Sei sulla pagina 1di 21

COLECCIÓN ENSÉÑANOS A ORAR

Señor mío y Dios mío


La oración en voz alta
ANTONIO INIESTA
Primera edición: Enero de 2010
©Cobel, 2010
© Antonio Infesta, 2010
ISBN: 978-84-937623-4-6

Cobel
Edificio INBISA
Avda. Pirineos, 7
28700 - San Sebastián de los Reyes
Madrid (España)
Tel. 91 658 64 54
www.cobelediciones.com

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este
libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya
sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por
escrito del editor.

COLECCIÓN ENSÉÑANOS A ORAR


Señor mío y Dios mío
La oración en voz alta
ANTONIO INIESTA

Señor mío y Dios mío


La oración en voz alta

ÍNDICE
1. Introducción 7
2. El primer mandamiento 11
3. Rogad, pues, al Señor, que mande operarios a su mies 25
4. "Quiero, queda limpio" 41
5. "No tenían lugar para ellos en la posada" 55

01 Introducción
Este libro es continuación de aquel otro titulado "Que me ves, que me oyes".
La intención de estos textos es sólo facilitar la oración, el dialogo con Dios. En aquel otro
libro me serví del comentario de un joven que decía que él no sabía hacer oración, que no podía
hablar con un Dios al que no veía. Le animé a poner por escrito sus ratos de conversación con Dios,
y ¡vaya si sabía hacer oración!
Porque hablar con Dios es algo más sencillo de lo que parece. Hablar con Dios es poner el
corazón y la cabeza en las cosas de Dios, abrirle el alma como se le abre a un amigo, a un padre o a
una madre. Hablarle de tú a tú, de corazón a corazón, con sinceridad de vida, sin querer ocultarle
nuestra pobre condición humana, nuestros pecados, nuestras miserias... y tampoco nuestras
alegrías y nuestras preocupaciones. Y entonces es cuando uno escucha en su alma a Dios, cuando
se presenta a Él como quien es: como un pobre hombre, como una pobre mujer, que necesita
sentirse querido y querer, que necesita sentirse perdonado y... ayudado y... consolado en el
caminar de su vida.
Esto me lo ha enseñado ese chico que no sabía hacer oración. Ojalá a ti te ayude también. A
nuestra buena Madre la Virgen se lo pido para ti y para mí.

AL EMPEZAR LA ORACIÓN:
Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí; que me ves, que ve oyes. Te adoro
con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados, y gracia para hacer con fruto este rato
de oración. Madre mía, Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ánge l de mi guarda, interceded
por mí.
02 El primer mandamiento
¡Menudo día el de hoy, Señor! Parece que no me sale una a derechas. Ahora que voy a
hacer contigo este rato de oración, empiezo pidiéndote perdón porque desde que me levanté
todavía no me había acordado de ti. He tenido la cabeza en mil rollos y no he sido capaz ni de
decirte una palabreja de cariño en todo el día. Y claro, si rasco un poco de porqué me ocurren
estas cosas, lo primero que me viene a la cabeza es que esta mañana, nada más sonar el
despertador, me he dado cuenta que tenía mucho sueño y me he quedado un rato largo en la
cama. La verdad Jesús, es que a esas horas de la mañana uno tiene mil excusas para no vivir el
minuto heroico... El otro día, sin ir más lejos, me pasó lo mismo que hoy, y me excusé para
dejarme llevar por la pereza al pensar que si me levantaba con todo el sueño que tenía, seguro
que ese día iba a estar de mala gaita, y que al final eso lo pagarían mis amigos y así no hay quien
haga apostolado... Mira, Jesús que morro tengo, pero en fin, tú ya sabes como soy, y yo sé que tú
me quieres con mis defectos siempre que esté dispuesto a luchar. Así que te pido perdón por lo de
quedarme en la cama esta mañana y te pido más ayuda para vencer mañana.
Y antes de coger el Evangelio para hacer este rato de oración, quiero saludar a la Virgen.
¿Qué tal madre? Le estaba contando a tu hijo que hoy no me han salido bien las cosas, y que he
pinchado por la mañana y que en clase no me he acordado de Dios para nada, y que además -eso
sólo te lo cuento a ti- he vuelto a ir por la calle super despistado, fijándome en todo y con más
tentaciones que un tonto, y eso me pasa porque no vivo la presencia de Dios y voy muchas veces
al día con mil historias en la cabeza, dejándole a la imaginación que monte una sala multicine en
mi interior. Bueno Madre, menos mal que he acudido a ti cuando llevaba una buena parte de la
película que me he montado después de haber visto a esa chica en el metro... Gracias Madre, y
ayúdame a tener un corazón limpio, y grande y que se sepa muy libre, y aléjame de todas esas
tentaciones que sólo me acaban trayendo un montón de problemas. Bueno, como sé que eres mi
Madre, seguro que cuando me veas otra vez despistado, me vas a echar una mano. Tú no te fíes
de mí que soy un buen trasto.
Y a ti, San José, te pido que me hagas fuerte en la lucha y que sea un tío que no se achante
cuando los de mi clase se ponen a hablar de guarradas y yo no sé como cortarlas. Mira que son
bestias... aunque tú sabes que son buena gente y que yo tengo que quererles más y rezar más por
ellos y así les sabré ayudar mejor. Bueno custodio, dame un codazo cuando me veas distraído en
este rato de oración... Cojo el Evangelio y a ver qué me cuentas, Jesús:
Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que les había
respondido, le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?
Esto es lo que se dice hacer una buena pregunta. Lo que este señor te dice, Jesús, es lo que
yo muchas veces te he preguntado: ¿qué es lo que más te agrada que yo haga por ti? Muchas
veces he pensado que soy incapaz de llegar algún día a cumplir todo lo que tú me mandas. Me
pasa que cuando una semana he logrado, por fin, vivir todas las normas de piedad, esa misma
semana no he cumplido bien mi trabajo o he sido un poco cutre con la lista de mortificaciones, y
luego va la semana siguiente y sí que mejoro en las mortificaciones porque hago más examen,
pero ya no he cumplido del todo las normas, sino que un par de días no fui a Misa y otros tres se
me olvidó el ángelus. Y así Señor, no hay quien avance, por eso muchas veces me desanimo
porque veo que yo solo no puedo. Así que es bueno que me aclares que es lo más importante que
tengo que hacer para quererte de verdad. Por eso me interesa tanto saber cuál es el primero de
tus mandamientos, porque si cumplo ese, por lo menos amarramos y vamos a lo importante, y el
resto ya veremos cómo va saliendo. ¿Y cuál es, Jesús, lo primero que me pides?, ¿cuál es tu primer
mandamiento?:
Jesús respondió: El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y
amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas
tus fuerzas.
Vaya, Jesús, esto sí que es amarrar por tu parte. O sea, que el primer mandamiento, en
definitiva, es todo: amarte... pero en serio, de verdad, al ciento por ciento, a toda máquina,
vamos. Bueno, Jesús voy a escarbar un poco más en tus palabras y así te voy entendiendo mejor.
Tú le has dicho al señor del evangelio que te ha preguntado cuál es el primer mandamiento que
hay que amarte con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas...
pero antes le has dicho eso de que "el Señor Dios nuestro es el único Señor". Supongo que lo dirás
no sólo por que Dios es uno solo y no como los griegos que tenían más dioses que las pecas que
hay en la cara del Piti, sino porque los hombres siempre tendemos a poner lo primero en nuestra
vida las cosas que no son Dios pero que sí las tratamos como si fueran un dios. Por ejempl o, Señor,
yo muchas veces, pongo lo primero de mi vida a mí mismo, a mis cosas, a mi plan del fin de
semana, al cómo quedo, a si mi padre me dará la pasta que me falta para comprarme un juego de
ordenador, a lo que me divierte... y eso muchas veces es lo único que tengo en la cabeza. Por eso,
tengo que darme cuenta que tú eres el único Dios. Es decir, el único que compensa de verdad,
porque todo lo demás, aunque sea muy atrayente de primeras, no es Dios, no es el motivo por el
que tengo que hacer las cosas o dejar de hacerlas.
Madre, ayúdame a que me de cuenta de que Dios es lo único que compensa, lo único por lo
que vale la pena querer a la gente, y hacer las normas, y estudiar y vivir bien la pureza, y no
partirle la cara al creído que tengo a la izquierda de mi pupitre. Y haz que no le ponga el nombre
de Dios a todas esas tonterías que voy buscando cada día; el cómo me lo paso, el cómo caigo a la
gente, el sí le gusto a esa chica, etc. Eso está muy bien, pero no es Dios. Dios es un padrazo que se
le cae la baba por mí y que lo único que quiere es hacerme super feliz si yo le dejo un poco de
hueco en mi alma. Eso sí que compensa, eso sí que es Dios con todas las letras.
