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TEMA 29.

LA EXPANSIÓN DE LOS REINOS CRISTIANOS EN LA PENINSULA


IBÉRICA
1. INTRODUCCIÓN
La llegada de los musulmanes a la Península Ibérica, la rápida conquista del territorio peninsular y la
desaparición del reino visigodo produjeron un cambio de rumbo en la historia de este territorio. Aunque la
ocupación musulmana fue casi total, en la parte norte de la Península, al Norte de la cordillera Cantábrica,
vivían algunos pueblos que difícilmente se habían asimilado a la cultura romana, y que no se habían
integrado en el reino visigodo; eran los astures, cántabros y vascones, que tampoco se incorporarían a Al
Ándalus. En el sector oriental, en los valles pirenaicos, navarros, aragoneses y catalanes habían conseguido
escapar a la dominación musulmana. En esas dos zonas surgieron los primeros núcleos de resistencia.
De estos grupos va a partir una expansión hacia el Sur, que conquistando tierras a los musulmanes dará
origen a núcleos independientes, reinos y condados, de los que con el paso del tiempo van a surgir los reinos
hispánicos que ocuparían el territorio peninsular durante la Edad Media. Este proceso de expansión
territorial es lo que se ha denominado reconquista.
Los modelos sociales resultantes en este espacio en formación fueron muy peculiares, pues no solo hay que
considerar la organización social de un territorio de frontera, sino el hecho de que en este espacio
convivieron cristianos, musulmanes y judíos, que contribuyeron a un intercambio cultural importante,
plasmado en aspectos diversos de la cultura hispana, y claramente visible en las manifestaciones artísticas.
2. EL REINO DE ASTURIAS
Tras la derrota de Guadalete (711) fueron muchos los visigodos e hispanorromanos que buscaron refugio
en las regiones norteñas de Galicia, Asturias, Cantabria y Vasconia, o en el vecino reino de los francos.
Entre los refugiados en las montañas estaba Pelayo, personaje brumoso del que no se sabe si pudo ser un
noble visigodo, que pronto se puso a la cabeza de la insurrección cristiana en esta región, tras ser reconocido
como jefe por los astures y godos en una asamblea celebrada en el Monte Auseva (718). De esta decisión
nacería el núcleo cristiano de Asturias como rebelde al poder islámico.
La rebelión organizada por Pelayo y sus seguidores inquietó poco a los musulmanes, entonces ocupados en
las Galias, pero las reiteradas peticiones de ayuda del gobernador musulmán en Gijón decidieron a las
autoridades islámicas a enviar tropas para acabar con los insurrectos. En una de estas expediciones
musulmanes por tierras norteñas se produjo un encuentro entre las tropas dirigidas por Alqama y los
rebeldes cristianos de Pelayo encastillados en el monte Auseva, que terminó con la derrota musulmana.
Como consecuencia de este enfrentamiento, conocido como la batalla de Covadonga (722), los
musulmanes abandonaron Asturias. Desde el punto de vista militar Covadonga es un acontecimiento
significante, pero en el orden espiritual su importancia es inmensa, pues sería erigida como la primera
victoria cristiana que cargará de sentido ideológico al proceso de “Reconquista”.
Poco más se puede decir de Pelayo, salvo que fijó su residencia en Cangas de Onís, que se convierte en el
núcleo inicial de un reino sin nombre y sin apenas territorio. El caudillo cristiano murió hacia el 737 y tras
el breve gobierno de su hijo Favila, la asamblea reconoció a Alfonso I, yerno de Pelayo, como nuevo rey.
Alfonso I supo aprovechar la gran insurrección pober del 741 para consolidar su reino, convirtiéndose, en
realidad, en el fundador del reino astur. Bajo su reinado se amplían los limites del reino por las comarcas
de León y Astorga, lo que permite incorporar la población cristiana emplazada en estas zonas. La
incorporación de hispano-visigodos se dejó sentir pronto, desapareciendo así el predominio de las tribus
montañesas y dando un nuevo carácter a la guerra contra el Islam. Así, se crea en el reino astur la conciencia
de su deber de reconstrucción el reino de Toledo, de cuyos reyes se proclamaran sucesores los asturianos.
Pero Alfonso I no disponía de hombres para consolidar la ocupación de los territorios anexionados ni para
defender aquellas regiones; por ello, decidió formar una tierra de nadie, ocupando los distintos mas
cercanos al núcleo del reino y abandonando lo demás, desmantelando las fortalezas y destruyendo los
poblados para trasladar a la población al interior de Asturias. Creó con ello una amplia zona despoblada
que los musulmanes tendrían que atravesar sin posibilidad de aprovisionarse, lo que en practica
imposibilitaba el ataque por esta franja.
Ningún sucesor de Alfonso I pudo continuar su política de expansión hasta Alfonso II, cuyo reinado será
decisivo para el reino asturiano. Una de sus primeras decisiones fue trasladar la corte a Oviedo. A sus
empresas guerreras contra los musulmanes, que permitieron avanzar hacia Galicia, el rey unió un esfuerzo
de reorganización interna para dotar al reino asturiano de un marco político-administrativo semejante al de
la antigua monarquía visigoda, es lo que se llama neogoticismo astur. Para que la suplantación fuese
completa era necesario efectuar una restauración eclesiástica, alejándose de la jefatura de la iglesia en
Toledo, que en estos momentos se encontraba en poder musulmán. La aceptación de la herejía adopcionista
por Elipando, primado de Toledo, brindó al rey la ocasión de romper lazos con la iglesia toledana. Esto,
unido al descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago en Compostela, donde Alfonso II ordenó
construir una Iglesia, supuso la creación del obispado de Oviedo y la total independencia ya frente a la
iglesia toledana.
