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Comportamiento humano en la sociedad

1. 1. COMPORTAMIENT O HUMANO El comportamiento humano es el conjunto de


actos exhibidos por el ser humano Determinados por: La cultura Las actitudes Las
emociones Los valores de la persona Los valores culturales La ética El ejercicio de la
autoridad La relación La hipnosis La persuasión La coerción y/o la genética.
2. 2. DESARROLLO DEL SER HUMANO La finalidad de todo organismo y con el de su
especie es conseguir la supervivencia para llevar a cabo el trasvase generacional del
genotipo mediante el acto reproductor. Todo ser humano crece con un instinto o
manera de supervivencia. Los genes juegan gran parte en esta conducta o instinto del
ser humano. “Todos las conductas son determinados por herencia como por el medio
ambiente cada uno contribuyendo a diferentes grados para respuestas particulares
(Lewis, 1991)”.
3. 3. FACTOR IMPORTANTE EN EL COMPORTAMIENTO HUMANO Un factor de
mucha importancia en el comportamiento humano, social e incluso en la vida diaria es
la psicología Que es la ciencia de la vida mental, tanto de sus fenómenos como de sus
condiciones. Fenómenos son lo que llamamos Sentimientos Deseos Cogniciones
Razonamientos
4. 4. COMPORTAMIENTO SOCIAL El comportamiento social puede ser definido como el
conjunto de pautas de conducta que organizan la relación entre los individuos que
conforman un grupo Las prácticas culturales usualmente tienen una gran influencia en
diferentes tipos de comportamientos sociales.
5. 5. FACTORES QUE AFECTAN EL COMPORTAMIENTO HUMANO La genética La
actitud La norma social Control del comportamiento percibido La cultura
6. 6. COMPORTAMIENTO HUMANO EN LA SOCIEDAD Como especie, el género
humano es gregario, pasa la vida en compañía de otros seres de la misma especie. Se
organiza en varias clases de agrupamientos sociales, pueblos, ciudades y naciones,
dentro de los cuales trabaja, comercia, juega, se reproduce e interactúa de diferentes
formas. A diferencia de otras especies, combina la socialización con cambios
deliberados en el comportamiento y organización sociales a través del tiempo. En
consecuencia, las pautas de sociedad humana difieren de un lugar a otro, de una era a
otra y de una cultura a otra, haciendo del mundo social un medio muy complejo y
dinámico.
7. 7. SIETE ASPECTOS CLAVE DE LA SOCIEDAD HUMANA: Efectos culturales sobre
la conducta humana Organización y comportamiento de grupos Procesos de cambio
social Trueques sociales Formas de organización económica y política Mecanismos
para resolver conflictos entre individuos y grupos Sistemas sociales, nacionales e
internacionales.
8. 8. EFECTOS CULTURALES SOBRE LA CONDUCTA HUMANA: La conducta humana
es afectada por la herencia genética y por la experiencia. Las formas en que las
personas se desarrollan se moldean por la experiencia y las circunstancias sociales
dentro del contexto de su potencial genético heredado.
9. 9. La pregunta científica es justamente de qué manera la experiencia y el potencial
hereditario interactúan para producir el comportamiento humano. Cada persona nace
dentro de un ambiente social y cultural familia, comunidad, clase social, idioma,
religión y a la larga desarrolla muchas relaciones sociales. Las características del
medio social de un niño afectan la manera en que aprende a pensar y a comportarse,
por medio de la enseñanza, premios y castigos. POR EJEMPLO: Este ambiente
incluye el hogar, la escuela, el vecindario y quizá también las iglesias locales y las
dependencias encargadas de hacer cumplir la ley.
10. 10. Asimismo, existen las interacciones más informales del niño con amigos, otros
compañeros, parientes, y medios de comunicación y entretenimiento. No suele ser
predecible la manera en que los individuos responderán a todas estas influencias, o
cuál de ellas será más fuerte. No obstante, hay cierta similitud sustancial en la forma
en que los individuos responden al mismo patrón de influencias, o sea haber crecido
en la misma cultura.

¿Qué es el comportamiento humano según Freud?


El Psicoanalista Sigmund Freud creía que el comportamiento y la personalidad
derivan de la interacción constante y única de fuerzas psicológicas conflictivas que
operan en tres diferentes niveles de conciencia: el preconsciente, el consciente y
el inconsciente.

El Psicoanalista Sigmund Freud creía que el comportamiento y la personalidad derivan


de la interacción constante y única de fuerzas psicológicas conflictivas que operan en tres
diferentes niveles de conciencia: el preconsciente, el consciente y el inconsciente. La
teoría psicoanalítica de la mente consciente e inconsciente a menudo se explica
utilizando una metáfora del iceberg: El conocimiento consciente es la punta del iceberg,
mientras que el inconsciente está representado por el hielo oculto debajo de la superficie del
agua.

¿Qué significan estas expresiones? ¿Qué ocurre exactamente en cada nivel de la


conciencia?

La Mente según Freud


Muchos de nosotros hemos experimentado lo que comúnmente se conoce como un acto
fallido. Estos errores se cree que revelan pensamientos o sentimientos inconscientes.
Por ejemplo:
Antonio acaba de comenzar una nueva relación con una mujer que conoció en el instituto.
Mientras hablaba con ella una tarde, accidentalmente la llama por el nombre de su ex-
novia.

Si te encontraras en esta situación, ¿cómo explicarías este error? Muchos de nosotros


podríamos decir que fue una distracción o describirlo como un simple accidente. Sin
embargo, un teórico psicoanalítico puede decir que esto es mucho más que un accidente
casual.

La visión psicoanalítica sostiene que hay fuerzas internas, inconscientes o fuera de nuestra
conciencia que dirigen de alguna forma nuestro comportamiento. Por ejemplo, un
psicoanalista podría decir que Antonio se expresó mal debido a los sentimientos no
resueltos de su ex, o quizás a causa de las dudas sobre su nueva relación.

El inconsciente incluye pensamientos, emociones, recuerdos, deseos y


motivaciones que se encuentran fuera de nuestro conocimiento, sin embargo, continúan
ejerciendo una influencia en nuestro comportamiento.

Como todos sabemos, Sigmund Freud fue el fundador de la teoría psicoanalítica.


Mientras que sus ideas se consideraron algo impactantes en su tiempo, hoy en día continúan
creando debate y controversia, incluso ahora, su obra tuvo una profunda influencia en una
serie de disciplinas, incluyendo la psicología, la sociología, la antropología, la literatura y el
arte.

El término psicoanálisis se utiliza para referirse a muchos aspectos del trabajo y la


investigación de Freud, incluyendo la terapia freudiana y la metodología de investigación
que utiliza para desarrollar sus teorías. Freud se basó en gran medida de sus observaciones
y estudios de casos de sus pacientes cuando formuló su teoría del desarrollo de la
personalidad.
Los Tres niveles de la mente según Freud
Antes de que podamos entender la teoría de la personalidad de Freud, debemos primero
entender su punto de vista de cómo está organizada la mente.

Según Freud, la mente se puede dividir en tres niveles diferentes:

La mente consciente
Incluye todo aquello de lo que somos conscientes. Este es el aspecto de nuestro proceso
mental que nos permite pensar y hablar de forma racional. A parte de esto, incluye
nuestra memoria, que no siempre es parte de la conciencia, pero se puede recuperar
fácilmente en cualquier momento y se pone en nuestro conocimiento. Freud llamó a esto
el preconsciente.

