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Polímeros y personas: la historia de los polímeros

sintéticos.
A lo largo de la historia, la humanidad ha intentado comprender la esencia y estructura del
mundo físico que nos rodea, bien mediante la simple observación o la manipulación
experimental. En la antigua Grecia, por ejemplo, Aristóteles llegó a la conclusión de que todos
los materiales estaban compuestos por la combinación de cuatro únicos elementos: aire,
tierra, fuego y agua. Durante la Edad Media, los alquimistas intentaron en vano convertir
metales comunes en oro. A finales del siglo XVIII, los químicos comenzaron a sintetizar y
descomponer sustancias químicas en un intento de determinar sus componentes
fundamentales. A principios del siglo XIX, el químico inglés John Dalton, tras observar que las
sustancias químicas sólo se combinaban en proporciones específicas, llegó a la conclusión de
que la materia estaba compuesta por "átomos" indivisibles (un concepto fue propuesto por
primera vez por el filósofo griego Demócrito en el año 400 a. C. aproximadamente). Al
proponer su teoría atómica de la materia, Dalton también proporcionó un método para
averiguar el peso de los átomos y afirmó que mediante el peso era posible distinguir un tipo de
átomo de otro. Los químicos del siglo XIX también determinaron que era posible sintetizar los
denominados compuestos orgánicos, que anteriormente se creía que sólo existían en los
organismos vivos, a partir de sustancias químicas inorgánicas.

Mientras los químicos buscaban con sus investigaciones conocer la naturaleza de la naturaleza,
los inventores creaban nuevos materiales mediante el tratamiento de sustancias naturales con
varias sustancias químicas sometidas a temperaturas y presiones elevadas. En 1839, el
inventor americano Charles Goodyear descubrió una técnica, a la que denominó vulcanización,
que permitía manipular las propiedades de la savia procedente de los árboles del caucho
mediante un tratamiento con calor y azufre. El proceso permitía convertir un material
pegajoso y elástico, que se usaba principalmente para "borrar", en un material seco, resistente
y elástico que permitió fabricar neumáticos para automóviles y finalmente revolucionó el
mundo del transporte. Transcurridos apenas 20 años, en 1856, el químico inglés William Henry
Perkin obtuvo de forma accidental un tinte púrpura mientras intentaba sintetizar la quinina del
fármaco de la malaria a partir de la anilina, un derivado del alquitrán, descubrimiento que
originó una investigación que dio como resultado una gran variedad de fármacos y tintes
sintéticos.

Un descubrimiento clave a finales


del siglo XIX fue que los átomos de
carbono pueden formar enlaces con
hasta otros cuatro átomos,
organizándose de tal modo que
forman las esquinas de un tetraedro
o pirámide. Muchos átomos de
carbono pueden unirse, formando
cadenas moleculares de gran
longitud o polímeros, en miles de
millones de posibles combinaciones
diferentes.
Los investigadores dedicados al trabajo teórico fueron igual de productivos y llegaron a una
serie de conclusiones independientes que finalmente establecerían las bases de la industria de
los polímeros. En 1858, el químico alemán Friedrich Kekulé desarrolló el esquema necesario
para comprender la estructura de las moléculas orgánicas, al demostrar que un átomo de
carbono podía establecer enlaces químicos con hasta otros cuatro átomos y que a su vez estos
átomos de carbono múltiples podían unirse para crear cadenas de gran longitud, un
descubrimiento casi simultáneo del químico escocés Archibald S. Couper. Posteriormente, en
1874, el holandés Jacobus van't Hoff y el francés Joseph Le Bel sugirieron por separado que los
cuatro enlaces del átomo de carbono se organizan de tal modo que forman las esquinas de un
tetraedro o pirámide. Dado que los átomos de carbono forman la estructura base de los
polímeros naturales y artificiales, ambos descubrimientos proporcionaban finalmente la
imagen tridimensional de la estructura molecular de los polímeros.