2. LA FORMACIÓN DEL REINO LEONÉS
Durante el primer siglo de su historia, el reino astur permanece a la defensiva, protegido de los ataques
musulmanes por las montañas y por las revueltas de los muladíes, e intenta unificar al conglomerado de
pueblos que lo forman –gallegos, astures, cántabros y vascones—. El carácter electivo de la monarquía,
siempre dentro de una misma familia, favoreció la aparición de bandos en torno a los candidatos al trono.
Así, muerto Alfonso II (842) se produje una crisis dinástica entre los dos candidatos, Ramiro I, apoyado
por los nobles gallegos, y Nepociano, apoyado por los astures y vascones. La lucha se zanjó con el triunfo
de Ramiro I, cuyo reinado se caracteriza por la victoria contra los vikingos en las costas astures.
Muerto Ramiro I accedió al trono su hijo Ordoño I, que inauguró su gobierno enfrentándose a una rebelión
de los vascones apoyada por los musulmanes Banu Qasi, poderosa familia muladí del Valle del Ebro, cuya
cabeza era Muza ben Muza. Ordoño I dirigió sus tropas a esa zona y derrotó a Muza en la batalla de
Albelda (859).
La rebelión muladí que se extendía por al-Ándalus fue aprovechada por Ordoño para consolidar sus
fronteras y avanzar en la repoblación de León, Astorga, Tuy y Amaya. En el año 865 el emir andalusí trató
de frenar la expansión cristiana enviando un ejercito al desfiladero de La Morcuera y derrotó a Ordoño I,
que ordenó el retroceso hacia el norte y el cese de la repoblación.
Su hijo y sucesor, Alfonso III hubo de someter una revuelta de nobles gallegos poco después de ocupar el
trono y, pacificado el reino, pudo inaugurar una política expansiva de vastos alcances aprovechando el caos
interno de Al-Ándalus. En occidente el avance resulto más profundo, ya que los asturianos consiguieron el
curso del Duero. Las fuerzas musulmanas trataron de frenar esta expansión pero fracasaron. Hacia el 880,
toda Galicia y el norte de Portugal estaban bajo la autoridad del rey astur. La expansión por la zona
castellano-leonesa fue más lenta y encontró mayor resistencia islámica. Sin embargo, en el 877 Alfonso III
derrotó a los ejércitos musulmanes en Polvoraria y Valdemora, victorias que le permitieron apoderarse de
las fortalezas de Deza y Atienza. Alfonso III y el emir andalusí llegaron a una tregua en el 884, pactada por
12 años durante los cuales no habría actividad bélica en las fronteras, de manea que el rey astur pudo
ocuparse de los problemas internos del reino.
A la muerte de Alfonso III se rompe la unidad territorial del reino de Asturias, que se reparte entre sus hijos.
García I hereda los territorios recientemente anexionados, con centro en la ciudad de León; Fruela
gobernaría Oviedo y la parte interior de Asturias; y Ordoño heredaría Galicia. Fruela y Ordoño pronto
aceptaron la hegemonía de García I como rey de León, lo que facilitó el traslado de la vida política del reino
hacia esta ciudad.
García I centró en el territorio leonés las actividades futuras de la dinastía, trasladando la capital primero
a Zamora y luego a León (913). Además, estabilizó la frontera en la línea del Duero y venció a los
musulmanes en la Rioja en el 914. Sin embargo, su prematura muerte en Zamora provocó su sustitución
por su hermano Ordoño II, hasta entonces rey de Galicia, uniendo de nuevo ambos reinos.
Ordoño II unió sus esfuerzos militares contra los musulmanes a la política guerrera de Sancho Garcés de
Pamplona y ambos monarcas iniciaron la conquista de La Rioja, saqueando Tudela y Nájera y apoderándose
de Calahorra y Arnedo en el 918. Pero Abd al-Rahman III, aún emir de Córdoba, logró vencer a navarros
y leoneses en Valdejunquera (920). En el 924 Ordoño II se casó con Sancha, hija de Sancho Garcés, lo
que culminaba el pacto entre ambos reinos. Pero la muerte del rey y los recelos castellanos obstaculizaron
esta posible unión de ambos estados.
Ordoño II muere ese mismo año y tras un brevísimo reinado de su hermano, Ramiro II, hijo menor de
Ordoño II, accede al trono. El nuevo rey consiguió reunificar el reino con la anexión de Asturias y consigue
acabar con la hegemonía de los musulmanes en Simancas y Alhándega, victorias que permitieron la
repoblación de las riberas del Duratón y del Tormes, revitalizando Sepúlveda con la colaboración de su
cuñado, el castellano Fernán González, y Salamanca, estableciendo, además, nuevos castillos en zonas
estratégicas. En el 932 designó conde de toda castilla a Fernán González, afianzando su alianza con el boda
de su primogénito, Ordoño III, con Urraca, la hija del conde castellano. A la muerte de Ramiro II se
sucedieron luchas internas y familiares que paralizaron la expansión.