La mente preconsciente
Es la parte de la mente que representa la memoria ordinaria. Si bien no somos conscientes
de esta información en cualquier momento dado, podemos recuperarla y tirar de ella en la
conciencia cuando sea necesario.

La mente inconsciente
Es donde guardamos nuestros sentimientos, pensamientos, impulsos y los recuerdos que
se encuentran fuera de nuestro conocimiento consciente. La mayor parte de los contenidos
del inconsciente, según Freud, son inaceptables o desagradables, como los sentimientos
de dolor, ansiedad o conflicto. Para él, el inconsciente puede influir en nuestra conducta y
experiencia, a pesar de que no somos conscientes de estas influencias subyacentes.

De este modo, Freud comparó estos tres niveles de la mente con un iceberg:
 La punta del iceberg que se puede ver por encima del agua representa la mente
consciente.
 La parte del iceberg que se sumerge debajo del agua, pero es aún visible es el
preconsciente.
 El grueso del iceberg está oculto debajo de la línea de flotación y representa el
inconsciente.

¿En qué consisten el Ello, el Yo y el Superyó?


Cada persona posee también una cierta cantidad de energía psicológica que forma las
tres estructuras básicas de la personalidad: el ello, el yo y el superyó. Estas tres
estructuras tienen funciones diferentes y actúan en distintos niveles de la mente.

Según Sigmund Freud, cada componente añade su propia contribución única a la


personalidad y los tres elementos trabajan juntos para formar comportamientos humanos
complejos.
De acuerdo con esta la teoría, ciertos aspectos de nuestra personalidad son más primitivos y
que nos pueden presionar para actuar sobre nuestros impulsos más básicos. Otras partes de
la personalidad pueden lograr contrarrestar estos impulsos y se esfuerzan por hacer que se
ajusten a las exigencias de la realidad.

Vamos a ver cada una de estas partes clave de la personalidad, cómo funcionan de forma
individual y cómo interactúan.

El Ello

 El Ello es el único componente de la personalidad que está presente desde el


nacimiento.
 Este aspecto de la personalidad es completamente inconsciente e incluye
los comportamientos instintivos y primitivos.
 Según Freud, el Ello es la fuente de toda la energía psíquica, por lo que es
el componente principal de la personalidad.

El ello es impulsado por el principio del placer, que se esfuerza por lograr la satisfacción
inmediata de todos los deseos, deseos y necesidades. Si estas necesidades no se satisfacen
inmediatamente, el resultado es un estado de ansiedad o tensión.

Por ejemplo, un aumento de la sed o el hambre debe producir un intento inmediato de


comer o beber.

El Ello es muy importante desde los momentos más tempranos de la vida, ya que asegura
que se satisfagan las necesidades de un bebé. Si el bebé tiene hambre o se siente incómodo,
él o ella van a llorar hasta que las demandas del Ello sean satisfechos.

Sin embargo, el inmediato el cumplimiento de estas necesidades no siempre es realista ni


posible. Si estuvimos gobernados enteramente por el principio del placer, conforme nos
hacemos mayores podríamos cogeríamos sin más las cosas que queremos sin importarnos
las otras personas, para satisfacer nuestros propios deseos.

Este tipo de comportamiento sería tanto perjudicial como socialmente inaceptable. Según
Freud, el Ello intenta resolver la tensión creada por el principio del placer a través del
proceso primario, que consiste en la formación de una imagen mental del objeto deseado
como una manera de satisfacer la necesidad.

El Yo

 El Yo es el componente de la personalidad que se encarga de tratar con la


realidad.
 El Yo se desarrolla a partir del Ello y asegura que los impulsos del Ello puedan
expresarse de una manera aceptable en el mundo real.
 Las funciones del Yo son utilizadas en el consciente, el preconsciente y el
inconsciente de la mente.

El Yo funciona basándose en el principio de la realidad, que se esfuerza por satisfacer los


deseos del Ello de forma realista y socialmente adecuada. El principio de realidad sopesa
los costos y beneficios de una acción antes de decidirse a actuar sobre los impulsos o
abandonar. En muchos casos, los impulsos del Ello pueden ser satisfechos a través de un
proceso de retraso de la gratificación. El Yo finalmente permitirá el comportamiento que
busca el Ello, pero sólo en el lugar y momento adecuado.

El Yo también descarga la tensión creada por los impulsos no satisfechos a través de un


proceso secundario, en el que el Yo trata de encontrar un objeto en el mundo real que
coincida con la imagen mental creada por el proceso primario del Ello.

El Superyó
El último componente de la personalidad descrito por Freud es el Superyó.

 El Superyó es el aspecto de la personalidad que contiene todos nuestros


estándares morales interiorizados e ideales que adquirimos de ambos padres y de
la sociedad; nuestro sentido del bien y el mal.
 El Superyó nos proporciona directrices para hacer juicios.
 El Superyó comienza a surgir en torno a los cinco años.

Existen dos partes fundamentales del Superyó:

 El ideal del Yo, que incluye las reglas y normas para el buen comportamiento.
Incluyen aquellos que son aprobados por las figuras de autoridad de los padres y
otros. Aquí se encontrarían los sentimientos de orgullo, valor y logro.
 La conciencia, que incluye información acerca de las cosas que son
consideradas por los padres y la sociedad. Se trata de comportamientos que a
menudo están prohibidos y dan lugar a malas consecuencias, castigos o
sentimientos de culpa y remordimientos.

El Superyó actúa para perfeccionar y civilizar nuestro comportamiento. Trabaja para


suprimir todos los impulsos inaceptables del Ello y se esfuerza por hacer que los actos de
Yo se encuadren en las normas sociales, más que en principios realistas. El Superyó está
presente en el consciente, preconsciente e inconsciente.

La interacción entre el Ello, el Yo y el Superyó


Con tantas fuerzas en competencia, es fácil ver cómo podría surgir un conflicto entre el
Ello, el Yo y el Superyó. Freud utilizó el término fuerza del ego para referirse a la
capacidad del ego para funcionar a pesar de estas fuerzas en duelo. Una persona con buena
fuerza del Yo es capaz de gestionar eficazmente estas presiones, mientras que aquellos con
muy poca fuerza del Yo, pueden llegar a ser demasiado inflexibles o antisociales.
Según Freud, la clave de una personalidad sana es un equilibrio entre el Ello, el Yo y el
Superyó.

Libros escritos por Sigmund Freud que puedes leer gratis on-line en nuestra web:

 La interpretación de los sueños


 Tótem y Tabú

Los seres humanos somos entidades bio-psico-sociales, lo que quiere decir que en
cada uno de nosotros coexisten componentes de índole biológico, psicológico y social.
En lo que respecta al comportamiento social, este será el resultado de la fusión
entre las características genéticas (ADN) y los factores del medio ambiente que
rodean a los individuos.

Sin embargo, a la práctica no podemos separar un elemento del otro para


estudiarlos de manera separada. Lo cierto es que aunque cada persona sea algo
apàrentemente aislado, todos nos definimos por el comportamiento social.

 Artículo relacionado: "¿Qué es la Psicología Social?"

¿Qué es el comportamiento social? Definición


Para entender un tema tan complejo como el comportamiento social, es necesario
dar un repaso a algunas de las teorías principales. De esta manera podremos
familiarizarnos con el tema.

