mis clientes llamaran por teléfono antes
para acordar una cita, así sabría de antemano si aceptaba
o no el caso; sin embargo, ella rompió con esa regla que,
a decir verdad, sólo yo cumplía.
A esta mujer me parecía que ya la conocía de
algún lado, minutos después reaccioné y supe que era
una de esas personalidades de las esferas del poder que
solía aparecer en los noticiarios emitiendo incendiarios
comentarios contra sus adversarios políticos. Al
acercarse a mi escritorio noté que cuando quería parecer
graciosa, no era ella sino el botox quien reía. No era para
nada atractiva, pero como dice un amigo mío, tenía un
sex appeal que la hacía llamativa. Su nombre era
Elizabeth Reina, una exfuncionaria de gobierno con
altos cargos dentro de su partido y conocida en los
pasillos del chisme político como “La Octopussy”,
apelativo asignado porque supuestamente en su
juventud se parecía a Maud Adams, una seductora chica
Bond en la época en que Roger Moore encarnaba al
famoso agente.
Bety –como me pidió que le llamara– entró con
la urgencia de quien quiere resolver un asunto de vida o
muerte, se veía alterada, le pedí que se sentara y así lo
hizo. Puedo fumar me preguntó. Seguro le dije. Al
mencionar la palabra “seguro” me lanzó una furtiva y
nerviosa mirada, parecía que algo la incomodaba. Sin
embargo, se ubicó en la silla y mientras prendía su
cigarrillo se cruzó de piernas, acción que reveló, más
que una voluptuosa piel como suele suceder en este tipo

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de escenas, un fustán color talpa jocote que me
recordaba a las prendas mata pasiones que solía usar mi
ex esposa. Bety, al igual que en la mayoría de los casos,
pretendía que yo siguiera a su marido para saber si se la
estaba bajando con otra; lo curioso que en este caso su
pareja no era un viejo verde, sino que se trataba de un
muchacho joven a quien Bety le llevaba muchos años de
anticipo y de quien sospechaba que la engañaba con otra
mujer. Sus dudas se basaban en que él salía todas las
tardes de su casa por el mismo lapso sin dar un motivo
claro. Él –me confesó– era uno de esos tipos que, pese
a su juventud, no realizaba ninguna actividad que
pudiera argumentar sus largas ausencias cotidianas; era
uno de esos que gracias a las condiciones propias de su
clase “ni estudiaba ni trabajaba” más por pereza que por
carencia. Quería que siguiera sus pasos y le informara
de lo que hacía cuando se ausentaba de casa, quería
saber a dónde y con quién se reunía. Bety vino con una
fotografía del susodicho impresa en papel simple, el tipo
en efecto –al menos en apariencia– era varios años
menor que ella, razón suficiente para que asumiera que
la presunta mujer con quien se encontraba era también
joven. La foto no permitía detallar el aspecto del tipo, sí
parecía una de esas fotos sacadas “para el feis” con una
sonrisa falseada por la amenaza del obturador que le
daba la apariencia de un joven alegre encantado con la
vida.
El caso me parecía bastante fácil, pero mi tasa de
honorarios dependía de hacer creer que era difícil por
los riesgos que se asumían, así como también de las
condiciones económicas del o la cliente. Esto es pan
comido, pero me llevaré una buena cuota, pensé. Así
que le dije a Bety que tomaría el caso y le di un papel

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con la cantidad de lo que costaría el trabajo, cincuenta
por ciento ahora y el otro cincuenta al terminar más el
diez por ciento de imprevistos; terminar significaba
entregar un sobre con pruebas, fotos, grabaciones y un
folio describiendo el modo de operar del sujeto. Sólo
quiero saber dónde y con quien se reúne, reiteró. No se
preocupe, mi trabajo es garantizado. Bety salió confiada
en que resolvería el caso de manera satisfactoria. Más
tarde aparecería en la televisión quejándose de ser
víctima de persecución política tras haber sido
denunciada por un “mal manejo de fondos públicos”
que –según la nota– rondaba varios millones de dólares.
De haberlo sabido antes le habría cobrado más por mis
honorarios.
***
Carlos Jaime, hombre, treinta y cinco años de
edad con estudios no concluidos de derecho en una
universidad privada, relación sentimental "es
complicado" (así se leía en su perfil digital). Especial
afición por los carros, la música rock, principalmente las
baladas románticas de los años sesentas, setentas y
ochentas. A parte de una que otra fotografía en algún
sitio turístico apenas abrazado de un grupo de amigos,
no había mayor prueba para fundamentar sospechas en
contra de él; es más, la mayoría de sus álbumes
fotográficos tenían relación con su pasión por los
motores o luciendo camisetas de sus bandas favoritas,
en definitiva, me parecía que llevaba una vida demasiado
simple y monótona pese a las condiciones materiales
casi infinitas que Bety le daba como muestras de su
amor. Y por supuesto, como dato importante, no había

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ni una foto junto con ella ni de ella. Pero tampoco fotos
con otras mujeres.
Una vez agotado el rastreo virtual era momento
de pasar a la de seguimiento de campo. También me
parecía sencillo tomando en cuenta que Bety me había
dicho que Carlos Jaime solía salir todos los días a la
misma hora por un lapso aproximado de tres horas para
retornar a casa a la misma hora, según datos
corroborados con los vigilantes de la casa. Así que me
dispuse a seguirlo, el día elegido fue un viernes por el
ambiente de fiesta que ese día suele pulular en la capital
y por el olor a sexo desenfrenado que deambula por las
calles.
Estacioné mi auto a unos cuantos metros del
portón de la casa de Bety apenas unos minutos antes de
la hora que Carlos Jaime habituaba salir, el tráfico de la
ciudad había estropeado mi plan original y con suerte
no llegué demasiado tarde como para perderle la pista.
Leyendo la bitácora del caso, recuerdo que ese día salió
exactamente a las tres con dos minutos. Lo primero que
me sorprendió fue que, a pesar de su pasión, no
conducía un súper auto sino uno más bien modesto.
Tomó dirección con rumbo sur poniente precisamente
a una zona de apartamentos muy cerca de la zona de
centros comerciales y bares a la que acudían los chicos
de su clase. En uno de los semáforos casi le pierdo la
pista pues al ponerse la luz en amarillo él aceleró
cruzando la calle a toda velocidad, mientras yo tuve que
detenerme debido a mi maldita costumbre de respetar
las señales de tránsito. Parado por unos segundos, una
voluptuosa mujer se acercó a mi ventana para
entregarme varios promocionales mientras el semáforo
volvía al color verde. Para mi suerte el tráfico estaba tan

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pesado que Carlos Jaime apenas había avanzado unos
metros y logré retomarle la pista. Seguimos por varias
cuadras hasta que se introdujo a uno de los complejos
habitacionales entrando sin mayor dificultad, parecía
que el vigilante encargado del ingreso lo conocía muy
bien debido al saludo ameno con que lo recibió. Para
mí, entrar en aquel lugar implicaba un poco más de
esfuerzo pues debía tener una buena excusa para
ingresar. Así que tomé la decisión de parquearme a una
cuadra del edificio para seguir a pie.
Mientras verificaba si dejaba bien cerrado mi
carro, noté que los promocionales que me había dado la
voluptuosa mujer del semáforo eran de un famoso
nigthclub de la zona, tomé aquel fajo y los llevé conmigo.
Me acerqué al portón y el vigilante me pidió la dirección
exacta y el motivo de mi visita, lo observé pensativo por
unos segundos, sin mayor detalle le dije que era
repartidor y le entregué uno de los promos, si lo lleva
esta noche puede participar en nuestras excelentes rifas,
el hombre me miró entre sonriente y cauto, como no lo
veía muy convencido de mi estratagema y al no tener
otra excusa tuve que sobornarlo, le dije que seguía al
chico que acababa de entrar y que no hiciera más
preguntas o ambos nos meteríamos en problemas, le
extendí la mano y me miró sorprendido pero agradecido
por los billetes estrujados que le entregué sin saber la
cantidad exacta de la mordida. Lo que parecía más difícil
había sido superado. El hombre además se quedó con
todos los promocionales del nigthclub.
Me acerqué unos cuantos metros al apartamento
cuya dirección me había brindado el vigilante. Al
acercarme sigiloso, noté que Carlos Jaime se encontraba
cerca de la ventana que daba hacia la terraza y parecía

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muy concentrado mirando hacia una pared. Tenía
puesta una música de fondo que sonaba muy estridente
y mis sospechas iniciales me llevaron a especular que se
encontraba con su amante. En este caso cobro por
partida doble, pensé.
Seguí así por varios minutos anotando cada
movimiento en mi libreta. Carlos daba vueltas al ritmo
de la música como quien hace una fonomímica. Para mi
sorpresa, Carlos Jaime advirtió mi presencia, se acercó
a la terraza, sonrió e hizo un gesto con la cabeza, luego
hizo otro en señal de que me llamaba para que entrara
al apartamento. Como no podía disimular, me acerqué
hasta la puerta y antes de tocar el timbre, Carlos Jaime
abrió diciendo "pasá adelante, man".
Entré y mi segunda sorpresa fue no encontrar a
nadie más, el tipo estaba solo, con la música a todo
volumen, mientras tanto yo me iba poniendo nervioso
pensando que aquella invitación fuera una trampa en
contra mía. Por solicitud de Carlos Jaime, me senté y
accedí a un trago que muy gentilmente me ofreció, bajó
el volumen al equipo de sonido. "¿Te mandó la ruca?,
va". Así es le respondí asumiendo que hablaba de Bety.
"Esa maitra está loca, man, si vieras que sólo
taloniándome quiere pasar". Yo guardé silencio por
unos segundos hasta que por fin me animé ¿Porque
decís eso? ¿A qué crees que se deba? –pregunté con una
súbita confianza–. "Nel, la mera onda que puro vacil de
ella, así trató a sus exmaridos y así me quiere tener
controlado a mí". La forma de hablar de Carlos Jaime
me impresionaba, me había sacado de mis prejuicios de
índole clasista al suponer que la burguesía se manejaba
en un lenguaje refinado.

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Carlos Jaime sacó un encendedor y lo movía de
un lado hacia otro como quien se espanta las moscas.
Lo encendía y lo apagaba, perdida su mirada en la llama.
De pronto prosiguió: "Pues la mera onda está así, que
yo a esa maitra le cuidaba las espaldas y de repente man,
que va y me dice que se siente sola, que, si quiero vivir
con ella y yo puesí, ni lento ni perezoso que le digo
simón y al ratito va ya estábamos endamados". ¿Y qué
pasó después? "La mera onda que puesí, sólo
mandándome quiere pasar, que hacé esto, que vestite así
y esa onda nel ya no me llega, encima sólo gritándome,
algo desaforada la ruquita esa, yo no sé si soy su marido
o su cholero; así que cuando puedo me doy mis
escapadas para acá donde me siento más tranquilo ¿me
agarrás la onda?" Aquella era la justificación que Carlos
Jaime daba, pero me parecía tan poca excusa, pues desde
mi punto de vista era algo que se podía hablar y
resolverlo, sobre todo estando con una mujer
acostumbrada al parlamentarismo.
Nos tomamos otro trago y Carlos Jaime
mirándome directo a los ojos notó mi incredulidad.
Tomó de nuevo el encendedor de tal forma que me
parecía un pirómano que quería quemarme vivo. Sonrió
y suspiró, se puso de pie y se dirigió a una habitación,
me imaginé que iría a sacar un arma y matarme en ese
momento, me rasqué la panza y me acordé que yo nunca
había usado una pistola. Era un detective pacifista.
Carlos Jaime regresó y para mi fortuna no era un arma
lo que traía sino un sobre de papel manila tamaño carta
de veintiuno punto cincuenta y nueve centímetros por
veintisiete punto noventa y cuatro centímetros que en
su interior contenía un montón de papeles. Sorprendido
le pregunté de qué se trataba y me dijo que eran unas

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pruebas que había encontrado en la habitación de Bety
que daban cuenta de unos tales desfalcos. Vaya a saber
qué es eso, pero pensé que era algo serio. “Simón, es
serio y creo que la maitra sabe que yo los tengo, por eso
me anda taloniando para asegurarse que se de sus
movidas y darme gas, como sabe que no puede hacerlo
en su casa, está procurando hacerlo como si fuera un
accidente. Por eso te ha mandado a vos, para que me
ubiqués y luego darme en la nuca”. Curioso hojeé
aquellos papeles, había balances financieros, copias de
correos electrónicos y –para sorpresa mía– una foto de
Bety en lencería con una exposición estilo bondage, la
foto en blanco y negro le daba un toque artístico. Al
reverso una frase escrita a mano “Para la reina que
enciende mi fuego” firmada de tal manera que el
nombre no era legible. Intenté quedarme con ella, pero
Carlos Jaime no me quitaba la mirada de encima. Se la
devolví.
Tomé otro trago y ya me sentía algo cerote. Era
una terrible confesión aquella, le dije que tranquilo, que
sabiendo de lo que se trataba –aunque no tenía idea de
lo que era– confiara que de mí no saldría ni una palabra.
“Pero no te vayas a chiviar loco, que yo en esto no
cuento con nadie y prefiero darme a la fuga antes de que
me balaceyen”. Me explicó que Bety era capaz de todo.
Le insistí que tranquilo, que ya vería cómo me las
arreglaba. Que su esposa no le haría nada.
Evidentemente estaba mintiendo pues yo lo que quería
era salir de ahí tan pronto como pudiera.
Carlos Jaime se notaba indignado por el trato
que Bety le daba. Hasta cierto punto sentí solidaridad
con aquel joven de peculiar hablado. Mientras él seguía
sosteniendo aquel encendedor que prendía y apagaba

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amenazadoramente. Luego de un breve pero intenso
diálogo con aquel muchacho y al observar que en este
caso no había ni un sólo rastro de infidelidad y sentir
que estaba desperdiciando mi tiempo y mi vida, además
de que su manía con el encendedor me tenía nervioso,
no tuve sino que despedirme agradeciéndole su tiempo
y su confianza y prometiéndole que no le diría nada a
Bety sobre los verdaderos motivos de sus escapadas ni
el lugar donde buscaba refugiarse. "Quedate para otro
trago" –me pidió–. No gracias, debo irme. "Entonces
dejá la puerta abierta" –ordenó–. Salí siguiendo sus
indicaciones y me dirigí a paso lento hacia la salida.
Caminando hacia el portón de seguridad a pocos
segundos de haber salido de aquel apartamento, se
escuchó un grito estruendoso como de alguien que
libera su “ki”, como de quien ahuyenta sus miedos o el
de un potro alazán a punto de iniciar un largo recorrido,
del susto que me dio tremendo alarido y como ya iba
medio bolo, caí de bruces al suelo y tardé un rato en
reaccionar, cuando lo conseguí volví a ver tímidamente
en dirección hacia el apartamento y noté que Carlos
Jaime se encontraba desnudo, bailando mientras
sostenía frente a él la fotografía de Bety, mientras que
en la mesita de centro se quemaban los papeles que me
había enseñado antes.
En el apartamento, mientras empezaba a arder
todo en llamas, identifiqué que la canción que se
escuchaba decía algo así "come on babe, light my fire", la
habitación se incendiaba a la velocidad de la luz "come on
babe, light my fire", mientras Carlos Jaime bailando y
haciendo su peculiar fonomímica se masturbaba
cantando fogosamente "Try to set the night on fire".
***

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Aquella tarde volví a casa, decidí dejar mi
profesión durante algún tiempo, pensé en cambiar de
dirección para que Bety no me encontrara y me pidiera
una devolución por no haber resuelto el caso, haciendo
eco de las palabras de Carlos Jaime: “Bety es capaz de
todo”. Encendí la tele y me serví una cerveza bien fría,
quería olvidar lo sucedido, pero justo Bety “La
Octopussy” aparecía en el noticiario denunciando ser
víctima de una conspiración. Yo nada más me la podía
imaginar en aquella foto en blanco y negro con su perfil
de bondage “para la reina que enciende mi fuego”. Me
estaba excitando, pero viendo aquella mujer en la
televisión notaba que cuando trataba de ser graciosa, no
era ella sino el botox quien sonreía.