En medio de una aguda crisis se produce el reinado de Ramiro III, preludio de las sucesivas derrotas frente
a Almanzor. Las maniobras políticas del dictador musulmán terminaron por ocasionar una rebelión de
nobles gallegos que supuso la sustitución del rey por Bermudo II, cuya debilidad le hizo entrar en relación
de vasallaje con el propio Almanzor, que durante su reinado llega a atacar León, Zamora y Santiago de
Compostela. Tras la destrucción de Sahagún a manos del Almanzor, Bermudo II huyó hasta Galicia, donde
permanecería bajo un pacto humillante con el dictador musulmán, por el que el rey leones se comprometía
a pagar un tributo anual.
A Bermudo II le sucedió su hijo Alfonso V, cuyo reinado se caracteriza por la recuperación de parte del
territorio perdido contra Almanzor y por su matrimonio con Urraca, hermana de Sancho Garcés III de
Navarra, que fomentó la relación entre ambos reinos y establecido una base para futuras reivindicaciones
navarras. A su muerte en el 1028 le sucede Bermudo III, cuyos primeros años de gobierno quedaron bajo
la regencia de su madrastra Urraca, asesorada por un consejo de nobles navarros.

4. EL CONDADO DE CASTILLA
Los primeros condes o potestades de nombre conocido que actuaron en el territorio de Castilla eran
designados por los monarcas de Oviedo-León a titulo vitalicio, pero su dominio solo se refería a una parte
del territorio que, paulatinamente, se iba ampliando hacia el sur. Por tanto, Castilla no era aun un condado
organizado, sino un conjunto de pequeñas mandaciones y condados cambiantes de acuerdo con la voluntad
de los reyes astur-leoneses. Así, Ordoño I otorgó el gobierno de Castilla al conde Rodrigo, a quien encargo
la comisión de nuevos avances y repoblaciones. Su hijo Diego Rodríguez Porcelos gobernó Castilla por
encargo de Alfonso III y desplegó también una intensa actividad repobladora, si bien su figura se conoce
como fundador de Burgos.
A la muerte de Diego Rodríguez Porcelos (885) el rey leonés Alfonso III dividió el territorio en múltiples
condados, de manera que los deseos de independencia castellana no van a dar sus frutos hasta que aparece
la figura de Fernán González, que contrajo matrimonio con Sancha, hermana de García Sánchez I de
Navarra y de la reina Urraca, esposa de Ramiro II de León. Este último favoreció a su cuñado designándolo
como conde de Castilla la Vieja, Lantarón, Álava y Burgos, reuniendo bajo su mando los territorios
castellanos (933). Sin embargo, la colaboración entre ambos cuñados se rompería a causa de la decisión del
rey de fundar el Condado de Monzón. Esta nueva demarcación suponía un obstáculo para la expansión
castellana por el sudoeste y Fernán González se rebeló contra Ramiro II. Tras tres años de cárcel Fernán
González recupero la libertad tras prestar juramento a Ramiro II quien, sin embargo, solo le confió el
condado de Burgos. Fernán González hubo de comenzar de nuevo a estrechar alianzas que le permitiesen
alcanzar su metas de independencia, primero casando a su hija con el primogénito de Ramiro II y, en ultima
estancia, aprovechando la minoría de edad de Ramiro III y la guerra civil durante su reinado para actuar
con total independencia y consolidar la vinculación del condado de Castilla a su familia (970).
Desde el 970 Castilla, ya independiente, estuvo regida por García Fernández, hijo de Fernán González.
Durante su reinado los problemas norteafricanos impidieron a Almanzor dedicar su atención a Castilla, lo
que aprovechó el conde para avanzar en su proyecto de unidad, casando a su hija Elvira con Bermudo II de
León, unión de la cual nacerá el futuro Alfonso V (992). En mayo del 995 Almanzor reanudó sus ataques
contra Castilla, uno de los cuales causaría la muerte de García Fernández.
Castilla quedó entonces en manos de Almanzor, bajo cuyo protectorado inicia su gobierno el conde Sancho
García, hijo de García Fernández, lo que garantizó algunos años de pazo que fueron aprovechados para
llevar a cabo una reordenación de la legislación castellana. Muerto Almanzor, el conde logró repatriar a
muchos cautivos desde Córdoba y, en el 1011, la devolución de Gormaz, San Esteban de Gormaz,
Coruña del Conde y Osma, entre otros, así como realizar el proyecto de unidad que defendía su padre a
través del matrimonio de sus hijas con Berenguer Ramón I, conde de Barcelona, Sancho Garcés III de
Navarra y Bermudo III de León.
5. LA EVOLUCIÓN DE LOS ESTADOS PIRENAICOS
5.1. Reino de Navarra
Pocos son los datos que tenemos sobre los orígenes de la monarquía en Navarra, donde se constituyeron
varios focos cristianos entre los que destaca el de Pamplona. En un principio, el paso de los musulmanes
hacia el otro lado de los Pirineos no inquietó a los vascones de la zona, pero, más tarde, cuando los
musulmanes trataron de consolidar su dominio sobre la región, se desató una continuada lucha. La rebelión
de los bereberes (741) y la debilidad de Córdoba permitirían la consolidación de los núcleos rebeldes en
Navarra.