Desde la Antigüedad, filósofos tan relevantes en el pensamiento occidental como


Aristóteles ya vislumbraron la importancia del comportamiento social y de la
sociedad para la vida de las personas. Para el polímata, el ser humano era un
animal social cuyas acciones individuales eran inseparables de las sociales, pues
es en la sociedad que las personas donde nos formamos moralmente, siendo
ciudadanos y relacionándonos con el entorno.

A partir de estas ideas podemos esbozar una definición sencilla de lo que es el


comportamiento social: el conjunto de disposiciones conductuales en los que hay
una gran influencia de las interacciones sociales.

Como lo hemos visto antes, se trata de un tema complejo, así que lo mejor es
conocer las teorías más relevantes sobre el comportamiento social para que
conozcas cómo pueden actuar las personas que te rodean a diario.

Principales teorías
Las teorías del comportamiento social más importantes son las siguientes.

1. Teoría de la influencia social


La influencia social es un proceso psicológico social en el cual uno o varios
sujetos influyen en el comportamiento de los demás. En este proceso se tienen en
cuenta factores como la persuasión, la conformidad social, la aceptación social y
la obediencia social.

Por ejemplo, en la actualidad es común ver cómo en las redes sociales los
denominados “influencers” influyen de manera significativa en el
comportamiento social, sobre todo en los adolescentes. Dicha influencia puede
ser de dos tipos:

Influencia informativa

Sucede cuando una persona cambia de pensamiento o comportamiento porque cree


que la postura del otro es más correcta que la propia. Esto quiere decir que hay un
proceso de conversión.
Influencia normativa

A diferencia de la informativa, se da cuando una persona no está del todo


convencida por la postura del otro, y sin embargo, por querer ser aceptada por los
demás, termina actuando en contra de sus propias creencias.

 Quizás te interese: "El experimento de conformidad de Asch: cuando la


presión social nos puede"

2. Teoría del condicionamiento clásico


Iván Pávlov afirma que a un estímulo le corresponde una respuesta innata, pero
sostiene que si ese estímulo es asociado a otros eventos, podemos obtener un
comportamiento diferente. Según Pávlov, a través de estímulos inducidos se
pueden cambiar las conductas de las personas.

De aquí es principalmente de donde se nutre el marketing. Por ejemplo, si en una


campaña publicitaria el producto es asociado a un estímulo agradable para las
personas (sonrisas, playas, belleza) esto se verá traducido en una mayor cantidad
de ventas.

3. Teoría del condicionamiento operante


Desarrollada por B. F. Skinner, el condicionamiento operante es una manera de
aprendizaje a base de recompensas y castigos. Este tipo de condicionamiento
sostiene que si la conducta trae consigo una consecuencia, ya sea de premio o
castigo, la consecuencia de nuestra conducta nos llevará al aprendizaje.

Este tipo de condicionamiento se estudia frecuentemente durante el aprendizaje


en edades tempranas del desarrollo (la infancia), pero es capaz de explicar
muchas otras conductas.
4. Teoría del aprendizaje vicario
En el aprendizaje vicario (aprendizaje por imitación), el refuerzo es de otra
característica; se enfoca principalmente a procesos imitativos cognitivos del individuo
que aprende con una figura modelo. En los primeros años, los padres y educadores
serán los modelos básicos a imitar.

El concepto lo propuso el psicólogo Albert Bandura en su Teoría del


aprendizaje social en 1977. Lo que propone es que no todo el aprendizaje se
logra experimentando personalmente las acciones.

5. Teoría Sociocultural
La Teoría Sociocultural de Vygotsky hace énfasis en la interacción de los jóvenes
con el entorno que los rodea, entendiendo al desarrollo cognoscitivo como el
resultado de un proceso multicausal.

Las actividades que realizan de forma conjunta brindan a los niños la posibilidad
de internalizar las formas de pensamiento y comportamiento de la sociedad
donde se encuentran, adaptándolas como propias.

La colectividad y las masas


El estudio de la Psicología de las masas inicialmente proviene de la tradición
psicoanalítica. Lo que buscaba era incrementar la influencia de las acciones de
grandes grupos sobre la persona aislada; es decir, sobre la identidad de ésta, y
entender cómo esas acciones influyen en movimientos culturales y de otras
índoles.
Sin embargo, durante el siglo XX tanto erl conductismo como la corriente
cognitivo-conductual empezaron a explicar esta parte de la vida humana, a partir
del estudio de los estímulos y las respuestas operativizadas mediante registros.

Como hemos visto hasta ahora, el comportamiento social es verdaderamente un


tema bastante profundo donde hay diversidad de relaciones de retroalimentación,
teniendo en cuenta que el comportamiento de un individuo influye en el
comportamiento de otro conformando así un efecto colateral.

La diversidad de factores que intervienen en el inicio, mantenimiento y


finalización de una conducta específica confiere a la misma un carácter de
complejidad, siendo objeto de la psicología el estudio de los distintos procesos
que la integran. El comportamiento humano es directamente observable, no así
los procesos psicológicos que se desencadenan antes, mientras o después de la
ejecución del mismo. No obstante, el conocimiento de dichos factores es un tema
fundamental en el ámbito de la psicología. En este orden de cosas, la psicología
trata de comprender, es decir, explicar el comportamiento, y predecirlo con
anterioridad a que éste se lleve a término. Se trata de anticiparnos a los hechos,
conociendo con qué probabilidad se va a desencadenar una conducta, y bajo qué
condiciones, tanto individuales, como ambientales. Esta predicción no es una
tarea fácil debido a la diversidad de factores que están implicados en la
manifestación de un comportamiento. Desde el principio de la evolución filo y
ontogénetica, la anticipación a los acontecimientos, es decir, la predicción de los
mismos, ha permitido la supervivencia de los organismos. Por tanto, no resulta
difícil aceptar la importancia que presenta para la disciplina psicológica la
predicción de la conducta antes de que ésta se lleve a cabo. No obstante, esta
predicción es un trabajo arduo, ya que hay que delimitar de forma clara qué
factores intervienen dentro de un contexto determinado.

De un modo muy general, podemos considerar que la conducta humana se


puede predecir atendiendo a factores psicológicos y sociales. Por lo que se refiere
a los factores psicológicos, podemos diferenciar entre características afectivas
(ej. estados de ánimo y emociones) y cognitivas (ej. creencias y expectativas).
Por lo que se refiere a los factores sociales (ej. redes y normas sociales), éstos
actuarán facilitando o inhibiendo la manifestación de una conducta dada. Todos
los factores comentados deben ser considerados a la hora de predecir la
aparición, el mantenimiento o la extinción de una conducta en un contexto
determinado.

La mayoría de investigaciones que se han centrado en este campo, es decir, en


el estudio de los distintos factores que pueden predecir el comportamiento, ha
dado una relevancia especial a los factores cognitivos, y, especialmente, a las
actitudes. Así, observamos como los otros factores implicados en la aparición,
mantenimiento o extinción de una conducta, factores sociales y afectivos, quedan
relegados, en muchas ocasiones, a un segundo lugar.

