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"'CAfiDO COWfifiUBIAS
ROMA

Nüm.
Num.
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Procedencia
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LAS TRES CIUDADES

L O U R D E S , ROMA, PARÍS

OBRAS DEL MISMO AUTOR


d e venta e n e s t a Casa Editorial
POB

E M I L I O
U Assommoir 2 tomos
Los misterios de Marsella l »
Teresa Raquin 1 » TRADUCCIÓ5
Lourdes 2 > de
Roma 2 *
París 2 » AGUSTÍN" D E C A R R E A U
Fecundidad 2 » Tercera edición
Trabajo 2 »
Verdad 2 »
Naná 2 » UNJVSWMB X MfWO LEON
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TOMO PRIMERO bìbuoììm v m m u m h
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—ÒX5— "Alfons mm"
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BARCELONA BUENOS AIRES
Casa Editorial Mauccî Mauccî Hermanos
Calle Mallorca, 166 Calle Cuyo, 1(J70
1905
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FONDO "ALF0f# féW
(p RICARDO COVARRUBIAS «PÍO. i « » MONiawa, « a a o t

Esta obra es propiedad de la Casa El viaje había sufrido grandes retrasos durante la no-
Editorial Maucci, de Barcelona. che entre las estaciones de Pisa y Civita Vechia, y en el
momento en que el abate Pedro Froment se apeó del
tren, en Roma, después de un pesado y fatigoso viaje
de veinticuatro horas, iban á dar las nueve de la ma-
ñana. No llevaba consigo más que una maletita de mano
y salió con mucha ligereza del vagón, cruzando por en-
tre el barullo y las apreturas de la llegada, rechazando
los servicios de los mozos y cargando con su poco pe-
sado equipaje, y esto lo hizo con el deseo que tenía
CAPILLA ALFONSINA de llegar, de encontrarse á solas y de verlo todo. Y en
seguida, delante de la estación, en la plaza de los Qui-
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA nientos, subió á uno de esos ligeros cochecitos descu-
biertos que están alineados á lo largo de la acera y
ü . A . N . L : colocó la maletita á su lado, diciendo al cochero:
-—Vía Julia, palacio Boccanera.
B I B L I O T E C A UNIVERSITARIA Era un lunes, el 3 de Septiembre, y una de esas ma-
ñanas de cielo claro, de una diafanidad" y suavidad ad-
" A L F O N S O REYES mirables. El cochero, hombrecillo obeso, de ojos brillan-
POMOO RICARDO COVfcRflUiAS tes y dientes muy claros, sonrióse al reconocer, por el
acento á un presbítero francés. Fustigó al huesudo ca-
ballo y arrancó el vehículo con esa ligereza de los co-
ches de punto romanos, tan limpios y alegres. Pero á
los pocos momentos y después de bordear los macizos
Tigografla de la Casa Editorial Maucci— Barcelona*
3el JarüinlHo, al llegar á las Temilas, se volvió, siempre
sonriente y señalando las ruinas con el látigo: tremo de sombría callejuela, producíase u n portillo <fe
luz; allá abajo veíase una plaza blanca como un pozo
—Las Termas de Diocleciano,—dijo en un mal fran-
de sol lleno de su deslumbrante polvillo dorado y en
cés de cochero servicial, deseoso de complacer á los ex-
medio de aquella gloria matinal elevábase gigantesca co-
tranjeros para de ese modo asegurarse un parroquiano.
lumna de mármol completamente dorada por la parte
El coche bajó al trote largo la gran pendiente de la
en que los rayos del astro del día la iluminaba desde
calle Nacional que se desarrolla desde las alturas del
hacía tantos siglos. Quedóse sorprendido cuando el co-
Viminal, en donde se halla la estación. Y desde entonces
chero se la nombró, porque no la había imaginado de
lio cesó el cochero, volviendo la cabeza á cada monumen-
aquella manera, en aquel agujero deslumbrador en me-
to y enseñándolo con el mismo gesto, de decir su nom-
dio de las fsombras vecinas.
bre. En aquel extremo de una calle nueva no había más
—La columna de Trajano.
que edificios de reciente construcción. El movimiento del
Al final de La cuesta, la calle Nacional daba por úl-
látigo fué más acentuado, la voz se hizo más sonora,
tima vez la vuelta y entonces se oyó una serie de nom-
si bien con algún tanto de ironía, cuando, hacia la iz-
bres pronunciados por el cochero mientras que el caba-
quierda, indicó y nombró una construcción inmensa, re-
llo ^egufa un trote vivo sostenido; el palacio Colonna,
ciente y llena de yeso aun, inmenso amasijo de piedras
cuyo jardín está lleno de entecos cipreses; el palacio
sobrecargado de esculturas, frontispicios y estatuas.
Torlonia, medio despanzurrado por los embellecimientos
—El Banco Nacional. y ensanches modernos; el palacio de Venecia, desnudo y
Desde la época en que decidió aquel viaje, pasó Pedro temible, con sus muros almenados, su trágica severidad
muchos días estudiando la topografía de Roma en los propia de una fortaleza de la Edad Media, olvidada allí
planos y en los libros, así que hubiera sabido guiarse en medio de la vida burguesa de hoy día. Ante el aspec-
sin tener que preguntar su camino, encontrándole muy to inesperado de las cosas fué en aumento la sorpresa
prevenido todas las explicaciones. Lo que, sin embargo, de Pedro; empero, el golpe fué más rudo en el momento
le despistaba algo, eran aquellas pendientes repentinas, que el cochero con el látigo le señaló triunfalmente el
aquellos montes que hacen que se escalonen á modo de Corso, una larga y estrecha calle, apenas tan ancha como
terrazas ciertos barrios. A la sazón, y hacia la derecha la nuestra de Saint-Honoré, blanca de sol á la derecha,
subían macizos de verdor en lo alto de los cuales exten- negra de sombra ó la izquierda y en el extremo de la
díase un edificio interminable, amarillo y desnudo, «ai- cual la lejana plaza del Pópolo hacía como una estrella
vento ó cuartel, al parecer. de luz; ¿era aquel el corazón. de la ciudad, el paseo cé-
—El Quirinal, palacio del rey,—dijo el cochero. lebre, la vía viviente á donde afluía toda la sangre de
Más abajo y en el momento en que el carruaje daba Roma?
la vuelta á una plaza triangular, Pedro, que levantó la Después de esto el coche se internó en la avenida
cabeza, quedóse admirado al ver en lo alto y sostenido de Víctor Manuel, que es la continuación de la calle
por un gran muro liso, un jardín colgante en el que Nacional, y son las dos arterias que han cortado de par-
se recostaba sobre el fondo límpido del cielo el elegante te á parte la antigua ciudad desde la estación al puente
y vigoroso perfil de un centenario pino parasol. Compren- de Santángelo. A la izquierda destacábase el redondo
dió todo el orgullo y la gracia de Roma. ábside de Jesús, todo él iluminado por la alegría de la
—La villa de Aldobrandini. mañana. Más allá, entre la iglesia y el pesado palacio
Luego fué, pero aun más abajo, una visión rápida la Alfieri, que no se han atrevido á derribar, estrangulábase
que acabó de apasionarle. De nuevo formaba la calle un la calle y se entraba en una sombra húmeda, glacial.
brusco recodo y de pronto en el ángulo, y por el ex- Pasado esto, más allá, ante la fachada de Jesús, en la
8 a
plaza, empezaba el sol otra vez resplandeciente, ilumi- dad nueva. Recordó los planos consultados y se dijo que
nándolo todo y extendiendo sus doradas superficies, mien- se acercaba á la vía Julia y su curiosidad, que se había
tras que en lontananza, en la calle de Aracaeli, igual- aumentado, se acrecentó entonces hasta el extremo de ha-
mente cubierta de sombra, aparecían algunas palmeras cerle sufrir, desesperado por no poder ver más, por no po-
soleadas. des saber en seguida mucho más. En el estado de fiebre en
que se hallaba desde que emprendiera el viaje, los asom-
—Allá abajo está el Capitolio,—dijo el cochero.
bros que experimentaba al no encontrar las cosas tal co-
Inclinóse el presbítero con mucha viveza, pero sólo mo esperó; los choques que acababa de recibir su imagi-
pudo ver una mancha verde al final de un tenebroso co- nación, no hacían más que agravar su pasión y le impul-
rredor. Estaba como penetrado por un estf«meeimiento saban el deseo agudo é inmediato de contentarse. Apenas
por aquellas repentinas alternativas de cálida luz ó fría eran las nueve y podía aún disponer de toda la manana
sombra. Delante del palacio de Venecia, delante de Je- para presentarse en el palacio Boccanera, ¿por qué no ha-
sús, figurósele que toda la noche de antiguos días le cer que, sobre la marcha, le llevasen al sitio clásico, á la
helaba los hombros; después era en cada plaza, en cada cumbre desde la que se vé Roma entera extendida sobre
rotura producida por las nuevas vías, un regreso á la sus siete colinas? Cuando este pensamiento se apoderó de
luz, con la dulzura alegre y tibia de la vida. Los rayos él, le torturó tanto, que al cabo tuvo que ceder.
del sol amarillento caían de las fachadas recortando
rectamente las sombras violáceas. Por entre el hueco El cochero había dejado de volverse y Pedro se incor-
de los tejados, vislumbrábanse bandas de un cielo muy poró en el asiento para darle nuevas señas.
azul y límpido. Y encontró al aire que respiraba un —A San Pietro in Montorio.
gusto especial, aun indeterminado; un gusto de fruto que Al principio admiróse el cochero; pareció no compren-
aumentaba en él la fiebre de la llegada. der y con un movimiento del látigo, indicó que estaba
allá abajo, muy lejos. Al fin, observando que el cura in-
No obstante la irregularidad de su trazado es una her-
sistía, volvió á sonreír complacientemente meneando la
mosa vía á la moderna la avenida de Víctor Manuel, y cabeza con aire amistoso... Bueno... si lo quería así, iría.
Pedro, podía figurarse que se hallaba en una gran ciudad
cualquiera, dotada de esos grandes edificios hechos para El caballo echó á andar otra vez, pero con trote más rá-
producir. Empero, cuando pasó por delante de la Cancille- pido, por entre un dédalo de estrechas callejuelas. Siguie-
ron una, ahogada entre elevadas paredes y á la que la luz
ría, la obra maestra de Bramante, el monumento tipo del
bajaba como al fondo de -un foso. Luego, al extremo de
Renacimiento romano, volvió su asombro, su espíritu tor- ésta, hubo un regreso repentino á la luz y se atravesó el
nó á los palacios que entrevió, á aquella arquitectura des- Tíber por el antiguo puente de Sixto IV, mientras que á
nuda, colosal y pesada, á aquellos inmensos cubos de pie- derecha é izquierda se extendían los nuevos muelles con
dra parecidos á hospitales ó á cárceles. Nunca habíase, él el estropicio y, los manchones de yeso de las nuevas cons-
figurado que fuesen así los famosos palacios romanos, trucciones. Al otro lado el Transtibere, estaba también
que estuviesen sin gracia ni fantasía y sin magnificen- despanzurrado y el carruaje subió la pendiente del Ja-
cias exteriores. Evidentemente todo aquello era muy her- nículo, siguiendo una ancha vía en la que se veían gran-
moso y acabaría por comprenderlo, pero antes debería des placas con el nombre de Garibaldi. Una vez más hizo
reflexionar. - el cochero su gesto de orgullo bonachón al nombrar aque-
Bruscamente abandonó el carruaje la populosa avenida lla vía triunfal:
de Víctor Manuel y penetró en tortuosas callejuelas per —Vía Garibaldi. . , ,, ,
las que pasó con mucho trabajo. La calma se impuso, el El caballo tuvo que acortar el paso, y dominado m t r o
desierto, la antigua ciudad dormida y fría se encontraban por infantil impaciencia, volvíase para ver la ciudad á me-
el abandonar los claros de sol y las multitudes de la ciu-
dida que 5 su espalda se iba extendiendo y descubriendo facha, infinito. Y era una Roma inundada de dulzcra, una'
más. La subida era muy larga y los barrios surgían por to- Roma de ensueño, que parecía evaporarse á la clara luz
das partes, hasta en las lejanas colinas. Aun dominándole del sol matinal. Una tenuísima neblina azulada flotaba so-
la emoción creciente que hacía latir su corazón, parecióle bre los techos de las casas de los barrios na jos, pero era
que echaba á perder la satisfacción de su deseo desmigán- apenas sensible y tenía la delicadeza de la gasa, mientras
dolo así con la conquista lenta y parcial del horizonte. que la inmensa campiña, los montes en lontananza, se per-
Quería recibir el golpe cara á cara, Roma entera vista con dían en el rosa pálido. Al principio no distinguió nada, no
una sola ojeada, la dudad santa amontonada, abrazadá quiso detenerse en ningún detalle,' se entregó á Roma en-
en un solo abrazo. Y tuvo la fuerza de voluntad tes- tera, al coloso viviente, teadido delante de él sobre aquel
tante para no volverse más á pesar de los impulsos de suelo hecho del polvo de las generaciones. Cada siglo que
todo su sér.
pasó, renovó su gloria como bajo la savia de una juventud
En lo alto hay una vasta terraza; allí se encuentra la inmortal. Lo que se apoderaba de él, lo que hacía que la-
iglesia de San Pietro in Montorio en el sitio en que, según tiese con mucha más fuerza su corazón con fuertes golpes
dicen, fué crucificado San Pedro. La plaza es desnuda y en ese primer encuentro, era el que hallaba á Roma tal
rojiza, recocida por los grandes soles del estío, mientras cual la deseara, matinal y rejuvenecida, con una alegría
que un poco más allá, la corriente clara y susu- voladora, casi inmaterial, toda ella sonriendo á la espe-
rrante del Aqua Paola cae espumeante de las tres pilas ranza de una vida nueva, á aquel alba tan pura de un her-
de la fuente monumental, con una frescura eterna. A lo moso día.
largo de la barandp ó parapeto que rodea la terraza, corta- Entonces, Pedro, inmóvil y en pie ante tan sublime ho-
da á pico sobre el Trans ti bere, alinéanse constantemente rizonte, con las manos siempre enlazadas y ardientes, re-
los viajeros, ingles« delgados, alemanes de cuadrados hom- vivió en pocos minutos los tres últimos años de su vida.
bros, con la boca abierta por la tradicional admiración ¡Ah! ¡Qué año más terrible el primero, el que pasó en el
y en la mano la guía, que consultan á cada instante para fondo de su casita de Neuilly, con las puertas y ventanas
reconocer los monumentos. cerradas, escondido en ella como un animal herido que
Saltó Pedro con mucha ligereza del coche, dejando la agoniza! Regresaba de Lourdes con el alma muerta, san-
maleta en la banqueta y haciendo una señal para que se grándole el corazón y no teniendo en sí más que cenizas.
esperase el cochero, que se fué á la fila de los otros ca- El silencio y la noche se extendieron sobre las ruinas de
rruajes quedándose sentado filosóficamente en el pescan- su fe y su amor. Pasaron días y más días sin que sin-
te al sed, con la cabeza baja como su caballo, resignados tiese latir sus venas, sin que se levantase una luz ilumi-
ambos de antemano á la larga espera de costumbre. nando las tinieblas de su abandono. Vivía maquinalmente
Mientras tanto Pedro contemplaba ya con toda su vista, y esperaba tener el valor de apegarse á la existencia en
con toda su almfa y de pie, apoyado en el parapeto, con su nombre de la razón soberana, que le hiciera sacrificarlo
ceñida sotana negra, con las manos enlazadas nerviosa- todo. ¿Por qué no conformaba tranquilamente su vida á
mente apretadas y ardorosas de fiebre. ¡Romal ¡Romal ¡La sus nuevas certidumbres? ¿Por qué, pues, ya que se nega-
ciudad de los Césares, la dudad de los Papas, la ciudad ba á abandonar la sotana, fid á un amor único y por
Eterna que dos veces conquistó el mundoI ¡La ciudad pre- asco al prejuicio, no se imponía como tarea el estudio de
destinada del ensueño ardiente que acaridaba desde hacía alguna dencia permitida á un clérigo, la astronomía ó la
meses 1 ¡Allí estaba al finí ¡La veía! Algunas tempestades arqueología? Pero alguno lloraba en él, su madre sin
de los días anteriores habían hecho que disminuyesen los duda, una inmensa ternura perdida que nada había aún
grandes (alores de Agosto, y aquella admirable mañana de saciado, que se desesperaba sin fin al no poderse con-
Septiembre, refrescaba algo en el azul ligero del délo sin tentar. Era el continuo sufrimiento de su soledad; la lia-
ga que había quedado vivía en la alia dignidad de s u ra- sabía de donde. Otra noche, volvió á casa llevando en
zón reconquistada. brazos una niña, rubio angelito que apenas tenía tres
Más adelante, una tarde de otoño, bajo un triste cielo años, á la que halló bajo un banco llorando y diciendo
de lluvia, púsole la casualidad en relaciones con un ancia- que su mamá la había dejado allí. Más tarde, á la fuer-
no presbítero, con el abate Rose, vicario de Sainte-Marge- za, de esos pobres y desplumados pajarillos arrojados
rite, en el faubourg Saint Antoine. Fuéle á visitar en el del nido, tuvo que remontarse á los padres; pasar de
fondo del húmedo cuarto bajo que ocupaba en la calle de la calle á los tabucos míseros, internándose cada día más
Charonne, y cuyas tres modestas habitaciones convirtiera en aquel infierno, acabando por conocer todo su espan-
en un asilo para las criaturas abandonadas y que el buen toso horror, con el corazón ensangrentado, experimen-
abate recogía en las calles vecinas. Y desde aquel instante tando terroríficas angustias de vana caridad.
su vida cambió, entró en ella un interés todopoderoso y ¡Ahí ¡Doliente ciudad de la miseria, abismo sin fondo
poco á poco fuese convirtiendo en el auxiliar del anciano del sufrimiento y del desastre humano! ¡Cuántos viajes
presbítero. El camino era largo desde Neuilly á la calle de hizo á ella durante esos dos años que tanto trastornaron
Charonne y al principio sólo lo recorrió dos veces á la se- su sér! En aquel barrio de Sainte Marguerite, en el seno
mana. Más adelante se tomó esa molestia todos los días y mismo del faubourg Saint Antoine, tan activo, tan ani-
se iba por la mañana para no volver hasta la noche. Como moso y valiente para el trabajo, descubrió sórdidas habi-
las tres habitaciones no bastaban, hubo que alquilar el taciones, callejones enteros de casuchas sin aire y sin luz,
cuarto principal en el que se reservó una salita en la que con humedades de cueva en las que se pudre, corrompe,
se quedaba á dormir muchas noches, y sus escasas rentas agoniza y se emponzoña una población miserable. A lo
gastábanse en eso, en ese socorro inmediato prestado á la largo de la escalera, medio derruida, los pies se escurren
infancia desvalida; y el anciano cura, admirado, conmovi- en la basura en ella amontonada y en todos los pisos vése
do hasta derramar lágrimas, por aquel desprendimiento la misma desnudez, la misma basura y una vil promis-
cuidad. Faltan los cristales y el viento y la lluvia entran
juvenil que le caía del cielo, le abrazaba llorando y le lla-
á torrentes. Muchos son los que se acuestan sobre el duro
maba el hijo del buen Dios. suelo sin desnudarse jamás. Allí no hay muebles ni ropa
La miseria, la miserable y abominable miseria, cono- blanca, se lleva una vida de bestia, que se contenta y se
cióla Pedro entonces; vivió en su casa y con ella durante desahoga como puede arrastrada por la casualidad del ins-
dos años. Aquello empezó por esos pobres niños desvali- tinto y del hallazgo. Allí dentro, en montón confuso, vénse
dos á los que recogía en el arroyo ó que le llevaba la todos los sexos, todas las edades, la humanidad vuelta á
caridad de los vecinos á la sazón que el asilo era ya cono- la animalidad por la desposesión de todo-lo indispensable,
cido en el barrio; niños, niñitas, de los más pequeños por una indigencia tal y tan grande, que se disputan á
caídos en el arroyo mientras sus padres y madres trabaja- dentelladas las migajas barridas de las mesas de los ricos.
ban, se emborrachaban ó se morían. Con frecuencia el Y la peor era esa degradación de la criatura humana, que
padre había desaparecido, prostituyéndose la madre, ó no es la del salvaje que va desnudo, cazando y comiendo
la borrachera y el desorden entraron en el hogar con la su presa en los bosques primitivos, sino la del hombre
huelga ó con la parada forzosa; aquello era el lanzamiento civilizado que vuelve á ser el bruto con todas las man-
de la cría al arroyo; los más pequeños y débiles para cillas de su decadencia, manchado, afeado, debilitado en
que pereciesen de hambre y de frío en la acera, y los medio del lujo y de los refinamientos de una ciudad
fuertes y crecidos para volar hacia el crimen ó el vicio. reina del mundo.
Una noche en la calle de Charonne y bajo las ruedas de
un camión, recogió dos niñitos, dos hermanitos, que ñi En todos los hogares halló Pedro la misma historia. En
siquiera pudieron darle sus señas, y procedentes no se los principios de la vida hubo juventud, alegría y se aceg-
16 valerosamente la ley del trabajo. Más tarde sobrevino Fué un día del último invierno cuando su compasión
e¡ cansancio, ¿á qué trabajar para no ser nunca rico? ¿A' se desbordó. Durante el invierno los sufrimientos de los
qufi/ fc.1 mando bebió algunas veces para obtener así su miserables son atroces, horrendos en aquellos tabucos sin
parte de dicha, la mujer dejó que se relajasen sus víncu- fuego y en los que la nieve penetra por las junturas. El
los con el hogar y descuidó sus quehaceres bebiendo tam- Sena arrastra témpanos de hielo, el suelo está endurecido
bién algunas veces, dejando que los hijos creciesen al azar, por las heladas y muchas clases de industrias vense obli-
t i medio ambiennte era de los más deplorables y la igno- gadas á hacer paradas forzosas. E n los barrios de los tra-
rancia y el hacinamiento hicieron lo demás. Con mucha peros, obligados al descanso, vense bandadas de chicuelos
frecuencia la huelga era la gran culpable; no se contenta descalzos, apenas cubiertos sus cuerpos de andrajos, ham-
con vaciar el cajón de los ahorros, sino que enmohece el brientos y tosiendo, arrastrados por bruscas ráfagas de ti-
animo para el trabajo y acostumbra á la pereza. Durante sis. E n esos sitios encontraba familias, mujeres con cinco
las semanas vacíanse los talleres, los brazos dejan de tra- y seis niños, hechos un rebujo, un montón para entrar en
bajar y es imposible, en ese París, tan febril y activo en calor y que no habían comido hacía tres días. Y fué en
sus movimientos, encontrar el trabajo más insignificante. aquella terrible noche cuando él penetró el primero en el
J P ° r I a n o c h e el hombre vuélvese llorando, renegando fondo de una sombría avenida, en la habitación del terror,
& su casa después de haber ofrecido en todas partes sus en la que una madre desdichada habíase suicidado con
brazos, no habiendo tan siquiera una plaza de barrendero sus cinco hijitos, impulsada por el hambre y la desespe-
de las calles porque, como la colocación es de las busca- ración, drama de la miseria que debía hacer que París se
das, se necesitan protección y recomendaciones para ob- estremeciese durante unas cuantas horas. Allí no había
tenerla. ¿No es una cosa monstruosa ver en esas calles de ni un muehle, ni un pedazo de trapo, porque todo ello
la gran capital, en las que resplandecen y resuenan los debía haberse ido vendiendo pieza á pieza en casa del tra-
millones, á un hombre que busca trabajo para comer y pero ó prendero más inmediato. Allí no había más que el
que ni lo encuentra ni puede comer? La mujer no come, hornillo encendido y cuyo carbón humeaba aún. Sobre
los hijos tampoco. Entonces se presenta la negra miseria, un jergón medio vacío había caído la madre dando de
el hambre, el embrutecimiento; más tarde la rebelión y mamar al último que naciera, un niñito de tres meses, y
la ruptura de todos los lazos sociales ante la horrenda in- del pezón de su pecho macilento desprendíase una gota
justicia de pobres seres á los que su debilidad condena á de sangre hacia la que se »tendían ávidamente los labios
muerte. Y el anciano obrero, aquel al que cincuenta años del muertecito. Las dos niñas, dos lindas rubitas de tres
de dura labor han gastado los miembros, sin que en su y de cinco años, dormían allí lado á lado su eterno sueño,
vida haya podido, ahorrar unos céntimos ¿á qué camastro mientras que de los dos muchachos de más edad, el uno
de agonía irá á morir, al fondo de qué cueva ó desván? cayó anonadado al pie de la pared con la cabeza entre las
¿Sería preciso rematarlo con un mazazo, como á bestia de manos, mientras que el otro agonizó en el suelo, luchan-
carga inúul el día en que dejando de trabajar deje de ga- do, como si hubiese querido arrastrarse sobre las rodillas
nar para mal comer? Casi todos iban á morir al hospital y llegar hasta la ventana para abrirla.
mientras que otros desaparecían ignorados, arrastrados Los vecinos que acudieron contaban la horrible histo-
por el torrente fangoso de la calle. Una mañana, en el fon- ria; debíase todo aquello á una ruina lenta, á que el padre
do de algún infame chiscón, tendido sobre un montón de no encontró trabajo en ninguna parte, aficionóse tal vez á
paja podada, descubrió Pedro á uno de esos desdichados la bebida, el casero se cansó de esperar y amenazó al in-
que había muerto de hambre y de frío, olvidado allí quilino con arrojarle á la calle, y entonces la madre per-
hacía una semana y al que las ratas habfanseíe comido dió la cabeza, quiso morir y decidió á su cría á morir coa
la cara, ella, mientras que el marido, que saliera de casa á primera
hora de la mañana recorría en vano calles y plazas. En el por ventura que la máxima divina, «amáos los unos á los
momento en que se presentaba el comisario para proceder otros» no bastaba para la salvación del mundo? Le horro-
á las primeras diligencias del sumario, llegó aquel desdi- rizaba la violencia y sostenía que, por muy grande que
chado, y cuando vió, cuando pudo comprender lo que fuese el mal, muy pronto se conseguiría concluirlo el día
pasaba, cayó como un buey herido en el testuz y empezó en que se volviese atrás, á la época de la .humildad, de
á aullar con u n quejido incesante, con un grito tal de. sencillez y de pureza en que los cristianos vivían como
muerte, que todos, en la calle, aterrados lloraban. inocentes hermanos, ¡qué pintura más deliciosa hacía el
Pedro habíase llevado en el fondo de su corazón y de. buen anciano de la sociedad evangélica, cuya renovación
sus oídos el recuerdo de ese grito horrendo de la raza con- evocaba con tranquila alegría cual si fuese á realizarse al
denada que perece entre el abandono y el hambre, y no día siguiente! Y Pedro sonrió al cabo arrastrado por el
pudo ni comer ni dormir aquella noche. ¿Era posible se- embeleso de ese cuento encantador, y deseoso de huir de
mejante abominación, una falla tan absoluta de todo o la horrenda pesadilla del día. Hablaron hasta hora m u y
indispensable, una miseria tan negra que impulsaba á la avanzada, y en los días sucesivos reanudaron sus conver-
muerte en medio de aquel París rebosando riquezas, em- saciones con ese tema, que era el favorito del anciano cu-
briagado por el placer y que arrojaba millones á la calle ra, abundando siempre en nuevos detalles y hablando del
próximo reinado del amor y de la justicia con la con-
sólo para conseguir sus caprichos? ¡Cómo! ¡A un lado ten
movedora convicción de un hombre animoso que estaba
grandes caudales, tantos inútiles y dispendiosos caprichos seguro de no morir sin ver á Dios sobre la tierra.
satisfechos, tantas vidas regaladas con todas las dichas, y
al otro una pobreza encarnizada, que carecía hasta de Entonces verificóse en Pedro una nueva evolución; la
pan, sin ninguna esperanza de mejora; las madres matán- práctica de la caridad en tan mísero barrio habíale lleva-
dose con sus hijos á los que sólo podían amamantar eon do á un inmenso "enternecimiento, y su corazón desfalle-
la sangre de sus pechos exhaustos! Y al pensarlo expen-3 cía transido, lacerado por aquella miseria que, con deses-
mentó como una rebelión, por un momento tuvo concien- peración, se decía, no podía curar nunca. Y á veces, al
cia de la inutilidad irrisoria de la caridad; ¿para qué hacer despertarse el sentimiento comprendía que cedía su razón
lo que él hacía, recoger niñitos abandonados, llevar soco- y que volvía á su infancia, á esa necesidad de ternura uni-
rros á BUS padres y prolongar los sufrimientos de los vie- versal que su madre había puesto en él imaginando qui-
jos? El edificio social estaba podrido en su base; todo él méricos alivios ó esperando la ayuda de desconocidos po-
iba á derrumbarse entre el lodo y la sangre y únicamente deres. Más tarde, su temor, su odio á la brutalidad de los
un gran acto de justicia podía barrer el mundo antiguo, hechos, acabó por arrojarle á u n deseo creciente de salva-
para reconstituir el nuevo. E n aquel instante apareció de ción por el amor. Era aún tiempo á propósito para conju-
tal modo lo irreparable de la rotura, lo irremediable deJJ rar la tremenda catástrofe inevitable, la guerra fratricida
mal, cuán mortal era el cáncer de la miseria, que com- de clases que arrastraría á la caduca sociedad condenada
prendió á Jos violentos, pronto él mismo á aceptar un hu- á desaparecer bajo el montón de sus crímenes. Imbuido
por la convicción de que la injusticia había llegado á su
racán devastador y puriñcador, á la tierra purificada por
colmo, que iba á sonar la hora vengadora en que los po-
el hierro y el fuego, como antaño, cuando el Dios terrible j bres obligarían á los ricos á partir sus riquezas, plúgole
enviaba el fuego del cielo para sanear las ciudades mal-j desde entonces soñar en una solución pacífica, en el orácu-
dl lo de paz entre todos los hombres, en el retorno á la
Aquella noche, y al oirle sollozar, subió el abate Rose á pura moral del Evangelio tal cual Jesús le predicara. En
reprenderle paternalmente. Era aquel h o m b r e un santo un pincipio atormentáronle las dudas ¿era posible ese
dotado de una dulzura, de una esperanza m | I g J . D e ^ rejuvenecimiento del catolicismo antiguo? ¿Sería posible
perarse, Dios santo, cuando estaba allí el Evangelio! 6 Cra
Boma—Tomo I- 2
volverlo á la juventud, al candor del primitivo cristiané to y modales militares, de cara larga y noble echada á
mo? Se entregó al estudio leyendo, preguntando, apasio- perder por una nariz enfermiza muy pequeña, lo que pa-
nándose cada día más y más por esa gran cuestión del so- réete indicar el último fracaso de una naturaleza mal
cialismo católico, que, precisamente desde algunos años, aplomada. Distinguíase como uno de los agitadores más
venía metiendo tanto ruido, y sintiendo un estremeci- activos del socialismo católico francés. Poseía grandes ha-
miento de compasión hacia los miserables, preparado co- ciendas y una gran fortuna, si bien se decía que había
mo lo estaba para el milagro de la fraternidad, fué per- perdido más de la mitad en desgraciadas empresas agrí-
diendo poco á poco los escrúpulos de su inteligencia y se colas. En su departamento había hecho grandes esfuer-
zas para instalar granjas modelos en las que puso en prác-
persuadió de que por segunda vez Cristo tenía que venir
tica sus ideas en materia de socialismo cristiano y no
al mundo á redimir á la humanidad que tanto sufría. Al parecía que el éxito correspondiese á sus propósitos.
fin esto se formuló claramente en su espíritu con esta cer-
tidumbre de que el catolicismo purificado vuelto á sus Esto le sirvió únicamente para que le eligiesen diputa-
orígenes podía ser el único pacto, la ley suprema que sal- do y hablaba en la Cámara exponiendo el programa de
vase á la sociedad actual, conjurándose así la crisis san- su partido en largos y retumbantes discursos. Además de
grienta que la amenazaba. Dos años antes, en la época en esto, y dando muestras de un ardor infatigable dirigió
que se marchó de Lourdes, rebelándose contra aquella baja algunas peregrinaciones á Roma, presidía reuniones, daba
idolatría, con la fe muerta para siempre y con el alma, conferencias entregándose por completo al pueblo, cuya
sin embargo, inquieta ante esa eterna necesidad de lo di- conquista decía en sus conversaciones íntimas, era la úni-
vino que atormenta á la criatura, desde lo más íntimo de ca que podía asegurar el triunfo de la Iglesia. Ejerció
sobre Pedro una influencia considerable, pues éste admi-
su sér salió un grito: el de una religión nueva, ó por me-
raba ingenuamente en el vizconde las cualidades de que
jor dicho renovada, que se figuraba haber descubierto, con él carecía, como eran un gran espíritu de organización,
un fin de salvación social, y utilizando para la dicha hu- una voluntad militante un poco ruidosa, pero consagrada
mana la única autoridad moral que había en pie, la lejana por oomjpleto á la obra ide restablecer en Francia la socie-
organización del más admirable útil que se haya forjado dad cristiana. Frecuentando su trato aprendió mucho el
jamás para el gobierno de los pueblos. joven presbítero, pero á pesar de eso quedó en él el senti-
Durante ese largo período de lenta formación porque mental, el soñador cuyas elucubraciones, desdeñosas de
atravesó Pedro, dos fueron los hombres, que, aparte del las necesidades políticas, íbanse encaminadas derechamen-
abate Rose, tuvieron grande influencia sobre él. Una bue- te á la ciudad futura de la felicidad universal; mientras
na obra le permitió entrar en relaciones con monseñor que por el contrario el vizconde no tenía más que la
Bergerot, un obispo al que el Papa, en recompensa de una pretensión de acabar la ruina de la idea liberal del 89,
vida empleada en el ejercicio de la caridad, acababa de utilizando, para volver al pasado, la desilusión y la cólera
elevar á la dignidad de cardenal, y lo hizo á pesar de la de la democracia.
oposición de cuantos le rodeaban que olfatearon en el pre-
lado francés un espíritu libre. El nuevo purpurado había Pasó Pedro algunos meses como encantado y jamás
gobernado siempre su diócesis como un padre, y Pedro se neófito alguno vivió más absolutamente consagrado á la
inflamó al contacto de aquel apóstol, de aguel verdadero dicha ajena; fué todo amor y se inflamó con la pasión de
pastor de almas, de uno de esos jefes sencillos y buenos su apostolado. Aquel pueblo mísero que visitaba, aquellos
hombres sin pan ni trabajo, aquellas madres y aquellos
semejante á los que deseaba para la comunidad futura.
hijos sin alimento, hacíanle concebir cada día con más
Pero fué aun más decisivo para su apostolado el hallazgo fervor la idea de que era necesario que naciese una nueva
en las asociaciones católicas para obreros, del vizconde religión que hiciese cesar una injusticia que iba á ser al fir>
Filiberto de Choue. Era éste un hombre apuesto, de aspec-
c a u s a d e que el mundo revolucionario pereciese. Y esíaba'
resuelto á trabajar, á apresurar con todas sus fuerzas esa fermentación de un poela; parecíale á veces soñar esas pá-
intervención de lo divino, ese renacimiento del cristianis- ginas, mientras que una voz lejana é interior se las dicta-
mo primitivo. Continuaba estando muerta su fe católica ba. Con frecuencia, y cuando leía al vizconde Filiberto de
y no creía como antes en los dogmas, misterios y mila- la Lhoue las líneas escritas la víspera, éste las aprobaba
n o s ; quedábale empero una esperanza que le bastaba: la con mucha viveza, bajo el punto de vista práctico, dicien-
oe que la Iglesia pudiese hacer aún bien, guiando de la do que al pueblo, para atraerle, había que conmoverle, y
mano el irresistible movimiento democrático moderno con que habría sido necesario también componer canciones
e i o n j e t o de evitar á las naciones la amenazante catás- piadosas, y no obstante alegres, para poderlas cantar en
trofe social. Calmóse su alma desde que se consagrara á tos talleres. E n cuanto á monseñor Bergerot, sin examinar
esa misión de hacer penetrar el Evangelio en el corazón el libro bajo el punto de vista del dogma, se conmovió
del pueblo hambriento y exaltado d? los arrabales. Mo- profundamente con el ardiente hálito de caridad que se
víase, agitabase y sufría mucho menos con el horroroso desprendía de cada página. El prelado llegó hasta come-
vacio, consecuencia de su viaje á Lourdes, y como tam- ter & imprudencia de escribir una carta aprobatoria al au-
poco se interrogaba, de ahí el que no le asediase la angus- tor, autorizándole para que la pusiese en el prefacio de su
tia de la incertidumbre. Era con la serenidad del sencillo obra. Y fué era obra, la que publicada en Junio, debía ser
deber cumplido como continuaba diciendo su misa, y incluida en el Indice para prohibir su lectura. Y para de-
basta acabó por pensar que el misterio que él de aquella fenderla era para lo que iba á Roma el joven presbítero,
manera celebraba y que todos los otros misterios y dog- lleno de sorpresa y de entusiasmo, inflamado por el deseo
mas, no eran en suma más que símbolos ó ritos necesa- de que triunfase su fe y resuelto á defender personalmen-
rios a ,1a humanidad en su infancia y de los que se de- te su causa ante el Santo Padre, cuyas ideas tenía la se-
sembarazaría más tarde cuando esa humanidad engrande- guridad de haber expresado y reproducido bien.
cida purificada instruida, pudiese soportar el resplandor
de la verdad desnuda. Mientras que de este modo hacía revivir en su memoria
los tres últimos años de su vida, no se había movido, per-
Y Pedro arrastrado por su celo de ser útil y por la pa- maneciendo al lado de la barandilla, extasiado ante Roma
sión de decir en alta voz su pensamiento, se halló una ma- tan soñada y deseada. A su espalda sucedíanse sin cesar
ñana ante su mesa escribiendo un libro. Esto ocurrió de las llegadas bruscas y las marchas de los carruajes, los se-
la manera más natural del mundo, pues aquel salió de su cos ingleses y los rechonchos alemanes desfilaban después
inteligencia como un llamamiento de su corazón v sin de haber consagrado al clásico horizonte los cinco minu-
pretensiones literarias. El título, una noche que no le fué tos consignados en la guía y esto mientras que el cochero
posible conciliar el sueño, se le presentó de una manera y el caballo de su carruaje esperaban complacientemente
brusca con letras resplandecientes en medio de las tinie- con la cabeza baja y recibiendo los calurosos rayos del sol
blas; Nueva Boma. Y con esto lo decía todo porque ¿no era que caldeaba la maletita que se había quedado en la ban-
de Roma, de la eternh y de la santa de donde debía salir queta. Y parecía que hubiese enflaquecido más con su so-
el rescate, la salvación de los pueblos? La única autoridad tana negra, como espiritualizándose y quedándose inmóvil
existente se encontraba allí y el rejuvenecimiento no po- ante tan sublime espectáculo. Desde su regreso de Lourdes,
día nacer más que en la tierra en que se había arraigado la había enflaquecido mucho y su rostro demacrádose. Des-
de que su madre le arrastraba de nuevo, su gran frente
caduca encina católica. En dos meses escribió aquel libro
recta, la torre intelectual que debía á su padre, parecía
que, sin darse cuenta de ello, sin conciencia de lo que ha- amenguarse, mientras que la boca bondadosa, pero un po-
cia, estaba preparando con sus estudios acerca- del socia- * co acentuada, la barba delicada, de una ternura infinita,
contemporáneo. Fué esto en él á la manera de la dominaban, decían la que era su alma, que resplandecía
también en la llama caritativa de sus ojos,
[Ah! ¡Con que ojos más tiernos y ardientes contempló la inesperado, de una nueva visión y se quedó inmóvil otra
Roma de su libro, la nueva Roma con que había soñado! Sí, vez. Fuera de la ciudad y por encima de las copas de los
desde un principio, el aspecto del conjunto se apoderó de árboles del jardín de Corsini se le apareció la Cúpula de
él con la dulzura un tanto velada de una mañana admira- San Pedro. Dijérase que estaba sobre aquella base de ver-
ble, pero á la sazón ya podía detallar las cosas, detenién- dor y en el fondo de aquel cielo de un azul tan puro,
dose en el examen de los monumentos. Y fué con infan- que era á su vez de un azul de cielo tan diáfano que
til alegría como los reconoció todos por haberlos estudiado se confundía con el azul del infinito. En lo alto la lin-
durante mucho tiempo en los planos y en las colecciones terna de piedra que lo corona, blanca y resplandeciente
de fotografías. Allí bajo sus pies extendíase el Transtibe- de luz, estaba como suspendida en el aire.
re, más abajo del Janículo, con el caos de sus casas rojizas No se cansó Pedro, y sus miradas recorrían sin cesar el
y cuyos tejados carcomidos por el sol ocultaban el Tiber. horizonte de un extremo á otro. Deteníase en las cornisas
Quedóse un poco sorprendido al ver el aspecto algo vulgar de las casas nobles, en la gracia altiva de los montes de la
de la ciudad contemplada desde lo alto de aquella terraza, Sabina y del Alba sembrados de villas y hoteles y cuya
como nivelada por aquella ojeada á vuelo de pájaro, ape- cintura cerraba el cielo. La campiña romana extendíase
nas accidentada con sus siete famosas colinas, como ola en grandes espacios, desnuda y majestuosa semejante á
apenas sensible en medio del mar prolongado de facha- un desierto de muerte, con ese verde pardo del agua es-
das. A lo lejos, á la derecha, y destacándose azuladas de tancada, y al cabo distinguió la torre baja y redonda de la
los montes Albanos, veíase el Aventino con sus tres igle- tumba de Cecilia Metella, tras la cuar "una Cgera íínea pá-
sias medio ocultas entre verdes follajes; distinguíase tam- lida revelaba la existencia de la antigua vía Appia. Restos
bién el Palatino descoronado y al que una línea de cipre- de algunos acueductos sembraban la hierba rala con el pol-
ses parecía rodear con una franja negra. Confundíase tras vo de mundos derrumbados, y al volver tffra vez s'us mira-
esto el Coelius, no dejando ver más que los árboles de la das encontraba la ciudad con la mezcla de sus edificios.
villa Mater que palidecían con el polvillo de oro del sol. En ella, muy cerca, reconocía gracias á sus balconadas
Unicamente el esbelto campanario y las dos cupulitas de con vistas hacia el río el enorme cubo obscuro formado por
Santa María la Mayor indicaban en donde se hallaba la el palacio Farnesio. Más lejos, aquella cúpula baja y re-
cima del Esquilmo, enfrente muy lejos y al otro extremo donda, apenas perceptible, debía ser la del Pantheón. Más
de la ciudad, mientras que sobre las alturas del vecino allá aun y por medio de bruscos saltos se llegaba á los
Viminal, inundado por la luz, no vió mas que una confu- muros blanqueados de San Pablo del Campo, con sus ta-
sión de grandes bloques blancuzcos estriados con rayitas pias semejantes á las de una granja colosal; las estatuas
obscuras y que eran sin duda construcciones modernas se- que coronan San Juan de Letrán, ligeras, tamañas como
mejantes á una cantera abandonada. Durante largo rato, insectos; después el pulular de las cúpulas y medias na-
y sin poderlo descubrir estuvo buscando el Capitolio. Tuvo ranjas, como la de Jesús, la de San Carlos, la de San An-
por necesidad que sentarse y se convenció al cabo de drés del Valle, la de San Juan de los Florentinos y tantos
que veía el remate de la torre, por delante de Santa María otros edificios vibrantes aún de recuerdos, el castillo de
la Mayor, allá abajo, y que era aquella torre cuadrada y Santángelo, cuya estatua centelleaba, la villa de los Médi-
modesta que se confudía entre los tejados que la rodea- cis que dominaba la ciudad entera, la terraza del Pincio
ban. Venía en seguida, hacia la izquierda el Quirinal, fácil en donde blanquean los mármoles entre los árboles raros,
de reconocer por la larga fachada del palacio real, fachada las grandes umbrías de la Villa Borghese, á lo lejos, ce-
de cuartel ó de hospital, de un amarillo áspero, vulgar y rrando el horizonte con sus verdes cimas. En vano buscó
perforado por un sin fin de ventanas todas iguales. En el el Coliseo; el ligero vientecillo del Norte, que en aquellos
momento en que se volvía su|rió el encanto repentino^ momentos soplaba, aunque sin fuerza casi, empezó sin
24 as
embargo á disipar las neblinas matinales. Entre las vapo- idea de una tentativa burocrática y enojosa, de un ensaye*
rosas lontananzas ¡transe destacando con vigor barrios ente- de modernismo sacrilego en una ciudad, aparte que ha-
ros semejantes á promontorios en un mar iluminado por bría convenido dejar al ensueño del porvenir. Esta sensa-
el sol. Acá y acullá, entre el indistinto amontonamiento ción casi penosa de un presente importuno, la echó á un
de las casas, resaltaba un trozo de muro blanco, u n jardín lado, no queriendo detener en todo un barrio nuevo, en
se estendía como una mancha negra y todo ello con una toda una ciudad abotargada, sin duda en construcción
potencia de coloración sorprendente. Y el resto, la con- aún, que veía claramente al pie de San Pedro y á orillas
fusa mezcla de las calles, de las plazas, de islotes sin del río. Su Roma nueva, la suya, la que él soñó, y con
fin, sembrados en todas direcciones, se mezclaban, se bo- la que soñaba aún, hasta enfrente del Palatino anona-
rraban ante la gloria viviente del sol, mientras que altas dado bajo el polvo de los siglos, de la cúpula de San
humaredas blancas, desprendidas de ios techos, se eleva- Pedro, cuya gran sombra cobijaba al Vaticano, del pala-
cio del Quirinal retocado y repintado de nuevo, reinan-
b a n y atravesaban con lentitud la pureza infinita del cielo.
do burguesmente sobre los barrios nuevos que se abrían
Pero muy pronto, y por secreto instinto, no se interesó paso por todas partes despanzurrando la antigua ciudad de
Pedro más que por tres puntos de aquel horizonte inmen- rojizos techos, resplandeciente á la sazón, bajo el claro
so. Allá abajo una línea de delgados cipreses que rodeaba sol matinal.
como con una negra franja la altura del Palatino, le emo-
cionó; detrás no veía nada más que el vacío, pues los pa- Nueva Roma, el título de su libro, empezó á flamear de-
lacios de los Césares habían desaparecido arruinados, de- lante de Pedro y con otra meditación revivió su libro des-
rrumbados por el tiempo y los evocó, creyendo verlos pués de haber revivido su vida. Lo había escrito con en-
aparecer como fantasmas de oro, vagos y temblorosos por tusiasmo, utilizando las notas amontonadas al azar, y la
entre la púrpura de la espléndida mañana. Después vol- división en tres partes se impuso en seguida; el pasado, el
viéronse sus miradas á San Pedro y allí la cúpula estaba presente y el porvenir.
a ú n en pie abrigándose bajo ella el Vaticano, que Pedro El pasado era la extraordinaria historia del cristianismo
sabía estaba á su lado, pegado al costado del coloso. Y lo primitivo, de la lenta evolución que convirtió á ese cris-
encontró triunfal, color de cielo, tan sólido y tan vasto, tianismo en el catolicismo actual. Demostraba que, bajo
que se le apareció como u n rey gigante dominando la ciu- toda evolución religiosa, se oculta una cuestión económi-
dad entera viéndosele desde todas parles eternamente. Fijó ca, y que, en resúmen, el eterno mal, la lucha eterna, no
después sus miradas enfrente, en el otro monte, en el ha existido jamás más que entre el pobre y el rico. Entre
Quirinal, en el-que el palacio del rey no le pareció más los judíos y cuando poniendo fin á su vida nómada y li-
que u n cuartel achatado y bajo, embadurnado de amari- bre s e establecen en Canaá y se crean la propiedad, esta-
llo, y toda la historia secular de Roma, con sus continuos lla la lucha de clases. Hay ricos y hay pobres y entonces
nace la cuestión social. La transición había sido brusca, el
tarstornos, sus sucesivas resurrecciones, estaba allí para
nuevo estado de cosas empeoró tan rápidamente, que los
él, en aquel simbólico triángulo, en aquellas tres colinas pobres, acordándose aún de la edad de oro de la vida nó-
que se miraban por a m a del Tíber; la Roma antigua des- mada, sufrieron y reclamaron con mayor violencia. Hasta
plegándose en un amontonamiento de palacios y de tem- Jesús, los profetas no fueron más que rebeldes que surgie-
plos, flor monstruosa del poderío y del esplendor imperia- ron de la miseria del pueblo, que hablaban de sus desdi-
les; la Roma papal, victoriosa en la Edad Media, señora chas y atacaban á los ricos á los cuales profetizaron toda
del mundo, haciendo pesar sobre la cristiandad esa igle- clase de males en castigo de su injusticia y de su dureza.
sia colosal de la belleza reconquistada; la Roma actual, la Jesús mismo no es ni más ni menos que el último de
que él desconocía, que había descuidado, cuyo palacio ellos y aparece como la divina reclamación viviente del
real, tan desnudo, tan frío, le dió una idea muy pobre, la
derecho de los pobres. Los profetas, socialistas y anarquis- Esa primera parte de su libro, esa historia del pasado;
tas, predicaron la igualdad social, reclamando hasta la des- habíala completado Pedro con un estudio á grandes ras-
trucción del mundo si éste no era justo. El aporta igual- gos del catolicismo hasta nuestros días. Al principio tratá-
mente á los pobres el odio al rico; toda su doctrina es una base de San Pedro ignorante, inqu'.eto, presentándose en
amenaza contra la riqueza, contra la propiedad y si se en- Roma por un impulso de genio, yendo á realizar los orácu-
tendiese por el Reino de los cielos, que prometía la paz y los antiguos que predijeran la eternidad del Capitolio.
la fraternidad en esta tierra, no habría en todo ello más Después los primeros papas, sencillos jefes de asociacio-
que la vuelta á la edad de oro de la vida pastoral, no sería nes funerarias; más tarde el lento advenimiento del papa-
más que el sueño de la comunidad cristiana tal cual apa- do todopoderoso, en perpetua lucha de conquista en el
rece haberse realizado después de Jesús por sus discípu- mundo entero y forcejeando sin descanso para satisfacer
los. Durante los primeros siglos, cada iglesia ha sido un su ensueño de dominación universal. En la edad media,
ensayo de comunismo, una verdadera asociación cuyos con los grandes papas, creyó la Iglesia por un instante
miembros lo poseían todo en común, fuera de la mujer y conseguir su fin, ser la dueña soberana de los pueblos, ¿no
de la familia. Los Apologistas y los primeros Padres de la sería la verdad absoluta ese papa-pontífice y rey de la tie-
Iglesia dan fe de esto. El cristianismo en esa época no era rra que reinase sobre las almas y los cuerpos de todos los
más que la religión de los humildes, de los míseros y de hombres como el mismo Dios, de quien es el representan-
los pobres, una democracia, un socialismo en lucha con- te? Esa ambición total y desmesurada, pero de una lógica
tra la sociedad romana. Y cuando ésta se derrumbó po- perfecta, fué conseguida por Augusto, pontífice y empera-
drida por el dinero, sucumbió bajo el agio, los negocios dor, amo del mundo y, renaciendo siempre de entre las
ilícitos y los desastres financieros más bien aún que al ruinas de la Roma antigua, es la figura gloriosa de Augus-
empuje de la invasión de los bárbaros ó minada por el to la que hechizó á los papas; fué la sangre de Augusto la
sordo trabajo de termitas de los cristianos. La cuestión de que latió e n sus venas. Pero el poder se dividió con el
dinero está siempre en la base. Así se tiene de ello una hundimiento del imperio romano. Era necesario partir, de-
nueva prueba cuando el cristianismo triunfante al fin, jar al emperador el poder y gobierno temporal y no con-
gracias á las condiciones históricas, sociales y humanas, servar sobre él más potestad que la de consagrarle por de-
fué declarado religión del Estado. Para asegurar su victo- legación divina.
ria tuvo necesariamente que tratar con los ricos y con los El pueblo era de Dios y el papa entregaba el pueblo al
poderosos, y es preciso ver por medio de qué sutilezas y emperador en nombre de Dios y podía hasta quitárselo,
de qué sofismas los padres de la Iglesia logran descubrir poder sin límite del que el arma más terrible fué la exco-
la defensa de la propiedad en el Evangelio de Jesús. En munión, soberanía superior que caminaba al pasado, á la
esto había para el cristianismo una necesidad política de posesión real y definitiva del imperio. En resumen: entre
vida y sódo á ese precio convirtióse en el catolicismo, en el papa y el emperador, la querella eterna era el pueblo,
la región universal. Desde entonces erigióse la potente que ambos se disputaban, la masa inerte de los humildes
máquina, arma de conquista y de gobierno; arriba los ri- y de los que sufren, el gran mudo del que sólo sordos ge-
cos, los poderosos, que tienen el deber de partir con los midos revelaban á las veces la incurable miseria. Se dis-
pobres, pero que no hacen nada; abajo, los pobres, los tra- ponía del pueblo como de un niño para su bien y la Igle-
bajadores, á los que se enseña á resignarse y á obedecer, sia ayudaba verdaderamente á la civilización, prestaba ser-
reservándoles el reino futuro, la compensación divina y vicios á la humanidad y repartía abundantes limosnas.
eterna. Admirable monumento que ha durado muchos si- Siempre, sin embargo, volvía á aparecer el sueño antiguo
glos, en el que todo está construido, basado en esa prome- de la comunidad cristiana, á lo menos en los conventos;
sa de un más allá, sobre esa inextinguible sed de inmor- un tercio de las riquezas recogidas para el culto, otro teis
talidad jr de justicia que consume al hombre.
ció para el clero y el otro tercio restante para los pobres. posesión de sí misma. Era como el desenlace aparente de
¿No era esto la vida simplificada, la existencia hecha fácil la prolongada lucha por la posesión del pueblo entre el
á los fieles que no tenían deseos terrestres y esperaban las emperador y eí papa; el emperador desaparecía y el pue-
inauditas satisfacciones del cielo? ¡Dadnos la tierra entera blo, en adelante libre para disponer de sus destinos, pre-
tendía escapársele al papa, solución imprevista ante la
y haremos tres partes de los bienes de aquí abajo y ya
cual parecía que debería derrumbarse todo el antiguo an-
veréis que edad de oro reinará, en medio de la resigna- damiaje del catolicismo.
ción y obediencia de todos!
Pedro mostraba en seguida al papado asaltado por gran- Pedro terminaba aquí la primera parte de su libro con
un llamamiento al cristianismo primitivo enfrente del ca-
des peligros al salir de todo su poderío de la Edad Media.
tolicismo actual, que es el triunfo de los ricos y de los
Estuvo en poco que el Renacimiento no lo arrastrase con poderosos. Esa sociedad romana que Jesús vino á destruir
su lujo y su desbordamiento, en el hervir de la savia vi- en nombre de los pobres y de los humildes ¿no la restauró
viente, manada de la eterna naturaleza, despreciada y con- la Roma católica á través de los siglos con su obra políti-
siderada como muerta durante muchos siglos. Más ame- ca de dinero y de orgullo? ¡Y qué triste ironía cuando se
nazadores aún eran los sordos despertamientos del pueblo, afirmaba que después de mil ochocientos años de Evan-
de ese gran mudo cuya lengua parecía que quería empe- gelio el mundo se encenagaba de nuevo en el agio, en los
zar á soltarse. Estalló la Reforma como una protesta de la negocios ilícitos, en los desastres financieros, en esa ho-
razón y de la justicia, como un llamamiento hacia las ver- rrenda injusticia que permite que haya hombres repletos
dades desconocidas del Evangelio y fué preciso, para que de riquezas entre los millares y millares de hermanos su-
Roma se salvase de su total desaparición, la ruda cruenta yos que perecen de hambre! Todo lo que se refería á la
defensa de la Inquisición y la lenta y obstinada labor del salvación de los míseros, de los desdichados, había que
Concilio de Trento, que afirmó el dogmja y aseguró el po- comenzarlo de nuevo. Pero estas cosas tan terribles decía-
der temporal. Entonces fué cuando se verificó la entrada las Pedro en páginas tan dulcificadas por la caridad, tan
del papado en dos siglos de paz y de olvido, porque las só- impregnadas de esperanza, que habían perdido por com-
lidas monarquías absolutas que se habían repartido la pleto su peligro revolucionario. Además de esto, en su li-
Europa, podían pasarse sin él y no temblaban ya ante los bro, en ninguna parte se atacaba el dogma. Su libro no
rayos de la excomunión, que habían perdido toda su fuer- era más que el grito de un apóstol, con su forma senti-
za, ni consideraban al papa más que como á un maestro mental de poema, en el que ardía el único amor del pró-
de ceremonias, encargado de ciertos ritos. En la posesión jimo.
del pueblo habíase producido un desequilibrio; si los re-
yes tenían el pueblo por Dios, el papa era el que debía re- Venía en seguida la segunda parte de la obra; el pre-
gistrar la donación de una vez por todas, así sin tener que sente, el estudio de la sociedad católica actual. En esa
intervenir para nada, fuese la ocasión que quisiese, en el parte había hecho Pedro una pintura horrible de la mise-
gobierno de los estados. Nunca ha estado Roma más lejos ria de los pobres, de esa miseria de las grandes ciudades
de realizar su sueño de dominación universal. Y cuando que ten á fondo conocía, de la que él sangraba aún por
estalló la Revolución francesa pudo creerse que la declara- haber tocado aquellas llagas emponzoñadas. La injusticia
ción de los derechos del hombre iban á acabar con el papa- no se podía tolerar, la caridad era impotente y tan espan-
do, depositario del derecho divino que Dios le había dele- toso el sufrimiento que toda esperanza moría en el cora-
gado sobre las naciones. De aquí, aquella inquietud pri- zón del pueblo. Lo que había contribuido á matar la fe
mera, aquella cólera, aquella defensa desesperada del Va- en él ¿no era e3 espectáculo monstruoso de la cristiandad
ticano contra la idea de libertad, contra ese nuevo credo 'cuyas abominaciones le corrompían enloqueciéndole de
de la razón libertada y de la humanidad que entraba en rencor y venganza? Y en seguida, después de ese cua-
3ro de una civilización corrompida y en camino de des- bres y He los humildes y restablecer la universal comuni-
aparecer, reanudaba la historia en la Revolución francesa, dad cristiana. Es de esencia democrática y si se puso á
en la inmensa esperanza que la idea de libertad habla bien con los ricos y los poderosos cuando el cristianismo
aportado al mundo. Al llegar al poder de la burguesía, el se convirtió en ed catolicismo, no hizo más que obedecer á
la necesidad de defenderse para vivir sacrificando su pri-
gran parüdo liberal se encargó en fin de hacer la dicha
mitiva pureza; de manera, que si hoy abandonase á las
de todos. Pero lo peor de todo es que decididamente la li- clases directoras condenadas, para volver al pueblo, á la
bertad, después de un siglo de experiencia, no parece ha- masa de los míseros, no haría sencillamente más que acer-
ber proporcionado á los desheredados más felicidad. L& carse otra vez á Cristo, se rejuvenecería y purificaría de
desilusión empieza en el dominio político. En todo caso, los compromisos políticos que haya podido contraer. En
si el tercer estado se declara satisfecho, desde que reina, todas las épocas la Iglesia, sin renunciar en nada á su ab-
el cuarto estado, los trabajadores, siguen sufriendo siem- soluto, supo plegarse ante las circunstancias; se reserva su
pre y continúan reclamando su parte. Se les proclamó li- soberanía total, tolera sencillamente lo que no puede im-
bres, se les concedieron los derechos y la igualdad política pedir, espera con paciencia durante muchos siglos á que
y esos no son para ellos más que dones ilusorios porque llegue el minuto en que pueda ser señora, dueña del
sólo tienen, antes como ahora bajo su esclavitud económi- mundo. Y en esa ocasión ¿no iba á sonar el minuto en la
ca el derecho de morirse de hambre. De ahí han nacido crisis que se preparaba? De nuevo todos los poderes se
todas las reivindicaciones socialistas y el problema aterra- disputan la posesión del pueblo. Desde que la instrucción
dor, que parece va á concluir con la sociedad actual, que- y la libertad hicieron de él una fuerza, un sér con con-
dó planteado desde luego entre el trabajo y el capital. ciencia y con voluntad que reclama su parte, todos los
Cuando la esclavitud desapareció del mundo antiguo para gobernantes quieren guardarle, reinar para él y con él, si
ceder su puesto al salario, la revolución fué inmensa y en es necesario. El socialismo, he ahí el porvenir, el nuevo
verdad que fué la idea cristiana uno de los factores más instrumento de reinar y todos se hacen socialistas, los re-
poderosos que contribuyeron á la desaparición de la escla- yes que se tambalean en sus tronos, los jefes burgueses de
vitud. Hoy, que se trata de reemplazar el salario por otra inquietes repúblicas y los mangoneadores políticos y am-
cosa, tal vez por la participación del obrero en los benefi- biciosos que sueñan con el poder. Todos están de acuerdo
cios ¿por qué el cristianismo no ha de mtentar alguna en que el Estado capitalista es un retroceso al mundo pa-
gano, al mercado de esclavos, todos hablan de romper la
nueva acción? Ese advenimiento próximo y fatal de la
atroz férrea ley: el trabajo convertido en una mercancía
democracia es otra fase de la historia humana que se a b r g sometida á las leyes de la oferta y ta demanda, el salario
es la sociedad de mañana que se crea Y Roma no podía calculado en lo que estrictamente necesita el trabajador
permanecer indiferente, el papado iba á tener que tomar para no morirse de hambre. Abajo, los males aumentan,
¡>arte en la querella si no quería desaparecer del mundo los trabajadores agonizan de hambre y de desesperación
como un engranaje completamente inútil. mientras que por cima de sus cabezas crúzanse continuas
De ahí la legitimidad del socialismo c é l i c o Cuando discusiones, agótense las buenas voluntades intentando irri-
por todas partes surgen sectas socialistas d i s p j á n d o ^ a sorios remedios. Es el pataleo, el loco azotamiento de
felicidad del pueblo con soluciones á pornllo la Iglesia las grandes catástrofes próximas. Entre los otros el so-
d e b í presentar la suya. Y era en esto en donde aparecía cialismo católico, tan ardiente como el revolucionario, se
ia Roma nueva y la evolución se extendería con una re- presente en batalla y trata de vencer.
novación ilimitada de esperanza. Era cierto que la Iglesia
católica no tenía nada en sus principios contrario a una
democracia; es más, no tenía que hacer mas que recobrar A esto seguía un estudio de los prolongados esfuerzos
r e d i c i ó n evangélica, volver á ser la Iglesia de los po- del socialismo católico en la cristiandad entera. Lo que
lucha era más viva, pero sobre todo es lucha de ideas. La
llamaba la atención era que la lucha íbase haciendo más batalla se daba contra la Revolución y parecía que habría
viva y victoriosa desde que se libraba en un terreno de bastado el restablecimiento de la antigua organización de
propaganda, no conquistando aún al cristianismo, for los tiempos monárquicos para volvter á la edad de oro. De
ejemplo: en las naciones en que éste se encontraba cara a esta manera la cuestión de las corporaciones obreras llegó
cara del protestantismo, los curas luchaban por la vida á ser el único negocio, algo como la panacea para todos
con una pasión extraordinaria, disputando á los pastores los males de los trabajadores. Pero estaban muy lejos de
la posesión del pueblo con golpes atrevidísimos, expo- entenderse; los unos, los católicos, que rechazaban la inge-
niendo teorías audazmente democráticas. E n Alemania, la rencia del Estado, que preconizaban una acción puramen-
tierra clásica del socialismo, el primero que hablo de te moral, querían que esas corporaciones fuesen libres;
cargar á los ricos de tributos é impuestos, fué monseñor mientras que los otros, los jóvenes, los impacientes, re-
Ketteler, y él fué también el que creó más tarde una vas- sueltos á la acción, deseaban que fuesen obligatorias, con
ta agitación, dirigida hoy por el clero, gracias á numero- capital propio, reconocidas- y amparadas por el Estado. El
sos periódicos y asociaciones. En Suiza, monseñor Menni- vizconde Filiberto de la Choue, particularmente, sostuvo
llod, pleiteó con tanto valor por la causa de l 9 s pobres, una ardiente campaña, valiéndose de la palabra y de la
que los obispos ahora hacen causa «>mun con los so- pluma en favor de esas corporaciones obligatorias, y su
cialistas demócratas, á los que sin duda, esperan comer- pena mayor consistía en no haber podido decidir a ú n al
tir el día de la repartición. E n Inglaterra, donde el socia Papa á pronunciarse de una manera definitiva sobre el
lismo penetra con tanta dificultad ^ n ^ g u i ó el ^ r d e n a l caso de saber si las corporaciones debían ser libres ó ce-
Maning grandes victorias y tomó la defensa de los traba rradas. A creerle, la suerte de la sociedad estaba allí lo
jadores en una huelga famosa, produciendo un m o . ™ - mismo que la solución pacífica de la cuestión social en la
to popular señalado por frecuentes conversiones. Pero so que una tremenda catástrofe debía arrastrarlo todo. E n el
fondo, por más que no quisiese confesarlo, el vizconde ha-
bre todo fué e n América, en los Estados Unidos en donde
bía ido á parar al socialismo del Estado. Y sin embargo
triunfó el socialismo católico en " ^ de esa falta de acuerdo, la agitación continuada siendo
fera saturada de democracia que obligó ¿ o b i s p o s taU*. grande, habíanse hecho tentativas poco afortunadas, como
como monseñor Ireland, á ponerae á la cabeza dellas re- sociedades cooperativas de consumo, sociedades para la
ivindicaciones obreras; parece que hay g í « construcción d e casas para obreros, Bancos populares, re-
da una Iglesia nueva, confusa aun, pero desbordante de trocesos más ó menos disfrazados á lo que eran las anti-
savia, sosfenida por una esperanza guas comunidades cristianas. Esto muestra que, de día en
roía del cristianismo re uvenecido de manana Y si se día, en riiedio d e la confusión de la hora presente, entre la
nasa en seguida á Austria y Bélgica, naciones católicas, se turbación de las almas y de las dificultades políticas por-
?e que en°la primera el socialismo católico se confunde que atraviesa el país, al partido católico militante pare-
con d antisemitismo y que en la segunda no tiene ningún cíale que sus esperanzas agrandaban hasta llegar á la cie-
sentido determinado, mientras que todo moprniento se ga certidumbre de reconquistar muy pronto el gobierno
detiene y hasta desaparece, cuando se llega á España t del mundo.
T t a l f a 1 L s viejas tierras de la fe. España entregada á las
S n d a s de los revolucionarios y con sus testarudos obis- La segunda parte del libro terminaba precisamente con
pos < Z s * entretienen en fulminar anatemas contra los un cuadro del malestar intelectual y moral en que se agi-
fncrédutos, como lo hacían en tiempos de la Inqu.s.ción, ta este fin de siglo. Si la masa de los trabajadores sufre
en tantó mi o Italia se halla inmovilizada en a tradición, por verse mal recompensada y exigs una nueva partición
ski inidatha posible, reducida al süencio y al respeto al- en la que al menos se le asegura el pan diario, parece que
i S e d o í de la Santa Sede. En Francia, sin embargo, la liorna—Tomo 1—3
vas, aun con la ciencia ¡una religión nueva! ¡Una religión
nueva! ¿y no era el antiguo catolicismo que, en esa tierra
contemporánea en donde parecía favorecer ese milagro,

mmmmm
Z n c m agrandada. Es la famosa bancarrota del ragonató
iba á renacer, surgiendo nuevas ramas verdes para des-
arrollarse en una juvenil é inmensa florescencia?
Por último, en la tercera parte de su libro, había dicho
Pedro con frases inflamadas y entusiásticas de apóstol, lo
que iba á ser el porvenir, ese catolicismo rejuvenecido
la angustia del f que había de llevar á las naciones agonizantes la salud y
la paz, la olvidada edad de oro del cristianismo. Y desde
luego, empezaba con un retrato enteroecedor y glorioso
de León XIII, el papa ideal, el predestinado para la sal-
vación de los pueblos. Lo había evocado y visto también
con su ardiente afán de la venida de un pastor que pusie-
se fin) á la miseria. No era un retrato de mezquina seme-
janza sino el del salvador necesario, de inagotable caridad,
de corazón é inteligencia grandes, tales cuales él los soñaba.
No obstante había estudiado mucho, examinando docu-
mentos y encíclicas, y basado la figura sobre los hechos
la educación religiosa en Roma, la corta nunciatura en
s ^ g f e s s ? Bruselas y el largo episcopado en Perusa. Desde que
León XIII es papa, en la difícil situación legada por
Pío IX, pe revela la dualidad de su naturaleza, al guar-
dián inquebrantable del dogma, y al político sagaz resuel-
to á llevar la conciliación todo lo lejos que pueda. De una
l05 ^ i éacjBtmr ,MJue. se ««
manera clara rompe con la filosofía moderna, y se remon-
riosa inmortalidad! ,bs el tener soportar ta por cima del Renacimiento á la Edad Media y restaura
en las escuelas católicas la filosofía cristiana según el es-
píritu de Santo Tomás de Aquino, el angélico Doctor.
Puesto el dogma al abrigo de esta manera, vive de equili-
brio, dahdo prendas á todos los poderes y se esfuerza en
utilizar todas las ocasiones. Se le ve, dando pruebas de
una actividad extraordinaria, reconciliar á la Santa Sede
los problemas del d e s t i n o ' E ^ ermieno con Alemania, aproximarse á Rusia, contentar á Suiza,
l o s Pueblos j u r a n t e d e l T ^ de desear la amistad de Inglaterra, y escribir al emperador
ca cómo, en este nn ae , ¡ a igualmente de la
de la China para pedirle que proteja á los misioneros y á
labor de los preñada los cristianos de su imperio. Más adelante intervendrá en
profunda turteaon que domma á j a n senfiraieilto
Francia y reconocerá la legitimidad de la República. Des-
con una nueva s o c a e d ^ ha despe ^ de de el principio se desprende un pensamiento; pensamien-
to que hará de él uno de los grandes papas políticos y ese
p s i * fe L1: t e a es, por otra p¡arte, el pensamiento secular del papado^ la

creará otras n u
S U » i * — ° *
conquista de todas las almas. Roma, centro y señora del eos en fortuna la miseria de los demás. Obligado á tratar
mundo. No hay más que una voluntad, que un fin, el de con vaguedad las cuestiones de organización, limítase á
tarbajar para la unidad de la Iglesia, atraer á éste á las alentar el movimiento corporativo que coloca bajo el pa-
comunidades disidentes para hacerla invencible en la lu- tronato del Estado y, después de restaurar de ese modo la
cha social que se prepara. E n Rusia intente hacer recono- autondad civil, coloca á Dios en su sitio soberano y opina
cer la autoridad moral del Vaticano; en Inglaterra sueña que la salvación se halla en la aplicación de remedios mo-
con desarmar á la Iglesia Anglicana y atraerla á una es- rales, en el antiguo respeto debido á la propiedad y á la
pecie de tregua fraternal; pero en Oriente es en donde so- familia. Pero esa mano cariñosa del augusto Vicario de
bre todo aspira á un acuerdo con las Iglesias cismáticas, Cnsto, tendida públicamente á los humildes y á los po-
á las que ama sencillamente como á hermanas separadas, bres ¿no era el signo, cierto de una nueva alianza, el anun-
á las que su corazón de padre ruega vuelvan á su lado; cio de u n nuevo reinado de Jesús sobre la tierra? En ade>-
¿de qué fuerza no dispondría Roma victoriosa- el día en lante sabría el pueblo que no estaba abandonado. Y desde
entonces, qué gloria más grande la alcanzada por León
que, sin contradicción, reinase sobre todos los cristianos
XIII, cuyo jubileo sacerdotal y jubileo episcopal se cele-
de la tierra entera? braron por la cristiandad entera, entre el concurso de
Y es en esto en donde aparece la idea social de León XIII una multitud inmensa, de regalos sinnúmero y de hala-
que. siendo a ú n obispo de Perusa, escribió una carta pas- güeñas cartas enviadas por todos los soberanos!
toral en la que se revelaba un vago y humanitario socia-
lismo. Más tarde, cuando se puso la tiara, cambió de opi- Trató én seguida Pedro la cuestión del poder temporal,
nión y fulminó censuras contra los revolucionarios cuyas lo que creyó que podía hacer con entera libertad. Sin du-
audacias aterraban por entonces á Italia. Empero, inme- da no ignoraba que en su lucha con Italia, el papa soste-
diatamente cambia de dirección ¡advertido por los. hechos nía con tanta obstinación como en el primer momento,
y comprendiendo el peligro mortal que hay al dejar el sus derechos sobre Roma; pero imaginó que en eso había
socialismo en manos de los enemigos del catolicismo. Oye una sencilla actitud necesaria, impuesta por razones polí-
lo que le dicen los obispos populares de los países de pro- ticas y que desaparecería cuando sonase la hora. Pedro
paganda, cesa en su intervención en la querella irlandesa, estaba convencido de que si el papa no se había presenta-
retira ¡a excomunión que había fulminado contra los Ca- do nunca á tanta altura comí» á la sazón, lo debía, á la
pérdida del poder temporal, á la que debía también ese
balleros del Trabajo de los Estados Unidos, y prohibe que
gran aumento de su autoridad moral, ese puro esplendor
se pongan en el Indice, los libros un tanto atrevidos de los que le rodeaba como una aureola. ¡Qué historia más larga
escritores católicos socialistas. Esta evolución hacia la de- y más llena de faltas y de conflictos la de la posesión du-
mocracia se ve en sus encíclicas más famosas; en Inmor- rante quince siglos de ese pequeño reino de Roma! E n el
tale Dei, acerca de la constitución de los Estados, Libertas, siglo cuarto, Constantino se marcha de Roma, no dejando
sobre la libertad humana, Sapientice, sobre los deberes de en el vacío Palatino más que algunos funcionarios olvida-
los ciudadanos cristianos: Rerum Novarum, que trata de la dos y el papa se apodera, naturalmente, del poder, y la
situación de los trabajadores y en esta es en la que más vida de la ciudad pasa á Letran. Hasta pasados cuatro si-
especialmente dijérase que se rejuvenece la Iglesia, h-1 pa- glos 110 reconoció Cario Magno los hechos consumados, ce-
pa se ocupa en d í a de la inmerecida miseria do los tra- diendo de una manera formal al papa, los Estados de la
te jado res de las horas de trabajo demasiado prolongadas Iglesia. Desde entonces no ha cesado la guerra entre el
y de lo insuficiente del jornal. Todo hombre tiene derecho poder espiritual y los poderes temporales, con frecuencia
á vivir y el contrato arrancado por el hambre es injusto. latente, muchas veces aguda, entre sangre y llamas. ¿No
Declara además que no puede abandonar al obrero sin de- sería hoy poco razonable soñar que en medio de Europa
fensa á una explotación que transforma para algunos po-
t d n a s e el papa sobre un girón de territorio, en el que es- han acrecentado el poderío internacional de la Iglesia y
taría expuesto á todos los vejámenes y en el que no se los miembros católicos figuran en número hadante en los
podría sostener sin el amparo de un ejército extranjero? parlamentos de las repúblicas y de las monarquías consti-
jQué sería del papado e n la matanza general que se temel tucionales. Todas las circunstancias parecían pues favore-
¡Y cuanto más resguardado no está, más elevado y más cer esa fortuna extraordinaria del catolicismo envejecido
digno no es, cuando se desprende de todo cuidado terrestre y acometido del vigor de la juventud. Hasta la ciencia, á
y reinando nada más sobre las almas! E n los primeros la que acusan de bancarrota, lo que salva del ridículo al
tiempos de la Iglesia el papado de un carácter local, pu- Syllabus, turba la inteligencia y reabre el campo ilimitado
ramente romano, se fué catolizando, es decir, haciéndose del misterio y de lo imposible. Y entonces es cuando se
universal, conquistando su imperio sobre la cristiandad recuerda una profecía que en tiempos fué hecha; el papa-
entera. Del mismo modo el sacro colegio, continuación en do dueño de la tierra el día en que marchase á la cabeza
un principio del antiguo senado romano, se unlversalizó de la democracia después de haber reunido á la Iglesia
también en seguida y hoy, en nuestros días, es la más uni- católica, apostólica y romana, las iglesias cismáticas de
versal de todas las asambleas, en la que toman asiento Oriente. Los tiempos habían llegado, puesto que el papa
miembros de todas las naciones. ¿Y no era evidente que dado el adiós á los ricos y á los poderosos del mundo, de-
el papa, apoyado de esa manera en los cardenales, se halla jando á los reyes desposeídos de sus tronos en el destie-
convertido en la única y más grande autoridad interna- rro, se ponía como Jesús á la cabeza de los trabajadores
cional, tanto más poderosa, cuanto está libre de los inte- sin pan y do los mendigos de las calles. Tal vez pasarían
reses monárquicos y habla en nombre de la humanidad y aún algunos años de horrible miseria, de inquietante con-
hasta por cima de la noción misma de la patria? La solu- fusión, de peligro tremendo social y el pueblo, ese gran
ción tan buscada en medio de guerras tan prolongadas, mudo del que se ha dispuesto hasta aquí como juguete,
indudablemente es esa: ó dar la soberanía temporal del hablará, volverá á la cuna, á la Iglesia unificada de Roma
mundo al papa, ó no dejarle más que la soberanía espiri- para evitar la amenazadora destrucción de las sociedades
tual. Representante de Dios, soberano absoluto é infalible humanas.
por delegación divina, no puede permanecer más que en Y Pedro terminaba su libro con una apasionada evoca-
el santuario, si ya dueño de las almas, no es reconocido ción de la nueva Roma, de la Roma espiriiual que había
por todos los pueblos como único dueño de los cuerpos, de reinar muy pronto sobre los pueblos reconciliados y
rey de reyes. fraternizando como una edad de oro. Veía también el
¡Pero qué extraña aventura es ese nuevo empuje del fin de las supersticiones; se había olvidado, sin ningún
papado en el campo sembrado por la Revolución francesa ataque directo religioso más amplio, libie de ritos y consa-
y que le encamina tal vez hacia ía dominación, cuyo de- grado á la única satisfacción de la caridad humana; y he-
seo le sostiene en pie desde hace tantos siglos! Porque ved- rido a ú n por su viaje á Lourdes, había cedido á la necesi-
le solo delante del pueblo; los reyes están abatidos, y pues- dad de contentar su ^ corazón. Aquella superstición «le
to el pueblo es libre para entregarse en adelante á quien Lourdes, tan grosera, ¿no sería un síntoma execrable de
bien le parezca ¿por qué no se ha de entregar á él? El me- una época en que los sufrimientos son excesivos? El día
noscabo que sufre la idea de libertad permite muchas ve- en que el Evangelio estuviese umversalmente extendido y
ces esperanzas y en el terreno económico parece que el se practicase por todos, los que sufren dejarían de ir á
partido liberal está vencido. Los trabajadores, desconten- buscar tan lejos y en tan trágicas condiciones un alivio
tos del año ochenta y nueve, se quejan de lo que se agra- ilusorio, porque estarían seguros de encontrar asistencia,
va su miseria y se agitan buscando la felicidad de una de ser consolados y curados en sus casas y entre sus her-
manera desesperada. Por otra parle, los nuevos regímenes manos. En Lourdes había una mala colocación de la íor-
tuna infcua, un espectáculo horrendo que Hacía dudar dé ción del Indice amenazaba á su obra con el entredicho?
Dios, una interminable causa de combate que debía des- Desde hacía quince días y desde que oficiosamente le ha-
aparecer en la sociedad verdaderamente cristiana de ma- bían indicado que fuese á Roma, si era que deseaba de-
ñana. ¡Ah! era el deseo ardiente de la venida próxima de fenderse, se hacía ésa pregunta sin acertar á descubrir
esa sociedad, de esa comunidad cristiana á la que toda la qué páginas de su obra podían ser las señaladas, pues to-
obra tendíaI ¡Al cristianismo, volviendo á ser la religión das lo parecían inspiradas por el más puro y ferviente
de justicia y de verdad que había sido antes de dejarse cristianismo.
conquistar por los ricos y los poderososI ¡Los pobres, los Pero llegaba allí estremeciéndose de entusiasmo y de
pequeños, los míseros, reinando y repartiéndose los bienes valor, y se le hacía tarde para postrarse de rodillas ante el
de aquí abajo y no obedeciendo más que á la ley iguali- papa, para ponerse bajo su augusta protección y decirle
taria del trabajo I El papa solo á la cabeza de la federación quo 110 había escrito una sola línea sin inspirarse en su
de los pueblos, soberano de paz y no teniendo más misión espíritu, sin desear el triunfo de su política. ¿Era posible
que la de ser la regla moral, el lazo de caridad y de amor que condenasen un libro en el que, con gran sinceridad,
que uniese á todos los seres! ¿No era esta la realización creía haber exaltado á León XIII ayudándole en su obra
próxima de las promesas de Cristo? Los tiempos se iban de la unidad cristiana y de la paz universal?
á cumplir, la sociedad religiosa y la sociedad civil se com- Permaneció aún Pedro durante unos instantes apoyado
penetrarían tan perfectamente que no harían más qué en el parapeto. Hacía cerca de una hora que estaba allí
una y esa sería la edad de triunfo y de felicidad predeci- no consiguiendo, saciar su vista con la grandeza de Roma,
da por todos los profetas, nada de ludias posibles, nada que habría querido poseer en seguida con lo desconocido
de antagonismos entre el cuerpo y el alma, un maravillo- que le ocultaba. ¡Oh! ¡Apoderarse de ella, conocerla, saber
so equilibrio que mataría el mal, que pondría en la tie- en el mismo instante la palabra verdad que iba á pedirla!
rra el reino de Dios. ¡La nueva Roma, centro del mun- Esta era, después de la de Lourdes, Otra experiencia y
do, dándole á éste la nueva religión! mucho más grave y decisiva de la que comprendió que
saldría salvado ó perdido para siempre. No pedía la fe in-
Sintió Pedro que las lágrimas empañaban sus ojos y genua y completa de niño, sino la fe superior del intelec-
con un gesto inconsciente, sin apercibirse de que con él tual, que se eleva por cima de los ritos y de los símbolos
asombraba á los delgados ingleses y á los obesos alema- trabajando para la mayor felicidad de la humanidad, 1 ta-
nes, que desfilaban por la terraza, abrió los brazos y los sado en s u necesidad de certidumbres. Su corazón latió,
tendió hacia la Roma real que, iluminada por un sol es- lo mismo que sus sienes ¿cuál sería-la respuesta de Roma?
pléndido se extendía á sus pies ¿se mostraría cariñosa con El sol estaba cada vez más dorado; los barrios altos se des-
su ensueño? ¿Iba, conforme había dicho, á encontrar en tacaban con más vigor sobre los fondos incendiados. En
ella remedio á nuestras impaciencias y á nuestras inquie- lontananza dorábanse las colinas, volviéndose de color de
tudes? ¿Podía renovarse el catolicismo, volver al espíritu púrpura, mientras que las fachadas más próximas se pre-
del cristianismo primitivo, ser la religión de la democra- cisaban con mucha claridad con sus millares de ventanas
cia, la fe que el mundo moderno, Trastornado y en peligro claramente recortadas. Flotaban aún, sin embargo, vapo-
de muerte, espera para tranquilizarse y vivir ? Estaba lleno res matinales y ligeros velos que parecían subir de las ca-
Pedro de pasión generosa, de fe ardiente. Figurábasele ver lles bajas, cubriendo las cimas ven donde se desvanecían
al buen abate Rose llorando de emoción al leer su libro; en el cielo ardiente, de un azul sin fin. Creyó por un mo-
oía al vizconde Filiberto de la Choue decirle que semejan- mento que el Palatino se había borrado del cuadro y ape-
te libro valía más que un ejército y sobre todo sentíase nas veía la sombría faja de cipreses cual si el polvo mis-
fuerte con la aprobación del cardenal Bergerot. de ese mo de sus ruinas la ocultase. Y sobre todo eJflfiHfe&B&íhQ® ra;EVO LEOh
apóstol de inagotable caridad; ¿por qué pues la Congrega-
W B i M í S * ¥M88É27A8!.

