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María en los

Padres de la
Iglesia
Plan de Formación Federal
INTRODUCCION

El desarrollo de la reflexión mariológica y del culto a la Virgen en el decurso de los


siglos ha contribuido a poner cada vez más de relieve la dimensión mariana de la
Iglesia. Ciertamente, la Virgen santísima está totalmente referida a Cristo,
fundamento de la fe y de la experiencia eclesial, y a él conduce. Por eso,
obedeciendo a Jesús, que reservó a su Madre un papel completamente especial en
la economía de la salvación, los cristianos han venerado, amado y orado a María de
manera particularísima e intensa. Le han atribuido una posición de relieve en la fe y
en la piedad, reconociéndola como camino privilegiado hacia Cristo, mediador
supremo.

La dimensión mariana de la Iglesia constituye así un elemento innegable en la


experiencia del pueblo cristiano. Esa dimensión se revela en numerosas
manifestaciones de la vida de los creyentes, testimoniando el lugar que ha asumido
María en su corazón. No se trata de un sentimiento superficial, sino de un vínculo
afectivo profundo y consciente, arraigado en la fe, que impulsa a los cristianos de
ayer y de hoy a recurrir habitualmente a María, para entrar en una comunión más
íntima con Cristo.

El pueblo cristiano, además, ha manifestado su amor a María multiplicando las


expresiones de su devoción: himnos, plegarias y composiciones poéticas sencillas,
o a veces de gran valor, impregnadas del mismo amor a Aquella que el Crucificado
entregó a los hombres como Madre.

La piedad mariana ha dado origen, también, a una riquísima producción artística,


tanto en Oriente como en Occidente, que ha hecho apreciar a enteras generaciones
la belleza espiritual de María. Pintores, escultores, músicos y poetas han dejado
obras maestras que, poniendo de relieve los diversos aspectos de la grandeza de la
Virgen, ayudan a comprender mejor el sentido y el valor de su elevada contribución
a la obra de la redención.

Ese mensaje no podía menos que ser captado por los cristianos llamados a una
vocación de consagración especial. En efecto, en las órdenes y congregaciones

1
religiosas, en los institutos o asociaciones de vida consagrada, María es venerada
de un modo especial.1

Nos disponemos ahora a poner de relieve la inmensa riqueza espiritual que María
comunica a la Iglesia con su ejemplo y su intercesión, de manera particular
expresada por algunos Padres de la Iglesia que desde los primeros siglos quisieron
mostrar a María presente en la Iglesia, deseamos considerar algunos aspectos
significativos de la personalidad de María, que a cada una de nosotras nos brindan
indicaciones valiosas para acoger y realizar plenamente nuestra propia vocación.

“Santa Beatriz de Silva fundó la orden de la Inmaculada Concepción para el


servicio, la contemplación y la celebración del misterio de María en su concepción
Inmaculada. Las concepcionistas se obligan a vivir las actitudes de María en el
seguimiento de Cristo.”2

María debe a Jesús todo el bien que hay en su alma, toda su pureza y su santidad,
vemos que los grandes privilegios de María de ninguna manera oscurecen a Cristo
ni le hacen competencia, puesto que todos ellos se derivan de él como de su fuente;
María es miembro de la Iglesia, y por lo mismo lo ha recibido todo de Jesucristo,
quien es la cabeza del cuerpo Místico.3

Es por esto que queremos dar a conocer más concretamente, el actuar de Dios, en
la Iglesia, por medio de personas insignes, como lo son los llamados Padres de la
Iglesia, quienes en su afán de guiar a la Iglesia en los primeros siglos, consideraron
la figura de María, digna de estudio, admiración y devoción fundamental para la
vida de todo Cristiano.

Ahora bien, nosotras llamadas de manera particular a honrar a Nuestra Madre


Santísima la Inmaculada Concepción, debemos empaparnos de las fuentes de la
sabiduría que han contribuido para su correspondiente veneración.

1
San Juan Pablo II, Audiencia Gnral. 15 de nov 1995.
2
CCGG 9
3
La dulce Virgen María, Pbro. Jorge Gonzales V.

2
Clase 1

Un poco de historia…
El nombre de Padre es de origen puramente eclesiástico, y significa la expresión
del amor y de la veneración de las comunidades cristianas hacia sus obispos, ya que
a éstos correspondía el oficio de enseñar la doctrina de la Iglesia. Por esto el título
de Padre fue aplicado inicialmente a ellos.

La palabra padre está referida a una condición biológica generativa. Es padre quien
engendra un nuevo ser. Desde el punto de vista místico-religioso, un Padre de la
Iglesia es aquel que ha engendrado a un nuevo creyente con la elocuencia de su
enseñanza y testimonio. En la “paideia” (Formación) antigua, el filósofo maestro se
convertía en padre del discípulo, y a su vez el discípulo tenía la obligación de
mantener la descendencia dentro de la escuela. De la misma forma el cristianismo
asimiló la costumbre clásica de instruir a los individuos y a los grupos, solo que, en
lugar de escuelas, los Padres formaron comunidades eclesiales, convirtiéndose en
procreadores de nuevos hijos e hijas en la fe de Jesucristo.

Su personalidad pasó a formar parte de la tradición de cada comunidad y su


enseñanza en patrimonio del “ecúmene” cristiano. Un Padre de la Iglesia es
definido como un escritor de la antigüedad clásica que trató sobre temas de teología
cristiana. Desde luego nos referimos a una larga lista de autores que vivieron entre
los siglos I al VIII. Este período está considerado como el centro de la actividad
definitoria del dogma cristiano; por tanto, es evidente que también durante este se
dieron las principales controversias, polémicas y herejías generadas por la misma
reflexión. Luego entonces no todos los autores de esta época deben ser
considerados Padres.