Cuando se hace referencia a la necesidad de conocer la actitud para poder


predecir la conducta que la persona podría o no realizar, hay que determinar si
dicha conducta es general o específica. En este sentido, resulta de poca utilidad
predecir una conducta específica (dejar de fumar) a partir de una actitud general
(valorar positivamente la salud) y viceversa, de una conducta concreta (no
abandonar el consumo de tabaco) no se puede desmentir una actitud general
(menospreciar la salud). En la probabilidad de ejecución de un comportamiento
concreto ha de tenerse en cuenta el tipo de conducta, el objeto hacia el cual se
dirige la misma, el lugar donde se lleva a cabo y el momento en el que transcurre
la acción (Morales, Moya y Rebolloso, 1994). Los distintos elementos que
influyen en el inicio de una acción nos conducen a valorar las distintas creencias
que están en juego, y no atender tan sólo a una creencia general, ya que no se
otorga el mismo grado de aceptación o rechazo a cada uno de los componentes
específicos que la conforman. Por ejemplo, conocer la actitud favorable hacia la
salud coronaria puede decirnos muy poco sobre las conductas específicas que el
individuo realizará para mantenerla. Así, no podemos conocer de antemano si, un
individuo, tras adoptar una actitud positiva hacia la salud coronaria, va a
abandonar el hábito tabáquico, practicar ejercicio físico, eliminar el consumo de
grasas, etc. El conocimiento del mayor número de creencias específicas sobre la
conducta, conjuntamente con el efecto de la valoración de las mismas, va a
permitir una mejor predicción de la actitud y, por tanto, de la intención concreta
de llevarla a término.
Pero la actitud no es la única variable que tiene que tomarse en consideración
para explicar el comportamiento. Según Fishbein y Ajzen (1975) en su Teoría de
Acción Razonada (TAR) varios factores anteceden y explican el comportamiento
humano. Concretamente, esta teoría trata de explicar las conductas que están bajo
control consciente de los individuos a partir de distintos determinantes que la
preceden y la explican. Para estos autores el determinante inmediato de la
conducta no es la actitud propiamente dicha, sino la intención de realizarla. A su
vez, la intención de conducta tiene dos precursores que la explican; uno
estrictamente individual, como es la actitud acerca de la conducta, y otro de
carácter colectivo y social, que hace referencia al contexto socio-cultural del
individuo, acuñado como norma subjetiva (Fishbein y Ajzen, 1975; Ajzen 1989;
Morales, Rebolloso y Moya 1994) (ver figura 1). Tanto la actitud como la norma
subjetiva están determinadas por otros factores que las anteceden, y que nos
ayudan a comprender la conducta. Por lo que se refiere a la actitud, ésta viene
determinada por cada una de las creencias que la persona posee hacia el objeto
(sea cosa, persona o institución) y la evaluación positiva/negativa realizada hacia
cada una de esas creencias. Esta evaluación es el componente afectivo de la
actitud, determinando la motivación y la fuerza de la intención de conducta. Se
pueden poseer distintas creencias pero éstas, por sí solas, no conducen a la
acción. Una evaluación alta de las mismas por parte de un individuo indica la
importancia que tienen para él y el grado de compromiso con ellas.
Figura 1
Teoría de la Acción Planeada

Las creencias varían en función de su origen; distintos procesos pueden


intervenir en la formación de las mismas. Así, nos encontramos que las creencias
pueden conformarse a partir de los siguientes procesos:
a) la experiencia directa con el objeto de actitud, a través de la cual se recoge
información sobre las características de dicho objeto. Las actitudes conformadas
a partir de este proceso poseen mayor fuerza y son más resistentes al cambio.
b) la experiencia indirecta con el objeto de actitud, a través de la cual se
otorgan los mismos atributos a dicho objeto por la similitud que guarda con otros
objetos con los que hemos tenido una experiencia directa previa. Las creencias
configuradas a partir de este proceso se denominan creencias inferenciales.
c) La información que recogemos a partir de los otros, ya sean los medios de
comunicación (mass-media), o fuentes más o menos directas, como la familia,
amigos, etc. Dicha información va a ser aceptada como propia y real, siempre y
cuando no se contradiga con las creencias conformadas a partir de la experiencia
directa o indirecta.

Por lo que se refiere a la norma subjetiva, ésta viene determinada, por un lado,
por la percepción de las creencias que tienen las otras personas significativas
acerca de la conducta que el individuo debe realizar y, por otro lado, por la
motivación del individuo para satisfacer las expectativas que los otros
significativos tienen sobre él.

En este sentido, este proceso diferencial de formación de creencias contribuye


a que cada una de ellas posea un peso según cada individuo y objeto de actitud.
Las actitudes más salientes, conjuntamente con la evaluación de las mismas,
permitirán predecir mejor la intención de conducta (Fishbein y Ajzen, 1975).
Además, el conocimiento sobre las creencias específicas de lo que los otros
piensan de cada uno de los comportamientos específicos (hábito de fumar,
práctica de ejercicio físico, alimentación sana, etc.) va a influir en la intención de
llevar a cabo o no una conducta general (mantenimiento de salud), siempre en
función de la motivación para complacerles.

Ahora bien, en otro orden de cosas, no todas las conductas se encuentran bajo
control consciente del individuo. Para aquellas conductas que se caracterizan por
un bajo control por parte de los individuos, la TAR no es un buen marco a partir
del cual predecirlas. Existen muchas situaciones en las que pueden surgir
imprevistos, o en las que se necesitan ciertas habilidades o recursos por parte de
los individuos que, en última instancia, podrían interferir en la intención de llevar
a cabo una conducta (Ajzen, 1985; Ajzen y Maden, 1986). Este sesgo llevó a
incluir un tercer determinante de la intención de conducta, el control percibido,
recogido en la Teoría de la Acción Planeada (TAP) que fue desarrollada a partir
de la TAR (Ver figura 2).
Figura 2
Teoría de la Acción Planeada

Aunque se posea una actitud favorable hacia una conducta, la probabilidad de


llevarla a cabo va a depender, entre otros factores, de la percepción de control por
parte del individuo sobre su conducta. Así, la percepción de que puede llevar con
éxito la conducta se basa en la creencia de control, sin la cual difícilmente se
manifestará la conducta aunque poseamos una actitud muy favorable hacia ella.
Así, siguiendo con el ejemplo anterior, una persona puede tener una actitud muy
favorable hacia la salud coronaria, y, más específicamente, hacia el abandono del
hábito tabáquico pero si la persona percibe que tiene poca capacidad de control
para abandonar dicho consumo, ya sea porque considere que no tiene la
suficiente habilidad o porque considere que los comportamientos de los demás
pueden interferir en su decisión de abandono, esta conducta saludable no será
realizada. Por tanto, a partir de este ejemplo, es posible observar que este tercer
elemento incorporado a la TAR, la percepción de control, está conformado, tanto
por variables internas (percepción de capacidad, habilidad de acción), como por
variables externas (oportunidad de acción, obstáculos, tiempo, cooperación, etc.).
La inclusión de este tercer determinante ayuda a mejorar el pronóstico de la
conducta. El efecto de la percepción de control sobre la conducta puede ser
directo o indirecto. Así, en primer lugar, ésta puede incidir en la intención de
conducta modulando el efecto que los antecedentes comentados (actitud y norma
subjetiva) tienen sobre la intención o puede incidir directamente en la intención
de llevar a cabo una conducta sin considerar los antecedentes de dicha intención.
En segundo lugar, la percepción de control es un factor independiente de
predicción de la conducta. Así, pueden existir distintas situaciones en las que, a
pesar de que exista intención de realizar determinada conducta, ésta no sea
llevada a cabo porque algún tipo de obstáculo interfiere en la consecución de tal
deseo. En estos casos se puede observar que la percepción de control actúa
directamente sobre la conducta, modificándola o inhibiéndola (Ajzen, 1987). Esta
teoría ha aportado amplia información al estudio del comportamiento humano, al
constatar que no todas las conductas se hallan bajo control consciente.