El nacimiento de la industria de los polímeros


En 1870, cuatro años antes del descubrimiento de la estructura del átomo de carbono, el
inventor americano John Wesley Hyatt ganó un concurso para encontrar un material que
sustituyera al marfil para la fabricación de bolas de billar, ya que, como en la actualidad,
escaseaba. La galardonada contribución de Hyatt fue el celuloide, un polímero basado en la
celulosa que constituye el material estructural básico de las paredes celulares de las plantas.
Este hecho marcó el inicio de la industria de polímeros. Hyatt trató el nitrato de celulosa, o
algodón pólvora (un material explosivo que se consigue al exponer los tejidos de la planta del
algodón a los efectos del ácido nítrico y ácidos sulfúricos), con alcohol y alcanfor. Obtuvo un
material duro y brillante que podía moldease al calentarlo. Este nuevo material, barato y
consistente, sustituyó al marfil en la fabricación de bolas de billar. Aunque, en determinadas
ocasiones, cuando las bolas de billar hechas de celuloide colisionaban, se producía una
pequeña explosión similar a la de un petardo, debido a la naturaleza explosiva del nitrato de
celulosa, que presenta una composición similar a la del trinitrotolueno (TNT). El celuloide
también se empleó para fabricar peines y una gran variedad de utensilios de cocina y se
convirtió en la primera película fotográfica flexible. En 1887, el conde Hilaire de Chardonnet
creó un producto similar al hilar nitrato de celulosa en seda de Chardonnet, la primera fibra
sintética que se fabricó y un predecesor del rayón, el nailon y el Dacron.

Tanto el celuloide como la seda Chardonnet eran polímeros creados mediante la alteración de
polímeros naturales. El primer polímero verdaderamente sintético no llegó hasta 1909, año en
el que el inventor americano Leo Baekeland trató el fenol o ácido fénico, otro derivado del
alquitrán, con el conservante formaldehído sometido a calor y presión. El producto obtenido,
la baquelita, era duro, inmune a las sustancias químicas fuertes, aislante eléctrico y resistente
al calor, características de gran utilidad en la fabricación de innumerables productos para el
hogar y piezas eléctricas. En poco tiempo, la baquelita se utilizaba en la fabricación de
utensilios de cocina, máquinas y herramientas.

La ciencia explica los polímeros


El rápido éxito de la baquelita desencadenó una oleada de innovaciones e investigaciones
sobre la síntesis en Europa y América. Al aumentar los intereses financieros, el planteamiento
de dejar las cosas al azar del inventor de garaje que había dominado la industria cedió el paso
a un método más sistemático. No satisfechos con tratar simplemente materias primas y
diversos métodos de procesamiento, los científicos comenzaron una investigación básica
diseñada para comprender la estructura molecular de los polímeros.

En 1920, el químico orgánico alemán Hermann Staudinger, fascinado por las propiedades
aparentemente únicas de los polímeros, comenzó a investigar su comportamiento y
características químicas. La investigación realizada por Staudinger indicaba que los polímeros
están compuestos por largas cadenas de moléculas de varias unidades químicas idénticas o
muy similares. Además, sugirió que la inusual elasticidad y resistencia a la tensión que los
caracteriza se debe a su gran longitud o, en términos químicos, a su elevado peso molecular.
Por la misma razón, las soluciones de polímeros presentan altos niveles de viscosidad
(resistencia de un líquido a fluir). Es posible que las ideas de Staudinger no suenen
especialmente innovadoras hoy en día, pero en aquella época fueron el centro de las burlas de
sus colegas dedicados a la química orgánica y sus teorías apenas hicieron mella en la
comunidad científica. De hecho, la existencia de moléculas de cadenas de polímeros no se
aceptó hasta 1928, cuando Kurt Meyer y Herman Mark, que trabajaban para la institución
química I. G. Farben industrie en Ludwigshafen, demostraron su existencia mediante la
observación por rayos X de la estructura cristalina de los polímeros. Muchos años después, en
1953, Staudinger se convirtió en el primer especialista en química de polímeros en recibir un
premio Nobel, otorgado en reconocimiento a sus esfuerzos y persistencia.

En 1920, el químico orgánico alemán Hermann Staudinger propuso que la elasticidad y


resistencia inusual de los polímeros (como el polietileno, DIRTK) se debía a su gran longitud y
a su elevado peso molecular. (Fotografía de Hermann Staudinger cedida por el instituto de
biología macromolecular de Friburgo, Alemania. Diagrama de los filamentos de polietileno
cedidos por Biografx)

Los importantes descubrimientos realizados por Staudinger (el hecho de que los polímeros
sean largas cadenas compuestas por muchas pequeñas unidades químicas, y que la longitud de
la cadena desempeñase un papel vital en la determinación del comportamiento y las
propiedades físicas) pusieron de relieve la necesidad de crear herramientas para determinar el
peso molecular y, en consecuencia, la longitud de la cadena. Una de las primeras herramientas
desarrolladas fue la ultracentrifugadora, inventada por el químico sueco Theodor Svedberg. La
ultracentrifugadora permitía hacer girar muestras a altas velocidades y separar las moléculas
según su tamaño. Se puede emplear para calcular el tamaño de las moléculas y la distribución
de los tamaños en una muestra de polímero determinada.