Y yo, Señor, tengo que aprender a quererte con todo el corazón, con toda el alma, con toda
la mente y con todas las fuerzas. Mira, Jesús, de las cosas que más me han atraído siempre de ti,
es saber lo mucho que amas y respetas mi libertad personal. Tú no deseas que yo te quiera por
miedo a que me condene, o que haga las normas de piedad para que no haya paquetillo de mi
director espiritual, o que viva la pureza para sentirme mejor. No Jesús, tú quieres que te ame
porque me da la gana. Tú no me pides que cumpla mil cosas y que no te falle nunca. Tú, lo único
que me estás pidiendo es que te quiera, que luche por quererte aunque sea un miserable bastante
curtido por la vida. Y que para amarte ponga todo mi empeño. Que yo haga todo lo que pueda
aunque sea bien poco... que tú ya harás el resto. Qué bien se entiende ahora lo que veíamos el
otro día en clase de religión que decía San Agustín: "Ama y haz lo que quieras". Eso es, Jesús, lo
importante es poner empeño para que tú y yo nos queramos y al resto de asuntos que les den dos
duros. Si el examen de ayer salió mal, pues muy bien. Seguro que tú y yo ese día estaremos un
poco más de bajón, pero lo importante es quererte, no el examen. Si ese amigo mío, al que quiero
mogollón, se le ha puesto cara de imbécil y ahora dice que eso de ir a Misa los domingos es para
los monaguillos, pues muy bien, voy a rezar más por él y ya saldrá de esta, pero lo importante es
que yo te quiera más y que yo vaya dejando que tú me puedas querer más. Y lo mismo te digo de
mis estados de ánimo y de si parece que mejoro o empeoro en la vida interior, y de si las cosas me
cuestan ahora más o menos que antes o de si este domingo ganará mi equipo de fútbol o volverán
a pegarnos una paliza como la semana anterior... Jesús, lo importante es querer amarte. Qué bien
se entiende esto en este rato de oración.
Lo que me pasa a mí, Jesús, es que son muy pocas las veces que pongo empeño en amarte
de veras. Por ejemplo, tú dices que tenemos que amarte con todo el corazón, y yo muchas veces el
corazón lo tengo puesto en mí y en mis cosas. Y si tengo que amarte con todo el corazón, ¿con que
trozo voy a querer a mis padres y a mis amigos? Ya se ve, Jesús, que con el mismo cariño que
pongo en querer a mi madre (por cierto, te mando un saludo de su parte y haz que no sufre tanto
por el hijo un poco trasto que le he salido), o en querer a mis ami gos del cole, pues con ese mismo
corazón es con el que yo te quiero a ti, porque no tengo más que un solo corazón... un poco cutre,
pero uno solo. Y lo que tengo que hacer es poner ese corazón entero para ti, y así me será más
fácil querer a la gente, a la que me cae muy bien y a la que le tengo un poco de ojeriza o de manía.
Jesús, yo te entrego mi corazón entero, con todas sus miserias, y así tú sacarás un corazón más
enamorado, más dispuesto a poner verdadero empeño por acordarme de ti a diario y por no
fallarte ni un día Misa, ni por negarte esa pequeña mortificación que sé que me estás pidiendo. Y si
lucho por poner todo mi corazón para ti, seguro que no lo acabo vendiendo por treinta malditas
monedas de plata, que muchas veces son mi egoísmo, mi como me lo monto, mi sensualidad, mi
pereza o mi soberbieta.
Y si pongo ese empeño, también estarás tú presente en toda mi alma y en toda mi mente. Y
ayúdame a poner todas mis fuerzas en amarte, sin desanimarme cuando vea que fallo o sin querer
ocultar mis defectos para así no tener que luchar un poquillo más. Jesús que deje de excusarme
tantas veces para no reconocer mis errores. Ayúdame a no engañarme, a poner todas mis fuerzas
en agradarte a ti, en hacer en cada instante eso que me estás pidiendo, y dame la valentía de
saber pedirte perdón muchas veces al día cuando vea que me he equivocado. Así será muy fácil
que no me equivoque, porque cada vez que te pida perdón y recomience, eso es quererte con
todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas. ¿Y qué más me
cuentas, Jesús, en tu evangelio sobre cuál es el segundo mandamiento más importante?:
El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento
mayor que éstos.
Vaya el Señor, si el primer mandamiento era amarrar a tope por tu parte, en este tampoco
te has quedado corto. Y es que has dado en el clavo. Quererte con todo mi ser es el primer
mandamiento, y el segundo es querer a los otros como me quiero a mí mismo. Y ya entiendo por
mí mismo, que los otros, el prójimo es todo vecino que me encuentre por la calle, pero
especialmente aquellos con los que convivo más de cerca: mis padres, mis hermanos, mis amigos,
mis compañeros de Colegio, mis profesores... (Señor, ¿los profesores de verdad que también
entran en esto de quererles?). Y al pesado del conductor de mi parada de autobús que cuando
puede me la juega y no me abre la puerta, y a ese amigo pesao que habla más que una radio, y a
esa chica que quiere que le presente a Juan y no para hasta que lo consigue (aunque ya le he dicho
yo, que con este se come un rosco, que Juan esta ya pillao, pero ella ni caso), y a tantos y a tantas
que cuando se concretan quienes son resulta bastante difícil quererles.
Pero mira, Señor, ¿por qué este empeño tuyo en que yo qui era a los demás? ¿por qué no
limitarme a querer a los que me caen bien, a los que me dejan copiar en los exámenes, a los que
se portan bien conmigo y al resto pues hasta luego y que te den dos duros? Tú has dicho que no
hay mejor amigo que el que está dispuesto a dar la vida por otro. Pues eso, yo por mis amigos lo
que haga falta, pero por el resto... Pero es que Señor, si tú actuaras como yo pienso, pues apañado
íbamos (el primero yo, la verdad). Tú me has enseñado a querer a todos, también a los que te han
ofendido, a los que te han escupido, a los que pasan de ti todos los días. Muchas veces he pensado
que si yo fuera Dios fijo que mandaba un par de rayos a la calva de más de un político, pero tú,
Señor, no actúas así, me pides querer a todos, pensar en l os demás, servirles, ayudarles, ponerlos
por delante de mí y de mis cosas.
Y es que, Señor, algo gordo querrás enseñarme con este segundo mandamiento del que
todos hablan hasta que se les llena la boca pero que muy pocos ponen en práctica (no hay nada
más que ver el campeonato de rajes a la espalda que hay en mi clase). Ya se ve que esto de querer
a los demás es mucho más que un buen sentimiento. Es un acto de la voluntad, es una actitud en
la vida, es un principio que se coge o que se deja, pero que marca de verdad. Por eso has dicho
muchas veces, Jesús, que se sabrá si uno es cristiano o no por cómo quiere a los demás. Si ya lo
decía el cura en la homilía del domingo: "En esto conocerán que sois mis discípulos: en el amor
que os tenéis unos a otros". Pero es que, Señor, esto no lo cumple ni su padre. Aquí todo el mundo
va a su bola y todos somos unos egoístas de mil pares de narices. Pero ya veo que si quiero ser
buen cristiano he de querer a los demás, vencer mi egoísmo, preocuparme por los otros y tratarl os
como me gustaría que me trataran a mí. Esto cuesta, Jesús y creo que cuesta mucho. Porque si
quiero de verdad a los otros, me preocuparé por cómo se lo pasan ellos y no por cómo me lo paso
yo, sus preocupaciones, sus agobios, sus tristezas, sus bajones, sus subidones y sus rollos deberían
de interesarme de verdad y no simplemente poner cara de interés pero sabiendo que en el fondo
no me interesa nada lo que me cuentas. Y también debería estar preocupado en ayudarles, en
servirles, en explicarles alguna asignatura si no la entienden, en valorar como son, en dar las
gracias y en pedirles perdón cuando vea que no he actuado como un buen cristiano porque he
sido un egoísta. Y en casa debería estar pendiente de ayudar a mis hermanos en lugar de meterles
palizas, en cumplir los encargos que me pide mi madre y en saludar a mi padre con cariño cuando
llega del curro. Y, eso Señor, cuesta. A mí me cuesta.
Mira Madre, ya se ve que aquí necesito ayuda extra. Hazme menos egoistón. Que deje ver a
Cristo en mí por cómo quiero a los demás (jo, me ha quedado frase de teólogo, si es que esto de
hacer la oración dos días seguidos me hace aspirar al premio de santito del año). Y ya se que si les
quiero, si me preocupo por ellos, si les sirvo y les ayudo el más feliz seré yo. De eso tengo algo de
experiencia... poca, pero al menos algo.
Bueno, pues nada, habrá que ir concretando algún propósito, preocupándome por lograr
que este mandamiento cale de verdad en mi vida. Lo primero, Señor, como todo es pedirte ayuda
y lo segundo es pedirte que me hagas generoso con mi vida. Si me preocupo de los demás tendré
menos tiempo para pensar en mí, y como ya está super demostrado que pensar en mí no
compensa, pues así me irá mucho mejor. Voy a intentar, Jesús, cómo puedo querer más a la gen te
esta tarde, cómo puedo hacer para que vean que me importan. Y es que con que sea más
agradecido o le pregunte por cómo llevan los exámenes o procure esta noche en casa quitar la
mesa después de la cena, ya habremos avanzado mucho. Pero bueno, voy a acabar de leer este
parte del Evangelio.
Y le dijo el escriba: ¡Bien Maestro!, con verdad has dicho que Dios es uno sólo y no hay
otro fuera de Él; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y
amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Viendo Jesús
que le había respondido con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y ninguno se
atrevía ya a hacerle preguntas.
Este escriba que pregunta al Señor es un pelota profesional. Va el tío y repite palabra a
palabra lo que has dicho tú antes, Jesús. Pero me quedo con tu última frase, esa que le dices al
escriba: "No estás lejos del Reino de Dios". Y es que este es mi camino, mi fin. Ir al cielo es de
verdad lo único que me importa, y para ir al cielo lo que me pides son sólo dos cosas: Quererte a
muerte y querer a los demás como me quiero a mí mismo (y mira que yo me quiero bastante a mí
mismo). Pues nada... a ponerse a ello.
