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La estabilidad del imperio francés dependía de los éxitos militares de Napoleón. Desde 1812
estos fueron cada vez más esquivos, comenzando por el desastre que significó la campaña a
Rusia. En 1813 las fuerzas napoleónicas fueron vencidas en Leipzig y en 1814 Napoleón fue
enviado prisionero a la isla de Elba, desde donde huyó para regresar a Francia.
Después de su “Gobierno de Cien Días“, fue derrotado en la batalla de Waterloo y desterrado
a la isla de Santa Elena donde murió en 1821.
Junto con la expansión francesa se fueron difundiendo las nuevas ideas que se identificaban
con la revolución y que tenían su base en los postulados de los filósofos ilustrados. Ellas
conformaron una doctrina que conocemos con el nombre de liberalismo. Entre las ideas
liberales principales, es preciso destacar:
• La sociedad se compone de individuos que son iguales en derechos y no de estamentos
sociales en los cuales prima la desigualdad.
• Uno de los derechos fundamentales de los seres humanos es la libertad individual, la que
debe ser respetada y resguardada por el Estado. Se reconoce la libertad de pensamiento y
conciencia, de reunión y asociación, de expresión y prensa, así como la libertad religiosa y
económica.
• Es necesario eliminar todo poder absoluto; se debe establecer la separación de los
poderes del Estado.
• La soberanía reside en la nación, cuya voluntad se manifiesta por medio de sus
representantes reunidos en asambleas y se expresa en la elaboración de leyes que deben
regir la vida pública.
• El Estado debe tener de una Constitución que garantice la existencia de un sistema
político basado en la soberanía nacional y el respeto de los derechos individuales como la
vida, la libertad y la propiedad.
Esta ideología sería fundamental en el desarrollo político de Europa y de América durante el
siglo XIX, inspirando las revoluciones liberales y siendo la base de los Estados liberales
europeos y de la organización política de los nuevos Estados americanos. Acogía
principalmente las aspiraciones de la burguesía en contra de los regímenes absolutos; se
estimaba que una monarquía constitucional con un sufragio de tipo censitario se ajustaba
perfectamente a estos ideales.
Por otra parte, con la Revolución cobró nueva vida el concepto de ciudadano, sujeto de
derechos políticos que participa en los asuntos públicos. También se fue configurando la idea
de la nación –constituida por ciudadanos– a la cual correspondía la soberanía. Su exaltación
abriría paso al nacionalismo que, junto al liberalismo, serían las grandes fuerzas políticas del
siglo XIX.
A instancias del canciller austriaco, Klemens von Metternich, en 1814 se convocó en Viena
un congreso para definir la situación europea tras la derrota de Napoleón. Si bien en estas
reuniones participaron representantes oficiales de numerosos.
Estados, el control de las negociaciones y la firma de los acuerdos finales estuvo en manos
de las cuatro grandes potencias protagonistas de la victoria sobre las tropas francesas, es
decir, Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra.
El objetivo principal del Congreso de Viena (1814-1815) era asegurar una paz estable y
duradera en Europa después de tantos años de guerra y destrucción. Se sostuvo que para
lograrlo era necesario restaurar el orden existente antes de la Revolución Francesa. Se
impuso el principio del legitimismo monárquico –que reafirmaba el origen divino de los
reyes–, según el cual los monarcas legítimos debían recuperar sus tronos y no debían ser
frenados por una Constitución en el ejercicio del poder, ya que la soberanía popular
constituía una usurpación.
Fue así como Fernando VII regresó al trono de España, Fernando IV a Nápoles, el Papa a
los Estados Pontificios y el hermano del difunto Luis XVI asumió como rey de Francia con el
nombre de Luis XVIII.
El Congreso de Viena también determinó cambios territoriales. Buscando restablecer el
equilibrio europeo –y de paso favorecer los intereses de las potencias vencedoras–, se
remodeló el mapa político de Europa, sin tomar en cuenta las aspiraciones nacionales de los
pueblos, lo cual sería un motivo de tensión en los años venideros.
En la nueva configuración política del territorio europeo, Francia volvió a sus fronteras
anteriores a la Revolución Francesa. En cuanto a las potencias vencedoras, la situación fue
la siguiente:
• Rusia mantuvo el control sobre Polonia y confirmó su posesión de Finlandia y Besarabia.
• Austria recuperó la mayoría de los territorios que había perdido en las guerras
napoleónicas y se le concedió Tirol, Salzburgo, y en el norte de Italia, Lombardía y Véneto.
• Prusia recibió el norte de Sajonia, recuperó la Posnania polaca y obtuvo al oeste Westfalia,
Renania y Sarre.
• Inglaterra reforzó su dominio marítimo al anexarse Malta y las islas Jónicas en el mar
Mediterráneo, Heligoland y El Cabo en el océano Atlántico, San Mauricio y Ceilán en el
océano Índico.
Otros cambios político-territoriales fueron la creación de la Confederación Alemana,
formada por 39 estados, y del Reino de los Países Bajos, integrado por Holanda, Bélgica y
Luxemburgo bajo el control de la monarquía holandesa, así como la incorporación de
Noruega a Suecia (antes estaba unida a Dinamarca) y el crecimiento territorial del Reino de
Piamonte-Cerdeña al recuperar Niza, Saboya y recibir Génova.
Con el propósito de mantener este orden territorial y evitar los estallidos revolucionarios, a
fines de 1815 las grandes potencias establecieron la Cuádruple Alianza (más tarde se
retiraría Inglaterra, pero se incorporaría Francia). Basados en los principios de
responsabilidad internacional de las potencias y de intervención política, se
propusieron celebrar congresos en forma periódica y extremar la vigilancia para detectar
iniciativas revolucionarias, de modo de sofocarlas a tiempo.