Este nombre se daba en el siglo V en general sólo a los obispos, pero San Agustín
de Hipona rompió esta barrera al citar un escritor eclesiástico que no fue obispo,
San Jerónimo, teniendo en cuenta su doctrina y santidad de vida. Unos años más
tarde, el Papa Gelasio I hace el primer elenco de los autores cristianos que tienen
derecho al apelativo de Padres.

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Así pues, para que un autor sea merecedor de este título es necesario que cumpla
con las siguientes características:

Rectitud de doctrina
En la antigüedad no había una clara distinción entre ortodoxia y heterodoxia, no
había un Magisterio constituido y una doctrina común que rigiera la veracidad en
materia de dogma; sin embargo, todos debían sujetarse a dos principios básicos: la
Sagrada Escritura como Regula veritatis, y la Tradición Apostólica como Regula
fidei. En aquel entonces casi todos los autores estaban seguros de estos dos
componentes; no obstante, se tuvieron que verificar algunos problemas a propósito
de la interpretación de la Escritura y su relación con la filosofía del momento. En
realidad, pocos atentaron contra la autoridad apostólica; más bien se llegaban a
exagerar ciertas posturas de pensamiento.

Santidad de vida
Desde luego, en el caso de los Padres de la Iglesia no se habla de procesos de
canonización. En la antigüedad, el testimonio de un cristiano estaba cifrado bajo
dos aspectos funda20 mentales: la piedad y el martirio. Los Padres agregaron otros
elementos, por ejemplo, la piedad bíblica; algunos de ellos vivieron en la época de
la inspiración y formación del Nuevo Testamento; más aún, a ellos les tocó formar
el canon definitivo de la Sagrada Escritura; además, vivieron de la Biblia, la
memorizaban y la hacían oración como el más alto nivel de contemplación.
Analizar la Palabra era situarse en las mismas latitudes místicas de la inspiración y
de la convivencia con el Espíritu Santo. Este perfil de santidad no se quedó en el
simple esfuerzo intelectual, sino que también los Padres brillaron por sus dotes
pastorales, por su caridad y su amor hacia la Iglesia.

Aceptación por parte de la comunidad o aprobación eclesiástica.


Es claro que la fama propia autentifica a la persona. Algunos grandes maestros
brillaron por su sabiduría en vida y fulguraron aún más después de su partida. En el
caso de los Padres, su fama era mundialmente conocida, su influencia se irradiaba a
través de todo el Imperio romano. Sin embargo, las comunidades a las que
pertenecían gozaban del privilegio de tener en su seno a un personaje que los
representara, de modo que la misma comunidad certificó la importancia de sus
guías y pastores. También se dieron casos desafortunados donde los líderes

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eclesiásticos e intelectuales fueron depuestos de sus sedes o exiliados ganándose el
desprecio y el desprestigio. Un santo Padre de la Iglesia fue constituido como tal
por su comunidad, la cual se esmeró en conservar su tradición sin alteraciones ni
disminución.

Antigüedad
A veintiún siglos de distancia, desde la formación de las primeras comunidades
cristianas, el período patrístico representa una referencia de antigüedad; no
obstante, es necesario precisarlo porque no es parte de la época apostólica ni del
Medievo. Muy a propósito está marcado por la sucesión de los apóstoles, a partir
del año 100 y con el ingreso en la antigüedad tardía a finales del siglo VIII.
Los Padres de la Iglesia reúnen estas características y otras más; basta con que se
verifiquen estas cuatro para declararlos como tales. Al faltarles alguna de estas
notas se los considera escritores eclesiásticos. Estos escritores eclesiásticos también
son materia de estudio de la patrología y sus obras contribuyen a la comprensión y
definición del dogma cristiano.

ACTIVIDAD.

1. Averigua que es Patrística y Patrología.


2. Que significa Regula veritatis, Regula fidei.
3. Según el texto anterior, que características denominan a los padres de la
Iglesia.

Clase 2

María en los Primeros Cristianos.

A continuación trataremos de exponer a grandes rasgos, lo que ha significado


María, tanto para los primeros cristianos, como también para cada uno de nosotros,
los miembros de la Iglesia, y aún más para una hermana concepcionista, dedicada
en esencia a honrarla en el misterio de la Inmaculada Concepción.

“Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48)

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María Santísima ha sido venerada como Madre de Dios y Madre nuestra desde los
inicios del Cristianismo, se dice por esto que en los tres primeros siglos la
veneración a María está incluida fundamentalmente dentro del culto a su Hijo, así
mismo de estos primero siglos solo pueden recogerse testimonios indirectos del
culto mariano, entre ellos se encuentran algunos restos arqueológicos en la
catacumbas que demuestran el culto y la veneración, que los primeros cristianos
tuvieron por María.