Por lo que respecta a este tercer constructo, diferentes autores han señalado las
similitudes y diferencias existentes entre éste y otros constructos relacionados.
Concretamente, en ciertas ocasiones, este concepto ha sido equiparado al
concepto de autoeficacia propuesto por Bandura (1977). Por su parte, Azjen
(1980) ya manifestó la similitud de dichos conceptos cuando introdujo el
constructo de percepción de control, aunque consideraba que este último era
mucho más amplio y estaba conformado por un gran número de variables. Tal
como fue descrita por su autor, la percepción de control está integrada tanto por
un conjunto de variables externas al individuo (por ejemplo, la oportunidad de
acción, el tiempo o momento en que la conducta ha de realizarse, la necesidad de
otras personas para realizar la acción o los obstáculos que éstas puedan
interponer para que dicha acción no sea llevada a término, etc.), como por
variables internas (por ejemplo, la percepción de habilidad para llevar a cabo la
acción, la percepción de eficacia, etc.).

Por su parte, Bandura (1987) elaboró la Teoría de la Autoeficacia con el


objetivo de explicar la conducta humana y los factores que intervienen en su
motivación, es decir, en la ejecución y/o mantenimiento de la misma. La
autoeficacia puede definirse como la evaluación de las propias capacidades
personales ante la posibilidad de la acción. Así, este constructo hace referencia
principalmente a las variables internas al individuo, englobando la percepción de
habilidad ("soy capaz de") y la percepción de eficacia (cumplimiento de las
expectativas tras la ejecución de la acción). Distintos elementos o procesos
contribuyen a la formación de la autoeficacia. Concretamente, nos referimos a: la
experiencia directa, el aprendizaje por observación, los mensajes persuasivos y la
activación fisiológica. Estos elementos describen cómo determinadas variables o
características, tanto externas como internas al individuo, ayudan a conformar las
creencias que uno mismo tiene acerca de lo que es capaz o no de realizar. Las
personas van formando su percepción de autoeficacia basándose en los
comportamientos realizados, en los comentarios emitidos en su entorno y en los
refuerzos que otras personas de su alrededor emiten respecto a la conducta que ha
sido realizada.

La experiencia directa es la principal fuente de formación del concepto que un


individuo tiene de sí mismo, es decir, del autoconcepto. En este sentido, las
consecuencias que se obtienen tras la realización de la propia acción informan
acerca de la capacidad de uno mismo para realizar una conducta y de si se
pueden controlar las variables circunstanciales en la que ésta ha de llevarse a
cabo. Así, la experiencia y las consecuencias obtenidas contribuyen, por un lado,
a la formación del autoconcepto, y, por otro lado, a desarrollar el sentimiento de
autovalía personal, aspectos éstos necesarios para afrontar con cierta seguridad
las distintas situaciones.

La experiencia vicaria, aunque es secundaria en cuanto a importancia a la


experiencia directa, también es una fuente de información bastante valiosa. La
observación de las consecuencias que determinada acción tiene en otro individuo
que la ejecuta puede conducir, en un futuro más o menos próximo, tanto a inhibir
como a promover la propia acción, según la evaluación positiva o negativa de las
consecuencias observadas en los otros. Durante este proceso de comparación
social el individuo va formando su percepción de sus propias capacidades o
habilidades para hacer frente a diversas situaciones.

La persuasión es otra de las vías que ayuda a conformar la percepción de


eficacia. Los intentos de las personas del entorno de convencer y animar a que se
lleve a cabo una acción pueden ofrecer seguridad y apoyo para que realmente se
lleve a cabo una conducta determinada. No obstante, la persuasión es una fuente
más débil que las anteriores para la formación del concepto de autoeficacia. La
efectividad de esta fuente varía en función de distintas variables, como, por
ejemplo, de ciertas características relacionadas con la personalidad del que
intenta persuadir, de la credibilidad que éste transmita y de lo hábil que sea para
lograr que se realice una acción. Así, si la fuente de persuasión no es creible para
el individuo, bien porque se le considere con poca información o conocimientos,
o bien porque no proporciona los suficientes argumentos, los mensajes
transmitidos por esta fuente no serán considerados.

Por último, la activación fisiológica desencadenada ante un acontecimiento


también puede contribuir a la fomación del autoconcepto de eficacia. La
activación puede ser un importante elemento modulador de las capacidades que
una persona cree poseer, pudiendo interferir en el proceso de evaluación de uno
mismo. Según Bandura (1987), la información aportada por la activación
psicofisiológica influye en la eficacia percibida a través de los procesos de
evaluación. Así, cuando se produce dicha activación ante la posibilidad de
ejecución de una conducta, el individuo evalúa distintos factores. Entre estos
factores destacan la/s fuente/s elicitadoras de la activación, la intensidad de la
activación, las circunstancias en las que se produce dicha activación y la forma
en que ésta influye sobre el propio rendimiento. Por lo que se refiere a este
último factor, el autor pone de manifiesto que la experiencia previa juega un
papel muy importante. De este modo, existen individuos que perciben dicha
activación como facilitadora de la acción, mientras que otros la perciben como
inhibidora de la misma. En este orden de cosas, nos encontramos que cuando la
activación fisiológica se ha acompañado de éxito tras la ejecución de una
conducta en experiencias previas, esta activación es considerada por los
individuos como facilitadora de la acción, mientras que, por el contrario, cuando
se ha acompañado de fracaso, es considerada como inhibidora o debilitadora de
dicha acción. Además, no hay que olvidar, siguiendo la ley de Yerkes-Dodson,
que, por lo general, niveles moderados de activación facilitan la ejecución de una
conducta, mientras que niveles muy elevados la dificultan. La dificultad
interactúa con la intensidad de la activación, de modo que el nivel óptimo de
motivación es más alto para actividades fáciles y más bajo para actividades
difíciles. La forma de interpretar dicha activación influye directamente en la
autoeficacia percibida. Los individuos que suelen considerar la activación
fisiológica como signo de ineficacia personal tienen mayor probabilidad de que
su autoeficacia percibida disminuya; por el contrario, aquellos que suelen
considerar la actividad fisiológica como signo de eficacia personal tienen mayor
probabilidad de que su autoeficacia percibida se incremente. Esto se debe
principalmente a que si existe una tendencia a atribuir la activación a deficiencias
personales, la atención dispensada a las señales viscerales puede conllevar un
incremento de la misma activación. La cualidad de dicha activación vendrá
desencadenada por los factores sobresalientes de la situación. Por ejemplo, un
individuo interpretará como miedo la activación provocada por cualquier
situación amenazante. En suma, según este autor, la relación entre la activación
fisiológica y la autoeficacia viene mediada tanto por factores internos como
externos.