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ELVIS NO SABE BAILAR

Magic Wils lanzó el juego a la mesa mientras


pidió a una de sus asistentes que le llenara el vaso con
whisky. Siempre que recibía nuestra visita sacaba su
juego de Risk para que la sesión de conspiración fuera
una mezcla de tensión amena y cálculo estratégico.
Mientras expandía el tablero nos convidaba a
acercarnos y hacernos de la partida. Magic Wils
permanecía siempre sentado, así que de inmediato nos
ordenó que le acompañáramos a la mesa. De los que
estábamos de pie, Buñuelo fue el primero en tomar una
silla, le siguió Elvis y por último me senté yo. Pidan algo
para beber y disfrutar que esto va para largo nos ordenó.
Siempre era así, la partida de Risk dilataba tanto tiempo
que era necesario solicitar más y más botellas de whisky.
Buñuelo, el gordo, solía jugar siempre con dos
asistentes, una a cada lado, las que eventualmente se
sentaban en sus piernas y que, a pesar del frío tropical
que provocaba el aire acondicionado, se mantenían en
delicadas ropas de lencería. Fumaba siempre dando la
impresión de un vulgar gánster graso y asqueroso, por
ello no desaprovechaba la oportunidad de hacerse
acompañar de las edecanes que Magic Wils le conseguía
en la agencia de modelaje que solía subcontratar la
R.S.E. S.A. de T.V. lugar donde trabajábamos.
Vaya piricuacos, tome cada quien sus fichas de
colores y ya saben que las rojas no están permitidas en
esta mesa, acuérdense que este país será la tumba donde

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los… Magic Wils daba un generoso trago a su whisky
hasta trabar los ojos en el horizonte y tarareaba el himno
partidario. El juego daba inicio y mientras tanto
(mientras tratábamos de conquistar territorios y
declarar la guerra a nuestros adversarios) los tragos
desfilaban imparables uno tras otro. Si no perdías en el
Risk, corrías el riesgo de caer derrotado por el alcohol
sobre la alfombra que tapizaba el piso y ser víctima de
la ronda de vejámenes de los sobrevivientes.
Elvis era el único que se mantenía en silencio.
Apenas dejaba escapar un suspiro y en su rostro se
notaba una risita nerviosa. Bebía eso sí, sendos tragos
de su vaso y miraba inquieto hacia todos lados, sudaba,
se mordía los labios, miraba el reloj, la disposición de las
piezas sobre el tablero, bebía, respondía a la mueca que
alguna de las edecanes le lanzaba con la mirada perdida
en sus adentros. Magic Wils que parecía estar siempre
en todo, lanzó un comentario al aire como para ver
quien lo cachaba, pero evidentemente todos sabíamos
que era dirigido a Elvis. A ver cuándo salen esos
ridículos vídeos tuyos por el internet –dijo–. Nos
miramos unos a otros sin dar respuesta. Elvis reía
tímido. Estás hecho un galán dijo Magic Wils esta vez
acercándose en dirección de Elvis. Vaya que poner tu
rostro para defender lo indefendible es de valientes y
lanzarlos por las redes sociales es de una osadía que…
Magic Wils reía con sarcasmo demostrando que todo lo
que decía lo hacía en son de burla mientras se volvía a
empinar su trago. Elvis trataba de evadir las
provocaciones de Magic Wils quien cantando “suelta el
mechón de tu pelo” despeinaba el gelatinoso flequillo
que Elvis solía usar.

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Vaya energúmenos, decía Magic Wils, es hora de
pasar a otro nivel y cantando con desafino pidió a una
de las chicas que le llevara una buena dosis de polvo
blanco que él se encargaba de distribuir sobre la mesa
sin importarle que un poco se dispersara sobre el
tablero de Risk. Hoy si hijos de su router, aprovechen
que ésta acaba de llegar de la isla de la fantasía por
cortesía de uno de nuestros amigos de la tele. Al
escuchar la orden, el Gordo Buñuelo tomaba un poco
de aquella coca y se la ponía en las tetas de una de sus
asistentes a quien inmediatamente después le daba su
buen narizaso. Elévame con tus globos nena. Elvis con
su peculiar mirada que parecía faro sin dirección, seguía
inmutado frente a todo aquello. Mientras otra de las
asistentes le acercó un billete de cien dólares a Magic
Wils quien lo enrolló y lo usó para llevarse una línea con
toda la pasión que eso le generaba. Esto es lo más
notable que hizo tu tata, le expresó a Elvis, traernos los
dolaritos que para lo único que en verdad sirven es para
darse sus buenos toques porque para lo demás no sirven
para ni mierda. Puto pisto sin base, falso, como el
aprecio que estas edecanes nos tienen, falso como
nosotros también o como este gordo cerote –
dirigiéndose al Gordo Buñuelo– que para lo único que
sirve es para darle paja a la gente en la televisión.
El estado de ánimo de Magic Wils nos
incomodaba a todos, pero nadie decía nada pues
sabíamos que alguna discordia con él podía significar
nuestra sentencia de muerte. Esa tarde yo tuve algo de
suerte pues no me dedicó ninguna de sus ofensas y
podía sentirme un tanto ajeno de aquel palabrerío que
manaba de la tosca boca de Magic Wils.
***

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Nosotros éramos del equipo de creatividad de la
sección de editorial y censura de la R.S.E. S.A. de T.V.
Un grupo propagandístico de élite que solíamos
juntarnos una vez a la semana para esbozar y desarrollar
los lineamientos de la estrategia editorial que debíamos
llevar; si bien los cuatro éramos funcionarios de
comunicaciones encargados de trasladar las ordenes “de
arriba” a todos los medios de comunicación bajo
nuestro control: televisión, radio, prensa escrita y digital,
también teníamos amplios poderes para orientar lo que
debía o no aparecer en esos medios; casi todos recibían
nuestras órdenes, además contábamos con muchos
‘analistas’ que aparecían como ‘independientes’ pero a
quienes les dictábamos lo que deberían de decir en sus
columnas o en los programas de opinión que eran
arreglados también por nosotros. Incluso orientábamos
a líderes religiosos de todas las expresiones que salían
diciendo cualquier cosa que les ordenáramos. Por ello,
para motivar nuestra creatividad, los jefes siempre nos
tenían las mejores condiciones; es decir un salón
especial con mucho whisky, drogas y la compañía de
lindas edecanes que la empresa prostituía con famosos
clientes del jet set nacional. Más de una vez fuimos
acompañados por alguna reina de belleza y hasta
contamos con la presencia de alguna cantante mexicana
ex-amante de un ex-presidente por cortesía de nuestra
cadena aliada en aquel país donde dicen que se firmó la
paz.
Esa tarde, como todas las tardes en que nos
reuníamos, tratábamos de hacer un análisis de lo que
estaba aconteciendo y medir a través de fuentes poco
transparentes lo que se decía en la opinión pública. Para
nosotros hablar de opinión pública era medir en la

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práctica si nuestro mensaje había llegado a la mayor
parte de la población, si ésta expresaba ‘libremente’ de
manera casi literal los mensajes que nosotros
imponíamos a través de la repetición incansable a través
de los medios. Dicen que ese método lo inventó un tal
Goebbles, pero nosotros lo habíamos llevado a niveles
más efectivos. Por ejemplo, si queríamos hacer mierda a
un adversario de nuestros patrones, decíamos, de las
formas más sutiles a las más obscenas, que esa persona
era una mierda y si la gente luego de un sondeo de
“opinión pública” repetía que esa persona era una
mierda, sabíamos que lo habíamos hecho bien. Si, por
el contrario, los enemigos de nuestros patrones
colocaban un tema en los medios que no nos favorecía,
nos correspondía a nosotros cambiar el mensaje y hacer
que aquello se olvidara. Tuvimos mucho trabajo cuando
se destaparon sendos casos de corrupción, pero gracias
a nuestros buenos oficios ya casi nadie los recuerda. A
tal punto que jamás se investigaron. Todo esto lo
hacíamos mientras nos drogábamos porque no había
otra forma más efectiva para crear realidades paralelas y
nuestros patrones lo sabían muy bien.
A nosotros nos gustaban las encuestas porque
así podíamos medir la efectividad de nuestras campañas.
Por ejemplo, cuando nuestro partido cayó en un bache
por los mencionados casos de corrupción, hicimos una
maniobra para hacer creer que todos los partidos eran
iguales de corruptos, una mierda; meses después casi
todo el mundo opinaba de esa manera, la población
repetía como un mantra “todos los partidos son iguales,
son una mierda”. Nosotros sabíamos muy bien que una
encuesta de percepción tiene como objetivo evaluar la
influencia de los medios de comunicación en la

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población; por ello nosotros ordenábamos a los medios
lo que debían decir y cómo lo debían decir; por ejemplo,
si uno de nuestros adversarios estaba muy bien
posicionado simplemente no publicábamos nada de él,
no lo mencionábamos, lo desaparecíamos para anularlo
por completo de la opinión pública. Cuando esto no
funcionaba, entonces nos inventábamos una historia
incriminatoria, multiplicando las ideas en las que se le
inculpaba (y hasta se le sentenciaba). Si era un sujeto
común, lo desaparecíamos y luego se justificaba que
todo le había pasado por pobre, otra simple víctima de
la delincuencia común. Cuando estábamos de buen
humor nos inventábamos campañas esperanzadoras
para que la gente se identificara más con nuestros
patrones con campañas como Pray for them o We are them,
etcétera. Así la gente se conmovía ante el sufrimiento de
nuestros jefes olvidándose incluso de sus propios
problemas. Lamentábamos no tener una industria
cinematográfica en la que podíamos producir sendos
montajes fílmicos como en Hollywood, por ello sólo
nos quedaban los noticiarios para mantener entretenida
a la población con nuestras historias de ficción.
***
Esto lo sabía Elvis como –evidentemente– todo
mundo lo sabe. Lo que él no sabía era cómo hacerlo
efectivo y por eso lo habían enviado con nosotros. Su
tarea era inventarse una historia para distraer a la
opinión pública con algún tema sin importancia
mientras nosotros encontráramos un caso relevante que
pusiera en jaque a nuestros adversarios. Pero Magic Wils
se había alterado porque no comprendía cómo una
persona incompetente como Elvis, había sido enviado a

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lo que él siempre consideró el grupo de élite de los
aparatos ideológicos de los grupos dominantes. Pese a
su pensamiento burgués nunca le habían gustado las
prebendas, los hijos de papi que utilizaban sus
influencias para escalar puestos. Y por eso aquel día le
había entrado una gran cerotera contra el tímido
muchacho.
Pero por un momento Magic Wils se había
tranquilizado de la jodedera que tenía, estaba muy
concentrado en el juego de Risk por atacar Venezuela,
puso las fichas que le correspondían por norma, tomó
los dados y anunció: ataco a Venezuela desde América
Central. Elvis lo miró sin sorpresa pues había
comprendido en poco tiempo que en el juego del Risk,
por una extraña razón, Venezuela era el territorio que
más nos disputábamos. Hubo varios intentos, pero no
fue suficiente, por lo que el juego continuó y Magic Wils
aprovechó para llenar su vaso y darse también un
pericazo, momento en el que notó que el Gordo
Buñuelo ya no estaba interesado en seguir jugando y lo
miraba clavado con ojos de maniquí.
Vos gordo cerote, no sé cómo putas no te morís.
El Gordo lo miró y sólo hizo una mueca que pretendía
ser una risa. ¿Ya viste? me preguntó, parece que en este
equipo sólo habemos dos personas valiosas, el resto es
puro ripio el que nos han mandado. Este pedazo de
mierda nada más sirve para ponerse loco y andarle
tocando el culo a las chamacas en la tele. Me estás
oyendo pedazo de mierda, cerotillo con ojos. Parecía
que Magic Wils iba a sacar todo su repertorio de
puteadas, cuando Elvis por fin reaccionó y le dijo: ya
calmate, o sea, dejá en paz a la gente. Ve y este igualado
que ni hablar puede, mirá mono cerote, si vos estás aquí

27
es por puro cuello, entendés, que si no fuera por tu tata
y por los de arriba, vos putiando estarías en la zona rosa
o Miami. Elvis dejó entonces su impulso y volvió a
quedarse callado.
En realidad, todos nos quedamos como mudos
pues sabíamos que, si Magic Wils seguía tenso, más de
alguno iba amanecer serenado en cualquier cuneta del
país. Escúchenme bien hijos de su grandísima router,
aquí nadie se me va poner al brinco, el que la cague sabe
que lo mato hasta con la punta de la moronga y luego
doy la orden de que fue por vínculo con pandillas que
así me he cargado a mucha gente para favorecer a los
patrones. Magic Wils tomó otro trago y miró a su
alrededor como esperando alguna reacción nuestra,
quizá el último comentario no fue el más acertado pues
lo ponía en una situación compleja, sobre todo ante
Elvis que hasta ese momento desconocía tal dato. Así
que respiró profundo, nos miró a todos –jalando
mocos– se rió.
Elvis lo espetó, quería saber el trasfondo de su
conducta y que porqué la había tomado contra él. Magic
Wills, enrojecido quizá por la vergüenza, quizá por el
exceso de whisky, respondió casi enseguida, como un
empuje del instinto.
–Mirá mono, la mera onda que vos me caés mal
porque sos un gran pipiolo, porque no la sabés menear.
El muchacho lo miró con incertidumbre, había
tocado una fibra bastante delicada en su autoestima,
dudar de su orientación sexual lo descompensaba a tal
punto que los ojos se le pusieron briosos. Como pudo,
retomó el aliento y amenazó que abandonaría el equipo
si tanta incomodidad nos generaba. Ese fue un golpe
bajo pues sabíamos que, si Elvis se retiraba, tendríamos

28
represalias de los de arriba a tal punto de perder nuestro
trabajo y así también cualquier oportunidad de escalar
puestos. Nos miramos unos a otros y de forma casi
coreográfica nos empinamos sendos tragos.
De manera insólita, Magic Wils se levantó de su
asiento, se acercó hacia Elvis, se disculpó y como
muestra de compensación por la ofensa, le pidió que
escogiera a una de las chicas edecanes de la R.S.E. S.A.
de T.V. y se la llevara a una de las habitaciones. Al
principio Elvis no quiso aceptar, pero ante la insistencia
accedió. Las chicas se pusieron de pie formando una fila
y como un desfile de modas pasaron ante los ojos de
Elvis quien al final se decidió por una y se fue al cuarto,
el resto esperamos mientras hablamos de cosas sin
importancia, clavados en la tele apostando sobre el
nuevo embarazo o los problemas de drogadicción de la
actriz de turno. Pensando cuál sería la estrategia para
ocultar los problemas de nuestros jefes hasta que, un par
de minutos después, la chica salió de la habitación con
una expresión entre burla y frustración. Al notar
nuestras miradas de interrogación, la chica apenas dijo:
– ¡Ay dios! si a este bicho lo que le gusta es que
le pongan su misma canción. Este Elvis no sabe bailar.
Elvis salió despavorido del salón y sollozando se
despidió de nosotros. Daba la impresión de que no lo
tendríamos de nuevo en el equipo. Magic Wils
quitándole importancia al asunto se rascó una nalga y
tirándose un pedo nos dijo que para esa semana
hablaríamos de las prácticas masturbatorias en los
funcionarios públicos y su relación con la calvicie y el
sobrepeso. Todos reímos ante la ocurrencia. Ya
teníamos tema para seguir distrayendo a la población.

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30
POR UNOS CUANTOS
CENTÍMETROS DE MÁS

La tarde estaba calurosa y no había mucho qué


hacer, decidí dirigirme al sitio perfecto a donde –como
yo– acuden todos los desempleados: un parque al centro
de la ciudad. No era el parque central, si no uno a
poquitas cuadras hacia el oriente de aquel. En el camino
pasé por un supermercado y con el poco dinero que aún
tenía compré medio litro de guaro y un litro de jugo de
naranja. Llegué al parque y me senté en una de las
bancas que, con suerte, no habían cagado los pájaros.
Arrojé un poco del jugo de naranja sobre el
jardín y de lo que quedaba en la botella lo completé con
el guaro. Era aguardiente del mejor espíritu de caña
producido en el país. Lo mezclé bien y me tomé un buen
trago. El jugo estaba frío y me refrescó la garganta,
apenas y aturré la cara, la mezcla había quedado
dulzona.
No es fácil estar desempleado y sin esperanzas,
pero me lo llevaba bien, aún me sentía joven y creía que
podía dar lo mejor de mí para el mundo, eso, hasta que
en el puesto de discos piratas más cercano se oía a todo
volumen la melodiosa voz de Braulio cantando “en
bancarrota” que me devolvió a la realidad. Tomé otro

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trago, esta vez me produjo una pequeña tos. Guardé
silencio.
El parque estaba lleno de viejos jubilados, quizá
por eso le decían el “parque de las palomas caídas”, el
ruido de los buses destartalados se mezclaba con el de
las ventas de discos y la estridente voz regañona de un
pastor evangélico amenazando a los pocos bolitos que
lo escuchaban esperando, sin duda, la venida del pan
con café. Tomé otro trago.
A pesar de aquel estrepitoso ambiente me sentía
bien, aún con el desorden y el caos, uno puede sentarse
y meditar sobre la vida, sobre la muerte, sobre el tiempo,
recordar amores pasados y pasiones fallidas. Podría
acostumbrarme a aquello si no fuera por las necesidades
materiales que siempre apremian.
En eso estaba cuando vi venir hacia mí a un tipo
no tan mayor, pero tampoco era un joven, al menos no
era de mi edad. Caminaba pausado y a mi parecer un
poco encorvado, traía consigo un saco al hombro lleno
de latas de aluminio aplastadas. Llegó hasta donde me
encontraba y se sentó a mi lado. Como reacción del
instinto lo primero que hice fue tratar de esconder las
botellas, lo que inmediatamente me pareció una
estupidez pues no había manera de ocultarlas. Así que
me serené, lo observé un poco y él a mí. Nos saludamos.
Quedamos unos minutos en silencio. El tipo no
parecía que quisiera irse y yo sentía que debía pelear mi
espacio. Sí, porque uno por un extraño sentido de
apropiación, cree que todo lugar a donde uno llega es
de uno, eso que se expresa en la frase “yo llegué
primero”. Pero el tipo no se inmutaba y parecía estar
más relajado que yo. No me quedó más remedio que
tranquilizarme y le ofrecí un trago, le acerqué la botella