»rte.lSKfíWííS^.MEXI
bfa desaparecido; el palacio parecía haberse ocultado tras I
una niebla, con su fachada poco importante, achatada y I
baja, y tan vago á lo lejos que no le distinguía, mientras I
que hacia la izquierda, y por encima de las frondosas co- I
pas de los árboles, la cúpula de San Pedro se había I
agrandado entre la límpida atmósfera y el oro claro del I
sol, ocupando todo el cielo y dominando por completo la I
ciudad.
¡Ah! ¡La Roma de ese primer encuentro, la Roma mati- I
nal de la que, ardiendo con la fiebre de la lleuda, ni si- I
quiera se había fijado en los barrios nuevos, cuántas espe- i
ranzas no le hacía concebir esa Roma que creía encontrar I
viva y tal cual él la soñara I Y en un día tan hermoso, I
mientras que, en pie y envuelto en su modesta sotana ne- I j¡
gra, la contemplaba así, se figuró que subía de los techos 1
de esa tierra sagrada, dos veces reina del mundo, una pro- I
mesa de paz universal 1 Esta era la nueva Roma, la tercera I
Roma cuya paternal ternura pasaría por cima de las fron- I
teras, buscaría á todos los pueblos para reunirlos consola- I
dos en un común abrazo. La veía, la oía tan rejuvenecida, 1 >
tan dulce de infancia bajo el grande y puro cielo, como I X esa hora, la vía Julia, que se extiende en línea recta
volando con la frescura de la mañana, en el candor apa- I cosa de unos quinientos metros desde el palacio Farnesio
sionado de su ensueño. 1 á la iglesia de San Juan de los Florentinos, estaba ilumi-
Pedro se separó al cabo de la contemplación de tan su- 1 nada por la clara luz de un sol resplandeciente que la en-
blime espectáculo. Con la cabeza baja y al sol, no se h a - 1 filaba de un extremo á otro, blanqueando el menudo em-
bían movido ni el cochero ni el caballo. En la banqueta I pedrado de su arroyo sin aceras. El carruaje la recorrió
estaba abrasando la maletita de mano, calentada por el I casi por completo en antiguas y grisientas viviendas que
astro del día cada vez más elevado. I la bordeaban, como aidormecidas y vacías, con sus gran-
Subió al coche, repitiendo otra vez las señas: • ! des ventanas resguardadas por férreas enormes rejas, con
—Vía Julia, palacio Boccanera. I profundos pórticos que permitían ver sombríos patios, se-
I mejantes á pozos. Abierta por el papa Julio II, que soñó
• adornarla con magníficos palacios, fué la vía más regular
I y hermosa de Roma en aquella época y sirvió de corso en
I el siglo XVI. Se comprendía que allí había existido un
S antiguo y hermoso barrio condenado al silencio, al desier-
I to del abandono é invadido por una especie de dulzura y
I discreción clericales. Sucedíanse unas á otras las antiguas
• fachadas, las ventanas cerradas, algunas verjas adornadas
• con plantas trepadoras, los gatos sentados en las puertas,
• las tiendas obscuras de un comercio humilde, instalado
• en los bajos, mientras que los transeúntes eran. contados,
bfa desaparecido; el palacio parecía haberse ocultado tras I
una niebla, con su fachada poco importante, achatada y I
baja, y tan vago á lo lejos que no le distinguía, mientras I
que hacia la izquierda, y por encima de las frondosas co- I
pas de los árboles, la cúpula de San Pedro se había I
agrandado entre la límpida atmósfera y el oro claro del I
sol, ocupando todo el cielo y dominando por completo la I
ciudad.
¡Ah! ¡La Roma de ese primer encuentro, la Roma mati- I
nal de la que, ardiendo con la fiebre de la lleuda, ni si- I
quiera se había fijado en los barrios nuevos, cuántas espe- i
ranzas no le hacia concebir esa Roma que creía encontrar I
viva y tal cual él la soñara I Y en un día tan hermoso, I
mientras que, en pie y envuelto en su modesta sotana ne- I j¡
gra, la contemplaba así, se figuró que subía de los techos 1
de esa tierra sagrada, dos veces reina del mundo, una pro- I
mesa de paz universal I Esta era la nueva Roma, la tercera I
Roma cuya paternal ternura pasaría por cima de las fron- I
teras, buscaría á todos los pueblos para reunirlos consola- I
dos en un común abrazo. La veía, la oía tan rejuvenecida, 1 >
tan dulce de infancia bajo el grande y puro cielo, como I X esa hora, la vía Julia, que se extiende en línea recta
volando con la frescura de la mañana, en el candor apa- I cosa de unos quinientos metros desde el palacio Farnesio
sionado de su ensueño. 1 á la iglesia de San Juan de los Florentinos, estaba ilumi-
Pedro se separó al cabo de la contemplación de tan su- 1 nada por la clara luz de un sol resplandeciente que la en-
blime espectáculo. Con la cabeza baja y al sol, no se h a - 1 filaba de un extremo á otro, blanqueando el menudo em-
bían movido ni el cochero ni el caballo. En la banqueta I pedrado de su arroyo sin aceras. El carruaje la recorrió
estaba abrasando la maletita de mano, calentada por el I casi por completo en antiguas y grisientas viviendas que
astro del día cada vez más elevado. I la bordeaban, como aidormecidas y vacías, con sus gran-
Subió al coche, repitiendo otra vez las señas: • ! des ventanas resguardadas por férreas enormes rejas, con
—Vía Julia, palacio Boccanera. I profundos pórticos que permitían ver sombríos patios, se-
I mejantes á pozos. Abierta por el papa Julio II, que soñó
• adornarla con magníficos palacios, fué la vía más regular
I y hermosa de Roma en aquella época y sirvió de corso en
I el siglo XVI. Se comprendía que allí había existido un
S antiguo y hermoso barrio condenado al silencio, al desier-
I to del abandono é invadido por una especie de dulzura y
I discreción clericales. Sucedíanse unas á otras las antiguas
• fachadas, las ventanas cerradas, algunas verjas adornadas
• con plantas trepadoras, los gatos sentados en las puertas,
• las tiendas obscuras de un comercio humilde, instalado
• en los bajos, mientras que los transeúntes eran. contados,
viéndose enfre ellos mujeres sin nada en la cabeza acompa- Lo que más que nada atrajo las miradas de Peiro, fué
ñando cluquillos, una carreta cargada de heno de la que un escudo de armas esculpido encima de una de las ven-
tiraba u n mulo, un monje de soberbio aspecto vestido con tanas del cuarto bajo; el escudo de las armas de los Bocca-
tosco sayal de paño burdo y un velocipedista deslizándo- nera, un dragón alado arrojando llamas por la boca y aun
se piü nacer ruido con su máquina que centelleaba al se leía con toda claridad la divisa que había quedado in-
sol. tacta Bocca ñera Alma, rossa, boca negra, alma roja. Enci-
Al cabo el cochero se volvió y señalando un gran edifi- ma de las otras ventanas, y como haciendo pareja, había
cio cuadrado, emplazado en la esquina de una estrecha uno de esos retablos tan numerosos aun en Roma; una
callejuela que iba á parar al TLber, dijo: santa Virgen vestida dfe raso, ante la cual, hasta en pleno
—Palacio Boccanera. día, ardía una lámpara.
Levantó Pedro la cabeza y le oprimió un tanto el cora- Como de costumbre, iba el cochero á internarse en el
zón aquel severo caserón, ennegrecido por la edad, y de pórtico abierto y sombrío; cuando el presbítero, obedecien-
una arquitectura tan desnuda y maciza. Lo mismo que el do á un impulso de timidez, le detuvo:
palacio Farnesio y el palacio Sacchelti, sus vecinos, ha- —No entréis—le dijo—es inútil.
bíalo construido Antonio de San Gallo, allá hacia el 1510 Apeóse del carruaje, pagó al cochero y se halló con la
é igualmente que para el primero la tradición popular sos- maletita en la mano, bajo la bóveda primero y después en
tenía que el arquitecto había empleado para su cOnstrura el patio central sin haber encontrado alma viviente.
cióu piedras robadas al Coliseo y al Teatro de Marcelo. Era Era un patio cuadrado, bastante espacioso, rodeado de
vasto y cuadrado, tenía sobre la calle una lachada con sie- un pórtico lo mismo que si fuese un claustro. Bajo aque-
te ventanas y tres pisos, y el primero de estos muy eleva- llas arcadas medio derrumbadas, veíanse restos de esn-
do de techo y de aspecto noble. P o r todo adorno las rasga- tuas, losas de mármol, u n Apolo sin brazos, una Venus
das ventanas del cuarto bajo, cerradas por enormes labra- de la que n o quedaba más (pie el tronco, todo ello apoya-
das rejas salientes en previsión de algún asedio, se apoya-i do en las paredes. Una hierba menudiln y fina había cre-
ban en grandes cartelas y coronadas por áticos que, á su cido entre las piedras que cubrían el piso, formando un
vez, descansaban en otras cartelas también esculpidas, pe- mosaico negro y blanco. Parecía como que el sol no llega-
ro más pequeñas. Encima de la monumental puerta de: ba nunca hasta aquel suelo enmohecido por la humedad.
entrada con hojas de bronce, y delante del hueco corres- Reinaba allí la sombra, el silencio de una grandeza muer-
pondiente á la ventana del centro, había un balcón volado.. ta y de una tristeza infinita.
La fachada terminábase en lo alto con una cornisa sun- Sorprendido Pedro por el vacío de aquel palacio mudo,
tuosa cuyo friso presentaba una gracia y una pureza de buscó á pígunoj, á Un portero, á u n criado y habiendo creí-
ornamentación admirables. Este friso, lo mismo que las car- do ver pasar una sombra se decidió internarles en otra
telas y áticos de las ventanas y las jambas y el dintel de bóveda quo conducía á un jardinillo emplazado sobre el
la puerta eran de mármol blanco, pero ya tan empañado, Tíber. Por este lado la tediada lisa y sin ningún adorno
tan desmenuzado, que había adquirido el granillo rudo y no presentaba más que las tres hileras de sus ventanas si-
amarillento de la piedra. A derecha é izquierda de la puer- métricas. El aspecto del jardín, con su abandono, le opri-
ta hallábanse dos antiguos bancos sostenidos por anima- mió a ú n más el corazón. En el centro, y en un magnífico
les mitológicos y también tallados en mármol, viéndose pilón lleno de tierra, habían crecido grandes matas de boj
empotrada en uno de los ángulos del edificio, una precio- amargo. Entre la mala hierba, que crecía en abundancia
su fuente estilo Renacimiento, seca á la sazón y formada y en completa libertad, elevábanse unos cuantos naranjos
por un amorcillo montado sobre un delfín, cosas ambas de dorado maduro fruto, que eran los únicos que indica-
casi imposibles de reconocer, de tal manera el tiempo ha- ban cual era la dirección de los paseos que bordeaban.
bía borrado los relieves.
Arrimado á la pared de la derecha, y entre dos laureles ma á la condesa Ernesta Brandini, una Boccanera que
enormes, había un sarcófago del siglo II, con bajo relieves acababa de dtar á luz y que la recogió en la calle para con-
que representaban faunos persiguiendo mujeres, una ba- vertirla en la niñera de su hija Benedetta, con la idea de
canal desenfrenada, una de esas escenas, en fin, de amor que ayudaría á la niña á aprender el francés. Hacía vein-
voraz con que la Roma de la decadencia adornaba las ticinco años que se hallaba sirviendo á aquella familia y
tumbas, y convertido en depósito de agua aquel sarcófago había conseguido llegar hasta el rango de ama de gobier-
de mármol desportillado, mohoso, recibía el delgado cho- no sin dejar por eso de ser una ignorante, tan desprovista
rlito de agua que se desprendía de una trágica carátula del don de lenguas que sólo consiguió chapurrar un ita-
empotrada en la pared. E n tiempos antiguos abríase allí liano detestable, útil para las necesidades del servicio en
sobre el Tfber una especie de logia porticada, una azotea, sus relaciones con los demás criados.
desde la que, por una doble escalinata, se podía bajar has-
—¿Y cómo sigue el señor vizconde?—añadió con su
te el río. Pero con el trabajo de los muelles empezaban ya
franca naturalidad.—¡Es tan amable y nos da tanta ale-
á levantar las orillas y el resultado era que la terraza se
gría cuando se hospeda aquí en todos los viajes! Sé que la
encontraba más baja que el suelo nuevo, rodeada de es-
princesa y la contessina han recibo ayer una carta suya
combros, de piedras de sillería abandonadas, y del des-
en la que les hablaba de vuestra llegada.
panzurramiento yesoso y lamentable que trastornaba todo
el barrio. El vizconde Filiberto de la Choue era quien, en efecto,
lo había preparado tódo para la estancia de Pedro en Ro-
Aquella vez al menos, tuvo Pedro la seguridad de haber ma. De la antigua y vigorosa raza de los Boccanera, n o
visto la sombra de una falda. Volvióse al patio y se en- quedaban más que el cardenal Pío Boccanera, su herma-
contró cara á cara con una mujer que debía frisar en los na la princesa, vieja solterona á la que por respeto llama-
cincuenta años, pero que no tenía ni un pelo blanco, y sí ban donna Serafina, después su sobrina Benedetta de la
el aire muy alegre y vivo, con su estatura no muy alta que Ernesta, su madre, siguió á la tumba á su marido el
No obstante, al ver á un cura, su rostro redondo, ilumi-
conde Brandini, y por último, el príncipe Darío Boccane-
nado por unos ojillos claros, reveló algo como desconfianza. !
ra, cuyo padre el príncipe "Onofrio Boccanera había muer-
redro procuró en seguida explicarse apelando para ello to y la madre, una "Montefiori, contraído segundas nup-
á algunas palabras del mal italiano que hablaba: cias. Por la casualidad de una alianza había el príncipe
—Señora, soy el abate Pedro Froment... emparentado con esa familia; su hermano pequeño casóse
No le dejó ella continuar, y en buen francés, con ese con una Brandini, hermana del padre de Benedetta y era
acento lento y un poco pastoso de Ile-de-France, le dijo: de ese modo á título complaciente de tío, cómo en distin-
- ¡ A h ! ¡Ya lo sé, señor abate! ¡Ya lo sé! Os esperaba, tas ocasiones habíase hospedado en el palacio de la vía
tengo órdenes... » ' Julia en vida del conde. Profesaba gran cariño á la hija
Y observando que la miraba con asombro: de éste, sobre todo después de cierto drama íntimo de un
—Soy francesa... hace veinticinco años que vivo en este matrimonio desgraciado que se trataba de hacer anular.
país y aun no he podido acostumbrarmje á su condenada A la sazón, que Benedetta había vuelto al lado de su tía
jcngu31 Serafina y de su tío el cardenal, la escribía con mucha
Recordó entonces Pedro que el vizconde Filiberto de la frecuencia ó la enviaba libros desde Francia. Entre otros,
Lhoue habíale hablado de aquella criada, de Victorina le mandó el vizconde el de Pedro, y toda la historia em-
Bosquet, una beauceronna, de Anneau, que cuando tenía pezó allí, cartas cambiadas y más tarde una de Benedetta
veintidós anos había ido á Roma acompañando á una se- manifestando que la obra había sido denunciada á la Con-
ñora tísica, cuya brusca muerte la dejó como perdida en gregación del Indice, y aconsejando al autor á que acu-
un país de salvajes. Por esto se entregó en cuerpo y a í diese á defenderlo y ofreciéndole graciosamente la hospi-
talidad en el palacio. El vizconde, tan asombrado como el estaba Pedro, sonrióse Victorina. El palacio parecía estar
joven presbítero, no comprendió la razón de ello y 1? ^ deshabitado, pues ningún ruido ;se oía en sus cerrados sa-
lidió áP emprender el viaje, por buena lones. El ama de gobierno señaló con un sencillo ade-
dole una victoria que de antemano hacía suya. E n e s t a S mán una gran puerta de e n d n a que se abría á la derecha.
circunstancias comprendíase el azotamiento de W r o al —Su eminencia ocupo aquí d ala que da sobre el patio
caer en aquella casa tan inmensa y desconocida, y com- y d río ¡oh! pero nada más que escasamente una cuarta
jnometido con una aventura heroica cuyas razones y con- parte... Los salones que dan á la calle y estaban destina-
diciones no acertaba á explicarse. ;I dos á recepdones se cerraron ¿cómo era posible sostener
De pronto dijo Victorina: y cuidar eso, y sobre todo para qué? Se necesitarían mu-
- O s dejé, señor cura, ahí y no m e acordé chos criados.
voy á acompañaros á vuestra habitación; ¿en dónde esta j Continuó subiendo con mucha viveza, habiendo perma-
necido, siempre, á la cuenta, demasiado extraña, demasia-
^ ^ u e d ó s ^ m u y 'sorprendida después, cuando la enseñé do diferente de todo aquello para que pudiese hacerla me-
la m a l e S a <rue se había decidido á dejar en el s u d o y la I lla ó penetrarse del medio en que vivía. Al llegar al se-
lxpUcó ¿ e % una estancia de quince días creyó. q u . I gundo piso, añadió:
tenía s uficiente con una poca ropa blanca y una sotana I —Mirad, aquí, á la derecha tenéis las habitaciones de
donna Serafinfa y á la izquierda tenéis las de la contessina.
10
—¡Quince días! ¿Os figuráis que n o ™is á estar aquí I Este es el único rincón de la casa en que hay un poco de
más que quince días? E n fin. ya lo veréis^ | calor y e n el que se ve que hay vida. Además hoy es lu-
Y l i m a n d o á un gran diablo de lacayo que al cabo se I nes y la princesa recibe esta noche; ya lo veréis.
Abrió después una puerta que comunicaba con una es-
calera muy estrecha.
—Nosotros estamos en el tercero... ¿quiere d señor
abate que pase delante?
La gran escalera de honor terminaba en el segundo, y
Victorina le explicó que el tercer piso no tenía más comu-
nicación que aquella escalera de servicio que llegaba has-
ta la calle siguiendo uno de los costados del palacio é iba
á parar al Tíber. Allí había una puerteeilla de escape y
esto era sumamente cómodo.
cuarto porque estaba algo eníerma;. pero Victorina repi| Cuando llegaron a l tercer piso siguió un corredor y en-
señó otra vez varias puertas. •
—Esta es la habitación de don Virgilio, el secretario de
S T - S S 1 S un ángulo del patio fcj su eminencia... esta es la mía... y he aquí la que va á ser
e lP ^ ó r t í c ^ ^ escalera monumental con los escalón«! la vuestra... Siempre que el señor vizconde viene á pasar
? v v de una pendiente tan suave, que uní
unos días en Roma, no quiere más habitación que ésta.
Dice que así tiene más libertad y sale y entra cuando se
le antoja. Lo mismo que á él os daré una llave de la
puerta de abajo, y ahora veréis qué vistas más hermosas
tiene el cuarto.
í e — J Victorina le. precedió; la habitación se componía de dos
liorna — Tomo I— 4
piezas, un salón bastante espacioso, cuyas paredes esta
ban cubiertas de un papej rojo con grandes ramajes y un « d u n S U t o C l h n y < 5 h % d Í g ° CSO P 0 r S " e m i n u n d a , que
gabinete con un papel gris lino sembrado de descoloridas saben en la ». casa
Ì ^ que L ^ yo0 soyde
* e t o s . . . yY ^ya
florecillas. El salón formaba la esquina del palacio y tenía una mujer "honrada y que
jamás
: ..me , porto
r
~ mal. 6-«
¿Por
u qué n o me -han de dejar
vistas sobre la callejuela y el Tíber. Victorina abrió en se-,
guida las dos ventanas desde una de las cuales se veía en tranquila desde el momento en que quiero tanto á mis
lontananza el río aguas abajo y desde la otra el Transüber amos y cumplo á condencia en su servido?
y el Janículo, enfrente, al otro lado del río. Terminó Victorina sus observaciones con una franca
carcajada.
¡Ah! ¡Sí, efectivamente es muy hermoso!—dijo r e d r o
- ¡ A h ! Cuando me dijeron que iba á venir un cura ro-
que la había seguido y estaba detrás de ella. mo si aquí no hubiese antes testantes, gruñí hasta p^r K
Sin apresurarse llegó Giaccomo tras ellos con la inaten- nncones Pero vos tenéis el aire de s ^ u n honrado^oJen
ta E r a n las once dadas. Entonces, viendo que el presbí- y creo que nos entenderemos á maravilla... No sé á Í a u 2
tero estaba muy cansado y comprendiendo que debía te- de qué me entretengo en contaros todo esto tan á la m í
ner necesidad de tomar algo después de un viaje tan lar- ™ S 1 ° d da
» Porque venís de allá abajo ó q u S s
go Victorina le indicó la conveniencia de mandarle servir porque la contessina se innteresa mucho por vos En fin
en seguida el almuerzo allí en el salón. Despues le queda-
¿n
ría la tarde para poder descansar y á las señoras no las me "señor 'abate' S° ° ** v e r d a d ? ^
vería hasta la noche, á la hora de la comida. Pedro pro- de iros 7 d t - v ^ c a n s a d hoy y no hagáis la tontería
testó diciendo que no saldría y que n o estaba dispuesto á de iros á dar vueltas por la dudad en la que no hay Y
perder una tarde entera; pero aceptó el almuerzo por- esas cosas tan divertidas que ellos dicen
míe en efecto se moría de hambre. m r J Z n ^ - 5 0 1 0 ' S Í I \ Ü Ó r P e d r o f e a m e n t e rendido
Tuvo sin embargo Pedro que tener paciencia durante por el cansando acumulado del viaje, aumentado por la
una media hora larga. Giaccomo, que le servia á las ór- ¡ manara de fiebre entusiástica que había vivido, y * £ m o
denes de Victorina, no se daba ninguna prisa y el ama embriagado, aturdido por el par de huevos y la c h T t a
comidos apresuradamente, echóse vestido en la ¿ m a c ó n
de gobierno, muy desconfiada, no abandonó al cajero
hasta después de asegurarse de que realmente no carec se S S S n f n i ° . í e d e S C a n S 3 r d u r a n t e u n a media t o r a . No
se quedó dormido en seguida, sino que pensó en acmel os
de Boccanera cuya historia conocía en parte, cuya vfdT ínü
- ? A h ¡Qué gentes y qué país, señor abate! No es p e
sible que forméis ni la menor idea de lo que son. Aun- ma veía como en sueños con el natural aumento de las
que estuviese cien años aquí no me acostumbrana... ¡Ah! e ® rpresas' á ; r a v é s d e pai«¡° « S o y s
¡Si no fuese por la contessina que es tan hermosa v tencioso, de una grandeza tan destartalada y melancólica
Fuéronse después embrollando sus ideas, se d S al
bU PU bl
Luego y al mismo tiempo que colocaba en la mesa un Z Z T V °, ° d e S O m b r a s ' trágicas u £ Z o t r Í
C
plato con higos, asombró á Pedro cuando anad.ó que en ,7n¡la ^ °fÜnUaS Ie
eo^emplaban con ojos
S población en la que no había más que curas, no po- > erngrna y dando vueltas en lo desconocido.
a B C Canera h a b í a n a l i d o
d Z ser una ciudad buena. Aquella cnada incrédula tan en d L, t ° , dos papas, uno
activa y alegre y en aquel palacio, empezaba a asustarle. Sos í I ™ e n 6 1 ^ i n c e y e r a ^ esos dos ele-
0d0p0derOSOS dc los en
—¡Cómo! ¿No tenéis religión? h b t ! l - ' M? otros tiempos
© f f i S ^ que eso dde k ST rLt ZS ,Ti n m^ e nSs a ! ° r tSu n a - ^.
tZ ^ SS ZJ E T Zy haciendas
d ^ '
los
uno i-rancia. Más adelante, aquí, he visto laníos y -iones de oro para colmar las cuevas. La familia pasaba
parar á la orilla del río. Una noche Ercole, que los estaba
por ser la más piadosa de patriciado romano, por ser acechando, saltó á la barca y clavó su puñal en el corazón
aquella en la que ardía la fe y cuya espada estuvo siem- de Flavio Corradini. Más tarde se pudieron reconstituir
los hechos y se comprendió que entonces Cassia, iracun-
pre al servicio de la Iglesia; la más creyente, pero también
da, loca, desesperada, haciendo justicia y no queriendo so-
la más violenta y la más batalladora, continuamente en brevivir á su amor, se arrojó sobre su hermano y cogien-
guerra y de una salvajez tal, que la cólera de los Boccane- do en el mismo irresistible brazo á la víctima y al asesino
ra habíase convertido en proverbio. Y de ahí procedían hizo zozobrar la barca. Cuando encontraron los tres cuer-
sus armas, el dragón alado vomitando llamas, el lema, o pos, Cassia oprimía aún los de los dos hombres, chafando
divisa, ardiente y feroz que se basaba en su apellido Boc- el uno contra el otro sus rostros entre sus desnnudos bra-
ea ñera, Alma rosa, boca negra, alma roja, la boca como zos que conservaban su blancura de nieve.
entenebrecida por un ruido y el alma ardiendo como u n
brasero de fuego y de amor. Circulaban aún leyendas -de Sucedió esto empero en épocas desaparecidas. A la sa-
pasiones sin fin ó de terribles actos de justicia. Se contaba zón si quedaba la fe, la violencia de la sangre parecía ha-
como una leyenda el duelo de Onfredo, el Boccanera que berse calmado en los Boccanera. Su gran fortuna también
se había ido en medio de esa lenta decadencia que desde
á mediados del siglo décimo sexto había mandado cons-
hace un siglo viene hiriendo con la ruina al antiguo pa-
truir el palacio actual en lugar de un antiguo caserón que triciado romano. Habíanse tenido que vender las tierras y
derribó. Habiendo sabido Onfredo que su esposa se había vaciarse el palacio, cayendo poco á poco en ese tren de
dejado besar en los labios por el joven conde de Corta- burguesa medianía de los tiempos modernos. Los Bocca-
magna, hizo que una noche se apoderasen de éste y se lo nera al menos se negaban obstinadamente á toda alianza
llevasen á su casa en la que, sin desatarlo, le obligó á que extranjera y su sangre romana se conservaba pura, de lo
se soníesase con un monje. E n seguida cortó las cuerdas que estaban Orgullosos. Con esto satisfacían su orgullo
con un puñal, tiró al suelo las lámparas y ordenó al conde desmedido no siendo nada para ellos la pobreza, viviendo
míe conservase el arma y se defendiese. Durante más de á parle y sin exhalar una queja en el fondo del silencio y
una hora y rodeados de una obscuridad completa, en el de la sombra entre los que se acababa una raza. El prínci-
fondo de aquella sala llena de muebles los dos hombres pe Ascanio, que había muerto en 1848, dejó, de su unión
se buscaron, esquivaron los encuentros ó se asieron acri : con una Cervisieri, cuatro hijos; Pío, el cardenal, Serafina,
binándose á puñaladas. Cuando más tarde echaron abajo que no quiso casarse para quedarse al lado de su herma-
las puertas, encontraron entre charcos de sangi*3 y á través no, y Onofrio y Ernesta, n o habiendo dejado más que una
de las mesas derribadas, de las sillas hechas pedazos á hija, no quedaba más que como heredero varón, único
Cortamagna con la nariz cortada y las piernas acuchilla- continuador del apellido, el hijo de Onofrio, al joven prín-
das por treinta y dos puñaladas, mientras que Oníredo cipe Darío, cuya edad frisaba en los treinta años. Con
había perdido dos dedos de la m a n o derecha y tema los éste, si moría sin dejar posteridad, debían desaparecer
hombros hechos una criba. Lo milagroso fué que ni el los Boccanera tan vivacep y cuya acción llenó la historia!
uno ni el otro murieron. Cien años después, en esa misma
ribera del Tfter, una Boccanera, una niña que apenas te- Desde muy niños amáronse Darío y su prima Benedet-
nía dieciseis años, la hermosa y apasionada Cassia, lleno ta, con una pasión sonriente, profunda y natural. Habían
nacido el uno para el otro y no imaginaban que hubiesen
á Roma de asombro y de terror. Amaba á Flavio Corradi-
venido al mundo para otra cosa más que para ser marido
ni el hijo de una familia rival, execrada, á que su padre, y mujer cuando estuviesen en edad de hacerlo. El día en
el'príncipe Boccanera, no quería unirla y su hermano que, ya cerca de los cuarenta, el príncipe Onofrio, hombre
mayor Ercole, había jurado matar si algunna vez le encen- níuy f n a W o popular en Roma, que gastaba su me«»-
tra b<a á fcu lado. Corradini iba á verla en una barca y Cas-
sia bajaba á reunnirse con él por la escalerilla que iba 4
del palacio de Ia¡ villa Julia prepararon toda una ala para
3a fortuna siguiendo su capricho, se decidió á casarse con que en aquellas habitaciones se instalasen los recién casa-
la hija de Montefiori, la marquesita Flavia, cuya soberbia dos. Y nada cambió; Ernesta siguió viviendo rodeada de
belleza de Juno niña le enloqueció, fuese á vivir á la villa la misma y fría sombra, tejo el peso de aquel pasado
Montefiori, única riqueza, única propiedad que poseían aque- muerto, peso que ella sentía cada vez más sobre sus hom-
llas señoras, situada hacia la parte de Santa Inés fuera de bros como si fuese el de una losa sepulcral. A parte de
los muros; u n jardín vastísimo, verdadero parque poblado de aquel casamiento, que fué muy honorable por una y otra
árboles centenarios que tenía en el centro una casa, cuya -arte, el conde Brandini pasó poco tiempo después en Ro-
construcción pobre y mezquina databa del siglo X\ II, caía- ía por ser el hombre más orgulloso y necio que allí había.
se á pedazos. Acerca de aquellas señoras no corrían rumo- •Tofesaba una religión estrecha y formalista, mostrándo-
res m u y favorables; la madre casi fuera de su lugar desde se intransigente, y triunfó cuando consiguió, después de
que quedara viuda y la hija demasiado hermosa y con apelar á intrigas sin cuento y á sordos manejos que dura-
modales en exceso conquistadores. Ese casamiento fué des- ron diez años, hacer -que le nombrasen caballerizo mayor
aprobado de la manera más formal por Serafina, que de Su Santidad. Desde entonces, dijérase que toda la pa-
era muy rígida y por el hermano primogénito Pío que, á sada majestad del Vaticano habíase entrado por las puer-
la sazón, era solo camarero secreto participante del Santo tas de su casa. Bajo Pío IX y hasta 1870, fué a ú n pasade-
Padre y canónigo de la Basílica vaticana. Ernesta fué la ra la vida para Ernesta, que se atrevía á abrir las ventanas
única que no rompió sus relaciones con su hermano al que daban á la calle, recibía algunas amigas sin ocultarse
que quería mucho por su carácter alegre. De tal manera ó aceptaba convites para asistir á algunas reuniones. Pero
fué ésto, que más adelante su mejor distracción consistió cuando los italianos conquistaron á Roma y el papa se
en irse todas las semanas á pasar un día entero en la villa declaró prisionero, la casa de la vía Julia se convirtió en
Montefiori. ¡Qué día más delicioso para Benedetta y Darío, un sepulcro. Cerraron la puerta grande, la atrancaron y
ella de diez años de edad y él de quince! ¡Qué día tan en señal de duelo clavaron las hojas, y durante diez años
tierno y fraternal corriendo ó paseando á través de aquel no entraron ni salieron más que por la puerta de la esca-
jardín tan vasto, poco menos que abandonado, con sus co- lera de servicio que comunicaba con la callejuela. Prohi-
pudos pinos, sus bojes gigantes, sus bosqueeillos verdes bieron también que abriesen las ventanas de la fachada.
de encina entre los cuales se perdían como en un bosque Aquello fué el enfurruñamiento, la protesta del mundo
virgen! negro, el palacio reducido al silencio y á la inmovilidad
Fué u n alma apasionada y sufrida el alma pobre y aho- de la muerte, y además de esto, una reclusión total, sin
gada de Ernesta, que nació con una necesidad muy grande recepciones, pues sólo se vieron raras sombras, las de los
de vivir con sed de sol, de existencia dichosa, libre y ac- tertulios de donna Serafina, que los lunes se deslizaban por
tiva en pleno día. Citábasela por sus rasgados ojos claros, la estrecha puertecilla apenas entreabierta. Fué entonces
por el óvalo encantador de su dulce rostro. Era muy igno- durante esos lúgubres diez años, cuando la joven señora
rante, como todas las hijas de la nobleza romana, y lo lloró todas las noches, y aquél alma sordamente desespe-
poco que sabía habíalo aprendido en un convento de reli- rada agonizó al verse así enterrada en vida.
giosas francesas y nació enclaustrada en el negro fondo del
Ernesta dió á luz muy tarde, es decir, cuando tenía ya
palacio Boccanera, no conociendo el mundo más que por
treinnta y tres años. Al principio, la niña fué para ella una
el paseo diario que daba en coche, en compañía de su ma-
distracción. Más tarde la ordenada existencia la recogió
dre, por el Corso y por el Pincio. Después, al llegar á los
otra vez entre su engranaje aplastante, y tuvo que meter
veinticinco años, cansada y desolada ya, casóse, como era
á su hija en el convento del Sagrado Corazón de la Trini-
de rigor, con el conde Brandini, hijo el más joven de una
dad de los Montes, bajo la dirección de l ^ W f f ^ p S S s t ^ ^ 0
familia m u y noble, numerosa y pobre. E n el segundo piso
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ees y ¡habíanse verificado imprevistas alianzas. La cuestión
á ella la habían educado. De allí salió Benedetta hecha ya política era indiferente para Ernesta, que hasta la ignora-
una joven, á los diecinueve años, habiendo aprendido el ba, pero lo que sí deseaba con pasión era que su raza sa-
francés y la ortografía, un poco de aritmética el catecis- liese de aquel execrable sepulcro, de aquel palacio Bocca-
mo y algunas páginas de historia. Y continuó como an- nera, negro, mudo, en el que sus alegrías de mujer ha-
tes, una vida de gineoeo en la que se presiente el Oriente bíanse helado con una muerte tan lenta. Había sufrido
sin salir nunca con el padre ó con el marido, con los dfas demasiado en el fondo de su corazón como hija, como
pasados en el fondo de sus habitaciones cerradas y única- amante y como esposa, y cedía á la cólera de su destino
mente alegradas por el único respiro, por el eterno paseo truncado, sumida en una resignación imbécil. La elección
obligatorio, la vuelta diaria al Corso y al Pwcio En el in- de un nuevo confesor influyó también en su voluntad,
terior de lá casa la obediencia era absoluta los lazos de la porque Ernesta había seguido siendo muy religiosa y
familia conservaban una autoridad, una fuerza que las se prestaba dócil á los consejos de su director espiritual.
doblegaba á ambas bajo la voluntad del conde, y esto srn Para quedar más libre abandonó al padre jesuíta que su
rebelión posible, y á esa voluntad agregábanse fe de to marido en persona la escogiera y lo reemplazó con el aba-
™ Serafina y la del cardenal, severos acérrimos te Pisoni, cura párroco de una iglesia vecina, de Sania
de las antiguas costumbres. Desde que el papa.kabía de Brígida, en la plaza de Farnesio. Era un hombre de cin-
fado de pasear por Roma, el cargo de caballerizo mayor cuenta años, muy cariñoso y blueno, y de una caridad muy
ocupaba poco al conde, porque las cuadras y cocheras h ^ rara en país romano, pero al que la arqueología, la pasión
bíanse reducido mucho; pero eso no impedía ^ e t n c i « > e de las piedras antiguas, había convertido en ardiente pa-
su servicio en el Vaticano, mas sólo como de aparato, des- triota. Se decía de él que, por muy humilde que fuese, en
plegando gran celo devoto y como una protesta con mua distintas ocasiones había servido de intermediario entre el
contra la monarquía usurpadora instalada en el Q u u ^ Vaticano y el Quirinal para asuntos muy delicados. Al
Acababa Benedetta de cumplir los veinte «nos cuando llegar también á ser confesor de Benedetta, muchas vece.;
una teride y de regreso de una solemnidad en San Pedro habló con la madre y la hija de la grandeza de la unidad
volvió s u padre tosiendo y tiritando. A los ocho días se italiana, de la dominación triunfal de la Italia el día en
murió á consecuencia de un catarro pulmonar. en me que el papa y el rey se pusiesen de acuerdo.
dio de su duelo, fué como una inesperada suerte inconfe-
sada para aquellas pobres mujeres que se vieron libres. Amábanse Benedetta y Darío, lo mismo que el primer
día, sin prisas, con ese amor fuerte y tranquilo de los
Desde aquel instante no tuvo Ernesta más que un pen-
amantes que saben pueden contar el uno con el otro. Su
samiento: el de salvar á su hija de aquella existencia lmu-
cedió empero por entonces que Ernesta se interpuso entro
S d a por cuatro paredes, entre las que estaba como ente-
ambos, oponiéndose á ese casamiento. jNol ¡Darío, no!
riada Habíase ella aburrido demasiado y ya no la queda-
Aquel pariente, el último de su apellido, no; porque ence-
ba tiempo para renacer, mas no quena que á su turno
rraría también á s u mujer en la negra tumba del palacio
viviese Benedetta una vida contra la naturaleza encerrada
Boccaneral Sería aquello el sepelio continuo, la ruina agra-
en una tumba voluntaria. Además ese cansancio esa^re-
vada, la misma orgullosa miseria, el mismo eníurruña-
belión observábanse en algunas familias patricias, las que,
miento que deprime y embrutece. Conocía bien á Darío y
pasado el eníurruñamiento de los primeros tiempos, em-
sabía que era débil y egoísta, incapaz de pensar y obrar,
pezaban á aproximarse al Quirinal. ¿Por qué los J « ^
destinado á (enterrar sonriendo á su raza, ó dejar que las
d T d e acción, de libertad, de sol y de aire hbre habfan de
últimas piedras de su casa cayesen sobre su cabeza sin
sostener eternamente la querella de los padres? S n q ue
tener energía para fundar una familia nueva, y lo que Er-
se pudiese aún producir una reconciliación entre el mun-
nesta enfría era otra fortín.-? la renovación de su hija, á
do n ^ o y el mundo blanco, confundíanse algunos mati-
todos, porque Prada tenía quince años más que Benedet-
la que deseaba Ver rica, floreciendo con k vida de los ver, ta, pero era conde, llevaba un apellido histórico, amonto-
cedores Y los poderosos de mañana Desde aquei naba millones, estaba bien visto en el Quirinal y le son-
reía el camino de la fortuna. Roma entera se apasionó.
Nunca se explicó Benedetta cómo acabó por ceder. Seis
meses antes, seis meses después, era indudable que seme-
jannte casamiento no se habría llevado adelante ante el ho-
rroroso escándalo que había producido en el mundo ne-
gro. ¡Una Boccanera, la última de esa antigua raza papal,
j e m o que soñaba. En la villa Monteton en donde tterío entregada á un Prada, á uno de los espoliadores de la
Iglesia I Fué preciso que aquel descabellado proyecto se
presentase en una hora especial y breve, en el momento
en que se intentaba una aproximación suprema entre el
papa y el Quirinal. Corría el rumor de que iba á estable-
la que sólo contaba diecmcho anos y en r o ^ P ^ cerse un acuerdo; que el rey consentía en reconocer al pa-
pa la propiedad soberana de la ciudad leonina, y de una
estrecha faja de territorio que llegase hasta el mar; si esto
era así ¿no iba á ser el casamiento de Benedetta y de Pra-
da como el símbolo de la unión y de la reconciliación
hermosa manía guerrera en furioso nacional? Aquella hermosa niña, el puro lirio del mundo
negro ¿no era el holocausto consentido, la prenda entrega-
baldi, convirtióse al dfa ^ ^ L de lo verdaderos con- da al mundo blanco? Durante quince días no se habló de
apetito de botín y llegó á ser uno aeio
quistadores de Roma, uno de 1 ^ ¿ ^ ^ ^ L t i d o \ n otra cosa; se discutía, se enternecían y esperaban. Bene-
detta por su parte no entraba para nada en esas razones;
no escuchaba más que á su corazón del que no podía dis-
poner, puesto que lo había entregado ya. Pero desde la
nochie á 3a mañana tenía que sufrir las súplicas de su ma-
dre que le rogaba que no rehusase la fortuna, la vida que
s f e a * 5 A - - d le ofrecían. Sobre todo estaba muy trabajada por los con-
hermosa Flavia que, aun en él
sejos de su confesor, el buen abate Pisoni, cuyo patriótico
estaba aún de muy buen ver. Habte eiIe a q u i s t a r , de celo católico en aquella ocasión influía en ella con toda la
fe que tenía en los destinos cristianos de Italia, y daba
gracias á Ja Providencia por haber escogido una de sus
ovejas para hacer que se apresurase un acuerdo que debía
hacer triunfar á Dios en el mundo entero. Y, con comple-
querida, no estato ^ ^ I f S J Z T ^ , sintiendo ta seguridad que la influencia de su confesor fué una de
las causas decisivas de su determinación, porque era muy,
piadosa y muy devota, sobre todo de una Virgen á la que
ibp á rezar todos los domingos en la pequeña iglesia de la
plaza de Farnesio. Un hecho la impresionó mucho: el aba-t
te Pisoni le dijo que la Iffimft de la lámgara que ardía delan-
r ^ ^ ^ tnu y grande ^
te He la imagen volvíase blanea cada vez que é l s e ^ c h i l a - acepta un duelo, emprendió un viaje á Francia. Benedetta
ba para suplicar á la Virgen aconsejase el redentor casa no se ocultó; le escribió para que volviese y se comprome-
mieSto á feu penitente. De este modo obraron fuerzas supe tió de nuevo á no pertenecer á otro. Aparte de esto su de-
S T i e n S e t o cedió por obedecer á la madto, á la que el voción había ido en aumento y aquella testarudez de con-
Z i ^ T d o n n a Serafina, quisieron contmdecir pnmero, servar la virginidad para el amado elegido por ella se mez-
y más tarde, cuando intervino la cuestión rehgiosa deja- claba en su culto, á un pensamiento de fidelidad á Jesús.
que o b m e csomo quisiese. Había c ^ i d o con una pu- Se reveló en ella un corazón ardiente de grande enamora-
reza con una ignorancia absoluta, n o sabiendo nada de sí da pronta á sufrir el martirio antes que falto'r á la fe jura-
m í m a t a n c e r f d a á la vida, que da. Y cuando madre, con las manos cruzadas y desespera-
fuese Darío, era sencülamente para Benc^tta la ruptura da, la suplicaba que cumpliese con los deberes conyuga-
de una antigua promesa de existencia comun sin el airan les, respondíala que ella no debía nada puesto que al ca-
camiento físico de su corazón y de su carne. Lloró mucho sarse no sabía nada. Además de esto los tiempos cambia-
y en u n día de abandono se casó con Prada, n o encon ran ron, el acuerdo en el Vaticano y el Quirinal había fracasa-
lo voluntad bastante para resistir á los s u ^ y á t o d o e l do hasta el extremo de que los periódicos de ambos parti-
mundo, consumándose así u n casamiento del que Roma dos habían emprendido con nuevo ardor una campaña de
entera había sido cómplice. . . , . Ultrajes y difamaciones y aquel casamiento triunfal, para
Y entonces la noche misma de la boda, estalló el true- el que todos trabajaron, como si se tratara de una pren-
J p í d piamontés, el italiano del Norte y de la con- da de la paz, se derrumbó entre el desastre, y no fué
quiste, ¿dló pniebas dé Ja brutalidad del invasor, quiso más que una ruina añadida á tantas otras.
t r a t a r ' á su muier de igual manera que tratara á la ciudad Murió Ernesta; se había equivocado su existencia trun-
2 C amo ^ a c i e n t e ^ d e saciarse? ¿O J e n la rev^ón cada de esposa sin goces, rematada con su supremo error
del acto fué sólo imprevista para Benedetta y demasiaao de madre. Lo peor fué que sé quedó sola bajo la entera
1
i i S f c e l l a po ,- parte de u n responsabilidad del desastre, porque su hermano el carde-
ha v al <rue n o se pudo resignar á soportar? Nunca lo ex Dial y donna Serafina la abrumaron con sus reproches. Para
Í i c ó e J c o n claridad; pero cerró la ^ J e s u ^ o consolarse no podía contar más que con la desesperación
L n violencia, echó el cerrojo y se j f ' X ^ o r par del abate Pisoni, que había sido doblemente herido por la
recibir á su toando. Durante un mes debió haber por par pérdida de sus patrióticas esperanzas y por el pesar de ha-
r f ! e P r a d a furiosas tentativas, pues aquel obstáculo á la ber contribuido á semejante catástrofe. Y una mañana en-
¿ t i s f e S d i su pasión le enloquecía. Sentíase ultrajado contraron á (Ernesta m u y fría y lívida en su cama. Se ha-
2 n g r a b a en su o r i l l o y en su deseo y juró que domaría bló de un accidente del corazón, pero el sufrimiento debió
f su mujer como se doma á una yegua resabiada, á lau- bastar porque la desdichada sufrió de u n a manera horro-
t a ™ Toda la rabia sensual de un hombre fuerte se estre- rosa, discreta, sin quejarse, como había sufrido durante
g a n t e la indomable voluntad que había crecido en > una toda su vida. Hacía ya cerca de un año que Benedetta es-
noche bajo la frente estrecha y encantadora de Benedetta taba casada, negándose á satisfacer los deseos de su mari-
^ ¿ l a Je despertaron los Boccanera; de buen grado no do, pero no queriendo abandonar el domicilio conyuga
CTueríanada y nada en el mundo, ni aun la muerte la ha- para evitar á su madre la tremenda pena de un escándalo
ffobSdo á querer. Además de esto había en sulám- público. Sin embargo su tía Serafina influía sobre ella dán-
™ ante ese brusco conocimiento del amor, un retorno á dola esperanzas de una posible anulación del matrimonio
S a r i o a lS-tidumbre de que sólo á él debfa entregar su
si iba á arrojarse á los pies del Santo Padre. Y concluyó
„ , 5 1 3 (Jue á él sólo se lo prometió. Daño, después
P S l ^ o , que debió aceptar como se por convencerla desde que,, cediendo ella misma á ciertos
ponnsejos, la dió como director espiritual á su propio con-
el divorcio ante los tribunales civiles. E n aquellas frías
fesor, al padre jesuíta Lorenzo, en reemplazo del a t e t e habitaciones en las que su madre, sumisa y desesperada,
Pisoni. El jesuíta, que apenas tenía «nos ^ *cmg acababa de morir, reanudó la eantessina su vida de soltera
años de edad, eia un hombre grave y amable de ojos^cla y se mostraba muy tranquila, muy decidida en su pasión,
ros y expresivos y de una gran f u e r z a p a r a la p e ^ u ^ ó n habiendo jurado no ser más que de Darío y no entregarse
Benedetta no se decidió hasta el < d í a s i g a a t e de la muer á él más que el día en que un sacerdote los uniese san-
te de su madre y sólo entonces volvió á y g r i d j p g c * > tamente ante el altar.
Boccanera, en las habitaciones en que ella había nacrdo y Precisamente también Darío habíase ido á vivir al pala-
acabado de morir su madre. Además, en ^ r i j f f i f ^ cio Boccanera hacía unos seis meses á consecuencia de la
bló el proceso pidiendo la anulación g|f m a t i i n g J « muerte de su padre y de la catástrofe que le había arrui-
se presentó para su instrucción en primera instanoa ante nado. El conde Onofrio, que siguiendo los consejos de
el cardenal vicario encargado de la d.óc^i de Roma. Se Prada vendió la villa Montefiori en diez millones á una
sociedad financiera, dejóse arrastrar por la fiebre de la es-
r t r A r r - s . - - s . r f t S r peculación que consumía á Roma, y en vez de guardarse
prudentemente en el bolsillo los diez millones, se entregó
á varias especulaciones, con suerte primero, pues consiguió
rescatar sus propios terrenos, pero con tal desgracia des-
pués que lo perdió todo en un krach formidable que se
tragó la fortuna de la ciudad entera. Completamente arrui-
nado y hasta lleno de deudas no por eso dejó el príncipe
de pasear por el Corso como hombre apuesto, sonriente y
popular hasta que murió á consecuencia de una caída de
caballo, y cuatro meses después su viuda, la siempre her-
S S ^ - S ^ E ? « mosa Flavia, que se las había arreglado de manera que
pudo pescar en medio del desastre una villa moderna y
cuarenta mil francos de renta, se casó con un hombre
muy buen mozo, pero que tenía diez años menos que ella,
con un suizo llamado Julio Laporte, antiguo sargento de
la guardia suiza del Santo Padre y más tarde agente clan-
destino de un comercio de reliquias y á sazón por breve
de él pudiese s a l i r t e v e r d a d , ^ r u** g g ^ testigos>
pontificio, marqués de Montefiori, habiendo conquistado
ronse ^ ü m o s d e t e l t e e n M W P ^ a s y se alegó el título al conquistar la mujer. La princesa Boccanera
amigos, criados que toman p r o documento más volvió á ser la marquesa de Montefiori. Y entonces fué
la cohabitación de un, a n o . comadronas, cuando el cardenal Boccanera, lastimado por aquella con-
decisivo era u n ^ que
que declaraban f ^r eS^fo la ad a^ t oó ^v e n conservaba
^ in-^ ducta, exigió que su sobrino fuese á vivir á su lado, á una
las
modesta habitación en el primer piso del palacio. En el
V E i enJS W ^ i á la
cong-gación del corazón del santo varón, que parecía muerto para el mun-
obispo de Roma, envié> ™ v Benedetta á u n primer do, quedaba el orgullo del apellido y una acendrada ter-
nura hacia aquel joven débil, último de su raza y el único
triunfo, y en esie «s»u» , ¡ d e una manera deh-
por el que podía retoñar el antiguo tronco. No se mostra-
eHa * ^ X Z S T ^ S J n l ^ religiosa del ba hostil al casamiento con Benedetta, á la que también
irresis,ible para obtencr
éscapaEan y que Sajo aquella aparente sencillez de los Hé-"
quería con paternal cariño y tan orgul.oso y c o n v e l o chos debía ocultarse alguna complicación. Pero esto fué
de su piedad que al tenerlos juntos a su lado desdenana sólo como un destello de luz y la sospecha se desvaneció;
los abominables rumores que los amigos del ^ J ^ mas levantóse con violencia, se sacudió, acusando al triste
hacían circular por el mundo blanco desde que p n m o y crepúsculo de ser la causa única de aquel estremecimien-
'¿rima* habíanse Reunido bajo el mismo ^ j g ^
to y de aquel desaliento que le avergonzaban.
fina guardaba á Benedetta como el lo hacia con u a n o y
en. elsilencio, en la sombra del vetusto desierto palacio Para moverse y hacer algo púsose Pedro á examinar las
en otros tiempos ensangrentado tantas 7 f f j ^ f ¡ ¡ g dos habitaciones. Sus muebles eran de caoba, sencillos,
violencias, no vivían más que ellos c^vatro con sus pa io casi pobres, descabalados y que procedían de principios
nes adormecidas, y últimos v m e n ! « de un J J l o del siglo. La cama no tenía cortinajes como tampoco las
míe se derrumba e n los umbrales de un mundo nuevu. puertas y ventanas. E n el suelo, sobre el enlosado desnudo
pintado de rojo y lustrado después con cera, había algu-
Cuando e^abate Pedro Froment se despertó de una m - nas alfombritas delante de las sillas. Y ante aquella frial-
n e r a b m s m c o n la cabera cargada p o r l o s p e n o s o s e n s u e - dad y desnudez burguesas acabó por acordarse de la ha-
W t se desconsoló al ver que declinaba el día; su reloj bitación en que, siendo niño, había dormido en Versalles,
H | £ « E * é mirar, señalaba las seis, de modo que
en casa de Su abuela que, en tiempos de Luis Felipe, tuvo
allí un modesto comercio de mercería. E n una pared, de-
p i f a s K r s a x s g s lante de la cama, interesóle mucho un cuadro colocado
allí entre grabados infantiles y sin valor. Representaba,
fes«: ¡ a s r a n s K W , apenas alumbrada por la luz del día en su ocaso, una figu-
ra de mujer, sentada en un basamento de piedra, en el
dintel de un edificio severo y grandioso del que parecía
habíanla arrojado. Las puertas de bronce acababan de ce-
rrarse para siempre y ella permanecía allí arrebujada en
un lienzo blanco, mientras que sus ropas esparcidas, tira-
das con violencia, á la casualidad, arrastraban sobre los
anchos peldaños de mármol. Tenía desnudos los pies, los
brazos, la faz oculta entre las manos convulsionadas por
el dolor, una faz que no se veía, que tapaban los rizos on-
dulantes de una cabellera admirable que la velaba con
una nube de oro obscuro. ¿Qué dolor sin nombre, qué ho-
rrorosa vergüenza, qué execrable abandono ocultaba de

BlIMa
m M ^ ^ m i
S n t a o v como vacío el cerebro, tenía sin embargo I
I

u ^ bnisca lucidez y comprendió que muchas cosas se le |


ese modo aquella mujer rechazada, aquella obstinada del
amor, de la que se meditaba sin cesar la historia de un
corazón transido de dolor? E n medio de su miseria, con
aquel paño blanco sobre sus hombros, se comprendía que
era muy hermosa, pero lo demás de ella pertenecía al mis-
terio lo mismo que su pasión, puede también que su in-
fortunio y quizás su falla. A n o ser que aquello fuese tan
sólo el símbolo de todo lo que se padece y llora, que no
tiene rostro conocido: y sufre ante la puerta eternamente
Roma—Tomo 1—5
cerrada de lo desconocido. Durante largo rato estuvo con- —¡No vayáis á coger unas malditas calenturas! fíabé*.
templándola y tan bien que al cabo imaginó que distin- de saber que la vecindad del río n o es sana. Don Vigilio,
guía su perfil de u n sufrimiento y de una pureza divinas. el secretario de su eminencia, las tiene y os aseguro que
Esto no fué empero más que una ilusión, porque el cua- no son cosa buena.
dro había sufrido mucho, ennegrecido, abandonado, y Pe- Aconsejóle entonces que n o bajase y que se acostase,
dro se preguntó de qué desconocido maestro podía ser ofreciéndole que le excusaría con la princesa y con la con-
aquel cuadro que le había conmovido hasta aquel extre- tessina. Acabó por dejarla hacer y decir, por qué no se ha-
mo. E n la pared de al lado vió una Virgen, una mala co- llaba en el caso de ener voluntad. Siguiendo sus consejos
pia de u n cuadro del siglo dieciocho, que no le agradó comió, tomó un plato de sopa, un alón de pollo y confitu-
por la vulgaridad de su sonrisa. ras que Giaccomo el lacayo le subió. Esa comida le sentó
El día declinaba cada vez míSS y Pedro abrió la ventana i muy bien y se sintió como repuesto hasta el punto de
del salón y se echó de bruces en su antepecho. Enfrente que se njegó á meterse en cama y se empeñó en absoluto
de él, y al otro lado del río Tíber, se elevaba el monte Ja- en dar las gracias á aquellas señoras, sin esperar á más,
nículo, el mismo desde donde había contemplado por la por su amable hospitalidad. Puesto que donna Serafina re-
mañana á Roma; pero ésta n o era ya, á esa hora indecisa, cibía los lunes, se presentaría aquella misma noche.
la ciudad de juventud y de ensueños iluminada por el sol —¡Bueno! ¡Bueno! —dijo Victorina aprobando. — Desde
matinal; llovía la noche en una ceniza gris, el horizonte el momento en que os encontráis bien, eso os distraerá...
se inundaba de sombra haciéndose indistinto, tenebroso. Lo mejor es que don Vigilio, vuestro vecino, entre á bus-
Allá abajo á la derecha se adivinaba aún el Palatino por | caros á las nueve y .que sea él quien os acompañe. Es-
cima d e los 'techos y á la derecha seguía siempre la cúpu- I peradle.
la de San Pedro, de color de pizarra, bajo un cielo de plo- Había terminado Pedro la operación de lavarse y po-
mo, mientras que á su espalda, el Quirinal, al que no po- nerse la sotana nueva, cuando á las nueve en punto die-
día ver, debía desaparecer ensombrecido por la bruma. ron un discreto golpecito en la puerta. Presentóse un pres-
Pasaron aún algunos minutos, todo se fué haciendo más bítero bajito, de unos treinta años apenas, flaco y débil,
confuso y vió cómo Roma se desvanecía, se borraba en su de fostró largo y demacrado, y de color de azafrán. Hacía
inmensidad .que él n o conocía. Apoderáronse de él otra dos años que todos los días, á la misma hora, experimen-
vez la duda y la inquietud, pero fué esto de una manera taba accesos de calentura que le consumían; pero en su
tan dolorosa que no pudo permanecer más tiempo en la íaz amarillenta, y cuando se olvidaba de apagar su fulgor,
ventana, que cerró. Fuese á sentar y dejó que las tinieblas brillaban sus negros ojos abrasados por su alma de fuego.
le rodeasen envolviéndole con una ola de tristeza infinita. Hizo una reverencia y dijo sencillamente con un francés
Su desesperado ensimismamiento n o concluyó hasta que i muy puro.
la puerta se abrió quedamente y la luz de una lámpara —Soy don Vigilio, señor abate, y estoy á vuestro servi-
alegró la habitación con su claridad. I tío, ¿queréis que bajemos?
Era Victorina que entraba con mucha precaución lle- Siguióle inmediatamente Pedro dándole las gracias. Don
vando una luz. Vigilio no dijo nada más y se limitó á responder con son-
—¡Ahí Ya estáis levantado, señor abate. Vine á eso de risas. Bajaron por la escalerilla y llegaron hasta el vasto
las cuatro y os dejé dormir, obrasteis m u y cuerdamente descanso del segundo piso en la «escalera de honor, que-
descansando todo lo que neoesitábais. dándose Pedro sorprendido y triste al ver su poca ilumi-
—Sí, efectivamente lo necesitaba. nación. A largas distancias unos de otros, mecheros de gas
Al óirle quejar de aquel cansancio y estremecimientos como esos de las casas amuebladas modestamente, meche-
se inquietó Victorina. ros cuyas manchas amarillas alumbraban apenas las pro-
fündas tinieblas de aquellos elevados corredores que no inedio de la prudente razón. Veíala al fin con sus cabellos
tenían fin. Era gigantesco y fúnebre. Hasta en el reciba tan abundantes y negros, su cutis tan blanco, de una blan-
miento en donde estaba la puerta de las habitaciones de cura semejante á la del marfil. Tenía redondo el rostro,
donna Serafina enfrente de la que conducía á las de su so- los labios un poco gruesos, la nariz muy fina y los rasgos
brina, nada indicaba que allí hubiese' aquella noche aque- todos en fin de una delicadeza de niña; pero sobre todo
lla recepción. La puerta seguía estando cerrada y ni un eran los ojos los que en ella vivían, ojos rasgados, inmen-
solo ruido salía de aquellas habitaciones para turbar el si- sos, de una profundidad infinita y en los que nadie estaba
lencio de muerte que reinaba en el mundo entero. Fué seguro de leer. ¿Dormía? ¿Soñaba? ¿Ocultaba la tensión
don Vigilio el que, después de hacerle una nueva reve- ardiente de las grandes santas y de las grandes enamora-
rencia, dió discretamente vuelta al botón sin llamar. d a s bajo la inmovilidad de su rostro? Tan blanca, tan jo-
Una sola lámpara de petróleo, colocada sobre una mesa,- ven, tan tranquila, tenía unos movimientos armoniosos,
iluminaba la antecámara, vasta sala de desnudas paredes] una apostura muy reflexiva, noble y rítmica. En las ore-
pintadas al fresco imitando una tapicería rojo y oro, jas Iteraba dos gruesas perlas de una pureza admirable;
gidos regularmente los paños á la antigua. E n las sill perlas que procedían de un célebre collar de su madre y
veíanse algunos gabanes de hombre, dos abrigos de seño- que Roma entera conocía.
ra, mientras que los sombreros cubrían una cónsola. Un Excusóse Pedro dando las gracias.
criado, sentado de espaldas á la pared, dormitaba. —Estoy confuso, señora, porque hubiera querido mani-
E n el momento en que don Vigilio se apartaba á un la-1 festaros desde hoy por la mañana cuán agradecido os es-
do para hacerle pasar al primer salón, una habitación ta-1 toy por vuestra gran bondad.
pizada de brocado rojo, que estaba medio á obscuras y Por un momento vaciló antes de llamarla señora acor-
que creía vacía, encontróse Pedro cara á cara con una ne- dándose del motivo en que basaba su instancia de nuli-
gra aparición, una mujer con traje negro cuyo rostro no dad de matrimonio, pero indudablemente todo el mundo
le fué posible ver en el primer momento. Afortunadamen- la llamaba así. Su rostro por otra parte continuó con su
te oyó á su compañero que decía, inclinándose: expresión serena y bondadosa y además la contessina qui-
—Contessina, tengo el honor de presentaros al señor I so alentarle.
abate Pedro Froment, que ha llegado de Francia hoy I —Aquí estáis en vuestra casa, señor abate, y para ello
por la mañana. basta que nuestro pariente, el señor de la Choue, os quie-
Durante u n momento permaneció solo con Benedetta ra y se interese por vuestra obra. Ya sabéis que yo le pro-
en medio de aquel salón desierto, iluminado con la luz feso gran cariño...
adormecedora de dos lámparas con pantallas de encaje; Su voz se turbó u n poco: acababa de comprender que
pero al presente oíase rumor de voces procedentes del sa- Sebía hablar del libro, única causa del viaje y de la hos-
lón vecino; de un gran salón cuya puerta, abierta de pa: pitalidad ofrecida.
en par, recortaba como un cuadro de una claridad m —Sí, el vizconde fué el que me envió vuestro libro. Lo
viva. feí y me pareció bueno. Me turbó; porque yo no soy más
La Contessina se mostró en seguida muy amable y le I que una ignorante y n o l o he comprendido todo. Será por
acogió con perfecta sencillez. tanto necesario que hablemos y que me expliquéis vues-
—¡Cuánto celebro veros, señor abate! Temí mucho que tras ideas, ¿lo haréis, señor abate?
vuestra indisposición fuese cosa grave y ya estáis comple-1 En aquellos rasgados ojos daros, que n o sabían mentir,
tamente repuesto, ¿no es verdad? leyó entonces Pedro la sorpresa, la emoción de un alma
La escuchó seduciéndole su voz lenta, ligeramente grue¡B de niña al hallarse frente á frente de problemas en los
sa, e¡n Ja gue toda una pasión cojjteakla parecía pasar, en I que jamás había meditado. ¿No sería ella la que se hubie-
/Pedro adivinó también ouán poco pesaba su pPosencía
se apasionado, que hubiese querido fefterle á su lado, para
en su ánimo, pues n o se trataba más que de un humilde
sostenerle, para ser de la victoria? Sospechó de nuevo la
presbítero que no era siquiera prelado. Y esto siguió ad-
existencia de una influencia secreta, y esta vez con gran
mirándole, contribuyendo á que de nuevo se hiciese la
claridad, de alguno en fin cuya mano lo dirigía todo hacia
obscura pregunta: ¿por qué le habían distinguido y que
un objeto ignorado; pero estaba encantado con tanta sen-
iba á hacer él e n aquel m u n d o cerrado á los humildes?
cillez y franqueza en una criatura tan hermosa como jo-
Sabía que la princesa era una m u j e r de una austeridad y
ven y noble y se entregaba á ella é iba á decirla que
de una devoción extremadas y acabó por figurarse que
podía disponer de él por completo, cuando le interrumpió
le recibía únicamente por miramiento hacia el vizconde,
la llegada de otra señora, igualmente vestida de negro
porque ella, á su vez, n o encontró más" frase que esta:
cuya alta estatura y delgado talle se recortó duramente
—¡Qué contentos estamos al recibir buenas noticias del
en el centro del cuadro luminoso de la puerta abierta de
señor de la Chouel Hace dos años ¡qué buena peregrina-
par en par del salón inmediato.
ción nos trajo 1
—¡Y bienl ¿Has mandado, Benedetta, á Giaceomo que
Pasó la primera é introdujo al cabo al joven presbítero
suba á enterarse? Don Vigilio acaba de entrar y se ha
en el salón inmediato que era una vasta habitación cua-
presentado solo. Eso es inconveniente.
drada tapizada con brocatel amarillo antiguo, con grandes
—No hay nada de eso, tía, el señor abate está aquí. flores estilo Luis XIV. El techo, que era m u y elevado, te-
Y se apresuró á presentarlos el uno al otro. nía un revestimiento maravilloso de madera esculpida y
—El señor abate Pedro Froment... La princesa Bocca- pintada con artesonados adornados con rosas de oro. El
nera. mobiliario en cambio estaba descabalado. Grandes espe-
Cambiáronse ceremoniosos saludos. La princesa debía jos, dos soberbias consolas doradas, algunos hermosos si-
frisar en los sesenta y de tal manera se apretaba el talle llones del siglo x v n y todo el resto lamentable, un vela-
que, vista de espalda, habríanla tomado por una joven. dor viejo estilo imperio, venido n o se sabía de dónde, co-
Esta era, por otra parte, su última coquetería, tenía todo sas heterogéneas compradas en algún bazar, fotografías
el pelo blanco, espeso y rudo aun, no conservando más horribles arrastrándose por cima del precioso mármol de
que las pestañas negras en su larga faz de grandes arrugas las consolas. E n las paredes unos cuantos cuadros antiguos
en la que campeaba la gran nariz voluntariosa de la fami- nada más que medianos, excepción hecha de uno primi-
lia. No había sido nunca hermosa y permaneció soltera tivo, desconocido y delicioso, una Visitación del siglo xi%
herida mortalmente por el conde Brandini que eligió á con una Virgen m u y pequeñita, con la delicadeza y pure-
Ernesta, menor que ella, y desde entonces resolvió buscar za de una hiña de diez años, mientras que el Angel era
sus goces en la satisfacción única del orgullo hereditario inmenso, soberbio y la inundaba con una ola de amor
del apellido que llevaba. Entre los Boccanera habíanse ya resplandeciente y sobrehumano. Enfrente veíase un an-
contado dos papas y confiaba en no morir antes de ver á tiguo retrato de familia, el de una joven m u y hermosa,
su hermano el cardenal ser el tercero. Convirtióse en su que tenía la cabeza cubierta con una especie de turbante,
ama de gobierno secreta, n o se separó nunca de su lado, y que se creía era el de Cassia Boccanera, la enamorada y
velando por él, aconsejándole, dirigiendo la casa como so- justiciera que se arrojó al Tíber con su hermano .Ercole
berana y haciendo milagros para ocultar la ruina lenta y con el cadáver de su hermano Flavio Corradini. Cuatro
que hacía se derrumbasen los techos sobre sus caberas. Si lámparas iluminaban con una luz tranquila aquella des-
hacía treinta años que todos los lunes recibía á alguna lucida habitación como amarilleada por el resplandor de
persona de su intimidad, todas del Vaticano, era por alte una melancólica postura de sol, grave, vacía y desnuda
política, para seguir al frente del salón del mundo negro, sin ramo de flores. Donjta Serafina presentó en seguida á,
una fuerza y una amenaza.,
Pe3ro oon. una palabra, y en el silencio, en la brusca iníe- —Pues, querida, una pobre muchacha, una trabajadora'
rrupción de todas las conversaciones, comprendió éste que que Darío vió hoy.
todas las miradas se fijaban en él como en una curiosi- Y Darío tuvo que empezar su relato. Pasaba por una
dad prometida y esperada. estrecha callejuela, hacia la parte de la plaza de Navona,
Había allí á lo sumo unas diez personas entre las que cuando vió recostada en los peldaños de una escalinata
figuraba Darío, que se hallaba en pie hablando con la una muchacha fuerte y robusta, de unos veinte años, que
princesita „Celia Buongiovanni, á la que había acompaña- lloraba sollozando con fuerza. Conmovido más que nada
do una anciana parienta que hablaba á media voz con un por su belleza se acercó á ellta y pudo comprender que tra-
prelado, monseñor Nani, ambos sentados en un rincón bajaba en aquella casa, en una fábrica de perlas de cera;
obscuro. Lo que le llamó más la atención á Pedro fué oir pero que había llegado la parada, y cerrándose el taller por
nombrar al abogado consistorial Morano, acerca del cual, lo que no se atrevía á volver á casa de sus padres, tan
al enviarte á Roma, había creído el vizconde debía expli- grande era en esta la miseria. A través del diluvio de sus
carle la situación especial que ocupaba en la casa, con ob- lágrimas fijó en él unos ojos tan hermosos que al fin se
jeto de evitarle el que cayese en falta. Hacía treinta años decidió á sacar algún dinero del bolsillo. Y entonces la
¡que Morano era el amigo de donna Serafina. Esas relacio-: obrera se levantó de un salto, enrojecida y confusa, ocul-
nes, culpables en otro tiempo, porque el abogado tenía tando las manos entre la falda, n o queriendo tomar nada
hijos y (mujer, habían llegado á ser, desde que se quedó y diciendo que podía seguirla si quería y daría aquello á
Viudo y sobre todo con el tiempo, una amistad dispensa- su madre. Dicho esto se fué con mucha viveza hacia el
da, aceptada por todos, á la manera de esos viejos hogares puente de Sant-Angelo.
naturales que la tolerancia mundana consagra. Ambos, —¡Ah! ¡Una belleza 1 ¡Una belleza espléndida!—repitió
m u y religiosos, se debían haber asegurado con las indul- Darío con aire de éxtasis.—Más alta que yo, esbelta á pesar
gencias necesarias. Y Morano se hallaba allí en el lugar de su estatura y con una garganta de diosa. Una verdade-
que ocupaba hacía más de u n cuarto de siglo, á un lado ra antigüedad, una Venus á los veinte años, la barbilla un
de la chimenea, por más que en ella no se hubiese encen- poco pronunciada, la boca y la nariz de una corrección
dido a ú n el fuego del invierno. Y cuando donna Serafina perfecta de dibujo, los ojos... ¡oh! ¡los ojos, qué puros, qué
cumplió con sus deberes de señora de la casa ocupó á su ' rasgados! Y sin nada en la cabeza y coronada ésta por un
yez su sitio, al otro lado de la chimenea y enfrente de él. casco de abundosos cabellos y la faz resplandeciente como
Entonces, y mientras que Pedro se sentaba al lado de dorada por u n rayo de sol.
Son Vigilio, que silencioso y discreto ocupaba una silla, Escuchábanle todos admirados y con esa pasión ha-
continuó Darío en voz alta la historia que contaba á Celia. cia la belleza que, á pesar de todo, conserva Roma en
Era un hombre apuesto, de mediana talla, esbelto y ele- el corazón.
gante que llevaba toda la barba negra y bien cuidada, que —Van siendo cada vez más contadas esas hermosas hi-
tenía además el rostro largo y la nariz prominente de los jas del pueblo,—dijo Morano,—y se podría recorrer el
Boccanera pero con los rasgos de la cara dulcificados, Transtibere sin encontrar una. He ahí sin embargo algo
como ablandados por el secular empobrecimiento de la que prueba que existen aún, que hay una...
sangre. —¿Y cómo la llamas á tu diosa?—preguntó sonriente
—¡Ah! ¡Era una belleza, una belleza admirable!—repi- Benedetta ten divertida y extasiada como los demás.
tió con énfasis. —Pierina,—respondió Darío riendo también.
—¿Quién?—preguntó Benedetta reuniéndose con ellos. .—¿Y qué hiciste?
Celia que se parecía á la Virgencita del antiguo cuadro El rostro excitado del joven adquirió una expresión de
¡colgado sobre su cabeza, se echó á reir. malestar y d e miedo como el de un niño que estando en-
frégacfo t sus fuegos tropieza con fin bicho repugnante. de la cíucTa'd y de ellos mismos. No debía apresurarse 5
—¡Ah! ¡No me hables de eso y n o sabéis cuánto me pe- juzgar á Roma por las apariencias. ¿Qué efecto, en fin, le
sa! ¡Una miseria tan grande que es capaz de hacer en- labia producido? ¿Cómo la había visto y cómo la juzga-
fermar á cualquiera I ba? Y Pedro, con mucha cortesía, se excusó manifestando
La siguió por casualidad y llegó tras ella al otro lado que no podía responder, pues no sólo no había visto nada
del puente de Santángalo, al barrio nuevo en construc- si n o que ni siquiera había salido de casa. Pero no por eso
ción, en los antiguos prados del Castillo, y allí, en el pri- dejaron de apremiarle con menos viveza, experimentó la
mer piso de una de las casas abandonadas, apenas con- sensación clara de un trabajo con que querían influir so-
cluida y yja e n ruinas, encontróse cara á cara con un es- bre él, de un esfuerzo para impulsarle hasta la admiración
pectáculo horroroso del que a u n conservaba su corazón la y el cariño. Le aconsejaban, le conjuraban para que n o
impresión recibida; toda una familia, madre, padre, un cediese á las desilusiones fatales, para que persistiese y
tío viejo é impedido, niños muriéndose de hambre y pu- esperase á que Roma le revelase su alma.
driéndose entre la basura. Escogió las palabras más no- —¿Cuánto tiempo pensáis pasar entre nosotros, señor
bles para hablar de aquello y procuraba apartar la horrible abate?—preguntó cortesmente una voz de un timbre muy
visión con un ademán. dulce y claro.
—Al fin huí d e allí y os respondo que no pienso volver Era monseñor Nani que, sentádo entre la penumbra ha-
nunca más. blaba en voz alta por la primera vez. E n distintas ocasio-
Hubo u n movimiento general de cabezas en el silencio frío nes habíase figurado Pedro que el prelado n o separaba de
y embarazoso que sucedió á esas palabras. Morano pro- él la mirada de los ojos azules, vivos, mientras que, al pa-
nunció una amarga frase en la que acusaba á los espolia- recer, escuchaba con mucha atención la charla lenta de
dores, á los hombres del Quirinal, de ser la única causa la tía de Celia. Antes de responderle dirigió una mirada á
de toda la miseria de Roma. ¿Acasp n o se hablaba de nom- su sotana lisa, ribeteada de color carmfeisí, á la faja de seda
brar ministro al diputado Sacco, á u n intrigante compro- violeta que llevaba arrollada á la cintura, á su aspecto ju-
metido en toda clase de aviesas aventuras? Aquello iba á venil aun, por más que ya había pasado de los cincuenta,
ser el colmo de la impudencia, la bancarrota infalible y á su cabello, que conservaba aún su color rubio, á su na-
próxima. riz recta y fina y á su boca de un dibujo el más deli-
Y sólo Benedetta, cuya mirada se fijaba en Pedro, a la •cado y más firme y provista de una dentadura admira-
vez que pensaba en el libro de éste, m u r m u r ó : blemente blanca.
—Creo, monseñor, que quince días; tres semanas quizás.
—¡Pobres gentes! E s muy triste, en efecto, pero ¿por
El Salón entero protestó. ¡Cómo! ¿tres semanas? ¿Ten-
qué n o volverlos á ver? dría la pretensión de conocer á Roma en tres semanas?
Pedro, que al principio estaba como distraído y fuera ¡necesitaba seis meses, un ¡año, diez años! La impresión
de su centro, se conmovió mucho con el relato de Darío. primera era siempre desastrosa y para rehacerse de esa
Revivió en su apostolado en medio de las miserias de Pa- impresión se necesitaba residir allí una larga temporada.
rís, se enterneció de una manera lastimosa al encontrar, á
—¡Tres semanas!—repitió donna Serafina con su aire
su llegada á Roma, miserias iguales. Sin poderlo evitar,
desdeñoso.—¿Es que por ventura se puede estudiar ó apre-
sin querer, levantó la voz y dijo alto:
ciar nada en tres semanas? Aquellos que vuelven son los
—¡Ahí ¡Iremos juntos á verlos! Me acompañaréis. ¡To-
que acaban por conocernos.
das estas cuestiones me apasionan tanto!
Sin hacer exclamaciones como los demás, limitóse Nani
Al oirle hablar así, la atención de todos se fijó en él. Em-
al principio á sonreir. Hizo un ligero ademán con mano
pezaron á preguntarle y comprendió que todos estaban
fipa, mano que revelaba su origen aristocrático. Y obser-
inquietos por su primera impresión, por lo que pensaba
t a n d o que Pedro, con mucha modestia, se explicó dicien- entusiasmo y contó su iniciación de amor ardiente á tra-
do que había ido para practicar algunas diligencias y que vés de los que sufrían y de los humildes, soñó en voz alta
pensaba marcharse en cuanto estas terminasen, el prelado en el retorno á la comunidad cristiana, triunfó con el ca-
entonces dijo, á manera de conclusión: tolicismo rejuvenecido, convertido en la religión de la de-
—¡Oh! El señor abat$ permanecerá aquí más de tres mocracia universal. Poco á poco había ido levantando la
voz y el silencio fué dominado en el antiguo y severo sa-
semanas y tendremos la dicha, así lo espert>, de poseerle
lón en el que todos escuchaban en medio de creciente
durante más tiempo. sorpresa y de u n frío de hielo que él n o percibió.
P o r más que estas frases fueron pronunciadas con mu-
cha amabilidad, turbaron sin embargo al joven presbítero. De una manera suave interrumpióle al fin Nani con su
¿Qué sabían ó qué querían decirle? Se inclinó, y en voz eterna sonrisa, cuya sombra de ironía no se mostraba
muy baja preguntó á don Vigüio, que estaba á su lado aquella vez.
encerrado en u n mutismo completo: —Sin duda, hijo mío, sin duda todo eso es muy her-
—¿Quién es, pues, monseñor Nani? moso, ¡oh! ¡muy hermoso! completamente digno de la ima-
El secretario no le respondió en ei acto. Su rostro calen- ginación pura y noble de un cristiano... Pero, ¿qué es lo
turiento se puso aún más plomizo y sus ojos ardientes vol- que pensáis hacer ahora?
viéronse en todas direcciones para asegurarse que nadie —Ir en derechura al Santo Padre para defenderme.
le miraba, y entonces, como en un soplo, dijo: Hubo una ligera risa, reprimida en seguida, y donna
—El asesor del Santo Oficio. Serafina se hizo intérprete de la opinión general excla-
Aquello le bastaba porque n o ignoraba Pedro que el mando:
asesor, que asistía en silencio á las reuniones del Santo —¡No se le vé con tanta facilidad al Santo Padre!
Oficio, se dirigía todos los miércoles por la tarde, después Pedro sin embargo se apasionó:
de la sesión,' á visitar al Santo Padre para darle cuenta de —Pues cuento verle. ¿Es que yo n o me hice eco de
losasuntos de que se había tratado. Esa audiencia sema- sus ideas? ¿Es que n o he defendido su política? ¿Es que
nal, esa hora pasada al lado del papa con una intimidad puede dejar que condenen mi libro para el que creo ha-
que le permitía abordar toda clase de asuntos, proporcio- berme inspirado en lo mejor que él escribió?
naba á p eme jante personaje una situación aparte, un po- —Sin duda, sin duda,—se apresuró á repetir Nani, co-
der considerable. Aparte de esto, la función era cardena- m o si hubiese temido que se precipitasen demasiado las
licia, y el asesor debía ser nombrado más adelante car- cosas con aquel joven entusiasta.—¡El Padre Santo tiene
denal. una inteligencia tan elevada!... Lo que hay, hijo mío, es
Monseñor Nani, que parecía m u y sencillo y amable, si- que no debéis excitaros de esa manera; reflexionad un
guió mirando con un aire tan benévolo al joven presbíte- poco antes; tomaos antes tiempo...
ro, que éste tuvo que ir á ooupjar á su lado el sillón que Volvióse hacia Benedetta.
al fin dejara Ubre la anciana tía de Celia. ¿No era un —No ha visto a ú n su eminencia al señor abate, ¿no es
presagio de victoria este encuentro, hecho el primer día, cierto ? Mañana por la mañana, convendría que se digne
de u n prelado poderoso cuya influencia podía abrirle to- recibirle para darle algunos sabios consejos.
das las puertas? Sintióse entonces m u y conmovido cuan- El cardenal Boccanera no subía nunca á las reuniones
do el prelado, desde la primera pregunta, le dijo cariño- ¡que todos los lunes daba su hermana, pero estaba siempre
samente con un tono de profundo interés: allí en pensamiento como el amo ausente y soberano.
—¿De modo, hijo mío, que habéis publicado un libro? —Es que temo mucho,—dijo vacilando la contessina,
Dominado poco á poco por el entusiasmo y olvidándose —que mi tío no participe de las ideas del señor abate.
del sitio en que se hallaba, dejóse arrastrar Pedro por su . Volvióse á sonreír Najji, . uNiYESsffifto r t hueyü ieo¡*
BIBÍIOTÍSA