Es indudable que a la Santísima Virgen se le tributó veneración en la misma edad


apostólica; dice San Cirilo de Alejandría en estas palabras: “Los profetas te
anunciaron y los apóstoles te celebraron con las más altas alabanzas”

El primer momento de veneración a María lo registra según las Sagradas escrituras


San Lucas. Es del Arcángel Gabriel cuando la saluda con reverencia diciéndole:
"Dios te salve, María, llena eres de gracia" (Lc. 1,28). Más adelante, Santa Isabel
alaba a María cuando exclama: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de
tu vientre. ¿De dónde a mí que la Madre de mi señor venga a visitarme?” (Lc. 1,42
ss). La misma virgen María profetiza, llena de humildad y de gozo: "He aquí que
me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque el Todopoderoso ha
hecho maravillas en mí" (Lc. 1,47). Luego, años más tarde, cuando Jesús hablaba,
inesperadamente una mujer del pueblo grita con toda su alma: ¡Bienaventurado el
vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron!" (Lc. 11,27). Después de la
Ascensión del Señor a los cielos, los Apóstoles perseveraban en unión con María,
la Madre de Jesús (cfr. Hechos 1,4).

Es por eso que deducimos que con gran razón los apóstoles como primeros
transmisores de la fe, no escatimaron esfuerzo al dar a conocer paralelamente a la
“buena nueva”, esta devoción singular a aquella que por su cercanía conocían,
respetaban y veneraban por sus innumerables virtudes, por lo cual es muy natural el
hecho de que quisieran también enseñar a los primero Cristianos a alabar y
glorificar juntamente con el Hijo a tan excelsa Madre.

En la liturgia eucarística hay datos fidedignos mostrando que la mención venerativa


de María en la plegaria eucarística se remonta al año 225 y que en las fiestas del
Señor -Encarnación, Natividad, Epifanía, etc.- se honraba también a su Madre.
Suele señalarse que hacia el año 380 se instituyó la primera festividad mariana,

6
denominada indistintamente «Memoria de la Madre de Dios», «Fiesta de la
Santísima Virgen», o «Fiesta de la gloriosa Madre».

Encontramos a lo largo de la historia personajes destacados que elogian, hablan y


defienden el culto a María Santísima, entre los cuales está el primer Padre de la
Iglesia que escribe sobre María es San Ignacio de Antioquía (107), quien contra los
docetas (Sirve para designar la creencia de los que no admiten que Jesucristo ha
sido hombre verdadero, con cuerpo de carne y hueso.) defiende la realidad humana
de Cristo al afirmar que pertenece a la estirpe de David, por nacer verdaderamente
de María Virgen. Fue concebido y engendrado por Santa María; esta concepción
fue virginal, y esta virginidad pertenece a uno de esos misterios ocultos en el
silencio de Dios.

“La mayoría de los componentes actuales de la mariología ya estaban bastante


desarrollados y definidos en víspera del Concilio de Nicea, la maternidad virginal
de la concepción humana pasó como artículo de fe en el Credo, fue reconocida la
maternidad divina y sólo había que confirmarla oficialmente, la tradición relativa
a la preservación de la virginidad es aceptada universalmente, a lo menos como
una creencia piadosa. Si la perfecta santidad de María ha torturado por mucho
tiempo a algunos teólogos, al menos se admite desde el comienzo del párrafo la
piadosa fidelidad en la cooperación de María en la obra de la redención, que no se
proclamó antes de lo que lo hiciera San Ireneo…”

Otros testimonios de los Padres hablan de María directamente, alabando su


virginidad, como lo hacen San Ignacio mártir, San Justino, San Ireneo, Clemente
Alejandrino, Orígenes, San Gregorio Taumaturgo, etc.; o su egregia santidad como
San Justino, San Ireneo, San Hipólito, etc.; o su consorcio y cooperación a la obra
de la redención, como San Justino, San Ireneo, tertuliano, etc.; o su poder de
intercesión, como San Ireneo, San Gregorio Taumaturgo, etc. Todo lo cual
contribuyó a que los fieles no sólo amaran cada día más a la Santísima Virgen, sino
que también se encomendaran a su intercesión poderosísima.

Como conclusión de esta clase anexamos un numeral de la constitución dogmática


sobre la iglesia Lumen Gentium que hoy en día afirma aún más el papel de María
para la Iglesia.

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María, ensalzada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los
ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte
en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto
especial. Y, ciertamente, desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es
venerada con el título de «Madre de Dios», a cuyo amparo los fieles suplicantes se
acogen en todos sus peligros y necesidades Por este motivo, principalmente a partir
del Concilio de Éfeso, ha crecido maravillosamente el culto del Pueblo de Dios
hacia María en veneración y en amor, en la invocación e imitación, de acuerdo con
sus proféticas palabras: «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi maravillas el Poderoso» (Lc 1, 48-49). Este culto, tal como
existió siempre en la Iglesia., a pesar de ser enteramente singular, se distingue
esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo encarnado, lo mismo que
al Padre y al Espíritu Santo, y lo favorece eficazmente, ya que las diversas formas
de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha venido aprobando dentro de los
límites de la doctrina sana y ortodoxa, de acuerdo con las condiciones de tiempos y
lugares y teniendo en cuenta el temperamento y manera de ser de los fieles, hacen
que, al ser honrada la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas
(cf. Col 1, 15-16) y en el que plugo al Padre eterno «que habitase toda la plenitud»
(Col 1,19), sea mejor conocido, amado, glorificado, y que, a la vez, sean mejor
cumplidos sus mandamientos.4

ACTIVIDAD.
1. ¿Cómo se llama la primera catacumba donde aparecen rasgos arqueológicos
de la santísima Virgen María?
2. Lee el capítulo VIII de la constitución dogmática sobre la iglesia Lumen
Gentium y escribe el numeral que más te llame la atención.

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LG 66.

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Clase 3

Los Padres de la Iglesia.