32
y él, cambiando su expresión de indiferencia a una
amable sonrisa, se empinó la mezcla de guaro con jugo
de naranja y dio un sorbo, parecía un caballero
aceptando gentilmente una cortesía. Luego sacó un
paquetito hecho de papel, lo abrió y tomó un par de
cigarrillos de los cuales me ofreció uno. Lo tomé y me
ofreció fuego, encendí mi cigarro y luego él el suyo. Ello
me llevó a pensar que era momento de romper el hielo
y descubrir si podríamos comunicarnos en un idioma
que no fuera el de las gentilezas.
Me presenté. Mucho gusto –respondió– y
pasaron otros largos minutos de silencio hasta que por
fin dijo: Yo soy Tyson. Al decirme eso lo miré
detenidamente para descubrir el porqué del nombre,
pero aparte de tener la tez morena y la nariz achatada
no había otra señal del porqué lo habían bautizado con
el apellido del buen Mike. Ni siquiera tenía la cara de
emputado del otrora campeón ni la complexión física
de un peso pesado. Así que le pregunté por qué le decían
como le decían. Es que en mi juventud fui boxeador. Se
puso de pie y lanzó unos cuantos jabs al aire e hizo un
poco de juego de piernas. Bueno, fui boxeador amateur,
pero estuve inscrito en la federación. Era muy bueno,
pude haber sido campeón, si tan solo hubiera nacido en
otro país, aquí el box sólo sirve para arrear bolos en los
chupaderos. La plática me parecía buena, di otro trago
a la botella. Le pregunté qué había sido de él.
Bueno, si me das un buen poco de tu vitamina te
lo puedo contar. En este país, un buen poco significa
mucho. Un buen poco es un buen poco. Un poco
bastante grande, por lo tanto, es eso, bastante, mucho.
No te entiendo. No importa. Le ofrecí la botella y en

33
efecto le dio un trago considerable, como si quisiera
tragarse los recuerdos. Empezó.
***
Yo era un chico bueno, hacía mucho deporte y
no me metía drogas. Veía las películas de Rocky y quería
ser un campeón del box, quería ser famoso. Si por la
gran puta, era lo que se puede decir un angelito pugilista.
Me inscribí en la federación de boxeo y entrenaba duro,
ni siquiera me interesaban las chamacas. Para mí, toda
la vida se concentraba en el ring. Luego me mudé de
casa para estar cerca del sitio de los entrenos, mis padres
tenían algo de dinero y me pagaban el alquiler de un
pequeño apartamento. Pero mientras yo me dedicaba a
formarme como deportista la vida a mí alrededor seguía
su rumbo.
Una tarde escuché que alguien llamaba a la
puerta de mi casa. Era un amigo de infancia a quien le
decíamos el Barni, dijo que necesitaba un sitio donde
quedarse, que había entrado a la universidad para
estudiar algo así como periodismo o comunicaciones y
que había conseguido un trabajo cerca, pero con lo que
le pagaban no podía alquilarse una casa ni gastarse el
dinero en taxis para regresar a su vecindario. Así que me
pidió si podía quedarse en el apartamento y que podría
ir aportando algo para los gastos. Como era mi amigo
accedí y lo dejé vivir conmigo.
El Barni era un buen muchacho, se sabía llevar
con todo el mundo y nunca se metía en problemas. Nos
tratábamos bien. Hasta llegaba a ver mis peleas y me
daba mucho ánimo, decía que me admiraba mucho. Mi
constancia y mi disciplina le fascinaban, que yo sería
alguien en la vida, en fin, creo que quería parecerse un

34
poco a mí. Pero él era bastante perezoso, no tenía la
fortaleza suficiente como para poder superarse, pero era
simpático; quizá su sobrepeso le daba ese aire de un oso
tierno, sabés, de esos tipos que a las chicas les parecen
abrazables. De hecho, tenía mucha suerte con las
mujeres, lo sé, porque lo vi acompañado de algunas
chicas lindas que lo llegaban a visitar a la casa.
***
La historia de Tyson me parecía agradable, pero
no sabía qué relación había entre su amigo y su afición
al box, no quise interrumpirlo, pero la vitamina se nos
estaba acabando, se lo hice saber y le dije que andaba un
poco corto de dinero. Él abrió el saco y revolvió las latas
aplastadas, luego sacó una bolsa que parecía contener
otras bolsas y dentro de ellas había un estuche, su
billetera. Sacó algo de dinero y me lo dio, traete un
pulmón de ese mismo que estábamos tomando y otro
litro de jugo de naranja, también podés traerte unas
bolsas de maní o de chicharras y una cajetilla de cigarros.
Aquello me dejó sorprendido, pero me favorecía que
Tyson gastara para las compras, por lo que no discutí su
orden y me fui rápido hacia el supermercado.
Regresé tan pronto como pude y Tyson me
esperaba tranquilo, no parecía alguien que había
dedicado los mejores años de su juventud a fajarse con
otros tipos rudos, (aunque insistieran en llamar aquello
deporte, me parecía desagradable pensar que darse de
golpes en un cuadrilátero podría ser considerado como
tal).
Le comenté que no entendía por qué me contaba
lo de su amigo cuando había empezado a hablar de su
apodo y del box. Porque precisamente por él todo
cambió, respondió. Volvió a sacar su billetera y tomó lo

35
que parecía ser una fotografía doblada en cuatro partes,
lo extendió y me lo enseñó. ¡Puta cerote! ¡Por dios! era
una fotografía de él desnudo con su pene erecto, se
miraba enorme, tenía una sonrisa de oreja a oreja y los
puños hacia el frente mostrando sus pulgares en señal
de buena onda. Mierda, porqué me eseñás esto, si no
hubieras sido boxeador ahora mismo te habría pegado
un pijazo –le dije–. Tyson nada más rio y guardó la foto.
No aguantás nada, dijo. Si era una broma me parecía
desagradable –le expresé–.
Tyson se puso a realizar la mezcla del
aguardiente con el jugo de naranja, lo batió bien y me
ofreció la botella, le di un trago y suspiré
profundamente, le había quedado potente. Él se puso
de pie en posición de un conquistador que espera ser
retratado, no pude evitarlo y dirigí mi mirada a la altura
de su zíper, pese a que ya no era un joven aún se le
marcaba el mueble. The eye of the tiger. Tomé otro trago.
Siguió contando.
***
Una tarde llegué a casa, iba de un entreno en el
cual me habían informado que se realizarían unas
pruebas para participar en una competencia que valía
como clasificatorio a las olimpiadas; mi entrenador me
dijo que tenía muy buenas posibilidades, pero que tenía
que seguir entrenando duro y cuidarme, ya sabés, lo que
se les dice siempre a los deportistas: nada de licor,
drogas, desvelos, sexo, etc. Yo no tenía problemas con
aquello pues era justamente lo que evitaba. Yo quería
ser un campeón.
Llegué con ganas de contárselo a mi amigo, pero
aquella tarde estaba con alguien en la habitación, lo supe
porque se escuchaban sus risitas y sus voces, yo también

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me reí y me senté en el sofá, abrí una revista de mujeres
desnudas que el Barni solía tener y esperé. Luego lo
normal, vos sabés, se escuchaban besos, los ahhh de la
chica, los ohhh de él y aquello me estaba poniendo
caliente. Me fui hacia el refrigerador y lo único frío para
beber eran unas cervezas. Me dije que no habría
problema si tomaba una, la destapé y le di un sorbo, al
principio me pareció amarga pero no tanto como los
menjurjes de hierbas que me hacía para mis entrenos, le
di otro sorbo y regresé al sofá. Ahora los jadeos de la
chica se escuchaban más fuertes y la cosa se me estaba
poniendo dura. Me reí nerviosamente de tener aquellos
pensamientos que creía pecaminosos. Dejé la cerveza y
seguí hojeando la revista. El ruido de la habitación
desapareció y de pronto salió mi amigo vestido sólo en
calzoncillos, sudando y con cara de frustración. Le hice
un gesto como preguntando qué había pasado y él
tranquilamente me dijo que la chica estaba muy caliente,
que no lograba satisfacerla y que si podía hacerme cargo
de ella; por un momento pensé que se trataba de una
broma, pero la chica desde la habitación gritó sugestiva
¡Tyson, te necesito aquí, vení campeón! Parecía que
estaba llamando más a un perro que a mí, pero no me
importó, vos sabés.
Yo estaba caliente y hacía muchos días que no
había estado con alguien, me asomé tímido hacia la
habitación y ahí estaba aquella chica totalmente desnuda
sobre la cama, me miró febril mientras se acariciaba.
Hola, hola, y entonces, ¿estás segura?, qué creés. Me
desnudé y cuando me quité toda la ropa la chica
expresó: ¡púchica! ¡granpoderdedios! Sí, yo ya había
notado que mi pene era unos cuantos centímetros más
largo que el promedio nacional, lo sabía porque en las

37
duchas del gimnasio había visto otros penes y el mío me
parecía un poco más grande, supongo que los
entrenamientos y la vida saludable que había llevado
toda mi vida hacía que la sangre recorriera mejor por mi
cuerpo. Además de mi ascendencia senegalesa. Vos no
parecés de Senegal –le dije–, es decir, no conozco a
nadie de Senegal, pero me imagino que no te parecés.
Es culpa del mestizaje. Culpa del esclavismo. No te
entiendo. No importa. No lo sé, lo cierto es que la chica
se entusiasmó e inmediatamente se abalanzó hacia mí.
Empezamos a hacerlo y ella jadeaba sin parar, mi amigo
se asomó para observarnos y se hizo una paja, creo que
también se sorprendió cuando vio mi pene y se ahuevó,
así que se sentó y le dijo a la chica que cuando
termináramos se fuera de la casa y que no volviera. No
nos importó ese comentario y lo hicimos durante un par
de horas. Luego la chica tomó sus cosas y se fue.
El Barni y yo pasamos un buen tiempo sin hablar
de aquello. Pero a los pocos días, la chica de aquella
tarde volvió a llegar y cada vez que estaba con él, le
pedía que yo estuviera presente, que, aunque yo no la
penetrara quería ver mi grande y hermoso pene, decía
que eso la excitaba más. Aquello se volvió una
costumbre.
Ella llegaba todos los días y cuando estaban a
punto de empezar me llamaban, me pedían que me
desnudara y estuviera observándolos, ella se ponía
bastante caliente al verme y con ello sentía mucho
placer. Luego que ellos acababan, yo me iba a mi cuarto
con las revistas del Barni, me masturbaba y así podía
acabar. Eso pasó por unas cuantas veces más hasta que
mi amigo decidió por terminar la relación con ella.

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Parecía que la cosa había finalizado ahí. También para
mí.
Lo cierto es que después de aquella experiencia
con la chica pasé mucho tiempo sin estar con alguien, el
Barni no volvió a llevar a nadie, yo de imaginarme tener
sexo, me masturbaba casi todos los días, fui perdiendo
la disciplina, ya casi no entrenaba ni cuidaba de mi salud
y me fui debilitando de tal manera que no clasifiqué al
torneo, mucho menos a las olimpiadas. Me iba a los
burdeles, pero después de un par de noches ninguna de
las chicas quería conmigo, decían que por mi tamaño
debía de pagar más, me fui deprimiendo; llamé a un par
de amigas, pero me dijeron que no querían tener nada
conmigo. No entendía por qué.
Una noche, mientras me tomaba una cerveza
reflexionando sobre el rumbo que llevaba mi vida, llegó
el Barni notablemente borracho. Se acercó a mí y
sollozando me pidió perdón. Perdón de qué o porqué –
le pregunté–. Me confesó que se sentía envidioso por el
tamaño de mi pene, que las chicas querían probar
conmigo, pero él había soltado el rumor que lo mío era
exageradamente grande pero que no me interesaban las
mujeres, que sólo me había visto con un chico al que
dejé bizco después de haberlo penetrado. Yo quise
golpearlo por mentiroso, pero él no dejaba de ser mi
amigo, nos abrazamos y terminamos bien bolos aquella
noche.
Traté de volver a los entrenos, pero no dejaba de
pensar en que si el tamaño de mi pene se estaba
volviendo un problema. Yo no sabía que tener un pene
era como tener una mascota, que había que sacarla a
pasear y darle de comer todo el tiempo. Así que me
dediqué a alimentar mis instintos, sabía que, en el

39
vecindario, el Barni había lanzado el rumor sobre el
tamaño de mi pene por lo que me declaré en estado de
disponibilidad; contrario a lo que el Barni se esperaba,
las chicas en lugar de huir de mí se sentían curiosas, vaya
que ha sido la temporada en que más he cogido. El
problema fue que por eso me descuidé por completo de
mis entrenamientos y mi meta de ser un gran boxeador
quedó en el olvido. Ya no tenía horarios, no respetaba
los entrenamientos, quedaba a cualquier hora con
cualquier chica que me contactara. La casa parecía un
sitio de peregrinaje de la gran retahíla de chamacas que
desfilaban para cerciorarse del tamaño de mi miembro.
El Barni se fue sintiendo celoso y sabía que la
envidia se estaba convirtiendo en odio. Poco a poco
dejó de hablarme y ni me consideraba su amigo. Hasta
que a los días decidió marcharse de casa y dedicarse por
completo a sus estudios.
Mientras tanto yo disfruté de mi racha de amante
de vecindario tanto como pude, quedaba hasta con dos
o tres mujeres en un mismo día, lo hacía toda la semana,
dejé de ir a los entrenos, por mi indisciplina me sacaron
de la federación. Mis padres me dijeron que si no
continuaba con los entrenamientos ya no me apoyarían
y me quitaron el apartamento. Había perdido todo lo
que tenía por culpa de mi pene. Poco a poco fui
vendiendo mis pocas pertenencias. En un principio me
quedaba en las casas de mis amantes, pero pronto se
perdía la magia. Ninguna quería tener un vínculo
afectivo conmigo ni hacerse cargo de mi vida.
Total, al final ya no me hice famoso ni un
campeón como lo había deseado. Busqué empleo en
varios sitios, pero era el momento en que habían
privatizado muchas empresas y la flexibilización laboral

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era la moda. Como no sabía hacer nada más y me fui
volviendo alcohólico, paulatinamente me quedé en la
indigencia, mendingando o recolectando latas para
poder sobrevivir; al contrario, años después supe que el
Barni sí se hizo famoso como comunicador, como
presentador de radio y televisión especialista en lanzar
rumores o dar noticias falsas; mientras que yo, a esta
altura, no tengo nada más que los recuerdos. Me he
quedado sin nada. Por unos centímetros de más.
Bienvenido al club –le dije–.
Después de unos minutos de silencio, Tyson me
miró lánguido, tomó un buen trago directamente de la
botella de licor, se puso de pie, agarró su saco lleno de
latas aplastadas, se despidió con un ademán y siguió su
camino. Sentí un poco de pena por Tyson, me había
parecido un tipo simpático que se merecía algo mejor.
Viendo a la distancia parecía un hombre encorvado a
quien le pesaba el destino. O quizá sus pocos
centímetros de más.

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42
FEOS Y MALOS

Cuando Gael nos enseñó la pistola, todos los


demás lo miramos con asombro. Jamás creímos que
hablaba en serio cuando nos compartió su idea de
utilizar un arma. De hecho, casi nunca lo tomábamos en
serio, pero esta vez no había manera de dudar. Gael
llevaba consigo un revólver dentro de su bolso de manta
e hizo que lo miráramos con discreción para comprobar
que esta vez no mentía y luego puso el bolso en el banco
donde estaba sentado.
Benicio fue el primero en reaccionar y le
preguntó a Gael cómo la había conseguido. Era de mi
padre –respondió–. Nos miramos unos a otros. En
serio, aseveró Gael, asumiendo que no le creíamos. Es
de las pocas cosas que le quedaron y que me heredó,
aunque no sé si funciona, nunca la he utilizado. El arma
provenía de un baúl secreto que sus padres habían
conservado luego de haber sido miembros de una
estructura político militar durante los años ochenta.
Pero tampoco eso le creíamos, a mí me parecía que era
su excusa para sentirse ideológicamente cercano a
nosotros, sin embargo, daba igual, el arma era una
realidad.
De todos Gael era el que más sabía de poesía, el
único que había estudiado literatura y en ese sentido lo
considerábamos talvez no nuestro maestro, pero si un

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guía. Mientras nos manteníamos callados y un tanto
nerviosos pensando en el Plan, cada quien miraba en el
menú a manera de esconderse frente a los demás.
Benicio fue el primero en ordenar, siempre era así, de
todos era el más hambriento, nunca se saciaba. De todos
era al que más le tenía confianza y sabía que con él
nuestro Plan se podía llevar a cabo hasta el final
asumiendo todas las consecuencias. Era un chico rudo
y no se dejaba amedrentar. A él era a quien más miedo
le tenían las demás bandas y era por decirlo de algún
modo, el delirio de las chicas.
Porque, claro está, nosotros éramos una banda
que nos hacíamos pasar por un grupo de poetas, pero
esa era nuestra fachada, a esa edad lo que nos importaba
era controlar el territorio de la bohemia para transar con
drogas. Usábamos los recitales y cualquier otra actividad
para nuestros negocios y así éramos reconocidos. Como
éramos unos pésimos poetas una de las otras bandas –
no sé exactamente cuál– nos bautizó con el nombre de
los Feos y Malos o la Banda FM, pero la población civil
nos reconocía como los feomalditos, que a mí me gustaba
más. Nuestro principal rival era la Banda AM, así
conocida porque ellos se autodenominaron los
Auténticos Maestres, nombre sacado a partir de que la
totalidad de sus miembros habían ganado casi todos los
juegos florales y muchos otros certámenes de poesía a
nivel nacional e internacional, lo que los colocaba en
una situación ventajosa pues ellos pasaron a ser jueces
en casi todos los certámenes y así podían decidir quiénes
eran los buenos y los malos poetas; solían entregarle los
premios a aquellos que les parecía podían integrar su
banda y convertirlos en unos Auténticos Maestres, ellos
también traficaban con drogas pero a más alto nivel, así