»r MCNTíSRfííV, MEXKSl
—Precisamente por eso mismo le dirá cosas que es aquel hombre obscuro y terrible que tenía las manos en
todas partes, hasta en los rincones más apartados de la
bueno que oiga. tierra sin haber salido jamás de su despacho. Sabía que,
Y en el acto se convino con don Vigilio, que éste ins- á pesar de su aparente nulidad, con su trabajo lento de
cribirá á Pedro para una audiencia al día siguiente á las conquista metódica y organizada, era una potencia ca-
diez. . paz de perturbar u n imperio.
E n ese mismo momento entró u n cardenal en traje de —¿Está su eminencia mejor de ese catarro que tanto
calle, es decir, con la faja y las medias moradas y la mu- hemos sentido que padezca?
ceta negra ribeteada de rojo y con botones del mismo co- —No, no, sigo tosiendo... hay un corredor muy malo...
lor. Era el cardenal Samo, antiguo familiar de los Bocca- en cuanto salgo de mi despacho me quedo helado.
nera, y mientras que se excusaba diciendo que había te- Desde este momento sintióse Pedro pequeño y como
nido que trabajar hasta m u y tarde, todos en el salón se perdido allí. Ni siquiera se acordaron de presentarle al
callaron mostrándose solícitos y deferentes. Empero, para cardenal y tuvo que permanecer en el salón cerca de una
ser el primer cardenal que veía experimentó Pedro una hora mirando, observando. Aquella sociedad envejecida le
decepción m u y grande porque no halló en él la majestad, pareció infantil, retornada á una niñez triste. Bajo la alti-
el hermoso aspecto decorativo que se había imaginado. El vez y la reserva altanera adivinó á la sazón una verdadera
que se presentaba allí, era bajito, u n tanto contrahecho, timidez, la desconfianza no confesada de una gran igno-
con el hombro izquierdo más alto que el derecho; el ros- rancia. Si la conversación n o se hizo general, fué porque
tro ajado y terroso y los ojos mortecinos. Le produjo el nadie se atrevió á intentarlo y oyó en los rincones, char-
mismo efecto que u n viejo empleado de sesenta años, ale- las pueriles sin fin, las historias sin importancia de lo
lado por medio siglo de embrutecedora burocracia, y que ocurrido durante la semana, los rumorcillos de las sacris-
se hubiese contrahecho y atontado por no haber abando- tías y de los salones. Como se veían muy poco, las meno-
nado jamás el asiento de baqueta sobre el que pasó la res aventuras tomaban proporciones enormes. Pedro ex-
existencia. Y en realidad su historia entera era esa: hijo perimentó, al cabo, la sensación clara de que se hallaba
enfermizo de u n a modesta familia burguesa, se educó en trasportado á un salón francés de la época de Carlos X, en
el Seminario Romano; fué más tarde profesor de derecho el fondo de una de nuestras ciudades episcopales de pro-
canónico durante diez años en ese mismo Seminario, des- vincias. No sirvieron ningún refresco. La anciana tía de
pués secretario de la Propaganda, y por último cardenal Celia se apoderó al fin del cardenal Sarno, que n o la res-
desde hacía veinticinco años. Alabábase de celebrar su pondía, y sólo meneaba la cabeza de vez en cuando. Don
jubileo cardenalicio. Nacido en Roma, no había pasado ni Vigilio no despegó los labios en toda la noche. E n voz
un solo día fuera de la ciudad y era el tipo perfecto del baja se entabló una larga conversación entre Nani y Mo-
presbítero encandecido á la sombra del Vaticano, y señor reno, mientras que donna Serafina, que se inclinaba para
del mundo. P o r más que nunca había desempeñado fun- escucharlos, aprobaba, con lentos movimientos de cabeza,
ciones diplomáticas había prestado servicios tales á la lo que decían. Hablaban sin duda del divorcio de Bene-
Propaganda con sus metódicas costumbres de trabajo, que detto, porque de vez en cuando la miraban con un aire
lleoó á ser presidente de una de las dos comisiones que se muy grave. E n el centro de la sala, con la claridad ador-
reparten el gobierno de los vastos países del Occidente mecedora de las lámparas, veíase un grupo, el único que
que a u n no son católicos. Y era por esto por lo que en allí había de gente joven, formado por Benedetta, Darío
el fondo de aquellos ojos muertos, en aquel cráneo acha- y Celia, grupo que parecía vivir, charlando á media voz y
tado, de expresión obtusa, tenía el mapa inmenso de la ahogando á veces la risa.
cristiandad. . De pronto chocóle á Pedro la gran semejanza que ha-
Hasta Nani se levantó, lleno l e sordo respeto hacia
luchaba para ser uno de los últimos en conservar la rique-
bía entre Benedetta y el retrato de Cássia, colgado en la za y el poderío de otro tiempo que comprendía estaban
Da red. Era la misma y delicada infancia, igual boca üe condenados á muerte inevitable. Y fué en aquella fami-
pasión y los mismos rasgados ojos infinitos en la misma lia, de soberbio orgullo, cuyo esplendor llenaba aún la
k r i t a tfedonda, razonable y sana. Había »dudablemente ciudad, en la que acababa de producirse el estampido de
allí un alma recta y un corazón de fuego. Acudió después una aventura produciendo hablillas sin fin: el amor brus-
u n recuerdo á su memoria; el de un cuadro de Guido co de Celia hacia un joven teniente al que nunca había
Reni, la adorable y Cándida cabeza de Beatriz Cenci de hablado, la apasionada testarudez de los dos amantes que
la que el retrato de Cassia se le figuró en a q u e l í n s t e n t e se veían todos los días en el Corso, no pudiendo decirse
que no era más que una exacta reproducción Esa don e nada y cambiando ten sólo miradas, la voluntad tenaz de
semejanza, l e conmovió, hízole que mirase á Benedetta la joven que, después de declarar á su padre que no to-
con inquieta simpatía lo mismo que si toda una violenta maría otro marido, estaba inquebrantable, segura de que
fatalidad de país y de raza fuese á abatirse s o b r e ella la darían el hombre al que había elegido. Lo peor era que
pero, ¡estaba tan tranquila! ¡Tenía un aire ten d j g d i d o y aquel teniente, Attilio Sacco, era hijo del diputado Sacco,
ten paciente! Y desde que él se hallaba en aquel salón no de un advenedizo al que el mundo negro despreciaba
sorprendió entre Darío y ella ninguna terneza que no fue- como vendido al Quirinal y capaz de todo, hasta de lo
se fraternal y alegre, sobre todo por parte de eüa en cuyo más indigno.
semblante se conservaban la serenidad de los grandes —Fué por mí por quien Morano habló hace un mo-
amores confesables. Durante un momento Darío la cogió mento,—murmuró Celia al oído de Benedetta,—sí, cuan-
bromeando las manos, se las estrechó y se echó á reír algo do maltrató de palabra al padre de Attilio y á propósito
nerviosamente y con alguna ligera llamarada en el borde de ese ministerio de que se habla... Quiso darme una
de las pestañas, y Benedetta, sm apresuramiento, desasió •lección.
sus dedos como en un juego de antiguos y cariñosos com- Habíanse jurado ambas una ternura eterna desde el
pañeros. Le amaba, era cosa visible, con todo su sér y para Sagrado Corazón, y Benedetta, que tenía cinco años más
que su amiga se mostraba maternal.
^ H a b t e i i S / b a r í o ahogado un ligero bostezo, mirado su —De manera que eres poco razonable y sigues pensan-
reloj y fesquivádose para irse á reunir á u n o s amigos que do en ese hombre.
jugaban en casa de una señora, Benedetta y Celia fuéron- —¡Oh! ¿Vas á darme pena, tú también, amiga mía?
U i sentar en un sofá, cerca de la s.lja que ocupaba P g Attilio me agrada y lo quiero ¡á él, ya lo oyes! ¡A otro
dro y éste s e enteró sin querer, de algunas palabras de no! Le quiero y le tendré porque m e ama y le amo...
sus confidencias. La princesita era la hija mayor del pnn- Esto es muy sencillo.
cipe Mateo Buongiovanni, padre ya de cinco hijos, rasado Conmovido la miró Pedro; era un lirio Cándido y firme
con una inglesa, con una Mortimer, que le aportó una con su carita dulce de virgen. Tenía una frente y una na-
Z l de cinco millones. Además de este, citábase á os riz de una pureza de flor, una boca de inocencia con la-
Buongiovanni como una de las raras familias del p a n - bios cerrados sobre blancos dientes, ojos de agua de fuen-
d a d o romano ricas aun y e n pie en medio de aquel pa- te clara y sin fondo. Y no había ni un estremecimiento
i d o crue se derrumbaba por todas partes. E n esa familia en las mejillas de una frescura satinada, ni una inquietud
también figuraban dos papas, lo que no impidió al p o n ni una curiosidad en la ingenua mirada ¿pensaba? ¿Sa-
¿ p e Matteo ponerse al lado del Qu.nnal sm estar á mal bía? ¡Quién era capaz de decirlo! ¡Era la virgen con todo
con el Vaticano. Hijo de una americana y no teniendo en gu temible desconocido!
fas venas pura sangre romana, profesaba una política mu- I . —¡Ah! ¡No repitas, querida, mi triste historia! — dijo
Cho más dúctil, y era además, según decían, muy avaro X I Boma Tomo 1—tí
Benedetta. — No produce dicha el casar al papa y al - ¿ Y o ? ¡No!
—¿De veras? Pues él os conoce m u y 5 fondo. De oí Ha-
^ P e r o es que tú n o amabas á Prada,-respondió Celia blar de vos el lunes pasado y en términos tan precisos
con calma,—mientras que yo amo á Attilio. E n eso esta que me pareció que estaba muy al corriente de los más
la vida; es preciso amar. pequeños detalles de vuestra vida y de vuestro carácter.
Aquellas palabras, pronunciadas con tanta sencillez por —Ni siquiera había oído nunca su nombre.
una joven ignorante, impresionaron mucho á Pedro, ñas- —Entonces será que se informó.
ta el extremo de que sinüó que las lágrimas humedecían Saludó don Vigilio y se metió en su cuarto mientras
sus ojos. El amor ¡sí, el amor! era la solución á todas las I que Pedro, á quien le admiró encontrar abierta la puer-
querellas, la alianza entre los pueblos; la paz y la a l a r í a ta del suyo, vió salir de él á Victorina con un aire tran-
en el mundo entero. Donna Serafina se puso en pie ligu- I quilo y activo.
rándose que era lo que animaba la conversación de las I —¡Ah! Quise asegurarme por mí misma, señor abate,
dos amigas. Al mismo tiempo dirigió una mirada a don I de que n o os faltaba nada. Ahí tenéis una vela, agua, azú-
Vigilio, cuyo significado comprendió éste en seguida, por- • car, cerillas... Y por la mañana ¿qué tomáis? ¿Café? ¡No!
que se acercó á Pedro diciéndole en voz baja que había I ¿Leche sola con un panecito? Bueno, ¿á las ocho? ¿No es
llegado á la hora de retirarse. Estaban dando las once; Ce- I eso? Que descanséis y durmáis bien. Por lo que á mí hace
lia se marchaba con su tía y Sin duda Moreno quería con- confieso que las primeras noches que pasé en este inmen-
servar á su lado durante un momento al cardenal Sarao I so palacio, tuve miedo á los aparecidos, pero nunca he
y á Nani, para hablar en familia de alguna dificultad que I visto la cola á ninguno. Cuando se está muerto se está
se presentaba entorpeciendo el divorcio. E n el primer sa- 1 demasiado contento de estarlo y se descansa.
lón y después que Benedetta besó á Celia en las dos I Al cabo encontróse Pedro á solas, considerándose di-
mejillas, fué despedido Pedro por ella con mucha ama- I choso al poderse estirar, mpver, escapar al malestar de lo
desconocido de aquel salón, de aquellas gentes que se
bilidad. i • j
—Mañana por la mañana cuando conteste al vizconde, I mezclaban, se difuminaban en él como sombras bajo la
le diré cuán contentos estamos por teneros á nuestro lado I adormecedora luz de las lámparas. Los aparecidos son los
v por mucho más tiempo del que os f i g u r á i s . . . No os I muertos viejos de otras épocas cuyas almas en pena vuel-
olvidéis de que, á las diez, tenéis que bajar á saludar á I ven para a m a r y sufrir en el pecho de los vivientes de
hoy. Y á pesar del largo descanso del día, nunca se había
mi tío el cardenal. sentido tan cansado, tan deseoso de sueño, con el espíritu
Arriba, en el tercer piso, y en el momento en que fe- •
dro y don Vigilio, teniendo cada uno en la mano la pal--| tan confuso y embrollado y temiendo mucho no haber
matoria que un criado acababa de entregarles, íbanse á I comprendido nada. Cuando empezó á desnudarse, el asom-
separar delante de sus puertas, el primero no pudo por I bro de estar allí, de acostarse en aquella habitación se
menos de hacer al segundo una pregunta que atanaceaba I apoderó de él con tal intensidad que por un momento
creyó ser otro. ¿Qué pensaba toda aquella gente de su li-
su curiosidad. XT I bro? ¿Por qué le habían hecho ir á aquella fría casa en la
- / E s un personaje muy influyente monseñor Nani? I
Azoróse de nuevo don Vigilio, hizo un sencillo ademán I que comprendía que le eran hostiles? ¿Era para ayudarle ó
abriendo los dos brazos como para abrazar el mundo. Len- I para vencerle? Y n o veía más entre la luz amarillenta, en
telleó después su mirada y á su vez pareció expenmen- I la triste puesta del astro del salón, que á donna Serafina
y al abogado Morano, sentados á los dos lados de la chi-
tar gran curiosidad. .1 menea, mientras que, detrás de la cabeza apasionadamen-
- L e conocéis ya ¿no es e s o ? - p r e g u n t ó sm contestar 4 I
te tranquila de Benedetta, aparecía la faz sonriente de
fe que le decían.
monseñor Nani, con sus ojos de malicia, con sus labios I
reveladores de indomable energía.
Se acostó y luego se levantó porque se ahogaba, temen- I
do una necesidad tan grande de respirar aire fresco y li- I
bre, que hubo de abrir de par en par la ventana para i
echarse de bruces en ella: pero la noche tenía la negrura I
de la tinta y las tinieblas habían sumergido el horizonte. I
E n el firmamento las nieblas debían ocultar las estrellas I
y la opaca bóveda pesada abrumaba con pesadez de pío- I
mo; y enfrente las casas del Transtibere dormían hacía I
mucho tiempo, no se veía ni una sola luz en ninguna ven- I
tania y un mechero de gis brillaba á lo lejos como una es- I
trellita perdida. E n vano buscó el Janículo: todo había I
desaparecido e n el fondo de aquel mar de vacío, los vem- I m
ticuatro siglos de Roma, el Palatino antiguo y el moderno •
Quirinal, la gigantesca cúpula de San Pedro, borrándose I
todo del cielo por la ola de sombra. Y á sus pies no veía, I
no oía ni siquiera al Tíber, el río muerto en la ciudad I
muerta.
Á las diez menos cuarto de la mañana del siguiente
día, bajó Pedro al primer piso del palacio para presentar-
se en la audiencia del cardenal Boccanera. Hacía poco ha-
bíase despertado lleno de valor y dominado otra vez por
el entusiasmo ingenuo de su fe; del extraño abatimiento
que experimentara la víspera ya no quedaba nada ni tam-
poco de las dudas y sospechas que se apoderaran de él en
su primer contacto con Roma, cuando aun le duraba el
cansancio del viaje. Hacía un tiempo tan hermoso, estaba
tan puro el cielo que su corazón se animó y latió espe-
ranzado.
En el vasto descansillo de la escalera hallábase abierta
de par en par, la puerta de la primera antecámara. El
cardenal, que era uno de los últimos cardenales pertene-
cientes al patriciado romano, al abandonar y cerrar los
salones de gala, cuyas ventanas daban á la calle, y en los
que todo se caía de viejo, quedóse las habitaciones reser-
vadas para recepciones que ocupara uno de los hermanos
de su abuelo, cardenal también como él, allá en el siglo
dieciocho. Esa serie formada por cuatro inmensas piezas,
de una altura de seis metros y que recibían luces de la
monseñor Nani, con sus ojos de malicia, con sus labios I
reveladores de indomable energía.
Se acostó y luego se levantó porque se ahogaba, temen- I
do una necesidad tan grande de respirar aire fresco y li- I
bre, que hubo de abrir de par en par la ventana para i
echarse de bruces en ella: pero la noche tenía la negrura I
de la tinta y las tinieblas habían sumergido el horizonte. I
E n el firmamento las nieblas debían ocultar las estrellas I
y la opaca bóveda pesada abrumaba con pesadez de pío- I
mo; y enfrente las casas del Transtibere dormían hacía I
mucho tiempo, no se veía ni una sola luz en ninguna ra- I
tanja y un mechero de gas brillaba á lo lejos como una es- I
trellita perdida. E n vano buscó el Janículo: todo había I
desaparecido e n el fondo de aquel mar de vacío, los vem- I m
ticuatro siglos de Roma, el Palatino antiguo y el moderno •
Quirinal, la gigantesca cúpula de San Pedro, borrándose I
todo del cielo por la oía de sombra. Y á sus pies no veía, I
no oía ni siquiera al Tíber, el río muerto en la ciudad I
muerta.
Á las diez menos cuarto de la mañana del siguiente
día, bajó Pedro al primer piso del palacio para presentar-
se en la audiencia del cardenal Boccanera. Hacía poco ha-
bíase despertado lleno de valor y dominado otra vez por
el entusiasmo ingenuo de su fe; del extraño abatimiento
que experimentara la víspera ya no quedaba nada ni tam-
poco de las dudas y sospechas que se apoderaran de él en
su primer contacto con Roma, cuando aun le duraba el
cansancio del viaje. Hacía un tiempo tan hermoso, estaba
tan puro el cielo que su corazón se animó y latió espe-
ranzado.
En el vasto descansillo de la escalera hallábase abierta
de par en par, la puerta de la primera antecámara. El
cardenal, que era uno de los últimos cardenales pertene-
cientes al patriciado romano, al abandonar y cerrar los
salones de gala, cuyas ventanas daten á la calle, y en los
que todo se caía de viejo, quedóse las habitaciones reser-
vadas para recepciones que ocupara uno de los hermanos
de su abuelo, cardenal también como él, allá en el siglo
dieciocho. Esa serie formada por cuatro inmensas piezas,
de una altura de seis metros y que recibían luces de la
me levantó la cabeza y reconoció al visitante, y con voi
teüejuela en pendiente que bajaba al Tíber. E n ellas no muy baja, mejor aun con un murmullo que apenas inte-
penetraba jamás el sol por impedirlo las elevadas casas de rrumpió aquel silencio, dijo:
enfrente. La instalación de aquellos salones habíase con- —Su eminencia está ocupado... haced el favor de es-
servado con todo el fausto y la pompa de los príncipes de perar.
antaño, grandes dignatarios de la Iglesia; pero no se hizo Volvióse á entregar á su lectura, sin duda para evitar
en ellos nunca ninguna reparación; no se tomó ninguna así toda tentativa de conversación.
precaución ni cuidado y los tapices caíanse á pedazos, el No atreviéndose á sentarse, entretúvose Pedro en exa-
polvo carcomía los muebles e n medio de la más com- I minar la habitación que estela aún más estropeada que
pleta indiferencia tras la que se presentía una voluntad al- I las otras dos con sus tapicerías de damasco verde, gastado
tañera, decidida á detener el tiempo. i por los años y semejante al musgo que pierde su color
Experimentó Pedro un ligero encogimiento al entrar en I bajo los árboles. E n cambio el techo conservábase aún so-
la primera habitación destinada á antecámara de los cria- I berbio, con sus adornos de gran suntuosidad, un friso de
dos. E n otra época había de guardia dos gendarmes pon- artesonado pintado y dorado que servía como de marco á
tificios de uniforme, destacándose entre una oleada de I un Triunfo de Anfilrite, á un fresco de un discípulo de Ra-
criados y, á la sazón, u n solo criado aumentaba con su l fael. Y siguiendo en un todo la antigua costumbre era en
presencia fantástica la melancolía de aquella vasta sala I esta habitación en la que se hallaba depositada la birreta
que estaba medio á obscuras. Lo que sobre todo llamaba I cardenalicia sobre una credencia y al pie de un gran cru-
más la atención era la presencia de un altar colocado en- I cifijo de ébano y marfil.
tre dos ventanas; los paños del altar eran rojos, lo mismo I Acostumbróse al cabo á aquella semiobscuridad y se
que el dosel que lo remataba y bajo éste veíanse bordadas I excitó de pronto su curiosidad al ver un retrato de cuer-
las armas de los Boccanera, el dragón alado, echando lia- I po entero del cardenal, cuadro que debía estar pintada
mas; Bocea ñera, Alma rossa. Y el sombrero rojo del her- I recientemente. Al cardenal habíanlo representado en traje
mano del abuelo, el gran capello de ceremonia, encontrá- I de gran ceremonia, con sotana de moaré rojo, el roquete
base igualmente allí, lo mismo que los dos almohadones I de encaje y la capa cayendo de una manera regia desde
de seda roja y dos antiguos quitasoles que llevaban anta- I los hombros. Y aquel viejo de elevada estatura y de se-
fio en la carroza cada vez que salían. E n medio del silen- I tenta años, conservaba con sus hábitos eclesiásticos, con
ció absoluto que allí reinaba dijérase que se oía el ruidito I su rostro completamente afeitado y el cabello blanco, ten
discreto de las polillas y carcomas que desde hacía un I fuerte a u n que se le riz¡aba y caía en bucles sobre los hom-
siglo destruían aquel pasado muerto que un golpe dado I bros, toda su altanera actitud de príncipe ó señor. Aque-
con el plumero hubiera hecho caer convertido en polvo. I lla era la máscara dominadora de los Boccanera, nariz
La segunda antecámara, aquella en la que en épocas I prominente, boca grande con labios delgados, y todo esto
anteriores solía recibir el secretario, era también muy es- • en una cara larga surcada por numerosas arrugas. Y eran,
paciosa y en aquel entonces estaba vacía. Tuvo Pedro que sobre todo, los ojos de su raza, aquellos ojos muy obscu-
atravesarla y n o descubrió á don Vigilio hasta que llegó a ros, llenos de ardiente vida y coronados por cejas aun ne-
la tercera, á la antecámara noble. Con su personal reduci- gras, los que iluminaban aquel rostro. A tener la corona
do entonces á lo más estrictamente necesario, el cardenal de laurel en la cabeza, la suya habría recordado las de
había preferido tener á su secretario cerca, á la puerta I los emperadores romanos, hermosas y dueñas del mun-
misma de la sala del trono que era en la que recibía Y I do, como si por sus venas circulara la sangre de Au-
don Vigilio tan flaco, tan amarillo y tembloroso de calen-1 gusto.
turas hallábase allí á u n lado tras pobre y humüde mesa I Sabía Pedro su historia y aquel retrato la evocó en su
negra cubierta de papeles. Abismado tras un legajo enor- I
Y dicho esto empezó á llenar con una letra menudifa f
memoria. Habíase educado Pío Boccanera en el Colegio fina una gran hoja amarillenta mientras que Pedro, de
de Nobles, y sólo salió una vez de Roma cuando no era una manera maquinal, y para obedecer, s í sentó en uno
más que diácono, para ir á París á llevar como ablegado, de los taburetes de los colocados en hilera á lo largo de la
una birreta cardenalicia. Después de eso su carrera ecle- pared frente al retrato. Dejóse arrastrar por sus medita-
siástica desarrollóse soberanamente y los honores fueron ciones y se le figuró ver renacer y brillar á su alrededor el
á él de la manera más natural del m u n d o y debidos á su fausto de príncipe de un cardenal de los pasados tiempos.
nacimiento. Consagróle con sus propias manos Pío IX, Antes, todo el día que le nombraban, daba el cardenal
más tarde fué nombrado canónigo de la Basílica Vatica- fiestas, pagaba regocijos públicos de los que a u n se citan
na, camarero secreto participante y más adelante, despufes algunos por su esplendor. Durante tres días estaban abier-
de la ocupación italiana, mayordomo, y por fin, en 18/4, tas de par en par las puertas de los salones de recepción,
cardenal. Desde hacía cuatro años era camarlengo y se de- y entraba todo el que quería y de sala en sala pasábanse
cía, en voz baja, que León XIII le eligió para ese carg^ los hujieres los nombres del patriciado, burguesía y pue-
del mismo modo que en época anterior le eligiera Pío 1A blo, de Roma entera, en ñn, siendo todos recibidos por el
á él mismo, para eliminarle de la sucesión al trono ponti- nuevo purpurado con soberana bondad y cual pudiera
ficio, porque si al nombrarle, el cónclave había olvidado haberlo hecho un rey con sus súbditos. Después de esto
la tradición que decía que el camarlengo no debía ser Cip á manera de una realeza organizada, pues algunos car-
elegido papa, tal vez retrocedería antes de cometer una denales llevaban un séquito de m á s de quinientas perso-
nueva infracción. nas y tenían una casa regia que comprendía dieciseis ofi-
Y se decía aún más, se aseguraba que, lo mismo que cios ó servidumbres y vivían en medio de una verdadera
durante el reinado anterior, continuaba esa sorda lucha corte. Hasta en época más reciente, cuando la vida se sim-
entre el papa y el camarlengo, este úlümo apartado á su plificó, u n cardenal, si era príncipe, tenía derecho á u n
lado, condenando la política de la Santa Sede, con opi- tren de gala de cuatro carruajes arrastrados por caballos
niones radicalmente opuestas en todo y esperando en si- negros. Procedíanle cuatro criados con la librea de sus ar-
lencio y sumido en el vacío actual de su cargo, á que mu- mas, llevando el sombrero, el almohadón y los quitasoles.
riese el papa, lo que le daría el poder interinamente hasta Acompañábanle además el secretario con manteo de seda
que se eligiese pontífice nuevo, con la obligación de reu- color violeta, el caudatario revestido con la crocia, especie
nir antes el cónclave y cuidar de la buena tramitación de balandrán de lana violeta con forros de seda, el gentil-
transitoria de los asuntos de la Iglesia. ¿No se ocultaría hombre con traje de la época de Enrique II, y llevando la
detrás de aquella despejada y severa frente, en el fulgor birreta cardenalicia entre sus enguantadas manos; aunque
de sus negros ojos la ambición del papado, el ensueno de disminuido ya el tren de la casa comprendía aún al audi-
intentar la aventura del cardenal Pecci, camarlengo y tor, encargado del trabajo d e las congregaciones, al secre-
papa? Su orgullo de príncipe romano no eonocíS más que tario empleado únicamente en el despacho de la corres-
Roma, tenía á gloria ignorar por completo el resto üei pondencia, al maestresala que introducía las visitas, al
mundo moderno y, aparte de esto, mostrábase muy pia- gentilhombre portador de la birreta, al caudatario, al ca-
doso, austero en materia religiosa, con fe plena y podero- pellán, al mayordomo, al ayuda de cámara, sin contar una
sa é incapaz de entibiarse por la más ligera duda. nube de lacayos, porteros de estrados, cocineros, cocheros,
Un murmullo distrajo á Pedro de sus cavilaciones. Era palafreneros y otros, verdadero pueblo que zumbaba como
don Vigilio que le invitaba con su aire prudente de cos- una colmena en aquellos inmensos palacios. Y- con ese
tumbre, á que se sentase. pueblo era con el que Pedro imaginativamente llenaba las
- T a l vez esto dure mucho y lo mejor que podéis hacer.
tres vastas antecámaras que precedían al salón del trono;
ps coger u n taburete y sentaros.
era una oleada de lacayos de librea azul con Blasonados tud de gente de íodas condiciones á sueldo, circuló llenan-
galones, aquel mundo de abates y de prelados con man- do los salones con su esplendor, n o se veían entonces más
teos de seda, que revivían ante sus ojos, moviéndose con que dos sencillas sotanas negras deslizarse sin ruido; dos
una vida apasionada y magnífica bajo los altos artesona- sombras discretas perdidas en la sombra de las muertas
dos vacíos, en la semiobscuridad de las tinieblas que ilu- habitaciones.
minaba con su esplendor resucitado. ¡Y cómo comprendió Pedro al presente toda la allanera
Pero, á la sazón», y sobre todo después de la entrada de indiferencia del cardenal dejando que el tiempo concluye-
los Italianos en Roma, habíanse quebrantado muchísimo se su obra de ruina en aquel palacio de sus antepasados,
las fortunas de casi todos los príncipes romanos y desapa- al cual no podía devolver la gloriosa vida de antaño 1 Cons-
recido el fausto de los altos dignatarios de la Iglesia, h l truido para esa vida, para el tren soberano de un príncipe
patriciado, al apartarse en su ruina de los cargos eclesiás- del siglo xvi, el palacio veníase abajo, desierto y obscuro,
ticos, mal remunerados, los abandonó á la ambición de la sobre la cabeza de su último dueño, que ni tenía bastante
modesta burguesía. El cardenal Boccanera, último prínci- servidumbre para llenarlo, ni habría sabido cómo pagar
pe de la nobleza antigua revestido de púrpera, n o tenía el yeso necesario para las reparaciones. Entonces, puesto
más que, aproximadamente, unos treinta mil francos para que el mundo moderno se mostraba hostil, puesto que la
sostener su rango; los veintidós mil de su cargo, aumen- religión había dejado de ser reina y una vez que la socie-
tados con lo que le producían algunos otros emolumen- dad había cambiado y se marchaba hacia lo desconocido
tos Nunca habría podido salir del paso si donna beratma en medio de los odios y de la indiferencia de las nuevas
n o acudiera en su auxilio con las migajas de la antigua generaciones, ¿por qué no dejar que el m u n d o antiguo ca-
fortuna patrimonial que en tiempos abandonara él á sus yese en polvo con el orgullo obstinado de su gloria secu-
hermanas y á su hermano. Donna Serafina y Benedetta lar? Los héroes sólo, eran los que morían en pie sin aban-
vivían aparte, en sus habitaciones, como en otra casa, con donar nada del pasado, fieles hastia el último aliento á la
su mesa, sus gastos personales y servidumbre completa- misma fe, n o teniendo mas que la dolorosa bravura, la
mente separados. El cardenal no tenía á su lado más que tristeza infinita de asistir á la lenta agonía de su Dios. Y
á su sobrino Darío, y nunca daba ni una comida ni una en aquel retrato de cuerpo entero del cardenal, en su páli-
recepción. El gasto más grande que tenía era su antiguo da faz, tan alatanera, ten desesperada y valiente, había esa
coche, pesada carroza de dos caballos que le imponía el testaruda voluntad de perecer bajo los escombros del ca-
ceremonial, porque un cardenal no puede andar á pie por duco edificio social antes que consentir que cambiase ni
Roma. Y para esto su cochero, antiguo servidor de la fa- una sola piedra.
milia, le ahorraba u n mozo de cuadra con su testarudez Distrájole el abate de sus cavilaciones el roce de un pa-
de cuidar sólo la carroza y los dos cabaUos n Y o s enveje- so furtivo, de u n trotecillo de ratón, que le hizo volver la
cidos como él al servicio de la familia. Había dos lacayos cabera. Acababa de abrirse una puerta en la tapicería, y
padre é «hijo, éste último nacido en el palacio. La mujer Pedro experimentó la sorpresa de ver detenerse ante él á
. del cocinero ayudaba al servicio de la cocina las reduccio- un cura de unos cuarenta años obeso y bajito, al que ha-
nes en donde tenían más alcance era en la antecámara bríase podido tomar por una solterona con falda negra y
noble y en la" primera antecámara, pues todo el antiguo de mucha edad, de tal modo estaba su rostro surcado de
personal, tan ntuneroso como brillante, habíase reducido arrugas. Era el abate Paparelli, el caudatario, maestresala,
i dos modestos curas, don Vigilio el secretano que era que con este último título estaba encargado de introducir
al mismo tiempo auditor y mayordomo, y el abate Papa- á los que pedían audiencia, y se disponía á preguntar ai
relli, el c a u d a d o , que servía también de que veía allí, cuando intervino don Vigilio gara enterarle
e n t i é s a l a . E ? «-quellos lugares en que antes una mulfe de lo¡ que pasaba.
r — | l l l ¡Está bien! El señor abate Froffient, al que su mitorio, u n comedor y un despacho, piezas todas modes-
eminencia se dignará recibir... E s preciso esperar... es- tas, pequeñas, que hicieron de un gran salón con ayuda
perar. de tabiques. Vivía sumamente aislado, sin lujo y como un
Y con su paso silencioso fuese á ocupar su sitio en la hombre probo y sobrio. A las ocho tomaba el desayuno,
segunda antecámara, que era en donde acostumbraba á una taza de leche fría, y después, en las mañanas que ha-
estar. bía sesión, se dirigía á las congregaciones de que era
A Pedro n o le agradtó mucho aquel rostro de vieja de- miembro, ó sino, se quedaba en su casa para recibir en
vota, descolorido por el celibato y estragado por prácti- audiencia. La comida era á la Una y Iras ella venía la sies-
cas muy rudas, y como don Vigilio, la cabeza cargada y ta hasta las cuatro ó las cinco en el verano, la siesta de
las manos ardorosas de calentura, no había reanudado su Roma, el momento sagrado durante el cual un criado n o
trabajo se atrevió á interrogarle. ¡Oh! El abate Paparelli, se hubiera atrevido á llamar á la puerta. Los días en que
u n hombre de la fe más ardiente, que sencillamente, por hacía buen tiempo, después de la siesta daba un paseo en
humildad, permanecía en un sitio tan modesto al lado de coche hacia la parte de la antigua vía Appía, de donde re-
su eminencia! Alguna vez, queriendo éste recompensarle, gresaba al ponerse el sol y cuando tocaban el Ave María.
no desdeñaba el escuchar su opinión. E n los ojos ardien- Por último, después de recibir de siete á nueve, cenaba y
tes de don Vigilio había una sorda ironía, una cólera vela- se retiraba á un cuarto del que n o volvía á salir, trabajan-
da aún, mientras que continuaba examinando atentamen- do solo ó acostándose. Los cardenales suelen visitar al pa-
te á Pedro con el aire ya más tranquilo, influido por la pa dos ó tres veces al mes y en días fijos para las necesi-
- evidente rectitud del carácter de aquel extranjero, que no dades del servicio; pero desde hacía más de u n año al ca-
debía pertenecer á ningún bando. Así concluyó por aban- marlengo no le recibía en audiencia particular, lo que era
donar su continua y enfermiza desconfianza hasta el ex- una señal de desgracia, una prueba de guerra, de las que
tremo" de hablar u n momento. en el mundo negro se hablaba en voz baja y con cautela.
—Sí, sí,-á veces hay mucho trabajo y bastante duro... —Su eminencia es algo rudo,—siguió diciendo don Vi-
su eminencia pertenece á varias congregaciones, á la del gilio, con dulzura y dichoso al poder hablar en un mo-
Santo Oficio, á la del Indicie, á la de los Ritos, á la Con- cento de expansión;—pero hay que verle sonreír cuando
sistorial, y para la resolución de todos los asuntos que le su sobrina, La contessina, á la que idolatra, teja á darle u n
incumben es por mis manos por donde pasan todos los beso... Ya sabéis que si os reciben bien lo debéis á la
antecedentes. Es necesario que los estudie yo u n o por uno, contessina...
que haga u n resumen y que, en una palabra, lo desenma- E n este momento le interrumpieron. Oyóse un ruido de
rañe... Sin contar que, por otra parte, toda la correspon- voces que procedía de la segunda antecámara y se levan-
dencia pasa por mis manos. Felizmente su eminencia es tó con mucha viveza, haciendo después una profunda re-
un santo que no intriga ni por él ni para los demás, y verencia al ver entrar á un hombre grueso con sotana ne-
esto nos permite vivir un poco apartados. gra ceñida con faja roja, cubierta la cabeza con u n som-
Interesóse Pedro por esos detalles íntimos de una de brero con cordón rojo y o r o y al que guiaba el a t e t e Pa-
esas existencias de príncipe de la Iglesia, tan ocultas por parelli con todo un despliegue de humildes reverencias.
lo general y tan desfiguradas por la leyenda. Así supo que Había hecho á Pedro una señal para que se pusiese tam-
el cardenal, tanto en invierno como en verano, se levanta- bién en pie y pudo a ú n apuntarle quedamente:
ba á las seis de la mañana; que decía la misa en una ca- —El cardenal Sanguinetti, Prefecto de la congregación
pilla, reducida habitación amueblada únicamente con un del Indice.
altar de madera pintada y en la que no entraba nadie Entretanto el a t e t e Paparelli se prodigaba, apresuraba
nunca. Sus habitaciones particulares reducíanse á un dor- y remetía con aire de beata satisfacción:
—Están esperando á vuestra eminencia reverendísima.;; de la congregación del Indice y una sola idea le emocionó;
tengo orden de acompañar inmediatamente á su eminen- la de que aquel hombre iba á decidir de la suerte de su
cia... Está también aquí su eminencia el Gran Peniten- libro. Así que cuando el cardenal desapareció y el aba-
ciario. te Paparelli se volvió á la segunda antecámara, no pudo
Sanguinetti, en alta voz y andando con paso sonoro por menos de preguntar á don Vigilio:
tuvo un arranque brusco y familiar: —¿Sus eminencias el cardenal Sanguinetti y el carde-
—Sí, sí, me han detenido una multitud de importu- nal Boccanera están muy unidos?
nos. No se hace nunca lo que se quiere. En fin, ya es- Una sonrisa arrugó los labios del Secretario, mientras
toy aquí. que en sus ojos centelleaba una ironía que no fué dueño
Era un hombre de sesenta años, grueso, rechoncho, de de dominar.
faz redonda y colorada, con una nariz enorme, labios grue- —¡Ah! ¡Muy unidos, no, nol Se ven, cuando no tienen
sos y ojos muy vivos siempre en movimiento; pero que más recurso que hacerlo.
llamaba la atención por su aire de juventud activa, casi Y explicó que todos tenían grandes miramientos hacia
turbulenta, con el cabello muy negro aun, apenas sembra- la elevada alcurnia de nacimiento del cardenal Boccanera
do de canas, muy cuidado y recogido en bucles sobre las de modo, que de muy buena voluntad reuníanse en casa
sienes. Había nacido en Viterbo, hecho sus estudios en el de éste cuando se presentaba algún asunto grave, como
seminario de aquella ciudad antes de ir á Roma á termi- sucedía precisamente aquel día, que exigía una entrevista
ó reunión aparte de las sesiones de costumbre. El carde-
narlos en la Universidad Gregoriana. Sus hojas de servi-
nal Sanguinetti era hijo de un humilde médico de Viterbo.
cio eclesiásticas probaban que había hecho pronto su ca-
mino y que su inteligencia era muy dúctil; primero, secre- —¡No, no! Sus eminencias no son ten amigos... cuando
tea rio de la Nunciatura en Lisboa; en seguida le nombra- no se profesan las mismas ideas ni se tiene el mismo ca-
ron obispo titular de Thebas y le encargaron de una mi- rácter es muy difícil entenderse y sobre todo cuando se
sión muy delicada en el Brasil!, y á su regreso nombráronle estorban mutuamente!
nuncio en Bruselas y después en Viena, y por último car- Dijo esto muy bajo, como á sf mismo y con su pálida
denal, sin contar con que acababa de obtener el obispado sonrisa. Por otra parte Pedro, entregado por completo á
suburvicario de Frascati. Muy hecho á los negocios y ha- sus preocupaciones personales, apenas le escuchaba.
biendo recorrido toda Europa n o tenía en contra suya más —Puede que sea para tratar de algún asunto de la con-
que su ambición demasiado ostensible, su espíritu intri- gregación del Indice para lo que están reunidos,—indicó.
gante siempre en acecho. A la sazón decíase de él que era Debía saber don Vigilio qué era lo que motivaba la re-
irreconciliabe y qe exigía de Itallia la devolución de Ro- unión; más se limitó á responder que de tratarse de un
ma, por más que en otra época hubiese intentado parla- asunto de la congregación del Indice, se habrían reunido
mentar con el Quirinal. Dominado por un furioso afán de en casa del Prefecto de la congregación. Y Pedro, cedien-
ser el papa de mañana, saltaba de una á otra opinión y diendo á los impulsos de la impaciencia, vióse obligado á
pasaba grandes trabajos para conquistar á gentes á las hacer una pregunte directa.
que abandonaba en seguida. Dos veces habíase ya mal- —¿No estáis enterado de mi asunto, del referente á mi
quistado con León XIII y luego creyó más político some- libro? Puesto que su eminencia forma parte de la congre-
terse. La verdad era que, siendo un candidato casi de- gación y que todos los asuntos pasan por vuestras manos,
clarado al papado, se gastaba por su propio esfuerzo, me- tal vez podríais darme alguna interesante noticia, ¡no sé
tiéndose en muchas cosas ó haciendo mover á mucha nada aun y son ten grandes los deseos que tengo de sa-
oente. ber algo!
Pedro, sin embargo, no vió en él más que al Prefecto De pronto apoderóse otra vez de don Vigilio su inquieto
ñn fousío resplandeciente. La curiosidad que encerraba
aforamiento, y balbuceó desde luego que no había vis- aquella habitación era el antiguo trono; el sillón forrado
to el legajo referente al asunto, y decía la verdad. de roja seda en que se sentaba el Santo Padre cuando iba
—Os aseguro que no nos han mandado nada aun, que á visitar al cardenal. Un dosel, también de seda roja, lo
no tenemos ningún documento y que lo ignoro todo. coronaba, y bajo él hallábase también colgado el retrato
Viendo que el abate Froment iba á insistir, le hizo se- del papa reinante. Según la regla, el sillón estaba vuelto
ñal de que se callase, y se. puso á escribir dirigiendo hacia de fcana á la pared para indicar que nadie se debía sentar
la segunda antecámara miradas furtivas, temeroso sin du- en él. Aparte de eso no había más mobiliario en toda la
da de que el abate Paparelli estuviese escuchando. Decidi- sala que sofás, sillones, sillas y una maravillosa mesa
damente había hablado demasiádo pronto y se encogió Luis XIV de madera dorada, con un precioso mosaico
tras su mesa, fundiéndose y desapareciendo en su som- que representaba el rapto de Europa.
brío rincón. . , , Pedro n o vió al principio más que al cardenal Boccane-
Volvió entonces Pedro á sus cavilaciones, dominado de ra, en pie, al lado de otra mesa que le servía de escritorio.
nuevo por cuanto desconocido le rodeaba, por la tristeza Con su sencilla sotana negra ribeteada de rojo y con boto-
antigua y adormilada de las cosas. Debieron transcumr nes del mismo color, parecía aún más alto y más altivo
interminables minutos; eran cerca de las once Y un ruido que ten su retrato con su traje de ceremonia. Eran los mis-
de puerta, u n rumor de voces le despertó al cabo. Inclinóse mos cabellos blancos en bucles, el rostro prolongado, cor-
respetuosamente ante el cardenal Sanguinetti, que se mar- tado por numerosas arrugas, con su nariz prominente y
chaba en compañía de otro cardenal muy flaco, muy alto, delgados labios; eran aquellos ardientes ojos iluminando
eme tenía rostro grisiento y largo de asceta. Ni uno ni un rostro pálido bajo las espesas cejas que aun se conser-
otro parecieron, sin embargo, apercibirse de la presencia vaban negras. Lo único que había era que el retrato n o
de aquel humilde clérigo extranjero inclinado respetuo- terna aquella soberana y tranquila fe que se desprendía de
samente á su paso. Iban hablando familiarmente en alta la persona, una certidumbre total de saber en donde se
«02 hallaba la verdad y una voluntad inquebrantable de ate-
" —¡Ah! sí, el viento ha cedido y hace más calor que nerse siempre á ella.
Boccanera no se movió contemplando fijamente con su
^ - C o n seguridad que mañana tendremos siroco. mirada penetrante al visitante que se adelantaba, y el
El silencio solemne volvió á apoderse otra vez de la presbítero, que conocía el ceremonial, se arrodilló y besó
grande y obscura habitación; don Vigilio seguía escribien- el grueso rubí que el cardenal llevaba en el dedo; pero en
do sin que se oyese el ruido de la pluma al_<*»rrer sobre d seguida aquél hízole levantarse.
duro papel amarillento. Oyóse un tenue tañido de cascada —Sed bienvenido, hijo mío, á nuestra casa... Mi sobrina
campanilla, y el abate Paparelli acudió comendo desde la me habló de vuestra persona con tanta simpatía, que me
segunda antecámara, desapareció durante un momento en considero m u y dichoso al recibiros.
la sala del trono y luego se presentó para llamar con una Habíase sentado al lado de la mesa sin decirle á Pedro
señal á Pedro, al que anunció con acento ligero: qque cogiese una silla, y continuó examinándole y hablan-
—El señor abate Pedro Froment. do con voz lenta y cortés.
El salón del trono, muy espacioso, era también u n a - —¿Fué ayer por la mañana cuando llegásteis y bien
verdadera ruina. Bajo el admirable artesonado de madera | cansado, n o es verdad?
tallada y dorada, los rojos tapices de l a s p a r e d e s d e u n . ^-.Vuestra eminencia es demasiado bondadoso... sí, ren-.
brocatel de grandes ramos, caíanse á HabfeJ
hecho algunos remiendos; pero el uso deslucía con tonos Roma—Tomo I— 7
pálidos el purpúreo sombrío de la seda, e n otros tiempos de |
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nada... pero esto no impedirá el que hablemos un poco.
Sido tanto de cansancio como por la emoción ¡ese viaje Y siguió abordando francamente el asunto, sin astucia
tiene tanta gravedad para mil alguna como hombre dotado de un espíritu absoluto y va-
El cardenal parecía que n o quería entablar desde las liente que n o teme las responsabilidades.
primeras palabras la cuestión más grave. —¿No es así? Creo habéis escrito un libro titulado Nue-
—No lo dudo. E s m u y grande la distancia que hay de va Boma y venís para defender ese libro que está someti-
París á Roma. Hoy se recorre muy deprisa; pero antes do á la congregación del Indice. N o lo he leído aún, y ya
jqué viaje más interminablel comprenderéis que n o puedo leerlo todo. Leo únicamente
Su voz se animó: las obras que me envía la congregación de la que formo
—He ido tan sólo una vez á París ¡oh! hace de esto mu- parte desde el año pasado, y con mucha frecuencia m e
cho tiempo, muy pronto cincuenta años, y para pasar allí doy por satisfecho con un extracto que me hace mi secre-
pocos días, apenas una semana... Una grande y hermosa tario... Mi sobrina Benedetta leyó vuestro libro y me dijo
ciudad ¡sil ¡sí! mucha gente en las calles, gentes bien edu- que no carece de interés, que al principio la admiró y
cadas, u n pueblo que hace cosas admirables. No se puede que después, la conmovió... Os prometo, pues, que lo
olvidar, ni a u n en las tristes horas de la actualidad que leeré y estudiaré con mucho cuidado, los pasajes crimi-
Francia ha sido la hija mayor de la Iglesia... Desde que nosos.
hice ese único viaje, n o he vuelto á salir de Roma. Aprovechó Pedro la ocasión para empezar á defender
Y con un gesto de tranquilo desdén acabó su pensa- su oauga, y creyó que lo mejor era desde luego indicar sus
miento ¿á qué conducían los viajes al país de la duda y referencias en París.
de la rebelión? ¿Era que Roma no bastaba, Roma <pie go- —Vuestra eminencia comprenderá mi estupor, cuando
bernaba al mundo, l a ciudad eterna que en los tiempos supe que perseguían mi libro... El señor vizconde Filiber-
profetizados debía volver á ser la capital del mundo? to de la Choue, que m e dió repetidas pruebas de amistad,
Mudo Pedro, y evocando en su imaginación al principe dice sin cesar que u n libro semejante es la mayor arma
batallador y violento de otros tiempos, reducido á llevar para la Santa Sede.
aquella sencilla sotana, y le encontró hermoso con su or- —¡Oh! ¡El señor de la Choue! ¡El señor de la Choue!—
gullosa convicción de que Roma se bastaba á sf misma. repitió el cardenal, con una mueca de benévolo desdén.—
Esa obstinación de ignorancia, esa voluntad de n o contar «ío ignoro que el vizconde se cree ser un buen católico...
con las demás naciones, más que para tratarlas como va- es algo pariente nuestro... ¿lo sabéis? Y cuando se hospeda
sallas, inquietáronle sobre todo cuando por u n retomo so- aquí le veo con gusto, pero con la condición de que no he-
bre sí mismo, pensó en el motivo que le llevaba allí. mos de hablar de ciertas cosas acerca de las cuales no po-
Y como se hubiese restablecido el silencio, creyó que demos jamás ponernos de acuerdo... Pero en fin, el catoli-
debía entrar en materia con un homenaje. cismo de ese distinguido y bueno de la Choue, con sus
—Antes de practicar ninguna diligencia, quise poner corporaciones, sus círculos de obreros, su democracia de
mi respeto á los pies de vuestra eminencia, porque es en cara limpia y su vago socialismo, n o es en suma más
ella en quien únicamente tengo confianza y por tanto le que literatura.
suplico que me aconseje y dirija. Esta palabra chocó á Pedro porque comprendió toda su
Entonces, con un ademán, invitóle Boccanera á que se despreciativa ironía que le alcanzaba á él también. P o r
sentase en una silla enfrente de él. esto se apresuró á nombrar á otro que salía garante por
- N o os rehusaré mis consejos, hijo mío, pues los debo él y al que creía de indiscutible autoridad.
á todo cristiano deseoso de hacer bien. En lo que haríais —Su eminencia el cardenal Bergerot tuyo á bien con-i
mal sería en contar con mi influencia, porque es nula ¡ceder á mi obra su entera agroba.tióa,
S completamente apartado de todo y n o puedo pedir
m
Da pronto el rostro de Boccanera cambió bruscamente;
no fué la censura burlona, la lástima que inspira el acto ¡cér toás que daros un buen consejo; el de que retiraseis vos
poco meditado de un niño, acto evocado á un fracaso mismo ese libro, condenándolo y destruyéndolo sin que á
cierto, no: fué una llamarada de cólera la que iluminó ello os obligue una decisión del Indice. Cualquiera que sea
sus negros ojos y un deseo de combate el que endureció el que da el escándalo, debe hacerlo desaparecer y expiar-
la faz entera. lo cortando la propia carne. Un clérigo no tiene más debe-
—Sin duda,—dijo con mucha lentitud,—el cardenal Ber- res que la obediencia y la humildad y el aniquilamiento
gerot tiene gran fama de piedad en Francia. En Roma le de todo su sér ante la voluntad suprema de la Iglesia. Y
conocemos muy poco. Personalmente no le he visto más hasta ¿para qué escribir? porque hay algo de rebelión en
que una vez, que fué cuando vino con el capelo. Y no eso ¡de expresar una opinión propia y es siempre una tes-
me permitiría juzgarle si últimamente sus actos y sus es- tación del demonio la que os dirige la pluma. ¿Por qué
critos no hubiesen contristado mi alma de creyente. Des- correr el peligro de condenarse cediendo al orgullo de la
graciadamente no soy el único y aquí, en el Sacro Co- inteligencia y de la dominación? Vuestro libro, querido
legio, no encontraréis nadie que apruebe su conducta. hijo, no es más que literatura, ¡nada más que literatura!
Callóse un momento, y después, con voz muy clara, Esa palabra pronunciábala con un desprecio tan grande,
que Pedro sintió toda la angustia de las pobres páginas
añadió: de apóstol que había escrito al caer bajo las miradas de
—El cardenal Bergerot es un revolucionario. aquel príncipe convertido en un santo. Le escuchaba, le
Esta vez la sorpresa que experimentó Pedro fué tan veía engrandecerse y le dominaban un miedo y una ad-
grande que le dejó mudo. ¡Un revolucionario! ¡Dios mío! miración crecientes.
¡aquel pastor de almas, tan cariñoso, de inagotable cari- —¡Ah! ¡ah! ¡querido hijo, esa fe total, desinteresada que
dad y cuyo sueño era que Jesús volviese á bajar á la cree por la única dicha de creer! ¡Qué tranquilidad más
tierra para hacer que al fin reinasen la justicia y la paz! grande la del que se inclina ante los misterios sin tratar
¿No tenían las palabras la misma significación en todas de escudriñar en ellos con la tranquila convicción de que
partes y en medio de qué religión había ido á parar para al aceptarlos, se posee al fin lo cierto y lo definitivo! ¿No
que la religión de los pobres y de los míseros, de los es esta la más completa satisfacción intelectual, esa satis-
que sufren, se convirtiese en una pasión condenable, en facción que da lo divino conquistando la razón, discipli-
una insurrección? 1 nándola y calmándola hasta el extremo de que en adelan-
Sin poder comprender aún, vislumbró lo impolítico y lo te está como llena y hasta sin deseo? Fuera de la explica-
inútil de una discusión, y no tuvo más deseo que el de ción de lo divino por lo desconocido no hay paz posible ni
explicar lo que era su libro, dando razones para probar durable para el hombre. Es preciso poner en Dios la ver-
su inocencia; pero, á las primeras palabras, impidióle el dad y la j ustica si jes que se quiere que estas reinen
cardenal seguir adelante. en la tierra: ¡el que no cree es un campo de batalla en-
—No, no, querido hijo, en eso emplearíamos mucho tregado á todos los desastres! ¡Es la fe sola la que libra
tiempo, y yo quiero leer ciertos pasajes... Además hay y tranquiliza el alma!
uná regla absoluta: todo libro que toca á la fe es per, Y Pedro quedóse inmóvil un momento ante aquella gran
nicioso y condenable: ¿vuestro libro es respetuoso para figura que se erguía. E n Lourdes no había visto más que
con el dogma? á la humanidad arremolinarse para la curación del cuerpo
—Así lo pienso y puedo asegurar á su eminencia que y el consudo del alma. En Roma era el creyente intelec-
no tuve intento de hacer una obra de negación. tual, el espíritu que tiene necesidad de certidumbre, que
—Está bien; hasta podría estar á vuestro lado si eso fue-: se satisface saboreando el elevado goce de no dudar más.
se cierto... Unicamente en el caso contrario no podría No había oído nunca aun un grito semejante de alegría
gloriosa integridad. ¡Oidlo bien, señor abate, ni una sola'
por vivir en la obediencia y sin inquietudes para el día si- concesión, ni un abandono, ni una cobarda! Es tal cual
guiente de la muerte. Sabía que Boccanera había tenido es y ¡no podría ser de otra manera. La certidumbre divina,
una juventud un poco borrascosa, con crisis de sensuali- la verdad total, no tienen modificación posible y la menor
dad en las que flameó la roja sangre de sus antepasados, piedra que se arranque al edificio no puede ser más que
y le maravilló la tranquila majestad que la fe había co- causa de derrumbamiento: ¿no es esto, por otra parte, evi-
municado el ánimo de un hombre de raza tan violenta dente? No se salvan las casas antiguas en las que se mete
y en el que el orgullo era la única pasión .que quedaba. el pico con el pretexto de repararlas, pues no se haría más
—Sin embargo,—se atrevió Pedro á insinuar al Ira, pero que aumentar en ellas los estragos. Si fuese verdad que
con mucha dulzura - s i la fe permanece inalterable, esen- Roma está amenazada de convertirse en polvo, todos los
cial, inmutable, las formas cambian... De hora en ñora revocos, todos los remiendos no servirían más que para
todo evoluciona... el mundo cambia... apresurar la ruina, la catástrofe inevitable. Y en vez de
—¡Pero eso no es verdad I-exclamó el cardenal.— una muerte grande, inmóvil, serte la más miserable de las
mundo está para siempre inmóvil!... Tropieza, se extravía, agonías, el fin de un cobarde que se agita y pide gracia.«
se interna en las más detestables vías y tes preciso que con- En cuanto á mí, espero. Estoy convencido de que todo es-
tinuamente se le lleve hacia el buen camino... Eso es lo ver- to son horrendos embustes y de que el catolicismo nunca
dadero. ¿Es que el mundo, para que las promesas de Cris- ha estado más firme, puesto que debe su eternidad á la
to se cumplan no debe volver al punto de partida, á te ino- única fuente de vida. Pero aquel día en que el cielo se de-
cencia primera? ¿Es que al fin de los tiempos no se fijó en rrumbase, encontrárteme yo aquí, en medio de esos mu-
el día triunfal en que los hombres estarán en pospión de ros que se desmoronan, bajo esos artesonados que lenta-
toda la verdad aportada por el Evangelio? ¡Nol ¡No! La ver- mente destruye la carcoma, en pie entre los escombros,
dad está en el pasado, y al pasado hay que atenerse sino y así acabarte recitando por última vez el Credo.
se quiere perder. Esas hermosas novedades, esos espeps- Su voz se fué amortiguando impregnada por una triste-
raos del famoso progreso no son más que lazos de 1a per- teza altanera, mientras que con un gran ademán señalaba
dición eterna. ¿A qué buscar más, corriendo sin cesar los á su alrededor el palacio desierto y mudo y del que la
riesgos del error, puesto que hace dieciocho siglos que la vida íbase retirando un poco cada día. ¿Era que un invo-
verdad es conocida?... La verdad, sí, está en el catolicismo luntario presentimiento, el vientecillo frío de las ruinas
apostólico y romano tal cual lo creó la larga sucesión de le impresionaba también á él? Todo el abandono de aque-
las generaciones! ¡Qué locura quererlo cambiar, cuando llas vetustas salas quedaba explicado, los tapices que se
tantos espíritus elevados, tantas almas piadosas, han he caían á 'pedazos, los blasones blanqueados por el polvo,
cho de él el monumento más admirable, el instrumento y el rojo capelo carcomido por la polilla. Todo d i o era
único de orden, en este mundo y de salvación en el otrol de una grandeza desesperada y soberbia, aquel príncipe,
No protestó Pedro, pero se le oprimió el corazón, por- cardenal, católico intransigente, retirado también entre la
que no podía dudar que tenía delante un adversario im- sombra creciente del pasado, desafiando con animoso co-
placable de sus ideas más queridas. Inclinóse respetuoso, razón de soldado el inevitable derrumbamiento del mun-
helado, sintiendo pasar sobre su frente leve soplo elj do antiguo.
viento lejano que llevaba en sí el frío mortal de las tum- Estremecido Pedro, quiso despedirse, cuando se abrió
bas* mientras que el cardenal en pie é irguiéndose en una puertecilla por entre los tapices, Boccanera hizo un
toda su elevada estatura, continuaba expresándose con movimiento de brusca impaciencia y exclamó:
voz inflexible, resonante de altivo valor. , —¡Cómo! ¿Qué es lo que pasa? ¿No me pueden dejar
—Y si como sus enemigos lo pretenden, el catolicismo tranquilo ni un solo instante?.
está herido de muerte, debe morir e n pie, en toda su
Pero el abate Parparelli, el caudatarío, obeso y melifluo,- parque y cuya célebre terraza dominaba la campiña ro^
entró sin emocionerse lo más mínimo por la acogida; se mana, inmensa y desnuda como el mar. Aquella villa ha-
acercó, murmuró en voz baja una frase al oído de su bíanla vendido á la sazón y en las viñas, que habían co-
eminencia que se había calmado al verle. rrespondido á Benedetta, había empezado á construir el
—¿Qué vicario? ¡Ahí Sí, Santobono, el vicario de Fras- conde Prada, antes de que se incoase el pleito del divorcio,
catti... Ya lo sé, decidle que no puedo recibirle ahora... todo un barrio de hotelitos de recreo. En otros tiempos,
Con su vocecilla chillona empezó Paparelli á hablar en cuando sédía'n á pasear á pie, no desdeñaba el cardenal en-
voz baja. Oíanse algunas palabras; se trataba de un nego- trar á descansar un momento en casa de Santabono, que
cio urgente; el vicario tenía necesidad de volverse á mar- regentaba e n las afueras de la población una antigua ca-
char y tenía que hablar muy poco. Y sin esperar á que le pilla consagrada á Santa María de los Campos. El presbí-
diesen permiso para hacerlo, introdujo la visita, á su pro- tero ocupaba allí, al lado de la capilla y arrimada á ésta,
tegido, al que había dejado tras la puertecilla. Después una casita medio arruinada, cuyo principal encanto era
se alejó, desapareciendo con la tranquilidad de un subal- un gran huerto, cercado de tapias y que cultivaba él mis-
terno que, fí pesar de su posición ínfima, sabe que es mo, con pasión de verdadero labriego...
muy influyente. —Lo mismo que todos los años,—dijo, dejando la cesti-
Pedro, del que nadie se acordó, vió entrar á un mocetón ta sobre la mesa,—he querido que su eminencia probase
vestido de cura, hombre hecho á hachazos, mal configura- mis higos. Son los primeros de la estación y los cogí esta
do, hijo de u n labriego y aun apegado á la fierra. Tenía mañana para traérselos á su eminencia. ¡Le gustaban tan-
grandes pies, manos nudosas, rostro atezado y lleno de to cuando se dignaba venirlos á comer bajo el árbol! Y
costurones iluminado por unos ojos negros muy vivos. Ro- alguna vez llegó su eminencia á decirme que no había
busto aun, con sus cuarenta y cinco años, parecíase bas- higuera en el mundo que los produjese iguales.
tante á un bandido disfrazado, por la barba mal afeitada El cardenal no pudo por menos de sonreírse. Era cierto
y por la sotana demasiado larga sobre sus gruesos salien- que le gustaban mucho los higos y la higuera de San-
tes huesos; pero el rostro conservaba cierta altivez sin na- tobono tenía fama en todo el país.
da de bajeza. En la mano llevaba una ees tita cubierta con —Gracias, querido vicario, ya veo que os acordáis de
mucho cuidado con hojas de higuera. í mis aficioncillas. Veamos, ahora, ¿qué es lo que puedo ha-
cer por vos?
Santobono dobló en seguida la rodilla y besó el anillo,
pero con un gesto rápido, de sencilla y usual política. Y en seguida se puso grave porque había habido entre
Luego con esa respetuosa familiaridad del pueblo bajo él y el vicario añejas discusiones, maneras distintas de
hacia los grandes, dijo: apreciar ciertas cosas que le molestaban. Santobono, naci-
do en Neni, en pleno país medio feroz, de una familia de
—Pido perdón á vuestra eminencia reverendísima por
carácter violento, cuyo primogénito había muerto de una
haber insistido. Había gente esperando y yo no habría'
puñalada, profesó siempre, y en todo tiempo, patrióticas
sido recibido si á mi antiguo compañero Paparelli no se
ideas. Se contaba que había estado á punto de empu-
le ocurriera la idea de hacerme pasar por esa puertea-
fiar las armas con Garibaldi, y el día en que los italia-
lia... ¡Oh! tengo que solicitar de su eminencia un gran
nos entraron en Roma, costó mucho trabajo el evitar que
favor, un verdadero servicio de corazón... pero antes le
izase el pabelllón de la unidad italiana en el techo de su
ruego que me permita ofrecerle este pequeño presente
casa. Aquel era su apasionado ensueño, Roma señora del
Escuchóle Boccanera con gravedad. Habíale conocido
mundo, cuando el papa y el rey, después de haberse abra-
en otro tiempo, cuando iba á pasar los veranos á Frascat-
zado, hiciesen causa común. Para el cardenal aquel cura
ti, e n la regia villa que su familia poseía; una casa habita-
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ción construida en el siglo dieciseis, con un maravillosa
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era un revolucionario peligroso, un presbítero renegado que tuvo á Agostino á su servido y que siempre estuvo
que ponía en peligro el catolicismo. contento de su buen carácter.
—¡Oh! ¡Lo que vuestra eminencia puede hacer por mil El cardenal protestó en seguida.
¡Lo que puede hacer si se digna escucharme!—repitió San- I —No estaba satisfecho del comportamiento de Agostino
tobono con voz ardiente cruzando sus gruesas nudosas que tenía un caráder locamente arrebatado y tuve que
manos. despedirlo precisamente porque siempre estaba disputan-
E n seguida se dominó: . | do con los demás criados.
—¿Es que su eminencia el cardenal Sangumetti no —¡Oh! ¡Qué pena más grande me da vuestra eminencia
dijo ni una palabra del asunto á su eminencia reverendí- contándome esas cosas! Es cierto que el carácter de Agos-
sima? tino se haya echado! á perder. Pero hay un medio de arre-
—No, el cardenal no hizo más que anunciarme vuestra glarlo todo ¿no es verdad? ¡A pesar de todo puede dárseme
visita, didéndome, que teníais que pedirme alguna cosa. una certificación arreglando las frases de cierto modo!
Y Boccanera, con el rostro sombrío, esperó con una ¡Una certificación de vuestra eminencia haría tanto efecto
gran severidad. No ignoraba que el clérigo se había hecho ante la justicial
cliente de Sanguinetti, desde la época en que habiendo —Sí, sin duda, ya lo comprendo,—respondió Boccane-
sido este último nombrado obispo suburvicano pasaba en ra,—pero yo no daré el certificado.
Frascatti semanas enteras. Todo cardenal, candidato al pa- —¡Cómo! ¿Vuestra eminencia reverendísima se niega?
pado, tiene de esa manera y en la sombra ínfimos fami- \ —En absoluto. Sé que sois un clérigo de una perfecta
liares que arriesgan la ambición de su vida sobre la elec- ] moralidad, que desempeñáis vuestro santo ministerio con
ción posible; si el candidato llega algún día á ser papa, si celo y (que seríais u n hombre recomendable á no ser por
dios le ayudan á conseguirlo, estarán tras él en la gran vuestras ideas políticas. Lo único que hay es que el cari-
familia pontifical. Se contaba que Sanguinetti había ya fio fraternal os ciega y extravía y que yo no puedo men-
librado á Santobono de las consecuencias de una enojosa tir para complaceros.
historia; la de un chiquillo merodeador al que el vicario Le miró estupefacto Santobono, no comprendiendo que
sorprendió escalando las tapias del huerto y que muñó a un príncipe un cardenal todopoderoso se parase ante es-
consecuencia de la corrección demasiado ruda que le im- crúpulos tan nimios, cuando se trataba de una puñalada,
puso Pero en honor y alabanza del vicario hay que aña- el asunto más insignificante, d hecho más frecuente en
dir que, en su fanática adhesión al cardenal, entraba por aquellos países aun salvajes de los Castillos romanos.
mucho la esperanza de que sería el papa esperado, el papa —¡Mentir! ¡Mentir!—murmuró—No es mentir decir úni-
destinado á hacer de Italia la gran nación soberana camente lo bueno, cuando como en Agostino lo hay tam-
- P u e s bien, he aquí cuál es mi desgracia... Vuestra bién, y en una certificación todo depende de las palabras
eminencia conoce á mi hermano Agostino que durante que se emplean.
dos años estuvo al servido de su casa como jardinero... Y se mostró testarudo en ese arreglo y n o le cabía en la
Indudablemente es un muchacho muy galán, muy can- cabeza que le pudiese negar el tratar de convencer á la
fioso d d que nunca nadie tuvo que quejarse... y no sé de justicia mediante una ingeniosa manera de presentar las
mié manera ocurrió un accidente y mató de una puñala- cosas. Cuando adquirió después la seguridad de que no
da á un hombre en Genzano, una noche que se estaba pa- obtendría nada, hizo un gesto de desesperadón, su faz
seando por la calle... Siento mucho lo que pasa y me con- terrosa adquirió una expresión de violento rencor, mien-
traría mucho; daría dos dedos de la mano por poderle sa- tras que en sus negros ojos centelleaba la cólera conte-
car de la cárcd. Y se me ocurrió la idea de que su emi- nida.
nenda no me negaría una certificación en la que dijese , —¡Bien! ¡Bien! Cada uno considera la verdad á su ma-
inteligente, y el clero alto, los altos dignatarios del Va-
hera, y vuélVoinje á decir esto á su eminencia reverendísi- ticano! Todo lo que n o era prelado no existía.
ma que n o me tenga mala voluntad si le molesto inútil- " —¡Doy mil guacias á su eminencia reverendísima y que
mente... Tal vez los higos no estén bastante maduros; todo le salga á medida de sus deseos!
pero á pesar de eso me permitiré traer otra cestita hacia Cuando al cabo se marchó Santobono, el cardenal se
el fin die la estación, cuando estén completamente en razón volvió á Pedro que se inclinaba para saludar y retirarse
y muy azucarados. Mil gracias y mil felicidades para á su vez.
vuestra eminencia reverendísima... —En resumen,—le dijo,—me parece, señor abate, que
Se alejó andando de espaldas haciendo reverencias que el asunto de vuestro libro n o es de los buenos. Os repito
plegaban en dos su grande huesosa talla. Y Pedro, al que que a u n n o sé nada con precisión, porque n o he tenido
interesó mucho esa escena, vió en Santobono al clero bajo ocasión de ver el legajo; pero como sabía que mi sobrina
de Roma y de sus alrededores, del que se hablaran antes se interesaba por vos, dije algo al cardenal Sanguinetti,
de su viaje. No era el scagnozzo (1) el clérigo miserable, prefecto del Indice, que precisamente estuvo aquí hace
hambriento, que fué desde provincias á consecuencia de poco. Y está tan poco enterado como yo del asunto que
alguna aventura enojosa, y cae sobre el empedrado de no ha salido hún de entre las manos del secretario. Lo
Roma en busca del pan cotidiano, turba de mendigos único que hay es que me dijo que la denuncia procedía
con sotana que buscan fortuna en las migajas de la Igle- de personas de elevada posición, de muchísima influencia
sia, disputándose con voracidad las misas que depara la I y que se refería á numerosas páginas de la obra en donde
casualidad y se codean con el pueblo bajo en el fondo de I han señalado los pasajes más significados, tanto bajo el
las tabernas de peor renombre. No era tampoco el cura I punto de vista de la disciplina, como en lo que se refiere
párroco de los pueblos lejanos de la campiña, sacerdotes : al dogma.
de una ignorancia completa, de grosera superstición, la- Muy emocionado al pensar que tenía enemigos secretos
briego con los labriegos, tratado d e igual á igual por sus que le perseguían en la sombra, exclamó el joven presbí-
ovejas que, muy devotas, n o le confundían jamás con el tero:
buen Dios y se arrodillaban ante su santo predilecto, pero —¡Oh! ¡Denunciado, denunciado! ¡Oh! ¡Si vuestra emi-
n o ante el hombre que vivía á costa del altar. En Frascat- nencia supiese cuánto me oprime eso el corazón! ¡Y de-
ti, el cura de una modesta iglesia, podía tener unos nue- nunciado por faltas con seguridad involuntarias, puesto
vecientos francos, y n o gastaba más que en pan y en car- que no quise ardientemente más que el triunfo de la
ne, pues cogía vino, frutas y legumbres en su huerto. I Iglesia... Será á los pies del Santo Padre á donde iré á
Aquel vicario no era un hombre sin instrucción, pues sa- I postrarme y defenderme.
bía u n poco de teología, algo de historia, sobre todo de I Bruscamente irguióse Boccanera. Un pliegue de expre-
esa historia de la grandeza pasada de Roma que inflamó sión dura contrajo su frente despejada.
su patriotismo con el loco ensueño de la próxima domi- —Su Santidad puede recibiros si lo tiene á bien, y has-
nación universal reservada á la Roma, renacida capital ta absolveros... pero escuchadme, os aconsejo que retiréis
de la Italia. ¡Pero qué infranqueable distancia mediaba ese libro por vuestro propio impulso, destruyéndolo senci-
aún entre ese clero bajo, con frecuencia m u y digno, é lla y valerosamente antes de lanzaros á una lucha en la
que pasaréis por la vergüenza de ser vencido... E n fin,
pensadlo.
(1) De Scagno, castellano Escaño: banquillo con r e s p a l d o de bastante I Arrepintióse Pedro en el acto de haber hablado de su
a n c h u r a . — A l g u n o está en el escaño que asi no aproveche y á otro no han» visita al papa, porque comprendió que el cardenal se ha-
daño.—Sibi non podest, et alteri nocet..—[$. del T.) 1 bía considerad^ herido por aquella apelación á la autor*»
¡ M soberana. Además no podía abrigar la menor « , cuestiones de intereses. Muchas veces, como sucedía aque-
el cardenal iba á estar en contra suya y no confiaba, tem, lla mañana, ocurríale presentarse, con su aire un tanto
poco en que las personas que le r o d a b a n puchesen c o n ^ fatigado y misterioso, para hablar con un cardenal de all-
CTuir que permaneciese neutral. Habíale encontrado muy gún asunto serio en nombre de su embajador.
tadyfraKo, muy por encima de las obscuras mtnfl» Llevóse en seguida á Pedro al hueco de una gran ven-
^ e empezaba á ¿emprender que se agitaban aliededoc tana para hablar con más libertad.
de su libro, y fué con mucho respeto «>mo le ^ u d ó . —¡Qué contento estoy al veros, señor abate 1—le dijo.—
—Agradezco infinito á vuestra eminencia y le prometo ¿Os acordáis de nuestras agradabilísimas conversaciones
pensar en cuanto tuvo la extremada bondad de decirma cuando nos conocimos en casa del cardenal Bergerot? Os
^ la^ntecámara vi6 P e d r o á cinco ó seis personas t e indiqué, para vuestro libro, los cuadros que debíais ver,
se habían presentado mientras hablaba con el cardenal. miniaturas de los siglos xiv y xv. Pues bien, desde hoy
S a b í a allí L obispo, un prelado y dos - o r a s a « me apodero de vos y vby á enseñaros Roma como nadie
En el momento en que se acercaba á don V i g í o antes sería capaz de hacerlo. Lo he visto y rebuscado todo y he
de marcharse, experimentó viva sorpresa al ^ J J encontrado tesoros, ¡verdaderos tesoros I Mas en el fondo
conversando con un joven alto y rubio, con un francés no hay más que una obra, y no se piensa más que en
que exclamó, muy sorprendido también: su pasión. El Boticelli de la Capilla Sixtina, ¡ohl ¡Bo-
q
- ¡ C ó m o l ¿Estáis aquí, señor abate? ¿Vinisteis al fin * ticellil
Roma? Su voz se apagó, hizo un gesto quebrantado de admira-
Pedro vaciló un segundo. „ ción] y Pedro no tuvo más recurso que prometerle que se
—¡Ah! Os suplico que me perdonéis, señor N a r c i s o ^ dejarte guiar por él, y que le acompañaría á la Capilla
bert porque no os había conocido. Y en verdad que no Sixtina.
tengo perdón, porque sabía que desde el ano pasado que | —¿Sabéis por qué estoy aquí?—preguntó al fin éste úl-
timo.—Pues persiguen mi libro y lo han denunciado á la
* t í f N a s p e c t o elegmte, con congregadón del Indice.
su t S clara, síis o j f s azules, su barba r u ^ ünamente n- —¡Vuestro libro 1 ¡Imposible!—exdamó Narciso.—¡Un li-
zada- Uevaba el pelo rimdo y cortado sobre la frente á la bro del que algunas páginas hacen recordar las del será-
fiomitina. Pertenecía á una familia muy nca y de ma fico San Francisco de Asis!
S d e un catolicismo militante y de la que^ figuraba Con mucha amabilidad púsose entonces á su disposi-
u n So de Narciso en la diplomacia, y esto decidió de ción.
E t o o L S , aparte de esto, se hallaba muy marca- —Nuestro embajador puede seros muy útil. Es el hom-
do ^ Roma en donde contaba con parientes poderos bre mejor de la tierra y de una afabilidad encantadora y
e r a S b r i n o por alianza del cardenal Samo, cuya herma lleno de ese antiguo valor francés... Esta tarde, ó mañana
tebEe ¿ i d o en París con un notario, tío suyo: era pn- por la mañana á más tardar, os presentaré á él y puesto
S t r S de monseñor Gamba del Zoppo, camare que deseáis que el Papa os conceda en seguida una au-
dienda, hará lo posible para que la obtengáis... Sin em-
K f ^ t i S s I q n M bargo, debo confesaros que esto no siempre es fácil. El
Padre Santo l e apretía mucho, pero algunas veces fraca-
S a i S ^ r c T d e te Saíte Sede en donde toleraban sus
sa, de tal modo se complican las aproximaciones...
E S » sltís A Pedro no se le había ocurrido, en efedo, la idea de
acudir al embajador dominado por la ingenua creencia de
que un dérigo acusado, que iba á defenderse debía encon-
trar todas las puertas abiertas. L e agradó sobremanera la iodos los antiguos y pequeños estados italianos, colocada
oferta de Narciso y le dió las gracias con tanto entusias- bajo el augusto protectorado del Papa. E n suma, se trata-
mo como si ya hubiese conseguido la audiencia. ba de la lucha entre las dos concepciones opuestas; una
- A d e m á s - s i g u i ó diciendo N a r c i s o - s i tropezamos con que quería la salvación de la Iglesia por el respeto absolu-
alguna dificultad n o olvidéis que tengo parientes en e to de la antigua tradición; la otra que anuncia su muerte
Vaticano. No hablo de mi tío el cardenal, que no sería^utü fatal si no consiente en evolucionar con el siglo futuro;
pero todo esto se anegaba en una confusión tal, que la
para nada, porque jamás se mueve de su d e s p a c h o de
opinión acababa por ser la de que, si el papa actual vi-
fa Propaganda y se niega á hacer toda clase de ^ . g e n - vía aún algunos años, no seríañ ni Boccanera ni Sanguinet-
cías; pero tengo á mi primo, á monsenor Gamba del Zop- ti los que le sucediesen.
po, que es u n hombre muy amable, que vive en el \ati-
rano con el Papa al que su servicio hácele ver con mucha Interrumpió Pedro bruscamente á Narciso para pregun-
frecuencia y á todas horas. Si es preciso os acompañaré tarle:
para que le veáis y sin duda encontrará u n medio para —¿Y á inonseñor Nani, le conocéis? Hablé con él ayer
facilitaros una audiencia, por más que su j n p r u t a noche... ¡Miradle! En este momento entra.
le hace temer á veces el comprometerse. Vamos, es cosa En efecto, Nani entró en la antecámara con su sonrisa
convenida, confiáos á mí en todo y por todo. I y su faz sonrosada de prelado amable. Su fina sotana, su
- ¡ A h , querido señor Habert!-exclamo Pedro más a h íaja de seda violeta brillaban, pero con un lujo discreto y
viado y tranquilo,—acepto con toda mi alma y no sabéis I suave. Se mostró muy cortés con eí abate Paparelli que
qué bálsamo me ofrecéis, porque desde q ^ ^ t o y a q u I le acompañaba y usó mucha humildad suplicándole tuvie-
todo el mundo me desahenta y sois el pnmere>que me I se á bien esperar á que su eminencia pudiese recibirle.
devolvéis el ánimo tratando las cosas á la francesa, - v I —¡Oh!—murmuró Narciso poniéndose serio,—monseñor
Bajando la voz le contó lo sucedido en su e n t r e v i s t a con » Nani es de esas personas de las que es necesario ser
el cardenal Boccanera; la certidumbre que tema de no ser I amigo.
ayudado ni por éste ni por nadie, las m a l a s notiaas fac^ I Sabía su historia y la contó en voz baja. Había nacido
M t X por el cardenal Sanguinetti y por último^ hablóle en Venecia de una noble familia arruinada, que contó al-
de la rivalidad que había presentido existía entre los dos .gunos héroes entre sus antepasados. Nani, después de ha-
cardenales Escuchóle Narciso sonriendo y á su vez se en- cer sus primeros estudios con los jesuítas, fuese á Roma á
2 las hablillas y á las confidencias, cursar la filosofía y la teología en el Colegio Romano diri-
esa disputa prematura de la tiara, con el furioso deseo gido por aquellos. Ordenado como presbítero á los veinti-
m f & t J m animaba hacía mucho tiempo que n w trés años, fuese inmediatamente con un nuncio á Baviera
S o n a b a al mundo negro. Había allí lo« d « t o s ^ en concepto de secretario particular y de allí pasó, como
una complicación increíble y nadie hubiera podido^dea auditor de la Nunciatura, á Bruselas y después á París en
con exactitud á dónde conducía tan vasta i n t n g ^ E n _ c o n donde habitó durante cinco días. Todo parecía destinarle
iunto se sabía que Boccanera representaba la mtranS.geir á la diplomacia, los brillantes comienzos de su carrera, su
£ el catolicismo desprendido de todo compromiso f ; inteligencia despejada, una de las más grandes y quizás
la sociedad moderna, esperando inmóvü e H n u n f o d e D « mejor cultivadas, cuando de pronto fué llamado á Roma
sobre Satán, al reino de Roma devuelto á la Santa Sede, en donde inmediatamente se le confirió el empleo de Ase-
r Italia arrepentida y haciendo penitencia de su s* sor del Santo Oficio. Se dijo entonces que aquello obede-
cri emo mientras que Sanguinetti, más dúctil, más H cía al deseo del Papa que, conociéndole á fondo y que-
Uti«f p a S b a por concebir combinaciones tan atrevida riendo tener en el Santo Oficio un hombre de su confian-.
nuevas, especie de federación republicana de Boma—lomo 2—8
za, le Había mandado á buscar, diciendo que prestaría ción, como si hubiese presentido tras aquel rostro son-
mejores servicios en Roma que en una nunciatura. Era riente y sonrosado todo un vago infinito. Además de esto
ya prelado doméstico y desde hacía poco canónigo de San comprendió mal las explicaciones de su amigo y cayó en
Pedro y protonotario apostólico participante, en camino el azora miento de su llegada á aquel mundo nuevo en el
de ser preconizado cardenal el día en que el Papa hallase que lo inesperado trastornaba sus previsiones.
otro asesor favorito que le agradase más. Pero monseñor Nani, que había visto á los dos jóvenes
—¡Ohl ¡Monseñor Nanil—continuó diciendo Narciso.— se acercó á ellos sonriendo y tendiéndoles cordialmente
Es un hombre superior que conoce admirablemente la la mano.
Europa moderna y al mismo tiempo un santo sacerdote, —¡Ah! ¡Cuánto celebro veros, señor abate Froment! Y
un creyente sincero de inquebrantable adhesión á la Igle- no os pregunto si dormisteis bien, porque en Roma se
sia, de fe sólida, de política hábil y bien diferente en ver- duerme siempre bien... Buenos días, señor Habert, ¿váis
dad de la estrecha y sombría fe teológica tal cual la cono- bien de salud desde que os encontré extasiado ante la
cemos en Francia. Por esto os ha de ser desde luego muy Santa Teresa, de Bernin, que tanto admirábais? Ya veo
difícil el conocer aquí las cosas y personas. Dejan á Dios que os conocéis los dos... Esto es bueno... Os presento, se-
en su santuario y reinan en su nombre convencidos de ñor abate, al señor Habert comfoi á uno de los apasionados
que el catolicismo es la organización humana del gobier- admiradores de nuestra ciudad, que os enseñará lo mejor
no de Dios, la única perfecta y eterna fuerza de la cual no de ella.
hay más que peligros sociales y mentiras. Mientras que Con aire afectuoso, quiso enterarse de la entrevista de
nosotros nos entretenemos en nuestras disputas religiosas Pedro y del cardenal. Escuchó el relato con mucha aten-
discutiendo furiosamente acerca de la existencia de Dios, ción, meneando la cabeza al oir ciertos detalles y á veces
ellos no admiten que esa existencia pueda ponerse en reprimiendo una fina sonrisa. No le extrañó en modo al-
duda, puesto que son ministros delegados por Dios y se guno la severa acogida del cardenal ni la seguridad que
consagran únicamente á su papel de ministros, á los que tenía el presbítero d e no hallar ningún apoyo en aquél,
no se puede desposeer, ejerciendo el poder para el mejor como si hubiese esperado ese resultado. Pero al oir men-
bien posible de la humanidad, aplicando todo su saber, cionar á Sanguinetti, al enterarse de que éste había esta-
inteligencia y energía para continuar siendo los dueños do allí por la mañana y declarado que el asunto del libro
aceptados de los pueblos. Fijáos en un hombre como era de los graves, pareció que olvidaba un instante su re-
monseñor Nani, que después de haber estado mezclado serva y se expresó con repentina viveza:
en la política del mundo entero, hace diez años que se —¿Qué queréis, hijo mío? He llegado tarde. En cuanto
halla en Roma ejerciendo las funciones más delicadas, tuve noticia de la persecución, corrí á casa de su eminen-
mezclado en los más diversos y más importantes asuntos, cia el cardenal Sanguinetti para decirle que iban á hacer
pues continúa viendo á Europa entera qute desfila por un reclamo inmensq á vuestra obra. Vamjos á ver ¿es esto
Roma, lo conoce todo y en todo tiene la mano. Y además razonable? ¿A qué? Sabemos que sois un poco exaltado,
de todo esto es admirablemente discreto y amable, de una que tenéis un alma entusiasta y pronita á la lucha. Medra-
modestia que parece perfecta, sin que se pueda decir si dos estaríamos si fuésemos á echarnos á cuestas la rebe-
se dirige, con un paso tan ligero, á la más alta de las lión de un presbítero joven que podría declararnos la gue-
ambiciones, á la tiara soberana. rra con un libro del que se han vendido algunos miles de
—¡Otro candidato más al papado!—pensó Pedro que ha- ejemplares. E n cuanto á mí, quería desde luego que no se
bía escuchado apasionadamente porque la figura de Nani hiciese nada y debo confesar que el cardenal, que es un
¡e interesaba, le causaba una especie de instintiva turba- hombre de talento, pensaba lo mismo .que yo. Levantó.
los trazos al cíelo, se arrebató, diciendo á gritos que no se
le consultaba nunca nada, que la necedad ya estaba he- —¡Eh! La idea no parece mala,—declaró al fin Nani.—
chía y |que por lo tanto, le era imposible suspender el pro- ¡Sil ¡Sí! Gamba podrá obtener la audiencia, si quiere
ceso desde el momento en que estaba enterada del asunto hacerlo... Le veré y le explicaré de lo que se trata.
la congregación á consecuencia de autorizadísimas denun- Además de esto dió una porción de consejos de extre-
cias fundadas en motivos de los más graves... En fin, mada prudencia y hasta se atrevió á decir que convenía
como 61 decía, la necedad estaba hecha y he debido pen- desconfiar bastante de los que rodeaban al papa. ¡Ay! ¡sí!
sar en otra cosa... Su Santidad era muy bueno, creía con tanta ceguedad en
Se Calló; se apercibió de pronto que Pedro fijaba ardien- el bien, que nunca escogió á sus familiares con el meticu-
tes miradas en sus ojos tratando de comprender. Un im- loso cuidado que para ello debía haber empleado. Nunca
perceptible rubor sonrosó un poco más Su rostro mientras se sabía á quién se dirigía uno ni en qué lazo se podía
que, más dueño de sí, siguió hablando sin dejar ver su meter el pie. Hasta dió á entender que no convenía de
contrariedad por haber dicho demasiado. ninguna manera dirigirse á su eminencia el secretario de
—Sí, pensé ayudaros con toda mi escasa influencia para Estado, porque tampoco estaba, libre, sino que se hallaba
libraros de los quebraderos de cabeza que, indudablemen- en el centro de un hervidero de intrigas cuya complicación
te, os ha de producir este asunto. paralizaba á pesar de su buena voluntad todos sus esfuer-
Un soplo de rebelión impulsó á Pedro dominado por la zos. Y, á medida que se iba expresando así, con mucha
obscura sensación de que se mofaban de él. ¿Por qué no dulzura, con una unción perfecta, aparecía el Vaticano
había de haber afirmado él su fe cuando ésta era tan como un país guardado por dragones celosos y traidores,
pura, tan desprendida de todo interés personal y ardiente como Un terreno en el que no se debía franquear una puer-
de caridad cristiana? ta, arriesgar un paso, avanzar un miembro, sin asegurarse
antes de que no se dejaría allí el cuerpo entero.
—Nunca,—declaró,—retiraré ni haré desaparecer por mí
mismo ese libro, como me han aconsejado lo haga. Eso Continuaba Pedro escuchándole, cada vez más frío y
sería una cobardía y una mentira, porque no me pesa rayendo otra vez en la incertidumbre.
nada ni de nada reniego. Si creo que mi obra encierra un —¡Dios mío!—exclamó.—¡No voy á saber conducirme!
poco de verdad, no puedo destruirla sin ser un criminal ¡Ahí ¡Cómo me desalentáis, monseñor!
para conmigo y para con los demás. ¡Nunca, ya lo oís, Nani recobró su cordial sonrisa.
nunca! —¡Yo! Lo sentiría en el alma, querido hijo mío... Uni-
A estas palabras siguió una pausa. Pedro añadió casi camente quiero repetiros que esperéis... que no hagáis na-
en seguida: da. Sobre todo nada de calentura. Os juro que no hay
—¡A los pies del Santo Padre es donde quiero hacer esa nada que apremie, porque hasta ayer no han elegido un
declaración; me comprenderá y aprobará mi conducta! consultor encargado de dar su dictamen sobre vuestro
Nani no sonreía con su rostro inmóvil y como en ade- libro y tenéis por ¿Helante un mes... largo. Esquivad toda
lante cerrado. Parecía que estudiaba con mucha curiosi- compañía, vivid sin que se sepa que existís, visitad en
dad la súbita violencia del abate al que quiso tranquilizar paz á Roma y, creedme, esa es la mejor manera de ade-
en seguida con su acostumbrada benevolencia. lantar en vuestros asuntos.
—Sin duda, sin duda... La obediencia y la humildad Y cogiendo una mano del presbítero entre sus dos ma-
tienen grandes dulzuras; pero, en fin, comprendo perfec- nos aristocráticas, gorditas y suaves, añadió:
tamente que ante todo gueráis hablar con Su Santidad.., —Podéis figuraros que tengo mis razones para hablaros
¿en seguida, n o es así? Ya yeréis... ya veréis... de este modo. Habríame ofrecido yo mismo y tenido á
honra el acompañaros en derechura á la presencia de Su
con su letra menudita en las i n m e n s a s h o j a s de su aman
Santidad, inás no quiero mezclarme aiin en el asunto por- liento papel. Tan sólo de vez en cuando separaba sus ar^
que comprendo que en estos momentos sería trabajo per- dientes miradas del papel para a s e g u r a r a e , ^ su perpe-
dido. Más adelante ¡ya lo oísl más adelante y en el caso de tua desconfianza, de que no le a m e n a z a b a ningun peUgro
que nadie lo consiga, seré yo el que os proporcione una Rodeado ¡be pesado süencio en que todo quedó sumer
audiencia... Me comprometo formalmente á ello... Em- d,fo Srmaneció Pedro inmóvil durante un momento aun
pero, mientras tanto, evitad todo lo posible el hablar de en él graxf hueco de la ventana. ¡Ah! ¡Qué a ^ s o es-
una religión nueva, palabras que, por desgracia, figu- toba su pobre sér de entusiasta y de tremol ¡A mando
ran en vuestro libro y que ayer noche os oí pronunciar. X á P a r í s había visto las cosas con tanta sencillezy .na-
No puede haber religión nueva, querido hijo mío, pues no Sraüdad! Le acusaban injustamente y emprendía e l j a j e
hay más que una religión eterna sin componendas ni para defenderse: llegaba, se postraba de hinojos ante el
abandono posible, y es la religión católica, apostólica, ro-
mana. Es más: dejad á vuestros amigos de París en donde
se hallan y sobre todo no contéis con el cardenal Berge-
rot, cuya gran piedad no ha sido suficientemente apre-
ciada en Roma... Os aseguro que os hablo como amigo.
Luego, viéndole desamparado, medio quebrantado y no
sabiendo por donde debía empezar la campaña, le alen-
tó y confortó de nuevo. s S S S p t u a r á los culpables? ¿Era que no debía dejar
—¡Vamos! ¡Vamos 1 Todo se arreglará, todo terminará
de la mejor manera posible para bien de la Iglesia y para
el vuestro propio... Y os pido que me perdonéis, pero os S r a contarle sus penas, confesarle sus faltas, explicarle
abandono; no veré hoy á su eminencia porque me es im-
posible esperar más.
El íabate Paparelli, al que Pedro se había figurado verle
dar vueltas á su alrededor, acechando y procurando ente- t Z S ^ e a M e s abismos. Todos le gritaban ,gua£
rarse de lo que se hablaba, se precipitó y juró á monseñor
Nani que antes que él no había más (fue otras dos perso-
nas esperando. El prelado, sin embargo, le aseguró son-
riendo que volvería, pues el asunto de que tenía que tra- u n T e s o d o de tan difícil resolución, que ponía en mova-
tar con su eminencia no era en manera alguna urgente y
se retiró saludando cortesmente á todos. i r ? r s t f
Casi en seguida le tocó el turno á Narciso. Antes de S ü d a l con p r o l i j a detención, tácticas de generales que
entrar en la sala del trono estrechó la mano á Pedro di- S í c e n un efército á la victoria, complicaciones sm ^ -
ciéndole: rarrenacidas en medio de mil intrigas de las que_ Se. a £ -
—Es cosa convenida; mañana iré al Vaticano á ver á
mi primo y en cuanto tenga alguna contestación os lo
avisaré: ¡hasta la vista!
Eran más de las doce y no quedaban allí más que una
de las dos señoras que parecía haberse quedado dormida. é 4 era lo sue él c o b r e n -
E n su mesilla de escritorio seguía escribendo don Vigilia
3fa que Habla 3e mal intencionado entre lo que se agitaSá na voluntad lo que desea de vos, porque es seguro qué
confusamente entre la sombra. ¡El cardenal Bergerot un más adelante lo haréis.
sospechoso, al que trataban de revolucionario y al que le Esto turbó y exasperó mtís á Pedro que se' fué haciendo
aconsejaban que ni siquiera nombrase! Veía aún la mueca un gesto de reto. Ya verían, si obedecía. Y atravesó de
de desprecio hecha por el cardenal Boccanera al hablar nuevo las tres antecámaras, que se le figuraron más obs-
de su colega. ¡Y monseñor Nani le aconsejaba que no pro- curas, más vacías, más muertas. E n la segunda saludóle
nunciase nunca las palabras «religión nueva» como si el abate Paparelii con una muda reverencia y en la pri-
no fuese muy claro para todos, que esas palabras signifi- mera el adormilado lacayo pareció no verle. Bajo el dosel,
caban para él retorno del catolicismo á la pureza primitiva una araña tegía su tela entre los abellotados colgantes del
del cristianismo! ¿Sería ese uno de los crímenes delatados gran capelo rojo. ¿No habría sido preferible meter el pico
á la Congregación del Indice? Acabó por sospechar la exis- demoledor e n aquel pasado podrido que se convertía en
tencia de esos delatores sentía miedo, porque, á la sa- polvo, para que el sol entrase libremente y devolviese al
zón, tenía conciencia de un ataque subterráneo á su alre- suelo purificado la fecundidad de la juventud?.
dedor, <$e un esfuerzo muy grande para abatir y suprimir
su obra. Cuanto le rodeaba haeíasele sospechoso. Iba á
recogerse durante algunos días para estudiar y observar
aquel mundo negro de Roma, tan imprevisto para él; pero,
al mismo tiempo, en la rebelión de su fe de apóstol se
hizo el juramento, conforme á lo que había dicho, de no
ceder nunca, de no cambiar nada, ni una página, ni una
línea que sostendría á la luz del día como testimonio in-
quebrantable de su creencia. Aun cuando el Indice le con-
denase, no se someterte ni retiraría nada. Si era necesario
saldría de la Iglesia yendo hasta el cisma, continuando la
predicación de la nueva Iglesia y escribiendo otro libro,
el de la Roma verdadera, tal cual, de una manera vaga,
empezaba á entrevería.
Don Vigilio, había, pin embargo, dejado de escribir y
contemplaba con una mirada ten fija á Pedro, que éste se
decidió á acercarse cortesmente para despedirse de él. A
pesar de sus temores y tiedienxlo¡ á la necesidad de la con-
fidencia, murmuró el secretario.
—Sabed que vino tan sólo por vos; quería saber cuál
había ®do ed resultado de vuestra entrevista con su emi-
nencia.
No fué necesario entre ellos pronunciar el nombre de
monseñor Nani.
—¿De veras lo creéis?
—¡Oh! Está fuera de duda... Y si siguiéseis mi consejo,
obraríais muy cuerdamente haciendo en seguida y de bu%
IV .