Estas fuentes que contribuyen a la formación de la percepción de autoeficacia


están incluidas, no sólo en el tercer antecedente de la TAP sino también en la
actitud y norma subjetiva. Es decir, la actitud se forma a través de las distitnas
experiencias directas e indirectas que el sujeto atraviesa a lo largo de su vida,
mientras que la norma subjetiva recoge la información recibida a través de
procesos persuasivos. Por tanto, la percepción de control puede modificar o verse
modificada por los antecedentes individuales y colectivos que integran la TAP. A
su vez hay que considerar que este constructo no está formado únicamente por la
percepción que uno tiene de sí mismo (aspectos internos) sino también por la
percepción de las oportunidades o dificultades que se encuentran en el entorno y
que pueden interferir en la conducta a realizar (aspectos externos). Así, aunque la
conducta no se lleve a cabo, en muchos casos, únicamente por la falta de
habilidades, es decir, de aspectos internos, la falta de oportunidad de ejecución o
la dependencia de otras personas, es decir, aspectos externos también influyen
para realizar una intención de conducta.

A la hora de realizar la medida de la percepción de control o autoeficacia en la


predicción del comportamiento humano, hay que tener en cuenta los aspectos
metodológicos que contribuyan a la validez de la medida realizada. Como ya
advitieron Ajzen y Timko (1987) sobre la medición tanto de este constructo,
como de los otros que integran la TAP, se ha de tener en cuenta el principio de
correspondencia. En este principio se indica que la predicción de conducta será
más satisfactoria cuando en la medida realizada se tenga en cuenta la
especificidad o generalidad de la acción. Es decir, actitudes específicas
correlacionarán de manera satisfactoria con conductas específicas, teniendo en
cuenta en dicha especificidad tanto la conducta en sí, como el momento y lugar
en que ésta ha de realizarse. El principio de correspondencia ha de ser aplicado
en la medida de cada uno de los constructos de este modelo, de lo contrario la
predicción de la conducta a través de la intención puede resultar contradictoria y
de escasa utilidad para el objetivo que en última instancia se pretende.

Los estudios que han utilizado el modelo de la TAP han obtenido resultados
muy diferentes en cuanto a la validez predictiva de cada uno de los constructos
que la integran. Por lo que respecta a la percepción de control, estas diferencias
también se han puesto de manifiesto. Algunos investigadores, debido a la escasa
fiabilidad obtenida en los resultados de sus análisis, expresan la dificultad
encontrada en la descripción operativa del constructo de percepción de control.
El investigador ha de tener claro qué es lo que pretende medir y asegurarse de
que los participantes en su estudio interpretan inequivocamente aquello que se les
está preguntando, de lo contrario se obtendrán resultados erróneos, aspecto que
cuestionará, en última instancia, la utilidad de cada uno de los constructos. En
este orden de cosas, podemos comprobar que, en ocasiones, se confunde el
concepto de control con el de dificultad-facilidad. Aunque existen situaciones en
las cuales se considera que existe control a nivel consciente por parte del
individuo de la conducta a realizar, en realidad puede resultar muy dificil llevarla
a cabo. Al respecto, podemos

Podemos observar distintas opiniones acerca del constructo de percepción de


control. Por un lado, Terry y O´Leary (1995) sugieren que dicho constructo,
cuando es utilizado dentro de la TAP, refleja más bien la facilidad o dificultad
percebida tras la valoración de las variables presentes en el contexto donde se
puede realizar la conducta, y no refleja los aspectos internos que están incluidos
en el constructo de autoeficacia. Según estos autores, sería conveniente, a la hora
de realizar la predicción de la conducta, aplicar conjuntamente el constructo de
percepción de control de la TAP y el de autoeficacia. Cada uno de ellos aportaría
información sobre el control percibido en la ejecución de una conducta
determinada, permitiendo considerar tanto los factores internos como los
externos. La utilización conjunta de ambos constructos, el control percibido y la
autoeficacia, permitiría también conocer cómo influyen de forma independiente
en la intención de conducta.
Por otro lado, Ferguson, Dodds y Flannigan (1994) utilizan la percepción de
control como un constructo genérico, integrado por distintas dimensiones, que
varía en función de la valoración específica o general de las situaciones en las
que se encuentra el individuo. En este trabajo se distingue, en primer lugar, entre
atribución de control y locus de control. El primer concepto está más ligado al
control percibido en una situación específica en la que se ha de llevar a cabo la
conducta, mientras que el segundo hace referencia a las creencias generales y
más duraderas que el individuo posee sobre sus propias capacidades
prescindiendo, en parte, de las características de la situación. En este sentido, el
individuo, como consecuencia de la intervención conjunta de las demandas de la
situación y las mayores o menores limitaciones percibidas para afrontar dichas
demandas, puede reajustar su autopercepción de control en esa situación
concreta, pudiendo en determinados casos no realizar la intención de conducta
previamente declarada. En este orden de cosas, Terry y O'Leary (1995)
consideran que el constructo de percepción de control hace referencia,
básicamente, a variables externas al individuo, considerándolo similar a la noción
de expectativas de resultados. También subrayan la distinción entre percepción
interna y externa, remarcando que no deben estar medidas por un mismo
constructo, ya que si se perciben barreras internas el sujeto ya no se plantea la
presencia de barreras externas. Sparks, Gurthie y Shepherd (1997) rechazan estas
afirmaciones, subrayando la conceptualización realizada por Ajzen, y recordando
que las expectativas de resultados están incluidas, no en la percepción de control,
sino en las creencias generales acerca de la conducta, las cuales se hallan
incluidas en la actitud según la TAR. Si la Teoría de Acción Planeada es una
extensión de la teoría de Acción Razonada con el objetivo de mejorar la
predicción de aquellas conducta que no están bajo completo control del
individuo, el constructo de percepción de control no puede medir lo mismo que el
primer antecedente de la intención, es decir, la actitud.

Otro aspecto es que ambos constructos, actitud y percepción de control,


puedan interaccionar en determinadas conductas, influyendo de forma conjunta
en la intención de la misma. En este sentido, cuando la percepción de control y la
actitud interactúan, se modifica la intención de ejecución, dando paso,
posiblemente, a una conducta distinta de la que previamente se pretendía
ejecutar. Esta interacción ocurre cuando, en cierta manera, el individuo es
consciente de su acción (Ajzen, 1985; Ajzen y Madden, 1985), valorando los
pros y los contras de la misma de acuerdo a las variables que contribuyen a
aplazar su deseo. También es verdad que la amplitud del término percepción de
control, a pesar de las dificultades en su definición y de la variabilidad en los
resultados obtenidos, permite cierto grado de flexibilidad y holgura en su uso. No
obstante, las directrices generales o modelos de ítems propuestos por Ajzen
cuando formuló la TAP sirven de guía para que la inclusión de la percepción de
control en distintos cuestionarios se pueda adaptar a la muestra y objetivo de
estudio, definiendo previamente aquellos aspectos que han de ser más destacados
en dicho constructo. La complejidad de la conducta humana hace difícil que
puedan medirse en su totalidad todos y cada uno de los factores que están
interviniendo en cada momento y situación. No obstante, cuantas más variables
puedan definirse dentro de cada constructo, o mejor, que puedan ser añadidas a
éste, más información obtendremos de los distintos aspectos que pueden
interferir en la ejecución y, por tanto, podremos, en primer lugar, realizar una
predicción más precisa y, en segundo lugar, poder establecer un plan de ayuda
para facilitar o mejorar la realización de dicho comportamiento. Así, la
comparación de teorías ha de tener como objetivo mejorar tanto el contenido de
los instrumentos de medida, como la predicción del comportamiento, sobre todo
de aquellos que impliquen un riesgo para la propia persona y/o para la gente que
la rodea. Una revisión que conduzca a ensalzar una teoría frente a otra puede
conducir a un distanciamiento del objetivo pretendido.