Al finales de la década de 1920, ya equipados con mejores herramientas y teorías, los


científicos especializados en polímeros consiguieron adelantos espectaculares. En 1928, la
compañía DuPont contrató al químico Wallace Hume Carothers para crear nuevos tipos de
polímeros en un nuevo laboratorio dedicado a la investigación básica. Para probar la teoría de
Staudinger, que aún resultaba polémica, Carothers unió con extrema precaución compuestos
orgánicos muy pequeños formando cadenas de gran longitud y examinó las propiedades de los
productos obtenidos. Descubrió que la unión de moléculas en cadenas largas daba lugar a
materiales más densos, resistentes y rígidos. En 1930, el planteamiento sintético sistemático
de Carothers comenzó a dar sus frutos cuando descubrió un nuevo tipo de polímeros
denominado poliamidas o "nailons". Estos polímeros podían fundirse y convertirse en una fibra
de gran resistencia.

Los años de esplendor


El nailon se introdujo en el mercado como sustituto de la seda en medias en el año 1937; este
material, resistente, barato y fácil de tratar, se convirtió en un rotundo éxito comercial. El éxito
instantáneo de las fibras de nailon y el neopreno, la primera goma sintética, enseñaron a la
industria de los polímeros una importante lección: la investigación básica puede conducir a la
creación de productos que sustituyan a los materiales naturales. Y también puede
proporcionar la concesión de un premio Nobel. Paul Flory recibió uno por las contribuciones de
su carrera profesional a la ciencia de los polímeros, que comenzó con su trabajo para DuPont.
Flory desempeñó un papel decisivo en el desarrollo de la teoría del comportamiento de las
moléculas de polímeros, especialmente mediante análisis estadísticos y matemáticos de la
forma y las propiedades de las cadenas de polímeros.

La década de 1930 fueron los años de esplendor en el desarrollo de nuevos polímeros


sintéticos, con la elaboración del policloruro de vinilo (PVC), el poliuretano, el
politetrafluoroetileno (Teflon) y el poliestireno, que revolucionaron las industrias de
aislamientos, embalajes, productos del hogar, revestimientos y textiles. Estos materiales
nuevos no guardan ninguna similitud con sus materias primas (normalmente, petróleo o gas
natural) y se hicieron famosos por su elevado grado de artificialidad. Debido a que la gran
mayoría de estos polímeros resultaban maleables al calentarse, se les denominó "plásticos",
palabra derivada del término griego que significa "que se puede modelar".

Otro desarrollo importante, que comenzó a finales de la década de 1930 y principios de los 40,
fue la producción de caucho artificial a gran escala, motivada por el auge de la industria
automovilística y las demandas militares de la Segunda Guerra Mundial. En 1930 ya se habían
desarrollado en Alemania dos nuevas formas de caucho artificial y ambas se basaban en el
butadieno, un subproducto del petróleo. A medida que aumentó la tensión en Europa, el
gobierno de los Estados Unidos se dio cuenta de la vulnerabilidad del suministro de caucho del
país y en 1941 estableció la Rubber Reserve Company (compañía para la reserva del caucho),
que produciría 10.000 toneladas de caucho al año. A mediados de 1942 el objetivo de
producción había alcanzado las 850.000 toneladas anuales, en respuesta a la ocupación por
parte de Japón de las Indias Orientales, cuyas vastas plantaciones de árboles de caucho habían
servido como suministro mundial de la materia prima necesaria para fabricar el caucho.
Ingenieros y científicos especializados en polímeros colaboraron para desarrollar un variedad
de nuevos procesos para satisfacer las demandas durante el tiempo de guerra. Uno de los más
importantes fue una técnica de dispersión de luz desarrollada por Peter Debye, de la
Universidad de Cornell, que permitía determinar el tamaño y el peso molecular de polímeros
de gran longitud. Los científicos especializados en polímeros utilizaron esta técnica para
analizar el caucho artificial. Las versiones modernas de esta técnica tienen un valor incalculable
para los investigadores encargados de caracterizar moléculas complejas.