Tras el paréntesis relativo al dominio de Carlomagno sobre el núcleo de pamplonés, Abd al-Rahman I
impuso su control sobre el territorio. Las fuerzas de ocupación provocaron la reacción de Iñigo Iñiguez,
que estableció una alianza con los Banu Qasi que le permitiría derrotar a los musulmanes. Pese a que esta
política de alianza con los muladíes era beneficiosa para ambos, en el 858 García Iñiguez cambió la política
para buscar una aproximación con el reino astur, cuyo apoyo le permitió derrotar a Musa ben Musa, su
antiguo aliado y cuñado, en Albelda.
Tras la muerte de García Iñiguez (880) Alfonso III promovió un levantamiento contra el heredero de García,
que fue sustituido en el trono de Navarra por Sancho Garcés I, cuñado del monarca asturleonés. De esta
manera, Alfonso III se aseguraba que los navarros protegieran el flanco oriental del reino leonés.
El reinado de Sancho Garcés I constituye el primer avance expansivo del pequeño principado de Pamplona.
Sin embargo, la figura más importante de este reino es Sancho Garcés III el Mayor, cuyo reinado señalara
nuevos rumbos en la política peninsular. En los primeros años de su reinado la crisis del califato se
intensifica hasta acabar con la unidad política de Al-Ándalus. Esta situación proporciona a los cristianos la
posibilidad de recuperar los territorios perdidos en época de Almanzor y afianzar su hegemonía frente a los
reinos de Taifas. Las relaciones con el Islam de Sancho III se limitarán a una hostilidad casi permanente
con la Taifa de Zaragoza, que acabará con la anexión a Navarra de los territorios de Sobrarbe y
Ribagorza (1006).
Mucho más importante es la actividad de Sancho III en Castilla y el reino de León. La muerte del conde
castellano Sancho García (1017) dejaba al frente del gobierno condal a García Sánchez, un niño de siete
años, cuya defensa sería asumida por Sancho III, cuñado del joven conde. Esto suponía un obstáculo en las
ambiciones territoriales de León y Sancho III, temiéndose un enfrentamiento, decidió planear el matrimonio
de su hermana Urraca con Alfonso V, rey de León. La muerte de este dejaba de nuevo a un menor de edad
al frente del reino, Bermudo III, esta vez bajo la tutela de Urraca. Ante la sucesión de levantamientos y
rebeliones en el reino de León, Sancho III y Urraca planearon la unión matrimonial de Sancho García,
conde de Castilla, y la infanta Sancha, hermana de Bermudo III de León. Sin embargo, este matrimonio no
cuajó pues el conde de Castilla fue asesinado frente a la iglesia el día de su boda (13 de mayo de 1029).
Sancho III aprovechó la situación para proclamarse conde de Castilla alegando los derechos de su mujer,
hermana del conde asesinado.
A principios del 1032, llegado a la mayoría de edad, Bermudo III decidió asumir el poder y expulsó a
Urraca y a su equipo de navarros de León, lo que produjo un aumento de las tensiones entre León y
Pamplona. La guerra no pudo evitarse, de manera que Sancho III condujo sus tropas contra el monarca
leonés, apoderándose de Zamora y Astorga y llegando a ocupar León hasta febrero del 1035, cuando una
contraofensiva de Bermudo III le hizo replegarse hasta el Pisuerga, donde murió poco después.
La sucesión de Sancho III va a dar lugar a la distribución de los territorios navarros entre sus hijos. Así,
designo a su hijo legitimo primogénito, García Sánchez III, como su sucesor en el reino de Pamplona; el
segundo hijo legítimo, Fernando, hereda el condado de Castilla; Gonzalo, el tercero de los hijos, recibe
los candados de Sobrarbe y Ribagorza; y Ramiro, hijo ilegitimo, recibió el condado de Aragón, del que
muy pronto se proclamó rey, surgiendo así una nueva monarquía en dependencia del rey de Pamplona hasta
la muerte de García Sánchez III.
.2. El condado de Aragón
El proceso de formación del condado de Aragón se halla vinculado íntimamente al de Navarra. Tras la
conquista musulmana de la Península, el territorio cayó bajo la influencia de los carolingios, que impusieron
al frene del mismo a condes francos, como Oriol, tras cuya desaparición y breve dominio musulmán
aparece al frente del territorio Aznar Galíndez, que gobernó el condado hasta 820. Su hijo Galindo I
Aznárez logró proceder a una reordenación del territorio aragonés, que ya se encontraba en su fase
expansiva. Su hijo y sucesor s casó con la hija de García Iñiguez de Pamplona, de manera que el condado
de Aragón entró en la órbita de Navarra.
En torno al 943, la boda de García Sánchez I de Pamplona con la hija del conde aragonés Galindo II supuso
la incorporación plena del condado de Aragón al reino de Navarra, en el que permanecerá hasta la muerte
de Sancho III el Mayor.
5.3. Los condados catalanes
La historia de política de los condados catalanes durante el siglo IX resulta ininteligible si se ignora la
evolución del Imperio Carolingio y si no se tiene presente que dentro de este cada conde aspiraba a convertir
en hereditario su cargo y las posesiones recibidas con él.