Primero la TAR y últimamente la TAP han sido aplicadas al estudio de la


intención de la conducta futura en diversos ámbitos humanos. Aunque,
básicamente, hasta finales de la década de los 80, la principal utilización de dicha
teoría ha sido en la esfera del mercado y en la intención de voto, en los últimos
años, ha aumentado su aplicación en la predicción de conductas de otros ámbitos,
como es el de la salud. Concretamente, en este campo, los estudios se han
dirigido a la predicción de distintos comportamientos preventivos de diferentes
enfermedades y en el mantenimiento de las prescripciones o recomendaciones
médicas. En líneas generales se observa que mientras en algunos estudios se han
utilizado de forma diferencial y complementaria, conceptos incluidos en la TAP
y autoeficacia, en otros han sido utilizados como sinónimos. Así, Rodgers y
Brawley (1993) emplean la TAP y la autoeficacia conjuntamente para predecir
qué individuos seguirán o abandonarán la participación en un programa de
control de peso, siendo su objetivo último mejorar el estado de salud y prevenir
determinados problemas. Este trabajo, que se desarrolló en un marco
hospitalario, contó con una muestra de 37 personas. El objetivo de la
investigación se centró en el desarrollo de un programa informativo-educativo
sobre diferentes aspectos nutricionales y en el fomento del autocontrol de las
conductas de ingesta y realización de ejercicio físico, utilizándose para ello los
constructos de ambas teorías. La metodología utilizada consistió en sesiones
informativas, con el objetivo de persuadir a los participantes hacia esas
conductas, y sesiones de vídeo, que facilitaron la comprensión y el control en la
ejecución de los comportamientos. Los datos mostraron diferencias en la
predicción de seguir o abandonar los programas en cada una de las conductas
mencionadas. Concretamente, se halló que la percepción de control de la TAP
predice mejor la intención de llevar a cabo la conducta de realizar ejercicio físico
que la conducta de control de peso.

El grupo de investigación de Sparks (Sparks y cols., 1997; Sparks y


Gurthie, 1998) realizaron un estudio similar, aunque en esta ocasión se centraron
en las actitudes e intenciones de la gente hacia la realización de una dieta con
bajo contenido en grasas de animales, con el objetivo último de prevenir las
enfermedades cardiovasculares. En uno de estos trabajos, dirigidos a disminuir el
consumo de carne roja y de patatas fritas, utilizaron todos los componentes de la
TAP. La muestra, que estaba integrada por personas que iban a realizar la compra
a un supermercado, tuvo que cumplimentar un cuestionario conformado por 36
ítems que rastreaban aspectos relacionados con la actitud, la norma subjetiva y la
percepción de control. Por lo que respecta a esta última, se recogían tanto los
aspectos externos, percepción de dificultad, como los internos, percepción de
control. Los resultados obtenidos mostraron que el tercer antecedente de la
intención, es decir, la percepción de control, mejora la predicción de los
comportamientos relacionados con la salud, presentando, en este caso, un mayor
valor predictivo la percepción de dificultad, es decir, los aspectos externos de la
percepción de control que los aspectos internos de dicho constructo.

Dentro de este campo de la psicología de la salud, se han estudiado otras


conductas como la prevención del cáncer, la higiene bucal, etc. Aunque los
resultados presentan cierta variabilidad según el tipo de acción. En líneas
generales, podemos observar que el conjunto de los trabajos muestran, por un
lado, que la percepción de control mejora la predicción de la TAP y, por otro
lado, que este constructo tiene mejor validez predictiva que el constructo de
autoeficacia. Estas consideraciones fueron observadas por McCaul, Sandgren,
O'Neill y Hinsz (1993) tras la realización de dos investigaciones. En la primera
de ellas se estudió el mantenimiento de las conductas de autoexploración para la
prevención de cáncer de pecho y de testículos; la segunda de ellas estaba dirigida
al estudio de la higiene bucal. Las medidas de los tres antecedentes de la
intención así como de la autoeficacia se realizaron previamente al inicio del
programa dirigido para promover dichas conductas preventivas de cáncer. En las
sucesivas sesiones los participantes tenían que cumplimentar distintos
autoinformes de la ejecución de las mismas. Las hipótesis formuladas fueron que
las actitudes, la norma subjetiva, la percepción de control y la autoeficacia
predicen la intención de la conducta; y que estos dos últimos constructos
señalados son capaces de predecir la intención después de controlar tanto las
actitudes como la norma subjetiva.

Los datos obtenidos mediante el instrumento de medida utilizado fueron


examinados mediante análisis de correlación y de regresión múltiple. Los
resultados pusieron de manifiesto que el valor predictivo de la percepción de
control es mejor que el del constructo de autoeficacia. Al mismo tiempo, en los
análisis de regresión, se observa que la percepción de control explica mejor la
varianza en la predicción de la intención de ambas conductas, mientras que la
autoeficacia sólo resulta significativa en la predicción de las conductas de
autoexploración para la prevención de cáncer de pecho.

Por lo que respecta al estudio de prevención de enfermedades bucales, en


el que se consideró el cepillado y enjuague bucal, también se han encontrado
resultados diferenciales para ambos constructos, la percepción de control y la
autoeficacia. Esta última sólo predijo la conducta de enjuague bucal, mientras
que la percepción de control predijo ambas acciones, esto es, el cepillado y el
enjuague bucal.

Existen otros trabajos que prescindiendo de las posibles diferencias entre


ambos constructos los utilizan como sinónimos, y por tanto no introducen
ninguna medida que los diferencie. Estos estudios centran la atención en
comprobar el valor predictivo de cada uno de los antecedentes de la TAP. Así,
Lechner y De Vrie (1995) investigaron acerca de la realización de ejercicio físico
como conducta saludable, concluyendo que la percepción de control
(autoeficacia) predice mejor la conducta que la actitud y la norma subjetiva;
siendo esta última la que peor predice. Resultados similares han sido hallados por
Hill, Boudreau, Amyot, Déry y Godin (1997) en el estudio realizado sobre la
predicción de conductas relacionadas con la adquisición del hábito de fumar. En
su trabajo utilizaron una muestra de 360 estudiantes de secundaria cuyas edades
estaban comprendidas entre los 11 y 15 años. Esta muestra fue dividida en
distintos grupos en función del número de cigarrillos consumidos (fumadores
habituales y fumadores ocasionales) y la intención de iniciar o mantener el hábito
tabáquico (débil o fuerte). Así, se conformaron cinco grupos, dos de ellos
integrado por los no fumadores (un grupo presentaba una débil intención de
iniciar el hábito y otro una fuerte intención), otros dos integrados por los
fumadores ocasionales (uno presentaba una intención débil y otro una intención
fuerte de seguir fumando) y un quinto grupo formado por los fumadores
habituales con fuerte intención de continuar haciéndolo. El análisis de los
resultados de las distintas variables que integran la TAP pusieron de manifiesto
que la actitud y la percepción de control (autoeficacia) explican mejor la
intención de fumar que la norma subjetiva en esta muestra específica de
adolescentes. La percepción de control varió en función del grupo, es decir del
estado en que se sitúa el hábito tabáquico y de los factores internos y externos de
control. La norma subjetiva, es decir, la presión del grupo, no explicó la
intención de iniciar o mantener esta acción en ninguno de los estados
conductuales citados.