Durante la tarde de aquel mismo día, pensó Pedro,


puesto que tente tiempo sobrado, en comenzar sus corre-
rías por Roma con una visita que deseaba de todo corazón
hacer. Al parecer su libro recibió una carta procedente
de la misma ciudad, que le emocionó é interesó mucho;
una carta del anciano conde Orlando Prada, el héroe de
la independencia italiana, que, sin conocerle, escribíale
impresionado por la primera lectura. Aquella carta era,
en sus cuatro páginas, una inflamada protesta, un grito
de patriótica fe, juvenil aun en el anciano, acusándole de
haber olvidado á Italia e n su obra, reclamando á Roma, á
la «Nueva Roma» para la Italia unificada y libre al fin.
A esa carta siguió una correspondencia sostenida, y tí
i i presbítero, sin ceder nada del ensueño que hacía el neo-
catolicismo el salvador del mundo, empezó á apreciar des-
de lejos al hombre autor de aquellas cartas en las que ar-
día un amor tan grankie á la patria y á la libertad. Habíale
avisado su viaje prometiendo ir á verle. Pero á la sazón la
hospitalidad que aceptó e n el palacio Boccanera, parecía
que le impedía obrar con entera libertad, porque se le fi-
guró goco correcto, después de tan cariñosa acogida de
\m
dominación austríaca venía de m u y lejos, de la época de
Benedetta, dirigirse «Sesde ©1 primer día á visitar, sm indi- las antiguas rebeliones contra la servidumbre, cuando los
cárselo, la casa del padre del hombre de cuyo lado hu- conspiradores se reunían en el fondo del bosque en caba-
yera ella y contra el gue entabló demanda de divorcio. Y nas abandonadas, y ese odio se exasperó aún más con el
esto resaltaba tanto más, cuanto que el anciano Orlando ensueño secular de la Italia libertada entregada á sí mis-
vivía con su hijo en un pequeño palacio que éste ultimo ma, volviendo á ser la gran nación soberana digna hija
había mandado construir en lo alto de la calle del ¿u de los antiguos conquistadores y señores del mundo. ¡Ah!
de Septiembre. ¡Qué ensueño más ardiente y soberbio el de librar del lar-
Pedro, quiso ante todo confiar sus escrúpulos á la con- go oprobio á aquella tierra gloriosa de pasadas épocas,
tessina en persona. Sabía por otra parte, por habérselo así á aquella Italia desmenuzada, desmembrada y presa de
manifestado el vizconde de la Choue, que Benedetta pro- una porción de tiranuelos ó continuamente invadida y
fesaba filial ternura, no exenta de admiración, al ñ , ° f " poseída por las naciones vecinas! Batir al extranjero, ex-
E n efecto, cuando después de almorzar empezó á darla pulsar á los déspotas, despertar al pueblo de la vil miseria
cuenta de su apuro, al oir sus primeras palabras, excla- de su esclavitud, proclamar la Italia libre, la Italia u n a ;
mó Benedetta: .. , T, era la pasión que por entonces hacía enardecer la juven-
—¡Pero, señor abate, si debéis ir en seguida! ¡Id pronto, tud como una llama inextinguible y que hizo estallar de
pronto! Habéis de saber que el anciano Orlando es una entusiasmo el corazón del joven Orlando. Vivió durante
de nuestras glorias nacionales y n o os debe admirar el su adolescencia en santa indignación y con la fiera impa-
oirme expresar de esa manera y darle ese nombre, por ciencia de dar su sangre á la patria y morir por esta si
que toda Italia se lo dá por gratitud y por carino. JSg no la libraba.
cuanto á ¡mí crecí en una sociedad que le execraba, que le Vivía Orlando retirado en el fondo del antiguo hogar
calificaba de Satanás. Más adelante le conocí, le traté y le de su familia, estremeciéndose bajo el yugo y perdiendo
amé, porque es el hombre más cariñoso y justo que existe el tiempo en vanas conspiraciones. Acababa de casarse y
sobre la tierra. . „ <,„ tenía veinticinco años, cuando llegó la noticia de la huida
Sonrióse Benedetta, mientras que discretas lágnmas hu- de Pío IX1 y de haber estallado la revolución en Roma. De
medecían sus ojos, sin duda al recordar el ano vivido una manera brusca lo abandonó todo, hogar y esposa,
allá abajo, en aquella mansión de violencia, en donde para correr á Roma como llamado por la voz de su desti-
las únicas horas tranquilas que pasó fué al lado del an- no. Era la primara vez que iba á correr tierras para con-
ciano. Bajando la voz y temblando, anadió: quistar la independencia ,¡y cuántas veces iba á tener que
—Puesto que vais á verle, decidle de mi parte que le ponerse en campaña sin cansarse jamás! Entonces conoció
quiero y respeto siempre y que, suceda lo que quiera; á Mazzini y se apasionó un momento por aquella figura
jamás olvidaré sus bondades. . mística de republicano unitario. Soñando también Prada
Mientras que se dirigía en coche á la calle del 20 de con la república universal, adoptó la divisa mazziniana:
Septiembre evocó Pedro esa historia heroica del ancrnno «Dioi e popolo» y siguió la procesión que recorrió con gran
pompa la Roma de la revuelta. Hallábanse en una época
Orlando, que había hecho que le contasen. E n ella se en-
de grandes esperanzas, trabajada ya por la necesidad de
traba en plena epopeya, en la fe, en el valor y en el de-
una renovación del catolicismo, á la espera de un Cristo
sinterés de otras edades. humanitario encargado de salvar al mundo por segunda
El conde Orlando Prada, de noble familia milanesa se vez. Pero muy pronto un hombre, un capitán de los tiem-
enardeció desde muy joven con tal odio al extranjero, pos pasados, Garibaldi, en la aurora de su gloria épica, se
que, cuando apenas había cumplido los quince anos for- acoderó de él por completo y. lo convirtió en un soldado
j a b a va parte, de una sociedad secreta, de una de las ra«
jnificaciones del antiguo carbonarismo. Aquel odio á la
3e la libertad y de la unidad italiana. Moróle Orlando ^ madurándose desde hacía muchísimos años el ensUeñó
w á un dios, se batió como héroe á su fado tomó parte de realizar la unidad italiana en provecho de la monar-
T í a batalla y en la victoria de Rieü sobre los n a p o l i ^ quía piamontesa. Orlando no ignoraba en modo alguno
nos, le siguió después á su retiro de obstinado patnota bajo qué señor se alistaba; pero ya en él el republicano
cuando f u f e n socarro de Venecia, obligado á abandonar había cedido su lugar al patriota y no tenía fe en una Ita-
á Roma al ejército francés del general Audinot que fué á lia hecha en nombre de la república, colocada bajo la
restablecer á Pío IX e n su solio ¡y qué aventura tan ex- protección de un papa liberal como Mazzini la imaginara
traordinaria y locamente ^Uentel l A f i e t o J e n m a j u e un momento, ¿no era aquella una quimera que devoraría
Manin, otro gran patriota, un mártir, había hecho re- las generaciones si mostraban testarudez en sostenerla?
publicána y ¿ i e desde hacía muchos meses se r o s t í a á Por su parte se negaba á inorir aún sin haber dormido en
los austríacos! ¡Y aquel Garibaldi que, con un puñado de Roma, conquistándola. Dejándole la libertad, quería la
hambres emprende la marcha para libertarla, y fleta luego patria reconstituida y erguida, viviente al fin, bajo el sol.
trece barcas de pesca de las que deja ocho en un c o n s t e Así se explica la fiebre venturosa con que, cuando estalló
naval, viéndose obligado á regresar á las p b p * romanas la guerra de 1859, se alistó como voluntario, ¡y cómo de-
perdiendo lastimosamente á su esposa Anita cuyos o^os bió latir su corazón, que quería saltársele del pecho, en
S r r a antes de regresar á América, en donde ^ b í a ^ d o los momentos en que después de la batalla de Magenta,
antes esperando la hora de la insurrección lAh! lAquefla entró e n Milán con el ejército francés, en aquel Milán del
tierra italiana rugiente en esa época con el fuego mtenor que ocho años antes saliera proscrito y con el alma deses-
de su patriotismo, que hacía brotasen en cada audad perada! A continuación de Solferino, el tratado de Villa-
hombres de fe y de valor, y las continuas revueltas que franca fué una amarga decepción; Venecia escapaba, Ve-
estallaban en todas partes como erupción«; y que en me- necia continuaba cautiva, empero habíase reconquistado
2 o de los fracasos iban á j x ^ r de todo é invenciblemen- el Milanesado, lo mismo que la Tos cana y los ducados de
te y sin desviarse al triunfo! Parmía y de Módena, que votaron su anexión. Al fin íbase
Orlando regresó á Milán, al lado de su esposa y allí formando el núcleo del astro y la patria italiana alrede-
vivió dos años oculto, impaciente, con la esperanza del glo- dor del Piamonte victorioso.
rioso mañana, que tardaba tanto en presentarse Le enter- Después, al año siguiente, Orlando entró otra vez en la
neció una dicha en medio de su fiebre: tuvo un tajo, Luis, epopeya. Garibaldi volvió de sus estancias -en América,
más el hijo costó la vida á su madre y eso fué un duelo. rodeado de una leyenda, del brillo de sus hazañas en las
? n o pudiendo permanecer en Milán, en donde la polida Pampas del Uruguay, de una travesía extraordinaria de
le vigilaba y molestaba, haciéndole sufrir demasiado la Cantan á Lima, se presentó para batirse en 1859, adelan-
ocupación extranjera, decidióse Orlando á nsfliza los res- tándose al ejército francés y derrotando á un mariscal
tos de su fortuna y después se retiró á Turtn, al lado de austríaco, entró en Como, Bergamo y Brescia. De pronto
una tía de su esposa, que se hizo c a r g o del mño. Como se supo que había desembarcado sólo con mil hombres en
gran político, trabajaba entonces el conde de Cavour á Marsala, los Mil de Marsala, el puñado ilustre de valien-
L o r de la independencia y preparaba al Piamonte para tes. Orlando se batió en primera fila. Palermo resistió tres
el papel decisivo que debía representar Era la época en días y fué vencido. Convertido en el lugarteniente favorito
oue el rey Víctor Manuel acogía con halagadora bondad del dictador, le ayudó á organizar el gobierno, cruzó en
á cuantos refugiados se le presentaban procedentes de seguida, en su compañía el estrecho y á su lado se halló
toda Italia, aun cuando supiese que eran republicanos com- en la entrada triunfal de Nápolas, de donde había huido
nrometidos y fugitivos á consecuencia de las insurrecciones el rey. Era. una locura de audacia y de valentía, la explo-
p o p X r T c n agüella ruda y astuta casa de Saboya, venía sión de lo inevitable, circulando toda clase de historú
moribundo á Turín. Con el alma estremecida, tuvo que
sobrehumanas, Garibaldi invulnerable, proíegiéndole st! resignarse ante a q u e j a situación al parecer insoluble. De
roja garibaldina más que la mejor templada de las arma- pronto estalló el trueno en Sedán, el aplastamiento de
d u r a s ! Garibaldi derrotando los ejércitos enerados, nada Francia y el camino de Roma quedó libre; y Orlando,
más que con blandir en alto su flamígera espada, como que había vuelto á formar parte del ejército italiano, figu-.
u n arcángel. Por su parte los piamonteses, q u e ^ a < ^ | | ró entre las tropas que ocuparon posiciones en la campaña
de derrotar al general Lamoriciére, invadieron los Estados romana para asegurar la seguridad de la Santa Sede, con-
Romanos. Orlando estaba á su lado cuando el dictador forme á los términos de la carta que escribiera Víctor
dimitiendo el poder, firmó el decreto de anexión de las Manuel á Pío IX. No hubo por otra parte más que un
Dos Sicilias á Ja corona de Italia; del mismo modo tomó simulacro de combate y los zuavos pontificios del general
parte igualmente en la desesperada tentativa que, al grito Kanzler, tuvi ron que replegarse. Orlando fué uno de los
de «Roma ó la muerte», terminó trágicamente en Aspro- | primeros que penetró en la ciudad por la brecha de la
monte, dispersados los voluntarios por el ejército italiano, puerta Pía. ¡Ahí Ese veinte de Septiembre fué el día en
Garibaldi, herido, cayó prisionero y fué enviado á ta sole- que experimentó la alegría más grande de su vida, un día
dad de la isla de Caprera; en donde no fué más que un de delirio, de triunfo completo en el que se realizó el
^ S T e i s años de espera que siguieron á estos sucesos sueño de tantos años de terribles luchas y por el cual ha-
los vivió Orlando en Turín, hasta cuando eligieron á Flo- bía sacrificado tranquilidad, fortuna, inteligencia y carne.
rencia como nueva capitel. El Senado aclamó á \íctor A esto siguieron aún más de diez años venturosos en
Manuel rey de Italia y en efecto, la Italia estaba hecha, aquella Roma conquistada, en aquella Roma adorada, en-
no faltándole más que Roma y Venecia. E n adelante pa- t salzada y mimada como una mujer en la que se concen-
recían haberse concluido los grandes combates y haberse traron todas las esperanzas. ¡Esperaba de ella un tan gran
cerrado la era de la epopeya. Venecia iba á ser entrcgada vigor nacional, una tan maravillosa resurrección de fuerza
por la derrota. Hallóse Orlando en la desgraciada bataUa y de gloria para la juvenil nación! El antiguo republicano,
de Curtozza, en donde recibió dos heridas que no le hicie- el soldado insurrecto que había sido, tuvo que resellarse
ron sufrir tanto como la pena que experimentó su cora- y formar en fila como tantos otros, y aceptar un sitial se-
zón al creer por un momento que Austria iba á triunfar. natorial; ¿no iba Garibaldi mismo, su dios, á visitar al rey
Mas en aquel mismo momento, Austria batida en Sadowa y tomar asiento en el Parlamento? Sólo Mazzini con su in-
perdió el Véneto. Orlando quiso hallarse c i n c o meses des- transigencia no quiso aceptar una Italia unida é indepen-
pués en Venecia para gozar de la alegría del triunfo el día diente que no fuese republicana. Hubo además otra razón
en que Víctor Manuel hizo su entrada triunfal en medio que decidió á Orlando, y fué ésta el porvenir de su hijo
de las frenéticas aclamaciones del pueblo. Roma era la Luigi, que cumplió dieciocho años al día siguiente de la
única que aun quedaba y un frenesí de impaciencia im- entrada en Roma. Si el padre se conformaba con las mi-
pulsaba hacia ella á Italia entera, á la que sin embargo gajas de su fortuna de antaño consumida al servicio de la
contenía el juramento hecho por la Francia amiga de sos- patria en cambio, para el hijo que adoraba, soñaba con
tener al papa. Por tercera vez soñó Garibaldi renovar las grandes destinos. Comprendió perfectamente que la edad
legendarias proezas y se arrojó sobre Roma, libre de todo heroica habíase concluido y quiso hacer de aquél Un gran
lazo como capitán de aventuras, al que el patriotismo ilu- político, un gran administrador, un hombre útil á la na-
mina Y por tercera vez Orlando tomó parte en aquella ción soberana del día siguiente, y por eso fué por lo que
locura de heroísmo que debía estrellarse en Mentana con- no rechazó el favor real, la recompensa de su prolongada
tra los zuavos pontificios, á los que ayudaba un reducido adhesión, queriendo estar allí presente, ayudar á Luigi,
cuerpo de ejército f r a n c é s Herido de nuevo, regresó caá Jx-jma—Tvnio I— 9
ambicionado únicamente para que él la saquease y engor-
O r i * * y vigilarle. ¿Estaba él m ^ o
dase con sus despojos. E n vano se opuso á que abandona-
acabado, que no podía ser útil en la o r ^
se el ministerio, á que se lanzase al agio desenfrenado so-
creía haberlo sido durante la c o n q u ^ a ? bre terrenos é inmuebles que determinó la época de la de-
en el ministerio de 1 í ^ e n d a í^rqu., teitotó^ io mencia de los barrios nuevos. Le idolatraba á pesar de lo-
la i n t e l i ^ que demostraba e n l a c u e s ü £ ¡g ^ do y ¡veíase reducido al silencio, sobre todo á la sazón, que
adivinando tal vez asi, por ° financiero v eco- había salido con bien de las operaciones financieras más
arriesgadas ¡como le sucedió con la transformación de la
»1 ì t e antigua villa Montefiori en una verdadera villa, negocio
colosal, en el que los más ricos se arruinaron y del que
Luigi sacó muchos millones. Y Orlando', desesperado y
nómico. Y de nuevo m » • léndido desbordando mudo se empeñó en n o ocupar, en el palacio que su hijo
había mandado construir en la calle del 20 de Septiem-
bre, nada más que una humilde habitación en la que,
como enclaustrado, acababa sus días en compañía de un
ción de barrios nuevos para llegar a ser ano
ttissi s a a ^ m i antiguo criado, no queriendo aceptar de su hijo más que
aquella modesta hospitalidad y viviendo pobremente con
sus menguadas rentas.
Cuando Pedro llegó á esa nueva calle del 20 de Sep-
tiembre, abierta en un costado y en la cima del Viminal,
llamóle la atención la pesada suntuosidad de los nuevos
palacios, en los que se revelaba el gusto hereditario de lo
enorme. E n aquella cálida arde de oro viejo con purpú-
reos matices, esa calle ancha y triunfal con sus dos fdas
de fachadas interminables y blancas, revelaba cuán gran-

^mmÉ
S a al Duebto rey de mañana, parecía como que se negate
des eran la orgullosa esperanza de porvenir de la Nueva
Roma y el deseo de soberanía que había hecho surgir del
suelo tan enormes edificios. Quedóse sobre todo asombra-
do ante el ministerio de Hacienda, gigantesco montón, cu-
bo ciclópeo en el que las columnas, los frontispicios, los
áticos y las esculturas abundan, se amontonan, formando
un mundo desmesurado, parido en un día de orgullo por
la locura de la piedra. Y era allí, enfrente, un poco más
arriba, antes de llegar á la villa Bonaparte, en donde
se levantaba el no muy grande palacio del conde Prada.
Después de pagar al cochero quedóse Pedro parado u n
i a á s s H S S momento. Estaba abierta la puerta y penetró en el vestí-
bulo; pero allí no se veía á nadie, ni portero ni criados.
Tuvo que decidirse á subir al primer piso. La escalera,
monumental y con balaustrada de mármol, reproducía en
pequeño las exageradas dimensiones de la escalera de h<*
ñor del palacio Boccanera. Y allí había la misma fría- des- de las paredes había unas cuantas tablas que hacían el
nudez templada por una alfombra y «nos cortinones rojos servicio de biblioteca, y la ventana sin cortinas ni visillos,
que se destacaban con violencia sobre el blanco fondo del rasgada y ancha, se abría sobre el panorama más admira-
¿stuco de las paredes. E n el primer piso se encontraban ble de Roma que verse pueda.
las habitaciones destinadas á recepción, de cinco metros Desapareció luego la habitación, y Pedro no vió más
de elevación y de cuyos sillones apercibió la larga hilera a que al anciano Orlando, y le dominó repentina y profun-
través de una puerta entreabierta; salones alhajados con da emoción. Era un viejo león encanecido, soberbio aun,
una riqueza completamente moderna con profusión de ta- muy fuerte y alto. Un bosque de pelo blanco coronaba una
pices, terciopelos y rasos, de muebles dorados y de eleva- cabeza poderosa, de boca gruesa, nariz grande y aplasta-
dos espejos en los que se reflejaba el amontonamiento fas- da, y grandes ojos negros y chispeantes. Tenía una larga
tuoso de las consolas y de las mesas. Y siempre sin ver á barí» blanca de un vigor de juventud y rizada como la de
nadie, ni un alma en aquella casa como abandonada, en un dios. En aquella geta leonina adivinábanse las terribles
la que se adivinaba la ausencia de la mujer. En el mo- pasiones que debieron rugir, pero todas, tanto las carnales
mento en que iba á volver á bajar para llamar, presen- como las intelectuales, hicieron erupción en patriotismo,
tóse al fin un criado. en valor temerario y en un amor desordenado de indepen-
—¿El señor conde Piada? dencia. Y allí estaba inmóvil el antiguo héroe, herido cual
El criado miró en silencio al presbítero y pareció que la encina por el rayo, con el busto siempre erguido y rec-
comprendía de lo que se trataba. to, inclinado en un sillón de paja, con las piernas muer-
—¿El padre ó el hijo? tas, enterradas, ocultas entre una manta negra. Solos los
—El padre, el señor conde Orlando Prada. brazos y las manos eran los que vivían y sola la faz es-
—Subid al tercer piso. tallaba en fuerza é inteligencia.
A estas palabras se dignó añadir una explicación. . Habíase vuelto Orlando h a m su servidor para decirle
—La puerteeita de la derecha en el corredor. Llamad con dulzura:
fuerte para que os oigan y abran. Puedes marcharte, Batista. Vuelve dentro de dos horas.
E n efecto, tuvo Pedro que llamar dos veces. El que salió, Después y mirando á Pedro cara á cara exclamó con
á abrirle, diciendo, para excusarse de no haberlo hecho en su voz aun sonora, á pesar de sus setenta años:
seguida, estar arreglando las piernas á su amo, fué un v«K r — ¡ A l fin os vemos, querido señor Froment, y vamos á
jecito acartonado, de aspecto militar, un antiguo soldado, poder hablar á nuestras anchas I Sentáos en esa silla, ahí
del conde que se había quedado á su servicio. En seguida enfrente de mí.
anunció la visita á Pedro y éste, después de atravesar una Observó el conde la mirada de sorpresa que el presbíte-
obscura y estrecha antecámara, quedóse sorprendido al ro dirigió á la desnudez de la habitación, y añadió alegre-
ver el aspecto de la habitación en que entraba, pieza rela- mente:
tivamente pequeña, desprovista de todo adorno, blanca y t —Me perdonaréis por recibiros en mi celda. Sí, vivo
sencillamente empapelada con un papel claro con floreci- aquí como un monje, como un viejo soldado retirado para
llas azules Detrás - de u n biombo no había más que una siempre, separado del movimiento de la vida... Mi hijo me
cama de hierro, el lecho del soldado, y ningún mueble atormenta aún para que me instale en una de las hermo-
más que el sillón en que el impedido pasaba los días, una sas habitaciones de abajo, ¿y para qué? No tengo ninguna
mesa de madera pintada de negro y cubierta de libros y necesidad, no me gustan los lechos de pluma, porque
periódicos y dos antiguas sillas de paja que servían para mis viejos huesos están acostumbrados á la dura tie-
QUG ^ sentasen las contadas visitas que recibía. Ln un» rra... Y además aquí gozo de una vista hermosísima, la
que una nación, u n a parte de la humanidad y yo qufem"
3e toda Roma, <füe se entrega á mí, ahora (fue f & fie el acuerdo la fraternidad de todas las naciones, la huma
puedo ir á ellal i d * , creyente y feliz. ¡Qué importa a forma
Con un gesto hacia ia ventana ocultó el embarazo, el li-
de gobierno, monarquía ó república ¡ Q ^ ^ T S
gero rubor (fue coloreaba su rostro cada vez que de aque- de la patria una é independiente, si no hay mas que un
lla manera disculpaba á su hijo, sin querer decir la verda- D u e b l o Ubre que vive de justicia y de verdad!
dera razón, el escrúpulo de probidad que le hacía perma- P
De esos gritos de entusiasmo, Orlando no retuvo más
necer con testarudez en su instalación de pobre. que una palabra, y con voz más baja replicó con aire
—Pero si esto está muy bien, si es soberbio,-declaró
Pedro para complacerle—¡Soy tan dichoso yo también & 4 V O r e p ú b | a ! Allá en mi juventud la deseé con todo
por veros al cabo! ¡Qué íeliz m e considero al estrechar el ardor de mi alma. Por ella mié batí y consp.ré con Maz-
esas valientes manos que han hecho tantas cosas gran- ¿ d un S n t o , un creyente que se estrelló contra e a b s c
des 1 „.„ , S m o Y después, ¿qué? Ha sido necesano aceptar las
Con un nuevo gesto pareció Orlando querer apartar el ¡ £ L ¿ prácticas y hasta los - á s i n t e n s a n t e s se
tasado. han resellado, ¿nos salvaría hoy la p u b l i c a ? En t o d o ^ s o
—¡Bah! Todo eso concluyó y está enterrado... Hablemos no se diferencia mucho de nuestra monarquía P e l a m e n
de vos mi querido amigo, de vos tan joven que sois el feria- ved lo que pasa en Francia. Entonces, ¿á qué arries-
presente y hablemos pronto de vuestro libro que es e g a " ú n a i ' evolución que baria que el poder fuese á manos
porvenir. ¡Ahí ¡Si supiéseis cuánto me hizo encolerizar al f e los revolucionarios extremos de los anarquistasquizás?
principio vuestro libro Nueva Romal Tememos nosotros todo eso y he ahí e x p h c ^ a n u e ^ g re
Y entonces se reía cogiendo el libro que precisamen- sisnación Sé muy bien que algunos ven la salvación en
te se hallaba al alcance de la mano, sobre la mesa, y S ^ S e r a c i ó n republicana, todos los antiguos pequeños
palmoteando sobre la manta con su gran mano de coloso, ^ a d o s ^ convertidos en otras tantas repúbli^s que Roma
añadió: presidiría. El Vaticano podría ganar quizás muchism o
—¡Nol ¡No es posible que os imaginéis con qué sobre- K aventura. No se puede decir que trabaje;
saltos de protesta lo leí! ¡El papa y vuelta con el papa, y sí que considera sencillamente esa eventualidad sin des^
siempre el papa! ¡La Roma nueva por el papa y para el agradarle; pero todo eso es u n sueño, ¡nada mas que un
papa! ¡La Roma triunfante de mañana gracias al papa, en- SU
tregada á éste y confundiendo su gloria en la gloria del Recobró su alegría y hasta u n destello de tierna ironía^
papa! ¿Y bien? ¿Y nosotros? ¿Y la Italia? ¿Y todos esos - ; 0 s figuráis cuál es la causa de lo mucho que me se,
millones que hemos gastado para hacer de Roma una gran dujo vuestro libro? Porque, á P ^ r d j m ^ p . - o ^ ^
capital? ¡Ah! Es preciso ser francés, y por añadidura fran- leí dos veces.. Es que casi, casi, habríalo podido escribir
cés de París, para escribir semejante libro. Habéis de sa- S I f W Encontré mi juventud, toda la loca e s p e r a n »
ber, mi querido señor, por si lo ignoráis, que Roma ha lle- mis veinticinco años, la religión de Cristo y la
gado á ser la capital del reino de Italia, que aquí está el ción del mundo por medio del Evangelio. Rabiáis que
rey Humberto y que están los italianos, un pueblo que Mazzini había querido mucho tiempo antes que vos la re-
cuenta, os lo aseguro, que quiere guardar para sí Roma la novación del catolicismo? Separaba el dogma y te •disci-
gloriosa, la resucitada! plina y n o dejaba más que la moral. Y era a R «
Aquella fuga juvenil hizo reir á Pedro á- su vez. 5a, la Roma del pueblo la .que daba por Seic á la l g ^ a
—Sí, sí, me habéis escrito eso,—dijo.—Solamente, ,qué universal en la que debían fundirse todas las i g i f g j
importa todo eso bajo mi punto de vista! Italia no es más
pasado. Roma, la Ciudad Eterna, la predestinada, la madre S los ojos, tan hermosa con la vida profunda del pasado,
y la reina cuya dominación renacía para dicha definitiva un caos sin límites de techos, de veletas, torres, cúpulas y
de los hombres. ¿No es cosa curiosa que el neocatolicismo sus linternas. En el primer término, bajo la ventana, veta-
actual, el vago despertar espiritualista, el movimiento de se la ciudad nueva, la que estaba construyendo hacía vein-
comunidad, de caridad cristiana, conque todo lo que se ha ticinco años, grandes cubos de albañilería amontonados,
metido tanto ¿uido ahora no sea más un retorno á las yesosos aun, y á los que ni el sol ni la historia habían en-
ideas místicas y humanitarias de 1848? Mas ¡ay! yo he negrecido con su patina. Sobre todo, los techos del colosal
visto todo esto, he creído en ello y he combatido y sé ministerio de Hacienda, mostraban desastrosas estepas, in-
á que lindo batiburrillo nos han conducido esos revoloteos finitas y abotargadas, y de una fealdad cruel. Y era ¡ta-
hacia el azul del misterio ¡qué queréis! No tenga confianza bre esa desolación de las nuevas construcciones, sobre l a
en ello. «jue por último se fijaron las miradas del veterano solda-
Y cuando Pedro iba, á su vez, á entusiasmarse y á do de la conquista.
Hubo un momento de silencio. Pedro acababa de sen-
contestar, se lo impidió.
tir pasar el frío de la tristeza oculta, no confesada, y espe-
—¡No! Dejadme concluir. Quiero que quedéis bien per-
ró con mucha cortesía.
suadido de la necesidad que teníamos de apoderarnos de
Roma, de convertirla en la capital de Italia... Sin Roma, la —Os suplico me perdonéis por haberos impedido con-
nuéva Italia no podría existir. Era la antigua gloria que en- testar,—añadió Orlando,—pero me parece que no podre-
cerraba entre su polvo la soberana potencia que queríamos mos hablar con provecho de vuestro libro, mientras no ha-
restablecer y dabja á quien la poseía, la fuerza, la belleza, yáis estudiado más de cerca á Roma. ¿Estáis aquí desde
la eternidad. E n el centro del país era su corazón y debía ayer, no es así? Pues bien, recorred la ciudad, miradlo to-
convertirse en su vida en cuanto despertase del prolongado do, examinadlo, preguntad, y creo que muchas de vues-
letargo de sus ruinas. ¡Ah! ¡Cuánto la hemos deseado en tras ideas cambiarán. Espero más que nada vuestras im-
medio de las victorias como de las derrotas, durante tantos presiones acerca del Vaticano, puesto que vinisteis única-
años de cruel impaciencia! Yo la he querido más que á mente para ver el papa y defender vuestro libro contra el
mujer alguna, con la sangre enardecida y desesperado al Indice. ¿A qué discutir hoy, si los hechos mismos se en-
envejecer. Y cuando estuvo en nuestro poder fué nuestra ; cargarán de llevaros hacia otras ideas y lo lograrán mejor
locura la de quererla fastuosa, inmensa, dominadora é igual que yo a u n cuando emplease los más elocuentes discursos
á las otras grandes capitales de Europa, Berlín, París, del mundo?... Quedamos, pues, en que volveréis y sabre-
Londres... Miradla, es a u n mi único amor, mi único con- mos entonces de lo que hablamos y tal vez nos pondre-
suelo, hoy que estoy muerto y no tengo vida más que mos de acuerdo.
en los ojos. —Sois muy bueno para mí,—contestó Pedro.—Hoy no
Con el mismo gesto de antes señaló la ventana; Koma, vine con más objeto que el de daros una prueba de mi
bajo el inmenso cielo, se extendía hasta lo infinito, dora- gratitud por haberos dignado leer mi libro y con el de
da y empurpurada por el sol oblicuo. Muy á lo lejos los saludar en vos á una de las glorias de Italia.
árboles del Janículo cerraban el horizonte con su verde Orlando no le escuchaba, absorto y con las miradas fi-
cintura, de un verde límpido de esmeralda, mientras que jas en Roma. No quería que le hablasen de ella y á pesar
la cúpula de San Pedro, más á la derecha, tenía la azula- suyo, dominado por su secreta inquietud continuó hacién-
da palidez del zafiro, apagado en medio de una luz tan vi- dolo en voz baja, como impulsado á una involuntaria con-
va Seguía después la ciudad baja, la antigua ciudad roja fesión.
como recocida por siglos de ardientes estíos, tan agradable —Hemos ido sin duda demasiado deprisa. Se han he-
HEfc. I

cKo gastos "de utilidad indispensable, como son las carrea Y eran, los techos inmensos del ministerio de Hacienda,-
teras, los puertos, los ferrocarriles. Y ha sido preciso tam- la inmensa desotada estepa lo que señalaba, como si hub.e-
bién armar al país, y al principio no desaprobé los gran- se visto la cosecha de ta gloria segada en hierba, la horren-
des gastos militares... pero en seguida ese aplastante pre- da desnudez de la amenazadora bancarrota. Veláronse sus
supuesto de lá guerra, de una guerra que no ha venido ojos con lágrimas contenidas y estaba soberbio con su ac-
nos arruinó con su espera. ¡Ah! Siempre fui yo amigo de titud de esperanza quebrantada, de inquietud dolorosa;
Francia y n o la echo en cara el no comprender la sitúa con su enorme cabeza de león viejo encanecido, en ade-
ción en que nos habían colocado la escusa vital que t e lante impotente, inmóvil en aquella habitación tan desnu-
níamos al aliarnos con Alemania; ¡y esos millones traga da y clara, de una pobreza tan altanera que semejaba á
dos por Roma! Y fué que aquí sopló la locura y hemo una protesta contra la riqueza monumental de todo el ba-
pecado por entusiasmo y por orgullo. En mis meditacio- rrio, ¡era allí donde estaba el que había hecho la conquis-
nes de hombre anciano y solitario, fui uno de los prime- ta! ¡Y estaba allí anonadado é incapaz de dar de nuevo
ros que vi el abismo, la tremenda crisis financiera, el dé- su sangre y su alma!
ficit en que iba á hundirse la nación. Lo grité á mi hijo, —¡Sí, sil—exclamó con un grito postrero.—Se dió todo,
á cuantos me rodeaban; pero ¿para qué? Nadie me escu- corazón y cabeza, la vida entera, mientras que se trató de
chó, todos estaban locos comprando, revendiendo, cons- crear una patria independiente y unida; pero hoy que la
truyendo entre el agio y la quimera... Ya veréis... ya ve- patria está hecha, ¡entusiasmos para reorganizar sus ne-
réis... Lo peor es que nosotros no tenemos aquí como vos- gocios! ¡Eso no es un ideal, no! Y por eso sucede, que
otros en vuestro país, la población densa de los campos, mientras se mueven los viejos, no se presenta ni un hom-
una reserva de dineros y de hombres; un ahorro siempre bre nuevo que valga entre los jóvenes.
dispuesto á tapar los agujeros causados por las catástrofes. Detúvose bruscamente y un poco cortado, sonriéndose
Entre nosotros la ascensión del pueblo, nula aun, no re- dej su ardor.
genera la sangre social con un contingente de hombres —Dispensadme, me lancé otra vez, soy incorreg'ble...
nuevos; ¡el país es pobre y no tiene ninguna media de la- Es cosa convenida, dejemos ese asunto, volveréis otro día
na que vaciar 1 Es preciso confesar que la miseria es ho- y hablaremos cuando lo hayáis visto todo.
rrible. Aquellos que tienen algún dinero, prefieren comér- Desde ese momento se mostró sumamente amable, y
selo modestamente en ciudades poco populosas, antes que Pedro comprendió al verse tratado con tanto cariño y se-
arriesgarlo en empresas agrícolas ó industriales. Las fábri- ducción iñvasora, que le pesaba el haber hablado tanto.
cas se levantan con mucha lentitud, y 1a fierra sigue cul- Le suplicó que permaneciese mucho tiempo en Roma, para
tivándose en muchas partes con el mismo procedimiento que no la juzgase tan deprisa y para que se convenciese
bárbaro de hace dos mil años... Y ahí está Roma... Roma, de que en el fondo Italia amaba á Francia, y deseaba
que no hizo Italia, que ésta convirtió en su capital por su que quisiesen á Italia, y experimentaba una ansiedad ver-
ardiente y único deseo, Roma que no es siempre más que dadera á la idea de que tal vez no la querían. Lo mismo
la espléndida decoración de los siglos, Roma que no nos que, durante la víspera, en el palacio Boccanera, adivinó
ha dado aún más que el brillo de esa decoración con su el presbítero que trataban de hacer coacción sobre él para
población papal degenerada, henchida de orgullo y holga- obligarle á la admiración y á la ternura. Italia, como
zanería. ¡La amé mucho, la amo aún para que me pese el una mujer que comprende que no es hermosa, dudando
estar- pero ¡gran Dios! ¡qué locura nos contagió y cuántos de sí misma y susceptible, inquietábase por la opinión
millones nos cuesta 1 ¡Y cuán grande es su peso triunfal de los que ta visitaban y hacía esfuerzos para conservar,
bajo el que nos aplasta! iMjradl jMiradl á pesar de todo, su amor..
de la noticia que daban los periódicos de la mañana, sos-
Cuando Orlando stipo que Pedro se hospedaba en el pa f pechando con fundamento que el diputado le había en-
lacio Boccanera, se apasionó de nuevo, é hizo un gesto de viado á su mujer para conocer su opinión.
viva contrariedad al oir llamar precisamente en aquel —¡Y bien! ¿Qué hay? ¿Y ese ministerio?
mismo momento á la puerta. AI mismo tiempo que or- Stefana estaba sentada y no se apresuró, mirando los
denaba que entrasen, obligó á Pedro á quedarse. periódicos que había sobre la mesa.
—No, no os marchéis aún, quiero saber... —¡Oh! Aun no se ha hecho nada y la prensa ha habla-
Entró en la habitación una señora que había pasado de do demasiado deprisa. El presidente del Consejo llamó á
los cuarenta, pequeñita y redonda, linda aun, con sus ras- Sacco y han hablado. Sólo que han vacilado mucho, pues
gos diminutos y sus amables sonrisas ahogadas por la gra- teme no tener aptitud para el ministerio de Agricultura.
cia Era rabia y tenía los ojos verdes, de una limpidez de ¡Ah! ¡si fuese en Hacienda! Y además, no habría tomado
agua de fuente. Vestía bastante bien, llevaba un traje co- ninguna resolución sin consultaros antes ¿qué os parece,
lor reseda, elegante y sencillo, y parecía tener un aire tío?
agradable, modesto y sencillo. La interrumpió haciendo un gesto violento.
—¡Ah! ¡Eres tú, Stefana 1-exclamó el anciano y dejó ' —¡No! ¡No me mezclo en nada de eso!
que le besasen. Era para él una abominación desde el principio hasta
- S í , tío, pasaba por aquí y quise subir á ver cómo el fin el rápido encumbramiento de Sacco, de un aventu-
rero, de un busca negocios que siempre había pescado en
i S r a ^ l a señora Sacco, una sobrina de los Prada, nacida río revuelto. Era cierto que lo sucedido con su hijo Luigi
en Nápoles de una madre oriunda de Milán y casada con le desconsolaba, cuando pensaba en que este ocupaba
el banquero napolitano Pagani, quebrado más tarde. Des- su gran inteligencia, sus cualidades buenas y aun no era
pués de la ruina habíase casado Stefana con Sacco que nada, mientras que Sacco, aquel vividor, aquel. hombre
por entonces no era más que un modesto empleado de siempre ávido de goces, después de haberse metido en la
correos. Desde aquella época Sacco, que deseaba rehabili- Cámara, estaba en camino de apoderarse de una cartera
tar la casa de banca de su padre político, se lanzo á hacer ministerial. Un hombrecillo moreno y seco, con grandes
negocios terribles, complicados y bastardos, al rabo de los ojos saltones, la barba prominente y cuya fuerza toda es-
cuales consiguió que lo eligiesen diputado. Desde que ha- taba en la voz, una voz admirable de potencia y de dulzura.
bía ido. á Roma para conquistarla á su vez, habíale tenido Y además era insinuante, aprovechándose de todo, se-
trae ayudar su esposa en su devoradora ambición, vistien- ductor y dominador.
do bien y abriendo un salón, y si bien se mostraba aun —Oye, Stefana, dile á tu marido que el único consejo
un poco torpe, prestábale sin embargo servicios que no que puedo darle es que vuelva á ocupar su antiguo desti-
eran para desdeñados. Mostrábase muy hacendosa, econó- no en correos, en donde podrá quizás prestar algunos ser-
mica y prudente, cuidando de todo como buena ama de vicios.
casa, con todas las excelentes y sólidas cualidades de la Lo que ofendía y desesperaba al veterano de la inde-
Italia del Norte, heredadas de su madre y que maravilla- pendencia, era que un hombre tal como Sacco, cayese co-
ban al lado de las turbulencias y abandonos de su man- mo bandido sobre Roma, en esa Roma cuya conquista ha-
do, en el que la sangre del mediodía flameaba con su ra- bía costado tan grandes y nobles esfuerzos. Y á su vez
bia inextinguible de apetitos. Sacco la conquistaría, arrebatándola á aquellos que la ha-
A pesar de su desprecio hacia Sacco, conservaba el an; [ bían ganado con tanto esfuerzo, y mientras tanto la po-
eiano Orlando algún cariño á su sobrina en la que encon- seía; pero gara gozar, para saciar su ansia "desenfrenada
traba su sangre. La dió las gracias y. en seguida la habló
de poder. Bajo Tinas apariencias muy melosas estaba dis- —¡Vava un escrúpulo! ¿Fué tu marido el que te encar-
p u c L á devorarlo todo. Después de la velona y cuando gó que me lo contases? Sí, ya sé que en esa cuestión quie-
el botín estaba allí, cálido aun, a.pudieron os l o b o s ^ B re aparentar una gran delicadeza... En cuanto á mí, que
Norte fué el que hizo á Italia, y el Mediodía iba á echarse te lo repito, me c-reo tan honrado como él, si tuviese un
sobre la piez¿; se apoderaba y vivía de ella como de una hijo como el tuyo, dotado de tanta rectitud y bondad, tan
presa. En el fondo de la cólera del héroe añonando, im- ingenuamente enamorado, le dejaría casar con quien qui-
posibilitado, había sobre todo eso: el antogomsmo ^ siese y conforme se le antojase. ¡Los Buongiovanni! ¡San-
vez más pronunciado entre el Norte y el Mediodía, el Ñor to Dios! Los Buongiovanni con todo el dinero que aun les
te trabajador y ahorrador, político s a g a z sabm entregdo queda y con toda su nobleza, se considerarán muy hon-
por completo á las ideas modernas, y el Mechodfeigno- rados al tener por yerno á un muchacho tan apuesto y
rante v perezoso, entregado por completo á la alegría m- que tiene un corazón tan grande!
Sedtata £ la vida, con un desorden infantil en todos sus De nuevo Stefana adquirió su aire de plácida satisfac-
I J t con un esplendor vacío en sus s o n o m s ^ ción. No había ido allí seguramente más que en busca de
Stefana sonrió plácidamente contemplando á Pedro que una aprobación.
cp había retirado al lado de la ventana. —Está bien, tío, se lo repetiré á mi marido que lo ten-
Decís eso. tío, pero á pesar de eso nos queréis y drá todo muy presente, porque si vos sois muy severo
con él, en cambio Sacco os profesa una verdadera venera-
á mí me habéis dado más de un buen co^o
os doy gracias... Es algo como para la historia de At ción. En cuanto á ese ministerio puede muy bien suceder
que no se haga nada. Sacco decidirá según las circuns-
^ L e hablaba de su hijo del teniente y de su aventun tancias.
amorosa con Celia, la princesita Buongio^nm de la .pie Púsose Estefana en pie y se despidió besando al anciano
con mucha ternura, del mismo modo que lo hiciera al lle-
hablaban en todos los salones, lo mismo en los de la so
gar. Le cumplimentó además, por su buen aspecto, le dijo
rifvlíid necra aue en los de la blanca.
que le encontraba aún muy hermoso y le hizo sonreír nom-
- A t t n o W o t r a cosa,—replicó Orlando,-lo mismo que | brandóle á una señora que estaba aún loca por él. Luego,
tú £ de mi sangre y es maravilloso cómo me veo retrate- t habiendo respondido con una ligera reverencia al mudo
do 7n L muchacho. Sí, es como yo cuando tenía su j saludo del joven presbítero, se marchó con su aire modes-
S a d , bravo, entusiasta y apuesto Ya estás o ^ n d o , c o | to y prudente.
yo mismo me alabo; pero en verdad que á Por un momento permaneció Orlando silencioso con
lo de todo corazón, porque es el p o r v e n i r y me devuelve las miradas fijas en la puerta, dominado por la tristeza al
la esperanza... ¡Y bienl ¿qué hay de su historia? pensar en aquel presente tan penoso y tan distinto del
J T v tío' Que su dichosa historia de amores nos da glorioso pasado. Y bruscamente se volvió hacia Pedro que
muchos' quebraderos de cabeza. Os hablé de esto y o* e* seguía esperando.
S e f s de hombros, diciéndome que en esas cuestión« —De manera, amigo mío, que os hospedásteis en el pa-
de amo íes los padres no debían de hacer más s.no que los lacio Boccanera. ¡Ah! ¡Qué desastre también por ese lado!
enamorados se arreglasen por sí solos y como pudiesen
Pero cuando el presbítero le relató su conversación con
No nueremos de ningún modo que digan de nosotros que
Benedetta y la frase que ella le dijera de que le quería
e m p u ' m S á n u e s t r f hijo á apoderarse de la prmces.ta,
como siempre y que, sucediese lo que sucediese, jamás
^ r a que en seguida se case con su cimero y con su tí
olvidaría sus bondades, se enterneció y su voz se hizo
tulo. . un tanto temblona.
Orlando se echó á reír.
—Sí, tiene un alma muy hermosa y no es mala pero por un momento entrevió la tan deseada alianza entre la
¿qué queréis? No amaba á Luigi y 6Sfe q u j g se mos.ró Roma antigua y la nueva; ese matrimonio no consumado,
algo violento... como estas cosas no son un ¡msteno p a | te desesperaba, como si fuese el fracaso de todas sus es-
nadie, porque, con gran disgusto mío, todo el mundo está peranzas, el aborto final del ensueño que llenó su vida.
enterado, os hablo con entera libertad. ' El mismo acabó por desear el divorcio, de tal manera se
Abandonándose por completo á sus recuerdos, manifes- hizo insostenible el sufrimiento que originaba semejante si-
tó Orlando cuan inmensa fué su alegría la víspera del ca- tuadón.
samiento al pensar que tan hermosa joven sería su hi a y ' —¡Ah! No he comprendido, amigo mío, nunca tan bien
que esparciría su juventud y encanto alrededor de su si- como ahora la fatalidad de dertos antagonismos, ni de
llón de impedido. Había profesado siempre el culto de la qué manera con el corazón más noble y la razón más
belleza, un culto apasionado de amante, cuyo amor único recta, se puede labrar la propia desdicha y la de los
habría sido la mujer, si la patria no se hubiese apoderado demás.
de lo mejor de todo su sér. Benedetta, en efecto le adoró Abrióse de nuevo la puerta, pero esta vez sin que nadie
le veneró, subiendo sin cesar á pasar horas enteras á su llamase, y entró en conde Prada. En seguida, y después
lado, viviendo en su pobre humilde ce da que resp ande de cambiar un rápido saludo con el visitante, que se ha-
cía en. esas ocasiones con el esplendor de la gracia divina bía puesto en pie, cogió con dulzura las manos de su pa-
que ella aportaba. Revivió el impedido con su alien o dre y las palpó temiendo encontrarlas demasiado frías ó
fresco, con el aroma puro y la acariciadora ternura de mu- calientes con exceso.
jer con que le rodeaba, consagrándole sm cesar los más —Hace un momento que llegué de Frascatti, en donde
asiduos cuidados. Mas en seguida ¡qué drama tan horn- tuve que hacer noche, de tal modo me hacen cavilar esas
ble! ¡Cuánto sangró su corazón al no poder reconciliar á construcciones interrumpidas, y me han dicho que pasas-
los esposos! No podía ponerse en contra de su hijo por teis muy mala noche.
querer éste ser el marido aceptado y amado. Al pnncip.e, —¡Oh! ¡No! ¡Te aseguro que no!
después de la primera y desastrosa noche y de ese <dio- —No me lo negaréis ¿por qué os obstináis en vivir en-
que entre dos seres aferrados testarudamente cada uno á cerrado aquí sin ninguna comodidad? Esto no es para
su idea, había confiado en convencer á Benedetta echán- vuestra edad. ¡No sabéis cuánta alegría me daríais si acep-
dola en brazos de Luigi. Cuando más tarde, y llorando, táseis otra habitadón más cómoda en la que podríais
aquella le hizo confidencias confesándole su ant.guo amor dormir mejor!
á Darío, diciéndole cuál había sido la rebelión ante el acto; —¡No! ¡No! Sé que me quieres mucho, mi buen Luigi,
ante la entrega del don de virginidad á otro hombre pero, te lo suplico, déjame obrar como se le antoje á mi
comprendió q£e Benedetta no cedería jamás. Y paso un vieja cabeza. Esta es la única manera de hacerme di-
añ™ entero, f un año vivió él clavado en su sillón con choso.
aquel doloroso drama que pasaba bajo sus pies, en aque- A Pedro le impresionó mucho el ardiente cariño que se
llas habitaciones lujosamente alhajadas y cuyos ruge« m revelaba en las miradas de aquellos dos hombres, mien-
siquiera llegaban á sus oídos. ¡Cuántas veces intentó»es- tras se contemplaban con los ojos del uno, fijos en los del
cuchar temeroso de que se suscitase alguna disputa y otro. Aquello le paredó infinitamente conmovedor, de gran-
desesperado al ver que no podía intervenir para hacerte de y hermosa ternura en medio de tantas ideas encon-
felices1 No sabía nada por su hijo, que se callaba, y si al- tradas, actos contrarios y rupturas morales como los se>-
gún detalle tenía, era por Benedetta cuando su enterneci- I paraban.
miento la dejaba sin defensa. Y ese casamiento en el que • Y le interesó el compararlos. El conde Prada, más bajo,
Roma - Tonto I—l0
más rechoncho, tenfa efectivamente la misma cabeza enér- Muy admirado Pedro, y ya casi convencido, escuchó á
gica y fuerte, cubierta de abundante y rudo cabello ne- aquel hombre hábil cuyo espíritu firme y claro le cncan-
gro, los mismos ojos trancos, un poco duros en una faz de taha. Sabía con cuanta habilidad había maniobrado en la
color claro, cortada por poblado bigote negro. La boca di- empresa de la villa Montefiori en la que se enriqueció
ferenciábase, pues era una boca con dentadura de lobo, mientras tantos otros se arruinaron, habiendo sin duda
boca sensual y voraz, de presa, hecha para las noches que previsto la catástrofe final en el momento en que la rabia
siguen á la batalla cuando no se trata más que de morder del agio enloquecía á la nación entera. No obstante, sor-
lo que los otros conquistaron. Eso era lo que hacía dijesen prendió en él señales de cansancio, arrugis precoces, los
do él cuando elogiaban su franca mirada. «Sí, es verdad, labios caídos en aquel rostro de voluntad y energía: como
pero su boca no me agrada.» Los pies eran grandes, las si el hombre se fatigase en aquella lucha continua entre
manos gruesas, largas y hermosas. . los derrumbamientos inmediatos que minaban el suelo,
A Pedro le maravilló encontrarle tal cual había imagi- amenazando arrastrar con el contra golpe las fortunas me-
nado que era. Conocía bastante íntimamente su historia
para reconstituir en él al hijo del héroe, al que la conquis- « L ^ T S * ' S<V00013133 Prada
> en los M ™ »
ta echó á perder y que se comu á dos carrillos la cosecha tiempos había pasado serias inquietudes y en donde nada
corlada por la espada gloriosa del padre. Estudió sobre to- era sólido, todo podía desaparecer en medio de la crisis
do de qué manera las virtudes del padre se habían des- financiera que se agravaba de día en día. En aquel rudo
viado transformándose en el hijo en vicios: las cualidades hijo de la Italia del Norte, era una especie de decaimiento,
más nobles se pervertían, convirtiéndose la energía heroi- un lento pudrimiento bajo la influencia muelle y perverti-
ca y desinteresada, en feroz apetito de goces; el hombre dora de Roma Todos sus apetitos se habían saciado á su
de las batallas, en el hombre que va en busca del botín, y completa satisfa<xión y se agolaba para contentarlos, lo
que desde que no se inspiraba en los grandes sentimien- mismo apetitos de dinero que de mujeres. Y de ahí nro-
tos de entusiasmo, que ya no alentaban, desde que no se cedía la gran tristeza muda de Orlando cuando observaba
combatía, se estaba allí entregándose al descanso entre los esa rápida decadencia de su raza de conquistador, mien-
despojos amontonados y pillando, y devorando. Y el hé- tas <p e Sacco, el italiano del mediodía, como auxiliado
roe, el padre paral ílico, inmovilizado, asistía á todo eso, á por el clima, hecho á aquel aire voluptuoso, á esas ciuda-
esa degeneración del hijo, del busca negocios, atiborrado des de antiguo polvo y abrasadas por el sol, florecía lo
do millones. mismo que la vegetación natural del suelo saturado por
Orlando presentó á Pedro. los crünenes de la historia, y se iba apoderando poco á
poco de todo, incluso de la riqueza y del poder.
—El señor abate Pedro Froment de que te hablé ya y Habiéndose pronunciado el nombre do Sacco, Orlando
cuvo libro te liioe leer. d e ^ t T n l T ^ P a l a b r a S á SU h ¡ Í° ^ P O ^ á la visita
Piada se mostró muy amable y habló en seguida de Ro- de Stefana Sin decir ru una palabra más, miráronse am-
ma con pasión inteligente, como hombre que quisiera con- 0
Sistro - - C , r U l a bno
d H «Agricultura
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° al d f u n t 0
en ' seguidami-y
vertirla en una gran capital moderna. Había visto á París
transformarse bajo el segundo imperio, á Berlín, ensan- que mientras tanto otro ministro se encargaría interina-
chado y embellecido después de las victorias de Alemania, SU C a r t e r a e S p e r a n d
y, en su concepto, si Roma no seguía el movimiento, si S L
nudasen sus sesiones. ' ° 3 S Í á * » ^ cámaras Z
no se convertía en la ciudad habitable de un gran pueblo, Hablóse después del palacio Boccanera, y Pedro con
estaba amenazada con una muerte rápida. O un museo gran curiosidad redobló su atención
que se derrumba ó una ciudad rehecha, resucitada. —¡Ahí—exclamó el conde;-jos hospedáis en la vía Ju-
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su amaníe? Y hasta me parece qüe el palacio de la vis
Ua! Toda la Roma -antigua duerme allí en el silencio del Julia, con su cardenal, sirve de refugio á cosas bastante
sucias.
sobre sí habló del c ^ j J ^ ^ j M Ese era el rumor que él esparcía, la acusación que en
de la condesa, como decía h a b i d o £ ™ ^ > todas partes lanzaba contra su esposa, esas relaciones adúl-
diaba para no I g ¡ 2 t a * > ren- teras y, según él, públicas y desvergonzadas. En el fondo,
adivinóle estremecido, saneando siempre y g esla. sin embargo, no creta el conde lo que decía conociendo la
cor. En el conde la « ^ ¿ ^ ^ d e b í a satisfa- serena razón de Benedetta y la idea supersticiosa y hasta
liaba con la violencia f . ^ ¿ ¿ T S u d u d f u n a de las vir- mística á que relacionaba su virginidad y la firme volun-
cerse en el acto; y en esto habta « d e, ensue. tad que tenía de no entregarse inás que al hombre al que
tudes del padre, p d e l dicho amase y que fuese su marido ante Dios; pero á Prada le
fio entusiasta, yendo d e r f ^ s u s r e l a c ¡ 0 nes parecía que semejante acusación era un buen ardid de
á la acción en el acto. Por eso, aespu j divi- guerra y además muy eficaz.
con la princesa Flavia, cuando ^ hermosa, —!¡Y á propósito! ¿Sabéis, padre, que me han notificado
na sobrina de una tía qu> auni por la lucha la memoria de Morano,—dijo bruscamente,—y que es cosa
se resignó y pasó t>or todo tfeLtuam«^ p» ^ que aseguran, que si el matrimonio no pudo consumar-
con aquella joven que no l e . a m a t e y es ccder se fué á consecuencia de la impotencia del marido?
riesgo de echar á perder su vida e n t a ^ A j w q* Y lanzó una carcajada como deseando demostrar que
y no poseerla, habría ^ r t a que todo aquello le parecía el colmo de lo cómico. Sólo que
sin esperanzas de e ^ r S s t e por no haberla pe, una sorda exasperación habíale hecho palidecer y su boca
llevaba en el costado, no era mas qu ^ á en. reíase con dureza, con excesiva crueldad y era indudable
í d o, p o r - d e » « ° , herida que esa sola y falsa acusación de impotencia, tan insul-
tregarse. NoJteMa ^ m o n a & n o saciada y en tante y depresiva para un hombre de su virilidad, era lo
que decidió á defenderse en aquel pleito, del que al prin-
cipio no quería hacer ningún caso. Pleitearía, pues, con-
vencido de que su esposa no obtendría la anulación del
fes s r » ? — - matrimonio. Riéndose dió detalles un poco libres de aquel
acto, explicando que no era cosa ten sencilla el tener que
señor abate estf eitemdo de t o d o , - d i j e Orland. habérselas con una mujer "que se resiste, que araña y muer-
decir de y que además no estaba seguro de no haberlo realiza-
U ^ , o d o el do. En todo caso estaba dispuesto á pedir la prueba, el
juicio de Dios, como «decía, riéndose con más fuerza de su
mUn
í l 1 í ° I S ? ' Í > ' o S hubiese obedecido, padre mío, j a i « broma, y ante los cardenales todos reunidos, si llevaban
los escrúpulos de su conciencia hasta querer asegurarse de
la cosa por sí mismos.
—iLuigi I—dijo Orlando con mucha dulzura señalando
í Pedro Froment con la mirada.
—Sí, sí, me callo; tenéis razón, padre mfo, pero en ver-
dad la cosa es de tal manera abominable y ridicula... Ya
abéis lo que dice Lisbelh: «¡Ahí ¡Pobfe amigo mío-, es
pues do un goqueño Jesús por el que yo voy á parir!»
De nuevo pareció que Orlando n o ésfaba satisfecho p o | cogió de encima de la mesa y de enfre los periódicos, un
grueso volumen admirándole encontrar allí una obra fran-
q i ^ n o l e a g r a d a b a , C u a n d o h a b í a allí d g j J H M
cesa clásica, uno de esos manuales para el bachillerato,
su hijo hiciese gala en su presencia de g g | f e s K g e w i ^ en los que se encuentran compendiadas las materias exi-
Lisbelh Kauffamann. que apenas tenía tremta ano S y ® gidas por los programas. No era más que un libro hu-
milde y práctico de primera instrucción, pero forzosa-
mente trataba de ciencias matemáticas, de ciencias físi-
cas, químicas y naturales de manera que resumía á gra-
nel las conquistes del siglo, el estado actual de 1a inteli-
gencia humana.
—¡Ah!—exclamó Orlando, alegre al hallar el pretexto
para cambiar de conversación.—Estáis mirando la obra
de mi antiguo amigo Teófilo Morin. Sabed que fué uno
de los Mil de Marsala y que conquistó la Sicilia y Nápo-
les con nosotros ¡un héroe 1 Y después de pasar más de
treinta años volvióse á Franpía á ocupar su puesto de hu-
milde profesor, lo que no le ha enriquecido mucho. Ha
traba con su continua alegría, vistiendo largas blusas,
publicado ese libro cuya vente, según parece, marcha tan
a ? ¿ amuchachada, pronunciando ^ bien, que se le ocurrió la idea de aumentar los productos
do pruebas de ser buena amiga y no habiendo^ com haciendo algunas traducciones del libro, una de ellas al