A lo largo de nuestra historia, se destacaron ilustres personajes que conocemos hoy


en día como “los Padres de la Iglesia”, ellos a su vez, marcaron radicalmente la
doctrina y la vida de los primeros cristianos y formaron también las bases de lo que
tenemos; son un grupo de escritores cuyas enseñanzas tuvieron gran peso en el
desarrollo del pensamiento y la teología cristiana según su interpretación de la
Biblia, la incorporación de la Tradición y la consolidación de la Liturgia, por lo que
fueron dejando una doctrina en conjunto. Son sus puntos en común los que se
toman en cuenta.5

Ellos fueron los que a su tiempo se vieron obligados a responder las cuestiones y
dificultades planteadas por la moral y la teología, en medio de un ambiente nada
favorable externa e internamente, abatidos por las numerosas herejías y cismas de
la Iglesia postapostólica. Por eso, se les considera como los continuadores
inmediatos de la obra que los apóstoles habían iniciado, y a los que con ella
pasaron a sustituir ventajosamente, pues dejaron un amplio testimonio de sus
trabajos y enseñanzas, escritos respaldados muchas veces directamente por la
jerarquía eclesiástica encabezada por el Papa

En orden a la antigüedad se pueden clasificar tres periodos de los padres de la


Iglesia:

Padres Apostólicos.

Los Padres Apostólicos es la denominación que desde el siglo XVII reciben


aquellos primeros Padres de la Iglesia que tuvieron una cercanía inmediata o
también podemos denominarlos como discípulos y sucesores directos de los
apóstoles de Jesucristo, por lo que cronológicamente se ubican en el siglo I y
primera mitad del siglo II. Sus escritos son respuestas específicas a comunidades
eclesiales, la mayoría de contenido moral antes que doctrinal, en forma de cartas,
documentos o recomendaciones, por lo que su estilo es sencillo y directo. hablan de
lo que viven y de lo que han visto vivir a los primeros discípulos: aquellos que
conocieron a Cristo cuando vivía entre los hombres.

5
Wikipedia, la Enciclopedia Libre.

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Estos, como los hemos llamado, no se proponen defender la fe frente a paganos,
judíos o herejes (aunque algún eco de tal defensa se encuentra de vez en cuando),
ni pretenden desarrollar científicamente la doctrina, sino que tratan de transmitirla
como la han recibido, con recuerdos e impresiones a veces muy personales.

En un principio no fueron más que cinco los escritores a los que se les dio el título
de "Pater Eavi Apostolici" publicando sus obras. Tales escritores eran: El autor de
la Carta de Bernabé, San Clemente de Roma, San Ignacio de Antioquía, San
Policarpo de Esmirna y El Pastor de Hermas. Más tarde se añadieron también a
estos: Papías de Hierápolis y los autores de la Didaché.

Los conocemos así por la obra que Jean-Baptiste Cotelier publicó en 1672, titulada
Patres aevi apostolici («padres de la era apostólica»). Cotelier consideraba tales a
Bernabé, Clemente de Roma —que según el testimonio de Ireneo de Lyon
efectivamente fue discípulo de los apóstoles Pedro y Pablo—, Ignacio de
Antioquía, Policarpo de Esmirna —que según Ireneo fue discípulo del apóstol
Juan— y Hermas de Roma.6

En 1765 Andrés Gallandi reimprimió la obra de Cotelier, agregando los fragmentos


conocidos de Papías de Hierápolis —a quien san Jerónimo califica como auditor
Ioannis, oyente de Juan— y el bello escrito anónimo llamado A Diogneto. Luego la
lista de padres apostólicos se ha ido ampliando y reduciendo de acuerdo con los
estudios de patrología. Por ejemplo, la narración del martirio de Ignacio de
Antioquía había sido incluida por Cotelier, pero fue luego descartada. Finalmente
se agregó la Didaché, descubierta en 1873.

Los escritos de los Padres Apostólicos nacieron en el seno de la comunidad


cristiana, casi siempre producidos por sus Pastores y destinados a ser alimento
espiritual de los fieles, constituyéndose así en el testimonio más precioso de la fe y
vida de las primeras generaciones cristianas. A través de estas obras, los Padres
trataron de transmitir la doctrina como la habían recibido, con recuerdos e
impresiones a veces muy personales. Su estilo es, por eso, directo y sencillo; hablan
de lo que viven y de lo que han visto vivir a los primeros discípulos: aquellos que
conocieron a Cristo cuando vivía entre los hombres y tocaron —

En estas obras predominan los temas más bien morales, disciplinarios o culturales,
procurando fomentar en los lectores el nuevo estilo de vida que Cristo enseñó a los
Apóstoles; pero no existiendo en ellas la pretensión de exponer de manera ordenada

6
Wikipedia, enciclopedia Libre.

10
o sistemática la doctrina cristiana. Sin embargo, en ellos se insinúan algunas de las
que habrían de ser líneas fundamentales del pensamiento cristiano:

 La Iglesia fundada sobre 1a tradición de los Apóstoles, claramente


diferenciada del judaísmo y con cierta organización cultual y administrativa;
 El valor redentor de la encarnación y muerte de Cristo, hijo de Dios;
 El bautismo y la eucaristía como sacramentos fundamentales.

Si bien estos escritos proceden de áreas geográficamente alejadas, pertenecen a


géneros diferentes y tratan de temas distintos, presentan, en general, una doctrina
cristológica uniforme.