Tras la muerte de Luis el Piadoso (840), Bernardo de Septimania, conde de Barcelona apoyó a Luis el
Joven contra sus hermanos Lotario y Carlos, perdiendo el condado tras la firma del Tratado de Verdún
(843), en función del cual las tierras catalanas eran cedidas a Carlos el Calvo, que delegó la autoridad en
uno de sus fieles, Sunifredo, conde de Urgel-Cerdaña y hermano de Suñer de Ampurias y Rosellón. En la
segunda mitad del siglo IX sus descendientes Wifredo, Mirón y Suñer II serán condes de Urgel-
Barcelona-Gerona y Besalú, Rosellón y Ampurias, iniciándose con ellos la dinastía catalana que perdurará
hasta 1410.
Más que la crisis dinástica carolingia fue la presencia musulmana el factor que explica la progresiva
desvinculación de los condes. Por una parte, los ataques musulmanes hacen que la población apoye a los
condes por encima del rey franco, cuya lejanía e importancia le resta importancia frente a sus súbditos, por
otra, la debilidad del Estado musulmán permite la consolidación de los condados, como ocurrió en el caso
de Wifredo, que pudo incorporar a sus dominios la comarca de Vic, la extensa tierra de nadie entre
carolingios y musulmanes, y crear en ella el condado de Osona, la sede episcopal de Vic y los monasterios
de Ripoll y San Juan de las Abadesas.
Wifredo murió a consecuencia de las heridas sufridas cuando intentaba ocupar Lérida (897) y en ese
momento toda Cataluña le obedecía. Wifredo repartió sus dominios entre sus hijos Sunifredo, Miró,
Wifredo Borrell y Suñer, pero con una condición peculiar, pues los tres condados de Barcelona, Gerona
y Osona, que constituyeron el núcleo central de Cataluña, se conservaron unidos bajo administración
conjunta de Suñer y Wifredo Borrell. En el 911, muerto Wifredo Borrel, su hermano Suñer quedó como
conde único.
En este contexto, la falta de ayuda de los francos ante los ataques de Almanzor y la extinción de la dinastía
carolingia en el fueron motivos suficientes para que Borrell II, hijo de Suñer, rompiese definitivamente los
lazos que le unían el condado barcelonés con la monarquía franca. Por primera vez los condes catalanes
abandonaron la política defensiva y emprendieron una campaña que, pese a su relativo fracaso, sirvió para
afianzar la autoridad del conde barcelonés frente a sus vasallos y el resto de condes catalanes.
Sin embargo, el gobierno del nieto de Borrell II, Berenguer Ramón I, supuso un nuevo periodo de
inestabilidad para el condado que se tradujo en revueltas de carácter independentista por parte del resto de
nobles catalanes. El condado de Barcelona-Gerona-Osona fue repartido entre sus tres hijos. Uno de ellos,
Ramón Berenguer I, pudo unir de nuevo todos los condados tras vencer con éxito los movimientos
independentistas de la nobleza y conseguir que sus hermanos renunciaran a sus derechos sobre la herencia.
La tarea fundamental de su reinado será proseguir el avance sobre los territorios musulmanes y acometer
la restructuración de la Cataluña feudal, para lo que contó con la colaboración de Armengol III, conde de
Urgel. La alianza entre ambos daría sus frutos en la progresión de la reconquista hacia Lérida y el
sometimiento de Cerdaña a vasallaje, al igual que el resto de condados y vizcondados, que para 1058
acabarían sometidos a la autoridad condal de Barcelona.
Ramón Berenguer I repartió los condados entre sus hijos, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II. Sin
embargo, el primero de estos murió asesinado por orden de su hermano que, sin embargo, no logró anular
sus derechos, que pasaron al hijo del difunto, Ramón Berenguer III. Los fracasos militares de Berenguer
Ramón II y la infeudación del condado a la Santa Sede le granjearon muchos enemigos que le obligaron a
someterse al juicio de Alfonso VI de Castilla para responder del asesinato de su hermano. La sentencia fue
de culpabilidad y el conde se vio forzado a renunciar sobre sus derechos (1097), quedando el condado
barcelonés en manos de Ramón Berenguer III.
En su gobierno, el nuevo conde intensificó sus ataques contra los almorávides y repobló la comarca de
Tarragona. En 1112 se casó con Dulce de Provenza, lo que le permitió reafirmar sus derechos sobre
Carcasona, que serviría de enlace entre Provenza y Barcelona, consiguiendo que el señor de Carcasona
reconociese su soberanía, mientras que la muerte sin herederos de los condes de Besalú y Cerdaña permitió
al conde barcelonés incorporar estos territorios.
En 1131 Ramón Berenguer IV sucedió a su padre al frente del condado de Barcelona y seis años más tarde
contraía matrimonio con Petronila, hija de Ramiro II de Aragón, dando lugar a la conformación de un nuevo
Estado: la Corona de Aragón.
6. EL REINO DE CASTILLA (SIGLOS XI-XII)
La ascensión de Castilla a la categoría de reino y su transformación en un poderoso núcleo de la España
cristiana se produce durante la primera mitad del siglo XI, con la entronización de Fernando I, hijo de
Sancho III el Mayor de Navarra.
En junio de 1038 y tras su victoria contra Bermudo III de León, Fernando I recibió también la corona
leonesa. De este modo, León y Castilla se unían bajo una misma dirección. El monarca castellanoleonés
invirtió los diez primeros años de su reinado en una ingente tarea de organización interna, eliminando a la
alta nobleza de los puestos de gobierno, anulando el carácter de los cargos y reorganizando la vida del clero,
labor que quedó reflejada en el concilio de Coyanza (1050), en el que fue confirmado el fuero de León.