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como también con armas, entre otras cosas. La rivalidad
entre la Banda AM y la Banda FM era por todos
conocida, al menos en el ámbito de los poetas.
Justo estábamos por ordenar cuando a lo lejos se
oyó un grito: “¿Qué ondas feomalditos?” el grito era de
un chico al que le decíamos Sputnik, era un poco menor
que nosotros y por alguna extraña razón le caíamos
bien. Quería ser parte de nuestra banda, pero nosotros
no estábamos muy convencidos, aunque funcionaba
bien como un satélite (de ahí su apodo) que nos
mantenía informados de las acciones de las otras bandas
y solía ser buen operativo; podría haber sido
considerado uno de los nuestros, pero temíamos que su
adicción a las drogas nos podría comprometer. Porque
hay que saber que, si bien nosotros traficábamos, o más
bien dicho “menudeábamos” con drogas, no las
consumíamos, teníamos eso como política interna: no
consumir drogas y no emborracharse, mucho menos si
estábamos en acción. De lo contrario nosotros mismos
habríamos arruinado el negocio. Sputnik tomó la bolsa
de manta de Gael y abruptamente la colocó sobre la
mesa, lo que nos puso aún más nerviosos. Puta, que
piedras llevás que como pesa esta mierda –dijo–. Callate
cerote –reaccionó Gael– y delicadamente puso la bolsa
al lado de donde él estaba. Volvimos a quedarnos
callados hasta que al final cada quien ordenó lo que le
apetecía, yo siempre pedía dos pupusas de queso con
frijoles y una cerveza.
Solíamos reunirnos en aquella pupusería casi
todas las noches, así mientras planificábamos nuestras
acciones evitábamos los ambientes llenos de artistas a
quienes sólo nos interesaba venderles nuestra
mercancía, en aquella pupusería nos tomábamos un par

45
de cervezas cada uno para luego salir a ofrecer nuestro
producto, en los bares casi nunca bebíamos a menos de
que alguien nos invitara tratando de no ponernos
demasiado ebrios. La gente cuando nos miraba ya sabía
de nuestras andadas.
Nuestro centro de operaciones era el Xibalbar,
allí todo mundo nos conocía muy bien y nosotros
conocíamos muy bien a todo el mundo. A veces solían
aparecer rostros nuevos que llegaban por alguna
recomendación, pero casi nunca atendíamos a
desconocidos. El transe era sencillo. El cliente se
asomaba a nuestra mesa y decía una frase como “hoy
me ligo un duplex” y eso significaba que quería dos
dólares de marihuana. “Está sazona la luna” significaba
media onza de coca y si agregaba “hasta los perros
ladran”, era la onza completa. Así, uno de nosotros se
dirigía al baño, preparaba el pedido, el cliente llegaba
segundos más tarde y se hacía el intercambio. Nuestra
mercancía era famosa porque en cada envoltorio
dejábamos nuestro slogan: “He aquí vuestro placer,
vuestro placebo”. Teníamos un mercado cautivo
bastante bueno.
***
Maricarmen había sido actriz de cine, aunque
sólo apareció en un par de películas de bajo
presupuesto, trató de actuar en teatro, pero no pasó de
realizar personajes secundarios. De nada habían valido
sus estudios superiores en artes escénicas, cuando
recortaron el fondo para las artes sólo necesitaban
burócratas, no artistas. Trató de estudiar algo de gestión
cultural y fue así como hizo un diplomado a distancia
con alguna universidad de algún país que no recordaba,
al menos eso le sirvió para ser asistente en una

46
institución encargada de gestionar fondos para
pequeños proyectos artísticos. Su vida iba de lo más
tranquila, hasta que un día, buscando algo de mota en el
barrio de Lavapiés de la ciudad de Madrid, se cruzó con
un chico dominicano con quien congenió
inmediatamente. Si la mota le parecía buena, más buena
le parecía la cadenciosa manera de hablar de aquel
moreno latino. Ella lo invitó a liarse un porro en su
apartamento y al instante los liados eran ellos mismos
en la habitación. El encuentro de dos mundos se había
consumado.
Maricarmen pronto se enamoró de aquel chico
dominicano. O, mejor dicho, se había enamorado de la
forma en como aquel chico dominicano la follaba. Él,
mejor que nadie sabía complacer todos los deseos
sexuales de la defenestrada actriz convertida en gestora
cultural. Él sabía qué tipo de mota le ponía más y cómo
más le ponía las veces que le intentó enseñar a bailar
merengue y bachata en aquel bullicioso bar de Lavapiés.
Ella pensaba en casarse hasta que una mala movida del
chico dominicano lo llevó a huir de las autoridades
migratorias y a desaparecer de la vida de Maricarmen.
Todo había parecido una ilusión. Por ello, cuando
semanas después en la oficina de cooperación al
desarrollo, le avisaron de la vacante de un puesto de
trabajo como gestora cultural en un paisito de América
Central del que nunca había escuchado su nombre,
decidió que era para ella. Total, las cosas por la madre
patria no andaban muy bien y quizá, los aires de aquel
país caribeño era lo que necesitaba. Porque Maricarmen
por una extraña razón creyó que Centroamérica
quedaba en el Caribe cerca de República Dominicana
que tampoco sabía dónde quedaba exactamente. Es así

47
como aplicó al trabajo y unos meses después estaba
viajando hacia aquellos parajes desconocidos que
suponía lleno de hombres morenos, merengues,
bachatas y, sobre todo, mucha mota tropical.
***
Mientras transábamos menudeado en el
Xibalbar, seguíamos dándole vuelta a nuestro Plan.
Sabíamos que no era una buena idea abordarlo en aquel
ambiente, pero no teníamos mucho tiempo para
planificarlo. Es decir, que a esas alturas nuestro Plan aún
no tenía un plan. Mientras hablábamos tapábamos
nuestra boca como a quien le hiede el aliento para que
no nos leyeran los labios, mirando para todos lados
mostrándonos bastante sospechosos. Sputnik se nos
acercó sujetándose de un vaso de ron con monte.
Porque Sputnik aunque quisiera aparentar ser un
marginal como nosotros, tenía pisto y eso le permitía
pasar chupando de a galán toda la noche. ¿Que se
traman pues feomalditos? Algún su recital se están
armando, va, y no quieren invitarme. Yo lo miraba casi
con desprecio, pues si nosotros éramos feos y malos,
éste era pésimo y asqueroso. Tratamos de despacharlo,
pero no entendía, así que tuvimos que abortar la
conversación y quedarnos en silencio aparentando que
estábamos ahí esperando que la clientela se nos
acercara. Eventualmente tocábamos algún tema
relacionado con la poesía, para ello Gael era un
especialista, con sus amplios conocimientos en el tema,
dejaba nokeado a cualquiera, tanto que yo ni recuerdo las
cosas que decía, nunca me interesé realmente por
aquellos temas, pero era bueno que Gael sí, porque eso
le daba un buen camuflaje a nuestras andadas.

48
***
Cuando Maricarmen arribó al aeropuerto le
sorprendió la poca presencia de morenos altos y
fornidos como según había creído que abundaban en
estas tierras. Por el contrario, parecía que el país al que
llegaba estaba plagado de cobrizos bajos y mal nutridos.
Eso sí, el calor era parecido a lo que se imaginaba y
agradecía haber traído su docena de vestidos adquiridos
recientemente en una tienda de ropa tribal administrado
por un viejo pakistaní. Los funcionarios de la Liga
Franco Española la estaban esperando en la salida del
aeropuerto con un frío recibimiento que contrastaba
con el cálido clima e inmediatamente la llevaron hasta el
que sería su apartamento por los dos años en los que
estaría expatriada.
En el trayecto no dijeron una sola palabra.
Maricarmen anhelaba que en aquel momento hubiese
sido su moreno dominicano quien le recibiera y al llegar
al apartamento arrojar las maletas y hacer el amor
durante una semana en medio de la música de Juan Luis
Guerra y mariguana recién traída de los cultivos de la
costa caribeña. Pero no, eran dos funcionarios de la Liga
Franco Española que sólo sabían hacer preguntas de la
situación en la vieja Europa y confesiones de los
defectos de este país. Pensaba que había venido a perder
el tiempo y su vida. La dejaron en lo que sería su
apartamento, advirtiéndole que al día siguiente tendrían
una reunión para explicarle sus responsabilidades como
nueva directora de la Liga Franco Española. Esa noche
mientras tomaba una ducha con agua caliente, pensó en
su moreno dominicano y mientras el agua le recorría
todo el cuerpo, se masturbó.

49
***
Gael tenía prácticamente todo resuelto: el arma
con sus respectivas municiones que pretendíamos no
utilizar, el auto (tomaríamos prestado el de Sputnik que
era la única persona cercana que conocíamos que tenía
carro), la casa, las lianas, los pertrechos que
considerábamos suficientes para unos cuantos días de
privación de libertad. Porque si no lo he mencionado
aún, la esencia de nuestro Plan era el secuestro de la
nueva directora de la Liga Franco Española, quienes
recientemente habían anunciado la convocatoria para
participar en un certamen de poesía cuyos premios para
los primeros tres lugares consistían en una suma de dos
mil dólares para el primer lugar, mil dólares para el
segundo y quinientos dólares para el tercero, los tres con
publicación, diploma, y la posibilidad de viajar a España
y Francia para las presentaciones de los trabajos.
Cuando leímos la convocatoria una mezcla de
esperanza y frustración nos invadió. Los premios nos
parecían seductores, pero sabíamos que serían los
miembros de la Banda AM los que ganarían. Porque
ellos siempre ganaban y, porque sabíamos de sus nexos
e influencias en la Liga Franco Española donde habían
ganado todos los certámenes convocados por aquella
institución a la que llamaban “la gallina de los huevos de
oro”. Es así que ideamos nuestro Plan o, mejor dicho,
que a Gael se le ocurrió realizar esa acción para impedir
que los de la Banda AM ganaran una vez más y
garantizar que aquellos premios nos los dieran a
nosotros. Era un plan aparentemente sencillo.
Secuestrar a la nueva directora de la Liga Franco
Española, ejercer presión para que nos dieran a
nosotros los premios así: primer lugar para Gael,

50
segundo lugar para Benicio y tercer lugar para mí (que
de los tres era el más malo, pero no el más feo); así como
la garantía de llevarnos de gira por España y Francia y
acceso a becas. Sépase que no nos interesaba el
prestigio, sino el dinero y crear redes para ampliar
nuestro mercado en el mundo del tráfico de drogas. Ése,
en resumidas cuentas, era nuestro famoso Plan.
Lo primero era asistir a la fiesta de presentación
de la nueva directora. En ese mismo evento anunciarían
oficialmente la convocatoria para el certamen de poesía,
habría cóctel sin duda, porque a pesar de la crisis, en
estos eventos oficiales nunca faltaba el vino. Así hicimos
aquel día, nos reunimos en una esquina a unas pocas
cuadras del local de la Liga, los tres vestíamos con
nuestros mejores trapos, yo le pregunté a Gael si traía el
arma, me contestó con un no jodás cerote, como voy
andar con esa mierda en la calle. Benicio y yo nos
miramos confundidos, pero al mismo tiempo aliviados,
al menos no mataríamos a nadie. Nos aromatizamos
con un poco de pachuli que Gael llevaba en un pequeño
frasco. A las europeas les gusta este olor, es en serio
cerotes –nos dijo–. Caminamos pretendiendo llegar un
poco más tarde que la hora de inicio de la actividad.
Cuando llegamos ya estaban ahí algunos de la Banda
AM que nos miraron con recelo. Estaban en círculo
sosteniendo grotescamente sus copas de vino y riendo
con sorna ante sus propios chistes que las chicas rubias,
y también morenas, con quienes conversaban no
entendían. Los pasamos por alto y nos dirigimos hacia
la mesa donde servían el vino y los bocadillos, tratando
de identificar a la nueva directora de quien no teníamos
ni puta idea de su apariencia. El lugar estaba lleno de
gente europea y aparte de los de la Banda AM y anexos

51
algunos bastante rubios también, nosotros éramos los
únicos verdaderamente nativos.
Luego sonó una voz que desde el micrófono
anunciaba el inicio del evento y nos invitaba a
acercarnos. Lo típico, palabras de bienvenida,
salutaciones al ex-director de la Liga Franco Española,
un miembro de la Banda AM que interrumpió
“transgrediendo” el protocolo para leer un poema
dedicado a la noble labor del despedido. Hasta que por
fin llegó el momento de la presentación de la nueva
directora a quien recibimos con un fuerte y caluroso
aplauso. Su nombre era Maricarmen y notablemente
nerviosa dio las gracias por el recibimiento confesando
que estaba muy emocionada, que siempre había querido
conocer este país, que de lo poco que había visto ya
sentía que le gustaba vivir aquí y un largo y poco sincero
discurso que todo el mundo, incluso nosotros,
terminamos aplaudiendo con euforia. Después anunció
sin mucha importancia la convocatoria para el concurso
de poesía, uno de los premios de más renombre que
entregaba la Liga Franco Española y al final nos invitó
a quedarnos para disfrutar del buen vino y la recepción.
Teníamos que actuar rápidamente, antes de que nos
ganaran el mandado.
***
Después de su discurso, Maricarmen sintió
calambres en el estómago y decidió ir al baño. Sabía que
todo aquello era una farsa, que ella no estaba a gusto en
este país del que sólo había visto notas criminales, de
balaceras y asesinatos en los noticiarios. Se sentía
insegura y ni siquiera la probabilidad de un buen polvo
le entusiasmaba. Mirando su rostro en el espejo pensaba
en aquel moreno dominicano y le dieron ganas de

52
fumarse un porro. Después de enjugarse delicadamente
el rostro, decidió mandar todo por culo y regresar al
salón principal. Sus responsabilidades diplomáticas le
obligaban a saludar sonriente a los invitados.
***
Cuando la nueva directora reapareció en el salón,
yo ya tenía varias copas de vino dentro, por lo que me
sentía más sociable. Así que no dudé en abordar a
Maricarmen presentándome con un efusivo saludo, con
beso y abrazo incluido, ella sonrió sorprendida. La llevé
donde mis compinches y se presentaron, Gael inició
con un breve discurso con anécdotas y datos históricos
de importantes poetas españoles, mientras Benicio,
indiscretamente le pasó el escaner y sonrió
maliciosamente. Ya entrados en confianza ella preguntó
si sabíamos dónde conseguir mota. Estás en buenas
manos le dijimos, pero que si quería fumar ese no era el
mejor sitio, sabido es que la mayoría de los ahí presentes
eran adictos pues con muchos de ellos habíamos hecho
negocios, pero dentro de la Liga no estaba permitido el
consumo de drogas ilegales, por ello le sugerimos que la
llevaríamos a un sitio donde estaría más a gusto y donde
podría fumar tranquilamente todo lo que quisiera. Ella
nos pidió esperar un rato más hasta que terminara la
recepción, lo cual hicimos. Alguien a lo lejos preguntó
dónde seguiría la fiesta y otro respondió gritando que
en el Xibalbar, parecía que había acuerdo. Maricarmen
se nos acercó preguntando qué haríamos y le dijimos
que podríamos ir un rato al Xibalbar pero que después
mejor fuéramos a otro lugar, ella accedió y en breve
llamamos a Sputnik para que nos recogiera en su carro
y minutos después nos fuimos hacia el bar para luego

53
irnos a la casa que habíamos preparado según nuestro
Plan.
El auto era manejado por Sputnik, Gael de
copiloto y en el asiento de atrás, Maricarmen al centro,
Benicio a su derecha y yo a su izquierda. Sacamos el
primer porro, ella estaba muy agradecida y dio una
profunda calada que parecía que se lo terminaría de un
suspiro. Minutos después todo parecía risas, ella nos
pidió pasar a un sitio para comprar ron y lo que
quisiéramos, que ella nos invitaba como gesto de
agradecimiento. En la tienda de una gasolinera nos
apertrechamos de lo necesario y nos dirigimos al
Xibalbar que como era de esperarse estaba
asquerosamente lleno, toda la red de la banda AM
estaba ahí concentrada, absortos al vernos entrar con la
nueva directora de la Liga, algunos pretendieron
abordarla, pero ella se sentía incómoda en medio de
aquellos olores y miradas acechantes. Nos ubicamos en
una mesa y casi de inmediato uno de los de la banda AM
pidió sentarse con nosotros, mientras yo me fumaba un
cigarrillo, el tipo empezó a hablar babosadas que nadie
le entendía sobre las diferencias entre Góngora y
Quevedo hasta llegar a decir que nosotros éramos una
mierda, al escuchar esto, Gael se paró y le pegó una gran
pechada que hizo que el pobre chico revirara en el suelo.
Todo mundo se puso de pie y casi se suscita la tremenda
trifulca. Yo intenté reventar un envase para procurarme
un arma blanca pero la puta botella salió rebotando para
otro lado. En ese momento me entró el dilema sobre la
importancia de haber llevado la pistola y las
consecuencias de las balas perdidas. El dueño del
Xibalbar nos pidió que nos calmáramos y que mejor nos
largáramos. Maricarmen se asustó de cómo se dirimían