De estos primeros Padres pretendemos destacar aquellos que hablaron


primitivamente de manera particular sobre la santísima Virgen María y entre ellos
están:
San Clemente

El Papa Clemente I (llamado Clemente Romano para distinguirlo del alejandrino), es el


primero de los sucesores de San Pedro y el primero de los Padres Apostólicos. Su
fiesta se celebra el 23 de noviembre. Ha dejado un escrito genuino, una carta a la
Iglesia de Corinto, y muchas otras que se le atribuyen.

No poseemos ningún detalle sobre su vida. Las actas del siglo IV, Que son apócrifas,
afirman que convirtió a una pareja de patricios, llamados Sisinio y Teodora, y otros 423.
Aquello le trajo el odio del pueblo y el emperador Trajeno le desterró a Crimea, donde
tuvo que trabajar en las canteras, la fuente más próxima distaba a 10 kilómetros, pero
clemente descubrió por inspiración del cielo otro manantial más próximo donde
pudieran beber los numerosos cristianos cautivos, su predicación fue acogida
exitosamente que habían y 15 iglesias, por este motivo fue arrojado al mar con una
ancla colgada al cuello. Uno de sus grandes escritos fue a los corintios, denominada así
mismo.

San Ignacio de Antioquía.

San Clemente de Roma


a) Vida

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San Clemente fue el cuarto obispo de Roma, después de Lino y Cleto. Su pontificado duró desde el 92 al
101, según narra San Ireneo en su Adversus hæreses. No se sabe apenas nada seguro de su vida. A partir
de sus escritos y de algunos pocos datos externos, se conjetura que era un judío helenista, con un buen
conocimiento de las Escrituras y cierta formación filosófica. Tradicionalmente se le ha puesto en relación
con los Flavios, la familia de los emperadores Tito y Vespasiano. Algunos suponen que estuvo al servicio
de esa familia, pues eso explicaría el detallado conocimiento que San Clemente tenía de la vida militar, y
su respeto y preocupación por las instituciones y autoridades romanas. Conoció y trató a San Pedro y,
según parece, figuró como uno de sus posibles sucesores. La Iglesia lo venera como mártir: narra una
antigua tradición que primero fue desterrado al Quersoneso, y luego condenado a morir ahogado,
atándole al cuello un ancla de hierro y arrojándolo al mar.

b) Epístola a los corintios


Es la única obra que conservamos de San Clemente. Se trata de una carta bastante larga, que consta de
65 capítulos. Fue compuesta poco tiempo después de la persecución de Domiciano (95-96), es decir,
hacia los años 96-97 o, como muy tarde, en el 98. Al igual que la Didaché, es anterior a los últimos
escritos del Apóstol Juan y gozó de alta estima. Efectivamente es un texto de notable importancia para la
historia del papado y, además, es de gran calidad literaria. Hay otras cartas atribuidas a San Clemente,
pero no son auténticas.

El motivo que provocó esta carta fueron las disputas que en tiempo de Domiciano surgieron entre los
cristianos de Corinto. Algunos insolentes habían llegado incluso a deponer a los presbíteros, a pesar de la
oposición de los que permanecían fieles. San Clemente quiso poner remedio a esa situación y paliar el
escándalo.
Contenido: La carta se divide en cuatro partes.

i) Presentación (caps. 1 a 3): describe el estado floreciente de la Iglesia en Corinto y las virtudes de esos
cristianos; pero señala también la existencia de recientes rencillas internas, nacidas de la envidia, que
trastornaron su floreciente paz.
ii) Los males de la envidia y el bien de la humildad (caps. 4 a 36): sirviéndose de ejemplos del Antiguo
Testamento (Caín, los hermanos de José...) y de la reciente ejecución de San Pedro y de San Pablo, señala
San Clemente el carácter destructor de la envidia y mueve a sus lectores a la penitencia, a la obediencia,
a la hospitalidad, a la humildad y a la mansedumbre, como medios para superar los males que engendra
la envidia. No sólo se sirve de ejemplos tomados de las Escrituras, sino del mismo universo inanimado,
que guarda el orden impuesto por Dios y sigue sus mociones. La parte final de esta sección se detiene en
consideraciones sobre la santidad de vida del cristiano y la esperanza de la resurrección.
iii) Necesidad de conservar la unidad (caps. 37 a 61): aludiendo al caso concreto de Corinto, San
Clemente hace ver la necesidad de la unidad, basada en la caridad fraterna. Mezcla en su disertación,
nuevamente, ejemplos bíblicos con ejemplos de la vida ordinaria (unidad del ejército romano, del cuerpo
vivo...) y exhorta a cada uno a cumplir su misión en el lugar que se le ha designado. Para reconquistar la
unidad, insiste San Clemente en la penitencia por los pecados y en la abnegación por el bien del prójimo.

iv) Recapitulación (caps. 62 a 65): resume en pocas líneas el contenido de la carta y manifiesta el deseo

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de que pronto alcance el efecto para el que fue escrita.
Enseñanzas: la Epístola de San Clemente –además de la riqueza de sus enseñanzas morales– aporta
datos decisivos para la historia de la Iglesia, sobre todo teniendo en cuenta que el autor es un testigo
ocular. Dice que Pedro vivió en Roma, que allí predicó y murió mártir. De San Pablo, dice que estuvo en
España predicando. Narra la persecución de Nerón, detallando que murieron muchos cristianos, entre
ellos bastantes mujeres, y que además fueron sometidos a tortura.