A medida que los científicos descubrían nuevas variedades de polímeros, los diseñadores
soñaban con coches y casas construidos por completo a base de distintos tipos de plásticos. A
pesar de que algunas de estas ideas resultaron poco prácticas, los plásticos consiguieron
sustituir al acero, cristal, aluminio y madera, transformando así los materiales de construcción,
automóviles e innumerables productos de consumo durante las décadas de 1950 y 1960.
Debido a su flexibilidad, bajo coste y facilidad de esterilización, se utilizaron posteriormente en
innumerables aplicaciones médicas como, por ejemplo, embalajes, jeringas desechables,
recipientes, tubos y varios tipos de membranas y barreras. De hecho, en el año 2000, la
medicina de Estados Unidos empleó aproximadamente 3.000 millones de libras (1.400
millones de kilogramos) de polímeros al año.

Polímeros derivados del petróleo


A pesar de que la ciencia y tecnología de los polímeros había conseguido importantes
progresos al principio de la década de 1950, aún quedaban grandes obstáculos por superar.
Debido a la abundancia y al bajo coste de los componentes derivados del petróleo o
"monómeros", los polímeros de hidrocarburos que sólo contienen átomos de carbono (C) e
hidrógeno (H) representaban una clase de sustancias que podían resultar de gran utilidad. Los
objetivos especialmente atractivos eran los polímeros compuestos por los monómeros más
pequeños y abundantes, etileno y propileno (que contienen dos y tres átomos de carbono
respectivamente). La capacidad general de estos tipos de moléculas, que contienen parejas de
átomos de carbono conectados mediante "enlaces dobles", para unirse y formas largas
cadenas (véase la figura que aparece a continuación) ya era de sobra conocida (un ejemplo
conocido es el poliestireno). Sin embargo, el caso del etileno y el propileno constituía un
importante reto. La "polimerización" del etileno se había llevado a cabo, pero únicamente a
niveles de temperatura y presión excesivamente elevados, obteniendo polímeros cuyas
propiedades dejaban mucho que desear. La polimerización del propileno seguía siendo un reto
pendiente.
Polimerización del
etileno y el propileno
para obtener
polietileno y
polipropileno.

En 1953, mientras realizaba una investigación básica sobre las reacciones de compuestos que
contienen enlaces de carbono y aluminio, el químico alemán Karl Ziegler, que trabajaba en el
instituto Max Planck para la investigación del carbón en Mulheim, descubrió que al añadir
sales de determinados tipos de metales como el titanio o el circonio a estos compuestos, se
convertían en "catalizadores" (sustancias que aceleran las reacciones químicas) de gran
actividad para la polimerización del etileno en condiciones relativamente suaves. Además, los
polímeros formados mediante este método presentaban cadenas más largas y lineales, por lo
que sus propiedades, tales como la resistencia, dureza e inercia química, eran
significativamente superiores, y resultaban de gran utilidad para numerosas aplicaciones.

Basándose en el descubrimiento de Ziegler, el químico italiano Giulio Natta, del Instituto


politécnico de Milán, demostró que catalizadores similares resultaban eficaces en la
polimerización del propileno. Además, dichos "catalizadores de Ziegler-Natta" permitían
conseguir un exhaustivo control de las estructuras y la longitud de la cadena de los polímeros
de propileno resultantes y, en consecuencia, de sus propiedades. Entre otros logros notorios
relacionados con este tipo de catalizadores se incluyen la síntesis de un polímero idéntico al
caucho natural.

Casi inmediatamente se desarrollaron aplicaciones industriales de los "catalizadores de Ziegler-


Natta", que continuaron ampliándose mediante varios perfeccionamientos posteriores. Hoy en
día, el polietileno producido con la ayuda de estos catalizadores constituye el material plástico
de mayor volumen junto con el polipropileno y representa alrededor de la mitad de la
producción actual anual de 80.000 millones de libras (4.000 millones de kilogramos) de
plásticos y resinas de Estados Unidos. El uso del polietileno y el polipropileno abarca
prácticamente todos los sectores de la industria y la vida cotidiana, entre los que se incluyen
materiales de construcción, envases, juguetes, productos deportivos, aparatos electrónicos,
textiles, alfombras y productos médicos. En muchas de estas aplicaciones, los polímeros
sustituyen a otras sustancias, como el cristal y los metales, pero sus propiedades
características también han dado origen a aplicaciones totalmente nuevas, como su uso en
medicina.