54
las diferencias en este país así que en breve nos pidió
que nos fuéramos y como si nada, pronto estábamos en
casa.
La casa era de un tío de Gael que vivía en los
Estados Unidos quien la había dejado al cuidado de su
sobrino. Tenía todo lo necesario para pasar un buen
tiempo ahí. Cuando entramos, yo me fui directamente a
la cocina a preparar unos tragos, Gael se dedicó a poner
música y Benicio en ese momento ya le estaba haciendo
el indique a Maricarmen. Sputnik observaba un tanto
intrigado todos nuestros movimientos hasta que lo
llamé a la cocina y donde, a pesar de mi desagrado, tuve
que compartirle nuestro Plan; él se asustó, pero no tenía
más remedio que ajustarse a lo que teníamos planeado.
Pasaron un par de horas entre conversación, tragos y el
consumo de la mariguana más fuerte que teníamos. Por
ahí salió algún lineazo de coca del que sólo Maricarmen
y Sputnik degustaban. Sputnik se sintió un poco mal no
sé si por las drogas, el alcohol o por el miedo de ser
cómplice de todo aquello y decidió marcharse. Después,
con un disco de Adrenalina –que por aquella época
estaba de moda– como música de fondo (la bacha, la
bacha, que muera la bacha), Maricarmen se quedó
dormida en los brazos de Benicio. Intentamos
despertarla pera ella no reaccionó, así que decidimos
que era el momento de atarla a una silla y la
amordazamos con una liana que habíamos hecho de
trapos viejos. Tomamos unos tragos más y nos fuimos
a dormir. Esa noche se fue con el olor a espíritu joven
que transpirábamos. A la mañana siguiente, muy
temprano, Gael y yo nos fuimos para trabajar un
comunicado dirigido a la Liga y del que esperábamos
una respuesta satisfactoria a nuestras peticiones. Benicio

55
se quedaría cuidando a nuestra secuestrada, esperando
a que volviéramos.
***
Dentro de aquel garaje, Maricarmen sujeta a la
silla con unas pitas de plástico y con su boca
amordazada con trapos sucios de colchas viejas, hacía
que sus ojos azulverdosos resaltaran por sobre todas las
cosas, Benicio quien era el único que se había quedado
custodiándola, la miraba mientras trataba de sintonizar
alguna radio decente. Ella no sabía quitar su mirada
escalofriante de chivo en matadero de aquel torso
desnudo que le sugería su primera escena de sexo
tropical en el trópico y Benicio, que no perdía ni la más
mínima oportunidad, le hizo saber que aquellas carnes
flácidas y cobrizas podrían ser todas de ella sujetándose
sus “llantas” y meneándoselas al ritmo de una cumbia
sabanera. Benicio se le acercó al calor de la música y al
oído descubierto le preguntó ¿y por qué no nos
besamos? Ella quiso decir algo pero su boca llena de
telas viejas le impedía expresar palabra alguna, por lo
que Benicio asumió que tenía que actuar sin esperar
ninguna orden de aprobación. En ese momento se
imaginó que no eran sus labios los que le acercaba a la
olvidada actriz, sino su miembro viril y bien erecto que
surgía al acercamiento de aquella nueva expresión del
síndrome de Estocolmo, primero como un termómetro
de carnes afrodisíacas y luego como sustituto de la
mordaza que ya dentro de la boca española simulara un
sonajero humedecido por el placer de tenerlo todo
dentro de su boca.
Benicio le quitó la mordaza y volvió a sentarse
frente a ella. La miraba como un grogui, ella no entendía
aquella expresión, hasta que por fin él preguntó: ¿Es

56
cierto que las europeas no se bañan? Ella reaccionó
inquieta, yo pensaba lo mismo de vosotros. Ustedes
tienen fama de que no se bañan. Y yo pensé que
vosotros aún vivíais con taparrabos comiendo bananas
debajo de una palmera. Ambos sonrieron. Yo hasta me
depilo declaró Benicio sugerente mientras sin pedir
permiso se desnudó completamente para mostrarle a
Maricarmen su cuerpo rapado. Al ver aquello lo que
menos le importó fue ver la piel completamente
desnuda de Benicio, pues sus ojos se enfocaron
ardientes hacia el pene que a esa altura y quizá como
producto todavía de la pedera, le parecía apetecible. Eso
le llevó a recordar al chico dominicano que le había
mostrado los más gratos placeres de la vida y por un
momento se sintió excitada, a tal punto que le
encendieron los deseos por tener aquel pene dentro
suyo. Aquella escena le parecía extraña pues entre el
miedo por sentirse prisionera de unos jóvenes alocados
y la excitación que le provocaba ver la polla parada de
aquel chico desconocido sintió que su deseo iba en
aumento. Hasta que al fin no pudo soportarlo más y le
confesó a Benicio que se la quería morder. Como
parecía esperarlo, él le acercó su miembro para que
hiciera efectiva le felación metiéndole la pija que, en
menos de lo esperado, terminó con una corrida que se
deslizaba por el rostro de la secuestrada. Ella, un poco
frustrada por la brevedad del acto se limitó a decir que
no se esperaba más, suspiró y se relamió los labios que,
cubiertos del caliente semen, se sentían pegajosos.
Horas más tarde apareció Sputnik quien llevaba
unos vasos de sopa instantánea para el desayuno y
algunas sodas en caso de resaca, acto que fue muy bien
agradecido. Benicio, que recién se había bañado, se

57
dirigió a la cocina para calentar agua. Sputnik se sentó
frente a Maricarmen quien aún mostraba señales de la
chilguetiada que le había caído. Él la miró impresionado
y ella, aún excitada le hizo un guiño y volvió a saborearse
los labios por lo que Sputnik sintió que la cosa se le
ponía dura. Benicio salió de la cocina con la sopa
preparada y la ofreció, pero nadie quiso comer así que
las dejó sobre la mesa de la sala. Anunció que saldría a
realizar unas diligencias y le encargó a Sputnik cuidar de
la “huésped”, él accedió sin problemas y en unos
instantes ya sólo se encontraba Maricarmen con su
nuevo vigilante.
***
Estando solos, Maricarmen probó pedirle a
Sputnik que si follaban pues Benicio intentando
seducirla le había dejado caliente pero no había sido
complacida, le confesó que se quería quitar las ganas
con él prometiéndole portarse bien o mal según se lo
pidiera. La ingenuidad de Sputnik y las grandes ganas de
coger lo llevaron a acceder inmediatamente para lo cual
la desató y la llevó de la mano hacia una de las
habitaciones en donde follaron brevemente diciendo
adiós a la virginidad de aquel remedo de poeta. Después
de eso tuvieron tiempo de hacer una siesta y soñar con
futuros compartidos.
***
Cuando regresamos por la tarde nos
encontramos con la sorpresa de una casa vacía, no había
rastros ni de Sputnik ni mucho menos de Maricarmen,
nos jalamos los pelos estupefactos e incrédulos, nuestro
Plan parecía haber fracasado. Decidimos
desaparecernos por un tiempo hasta tener claridad de lo

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que había sucedido, temiendo a las consecuencias de
aquel acto. Dejamos de ir a los sitios que
frecuentábamos, principalmente el Xibalbar y, por
supuesto, abandonamos nuestras actividades de
narcomenudeo.
Yo no recuerdo que pasó durante los meses
siguientes pues, del rencor que sentía por el Plan fallido
y el miedo a lo que podía sucedernos como castigo a
nuestros actos, me había agarrado una gran zumba que
me hizo borrar el casete. Siempre me pareció extraño
de que no hayan girado una orden de captura contra
nosotros. Me desentendí de Benicio y Gael, de Sputnik
no me importaba saber nada pues era seguro que él
había dejado en libertad a Maricarmen. Y así pasó el
tiempo hasta que un día nos reencontramos.
Gael nos convocó para compartirnos una
noticia, sentados en unas bancas del parque leímos en
un periódico la nota de que un joven poeta salvadoreño
había sido publicado por una importante editorial en
España. En la foto aparecía Sputnik vestido en
impecable frac y corbata sujetado de la mano de
Maricarmen. Ella, de pie y de perfil, con el rostro
radiante de felicidad, mostraba su vientre embarazado.

59
60
PIERNAS LOCAS

Su padre siempre lo preparó para ser el mejor


atajador de todos los tiempos, quería que fuera mejor
portero que la Araña Magaña o aún mejor que Lev
Yashin “La Araña Negra”. Quizá por haber nacido un
quince de junio de mil novecientos ochenta y dos, día
en que por una mala jugada de dios le propinaron diez
goles a la selecta, con el pobre de Ricardo Guevara
Mora como arquero, su padre decidió que había sido el
destino y no otra cosa lo que orientaba que su hijo debía
salvar la imagen del país. Tenés que ser el mejor de todos
los tiempos le indicaba casi como una orden militar,
pero Piernas Locas nació para el dribling, para llevarse
por encima a todos los rivales, para construir jugadas en
el medio campo y hacer goles de antología. Con su
porte espigado, flacucho y altivo, era el mejor delantero
que se había visto en los arrabales de aquel cantón
extraviado que nadie sabe ubicar en el mapa. Lo
demostraba cada tarde de juegos improvisados mientras
llevaba a pastorear las dos vacas familiares en aquel
pastizal que funcionaba al mismo tiempo como potrero
y como cancha de fútbol. Por más jornadas de arduo
entrenamiento que su padre le hizo sufrir bajo los tres
palos, Piernas Locas demostró que era un chico de
campo.

61
En la escuela no sabía nada de aritmética, ni de
geografía; apenas había escuchado de un país llamado
Brasil, del cual sabía que ganaron la copa del mundo del
noventa y cuatro y del cual no le importaba el nombre
de su capital. Pero aprendió a celebrar los goles como
su ídolo Bebeto, aunque Piernas Locas a esa edad nunca
había llevado un bebé en los brazos. Su vida era el balón
en sus pies al que sabía llevar felizmente hacia el gol, eso
lo supo mientras estudiaba el bachillerato cuando,
jugando para la selección del instituto, hizo uno de los
goles más recordados por su generación y que le valió
ganarse un besito de la reina del instituto. El gol era
alegría.
Uno de sus profesores, profeta de los cracs, al
advertir que el talento de Piernas Locas no estaba en los
salones de clase sino en las canchas, lo llevó a probarse
con el equipo local de la tercera división que
rápidamente lo fichó como una de sus promesas. Este,
a los pocos meses lo cedería a las reservas de uno de los
clubes más importantes del país e inmediatamente lo
abrazaron como uno de los suyos, como el sustituto de
la magia de uno de los mejores futbolistas de toda su
historia, aunque para esos días no le daban ni para el
pasaje del autobús; es así que en esos primeros meses
como reservista del equipo, acudía a los entrenos con
dinero prestado o que le daba su padre como producto
de la venta matinal de la leche que le extraían a las dos
vacas familiares. Pero poco a poco se fue haciendo un
lugar en el equipo e inmediatamente fue convocado
para el equipo mayor, había promesas de salario y
premios. Piernas Locas sólo quería jugar.
Cuando debutó con el equipo mayor, apenas
comido y vivido, metió tres goles de leyenda, en las

62
estadísticas quedó como el primer “hat trick” de un
debutante en liga mayor, parecía que bailaba twist con
el balón. Había nacido un nuevo ídolo de la fanaticada
a quien ya le habían llegado los rumores de la novel
promesa, pero que hasta esa tarde fue testigo de ello. Ni
uno, ni dos, ni tres rivales daban abasto para marcar
aquel chico que llevaba en sus piernas una joya del
fútbol nacional, fue en ese momento que por su
particular manera de driblar le apodaron el Piernas
Locas.
Asentado ya en el equipo soñaba cada vez con
cosas más grandes. Una vez le preguntaron para qué
equipo le gustaría fichar, dudó un momento, pero luego
respondió casi salomónico: para el Real Madrid o para
el Barcelona, porque sépase bien, que en la cabeza de
Piernas Locas no había lugar para las diferencias ni
disputas históricas, poco a poco se fue enterando que la
única ideología en el fútbol es la de las ganancias que se
miden en millones de dólares. Lo supo cuando, luego de
ganar la liga nacional en aquel año, le dieron como
premio un auto que aprendió a manejar poco a poco.
La siguiente temporada iniciaba con la noticia de
que Piernas Locas sería el único jugador en toda la liga
en ser fichado por más de una temporada, un
acontecimiento histórico para una liga de semi
profesionales que cada año tenían que renovar contrato
o jugar casi de gratis. Es así que en esas fechas pudo
comprarse una casa y otro carro, volvió a su pueblo para
ofrecerle matrimonio a la ex reina del instituto con
quien meses después se casarían. Ese año volvió a ganar
la liga y el título de máximo goleador. Piernas Locas era
todo un ejemplo para chicos y grandes.

63
Su profesión iba en ascenso. El siguiente año
volvería a ser noticia al firmar para una importante
marca deportiva un contrato de patrocinio. Ni equipos
enteros lo habían logrado nunca y Piernas Locas era así
el primer jugador que lograba rubricar un contrato
individual con una empresa, luego le sucedieron otras y
el rostro de Piernas Locas aparecía en banners, rótulos,
spots televisivos y hasta en camisetas. Era la imagen de
gaseosas, yinas y empresas lotificadoras. La gente lo
adoraba, era un verdadero ídolo nacional de masas. Fue
así como lo convocaron a la selección nacional y uno de
los sueños de infancia de Piernas Locas se hacía
realidad. No hay que obviar que en su debut con el
equipo de todos, en una ciudad de Estados Unidos y en
una estupenda noche y pese a las genialidades de
Piernas Locas, no se logró obtener el resultado; es así
que aprendió de la derrota sin perder las esperanzas. Sin
embargo, esa noche le dieron ganas de tomarse un vaso
de leche con vodka.
Pero Piernas Locas no se dejaba vencer y en el
segundo juego de la gira, se echó el equipo a los
hombros y lo encaminó a un sendo triunfo contra una
selección del Caribe del que Piernas Locas nunca había
escuchado, pero lo celebró a lo grande. Al ser
entrevistado por un periodista de una importante
cadena de televisión, sus inmortales palabras quedaron
registradas: “Bueno, primeramente, quiero agradecer a
dios por este triunfo y a la noble afición que vino a
darnos el respaldo, lo importante fue que nos aplicamos,
seguimos las recomendaciones del profe y dimos el
todo por el todo, sólo nos queda seguir trabajando y
pensar en el próximo partido”. Piernas Locas se rascó
la nariz y se retiró corriendo a las duchas.

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De regreso al país le informaron que en su
equipo tendría un nuevo compañero de ataque, su
nombre era Fernandinho Pipoca, un brasileño que
había llegado para reforzar la delantera, la magia de
ambos los convirtió en una de las duplas más temidas
en todo el redondo nacional. Casi como por arte de
magia, ambos arietes se entendían en el campo como si
se hubiesen criado juntos. La afición enloquecía cada
tarde de fútbol.
Aquella temporada los dos llevaron al equipo a
una nueva copa, disputando entre ambos el liderato de
goleo que rompió records históricos y por ese mérito
llegaron de nuevo los premios, los agradecimientos,
firmas de nuevos patrocinios, ofertas de otros equipos
nacionales y extranjeros. Ese mismo año nació el primer
hijo de Piernas Locas.
A los pocos meses se realizó el bautizo del
primogénito, el padrino –como no podía ser de otro
modo– fue Fernandinho Pipoca. Aquel evento apareció
en las portadas de los principales periódicos y revistas
del país; la prensa rosa lo aprovechó muy bien y era la
comidilla en casi todos los medios. La gente lo quería
mucho y se emocionaba con la presencia del pequeño
príncipe, descendiente de aquel que había alcanzado el
éxito y que seguía subiendo como la espuma. Pero se
venía una nueva temporada y había que volver a los
entrenos.
El equipo les informó que debido al gran éxito
alcanzado, habían sido invitados a realizar una gira por
los Estados Unidos, ya había fechas comprometidas
para jugar en las principales ciudades donde había
compatriotas que –hay que decirlo– vivían en una
situación irregular, pero que aun así podían enviar

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remesas y pagar sus entradas mientras estaban en la lista
de las personas que serían lanzadas como carne de
cañón a alguna aventura militar gringa con la esperanza
de obtener la residencia, si volvían con vida; por lo tanto
había que llevarles alegría y qué mejor que un buen
espectáculo con Piernas Locas como protagonista y de
Fernandinho Pipoca como el mejor de sus compinches.
Piernas Locas se emocionó pues uno de los directivos
les prometió una jugosa bonificación, se emocionó
porque pensó que con ese dinero podría ampliar el lote
donde vivían sus padres y poder construir una piscina
para recrearse con toda la familia. Piernas Locas seguía
siendo un chico de familia.
Al final de la reunión con todo el equipo,
Fernandiho Pipoca se le acercó para invitarlo a celebrar,
celebrar qué, nossa amistad e os triunfos compartidos dijo él
en un portuñol al que Piernas Locas ya se estaba
acostumbrado. No puedo dijo él, tengo que volver a
casa, porra pa’carajo fue la expresión de Fernandinho
Pipoca, no credo, si tú estás un adulto, vamos celebrar. La
expresión en los ojos de aquel alegre brasileño, terminó
de convencer a Piernas Locas, así que accedió y se
fueron juntos a una zona llena de bares y gente jovial.
Piernas Locas entendió que ese era el ambiente al que le
gustaba ir su compañero de goles, lo supo porque al
nomás entrar un grupo de jóvenes le gritó vocé, vocé,
pipoca gosta da maconha y el otro más alegre les abrazó
diciendo e aí carajo, os feomalditos, mira, voy a te presentar a
mi amigo el Piernas Locas, por favor siéntense con
nosotros, qué honor, qué placer, qué orgullo tenerlos
por acá. Van a pedir algo. Cerveza. Un vaso de leche.
Un qué. Toma otra cosa. Un vaso de leche con vodka.
Un vodka sin leche será. Todos reían. En eso, uno de