Uno de los puntos más interesantes de la carta es el relativo a la jerarquía y al primado. Expone
explícitamente la doctrina de la sucesión apostólica: la comunidad no puede deponer a los presbíteros,
ya que el poder de la jerarquía no viene del pueblo, sino de Dios a través de Cristo y de los Apóstoles, no
de los demás fieles.
La existencia misma de la carta es una prueba fehaciente del primado de Roma, aunque no está afirmado
en ella explícitamente. El tono de la carta es el de un superior a sus súbditos. San Clemente escribe como
quien tiene autoridad. Al principio de la carta no presenta excusas por entrometerse en cuestiones
internas de otra comunidad cristiana, sino –al contrario– pide perdón y se justifica por lo haber
intervenido antes (téngase en cuenta que Roma estaba bajo la persecución de Domiciano), o sea, por
haber descuidado un deber. En varios lugares muestra claramente su autoridad: dice expresamente que
escribe impulsado por el Espíritu Santo y que quien no le obedezca peca gravemente.

Por si fuera poco, hay que tener en cuenta que el Apóstol San Juan aún vivía, y en cierta manera sería la
cabeza de la Iglesia en Grecia y Asia Menor. Sin embargo, no fue él quien intervino, sino el obispo de
Roma. Además, la acogida de la carta fue excepcional: nadie se atrevió a discutir en lo más mínimo su
autoridad, se siguieron fielmente todas las disposiciones que indicaba, y se difundió entre las otras
comunidades cristianas. Se leía en público periódicamente e, incluso, hay testimonios de que un siglo
después aún se seguía leyendo.
En la tercera parte señalada, se tratan cuestiones relativas a la administración de los sacramentos,
distinguiendo claramente entre jerarquía y laicado. Dentro de la jerarquía sólo se mencionan los
episcopoi (supervisores, jefes) y los diaconoi (ministros, ayudantes). Dentro de los primeros estarían
incluidos tanto los obispos como los presbíteros, pues es claro que la terminología que utiliza aún no
está acuñada definitivamente. Pide también oraciones por todas las autoridades y contiene extensas
plegarias eucarísticas.

San Ignacio de Antioquía


a) Vida
Fue el segundo obispo de Antioquía, después de San Pedro. Conoció y trató a San Pedro y a San Pablo.
Fue el mismo Pedro quien lo consagró obispo. Murió mártir en Roma, en el año 107, bajo el reinado de
Trajano. No murió en una persecución en regla: sólo fue un regalo que la autoridad romana de Antioquía
quiso hacer a Trajano con motivo de su victoria en Dacia. Yendo camino de Roma para sufrir martirio, fue
muy bien acogido por diversas comunidades cristianas, que lo trataron con gran veneración, como si
fuese el mismo Cristo. Como muestra de agradecimiento, San Ignacio les escribió diversas cartas, ricas en
consejos y enseñanzas.
Fue un hombre de carácter ardiente, con fuerte personalidad, y extraordinariamente ejemplar. Se daba a

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sí mismo el nombre de Teóforo (portador de Dios).

b) Obras
Durante el mencionado viaje a Roma, escribió 7 cartas: a Éfeso, Magnesia, Tralia, Filadelfia, Esmirna,
Roma y a Policarpo (obispo de Esmirna).
Redactó las tres primeras en Esmirna. Agradece en ellas las muestras de simpatía y los cuidados que
tuvieron con él. Exhorta a la obediencia y les previene contra las herejías.

Escribió a Roma también desde Esmirna, para que no se esforzaran por salvarle la vida. Esta carta, como
ahora veremos, es la más importante.
Redactó las tres últimas en Tróade. Allí conoció el cese de la persecución en Antioquía y pide que envíen
legados a esa ciudad para que feliciten a los cristianos por la paz reconquistada. Les insiste en la unidad
en la fe y en la obediencia al obispo. A Policarpo le da consejos especiales, pues era obispo de Esmirna: le
habla particularmente de fortaleza, aconsejándole que se mantenga firme.
El estilo de las cartas es sencillo y profundo, ardoroso y sin retórica. Suministran ricos datos sobre las
primitivas comunidades, y son muy importantes para la historia de los dogmas.

La cuestión ignaciana es una polémica que levantaron los protestantes con la intención de negar la
autenticidad de estas cartas en las que se refleja netamente –contra lo que quisieran ellos– la
antigüedad apostólica del episcopado monárquico. El motivo concreto fue que, en muchos manuscritos
medievales, aparecían mezcladas las cartas de San Ignacio con otras seis cartas claramente espurias. La
cuestión quedó zanjada con el descubrimiento de códices antiguos que traían sólo las auténticas,
confirmando así el testimonio de Policarpo –contemporá¬neo de San Ignacio–, que cita las cartas.