fe m ~^si^tí italiano... Hemos seguido siendo hermanos y pensó en


utilizar mi influencia que creyó era decisiva; pero ¡ayl se
equivocó y temo mucho que no conseguiré que declaren
S a S t r o meses que su esposo le había ^ d o n a d o J e- de texto su libro.
taba embarazada de siete meses, y esa preñez ™ * Prada, que había vuelto á mostrarse muy correcto y
bn & nadie con un aire tan tranquilo y tan feliz, que sus amable, hizo un movimiento encogiéndose ligeramente de
n u m e r e ^ relaciones seguían v i s i t e n ^ como s ¿ pa hombros, lleno de exceptieismo hacia su generación y de-
hubiese sucedido, y así vivía con esa vida fácil y Ubre ae seoso únicamente d e sostener todo lo existente para sacar
w E ^ T c i u á a L cosmopolitas. Aquel embarazo en de ello el mejor partido posible.
m e d S de las circunstancias en que se —¿Y para qué?—murmuró.—¡Basta de libros! ¡Basta de
embelesaba y se convertía á sus ojos en e mejor d e i o libros!
C S contra la acusación que tente.Mete s r i r j g —¡Nol — replicó con vehemencia el anciano. — ;Jamás
orgullo de hombre. Mas en el fondo, sin que lo c o n f J | hay bastantes librosl ¡Se necesitan ahora y siempre! ¡En
K e r i d a incurable seguía manando sangre, porque ni esa adelante será con el libro y no con la espada como la hu-
m t e S S d próxima ni la posesión alegre y halagüeña^ manidad vencerá á la injusticia y á te mentira y conquis-
E X eran bastantes á compensar la negativa de fkn* tará la paz final de la fraternidad entre los pueblos!... Sí,
Í S S i ¿ t a era á la que ardía en deseos de poseer y sonríes; sé que llamas á eso mis viejas ideas del 48, de
f i a V e S r i r i d o ^ c a s ü g a r trágicamente por no h , barba vieja, como decís en Francia, ¿no es verdad, señor
* f r S e de todo aquello, no podía Pedro
Froment? Pero no es menos cierto que Italia está muerta
comprenderlo. Como le pareció que había cierto e m b a ^
Sino se toma el problema desde abajo, quiero decir, si no
£ $ £ £ > de no molestar buscó una manera de estar alli,
se hace el pueble, y no hay más que Una manera de crear Jando en su padre sus ojos húmedos, suplicantes, con
S t e ? e c i r ¿ombres y i instruyéndolos, desenvolv^- muda adoración, mientras que el anciano, más tranquilo,
do por medio de la instrucción esa fuerza inmensa y p r i pero conmovido, acariciábale el cabello con mano tem-
dida que perece corrompida hoy entre la m í r a te igno- blona.
rancia y la pereza... ¡Sí! ¡Sil ¡Hemos hecho á fetal« Hacía más de dos horas que Pedro se hallaba allí, cuan-
«amos á los italianos 1 ¡Libros, más libros aun! ,Y marcne do al cabo se despidió admirándole y conmoviéndole cuan-
S ^ s i e n í p r e más adelante, con más c c n c a con n | to había visto y oído. Tuvo que prometer una vez más
claridad si es que queremos vivir, estar sanos y ser bue- volver para hablar largo y tendido. Una vez en la calle
echó á andbr á la casualidad. Hacía m u y poco que -ha-
bían dado las cuatro y su idea era la de atravesar Roma
^ a S f d e l anciano Orlando era sin itinerario fijo ni pensando de antemano, á aquella hora
corporado y con su poderosa cabeza leonina todaresplan deliciosa, en que el sol se poníja y el aire había refrescado,
deciente con la blancura espléndida de la cabe,lera y la el cielo estaba inmensamente azul. Pero casi en seguida se
K a Y en aquella humilde habitación tan conmovedo- encontró en la calle Nalionale, por la que había bajado
ra con su pobreza impuesta voluntariamente, lanzó ua en coche la víspera de su llegada; reconoció el Banco abo-
S t o de i p e r a n z a con una fiebre tal de fe que Pedro ^ targado y desmesurado, los verdes jardines que subían
fvorarae ante él o t o figura, la del cardenal Boccaneraer- hasta el Quirinal y los pinos en pleno cielo de la villa Al-
g u i S y negra, con sus niveos cabellos, admirable tam- dobrandini. Luego, y en el momento en que se detenía
S f c L 2 belleza heroica en medio de su palacio ea en la revuelta para volver á contemplar la columna de
nünas y cuyos dorados artesonados amenazaban derrum- Trajano, que á 1a sazón ge destacaba en la sombra en el
boree^sobre^sus miembros. ¡Ahí fondo de la plaza baja invadida ya por el crepúsculo, se
w c r e Y entes, los viejos que siguen demostrando más n quedó sorprendido al ver 1a brusca parada de una victo-
rihdad y m i s pasión cpie los jóvenes! Aquellos eran te ria, desde la que un joven le llamaba cortesmente hacién-
dos extremos ¿puestos" de las creencias, no t e m e n d o ^ dole señas con la mano.
una idea ni una ternura común y en aquella antigua . —¡Señor abate Froment! ¡Señor abatel
R?ma ? n la que todo volaba en polvo, parecía que^ solo Era el joven príncipe Darío Boccanera que iba á dar su
S l o T d o s protestaban indestructibles y g r „ e | paseo diario al Corso. No vivía más que de tes liberalida-
dad, como dos hermanos separados é inmóvil«; en el no- des de su tío el cardenal, casi siempre escaso de dinero;
rizonte. Con haberlos visto así, al u n o d ^ p u é ^ o ^ pero, lo mismo que todos los romanos, antes habría vivi-
tan grandes, tan solos, tan desinteresados de te coh do á pan y agua, á ser preciso, que pasar sin caballo,
S a n a bajeza, se llenaba un día con un ensueno de éter coche y cochero. E n Roma el carruaje es un lujo indis-
pensable.
^ E n ' seguida cogió Prada las manos del * ™ a n o pam
—Si queréis subir, señor abate Froment, tendré muellí-
t r a n q u i l a r l e est»echándoselas con acendrada filial terawj
simo gusto en enseñaros algo de nuestra ciudad.
- ¡ S í ! ¡Sí! Tenéis razón, padre, so,s vos quien srempre
Por lo visto deseaba complacer á Benedetta mostrándo-
te ü S i e v soy un imbécil al contradeciros. Os suplico que
se amable con su protegido. Además, en medio de su
no oT mováis de esa manera porque os vi descubrir, y
ociosidad, l e agradaba iniciar al joven presbítero, que de-
vuestras piernas se van á e n f n a r . ..... ¿
cían era muy inteligente, en lo que él creía era la flor de
Se puso de rodillas, arregló 1a manta con m f m . t o c ^
Roma, en la vida inimitable.
dado y luego permaneció en aquellla postura como un
Tuvo Pedro que aceptar la oferta por más que habría
riño á p < 2 r de sus cuarenta y dos años cumplidos, ft
UNIVERSJBAÜ DE RUEV0 LEON
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"AiFmm i i "
upé- '^bmumm, Msast
preferido su paseo solitario. Sin embargo, le mferesaSa el sol poniente la aparición de la Trinidad de los Mon!es,
joven, aquel último nacido de una raza agotada y «pie toda dorada, purpúrea, en lo alto de la escalera de Espa-
comprendía era un sér incapaz de pensamiento y acción fia, y fué en vano todo, porque Pedro conservaba la des-
por otra parte de trato muy agradable aun con su orgullo ilusión que le había producido aquella vía estrecha y sin
y su indolencia. Mucho más romano que patriota, no na- aire, en la que los palacios le parecían hospitales ó tris-
bía experimentado deseos ni veleidades para resellarse tes cuarteles; la plaza de Colorína carecía de árboles que
satisfecho con vivir aparte y no hacer nada y, por muy la alegrasen y únicamente le había seducido la Trinidad
apasionado que fuese, no eometía locuras, pues era muy de los Montes con sus lejanos esplendores de apoteosis.
práctico en el fondo, muy razonable, c o m o lo son todos Fué preciso volver desde la plaza del Popolo á la de
los de su dudad bajo su aparente vehemencia. En cuanto Venecia y pasar y repasar dos, tres, cuatro veces dando
el coche, después de atravesar la plaza de Venecia, se in- la vuelta sin cansancio. Darío, satisfecho, hacía porque le
ternó en el Coreo, dió rienda suelta á su infantil vanidad viesen; miraba, le saludaban y correspondía á los saludos.
su amor á la vida exterior alegre y venturosa y^bajo d Por las dos aceras desfilaba una compacta multitud cu-
hermoso cielo azul. Y todo eso apareció con mucha clan- yas miradas penetraban hasta el fondo de los carruajes,
dad en el sencillo gesto que hizo al decir: habiendo podido, á querer, estrechar la mano á los que
—¡El Corso 1 , _ . , los ocupaban. Poco á poco el número de carruajes aumen-
Lo mismo que la víspera experimentó Pedro un sobre- tó de tal manera que la doble fila no tuvo interrupción
cogimiento de asombro. La larga y estrecha vía se ex en- alguna, hubo de apretarse y seguir el paseo al paso. .Se
día de nuevo hacia la plaza del Popolo, blanca de luz, tocaban, se examinaban en ese perpetuo roce de los que
con la única diferencia que eran las casas de la d e r o g subían y bajaban. Aquella era la promiscuidad al aire li-
las que iluminaban el sol, mientras que las de la « W * bre, toda Roma amontonada en el menor espacio posible,
aparecían envueltas en la sombra. ¡Cómol ¡Aquello era d viéndose allí á personas que se conocían, que se encontra-
Corso 1 ¡Aquella trinchera medio obscura ahogada entre ban, como en la intimidad de un salón; personas que no
fachadas pesadas y de gran elevación! ¡Aquella vía mez- se hablaban pertenecientes á antagónicas sociedades, á las
quina, p o 7 k que á lo sumo podían pasar tres coches de más adversas, pero que se codeaban mirándose y escudri-
frente y que numerosas tiendas limitaban con sus escapa- ñándose hasta el fondo del alma. Entonces fué cuando
rates de relumbrón"! ¡No había a l l í ni e s ^ c i o hbre. n Pedro tuyo la revelación, comprendió lo que era el Corso,
vastos horizontes, ni refrescante verdor! ¡No habíanmá la antigua costumbre, la pasión y la gloria de la ciudad.
que los empellones, el amontonamiento, el ahogo á lo lar Precisamente el placer estaba en eso, en lo estrecho de la
go de las mezquinas aceras bajo una «.trecha faja de cíe- vía, en aquel forzoso codeamiento que permitía los en-
fo! E n vano Darío le fué nombrando los palacios histon- cuentros esperados, las curiosidades satisfechas, la exhibi-
eos y fastuosos, el palacio Bonaparte, el palacio D o n a d ción de las vanidades Mices y la provisión de hablillas
palacio Adelscachi, el palacio Sciarra, el palacio Ch>g J sin fin. Allí se veía todos los días la ciudad entera, se
vano le enseñó la plaza Colonna con el obelisco de Marco mostraba, se espiaba, dándose un espectáculo á sí misma
Aurelio, la plaza más animada de toda la ciudad en la y con una necesidad tan indispensable á la larga de verse
que patalea continuamente una gran masa del pueblo en de ese modo, que una persona bien nacida que dejaba de
S e , charlando y mirándolo todo; en vano le mostró ha te ir al Corso era Como un hombre {jasado de moda, sin pe-
S e g a r á la p l a k del Popolo, haciéndoselas admirar, las riódicos y que vivía á lo salvaje. El aire tenía una dulzura
i s t i a s , las casas, las calles transversales, la de lo,Con.ot extraordinaria y la estrecha faja de cielo, que se veía
í 2 e i t ^ f f i o de la que se elevaba con toda la gloria del por entre los techos de los pesados y enrojecidos gala*,
dos, un azul de una pureza infinita,
Darío no dejó de sonreír y de inclinar á cada momento al hombre qué las agradase y obtenerlo aún cuando se
la cabeza nombrando á príncipes y princesas, duques y opusiese el mundo entero! Y era el amante escogido en-
duquesas, nombres retumbantes que habían llenado la tre la oleada de jóvenes en el Corso, era el amante pesca-
historia, cuyas sílabas sonoras evocaban el choque de las do con la mirada durante el paseo, con los Cándidos ojos
armaduras en las batallas, los desfiles de la pompa papal, que hablaban, que bastaban para la confesión, al don to-
las ropas de púrpura, las tiaras de oro, las vestiduras sa- tal, sin siquiera menear los labios castamente cerrados, y
gradas cubiertas de pedrería y Pedro se desesperaba al á esto seguían amorosas carlitas entregadas furtivamente
ver gruesas señoras, caballeros particulares, seres abotarga- en la iglesia, la doncella comprada con regalos, para faci-
dos ó entecos á los que afeaba aún más el traje á la mo- litar las entrevistas al principio inocentes. Al final, con
derna. Pasaron sin embargo algunas mujeres hermosas, mucha frecuencia, solía acabarse todo con un casamiento.
sobre todo jóvenes silenciosas y con rasgados ojos claros. En cuanto á Celia había querido á Attilio desde que
En el momento en que Darío acababa Se enseñarte el pa- se cruzaron sus miradas, el día del mortal aburrimiento
lacio Buongiovanni, con su inmensa fachada del siglo en que ¡x>r la primera vez le vió desde una ventana del
xvn, con ventanas encuadradas por esculpidos follajes, y j palacio Buongiovanni. Levantó él la cabeza y ella se apo-
una pesadez de gusto poco agradable, añadió con acento deró para siempre de él, entregándose con sus grandes
jovial: . 1 ojos puros fijos en los suyos. No era más que una enamo-
—¡Ah! ¡Mirad, ahí tenéis á Attilio, en la acera... al jo- ¡ rada y no otra cosa; le gustaba y quería á ese y no
ven teniente Sacco! ¿no sabéis? .9 á otro. Habría esperado veinte años, pero esperaba conquis-
Con un signo respondió Pedro que estaba al corriente, : tarle en seguida con la tranquila obstinación de su volun-
Attilio, de uniforme, le sedujo en seguida por su juven- tad. Se contaban escenas terribles en que todos los temi-
tud, su aire vivo y animoso, con su rostro franco en el bles furores del príncipe, su padre, se estrellaban contra su
que brillaban los ojos azules de su madre. Era verdadera- silencio respetuoso. El príncipe, de sangre mezclada, hijo
mente la personificación de la juventud y el amor con de una americana y que había casado con una inglesa,
toda su entusiástica y desinteresada esperanza en el por- sólo luchaba para conservar intactos su apellido y su for-
venir. tuna en medio de los hundimientos vecinos, y circulaba
—Dentro de un momento vais á ver otra cosa cuando el rumor de que á consecuencia de una disputa, en la que
pasemos por delante del palacio,—añadió Darío.—Estará había querido emprenderla con su esposa, á la que acusa-
aún Attilio ahí y yo os enseñaré algo curioso. ba de no haber velado por su hija, habíase revelado la
Y se puso á hablar con mucha alegré de aquellas prin- princesa con el orgullo y el egoísmo de una extranjera
cesitas y duquésitas educadas tan discretamente en el Sa- que había aportado cinco millones: ¿no era bastante el
grado Corazón y, en su inmensa mayoría tan ignorantes, haberle dado además canco hijos? Pasaba los días adorán-
acabando después su educación entre las faldas de sus ma- dose á sí misma, abandonando á Celia y no cuidándose
dres y no haciendo con estas más que dar el obligado pa- para nada de la casa en la que soplaba la tempestad.
seo por el Corso, viviendo interminables días enclaustra- El coche iba á pasar otra vez por delante del palacio y
das, aprisionadas en el fondo de sombríos palacios; pero Darío se lo previno á Pedro.
¡qué de tempestades en aquellas almas mudas en las que —Ahí tenéis á Attilio que ha vuelto... y ahora mirad
nadie penetraba! ¡Qué lento empuje á las veces de volun- hacia arriba, á la tercera ventana del primer piso.
tad, bajo aquella obediencia pasiva, tras aquella aparente Fué una visión rápida y encantadora. Pedro observó
inconsciencia de lo que las rodeaba! ¡Cuántas querían que la punta de una cortina se apartaba un poco, apare-
obstinadamente formarse la vida á su manera escogiendo. ciendo durante un momento el rostro de Celia; un lirio
cándido y lozano. No sonrió, n o se movió siquiera. E n Fijóse Pedro en una señora que iba sola en una victoria
aquella boca pura, en aquellos ojos claros y sin fondo, azul obscura y guiada con mucha corrección. Era muy
no se leía nada y sSn embargo tomaba á Attilio y se linda, pequeñita, tenía el pelo castaño mate, la tez y ojos
entregaba á éste sin reserva; la cortina volvió á su sitio. grandes, de mirada dulce, siendo en conjunto de aire mo-
—¡Ah! i Pequeña máscara 1—murmuró Darío.—¿Se sabe desto y de una sencillez seductora. El vestido era severo y
nunca lo que hay detrás de tanta inocencia? de seda, color hoja seca, y el sombrero, en cambio, grande
Volvióse Pedro y pudo ver a ú n á Attilio con la cabeza y un tanto llamativo. Preguntó Pedro quién era, al obser-
levantada, inmóvil el rostro y pálido también, con la boca var que Darío se fijaba en ella. Esto hizo sonreír al joven
cerrada y los ojos desmesuradamente abiertos. El espec- príncipe. ¡Oh! No era nadie, la Tonietta, una de las conta-
táculo le conmovió de una manera extraordinaria, el das demi mondaines que llamaban la atención en Roma.
amor absoluto en todo su brusco poderío, el amor ver- Después, con esa libertad propia de la raza al tratarse de
dadero, eterno y joven, apartado completamente de las las cosas de amor, continuó hablando y dando detalles. Se
ambiciones y de los cálculos de los que rodean á los trataba de una m u j e r cuyo origen estaba envuelto en la
amantes. obscuridad, pues unos lo hacían muy bajo, diciendo era
Después de esto dió Darío orden al cochero para que hija de un tabernero de Tívoli, otros decían nació en Ná-
subiese ai Pincio, antes ó después del Corso aquel era el poles y lo era de un banquero; pero en todo caso había
paseo obligado en las hermosas y despejadas tardes. Y demostrado ser muy inteligente, pues se educó y recibía
fué al principio la plaza del Popolo, la más aireada y re- adnmirablemennte en un pequeño palacio de la calle de los
gular de Roma con el atractivo , de sus calles y sus cuatro Mil, regla que le hiciera el anciano marqués de Manfredi,
ig.csias simétricas, su obelisco central, sus dos macizos de muierto á la s a z ó n No se prodigaba mucho en público, no
árboles, que forman pareja á los lados del blanco pavi- tenía nunca más que u n solo amante, y las princesas y
mento entre las graves obras arquitectónicas doradas por duquesas que se interesaban por ella y la examinaban cu-
el sol. A la derecha internóse en seguida el carruaje en riosamente en el Corso todos los días, les parecía muy
las rampas del Pincio, en un camino en espiral, magnífi- bien. Una particularidad sobre todo era lo que la había
co, adornado c\on bajos relieves, estatuas, fuentes, toda hecho célebre, las corazonadas que á veces experimentaba,
una especie de apoteosis en mármol, algo como una m e que la hacían entregarse por nada al preferido, del que no
moría de la Roma antiigua que se elevaba entre el verdor aceptaba por la mañana más que estrictamente un ramo
de las plantas; pero arriba halló Pedro pequeño el jardín, de rosas blancas; de manera que cuando la veían en el
apenas como una gran plaza, un cuadro con los cuatro Pincio, con frecuencia durante semanas enteras con esos
paseos necesarios para que los carruajes pudiesen dar ramos de puras rosas, con ese ramo de blanca desposada,
vuelta indefinidamente. Las imágenes de los hombres ilus- sonreíanse todos con aire de tierna condescendencia. '
tres de la Italia antigua y de la nueva, adornan esos pa- Interrumpió Darío la conversación para saludar cere-
seos con una fila inacabable de bustos. Admiró sobre moniosamente á una señora que pasaba en un lando in-
lodo los árboles, de las especies más variadas y de las más menso en compañía de un señor, y decir con sencillez á
raras, escogidos y cuidados con un esmero infinito y casi Pedro:
todos de hoja perenne, lo que hacía se perpetuasen allí, —Mi madre.
lo mismo en verano que en invierno, unas umbrías admi- A ésta la conocía Pedro, ó al menos, sabía su historia
rables matizadas con lodos los verdes imngnables. Y el por el vizconde de la Choue; su segundo casamiento, á los
carruaje se puso á dar vue'.tas por aquellos frescos pa- cincuenta años después de la muerte del príncipe Onofrio
seos, tías de otros carruajes, en una ola continua jamás Boccanera; la manera cómo, dotada aún de soberbia belle-
interrumpida.
za, había pescado con los ojos, y lo mismo que si se trata- junio aRgirrticío del nuevo barrio ínmecGaío al Castillo,
elevábase San Pedro entre los verdores del Monte Mario y
se de una jovencita, á un hombre apuesto y á su gusto,
del Janículo. Después era hacia la izquierda por donde se
pero quince años más joven que ella. Sabía Pedro también extendía la antigua ciudad, una extensión sin límites de
quien era ese hombre, ese Julio Laporte, antguo sargento, techos, una mar rodeada de edificios hasta perderse de vis-
de la Guardia Suiza, según decían, antiguo comisionista, ta. Las miradas, no obstante, volvíanse siempre hacia San
viajante de reliquias, comprometido en una extraordina- Pedro, entronizándose en el azul del cielo con una gran-
ria historia de reliquias falsas, y no ignoraba tampoco de deza pura y (soberana. Y desde ta terraza, en el fondo del
qué manera había ella convertido en un marqués de Mon- cielo inmenso, las lentas puestas de sol tras el coloso eran
tefiori, de hermosa presencia, al último de los aventureros sublimes.
afortunados y triunfante en el país legendario en el que
los pastores se casan con reinas. ,¡ Unas veces son como derrumbamientos de sangrientas
Al dar otra vuelta y cuando el landó pasó por su lado, nubes, batallas de gigantes que luchan arrojándose mon-
los miró Pedro á los dos. La marquesa estaba aún hermo- tañas, sucumbiendo bajo las ruinas monstruosas de incen-
sá con toda la clásica belleza en su apogeo, alta, cenceña, diadas ciudades. Otras, en un lago sombrío no se destacan
muy morena, con cabeza de diosa, de rasgos regulares, un más que rojas hendiduras como si hubieren arrojado una
poco macizos y que no revelaba su edad más que por el red luminosa para pescar entre las algas al astro desapare-
bozo de que estaba cubierto su labio superior. Y el mar- cido. Alguna vez es como una niebla rosa, todo un delica-
qués, aquel suizo de Ginebra romanizado, tenía en verdad do polvillo que cae rayado de perias por una lejana ra-
muy buerí aspecto, con sus hombros cuadrados de oficial cha de lluvia. A veces es un triunfo, un cortejo de púr-
sólido y sus mostachos al viento y, según decían, no tenía pura y Ide oro, de carros de nubes que ruedan sobre una
nada de tonto y era muy alegre, dúctil y amable con las v& de fuego, de galeras que flotan sobre un mar de azul
damas. La marquesa estaba satisfecha con él, que le lleva- ó pompas fastuosas y extravagante que desaparecen poco
ba consigo y lo enseñaba, habiendo recomenzado la exis- á poco en el abismo insondable del crepúsculo.
tencia con él lo mismo que si tuviese veinte años, y co- Pero aquel atardecer disfrutó Pedro del espectáculo su-
miéndose agarrada de su cuello la fortunita salvada del blime de tranquila y deslumbradora grandiosidad. Al prin-
desastre de la villa Montefiori, y tan olvidada de su hijo, cipio y precisamente encima de la cúpula de San Pedro,
que sólo le veía de vez en cuando en el paseo, en donde el sol tenía aún tal resplandor, al descender por un cielo
le saludaba como á cualquier conocido de esos que pro- sin mancha, de profunda limpidez, que los ojos no podían
porciona la casualidad. resistir su fulgor. Con ese resplandecimiento, la cúpula
parecía haberse puesto incandescente, ser una cúpula de
—Vamos á ver cómo se pone el sol detrás de San Pe- >
plata líquida, mientras que en el barrio inmediato los te-
dro,—dijo Darío desempeñando el papel de hombre con -
chos del Borgo estaban como cambiados en un lago de
cienzudo que enseña todo lo curioso. 1
brasas. Después, á medida que el sol iba declinando con
El carruaje volvió hacia la terraza, en la que una músi- majestuosa lentitud, perdió su fulgor y se le pudo con-
ca militar tocaba con terribles estrépitos de metal. Para templar, y pronto con majestuosa calma deslizóse tras la
oiría muchos carruajes habíanse ido agrupando alrededor, cúpula, que se recortó completamente sobre el azul som-
mientras que una multitud de peatones, de simples pa- brío cuando, enteramente oculto el astro, no fué más que
seantes, sin cesar en aumento, formaban nutrido grupo al- alrededor una aureola, una gloria que se esparcía en una
rededor. Y desde aquella admirable terrera, muy alta y corona de rayos centelleantes. Y entonces comenzó el en-
amplia, se disfrutaba de una de las vistas más maravillo- , sueño, la iluminación extraña de la hilera de ventanas
sas de Roma. A la otra parte del Tíber, por cima del con-
Boma—lomo 2—11
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" M o ^ e t i T v S I S - en a ^ e , p J U

Al día siguiente se presentó Narciso, para decir deseo®


soladoí á Pedro, que su primo monseñor Gamba del Zoppo¿
el camarero secreto, alégate que estaba delicado de salud
y ¡pedía dos ó tres días antes de recibir al presbítero y ocu-
parse de su audiencia. Encontróse, pues, inmovilizado, no¡
garae e n la ¡noche de los tiempos concluidos? atreviéndose á intentar nada por otra parte para ver al
papa porque, de tal manera le habían asustado, que tente
miedo de comprometerlo todo, con un paso mal dado. Y
sin tener nada que hacer empezó á recorra- Roma para
pasar en algo tí tiempo.
Su primera visite fué para las ruinas del Palatino. A las
ocho, y una mañana de cielo puro, se marchó solo y se
presentó en la entrada que se encuentra en te calle de
Santa Teodora, en una verja que flanquean los pabellones
de los guardianes. Y en el acto se destacó uno de éstos, y
se ofreció para prestarle sus servicios como guía. Habría
preferido Pedro vagar á su antojo, andar errante á la ca-
sualidad del descubrimiento y de la meditación, pero le
mó pena el rechazar la oferta de un hombre que hablaba
fit francés bastante correctamente y que teai* adeptas upa
S u « ® y complaciente sonrisa. Era un KombmdlllO m t f o n . fcdímftiSTe sé tetaba de algiffids sfflüKis de piedit,
puestos unos sobre otros sin cemento ni argamasa de nin-
d i o antiguo soldado, de unos sesenta anos, rostro cuadra guna clase. Sólo que lo que allí había era que se evocaba
fc» cortaban grandes bigotes blancos^ un pasado de veintisiete siglos, y aquellas piedras moho-
J S i e l s e ñ o r abate quiere seguirme.. Por sas y ennegrecidas adquirían una majestad extraordina-
sefior abate es francés, yo soy piamontés ^ cf sL ria, porque sirvieron para soportar un tan colosal edificio
de esplendor y de poderío sin límites.
Continuó la visita y volvieron h a d a la derecha flan-
queando siempre el costado del monte. Los anejos del pa-
« ^ i fecio debían haber llegado hasta allí; restos de pórticos,
de salas hundidas, de columnas y de frisos colocados de-
rechos, bordeaban el sendero tortuoso que d a t e vueltas
E n d i » delicadamente azul, el v e r d o m t e n s o d entre las hierbas del cementerio. El guía, recitando de
g * . árboles, se destacaba como una feja n e g n . No se memora lo que tan bien aprendido tenía por hacer diez
3 a Otra cosa que esos árboles, pues la pendiente se ex anos que lo decía á diario, siguió afirmando tes hipótesis
^ T e s S T d e v a s t a d a , con. un color ^ í g M menos seguras, dando á cada repto un nombre, un em-
con algunos matorral® en medio d > 1 ™ ™ ™ * ¿ P ¿trago, pleo, una historia.
extremos de antiguos muros. Era aquello ei esira^,
tatS^ep^ de los terrenos de excavaciones en los —La casa de Augusto,—dijo al cabo, al mismo tiempo
que con un ademán señalaba unas tierras removidas.
^ ^ S ^ S X S S a y los Ftevios, están Aquella vez, como n o viese nada, se atrevió Pedro á
preguntar:
« l l C S l S ^ i o S guía; pero los dejaremos para luego; ,
—¿En dónde?
—¡Ah! Parece, señor abate, que en el siglo pasado sé
detu^oTnTe una excavación, una especie de gruta abierta veía a ú n la fachada y se entraba por el otro lado, por la
Vía Sacra. Por esta parte había u n gran balcón que domi-
naba el gran Circo Máximo y desde el que se presenta-
(1), en donde la loba am, ban los juegos. Además, como vos mismo podéis verlo, el
palacio se encuentra aún casi totalmente debajo de ese
f f l f c gran jardín que hay en lo alto, el jardín de la Villa Mills,
y cuando haya dinero para continuar las excavaciones, lo

S i p t ó a wm encontrarán, y es tan seguro esto como encontraron los


templos de Apolo y de Veste que le acompañaban.
Volvió hacia la izquierda y entró en el Stadium, circo
pequeño que se usaba para tes carreras entre peatones,
que se extendía en el costado mismo de la casa de Augus-
to, y ¡aquella vez el presbítero, enagenado, empezó á apa-
sionarse. No era ni mucho menos que hubiese allí una
ruina suficientemente conservada y de aspecto monumen-
SÍSxTyTo c S era q u l el e s t o n i o n o tente nada tal, pues n o quedaba ninguna columna en su sitio, y úni-
camente las murallas de la derecha eran las que estaban
(1) S ü í o e n q u s estuvo e m p l e o posteriormente «1 templo d e d i ^ o a l

dtaPaa.
lTiíms, m u y Eieii conservadas por la a'dmmisfradótf fie*
en pie; p m M a n fiando todo el ffáfeSó, tual, barridas y desembarazadas de plantas parásitas, per-
n e . c n S d a extremo, el pórtico alrededor de la pista y el dieron su aspecto selvático y romántico para adquirir una
colosal palco del emperador, que e n la casa de A u g s t o grandeza desnuda y pesada. Pero los haces de rayos del
estaba á l a izquierda y que se a b r i ó d e s p u & e n seguda á sol viviente doraban las antiguas murallas, penetraban
la derecha embutido en el palacio de Sepbmio Severo Y por las brechas hasta el fondo de las tenebrosas salas y
el guía seguía cruzando por entre aquellos esparcidos des- animaban con su esplendoroso polvillo la muda melanco-
pojas, dando explicaciones abundantes 7 P g ^ J J lía de aquella soberanía muerte, exhumada de la tierra,
gurando que los señores de la Dirección de las e x c a v a c ^ bajo la que durmiera durante tantos siglos. Sobre tes an-
les, tenían el plano del Stadium con sus más pequeño? tiguas y enrojecidas obras de albañilería, hechas con ladri-
detalles hasta el extremo de que podían g ^ j llos cubiertos de cemento y despojadas de su fastuoso
exactitud con los órdenes de columnas, las estatuas e n sus revestimiento de mármol, tí manto purpúreo del sol ex-
nichos y la naturaleza de los mármoles que cubrían las tendía de nuevo toda una gloria imperial.
Pa
Hacía cerca de hora y media que Pedro recorría aque-
' Ü f 5 i ! Lo que es esos señores están muy satisfechos,^ llos lugares y le faltaba a ú n visitar tí montón de los pa-
declaró al cabo, con un aire s u m a m ^ t e c o m p l a c i d o ^ lacios anteriores, en la meseta misma, al Norte y al Este.
Los alemanes no tendrán por qué morder, y aquí no ven —Tenemos que desandar lo andado,—dijo el guía;—
¿ £ n á revolverlo todo como han hecho en el F o n m < p | pues como véis, los jardines de la villa Mills y el conven-
n o lo conoce nadie desde que ellos han pasado por allí to de San Buenaventura no nos dejan seguir adelante.
C
No se podrá pasar hasta que las excavaciones hayan des-
° P e d m T s T n r i ó y el interés fué en aumento cuando si- embarazado todo eso. ¡Ahí ¡Si hace apenas cincuenta
guió al guía pasando por escaleras rotas y p u e n t e s d e i m - B ñ o s os hubieseis paseado por aquí, señor a t e t e I He visto
lera, echados sobre los hoyos y agujeros en_las, « g n U » los planos de aquella época y n o había ahí más que vi-
cas ruinas del palacio de Septimio Severo. El palacio se fias y huertecitos, separados por setos, una verdadera cam-
tíevate en el e S r e m o meridional del Palatino dominan- piña, u n desierto verdadero en el que n o se encontraba
do toda la vía Appia y toda la campiña á lo lejos hasta un alma, ¡y pensar que todos esos palacios dormían de-
perderse de vista. No quedan de él más que tes o b r a s * bajo 1
fábrica y las salas subterráneas construidas tejo las arca Siguióle Pedro y volvióse á pasar por delante de la casa
das de tes terrazas con que habían ensanchado te meseta de Augusto, subieron y fueron á desembocar al palacio de
del monte, que había llegado á ser demasiado estrecha, y los Flavios, inmenso y medio sepultado aún tejo las tie-
^ s obras' de fábrica gigantescas y subterráneas descoro- rras de la villa vecina. Componíase de un gran número de
nadas, pues les faltaba tí remate, bastan para dar ideadel salas grandes y pequeñas acerca de cuyo empleo se está
palacio que sustentaban, de tal manera conservan aún discutiendo aún. La sala de justicia, la sala del trono, tí
enormidad y potencia con su masa m d ^ n i c t i b l e . AUÍ se comedor y el peristilo parece que se sabe, sin duda, cuales
elevaba'la jamosa Septizonium. la torre de siete pisos que son; pero con todo lo demás no hay otra cosa que fantasía,
? conservó hasta el siglo xiv. Una terraza a v a n ^ aun s - sobre todo tratándose de las habitaciones pequeñas de los
tenida por arcadas ciclópeas y cuya vista es admirable departamentos privados. Y, á parte de esto, ni una sola
Después de esto n o hay más que u n amontonamiento de pared está entera, n o hay más que cimientos que asoma-
g r u j a s murallas medio derruidas, de abismos abiertos á ban al ras del suelo y basamentos truncados que dibuja-
través de techos hundidos, de hileras de corredores sin ban en la tierra el plan del edificio. La única ruina con-
fin. y de salas inmensas cuyo ugo. se ignora. Todas esas
g&vada « a n o por milagro e n la parle de Hacia abajo, es la de cuanto digan los alemanes, n o puede haber ninguna
rasa que dicen haber pertenecido á Livia, casa pequeña al duda.
lado de aquellos palacios inmenso?? y de la que se conser- Pero de pronto, y como un hombre, á quien se le olvidó
van aún intactas tres salas con sus pinturas murales, esce- algo muy importante, exclamó:
nas mitológicas, flores y frutas de singular frescura. En —¡Ah! Para concluir, vamos á visitar el subterráneo en
cuanto á Ja casa de Tiberio n o parece ni una sola piedra que asesinaron á Calígula.
y sus restos están ocultos bajo u n precioso jardín público ; Y bajaron á urna larga galería cubierta, en la qüe el sol
que es continuación, sobre la mesa, de los antiguos jardi- J penetra hoy por algunas brechas iluminándola alegremen-
nes Farnesio y de la casa de Calígula, al lado, no existen I te. Se conservan aún en algunos sitios el revestimiento de
tríés, y lo mismo sucede con la Septimio Severo, que unos estuco y varios trozos de mosaico. El lugar es de los más
cimientos enormes, contrafuertes, pisos superpuestos y ele tristes y «fcsüertoís y á propósito para el horror trágico. La
vadas arcadas sobre Jas que se levantaba el palacio, for- voz del veterano soldado se había tornado s o m b r a y contó
mando una especie de sótanos en los que vivían hartos y de qué manera Calígula, que regresaba de presenciar los
juegos palatinos, tuvo el capricho <fe bajar á aquel corre-
repletos y en continua francachela los criados y cuerpos
dor para asistir á las danzas sagradas que aquel día esta-
de guardia. Toda aquella alta cima, desde la que se domi- ban ensayando unos jóvenes llegados del Asia. Y fué allí,
naba la ciudad, no presentaba más que vestiglos que ape- en la sombra, d|onde Choreas, el jefe de los conjurados,
nas se podían reconocer, grandes terrenos grises y desnu- pudo herirle el primero en el vientre. El emperador quiso
dos ahondados por la piqueta y el azadón y erizados con huir gritando, pero entonces l&s asesinos, hechuras y ami-
los restos de algún antiguo m u r o ; se necesitaba un erudito gos suyos todos, los más queridos, se arrojaron sobre él, le
esfuerzo de imaginación para reconstituir el antiguo e* derribaron y le acribillaron á puñaladas mientras que, lo-
plendor imperial que había triunfado allí. co Ide rabia y de miedo, llenaba el obscuro y sordo corre-
No por eso dejó el guía de continuar süs explicaciones dor con aullidos de bestia á la que degüellan. Cuando
con tranquila convicción, señalando el vacío, como si los murió todo quedó en silencio v los asesinos asustados
monumentos se levantasen ante sus ojos. ¡ huyeron.
—Aquí estamos en la plaza Palatina. Ved ahí, la facha-
da del palacio de Domiciano está á la izquierda, la del de La visita clásica á las ruinas del Palatino estaba termi-
Calígula á la derecha y volviéndoos tendréis enfrente el nada y cuando Pedro subió n o experimentó más que u n
templo de Júpiter Stator... La Vía Sacra Alegaba hasta «seo, eá de desembarazarse de su guía para quedarse solo
esta plaza y pasaba por la puerta Mugonia, una de las en aquel jardín tan desierto, tan propio para la medita-
tres antiguas puertas de la Roma primitiva. ción, que coronaba la cima del monte dominando á Ro-
Interrumpióse señalando con el gesto la parte noroeste ma, Pronto haría tres horas que andaba dando vueltas por
Bilí, oyendo aquella voz gruesa y monótona que zumbaba
dei monte. , . e,
—Como observaréis, los Césares n o han construido na- en sus oídos sin perdonarle ni la descripción de una pie-
da por esta parte é indudablemente se debe á que tuvie- dra. A la sazón ed buen hombre la había emprendido otra
ron que respetar muy antiguos monumentos anteriores^ó vez con su dariño á Francia y se entretenía dando largos
la fundación de la ciudad y muy venerados del pueblo. detalles de la batalla de Magenta. Tomó, sonriendo cari-
Ahí estaban el templo de la Victoria construido por Evan- ñosamente, la moneda de plata que le dió el presbítero, y
dro y sus arcadios, el Antro Lupercal, que os enseñé, la a continuación púsose á hablar de la batalla de Solferino.
humilde cabaña de Rómulo hacha con abrojos y tierras..*; Aquello tenía trazas de no acabar nunca, cuando la suerte
Todo esto se ha ido encontrando, señor abate,, y á pesar quiso que se presentase una señora que necesitaba hacer
m firegunte. El guía se e^Fmsá á acajngañaría, '
•—Sttiós, sefior abate, podéis bajar por el p&lacio de Ca- E"<fad Media, veíanse (algunas feas casas, miénfiSfe qtfe al-
lígula. Ya sabéis (pie una escalera secreta practicada en gunos hermosos árboles del palacio Caffarelli, ocupado por
el suelo iba á pírar de ese palacio á la casa de las la embajada de Inglaterra, reverdecían lo alto de la anti-
Vestales, abajo, en el Foro. No la han encontrado, pero gua roca Tarpeya, casi inehcontrable hoy, perdida, ahogada
bajo los muros hechos para amentar. Y allí se veía aquel
idebe estar. ' . ,, D _ monte del Capitolio, la más gloriosa de las siete colinas,
i Ahí ¡Qué desahogo más agradable experimentó Pedro, con su fortaleza, su templo, al que estaba prometido el
que solo al cabo, pudo sentarse en uno de aquellos ban- imperio del mundo, el San Pedro de la Roma antigua;
¿os de mármol del jardín! No había en éste más que une« aquel monte escarpado por la parte del Forum, cortado á
cuantos grupos de árboles, bojes, eipreses y P a\mev2Sj pico por la del Campo de Marte y con aspecto formidable.
u Z s herniosas encinas verdes, á Cuyo g g encontr base Aquel era el monte que el rayo visitaba y al que el Bos-
el banco, tenían una sombra de una f r e s c u r a e x < g * Y que del Asilo con sus sagradas encinas, en las edades más
el encanto procedía también de aquella soledad que ® lejanas, hacía tenebroso, estremecedor y de un misterio
vidaba á meditar, del s ü e n c i o estremecedor que precia bravio. Más tarde, la grandeza romana tuvo allí las tablas
salir del viejo suelo saturado de historia; de la h^tom de su estado civil; subieron los triunfadores, los emperado-
S á s resonante, en el estallido de un orgullo sobrehumana res se convirtieron en dioses, en pie con sus estatuas de
Antiguamente los jardines Farnesio habían c o n v e r ^ o e ^ mármol. Y los ojos al contemplarlo, buscan con asombro
parte del monte en un lugar ameno, lleno de floretgJ como tanta historia, tanta gloria han podido encerrarse en
£ edificios de la villa, aunque bastante e s t a d o s con- tan poco espacio, en un islote montuoso y confuso, con
sérvanse todavía; y sin duda como una gracia per^ e aun sus mezquinos techos, una topinera no mucho más gran-
el soplo del Renacimiento que pasa siem P re como una ^ . de ni más elevada que un pueblecillo edificado entre dos
Salles.
ricia por las relucientes hojas de las añosas encinas vente
¡Allí está en plena alma del pasado, en medio de un **
La otra sorpresa fué después para Pedro, el Forum, sa-
poroso pueblo de visiones bajo los alientos errantes de ge-
liendo del Capitolio y alargándose hasta debajo del Pala-
E c i o n i sin número, adormecidas bajo las hierbas.
tino, una plaza estrechada entre las colinas inmediatas;
T e r e R o ^ esparcida' á lo lejos, a l r e d ^ o r d e aquel au-
un fondo bajo, en el que Roma, al engrandecerse, tuvo
gusto monte, llamó tan vivamente la a t e n l ó n á Pedro,
que amontonar los edificios, ahogándose y faltándoles el
^ e no le fué posible continuar sentado. Se l e ^ t ó y acer
espacio. Ha sido preciso ahondar mucho para encontrar
¿ó á la baranda de una terraza y á sus pies;vió des
el suelo venerable de la República bajo los quince metros
arrollarse el Forum y en el extremo se le apareció el
de aluvión amontonados por los siglos, y el espectáculo
« t e , más que - .amo—ento^ no es ahora más que una gran fosa sin color, conservada
construcciones grises sin grandeza ni h e ^ o s u ^ P o | con esmero, sin matorrales ni hiedras, en la que aparecen
nando el monte no se veía más que la fachada trasera dd restos de huesos, fragmentos del pavimento, los zócalos de
palacio de los Senadores, una fechada lisa, • ^ t r e c t o las columnas y los macizos de los cimientos. En el suelo,
ventanas y coronada por elevada torre cuadrada. Aquel la basifica Julia, reconstituida por completo, es como la
gran muro desnudo, de un color mohoso, ocultaba la i j ¡ proyección del plano de un arquitecto. Sólo, por esa parte,
K T d e Araceli, el remate en donde, en otros üempo^ ^ el arco de Septimio Severo ha conservado su anchura in-
nlandecfa el templo de Júpiter Capitalino con su reato tacta, mientras que algunas columnas que quedan del
S s o r í h u m a n a ' p r o t e c c i ó n . Después á la - q u j ^ - £ templo de Vespasiano, aisladas y en pie por un milagro
gendiente del Gapiinus, e» 4W*> pacían las cabras en sa sandio de tanto hundimiento, han adquirido una ele-
lü '

gancia altiva, una audacia soberana de


dose finas y doradas por el sol hacia el cielo a*ul.
lumna de Phocas está allí también de pie y e n a x a n U i á la
rastra (1) ai
rosira al íauu
lado w
se ve que la han *—ido restableciendo
.

. . i de la ciudad cu
-

trozos encontrados en los alrededores. Pero es preciso «i r FI c u b Í 6 r t a s y del


en ei
que no naya leído la antigua historia
1 de Roma, desaparecen ios detalles y no quedf, en aquel
terreno socavado por todas partes, más que un cementerio
el que oianquean
b l a n d e a n las antiguas
• que se desprende 4

más lejos de las tres columnas del templo de castor y I ios pueblos muertos. De sitio en sitio vefe Pedro la Vía
Polux, más lejos que los vestigios de la casa de las Veste. I Sacra que reaparece, da la vuelta, baja, sube con su em-
a n f ¿ a Tmedras
p S S des-
mearas des
la gran melancolía de
di
11"
: U(>1 11:

les; más -allám del templo


— ^ de Faustino,
Paítchn/v en «1
el míe
que lala ígl
iglesia» baldosado
oaiaosaao en el que el rodar de los carros produjo surcos
cristiana de San Lorenzo se instaló; más lejos aún del y pensó en el triunfo, en la subida del triunfador al que
templo redondo de Rómulo, para experimentar la extraor- su carro debía imprimir rudos vaivenes sobfe aquel áspe-
ro camino da la gloria. ,
dinaria sensación de enormidad que produce la basílica
•de Constantino con sus tres colosales cúpulas abiertas. Hacia el Sudeste el horizonte se prolongaba aún y veía
Vistas desde el Palatino se diría que son pórticos abiertos la gran masa uei del coliseo,
Coliseo, mas
más alláallá del
del Arco
Arco dede Tito
Tito y del
para u n mundo de gigantes, y de tal espesor su obra de Ofl
de (Y>n<drmfirm
Constantino. ¡AhírAV.1 -I?.— „„i
¡Ese coloso del que ,los siglos
. . no han
albañilería. que u n fragmento que se desprendió de una rortado más que la mitad como con un inmenso golpe
arcada yace en el suelo semejante á un bloque caído de dado con una hoz y que permanece con su enormidad, con
una montaña. Y allí en ese Forum ilustre, tan estrecho y su majestad, lo mismo que u n encaje de piedra, con sus
desbordante, se desarrolló la historia del más grande de centenares de huecos vacíos y abiertos á la claridad
los pueblos desde la leyenda de las Sabinas, reconciliando corre-
á romanos y sabinos hasta la proclamación de las liberta pierde
u v J#ÍV«1 UV en
tu
des públicas lentamente conquistadas por los plebeyos j r . - r y de un silencio de muerte, y en d
arrancadas al patridado. ¿No era á la vez el Mercado, 14; interior las escaleras medio derruidas, carcomidas por el
Bolsa, el Tribunal, la sala de las Asambleas políticas abier- aire, parecen los escalones informes de algún cráter apa-
ta al aire libre? Los Gracos defendieron aUí la causa de los pdo, una espede de d r e o natural tallado por la fuerza de
humildes, Syla puso de manifiesto sus listas de proscrip- los elementos en plena roca indestructible. Los grandes
ción, Cicerón habló, y allí, en aquella tribuna, colgaron su soles de mil ochodentos años han recogido y tostado aque-
ensangrentada cabeza. Más tarde los emperadores obscu- ja ruina que ha vuelto al estado de naturaleza, desnuda y
recieron su antiguo brillo; los siglos ocultaron bajo d pol- dorada como el costado de una montaña, desde que la des-
vo los monumentos y los templos hasta el punto de que pojaron de la vegetación y de toda la flora que la había
la Edad Media sólo halló terreno [»ra instalar un merca- convertido en un bosque virgen. Y ahora, qué evocación,
do de bueyes. Ha vuelto el respeto; pero es u n respeto vio- erando sobre aquella osamenta muerta, la imaginación
lador de tumbas, una fiebre de curiosidad y de ciencia que coloca la carne, la sangre y Ja vida, y llena el Circo con
se irrita con las hipótesis y se extravía en ese suelo histó- os noventa mil espectadores que podía contener, desarro-
rico en que las generadones se sobreponen, dividiéndose lla los ,juegos J L w y^ los combates en « i la
ia arena,
arena, coloca
coloca allí
allí una
la opinión entre las quince ó vdnte reconstituciones que civilización desde el
avilización desde el emperador
emperador yy su su corte
corte hasta
hasta la la oh
oleada
se han hecho del Forum y tan plausibles las u n a s como & & lala plebe
plebe concon la
la agitación
agitación yy el el esplendor
esplendor dede todo
todo un
las otras. Para u n simple curioso, que n o sea ni erudito m pueblo
- - inflamado- de pasión, bajo d rojo reflejo del ©gan- • H:
s e o v d u m (l) de púrpura. Después, ms& á lo lejos, en el
(1) Tribuna desde la que s e a r e n g a b a al pueblo en Roma y que e*Ul»
adornada s de espolones de las naves apresadas al enemigo. W Toldo que cubría el Circo.
174
Irás, en las orillas del Tíber estaba el Janículo, y la ciu-
dad entena, adquiriendo voz, contábale su grandeza muerta,
j Verificóse entonces en él una evocación involuntaria,
una resurrección viviente: aquel Palatino que acababa de
| visitar, aquel Palatino grasiento, solitario, arrasado como
Traces de recibir la población de una ciudad un mam
ciudad maldita y sembrado de muros que se tambaleaban
amenazando desplomarse, se animó de pronto, se pobló y
| retoñó otra vez con sus palacios y sus templos. Era la cu-
na misma de Roma; Rómulo fundó á Roma sobre aquella
m s muros tales como no los empleó jamás mngun fuerte [ meseta, dominando el Tíber, mientras que los Sabinos en-
SstiUo v toda esa inmensidad que hace que los visitante frente ocupaban el Capitolio. Los siete reyes de los dos si-
S i f l n i í V S l í tengan el aspecto de homugas e x t o Í! glos y medio de monarquía vivieron allí, indudablemente

¡
S ^ Hay S í u n tan extraordinario derroche de rcmen- allí encerrados, en aquel recinto de elevadas murallas que
toT^ ¿drilles, que uno se pregunta para qué h o m b « j sólo tenía acceso por tres puertas. E n seguida desarrollá-
™ra ™ é multitudes inmensas se construyó aquel edificio. ronse los cinco siglos de República, los más grandes, los
M ^ e r a q w ü o s escombros, diríase hoy que son rocas sin más gloriosos, durante los cuales se sometió primero á la
^materiales derrumbados desde cualquier a m a y península itálica y después al mundo entero á la domina-
a l l M m o n t o n a d o s para la construcción de una vivienda ción romana. Durante esos años gloriosos de luchas socia-
les y guerreras, Roma, al engrandecerse, ocupó las siete
^ J t ^ e d r o como aturdido por aquel pasado d m i * colinas, y el Palatino n o fué entonces más que la cuna ve-
nerable con sus templos legendarios que, después, se vió
n u T e n Z o centro se hallaba. Por todas partes, desde
S c t t m puntos cardinales del vasto horizonte r ^ u c ^ . | invadido poco á poco por casas particulares; pero César,
ta la Historia y subía hasta él con una ola desbordante en el que se encarnaba todo el poderío de la raza, acababa
3 Norte y al Oeste, aquellas azuladas llanuras que « de vencer, en nombre del pueblo romano entero á los Ga-
v e í a n h S t a l o infinito, eran las de la E t r u n a antigua; los, y pan Farsalia de triunfar como dictador y emperador,
L o n t e S de la Sabina recortaban hacia el Este s u s t o terminó la colosal faena de que los nuevos cinco sigjos de
X c ^ i mientras que hacia el ^ r , los moMes ^ imperio iban á aprovecharse fastuosamente con el galope
nos v del Lacio extendíanse bajo una lluvia del doraao desenfrenado de todos los apetitos. Y Augusto podía apo-
derarse del poder, la gloria había llegado á su colmo, los
millares de millones esperaban en el fondo de las provin-
cias á que fuesen á robarlos, comenzó la gala imperial en
la capital del mundo, á los ojos de las naciones lejanas,
deslumbradas y vencidas. Augusto n a d ó en d Palatino y
su orgullo, después de que la victoria de Actium le dió el
imperio, fué d de r d n a r desde lo alto de a q u d monte sa-
ver ü " t í l i , el Quíiinal y el Vimiml á su m p u e r i a , te grado, venerado d d pueblo. Compró las casas particulares,
las derribó, edificó su palacio con un esplendor de lujo
(« L ¿ t H 0 . . T » «tab»!« M W « " « " * tata»«*™» hasta entonces desconotido; un atrio sostenido por cuatro
tural. pilastras y ocho columnas; un peristilo al que rodeaban
(2) Baños d e agua templada. Cincuenta y seis columnas d e orden jónico; habitadores
(3) Estufa de los baños.

'i. 1,
Xugusto quedó satisfecha ta antigua y codiciosa ambición'
p a r t i c u l a r alrededor, todo f ^ J ^ f S
prolusión de mánnoles, llevados teste allí é c c s t a d e ^ de su pueblo, los siglos de paciente conquiste que empleó
enormes desde puntos distintos del para ser el pueblo rey. Es 1a sangre romana, la sangre de
lores más vivos y semejantes por su brillo á piedras p » Augusto, la que al cabo enrojeció al sol convertido en púr-
dosas. Se alojó con los dioses; elevó su palacio « r a í de pura. Es ta sangre de Augusto, divino, triunfante, sobera-
S m templo de Apolo y del de Veste para asegurarse así no absoluto de almas y cuerpos, esa sangre de un hombre
la^realeza divina y e t e r n a . Desde aquel momento habfee al que fué á parar la larga herencia de siete siglos de or-
arrojado allí la simiente de los p a l c o s i m p e n a t e é iban gullo nacional y del que una posteridad de orgullo univer-
á crecer, á pulular, cubriendo el Palatino entero sal incomensurabie y sin fin descenderá á través de las
¡Ahí ¡Aquella omnipotencia de Augusto, a q u e l l a c u a - edades. Porque desde entonces estaba hedió, y era la san-
« ¿ t e y cuatro años de un poder total, «%<>Íá o s o b r e h | gre de Augusto 1a que debía renacer y latir en las venas
mano tal cual no lo conoció j a m á s ni aun en b f e g g t i * de todos los amos de Roma, persiguiéndoles con el sueño
los ensueños ningún tirano, no te tenido nunca .igual eternamente reproduddo, de la posesión d d mundo. Por
Hfaose dar todos tos títulos y reunió en ^ persona »odas .un momento se realizó el ensueño. Augusto, emperador y
las magistraturas. Imperator y cónsul, tente el mando de pontífice, poseyó á la humanidad, 1a tuvo toda entera en
S o s las ejércitos y ejercía el poder ejecutivo; p r o ^ g j su mano sin reserva y como á cosa propia. Y luego, des-
tente la supremacía sobre todas las p r o v i n e ^ ; censor per- pués de ta decadencia, cuando d poder se dividió de nue-
S o y príncipe, reinaba sobre el senado, y tribuno era el vo y ha sido repartido otra vez entre reyes y sacerdotes,
amo del pueblo. Hizo además que le proclamasen Augus- los papas no tuvieron deseo más apasionado que ese ni
^ s a c a d o dios entre los hombres, teniendo sus t e m p ^ otra política secular, que 1a de querer reconquistar el po-
sus sacerdotes, siendo adorado en vi<tecomo una dmm- der civil, la totalidad de la dominadón, abrasándoles el
dad de paso por la tierra. Quiso por último ser corazón la sangre atávica, la bocanada roja y devoradora
Sice, uniendo el poder civil al poder rehgi^o ijahzando de la sangre del antepasado.
dehese modo y con un golpe de genio, la totalidad de la § Después de muerto Augusto, cerrado su palacio, consa-
d o m ^ c i ó n suprema á que 2 puede aspirar. El f a n pon- grado y convertido en un templo, vete Pedro surgir del
S ™ no podía vivir en una casa p r m d a y declaró la suya suelo el palacio de Tiberio. Era e n aquel mismo sitio, bajo
propiedad del Estado. El gran pontífice no se podfa ale- sus pies, bajo aquellas frondosas y verdes encinas que le
ü r del templo de Veste é instaló en su P ^ c i o »n tempb daban sombra á él. 'Lo soñó grande y sólido, con patios,
de esa diosí. dejando á las Vestales, al pie del Palatino, la pórticos, salas, á pesar del humor sombrío del emperador
custodia del antiguo altar. Nada se le oponía, porque com- que vivió lejos de Roma, en medio de una muchedumbre
P e r i c a m e n t e que la soberanía humana ta ™ de delatores y de gentes estragadas por los vicios, y con el
puesta sobre los hombres y ta soeaedad « ^ f ^ ^ S cerebro y jel corazón envenenados por el poder, con el que
doble poderío en una persona, en «ser á ta vez rey y sacer llegó hasta el crimen, hasta los accesos de las más extra-
dote, emperador y papa. Toda ta savia de una raza fuerg ordinarias demendas.
todas las victorias amasadas y todas tas fortunas aun • f- Después de éste era el palado de Calíguta el que surgía,
parcidas, florecieron tejo Augusto con un entender urn i como un ensanche d d palacio de Tiberio, con grandes ar-
l o q u e nunca más ¡djebían tener. Fué en realidad de ver cadas para alargar sobre ellas las construcciones, un puen-
S d el amo de ta tierra, que apoyó el pie sobre la f ^ te arrojado sobre el Foro y que iba á parar al Capitolio á
de los pueblos conquistados y pacificados, ^deándole uM donde el príncipe quería ir con facilidad para hablar con
gloria inmortal de arte y de literatura. Parece que, ea Júpiter, del que decía que era hijo, y d trono le volvió á
Roma—Tomo 1—V¿
{refrío del monte, enfrente de la vía Áppia; para que, de-
M e también tan feroz que le convirtió en un loco furiosd cían los compatriotas del emperador, los provincianos idos
desde el Africa, en donde él había naddo, pudiesen, desde
el horizonte, maravillarse de su fortuna y adorarle en su
dén, consideró pequeño para él el r a í & delicio- ¿oria.
Y entonces veía Pedro todo aquello en pie y resplande-

mmié^M
cesitando un palacio inmenso, y se apodero a«
ciente de lujo y de riqueza; tenía ddan$e> y á sU alrededor
todos aquellos palacios evocados y resudtados á la luz del
sol. Estaban como pegados los unos á los otros y separa-
dos apenas por estrechos pasadizos. Con d deseo de no
perder ni una pulgada de terreno en aquel monte sagra-
do, habían creddo en una masa compacta, lo mismo que
la eflorescenda de la fuerza, del poderío y d d orgullo más
desordenados, satisfadéndose con montones de millones
y sangrando al mundo entero para que uno gozase de todo,
feeagr^.« y, á la verdad, no había hecho allí más que un palado
único, sin cesar agrandado á medida que d emperador;
* T £ o s suceden los Flavios, con un reposo al principio difunto pasaba á ser dios y que el nuevo, decretando la
de la razón^y de la bondad 1 — ¡ ¿ £ ^ £ ¿ 2 * divinización de la mansión consagrada, convertida quizás
que construyeron muy ^ ^ r a s o m b r J d e la omni- en templo ó en la que quizás le espantaba la sombra de
con quien empieza o ^ vez la locura d0 la muerte, experimentaba la imperiosa necesidad de cons-
truir un palacio para él, detallar en la eternidad de la pie-
dra el indestructible recuerdo de su reino. Todos experi-
mentaron ese furor de la construcción, que parecía prove-
nir del suelo, del trono que ocupaban y que renacía en
cada uno de ellos con creciente intensidad devorándoles
con la necesidad de luchar, de exceder con la altura y es-
pesor de los muros á los que les habían precedido, sobre-
pujándolos con aquellos extraordinarios amontonamientos
— S S S S S í ' s s de mármoles, de columnas y de estatuas. Y el pensa-
miento de esa superviviencia gloriosa era la misma en to-
0.os y numioas, o comedor inmenso, su dos, dejar á las generadones asombradas el testimonio de
fe Z S M ^ ^ e s en las que el gram- su grandeza, perpetuarse con las maravillas que no debían
£ d ^ S o T e l alabastro se emplearon sin medida t j perecer, pasar para siempre sobre la tierra con todo su pe-
S i 3 o 5 > r artistas famosos y se prodigaron para deslum- so de colosos cuando ya d viento se hubiese llevado sus
ft.'SfU se añadfaotro g M j i l . « g ligeras cenizas.
me masa de todos los demás, el palacio de S e p í u n o j e v e Por esto la meseta del Palatino no fué más que tese ve-
T S S r u c c i ó n engendrada también por su orgullo con nerable de un momento prodigioso, una vegetadón feroz
T i J ^ T «rcadas que soportaban altas salas, pisos que se de edificios superpuéstos, apilados, en los que cada nuevo¡
devabansobwTteirazas» torres que dominaban h * t e c h j edificio añadido era como u n abceso eruptivo de la fiebre
£¡¡ amontonamiento babilónico, construido allí en d
Vió allí u n superintendente de los palacios réaleS fcttltfe»'
del orgullo, y cuya masa, con el Brillo de nieve de los do del Palatino; luego todo se anega, todo se hunde en la
blancos mármoles, con los tonos más vivos de los marmo- negra noche de la Edad Media. Parece ser que desde en-
les de color, acabó por coronar á Roma entera, y hasta a + tonces los papas ocuparon lentamente el puesto de los
la tierra, con la casa soberana, palacio, templo, basílica Césares sucediéndoles en sus abandonados palacios de már-
ó catedral, lo más insolente, la más extraordinaria que mol y en su voluntad siempre viva de dominación. Con
jamás se baya elevado bajo la capa del cielo. seguridad habitaron en el palacio de Septimio Severoy
Pero l a muerte estaba en ese exceso de fuerza y de glo- y se verificó u n concilio en la Septizonium de la mis*
ria Siete siglos y medio de monarquía y de república hi- ma manera que más tarde á Gelasio II eligiéronle en e¿
cieron la grandeza de Roma y cinco siglos de impeno monasterio de una colina inmediata y en aquel monte de
iban á comerse hasta el último músculo del pueblo rey. apoteosis. Era a ú n Augusto, saliendo de su tumba y ha-
Fué también lo que contribuyó el inmenso territorio, las ciéndose de nuevo dueño del mundo con su Sacro Colegio,
provincias más lejanas saquedas poco á poco, agotadas, j que iba á renovar el antiguo Senado romano. E n el siglo
el fisco devorándolo todo y abriendo la sima de la banca- x i i la torre de Septizonium pertenecía á los monjes ca-
rrota inevitable y el pueblo bastardeado, envilecido, enve- maldulenses los cuales la cedieron á la poderosa familia'
nenado con el tósigo de los espectáculos y luchas publicas de los Frangipani que la fortificaron como lo habían he-
y degenerado hasta llegar á la holgazanería desordenada I cho también con el Coliseo, los arcos de Constantino y de
de los Césares, mientras los mercenarios se batían y culti- Tito, convirtiéndolo todo en una vasta fortaleza que en-
vaban el suelo. Desde Constantino, tuvo Roma una rival, globa el monte venerable, la cuna, casi por completo. Y
Bizancio, y el desmembramiento se llevó á cabo con Ho- las violencias, de las guerras civiles, los estragos de las
norio y doce emperadores bastaron entonces para acabar invasiones pasaron como los huracanes, derribaron las
la obra de descomposición, con la presa moribunda que murallas y arrasaron palacios y torres. Más tarde vinieron;
había que despedazar, hasta llegar al último, á Rómulo generaciones que invadieron las ruinas y se establecieron
Ansústulo, el miserable enteco cuyo nombre es como una I en ellas con ei derecho del hallazgo y de la conquista, y
irrisión de toda aquella gloriosa historia, una doble bofe- • construyeron graneros, cuevas, depósitos de forraje ó cua-
teda dada al fundador de Roma y al fundador del impe- dras para el ganado. E n las tierras de acarreo que cubrie-
rio E n el desierto Palatino los palacios y el colosal amon- ron los mosaicos de las salas imperiales, creáronse huertos
tonamiento de murallas, de pisos, de terrazas de elevados ó se sembraron vides. P o r todas partes crecieron las orti-
techos, seguía triunfando. Y sin embargo ya habían arran- gas obstruyeron aquellos campos desiertos y los matorra-
cado adornos y quitado estatuas para nevárselas á Bizan- I les y l)as hiedras acabaron de destrozar los pórticos caídos,
ció El imperio, convertido al Cristianismo cerró los tem- Y llegó u n día en que el colosal amontonamiento de pa-
plos, apagó el fuego de Veste, respetando aún el antiguo lacios y de templos, y la triunfal habitación de los empe-
ícdadium, (1) la estatua de oro de 1a Victoria, símbo- radores, que el mármol debía hacer imperecedera, pareció
lo de la Roma eterna que había estado religiosamente como que se hundía en el polvo del suelo, desaparecía
guardada en la propia habitación del emperador. Hasta el bajo la oleada de tierra y de vegetación que la impasible
si (.¡o cuarto conservó su culto; pero al llegar al quinto, los Naturaleza, hizo rodar sobre ella. Cuando tí sol ardiente
bárbaros lo invaden todo, saquean é incendian á Roma, iluminaba todo aquello entre las flores silvestres, no se
llevándose á carros llenos los despojos que respetaron las veían más que enjambres de grandes moscas zumbadoras,
llamas. Mientras que la ciudad dependió de Bizancio, vi- mientras que los rebaños de cabras vagaban en libertad
6 través de la sala del trono de Domidano y d d hun-
(1) Templo d e P a l a s . dido santuario: de Agoto, _ ;„ ,..,
fes relucientes hojas 3e las venies éSftfnas, y SoBíS 6 J
Sintió Pedro un gran estremecimiento bíase aletargado ó pus pies bajo aquel gran calor. DeeidiO-
fio orgullo v grandeza! iY qué ruina tan rápida! ¿Un mim- se á abandonar el jardín dándose poca mafia para pisar
do barrido ¿ r a siempre! ¡Qué aliento nuevo, bártero y el desigual pavimento del camino 4e la Victoria y lleno
vengador debió soplar sobre aquella brillante g ¡ g g l l aún el espíritu de cegadoras visiones. Para que el <fia me-
para apagarla asi, y en qué noche reparadora, en qué ig se completo habíase propuesto ir á visitar por ta tarae ia
S r a J K e criatura salvaje, debió caer pam ^ a d a ^ antigua vía Appia. No quiso volver á la vía Julia y comió
de una vez con su fausto y sus obras m a ^ t r a s Preguntó en una hostería del arrabal, en una vasta sala meaio a
base, Pedro, cómo palacios enteros poblados aun por sus obscuras, completamente solo, oyendo zumbar las moscas,
admirables esculturas, sus columnas y f r ^ ^ J y allí pasó en el olvido más de dos horas esperando á que
bían podido irae enterrando poco á poco desaparecienlo declinase tí sol.
¡Ah! ¡Aquella vía Appia, antigua reina de las carreteras
sin q u e á nadie se le ocurriese la idea do a c u i r en su que atravesaba la campiña con su interminable línea rec-
Z Z para salvarlos. A tales obras ^ t o j ^ ta, con la doble hilera de sus orgullosas tumbas no fué
farde debían desenterrarse entre gritos un.versales de ad para él más que una continuación triunfal del Palatino!
miración ¿no íué una catástrofe que se las t r a g ó j ^ m o s Era la misma voluntad del esplendor y de dominación;
le ahogasen cosiéndoles primero las piernas, después la i ¡gual necesidad de eternizar bajo el sol y en tí mármol la
t t t T m £ S e el cuello hasta que | grandeza romana. El olvido estaba vencido; los muertos
la cabeza d e s a p a r e ó bajo la olla | Y cómo no consentían en el descanso, si no que permanecían er-
explicar que las generaciones que l ^ f a n asisüdo á m guidos para toda una eternidad entre los vivientes, en laS
„ í l ¡ndifprencia no tendieron una mano? Dijerase que dos orillas de ese camino, por el que pasaban fas multi-
S r e ef m S ' s e había corrido bruscamente negra cor* tudes del mundo entero y las imágenes deificadas de
Z y que era otra humanidad la que comenzaba con un aquellos que ya no eran más que polvo, siguen mirando
nuevo^erebro, que es preciso rellenar to» aún hoy á los que pasan con sus ojos vacíos y las inscrip-
se quedó vacía; no se reparó aquello que fas llamas o la ciones, que todavía hablan, dicen bien alto sus nombres
rapada desmocharon; una incuria extraordmam dejaba y sus títulos. Desde la tumba de Cecilia Metella á la que
que se hundiesen los edificios demasiado g^ndes ya m hay en Casal Rotondo, en esos dos kilómetros de carrete-
útiles- esto sin contar con que la nueva religión ba á los ra llana y directa, la doble hilera no se interrumpía anta-
E ! S antigua, se apoderaba de sus templos y de- ño, siendo como una especie de cementerio á lo laigo,en
r r e ^ t e s u s d i o s T i i n duda los terraplene.• - ^ u y e r a n el cual los ricos y los poderosos luchaban en vanidad á
ni desastre porque el suelo iba subiendo siempre, los aiu quien dejaría tí mausoleo más grande, decorado con más
i n í d t í P e T i l mundo cristiano, recubrían y m v j g prodigalidad y con más lujo; pasión de la supervivencia,
tenTa antimia sociedad pagana. Al saqueo de los templos deseo pomposo de inmortalidad, necesidad de divinizar la
S i ó \ T d f l o s techos de bronce y de las columnas;de muerte alojándola en los templos de los que la magnifi-
S o l y tí tolmo fué más tarde el saqueo de las piedras cencia del Campo Santo de Génova y del Campo Verano
y
= d a s 1 l Coliseo y al Teatro de Marcelo l a s ^ t a t u * de Roma, no son más que como lejana herencia. <gé
V los bajos relieves hechos pedazos á martillazos m evocación de tumbas desmesuradas á derecha é izquierda
arrojarlos al horno y emplearlos en la ^ n c a c i ó n d e ^ del pavimento glorioso que las legiones romanas hollaron
cal necesaria á los nuevos monumentos de la Roma ca al regresar de la conquista de la tierra! Esa tumba de
tÓ Cecilia Metella con sus bloques enormes, tenía los muros
E r a cerca d e la una cuando Pedro se^despertó como de
u n sueño; el sol caía como una UuY3# de o j » á través
lo bastante espesos para que durante la Edad Media Iá ffióhtes, y el otro lado de esto extiéndese la campiña ro-
convirtiesen en el torreón almenado de una fortaleza, mana inmensa y árida. Apenas, y cerca de las orillas, y á
Después todas las que la siguen; las construcciones mo- t bastante distancia unos de otros, veíase un gran pino pa-
dernas llevadas á cabo para poner en su siüo los fragüen- rasol, un eucaliptus, oh vares, higueras, todo ello blan-
tos de mármol descubiertos e n los alrededores; los anti- queado por el polvo. A la izquierda los restos de Acqua
guos macizos de cemento y de ladrillos, despojados de sus Claudia se destacan con su color de hierro oxidado, re-
esculturas y que aun permanecen en pie como rocas me í costándose sus arcadas sobre el fondo de los prados; esca-
dio carcomidas; los sillares desnudos, indicando aun cier- sos cultivos se extienden á lo lejos y viñedos con granjas
tas formas, los edículos á manera de templo, las columnas j pequeñas llegando todo ello hasta los montes de la Sabi-t
truncadas y los sarcófagos colocados sobre altos zócalos. ¡ na y Ide Alba de un azul violáceo en el que las manchas
Una admirable sucesión de altos relieves representaba ¡ >' más claras de Frascati, de Roca di Papa y de Albano, se
los retratos de los muertos por series de tres y de cinco, j ; engrandecen y blanquean á medida que uno se acerca;
de estatuas en pie en las que revivían los muertos en una ; mientras que á la izquierda, por la parte de mar, la llanu-
apoteosis, de bancos en los nichos para que los transeún- ra se extiende y se prolonga con vastas ondulaciones sin
tes pudiesen descansar bendiciendo la hospitalidad de los una casa, sin un árbol, con una grandeza sencilla y ex-
muertos, de laudatarios epitafios celebrando á estos, cono- I l traordinaria formando una línea única, plana en todo,
cidos y desconocidos, á los hijos de Sixto Pompeyo Justo,; I desde un extrem¡o á otTO y que la separa del cielo. Duran-
los Marcos Servüios Quartos, los Hilarios Fuscus, los Ra- te la fuerza del verano todo abrasa, la ilimitada pradera
birios Hermodoros, sin contar las sepulturas atribuidas al flamea con los tonos obscuros de la brasa. Desde Septiem«
azar á determinados personajes, como sucede con la de bre, aquel océano de hierba empieza á reverdecer y se
Séneca y lp de los Horacios y Curiaceos, y, por último, al | pierde á lo lejos entre el rosa y el amoratado hasta llegar
extremo la más extraordinaria, la más gigante, la que se i al azul brillante rayado de oro de las hermosas puestas
designa con el nombre de Casal Rotondo, tan grande, que ¡ de sol.
bajo las arcadas que la sustentaban y encima de las que Y Pedro, paseando sus meditaciones, iba solo, avanzando
había una doble rotonda, adornada con pilastras corintias con lento paso, á lo largo de la llana carretera, cuya me-
grandes candelabros y máscaras escénicas, ha podido es- I tencólica majestad está formada de soledad y de silencio,
tablecerse una granja con su bosquecillo de olivos. | I árida, recta hasta lo infinito en lo último de la campaña.
Mandó Pedro que le llevase el carruaje hasta la tumba En su mente empezaba otra vez la resurrección del Pala-
de Cecilia Metella y desde allí continuó el viaje á pie y. tino, las tumbas de las orillas del camino levantábanse
con mucha lentitud hasta Casal Rotondo. En algunos pa- otra vez con la blancura deslumbradora de sus mármoles.
rajes aparecía el antiguo pavimento con sus grandes losas ¿No sería allí, al pie de aquel macizo de cemento y de la-
cuadradas y pedazos de lava cuarteados por el tiempo y drillos, que afectaba la extraña forma de un gran vaso, en
que hacían dar fuertes vaivenes hasta á los coches mejor donde habían encontrado la cabeza de una estatua colosal
construidos. A derecha é izquierda hay dos bandas de mezclada con los restos de esfinges enormes? Y figurábase
hierba e n donde se alinean las ruinas de las tumbas, pero ver en pie la enorme estatua entre colosales esfinges sen-
es una hierba abundante de cementerio, agostada por los tadas. Más lejos, en la celdita de una sepultura, fué una
soles del verano y entre la que crecen grandes cardos vio- : hermosa estatua de mujer la que encontraron, pero sin
láceos y elevados hinojos. Un sencillo muro, de no mucha cabeza, y la veía entera, con un rostro de gracia y de fuer-
elevación y hecho de tapial sin argamasa, cierra de cada as que sonreía á la vida. De un extremo á otro las ins-
garte esos márgenes rojizos llenos de enjambres de salta- crigciones se completaban, iflgcripcioneg que Pedro leía y}
« o i x i p m m perfectamente, r e v i v i e r e como fieftoM§ 9 En sus meditaciones que ni siquiera se fijó en el joven
aquellos muertos de hacía dos mil años Y el camino se presbítero. Este se apartó cortesmente admirándole al ver-
poblaba también, rodando con «strépito los cairos des le solo y tan lejos; después comprendió lo que era al des-
lando los ejércitos con paso pesado, el pueblo d e j a inme- cubrir, tras una construcción inmediata, una soberbia ca-
diata Roma le codeaba con esa febril agitación de las po- ; noza tirada por dos caballos negros, al lado de la cual
blaciones grandes. Estaban bajo los remados de los Ha- aguardaba inmóvil un lacayo con librea obscura, mientras
vios, de tes Antoninos, en los años más que el cochero continuaba en su sitio en el pescante. Y
rio, cuando la vía Appia llegó al apogeo de todo el fausto entonces recordó que no pudiendo los cardenales andar á
Se sus tumbas M L , esculpid^ y decoradas como t c ^ pie por Roma tenían que salir en coche al campo si que-
píos ¡Qué carretera monumental de la muerte! ,Qué le- rían hacer algún ejerdcio. Pero, que altanera tristeza, que
í d o á Roma por ese recio camino en que los muertos os grandeza solitaria y como puesta aparte, la de aquel an-
acogían introduciéndoos entre los vivos con la extraor- ciano meditabundo, doblemente prüicipe, entre los hom-
S r i a pompa de un orgullo que sobrevida á sus cemml bres y (en religión, obligado á marcharse así al desierto y
¿En qué pueblo soberano, dominador del mundo, se da á pasear por entre las tumbas para poder respirar un po-
f ^ t a r i í , para que se hubiese confiado á sus muerto co d aire fresco de la tarde.
Bl cuidado de decir al extranjero que en él nada a c a t a *
; Pedro se había entretenido durante algunas horas; el
rf aun los muertos eternamente glorificados con desm^u- 11
crepúsculo se echó encima y pudo asistir á una admirable
rados monumentos? ¡Unos subterráneos dignos de una
' puesta dé sol. Hacia la izquierda la campiña tornábase de
duda déla, una torre de veinte metros de diámetro para
color de pizarra, confusa, cortada por las amarillentas ar-
enterrar á una mujer solal Y habiéndose vuelto Pedro 16
cadas de los acueductos, c©rra<fa á lo Lejos por los montes
S n X i d a d , al extremo de la soberbia carretera resplaa-
: Albanos que se evaporaban con rosados matices; mientras
deciente, bobeada con los mármoles de sus funebres pa-
que á Ja derecha, hacia el mar, el astro se bajaba entre
lacios el Palatino, que se elevaba á lo lejos con los már-
r nubecillas, entre todo un archipiélago sembrado en un
¿ S no menos h i l a n t e s de los palacios de los emper*
océano de áscuas á medio apagar. Y nada más, nada más
dores, enorme amontonamiento de edificios cuya supe
que ese c i d o de zafiro estriado de rubís, encima de la in-
macía dominaba toda la tierra. , mensa línea recia de la plana campiña; nada más, ni un
Estremecióse de pronto ligeramente; dos carabineros montículo, ni un árbol, ni un rebaño. Nada más que la
l o s q u e no había vfeto en aqudla desierta llanura, saliena negra silueta d d cardenal Boccanera, de pie entre las
de repente de entre las ruinas. El sitio no era de los mfc tumbas y que se destacaba engrandecido bajo la púrpura
seguros y la autoridad velaba discretamente por los cuno postrera del sol.
s ^ h a s t a en plena tarde. Y mucho más allá tuvo otro en- Al día siguiente muy temprano, dominado Pedro por la
cuentro que le emodonó; fué de un eclesiástico, d deu fiebre de verlo todo, volvió á la vía Appia para visitar las
anciano de alta estatura que vestía negra sotana ribetea«* catacumbas de San Calixto, que es el más vasto y el más
de 10jo y ceñida con una faja d d mismo color en e cual notable de los cementerios cristianos y aquel en que fue-
reconodó con sorpresa al cardenal Boccanera. Este se to ron enterrados muchos de los primeros papas. Se sube á
bía safido del camino y paseaba lentamente por la bañé través de u n jardín medio arrasado, cruzando por entre
de hierba de u n o de los costados, pasando por en medi olivos y cipreses; se llega á una casucha de tablas y de
de los altos hinojos y de los ásperos cardos silvestre;. J yeso, en la que han establecido un pequeño comercio de
con la cabeza baja cruzaba por entre los restos de las » objetos religiosos, y allí es en donde, por una escalera
gulturas gue hollaban sus m X ** m a a f i B moderna y relativamente cómoda, se puede bajar. Pedro
se consideró dichoso al encontrar allí ira penses franc ciudades subterráneas con largas calles, con amplias salas
encargados de guardar y d e enseñar á los forasteros aqu& capaces de contener muchedumbres ¡y en qué realidad
lias catacumbas. Precisamente en aquel momento un her- más pobre y humilde caía!
m a n o iba á bajar acompañando á dos señoras, dos fran- - S í , señora, es cierto,—decía el religioso respondiendo
cesas, madre é hija, la una adorable por su juventud y á las preguntes de la madre y de la h i j a , - e s t o no tiene
la otra m u y hermosa aun. Y ambas sonreían, un poco mucho más de u n metro y dos personas no podrían pasar
apuradas, sin embargo, mientras el trápense encendía las de frente. ¿Y cómo lo han ahondado? Pues de la manera
largas y delgadas velillas. El hermano tenía una f~ más sencilla. Una familia, ó una corporación fúnebre,
abombada, una fuerte y desarrollada mandíbula, p: abría una sepultura ¿no es esto? Pues bien, con el pico
del creyente testarudo, y sus pálidos ojos claros revel: empezaban ahondando una primera galería en este terre-
cuan grande era la infantil ingenuidad de su alma., no que estaba formada por una toba granular, una tierra
—¡Ah! Llegáis á tiempo, señor abate... Si estas señores rojiza como véis á la vez blanda y resistente, muy fácil
no tienen en ello inconveniente os reuniréis con nosotros, F trabajar y absolutamente impermeable, una tierra hecha
porque abajo hay ya tres hermanos que acompañan á exprofeso y que conservó maravillosamente los cuerpos.
varios forasteros, y tendríais que esperar muchísimo tiem- Interrumpióse para enseñar á la débil luz de su vela
po... Esta es la estación en que más abundan los jos huecos ahondados á derecha é izquierda en las pa-
teros. _
Las señoras inclinaron eortesmente la cabeza y el her- -Mirad, esto son los loculi... Abrían, como decíamos
m a n ó entregó á Pedro una de las delgadas velillas. Ni la ana galería subterránea, en la cual, á los dos lados, practi-
madre ni la hija debían ser devotas porque dirigieron una raban huecos superpuestos en los que depositaban los
mirada oblicua á la sotana de su acompañante y se pu- "lerpos las más de las veces envueltos en un sencillo su-
sieron serias. Bajaron y llegaron á una especie de mo, cerrando luego la abertura con una plancha de ma-
dor m u y estrecho. dera que cubrían con mucho esmero con cemento Des-
—Tened cuidado, señoras,—dijo el religioso alumb de luego ¿no es esto así? Todo se explica. Si otras familias
do el suelo con su vela,—y n o vayáis deprisa porque aquí jto unían á la primera, si 1a corporación se extendía, iban
hay muchos altos y bajos. prolongando la galería á medida que se llenaba y enton-
Y dió principio á la explicación con una voz aguda ~ abrían otras á derecha é izquierda, en todos sentidos
con una fuerza de certitud extraordinaria. Pedro hal egiban hasta ahondar otro piso debajo de la primera
bajado en silencio, con la garganta oprimida y muy emo- Mirad; aquí hay una galería que m u y bien tiene cuatro
cionado latiéndole con fuerza el corazón. ¡Ahí ¡Cuántas ®elros de alto. Naturalmente se hace uno la pregunte de
veces, en la época inocente en que se hallaba en el Semi- tómo podían levantar los cuerpos hasta esa altura; pero
nario, había soñado con aquellas catacumbas de los pri- •P los izaban, sino por el contrario los bajaban, pues
meros cristianos! Y raí época posterior, mientras escribís' «ntinuaban ahondando el suelo en cuanto la hilera de
su libro ¡cuántas y cuántas veces n o pensó en ellas co —tos de a b a j o estaba llena... Y de este manera es como
en el más antiguo y venerable vestigio de aquella cor u, en menos de cuatro siglos, abrieron más de dieciseis
nidad de los pequeños y de los sencillos á que él predi btometros de galerías e n las que han debido enterrar á
ba debía volverse! Pero tente el cerebro lleno con las pá- Jás de un millón de cristianos. Y las catacumbas exis-
ginas que han escrito poetas y grandes prosistas acerca de T á ¿«cenas; toda la campiña romana está llena de
las catacumbas. Las veía á través de ese engrandecimiento; ws. Pensad en ello y haced el cálculo.
de la imagnación y las creía muy vastas, semejantes k Escuchaba Pedro sobrecogido. E n otros tiempos había