Antes de acabar este rato de oración, Jesús, voy a pedirte que me ayudes especialmente a
darme cuenta de cuando soy un egoísta. A veces tardo en darme cuenta y si no es porque el cura
me lo repite a diario, ni me enteraría. Y soy un egoísta cuando rajo de los demás, o cuando me
escaqueo para no ayudara un compañero de clase en un examen que sé que lo lleva muy justillo, o
cuando me quejo por todo y no agradezco nada a nadie, o cuando me escabullo de hacer los
encargos, o cuando siempre elijo lo mejor para mí. Y luego está. Jesús, todas esas envidias que
están dentro de mí (porque a éste le hacen más caso, porque liga que es una máquina, porque le
han puesto mejor nota que a mí, porque él es titular en el partido y yo otra vez al banquillo). Eso sí
que cuesta quitarlo de primeras, pero bueno, si me doy cuenta de que eso no es querer de verdad
a los otros, pues a pedirte perdón y a volver a empezar.
La verdad es que yo a los amigos que más aprecio son aquellos que sé que me quieren de
verdad, los que se preocupan por mí, los que están conmigo no porque les doy algo o les aporto
tabaco, sino que sé que me quieren por mí mismo, me aprecian a mí, no a mis cosas. ¡Qué a gusto
se está con una persona que te quiere! Pues eso, Señor, es lo que yo tengo que hacer por los
demás, eso es lo que me pides, eso es lo que significa ser cristiano de verdad, y no simplemente de
boquilla.
Pues nada, Madre, lo dicho: a ayudarme y a darme estopa cuando veas que me equivoco,
que me vuelvo otro egoistón. Y tú, ángel custodio, dame un toque cuando me meta por caminos
de egoísmo, de ir a mi bola, de pensar sólo en mi rollo. Y a ti, bueno de San José, enséñame a
querer a la Virgen y a Jesús como tú les querías. Cómo te dejaste el pellejo por ellos, ¡cuanto
hiciste por tenerlos contentos, por ayudarles en lo que podías! Qué cierto es eso de San José, mi
padre y señor. A ti acudo también para que estos dos mandamientos sean desde ahora el motivo
de mi lucha de cada día, cuando apetezca y cuando no apetezca. A ti te lo pido. No me dejes solo y
mil gracias por adelantado.
AL ACABAR LA ORACIÓN:
Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones, que me has
comunicado en este rato de oración. Te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía,
Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, interceded por mí
AL EMPEZAR LA ORACIÓN:
Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí; que me ves, que ve oyes. Te adoro
con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados, y gracia para hacer con fruto este rato
de oración. Madre mía, Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, interceded
por mí.
03 Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies
"Que me ves, que me oyes". Eso es lo que he repetido en la oración introductoria de este
rato de conversación contigo, Jesús. Sé que estas ahí, en el Sagrario, que me ves, que escuchas
todo lo que tengo que decirte, que mis cosas te importan y quieres saber cómo estoy, qué me
pasa, cuáles son mis preocupaciones, y mis alegrías y mis tristezas. Por eso te pido que hagas más
real esa otra frase que he repetido hace unos segundos: Creo firmemente que estas aquí. Y ahora,
antes de empezar este rato de oración, vuelvo a decírtelo con palabras mías: Señor, a pesar de mi
poca fe, creo que tú estas en el Sagrario, que eres el mismo Dios que creó el mundo y la tierra, y
que dio vida a mis padres y me dio la vida a mí. Creo que en ese pequeño trozo de pan está el
mismo que nació en Belén y el mismo que hizo cantidad de milagros. No otro, no una
representación, no un espíritu indefinido o un ser medio raro medio divino que me hace sentirme
bien. Sé que tú eres Dios en ese pequeño trozo de pan. Y lo creo porque eres tú quien lo ha dicho y
eso me basta. Mi fe es fe en ti, fe en tu palabra, confianza en que no me engañas ni me das baje
porque sé que me quieres. Ayuda tú mi falta de fe, mis dudas que aparecen de vez en cuando, mi
rebeldía interior que me lleva a no creerme del todo que esto que digo es cierto de verdad. Y
ahora, antes de empezar, vuelvo a decírtelo de verdad: Creo que eres tú, creo que eres Dios en la
Hostia Santa, y lo creo más firmemente que lo que puedan ver mis ojos o sentir mis sentidos. Yo
creo en ti, Dios mío y eso esa es la seguridad más grande que puedo tener.
Madre, mamá, madre mía. Ayúdame Tú, Virgen pura, a creer de verdad a tu hijo, fortalece
mi fe, sé tú mi escudo contra las tentaciones de fe que a veces me asaltan. Haz que me fie de tu
hijo al cien por ciento. Y aprovecho ahora para hacer un acto de entrega. Aquí me tienes para lo
que quieras. Quiero ser buen cristiano, quiero ser buen hijo de Dios aunque muchas veces mis
actos digan lo contrario. Tú ya sabes cómo soy, ya sabes que soy un poco creído y que me encanta
llevármelas de cool ante los demás e ir por la vida fingiendo ser mejor que todos. Es pura fachada
y ante ti no puedo disimular. Me siento muchas veces un gran tonto, un tipo que sabe muy bien lo
que tiene que hacer para estar cerca de Dios pero que muchas veces prefiere su egoísmo, sus
placercillos, su soberbia de querer tener razón y de justificarse ante los demás. Hasta hay veces
que intento engañar a mi conciencia pensando que eso que hago lo hacen casi todos y que
tampoco hay que exagerar esto de la vida cristiana. Que ni soy cura ni lo pretendo y que tampoco
hago tan mal las cosas si me comparo con algunos de mi clase. Pero sé, Madre mía, que tú a mí me
has dado mucho y por eso no puedo engañarme pensando que ya vale con lo que hago, que tú lo
que quieres de mí es que sea santo, que quiera con locura a tu hijo, que sea buen ejemplo para
mis amigos, y eso es lo que muchas veces yo no quiero. Por eso ayúdame, ven a apoyarme cuando
aparece la tentación, ven a socorrerme cuando me meto por esos caminos que acaban mal y
muchas veces me hacen pecar. Sé mi amparo en las tentaciones de impureza porque hay veces
que parece que son invencibles y logra que me tome en serio esto de luchar por ser santo. Que
sea piadoso, que cuando me arrodille ante el Sagrario le diga una palabra de cariño a Jesús que
está en el Sagrario, que asista a Misa con fe y que cuando haga la oración no esté todo el rato del
pendiente del reloj para ver cuando se acaba esto o del bb y la ultima conversación que dejé a
medias antes de entrar al oratorio. Y quítame ese afán de quedar bien que tengo cuando hablo
con el sacerdote o ese amigo que me ayuda, porque siempre tiendo a excusarme y muchas veces
no quiero hablar con él porque sé lo que me va a decir y no tengo ganas de que me lo recuerden. Y
es por pura cobardía, por pura vergüenza de reconocer mis errores y mis miserias. En fin, Madre,
tú ya sabes quien soy y en donde me aprieta el zapato. Así que ayúdame, por favor.
Tú, Custodio, lo tienes más fácil porque andas todo el día junto a mí. Que cuando vaya a
meter la pata me des un toque y haz que tenga más presencia de Dios. Gánate tu sueldo y
ayúdame a que cuando pase por la puerta de una iglesia le diga algún piropo a la Virgen, o que
cuando vea un crucifijo sepa pedirle perdón al Señor por mis pecados o que cuando me ponga a
estudiar sea recio y no me levante de la silla cada cuarto de hora. Vamos hombre!, que tú puedes
hacer un poco más por mí. No me dejes tirado.
Y ahora, Señor, una tarde más, voy a hacer este rato de oración con una parte del Evangelio:
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el
Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias.
Jesús, que buen brother eres (vaya, perdón por lo de brother pero ya sabes que en mi jerga
eso significa buena gente, alguien cercano y en quien confío y eso sé que te gusta oírlo). El
Evangelio pone que allá por donde ibas te dedicabas a enseñar el camino de ir al cielo y curando a
todos los enfermos. No me extraña que tuvieras un buen club de fans porque eras un tipo
increíble. ¿Quién no te iba a admirar después de que te dedicaras a ayudar a los demás y a
quitarles sus enfermedades y todo lo que les hacía sufrir? Pues Señor, tú no has cambiado, tal vez
los hombres sí, tal vez seamos más egoístas que antes pero tú eres el mismo. Tú sigues
diciéndonos a todos cómo ser felices, cómo ir al cielo, tú nos enseñas cómo ser buenos cristianos y
buenos hijos de Dios, y sigues, hoy, curando nuestras enfermedades y nuestras dolencias. Tu
poder no ha disminuido, la pócima de tu botella no está acabada. Lo que ocurre es que yo te lo
pido pocas veces, soy yo el que huyo de tu ayuda, de tu palabra y sólo me acuerdo de ti cuando
quiero que me arregles un problema a toda velocidad y sin preguntar.
Ya veo que tengo que ser más humilde. Sólo rezan los humildes, los que se fían de Dios y no
de uno mismo, los que saben que tú puedes ayudarles y por eso te buscan con insistencia. Si yo
me fiara más de ti, Señor... Es que a veces -tal vez muchas veces- sólo me acuerdo de ti cuando
llegan los problemas de verdad, pero en el día a día funciono a mi bola, a mi interés y de ti apenas
me acuerdo. Y no te cuento cuando llegan los fines de semana. Parece que entonces ya no me
acuerdo de ti hasta que llega la Misa del domingo, y cuando acaba sigo a mis cosas y el lunes,
vuelta a empezar... Así, Jesús, no hay quien avance. Dame, por favor, estabilidad, dame constancia
en mi lucha. Cura esta enfermedad mía, esta enfermedad que es pura inmadurez, puro vivir
felizmente y buscar sólo lo que me apetece.