c) Doctrina teológica
Constitución jerárquica de la Iglesia. En las cartas de San Ignacio ya aparece claramente estructurada la
jerarquía de la Iglesia. Distingue –dentro de la jerarquía– entre obispos, presbíteros y diáconos. Al frente
de cada comunidad de fieles hay un solo obispo; el conjunto de los presbíteros es como su senado. La
existencia de una neta jerarquía en el año 107 implica que es de institución divina: ya del Señor por sí
mismo, ya del Señor por medio de los apóstoles.
San Ignacio explica ampliamente las funciones de los tres grados de la jerarquía. Del obispo dice que
tiene el lugar de Dios, y todos han de someterse a él como al Señor. El obispo puede actuar a se, sin los
sacerdotes; y –por el contrario– todo lo que se haga en su territorio ha de hacerse con su beneplácito:
bautizar, casar, celebrar la Eucaristía, etc. El obispo tiene especialmente la misión de rechazar a los
herejes, de poner paz, de cuidar de todos (viudas, esclavos, esposos, etc.) tanto espiritual como
materialmente. Los presbíteros son el senado del obispo: han de estar unidos a él, ayudarle en sus
funciones, animarle, etc. Los diáconos, inferiores a los sacerdotes, son como ministros o ayudantes. Los
restantes fieles han de estar unidos por la fe y unidos a la jerarquía, especialmente al obispo.
El primado de Roma. La carta a los romanos es una muestra patente de la superioridad de Roma sobre
las restantes comunidades. A éstas escribe en el tono de un igual o de un relativo superior (era como el
primado de Oriente, sucesor de San Pedro); por esto, se permite darles consejos. A Roma, por el
contrario, escribe con sumisión, no da consejos, y dice ser un esclavo, un condenado. Recuerda que

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Roma está fundada sobre Pedro y Pablo.

Explica que la Iglesia de Roma está «puesta a la cabeza de la caridad» . Esto no quiere decir que sea la
más generosa, sino que está al frente de toda la Iglesia y preside toda la vida cristiana (ágape). También
dice que esta Iglesia preside en la capital del territorio de los romanos; evidentemente, no se preside a sí
misma, sino a las restantes comunidades cristianas. Además, les ruega que mientras que la Iglesia
antioquena está sin obispo, Cristo y ellos hagan de obispo.
En esta carta habla de que la Iglesia es católica, universal: es la primera vez que se aplica este adjetivo a
la Iglesia. Además, la llama «el lugar del sacrificio», haciendo alusión a la Eucaristía.

Cristología. Ya en su época corrían algunas herejías sobre Cristo. Los judaizantes pretendían que había
que seguir practicando el judaísmo para salvarse, haciendo así vana la Encarnación. Los docetas, por
considerar mala la materia, sostenían que Cristo no había tomado verdadera carne, sino sólo una
apariencia. San Ignacio los atacó duramente: enseña claramente que Cristo es verdadero Dios y
verdadero hombre, hijo de Dios e hijo de María, impasible y pasible. Al hablar de la Eucaristía emplea la
expresión «carne de nuestro Salvador Jesucristo».

La vida espiritual. Resume la doctrina paulina de la unión con Cristo y la de San Juan de vivir en Cristo,
diciendo que hay que imitarle como Él imitó al Padre eterno. A los romanos escribe: «permitidme ser
imitador de la pasión de mi Dios». La disposición para el martirio es la perfecta imitación de Cristo; por
tanto, es la perfección cristiana y un verdadero ser discípulo de Cristo.
Explica la inhabitación de Cristo en el alma. El vivir y ser en Cristo, el identificarse con Cristo, no lo
entiende como algo abstracto, sino que se realiza cuando estamos unidos a la jerarquía y participando de
los sacramentos; de modo muy especial mediante la recepción de la Eucaristía.

San Policarpo de Esmirna


a) Vida
Fue discípulo de San Juan, y nombrado obispo por los Apóstoles, quizá por el mismo San Juan. Viajó a
Roma en el 155 para fijar con el Papa Aniceto la fecha de la Pascua. Recibió una epístola de San Ignacio.
Murió mártir en el 156, en Esmirna, a la edad de 86 años, cuando volvió de su viaje a Roma. Fue un gran
santo; gozó de gran prestigio, y por eso le llamó Aniceto a Roma. En su estancia en esa ciudad hubo
muchas conversiones, pues impresionó escuchar en el 155 un testigo directo de las enseñanzas de los
Apóstoles.

b) Acta del martirio de Policarpo


Es un documento del 156. Como es natural, no es de San Policarpo: fue escrito por un testigo ocular del
martirio que sufrió. Da muchos datos y detalles del martirio, y por ella se supone que tuvo lugar en
febrero del 156. El acta muestra la gran personalidad de San Policarpo, su fe, su fortaleza, y pone de
manifiesto que se tributa culto a los mártires por ser imitadores y amigos de Cristo, a diferencia del que
damos a Cristo por ser Dios.

c) Epístola a los filipenses

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Sabemos que San Policarpo escribió muchas cartas, pero sólo conservamos ésta. La dirigió a los filipenses
para acompañar el envío de las de San Ignacio, que le habían pedido desde Filipos. Una hipótesis
convincente supone que, en realidad, el texto actual es de dos cartas fundidas. Una sería del año 110 –
muy breve, apenas dos capítulos (caps. 13 y 14)– y acompañaba a las siete cartas de San Ignacio; el resto
de la carta estaría escrito en el año 130.
En esta carta explica claramente la doctrina de la Encarnación y Muerte del Señor, contra los docetas. Se
refiere a la organización de las comunidades cristianas tal como San Ignacio la había expuesto.
Recomienda especialmente ayudar al necesitado y, en general, practicar las obras de caridad. Insiste en
que hay que rezar por las autoridades, incluso por las que nos persiguen y aborrecen.