Los últimos diez años del reinado los dedicó a impulsar la reconquista, que se convierte ya en una tarea
conscientemente planeada. Para ello utilizará dos armas, una la militar y otra económica, imponiendo
tributos a cambio de protección, las parias. Estos pagos le permitieron atesorar metal precioso y paliar la
falta de potencial demográfico en los territorios anexionados. Hacia el 1062 las taifas de Badajoz, Zaragoza,
Sevilla y Toledo ya pagaban parias al rey castellanoleonés.
En diciembre de 1063 Fernando I reglamentó la herencia de sus Estados mediante un reparto que rompía la
unidad de Castilla y León. El primogénito Sancho recibía Castilla, el segundo, Alfonso, León; el tercero,
García, Galicia; y sus hijas, Urraca y Elvira heredaron el señorío de los monasterios de los tres reinos y
el dominio sobre Zamora. Sin embargo, fue el reparto de las parias musulmanas lo que condujo al
enfrentamiento entre los hermanos, iniciándose una guerra de siete años que acabaría con la reunificación
de todos los reinos bajo Alfonso VI.
La sucesora de Alfonso VI fue su hija Urraca, cuyo reinado se caracterizó por la anarquía y las luchas
civiles, situación agravada por la falta de entendimiento entre la reina, muy influenciada por el arzobispo
de Santiago, Diego Gelmírez, y su esposo, Alfonso I de Navarra y Aragón, que acabó provocando la
disolución del matrimonio. El reinado solitario de Urraca fue una constante serie de intrigas e inestabilidad
que terminó con la muerte de la reina y la llegada al trono de su primer hijo Alfonso VII, que en 1134
adoptó el titulo de Emperador, reconocido por su tía Teresa de Portugal y su hijo Alfonso Enríquez. El
monarca castellanoleonés, una vez pacificado el reino y resueltos los problemas fronterizos, prosiguió la
reconquista del territorio peninsular, realizando diversas expediciones para proteger Toledo contra los
ataques almorávides, ocupando el castillo de Oreja y las plazas de Coria y Albalate. En 1147 llevó a cabo
la conquista de Almería, poco antes de que los almohades llegasen a la península en ayuda de las taifas para
detener los ataques cristianos. Esta campaña no tuvo consecuencias duraderas, pero demostró la utilidad de
la colaboración entre los reinos cristianos con vistas a la reconquista.
A su muerte, Alfonso VII dividió su reino entre sus hijos, de manera que su primogénito, Sancho, heredaría
Castilla y Toledo, y su segundo hijo, Fernando, León y Galicia. Sin embargo, la prematura muerte de
Sancho dejó en el trono a un niño de tres años, Alfonso VIII, cuya minoría de edad propició la reaparición
de los conflictos entre la nobleza para hacerse con el poder. Esta situación fue aprovechada por los reyes
de León y Navarra para ocupar tierras, apoderándose de La Rioja, mientras que Fernando II de León impuso
su autoridad en Tierra de Campos e iniciaba los preparativos para invadir Portugal. En 1169 Alfonso VIII
era declarado mayor de edad y de manera inmediata reclamó los territorios ocupados por Navarra y León,
recuperando La Rioja. El apoyo de Alfonso II de Aragón en su avance sobre los musulmanes y la crisis
interna del Imperio Almohade granjearon nuevas victorias al nuevo monarca pero, en 1188, Alfonso IX,
hijo de Fernando II, ocupó el trono de León dispuesto a alentar cualquier movimiento contra Castilla. Así,
consiguió firmar una alianza con Navarra y Portugal, en la que terminaría por entrar el propio Alfonso II
de Aragón (Alianza de Huesca, 1191). El rey castellano resistió contra todos y contó con la ayuda del
Papa, cuya presión provocó la disolución de la alianza. Sin embargo, en un intento de contener las fuerzas
almohades, Alfonso VIII sufrió en Alarcos (1195) una sangrienta derrota que agudizó los problemas con
León y Navarra, aliados de los almohades.
El desastre de Alarcos demostró que solo una alianza efectiva de los reinos cristianos podía terminar con la
amenaza de los almohades, opinión compartida por el Papa Inocencio III, quien quería hacer participar a
Europa en el conflicto, por lo que encargó la predicación de una Cruzada al prelado navarro Rodrigo
Jiménez de Rada. La cruzada se tradujo en la llegada de unos 60.000 caballeros y peones para sumarse a
las tropas cristianas que, el 16 de julio de 1212 derrotaron a los musulmanes en Navas de Tolosa, una
batalla que supuso el hundimiento definitivo del poder almohade en la península y la apertura de las tierras
del Valle del Guadalquivir.
A la muerte de Alfonso VIII es proclamado rey de Castilla Enrique I, quien, muerto sin herederos,
entregará la corona castellana a su sobrino Fernando.
7. LA DEFINITIVA UNIÓN CASTELLANO-LEONESA Y LA GRAN EXPANSIÓN DEL SIGLO
XIII
Tras el hundimiento almohade en las Navas de Tolosa, se abre una fase caracterizada por las grandes
conquistas, que suponen una enorme ampliación territorial y un considerable aumento de poder para las
monarquías cristianas. Dos son los monarcas que protagonizan estos hechos y destacan entre sus
contemporáneos, Fernando III de Castilla y León y Jaime I de Aragón.