¿Y por qué no me voy a fiar de que eres capaz de curarme? A ti te lo pido de verdad y sé que
me vas a escuchar y me vas a ayudar. Y yo hago el propósito de pedirte más a menudo por mí y
por mis amigos porque sé que cuanto más pida más necesitado de ti estaré. Y así seré algo más
humilde, que según me dice el cura con insistencia parece que es algo que no me viene nada mal.
Y sigo leyendo el Evangelio:
Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas,
como ovejas que no tienen pastor.
Tú, Jesús, eres Dios pero también hombre, y tienes sentimientos y por eso te compadeces
de las gentes, de todos los hombres... de mí. Porque andamos por la vida como acelerados pero en
el fondo estamos abandonados porque funcionamos sin pastor, sin nadie que nos oriente y nos
ayude. Y eso es lo que necesitamos: ayuda. ¿Y a quién vamos a pedírsela sino a ti?
Tú te compadeces de la gente "porque estaban extenuadas y abandonadas". Menudo
padrazo que es Dios. ¡Cuánto le importan los hombres! Por eso quieres ser para nosotros buen
pastor, alguien que nos oriente, nos indique el camino correcto que nos lleva al cielo y nos hace
ser felices... y nosotros, mientras, intentando huir de ti a toda costa, viviendo cómo si no
existieras, alejándonos de tu ayuda constantemente.
Yo creo, Jesús, que lo que nos ocurre es que en el fondo no queremos ser ovejas, queremos
ser pastores de nosotros mismos. Eso de ser oveja suena un poco cutre, un poco como perder la
libertad y no poder hacer lo que nos da la gana. Ser pastor suena mejor: mandar, silbar a unos y a
otros, decidir donde hay que ir y donde no, llevar las riendas del futuro y tomar decisiones sobre
nuestras cosas sin necesidad de pedir permiso a nadie. Y es que nos encanta sentirnos super
libres, sin depender de nadie ni de nada. Pero yo ya sé como acaba esta forma de pensar en mi
vida: acaba siempre en huerto porque me meto en follones de los que luego es difícil salir. Por eso
no me queda otra que querer ser oveja tuya, querer formar parte de tu rebaño. Yo ya sé que a ti te
encanta que yo me sienta libre y me sepa libre (para algo me has dado la libertad) y que si te amo
sea porque yo quiero, porque me da la gana, porque lo he decidido yo. Tú sólo quieres ayudarme a
ser feliz, a guiarme en el camino de mi vida, a impedir que me descarríe y me meta en situaciones
que sólo me hacen daño y me impiden ser feliz ¿Y por qué me cuesta tanto fiarme de ti? ¿Por qué
me cuesta tanto dejarme llevar por ti, dejar mi vida en tus manos, fiarme por entero y dejar de
tenerte miedo como si fueras el malo de la peli? Pues eso, Señor, que viéndote así la cosa cambia.
Ya sé que casi todo es fiarse más de ti y menos de mí mismo, y eso es lo que yo te pido ahora y lo
que quiero decirte en este rato de oración: que me fio de ti, que quiero que seas el pastor de mi
vida, el que me guíe en los pasos de mi existencia. Y yo lucharé por escucharte, por seguirte de
cerca, por no pasar de lo que me dices para que yo sea santo, para que yo sea feliz. Y sigo leyendo:
Entonces dijo a sus discípulos: "La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos;
rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies".
Primero, Jesús, te compadeces de nosotros y te dedicas a ayudar a todos en sus dolencias y
a curar sus enfermedades, luego te dueles que andemos los hombres por la vida como ovejas sin
pastor y ahora nos pides que te roguemos para que envíes muchos trabajadores a tu mies pues la
tarea es enorme y hay mucho por lo que trabajar. Y es que voy ya entendiendo mejor esta
parábola. Tú lo que quieres es que seamos muchos los que colaboremos en este tarea tuya de
ayudar a las almas, de enseñarles como ir al cielo, de ser también pastores de nuestros amigos. Y
para eso necesitas que haya más gente dispuesta a trabajar en esta misión de hacer apostolado,
de acercar muchas almas a Dios.
Pero es que también esto de decidirse a hacer apostolado es una cosa muy seria. Pues lo
primero es estar dispuesto a poner el hombro para trabajar hombro a hombro contigo. Lo más
fuerte, Señor, es pensar que tú me necesitas, que con todo lo pringao que yo soy, tu m e necesitas
a mí. Eso es un lujazo. Es como si me pidiera ayuda Florentino para sacar el Madrid adelante y me
fichara en su equipo para ganar la Champions. Yo estaría super orgulloso (y mi cuenta bancaria
también) y le diría que sí inmediatamente. Pero lo que tú me pides es mucho más que eso. Es
ayudarte a que la gente vaya al cielo, sea feliz, esté cerca de ti. Y yo claro que quiero ayudarte,
claro que estoy dispuesto a trabajar junto a ti y poner mi vida a tu servicio para sacar esto
adelante.
Sé que esto supone alguna renuncia y estar dispuesto a dar buen ejemplo. Por eso tienes
tanto interés en que yo sea santo, pues nadie da lo que no tiene, y difícilmente podré acercar las
almas a ti si yo estoy lejos de Dios o mi vida es mediocre. De ahí la importanci a de cumplir todos
los días el plan de vida y de estudiar seriamente para tener algo de prestigio ante los demás y la
importancia de querer a todos, sean quienes sean, pues eso es lo que has hecho tú. Por eso voy a
rezar más por mis amigos, para que me enseñes como ayudarles y para que ellos estén más
decididos a vivir junto a ti. Y si les quiero de verdad, si soy amigo de ellos y ven que me tomo las
cosas de Dios en serio y que les digo las cosas a la cara, entonces seguro que al menos me
escucharán y se pensarán las cosas mejor. Todos tenemos necesidad de que otros nos ayuden, y a
la gente que nos quiere es fácil escucharles y hacerles caso (a mí me pasa con mi padre, que
muchas veces le acabo haciendo caso porque sé que me aprecia mucho y que le importo d e
verdad, aunque a veces lo que me dice no me hace mucha gracia).
Pues nada, Señor, que aquí me tienes, que yo si quiero trabajar en tu mies y ayudarte en
esta tarea de hacer apostolado. Ya sabes que soy bastante vergonzoso y que me encanta quedar
muy bien delante de los demás (sobre todo delante de algunas), y que tengo que mejorar en
muchas cosas pero sé que cuento con la ayuda de la Virgen, y con Ella todo será mucho más fácil.
Madre, no me dejes y ayúdame a que sea muy apostólico, que eso es lo importan te.
Y rogaré para que muchos otros vengan a trabajar junto a ti, Jesús. Yo tengo algunos amigos
que si se decidieran a ayudarte avanzaríamos muy rápido. Son muy buenos estudiantes, dos de
ellos juegan al fútbol que ni Cristiano Ronaldo y hay otros tres que son un poco chulos pero se
llevan a la gente de calle. Casi todos tienen algo de formación cristiana, pero les pasa como a mí,
no acaban de conocerte y te tratan con cierta indiferencia. Piensan que vives muy lejos de sus
vidas y aunque gracias a sus padres son cristianos, es todavía un cristianismo muy oficial de ir a
Misa los domingos y da gracias. A estos seré a los primeros que ayude porque si cambian, ellos
ayudarán a muchos otros a los que yo nunca podré llegar. Y luego hay otros que parece que
reniegan de ti, que dicen que lo de Dios es un cuento de los curas para echar pasta los domingos
en la bandeja de la iglesia, pero son buena gente, tienen buen corazón y son muy amigos de sus
amigos. Por estos tal vez tendré que rezar un poco más porque andan más despistados, pero he de
conseguir el modo de hablar con ellos a solas tranquilamente. Son gente de buen corazón y seguro
que se habrán hecho muchas preguntas sobre la vida, el sufrimiento, el porqué del mal en el
mundo, el sentido de la muerte. Les preguntaré que piensan de ti, y les voy a animar a que se
vengan un día conmigo a este oratorio para que charlen un rato contigo y tú ya te encargas
entonces de aclararles todas sus dudas y de paso les dices que eso de los curas es un poco sobrada
y que también son buena gente. Bueno, Señor, pues yo me dedicaré a darte trabajo extra con mis
amigos para que les ayudes. Primero rezaré más, te insistiré un día y otro y luego tú me ayudas
para cuando hable a solas con cada uno. Verás como nos forramos. ¡Ah, y graci as por dejarme
trabajar junto a ti y poder ayudarte en algo! Voy a acabar de leer estas palabras tuyas del
Evangelio:
Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y
curar toda enfermedad y dolencia. A estos doce los envió con estas instrucciones: "Id a las
ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad
enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis,
dadlo gratis".
¡Esto es la leche! Menudo pedazo de poderes que distes a tus discípulos. Y es que, Señor, tú
también te fías mucho de los que deciden ayudarte. A pesar de lo mucho que nos conoces no
temes fiarte de nosotros. Y eso tiene mucho mérito porque ya sabes de la pasta que estamos
hechos, y que un día te decimos que muy bien, que aquí nos tienes, pero al siguiente somos
capaces de decirte que no te conocemos. Y esto te ocurrió también con los apóstoles, que había
unos días que te decían que iban a dar la vida por ti y luego va San Pedro (¡el primer Papa de la
Iglesia!) y te niega delante de una portera cuando te apresan para clavarte en la Cruz. Mira que
somos cutres los hombres, pero tú no lo eres, tú te fías de mí y yo no quiero defraudarte más.