En 1963, Ziegler y Natta recibieron el premio Nobel de química "por sus descubrimientos en el
campo de la química y la tecnología de altos polímeros". En su discurso de aceptación, tras
recordar las circunstancias de su innovador descubrimiento y los obstáculos científicos que
debieron superarse, Ziegler declaró:
"Pero podría haber surgido un impedimento mucho más formidable. Para ilustrarlo, debo
remitirme a la paradoja de que las etapas de conclusión más importantes de las
investigaciones que he referido tuvieron lugar en un instituto para la 'investigación del carbón'.
Cuando fui llamado por el Instituto para la investigación del carbón en 1943, me confundieron
los objetivos implícitos en su nombre. Temí que tendría que cambiar a la consideración de los
problemas asignados en química aplicada. Dado que el etileno se encontraba disponible en la
región del Rhur para la fabricación de coque, la búsqueda de, por ejemplo, un nuevo proceso
para el polietileno, podría representar un problema de este tipo. Sin embargo, ahora estoy
seguro, cosa que sospeché en un principio, de que cualquier esfuerzo realizado para conseguir
un objetivo concreto al principio habría agotado las fuentes de mi creatividad".

Trabajar con la naturaleza


A medida que se descubrieron nuevas aplicaciones para los polímeros en medicina, algunos
investigadores se plantearon si éstos podrían utilizarse en el cuerpo humano, quizás para
reparar o sustituir cartílagos y tejidos del organismo. La idea no era completamente nueva. El
polímero natural colágeno, presente en el tejido conectivo animal, se ha utilizado como hilo
quirúrgico durante más de 2.500 años. Y ya en 1860, un polímero artificial denominado
colodión, inventado una década antes por el químico francés Louis Ménard, se utilizó como
apósito líquido para heridas leves. El colodión, elaborado mediante la disolución de celulosa
nítrica en alcohol y éter, formaba una película sólida que se podía retirar cuando la herida
sanaba. Las excelentes propiedades de barrera de los polímeros fueron el centro de
investigación de un experimento realizado en 1933 por el biólogo italiano Vicenzo Bisceglie,
que implantó en un cobaya células tumorales envueltas en una membrana de nitrocelulosa.
Las células consiguieron sobrevivir, protegidas por la membrana, frente al ataque de las células
inmunológicas del animal.

Mientras tanto, la cuestión de la lucha con el sistema inmunológico del organismo se convertía
en un objetivo esencial de la medicina. Los científicos empezaron a darse cuenta de que
muchas de las enfermedades del corazón, hígado y riñones estaban relacionadas con
deficiencias de los mismos, y comenzaron a dirigir sus esfuerzos a sustituir los órganos
dañados por órganos sanos. Sin embargo, las células inmunológicas del organismo (diseñadas
para buscar y destruir cualquier tipo de tejido extraño) no son capaces de distinguir, por
ejemplo, entre una maligna infección bacteriana y un riñón transplantado. A pesar de que
algunos de los primeros fármacos, como los corticoesteroides, la azatioprina o la 6-
mercaptopurina, ayudaban a combatir el rechazo, el problema no desapareció hasta después
de 1969, cuando el microbiólogo Jean Borel descubrió un hongo del suelo con propiedades
medicinales. 40 años antes se habían obtenido la penicilina y muchos otros antibióticos a partir
de hongos, y ahora se había descubierto que la ciclosporina A interfería de forma selectiva con
las células inmunológicas específicas que producían la reacción de rechazo. En 1983, la Food
and Drug Administration (FDA) de EE.UU. aprobó la ciclosporina A y proporcionó a los cirujanos
especialistas en transplantes una herramienta que desde entonces ha salvado la vida a cientos
de pacientes con problemas de funcionamiento del corazón, hígado o riñones.

Polímeros de diseño
La ciclosporina A provocó una oleada de transplantes y sentó las bases para los grandes
avances actuales en "ingeniería de tejidos", tal y como denominan los científicos a la
construcción de órganos artificiales completos. Los cirujanos especialistas en transplantes, que
dejaron de perder pacientes por rechazo a los transplantes, se enfrentaban a una nueva
frustración: la pérdida de pacientes ocasionada por la falta de donantes de órganos. Uno de
estos médicos frustrados era Joseph Vacanti, del Hospital infantil de Boston, lugar en el que se
realizó el primer transplante de órganos humano con éxito. En 1983, Vacanti comentó con su
amigo Robert Langer, un ingeniero químico del Instituto tecnológico de Massachusetts, la
posibilidad de realizar un hígado artificial y posiblemente otros tejidos artificiales para salvar
las vidas de sus jóvenes pacientes.