La muerte de Alfonso IX de León abrió en un primer momento la perspectiva de reunificación castellano-
leonesa, cosa que Fernando III logró con el Tratado de Valença, por el que las hijas del difunto monarca
renunciaban a sus derechos sobre el trono de León a cambio de compensaciones económicas. Una vez más,
pero en esta ocasiones con carácter definitivo, Castilla y León quedaban integradas bajo la autoridad de un
solo rey. Una vez consolidado su poder, Fernando III preparó la marcha sobre la depresión bética, iniciando
unas campañas en las que tuvieron un papel destacado las Ordenes Militares, creadas hacia 1170 y a las
que se debió la conquista y repoblación de gran parte de La Mancha y Extremadura.
Mientras se producían las iniciales operaciones sobre Jaén, Fernando no perdía de vista el reino de Murcia,
que por aquel entonces se encontraba amenazado por el sudoeste pro el reino de granada y por el norte por
las fuerzas catalano-agaronesas, lo que hizo que el rey musulmán de Murcia pidiese protección a Fernando
III. Las negociaciones derivaron en el Pacto de Alcaraz, por el que se establecía un protectorado castellano
sobre Murcia. Sin embargo, este hecho provocó roces con los aragoneses, que fueron apagados tras la firma
del Tratado de Almizra (1244) por el cual ambas fuerzas se repartían los dominios musulmanes.
Anexionada Murcia, los avances castellanos permitieron a Fernando III acampar en la vega de Granada en
febrero de 1245 y, al año siguiente, iniciar el asedio de Jaén. Muhammad I, rey de Granada, convencido
de que la resistencia era inútil, acordó convertir su reino en vasallo de Castilla, salvando para el islam un
único pedazo de suelo. Este pacto, firmado en 1246, es considerado como la autentica acta de nacimiento
del Reino de Granada.
Después de Jaén el objetivo de Fernando III fue Sevilla, que terminó por entregarse al monarca el 23 de
noviembre de 1248. Tras esta, una tras otra se ocuparon las comarcas vecinas, completando la ocupación
del valle del Guadalquivir y reduciendo el Islam al Reino de Granada. Todas estos nuevos territorios, junto
al vasallaje de Granada, convirtieron a Castilla en una de las primeras potencias de Europa.
A la muerte de Fernando III el trono castellano es ocupado por Alfonso X, dando comienzo a una de las
épocas más brillantes y a la vez problemáticas de la historia de Castilla. El lado positivo fue el empuje que
bajo la dirección del monarca se dio a la cultura y a la legislación, mientras que el lado negativo queda
representado por el agotamiento del esfuerzo bélico, que provocó un frenazo en a la reconquista. Sin duda,
el problema más importante en que se vio envuelto el nuevo monarca era el Fecho del Imperio, es decir,
la aspiración al trono imperial germánico, vacante desde la muerte de Federico II y Guillermo de Holanda.
La corona imperial fue ofrecida a Alfonso X al ser hijo de la nieta de Federico I, y el rey castellano aceptó.
Sin embargo, pronto se encontró con la oposición pontificia de Inocencio IV y Alejandro IV, que
patrocinaron a Ricardo de Cornualles, hermano del rey inglés Enrique III. Durante quince años ninguno
de los dos logrará imponerse, sometiendo al reino de Castilla a cuantiosos gastos que secaron las arcas
regias. Muerto Ricardo, el trono imperial fue ocupado por el conde Rodolfo de Habsburgo y Alfonso X
terminó por abandonar sus pretensiones al título.
Los últimos años de su reinado fueron convulsos a causa de la rebelión nobiliaria, la crisis económica y el
problema sucesorio planteado por la muerte del primogénito de Alfonso X. Sancho, el segundo hijo del rey,
reclamo la herencia frente a los hijos del fallecido, iniciando una disputa con su padre, que acabaría
desheredándolo. Sin embargo, tras la muerte de Alfonso X y contra los deseos del rey fallecido Sancho IV
fue coronado rey de Castilla.
8. LA FORMACIÓN DE LA CORONA DE ARAGÓN. LA EXPANSIÓN DEL SIGLO XIII
A la muerte de Sancho III el Mayor el condado de Aragón quedó en manos de Ramiro I, su hijo ilegitimo.
La muerte de su hermano Gonzalo permitió que Ramiro incorporase a sus dominios los territorios de
Sobrarbe y Ribagorza, mientras que la de su hermano García Sánchez III de Navarra en la batalla de
Atapuerca a manos de su también hermano Fernando I de Castilla y León, permitiría a Ramiro pactar con
el nuevo rey navarro, Sánchez Garcés IV en igualdad. A Ramiro I lo sucede su hijo Sancho Ramirez que
fue reconocido como rey de Navarra tras la muerte de Sancho IV. Así, Navarra y Aragón quedaron unidas
bajo la autoridad de un mismo rey.
Durante el reinado Sánchez Ramírez navarros y aragoneses conquistan diversas posiciones aprovechando
la crisis de la taifa de Zaragoza, que permite la expansión cristiana por Monzón, Albalate de Cinca y
Almenar. Pedro I, sucesor de Sánchez Ramírez, tomó Huesca en 1906 y cuatro años más tarde ocupó la
plaza de Barbastro.