Papías de Hierápolis
Fue obispo de Hierápolis, en Asia Menor. Era –como su amigo San Policarpo– discípulo de San Juan. En
torno al año 130 escribió Explicaciones a las sentencias del Señor, obra importante para conocer la
Tradición oral, pues se fundamente en la enseñanza oral de los Apóstoles. Nos da argumentos en pro de
la canonicidad de los cuatro evangelios y explica quiénes fueron sus autores, circunstancias, etc. Gracias
a él, por ejemplo, sabemos que el segundo evangelio lo escribió San Marcos recogiendo las enseñanzas
orales de San Pedro.
Esta obra se ha perdido casi entera: sólo quedan fragmentos recogidos por Eusebio de Cesarea en su
historia. El mismo Eusebio explica que Papías tuvo ideas milenaristas que –según Eusebio– influyeron
mucho, y que a veces no hace una buena selección de las fuentes. Estos dos motivos han hecho que su
obra no se haya conservado completa.

Hermas
a) Vida
Se sabe que este Hermas no es el discípulo de San Pablo citado en la epístola a los romanos , sino otro
Hermas de cuya vida algo conocemos. Era un hombre recto, piadoso, buen cristiano; liberto que se
dedicaba al cultivo de la tierra, casado y con varios hijos, que apostataron durante una persecución; su
mujer, que no era cristiana, no le trataba con mucha consideración. Según el Fragmento Muratoniano,
era hermano del Papa Pío I.
b) Su obra
Hermas escribió una obra de carácter apocalíptico titulada Pastor. En esencia, su contenido consiste en
una serie de revelaciones hechas a Hermas, en Roma, por una anciana y un ángel vestido de pastor (de
ahí el nombre del escrito).
La redacción que conservamos ahora es aproximadamente del año 150, siendo Papa Pío I. De todas
formas, es seguro que el autor trabajó sobre una primitiva redacción hecha hacia el año 95, bajo el
pontificado de San Clemente Romano. Esta obra gozó de gran fama, sobre todo en Oriente.
Hermas describe la comunidad cristiana muy vivamente. Muestra que la mayoría de los cristianos eran
hombres rectos, piadosos, que los obispos eran muy buenos,etc.; pero también habla de los que eran
hipócritas, arrogantes... Señala que hubo lapsi, aunque pocos, bajo la persecución de Trajano (cerca del
año 150), en la que apostataron sus hijos.

Partes de la obra

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La obra tiene dos partes fundamentales. La primera consiste en 5 visiones. En la primera de ellas, se le
presenta una matrona, símbolo de los elegidos; en la segunda, la misma matrona le exhorta a la
penitencia; la tercera visión consiste en una torre –que representa la Iglesia–, en cuya construcción las
piedras malas son desechadas; la cuarta es un dragón –símbolo de la persecución–, que no puede acabar
con la Iglesia; la quinta es la del ángel en vestiduras de pastor, nuevamente moviendo a penitencia.
La segunda parte consta de 12 mandamientos y 10 parábolas. Los mandamientos son un resumen de la
vida cristiana. Las parábolas son muy variadas: por ejemplo, en la primera se representa a los cristianos
como extranjeros en este mundo; en la novena, vuelve a aparecer la torre, cuya construcción ha sido
retrasada para que las piedras desechadas puedan tener tiempo de hacer penitencia; en la décima es el
ángel quien amonesta a la penitencia a él y a toda su familia.

c) Doctrina
Penitencia. La penitencia es el punto central de esa obra. Se podría decir que toda ella es una
exhortación a la penitencia. Enfoca este tema desde un punto de vista pastoral, no dogmático. Habla del
bautismo, y de cómo después hay otra penitencia; sostiene esto contra los que afirmaban que quienes
pecan después del bautismo necesariamente se condenan. El autor, atendiendo principalmente a la
psicología de sus contemporáneos y queriendo arrancar de ellos una conversión sincera, dice que los que
después de haber hecho penitencia vuelven a pecar es difícil que se salven; pero es claro que no niega la
posibilidad de recibir de nuevo el perdón.
Cristología. Este tema se presenta muy confuso a lo largo de esta obra. Habla del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, pero parece decir que Cristo, en cuanto hombre, fue adoptado como hijo; y no deja claro
si fue el Verbo o el Espíritu Santo quien se encarnó.

La Iglesia. Habla de la Iglesia como institución necesaria para la salvación. La Iglesia aparece como una
matrona anciana, porque sería la primera de las criaturas . La torre es también figura de la Iglesia: las
piedras que ya han sido definitivamente incorporadas a su construcción son la Iglesia triunfante; las
restantes piedras, que están mezcladas, son la Iglesia militante; de estas piedras mezcladas, unas serán
aceptadas y otras rechazadas.
Bautismo. Recuerda que el Bautismo es absolutamente necesario para la salvación. Afirma que los
Apóstoles bajaron a los infiernos (limbo) para bautizar a los que allí estaban. El Bautismo aparece
simbólicamente en la edificación de la torre, pues la torre está construida sobre el agua.

Doctrina moral. Distingue entre mandato y consejo (ayuno, celibato...). Muestra la gran influencia que
ejercen los ángeles y los demonios en el comportamiento del hombre. Resuelve casos prácticos de
conciencia: por ejemplo, que el marido debe separarse de la adúltera; pero, si ésta se arrepiente, ha de
recibirla. Permite las segundas nupcias tras la muerte de uno de los cónyuges. Habla de siete virtudes,
que describe como siete mujeres: esto ha influido en las representaciones del arte cristiano.

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Contenido
INTRODUCCION ........................................................................................................................................ 1
Un poco de historia… .................................................................................................................................... 3
María en los Primeros Cristianos................................................................................................................... 5
Los Padres de la Iglesia. ................................................................................................................................. 9
Padres Apostólicos. ................................................................................................................................... 9
 San Clemente............................................................................................................................... 11

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