Venga, Madre, ayúdame a que no deje solo a tu hijo tantas veces, ayúdame a ser fiel a mi palabra
dada de querer colaborar con Dios en la extensión del Evangelio... en hacer apostolado.
Y supongo, Señor, que ese mismo empeño que pusiste en dar a tus apóstoles poderes para
hacer apostolado, harás también conmigo. Tampoco se trata de que vaya por la calle haciendo
milagros, o me acerque al cementerio a sacar a varios de sus tumbas, pero sí que necesito que me
des un poder muy importante: el convencimiento interior..., la convicción más profun da de que
trabajo para ti, de que lo que hago es algo muy importante y de que pongo los cinco sentidos y
todas mis fuerzas en sacar esto adelante. Cuando esto no lo tengo claro es cuando me echo para
atrás, cuando te dejo solo en esta tarea de llevar las almas hacia Ti. Y eso me pasa cuando me
olvido de ti, cuando me alejo de Dios y me dedico a ir a mis cosas. Necesito que en esto me ayudes
de verdad, y que me ayudes muy constantemente porque yo soy de los que te digo que muy bien,
que aquí me tienes, pero luego te dejo tirado por cualquier tontería.
El otro día, sin ir más lejos, me di cuenta que llevaba ya una semana sin hacer ningún día la
oración y que aunque me propuse ir a Misa el viernes al final no fui para jugar ese partido de
fútbol en el patio, y me empezó a costar mucho más vivir la pureza y en casa me volví más
egoistón, sin querer hacer encargos ni ayudar a mi hermano pequeño. Y esto me pasa con
frecuencia. Y claro, ahí es difícil darse cuenta de todas estas cosas grandes que ahora estamos
hablando. Y en lugar de ayudar a mis amigos, pues prácticamente los alejo de ti porque ni me ven
coherente con mi fe ni yo soy capaz de ayudarles a que se acerquen más a ti porque yo soy el
primero que estoy lejos de Dios. Por eso, Señor, necesito que hagas ese milagro conmigo: que me
decida de una vez a ponerte lo primero en mi vida y que cuando vea que no lo hago, pues que me
ayudes a rectificar con prontitud, e ir al cura corriendo a pedirle ayuda y a que me diga en qué
tengo que cambiar para volver a ayudarte en esta tarea de hacer mucho apostolado.
Bueno, Madre, tengo que irme ya. Pero antes te pido esto que le he contado a tu hijo. Yo sé
que tú vas a estar muy pendiente de mí, y por eso no puedes dejar que estos buenos deseos de
vivir muy cerca de Dios y de hacer mucho apostolado se apaguen por mi debilidad, por mi pereza,
por mi egoísmo o por mi tibieza. En ti vuelvo a confiar a muerte, Madre mía.
A San José le pido lo mismo, y sé que con él no hay problema. Sabe mejor que nadie los
muchos sacrificios que hay que hacer para ayudar a Jesús.
A ti Custodio, te dejo el resto del curro. Que cuando vea a mis amigos lo primero que piense
sea en cómo ayudarles, en cómo quererles más, en cómo servirles de verdad. Y tú dile a los
custodios de mis amigos que se pongan en marcha, que les susurren al oído esos buenos
sentimientos que les llevarán a querer acercarse más a Dios. Así entre todos vamos haciendo esto
más rápido, que no es plan que tengan que pasar cuarenta años para que mis amigos se confiesen.
Bueno Custodio, nos ponemos a ello. Yo confío en ti. Así que no me dejes en la estacada.
AL ACABAR LA ORACIÓN:
Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones, que me has
comunicado en este rato de oración. Te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía,
Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, Interceded por mí
AL EMPEZAR LA ORACIÓN:
Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí; que me ves, que ve oyes. Te adoro
con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados, y gracia para hacer con fruto este rato
de oración. Madre mía, Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, interceded
por mí.
04 "Quiero, queda limpio"
Otra tarde junto a ti, Jesús. Llevaba varios días sin venir a hablar contigo. Aunque muchas
veces he hecho el propósito de hacer la oración todos los días, luego no es verdad que lo cumplo.
Ya sé que es pura pereza pero es que llevo una semana llena de exámenes (por cierto, ayúdame
con las mates que sabes que es lo que más flojo llevo) y eso, pues que me he ido diciendo día tras
día: Hoy no tengo tiempo. Y así ha pasado la semana entera. Pero en fin, esto es lo mío: meter la
pata y volver a sacarla. Así que aquí me tienes de nuevo, con ganas de volver a empezar y con
ilusión de volver a ganar en amistad contigo. Pero a un amigo no se le deja tirado cuando uno ha
quedado con él, y eso es lo que yo he hecho contigo, Jesús. Así que te pido perdón y fuerzas para
recomenzar la lucha. Madre, madre guapa, ayúdame a que haga la oración bien, y a que la haga
todos los días, porque sé que eso me hace mucho bien. Y a ti Custodio, un saludo, que llevaba
tiempo sin dirigirte la palabra. Ni siquiera me he acordado de pedirte ayuda en los exámenes. Pero
en fin, como tú lo puedes casi todo, hazme el favorcillo de meter en la cabeza de mis profesores
que soy una gran persona y mejor alumno y que si ven algún error en mis exámenes (en algunos
de ellos salí bastante... bastante... en fin dejémoslo con la expresión "con miedo en el cuerpo"),
pues que vean sobre todo lo positivo y que me aprueben todas, que este verano tengo unos
buenos planes montados y no quiero que las dichosas notas me los estropeen. Al bueno de San
José le pido constancia en mi estudio, pero que eso no le quite las ganas de ayudarme en estos
exámenes que acaban de terminar. Voy a coger el Evangelio, Jesús, y a ver qué me cuentas:
Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se
arrodilló y le dijo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme".
Lo mejor del monte siempre es bajarlo, aunque a los que les gusta mucho esto de la
montaña dicen que es lo más peligroso. A mí lo que me gusta es el asfalto, así que no comparto
esta idea, pero entre subirlo y bajarlo, vamos, que yo prefiero bajarlo... Bueno, voy al tema que ya
me estoy despistando.
Un leproso es un leproso por mucho que uno lo lea en el Evangelio. En aquella época nadie
se acercaba a un leproso (tampoco ahora creo que haya mucha gente dispuesta. Yo sólo conozco a
las buenas monjas de la Teresa de Calcuta. Igual hay más gente pero no creo que abunden,
vamos). Pero tú, Jesús, dejas que se te acerquen todos. El gesto de ponerse de rodillas me parece
muy significativo. Así se piden las cosas a Dios. De rodillas. Esa es la actitud propia del hombre
ante ti, pero yo lo olvido muchas veces. Hay ocasiones que te he pedido algo como si fueras una
máquina de echar botes de coca-cola. Echo un par de oraciones y espero que hagas lo que te pido.
Pero claro, así me va por la vida. No consigo ni una.
Y es que el leproso tenía algo muy importante que pedirte: que le curaras, que le limpiaras
de toda su inmundicia, de toda su enfermedad, de todo la lepra que le corría por el cuerpo y le
estaba matando. Y eso que el pobre leproso no tendría ninguna culpa de lo que le había ocurrido.
Estaba enfermo y acude a ti. Estaba podrido y acude a ti. Estaba muriéndose y acude a ti. Pero no
te lo exige, te lo pide. Te dice si quieres, puedes limpiarme. Se somete a tu voluntad, sea la que
sea. Te deja hacer, se pone en tus manos, te cuenta su problema y te manifiesta su deseo, pero te
dice "si quieres, puedes limpiarme", como dejando la iniciativa en tus manos, como deseando que
pase lo que tu decidas...
Pero yo, Señor, aunque estoy muy bien de salud, la verdad es que muchas veces soy un
leproso del alma. Estoy podrido por dentro por culpa del pecado, me alejo de ti, te niego, no te
hago ni caso a lo que me pides que cumpla... Y peco, y a veces gravemente y otras son pecados
veniales, pero que uno tras otro suman un montón y me instalan en esa actitud tibia y cutre,
donde mi cristianismo brilla por su ausencia. Te pido perdón, Jesús, pero esto es lo que me pasa
muchas veces. Y por eso tienes que ayudarme, tienes que hacer que valore estar en gracia de Dios,
siempre, no algunas veces o casi siempre o durante algunas temporadas.
Jesús, ¡cuántas veces me ha hablado el cura de la gran desgracia que es estar en pecado! Yo
al principio pensaba que las cosas eran malas porque eran pecado. Poco a poco he ido
comprendiendo (a veces a base de amargas experiencias) de que es al revés: de que las cosas son
pecado porque son malas. Que el pecado es un mal en sí mismo, que el que sale perdiendo con el
pecado soy yo. Cuando me explicaron los mandamientos de pequeño, pensé que eran mogollón y
que no te dejaban hacer nada. Poco a poco me aficioné a explorar caminos prohibidos... ¡y me
metí en cada huerto...! Tardé en entender que el pecado no sólo era ofenderte, sino que también
era ofenderme. Y que si pecaba al que más le dolía era a ti por el inmenso cariño que me tienes.
Antes pensaba que el pecado hacía que te cabrearas conmigo, pero luego entendí que no era así,
que era yo quien me alejaba de ti, no tu de mi. Pero esto, cuando llega la tentación, muchas veces
me olvido y elijo mi comodidad, mi egoísmo, mi placer del momento que luego deja tan mal sabor
de boca.