Pero el gran monarca de este periodo inicial del siglo XII es Alfonso I, que extendió los territorios de la
Corona de Aragón con la toma de Zaragoza, Tudela y Lérida. Una vez liberado de los asuntos castellanos
y disuelto su matrimonio con Urraca de Castilla, Alfonso inicia en mayo de 1118 el asedio de Zaragoza,
tomando definitivamente la ciudad en diciembre de este mismo año. La conquista de Zaragoza empleó por
primera vez el sistema de repoblación basado en el Repartimiento de tierras entre aquellos que habían
participado en la campaña. Este reparto, en un prinicpio, solo afecto a las tierras y propiedades situadas en
el interior de las poblaciones y los terrenos yermos, quedando la mayor parte de los territorios en manos de
sus antiguos pobladores musulmanes.
En 1126 muere Urraca de Castilla y accede al trono castellanoleonés Alfonso VII, que reclama los
derechos de su madre así como la salida de las guarniciones que Alfonso I mantenía en territorio castellano.
Resueltas las cuestiones con Alfonso VII tras el Pacto de Tamara (1227), el monarca aragonés inició la
repoblación de Almazán y ocupó Molina de Aragón. Sin embargo, los almorávides derrotaron al rey ante
Fraga, donde recibió heridas que le provocarían la muerte (1134).
En su testamento Alfonso I expresó su deseo de dejar sus reinos a las Ordenes Militares de Oriente:
Temple, Hospital y Santo Sepulcro. No obstante, la decisión del monarca no fue respetada por la nobleza
aragonesa, que decidieron reconocer como rey al único hermano del difunto, Ramiro, prior de San pedro
de Huesca y obispo de Barbastro; mientras que en Navarra los nobles reconocieron un rey distinto, García
Ramírez.
Una vez asumida la potestad real, Ramiro II dirigió su actividad a asegurar el porvenir de su dinastía y
contrajo matrimonio con Inés de Poitiers. El nacimiento de Petronila como fruto de esa unión abría nuevas
expectativas para el monarca aragonés, que sentenció la paz con Alfonso VII de Castilla en 1136. Durante
este acuerdo, ambos reyes acordaron el matrimonio de la niña con el heredero castellano, el futuro Sancho
III. Sin embargo, la intervención de la Sede, que exigía el cumplimiento del testamento de Alfonso II
provocó que el matrimonio se cancelase, buscando unos nuevos desposorios de Petronila con el conde de
Barcelona, Ramón Berenguer IV, caballero templario. A pesar de la enorme diferencia de edad, pues
Petronila solo tenía dos años, la boda se celebró en Barbastro en agosto de 1137. En noviembre de este
mismo año Ramiro II dejaba el reino en manos de su yerno para retirarse del gobierno.
Ramón Berenguer IV no tomó el título de rey, sino el más modesto de príncipe, y al frente de la
confederación aragonesa siguió las directrices de sus antecesores hacia la conquista y repoblación de las
tierras ganadas a los musulmanes, incrementando, además, los derechos catalanes y aragoneses en el sur de
Francia. La prudencia de Ramón Berenguer IV en sus relaciones diplomáticas logró establecer buenas
relaciones entre Castilla y Aragón, y esta misma línea siguió Alfonso II, que prosiguió el avance aragonés
con la fundación de Teruel y la conquista de Cuenca, apoyado por Alfonso VIII de Castilla. En su
testamento, Alfonso II separó los territorios peninsulares, los cuales fueron cedidos al primogénito, Pedro,
mientras que Provenza, dominado por los aragoneses desde tiempos de Ramón Berenguer IV, fue destinada
a su segundo hijo, Alfonso.
Pedro II sería el que completase la reconquista de Aragón, adentrándose hasta Rubielos de Mora y
Castielfabib, procediendo a la consolidación del dominio aragonés sobre la zona. En 1212 tomaba parte de
la victoriosa batalla de Navas de Tolosa. Sin embargo, su participación en la herejía albigense le bastó la
vida, pues cayó derrotado frente a los cruzados de Simón de Montfort en 1213.
Así, el trono de Aragón quedaba en manos de Jaime I, que se encontraba en poder de Simón de Montfort
desde el pacto de 1211, por lo que sus hermanos dispusieron de una embajada para solicitar la intervención
del Papa Inocencio III, que ordenó a Simón de Montfort que entregase al monarca aragonés. El jefe de los
cruzados obedeció el mandato del pontificio y, así, la custodia de Jaime I pasó a Guillermo de Montredón,
Maestre del Temple, que lo llevó al castillo de Monzón y se encargó de proporciónale una formación de
caballero cruzado.
En 1218 se puso fin a la minoría de edad de Jaime I que, desde 1222, inició sus primeros ataques contra los
musulmanes en el asedio de Castejón. La guerra contra el Islam proporcionó al monarca un ejercito con el
que imponer su autoridad frente a los nobles, lo que supuso, ante todo, el triunfo de Cataluña, que en
adelante se convierte en el elemento directivo de la Corona de Aragón. Poco después inicia la conquista de
Mallorca (1229), que acabaría también en manos del monarca aragonés, al igual que Valencia (1238). En
julio de 1276 murió Jaime I y sus estados quedaban dividido entre los dos hijos que le quedaban. Por
voluntad del rey, Pedro heredaría Aragón, Cataluña y Valencia, y Jaime quedaría con el reino de Mallorca
y los dominios ultra pirenaicos, que había de poseer en concepto de feudo de Aragón.

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