66
los chicos le hizo la indicación a Fernandinho Pipoca,
ambos se pusieron de pie y se dirigieron hacia el baño.
Mientras los otros dos chicos se deshacían en elogios.
Sos el más grande, el mejor de todos los tiempos, en
serio cerote, no hay nadie como vos, valen verga los
demás, firmame la servilleta, haceme un bicho. En eso
estaban cuando los que se habían ido regresaron,
Fernandinho Pipoca un poco más alegre lanzó un
papelito sobre la mesa que Piernas Locas alcanzó a leer:
“He aquí vuestro placer, vuestro placebo”. Él no
entendía nada, hasta que minutos después, Fernandinho
le pidió ir a sentarse a otra mesa, dejando aquellos
chicos solos para quedarse ellos solos y hablar de sus
temas.
Muy amena la noche, cuando un tipo gordo,
vistiendo de corbata y saco se les acercó, les preguntó si
podía sentarse junto a ellos a lo que el brasileño
respondió con un sí, el hombre se sentó casi con fatiga
y simuló una sonrisa. Se fue directamente al grano y
preguntó si estaban de acuerdo con ganarse algunos
dolaritos extras. Piernas Locas pensó que se trataba de
un nuevo patrocinio y muy interesado le pidió que les
explicara. El tipo gordo les dijo que sabía que el equipo
haría una gira por los Estados Unidos y se enfrentaría a
importantes equipos de la región, que sabía de la buena
racha que aquella dupla tenía y que eran una de las más
prometedoras, que nadie se podía esperar menos que
importantes triunfos y una serie de éxitos y que eso les
vendría bien para las estadísticas, pero la oferta que él
tenía era más tentadora. Se trataba de agenciarse unos
sus buenos billetes si hacían caso a las casas de apuestas,
es decir, si en todos, todos los partidos en los cuales eran
favoritos para ganar se dejaran vencer para que, de esa

67
forma, las casas de apuestas e importantes apostadores
ganaran un dinero fácil, de lo cual –claro está– de esas
ganancias ellos se podrían llevar una jugosa
bonificación. Los dos arietes se miraron a los ojos,
Fernandinho Pipoca se mostró el más interesado y
quería que le explicara cómo funcionaba aquello.
Mientras el tipo gordo y con corbata les exponía cómo
era la movida. A Piernas Locas no le quedaba muy claro
y no estaba seguro de aceptar el trato, pero el tipo gordo
le pasó un papelito donde se detallaba la cantidad que
se podría ganar por cada partido perdido. Era más de lo
que ganaba por temporada. En ese negocio los dólares
caían por miles.
Desconcertado Piernas Locas, al terminar la
plática, decidió marcharse, Fernandinho Pipoca trató de
persuadirlo para que aceptaran la propuesta de
inmediato, pero había que pensarlo muy bien; las
esperanzas de cientos de aficionados estaban puestas en
aquella maravillosa dupla y no había lugar para
decepcionarlos. El brasileño lo regañó, le dijo que se
portaba como una crianza, que con ese billete podían
resolverse el futuro, que jugando para equipos mierdas
nunca iban a lograr nada. Piernas Locas lo paró en seco
y le dijo que lo iba a pensar, que le diera unos días, que
la cosa no era así nomás. Fernandinho lanzó una
manotada al aire y dijo ¡bah! Hasta mañana entonces.
Cada quien tomó su camino. En el trayecto a casa, a
Piernas Locas se le atravesó un amarillo school bus cuyos
pasajeros le gritaron que era el mejor. La gente parecía
andar desenfrenada.
Al llegar a casa, su esposa lo estaba esperando,
por qué llegás tan tarde, el niño no ha dejado de llorar,
traés hambre. Te tengo una noticia. El te tengo una

68
noticia lo asustó un poco y lo sacó de aquel
pensamiento que llevaba entre ceja y ceja. ¿Qué noticia?
–le preguntó– habrá un nuevo miembro en la familia le
dijo y se sobó la panza y sin esperar respuesta del crac,
le empezó a enlistar las necesidades que se vendrían,
ampliar la casa, comprar cosas, buscar una persona que
le ayudara con los cipotes y un larguísimo bla bla bla.
En resumidas cuentas, vamos a necesitar más dinero. Lo
importante es tener salud, le habría gustado decirle.
Piernas Locas acostumbrado a esas alturas a
invertir en la familia, pensó que el futuro era incierto,
que los éxitos no duraban para siempre, se contaban por
miles las historias de futbolistas afamados que
terminaron en la ruina y en el olvido. Había que
garantizar a su familia –cada vez más numerosa– cierta
estabilidad. Eso pensó y entonces decidió aceptar la
propuesta de aquel viejo gordo de corbata. El día
siguiente, en medio de los entrenamientos se lo contó a
Fernandinho Pipoca quien lo abrazó efusivamente y
ambos se prometieron guardar el secreto. En aquella
gira, que supongo todo el mundo recuerda, el equipo
del dúo dinámico perdió todos los juegos de manera
insólita. Y la famosa dupla no anotó ni un tanto. Piernas
Locas incluso falló un penal que pudo haber cambiado
la historia.
Después de aquello, la fama de Piernas Locas fue
decayendo, al final de la temporada su compañero de
goles Fernandinho Pipoca abandonó al club y regresó a
su natal Brasil. Piernas Locas se quedó en solitario y ya
no destellaba magia, ni emoción, la grada se puso en su
contra y en el estadio se leían pancartas exigiendo que
se fuera del equipo. Meses más tarde se destaparían los
casos de corrupción en el fútbol y el nombre de Piernas

69
Locas aparecía como uno de los principales implicados.
La justicia lo requirió para que diera declaraciones, pero
él nunca se apareció. Lo buscaron por todas partes, pero
nadie daba cuenta del ex-héroe de chicos y grandes.
En la sede del club borraron todo registro del
paso de Piernas Locas. La afición aprendió a olvidarlo
como había hecho con muchos futbolistas. La prensa
rápidamente encontró otro personaje de quien hablar.
Las esperanzas se renovaron lanzando al olvido toda la
historia.
Dicen que Piernas Locas ahora vive en los
Estados Unidos de forma ilegal, que con el poco dinero
ahorrado que logró llevarse puso una pupusería a la que
frecuentan sus compatriotas y otras personas
indocumentadas que acuden, bíblicamente, a realizar su
última cena en espera de ser enlistados al próximo
contingente de invasión gringa. Dicen que ese lugar se
llama Crazy Legs Pupusas y donde toda la gente, toda,
habla sobre la guerra, pero nadie habla de fútbol. Nadie.

70
TE ARRANCARÉ LOS GÜEVOS

La Señora de C era una de mis habituales


clientes. La Señora de C era la esposa del Señor C,
también cliente asiduo de mis servicios profesionales.
Aunque ni el Señor C ni la Señora de C lo sabían, ambos
recurrían a mí para servirles como detective e investigar
las improbables, pero tampoco imposibles infidelidades
de las que cada quien sospechaba.
Esta historia se lleva a cabo porque la Señora de
C me sorprendió con una invitación para ir a cenar a su
casa, se suponía que por agradecimiento a mis buenos
oficios de mantenerla informada de los asuntos
extramatrimoniales de su esposo. En el mismo correo
me aseguraba que su marido, es decir el Señor C, no
estaría presente por lo que no había nada de qué
preocuparme. A mí nunca me gustaba aceptar este tipo
de gestos, pero la Señora de C era buena paga y de cierto
modo, por ser una mujer refinada y esas cosas, me
generaba morbo verla como alguien más que una
cliente; así que con mucho entusiasmo accedí y
quedamos de vernos esa misma noche.
Como raras veces lo hago, me preparé muy bien
vistiendo mi traje más elegante, es decir el único que
tenía. También pensé en llevar una botella de buen vino,
pero me acordé que no me habían pagado mi último
trabajo y era mejor ahorrar el poco dinero que aún
guardaba. Así que salí con las manos vacías a esperar a
quien me llevaría a la cita con la Señora de C.
El tipo asignado para transportarme era un
hombre alto y fornido de nombre Momotombo, lo

71
único que sabía de él –que había investigado
casualmente– es que era un nicaragüense que había
combatido con la Contra en contra del gobierno
sandinista en los ochentas y que a petición del Señor C,
quien lo había conocido en una pelea ilegal de artes
marciales mixtas en un hotel en Costa Rica, se había
vuelto el guardaespaldas principal de la Señora de C,
aunque con el tiempo, más que un privilegiado
guachimán, parecía haberse vuelto el confidente de ella.
O eso es lo que por un momento quise creer.
Momotombo me recogió en el sitio donde la
Señora de C nos había indicado, puesto que, por
sugerencia de ella, para no levantar sospechas y evitar
cualquier molestia, era mejor que no llegara en mi carro,
sino entrar en el vehículo asignado al rudo ex
paramilitar. Subí de inmediato al auto y en el trayecto,
que estaba ambientado por un silencio sepulcral, quise
contarle un chiste sobre un nicaragüense y tres ticos,
pero el tipo parecía que estaba hecho de piedra y nada
más me lanzó una mirada que me dejó frío de
inmediato.
Llegamos hasta la casa del Señor C y de la Señora
de C, aunque la casa, supuse, era más de él que de ella.
No fue difícil el acceso, el vigilante de la puerta ni
siquiera se molestó en revisar si Momotombo entraba
acompañado, creo que ni se interesó en saber quien
conducía aquel auto de señas conocidas. Hasta me dio
la impresión de que tampoco se percató que alguien
entraba en ese momento.
Entramos y el sujeto me hizo pasar
directamente, señalando hacia la sala para recibir visitas
en la cual tenía que esperar a la Señora a quien le
anunciaría mi presencia. Entré en aquella habitación, a

72
la chambre pensé imaginando aquellas señoras pudientes
que habían conocido la Francia de finales del siglo
diecinueve y principios del siglo veinte y que junto a sus
esposos habían traído esas ideas modernas sobre arte y
explotación económica.
Di una breve inspección a aquella habitación que
estaba llena de cuadros y pequeñas esculturas que
imaginé, eran producto del mecenazgo del que la Señora
de C era muy famosa, o quizá provenían del tráfico de
mercancías ilegales y lavado y peculado del que el Señor
C solía salir bien librado ante cualquier indicio que lo
incriminara. Aunque supuse que el Señor C había
aprendido de Cosimo de Medici que el mecenazgo era
una efectiva táctica para beneficio político al patrocinar
artistas que influyeran a la opinión pública para que
tuviera una percepción favorable hacia su persona. Ante
mi ingeniosa ocurrencia de mezclar ambas
probabilidades me reí y se me soltó un pedo que me
hizo reír un poco más.
Después de pasados algunos minutos, los cuales
puedo considerar prudentes para una dama que sabe
hacerse esperar, la Señora de C por fin se apareció. Se
dispensó por los minutos de demora. No hay problema
le disculpé. Pero por favor siéntese, que hace ahí parado,
que falta de respeto aún no le han ofrecido nada para
beber. Me señaló un asiento y entendí que ahí debía
quedarme. Ella tomó otro asiento y sonó una campanita
ante lo cual de inmediato apareció una joven con un
traje que parecía el de una bailarina erótica con una
mezcla de monja de iglesia conservadora.
Britany –le pidió– por favor tráenos unos
aperitivos, aunque imagino que usted preferiría algo más
fuerte, intentó bromear conmigo. Oh por favor, lo que

73
usted guste está bien para mí sonreí como un gentelman
al mejor estilo de James Bond en la época en que Sean
Connery interpretaba al famoso agente.
La cena ya casi está lista así que esperemos un
poco. Quiero agradecerle que haya aceptado mi
invitación, por un momento pensé que pondría alguna
excusa para no venir, no suelo hacer invitaciones de este
tipo, pero con usted me pareció buena idea hacer una
excepción. De ninguna manera podría negarme a tal
honor, le dije poniendo la voz grave. Es usted todo un
caballero reaccionó jalando de forma sutil su falda
como enviando un mensaje de su recato.
Hice algún comentario desinteresado sobre la
cantidad de arte plástico que había en su casa, así que
me invitó a mostrarme y describirme los cuadros y las
esculturas que eran de su preferencia. Había de todo
tipo y ella, como una guía de museo, me hablaba de
estilos y períodos, mencionaba alguna anécdota de los
autores y por supuesto, confesándome que los que más
le gustaban eran aquellas pinturas inspiradas en pasajes
bíblicos. En eso estábamos cuando se acercó Britany
para anunciarnos que la cena estaba servida.
Caminamos hacia el comedor y al llegar ahí me
indicó, como parecía ser su costumbre, la silla en la cual
debía sentarme, ella se ubicó a la cabeza de la mesa y me
convidó que tomara lo que quisiera. La cena era una
variedad exquisita de mariscos. Había toda una
diversidad de frutos del mar, la mayoría que no pude
identificar dado mi poca afinidad a ese tipo de
alimentos, pero seguro había camarones, langostinos,
conchas, almejas, mejillones, pescados de todo tamaño
y textura, chacalines y punches en algüashte también.

74
Todo aquello era lo que llamaría una verdadera
mariscada.
La Señora de C me hizo probar de todo,
describiendo cada una de las recetas que supuse ella sólo
conocía en la teoría, no me la imaginaba manipulando
pescados crudos y llenando sus elegantes trajes de salsa
rosada o de chimichurri. Mientras ella iba explicando
cada platillo, me hacía probarlos sin importar si había
digerido el bocado anterior, así que entre masca y masca
pasaba los alimentos entre trago y trago del vino que
tenía más a la mano. Hasta que ella ordenó que la cena
ya había terminado y, aunque todavía quedaba mucha
comida, pidió a Britany que retirara todo de la mesa.
Luego de la cena, pasamos a otra salita, más
oscura pero mucho más agradable que las habíamos
estado anteriormente. Sin preguntarme nada sirvió dos
copas muy bien proporcionadas de lo que entendí era
champaña y como ya me sentía algo entonado, le daba
sendos tragos a mi copa, dejando todo el glamur de
hacía un par de horas para volverme en un imprudente
borracho. Más dicharachero, más vulgar, más del tipo de
tipos que a la Señora de C parecía atraerle.
Eso lo supe porque fue ella quien me lo dijo
mientras me servía más champaña. Usted es de los
hombres que me gustan, de los que no tienen
complejos, de los que son capaces de hacer de todo en
la cama. Al escuchar esto último casi escupo la cáscara
de camarón que había estado intentando sacar de
manera indiscreta hacía ya ratos, pero logré contenerme.
Usted es del tipo de hombre que me excitan, hice bien
en invitarlo esta noche, remató mientras se soltaba el
cabello. No dudé en expresarle mi sorpresa por aquellos
comentarios. Soy una mujer que guarda muchos

75
secretos, ¿por qué no compartir algunos con usted? –
me cuestionó–.
Quedé pensativo por un rato y a los pocos
minutos, el revoltijo de mariscos que había comido se
estaba digiriendo y comenzó a hacerme efecto y ya se
sabe –o se supone– tuve que solicitar me dispensara
pues debía de usar el baño sin explicar mayores detalles.
Entré al cuarto de baño y abruptamente me senté para
expulsar todo aquello que demandaba por salir. Por más
esfuerzo que hice para silenciarlo, entre los chirridos de
mi estómago expeliendo gases malolientes, aquello que
salía resonaba como un plocosh plocosh desaforado al
contacto entre el agua y mis pequeños moluscos que
volvían ruidosos al encontrarse de nuevo con la
corriente del servicio hasta llegar al mar –su hábitat
natural– por la vía de los acueductos.
Una mezcla de vergüenza y molestia se apoderó
de mí. Sentía frustradas mis aspiraciones porque la
Señora de C me llevara a su nicho de pasión, ahora que
había revelado sus intereses. Por suerte no tardé mucho
tiempo y logré incorporarme para encontrar a aquella
mujer desatada por los efectos del licor bailando
seductora y cantando a todo pulmón canciones de la
Banda El Recodo “Me gusta todo de ti, tu sonrisa tus ojos tu
cara y esa forma tan dulce de hablarme. Si me besas me llevas al
cielo, siento ser el aire. Me gusta todo de ti”.
Mientras seguía bailando, me confesó que su
afinidad por ese tipo de música nació una vez que
acompañó una comitiva presidencial a una gira de
negocios en el hermano país del norte, cuando su
esposo había sido Ministro de Modernización del
Estado en la época de las privatizaciones. Aunque por
una extraña razón, ella particularmente nunca asistió a

76
ninguna reunión con ningún empresario, sino que se la
pasó junto a un grupo de damas de dudosa reputación
entre jaripeos, fiestas con mariachis y por supuesto
conciertos privados de importantes grupos de banda y
de tex-mex.
Después de contar esa anécdota, la Señora de C
con una sutil señal me invitó a que la acompañara a
bailar y muy tímido hice caso a lo que tomé como una
orden indiscutible. Me abrazó furtiva y me pidió que la
tomara con todas mis fuerzas, traté de manera muy
torpe acompañar sus pasos, pero no le importó,
dejamos de bailar o lo que se suponía era bailar. Me miró
fijamente y me besó. Señor Fasso, quiero que me haga
el amor –susurró– y llevó su mano hacia mi pene y lo
apretó tan fuerte que casi me saca un grito. Lo quiero
dentro de mí. No me decepcione.
Le devolví el beso y aquello era impostergable,
de inmediato nos fuimos hacia una habitación que
supuse Britany había preparado para que la Señora de C
acometiera su delirio conmigo. Nos desnudamos o,
mejor dicho, ella se desnudó y me desnudó, mi pene ya
estaba duro y deseaba con ansias inusitadas penetrar a
la Señora de C. En ese instante reflexioné de cómo es
de fuerte la subjetividad pues sentía que la mezcla de
mariscos y alcohol hacían su papel afrodisíaco.
Ella me empujó de tal manera que quedé de
espaldas a la cama, boca arriba, demostró toda su
experticia en felaciones como una maestra que quiere
comerse toda la fruta, estuve a punto de eyacular pero
pude contenerme, ella susurraba que quería que me
corriera pero yo le dije que quería metérsela; así que dejó
de chuparlo y quedando siempre de espaldas a la cama
me pidió, o mejor dicho me ordenó, que lo hiciéramos

77
de candelita chorriada, porque esa era su posición
favorita, la cual la hacía sentirse dominante, que podía
controlar toda la situación. Y mientras cogíamos, me
cabalgaba salvajemente saliéndose todas sus
concepciones filosófico-religiosas al gritar ¡oh dios! ¡oh
sí! dios mío, así, así…
La Señora de C parecía que no tenía ese tipo de
emociones desde hacía mucho tiempo, o eso quise creer
yo. Quiero que me haga el amor como nunca, hágame
sentir que todavía soy una mujer que despierta lujuria,
señor Fasso. Así que cambié un poco la situación de
sumisión en la que me había puesto la Señora de C y
esta vez yo le ordené cambiar de posición. De la postura
de candelita chorriada, pasamos a hacerlo de torito,
armas al hombro, pero la que pareció gustarle más fue
la de patita de ángel. Yo le diré mis secretos, pero usted
dígame cosas Señor Fasso, pedía la Señora de C con
evidente excitación. Cosas como qué le pregunté. Cosas
sucias, dígame que soy una jodida burguesa. Es una
jodida burguesa –le dije mientras la seguía embistiendo–
. Sí, sí, soy una explotadora, yo soy la patrona y usted mi
sirviente –gemía–.
El momento de mayor excitación se dio cuando
a lo lejos, pero acercándose cada vez más, se escuchaban
los gritos desesperados del Señor C quien, irrumpiendo
en su propia casa, le ordenaba a Momotombo que
buscara inmediatamente no sé qué cosas. La Señora de
C como era de esperarse exclamó la típica expresión que
se da en situaciones similares “es mi marido” pero
seguía embistiéndome cada vez con más rapidez. Yo
estaba confundido, supuse que debía vestirme,
esconderme o huir; pero, por el contrario, la Señora de
C me pedía que no parara.