Y es que esto del pecado es muchas veces un misterio. Tú nos creas para ser felices y nos
das cuatro normas para conseguirlo, y nosotros los hombres nos empeñamos a diario en no
hacerte ni caso, ni a ti ni a tus normas, y vamos buscando como saltárnoslas y como hacer lo
contrario de lo que nos pides. Y luego nos quejamos de no estar contentos, de que la vida es muy
dura y muy injusta y que porqué Dios no nos ayuda si tanto le importamos. Somos más fal sos que
un Judas de plástico. Si al final hasta te echamos la culpa a ti de alejarnos de ti. Convertimos al
ofendido en ofensor. Señor, ¡es que no hay quien nos entienda!
Pero Jesús, ¿por qué este afán de pecar?, ¿por qué este afán por alejarnos de ti cuan do tú
eres quien más nos quiere? Supongo que será porque el pecado tiene algo de atractivo. Es como si
a un gordo con dolor de barriga le pones un pastel de chocolate delante. Sabe que no debe
comérselo y que le sentará mal, pero el atractivo de la tarta es mayor que su voluntad. Hasta que
no le duela la barriga a rabiar y se haya acabado el pastel, no se arrepentirá de habérselo tomado.
Así somos los hombres de bestias.
Pero, ¿por qué es tan malo el pecado? Tu ya sabes cómo soy, así que no debe extrañarte
que meta la pata un día y otro, y al siguiente también. Supongo, Jesús, que el pecado es horrible
porque es elegir pasarlo mal y ofenderte, es elegir pasar de ti y encerrarme en mí mismo, es elegir
ser un infeliz. Y eso a ti te duele que no veas. Cuando peco estoy diciéndote algo así como: vete
que no me importas, aléjate de mi vida porque no quiero compartirla contigo, no me digas lo que
tengo que hacer porque ya sé yo lo que me conviene y lo que no. La verdad es que nadie lo dirá así
de bestia pero esta es la pura realidad. ¿Qué madre sería feliz si escuchara estas palabras de un
hijo suyo?, ¿qué madre sería feliz si viera que su hijo se pierde en las drogas o se vuelve terrorista
y mata inocentes a saco? Algo parecido debe sentir Dios cuando pecamos. No sé si Dios puede
estar triste pero desde luego si tiene corazón -y lo tiene bien grande-, le dolerá en el alma. ***
El pecado es la peor ofensa que puedo hacerle a Dios. Jesús, ahora lo veo más claro. Ahora
entiendo mejor que no hay peor mal en el mundo que el pecado, porque es un desprecio directo a
ti, que me has creado, que me has dado la vida, que me quieres con locura. El pecado en sí mismo
me destroza por dentro, me machaca el alma, me hace perder la felicidad y me impide disfrutar de
Dios y de la vida.
¡Pero seré tonto! El atractivo del pecado dura sólo un instante (como el pastel de
chocolate), pero deja muy mal gusto. Deja ese remordimiento grande porque sé que me he
equivocado, que no he hecho lo que tenía que hacer, porque he vendido mi alma por cu arenta
malditas monedas de plata. Cuando rompo mi relación con Dios, quien rompe la cuerda soy yo.
¡No hablo tanto de libertad! Pues eso es lo que hago. Dios quiere que le ame libremente y cuando
le digo que no, que hasta luego, soy yo el que me alejo de Dios ¡Y esto cuesta mucho darse cuenta
por culpa de la soberbia! Y es que siempre quiero tener razón y pienso: ¿pero por qué esto me va
a hacer daño? Pero si por ver esta peli no va a pasar nada, o porque esté navegando por Internet
sin ton ni son tampoco se va a morir nadie o porque navegue en esta web que está al límite pero
es divertida no va a ocurrir gran cosa. Y luego, ya lo demás lo sabes tu bien, Jesús. Se me enciende
el botón de escapada de olla y ¡claro! se me va la pinza. Pero es que es mi voluntad la que decide
liarse la manta y meter la pata. No son las circunstancias, no es que yo no quería pero qué vamos a
hacerle. ¡Claro que quería! A lo mejor al principio de una manera un poco tonta, como un sí pero
no, pero luego, cuando ya estoy atacado por todos los frentes, ya soy el que cojo la bandera y
digo: ¡hala!, a saco, a liarla. Y luego vienen las lágrimas, pero ya es un poco tarde.
Jesús, ya ves qué fácil es confesarte mis miserias, ya ves que soy así, un pobre pecador. Por
lo menos te pido que no te lo oculte, que sea sincero contigo y que sepa pedirte perdón de
rodillas. Y eso es lo que te pido, que me cures, que si quieres, puedes limpiarme de tanta suciedad
como tiene mi alma. Y voy a seguir leyendo:
Extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Quiero, queda limpio". Y en seguida quedó limpio
de la lepra.
Ahí está tu respuesta a este buen leproso: le has limpiado, le has devuelto la salud, le has
posibilitado volver con los suyos, no tener que vivir con otros leprosos esperando tan sólo la
muerte. Sería el día más feliz en la vida de este hombre. Y así es cómo ha de ser cada confesión...
el día más feliz de mi vida.
Y es que, Señor, nos has dejado el mejor remedio contra el pecado: la confesión. Nos has
dado el remedio para que el pecado no sea, finalmente, el vencedor. Y si el pecado es la lepra
horrible que nos corroe el alma, el antídoto para curarla, para que vuelva a la vida, para poder de
nuevo salir a la calle y ser feliz entre los demás hombres, ese remedio es la confesión. ¡Menuda
gozada!
Y visto así, qué fácil todo. Pero ya que hoy estoy siendo muy sincero contigo, Señor, también
tengo que contarte que muchas veces la confesión me da miedo y huyo de ella y la retraso y tardo
en buscar el remedio contra mi problema. Y es por pura vergüenza de reconocer mis pecados al
confesor. Así de simple pero así de cierto.
Hay veces que tengo tanta vergüenza que busco a un cura que no me conozca para
confesarme. Sé que lo importante es confesarse sea con quien sea (bueno, siempre que sea cura,
claro está), pero sé que es un poco cutre que huya del cura con el que hablo habitualmente
cuando tengo que confesarme de cosas que me da pena y vergüenza haber cometido. Y es que lo
triste es que a veces no me da la misma vergüenza pecar pero sí confesarme. Y eso es porque
tengo una visión humana de las cosas bastante grande. ¡Si de verdad los pecados me dolieran por
el daño que te causo y no tanto por el mal sabor de boca que me dejan! A veces me duele más por
haber fallado yo que por el daño que te causo a ti. Y es que la soberbia la tengo hasta para pedir
perdón. Por eso lo que tengo que hacer es pensar más en ti y menos en mi. Y confesarme con
quien me da la gana, pero no huir de mi confesor habitual por el mero hecho de no querer que vea
el sacerdote lo mala gente que soy a veces. Si tú eres el que me confiesa, no el cura en concreto.
Pero que tonto soy a veces.
El otro día, por cierto, tuve una discusión con uno de clase que me decía que él prefería
confesarse directamente con Dios. Yo eso lo tengo bastante claro. Sé que o hay cura de por medio
o aquí no hay solución que valga. A mí eso me suena a excusa cutre. Qué rápidamente nos gusta
que otros escuchen lo que hacemos bien y lo pregonamos a los cuatro vientos, pero cuando se
trata de miserias mira tú por donde que entonces nos inventamos eso de confesarnos
directamente con Dios. Además, ¿cómo tendré yo la seguridad de que me has perdonado? Tú
eres, Señor, quien diste el poder a tus apóstoles para perdonar los pecados y dejaste instituido el
sacramento del orden para que hubiera sacerdotes a nuestra disposición. Si tú así lo querías pues
estupendo. Yo sé que cada vez que me confieso con un cura me estas perdonando, y no se lo
cuento al cura. Es a ti a quien te cuento mis pecados para que tú me perdones a través del cura.
Por eso el sacerdote dice lo de yo te perdono en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
No es el cura quien me perdona, eres tú Jesús, y qué paz y qué seguridad da saberse perdonado. El
leproso podría haber dicho: yo no se lo pido a Jesús, que lo averigüe él, pero no, fue allí donde
estaba Jesús y poniéndose de rodillas le contó su problema, que era leproso y le pidió que le
ayudara, y Jesús le curó y le dijo: queda limpio. Eso es la confesión: contarte mi error concreto, las
veces que lo haya cometido y pedirte que me perdones y que me cures; y tú, porque te da la gana,
decides curarme y limpiarme y eso es la leche. No tiene precio. ¡Qué horrible vivir toda la vida con
los pecados a cuestas cuando puedo pedirte perdón y tú te olvidas de todo para siempre!
Ahora entiendo mejor lo que el otro día nos decían en la meditación, de que la confesión es
el sacramento de la alegría, porque es verdad, porque es increíble que tú me perdones siempre y
para siempre y no te canses de perdonarme. Lo único que me pides es que lo reconozca, que te lo
diga a la cara a través del sacerdote y no puede ser que la pura vergüenza sea quien me impida
hacerlo. ¡Cómo nos engaña el demonio: nos quita la vergüenza para pecar y nos la devuelve para
pedirte perdón!
Pues desde ahora me hago el propósito sincero de confesarme con frecuencia, con pecados
graves o sin ellos y si vuelvo a ofenderte gravemente (no dejes que esto ocurra, Señor) iré
corriendo a la confesión, y si tengo que ir a diario, pues a diario, pero ya no volveré a estar varios
días sin vivir en gracia porque eso sólo me hace más infeliz, más leproso, más enfermo. Para algo
voy descubriendo cada día que Dios me ama locamente. No voy a cometer la injusticia con Dios de
ofenderle y además tardar en pedirle perdón.