El físico Joseph Vacanti (izquierdo) y el ingeniero químico Robert Langer unieron sus fuerzas a
principios de la década de 1980 para crear tejidos artificiales. En pocos años consiguieron
desarrollar células hepáticas en un armazón de polímeros, dando origen al campo de la
ingeniería de tejidos. (Fotografía de Vacanti cedida por Charles Vacanti, fotografía de Langer
cedida por Robert Langer).

Era mucho pedir. Nadie había creado ningún tipo de órgano que funcionase, y mucho menos
uno tan complejo como el hígado. Sin embargo, Langer aportó una gran experiencia para
abordar el problema de forma racional. A mediados de la década de 1970, desarrolló algunos
sistemas de polímeros para M. Judah Folkman, de la universidad de Harvard, que en aquel
momento investigaba el papel de la formación de nuevos vasos sanguíneos en el crecimiento
de los tumores cancerosos. Folkman pidió a Langer que encontrara un mecanismo de
liberación lenta para liberar los compuestos que bloquean a los mensajeros químicos que
controlan la angiogénesis, la formación de vasos sanguíneos nuevos. Langer descubrió que
polímeros como el etileno vinil acetato, que absorben muy poca agua, podían liberar estos
mensajes químicos muy lentamente.

Langer acabó centrándose en un polímero, el ácido poliglicólico o PGA, que también se utilizó
en suturas degradables sintéticas que se comercializaron en 1970. El PGA se conocía al menos
desde 1950, cuando Norton Higgins, de DuPont, patentó un proceso de tres pasos para
producirlo a partir del ácido glicólico mediante la manipulación cuidadosa de la presión y la
temperatura. La patente registrada por Higgins no mencionaba ninguna aplicación médica,
pero en 1963 Edward Schmitt y Rocco Polistina, de la compañía American Cyanamid Company,
registraron una patente para la formación de suturas derivadas del PGA. Cuando estas suturas
fueron introducidas en el mercado siete años después, se eligieron rápidamente como
sustitutos resistentes, consistentes y factibles de las suturas absorbibles tradicionales a base
de colágeno que hasta entonces habían usado los cirujanos.

Utilizando PGA y polímeros similares, Langer consiguió transformar pequeñas bolas de


polímeros degradables y no degradables en una complicada estructura porosa que permitía
difundir con lentitud moléculas grandes. (Este descubrimiento constituye la base de gran parte
de la tecnología de administración controlada de fármacos actual.) Estas pequeñas bolas,
cargadas con mensajeros químicos, desempeñaron un papel esencial en el descubrimiento
realizado por Langer y Folkman en 1957 del primer compuesto que bloquea la formación de
vasos sanguíneos nuevos, deteniendo así el crecimiento del tumor.

En 1984, casi al mismo tiempo que recibió la propuesta de Joseph Vacanti, Langer se asoció
con Henry Brem, un cirujano especialista en neuroncología de la institución médica Johns
Hopkins para probar sus nuevas técnicas para combatir el tumor cerebral mediante el uso de
polímeros. Aunque se disponía de nuevas herramientas para la localización de tumores, entre
las que se incluían los escáneres de imágenes de resonancia magnética y tomografía
computerizada, seguían sin poderse tratar la gran mayoría de los tumores cerebrales malignos.
Las células cancerosas que quedaban tras la extracción del tumor estaban protegidas frente a
los fármacos de quimioterapia por la denominada barrera hematoencefálica, que evita que
una gran variedad de sustancias químicas procedentes de la sangre penetren en el cerebro.
Brem se preguntaba si los polímeros podrían liberar lentamente fármacos para combatir el
cáncer donde realmente se necesitaba: en el cerebro.