78
Yo quería continuar, pero me intrigaba escuchar
al Señor C y, por supuesto, temía que nos encontrara en
aquella situación, así que pese a las órdenes de la Señora
de C de que continuáramos, me aparté y le dije que no
podía más, que mejor debía de huir o esconderme. Me
decepciona señor Fasso –expresó–, pensé que era un
tipo al que le aficionaban las aventuras, pero lo entiendo,
mi marido sería capaz de hacer cualquier cosa si nos
encontrara –dijo– y como si nada, se acercó a una
mesita y sacó una caja de cigarrillos, me ofreció uno,
pero le dije que no, que prefería irme, ella encendiendo
un cigarrillo, expelió un poco de humo y dijo: adelante,
váyase.
Tomó lo que parecía un radiocomunicador y
entendí que le pedía a Britany que por favor me
acompañara pues debía irme. En pocos segundos la
joven entró y haciendo un gesto indicó que la siguiera.
La Señora de C, aún desnuda se acercó hacia mí y se
despidió con un beso que me volvió a excitar. Ha sido
una linda velada, lástima que haya terminado tan pronto,
tenemos muchas cosas que compartir –expresó– y nos
ordenó que nos fuéramos.
Bajamos con Britany de tal manera de que el
Señor C no se diera cuenta de mi presencia, fue por ello
que usamos las puertas y los pasillos designados para el
uso de los sirvientes y no las principales que eran de uso
exclusivo de los patrones y sus distinguidas visitas.
Llegamos a una habitación desde la cual pude escuchar
al Señor C que hablaba con Momotombo. Lo que
alcancé a entender fue que él le decía que se habían
descubierto los recibos de unos sobresueldos en la
época en la que era Ministro. El Señor C no entendía
como habían salido esos cheques a la luz y que le parecía

79
raro de que no se hayan enterado de igual manera de los
viajes Colombia-México-Miami que extrañamente hacía
de forma consuetudinaria. Le ordenó a Momotombo de
que se comunicara con los amigos de la Cámara y con
los de la R.S.E S.A. de T.V. con quienes harían una
reunión para que la noticia de esos sobresueldos no
tuviera seguimiento ni implicaciones jurídicas. Giró un
par de instrucciones más y finalmente preguntó por la
Señora de C ordenando a Momotombo a que subiera a
la habitación para cerciorarse de ella.
Al acordarme del último beso que me dio la
Señora de C volví a excitarme. Britany lo notó porque
estaba justo frente a mí. Señor Fasso, ahora entiendo
porque la Señora lo deseaba, se acercó a mí y puso su
mano sobre mi pene erecto, nos besamos con lascivia y
olvidándome de la situación en la que me encontraba, la
chica y yo empezamos a desnudarnos, ella se sentó
sobre una mesa y me pidió que me acercara. Estábamos
en aquello cuando de manera abrupta entró el Señor C
y, al vernos en esa circunstancia, lanzó un grito que
pudo escucharse en toda la casa.
¡Fasso, perro maldito, te arrancaré los güevos! y
tú Britany, zorra asquerosa, sabía que me engañabas con
alguien, pero no con este remedo de investigador. El
Señor C parecía estar furioso mientras yo quedé
impresionado por la frase que había expresado y todo
lo que estaba ocurriendo. Temblando de la rabia llamó
a gritos a Momotombo, me vestí rápido y busqué la
puerta de salida. Britany quedó asustada y el Señor C
parecía una estatua rabiosa.
Corrí tan rápido como pude y percibí que
Momotombo corría detrás de mí. Fasso, espera –sentí
que amenazaba–, lo bueno es que el tipo era tan grande

80
que sus movimientos eran lentos. Atravesé el portón y
el guardia asignado pareció no inmutarse ante mi
tumultuosa salida. Seguí corriendo por aquellas calles
que no me eran familiares y de pronto sentí un
retorcijón, llevé mi mano a mi panza como si eso podría
detener el dolor, pero el malestar aumentaba y corría
cada vez más lento hasta que me detuve. Los mariscos
volvían a hacer su efecto. Resignado a recibir la golpiza
que supuse Momotombo me propinaría, quise
sentarme. Me temí que el próximo pedo viniera con
sorpresa, imaginé que además de quedar muerto por la
furtiva acción del guachimán, sería un cadáver
reconocido por la particularidad de ponerle sellos a mis
calzoncillos.
Momotombo me alcanzó y jadeante se inclinó
un poco como para retomar el aire. Nos quedamos unos
segundos en silencio, pero no era el sepulcral de la ida
sino más bien el silencio cómplice de dos atletas que han
llegado a la meta. Fasso –suspiró por fin– maldito
idiota, corres muy bien. Oye amigo, hagas lo que hagas
por favor, si vas a golpearme que no sea ni en el rostro
ni en el cuerpo, traté de lanzar lo que parecía mi última
broma, o eso quise creer.
Vi como llevaba su mano a uno de los bolsillos
interiores de su chaqueta y pensé que sería una muerte
rápida, un disparo certero ¡bum! y se acabó. Pero para
mi sorpresa lo que sacó fue una memoria USB y me la
entregó. La Señora de C me pidió que te diera esto, si el
Patrón pregunta, le diré que no te aparecerás por mucho
tiempo, así que te recomiendo que te pierdas por
algunos meses. Intrigado por lo que me había dado le
pregunté qué era. Es una USB. Lo sé, pero qué contiene,
por qué la Señora de C me lo envía. Supongo que

81
contiene información que podría interesarte,
información que supongo incrimina al Señor C –me
dijo–. No supe qué hacer. Lárgate –me ordenó
Momotombo– y así hice.
Al llegar a la casa, sudando y con los dolores de
estómago, me fui al baño. De una sentada hice todo lo
que se puede hacer en semanas, mientras expulsaba mis
destripados submarinos, saqué aquel pequeño
dispositivo de mis bolsillos preguntándome sobre el
contenido y el por qué me lo habían entregado. Cuando
terminé cagar y al acercarme para descargar el resto de
mis molestos moluscos, la USB cayó dentro del retrete.
Como me daba asco ver aquel aparato mezclado en la
inmundicia, no tuve valor de sacarlo así que, sin más
remedio, aquello tuvo que irse por el camino discreto
del acueducto. Nunca supe qué contenía, pero sabía que
de un modo o de otro, tenía que desaparecerme por
algún tiempo, tal como Momotombo me lo había
sugerido.

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NACIDOS PARA SER LIBRES

Todos hacían fila india a las cuatro menos cuarto


de la tarde para recibir su medicamento. Algunos iban
ataviados con bastones o con sujetadores para la
dentadura. El lugar apestaba a meados, a fustanes rotos,
a batas con creolina. Casi nadie sonreía, no como en los
tiempos en los que aún creían en que las balas iban
directamente al corazón del enemigo. Casi nadie reía,
pero tenían que hacer caso de los altavoces que los
llamaban para bien de sus desventuras. Unos todavía
vestían el uniforme militar con el que habían sido dados
de baja en aquellos esperanzadores años previo a las
paces firmadas y acuerdos recién perfumados. Otros
llevaban amarrado al cuello sus pañoletas con las siglas
de los grupos en los que habían militado, los portaban
con pleno orgullo y también con nostalgia de aquellos
años que a cada hora resonaban a aires de lo que el
viento se llevó.
Muchos estaban en aquel asilo de veteranos
como el único refugio contra la invasión ideológica del
enemigo. Otros ya ni sabían por qué estaban ahí, pero
sabían que aquella fila había que seguirla en nombre de
la disciplina combatiente. Casi todos conservaban aún
su carné de desmovilizados que les había entregado la
Onusal. Todo mundo haciendo la fila para recibir el
medicamento y esperar la hora de la cena. Al final del

83
día terminarían viendo la telenovela o una película con
la quijada irremediablemente abierta.
Aquel era el asilo “Compañero Álvaro Torres” a
donde solían llevar a los excombatientes que ya nadie
quería. Muchos de quienes pudieron ser héroes de una
guerra prolongada terminaban arrojados en aquellos
pasillos grises, con el piso forrado de ladrillos grises y
rojos como un tablero de un ajedrez roto y harapiento.
Por eso siempre se distraían sumergidos en sus
pensamientos mientras pasaban aquella novela
mexicana producida por uno de los periodistas uno que
vino a filmar la gloriosa revolución y en la cual –como
siempre desde el punto de vista de un periodista– eran
los corresponsables de guerra quienes salvaban las
causas justas. Aquella telenovela dejaba medio
adormitado a la mayoría que no se sentía identificado
con la simulada sonrisa de los actores y las actrices que
les sugerían el heroico personaje que representaban
dentro de los estudios de grabación, mientras comían
los tres tiempos al calor de masajes ayurvedas y dietas
para la buena memoria. Nada que ver con las
condiciones objetivas en las que objetivamente ellos
combatieron.
Eran las seis de la tarde y no era tiempo para la
oración sino para hacer de nuevo la fila, esta vez para
recoger la cena, lo mismo de siempre, una dieta
inventada en los escritorios de aquellos burócratas que
rápidamente se adaptaron a los perfumes del nuevo
momento, a esa hora el pasillo olía a glifosato con
berenjenas y pólvora nostálgica. Después habría tiempo
para los sutiles juegos del dominó o de la baraja
mientras la mujer de la telenovela se disfrazaba de verde
olivo y rojo carmín.

84
Jugando en la mesa esférica todo mundo se
miraba casi con vergüenza, casi con la decepción de
haber pasado de ser los protagonistas de la foto
histórica a ser ahora replegados en aquel submundo de
gente enloquecida que todavía creía en utopías y
proyectos liberadores, de gente que no se resbaló con
muros caídos ni con odas a los fines de la historia. En
la mesa el juego parecía una conspiración, el juego
sonaba a estrategia, el juego era una simulación de que
se tenía que aprovechar la coyuntura para escapar de
aquella mierda. Un hombre se rascaba los huevos y
después se acercaba los dedos a la nariz para olerlos, el
aroma a punches con algüashte le recordaba su juventud
y eso era lo más parecido a la memoria histórica de
aquellos años en los que tenía ganas de transformar el
mundo. Pero habría que quedarse quietos, por la
disciplina revolucionaria que en ese momento era algo
parecido a papeles de manual estancado, a mordaza, a
verde olivo lavado con candela de cebo.
Mientras en la sala de espera sonaban las
canciones del compañero Álvaro Torres y todo se
llenaba con toma esta canción patria querida, matizados con
el recuerdo de las olas del malecón de La Habana escrita
con nostalgia y las banderas de los grupos revolucionarios
que ondeaban con melancolía.
A las once menos cuarto sonaba la bocina para
indicar que las luces se apagarían y que todo mundo
debía volver a sus habitaciones. Ya no había más
telenovela, pero sí una película de Oliver Stone la cual
no había terminado. Pero la orden de irse a la cama no
se podía discutir, porque las órdenes no se discuten,
porque había que irse a dormir a huevos, porque quien

85
sabe si en algún momento de inspiración, los burócratas
se acordarían de ellos y los sacarían de aquel olvido.
Los pocos compañeros que aún sentían que se
podía hacer algo susurraban en la penumbra como en
las horas de posta. Ahí se encontraban el Sargento
Pimienta, que así le decían porque usaba unas gafas al
estilo de John Lennon sólo que con una mayor
graduación, lo cual le sugería una mirada más aguda;
también estaba el Teniente Tomate, formado en la
escuela Patricio Lumumba, el Capitán Malanga y
Avellana, ambos veteranos en Nicaragua y El Salvador,
entre otros excombatientes. Curioso era que de todos
aquellos con rango militar no había ninguno con el
cargo de Comandante, aunque se rumoraba que
Caramelo lo había sido, pero nadie podía confirmarlo
dado su carácter impasible, tanto que parecía que
permanecía siempre en estado vegetativo y que por
abandono de sí mismo no se bajaba nunca de su silla de
ruedas. Pero de él no hablaremos porque no hace parte
de este cuento.
Los excombatientes murmuraban, se quejaban,
balbuceaban críticas en contra de su estancia obligada
en aquel asilo, así pasaban los minutos hasta que uno
por uno iban cayendo víctimas del sueño. Sólo el
Capitán Malanga no podía dormir aquella noche, daba
vueltas sobre el camastro, de un lado a otro sin poder
conciliar el sueño, resignado se quedó de espaldas al
colchón y, viendo el techo de plafón descascarado, le
vino al recuerdo los días en que el Partido lo envió a
Cuba para tratarse una herida grave que sólo el sistema
de salud de la isla podía atender de la mejor manera. Su
estancia allá fue más corta de lo que le habría gustado,
durante mucho tiempo había soñado con conocer el

86
país que había servido de inspiración a generaciones de
revolucionarios y esa oportunidad le llegaba más por
accidente que por construcción histórica.
Pero estaba en Cuba, en un hospital de La
Habana, con personal médico y de enfermería cubanos
que sabían todo de medicina y de la revolución que se
estaba librando en un pequeño país. Luego llegó una
breve etapa de recuperación en la cual aprovechó a
conocer un poco de la ciudad, siempre al cuidado de
una enfermera mulata que la revolución le había
asignado como su responsable. La Compañera Mulata
lo llevaba de un lado a otro, a recorrer el malecón, las
principales calles, el Coppelia en el cual le habría
gustado invitarla a un sorbete si no fuera porque el
Capitán Malanga no contaba ni con un solo peso, y
porque a él particularmente no le gustaban los helados
y porque en general no le gustaba hacer fila.
Un día, ya cuando el Capitán Malanga había
recibido el alta por completo, el Partido le anunció que
debía volver para incorporarse a la ofensiva que se había
estado gestando y en la cual necesitaban de todo aquel
que estuviera apto para incorporarse. Malanga no lo
dudó y arregló sus maletas, pero ese día, el último día
completo en que estaría en Cuba antes de marcharse, la
Compañera Mulata lo invitó a ir a la playa. Cómo negar
–frente a aquellos ojos acaramelados– la única
oportunidad que tendría de conocer el verdadero caribe,
no el del malecón, sino el de las playas tranquilas que la
costa cubana ofrecía; es así que abordaron una guagua
hacia Brisas del Mar, tuvieron que caminar un poquito
porque ella le quería mostrar una playa virgen, llegaron
a un punto donde parecía que solo ellos dos existían en
el mundo. Se sentaron, conversaron un poco, sobre lo

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que les esperaba a ambos, lo que podría venir después,
es decir sobre el futuro que en aquella época era tan
incierto como el fin del bloqueo. Mirando el horizonte,
ella probó a decirle papi cómo tú andas, él no sabía qué
responder, pensó en todo y nada al mismo tiempo,
chico que yo soy cubana ¿o acaso no te gusto? Él la miró
y sonrió nervioso, vamos papi que quiero saber por qué
te dicen Malanga. Entonces al ver la duda en él o mejor
dicho la inseguridad, lo tomó de la mano y lo llevó hasta
un área natural protegida aledaña a unos pocos metros
del mar, ahí se desnudaron y entre unos charrales –
revolucionariamente– hicieron el amor.
Luego regresaron a la orilla y la Compañera
Mulata se sumergió un momento en aquella zona
liberada del mar caribe. Caminando hacia las aguas, él le
miraba aquellas protuberancias como nalgas marinas
que parecían menearse al ritmo de los Van Van,
mientras él tarareaba la era está pariendo un corazón.
Cuando ella volvió a sentarse sobre la arena junto a él,
ambos se quedaron viendo hacia la lejanía, él sin decir
palabra alguna, ella con ganas de decir muchas cosas.
Papi, cuando tú esté en tu país, quiero que me recuerde
siempre, quiero que vayas al mar y viendo el horizonte
como estamos ahora, tú recites unos versos de nuestro
apóstol José Martí. Me lo jura papi. Te lo juro. Al
siguiente día el Capitán Malanga tuvo que regresar al
país para dejar por un lado el amor y retomar la guerra,
retornar a la guerra por amor. Nunca más supo de la
Compañera Mulata…
***
La noche pasó calma y a la mañana siguiente, el
Capitán Malanga tuvo una premonición: junto a sus
compañeros, con aquellos que así lo desearan, saldrían