K :
visitado una mina de carbón en Bélgica y turas murales y enseñaban el sitio en que se había descu-
la catacumba, los mismos corredores ahogados l ^ M g ® bierto el cuerpo de Santa Cecilia. Continuaba ta explica-
L T d e z asfixiante y un vacío de obscundad y de silencio ción, comentando el religioso las pinturas, sacando de allí
i T v e l i l l a s eran lo único que brillaba como e s p i t a s e * á la fuerza la confirmación irrefutable de todos los sacra-
tas tinieblas que n o disipaban. Y al cabo comprendió ^ mentos y de todos los dogmas, el bautismo, la eucaristía,
trabajo de termitas funerarios, aquellos a g u j ¡ < m j e J f e la resurrección, Lázaro saliendo de la tumba, Jonás arro-
abiertos al azar á impulso de l a n e c e s i d a d agrandad» jado á la playa por la ballena, Daniel en el foso de los
pero sin arte alguno, sin alineac ón sm simetrta y al ^. leones, Moisés haciendo brotar agua de la peña y el
£ * » de la herramienta. El suelo desigual subta y bap- Cristo sin barba de las primeras edades haciendo mi-
L á cada paso, las paredes estaban al biés y allí no se na- _
bga hecho nada con el auxilio de la plomada, ni ae w e _ Y a lo estáis viendo, todo esto es auténtico,—repetía,
cuadra. Aquello n o era más que una obra de la neresioaa^ _ n o j ^ yJ ———^ j ^ d a que
i-— — lo sea más; —r n o —
se xpreparó
x nada.
T._d .e T a £^^A^A ^ T c¡5 ^«abo
£ S * ZHATOAI o oor
por inocentes
i n o p e s sepultureros
s e p u l = A . una__ pregunta
„„,«,,„1,, de pPedro,« i m mito
cuya admiración
admiración iba
iba em
en au-
L buena voluntad, de trabajadores l ^ ^ c i a Esto^ mento, convino en que las catacumbas eran primitiva-
la poca habilidad de la m a n o y en la decadencia^ Esto » mente sencillos cementerios en le» que n o se celebraba
notaba más que en nada, en las inscripción«* y en los em- ninguna ceremonia religiosa. Más tarde únicamente, al
l i n a s grabados en las placas de mármol. Al verlo dijéra-
S Z Re trataba de esos dibujos pueriles que los chiqu*
líos de la calle trazan en l a s paredes.
_ F i j á o s y veréis que las más de las veces n o hayflfe
Í llegar el siglo iv, cuando se honró á los mártires, se utili-
zaron las criptas para el culto. Sólo fueron un l u ^ r de
I refugio durante las persecuciones en las épocas en que
los cristianos tuvieron que ocultar las entradas. Hasta en-
que u n nombre... otra ni esto y sí úmcamente las p ^ ¡; tonces habían permanecido abiertas pero de una manera
E in pace... Otras veces hay u n emblema, la paloma de j legal. Y esa era la historia verdadera; cementerios de los
l a u r e l la palma del martirio 6 bien el pescado, cuyo cuatro primeros siglos, convertidos en lugares de asilo, y
Z S m & T S compuesto de g g » $ k asolados durante las persecuciones; venerados en seguida
son las iniciales de las cinco palabras: Jesu-Cristo Hijo ! hasta el siglo V I I I en que las despojaron de sus sagradas
de Dios, Salvador de los hombres. I reliquias hasta que cayeron en el olvido cegidas por las
Acercaba la vela y se veía la palma con un solo ras?) tierras,
^ } ocultas
- bajo
4 - éstas durante más de setecientos años
ccentral
e n t r a lerizado
i z a d o con L o s más
otros mas pequeños
pe4uc.11/0 á« los.lados;
. la
- •p. y, en tal olvido, que los primer*» trabajos que se hicieron
loma ó el pescado hechos con-un trazo de contorno, con pa ra buscarlas en el siglo xv las pusieron de manifiesto
la cola figurada por u n zig zag y los ojos por un punt . ^ ^ u«u. n extraordinario,
- - u n verdadero problema
problema
» T . Ï Ï , S, ... de las lacónicas lo^A-nírac inscripciones,
inscriociones. íbanse i , m / j „ „ acerca
O » . histórico —.„ del,1,0 cual
„„„1 no„ „ se ha
v,„ dicho la última
,',n:m<, pala-
r C é s , siendo desiguales, sin forma, la tosca escultura bra más que en nuestros días.
de los ignorantes ó de los sencillos. —Tened la amabillidad de inclinaros un poco, señoras,
Pero llegaron á u n a cripta, á una especie de sala, en & —dijo complacientemente el religioso.—Ved en este nicho
oue se habían hallado las sepulturas de muchos p a j * un esqueleto al que nadie ha tocado. Está ahí desde hace
S f r e o t r a T varias la de Sixto H, un santo mártir, ^ to mil seiscientos ó mil setecientos años y eso permite com-
ñor del cual leíase una inscripción m é t n ^ s o b e r t o , ^ prender cómo colocaban los cuerpos... Los sabios dicen
toda allí por el papa Dámaso y m á s addante^ en m que es una mujer... mejor aun una joven... El esqueleto
S £ tan pequeña como la otra, veíase la tumba de m estaba aún intacto el año pasado; pero ya lo véis el crá-
femifia, decorada más modernamente con inocentes p neo está roto... Fué un norteamericano el que lo hizo
¡Estar al fin en paz, dormir en paz y esperar en paz el
con la p i a f e 3el bastón pam asegurarse de que la caEé> délo futuro después de haber llevado á cabo la misión
za no estaba falsificada. impuesta! ¡Esa paz parecía tanto más deliciosa cuanto la
Inclináronse las señoras y sus rostros peídos ilumina- gozaban con una humildad perfecta! Indudablemente los
dos por la luz débü é incierta de las vetillas, revelaron sepultureros trabajaban al azar con irregularidades de obre-
una piedad no exenta de horror. La hija sobre todo ton ros poco diestros; los artistas n o sabían grabar un nom-
exuberante de vida; con su boca de rojos labios sus gran- bre ni esculpir una palma ni una paloma. Todo el arte
des ojos negros, presentóse durante un momento lastimo- desaparecido. Pero ¡qué humanidad joven se elevaba de
sa y ¿oliente. Y todo cayó en la s o m b r a , cuando se levan- aquella pobreza, de aquella humildad y de aquella igno-
taron las velas y continuaron atravesando las espesas ü- rancia! Los pobres, los pequeños, los míseros, el pueblo
nieblas á lo largo de las galerías. Durante una hora sigmj pululando echado, adormecido bajo la tierra, mientras
aún la visita, porque el guía no perdonó ni ™ * ^ que allá arriba el sol continuaba su obra. Una caridad y
niendo preferencias por ciertos siüos y excitado por el una fraternidad en la muerte; el esposo y la esposa con
celo como si trabajase en favor de los viajeros. frecuencia reposando juntos y con tí niño á sus pies, la -
Y Pedro siguió examinando todo, mientras que en él oleada desbordante d e los desconocidos que hacía desapa-
se operaba una transformación profunda. Poco á poco y f reciese el personaje, el obispo, el mártir, la más conmo-
á medida que veía y comprendía, su estupor, *u asombra vedora de todas las igualdades, la de la modestia en el
de los primeros momentos al encontrar la realidad tan fondo de aquel polvo, los nichos iguales, las lápidas sin
distinta del embellecimiento con que la adomaran n a m . un adorno, la misma discreción y la misma ingenuidad
dores y poetas; su desilusión al haber ido á pariar á_ aqu* confundiendo las hileras sin fin de adormecidas cabezas.
líos agujeros de topo, tan pobre y groseramentelabrato Era muy raro que aquellas inscripciones se permitiesen
en el fondo de aquella tierra rojiza, cambiáronse en una | ninguna alabanza y si las había, cuán prudentes, cuán de-
emoción fraternal, en un enternecimiento que le trastor- licadas eran; los hombres muy piadosos y muy dignos,
naba el corazón. Y no le sucedía esto al pensar en aqu* las mujeres cariñosas, castas, bellas. De todo ello despren-
Uos mil quinientos mártires, cuyas, sagradas osamentas díase un perfume infantil, una ilimitada ternura y am-
descansaban allí, si no al recordar á aquella humanidad pliamente humana; la de la muerte en la primitiva co-
dulce, resignada y alentada por la esperanza en la muerte. | munidad cristiana, de esa muerte que se ocultaba para
Para los cristianos, aquellas obscuras y profundas galenas, revivir y que no soñaba con el imperio del mundo.
no eran más que un lugar temporal de sueno. Si no que- De una manera brusca vió Pedro evocarse ante su me-
maban los cuerpos, como los paganos, y si los enterraban moria el recuerdo de las tumbas de la víspera, aquellos
era poique habían aprendido de los judíos su c r e e r á n suntuosos sepulcros que había evocado en las dos orillas
la resurrección de la carne; y esa idea venturosa del sue- de Ja vía Appia y que hacían gala á la luz del sol del or-
ño del buen descanso, después de una vida honrada, es- gullo dominador de todo un pueblo. Relumbraban con
perando las recompensas celestes, hacía soberbia ostentación, con sus dimensiones colosales, su
Como una dicha la paz inmensa, el encanto infinito de la amontonamiento de mármoles, sus inscripciones indiscre-
ciudad subterránea. Todo hablaba allí de noche negra y tas, sus obras maestras de la escultura, frisos, bajos y al-
Slenciosa; todo dormía en una inmovilidad enagenafc, tos relieves, estatuas. ¡Ah! ¡Qué avenida más pomposa de
esperando pacientemente hasta tí lejano despertar. 6 U | la muerte en pleno campo raso, conduciendo, como en
S r S g o más conmovedor que aquellas lápidas de m ^ una vía triunfal, á la ciudad eterna y reina, y qué contras-
mol ó de arcilla recocida que m siquiera llevaban un te más extraordinario cuando se la comparaba á la ciudad
nombre y en las que únicamente estaban grabadas las Roma - Tomo I - lá
palabras in pace, en paz?
m
sUHérrSnéa de los cristianos, á esa ciudad de la muerte Pero aquellas señoras estaban muy cansadas, domina-
oculta, tan dulce, tan hermosa y ten casta! En esta no ha- das por un malestar muy grande producido por la obscu-
bía más que sueño, una noche apetecida y aceptada, una ridad de aquellos lugares y por haber oído tantas histo-
serena resignación á la que no costaba ningún esfuerzo rias de muertos, y se empeñaron en subir. Aparte de esto
entregarse al buen descanso de la sombra, esperando las las delgadas vetillas estaban acabándose y todos experi-
dichas del cielo: y no se encontraba, hasta que se hallaba mentaron como un deslumbramiento cuando llegaron á
moribundo el paganismo y perdía su belleza, esa falta de lo alto y se detuvieron ante la tiendecita de objetos pia-
habilidad de los ingenuos obreros que contribuía á dar dosos. La señora joven, compró un pisa-papeles, un peda-
cierto encanto á esos cementerios, ahondados en lo pro- zo de mármol en el que estaba grabado el pez, el símbolo
fundo del suelo, lejos del sol, en la noche profunda de la de Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador de los hombres.
tierra. Tal vez descansaban en aquellas humildes tumbas La tarde de aquel mismo día tuvo empeño Pedro en vi-
millones de seres acostados en aquellas sepulturas ahon- sitar la basílica de San Pedro. Hasta entonces no conocía
dadas en la tierra horadada como por prudentes hormi- más que la grandiosa plaza que había atravesado en co-
gas. Habrían dormido su sueño durante siglos y seguirían che, viendo su obeligco, sus dos fuentes en el gran cuadro
'durmiéndolo, misteriosos, mecidos por el silencio y la de la columnata de Bernin, esa cuádruple hilera de co-
obscuridad, si los hombres no hubiesen turbado su deseo lumnas y de pilastras que hace á la plaza como una cin-
de olvido antes de que las trompetas del juicio final les tura de monumental majestad. En el fondo se eleva la
llamasen á resurrección. La muerte habló entonces de la basílica, encogida y achaparrada por su techada, pero lie-
vida, pues no s e había encontrado nada más viviente, de nando el cielo con su cúpula soberana.
una vida más íntima y más conmovedora que aquellas Bajo el sol ardiente extendíanse pendientes empedradas,
ciudades de muertos sin' nombre, ignorados é incontables. desiertas; sucedíanse los escalones bajos, carcomidos y
E n otros tiempos salió de ellas un soplo inmenso, el alien- blanqueados por el uso y Pedro entró. Eran las tres de la
to de una humanidad nueva que iba á renovar el mundo. tarde, grandes haces de rayos luminosos caían desde las
Con la humildad, con el desprecio de la carne, con el ren- elevadas cuadradas ventanas, mientras que se celebraba
cor aterrado de la naturaleza, el abandono de los goces una ceremonia, vísperas sin duda, que comenzaban en la
terrestres y la pasión de la muerte que abre y cierra el capilla Clementina á la izquierda; pero no pudo oir, pues
paraíso, empezaba otro mundo. Y la sangre de Augusto, le impresionó nada más que la inmensidad de la nave. A
ten orgulloso al mostrar su púrpura al sol, tan relumbran- pasos lentos, con los ojos al aire, recorrió aquellas desme-
te de soberano dominio, pareció como que se ocultaba du- suradas distancias. Todo era grande desde la entrada: gi-
rante un momento, como si la tierra nueva la hubiese gantescas pilas de agua bendita con sus ángeles regorde-
absorvido en el fondo de sus tinieblas sepulcrales. tes como amorcillos; te nave central, la colosal bóveda
El religioso insistió en su empeño de enseñar á aqUfr redonda, adornada con artesonados; lo eran sobre todo en
lias señoras la escalera de Diocleciano y les contó la le- el crucero los cuatro pilares ciclópeos que sostienen la cú-
yC pula, como también los altares laterales que forman los
—Sí, u n milagro... Bajo ese emperador, los soldados brazos de 1a cruz y el ábside, cada uno de los cuales es
perseguían á los cristianos que se refugiaron en estas ca- por sí solo ten grande como una de nuestras iglesias. Le
tacumbas y cuando aquellos entraron siguiéndolos, se impresionaron también la pompa orgullosa, el fausto es-
rompió la escalera y se cayeron todos... Los escalones es- plendente, aplastante; la cúpula que, semejante á un astro,
tán hundidos aún hoy en día, .Venidlo á ver, pues es resplandecía con tonos vivos y combinados de los mosai-
4 pasos de aguí. cos; d suntuoso solio, cuyos bronces se sacaron del Pan-
poca concurrencia y los curas confesores pasaban el tiem-
theon, y que corona el altor mayor erigido sobre la tumba po escribiendo ó leyendo, lo mismo que si dentro de los
misma de San Pedro, y desde cuyo altar baja la doble es- estrechos confesionarios estuviesen en su casa. Y volvió
calera de la Confesión, que iluminan las ochenta y siete á encontrarse ante la confesión llamándole la atención las
lámparas continuamente encendidas; por último los már- ochenta y siete lámparas tan brillantes como estrellas. El
moles, una profusión, una prodigalidad de ellos extra- altar mayor, en el cual sólo puede oficiar el papa, parecía
ordinaria; de mármoles blancos, de mármoles de color, tener una altanera melancolía de soledad bajo el florido y
puestos de muestra, amontonados ¡ahí ¡Esos mármoles po- gigantesco solio de bronce, cuya mano de obra" y dorado
licromos de que Bernin tuvo la locura lujosa; el espléndi- habían costado más de medio millón. Acordóse después
do enlosado en que todo el edificio se refleja; el revesti- de la ceremonia que se estaba celebrando en la capilla
miento d e los pilares adornados con medallones que repre- Clementina, y se asombró porque no oía absolutamente
sentan papas y alternan con otros en que están grabadas nada. Creyó que la habrían terminado y quiso asegurarse
la tiara y las llaves y que sostienen mofletudos ángeles; de ello, y entonces, á medida que se iba acercando, se
los muros cargados de atributos, entre los cuales se repite " apercibió de u n soplo ligero, como una tocata de flauta
por todas partes la paloma de Inocencio X; los mchos con que viniese de m u y lejos. Esto fué aumentando y n o se
sus colosales estatuas de u n gusto barroco; las tribunas y j. conoció que se trataba de órgano hasta que estuvo delante
sus barandas, l a balaustrada de la doble escalera de la de la capilla. Rojas cortinas corridas delante de las venta-
Confesión, y los altares ricos y los sepulcros más neos nas tamizaban el sol y la capilla estaba enrojecida con
aúnl Todo, la gran nave, las bajas, las laterales, el ábside^ una claridad de horno y llena de la sonoridad de una mú-
era d e mármol, sudaban el mármol, resplandecían con la sica grave; pero ¡cuánto se perdía, cuánto se reducía en la
riqueza del mármol sin que se pudiese descubrir u n rin- | inmensidad de aquella nave hasta el extremo de que á se-
cón del tamaño de la palma de la mano que no estuviese ' senta pasos de la capilla no se oían ni las voces ni el so-
cubierto y no hiciese la insolente ostentación del mármol. noro resonar de los órganos!
Y la Basílica triunfaba sin discusión, reconocida y admi- Al entrar creyó Pedro que la iglesia estaba completa-
rada por ser la iglesia más grande y más opulenta del mente vacía, inmensa y muerta; después se apercibió de
mundo, la enormidad en la magnificencia. I . la presencia de algunos seres, adivinados á lo lejos. Había
Pedro seguía andando, vagaba errante por las naves, allí gente, pero tan espaciada, tan contada, que aquello
mirando abrumado por todas partes y sin distinguir nada. j era como si n o hubiese nadie. Los viajeros ansiosos se per-
Se detuvo u n momento ante el San Pedro de bronce, de dían allí fatigando sus piernas y llevando en la mano la
rígida y hierática apostura sobre su gran zócalo de mármol. guía. E n medio d e la gran nave un pintor con su caballe-
Algunos fieles se acercaban para besarle el pulgar del pie te tomaba una vista del templo con tanta tranquilidad
derecho, lo que hacían unos limpiándolo antes, y otros sin \ como s i se hubiese hallado en un museo público. Desfiló
enjugarlo lo besaban, apoyaban la frente y después lo vol- en seguida todo un seminario francés, guiado por un pre-
vían á besar. Volvióse en seguida al altar lateral de la iz- lado que les explicaba los monumentos; pero esas cincuen-
quierda, el que formaba el brazo de la cruz, en el que se ta, esas cien personas, n o eran nada, apenas causaban aún
hallan los confesionarios y en los que hay constantemente más efecto en aquella extensión tan grande que el de unas
presbíteros prontos á confesar en todas las lenguas mien- cuantas hormigas negras extraviadas, buscando azoradas
tras que otros esperan armados con una larga varita con su camino. Y desde luego la sensación ¿neta que experi-
la que golpean ligeramente en la cabeza á los fieles-que se mentó fué la de que se hallaba en un gigantesco salón de
arrodillan ante ello.% y á los que, con ese golpecito, se con- gala, en una verdadera «sala de ¡»sos E8wW«8)9«8l©aouEV0 IEON
ceden treinta días de indulgencias. Había, sm embargo,
BIBLIOTECA TA8IA

"ALFGNÜ m W
koii. am m*mm,u&m
ffelaclfj 3é aífiTéfiSIófife desmesuradas. Cas grandes cionles y escena de grande ópera. Evocó lo que sabía de la"
chas de luz que se proyectaban en el suelo, y que éntrate magnificencia de ayer: la basílica llena de bote en b ie
por las cuadradas ventanas sin cristales de color, iluminá- desbordándose de ella una multitud idólatra, el cortejo
banlo todo con cegadora claridad y la atravesaban de par- sobrehumano desfilando en medio de las frentes proster-
De á parte con su gloria. Allí no había ni u n banco ni una nadas; la cruz y la espada abriendo la marcha; los carde-
silla, nada más se veía que tm enlosado soberbio y desnu- nales desfilando de dos en dos como dioses de pléyade,
do hasta el infinito, un enlosado de museo, que hacía es- revestidos con roquete de encaje, con sotana y manto de
pejismos bajo la lluvia movediza de los haces de rayos de moaré rojo y del que los caudatarios llevaban la larga co-
luz. No había ningún rincón para el recogimiento, ni un lla; por último, el papa, como Júpiter todopoderoso, lle-
sitio con sombra y misterio para arrodillarse y rezar. For vado en andas de rojo terciopelo, sentado en un sillón
todas partes la claridad viva, el deslumbramiento de una rojo y oro y vestido de blanco con capa pluvial de tisú de
soberanía y de una suntuosidad de pleno día. Y á él le oro, la estola dorada y la tiara cubierta de pedrería de
impresionó aquella sala de ópera, tan desierta, duminada gran valor.
con tales fulgores de oro y de púrpura porque llegaba allí Los portadores de la «silla gestatoria» espléndidamente
con el sobrecogimiento de nuestras catedrales góticas, en vestidos con sus túnicas rojas bordadas con seda. Los
las que obscuras muchedumbres rezan y sollozan entre un flabelli agitando por cima de la cabeza del pontífice único
bosque de pilares. ¡Y él que llevaba el dolorido recuerdo y soberano, los grandes abanicos de costosas plumas se-
de la arquitectura y de la estatuaria expresiva y demacra- mejantes á 1os que en tiempos lejanos agitaron el aire an-
da d e la Edad Media, que toda es alma, se halló en medio te los ídolos de la antigua Roma ¡y qué corte más esplén-
de aquella majestad aparatosa, de una pompa enorme y dida, gloriosa y deslumbrante alrededor de la triunfal si-
vacía que era todo cuerpo! E n vano buscó una pobre mu- lla gestatoria! Figuraba allí toda la familia pontifical, la
jer arrodillada, un sér que tuviese fe ó sufriese y que en oleada de los prelados asistentes, patriarcas, arzobispos,
una media claridad pudorosa se abandonase á lo descono- obispos vestidos de oro y cubiertas las cabezas con áureas
cido y hablase con la boca cerrada con lo invisible Allí mitras; los camareros secretos participantes con sus tra-
no había otra c o s a más que el fatigoso ir y venir de los jes color violeta; los camareros de capa y espada partici-
curiosos viajeros; el aire atareado de los prelados acompa- pantes llevando el traje de terciopelo negro con gorguera
ñando á los presbíteros jóvenes á las estaciones obliga y cadena de pro, y tras estos el inacabable séquito ecle-
rias; mientras tanto que continuaban las vísperas en la siástico y laico, que necesita más de cien páginas de la
capilla de la izquierda sin que el ruido llegase á oídos de Jerarquía para ser enumerado; los protonotarios, los cape-
los que visitaban la iglesia más que como una onda con- llanes, los prelados de todas clases y grados, sin contar con
fusa, el tañido de u n a campana colocada fuera y lejos ) la casa militar; los gendarmes con gorra de pelo; los guar-
q u e ' b a j a s e á través de las bóvedas. dias suizos con coraza de plata y calzas rayadas de amari-
llo, negro y rojo; los guardias nobles soberbios con su lu-
Comprendió Pedro que allí estaba el espléndido esque- josa vestimenta, sus altas botas, su calzón de piel blanca,
leto de u n coloso monumental, cuya vida se iba retirando. levita bordada de oro y las sardinetas, cordones y casco
E r a n precisas para llenarlo y para animarlo con su alma de oro.
verdadera, las magnificencias todas de las pompas religio-
sas Se necesitaban allí los ochenta mil fieles que puede Pero desde que Roma era capital de Italia, las puertas
contener la nave, las grandes ^ r e m o n i a s p o n t i f . c a . e s tí no se abrían de par en par, si no que por el contrario, las
esplendor de las fiestas de Navidad y de Pascua, desfiles cerraban con celoso cuidado; y en las contadas ocasiones
y cortejos que desarrollasen el lujo sagrado, con decora- en que bajaba el papa á oficiar, á mostrarse como el su-
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premo elegido, Dios encamado sobre la tierra, la basílica- Jas veintiuna columnas de Santa María del Transííberé,
no se llenaba más que de convidados que, para entrar, de todos los órdenes, arrancadas de los templos de Isis y
tenían que presentar la esquela de invitación. Aquello ya Serapis, y en cuyos capiteles consérvanse aún por cierto
no era el pueblo, los cincuenta, los sesenta mil cristianos las figuras con que se las adornaron; las treinta y seis co-
corriendo, agolpándose, amontonándose al azar de la olea- lumnas de Santa Marte la Mayor, de orden jónico, proce-
da- era la elección, la concurrencia amiga, escogida para dentes del templo de Juno Lucinia; las veintidós colum-
solemnidades particulares y á puerta cerrada y hasta en nas de Santa María de Araceli, todas de materias distin-
aquellos casos en que se llegaban á reunir algunos milla- tes, lo mismo que es desigual su procedencia, dimensión
res, no había más que un público limitado, convidado al y trabajo, y que la leyenda quiere que algunas hayan sido
espectáculo de u n concierto monstruo. quitadas al mismo Júpiter, al templo de Júpiter Capitali-
Y cada vez más, y á medida que recorría ese museo río no que se elevaba en el mismo sitio en la sagrada cima.
y majestuoso, en medio del brillo duro de los mármoles, Aun hoy los templos de la rica época imperial renacen en
estaba Pedro penetrado de la sensación de que se hallaba las basílicas suntuosas^ en San Juan de Letrán y en San
en un templo pagano, levantado al dios de la pompa y de Pablo de fuera de los muros.
la luz Un templo de la Roma antigua hubiera sido ente- La basílica de San Juan de Letrán, madre y cabeza de
ramente igual, con las paredes revestidas con los mismos : todas las iglesias, desenvolviendo sus cinco naves, dividi-
mármoles policromos, iguales preciosas columnas é idén- das por cuatro hileras de columnas, alineando sus doce
ticas bóvedas con dorados artesonados. Esa misma sensa- estatuas de los Apóstoles, como u n doble alineamiento de
ción debía experimentarla con mayor intensidad al visitar dioses conduciendo al maestro de los dioses, prodigando
las otras basílicas que iban á concluir por hacer que cono- los bajo relieves, los frisos y las cornisas ¿no era el palacio
ciese la verdad indiscutible. F u é al principio la- iglesia de honor de una divinidad pagana cuyo opulento reinado
cristiana instalándose con toda audacia y tranquilidad en pertenecía á este mundo? Y, en San Pedro sobre todo, tal
el templo pagano: San Lorenzo in Miranda, que se instaló y conforme lo han terminado con sus esplendores de los
como en su casa en el templo de Antomno y de Faustino, mármoles nuevos ¿no se encuentra la mansión de los In-
del que conservó el lujoso pórtico de mármol cipolmoy mortales del Olimpo, el templo tipo, la majestuosa co-
el hermoso cornisamiento de mármol blanco; ó bien la lumnata bajo el techo plano, con dorados artesonados, el
iglesia cristiana que retoñaba de un tronco caído», del an- pavimento de mármol de una belleza de materiales y de
tiguo edificio destruido, como el San Clemente actual, por trabajo incomparables, las pilastras con los zócalos violeta
ejemplo, bajo el que hay siglos de creencias contrarias y los capiteles blancos, el cornisamiento blanco con friso
estratificadas, un monumento muy antiguo del tiempo de violeta y por todas partes la combinación de esos dos co-
la república, otro de la época del impeno, en el que se lores de una armonía divinamente carnal, que hacía pen-
reconoció recientemente un templo de Mithra, en fin, una sar én los cuerpos soberanos de las grandes diosas baña-
basílica de la primitiva fe. Seguía en seguida la iglesia das por la aurora?
cristiana, como Santa Ana del C a m p o construyéndo» E n ninguna parte, ni más ni menos que en San Pedro,
bajo el mismo modelo de la basílica civil de los romanos no había ni un rincón de sombra, ni un rincón misterio-
del tribunal y de la bolsa que acompañan á todo foro, 3 so, abriéndose sobre lo invisible. Y al menos San Pedro
era más que nada la iglesia cristiana construida con os seguía siendo el monstruo por su derecho de coloso, gran-
materiales sacados de los templos paganos en juinas; a de entre los más glandes, testimonio desmesurado de lo
dieciseis columnas de esa misma Santa Ana, de distintos que puede la locura de lo enorme cuando el orgullo hu-
mármoles y cogidas indudablemente en diversos templos, mano sueña en alojar á Dios, á fuerza de derrochar millo-.
nés, en una maínsión de piedras, demasiado grande y de* reforzada sin qué Uh papa no la Haya timbradlo con suá
masiado opulenta en la que el hombre triunfa en su armas, ni una ruina restaurada, ni un palacio arreglado,-
nombre. ni una fuente limpiada, sin que el papa reinante no fir-
Era pues á ese coloso de la opulencia á donde había me la obra con su título romano de Pontífice Máximo.
ido á parar después de muchos siglos el fervor de la fe Es esto con una frecuencia grande, un involuntario de-
primitiva. Allí se veía una muestra de esa savia romana rroche, la florescencia fatal de ese terreno formado desde
que retoñó en monumentos poco razonables, exagerados. hace dos mil añós por escombros. Los monumentos sur-
Parece que los amos absolutos que sucesivamente han gen sin cesar de ese polvo de monumentos. Y se pregunta
reinado, aportaron con ellos esa pasión de la construcción uno si Roma ha sido jamás cristiana dada esa perversión
ciclópea y la implantaron en la tierra en que crecieron con que el antiguo sudo romano ha contaminado en se-
porque se la han trasmitido sin traba, de generación en guida la doctrina de Jesús con esa voluntad de domina-
generación. ción, con ese deseo de la gloria terrestre que constituyeron
Es una vegetación continua de la vanidad humana, la el triunfo del catolicismo, con desprecio de los humildes
necesidad de inscribir su nombre en un muro, de dejar y los puros, de los fraternales y de los sencillos del cris-
tras sí, después de haber sido el amo de la tierra, una tianismo primitivo.
huella indestructible, la huella tangible de toda esa gloria Entonces, de pronto, y á impulsos de brusca ilumina-
de un día, el edificio eterno de bronce y de mármol que ción, vió Pedro resplandecer la verdad y resumirse en él,
dará testimionio de todo, hasta el fin de las edades. En el en el momento en que, por segunda vez, daba la vuelta á
fondo no hay en todo esto más que el espíritu de conquis- la basílica inmensa, admirando las tumbas de los papas.
ta, la orgullosa ambición de la raza, siempre deseando ]Ah! ¡Esas tumbas 1 Allá abajo en el campo raso, bajo d
dominar al mundo, y cuando todo se ha derrumbado, pleno»sol, en las dos lindes de la Vía Appia, que era algo
cuando una nueva sociedad renace de las ruinas y se como la entrada triunfal de Roma que conducía al extran-
puede creer que curó del orgullo, impregnándose de hu- jero al Palatino augusto, ceñido con una diadema, se ele-
mildad se comete un error, porque en sus venas tiene la vaban las gigantescas tumbas de los poderosos y los ricos,
sangre vieja, cede de nuevo á la insensata insolente locu- de un esplendor de arte, de sin igual magnificencia, que
ra de los antepasados, presa de toda la violencia de la eternizaban en el mármol el orgullo y la pompa de una
herencia, en cuanto se hace grande y fuerte. raza fuerte y dominadora d d mundo. Cerca de esas tum-
No hay un solo papa ilustre que no haya querido cons- bas, en el fondo de la tierra, en plena noche discreta, en
truir, que no haya reanudado la tradición de los Césares, miserables agujeros de topo, ocultábanse otras sepulturas,
eternizando su reinado sobre la fierra, haciéndose levan- las de los pequeños, de los pobres, de los humildes y de
tar templos á su muerte para pasar al rango de los dioses. los que sufren, tumbas sin arte ni riqueza, y cuya humil-
Estalla el mismo deseo de inmortalidad y existe la lucha dad decía claramente que un soplo de ternura y de frater-
de quién será el que deje el monumento más grande, más nidad pasó por allí; que un hombre vino á predicar la fra-
sólido y magnífico, y es tan aguda la enfermedad que, ternidad y el amor, el abandono de los bienes de esta vi-
aquellos que, menos aforunados, no han podido construir da por las bienaventuranzas de la vida futura confiando á
y se han tenido que limitar á reparar, se han apresurado la nueva tierra la buena semilla de su Evangelio, sem-
á trasmitir á la posteridad la memoria de sus modestos brando la nueva humanidad que iba á transformar el mun-
trabajos, mandando colocar lujosas lápidas de mármol en do. Y he aquí que de esa semilla hundida en el sudo du-
las que se graban pomposas inscripciones; de ahí el conti- rante los siglos: he aquí que de esas tumbas tan humildes,
nuo hallazgo de esas glacas y el que no haya ni una pared tan desconocidas, en las que los mártires dormían dulce
eteríio sueño, esperando el glorioso despertar, nacieron' _
otras tumbas tan gigantescas y fastuosas con las antiguas los ricos y de los poderosos, gigantesca máquina de la go-
y destruidas de los idólatras, elevando sus mármoles entre bernación preparada para la conquista de los pueblos. Los
los esplendores paganos de un templo, dando muestras papas se despertaron Césares. Y la lejana herencia obraba,
del mismo orgullo sobrehumano, de la misma desmedida la sangre de Augusto había brotado otra vez, corriendo
por sus venas y abrasándoles el cráneo con desmesuradas
y loca pasión de la dominación universal. En el Renaci-
; ambiciones. Sólo fué Augusto el que realizó el imperio
miento volvióse Roma pagana; la «vieja sangre imperial del mundo, siendo á la vez emperador y gran pontífice,
vuelve á subir y arrastra al cristianismo bajo el ataque dueño de los cuerpos y de las almas. De ahí el eterno sue-
más rudo que haya podido sufrir nunca. ¡Ah! ¡Esas tum- ño de los papas, desesperados al no poder obtener más
bas de los papas en San Pedro, con su glorificación inso- que el poder espiritual, obstinándose en no ceder nada
lente, con su enormidad carnal y lujosa, desafiando la del temporal con la esperanza secular, jamás abandonada,
muerte y colocando la inmortalidad sobre la tierra! Son de que ese sueño, realizándose aún, hará del Vaticano
papas de bronce desmesurados, son figuras alegóricas, án- otro Palatino, desde el que ellos reinarán como déspotas
geles equívocos, hermosos como muchachas, mujeres desea- ' absolutos sobre las naciones conquistadas.
bles con gargantas, pechos y caderas de diosas. Pablo III
está sentado sobre elevado pedestal y teniendo á la Justi-
cia y la Prudencia medio echadas á sus pies; Urbano VIII
está entre la Prudencia y la Religión; Inocente XI entre
la Religión y la Justicia; Inocente XII entre la Justicia y
la Caridad; Gregorio VIII entre la Religión y la Fuerza;
Alejandro VII de rodillas, acompañado de la Prudencia y
de la Justicia, tiene delante á la Caridlad, y á la Vefdad y
un esqueleto que se levanta mostrando un reloj de arena
vacío. Arrodillado también triunfa Clemente XIII encima
de un sarcófago monumental en el que se apoya la Reli-
gión sosteniendo la cruz, mientras que el genio de la
Muerte, que se halla en el ángulo de la derecha, tiene á
sus pies dos leones enormes símbolo de la supremacía. El
bronce revela la eternidad de las figuras; los mármoles
blancos muestran bellas opulentas carnes y los de color se
envuelven en ricos paños notables por su plegado, ele
vándose los monumentos en plena apoteosis bajo la luz
viva y dorada de las inmensas naves.
Y Pedro pasó del uno al otro y continuó andando á tra-
vés de la Basílica llena de luz, soberbia y desierta. Sí, esas
tumbas de imperial ostentación, se unían con aquellas
otras de la Vía Appia. Era con seguridad Roma, la tierra
de Roma, esa tierra en la que el orgullo y la dominación
crecían como la hierba en el campo, que hizo del humilde
cristianismo primitivo el catolicismo victorioso, aliado de
o

Hacía quince días que Pedro estafe en Ronda y el asun-


to para el cual había ido allí, la defensa de su libro, n o
adelantaba nada. Dominábale aún el ardiente deseo de
ver al papa, sin prever ni cómo ni cuándo lo satisfaría, en
medio de continuos retrasos y con el miedo que monse-
ñor Nani le había inspirado al aconsejarle que n o diese
ningún paso imprudente. Comprendiendo que su perma-
nencia se podía prolongar indefinidamente, se decidió á ir
á que avisasen sus licencias de celebrar en el Vicariato y
todas las mañanas decía su misa en Santa Brígida, 'en
M iglesia de la plaza de Farnesio, en donde fué objeto de
una benévola acogida por parte del abate Pisoni, anti-
guo confesor de Benedetta.
Aquel lunes decidió bajar m u y temprano á la recep-
ción íntima de donna Serafina, con la esperanza de adqui-
rir alguna noticia y de apresurar su asunto. Tal vez mon-
señor Nam s e hallaría allí ó bien tendrfa la suerte de en-
ntrar algún cardenal ó prelado que le ayudasen. En vano
Había tratado de utilizar á don Vigilio ó al menos de con-
seguir que le diese algunas noticias ciertas. Como domi-
nado por el miedo y la desconfianza, después de habense
mostrado muy servicial, el secretario del cardenal Bocca-
Ofira parecía querer evitar su encuentro, ó se ocultaba do-.
fin, y en sus condiciones normales; pero, después de me-"
cidido á no tomar parte en una a f e u r a ditarlo, no se atrevía á afirmarlo y llegaba á admitir que
co clara y peligrosa. A parte de esto, desde la antevispeia cediendo á la violencia de su deseo había podido ilusio-
e m v í S ú m d e uu tremendo acceso de calentura que le narse con una posesión incompleta. Y monseñor Palma,
obligaba á permanecer en su cuarto. tocia hincapié en esa duda, la agravaba con cuantos suti-
Y no quedaba para alentar y animíar á Pedro más que les argumentos permitía tan delicada materia y llegaba
Victorina Bosque? la antigua hasta el e x t r a ñ o de volver contra la esposa violentada la
po de ama de gobierno, la baucerona, que conservaDa su declaradón de una doncella, presentada como testigo por
S ^ H ^ ' t pesar de lleva,- v i e n d o te-J anos e„ la condesa, y que había oído el ruido de la lucha, y afir-
esa Roma que no conocía; le hablaba de Anneau c o n f j maba que su señor y su señora, á consecuencia de lo ocu-
lo hubiese abandonado la víspera; pero aquel j f a j ^ rrido esa primera noche, habían dispuesto después siem-
servaba nada de su alegría vivaracha, de su acostumbrada pre cama aparte. E n seguida el argumento decisivo' del es-
y cuando se entecó de que Pedro p e n s a b a b a i a r por crito era, que a u n cuando la demandante presentaba una
la noche á saludar á sus amas, meneo la cabeza. prueba completa de su virginidad, n o p o r eso sería menos
—|Ah! Dudo mucho de que las encontréis muy « t e f e cierta su sola negativa, con la que impedía se hubiese con-
chas Mi pobre Benedetta tiene grandes penas, parece sumado el matrimonio, siendo la condición primera y
míe su Pleito de divorcio n o va m u y bien. esencial de éste, la obediencia de la « p o s a . Y por último,
% Z R o t a hablaba de aquel asunto y e r a u n g g | | S consecuencia de un cuarto escrito, el del relator en que
de hablillas que emocionaban á la socedad negra y á a éste discutía y analizaba los tres anteriores, la congregación
W a n S por esto Victorina no tenía que andarse con müü- votó acordando la anuladón del matrimonio, pero tan
solo por un voto de mayoría, solución tan precaria que,
EISrs s d f c w - w t t sin esperar y haciendo uso de su derecho, monseñor Pal-
ma, se apresuró á pedir u n suplemento de información,
lo que ponía en tela de juicio todo lo actuado hasta en-
tonces, y hacía necesaria una nueva votación.
tesrkrsr^^ - I —¡Ah! ¡Pobre contessina mía!—exclamó Victorina.—Se
« d i n d T o L i l i o como defensor del . » * morirá de pena, porque .esa querida niña se abrasa á fue
£ de oresentar á su vez un escrito tremendo de repli.a. go lento bajo su aparente tranquilidad... Parece que ese
¡ monseñor Palma es el amo de la situación, y que puede
|'hacer durar el pleito cuanto se le antoje. Con eso habrá
que gastar mucho dinero además del que se consumió ya.
m i concienzudo practicado por dos médicos f o m a h d Al abate Pisoni, al que ahora ya conocéis, se le ocurrió
'* retrocedió el pudor de Benedetta. ü n apojo ana buena idea el día que pensó en este casamiento, y no
£ <u t S ? dteba casos fisiológicos perfectamente comí es para hablar mal de la memoria de mi buena ama, k.
proba d o ^ e n ^ probaba que había habido j ó v e n ^ eondesa Ernesta, que era luna santa, pero hizo con seguri-
fiivipron comercio con hombres, sin que por eso aparee* dad la desdicha de su hija cuando la entregó al conde
I S S Sacaba un gian partido del g ¡ ¡ ¡ ¡ P ™ Prada. •
¡ Interrumpióse, y después, dejándose llevar por el espí-
ritu de justicia innato en ella, añadió.
—Y la verdad es que el conde Prada tiene razón al no
liorna,—Tomo i — 1 4
estar contento... P o r todas p a r t e s s e b u r l a n d e é l R.« pañaba á la princesiia. Donna Serañna estaba sola en su
wn míe eso, no me impide decir que mi Benedet- sitio acostumbrado, al lado derecho de la chimenea, domi-
Í T s e S d n con demasiados remilgos. Si eso nada por la secreta rabia de ver que el sitio de la derecha,
de mí ^ misma noche temlrfh á su D a r í o e n s u - , que durante treinta años de fidelidad ocupara Morano, es-
puesto que le üene tanto cariño, que se s m a n d « d * y j taba vacío. Y para Pedro, n o pasó desapercibida la mira-
tentó t i ¿ n p o y se quieren tanto.. ¡ í j ¿ J ^ ^ J ^ t fe, primero ansiosa y después desesperada, con que aco-
sin alcalde! Nada más que por te ^ M g gió su llegada, pues acechaba la puerta esperando a ú n sin
hermosos y gozar juntos de la dicha. ¡La dicha, Dios mío, duda al fugitivo. P o r otra parte, permanecía muy derecha
y orgullosa con su talle fino, más apretado que nunca
dentro del corsé, con su faz dura de solterona, su cabello
blanco como la nieve y las cejas muy negras.
á reir c o n su risa sana, franca, con ese trancpido eqmh
brío del pueblo bajo de Francia, que n o c « apenas más Después de presentarle sus respetos, manifestó Pedro su
qSe en L a vida venturosa llevada t o m a d a m e n t e inquietud preguntando si n o habían visto á monseñor
D e s m i é s d e esto, y de una manera más discreta, lamen- Nani aquella noche, á lo que donna Serafina se apresuró
t6 o T r o ¿ g Í t o q u I tenían en la casa, una con^cuenaa á contestar:
m á f de ese malhadado pleito de divorcio. Había h a b i d o —¡Oh! ¡Monseñor Nani nos abandona como los demás!
u n c h o L T e n T r e don*« Serafina y el abogado Morano, muy Cuando se necesita á las personas, es cuando éstas des-
r i e n t X á consecuencia del semifracaso que s u f r i e r a parecen.
S o p o r él presentado á la Congregación, y a c u s a t e a Guardaba cierto rencor al prelado porque había reco-
radre l i e n z o , confesor de la tía y la sobrina, de b a t a t a r d a d o poco eficazmente el asunto del divorcio después
aconsejado incoasen un pleito muy enojoso en p e nó te haber prometido mucho. Sin duda, como sucedía siem-
I T Z s que escándalo para todos. Y n o s e ¡ ¡ j | ^ pre, bajo su aparente y estremada benevolencia llena de
sentar en el palacio Boccanera; aquella era la ruptura oe oficias, se ocultaba algún otro proyecto propio suyo,
S S i S c i o l S de treinta años, de que se i t e r a r o n con "into, sin embargo, la pesó la confesión que la cólera" la
asombro en todos los salones de Roma, que no a p | o b a g ¡ meara, y añadió:
S h í h o por Morano. Bonna Serafina estaba mucho mfc —Tal vez venga ¡es tan bueno y nos quiere tanto!
ttt, ^ . r q u e sospechaba que había « o Í | A pesar de la vivacidad de su sangre quería ser política
X y te abandonaba por una c a u f muy d i e n t e por un para vencer á la adversidad. Su hermano, el cardenal, la
brusco deseo inconfesable, criminal en un hombre de su cabía manifestado cuánto le irritaba la actitud de la Con-
p S S n y d e su piedad, por la pasión que le habfe w * gregación del Concilio, porque no dudaba que la fría aco-
S í a t o d o en él. una burguesa joven, una intrigante. gía que obtuvo la demanda de su sobrina se debiese en
Cuando Pedro, por la noche entró en aquel ^ l ó n te^- ferte al deseo que tenían algunos cardenales, colegas su-
do de brocatel amarillo, con grandes flores estilo L u * XIV, jos, de hacer algo que le fuese desagradable. Deseaba tam-
I ? convenció de que, en efecto, reinaba allí una gran mfr bién el divorcio, único medio de perpetuar la continua-
E n S S l K la daridad más opaca de las lámparas cuya ron de la raza, puesto que Darío se mostraba muy reado
N O ^ t a l l a s de encaje. No estaban ahí más g i casarse con otra que n o fuese su prima. Y aquello era
Benedetta y Celia, sentadas en u n sofá y M a n d o xon "n concurso de desastres, toda la familia herida, él lasti-
M o mientras que el cardenal Sanio, «mbutido en d mado en su orgullo, su hermana compartiendo ese sufri-
W o de un sillón, escuchaba sin decir una palabia tó miento y ofendida además de rechazo en su corazón y los,
£ £ | SagTtoble d e la í c e n t e que todos los lunes acom- ©s enamorados desesperados al ver que tenían que apla-.
ar una vez más sus esperanzas.
—¡Mentar unir al papa y al rey!—exclamó donna Se-
XI acercarse, Pedro, al sofá, en qtie sentados hablaban
j refina con acento amargo, haciendo alusión al deplorable
los jóvenes, oyó que se ocupaban, en voz baja, de la ca- í xassamiento de su sobrina.
| Parecía fuera de sí; era muy tarde ya y n o esperaban ni
é desalentaros?—decía C e l i a . - E n resumen; la á monseñor Nani ni á nadie. Oyóse no obstante, inespera-
anulación del matrimonio está acordada aunque sólo sea do ruido de pasos; ilumináronse los ojos de la solterona
por u n voto de mayoría... El pleito está aplazado; esto no que miró con ansia ardiente hacia la puerta, y experimen-
es más que u n retraso. tó la última decepción al ver entrar á Narciso Habert que
Pero Benedetta meneó la cabeza. - c e « se acercó á ella para rogarla le dispensase su tardía visita.
—¡No! ¡no! Si monseñor Palma se empeña, bu í>anü- Su tío por alianza, el cardenal Sarao, le había presentado
3ad n o dará nunca su aprobación. Esto ha terminado. en aquel salón tan poco concurrido, en el que era bien re-
—¡Ahí ¡Si fuese rico, muy r i c o l - m u r m u r ó Darío con cibido á causa de sus ideas religiosas que se decía eran
u n aire de convencimiento que n o hizo sonreír á nadie. intransigentes.
E n voz baja y encarándose con su prima, dijo: Aquella noche, á pesar de lo avanzado de la hora, n o
- E s preciso que te hable; n o podemos vivir de esta había ido más que para hallar á Pedro al que tardó muy
poco en llevarse á un lado.
^"dla respondió de la misma manera con voz tenue,
I —Estaba seguro de encontraros aquí,—dijo.—Hace po-
CO
™Ba™ S n a á las cuatro de la larde. Estaré sola co he podido ver á mi primo, á monseñor Gamba del
Zoppo, y tengo que daros una buena noticia... Mañana
Bq
por la mañana nos recibirá á eso de las once en las ha-
i i velada se eternizó en seguida. A Pedro le conmovió bitaciones que ocupa en él Vaticano.
sobremanera el aspecto de abatimiento que tenía Benedet- , Y bajando aún más la voz, añadió:
ta, tan tranquila y razonable d e costumbre. Sus ojos —Creo que hará lo posible para que veáis al Santo
fundos, en su rostro puro, y de una delicadeza de mna, Padre... E n fin, m e parece cosa segura lo de la au-
estaban como turbados por las lágrimas. Ex^nmentate diencia.
ya por ella verdadera ternura al verla siempre con un ha Tuvo una alegría muy grande Pedro al oir hablar de esa
mor ten igual, u n poco indolente, ocultando bajo a q u ^ certidumbre que le llegaba en medio de la tristeza del sa-
apariencia de gran prudencia, la pasión de^ su.alma «te lón en el que, desde hacía dos horas se apenaba y casi
3 S . Trataba Tin embargo de sonreír, escuchando las a ^ se entregaba á la desesperación.
confidencias de Celia, cuyos amores m a r c h á b a n m e ^ ¡Al cabo iba á obtener una solución! Después de estre-
que los suyos. No hubo más que un momento te con- char la m a n o á Darío, saludó Narciso á Benedetta y á Ce-
versación general, cuando la anciana panenta de la pnn lia, y se acercó á su tío el cardenal que, al verse libre de
S E , levantando la voz, habló de la actitud indigna de la anciana parienta de Celia, se decidía á hablar, pero se
A p r e n s a italiana para con el Santo Padre. Nunca, al g limitó á hacerlo ocupándose de su salud, del tiempo que
recer habían sido tan malas las relaciones entre el \a hacía, de las anécdotas insignificantes que le habían con-
tado sin aventurar jamás ni una sola palabra acerca de los
« T J r L Z T ™ , tan mudo por lo i J g - mil asuntos interesantes y complicados de que se ocupaba
oue, con motivo de las sacrilegas fiestas del 20 de g j en !a Propaganda. Era fuera de su despacho de viejo en
S L celebrando la toma de Roma, el papa ^ ¡ g donde descansaba del cuidado de gobernar la tierra, y lo
i c r i b i r una carta protesta dirigida a todos los Estados hacía aparentando medianía y deseos de pasar desaper-
r
«bjdft,
cristianos, cómplices del hecho por su indiferencia, •
HL .
[ To3o él mundo se puso en pie y se despidió. Habían dicho que la quinta de la derecha era la del
—No os olvidéis,—dijo Narciso á Pedro,—de que mafia- dormitorio y en la que hasta hora muy avanzada de la
fia 6 las d¡íez me encontraréis en la capilla Sixtina. Y. noche se veía arder una lámpara.
mientras llega la hora de la cita me encontraréis dis- ¿Qué había tras aquella puerta de bronce que veía allí,
puesto á enseñaros los Boticelli. 1 • delante de él y que era el dintel sagrado, la comunicación
A las nueve y media del siguiente día, Pedro que había entre todos los reinos de la tierra y el reino de Dios, cuyo
hieicho á pie la caminata, se encontraba en la vasta plaza y augusto representante estaba encerrado tras aquellas mu-
antes de dirigirse hacia la izquierda, hacia la puerta de das y elevadas murallas?
bronce en el ángulo de la columnata, levantó la cabeza y Las examinaba de lejos con sus cuarterones de metal
se detuvo algunos minutos para contemplar el Vaticano. adornados con gruesos clavos de cuadrada cabeza y se
Nada le pareció tan poco monumental como aquel amon- | preguntaba qué era lo que defendían, lo qué ocultaban,
tonamiento de construcciones crecidas á la sombra de la lo qué muraba con su aspecto rudo de antigua puerta
cúpula de San Pedro, sin orden arquitectónico alguno, ni de fortaleza.
regularidad de ninguna clase. Los techos se sobreponían, i: ¿Qué mundo iba á encontrar detrás? ¿Qué tesoro de ca-
las fachadas se extendían largas y planas al capricho de ridad humana conservado celosamente entre la sombra?
las alas añadidas ó aumentadas de piso. Los tres lados del : ¿Qué esperanza de resurrección para los pueblos nuevos,
patio de San Dámaso, simétricos, eran los únicos que apa- D ávidos de fraternidad y de justicia? Le complacía aquel
recían por cima de la columnata, con los grandes cristales [ ensueño; el pastor único y sagrado velando en el fondo de
de colores de las antiguas lógias, cerradas hoy día, que los aquel palacio cerrado, preparando el reinado de Jesús,
hacían asemejarse á tres inmensos cuerpos de un inverna- i mientras que se desplomaban las viejas podridas civiliza-
dero, brillando al sol con tono rojizo de la piedra. Allí es- | ciones y en vísperas, al fin, de proclamar ese reinado, for-
taba el más hermoso palacio de la tierra, el más vasto, con p mando con nuestras democracias la gran comunidad cris-
sus once mil salas (1) y el que contiene las más admira- [ tiana que el Salvador había prometido. Era el porvenir lo
bles obras maestras del genio humano. En su desilusión que se elaboraba tras aquella puerta de bronce, y el por-
Pedro no se interesó más que por la fachada de la dere- venir lo que de allí saldría.
cha, que da sobre la plaza y en la que sabía se hallaban Pedro experimentó de pronto la brusca sorpresa de en-
las ventanas de las habitaciones particulares del papa en contrarse cara á cara con monseñor Nani, que precisamen-
las del segundo piso. te en aquel instante salía del Vaticano, para dirigirse á
Contempló largo rato aquellas ventanas de las que le pie á dos pasos de alllí, al palacio del Santo Oficio, en
el que, por su calidad de asesor, tenía habitación.
• —¡Ah! ¡Qué dichoso soy monseñor 1 Mi amigo, el se-
(1) Bonanni, e n s u Templi Vaticani Historia, p r e t e n d e que el Vaticano ñor Habert, me va á presentar á su primo, á monseñor
contiene, comprendiendo los subterráneos, trece mil habitaciones. Es el Ca- ¡: Gamba de Zoppo y creo que por fin voy á obtener esa
pitolio d e la Roma m o d e r n a y m á s bien que un palacio e s una reunión de audiencia por mí tan deseada.
ellos, y d e edificios irregulares en los cuales t r a b a j a r o n los arquitectos más Con aire amable y fino, sonreíase monseñor Nani.
célebres, como Bouronnaü, Ligorio, F o n t a n a , Bernin y otros. Tiene tres pi- —Sí, sí, ya lo sé,—dijo.
sos, e n c i e r r a infinidad d e salas, galerías, capillas, corredores, u n a biblioteca,
Se contuvo y añadió:
u n museo inmenso, u n j a r d í n . Tiene ocho patios, ocho escaleras de honor j
—Estoy satisfecho como vos, hijo mfo, y únicamen-
doscientas d e servicio. L o que falta á todo ese c o n j u n t o , e s u n a fachada re-
te os recomiendo que seáis prudente.
gular, p u e s p o r el lado en que tiene l a e n t r a d a lo oculta l a columnata de Sai
P e d r o . — ( N . del T.)
Temiendo empero, que su cohesión no hubiese hecho
?
comprender al presbítero que salta de ver á monseñor èra sf, la de un descansillo de la escalera que estaba ilu-
Gamba del Zoppo, al prelado más fácil de asustar de toda minada toda la noche con gas. La ventana del papa esta-
la discreta familia pontifical, contó que desde por la ma- ba más allá, había dos entremedio. Volviéronse á quedar
ñana andaba haciendo diligencias en obsequio de dos se- silenciosos y siguieron contemplando la fachada, muy
ñoras francesas que también deseaban ver al papa, y que graves el uno y el otro.
tenían grandes temores de no conseguirlo. —Pues bien, hasta la vista, hijo mío, me contaréis
—Os confesaré, monseñor, que empezaba á desalentar- lo que resulte de vuestra entrevista ¿no es verdad?
me; si ya era tiempo de que repusiese u n poco mi áni- E n cuanto Pedro se quedó solo, franqueó la puerta de
mo decaído; porque mi permanencia aquí no es la más bronce, dándole tan fuertes latidos el corazón, como si
á propósito para que mi alma recobre la tranquilidad. entrase en el lugar sagrado y temible, en donde se elabo-
Continuó y dejó traslucir cuánto acababa' Roma de que- raba la dicha futura.
brantar su fe. De aquellos días, el que pasara en el Palati- Había allí un cuerpo de guardia y un suizo hacía cen-
no y en la vía Appia, después el que pasó en las Cata- tinela, paseando lentamente, envuelto en un abrigo gris
cumbas y San Pedro, no habían sido buenos más que para azul, que dejaba únicamente al descubierto sólo una par-
echar á perder su sueño de un cristianismo rejuvenec te pequeña de las calzas rayadas de negro, rojo y amarillo.
y triunfante. Salía de esos lugares dominado por la duda, Y parecía que habían arrojado aquel abrigo sobre un dis-
invadido por un principio de cansancio, habiendo perdi- fraz para disimular lo extraño del traje que se había he-
do algo de su entusiasmo siempre pronto á la rebelión. cho molesto. En seguida empezaba la escalera cubierta
Sin dejar de sonreir, escuchóle monseñor Nani, apro- que conduce al patio de San Dámaso; pero para ir antes
bando con ligeros movimientos de cabeza. Evidentemente á la capilla Sixtina se necesitaba seguir la larga galería
aquello estaba muy bien y las cosas debían suceder de entre doble hilera de columnas y subir la escalera Real.
esa manera. Parecía que lo había previsto todo y que Y Pedro, en aquel mundo gigante, en el que se exa-
estaba {satisfecho. geraban todas las dimensiones con aplastante majestad,
—En fin, hijo mío, que todo marcha bien desde el respiraba con esfuerzo al subir los anchos escalones.
momento en que tenéis la seguridad de ver al Santo Cuando entró en la capilla Sixtina, experimentó al prin-
Padre. fj cipio una sorpresa. Le pareció pequeña, una especie de
—Es verdad, monseñor, y puse mi única esperanza en sala rectangular, muy (elevada, con su fina balaustrada de
el muy justo y clarividente León XIII. Sólo él puede juz- mármol que la divide en los dos tercios, señalando la
garme, pues en mi libro él sólo reconocerá su pensamien- parte que han de ocupar los invitados en los días de gran
to, que, con mucha fidelidad creo haber reproducido. ¡Ahí ceremonia, y el coro, en el que los cardenales se sientan
¡Si quiere, en nombre de Jesús, con la democracia y con en sencillos bancos de encina, mientras que los prelados
la ciencia salvará el mundo antiguo 1 permanecen en pie y detrás de aquellos. El trono pontifi-
El entusiasmo se apoderaba otra vez de él y Nani, cada cal, colocado sobre un estrado bajo, está á la derecha y es
vez más afable con su mirada penetrante y sus delgados de sòbria riqueza. E n la izquierda se abre la estrecha Log-
labios, aprobó de nuevo. . gia, con balcón de mármol, destinada á los cantores. Y es
—Eso está muy bien, hijo mío, ya hablaréis y veréis. preciso levantar la cabeza, es necesario que las miradas
Luego, y en el momento en que ambos levantaban la suban desde el inmenso fresco del Juicio Final, que llena
cabeza para mirar hacia el Vaticano, llevó su amabuidad por completo la pared del fondo, y contemplar las pintu-
hasta desengañarle. No, la ventana en que todas las. no- ras de la bóveda que bajan hasta la cornisa, entre las doce
ches veían la luz, no era la del dormitor.o del papa, .ventanas claras, seis de cada lado, gara que se vea que,
\