Y acabo de leer este Evangelio, Jesús:
Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote
y entrega la ofrenda que mandó Moisés"
Tú no quieres publicidad, Señor, quieres que el bien que haces a cada alma quede entre tú y
ella. Pero yo Señor no puedo dejar de decir a todo el mundo que me has curado muchas veces,
que eres el gran médico de mi alma, que contigo todo tiene remedio... hasta lo que parece que no
lo tiene.
Lo que te pido es que después de haber entendido mejor la gran tragedia que supone el
pecado, me ayudes a no cometer jamás un solo pecado mortal y que me ayudes a no cometer los
muchos pecados veniales en que caigo cada día, porque eso sólo debilita mi amistad contigo. Y
para eso necesito tu gracia porque sólo con mi esfuerzo no vamos a ninguna parte. Pero las
tentaciones nunca son más fuertes que tus gracias. Así que, si acudo a ti y a tu madre en el
momento de la tentación, venceré seguro.
Lo que te pido es que yo quiera no pecar nunca. Si tú siempre estás dispuesto a darme tu
gracia y yo no quiero pecar, entonces no pecaré. El pecado es un acto de la voluntad, uno no está
condenado a caer en un pecado mortal antes o después. Así que aquí está el mejor propósito que
podré hacer nunca en un rato de oración: Antes morir que pecar. Suena fuerte pero es que pecar
es ya morir en mi amistad contigo y eso es lo que yo más quiero valorar. No sólo porque me han
enseñado que quien se muere en pecado mortal se va al infierno sino que no quiero pecar por
amor a ti, porque ofenderte es perder la felicidad, es alejarme totalmente de ti, es cerrar mi alma
a Dios, y eso además de muy fuerte, es muy triste.
Y mil gracias por la confesión. Que la use con frecuencia porque siempre habrá defectos en
mi vida que necesito que perdones aunque no sean graves. Y si no me confieso con frecuencia es
difícil que no caiga en la tibieza y en la desidia. Necesito que me perdones mucho. Tú no te canses
de mí, Jesús porque ya sabes que yo quiero ser buena gente aunque a veces no l o sea.
Y a ti, Madre, te pido por mis amigos, para que sean valientes y se confiesen cuando lo
necesiten. Y no dejes que ninguno de mis amigos, ni yo mismo, ocultemos nada en la confesión.
Eso es como ir al médico a que nos cure y decirle que nos duele el pie cuando lo que nos duele la
mano. Así no hay quien nos ayude. Pero es que a veces la tentación de la vergüenza es muy fuerte
y uno dice las cosas sin decirlas, medio dorando la píldora y que ya el cura entienda el resto. Pero
esto no es así. Si estoy arrepentido iré y contaré con pelos y señales lo que he hecho mal. No
intentaré camuflar mis errores con palabras absurdas o excusas de niñato pijo. Venga Madre,
ayúdanos a que queramos más a tu hijo y que entre nosotros nos ayudemos a cortar cuando
veamos que nos pasamos de la raya y nos metemos en terrenos peligrosos (ya sabes a lo que me
refiero, ¿verdad Madre?).
A ti Custodio te pido que todo esto me lo recuerdes con frecuencia, y que en lugar de
susurrarme al oído que me porte bien cuando veas que me me to en follones, pues que me lo
grites y me zarandees para que yo sea fiel a Jesús.
San José, tú que has sido un alma limpia, un alma delicada con María y con Jesús, ayúdame
para que jamás les ofenda. A Jesús y a María es a quienes más quieres. Por eso no d ejará de
ayudarme para que sepa tratarles con la misma delicadeza con la que tú les tratas. En ti confío,
San José y sé que no me vas a defraudar.
AL ACABAR LA ORACIÓN:
Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones, que me h as
comunicado en este rato de oración. Te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía,
Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, interceded por mí
AL EMPEZAR LA ORACIÓN:
Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí; que me ves, que ve oyes. Te adoro
con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados, y gracia para hacer con fruto este rato
de oración. Madre mía, Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, interceded
por mí.
05 "No tenían lugar para ellos en la posada"
Señor, hoy tengo una gran noticia que darte: estoy haciendo la oración... en plenas
Navidades. Para muchos será lo normal, pero yo verme aquí, en el oratorio, un día que no hay
clase y es festivo, me parece un avance inmenso en mi vida espiritual . No creo que sea algo para
poner en el libro de los récords Guiness... pero casi. Y te doy gracias por ello. La verdad es que
cuando empecé a hacer estos ratos de oración me parecían un rollo tremendo porque sólo leía un
libro que no entendía y no sabía muy bien qué decirle a esa caja dorada que es el Sagrario. Fui
poco a poco perdiéndote el miedo y hablándote de tú a tú, y mira tú por donde que hasta hago la
oración los días que no hay clase. Pensarás que estoy demasiado flipao con esto, pero es que ya
tenía ganas de vencer la pereza y no dejarte tirado en estos ratos de conversación por el mero
hecho de que no hubiera clase.
Y como estamos en Navidades hoy he elegido aposta el trozo de Evangelio que quiero leer.
Porque quiero meditar algo sobre tu llegada al mundo y cómo se comportaron la Virgen y San José
antes de nacer tú. Jesús, con el tiempo he ido cogiéndole más cariño a la Virgen, ahora si se puede
hablar así, me parece que es mas madre mía que antes. Tal vez sea porque la quiero más y porque
saber que comparto madre contigo me parece bastante la leche, para qué vamos a engañarnos.
Bueno, Señor, voy a leer este Evangelio para empezar la oración, pero antes le pido ayuda a mi
ángel de la guarda para que me ayude a estar atento, a entender lo que le o y a saber aplicarlo a mi
vida. Allá voy:
Salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.
Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse,
cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad
de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su
esposa María, que estaba encinta.
¡Si esto parece la clase de historia de Don Pascual! La verdad es que no tengo ni idea de
quien era Cirino ni Augusto, pero el resto lo pillo bastante bien. El bueno de San José coge a la
Virgen y se marcha hacia Belén para empadronarse. ¡Quién iba a decirle a este señor Augusto que
su decisión iba a permitir que Jesús naciera en Belén! Supongo que San José y la Virgen ya se
olerían que algo iba a pasar en ese viaje, y que sería muy molesto ir a lomos de una burra estando
embarazada, y para San José sería una gran preocupación llevarse a la Virgen de viaje en esa
situación... pero obedecen los mandatos de un Emperador. ¡Y eso que era los padres de Jesús... el
Hijo de Dios! Ya tengo la primera lección: aprender a obedecer y aprender a ver a Dios detrás de lo
que no entiendo (una decisión de mis padres, una mala nota o una buena, una ilusión apostólica
que no sale, un contratiempo inesperado, una gran alegría, etc.) ¡Cuánto me cuesta a mí, Señor,
ver detrás de lo que no me gusta la mano de Dios! ¡Mira que me lo han recordado cincuenta
veces... que tengo que ser más sobrenatural, que tengo que ver al Señor detrás de todo lo que me
ocurre, que todo es para bien, para los que aman a Dios, etc., etc... pero la verdad es que me pego
unos rebotes de aupa cuando las cosas no salen como yo quie ro.
Yo, si llego a ser San José, fijo que me iba a Belén. ¡Iba apañado el Emperador! Teniendo a la
Virgen a punto de dar a luz al hijo de Dios y yo preocupado por las tonterías fanfarronas de un
Emperador que tiene el empeño de contar cuantas personas viven en su Imperio. Además, le
pediría a Dios que no me hiciera esto, que su hijo tenía que nacer en un buen lugar y que la Virgen
no estaba para estos trotes. No sé si esto se le ocurriría a San José (más bien creo que no, ya que
el es santo y yo un cafre increíble), pero lo cierto es que la buena de la Virgen y el bueno de San
José se ponen en marcha a la aventura confiando sólo en Dios y queriendo comportarse como
unos buenos ciudadanos más de la época. No quieren ni favores ni protagonismos. Son humildes y
no le piden a Dios un trato especial. ¡Y luego yo quejándome porque un examen me ha salido mal
y pienso que Dios no me ayuda y lo que pasa es que no he estudiado nada! ¡O quejándome porque
me da la impresión de que Dios podría ponerme las cosas más fáciles con toda la cantidad de
chungos que hay por la calle a los que parece que las cosas les van a las mil maravillas!
¡Qué lección de fe en Dios el de la Virgen y San José! ¡Qué lección de humildad, de no
buscar el protagonismo, de fiarse de Dios aunque no entiendan nada! Que esto me sirva, Jesús,
para fiarme más, para no querer ser siempre la sal de todos los platos ni querer tener el
protagonismo en todas las conversaciones. Así no hay quien vea a Dios detrás de todo lo que le
ocurre. Un propósito me sale de este trozo del Evangelio: no volver a quejarme por nada. No
quejarme por lo que no me gusta, por lo que no entiendo, por lo que me parece un a injusticia o
porque piense que Dios no me hace ni caso, porque no me da lo que me concede. A ti, madre mía
y a ti, san José, os pido que me vayáis enseñando este camino cristiano de fiarse de Dios con todas
las letras. Y sigo leyendo el Evangelio:
Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio luz a su hijo primogénito, lo
envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
¡Esto ya es lo último! ¡Va a nacer el hijo de Dios y se tienen que ir a un pesebre! ¿Qué pen -
saría yo si el hijo del rey de España tiene que nacer en un pesebre en lugar de en una buena clínica
con todos los cuidados del mundo? ¡Pues eso que lo hemos tenido casi todos los hombres, ni
siquiera Dios lo tuvo! ¡Menudo agobio para san José ver que el hijo de Dios iba a nacer en un
establo! ¡Cómo sería la cara de la Virgen cuando san José le dijera que no había sitio para ellos en
la posada! Pero ellos, no se quejan, no se enrabietan. Cumplen y aceptan la voluntad de Dios.