Langer respondió su pregunta al diseñar polímeros degradantes de la superficie que liberaban


los medicamentos a una velocidad controlada. En 1992, Brem y Michael Colvin, actual director
del Duke Cancer Center (Centro para el cáncer Duke), implantaron láminas de polímeros en
forma de disco para tratar el cáncer tras realizar intervenciones quirúrgicas en el cerebro. Las
láminas prolongaron las vidas de los animales de laboratorio y de los pacientes humanos. Dado
que las sustancias químicas se administraban localmente, no ocasionaban la toxicidad
sistemática típica de los fármacos para combatir el cáncer. Tras la aprobación de la FDA en
1996, estas láminas representan el primer tratamiento nuevo para el cáncer cerebral en 25
años. En la actualidad se utilizan sistemas de administración lenta muy similares para tratar el
cáncer de próstata, la endometriosis e infecciones óseas agudas.
Con el tamaño de una moneda de diez centavos, las láminas de polímeros biodegradables
pueden implantarse tras la intervención quirúrgica del cerebro para administrar fármacos contra
el cáncer a una velocidad controlada. (Fotografía cedida por Guilford Pharmaceuticals)

Todos estos esfuerzos establecieron las bases preliminares para que Langer y Vacanti
continuaran la búsqueda de un sistema para desarrollar órganos y partes del cuerpo de
repuesto, como hígados. Hasta el momento los científicos sabían que las células humanas
desarrolladas en placas planas no producían la formación normal de proteínas, mientras que
las células desarrolladas en estructuras tridimensionales presentaban unas características
bioquímicas relativamente normales. Al principio Langer y Vacanti obtuvieron los mejores
resultados con el PGA, pero dado que la mejor fuente de PGA fibroso en 1984 eran las suturas
degradables, dedicaron horas a desenrollar suturas para transformar las fibras en estructuras
de plástico parecidas que pudieran contener células hepáticas. Aún en 1986, las células
hepáticas contenidas en armazones de plástico sobrevivían y funcionaban tras su transplante
en animales, estableciendo las bases del uso estructuras de polímeros para crear una variedad
de tejidos, desde huesos y cartílagos hasta piel.

Un microscopio electrónico de
barrido revela el crecimiento de
células en fibras de polímeros
largas, el primer paso en la
creación de tejidos artificiales.
(Fotografía cedida por Robert
Langer)

Las estructuras de polímeros, realizadas con técnicas de fibras sin tejer tomadas de la industria
textil, se han utilizado para desarrollar al menos 25 tipos de células en animales y humanos y,
por lo tanto, se han convertido en una especie de armazón genérico para órganos artificiales.
Las empresas de biotecnología utilizan estas estructuras para crear piel artificial con el fin de
tratar las quemaduras graves y las úlceras producidas por la diabetes. Multiplican células vivas
en cultivos (normalmente procedentes de tejidos que se desechan durante las operaciones
quirúrgicas) y, a continuación, "siembran" las células en la estructura de polímeros. Si se aplica
en la herida del paciente, el material la protege contra infecciones mortales y pérdida de
fluidos. Además, las células que contiene liberan factores de crecimiento químico, señales que
estimulan el crecimiento celular normal en la zona de la herida. Estas sustancias químicas
representan aproximadamente el 60 por ciento de la mejora en la recuperación que
experimentan los diabéticos como Frank Baker con piel artificial. Al pensar en el futuro, los
ingenieros de tejidos hablan sobre el uso de estructuras de polímeros para desarrollar células
nerviosas destinadas a reparar la médula espinal, células óseas o de cartílagos para reparar las
articulaciones, células pancreáticas para producir insulina para los diabéticos y células
hepáticas para crear hígados para su transplante.

Gracias a todos estos esfuerzos realizados por muchos tipos de científicos, podemos destacar
algunos hechos. El camino desde la necesidad al beneficio final recorre varias áreas de la
ciencia y la tecnología y depende principalmente de los conocimientos obtenidos mediante
investigaciones básicas. Los primeros descubridores de los polímeros consiguieron transformar
los materiales naturales casi al azar, pero su trabajo se aceleró enormemente cuando los
investigadores básicos aclararon las características fundamentales, como la relación entre el
tamaño o el peso molecular y las propiedades físicas, que rigen el comportamiento de los
polímeros. De forma similar, los progresos realizados en medicina y biología que dieron lugar
al transplante de órganos aún se basan en investigaciones básicas acerca del papel de los
mensajeros químicos, los códigos genéticos y la función celular. Cuando la ingeniería de
materiales y la ciencia especializada en polímeros unen sus fuerzas con la biología y la
medicina para producir estos milagros modernos, volvemos a ver cómo la colaboración
interdisciplinaria y la investigación aplicada y básica esenciales siguen siendo la verdadera
fuente de beneficios, tan simples y profundos como un tejido vivo que se puede crear en el
laboratorio.

Cronología
Esta cronología muestra la cadena de investigaciones básicas que condujeron al conocimiento
de los polímeros y al desarrollo de algunas de sus aplicaciones médicas.

