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DATOS DEL TRABAJO

CURSO: Religión

AULA: Perseverancia

GRADO: 2°

INTEGRANTES:
 Walter Valencia Solano
 Liliana Olano
 Diego Delgado Rodríguez

TEMA: La Iglesia y Los Enfermos


LA IGLESIA Y LOS ENFERMOS
El cristianismo está lleno de paradojas. La mayor de todas es, quizás, que el
dolor es fuente de alegría y que la cruz es instrumento de redención. Lo decía
el Venerable Juan Pablo II, en una encíclica memorable que escribió sobre el
dolor: «El sufrimiento humano ha entrado en una dimensión completamente
nueva y en un orden nuevo en la pasión de Cristo», porque «allí ese
sufrimiento ha sido unido al amor que crea el bien», y «el bien supremo de la
redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo.

Mirado el dolor y la enfermedad desde esa perspectiva, se comprende bien lo


que Benedicto XVI haya escrito: «Lo que cura al hombre no es esquivar el
sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación,
madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo,
que sufrió con amor infinito»

Con todo, sería un fragante error no hacer nada para aliviar y combatir el
dolor. Al contrario, la lucha contra la enfermedad es para los cristianos un
modo concreto de introducirse en el surco de la misión salvífica de Cristo,
Médico divino que «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos
por el diablo»; y tomarse en serio el mensaje que dio a sus apóstoles: «Curad a
los enfermos».

La Iglesia asumió con alegría este encargo. De hecho, ya en las primeras


comunidades cristianas existió la costumbre de que los presbíteros ungiesen
con el óleo santo a los enfermos para aliviarles en su enfermedad. Desde
entonces, aunque las formas han sido muy variadas y múltiples las estructuras,
la Iglesia no ha cesado de inclinarse, como buena samaritana, sobre los
hombres y mujeres que encuentra malheridos en su cuerpo, en su psique y en
su corazón, y llevar el bálsamo de su presencia y el aceite de su ayuda.
¡Cuántos hospitales, cuántos dispensarios, cuántos consultorios, cuántas
clínicas han surgido como fruto del amor compasivo de los cristianos!

En el momento actual, la enfermedad sigue sin ser vencida. Han sido


superadas algunas de sus formas, pero han aparecido otras nuevas, quizás más
virulentas. Pienso, por ejemplo, en tantos matrimonios rotos, en tantas
familias desestructuradas, en los emigrantes desprotegidos, en los ancianos
solos y/o despreciados, en los enfermos incurables, en las madres que sufren
el síndrome del postaborto, en tantos padres a los que angustia el enfriamiento
y la increencia de sus hijos. Sin contar los que sufren los efectos de la
drogadicción, del alcohol, del Sida, de la ludopatía, de las enfermedades
venéreas, etcétera.
Para recordarnos todo esto y convocarnos a una acción solidaria y generosa, la
Iglesia ha instituido la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará el
próximo día once de febrero, fiesta de las aparición de la Santísima Virgen en
Lourdes. En este año sacerdotal me dirijo en particular a los sacerdotes que
estáis enfermos e invito a los que estáis sanos «a no escatimar esfuerzos para
prestar a los enfermos asistencia y consuelo», conscientes de que «el tiempo
transcurrido al lado de quien se encuentra en la prueba es fecundo en gracia
para todas las demás dimensiones de la pastoral» (Benedicto XVI, Mensaje
para la Jornada del Enfermo, de este año).

A quienes sufrís en este momento una enfermedad, «os pido -uniéndome al


Papa- que recéis y ofrezcáis vuestros sufrimientos por los sacerdotes, para que
puedan mantenerse fieles a su vocación y su ministerio sea rico en frutos
espirituales».

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