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del asilo “Compañero Álvaro Torres”, no esperarían
más la orden de nadie para liberarse de aquel cuchitril
de viejos abandonados. Tomarían por sí mismos la
decisión con mucho ímpetu y buscarían la liberación, o
como también se diría, la autoemancipación. Es así que
en el desayuno se lo comentó a sus compañeros. De
todos, sólo el Sargento Pimienta, Teniente Tomate y
Avellana lo secundaron, nadie más se atrevió. Muchos
tenían miedo a las represalias o aún guardaban la
esperanza de salir de ahí por medios pacíficos, o porque
ya se habían acomodado a las condiciones de aquel
contexto.
Los cuatro esperaron la noche para escapar,
suponían que en la oscuridad podrían superar la
seguridad del recinto, caminaron hacia la puerta de
salida y para su sorpresa, no había nadie vigilándoles, ni
un solo guardia de seguridad, en verdad todo este
tiempo habían estado resguardados por sus propios
miedos pues nadie ahí les ponía atención ni los estaban
vigilando. Nadie. Entendieron que habían estado en ese
lugar todo ese tiempo porque también ellos se habían
acostumbrado a no hacer nada más que esperar una
orden.
Por si las dudas tomaron la silla de Caramelo, que
con todo y él lo empujaron por un pasillo que daba
hacia el estacionamiento para ver si había alguien que
pudiera sorprenderlos. Caramelo, que no debería
aparecer en esta historia, ni se inmutó, permanecía
profundamente dormido sobre su silla. Corrieron hacia
donde estaba estacionado un school bus amarillo que,
viejo y destartalado, parecía un Yellow Submarine del
tercer mundo. Se subieron. Sargento Pimienta lo
arrancó utilizando los cables y con toda la potencia de

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aquel vetusto aparato, derribaron el portón en busca de
la libertad.
Ya en el camino decidieron que querían ir a la
playa. Capitán Malanga tenía que cumplir una promesa,
los demás aceptaron y hacia allá se dirigieron, no sin
antes recuperar algunas viandas en una tienda de
conveniencia de la primera estación de gasolina que
encontraron. Manos arriba –sugirieron al chico que
estaba detrás del mostrador–. Nos llevaremos sólo lo
necesario. Una caja de cervezas de las cholas, el resto en
latas, pan de caja y mortadela. Los cigarrillos no deben
faltar, deje de ver esa revista de mujeres chulonas,
compañero. Y así siguieron el camino. Pero todavía
antes hicieron una parada táctica cerca de la Avenida
Independencia. Ahí sobre la calle se encontraban las
damas de la noche, los cuatro hicieron una seña y se
acercaron algunas de ellas. Quienes quieren viajar
rumbo a la internacional de la alegría, súbanse. Nosotras
dijeron unas y rápidamente abordaron el Yellow
Submarine. Eran tres, todas travestis, una de ellas se
presentó: mi nombre es la Talía, esta de acá es la Sasha
y aquella rubia artificial es la Paulina. Prefiero ser rubia
artificial que zorra natural –ironizó–, todos rieron.
Cuáles son sus nombres. Qué nombres les gustan. Pues
serán Beni, Erick, Diego y Eduardo. Entonces sean
bienvenidas al Comando Timbiriche. Todas rieron. Así,
el equipo recién conformado se dirigió con rumbo a las
playas del Majagual.
Al llegar a aquellas playas de arena negra que
contrastaban con los recuerdos de las arenas blancas del
caribe, se instalaron. Al final, tendidos con el ruido del
oleaje como único soundtrack, descubrieron parte de la
hermosura de aquel horizonte infinito. Más de alguno

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se quedó dormido en el anonimato regalándole un
pedito a la nostalgia. Uno de ellos se preguntó: ¿y qué
hemos ganado con esta hazaña? A lo que el Capitán
Malanga, sin dejar de ver hacia la profundidad del mar
y recitando para sí mismo unos versos de José Martí,
respondió:
Un poco de libertad.

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EL VIRGEN DE GUADALUPE

Lupillo, de pie frente a la cortina metálica que


daba a la entrada del burdel “El Correcaminos”, se
aseguró de que llevaba los calzoncillos nuevos recién
comprados en el puesto de mercado de su tía Angélica.
Dio un profundo suspiro y justo en el momento en que
había decidido entrar, la Selena se le apareció –cigarrillo
en mano– como si lo hubiera estado esperando aquella
tarde-noche. Hola papito, le dijo con una sonrisa pícara,
como una agente publicitaria que trata de convencer a
su cliente de que su producto es el mejor en el mercado.
Hola, respondió Lupillo, evidentemente nervioso,
tratando de evitar mirar ese ángel prohibido que lo
invitaba a entrar en aquel paraíso del pecado atestado de
bolos y música de rocola. ¿Querés pasar? preguntó ella
tomando la mano del mozo que temblaba helada, vení
que aquí nos podemos relajar un rato mi amor. Lupillo,
que no sabía nada de la diplomacia de aquellos lugares,
dudó de la sinceridad de las palabras de la mujer, se
apresuró yendo al grano al preguntarle que cuánto le iba
a cobrar por el polvo. Ella, muy experimentada, le dio a
entender que guardara silencio poniéndole el dedo
índice en los labios que a Lupillo le parecía olía a una
mezcla de sardina con tabaco, cuántos años tenés le
preguntó ella, ya casi cumplo los dieciséis respondió él,
siendo así, no podés entrar, a menos que nos vayamos
directo al cuarto le aclaró ella, pero cuánto vale el rato
pues insistió él. Ella, presumiendo que aquel cipote se

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le iba a ir en seco ahí mismo de las grandes ganas que
ya eran evidentes, siguiendo su juego seductor le adivinó
que aquella sería su primera vez. Lupillo cada vez más
inquieto, tuvo que aceptar su inexperiencia en las artes
amatorias, la Selena se sentía un tanto motivada por
arrancarle de una sola arremetida la virginidad a aquel
muchacho moreno que sudaba y miraba trémulo hacia
todos lados. En el historial de ella se contaban por
decenas los cipotes que la habían elegido para que con
sus voluptuosidades los bendijera en el serpenteado e
infinito camino de la cogedera y porque prefería a los
muchachos imberbes que por su nula experiencia
acababan rápido el primer round, que con los bolos
experimentados que podían entretenerse por más
tiempo; así que sería un placer sumar a uno más en
aquella cuenta que en realidad sólo ella llevaba. Hoy es
tu día pajarito, te voy a hacer precio especial de
introducción, andate a la mesa del fondo para que no te
vean desde afuera y ya voy a llegar para ver qué puedo
hacer con vos. Lupillo entró dubitativo con el pulso tan
agitado que hacía que sintiera que el corazón se le iba a
salir como vomitado en medio de aquel lugar que
parecía observarlo y castigarlo moralmente. De los
nervios no sacaba sus manos de los bolsillos de su
bluejeans nuevo, uno que se había comprado
especialmente para aquella ocasión con el pisto que le
habían dado en su trabajo de peón en las fincas de café.
Tal como se lo habían ordenado se sentó en la mesa del
fondo, una que estaba lejos de la barra de donde se
despachaban las cervezas y los tragos, pero cerca de
aquel renglón de habitaciones que atestiguaban los más
íntimos secretos de los deseos prohibidos de casi todos
los hombres del pueblo. Desde esa ubicación, Lupillo

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observaba con inquietud la dinámica del burdel del que
sólo conocía por las habladas de sus amigos, hasta ese
entonces, “El Correcaminos” era para él una incógnita
que le ponía su miembro viril como asta para colgar la
bandera nacional. Sobre todo, observaba con ansiedad
a la Selena que en ese momento despachaba unas
cervezas y unas bocas de queso frito y de chilibín a unos
bolos que cantaban a todo pulmón unas canciones de
Rudy La Scala, mientras un viejo bailaba pegado con
otra de las muchachas en el centro de aquella sala
atestada de colillas de cigarro y escupidas que a esa
altura apenas eran marcas pegajosas en el piso. Lupillo
se emocionó al ver que la Selena se dirigía a su mesa,
ella se sentó frente a él, puesí miamor, querés algo de
tomar antes, una gaseosa dijo él, ella rio indiscreta, no
querés que te de lechita mejor bebé, él sonrió agüevado,
dame una cerveza entonces solicitó un poco
envalentonado, ahorita te la traigo mi niño. La Selena se
puso de pie y antes de irse por lo pedido se le acercó a
Lupillo que ya iba agarrando confianza y le dio un sutil
beso en la mejía, dejándole la marca de sus labios
pintados de rojo carmesí. En lo que la Selena andaba
por la barra, de uno de los cuartos salió un tipo tosco
con señales de que lo habían despachado antes de
tiempo, ajustándose el pantalón miró de reojo a Lupillo,
hizo una especie de mueca, balbuceó algo y salió
encorvado de aquel lugar. Otro valiente había
sucumbido en la cruenta guerra de los placeres
inmediatos. Segundos después, del mismo cuarto, salió
una mujer gorda y morena envuelta en una toalla, con
el pelo recogido a fuerza de ganchos, se dirigió hacia la
pila que hacía de ducha y en el cual, a puros huacalazos,
se lavó las partes que en su profesión hacían de

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herramientas de trabajo. Una mezcla de asco y lamento
pasaron por la mente de Lupillo, que todavía a esa hora
no sabía lo que era estar compartiendo los naturales
fluidos del sexo con una mujer. En breve reapareció la
Selena con una cerveza bien helada y un tarrito de
plástico que contenía varias semillas de maní tostado,
vaya mi niño, para que se me relaje un poco y puso las
cosas sobre la mesa, mientras ella se sentaba esta vez al
lado del cipote que –de un trago– le bajó la mitad a la
birria sintiendo como le pasaba fría por la garganta, uy
miamor, tenías sed, le dijo mientras le pasaba una mano
sobre el muslo y lo miraba de pie a cabeza como quien
estudia los gustos de su cliente. Lupillo no decía nada y
ni siquiera podía volver a verla, pero en su actitud se
notaba que quería consumar el acto lo antes posible por
lo que la experticia de la Selena resaltó y casi como
leyéndole la mente le dijo el precio de la primera
comunión, dándole las opciones de las que podía elegir:
normal, mamada y si quería ponerse más exigente había
tarifa especial “por el detroit”, pero si quería aprovechar
su estancia, también podía hacerle “triple saldo” que
consistía en aplicarle las tres anteriores hasta que
acabara. Lupillo se vio tentado, pero como desconocía
las capacidades de su cuerpo, se decidió por la posición
normal. La Selena le dijo que en el momento que
quisiera y él respondió casi instintivamente con un ¡ya!,
ella lo tomó de la mano y se lo llevó a uno de los cuartos;
al entrar, Lupillo notó que aquella cueva era un
verdadero cuchitril amueblado apenas con una cama,
una mesita llena de peines, talcos, un alhajero y una caja
de condones de los que reparten en la unidad de salud;
mientras que en la pared había nada más un espejo y un
calendario ilustrado con una exuberante mujer desnuda.

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La Selena, antes de todo, le pidió el dinero y al recibirlo
le dijo al chamaquito que esperara, que ya volvería,
después de eso le tiró un beso al aire y le hizo un guiño.
Él se sentó sobre la cama que le parecía cómoda aunque
sucia a pesar que de sus sábanas emanaba cierto olor a
lejía, miró a su alrededor y se dijo a sí mismo por fin,
por fin sentiría los humores de una mujer de verdad, una
de carne y hueso, no una de aquellas que aparecían en
las páginas de contraportada del periódico que vendían
en el parque y que sólo le servían para agitar su
excitación y volarse la paja. Pensando en ello estaba
cuando entró la Selena quien lo miraba sorprendida,
todavía estás vestido cariño y se le acercó reptando, sin
prisa, con la sonrisa de quien tiene asechada a su presa,
ella se quitó el vestido con una sutilidad inimaginable
para el chico, quedándose sólo en un diminuto calzón,
ayudó al joven a desvestirse, primero la camisa, después
los zapatos, Lupillo no estaba seguro de quitarse los
calcetines pues no se acordaba si de la prisa se había
puesto los talcos para que no le hedieran los pies, pero
a ella tampoco le interesaba quitárselos, luego le quitó
los pantalones dejándolo sólo en aquellos calzoncillos
nuevos que había comprado en el puesto de mercado
de su tía Angélica. Con mayor delicadeza y casi en
cámara lenta, la Selena lo fue despojando de aquella
prenda, presentando al mundo la virilidad de aquel
cipote moreno y tímido ¡Ave María Purísima! la Selena
lo observó con un poco de asombro y fuera de
protocolo le preguntó a Lupillo si se lo podía besar,
porque de aquel instrumento emanaba un profundo
olor a monte, a puro sabor del campo. Él, presumiendo
que en el acto podría haber besos e imaginando que le
podía dar asco sentir a través de los labios de Selena el

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sabor de su propio pene, le dijo casi suspirando que no.
Ella se saboreó los labios y pareció tragarse un buen
poco de saliva. Se puso de pie y se dirigió hacia la mesita
donde estaban los condones, tomó uno y abrió el sobre
con delicadeza, lo sacó y con una impresionante
destreza, de forma casi didáctica, se lo puso en el novel
miembro erecto del chico y después de ello le dio un par
de frotaditas mirando a los ojos del chico que
observaban absortos aquel ritual de iniciación. Ella se
quitó el diminuto calzón y se reposó sobre la cama
como un ave a punto de ser aliñada, le ofreció sus
manos al chico y este más por instinto que por sabiduría
se reposó encima de ella, como principio pretendió
besarla, pero ella evadió el intento girando su cabeza
hacia la derecha y pronto le dijo, sin besos miamor, él
asumió que era parte de las reglas de su profesión y no
insistió, así que sin más buscó con la punta de su lanza
el abrazo vaginal que bautizaría a aquel muchacho peón
de finca como un hombre. Pero los primeros intentos
por penetrarla no lograron su objetivo pues Lupillo no
tenía idea de cómo se hacía por lo que, con un poco de
ayuda, siempre con el ánimo didáctico de la Selena,
sintió como con un pequeño levantamiento de la pelvis
de ella, por fin lograba el flechazo inicial dando en el
albo húmedo de aquella mujer. Para sorpresa de ambos,
lo que sería una mera formalidad inicial, se fue
convirtiendo en un verdadero estado de gozo pues,
quizá por el reconocimiento del territorio carnal entre
ambos, se fue desatando todo el potencial que por unos
tempranos dieciséis años Lupillo guardaba y aquella
primera embestida tímida se fue haciendo cada vez más
potente, más segura y ella más cadenciosa sentía como
aquel joven miembro le cubría el cuerpo cavernoso que

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conocía casi todos los penes del pueblo pero ninguno
tan placentero como aquel. Así, imparables ambos
comenzaron a jadear, a respirar de forma acelerada, en
un zigzageo que no podía detenerse y del entusiasmo de
aquella conexión ella le exigió que siguiera, mostrándole
un amplio repertorio de posturas que a Lupillo le eran
desconocidas pero a las cuales parecía adaptarse
inmediatamente, por su mente, sin embargo, se
preguntaba cuánto sería el costo de todo aquello, pero
ya no le importaba y seguía las ordenes que la Selena le
daba a gritos hasta que ella finalmente, esta vez encima
del muchacho, lo bañó con el calor líquido de un
orgasmo. Complacida de aquella experiencia
inmediatamente le quitó el condón a Lupillo y succionó
el pene aún duro hasta que como un regalo inesperado
recibió en su cuerpo la liberación del deseo contenido
que Lupillo tenía guardado. Finalizado aquello, ambos
se tumbaron de espaldas sobre la cama, miraron el techo
de zinc y respiraron hondo, ella le ofreció un cigarrillo
y él se lo aceptó, se tomaron de la mano y se miraron a
los ojos, ella se le acercó y le dio un apasionado beso, ¿y
eso? preguntó el muchacho sonriendo evidentemente
feliz, ella no dijo nada. Entrecruzaron sus cuerpos y
pasaron un rato en silencio hasta que por fin Lupillo
irrumpió el silencio con un pujido ¡jum!, ella alejó un
poco su rostro y lo miró perpleja, ¿qué pasa?, es que
apenas te conozco y ya siento que te amo le confesó él,
ella lo miró con ternura y le pasó una mano por el
rostro, le dio un beso tierno y se quedaron a dormir. A
esa hora, el silencio y la oscuridad de la noche, eran
apenas interrumpidos por los cómplices eructos de
unos geckos.

99
100
Índice

EL CASO MORRISON .......................................................... 9

ELVIS NO SABE BAILAR ..................................................21

POR UNOS CUANTOS CENTÍMETROS DE MAS.....31

FEOS Y MALOS ....................................................................43

PIERNAS LOCAS ..................................................................61

TE ARRANCARÉ LOS GÜEVOS .....................................71

NACIDOS PARA SER LIBRES ..........................................83

EL VIRGEN DE GUADALUPE ........................................93

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102

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