1839
Charles Goodyear inventa el proceso de vulcanización, que convierte la goma en un material
seco, resistente y elástico.

1858
Los químicos Friedrich Kekulé y Archibald Couper demuestran que las moléculas orgánicas
están compuestas por átomos de carbono combinados químicamente en distintas formas.

1870
John Wesley Hyatt comercializa el celuloide, un plástico hecho de celulosa modificada
químicamente, también denominado nitrato de celulosa.

1887
El conde Hilaire de Chardonnet presenta un método par hilar soluciones de nitrato de celulosa
en seda de Chardonnet, la primera fibra sintética.

1909
Leo Baekeland crea la baquelita, el primer plástico completamente sintético.

1920
Hermann Staudinger propone que los polímeros son largas cadenas de unidades más
pequeñas que se repiten cientos o miles de veces. Posteriormente recibe el premio Nobel por
su investigación de la síntesis y las propiedades de los polímeros.

Década de 1920
Kurt Meyer y Herman Mark utilizan rayos X para examinar la estructura interna de la celulosa y
otros polímeros, demostrando así la estructura multiunitaria de determinadas moléculas.

Finales de la década de 1920


Wallace Hume Carothers y su grupo de investigación de DuPont sintetizan y desarrollan
aplicaciones para los nailons, neoprenos y poliésteres sintéticos.

1930
Los alemanes desarrollan dos tipos de caucho sintético (Buna-S y Buna-N) a partir del
butadieno, un subproducto del petróleo.
Década de 1930
Paul Flory desarrolla una teoría matemática para explicar la creación de redes de polímeros "en
la que los fluidos de polímeros forman enlaces transversales y se convierten, como el caucho,
en elásticos." Flory recibiría en 1974 el premio Nobel por las contribuciones de su carrera
profesional a la química de polímeros.

Década de 1940
Peter Debye desarrolla una técnica de dispersión de luz para medir el peso molecular de los
polímeros de gran tamaño.

1950
Norton Higgins patenta un proceso para producir ácido poliglicólico, un plástico que puede
degradarse lentamente de forma controlada en el cuerpo humano.

1963
Edward Schmitt y Rocco Polistina patentan la primera sutura sintética absorbible, compuesta
de ácido poliglicólico, un plástico clave en la ingeniería de tejidos.

1975
Robert Langer y M. Judah Folkman utilizan polímeros para aislar las sustancias químicas que
detienen la formación de vasos sanguíneos, sugiriendo así un nuevo método para combatir el
cáncer. Dichos estudios establecieron también la viabilidad de una liberación controlada de
macromoléculas.

1986
Langer y Joseph Vacanti demuestran que las células hepáticas desarrolladas en una estructura
plástica pueden funcionar correctamente tras su transplante en animales, lo que abre las
puertas al nuevo campo de la ingeniería de tejidos.

1996
La Food and Drug Administration aprueba los implantes de láminas de polímeros para tratar el
cáncer cerebral, promovidos por Langer y Henry Brem

1997
Ensayos clínicos muestran que la piel artificial puede curar las úlceras de piel de los diabéticos,
estableciendo así la viabilidad clínica potencial de la ingeniería de tejidos.

Créditos
Este artículo ha sido elaborado por la escritora científica David J. Tenenbaum, con la
colaboración de los Drs. Frank DiSesa, Robert L. Kruse, Robert S. Langer, Robert W. Lenz,
William J. MacKnight, Jeffery L. Platt, Bruce Rosen, Richard Stein, Walter H. Stockmayer,
Edwin L. Thomas, Valerie A. Wilcox, Charles A. Vacanti y William Vining, para Beyond
Discovery®: The Path from Research to Human Benefit[Más allá del descubrimiento: el
camino desde la investigación hasta el beneficio humano], un proyecto de la National Academy
of Sciences (Academia Nacional de las Ciencias) de Estados Unidos.

La academia, con sede en Washington, es una sociedad de distinguidos eruditos


comprometidos con la investigación científica y de ingeniería, dedicada al uso de la ciencia y la
tecnología para el bienestar común. Durante más de un siglo, la Academia ha proporcionado
asesoramiento científico objetivo e independiente a la nación.

El artículo ha sido financiado con fondos de la institución Camille Henry Dreyfus Foundation,
Inc. y la Academia Nacional de Ciencias.

© 1999, U.S. National Academy of Sciences, septiembre de 1999

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