¿Por qué Dios permitió que Jesús naciera en un establo? Supongo que habrá mil respuestas
piadosas, pero a mí esto del establo me parece muy fuerte. Es verdad que en los belenes queda
muy bonito, con el río puesto y la nieve en las montañas, y el burro y el buey en el portal, pero la
verdad es que debe ser muy duro ver nacer a tu hijo en un pesebre que huele mal y que es lugar
de animales. ¡Ése es Dios! ¡Se abaja a lo más pobre para que nos resulte cercano, para que yo
pueda tratarle, para que no le tenga miedo, para que pueda, yo también, ir a cuidarle y a cobijarle,
a darle calor con mis palabras de cariño, a adecentar ese establo con mi vida limpia, con un
corazón que no se corrompe con las cutreces y las suciedades de la impureza, con una vida de
trabajo que permita ofrecerle a Dios algo digno, algo valioso. Yo, Jesús, te doy en esta Navidad mi
pobre vida, una vida que vale poco, que puesta a tu servicio... vale mucho, porque tiene sentido,
porque sirve para algo grande aunque mis ojos humanos sólo vean un viejo establo donde se
cobijan un hombre y una mujer con un niño en sus brazos.
66
Lo de que no tenían sitio en la posada nos lo explicó el cura en una plática de hace unos
días. Según el cura, que es un tipo muy listo y se ha leído cantidad de libros super raros sobre
temas más raros todavía, parece que el significado de esa frase es que san José vería que las
posadas que estaban en el camino no reunían las condiciones mínimas para que la Virgen pudiera
dar a luz. Por lo que parece, en las posadas había muy pocas habitaciones individuales y la mayoría
de las estancias eran comunes, y como en esas fechas mucha gente estaba de viaje, no quedaría
ningún espacio digno y solitario donde poner al niño o a la Virgen. Por eso san José busco un lugar
que tuviera algo de intimidad... y sólo quedó para ellos un establo. Y yo, Señor, ¿te he dejado sitio
en la posada de mi alma? ¿Estás a gusto en mi alma o es peor que un establo?
Yo quiero, Jesús, que cuando llegues a mi alma en cada comunión te encuentres un lu gar
acogedor, un sitio donde te encuentres a gusto, donde sepas que es casa de amigos y no de gente
que te recibe por puro compromiso y donde las conversaciones son más vacías que en casa de mi
tía Pepa (que la mujer es muy buena pero más pesada que un elefante en brazos y además muy
besucona...). Y quiero que mi alma sea un sitio bien preparado, limpio, sin el polvo de las envidias,
las sensualidades, las tentaciones a medio rechazar, los ratos de estudio sin aprovechar o las
prácticas de piedad echas mal y deprisa con el único deseo de quitármelas de en medio. Y para
eso, Madre, tú tienes que ayudarme a limpiar mi casa, para que Jesús se la encuentre bien guapa y
esté así como en su casa. Voy a seguir leyendo lo que dice el Evangelio:
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por
turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor les envolvió de
claridad, y se llenaron de gran temor.
¡Menuda flipada la de los pastores! Estaban currando con sus ovejas y se les aparece el
ángel para darles una gran noticia. Supongo que el susto les duraría un buen rato a los
pobrecillos…
Lo que me llama la atención, Jesús, no es sólo que nacieras en un establo sino que los
primeros que se enterarán fueran unos sencillos pastores. Las noticias gordas suelen llegar en
primer lugar a los jefes de Estado o a los directores de las principales cadenas de televisión, pero
aquí no, aquí los primeros que se enteraron fueron esta buena gente, que es gente normal,
trabajadora y a lo mejor no muy lista pero sí sencillos y rápidos para intuir en sus vidas las cosas de
Dios. Y es que tú, Jesús, eres muy amigo de la gente normal, de los que son humildes, de los que
no se buscan a sí mismo y no se creen el rey del mambo. ¡Qué contraste con mi empeño por
llamar la atención, por querer que todos me admiren! Muchas veces, en mis conversaciones,
suelto frases en las que sólo busco quedar bien, o exagero un tema para llamar la atención o meto
medio bolas para quedar bien delante de los demás y me vean como un tío grande, ligón,
divertido, valiente o chulo. ¡Ya me perdonarás, Jesús, porque en ese clima es difícil que yo me
entere de las cosas grandes! ¡Fijo que si yo hubiera nacido en esa época, tal como soy, habría
tardado mucho en enterarme de tu nacimiento, porque estaría metido en mis cosas, en mi rollo !
Ya ves lo mucho que tienes que ayudarme.
Voy a intentar, de aquí en adelante, tener el alma un poco más despierta para las cosas de
Dios. ¡Cuántas veces me han repetido que no puedo dejar que la imaginación acampe en mi
interior y le dé rienda suelta constantemente! Y yo, ni caso. Casi siempre estoy pensando en mí
mismo y en mis cosas. Son contados los momentos que digo jaculatorias, o que rezo cuando voy
por la calle (¡cuántos problemas me quitaría si por la calle fuera rezando y no viéndolo todo... y
sobre todo a algunas!), o que aprovecho cuando subo la escalera del colegio para rezar por la
gente, o que voy en el metro no a mi bola o escuchando música sino hablando contigo, Jesús. Lo
de la música, muchas veces, me aísla mucho de ti, porque tengo la cabeza llena de letras de
canciones y ni siquiera convierto eso en palabras dichas a ti o a la Virgen, y además hay unas
cuantas canciones que aunque estén muy de moda, bien me val dría olvidarme de ellas.
Bueno, Custodio, tienes buena tarea por delante. Yo me doy cuenta que fallo en muchas
cosas pero quiero aprender y quiero mejorar, quiero vivir mi vida junto a Jesús, y para eso necesito
que me ayudes, que me eches un cable en los malos momentos.
Voy a acabar este Evangelio que he escogido hoy:
El ángel les dijo: "No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la
señal: encontrareis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre"
¡Menuda sorpresa de noticia para los pastores! Ellos, en su época, habrían pensado muchas
veces cuando vendría el Mesías a salvarles y ahora se enteran por el ángel que ya ha nacido, que lo
tienen cerca de donde están cuidando a su rebaño y que pueden ir a verlo y a alabarlo. Sería, sin
duda, el día más importante en la vida de estos pastores.
Y yo, Señor, tengo la oportunidad de venir a verte muchas veces al Sagrario y de poder estar
muy cerca de ti cada vez que comulgo. Yo me imagino que estos pastores irían corriendo al portal
para estar contigo y conocer a la Virgen y a San José, y te llevarían regalos (ovejas, frutas, flores del
campo) y las mujeres de estos pastores le darían algún consejo a la Virgen para cuidarte a ti, Jesús,
y le dejarían alguna manta o pañales o algún alimento. Se volcarían con vosotros y se pas arían allí
todo el tiempo necesario, sin estar todo el tiempo mirando el reloj o lo que entonces tuvieran para
calcular el tiempo. ¡Ayúdame tú a mí a ser más generoso con mí tiempo, a no poner tantos peros
para hacer la oración o para ir a Misa más frecuentemente!
Bueno Jesús, pues eso, que yo quiero antes de irme hoy decirte que te quiero, que mil
gracias por haber venido a este mundo para redimirnos, que me perdones a m í y algunos otros
que vivimos a veces como si tú no hubieras nacido, que a ver si nos ayudas a que nuestras almas
estén bien limpias para recibirte, que sepamos verte en los mil sucesos de nuestra vida y que
tengamos más fe en tu presencia en el Sagrario. Que allí estás tú lo mismo que estabas en el
pesebre de Belén, que no eres otro, que no eres una figura imaginaria, que eres el mismo Dios, el
mismo Cristo en un trozo de pan.
A ti, Madre, sólo quiero pedirte que me enseñes a cuidar de Jesús en el pesebre, que le de
calor con mi vida piadosa, que sepa distraerle con mi conversación frecuente, que quiera yo
anunciarlo a muchos otros con mi amistad sincera, que sepa vivir olvidado de mí para que me
acuerde sólo de Él y de las cosas que le interesan a Él.
Custodio, San José, ayudadme vosotros dos en este empeño y así entre todos lograremos
que su primera noche en este mundo esté llena de cariño. Hasta luego, Jesús, hasta la próxima.
AL ACABAR LA ORACIÓN:
Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones, que me has
comunicado en este rato de oración. Te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía, In -
maculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, interceded por mí

Títulos editados
COLECCIÓN ENSÉNANOS A ORAR
Señor mío y Dios mío.
La oración en voz alta
Antonio Iniesta
La infancia de Jesús.
Orar con el Evangelio
Tomás Trigo
El Test de la entrega.
Hablar con Dios sobre lo que quiere de ti
Simón Sagastibelza Lugo
Rezar con Juan Pablo II.
La oración de un santo hecha vida
Antonio Pérez Villahoz
Bajo el manto de la Virgen.
La oración junto a María
Jesús Arregui Carbizu
¿Y de qué hablo en la dirección espiritual?
Un guión para no perderse
Antonio Pérez Villahoz
Meditar el Evangelio.
La oración como un personaje más (Vol. 1)
Enrique Cases

Potrebbero piacerti anche