bruscamente todo se agranda, se separa y Vuela en plencü En seguida experimentó Pedro un sobrecogimiento cuán-
do empezó el examen de aquella humanidad agrandada
infinito.
por el visionario, desbordándose en páginas de desmesu-
No había allí afortunadamente más que unos cuantos
rada síntesis, de ciclópeo simbolismo. Y semejantes á flo-
viajeros curiosos que metían poca algazara y Pedro pudo
rescencias naturales resplandecían todas las bellezas, La
ver en seguida á Narciso Habert, en uno de los bancos de
gracia y la nobleza real, la paz y la dominación soberanas.
los cardenales, encima del escalón en que se sientan los
Y la ciencia perfecta; los escorzos más violentos intenta-
caudatarios. El joven, inmóvil, y con la cabeza echada
dos con la certidumbre del éxito y la perpetua victoria
atrás, parecía hallarse e n éxtasis. Pero no era la obra de
técnica sobre las dificultades que las superficies curvas
Miguel Angel la que contemplaba, si no que no separaba
presentaban. Y sobre todo una ingenuidad increíble de
la vista de uno de los frescos de debajo de la cornisa y
medios; la materia reducida casi á nada, algunos colores
anterior á los otros, y cuando reconoció al presbítero se li-
empleados con largueza sin ningún efecto rebuscado de
mitó á piurmurar sin mover los ojos.
destreza ni de esplendor y esto bastaba y la sangre clama-
—¡Oh! ¡Ved, amigo mío, á Boticelli!
ba con ardor, los músculos se marcaban bajo la piel, las
Y de nuevo volvió á caer en su embeleso.
figuras se animaban y salían del cuadro con un arranque
Pedro, recibiendo un gran golpe en pleno cerebro y en
tan enérgico que una llama pasaba por allá arriba dando
pleno corazóií, se sintió dominado de pronto por el genio
á aquel pueblo una vida sobrehumana, inmortal. La vida,
sobrehumano de Miguel Angel. El resto desapareció y
este; la vida era lo que allí resplandecía, triunfaba, una
para él no hubo más allá arriba que como un cielo ili-
vida enorme y pululante; un milagro de vida realizado
mitado y aquella extraordinaria creación del arte. J
por una mano única, que llevaba en sí el supremo don,
Lo inesperado al principio, lo que le asombró más fué la sencillez en la fuerza.
que el pintor había aceptado la condición de ser el único
artesano de su obra en que no le ayudaron ni marmolis- Que han visto una filosofía; que hayan querido encon-
tas broncistas, ni doradores, ni oficial alguno de ningún trar todo el destino, la creación del mundo, del hombre y
oficio. El pintor con su pincel, se bastó para las pilastras, de la mujer, la falte, el castigo, después la redención y en
las columnas, las cornisas de mármol, para las estatuas y fin la justicia de Dios en el último día del mundo; no bas-
adornos de bronce, para los florones y rosetones de oro taba para que Pedro se detuviese, para que lo recordase
para toda aquella riqueza de ornamentación que servía de en esa primera visjta„ dominado por el estupor maravillo-
mlarco á |os frescos. Y Pedro se imaginó la bóveda tal co- so que le produjo semejante obra de arte. ¡Qué exaltación
mo se la entregaron un día al pintor, desnuda sin que hu- del cuerpo humano, de su belleza, de su poderío y de su
biese más que blanco yeso en las paredes y en el techo y gracia! ¡Ah! ¡Qué Jehová, viejo, de aspecto regio, terrible y
centenares de metros que pintar. Y le veía ante aquella paternal, arrastrado por el huracán de su creación, los
página inmensa, no queriendo ayuda ninguna, echando de brazos extendidos y creando mundos! ¡Qué Adán más so-
allí á los curiosos, encerrándose á solas con su gigantesca berbio, de líneas tan nobles y con la mano extendida al
tarea, entregándose á ella celoso, violentamente pasando que Jehová anima con el dedo, pero sin tocarte, gesto ad-
cuatro años y medio en una soledad esquiva con su pasto mirable, espacio sagrado entre ese dedo del Creador, y el
diario de coloso. ¡Ah! ¡Esa obra enorme, hecha para llenar de la criatura, pequeño espacio en el que se encierra el1 in-
una vida, esa obra que debió empezar con tranquila con- finito de lo invisible y del misterio! ¡Y aquella Eva pode-
fianza en su voluntad y en su fuerza, todo un mundo sa- rosa y adorable, aquella Eva de robustas caderas, capaces
cado de su cerebro y arrojado allí con el empuje con- de encerrar la futura humanidad, con la gracia orgullosa
tinuo de la virilidad creadora y en pleno florecimiento y tierna de mujer que quiere ser amada hasta la perdi-
de toda su omnigotencj&l
ción, mujer toda, en una palabra, con su fecundidad, se- figuras que son tantas y tan numerosas que se necesitan
ducción é imperio! Después sucedía lo mismo con las cua- días y más días para verlas, una multitud trastornada,
tro figuras decorativas que sentadas en las pilastras, en arrastrada por un ardiente soplo de vida desde los muertos,
las cuatro esquinas de los frisos, celebraban el triunfo de á los que despiertan las trompetas de los ángeles del Apo-
la carne; los veinte jóvenes, dichosos al verse desnudos, calipsis, hasta á los réprobos á los que los demonios arro-
con un esplendor de torso y de miembros incomparable, jan al infierno en racimos de seres aterrados; desde el Je-
con una intensidad tal !de vida, que los arrastra una locu- sús Justiciero rodeado de apóstoles y de santos, hasta los
ra de movimiento, los dobla y echa hacia atrás con sober- elegidos, radiantes, que suben sostenidos por ángeles, mien-
bias actitudes. Y entre las ventanas eran los gigantes los tras que más arriba, otros ángeles, llevando los emble-
que llamaban la atención, los Profetas y las Sibilas, el mas de la Pasión, triunfan en plena gloria y sin em-
hombre y la mujer convertidos en dioses; desmesurados bargo, encima de esa página gigantesca, pintada treinta
en la fuerza de su musculatura, y en la grandeza de la ex- años más tande que el techo, y cuando el artista estaba en
presión intelectual; Jeremías, con el codo apoyado en la toda la madurez de su edad, las pinturas conservan su
rodilla, la barba descansando en la mano y reflexionando mérito, su innegable superioridad, porque allí era donde
en el fondo mismo de la visión y del ensueño: La Sibila el artista había hecho su esfuerzo virgen, y dejado con
de Erithrea, con un perfil tan puro, tan joven, con su opu- su juventud, la llama primera de su genio.
lencia, y un dedo sobre el libro abierto del destino; Isaías, Pedro no encontró más que una frase para calificarlo;
con su boca enérgica, acostumbrada á la verdad, hinchada Miguel Angel era el monstruo que lo dominaba y aplasta-
bajo el carbón ardiente, altanero, la cabeza medio vuelta y ba todo. Y no había para qué ver, bajo la inmensidad de
levantando una mano en señal de mando: la Sibila de Cu- su obra, las obras de Perugino, Pinturichio, Rosselli, Sig-
mas, aterradora, con su ciencia y su vejez, con su solidez norelli y Boticelli, los frescos anteriores y admirables que
de roca, su arrugado rostro, su nariz de ave de presa y su se extendían debajo de la cornisa, y alrededor de la capi-
barba cuadrada que avanza y se obstina; Jonás, vomitado lla. Narciso no había levantado la cabeza hacia el esplen-
por la ballena, arrojado allí con un escorzo extraordinario, dor glorioso de la bóveda; sumido en su éxtasis no separa-
el torso retorcido, los brazos replegados, la cabeza inclina- ba 3a vista de las pinturas de Boticelli que tiene allí tres
da, la boca abierta y voceando y los otros, todos los de frescos. Al fin se decidió á hablar y lo hizo con voz se-
más de la misma familia amplia y majestuosa, reinando mejante á un murmullo.
con la soberanía de la eterna salud y' de la eterna inteli- Ir-—¡Ah! ¡Boticelli! ¡Boticelli! ¡La elegancia y la gracia de
gencia, realizando el sueño de una humanidad indestruc- la pasión que sufre! ¡El profundo sentimiento de la triste-
tible, más alta, más fuerte. Aparte de esto en las cimbras za en la voluptuosidad! ¡Nuestra alma moderna adivinada
de las ventanas, en los agujeros todos, figuras bellísi- y revelada con el encanto más penetrante que haya salido
mas con su fuerza y su gracia, naciendo, apresurándose y jamás de una creación de artista!
abundando; allí veíanse los antepasados de Cristo, las ma- Contemplóle Pedro con asombro, y luego volvió á pre-
dres contemplando hermosísimos niños desnudos, los hom- guntarle.
bres fijando la mirada á lo lejos en el porvenir; la raza cas- —¿Y venís aquí para contemplar los frescos de Boti-
tigada, cansada, deseosa de la venida del Salvador prome- celli?
tido; mientras que en las conchas de los cuatro ángulos se —Sí, por cierto,—respondió Narciso con mucha calma:
evocaban vivientes escenas bíblicas, las victorias de Israe —no vengo más que por él, durante algunas horas todas
sobre el espíritu del mal. Y por último el colosal fresco de las semanas y n o contemplo absolutamente nada más que
fondo, el del Juicio Final, con su pueblo hormigueando de sus obras. ¡Mirad! Fijáos en ese pasaje. «Moisés y las hijas
de Jethro. ¿No es eso lo más penetrante que Han produci- ticelli es un artista maravilloso... Sólo que me parece que
do la ternura y la melancolía humanas? aquí Miguel Angel... ,
Y con un leve temblor devoto en la voz, continuó ha- Interrumpióle Narciso con un gesto casi violento.
blando con el tono del sacerdote que penetra en el estre- — ¡Ah! ¡No! ¡No me habléis de ese hombre que todo lo
mecimiento delicioso é inquietante del Santuario. ¡Ah! ¡Bo- echó á perder, lo estropeó! ¡Un hombre que se uncía al
ticellil ¡Boticelli! ¡Las mujeres de Boticelli! Con su larga trabajo como un buey, que hacía el trabajo como un alba-
faz, sensual y á la par Cándida, con un vientre un tan- ñfl á tantos metros por día! Y un hombre sin misterio, un
to pronunciado bajo los finos paños, con su manera de ; desconocido, que gozaba esbozando la belleza, pintando
andar, alta, esbelta, volante y de la que participa todo el cuerpos de hombres semejantes á troncos de árbol, muje-
cuerpo. ¡Los jóvenes y los ángeles de Boticelli tan reales, res semejantes á gigantescas leñadoras, masas estúpidas
tan hermosos como mujeres, de un sexo equívoco, en la de carne sin más allá de almas divinas ó infernales... Un
cual se mezcla la sabia solidez de los músculos á la infinita albañil, si queréis, sí, un albañil colosal ¡y nada más
delicadeza de los contornos y todos empujados por la lla- que eso!
ma del deseo de la que se lleva la quemaduraI ¡Ahí ¡Y las Inconscientemente, en el ánimo de Narciso, en su cere-
bocas de Botceillli, esas bocas carnales, duras como frutos, bro á la moderna, cansado, complicado, echado á perder
irónicas y dolorosas, enigmáticas con sus pliegues sinuo- por el afán de buscar lo original y lo raro, estallaba el
sos y a n que se pueda saber si ocultan purezas ó abomi- rencor fatal á la salud, á la fuerza, á la potencia. El ene-
naciones! Los ojos de Boticelli, esos ojos de languidez, de migo era aquel Miguel Angel que engendraba sin esfuer-
un dolor tan profundo en medio de su alegría, que no los zo, que había dejado la creación la más prodigiosa que ar-
hay e n el mundo más insondables y abiertos sobre el va- tista alguno haya podido dar á luz. El crimen estaba en
cío humano. ¡ l a s manos de Boticelli, esas manos tan tra- eso, en crear, en «hacer vida» pero de una manera tal, que
bajadas, tan cuidadas, y que tienen como una vida inten- las pequeñas creaciones de los demás, hasta las más deli-
sa, moviéndose en el aire libre, uniéndose las unas á las ciosas, se anegaban, desaparecían arrastradas por esa ola
otras, besándose y hablándose con un cuidado tal de la desbordante de seres á los que arrojaba llenos de vida
gracia, que en algunas ocasiones aparecen amaneradas, bajo d sol.
pero cada una tiene su expresión, todas las expresión« —A fe mía, que no soy de vuestra opinión,—dijo ani-
del goce y del sufrimiento de tocar. ¡Y no obstante nada mosamente Pedro,—pues acabo de comprender que en
de afeminado ni de mentido, por todas partes una especie arte, la vida es todo y que la inmortalidad no es en reali-
de fiereza viril, un movimiento apasionado, y soberbio dad más que de las criaturas. El caso de Miguel Angel me
alentado, empujando las figuras; unido todo á un gran parece decisivo, porque no es más que d maestro sobre-
cuidado de la verdad, al estudio directo, la conciencia, é humano, d monstruo que aplasta á los demás, gracias á
un verdadero realismo que corrige y revela lo extrañamen- esa extraordinaria creación de carne viviente y magnífica
te genial del sentimiento del carácter, dando á la misma con la que se lastima vuestra delicadeza. Comprendo que
fealdad, la inolvidable transfiguración del encanto! los curiosos, dertos espíritus, y los intelectuales penetran-
El asombro de Pedro fué en aumento y escuchaba á tes, busquen un refinamiento sobre el equívoco y lo invi-
Narcisp fijándose por la primera vez en su distinción un sible, que ponen en la salsa del arte entre la elecdón del
poco estudiada, en el cabello rizado, recortado á la floren- rasgo precioso y e n semiobscuridad del símbolo. A pesar
tina y en los ojos azules, casi obscuros, que palidecían de todo eso Miguel Angel sigue siendo d Todopoderoso,
con entusiasmo. el Hacedor de hombres, el Maestro de la claridad, de la
—No hay duda,—dijo Pedro como conclusión,—que Bo- gencillez y de la salud, tan eternas como la misma vida.
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Contentóse entonces Narciso con sonreír con un aire za en la perfección suprema; pero si la Disputa del Sanio
de desdén indulgente y cortés. Todo el mundo no iba á Sacramento y la Escuela de Atenas, anteriores á las pinturas
pasar horas enteras á la Capilla Sixtma para sentarse ante de la Capilla Sixtina le parecieron las obras maestras de
un fresco de Boticelli, sin levantar nunca la cabeza para Rafael, se figuró en el Incendio de Bourg y más aun en Re-
contemplar los de Miguel Angel. Y cortó la conversación liodoro arrojado del templo y en Atila detertádo á las puertas de
Boma, que el artista había perdido la flor de su gracia divi-
^ - Y a ° s o n las once; mi primo había quedado en mandar- | na impresionado por la aplastante grandeza de Miguel
me recado aquí e n cuanto pudiese recibirnos, y me choca Angel. ¡Qué abatimiento cuando sé abrió la Capilla Sixti-
n o haber visto a ú n á nadie. ¿Queréis que mientras tanto na y los rivales penetraron en ellal El monstruo había
subamos á las salas de Rafael? , procreado abajo y el más grande entre los humanos, dejó
Y una vez en esas salas se mostró correcto, muy lucido allí un alma sin que ya jamás pudiese librarse de la in-
V apreciando con mucha justicia las obras, recobrando to- fluencia sufrida.
da su clara inteligencia desde que no se excitaba con su Después acompañó Narciso á Pedro á las logias, á esa
horror á las dimensiones colosales y á las genialidades galería de cristales tan clara y de un decorado tan delicio-
so. Rafael había muerto y en los cartones que dejó n o se
d
1>£gra°ciadamente para Pedro salía de la capilla Sixtina veía más que un trabajo de discípulos. E r a una caída
y habíale sido necesario escapar á la presión del monstruo, brusca, total. Nunca comprendió Pedro tan perfectamente
Olvidar lo que acababa de ver, habituarse á lo que veía que el genio lo es todo y que cuando desaparece, la escue-
allí para paladear toda aquella belleza pura. Sucedíale lo la se hunde. El hombre de genio resume una época, pro-
mismo que si al principio hubiese bebido u n vino dema- duce, en una hora dada de la civilización, toda la savia
siado fuerte que le aturdió y que le impedía saborear á del suelo social, que queda en seguida agotado y á veces
continuación ese otro vino más ligero y de delicado aro- por siglos.
ma E n esas salas la admiración n o deslumhra como el Y se interesó mucho más con la vista admirable que se
relámpago; pero e n cambio el encanto opérase de una disfruta desde las logias, cuando observó que tenía enfren-
manera lenta é irresistible. i te de él, y al otro lado del patio de San Dámaso, el piso
Es Racine al lado de Corneille, Lamartine al de \ictor habitado por el papa. Abajo, el patio, con su pórtico, su
Hugo; la eterna pareja, la unión del macho y de la hem- fuente, su blanco pavimento, que estaba claro y desnudo
bra en los siglos de gloria. Con Rafael triunfan la nobleza, bajo el sol ardiente. Aquello decididamente no tenfa na-
la gracia, la línea exquisita y correcta de una armonía da de la sombra, del misterio discreto y religioso que
divina v 1 0 es tan sólo el símbolo matenal tan soberbia- los alrededores de las catedrales del Norte le hicieran
mente arrojado por Miguel Angel, sino que es un análisis soñar.
fisiológico de una profunda penetración llevado a la pm- f A derecha é izquierda de una escalinata que conducía á
tura El hombre está más depurado, más idealizado; vis o las habitaciones del papa y á las del cardenal secretario,
ante todo por dentro. Y no obstante si hay allí un sentí-. veíanse alineados cinco coches, los cocheros erguidos, tie-
mentalismo, un femenino, del que se siente el esitremeci- f sos en sus pescantes, los caballos inmóviles en medio de
miento de ternura, es también d e una solidez de factura, aquella luz tan viva. Y ni un alma poblaba el desierto del
admirable, muy grande y fuerte. Pedro íbase p o m á poco vasto patio cuadrado, con tres pisos con galerías de cristales,
abandonando á esa soberana maestría conquistándole la el rojo tono de la piedra parecía como que doraban "la des-
elegancia viril del gallardo pintor; conmovíale tambirn nudez del pavimento y de las fachadas con una especie de
hasta el fondo del corazón esa visión de la suprema belle- Roma—Tomo 1—15
grave majestad de templo pagano, consagrado al dios del Almorzaron frente mismo á San Pedro, en un modesto
restaurant del Borgo, que contaba entre su parroquia á la
Lo que llamó más la atención á Pedro, fué el magnífi- mayoría de los peregrinos y en donde, por cierto, se co-
co panorama de Roma que desde allí se disfrutaba y que mía muy mal.
se desarrolla bajo esas ventanas del Vaticano. No había Después, á eso d e las dos, dieron la vuelta á la basílica
creído siquiera que aquello debía ser así y de pronto so- por la plaza de la Sacristía y por la plaza de Santa Marta,
brecogióle el pensamiento de que el papa, desde sus ven- para ir desde allí, por la parte de atrás, á buscar la entra-
tanas veía do ese modo á Roma completa, extendida de- da del Museo.' Era Un barrio claro, desierto y caluroso, en
lante do él, amontonada allí como si no tuviese que hacer el que el joven presbítero encontró otra vez, pero duplica-
más que alargar la mano para volverla á tener. Y se llenó da, la sensación de majestad desnuda y rojiza, como reco-
los ojos y el corazón con aquel espectáculo inaudito, por- cida al sol, que hallara al visitar el palacio de San Dámaso;
que quería llevárselo, guardarlo todo él, estremecido por pero sobre todo, cuando dió la vuelta al ábside g'gantcsco
el sin fin de ensueños que evocaba. del coloso, comprendió mucho más su enormidad; una
Distrájole de su contemplación un rumor de voces que porción de arquitecturas, con florescencia de ellas puestas
le hizo volver la cabeza y vjó á u n criado de librea negra en montón que bordean los espacios vacíos del pavimento
que, después de haber dado u n recado á Narciso Habert, en el que crece una hierba menuda, fina. E n aquella mu-
le ¿ l u d a h a con mucho respeto. da inmensidad no había más que dos niños que jugaban
El agregado se acercó al presbítero con aire de visible á la sombra de una pared. La antigua casa de moneda de
los papas, la Zecca, á la sazón italiana y custodiada por
contrariedad. soldados del rey, encuéntrase á la izquierda del pasaje que
—Mi primo, monseñor Gamba del Zoppo, me manda conduce al Museo; mientras que enfrente á la derecha se
u n recado diciéndome que no puede recibir esta mañana. halla una puerta de honor del Vaticano, en el que vigila
A lo que parece, se lo impide el tener que prestar un nn retén de la guardia suiza y por esa puerta es por la
servicio inesperado.
Su embarazo, al decirlo, revelaba que no creía mucho que entran los coches de dos caballos, que, según las
en aquella excusa y que empezáis á sospechar que su pa- prescripciones de etiqueta, llevan al patio de San Dáma-
so á los que van á visitar al cardenal secretario y á Su
riente tenía miedo de comprometerse, advertido y aterra-
Santidad.
do por. alguna alma caritativa. Esto le indignó por otra
parte, pues era servicial y demasiado animoso. Al cabo Siguieron el largo pasaje, la calle que sube entre una
se sonrió, añadiendo: ala del palacio y las tapias de los jardines pontificales y al
—Escuchadme, hay u n medio de forzar las puertas. &i cabo llegaron al Museo de Antigüedades. ¡Ah! ¡Museo in-
es que podéis disponer de la tarde, almorzaremos juntos menso compuesto de salas sin fin, museo en el que se en-
y después volveremos á visitar el Museo de Antigüedades cierran tres; el antiguo Museo Pío Clementino, Museo
y al íin conseguiré reunirme con mi primo sin contar con Chiaramonti y el Braccio Nuovo, todo un mundo hallado
la venturosa eventualidad que tenemos de encontrarnos bajo la tierra, exhumado, glorificado sobre la misma y ea
al papa en persona, si es que baja á los jardines. pleno día.
Al principio y al oir hablar de aquel nuevo entorpeci- Durante más d e dos horas lo recorrió el joven presbíte-
miento á su audiencia, experimentó Pedro la más viva ro, yendo de una á otra sala, deslumhrándole aquellas
decepción. Por esto y pudiendo además disponer libre obras maestras, aturdiéndole tanto genio y tanta belleza.
mente de la tarde, aceptó la oferta de Narciso. No eran sólo los trozos ó restos célebres los que le admira-
ba^ el Lacoon y el Apolo, de los gabinetes de Belvedere
—Sois muy amable y temo mucho abusar... 05 doy un
jaiUón de gracias.
he? de todos modos descansaréis porque debéis tener tron-
ni el Meleagro, ni el torso de Hércules; sino que le sor- chadas las piernas.
prendía, le dominaba más la cantidad incontable de Ve- Conocíanle todos los celadores por su parentesco con
nus, de Baeos, de emperadores y emperatrices deificados; monseñor Gamba del Zoppp, pues éste abríale todas las
por todas parles aquella exhuberancia soberbia de hermo- puertas del Vaticano á donde le agradaba ir á pasar días
sas carnes, de carnes augustas, celebrando la inmortali- enteros.
dad de la vida. Tres días antes, había visitado el Museo Había dos sillas allí, y en ellas se instalaron poniéndose
del Capitolio, en el que pudo admirar la Venus, el Galo inmediatamente á hablar del arte.
moribundo, los centauros maravillosos de mármol negro y ¡Qué Roma aquella con su soberana realeza propia y
la colección extraordinaria de bustos. ajena 1 No parece si no que es un centro en el que el
Pero en el Museo Vaticano, encontró otra vez esa admi- mundo entero converge y va á parar allí, pero en el
ración, pero duplicada hasta el estupor por la inagotable que nada crece en el suelo herido de esterilidad desde el
riqueza de aquellas salas. Y más ansioso quizás de la vida principio.
que del arte, ensimismóse otra vez ante los bustos, en los Es preciso aclimatar las artes, trasplantar el genio de
que resucita tan real la Roma antigua; que si ciertamente los pueblos vecinos que desde luego florece espléndida-
fué incapaz de crear la belleza ideal de Grecia, dió, sin em- mente.
bargo, á luz la vida. Allí están todos, emperadores, filóso- Bajo los emperadores y cuando es la reina de la tierra,
fos, sabios poetas, viviendo todos ellos con una prodigio- es de Grecia de donde procede la belleza de sus monu-
sa intensidad, tales cuales eran estudiados y reproducidos mentos y de sus esculturas; más tarde, cuando nace el
con artístico escrúpulo por el artista, con sus deformidades, cristianismo, quédase allí impregnado todo él de paganis-
sus tachas y hasta las menores particularidades de sus mo y fes fuera de allí, en otro terreno, en donde se produ-
rostros y de ese extremado cuidado de la verdad, salía el ce el arte gótico, el arte cristiano por excelencia.
carácter, una evocación de una potencia extraordinaria. Más tarde, durante el Renacimiento, es Roma la que
Nada hay en suma, nada más alto, son los hombres mis- resplandece en el siglo de Julio II y de León X, pero son
mos los que reviven, que rehacen la historia, esa histo~ artistas de Toscana y de la Umbría los que preparan el
falsa cuya enseñanza basta para que execren la antigüe- movimiento, los que la llevan á tan prodigiosa altura. Por
dad, generaciones de alumnos. segunda vez el arte va á ella desde fuera, la da la sobera-
¡Desde entonces, cómo se comprende, cómo se simpati- nía del mundo, adquiriendo en su seno una amplitud
za! Y era por esto el porqué los menores pedazos de már- triunfal. Verifícase entonces el extraordinario despertar de
mol, las estatuas truncadas, los bajo relieves en pedazos, la antigüedad; son Venus y Apolo que resucitan adorados
hasta un solo miembro, brazo divino de ninfa ó nervi por los mismo papas que, desde Nicolás V, sueñan en
pierna de sátiro, evocaban el resplandecimiento de una igualar la Roma papal á la Roma imperial.
civilización de luz, de grandeza y de fuerza. Después de los precursores tan sencillos, tan tiernos y
Acompañó Narciso á Pedro á la galería de los Candela- fuertes, Fra Angélico, Perugino, Botieelli y otros, aparecen
bros, que tenía cinco metros de largo y en la que se las dos soberanías: Miguel Angel y Rafael, lo sobrehuma-
hallan reunidos muy hermosos trozos de escultura. no y lo divino; después la caída es brusca, es preciso espe-
—Escuchadme, querido abate, no son apenas más que rar ciento cincuenta años para llegar al Caravagio, á todo
las cuatro,—dijo,—y vamos á sentarnos un momento aquí, lo que la ciencia de la pintura ha podido conquistar y
porque suele suceder, según me han dicho, que el papa en ausencia del genio al color y al modelado poderosos.
pasa por estos sitios para bajar á los jardines. Sería una Continúa en seguida la decadencia hasta Bernín, que es
verdadera suerte, si pudieseis verle ó hablarle, ¿quién
el transformador, el verdadero creador de la Roma de los potencia', escuchábale apenas, entregado por compTefo, 5
papas actuales, el hijo pródigo engendrando desde su año la idea que cada vez se arraigaba más en él, de que la
vigésimo toda una línea de jóvenes de piedra colosales, el Roma pagana resucitando en la Roma cristiana hacía de
arquitecto cuya aterradora actividad terminó la fachada ésta la Roma católica, el nuevo centro político, gerárqui-
do San Pedro, elevó la columnata, decoró el interior de co y (dominador del gobierno de los pueblos. ¿Había sido
la basílica y levantó fuentes, iglesias y palacios sin nú- Roma misma cristiana nunca, fuera de la época de las
mero. Catacumbas? Esto era en Pedro una prolongación, una
Y esto fué el fin de todo, porque después de eso Roma afirmación más y más evidente de los pensamientos que le
fué apartándose poco á poco de la vida, se eliminó cada día vinieran á la mente en el Palatino, en la vía Appia y
más y ¡más del mundo moderno, del mismo modo que si más tarde en San Pedro.
ella, que ha vivido siempre á costa de otras ciudades, . Y aquella misma mañana en la Capilla Sixtina y en la
so muriese por no poderlas arrebatar nada para formar sala de la Signatura, en medio del aturdimiento producido
su gloria. por la admiración, comprendió perfectamente cuál era la
—¡Ahí ¡Bernfnl ¡El delicioso Bernfnl—siguió diciendo en nueva prueba que el genio le presentaba.
voz baja Narciso, con aire desfallecido.—Es poderoso y á Sin duda en Miguel Angel y en Rafael, el paganismo no
la par exquisito, con una palabra siempre preparada, una aparecía más que transformado en espíritu cristiano; pero
ingeniosidad sin cesar en acecho y una fecundidad llena ¿acaso no se hallaba en la base misma? ¿Las gigantescas
de gracia y de magnificencia. ¡Bramante! ¡Su dichoso Bra- desnudeces del uno, no venían del terrible cielo de Jeho- -
mante! con su obra maestra, su correcta y fría cancillerfe vá, visto á través del Olimpo? ¿Y las ideales figuras del
jy bien! admitamos que ha sido el Miguel Angel y el Ra- otro, n o enseñaban, bajo los castos velos de la Virgen, las
fael de la arquitectura y no hablemos más de él... Pero o r n e s soberbias, deseables de Venus? Ahora tenía con-
Bernín, eso Bernín exquisito, cuyo pretendido mal gusto ciencia de ello Pedro; entraba algo de cortedad en su aba-
está formado con más. delicadeza y refinamiento que la j timiento, porque aquella prodigalidad de hermosos cuer-
enormidad y perfección de los demás! ¡El alma de Bernín, pos, aquellas desnudeces, glorificando la ardiente pasión
variada y profunda en la que toda nuestra época actual de la vida, iban en contra de lo que había soñado en su
debería encontrarse, es de un amaneramiento tan triunfal, libro: el cristianismo rejuvenecido dando la paz al mundo;
de un afán de buscar lo artificial y lo turbador, y tan des- el retorno á la pureza de los tiempos primitivos.
prendido de las bajezas de la realidadI... Id á visitar la vi- De pronto quedóse muy sorprendido al oir á Narciso,
lla Borghese y allí veréis el grupo de Apolo y Dafné que que, sin que pudiese saber porqué transición, se había
hizo cuando no tenía más que dieciocho años, y sobre puesto á enterarle de la existencia diaria de León XIII.
todo id á ver su Santa Teresa en éxtasis, que se halla en —Habéis de saber, querido abate, que á los ochenta y
Santa María do la Victoria. ¡Ah! ¡Esa Santa Teresa! ¡El cuatro años lleva una vida de voluntad y de trabajo como
cielo abierto; el estremecimiento que el divino goce puede ! ni vos ni yo quisiéramos vivirla. A las seis ya está levan-
poner en el cuerpo de la mujer, la voluptuosidad de la fe tado, dice su misa en la capilla particular y se desayuna
llevada hasta el espasmo; la criatura perdiendo el aliento, luego con un poco de leche. Después, desde las ocho á las
muñéndose de placer en brazos de su Dios!... He pasado doce, en un desfile continuo de cardenales, de prelados
delante de ella horas y más horas sin poder agotar jamás que le vanl á enterar de los asuntos todos de las cong ega-
lo infinitamente precioso y devorante del símbolo. ciones; todo pasa por sus ojos y os aseguro que no hay co-
Apagóse su voz y Pedro, al que no admiraba ya su ren- ' sa más complicada ni más numerosa. Al mediodía, con
cor sordo, inconsciente, contra la salud, la sencillez y la gran frecuencia, recibe en audiencia particular ó colecíi-
va'mente. A las dos come; tras la comida, la siesta, que en' ' Y mientras que Narciso le daba todos esos detalles, veía
verdad ha bien ganado ó el paseo por los jardines hasta Pedro revivir delante de él toda la extraordinaria historia.
las seis. Algunas veces á continuación las audiencias parti- Al principio eran los papas mundanos y fastuosos del Re-
culares le entretienen durante una ó dos horas. Cena á las nacimiento los que habían resucitado apasionadamente la
nueve y apenas come, se sostiene con muy poca cosa. Co- antigüedad, soñando envolver la Santa Sede con la púr-
me siempre len su mesita. ¡Eh! ¿Y qué os parece la etiqueta pura imperial; Pablo II, el magnífico veneciano que man-
que le obliga á esa soledad? ¡Un hombre que, desde hace dó construir el gran palacio de Venecia; Sixto IV, al que
dieciocho años no ha tenido jamás un convidado y que se debe la Capilla Sixtina, y Julio II y León X, que con-
vive eternamente á solas con su grandeza! Y á las diez, virtieron á Roma en una ciudad de pompa teatral, de
después de haber rezado el Rosario con sus familiares, se fiestas prodigiosas, de torneos, de bailes, cacerías, masca-
encierra en su habitación; pero si se acuesta duerme poco, radas y festines.
porque padece frecuentes insomnios y se levanta llaman- El papado había hallado el Olimpo bajo la tierra, en-
do á ¡un secretario para dictarle cartas ó notas. Cuando le vuelto en el polvo de las ruinas y como embriagado por
preocupa un asunto interesante se consagra por completo aquella oleada de vida que subía desde el vetusto suelo,
y piensa sin cesar en él. En eso está su vida, hasta su sa- creó museos, restauró los soberbios templos del paganismo
lud; es una inteligencia siempre despierta, trabajando con- devueltos al culto de la universal admiración. Jamás la
tinuamente, una fuerza y una autoridad que tienen nece- Iglesia corrió peligro más mortal que aquel, porque si
sidad de usarse... Ya sabéis que durante mucho tiempo Cristo continuaba siendo honrado en San Pedro, Júpiter
cultivó con éxito y ternura la poesía latina. Creo también y todos los dioses, todas las diosas de mármol, de hermo-
saber que u n tiempo, en las horas de lucha, tuvo la pasión sas triunfantes carnes, reinaban en las salas del Vaticano.
del periodismo, hasta el punto de inspirar los artículos Pasó después otra visión; la de los papas modernos an-
de los periódicos adictos y hasta, según dicen, llegando al tes de la ocupación de Roma por los italianos. Pío IX libre
extremo de dictar algunos cuando sus ideas más queridas aún y saliendo con mucha frecuencia á recorrer su ciudad
estaban en juego. de Roma. Su gran carroza roja y oro arrastrábanla seis
Quedáronse ambos silenciosos. A cada momento, y etí caballos, rodeábala un piquete de la guardia suiza y la es-
aquella galería de los Candelabros, inmensa, desierta y so- coltaba un pelotón de guardias nobles. Algunas veces el
lemne en medio de los inmóviles mármoles con blancu- papa se apeaba del carruaje en el Corso y seguía su paseo,
ras de aparición, alargaba Narciso la cabeza para ver si el y entonces los guardias de á caballo se adelantaban avi-
corto cortejo del papa no iba á desembocar por la Galería sando y mandando detener todo movimiento. En seguida
de los Tapices para desfilar ante ellos dirigiéndose hacia poníanse en hilera todos los coches de los que se apeaban
los jardines. los hombres para arrodillarse en el empedrado, mientras
—No ignoráis que le bajan en una silla pequeña lo bas- que las mujeres se ponían únicamente en pie inclinando
tante estrecha para que pueda pasar por todas las puertas devotamente la cabeza al pasar el Santo Padre, que con
¡y qué viaje! Cerca de dos kilómetros á través de las lo- un paso lento iba así hasta la plaza del Pópolo seguido de
gias, de las salas de Rafael, de las galerías de pintura y da su corte, sonriendo y bendiciendo. Y luego seguía á Pío
escultura, un paseo interminable antes de llegar abajo en IX, León XIII, el prisionero voluntario encerrado en Ro-
donde le dejan en un paseo en el que espera un carruaje ma desde hacía dieciocho años, habiendo adquirido una
de dos caballos... Esta tarde hace un tiempo delicioso; majestad mucho más alte, una especie de misterio sagrado
con seguridad que saldrá, esperemos y tengamos un poco y temible tras las gruesas y silenciosas murallas en el
de paciencia. fondo de aquel desconocido país en donde se deslizaba,
te yida discreta de cada uno de sus d&a»
iXhí ¡Ese papa a! que no se le encueníra, al que no sé los. Pero el blanco anciano, tan diáfano, parece que no ve,
le ve jamas, ese papa oculto á la mayoría de los hombres que no oye nada y las colosales cabezas de Júpiter, los
lo mismo que una de esas divinidades terribles á las que hombros de Hércules y las equívocas caderas de Antinoo,
sólo sus sacerdotes se atreven á mirar la cara! Y se ence- siguen viéndole pasar.
rró en ese suntuoso Vaticano que sus antepasados del Re- Lleno de impaciencia decidióse Narciso á interrogar á
nacimiento edificaron y adornaron para dar gigantescas uno de los guardas del Museo, que le dijo que su San-
fiestas; y vive allí aprisionado con los hombres hermosos tidad había ya pasado. Y efectivamente, muchas veces
y las mujeres hermosas de Miguel Angel y Rafael, con para atajar pasaban por una galería cubierta, que desem-
los dioses y diosas da mármol, el esplenderoso Olimpo bocaba delante de la Moneda.
celebrando á su alrededor la religión de la luz y de la —Bajemos también,—dijo Narciso á Pedro,—¿queréis?
vida. Todo el papado bañado allí con él en el paganismo. Deseo que veáis los jardines.
¡Qué espectáculo, cuando aquel anciano débil, de una Al llegar abajo, al vesLíbulo, se puso á hablar con otro
blancura pura, sigue esas galerías! A derecha é izquierda guarda, con un antiguo soldado pontificio al que conocía
míranle pasar las estatuas con toda la desnudez de sus personalmente. Inmediatamente le dejó pasar con su acom-
carnes al descubierto, y le contemplan Júpiter, Apolo, y pañante; pero no pudo asegurarle si monseñor Gamba
Venus la dominadora y es Pan, el dios universal en cuya del Zoppo acompañaba ó no aquel día á Su Santidad.
risa suenan las alegrías de la tierra. Son también las nerei- —No importa,—añadió Narciso cuando se encontraron
das que se bañan en la ola transparente, las bacantes que, los dos solos en el paseo,—pues no desespero aún de que
sin velo, se revuelcan entre las hierbas cálidas y centau- tengamos un buen encuentro... Mirad, estos son ios fa-
ros que galopan llevándose á sus humeantes reinos des- mosos jardines del Vaticano.
mayadas jóvenes; Arina sorprendida por Baco, Ganime- Son muy vastos y el Papa puede recorrer cuatro kiló-
des acariciando el águila, Adonis inflamando las parejas metros por caminos abiertos en el bosque y pasando por
con su llama. la viña y el huerto. Esos jardines ocupan la meseta de la
Y el blanco anciano sigue su camino balanceándose colina Vaticana que el antiguo muro de León IV, rodea
sobre la sillita baja, atravesando por entre todo ese triun- aún por todas partes, lo que le aisla de los valles inme-
fo de la carne, de esa desnudez al descubierto, glorificada diatos, lo mismo que si fuese la cima de un recinto fortifi-
y que aclama la supremacía de la Naturaleza, la materia cado. E n otros tiempos ese muro llegaba hasta el castillo
eterna. de Santángelo y formaba lo que se llama la Ciudad
Desde que la encontraron, exhumaron y honraron, reina Leonina.
de nuevo la materia imperecedora, y en vano han puesto No domina nada ni nadie ve esos jardines, en los que no
hojas de parra á las estatuas, lo mismo que vistieron las puede penetrar ninguna mirada indiscreta como no sea
grandes figuras de Miguel Angel, porque el sexo flamea, desde la gigantesca cúpula de San Pedro, cuya enormidad
desbórdase la vida y la savia circula á torrentes por las es la única que lo alcanza con su sombra en los ardientes
yenas del mundo. días del estío. Forman por otra parte, un mundo, un con-
Allí cerca, en la Biblioteca Vaticana, de incomparable junto completo y variado que todos los papas embellecie-
riqueza y en la que duerme toda la ciencia humana, hay ron á porfía; un gran parterre con simétricos musgos en
un peligro mucho mayor aim, podría haber una explosión el «»ae se destacan dos hermosísimas palmeras, y adorna-
que se llevase al Vaticano y hasta á San Pedro si un día do con naranjos y limoneros, colocados en grandes mace-
los libros se despertasen á su vez hablando alto, como tas; un jardín más libre, más sombrío, en el que en medio
hablaba la belleza de las Venus y. la virilidad de los Ago- Üe espesos setos de ojaranzos, se encuentra el Aquilón, la
fuente de Juan Vesancio y el antiguo casino de Pío IV,
y en seguida vienen los bosques con soberbias encinas
verdes, bosquecillos de plátanos, acacias y pinos, cortados por entre las copas verdes de los árboles, con su blanca
por espaciosos caminos de encantadora dulzura, para dar cúpula. Hay también entre los árboles u n pequeño chalet
largos y lentos paseos, y por último, hacia la izquierda, y suizo en el que á León XIII le agrada descansar. Algunas
tras unos cuantos árboles, el huerto y una viña con unas veces llega hasta el huerto; pero lo que interesa más es la
vides admirablemente cuidadas. viña que visita con frecuencia para ver si maduran las
Sin dejar de andar á través del bosque, dió Narciso mu- uvas y si será buena la cosecha. Pero lo que le llamó más
chos detalles á Pedro acerca de la vida del Santo Padre la atención al joven presbítero, fué el saber que el Padre
en aquellos jardines. Cuando el tiempo lo permitía, se Santo era un cazador acérrimo cuando la edad aun n o le
paseaba un día sí y otro no. Antiguamente, al llegar el había debilitado. Cazaba con roccolo, pero de una manera
mes de Mayo, los papas abandonaban el Vaticano por el apasionada. E n las lindes de los matorrales colocaban las
Quirinal, ó se iban á pasar los grandes calores á Castel- redes de malla ancha á lo largo de un paseo que orillan
gandolfo, e n las orillas del lago Albano. Hoy el papa no y de ese modo cierran por los dos lados.
tiene más para residencia de verano, que una antigua to- E n medio, en el suelo colocan las jaulas con el reclamo
rre del recinto de León IV poco menos que intacta. Y y los cimbeles cuyo canto n o tarda en atraer á los pajari-
allí es á donde se va á vivir durante los días más llos de los &ilrededores, como jilgueros, pardillos, ruiseño-
calurosos. Y es más, ha mandado construir á su lado un res y otros de varias clases, y cuando una bandada estaba
pabellón para que se instale en él su servidumbre en ya allí León XIII, sentadb aparte y al acecho, palmoteaba
caso necesario. con las manos y asustaba á los pajarillos que echaban
Narciso, como familiar de la casa, entró con toda liber- bruscamente á volar enredándose sus alas en las anchas
tad y consiguió que Pedro pudiese echar una ojeada á la mallas de la red. No quedaba que hacer más que recoger-
única habitación que ocupaba Su Santidad, vasta pieza los y imatarlos c o n una ligera uñada. El becafigo asado es
redonda con techo semiesférieo, y con el cielo raso pin- un bocado exquisito.
tado con las figuras simbólicas de las constelación«, de Cuando volvían por el bosque, tuvo Pedro otra sorpresa;
las que una, el León, tiene dos estrellas por ojos que un de pronto tropezó con una gruta de Lourdes, con una
sistema especial de alumbrado hace brillar durante la no- imitación en pequeño, reproducida con el auxilio de rocas
che. Las paredes tienen tal espesor, que tapiando una de y piedras de cemento. Su emoción fué tan grande, que
las ventanas se ha podido formar como un cuartito en un no pudo ocultársela á su compañero.
hueco, en el que se ha colocado un gran sillón. El mobi- • —¿De modo que es verdad? Me lo habían dicho, pero
liario n o se compone más que de la gran mesa para el no quise creerlo, porque suponía que el Padre Santo era
trabajo, otra pequeñita, movible, para comer, y u n am- más intelectual y estaba desprendido de esas bajas su-
plio y cómodo silllón todo él dorado y que, por cierto, es persticiones.
uno de los regalos del jubileo episcopal. —¡Oh!—respondió Narciso.—Creo que esa gruta data de
Y medita en los días de soledad, de silencio absoluto, Pío IX, que profesaba particular devoción á Nuestra Se-
en la sala baja del torreón, fresca como un sepulcro cuan- ñora de Lourdes. E n todo caso, debe ser algún regalo y
do los ardorosos soles de Julio y de.Agosto abrasan á que León XIII ha dado sencillamente orden para que
lo lejos á Roma abrumada bajo el calor. lo conserven.
Después venían algunos detalles más. E n otra torre ha- Durante algunos minutos permaneció Pedro mudo é
bían instalado un observatorio astronómico que so yda inmóvil ante aquella reproducción, ante aquel juguete in-
fantil de la fe. Algunos visitantes habían pasado por aque-
llos sitios con devoto celo y dejado sus tarjetas metidas.
entre las hendiduras de cemento. Esto fué para Pedro eopiere, escanciador del papa, que aquél tenía que desem-
origen de una gran tristeza y eclió á andar tras de su com- peñar como uno dé sus cuatro camareros secretos partici-
pañero con la cabeza inclinada y entregándose á sus cavi- pantes y n o constituían más que u n cargo puramenie ho-
laciones desoladas acerca de la imbécil miseria del mun- norífico, sobre todo, desde que las comidas diplomáticas y
do. Después, al salir del bosque y hallarse de nuevo en- las dadas en honor de la consagración de algún obispo se
frente del parterre, levantó los ojos. verificaban en la secretaría del Estado, en el domicilio del
¡Dios santo! ¡Qué final más hermoso de un día sereno y cardenal secretario.
qué encanto victorioso se desprendía de la tierra en aque- Monseñor Gamba del Zoppo, cuya insignificante nuli-
lla parte adorable de los jardines! Más aun que bajo las dad era legendaria, parecía n o tener que desempeñar más
agradables sombras del bosque, más a u n que entre las papel que el de recrear á León XIII que le estimaba mu-
viñas fecundas, sentía allí toda la fuerza de la poderosa cho por sus continuas adulaciones y por las anécdotas que
naturaleza, en medio de aquel parterre desnudo, desierto, contaba, sacadas de todas partes, lo mismo de la sociedad
noble y agostado. Apenas se veían por encima de los ente- blanca que de la negra. Aquel hombre grueso y amable
cos musgos, que adornaban con simetría los comparti- condescendiente y hasta servicial, cuando no entraba en
mientos geométricos dibujados por los paseos, algunos ai> su interés, era una gaceta viviente que se hallaba al co-
bustos no m u y elevados, rosales enanos, aloes, contados rriente de todo y que no desdeñaba las hablillas de las
macizos de flores medio secas y, preparadas con el gusto cocinas; de esta manera se encaminaba tranquilamente
barroco de épocas pasadas, algunas plantas verdes dibu- hacia el cardenalato, seguro de obtener el capelo, sin to-
jando en el suelo las armas' de Pío IX. marse más molestias que la de llevar noticias y cuentos
El rumor cristalino del agua del surtidor, una continua para las horas agradables del paseo. Y Dios sólo sabe si
lluvia de gotas que caían en el tazón de mármol central, podía hacer grandes cosechas en ese cerrado Vaticano en
era lo único que turbaba el ardoroso silencio de aquellos el que se agita semejante pululamiento de prelados de
parajes. Roma entera, con su cielo ardiente, su gracia sobe- todas clases, en esa familia pontifical sin mujeres, com-
ranaa, su conquistadora voluptuosidad, parecía que anima- puesta de solterones con sotana, sordamente trabajados
ba con su alma aquella cuadrada decoración, vasto mosai- por desmedidas ambiciones, por luchas sordas y abomi-
co de verdura, cuyo semiabandono y rojiza ruina tenían nables, por rencores feroces que, según dicen, llegan á
algo de melancólica fiereza, con el estremecimiento muy veces hasta á apelar al bueno y viejo veneno de los tiem-
antiguo de una pasión de fuego que n o podía morir. Y pos antiguos.
dominando el aroma de los pinos y de los eucaliptus, más De pronto detúvose bruscamente Narciso.
fuerte a u n que el de los naranjos en la madurez de su —¡Mirad 1—exclamó.—Bien lo sabía yo... ahí tenéis al
fruto, elevábase otro olor, el de los grandes bojes amargos, Padre Santo... pero hemos tenido poca suerte puesto que
tan cargado de vida violenta, tanto que turbaba al pasan ni siquiera nos verá. Va á subir al coche.
como el olor mismo de la virilidad de aquel vetusto suelo Y en efecto, la carretela se acercó á la linde del bosque
saturado de polvo humano. y un grupo formado por unas cuantas personas, y que
—Es muy extraordinario que n o hayamos encontrado alió de un sendero, se encaminó hacia aquel lugar.
á Su Santidad,—dijo Narciso,—y sin duda su coche se A Pedro se le figuró que había recibido u n gran golpe
internó en el otro paseo del bosque, mientras nps detenía- en el corazón. Inmóvil como su compañero, medio oculto
mos en la torre de León IV. tras la elevada maceta de u n limonero no pudo ver más
Y volvió á ocuparse de su primo, de monseñor Gamba que de lejos al blanco anciano, tan delicado entré los plie-
del Zoppo, explicando cuáles eran sus funciones comS gues de su sotana d e nivea blancura y moviéndose lenta-
niéndose á hablar con los jardineros, preguntándoles acer-
metale con n n paso menudito, con el que 4";¡¡ff ca del estado de los árboles y la venta de las naranjas. Y
parecía como que se deslizaba sobre la arena. Apenas pudo también le contó el cariño que había tomado á dos gace-
ver el demacrado rostro de color de antiguo marfil diáfa- las, regalo que le enriaron desde Africa, lindos animale-
no, acentuado por su gran nariz sobre los delgados labios ¡os finois á los que le gustaba acariciar y cuya muerte de-
pero los negros ojos relucían con una sonrisa y con te ploró. Por otra parte Pedro no le escuchaba y cuando lle-
curiosidad, Mientras que la cabeza se racimaba á la toe garon ambos á la plaza de San Pedro se volvió y contem-
cha, hacia monseñor Gamba del Zoppo grueso, reluciente pló una vez más el Vaticano.
y digno, y que por lo visto estaba acabando de contar a^ Fijáronse sus miradas en 1a puerta de bronce, y se acor-
g u n a h i t o r i a . AJ otro lado, á la izquierda, iba un guar- dó de que por la mañana se Ihabía preguntado qué se ocul-
dia noble y otros dos prelados los seguían. _ taba tras de aquellos cuarterones de metal, adornados con
No fué aquello más que u n a aparición familiar pues gruesos clavos de cabeza cuadrada. Y n o se atrevió á res-
León XIII subte al carruaje, una carretela cerrada. Y m ponderse a ú n ; no se atrevió á decidirse sobre si los pue-
dro, en medio de aquel jardín, caluroso Y p o r o s o , v o M blos nuevos, ávidos de fraternidad y de justicia encontra-
á experimentar la misma singular emoción que e x ^ n rían allí la religión esperada por las democracias de ma-
mentara en la galería de los Candelabros cuando evocó el ñana, porque no llevaba más que una impresión primera;
" ¡ 1 papa por delante de los Apolos y de las Venus pero ¡qué viva era esa impresión! ¡y qué comienzos de de-
S c L d o gate de su triunfal desnudez .Allí no era m j sastre para su ensueño!
que el arte pagano el que celebraba la etemicted de la Una puerta de bronce ¡sí! dura é inexpugnable, cerran-
vida las fuerza! soberbias y todopoderosas de la Natura- do el Vaticano tras sus antiguas hojas, separándolo del
S Y de ahí que allí le veía bañarse en la N a t u r a ^ resto de la tierra y de una manera ten completa que hacía
misma, en 1a más hermosa, la más voluptuosa y la mas tres siglos que allí no había entrado nada. Detrás de ella
acababa de ver renacer los siglos antiguos, hasta el xvi, in-
i « papa, aquel blanco anciano que p a s a b a j s u mutables. Allí habíanse como detenido los tiempos para
Dios de dolor de humildad, de renuncia á lodo o munda- siempre y nada se movía; conservándose todo hasta los
n o por los paseos de ese jardín de amor, durante las lán- trajes de los guardias suizos, de los guardias nobles y de
^ i d a s tardes de los ardorosos días de estío b a p las can- los prelados que no habían sufrido ninguna alteración, y
d a s de los olores, de los penetrantes aromas de los pin* allí se encontraba el mundo tal cual era, hacía trescien-
y de los eucaliptos, de los naranjos en su madurez y de tos años, con su etiquete, sus vestimentas y sus ideas.
L grandes bojes amargos! Pan, todo él, te j n v o ^ j j J Si desde hace veinticinco años los papas, para protes-
los ¡oberanos efluvios de su virilidad. ¡Qué bien se debía tar altaneramente, se encierran voluntariamente en su pa-
vivir allí entre las magnificencias del délo y de la tierra y lacio, ese aislamiento, ese secular encierro en el pasado,
S J r l a belleza de la mujer y gozar entre la fecundidad en la tradición, data desde mucho más lejos y presenta-
ba otro peligro mucho más grave.
UI Todo el caatolicismo acabó por encerrarse como ellos,
B n S ! m e n t e se revelaba esa verdad dedsiva; la de que
en aquel país de luz y de alegría, n o había podido surgtf obstinándose en sus dogmas, n o viviendo ya, inmóvil y
¡ S R £ i e E-na religión temporal de conquiste de domma^ erguido, más que gracias á la fuerza que tiene su vaste
d ó n política y no la religión mística y sufrida del Norte, organización jerárquica. ¿Era entonces que á pesar de su
aparente ductibilidad, el catolicismo no podía ceder en
" S a S T e ^ p r e s b í t e r o contándole aün historia, liorna—Tumo I—16
la bondad de que daba prueba á veces León XIII, del*
nada so pena de ser arrasado? ¡Y qué mUndo ten tem- Cuando se precipitó, fué grande su estupor. Darfo esta-
blé tan orgulloso, tan ambicioso y Ueno de rencores y de ba allí, enloquecido, trastornado por el deseo desentrena-
luchas! ¡Y qué prisión más extraña, qué aproximaciones do en el que se revelaba la ardiente sangre de los Bocea,
bajo los cerrojos; Cristo en compañía de Jup.ter C a p o - ñera, en su agotamiento elegante del fin de la raza y
no, toda la antigüedad pagana fraternizando con los Após- sujetaba á Benedetta por los hombros, habiéndola derri-
toles; todos los esplendores del Renacimiento rodeando al bado en un sofá violentándola, queriéndola hacer suya
pastor del Evangelio, al que reina en nombre de los sen- y abrasándola el rostro con sus palabras.
cillos y de los pobres! —¡Por el amor de Dios! ¡Por el amor de Dios no quie- -
E n la plaza de San Pedro declinaba el sol, la dulce vo- ras que yo muera y tú también! Puesto que tú misma di-
luptuosidad romana caía del cielo límpido, y el joven pres- ces que todo ha concluido y que jamás se anulará ese
bítero quedó trastornado después de tan hermoso día pa- matrimonio, n o seamos más desgraciados de lo que so-
sado con Miguel Angel, Rafael, las antigüedades y el papa mos ¡ámame como m e amas y déjame que te amel ¡Dé-
en el palacio más grande del mundo. jame que te ame!
-Dispensadme, querido a b a t e . - d i j o Narciso,-pero aho- Pero con los brazos extendidos, llorosa, con el rostro de
ra os lo confieso; temo mucho que mi pruno no se quie ternura y de indecible sufrimiento, rechazábale la con-
ra comprometer con vuestro asunto... Le veré... pero ha- tessina, animada también por una fiera energía repitiendo:
réis muy bien en no confiar mucho en él. • —¡No, nol ¡Te amo, pero n o quiero! ¡No quiero!
E r a n cerca de las seis cuando aquella tarde volvió re- En ese instante, y á pesar de lo trastornado que se ha-
dro al palacio Boccanera; por costumbre y por modestia llaba, experimentó Darío la sensación de que entraba al-
entraba por la puertecilla de la escalera de servicio cuyo guien. Se irguió con violencia y mftró á Pedro con un aire
Jlavín tenía en su poder; pero aquella manana había re- de alelada demencia y sin reconocerle. Pasóse después las
cibido una carta del vizconde Filiberto de la Choue que manos por el rostro; tenía húmedas las mejillas y ensan-
quería enseñar á Benedetta, y subió por la escalera pnn- grentados los ojos, y huyó exhalando un suspiro, un ge-
cipal, admirándole mucho no encontcar á nadie en la an- mido terrible y doloroso en el que su deseo no saciado
tecámara. luchaba con las lágrimas y el arrepentimiento.
Generalmente, cuando el criado tenía que salir, se ins- Benedetta se quedó sentada en el sofá, sufriendo y ago-
talaba allí Victorina y se ponía á coser con toda tranqui- tadas sus fuerzas y su valor; pero al ver el movimiento
lidad. Su silla estaba efectivamente, y hasta encima de que hizo Pedro para retirarse á su vez, muy embarazado
una mesa se veía la costura abandonada que había allí ol- con el papel que desempeñaba allí y no sabiendo qué
vidado; indudablemente se había marchado y Pedro se decir, con voz que se iba calmando le dijo:
permitió entrar en el primer salón. —No, no, señor abate, no os vayáis... os lo suplico, sen-
Era casi de noche y el crepúsculo se apagaba con mori- taos, pues deseo hablaros un momento.
bunda dulzura y el presbítero se quedó sobrecogido y sin Creyó no obstante que debía excusarse por su brusca
atreverse á seguir adelante porque, procedente del saton entrada y explicó cómo había encontrado abierta la puer-
vecino, del gran salón amarillo, oyó rumor de voces aho- ia del primer salón y que únicamente había hallado en
gadas empitones, tropezones, una lucha en fin. Eran su- !a antesala el trabajo de Victorina abandonado sobre una
plicas'ardientes y después ruidos sordos, respiraciones en- mesa.
trecortadas, anhelosas. Y, bruscamente, no vaciló más., se —¡Pues es cierto, Victorina debía estar allí!—exclamó
sintió c o n o impulsado á su pesar por la oerüdumbre de ¡a contessina.—Hacía poco que la había yo visto. 1,a lla-
mé cuando mi pobre Darío perdió la cabeza ¿por qué n o ,
que ¿íigutio se defendía en aquella habitación y que iba a
guuumbir. ha venido?. ukívbk»»TKiSstm) ¡
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go, en el rondo tiene mucha razón, y me espera, porque
Obedeciendo después á u n movimiento de expansión, dice que la felicidad formal está conmigo que le adoro.
inclinándose á inedias y con la faz aun encendida por la Vió entonces Pedro precisarse para él esa figura del jo-
luclia, añadió: ven príncipe que hasta entonces había visto con vaguedad.
—Escuchadme, señor abate, voy á explicaros todo lo Mulléndose de a m o r por su prima n o había dejado de di-
que hay para que n o forméis mala opinión de mi pobre vertirse. Un fondo de perfecto egoísmo; pero á pesar de
Darío, pues esto m e causa mucha pena... para que veáis todo un buen muchacho. Sobre todo tenía una incapaci-
lo que son las cosas. De lo que ha sucedido tengo yo la dad absoluta para sufrir, u n horror muy grande hacia el
mayor parte de la culpa. Ayer noche m e pidió una cita sufrimiento, la fealdad y 1a pobreza tanto para sí como
para que pudiésemos hablar tranquilamente, y como sa- para los demás. Su carne y su alma eran para la alegría,
bía que mi tía n o se hallaría aquí á esas horas le dije el esplendor, la apariancia y la vida á 1a luz del sol.
que viniese. ¿No es. verdad que esto es muy natural? Des- Y acabado, agotado, n o tenía fuerza más que para esa
pués de la gran pena que nos causó la ¡noticia que hemos vida de ocioso no sabiendo ni pensar ni querer, hasta el
recibido de que mi casamiento n o se anulará jamás, de- punto de que n o se le había siquiera ocurrido la idea
bíamos hablar para ponernos de acuerdo... Sufríamos mu- de formar al lado del nuevo régimen.
cho y era necesario tomar una resolución. Y entonces Con esto y con u n orgullo desmesurado de romano, la
cuando estuvo aquí nos echamos los dos á llorar y hemos pereza mezclada con una sagacidad y un sentido práctico
permanecido largo rato abrazados, acariciándonos y mez- de la realidad, siempre dispuesta, tente además el er "Tito
clando nuestras lágrimas. Le besé mil veces, repitiéndole final de su raza que se acababa, con su continuo d e ^ . de
que le adoraba, que estaba desesperada al causar su des- mujer, con lacceso de frenético deseo y una sensualidad
gracia y que m e moriría seguramente de pena al verle tan fiera que á veces se manifestaba de una manera impre-
desgraciado. Tal vez ha podido creerse que yo le alentaba, vista.
no es un ángel, n o debí haberle tenido abrazado durante; —Que mi pobre Darío se vaya á ver á otra, yo se lo
tanto tiempo... ya lo comprendéis, señor abate; se puso si permito,—añadió Benedetta bajando la voz y con hermo-
fin como un loco por querer la cosa que, delante de la sa sonrisa.—¿No es verdad? No hay que pedir imposibles
Madonna, h e jurado n o entregar nunca más que á m á un hombre y yo n o quiero que se muera.
marido. . Y como Pedro la mirase con asombro, porque aquello
Dijo Benedetta esto sencillamente, sin cortedad alguna trastornaba sus ideas acerca de los celos de los italianos,
con su aire de joven razonable y práctica. Una débil exclamó Benedetta, ardiendo con su apasionada adora-
sonrisa apareció en sus labios cuando continuó: ción:
—Le conozco muy bien á mi pobre Darío y eso no me —No, no, po¡ >so n o tengo celos. Es para su placer y
impide que le ame, al contrario. Tiene el aire delicado, no me da pena. Sé m u y bien que volveré siempre á mi
hasta un poco enfermizo, pero en el fondo es u n apasiona- lado y que n o será más que mío, pero sólo mío, el día
do, un hombre q u e tiene necesidad del placer. ¡Sí! Es la en que yo quiera ó pueda.
antigua sangre que hierve en sus venas y sé algo de eso, Quedáronse silenciosos, el salón se fué llenando de som-
porque he tenido siendo pequeña, accesos de cólera que bra, el oro de las grandes cónsolas perdiendo su fulgor, y
me han hecho revolcar por el suelo y a u n hoy, cuando el una melancolía infinite cafa del alto y obscuro artesonado
gran soplo pasa, es preciso q u e m e violente, que me tor- y de las antiguas tapicerías de color de otoño.
ture para no cometer las tonterías más grandes... ¡Pobre De pronto, y por una de esas casualidades que produce
Darío' ¡Qué poco sabe sufrir! Es como u n niño cuyos ca- la luz, se destacó u n cuadro, colocado encima del sofá en
prichos deben ser satisfechos en el acto, pero, sin embaft
tfue se hallaba la contessina; el cuadro era el retrato de la enamorada, la de fener que resistir á su a m o r ! ¡ Q u | conti-
joven del turbante, de la hermosa Cassia Boccanera, la nuo combate entre el deber, el juramento hecho á la Vir-
antepasada enamorada y justiciera. De nuevo llamóle la gen, y la pasión, esa pasión de su raza que, á veces, como
atención el parecido al presbítero, que, pensando en alta ella misma lo confesaba, soplaba tempestuosamente! Por
voz, dijo: muy ignorante é indolente que fuese, capaz de una eterna
—La tentación es la más fuerte, y llega u n momento fidelidad de ternura, exigía aparte de eso, lo serio, lo ma-
en que se sucumbe, y hace u n momento si yo n o hub¡& terial del amor. Ninguna mujer no estaba tan poco en ne-
Be entrado... gada como ella al desvarío.
•Interrumpióle Benedetta con violencia: Contemplóla Pedro á la luz del crepúsculo moribundo
—¡Yo! ¡A mí no! No me conocéis^ antes habría muerto. y se le figuró que la veto y comprendía por primera vez.
Y con una extraordinaria y exaltada devoción, anima- Su dualidad revelábase en sus labios un poco gruesos y
da toda ella por el amor, y como si la fe supersticiosa carnosos, en sus ojos inmensos, negros y sin fondo y en
hubiese encendido la pasión hasta el éxtasis, añadió con su rostro tan tranquilo, tan razonable y de una delicadeza
vehemencia: infantil.
—He jurado á la Madonna no dar mi virginidad más Con eso, detrás de sus ojos de fuego, bajo aquel cutis
que al hombre que amase, pero únicamente el día en que tan puro, tan terso, adivinábase la tensión interior de la
sea mi mprido, y ese juramento lo he cumplido á costa de supersticiosa, de la orgullosa y voluntariosa, la mujer que
mi dicha, y lo sostendré á costa d e mi vida si es preci- se conservaba obstinadamente para su amor, no obrando
so... Sí, Darío y yo moriremos si es preciso, pero la Vir- más que para gozar de él, siempre dispuesta, con su des-
gen santa tiene mi palabra y los ángeles no llorarán en pierta r a z ó n á evitar cualquier locura que pudiese arras-
el cielo. trarla. ¡Ahí ¡cómo se explicó que la amasen! ¡Cómo com-
E n esto estaba retratada por completo, con una senci- prendió que una criatura tan adorable, con su hermosa
llez que al principio podía parecer complicada é inexpli- sinceridad, su deseo de reservarse para entregarse mejor,
cable. debía llenar la existencia de un hombre 1 Y se le presentó
Sin duda obedecía á esa singular idea de nobleza hu- como la hermana menor de aquella Cassia, deliciosa y trá-
mana que el cristianismo ha puesto en la dominación de gica, que no había querido vivir con su virginidad, en
la carne y la pureza, toda una protesta contra la eterna adelante inútil, y que sé arrojó al Tíber arrastrando á su
materia, las fuerzas de la naturaleza, la fecundidad sin fin hermano y el cadáver de su amante Flavio.
de la vida. Impulsada por u n movimiento de simpatía, Benedetta
Pero en ella, había mucho más aun, Un precio de amor asió las manos de Pedro.
inestimable dado á la virginidad, un regalo exquisito, de —Hace quince días, señor abate, que estáis aquí y os
una alegría infinita, que quería ser el amante elegido, es- aprecio mucho, porque comprendo que sois mi amigo.
cogido por su corazón, convertido en señor absoluto de su Si nos comprendéis en el primer momento, no por eso
cuerpo en cuanto Dios los hubiese unido. Para Benedetta, debéis juzgarnos mal. Os juro que, por muy poco sabia
fuera del ministro del Señor y del casamiento religioso, que sea, procuro siempre obrar de la mejor manera posible.
n o había más que pecado mortal y abominación. Y en- Conmovióle mucho con su benévola gracia y la d¡ó las
tonces se comprendía su larga resistencia á Prada, al que gracias, conservando un momento entre las suyas las her-
n o amaba, y su resistencia desesperada y dolorosa á Da- mosas manos de Benedetta, porque también se apoderaba
río, al que adoraba, pero al que no quería entregarse más de él una gran ternura. Se apoderó de él un nuevo ensue-
que en legitima unión. ¡Y qué tortura para aquel al® ño, el de ser su educador, si para ello tenía tiempo, y n o
marcharse sin haber, al menos, conquistado aquel alma des enteras, perdidos entre los árboles, vivido Horas y más
para las ideas de caridad y fraternidad futuras que eran horas en el fondo de enmarañados escondites besándonos
las suyas. ¿No representaba á la Italia de ayer esa criatu- como querubines! Cuando llegaba el tiempo de la madu-
ra admirable, indolente, ignorante, desocupada, que sólo rez de las naranjas había allí perfumes que nos embria-
sabía defender su amor? gaban. ¡Y los grandes bojes amargos cómo nos envolvían,
La Italia de ayer, tan hermosa y adormecida, con su y con su olor penetrante, cómo hacían latir nuestros co-
gracia acabada, encantadora en su adormecimiento y que razones I Ahora no puedo respirar esos olores sin desfa-
guardaba tanto desconocido en el fondo de sus negros llecer.
ojos, ardientes de pasión. ¡Y qué papel el de despertarla, Entró un criado con la lámpara y Pedro subió á su
instruirla, conquistarla para la verdad, el pueblo de los cuarto. E n la escalerilla encontró á Victorina que experi-
que sufren y de los pobres, la Italia rejuvenecida de ma- mentó un ligero estremecimiento como si se hallase allí
ñana y tal cual él la soñaba I á propósito acechando su salida del salón. Le siguió y
Hasta en aquel desastroso casamiento con el conde Pra- habló informándose, y de pronto tuvo el presbítero con-
da y en su ruptura, quería Pedro ver una tentativa abor- ciencia de todo lo ocurrido.
tada, la Italia moderna del Norte queriendo apresurar de- —¿Por qué no acudisteis cuando os llamó vuestra ama
masiado el trabajo, demasiado brutal para amar y para ya que estabais cosiendo en la antesala?
transformar á la dulce Roma tan atrasada, grande aun y Al principio quiso hacerse la ignorante y que no había
perezosa. Pero ¿no podía reanudar el trabajo, no había ob- oído nada, pero su cara franca y leal n o podía mentir y
servado que su libro, después de la impresión producida reíase á pesar de todo. Y al fia lo confesó con ; su aire
por la primera lectura, había quedado en ella como una animoso y alegre:
preocupación, un interés en medio del vacío de sus días, —¡Diantre! ¿Es que acaso me tocaba á mí intervenir
llenos solos con sus penas? ¡Cómo! ¿No era posible intere- entre enamorados? Y después de todo estaba bien tran-
sarse por los demás, por los pequeños de este mundo, en quila porque sabía que el príncipe ama demasiado á Be-
la dicha de los mismos, y no había en todo esto un alivio nedetta para hacerla daño.
de la propia miseria? Estaba ya conmovida y él se prome- La verdad era que, comprendiendo de lo que se trata-
tió hacerla derramar lágrimas, estremeciéndose él mismo ba, al oir el primer llamamiento de angustia dejó sin ha-
á su lado, al pensamiento del infinito amor que daría el cer ruido la labor sobre la mesa y se marchó á paso de
día que ella amase. lobo para no estorbar á sus queridos hijos como los lla-
Hízose por completo de noche y Benedetta habíase le- maba.
vantado para pedir una lámpara. En el momento en que —¡Ah! jPobre niña!—exclamó.—iQué mal hace en mar-
Pedro se despedía de ella, detúvole entre la semiobscu- tirizarse con esas ideas del otro mundo! Puesto que se
ridad. No la vete, y la oyó únicamente decir con su voz aman tanto ¿en dónde estarte, Dios mío, el mal, si goza-
grave: sen algo de la dicha? La vida no es ten buena que se de-
—¿No es verdad, señor abate, que no formaréis mala ba despreciar la ocasión ¡y qué pesar más grande, más
opinión de nosotros? Darío y yo nos amamos y esto no es adelante, el día en que no sea ya tiempo I
un pecado cuando se es prudente... ¡Ahí ¡Sil ¡Le amo y Al quedarse solo en su cuarto sintióse Pedro de pronto
desde hace mucho tiempo! Figuráoslo; tenía yo apenas trastornado, vacilante ¡los grandes bojes amargos! lLos
trece años y él dieciocho y nos queríamos, nos amábamos grandes bojes amargos! Como él habíase ella estremecido
como locos, en ese gran jardín de la villa Montefiori que con sú violento aroma de virilidad y volvían y evocaban
ban destrozado. [Ahí ¡Cuántos días hemos pasado allí, tar< los de los jardines pontificales, de los soluptuosos jardi-
hés romanos, desiertos y ardientes fia Jo el augusto soL
El día entero que había pasado Se resumía y tomaba
con toda claridad su total significación. Era el despertar
fecundo, la eterna protesta de la naturaleza y de la vida,
la Venus y el Hércules, á los que pueden ocultar durante
siglos enteros bajo la tierra pero que, á pesar de todo,
surgen un día, á los que pueden querer encerrar tras las
murallas en el fondo del Vaticano dominador, inmóvil y
testarudo, pero que reinan hasta allí y gobiernan sobera-
namente el mundo.