En suma, en diferentes estudios se ha comprobado la utilidad predictiva de


la TAP, no obstante según sean las acciones estudiadas se obtienen resultados
diferentes en cada una de las variables que la integran. Así, la actitud y la
percepción de control son las variables que mejor predicen las conductas de
salud, siendo la norma subjetiva la que menor influencia presenta en la formación
de la intención de las acciones relacionadas e esta área de comportamiento. La
percepción de control, considerada como sinónimo o como complemento de la
autoeficacia, mejora la validez predictiva de la intención de conducta, influyendo
de forma directa en ésta y en la misma conducta, o de forma indirecta
modificando previamente la actitud y la norma subjetiva. A su vez, la actitud
también presenta alto valor predictivo de la intención, siendo ésta, conjuntamente
con la percepción de control, uno de los antecedentes que tiene un mayor poder
en la formación de la intención. El papel de la actitud en la predicción del
comportamiento humano subraya la importancia de que tanto las creencias
(variables cognitivas) y sobretodo las evaluaciones de las mismas (componente
afectivo) influyen en la decisión de un individuo de comportarse de determinada
forma.

En otro orden de cosas, existen otras teorías que remarcan la importancia


de la actitud para predecir el comportamiento humano. De hecho, nos
encontramos que, en ocasiones, las actitudes han sido consideradas como el
único determinante de la conducta humana desde distintos ámbitos o tendencias
psicológicas. Esto explicaría la gran cantidad de connotaciones que adquiere el
concepto; la actitud es entendida o explicada de diferente forma desde la
pluralidad de las tendencias psicológicas. La multidimensionalidad del concepto
puede observarse en la gran cantidad de definiciones que este concepto ha
adoptado a lo largo de los años. Así, por ejemplo, Rosenberg y Hovland (1960)
consideran la actitud como "la predisposición a responder ante un estímulo con
determinado tipo de respuesta". Esta definición, según Stahlberg y Frey (1993),
se enmarcaría dentro de un modelo tripartito, en el cual se considera que la
actitud puede ser explicada atendiendo a tres componentes: el cognitivo,
referente a las creencias y opiniones; el afectivo, correspondiente a los
sentimientos positivos y negativos de las creencias relacionadas con el objeto de
actitud; y, por último, el cognitivo-conductual, referente a la intención o
tendencia para llevar a cabo la acción. La importancia dada a cada uno de estos
componentes varía según distintos autores, así, mientras unos defienden la
importancia equitativa de los tres componentes citados, otros autores abogan por
la primacía de alguno de ellos sobre los demás. No obstante, también existen
teorías que, aunque reflejan la multidimensionalidad de la actitud, no mantienen
la equidad entre las distintas dimensiones que la conforman. Por ejemplo,
Zimbardo y Leippe (1991) postulan que el componente primordial de una actitud
es el afectivo o evaluativo, ya que considerar que una actitud es una evaluación
hacia un objeto, de algo o de alguien, a lo largo de un continuo que va desde el
agrado hasta el desagrado. Utilizando la terminología de estos autores, los
sistemas actitudinales pueden ser explicados a partir de distintas dimensiones que
están correlacionadas entre sí. Estas dimensiones son las siguientes: el
comportamiento (ej: comer una dieta establecida saludable), la intención de
llevar a cabo dicho comportamiento (ej: intentaré comer alimentos bajos en
calorías y con poca grasa saturada), las cogniciones (ej: si como sano podré
mantener mi tensión arterial dentro de los límites saludables), las respuestas
afectivas (ej: siento miedo al pensar que pueda ocurrirme algo malo sino sigo una
dieta equilibrada). Todos estos componentes inciden en la valoración afectiva
hacia el objeto, la conducta saludable. Así, la actitud incluiría o estaría
conformada por todos los elementos previos e influiría en el comportamiento
futuro.

En suma, como ya hemos comentado a lo largo de este trabajo, la actitud


es un componente fundamental para predecir si se va a llevar a cabo un
determinado comportamiento, ahora bien, no es el único. La situación específica
y las variables personales inciden en nuestro comportamiento. De hecho, en
ocasiones, muchas de nuestras acciones pueden basarse principalmente en
nuestros sentimientos, manteniendo un contacto mínimo con nuestras ideas o
conocimientos previos acerca del objeto. Los seres humanos podemos actuar
atendiendo únicamente a nuestros sentimientos y emociones, dejando a un lado
nuestra racionalidad. Además, nuestros comportamientos conllevan una serie de
consecuencias que ofrecen información continua y pueden hacer variar nuestro
comportamiento y/o actitud. Entre las consecuencias que se derivan de nuestros
actos, las emociones juegan un papel primordial e inciden en la probabilidad de
que se ejecute una conducta en un futuro. Las distintas emociones
desencadenadas tienen, entre otras funciones, la de advertir al ser humano de que
dirija su atención sobre los acontecimientos que han generado dichas emociones.
Así, a partir de la valoración que se haga sobre la situación, se activa en los
organismos la predisposición a la acción y la intención de llevar a cabo una
conducta determinada. Cuando las respuestas emocionales son positivas, las
personas tienden a mantener las conductas que han provocado dichas emociones.
Por el contrario, cuando las respuestas emocionales son negativas, se pueden
llevar a cabo dos acciones diferentes. Por un lado, el individuo puede tomar
conciencia de que tiene que hacer frente a la conducta que ha generado dichas
emociones; por otro lado, cuando el individuo no tiene capacidad para hacer
frente a la conducta, puede intentar manipular las emociones desencadenadas.
Por lo general, el comportamiento humano es muy complejo y puede
desencadenar tanto emociones positivas como negativas (por ejemplo, cuando
alguien deja de fumar se generan tanto emociones positivas –júbilo por el éxito–
como emociones negativas –ira por haber renunciado a un hábito placentero–).
La valoración que el individuo haga de dichas emociones y de otros
acontecimientos personales y sociales determinará si el individuo realiza y
mantiene su comportamiento saludable o, por el contrario, cede en su intento.
Así, podemos observar cómo es posible que la adquisición de un nuevo
comportamiento pueda predecirse, en gran parte, a partir de las reacciones
afectivas ya que es posible que el resto de elementos no varíen. El aspecto
cognitivo de la actitud en esta situación comentada, y en otras muchas, se
mantiene estable (el tabaco es perjudicial para la salud), también la intención de
llevar a cabo la conducta (quiero dejar de fumar). En este sentido, las respuestas
emocionales desencadenadas y la forma en que los individuos las afrontan resulta
crucial a la hora de predecir el comportamiento. Los factores cognitivos no son
elementos nada despreciables en dicha predicción, pero éstos juegan un papel
más destacado en las conductas que no han de realizarse de modo inmediato y en
aquellas que el sujeto tiene una mayor percepción de control sobre la mismas,
presentando una mayor seguridad de que nada ni nadie dificultará su acción.

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