VH

SI día siguiente, y después de un largo paseo, hallóse


Pedro delante del Vaticano, sitio al que por una especie
de obsesión iba á parar siempre y se encontró de nuevo
con monseñor Na ni. Era un miércoles por la tarde y el
asesor del Santo Oficio salía de su audiencia semanal con
el papa, al que había dado cuenta de la sesión celebra-
da por la mañana por la sagrada congregación.
—¡Qué venturosa casualidad,• hijo míol Precisamente me
esaba acordando de vos. ¿Deseáis ver en público á Su
Santidad antes de que os reciba en audiencia particular?
Tenía, al decir esto, su gran aire de sonriente amabili-
dad, en la que apenas se traslucía la ligera ironía del
hombre superior que lo sabía todo, que lo podía todo y
preparaba todo.
—Sin duda alguna, monseñor,—respondió Pedro un poco
admirado por lo brusco de la oferta.—Toda distracción
es bienvenida cuando se pierden días esperando.
—No, no perdéis vuestros días,—replicó el prelado con
mucha viveza,—pues miráis, reflexionáis y os instruís.„
En fin he aquí lo que hay. Sin duda no ignoráis que la
gran peregrinación del dinero de San Pedro llega el vier-
pes á Hom/a y será recibida el sábado por Su Santidad. AJ
<lSa siguiente, domingo, se verificará otra ceremonia; Stf
Santidad dirá misa en la basílica. Me quedan aún algunas ción; pero lo que hacía que llegase al colmo sü pena, era
tarjetas; be aquí dos con sitios muy buenos para esos que el presidente del comité, encargado naturalmente de
días. presentar la peregrinación al papa, resultaba ser el barón
Sacó del bolsillo una cartera muy elegante y adornada de Fouras, uno de sus más encarnizados adversarios del
con cifra de OTO, y de ella dos tarjetas, una verde y otra antiguo partido católico conservador.
rosa que entregó al joven presbítero. Y no dudaba ni un momento que el barón aprovecha-
—¡Ahí ¡Si supiéseis con qué afán las buscanI Ya recor- ría aquella ocasión tan propicia para influir en el ánimo
daréis á esas dos señoras que tantos deseos tienen de ver del papa para que triunfase su teoría de las corporaciones
al Santo Padre; pues bien, n o he querido insistir demasia- libres, mientras que el vizconde no creía posible la salva-
do para obtenerlas una audiencia y han tenido que con- ción del catolicismo y del mundo, más que con el sistema1
tentarse con las tarjetas que las he dado... Sí, el Padre de corporaciones cerradas, obligatorias. Por esto suplicaba
Santo está un poco cansado... Acabo de verle y le encon- á Pedro que trabajase con los cardenales que le eran fa-
tré febril y pálido, pero tiene tanta fuerza de voluntad, vorables y hasta que intentase ver al Santo Padre, y no se
que sólo vive para el alma. fuese de Roma sin llevarle la augusta protección, que era
Reapareció su sonrisa, con su ironía apenas percep- la única que podía dirimir la contienda.
tible. La carta daba además interesantes pormenores acerca
—Ahí se encuentra un gran ejemplo para los impacien- de la peregrinación; tres mil peregrinos procedentes de
tes, querido hijo mío. He sabido que el excelente monse- todos los países y que los obispos y superiores de distin-
ñor Gamba del Zoppo no ha podido hacer nada en vues- tas congregaciones acompañaban desde Francia, Bélgica,
tro obsequio; pero no conviene que os aflijáis de una España, Austria y hasta desde Alemania. Francia era la
manera extraordinaria. Permitidme que os repita que esta que estaba más ampliamente representada, por un grupo
larga espera es seguramente una gracia que os hizo la de cerca de dos mil peregrinos.
Providencia, para que os informéis obligándoos á com- E n París había funcionado un comité internacional pa-
prender cosas que vosotros, clérigos franceses, no acertáis, ra organizarlo todo, y fué una tarea muy delicada, porque
por desgracia, á explicaros cuando venís á Roma... Y todo se hizo á propósito una mezcla de miembros de la aristo-
eso tal vez evitará que cometáis alguna falta... Vamos, cracia, de cofradías formadas por señoras de la clase me-
calmaos, pensad que los acontecimientos dependen de la dia, de asociaciones obreras, y en ese comité estaban con-
mano de Dios y sólo se verificarán en la hora fijada por fundidas clases, sexos y edades, fraternizando con la mis-
su divina sabiduría. ma fe. Y el vizconde añadía que la peregrinación, que
Tendióle la mano bien cuidada, flexible y gordita, ma- llevaba millones al papa, había escogido la fecha de su
no fina de señora, pero cuya presión tenía la fuerza de presentación de tal modo, que resultaba una protesta del
u n torno de hierro y subió á su coche que le estaba espe- catolicismo universal contra las fiestas del 20 de Septiem-
rando. bre con que el Quirinal celebraba el glorioso aniversario
Precisamente la carta que había recibido del vizconde de la Roma capital.
Filiberto de la Choue era una prolongada exclamación de Pedro no desconfió y creyó que no tenía que apresurar-
rencor y de desconsuelo con motivo de la gran peregrina^ se, y para presenciar la solemnidad que debía verificarse
ción internacional del dinero de San Pedro. á las doce, fué á las once.
Escribía en la cama, en la que le tenía postrado un El local señalado era el salón de las Beatificaciones,
fuerte ataque de gota que le impedia ir con la peregrina grande y hermosa sala, que se halla situada encima del
pórtico de San Pedro y que han convertido en capilla con
254
posterioridad á 1890. Una de sus ventanas se abre sobre ros con frac y corEata blanca, gloriosos y envanecidos por
la logia central, desde la que en otros tiempos ei papa re- la convicción de que salvaban á la Iglesia y á los pue-
cién elegido bendecía al pueblo, á liorna y al mundo. La blos.
preceden otras dos salas: la Real y la Ducal. Y cuando Un grupo de éstos llamaba la atención en un sitio de
Pedi o quiso dirigirse á ocupar el puesto á que le daba de- preferencia delante del trono, todo un pelotón de fracs
recho su tarjeta verde, dentro de la sala misma de las negros, los miembros del comité internacional, á cuya ca-
beatificaciones, encontróse con que las tres estaban de beza figuraba triunfalmente el barón de Fouras, hombre
tal modo ocupadas por una multitud compacta, que tro- de unos cincuenta años, muy alto, muy grueso y rubio,
pezó con los obstáculos más grandes para abrirse camino. .1 que se movía y agitaba sin cesar dando • órdenes como un
Hacía una hora que se estaban ahogando de esa mane- • general en la mañana de una victoria decisiva.
ra, con la fiebre ardiente y la emoción, que iba por mo- Después, en medio de la masa gris y neutra de los tra-
mentos en aumento, de las tres ó cuatro mil personas jes, resaltaba acá y acullá la seda violeta de la ropa talar
encerradas en aquellas salas. Pudo al cabo llegar hasta la de algún obispo, porque cada pastor había querido que-
puerta de la tercera _ sala, pero se desalentó al ver el ex- darse con sus ovejas; mientras que los regulares, padres ó
traaordinario amontonamiento de cabezas y no intentó ir superiores, con sus hábitos obscuros, negros ó blancos, do-
más allá. minaban con sus cabezas barbudas ó afeitadas.
Esa sala de las Beatificaciones que, poniéndose de pun- A derecha é izquierda flotaban algunas banderas que
tillas podía abarcar con una sola mirada, era de gran ri- las congregaciones ó asociaciones llevaban al papa.
queza, y estaba dorada y pintada bajo el elevado y severo Y la ola subía oyéndose un ruido de mar que se hen-
Brtesonado. chía, y tal amor impaciente se exhalaba de aquellos ros-
Enfrente de la entrada y en el sitio que do ordinario tros humedecidos por el sudor, de los ojos ardientes, de
ocupaba el altar, habían colocado en un estrado no muy las hambrientas bocas, que el aire estaba como espesado y
alto el trono pontifical, un gran sillón de terciopelo rojo, obscurecido con el olor pesado de aquel pueblo allí amon-
cuyo respaldo y brazos dorados resplandecían con extraor- tonado.
dinario brillo. Los cortinajes del solio, también de tercio- De pronto vió Pedro cerca del trono á monseñor Nani
pelo rojo, caían detrás en pliegues, como dos grandes alas quien, habiéndole reconocido desde lejos le hacía señales
de púrpura. para qqe se acercase, y como respondiese con un signo
Lo que le interesó mfis, lo que más le pasmó fué aque- lleno de modesta que prefería quedarse en donde estaba,
lla multitud, una multitud de desenfrenada pasión, tal d prelado se obstinó á pesar de todo y envió un hujier
cual no la había visto jamás, de cuyos corazones oía los en su busca con orden de que le abriese paso.
grandes latidos y cuyos ojos engañaban el ansia febril de Cuando el hujier le hubo acompañado á su lado, le
la espera, contemplando, adorando el trono vacío. dijo:
¡Ah! Aquel trono los deslumhraba, los turbaba, llegan- —¿Por qué no veníais á ocupar vuestro sitio? La tar-
do hasta el éxtasis de las almas devotas, tanto como el jeta que tenéis os da derecho á estar aquí á la izquier-
Viril en que Dios en persona iba á dignarse á ocupar un da del trono.
sitio. —A la verdad,—respondió el presbítero,—como tenía que
llabía allí obreros endomingados, con ingenuas mira- molestar á tanta gente no he querido pasar. Y además
das de niño y rudos rostros de éxtasis, señoras burguesas, este es demasiado honor para mí.
con el troje negro reglamentario empalidecidas por una —No, no, y si os la di, fué para que ocupáseis el sitio
especie de, terror sagrado en el exceso de su deseo, caballea en ella designado. Deseo que estéis en primera fila para
se engolfaron en la de las Beatificaciones con una violefi-
que lo podáis ver todo, para que no perdáis ni el menor cia de amor convertida en locura, y blajo la débil y blanca
detalle de la ceremonia. mano que bendecía todos aquellos seres trastornados por
Pedro no pudo hacer otra cosa más que darle las gra- la emoción, cayeron de rodillas y n o había por el suelo
cias. , , más que u n aplastamiento de ese pueblo devoto como
Vió entonces que muchos cardenales y prelados ue la anonadado por la aparición del dios.
familia pontifical esperaban á los dos lados del trono. Ln Pedro, sobrecogido, estremecióse y se arrodilló como
vano buscó al cardenal Boccanera que n o se presentaba los demás. ¡Ahí ¡Esa"supremacía, ese contagio irresistible
en San Pedro ó en el Vaticano, más que en los días en de la fe, del temido soplo del más allá, duplicándose en-
que su servicio le obligaba á hacerlo. Pero reconoció al m e l o de una decoración y de una pompa de soberana
cardenal Sanguinetti, alto y fuerte y con el rostro colorea- grandeza! Reinó entonces un profundo silencio cuando
do por la sangre, que estaba hablando en voz bastante alta León XIII se sentó en el trono rodeándole los cardenales
con el barón Fouras. - y su corte, y desde luego empezó la ceremonia cosa arre-
Un momento después se le unió monseñor Nani el que, glo al rito y á la costumbre.
con su acostumbrada amabüidad le enseñó otras dos emi- El primero que habló y para hacerlo se arrodilló, fué
nencias que tenían la importancia de altos y elevados un obispo, para poner á los pies de Su Santidad la ofren-
personajes: el cardenal Vicario, hombre pequeño y obeso, da de la cristiandad entera. Siguióle el presidente del co-
de rostro calenturiento, abrasado por la ambición, y el mité, barón de Fouras que, en pie, leyó u n largo discurso
cardenal Secretario, robusto, huesoso, hecho á hachazos, en el cual presentó la peregrinación, explicando su objeto
tipo romántico del bandido siciliano que hubiese decidido dándole toda la gravedad y alcance de una protesta á la
dedicarse á la discreta y sonriente diplomacia eclesiástica. vez política y religiosa. Aquel hombre tan grueso tenía
A pocos pasos y ¡apartado, hallábase el gran Penitenciario, ana voz chillona, penetrante, y las frases se 1© escapaban
silencioso, de aspecto enfermizo y dolorido del que sufre como el chirrido de una barrena.
y de Un perfil delgado y grisiento de asceta. Manifestaba cuan grande era el dolor del m u n d o cató-
Dieron las doce. Hubo una explosión de falsa alegría, lico ante la expoliación de que era víctima desde hacía un
una emoción procedente de las otras salas y que fué como cuarto de siglo la Santa Sede; la voluntad de todos los
una oleada profunda. Ese movimiento debíase tan sólo á pueblos, representados allí por peregrinos, de consolar al
que los hujieres hacían abrir paso á la multitud para que Jefe supremo y venerado de la Iglesia, llevándole el óbolo
pudiese cruzar por allí el cortejo. Y de pronto, en el fondo de los ricos y de los pobres, el dinero de los más hu-
de la primera sala oyéronse aclamaciones que salieron de mildes, para que el papado pudiese vivir orgulloso, inde-
allí, se aumentaron y acercaron. pendiente y despreciando á sus adversarios.
Aquella vez era el cortejo. i Habló también de Francia, deplorando sus errores y
A la cabeza d e éste marchaba u n pelotón de guardias profetizando su retorno á las sanas tradiciones y dando á
suizos con uniforme de diario, mandado por un sargento; entender orgullosamente que era la más opulenta, la más
después los portadores de la silla gestatoria con sus trajes generosa, cuyos regalos afluían á Roma en un río n o
rojos, luego seguían los prelados de la corte pontificia en- interrumpido.
tre los que figuraban los cuatro camareros secretos partí- Levantóse al fin León XHI, y respondió al obispo y al
cipantes Por último entre dos pelotones de guardias no- barón. Su voz era gruesa, pronunciadamente nasal, una
bles de media gala, iba el Padre Santo á pie, solo, son- voz que sorprendía al oiría salir de su cuerpo tan endeble.
riendo con pálida sonrisa, bendiciendo con lentitud á de- En pocas frases dijo cuan grande era su gratitud y cuanto
recha é izquierda. Con él los clamores de las salas vecinas j Roma—l omo I - 1 7
se conmovía su corazón con aquella adhesión de las na- taba, una nobleza y realeza que procedía de no ser más
ciones al papado. que un soplo, un alma pura en un cuerpo de marfil y tan
En vano los tiempos eran y tal vez serían malos porque transparente que ya se veía aquel alma como libertada
el triunfo final estaba cercano. Signos evidentes revelaban - de los lazos de la tierra.
que el pueblo volvía á la fe, que muy pronto habían de Y entonces recapacitó Pedro lo que semejante hombre,
cesar las iniquidades volviendo en breve bajo el universal el pontífice soberano, el rey obedecido por doscientos cin-
reinado de Cristo. En cuanto á Francia ¿no era la hija cuenta millones de súbditos debía ser para las devotas y
predilecta, la primogénita de la Iglesia, que había dado dolientes criaturas que iban á adorarle desde tan lejos
L i t a s pruebas de afecto á la misma y que por esto no deslumbradas á sus pies por el resplandor de los poderes
podía nunca dejar de amarla? que representaba.
Levantando después el brazo, bendijo á todos los pere- A su espalda en la encendida púrpura de los cortinajes
grinos presentes, á las sociedades y congregaciones que ¡qué brusca abertura sobre el más allá, qué infinito de
representaban,' á sus famiüaís y á pus amigos, á Francia y ideal y de gloria cegadora!
á todas las naciones católicas, para agradecerles el precio En un solo sér, el Elegido, el Unico, el Sobrehumano,
so auxilio que le enviaban. Mantos siglos de historia se reunían desde el apóstol San
E n el momento en que volvió á sentarse estallaron sal- Pedro, y cuanta fuerza, genio, luchas y triunfos. ¡Y qué
vas de aplausos, pero salvas frenéticas, que duraron más milagro sin cesar reproducido, el cielo dignándose bajar á
de diez minutos, mezclándose con vítores, con gritos inar- aquella carne humana. Dios habitando en aquel servidor
ticulados, con un desencadenamiento de tempestad que que El escogió, al que pone aparte, al que consagra por
cuna de la inmensa multitud de los otros vivientes, dán-
hacía retemblar la sala.
dole todo poder y toda ciencia!
Y bajo el viento de aquella furiosa adoración, contem-
pló Pedro á León XIII, que se había quedado inmóvil en ¡Qué sagrada turbación, qué emoción de acendrada ter-
su trono. Ceñida la tiara, con los hombros cubiertos con nura al ver á Dios en un hombre, al ver á Dios allí
el rojo manto adornado de armiño; tenía, con su amplia sin cesar en el fondo de los ojos, hablando con su voz
sotana blanca, la hierática rigidez del ídolo que veneran y emanando de cada uno de sus gestos de bendición!
doscientos cincuenta millones de cristianos. ; ¿5>e puede imaginar nada como ese absolutismo exorbi-
Sobre el fondo rojo de la púrpura de los cortinajes del tante y de un monarca infalible, la autoridad total en este
solio, entre aquel apartamiento alado de las tapicerías, en mundo y la salvación en el otro, Dios visible?
los que ardía como una hoguera de gloria, tenia aqueüa IY cómo se comprendía el vuelo que hacia él tomaban
figura verdadera majestad. No era el anciano caduco de las almas devoradas por la necesidad de creer, el aniquila-
naso entrecortado y vacilante y de cuello inclinado dt miento en él de las almas que encontraban al cabo la cer-
Í>obre pájaro enfermo. La pronunciada fealdad del rostro tidumbre tan buscada y el consuelo de entregarse y de
la nariz demasiado grande y la boca hendida con exceso, desaparecer en el mismo Dios!
los rasgos borrosos y secos, desaparecía todo ello. J f . ^remonia se terminaba y el barón de Fouras pre-
En aquella faz de cera no se distinguían más que unos semo al papa los miembros del comité, así como á otros
ojos admirables, negros y profundos, ojos de eterna ju- personajes importantes que acompañaban á la peregrina-
ventud, de una inteligencia y de una penetración extraof ron. Fué un lento desfile de temblorosas genuflexiones
diñarías. , . . . ^ » p a n a d a s del beso voraz al anillo y al pie
Además, todo eso era un erguimiento voluntario de toca
ja persona, una conciencia de la eternidad que represen- Después siguió el ofrecimiento de las banderas 'y estan-
dartes y á Pedro se le oprimió ¿olorosamente el corazón
Bl reconocer que el más rico y suntuoso era el de Lour-
des, enriado por los padres de la Inmaculada Concepción. monedas y carteras. Tras ellos fueron las señoras las qué
Sobre la blanca seda bordada, eslaba á un lado y pinta- se postraron de rodillas para presentar los bolsillos de
da la Virgen de Lourdes y al otro el retrato de León MU. seda ó de terciopelo que habían bordado ellas mismas.
Vióle sonreír á su imagen y tuvo Una pena muy grande, Y otras habían mandado hacer con diamantes en las car-
como si todo su ensueño de un papa intelectual, evangéli- teras, las iniciales de León XIII.
co y libre de vulgarísimas supersticiones, desapareciese, i La exaltación llegó en un momento á tal grado, que al-
fué en ese momento cuando su mirada se cruzó otra vez gunas mujeres se despojaron de todo y arrojaron su por-
con la de monseñor Nani, que no dejó de mirarle ni un tamonedas y cuanto dinero llevaban encima.
solo instante desde que dió principio la ceremonia, estu- Una, muy hermosa, morena, delgada y alta, se arrancó
diando todas sus impresiones con el aire curioso de un cadena y reloj del cuello, se quitó las sortijas, echándolo
hombre que se propone hacer un experimento. todo en la alfombra del estrado. Habríanse todas arranca-
Monseñor Nani se le acercó diciéndole: J do su carne para que saliese su corazón ardiendo en amor
_ ¡ E s soberbio ese estandarte y qué alegría para Su San- y arrojarlo también, y hasta ellas enteras sin guardar na-
tidad al ver que han reproducido tan bien su imagen al da de sí.
lado de esa Santa Virgen. Fué aquello una lluvia de presentes, el don total, la
pasión que se despoja en obsequio del objeto de su cul-
Observando que tí presbítero, que se había puesto muy to, considerándose dichosa al n o traer nada que no sea de
pálido, no respondía, añadió: Él también.
—Queremos mucho á Lourdes en Roma íes tan delicio- Y esto sucedió en medio de un clamor creciente, de vi-
sa la historia de esa Bernadettal (1) | vas, que se habían reanudado otra vez, de agudos gritos
Y lo que pasó á continuación fué tan extraordinario de adoración, mientras que se producían cada vez empe-
trae Pedro se quedó durante mucho tiempo trastornado. ¡ llones más violentos, afanándose todos y cediendo á la
Háfbía presenciado en Lourdes espectáculos de inolvidable I irresistible necesidad de besar al ídolo.
idolatría, escenas de fe ingenua, de exasperada pasión re- Dióse una señal y León XIII se apresuró á bajar del tro-
ligiosa, que le hacían estremecer aún de inquietud y de no y á ocupar un sitio en ,el cortejo para dirigirse á sus
dolor- pero ni las multitudes que se agolpaban en la bru- habitaciones.
ta ni los enfermos que expiraban de amor delante de la La guardia suiza contenía enérgicamente á la multitud,
estatua de la Virgen, todo un pueblo en fin, delirante por I tratando de abrir paso á través de las tres salas; pero al
el contagio del milagro, nada, nada se aproximaba al ver que Su Santidad se disponía á marcharse, levantóse
viento de la locura que levantó, arrastró á los peregrinos un clamor de desesperación que fué en aumento, lo mis-
hasta los pies del papa. _ mo que si tí cielo se hubiese cerrado bruscamente ante
Los obispos, los superiores de las congregaciones y ® aquellos que aun no habían podido acercarse.
las órdenes, los delegados de todas clases se adelantaron
para depositar al pie del trono las ofrendas que llevaban ¡Qué decepción más cruel, haber tenido visible á Dios,
y perderle antes de ganar su salvación, nada más que to-
del mundo católico entero, la colecta universal del dinero
cándole!
de San Pedro.
Era el impuesto voluntario de Un pueblo á su soberano, Los empellones fueron tan terribles, que estalló una
plata, oro, billetes de Banco, encerrados en bolsas, portar confusión espantosa que barrió á los guardias suizos.
Allí se vió á mujeres precipitarse tras el papa, arras-
trándose á gatas por tí rico enlosado de mármol, para be-
(1) Véase l a o b r a «Lourdes,» publicada por esta casa.—K. del E.
far sus huellas y beber el golv® de sus gasos.
t a Hermosa sefíotéi morena, caída al pie del froíno, Sa- zos en cruz tenía una expresión admirable! ¡Una oEra
bíase desmayado lanzando un gran grito y dos individuos maestra de los tiempos primitivos, un Cimabue, un Giot-
del comité la sujetaban con el objeto de impedir que se to, un Fra Angélico! ¿Y las otras? Esas que se comían á
lastimase con el fuerte ataque de nervios que la convul- besos el sillón ¡qué grupo de suavidad, belleza y amorl
sionaba. Nunca falto á estas ceremonias, porque en ellas siempre
Otra, una rubia gruesa, se encarnizaba comiéndose con hay cuadros, espectáculos de almas.
los labios, y ¡presa como de un delirio, los brazos del dora- * Con gran lentitud íbase deslizando la enorme oleada de
do sillón en donde se había apoyado el pobre codo del peregrinos, bajando la escalera, dominándoles la fiebre ar-
débil anciano. I diente cuyo estremecimiento persistía aún. Y Pedro, se-
Notáronlo otras, y fueron á disputárselo, apoderándose guido de monseñor Nani y de Narciso que sostenían ani-
de los dos brazos, del terciopelo, pegando sus bocas á la mada conversación, reflexionaba bajo el tumulto de las
madera y á la tela, mientras que sus cuerpos se agitaban ideas que golpeaban su cráneo.
con convulsivos sollozos. Fué preciso emplear la fuerza ¡Ah! Ciertamente, era muy grande y hermoso aquel
para arrancarlas de allí. papa que se había encerrado en el fondo de su Vaticano,
Cuando terminó todo aquello, á Pedro le pasó lo que al que aumentó en la adoración y en el terror sagrado de los
que despierta de una pesadilla penosa; tenía el corazón hombres á medida que desaparecía más, que se convertía
oprimido y en rebelión la razón. Y encontróse con la mi- en un espíritu puro, en una pura autoridad moral des-
rada de monseñor Nani que no la apartaba de él ni un prendida de todo cuidado material.
momento. Había allí una espiritualidad, un vuelo hacia el pleno
—¿No es verdad que ha sido una ceremonia soberbia? ideal, que le removió profundamente, porque su ensueño
—preguntó el prelado.—Esto consuela de muchas iniqui- del cristianismo rejuvenecido, reposaba en ese poder pu-
dades. rificado y únicamente espiritual del jefe supremo y acaba-
—Sí, no hay duda, ¡pero qué idolatría!--no pudo por ba de asegurarse de cuanto ganaba en majestad y supre-
menos de murmurar el presbítero. macía, ese soberano pontífice del más allá, á los pies del
Limitóse monseñor Nani á sonreír sin hacer caso de las que se desmayaban las mujeres que tras él veían á Dios.
palabras, como si no las hubiese oído. En aquel momento Pero al mismo tiempo, en el mismo minuto, había visto
las dos señoras francesas, á Las que diera tarjetas, se acer- presentarse la cuestión de dinero, echando á perder su
caron para manifestarle su agradecimiento y Pedro se que- alegría, haciéndole pensar en que debía estudiar el pro-
dó sorprendido al reconocer en ellas á las que le habían blema.
acompañado en la visita á las Catacumbas, la madre y Si el abandono forzado del poder temporal había en-
la hija, tan hermosas, alegres y sanas. grandecido al papa, librándole de las miserias de reyezue-
No estaban muy entusiasmadas con el espectáculo; pero lo siempre amenazado, la necesidad de dinero seguía como
declararon que estaban muy satisfechas por haberlo con- una bala atada á sus pies, y que le sujetaba al suelo.
templado, por ser una cosa asombrosa, única en el mundo. I Puesto que no podía aceptar la subvención del reino de
Bruscamente y en medio de la muchedumbre que se Italia, la idea verdaderamente conmovedora del dinero de
retiraba sin prisa, sintió Pedro que le tocaban en, el hom- San Pedro, debía haber librado á la Santa Sede de todo
bro, y al volverse vió á Narciso Habert muy entusiasma- cuidado material, con la condición de que ese dinero, fue-
do también. _ j sen los cinco céntimos del católico, el óbolo de cada fiel,
—Os estuve haciendo señas, pero no me visteis señor j tomando el pan cotidiano, enviado directamente á Ro-
abate. ¡Eh! ¡Esa mujer morena que cayó rígida con los bra- ma, yendo desde la humilde mano del que lo daba, á
la augusta mátió del qué lo recibía; sin contar conque se- cardenal Bergefot, sería derrotado y condenado su libró;
mejante impuesto voluntario pagado por el rebaño á su Por último, cuando desembocaba en la plaza de San
pastor, bastaría para el sostenimiento de la Iglesia, si Pedro, entre el último pelotón de peregrinos oyó á Nar-
cada cabeza de los doscientos cincuenta millones de ciso que preguntaba:
católicos daba sencillamente sus cinco céntimos por se- —¿Es de veras que creéis que los dones de hoy nan
mana. excedido de esa suma? ;
De este modo el papa debiendjo á todos, á cada uno de —¡Oh! Sí, más de tres millones, estoy convencido de
sus hijos, no debería nada á nadie; ¡es tan poca cosa ello,—respondió monseñor Nani.
ese sueldo, esos cinco céntimos, y una cosa tan fácil, Los tres detuviéronse un momento bajo la columnata
tan enterneoedora I de la derecha, contemplando la inmensa plaza iluminada
Por desgracia las cosas no pasaban así, tí mayor núrae- • por el sol en que se esparcían tres mil peregrinos, seme-
ro de los católicos no daban nada, los más ricos enviaban jantes á manchitas negras, á un hormiguero en revolu-
grandes cantidades por pasión política, y sobre todo esos ción. .
dones se concentraban entre las manos de los obispos y ¡Tres millones!
de ciertas congregaciones, de tal modo, que los verdade- Esa cifra resonó en los oídos de Pedro que levantó la
ros donantes parece que son esos obispos, esas poderosas cabeza y contempló, al otro lado de la plaza las fachadas
congregaciones que se convertían en los bienhechores del del Vaticano doradas todas por el sol, bajo tí infinito de
papado, en las cajas indispensables de que éste sacaba aquel cielo azul, como si hubiese querido seguir, á través
su vida. de las paredes, tí paso de León XIII, dirigiéndose á sus
Los pequeños y los humildes, cuyo óbolo formaba el habitaciones, cruzando por galerías y salas; desde abajo
tronco, estaban como suprimidos; era de los intermedia- veía las ventanas de esas habitaciones.
rios, de los grandes señores regulares ó seculares de los Imaginaba verle cargado con los tres mñlones, lleván-
que dependía el papa, forzado desde luego á contempori- dose encima, entre sus débiles brazos cruzados sobre el pe-
zar con elle«, á escuchar sus quejas y deseos, obedeciendo cho esos billetes, oro, plata y hasta las alhajas que las
á veces á sus pasiones, si no quería quedarse sin sus li- mujeres habían echado á sus pies.
mosnas. De pronto, de una manera inconsciente, habló en alte
Aliviado del peso dtí poder temporal, n o podía consi- voz. • . ,
derarse libre del todo, si no hasta cierto punto tributario —¿Y qué vfe á hacer con esos tres millones? ¿A dónde se
de su clero, teniendo que contar á su alrededor con dema- va con ellos?
siados apetitos é intereses para ser el amo altanero, puro, Narciso, y hasta el mismo monseñor Nani, no pudieron
todo alma, tí señor capaz de salvar al mundo. por menos (te echarse á reir ante una curiosidad for-
Y Pedro recordaba la gruta de Lourdes que había visto mulada de aquella manera. Fué tí primero quien res-
en los jardines del Vaticano, tí estandarte de Lourdes que pondió: ' , ,
acababa de ver, y sabía además que los padres de Lour- —Pues Su Santidad se los lleva á su cuarto ó al menos
des separaban todos los años una suma de doscientos mil hace que los lleven delante de él: ¿no os fijásteis en dos
francos de lo que recogían para la Virgen para enviarlos personas dtí séquito que lo recogían todo y que tenían los
como regalo al Santo Padre; ¿no sería esta la razón de bolsillos llenos lo mismo que las manos?
su gran influencia? Y ahora Su Santidad está encerrado á solas, pues despi-
Se estremeció y tuvo conciencia de pronto de que, á dió á todo el mundo y corrió con mucho cuidado los co-
pesar de su presencia en Roma, á pesar dtí apoyo dd rrojos de las puertas,
Y si fuese posible que vuestra vista petiétrase í travfe fiar ni desaprobar, se había puesto S observar con mucha'
de esa fachada, le veríais contar y recontar su tesoro con atención en el rostro de Pedro la impresión que á éste
satisfecha atención, poniendo á un lado los cartuchos de producían semejantes historias.
oro, metiendo en sobres los billetes de Banco, haciendo de —Sin duda... sin duda, pues se dicen tantas cosas. No
todo paquetitos iguales para colocarlo todo luego ordena-
lo sé por mí, pero puesto que vos, señor Habert, lo sa-
damente en el fondo de escondrijos que él sólo conoce.
béis...
Mientras que hablaba su compañero levantó Pedro la —¡Ah!—exclamó éste.—Conste que no acuso á Su San-
cabeza fijando sus miradas en las ventanas del papa como tidad de sórdida avaricia como suden hacerlo por ahí.
ssi pudiese presenciar la escena. Circulan por esas calles muchos rumores de que tiene
Narciso, entretanto continuaba sus explicaciones dicien- cofres llenos de oro en los que se pasa las horas metiendo
do que. en la habitación y junto; á la pared de la derecha, las manos y que posee tesoros amontonados en los rinco-
había cierto mueble en donde se guardaba el dinero. nes, sólo para tener el gusto de contarlos y recontarlos
Algunos otros hablaban también de los profundos cajo- sin cesar...
nes de una mesa escritorio y otros, en fin, aseguraban que Sólo que, se puede admitir que á Su Santidad le gusta
en el fondo de la alcoba que era muy grande, el dinerc un poco el dinero porque lo es, por el placer de tocar-
dormía en grandes maletas encadenadas. lo, de ordenarlo, cuando está solo.
Había además efectivamente á la izquierda del corredor Es esto una manía muy excusable en un viejo que no
que conducía al Archivo una gran pieza en la que estaba tiene otra distracción. Y me apresuro á añadir que tiene
el cajero general con una monumental caja de caudales afición al dinero más aun que por nada, por la fuerza so-
de tres departamentos; pero allí estaba el dinero del Patri- cial que lleva en sí, por d apoyo decisivo que puede pro-
monio de San Pedro, los tributos administrativos cobrados porcionar mañana al papado si quiere vencer.
en Roma, mientras que el caudal del dinero de San Pe-
Entonces se elevó muy alta la figura de ese papa, pru-
dro, las limosnas de la cristiandad entera, quedábanse en-
tre las manos de León XIII que era el único que sabía á dente y sagaz, que teniendo conciencia de lo que son las
cuanto ascendía y que vivía á solas con aquellos millones necesidades modernas, se indina á usar los medios pode-
de los que disponía como dueño absoluto, sin dar cuen- rosos del siglo para conquistarle, hadendo negocios, y ha-
tas á nadie. biendo hasta corrido el riesgo de perder en un desastre el
tesoro dejado por Pío tí y queriendo reparar la brecha,
Así que no salía nunca de su cuarto mientras que los reconstituir ese tesoro, con objeto de legarlo sólido y acre-
criados lo limpiaban y arreglaban y apenas consentía en centado á su sucesor.
permanecer en el dintel de la habitación inmediata para ¡Económico, ahorradorl
evitar el polvo. Y cuando debía ausentarse durante algu- Sí, pero económico y ahorrador para las necesidades de
nas horas para bajar á los jardines ó ir á cualquier cere-
la Iglesia que sabía cuán inmensas son, más grandes cada
monia cerraba las puertas con doble vuelta de llaves y
se llevaba estas en el bolsillo sin que jamás las confiase día y de una importancia vital si quiere combatir el ateís-
á nadie. mo en el terreno de las escudas, de las instituciones y de
las asociaciones de todas clases. Sin dinero, la Iglesia n o
Narciso calló un momento y encarándose con monseñor era más que u n a vasalla, á la merced de los poderes dvi-
Nani, añadió: les del reino de Italia y de otras naciones católicas.
- ¿ N o es cierto monseñor? Estos son hechos de que todo Y era de esta manera como aun siendo caritativo y sos- •
Roma está al corriente. teniendo con largueza las obras útiles, las que ayudan al
El prelado que sonreía y meneaba la cabeza, sin apro- triunfo de la Fe, sentía un gran despredo hacia los gastos
San Pedro el que los proporciona, n o diré los seis, pero
sin objeio, mostrando una gran dureza en ese punto, nc¡
sí lo menos tres ó cuatro con los cuales se ha especulado
sólo para con los otros sino hasta con él mismo. Personal-
para poder doblarlos y unir los dos extremos.
mente no tenía necesidades.
Sería muy larga de contar esa historia de las especu-
Al principio de su pontificado separó con toda claridad laciones de la Santa Sede, desde hace quince años.
su pequeño patrimonio privado, del rico patrimonio de Los primeros fueron de ganancias enormes hasta que
San Pedro, negándose rotundamente á distraer nada de vino la catástrofe que, á poco más, lo hace desaparecer
éste para auxiliar á los suyos. todo, y por último, la obstinación en los negocios que
Nunca ha habido un soberano pontífice que haya cedi- á la postre logró tapar poco á poco todos los agujeros.
do míenos á los impulsos del nepotismo; hasta el extremo Algún día os la contaré si tenéis mucho interés en cono-
de que sus tres sobrinos y dos sobrinas, seguían siendo cerla.
pobres y ¡rasando por grandes apuros pecuniarios. Res- Escuchábale Pedro con mucha atención.
pecto á este punto n o oía ni las hablillas ni las quejas, ni —¡Seis millones!—exclamó.—¡Hasta cuatro! ¿Cuánto es
le hacían mella las acusaciones, pues seguía siendo intra- lo que produce el dinero de San Pedro?
table y recto, defendiendo con ruda energía los millones J — ¡Oh! Lo que es en cuanto á eso os repito que nadie
del papado contra tantas y tantas encarnizadas codicias, lo ha podido saber con exactitud. E n otros tiempos los
lo mismo contra los que le rodeaban que contra su fami- periódicos católicos publicaban listas con las cifras de
lia, animándole el orgullo de dejar á los papas futuros el las ofrendas, y por aproximación, se podía calcular lo que
arma invencible el dinero que le da la vida. aquello producía.
—Pero en resumen, ¿cuáles son los ingresos y cuáles los Pero á la cuenta creyeron que ese sistema no daba bue-
gastos de la Santa Sede?—preguntó Pedro. nos resultados, porque no ha vuelto á publicarse ninguna
Apresuróse monseñor Nani á responder con un ligero relación de esa clase, y es radicalmente imposible formar-
gesto evasivo: se una idea, ni aun remota, de lo que el papa recibe.
—Confieso que en esa materia mi ignorancia es gran-' Vuelvo á decir que él solo es el que recibe ese dinero,
de. Dirigios al señor Habert que está tan bien enterado.; lo guarda, y dispone de él como soberano.
—iDios Santo! No sé ni más ni menos,—declaró éste,— Es de creer que los años buenos, esos donativos produ-
que lo que se sabe en todas las embajadas, eso que se re- cen de cuatro á cinco millones.
pite corrientemente... Es preciso distinguir en cuanto á los En otros tiempos Francia sola aportaba cerca de la mi-
ingresos... Antes había el tesoro dejado por Pío IX, una tad de esa suma, pero hoy da muchísimo menos. América
veintena de millones, colocados en distintos negocios y también da bastante. Vienen después Bélgica, Austria, In-
que producían poco más ó menos un millón; pero, como glaterra y Alemania. Eu cuanto á España é Italia... ¡Ah!
ya os dije antes, hubo un desastre, por más que, según Italia...
dicen lo repararon inmediatamente. Sonrióse Narciso mirando á monseñor Nani, que, con
Después, aparte de las rentas fijas que producen los ca- gran beatitud meneaba suavemente la cabeza, con el aire
pitales colocados, hay unos cuantos centenares de miles de un hombre al que encantan las cosas curiosas que oye
de francos, que producen, año bueno con año malo, los contar por primera vez.
derechos de cancillería de todas clases, los títulos nobilia- —¡Ah! ¡Seguid, hijo mío, seguid!
rios y esos mil pequeños gastos que perciben las congre- —¡Ah! Italia se distingue muy poco en eso. Si el papa
gaciones... Sólo que como el presupesto de gastos pasa de no tuviese para vivir más que los donativos de los italia-
siete millones, ya veis que es necesario buscar seis millo- nos estoy seguro de que el hambre pronto reinaría en el
nes todos los años, y con seguridad que es el dinero da Vaticano,
Es más, se puede decir que en vez de acudir en su ayu- lliciosa que la llenaba, no quedando más que el obelisco y
da la nobleza romana, le cuesta muy cara al papa, porque las dos fuentes aisladas en el deseo ardiente del simétrico
una de las causas de sus pérdidas ha sido el dinero que pavimento; mientras que en pleno sol y bajo la comisa
prestó á los príncipes que especulaban... En realidad no de los pórticos de enfrente se destacaban las estatuas en
hay más que Francia é Inglaterra en donde particulares noble é inmóvil hilera.
muy ricos ó grandes señores, han hecho al papa prisio- Por un momento y levantando de nuevo los ojos hacia
nero y mártir, regias limosnas. las ventanas del papa, se figuró Pedro verle de nuevo en
Se cite á un duque ingiés, que todos los años traía una medio de ese arroyo d e oro de que le hablaban, bañando
ofrenda considerable á consecuencia de un voto hecho para toda su persona blanca y pura, todo su pobre cuerpo de
obtener del cielo una curación de un mísero hijo suyo, transparente cera en medio de aquellos millones que ocul-
víctima de imbecilidad... Y no tengo para qué hablar de taba, y que contaba para gastarlos en la sola gloria de
la singular cosecha realizada durante el jubileo episcopal Dios.
y de los cuarenta millones que cayeron entonces á los —Entonces,—murmuró,—está libre de inquietudes ¿no
pies del papa. tiene apuros?
—¿Y los gastos?—preguntó Pedro. —jApuros!... ¡Apuros!...—exclamó monseñor Nani, al que
—Ya os dije que ascienden á unos siete millones poco esa palabra puso fuera de sí, hasta el extremo de ha-
más ó menos. Se pueden contar unos dos millones para cerle olvidar su diplomática discreción.—¡Ah, querido hi-
las pensiones pagadas á los antiguos servidores del gobier- jo!... todos los meses cuando el tesorero, cardenal Moce-
no pontifical que no han querido servir á Italia, pero hay nin, va á yer al Santo Padre, éste le entrega la cantidad
que añadir que esa cifra disminuye todos los años, á con- que le pide y ¡se la daría por muy considerable que fuese.
secuencia de las extinciones naturales... En seguida, y por Es cierto que tuvo la prudencia de hacer grandes eco-
lo alto, calculemos un millón para las diócesis italianas; nomías, y que el tesoro de San Pedro, es más rico quel
u n millón para la Secretaría y nunciaturas, y otro millón nunca.
para el Vaticano. ¡Apurado!... ¡Apurado!... ¡Dios mío!... Pues habéis de sa-
E n este último artículo comprendo los gastos de la ber que si mañana el papado, por hallarse en desgraciadas
corte pontifical, guardias militares, museos y sostenimien- ó difíciles circunstancias, hiciese un llamamiento directo
to y conservación del palacio y de la basílica... á la caridad de los católicos del mundo entero, de sus hi
Hemos llegado á cinco millones, ¿no es así? ¿Sí? Pues jos, caerte á sus pies un millar de millones, lo mismo que
bien, poned los otros dos millones para las distintas corpo- ese oro, que esas alhajas que hace poco caten como llu*
raciones subvencionadas, para la Propaganda y sobre todo via en las gradas d e su trono.
para las escuelas que León XII, con su gran sentido prác- Calmándose de pronto y recobrando su acostumbrada
tico, subvenciona con mucha largueza con el acertado pen- sonrisa, siguió diciendo:
samiento de que la lucha y el triunfo de la religión están —Al menos es esto lo que he oído decir varias veces
ahí, en los niños que serán los hombres de mañana, y que porque yo no sé nada, absolutamente nada, y es una suer-
defenderán á su madre la Iglesia si han sabido inspirar- te que se haya hallado precisamente aquí el señor Habert
les horror hacia las abominables doctrinas del siglo. para informaros... ¡Ah! ¡Señor Habert! ¡señor Habert! Y yo
A estes palabras siguió una pausa de silencio; los tres que os creía ten alejado de todo esto, tan consagrado al
detuviéronse bajo la majestuosa columnata por debajo de arte ó desvanecido por éste, y tan ajeno á esas bajas cues-'
la cual paseáronse muy despacio. tiones de los intereses terrestres!
Poco á poco fué vaciándose la plaza de la multitud bu- En verdad que entendéis tanto de esas cosas como > -
Sanquero 6 un notario... No desconfiéis nada... nada..: De nuevo se juró no ceder jamás ni retirar stts libros
¡Estoy maravillado! fuesen los que quisiesen los acontecimientos.
Debió comprender Narciso la ironía de aquellas frases, ¡Cuando uno se enterca en una resolución, se es inex-
porque, e n efecto, había en el fondo de su sér, bajo la apa- pugnable, y qué importan las decepciones y las "mar-
riencia de florentino ó de angélico joven, con el largo ca- guras!
bello e n bucles, de ojos obscuros que velaban contemplan- Antes de atravesar la plaza fijó aún sus miradas en las
do las obras de Boticelli un mozo práctico, muy acostum- ventanas del Vaticano y todo se resumió: no quedaba más
brado á los negocios que administraba su fortuna a » que el dinero cuya pesada necesidad sujetaba á la tierra,
mucha cordura, y hasta con un poco de avaricia. Se con sus últimas trabas, al papa libre hoy por otra parte de
contentó, con entornar un poco los ojos, con aire de lan- los bajos cuidados del poder temporal; ese dinero que le
guidez. ataba y que le hacía malo, sobre todo por la manera como
—¡Oh!—murmuró,—todo eso son conversaciones y mi era dado.
alma está en otra parte. Entonces, á pesar de todo, tuvo una: alegría al pensar
—Sea como quiera,—dijo monseñor Nani encarándose que, si solo se trataba allí de la cuestión de encontrar una
con Pedro,—me considero muy dichoso porque hayáis forma de percepción, su sueño de un papa todo él alma,
podido asistir á este espectáculo tan hermoso. ley de amor, jefe espitual del mundo, n o había sufrido
Unas cuantas ocasiones más y habréis visto y compren- grandes quebrantos.
dido sin ajena ayuda, lo que valdrá más que todas las ex- Y no quiso más que esperar, con la emoción dichosa del
plicaciones del mundo. extraordinario espectáculo que había presenciado, de ese
Mañana no faltéis á la gran ceremonia de San Pedro. viejo débil resplandeciente como símbolo del rescate hu-
Será magnífica y de ella deduciréis excelentes reflexiones, mano, obedecido y adorado por las muchedumbres y te-
estoy seguro de ello... niendo sólo en la mano la supremacía moral necesaria
Ahora permitidme que os abandone haciéndolo muy. para hacer, que reinasen sobre la tierra, la caridad y la
satisfecho de las condiciones en que os dejo. Í paz.
Sus ojos inquisitivos, en una postrera mirada, parecía Por su suerte, tenía Pedro una tarjeta de color de rosa
como que se entelaban con alegría del cansancio y de la para la ceremonia del día siguiente, lo que le aseguraba
incertidumbre que hacían palidecer el rostro de Pedro, y, un puesto en una tribuna reservada, porque el atropello,
cuando el prelado no estuvo ya allí y cuando hasta Nana- en las puertas de la basílica, fué grande, terrible, desde
so se marchó después de cambiar ligero apretón de ma- las seis de la mañana, hora á la que habían tenido la pre-
nos, el joven presbítero, al quedarse solo, sintió que una caución de abrir las verjas, y la misa que el papa debía
sorda cólera de protesta se apoderaba de él. ¡Las buenas decir en persona, no debía verificarse hasta las diez.
disposiciones en que se hallaba! La «wfra de los tres mil fieles que componían la peregri-
¿Cuáles eran esas buenas disposiciones? ¿Esperaba Na- nación internacional del dinero de San Pedro, iba á dupli-
ni fatigarle, desesperarle, haciéndole tropezar con obstácu- carse con todos los viajeros que recorrían la Italia y que
los de manera que pudiese vencerle en seguida con gran acudieron á Roma deseosos de presenciar una de esas
facilidad? . . grandes ceremonias pontificias, tan contadas á la sazón;
Por segunda vez tuvo repentina y breve conciencia del esto sin contar con la misma Roma, con los partidarios y
sordo trabajo que se practicaba á su alrededor para redu- devotos de la Santa Sede que también figuraban allí lo
cirle y quebrantarle. Y una oleada de orgullo hízole des- mismo que los de otras ciudades del reino y que se apre-
deñoso con la confianza que tenía en su fuerza de re- Boma—Tomo X—18
sistencia,,
suraban á manifestara en cuanto tenían una ocasión para da del altar lateral que formaba d lado izquierdo de la
cruz, sobre u n estrado, encontrábase el trono al que iría
^ s T Í u e r i a , á juzgar por d número de tarjetas reparti- en seguida á ocupar su lugar.
das, que la concurrencia no bajara de cuarenta mil asís- Ademas, á los dos lados de la nave central habían cons-
truido tribunas, la de los cantores de la capilla Sixtina, la
Cuando á eso de las nueve atravesó Pedro la plaza para del cuerpo diplomático, la de los caballeros de Malta, la
dirigirse á la calle de Santa Marta, en donde estaba la de la nobleza romana, y la de los invitados de todas
puerta Canónica, y por la que entraban los que tenfan clases.
tarjeta de color de rosa, vió aún, bajo el pórtico de la fa- Y por último n o había delante del altar y en el centro,
chada, la cola sin fin que penetraba lentamente en la ba- más que tres hileras de bancos cubiertos con rojos tapi-
sílica mientras que algunos señores de frac negro, miem- ces, de los que estaban destinados, el primero para los car-
bros de un círculo católico, se agitaban y movían a s d denales, el segundo y tercero para los obispos y para to-
para que se conservase el orden, ayudándoles en esa tarea dos los prelados de la corte pontificia. El resto de la con-
u n destacamento de gerdarmes pontificios. currencia debía permanecer en pie.
A veces estallaban violentas disputas entre la multitud, ¡Ah! ¡Esa multitud enorme de concierto monstruo, esos
v hasta se cambiaban algunos puñetazos en medio de in- treinta ó cuarenta mil fieles que acudían desde todas par-
voluntarios empujones. Se ahogaban entre aquellas apre- tes, inflamados por la curiosidad, la pasión y la fe, y se
turas y tuvieron que llevarse de allí á dos mujeres medio agitaban, movían y ponían de puntillas para ver mejor, y
esto en medio de un r u m o r muy grande de marea huma-
^ J u t t S a r en la basílica tuvo Pedro una desagradable na, familiar y alegre con Dios, lo mismo que si se hubiese
encontrado en cualquier teatro divino en el que estaba
^ A ^ i ' n m e n s a nave habíanla revestido con fundas de an- honestamente permitido el hablar alto y recrearse con el
tiguo damasco rojo con galones de oro que cubrían las co- espectáculo de las pompas devotas!
lumnas y las pilastras de veinticinco metros de altura, Quedóse Pedro asombrado al principio, porque no cono-
mientras que todo el contorno de las naves laterales este- cía más que el acto de arrodillarse inquieto y silencioso
ba tapizado con la misma tela: aquello era en r e a l i d a d de en el fondo de sombrías catedrales ni estaba tampoco acos-
u n gusto extraño, de un humillo de vanidad de adorno tumbrado á esa religión de luz cuyo esplendor convertía
afectado y pobre, distinto de aquellos mármoles pompo- una sagrada ceremonia en una fiesta en pleno día.
sos de aquella decoración esplendente y soberbia, así E n la tribuna en que se hallaba tenía á su alrededor;
ocidtoda, bajo el adorno de u n a seda antigua ajada por Una porción de caballeros con frac y señoras con traje ne-
gro que llevaban en la mano los gemelos, lo mismo que si
k M i m b r ó s e a ú n más empero, cuando vió que la estatua estuviesen en la ópera; había allí muchedumbre de seño-
de San Pedro estaba también r e v e s t i d a lo mismo q u e « ras extranjeras, alemanas, inglesas, y sobre todo america-
fuese u n papa viviente, con suntuosos hábitos pontificales nas, encantadoras y con la gracia de los pájaros aturdid
v la tiara colocada sobre su cabeza de metal. dos y parleros.
Nunca se le había ocurrido á Pedro que se pudiesen A su derecha, en la tribuna de la nobleza romana, re-
vestir las estatuas de aquella manera, para glorificarlas conoció á ¡Benedettla y á su tía donna Serafina, y allí, re«
ó para alegrar la vista, y el resultado, le pareció funesto cortándose sobre la sencillez reglamentaria del traje, lu-i
El Santo Padre debía decir la misa en el altar papal de chaban los grandes velos de encaje en elegancia y riqueza«
la Confesión, en el altar mayor y ha jo el solio. A la entra- Después, á su derecha hallábase la tribuna de los caba-.
dose á derecha é Izquierda. Se les admiró no oEsíanfe f
lléros de Malte, en la que se veía al ^ n ^ t r e ae la los siguió u n murmullo adulador por su hermosa apostu-
orden rodeado por un grupo de c o m e n d a d o ^ ^mientras ra, lujoso uniforme, impasibilidad y una rigidez militar
que al otro lado de la nave, y enfrente de él, en la ta- exagerada.
bana diplomática, pudo ver á los e m b a j a d o ^ de t o t e
las naciones católicas de gran uniforme cubiertos de res- Una americana declaró que eran soberbios y una roma-
na d?ó á (una amiga suya inglesa algunos detalles acerca de
P ese cuerpo tan escogido, diciendo que en otros tiempos los
^ r r T t p e s a b r 0 r £ d t o d o ese esplendor, sus miradas vol- jóvenes 'de la aristocracia tenían á orgullo formar parte de
vfan á fijarse en la multitud, en esa muchedumbre minen- él por 1a riqueza del uniformje y para poder hacer caraco-
sa y movediza semejante á una ola, entre la que los¡pe- lear su caballo delante de las hermosas, mientras que aho-
regidnos parecían haberse perdido ahogados entre millares ra el reclutamiento se hacía cada día más difícil, hasta el
extremo de tener que admitir á jóvenes de buena presen-
ue podía contener con facilidad óchente cia, pero de dudosa nobleza y arruinados, que se conside-
mil personas, apenas aparecía llena más que en m im- raban dichosos al poder conseguir la escasa paga para ir
ted por aquella muchedumbre á la que vete circular libre de ese modo viviendo.
mente á lo largo de las naves laterales, amontonarse entre Durante un cuarto de hora siguieron aún las conversa-
las columnatas desde donde debía presenciarse con más ciones particulares, llenando las elevadas naves con su
comodidad el espectáculo. murmullo de concurrencia impaciente, que distrae la es-
Había allí quien gesticulaba, llamaba al amigo y se ote pera mirando á todas partes y á las personas que hay
esto dominando el murmullo continuo de las conversa- alededor y se entretiene contando su historia mientras
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aguarda á que empiece el espectáculo.
pS' las elevadas y claras ventanas entraba la luz coi Al cabo desfiló el séquito y esa era la gran curiosidad
entera libertad, reflejándose en el suelo en grandes exten esperada, la pompa cuyo paso aguardaban con ansia ar-
¡ E ¿ ^ s a n g r e n t a b a los tapices de damasco rojo, iluim- diente para aclamarla. Entonces, lo mismo que en el tea-
X S con f u l a r e s de incendio las caras tumultuosas, f o tro, cuando apareció estallaron furiosas salvas de aplau-
sos, subieron y rodaron bajo las bóvedas, haciéndole una
y siete lámparas de la Confesión entrada semejante á la de un primer actor favorito del
m i i decían haciéndose semejantes á luces de lampa n í a público, cuyo corazón trastorna.
tm medio'de aquella cegadora claridad del día; y aquello
Aparte de esto, y también de igual modo que en el tea-
To era más que la gala mundana del dios impenal de tro, habían preparado sabiamente la entrada, la aparición,
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de manera que produjese todo su efecto en medio de la
D ^ pronto S l ó una falsa alegría, una alarma Corrió decoración magnífica en que iba á presentarse.
de boca en boca una voz que repitió de un extremo á El séquito se formó entre bastidores en el fondo de la
otro toda aquella muchedumbre: capilla de la Pietá, que es la primera entrando por la de-
«¡Eccolol ¡Eccolo! ¡Ahí está! ¡Ahí está!» recha. Y para dirigirse allí, el Padre Santo que había ido
Y empezaron los empellones, las apreturas y los remo- desde sus habitaciones inmediatas por la capilla del Santo
linos a l t e r ó n aqueUa ola humana y todos alargaron el Sacramento, tuvo que ocultarse pasando por detrás de las
c u S o procuraron crecer, se amontonaron con el frenesí tapicerías de la nave lateral utilizadas de este modo como
de ver á Su Santidad y á su séquito. si fuese u n telón de fondo. Cardenales, arzobispos, todos
Pero todo se redujo á la llegada de u n desteramento de los prelados pontificios esperaban allí clasificados, agru-
g a S L nobles que iban á dar guardia al altar, colocán. pados, según su jerarquía y prontos á ponerse en marcha,
Y lo mismo que S una señal dada por el dírecfor del Padre con roja mbcefa, que recibía paternalmente S utos
cuerpo de baile, púsose en marcha el séquito haciendo su peregrinación que iba á llevarle una fortuna; no, no era
entrada dirigiéndose á la gran nave recorriéndola toda en- nada de eso, y sí el Soberano Pontífice, el Maestro to-
tera en triunfo, desde la puerta central al altar de la Con- dopoderoso, el Dios, al que adoraba la cristiandad.
fesión, entre las dobles hileras de fieles cuyos aplausos Lo mismo que si se hallase dentro de una urna de pla-
redoblaban delante de tanta magnificencia y á medida tería, parecía que su figura encogida y delgado cuerpo de
gue subía el delirio del entusiasmo. cera habíanse puesto rígidos dentro de su blanca vestidu-
Era aquel el séquito de las antiguas solemnidades, pre- ra pesadamente bordada de oro. Tenía una inmovilidad
cedíale la cruz y la espada, la guardia suiza de gran uni- hierática y altanera, la de un ídolo desecado, dorado des-
forme, la servidumbre con librea encarnada, los caballeros de hacía muchos siglos entre el humo de los sacrificios.
de capa y espada con trajes de la época de Enrique II, E r a n los ojos los únicos que vivían en medio de la
los canónigos con roquete de encaje, los superiores de las muerte rígida de su rostro, ojos de diamante negro y cen-
comunidades religiosas, los protonoíarios apostólicos, los tellleante, fijos en la lontananza, fuera de la fierra, en
arzobispos y obispos, toda la prelacia pontificia con sus lo infinito. . . , .,
trajes de seda morada, los cardenales con cappa magna, No tuvo ni una sola mirada para la multitud, m bajo
adornados con la púrpura, yendo de dos en dos espacia- los ojos ni á derecha ni izquierda, permaneció en pleno
dos por grandes distancias y con gran prosopopeya. cielo ignorando lo que sucedía á sus pies.
P o r último, alrededor de Su Santidad se agrupaban los Y ese ídolo así paseado, como embalsamado, ciego y
oficiales de su cuarto militar, los prelados de la cámara sordo, no obstante el brillo irresistible de sus ojos, en
secreta, monseñor mayordomo, monseñor maestresala, to- medio de aquella multitud frenética que parecía que no
dos los elevados funcionarios del Vaticano, el príncipe ro- veía ni oía, adquiría una majestad terrible, u n a grandeza
m a n o asistente al trono, tradicional y simbólico defensor inquietante, toda la rigidez del dogma, la inmovilidad toda
de la fe. de la tradición exhumana con sus fajas (1), que eran
E n la silla gestatoria, que los flavelli resguardaban con las únicas que hacían se sostuviese derecho.
las altas plumas triunfales y que se balanceaba con el paso Creyó, sin embargo, Pedro, que el papa estaba delicado
de los portadores de las andas, vestidos con sus rojas dal- de salud, cansado sin duda, por ese acceso de fiebre de
máticas bordadas de seda, iba el Padre Santo revestido que monseñor Nani le había hablado la víspera, hacién-
con los ornamentos sagrados que se había puesto en la ca- dose lenguas del ánimo, glorificando el alma grande de
pilla del Santo Sacramento, el amito, el alba, la estola, la ese anciano de ochenta y cuatro años, al que la voluntad
casulla blanca y la mitra blanca, adornadas con ricos bor- hacía vivir para la soberanía de su misión.
dados de oro, las dos últimas, regalo que le enviaran des- Dió principio la ceremonia. Bajóse de la sdla gestatoria
de Francia y que eran de una magnificencia extraor- en el altar de la Confesión, celebró lentamente el papa
dinaria. una misa rezada asistiéndole cuatro prelados y el proto-
prefecto de ceremonias. _
Al acercarse el séquito levantábanse las manos ó pal-
E n el lavatorio, monseñor mayordomo y monsenor el
moteaban con más fuerza bajo las ondas del espléndido
maestresala, á los que acompañaban dos cardenales, echa-
sol que penetraba por las ventanas.
ron el agua sobre las augustas manos del oficiante y
Pedro tuvo entonces una nueva visión de León XIII; poco antes de alzar, todos los prelados de la corte pon-
n o era ya el anciano de aspecto familiar, cansado y curio-
so paseándose del brazo de un prelado charlatán por el (1) Alude 4 las fajas 6 cintas en q u e están envueltas l a s momias egipcias.
jardín más hermoso del mundo; no era tampoco el Santo
aso m

tificia, llevando en la mano un cirio encendido, fuérofisé sobrecogían, con sus naves laterales en que pocTTa colocar-
á arrodillar alrededor del aliar. se toda una parroquia, con sus cruceros tan vastos como
Fué u n instante solemne aquel en que los cuarenta mil iglesias de ciudad populosa, u n templo que millares y mi-
fieles, reunidos allí, se estremecieron, sintieron pasar so- llares de fieles n o podían apenas llenar.
bre ellos el soplo terrible y delicioso de lo invisible, El himno de ese pueblo hacíase colosal, y subía á lo
cuando, mientras alzaban, los clarines de plata tocaron el alto con gigantesco soplo de tempestad entre las grandes
famoso coro de los ángeles que todas las veces hace que tumbas de mármol, entre las estatuas sobrehumanas, á
se desmaye alguna mujer. lo largo de las macizas columnas, llenando hasta las bó-
Casi en el mismo instante un canto aéreo descendió vedas que formaban el inmenso cielo de piedra, y hasta
desde la cúpula, desde la galería superior en la que se ha- el firmamento de la cúpula, en el que se abría el infinito
llaban ocultos ciento veinte coristas y fué aquello una con el resplandecimiento del oro de los mosaicos.
maravilla, lo mismo que si al llamamiento de los clarines Al Te Deum, siguió u n prolongado rumor mientras que
hubiesen respondido los ángeles , en persona. León XIII cambiando la mitra por la tiara, y la casulla
Las voces bajaban, volaban bajo las bóvedas con la li- por la capa pontifical, iba á ocupar su trono colocado so-
gereza de la música de celestes harpas: desvaneciéronse bre el estrado que se elevaba á la entrada del crucero
después con un acorde suave y remontaron á los cielos de la izquierda.
con un tenue ruido de alas que se apagó lentamente. Desde aquel sitio dominaba toda la concurrencia, iy
Terminada la misa el Santo Padre, de pie aun ante el qué sensación hizo estremecer á ésta, como con un soplo
altar, entonó tí Te Deum que los cantores de la capilla venido de lo invisible, cuando se levantó después de ter-
Sixüna y los coros continuaron cantando cada u n o de minadas las preces de ritual 1
ellos u n versículo alternativamente. Apareció engrandecido, bajo la triple corona simbólica,
Aquella multitud enorme, se unió m u y pronto á ellos y con la envoltura de oro de la capa.
elevándose las cuarenta mil voces que entonaron tí canto E n medio de brusco y profundo silencio, que sólo tur-
de gloria y (de alegría que resonó en la nave inmensa, con baba tí latir de ios corazones, levantó el brazo con un ges-
una brillantez incomparable. to lleno de nobleza, y dió lentamente la bendición papal,
Adquirió entonces el espectáculo, una magnificencia ex- con una voz alta y fuerte, que parecía ser en él la voz
traordinaria con aquel altar rematado por tí labrado y cin- del mismo Dios, de tal manera sorprendía al oiría salu-
celado solio de Bernín, rodeado p o r la corte pontificia, de aquellos labios d e cera, de aquel cuerpo exangüe y
cuyos encendidos cirios, parecían convertirse en constela- sin vida.
ciones de estrellas; con ese soberano pontífice en su cen- Y el efecto fué instantáneo, estallaron de nuevo los aplau-
tro y (esplendoroso c o m o un astro, con su casulla cubierta sos, en cuanto se organizó otra vez la procesión para reti-
de dorados bordados, alzábase delante de los bancos de rarse por el sitio mismo que había ido; el frenesí del entu-
los cardenales con sus purpúreos ropones, de los arzobis- siasmo llegó á tal paroxismo, que no bastando tí palmo-
tea r de las manos, mezcláronse las aclamaciones y los gri-
pos y obispos con sus sotanas de seda violeta, de aquellas
tos que poco á poco fueron aumentando entre la multitud.
tribunas en que se veían los trajes de ceremonias, las ca-
sacas bordadas del cuerpo diplomático, los uniformes de Esto empezó cerca de la estatua de San Pedro en un
los oficiales extranjeros, de aquella multitud que afluía de grupo ardiente: c¡Ewiva il papa re! [Ewiva il papa re!»
todas partes, moviéndose como una oleada de cabezas des- jViva el papa rey! ¡Viva tí papa rey!
de las lejanas profundidades de la basílica. Muy luego, al pasar la procesión papal, corrió ese viva
como la llama de u n incendio inflamando los corazones,
X eran las proporciones desmesuradas de ésta, las que
y pasando de unw á otro, y a c a t ó saliendo de millares 3e fió Titila grafc alegría al encontrarse al sol esplendente y eti
bocas en estruendosa protesta contra la expoliación de los medio del aire puro y vivo que soplaba allí como en cam-
Estados de la Iglesia. Toda la fe, todo el amor de los fieles, po raso.
sobreexcitados ante el regio espectáculo de tan hermosa cere- Asombrado recorrió con la vista aquel inmenso desen-
monia, retornaban al ensueño, al deseo exasperado del volvimiento de plomo, zinc y piedra, toda una ciudad vi-
papa rey y pontífice, señor de los cuerpos como señor viendo de su propia existencia bajo el cielo azul. Vió cú-
era de las almas, soberano absoluto de la tierra. pulas, campanarios, terrazas, hasta casas y jardines, las
La única verdad estaba allí, la única felicidad, la única casas adornadas con flores de algunos obreros que viven
salvación, ¡que le diesen toda la humanidad y el mundoI de asiento en la basílica, en la que están encargados de
«¡Ewiva il papa re! ¡Ewiva il papa re!» ¡Viva el papa continuos trabajos de conservación.
rey! ¡Viva el papa rey! Ja Allí se mueve una pequeña población que trabaja, ama,
¡Ah! ¡Ese grito! ¡Ese grito de abandono y de ceguedad come y duerme; quiso acercarse á la balaustrada impulsa-
cuyo voto al realizarse, hubiera sido la vuelta á los años do por la curiosidad, para examinar de cerca las colosales
de sufrimiento! Ese grito hizo que Pedro se rebelase y se estatuas del Salvador y de los Apóstoles que rematan la
decidiese á abandonar la tribuna en que se hallaba, como fachada encima de la plaza de San Pedro, gigantes de seis
para escapar al contagio de la idolatría. metros, á los que hay que estar constantemente reparan-
Después, mientras que el séquito seguía desfilando aún, do, y cuyos brazos, piernas y cabezas, corroídos por la in-
siguió á lo largo de la nave lateral de la izquierda en- temperie, sólo se sostienen con ayuda de cemento, barras
tre las apreturas y el ensordecedor clamor, que continuaba y grapas.
de la multitud delirante. En el momento en que se inclinaba para contemplar
Temiendo no poder llegar á la calle, y queriendo evitar aquel amontonamiento rojo, formado por los techos del
el barullo de la salida, tuvo la inspiración de aprovechar , Vaticano, se le figuró que el grito del que iba huyendo,
la coyuntura de encontrar una puerta abierta y se refugió se elevaba desde la plaza. Apresuradamente continuó su
en un vestíbulo en que empezaba una escalera que iba ascensión por el pilar que conducía á la cúpula.
á parar á la cúpula. Era al principio, una escalera, después corredores aho-
Un sacristán que estaba en pie delante de esa puerto, gados y oblicuos, rampas cortadas por algunos escalones,
azorado y admirado con la manifestación, mirólo un mo- entre las dos paredes de la cúpula doble, la exterior y
mento, y vaciló entre detenerle ó n o ; pero, la vista de la la interior.
sotana ó mejor aun la profunda emoción que le domina- Una vez impulsado por la curiosidad, empujó una puer-
ba, luciéronle tolerante. ta y se vtávió á hallar en la basílica, pero á unos sesenta
Con un ademán, permitió la entrada á Pedro que en se- metros del suelo, y en una estrecha galería que daba la
guida empezó á subir la escalera, pero rápidamente, para vuelta interiormente á la cúpula, precisamente encima del
friso, en el que con letras de siete pies de altura se leía
huir, subir más arriba, más aun, en busca de la paz y
esta inscripción: Tu est Petrus et super hanc petram... y ha-
del silencio. •
biéndose echado de bruces sobre la barandilla para com-
Y, bruscamente, hízose éste profundo, las paredes aho- templar el enorme agujero que se abría á sus pies, y que
garon los gritos de los que dijérase que sólo conservaban tenía enormes hendiduras hacia la parte de las naves y de
el estremecimiento. los cruceros, recibió violentamente en el rostro el grito,
Era una escalera cómoda y clara, de anchos escalones aquel grito delirante de la multitud que bullía á sus pies
embaldosados, dando la vuelta en una especie de torreci- con un clamor incesante.
lla. Cuando desembocó sobre los techos de las naves, sin-
Mis aVriBa, EaHó utoa segunda p©erfa que empujó, y se lejos en el Oeste, las cadenas de montañas sm interrup-
encontró en otra galería, pero esta vez encima de las ción al Este y al Mediodía, la campiña romana llenando
ventanas, y en donde comenzaban los resplandecientes todo el horizonte y semejante á un desierto umfonne y
mosaicos. verdoso, y la ciudad, la Ciudad Eterna á sus pies. Jamás
Desde allí, la multitud le pareció achicada, alejada y había experimentado una sensación tan grande de ex-
perdida entre tí vértigo del abismo en tí fondo dtí que, tensión. Roma estaba allí, reunida, bajo la mirada á vis-
las estatuas gigantes, tí altar de la Confesión, el solio ta de pájaro con la claridad de un plano geográfico en
triunfal de Bernín, no eran más que juguetes, y no obs- relieve. _ ~
tante, tí grito se oyó otra vez, llegó hasta él abofeteándole ¡Un pasado, tal y tal historia, tanta grandeza y una lio-
con rudeza de huracán, cuya fuerza se aumenta con la rna ten encogida por la distanda, casitas liliputienses y
carrera. lindas como juguetes, apenas una mancha de moho sobre
Tuvo que subir aún más arriba, seguir subiendo hasta la fierra! , ,
llegar á la galería exterior de la torrecilla de la cúpula, Y lo que más le apasionó fué tí comprender claramen-
elevándose en pleno cielo para dejar de oirlo. te con una sola ojeada las divisiones de la ciudad; la ciu-
¡En aquel baño de aire y de sol, en aquel baño de lo dad antigua allá abajo, el Capitolio, el Foro, tí Palatino,
infinito, qué sensación de alivio, de consuelo, experimen- la ciudad papal en ese Borgo que dominaba con San Fe-
tó desde luego I drx> y el Vaticano, que contemplaban á fa ciudad moder-
Encima de él no había nada más que la bola de bronce na al Quirinal italiano, por cima de la ciudad de la telad
dorado, hasta la cual han subido emperadores y reinas, Media, apilada en el fondo del ángulo recto, que forma el
como lo atestiguan las pomposas inscripciones de los co- Jfber rodando sus aguas amarillentas y espesas
rredores; la bola está hueca, y en ella resuena la voz Acabóle de impresionar una observación que hizo; la
con tí estruendo del trueno y se oyen allí todos los rui- cintura yesosa que formaban los barrios nuevos al núcleo
dos dtí espacio. central de antiguos barrios enrojecidos abrasados por el
Había salido por la parte dtí ábside y paseó primero sol un verdadero símbolo del rejuvenecimiento intentado;
sus miradas por los jardines pontificios, cuyos macizos de el 'corazón viejo resistiéndose á las lentas reparaciones,
árboles parecíanle desde aquella altura, matorrales á ras mientras que los miembros extremos, se renovaban como
dtí suelo. Reconstituyó su reciente paseo, el vasto parterre por milagro.
semejante á una alfombra de Smirna de colores ya mar- Con tí ardiente sol del mediodía, no encontró empero,
chitos, tí gran bosque de un verde profundo y blancuzco Pedrb á Roma tan clara, tan pura como la yió la mañana
de charca de agua estancada, y el huerto y ta viña más de su llegada, bajo la deliciosa dulzura del astro, al te
familiares y cuidados con gran esmero. vantarse sobre el horizonte.
Las fuentes, la torre del Observatorio, el Casino, en que No era la Roma sonriente y discreta, velada á medias
tí papa pasaba los calurosos días del estío, no eran más por una dorada bruma y como volando en su sueno de
que otras tantas manchitas blancas que se destacaban en i n f a n c i a . Se le presentaba á la sazón inundada de clari-
medio de aquellos terrenos irregulares cenados burgues- dad cruda, con una inmóvil dureza y con un silencio de
mente por tí terrible murallón de León XIV, que conser-
vaba su aspecto de antigua fortaleza. "LoTfondos aparecían como comidos por una fiama muy
Dió después la vuelta á la torrecilla á lo largo de la es- viva, ó inundados por una polvareda luminosa, en la que
trecha pieria, y se encontró bruscamente ante Roma, una
inmensidad que se desarrollaba de golpe; el mar allá á te ^Ta'0 ciudad entera se recostaba con violencia sobre
aquellas lontananzas descoloridas, en grandes masas de ; bre que seguía aún zumbando en sus ofdos? ¿no sería más
luz y fie sombra, con brutales aristas. Habrüase dicho que j bien la vista de aquella ciudad tendida á sus pies como
aquelllo era una antigua cantera abandonada, iluminada á reina embalsamada que sigue reinando entre el polvo de
plomo, y que algunos grupos de árboles, eran los únicos i su sepulcro? ,
que la manchaban de verde en algunos sitios. No-habría podido decirlo, pero indudablemente obraban
De la ciudad antigua se veía la torre retostada del Capi- las dos causas. La claridad fué grande y completa, y
tolio, los negros cipreses del Palatino, las ruinas del pala- : comprendió que el catolicismo no podría existir sin ese
ció de Septimio Severo, semejantes á huesos blanqueados, poder temporal y que desaparecería fatalmente el día en
á un esqqueleto de un monstruo fósil llevado allí por los que dejase de ser rey sobre esta tierra. .
diluvios. Desde luego eran el atavismo, las fuerzas de la historia,
Enfrente hallábase la ciudad moderna, con las grandes la larga serie de herederos de los Césares, los papas, los
alas del Quirinal restauradas de nuevo, cubiertas con un grandes pontífices, en cuyas venas no había dejado de
revoco, cuya corteza amarilla resaltaba de una manera ex circular la sangre de Augusto que exigía el imperio del
traordinaria entre las cimas vigorosas del jardín; y más mundo. „ . .
allá, en las alturas del Viminal, á derecha é izquierda, ex- E n vano vivían en el Vaticano porque procedían de los
tendíanse los nuevos barrios con una blancura de yeso, palacios del Palatino, del de Septimio Severo, y.su políti-
una ciudad de yeso rayada por las mil pequeñas líneas ca, á través de tantos siglos, no tuvo nunca más objetivo
de tinta de las ventanas. ni más ensueño que la dominación romana; todos los pue-
Después, por acá y acullá, á la casualidad, veíanse la blos sometidos, vencidos, obedeciendo á Roma.
charca de agua estancada del Pincio, la villa Médieis, lie Fuera de esa realeza universal, de la posesión total de
vando al aire sus dobles torres; el fuerte de Santángelo con los cuerpos y de las almas al catolicismo perdía su razón
su color de hierro oxidado, el campanario de Santa Marfe de ser, porque la Iglesia no puede reconocer la existencia
la Mayor, ardiendo como un cirio; las tres iglesias del de un imperio ó de un reino en que políticamente el em-
Aventino adormecidas entre las ramas, el palacio Famesio perador y el rey no sean sencillos delegados temporales,
con sus tejas de oro viejo, recocidas por los estíos, las cú- encargados de administrar los pueblos, mientras llega el
pulas de Jesús, de San Andrés del Valle, de San Juan momento de devolvérselos.
de los Florentinos, y cúpulas y torres, y más cúpulas Todas las naciones, la humanidad con la tierra entera,-
y más torres, todo en fusión é incandescente bajo la brasa pertenecen "á la Iglesia, que las recibió de Dios.
dei cielo. Si no tiene hoy la posesión real, es que cede ante la
Y entonces Pedro sintió que de nuevo se le oprimía su fuerza, obligada á aceptar los hechos consumados pero
corazón ante aquella Roma violenta, dura, tan poco seme- bajo la reserva formal de que hay usurpación culpable,
jante á la Roma de sus ensueños, la Roma del rejuveneci- que detentan injustamente su propiedad y, esperando la
miento y de la esperanza que creyó hallar la primera ma- realización de las promesas de Cristo que, en el día fijado,
ñana, y que á la sazón se desvanecía para ceder su pues- la devolverá para siempre la tierra, y los hombres la su-
to á la inmutable ciudad del orgullo y de la dominación,
obstinándose bajo el sol hasta la muerte. ^ T a f e s ' l a verdadera ciudad futura, la Roma católica so-
De pronto y sólo allí arriba comprendió Pedro; fué como berana una segunda vez. Roma formaba parte del sueno;
una llamarada que le deslumhró en el espacio libre, ili- es á Roma también á la que predijeron la eternidad, el
mitado en donde él se hallaba ¿era acaso la ceremonia suelo mismo de Roma que dió al catolicismo la sed inex-
á la que acababa de asistir, el grito fanático de servidum-. tinguible del poder absoluto.
Era por esto por lo que el .destino de Roma estaba uni- que abatida, decaída y despojada, estafe como mori-
do al del pasado hasta el extremo que un papa fuera de bunda.
Roma no sería un papa católico. No abdicará jamás, no renunciará á las promesas de
Y Pedro, apoyado en la delgada barandilla de hierro,- Cristo, porque tiene fe en su ilimitado porvenir y se dice
inclinado á tanta altura encima del abismo, en el que la que es indestructible y eterna. Que la concedan un canto
ciudad vetusta y dura acababa de desmigarse bajo el ar- para apoyar la cabeza y confía en que muy pronto se apo-
diente sol, se asustó y sintió de pronto pasar por sus hue- derará del campo en que está el canto y del imperio en
sos el gran estremecimiento de las cosas y de los seres. que está enclavado éste.
Hízose claramente la evidencia. Si Pío IX, si León XIII
Si un papa no puede llevar á buen término la empresa'
habían resuelto encerrarse en el Vaticano, era porque una
de recobrar la herencia, otro la intentará y si es preciso
necesidad ineludible les obligaba á permanecer en Roma.
otros diez, veinte papas, seguirán el mismo camino. Los
Un papa no es dueño de salir de allí, de ser en otra
siglos no se cuentan para nada.
parte el jefe de la Iglesia.
Esto es lo que hacía que u n anciano de ochenta y cua-í
Del mismo modo un papa, por mucha que sea su inte- tro años intentase empresas colosales que exigían la vida
ligencia y por muy modernizado que esté, no sabría hallar de muchos hombres, con la certidumbre de que le suce-
en sí el derecho para renunciar a! poder temporal. Hay en derían otros, y que las empresas se seguirían y concluirían
esto una herencia inalienable que tiene que defender; es á pesar de texlo.
por otra parte una cuestión de vida que se impone, pero Y Pedro se creyó un imbécil con su sueño de un papa
sin discusión posible. puramente espiritual, enfrente de aquella antigua ciudad
Por eso León XIII ha conservado el título de señor y de gloria y de dominación, tan obstinada con su púr-
rey del dominio temporal de la Iglesia, tanto más cuanto pura.
que, como cardenal, y al igual que todos los demás miem- Le pareció aquello tan diferente, tan fuera de su lugar,;
bros del Sacro Colegio, había, al ser elegido, jurado coa- que experimentó una especie de vergonzosa desesperación.
servar ese dominio intacto. El nuevo papa evangélico, que sería un papa puramente
Si Italia durante un siglo guarda á Roma como capital, espiritual, que reinaría tan sólo sobre las almas, no podía,
Ie>s papas que se sucedan durante ese siglo, no dejarán de por cierto, caber dentro de la imaginación de un prelado
protestar violentamente, reclamando su reino. Y si algún romano.
día se llegaba á un ^cuerdo, sería sobre la base de la ce- El horror d e eso, la repugnancia, por así decirio, física,;
sión de un girón de territorio. se le presentó de pronto al recordar aquella corte papal,
¿No se dijo, cuando circularon los rumores de reconci- estancada en los ritos, en el orgullo y en la autoridad.
liación, que el papa reinante ponía como condición formal ¡Ah! ¡Qué llenos de admiración y de desdén ante aque-
Ja posesión, al menos, de la Ciudad Leonina con la neu- lla singular elucubración del Norte, un papa sin territorio
tralización de un camino (fue llegase hasta el mar? y sin súbditos, sin cuarto militar y sin honores reales, es-
Nada de todo, no es bastante, y no se puede empezar píritu puro, autoridad puramente moral, encerrada en el
por no tener nada para llegarlo á tener todo. Mientras que fondo del templo y no gobernando el mundo más que con
la Ciudad Leonina, ese rincón de ciudad tan estrecho, ya su gesto de bendición por la bondad y el amor! Esto no
es algo, un poco de tierra leal y no hay más que recon- era más que una invención gótica, hecha entre brumas y
quistar el resto, Roma y después Italia, más tarde las na- nieblas, para ese clero latino, sacerdotes de la luz y de la
ciones vecinas y por último el mundo. ostentación, ciertamente piadosos y hasta supersticiosos,
Nunca desesperó la Iglesia, ni aun en aquellos eiías en pero que dejaban á Dios bien abrigado en su tabernáculo
Boma - Tomo 1—19
para gobernar en su nombre ó más bien de los intereses La multitud seguía saliendo; la plaza estaba llena y una
del cielo, convirtiéndose desde luego en simples políticos, tristeza inmensa le oprimió el corazón, porque esa multi-
viviendo de expedientes en medio de la batalla de los ape- tud, con sus gritos, acababa de barrer sus postreras espe-
titos humanos y siguiendo, con el paso discreto de los ranzas.
diplomáticos, el camino de la victoria terrestre y definiti- Aun durante la víspera, después de la recepción de los
va de Cristo, que debía triunfar y reinar sobre los pue- peregrinos en la sala de las Beatificaciones, pudo ilusio-
blos, representándole el papa. narse, olvidando la necesidad de dinero que sujete al papa
[Y qué estupor para un prelado francés, para un mon- á la tierra para no ver más que á aquel anciano débil, to-
señor Bergerot, para ese santo prelado que renunciaba á do él alma, resplandeciente como el símbolo de la autori-
todo y vivía haciendo caridad, cuando cafa en medio de dad moral. Pero á la sazón había concluido se fe en aquel
esa sociedad del Vaticano! ¡Qué dificultad de comprender pastor del Evangelio, desprendido de los bienes terrestres,
desde luego y la de ponerse al diapasón y qué dolor en rey del solo reino de le» cielos.
seguida al no poder estar de acuerdo con aquellos sin pa- El dinero de San Pedro no sólo imponte una dura es-
tria, con aquellos internacionales, siempre inclinados so- clavitud á León XIII, sino que era además el prisionero
bre el mapa de los dos mundos y haciendo siempre com- de la tradición, el eterno rey de Roma, sujeto á ese suelo,
binaciones que debían asegurarles el imperio. no pudiendo abandonar la ciudad ni renunciar al poder
Se necesitaban días y más días, era necesario vivir en temporal.
Roma y él mismo no había comprendido de repente las Al final era fatalmente la muerte en el mismo sitio, la
cosas hasta después de llevar u n mes en ella y al ex- bóveda de San Pedro derrumbándose como se había de-
perimentar la violenta crisis producida por las regias pom- rrumbado la cúpula del templo de Júpiter Capitolino, el
pas de San Pedro, ante la antigua ciudad que dormía catolicismo sembrando el campo con sus ruinas, mientras
al sol su pesado sueño y soñaba con su ensueño de eter- que el cisma estallaba fuera y se presentaba una nueva fe
nidad. para los pueblos nuevos.
Bajó sus miradas á la plaza y, abajo, delante de la basí- Tuvo esa grandiosa y trágica visión; vió su sueño des-
lica vió la oleada de gente, los cuarenta mil fieles que sa- vanecido, su libro arrastrado por el grito que se extendía,
lten semejándose á una irrupción de insectos, un hormi- se alargaba, como si hubiese volado á los cuatro puntos
gueo negro encima de las blancas losas. Figurósele enton- cardinales del mundo católico:
ces que empezaba d e nuevo el grito: «¡Ewiva il papa re! «¡Ewiva il papa re! ¡Ewiva il papa re!» ¡Viva el papa
¡Ewiva il papa re!» ¡Viva el papa rey! ¡Viva el papa rey! rey! ¡Viva el papa reyl Y bajo sus pies le pareció que
Hacía , un momento, y mientras subía las escaleras sin vacilaba, que temhlaba, que oscilaba el gigante de mármol
fin, hab'íasele imaginado que el coloso de piedra se estre- y de oro con el temblor de las antiguas podridas socie-
mecía á consecuencia de aquel grito lanzado bajo sus bó- dades.
vedas. Y entonces, cuando había ascendido hasta las nu- Bajaba Pedro, cuando experimentó otra vez la emoción
bes, creía volver oirio allí arriba á través del espacio. Si e! de encontrar á monseñor Nani, bajo los techos de las
coloso vibraba aún á sus pies ¿no era eso como una última naves, en aquella inmensa extensión soleada y lo suficien-
subida de ¡savia á lo largo de aquellos vetustos muros, una temente grande para poderse instalar en ella un pueblo.
renovación de la sangre católica que lo había querido tan El prelado acompañaba á las dos señoras francesas, á
desmesurado semejante al rey de los templos y que hoy la madre y á la hija, ten dichosas y contentas, y á las
intentaba devolverle un sop>lo poderoso de vida á la hora que sin duda había ofrecido, con su acostumbrada ama-
en que la muerte comenzaba gara sus naves vastas y de bilidad, acompañarlas hasta la cúpula. E n cuanto le rep
Sjertáft? conoció, abordóle el prelado.
EienT ¿Estáis contento, querido Hijo? ¿Os K&ESs
enterado?
Con miradas inquisitivas procuró penetrar hasta el fon-
do de su alma y averiguar hasta donde había llegado el
experimento. Satisfecho luego con el examen, rióse con
mucha dulzura.
—Sí, sí, ya l o estoy viendo... Vamos, de todos modos
sois un muchacho razonable y empiezo á creer que vues-
tro malhadado asunto concluirá muy bien 5

yin

l a s mañanas en que Pedro no salía y se quedaba en el


palacio Boccanera, había tomado la costumbre de pasar
horas enteras en el estrecho y abandonado jardín que
en otra época terminaba con una especie de logia porti-
cada, desde la que se podía bajar al Tíber por una doble
escalera.
Entonces aquel jardín había quedado reducido á ser un
'delicioso rincón solitario, perfumado por las naranjas en sü
madurez y e n el que centenares de naranjos eran los úni-
cos que, con sus líneas simétricas, indicaban el dibujo
primitivo de los paseos.
Allí encontraba también el olor penetrante de los bojes
amargos, de los grandes bojes que habían crecido en la
antigua pila del centro que d tiempo y el abandono (teja-
ron llenar de tierra.
Durante esas mañanas de Octubre, tan luminosas y dé
nn encanto tan tierno y penetrante se gozaba una dicha1
muy grande al vivir; pero Pedro llevaba ahí sus ensueños
del Norte, el recuerdo de los sufrimientos, su alma de con-
tinua fraternidad condolida que hacía hallase más suave;
la caricia del claro sol en aquel aire de voluptuoso amor.
Ibase siempre á sentar apoyado en la pared de la derecha
y sobre un pedazo de columna truncada y, derribada, á la
EienT ¿Estáis contento, querido Hijo? ¿Os Ko&Ks
enterado?
Con miradas inquisitivas procuró penetrar hasta el fon-
3o de su alma y averiguar hasta donde había llegado el
experimento. Satisfecho luego con el examen, rióse con
mucha dulzura.
—Sí, sí, ya l o estoy viendo... Vamos, de todos modos
sois un muchacho razonable y empiezo á creer que vues-
tro malhadado asunto concluirá muy bien 5

yin

Las mañanas en que Pedro no salía y se quedaba en el


palacio Boccanera, había tomado la costumbre de pasar
horas enteras en el estrecho y abandonado jardín que
en otra época terminaba con una especie de logia porti-
cada, desde la que se podía bajar al Tíber por una doble
escalera.
Entonces aquel jardín había quedado reducido á ser un
'delicioso rincón solitario, perfumado por las naranjas en su
madurez y e n el que centenares de naranjos eran los úni-
cos que, con sus líneas simétricas, indicaban el dibujo
primitivo de los paseos.
Allí encontraba también el olor penetrante de los bojes
amargos, de los grandes bojes que habían crecido en la
antigua pila del centro que d tiempo y el abandono deja-
ron llenar de tierra.
Durante esas mañanas de Octubre, tan luminosas y dé
un encanto tan tierno y penetrante se gozaba una dicha1
muy grande al vivir; pero Pedro llevaba ahí sus ensueños
del Norte, el recuerdo de los sufrimientos, su alma de con-
tinua fraternidad condolida que hacía hallase más suave
la caricia del claro sol en aquel aire de voluptuoso amor.
Ibase siempre á sentar apoyado en la pared de la derecha
y sobre un pedazo de columna truncada y, derribadla,, á la
Sombra 3e u n enorme laurel, que era negro y de Balsfc esírfeteo de fiacferla pteocupai: por los demás que sufrfarf
mica frescura. a i este mundo.
A su lado, en el antiguo sarcófago cubierto de moho No había pensado nunca en esas cosas con su orgullo
verduzco, en cuyos bajos relieves los lascivos faünos vio- de patricia que consideraba la jerarquía como emanada
lentaban á las mujeres, el delgado chorrito de agua que de una ley divina, los ricos, los poderosos arriba; los po-
se desprendía de la trágica carátula, pegada al vetusto bres, los que sufren miseria, abajo, sin que haya ningún
muro, añadía § los encantos de aquel lugar la música cambio posible y, al leer ciertas páginas del libro ¡que
continua de su nota de cristal. asombros más grandes experimentaba! ¡Y qué trabajo m a s
Allí leía los periódicos, las cartas, toda la corresponden- grande la costaba iniciarse en todo aquello!
tía del bueno del abate Rose, que le tenia al corriente de ¿Cómo? ¿Interesarse por el pueblo bajo; creer que tenía
su caritativa obra y del estado de los miserables del som- a l n a igual, las mismas penas y querer trabajar para su
brío París ya estremecido por las heladas nieblas de lodo. dicha lo mismo que si se tratase de u n hermano? ,
¡Ahí ¡Esas miserias de los países fríos, qué tremendas Esforzábase sin embargo Benedetta para conseguirlo pero
son! ¡Madres é hijos pequeños iban m u y pronto á tiritar no lo lograba del todo con un temor sordo de cometer
dentro de sus miserables zahúrdas mal cerradas y peor un pecado porque lo mejor es n o tocar y cambiar tí or-
acondicionados para resistir el frío; los hombres, á los que den establecido por Dios y consagrado por la Iglesia.
las grandes heladas iban á obligar á suspender la mayor Era catitativa, daba las limosnas acostumbradas, pero
j a r t e de sus trabajos, perecían con toda aquella agonía no daba su corazón, carecía totalmente de altruismo, de
sufrida bajo la nieve por los desdichados, tí relato de esas verdadera simpatía, pues, nacida y criada en el atavismo
miserias terribles yendo á parar allí bajo aquel cálido sol, de una raza diferente hecha para tener hasta en lo alto
á aquel aire, embalsamado con tí aroma de los frutos en del cielo tronos colocados sobre la plebe de los elegidos,
su madurez, á aquel país de cielo azul y de pereza vo- no lo comprendía.
luptuosa en donde, aun en invierno, agradaba dormir al Otras mañanas volvieron á encontrarse bajo el laurel y
aire libre al abrigo del viento en algún soleado rincón! al pie de la fuente cantante, y Pedro, desocupado, cansado
Una mañana encontró Pedro á Benedetta sentada en el de esperar una solución que, de hora en hora, parecía ha-
trozo de columna que le servía ordinariamente de asiento. llarse cada vez más lejos, se apasionó para a m a r con liber-
Al verle lanzó un ligero grito de sorpresa quedándose tadora fraternidad á aquella joven tan hermosa, esplen-
como cortada durante un momento porque precisamente dente con su juvenil amor.
tenía en la mano tí libro del presbítero, esa Nueva Roma Una idea fué la que continuó inflamándole, la de que
que había leído una primera vez sin comprenderla bien. catequizaba á la misma Italia, la reina de la belleza, ador-
Apresuróse á detenerle haciendo sentarle á su lado, con- mecida a ú n con su ignorancia y que había de recobrar su
fesándole con su hermosa franqueza, con su aire de tran- antigua grandeza si se despertaba cuando llegasen los
quila razón que si había bajado hasta allí era para encon- tiempos nuevos, con un alma expansiva, llena de compa-
trarse á solas y aplicarse á aquella lectura lo mismo que sión hacia las cosas y los seres.
una colegiala ignorante. La leyó las cartas del buen abate Rose y la hizo estre-
Hablaron como amigos y aquella hora pasóse para Pe- mecer con el sollozo, con el hondo lamento que se exhala
dro de Una manera muy agradable. Por más que Benedet- de las grandes poblaciones.
ta rehuyese el hablar de ella, comprendió Pedro perfecta- Puesto que tenía unos ojos de tan profunda ternura,
mente que eran sus penas lo que le acercaban á él, como puesto que de toda ella emanaba la dicha de a m a r y de
Si el sufrimiento la hubiese henchido el corazón hasta ^ Ser amada ¿por gué n o había de reconocer con él, que la
ley de amor era la tínica salvación de la humanidad que ¡Estaría para siempre en mis brazos si yo pudiera decir
sufre, caída por el odio en peligro de muerte? ana palabra, pero por desgracia, nuestros asuntos van muy
Lo reconocía y quería darle la alegría de crecer en la mal; tan mal!...
democracia, en la reforma fraternal de la sociedad, pero Callóse, y al borde de sus pestañas, asomaron dos grue-
en los otros pueblos, no en Roma, porque involuntaria- sas lágrimas. El pleito de la anulación del casamiento, es-
mente acudía la risa en sus labios, ciando evocaba lo que taba efectivamente como parado ante obstáculos de todas
quedaba del Translíbere, fraternizando con lo que se con- clases, que todos los días se aumentaban.
servaba aún de los antiguos regios palacios. A Pedro conmoviéronle aquellas lágrimas -tan raras de
¡No! ¡No! Esto hacía muchísimos años que duraba y no Benedetía, que muchas veces, con serena sonrisa había
convenía cambiar en nada aquellas cosas. En resumen: la confesado que no sabía llorar.
educanda no hacía grandes progresos y sólo la conmovía Fundióse empero su corazón, y se quedó como anona-"
verdaderamente la pasión de amor y caridad que ardía dada, apoyándose en el mohoso sarcófago, medio carco-
con tanta intensidad en aquel sacerdote, pasión que éste mido por el agua mientras que el cristalino hilo que cafa
apartó castamente de la criatura para n o fijarse más que de la boca abierta de la trágica carátula, continuaba su
en la creación entera. Durante algunas de esas soleadas perlina nota de flauta.
mañanas de Octubre, anudóse entre ellos un lazo de dul- La idea brusca de la muerte se presentó de pronto ante
zura exquisita, amáronse realmente, con un amor profun- el presbítero, al ver á Benedetía, tan joven, tan esplen-
do y puro dentro del gran amor que á los dos.los con- dente de belleza desfallecer al pie de aquel antiguo már-
sumía. , , , mol, en el que, los faunos persiguiendo á las mujeres en
Llegó un día en que Benedetía, con eJ codo apoyado en Una bacanal desenfrenada, revelaban la supremacía del
el sarcófago, habló de Darío, cuyo nombre había evita- amor, del que los antiguos tenían á gala esculpir los sím-
do pronunciar hasta entonces. bolos en las sepulturas como para afirmar la eternidad de
¡Ah! ¡Pobre amigo! ¡Cuán discreto y arrepentido se ha- la vida.
bía mostrado después de su arranque de brutal demencia! Y una ráfaga de viento caliente, pasó por la soleada y
Al principio, para ocultar su turbación, habíase mar- Silenciosa soledad del jardín, arrastrando el olor penetran-
chado á pasar tres días en Nápoles, á donde le siguió To- te de los naranjos y de los bojes.
nietta, la hermosa muchacha de los célebres ramos de ro- —¡Cuando se ama se es fuerte!—murmuró Pedro.
sas blancas, que se había enamorado de pronto de él. Y —Sí, tenéis razón,—contestó Benedetta, sonriendo esta
después, desde que había regresado al palacio, evitaba el yez.-^No soy una niña... pero vuestra es la culpa, con
encontrarse á solas con su primp y no la veía apenas más vuestro libro... No lo comprendo más que cuando sufro.
que los lunes y testo con aire sumiso é implorando perdón ¿No es verdad que en medio de todo voy adelantando?
con los ojos. . Puesto que lo queréis, que todos los pobres sean mis her-
—Ayer le encontré en la escalera,—siguió diciendo Be- manos y ellas sean mis hermanas, todas las que tienen
nedetta,—le di la mano y comprendió que yo no estaba penas como yo.
incomodada: se puso muy contento, ¿qué queréis? No se Por lo general, Benedetta era la primera que se retiraba,
puede ser severa durante mucho tiempo, y después, tenía y Pedro se entretenía, quedándose solo bajo el laurel, con
miedo de que no le pasase algo malo con esa mujer si el ligero perfume de mujer, y allí meditaba confusamente
se divertía demasiado para aturdirse. en cosas tristes y alegres.
Es preciso que sepa que le amo siempre y que, como ¡Qué dura se mostraba la existencia para los pobres
siempre, le espero. ¡Ah! ¡Es mío y nada más que mío! seres á ios que enardecía la única sed de felicidad 1
m su alrededor el silencio se Había aumentado affn, todo oertácTo el faller y que echó á correr dejante de mí para
en el viejo palacio dormía su pesado sueño de ruma, con guiarme á casa de sus padres cuando quise darle algunas
su patio inmediato cubierto de hierba, rodeado de un por- monedas. Se trata de Pierina, ¿te acuerdas?
tíco muerto, e n donde enmohecían los mármoles de las —¿De Pierina? Sí, perfectamente.
excavaciones, un Apolo sin brazos, y el cuerro truncado —Pues imagináos que desde aquel día la encontré des-
de una Venus, y de lejos en lejos ese silencio de muerte pués cuatro ó cinco veces en mi camino. Y no lo niego,
no estaba turbado más que por el rodar de la c a r r o z a de es tan extraordinariamente hermosa, que, cuando la veo,
algún prelado que iba á visitar al cardenal, internándose m e detengo y la hablo... El otro día la acompañé hasta la
bajo el portal y dando la vuelta en el patio con gran estré- casa de u n fabricante; pero aun no ha encontrado trabajo
pito de ruedas. ,, , y se echó á llorar; para consolarla la di un beso. ¡Ahí Se
Un lunes, á eso de las diez y cuarto, en el salón de quedó sobrecogida y tan feliz... ¡tan feliz!
donna Serafina n o se hallaban más que los jóvenes. Mon- Todos se echaron á reir al oir la historia. Celia fué la
señor Nani no hizo más que presentarse un momento y primera que dejó de reir con grave acento, dijo:
el cardenal Sarno acababa de retirarse. —Sabed, Darío, que esa muchacha os ama y que n o
Y al lado de la chimenea, en su sitio de costumbre, conviene que seáis malo.
donna Serafina estaba como apartada de todos, con la mira- A la cuenta Darío pensaba como ella; porque miró otra
da fija en el lugar que antes ocupara el abogado Moreno, vez á Benedetta con un alegre significativo movimiento
que seguía sin querer parecer por allí. de cabeza como para decir que si ella le amaba él no la
Ante el sofá ¿n que Benedetta y Celia estaban senta- correspondía. Una perlera, una muchacha del pueblo bajo
das, hallábanse en pie Darío, el abate Pedro Froment y ¡eso no! Podrá ser una Venus, pero n o una amante, ¡esto
imposible!
Narciso Habert, hablando y riendo.
Desde hacía unos cuantos minutos, el último se entre- Y se divirtió mucho con la romántica aventura que
tenía en hacer broma al príncipe, al que aseguraba haber Narciso arregló con un soneto á la moda antigua: la her-
visto en compañía de una muchacha muy hermosa. mosa perlera se enamora locamente del apuesto príncipe,
- N o lo neguéis, querido, porque en realidad es m u y bello como el sol, y que la ha dado u n escudo, conmovi-
hermosa... soterbia... Iba á vuestro lado y os mternásteis do al ver su infortunio.
en una callejuela desierta, en el Borgo Angélico, según Trastornada desde entonces la hermosa perlera al ver
creo, y por discreción n o quise seguiros. que era tan caritativo como gallardo, le sigue por todas
Darío se sonrió con mucha tranqudidad, como un hom- partes sujeta á sus pasos por u n lazo de fuego, y la her-
bre dichoso é incapaz de renegar de su gusto apasionado^ mosa perlera, que ha rechazado el escudo, pide con sus
miradas sumisas y tiernas y obtiene la limosna que un
por la belleza. ( . . ... día el joven príncipe se *>gnó hacerla de su corazón.
—Sin duda era yo, no tengo para qué n e g a r l o - d i j o , - Benedetta se divirtió mucho con aquel juego, pero Ce-
sólo que el asunto n o es lo que os figuráis. lia, con su angélica faz y su aire dé jovencita que parecía
Y volviéndose hacia Benedetta que también se reía sin debía ignorarlo todo, permanecía muy seria y repetía con
ninguna sombra de celosa inquietud, sino al contrario, tristeza:
satisfecha de la alegría que Darío había dado á los ojos —¡Darío, esa mujer os ama!
durante u n momento, añadió: Entonces la contessina se apiadó á su vez.
- S e trata de aquella pobre muchacha á la que encon- —¡No son felices, pobres gentes 1
tré llorando un día, hará de esto unas seis semanas... bí, —¡Ah! Aquellla es una miseria que, ni aun viéndola, sq
aquella obrera, aquella perlera que lloraba porque habían
UNIVEHSffi/tí) DE NUEVO LECft
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lees ¡«GüTSwaf. muuOt*
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puede creer en ella. El día en que me hizo seguirla S los
Prados del Castillo, me quedé sin saber lo que me pasaba, —Tiene razón D'arfo. Envíales una limosna, querida, S
¡aquello es un horror, pero un horror que asombra! la que de muy buena voluntad uniré yo la mía... y ten
—Recuerdo que hicimos el propósito de ir á ver á esos presente que hay otros sitios más agradables á los que con
desgraciados—dijo Benedetta—y creo hemos hecho mal re- más utilidad puedes acompañar al señor abate.
trasando tanto la visita, ¿no es verdad? Y vos, señor aba- ¡A la verdad que vas á hacer que se lleve un buen re-
te Froment, manifestáis deseos, para completar vuestros cuerdo de nuestra dudad!
estudios, de acompañarnos en esta visita y ver de cerca El orgullo romano sobresalía en medio de su malhu-
de ese modo la clase pobre de Roma. mor.
Levantó la cabeza y fijó sus miradas en Pedro, que ¿A qué conducía d enseñar las llagas á los extranjeros,
permanecía silencioso desde hacía un momento. Se enter- que iban tal vez animados por intenciones hostiles?
neció mucho al observar que se le ocurría aquella idea de Era necesario que fuese todo siempre hermoso y n o
hacer caridad, porque comprendió, en el ligero temblor de mostrar á Roma más que todo el aparato de su gloria.
su voz, que deseaba mostrarse una discípula dócil, que Narciso se apoderó de Pedro, didéndole:
hacía progresos en el amor hada los pequeños y los míse- —Es verdad, amigo mío, se me había olvidado reco¡
ros. E n seguida se apoderó de él la pasión de su aposto- mendaros ese paseo, es necesario que veáis d nuevo ba-¡
lado. rrio que han levantado en los Prados del Castillo.
Es típico y resúmen de todos los demás. Viéndole, no
—Sí—dijo—no me marcharé de Roma hastia después
perderéis d tiempo, os respondo de ello, porque no hay
de haber visto de cerca el pueblo que sufre sin pan y sin nada que pueda deciros tanto acerca de la Roma moderna,
trabajo. de la actual.
Ahí está precisamente la enfermedad de todas las na- ¡Es una cosa extraordinaria, pero muy extraordinaria!
tiones, y la salvadón no puede venir más que con la cu- Encarándose con Benedetta, la dijo:
r a d ó n de la miseria. —Es cosa convenida, ¿queréis, señora, que sea para ma-
Cuando las raíces del árbol no se alimentan, el árbol ñana? Allá abajo nos encontraréis al abate-y á mí, porque
muere. deseo antes ponerle al corriente de todo, para que com-
—Pues bien; entonces pongámonos de acuerdo inme- prenda lo que va á ver. ¿Os parece buena hora la de las
diatamente—respondió Benedetta—iréis con nosotros á los diez?
Prados d d Castillo y Darío nos acompañará. Antes de responder, volvióse Beneddta hacia su tía, á
El príncipe, que había escuchado con asombro al pres- la que, con mucho respeto, manifestó su opinión.
bítero sin comprender bien aquella imagen del árbol y de —Tened presente, querida tía, que el señor abate ha
BUS raíces, exdamó, dominado por gran angustia: debido encontrar bastantes mendigos en sus correrías por
—No, no quiero, prima; vete tú á pasear por allí con el nuestras calles y puede verlo todo. Y, aparte de esto, des-
Señor abate, si es que semejante paseo te divierte... pero pués de lo que dice en su übro, creo que no verá en Roma;
estuve allí y no pienso volver, ¡palabra! lo que ya no haya visto en París. En todas partes, según
Al volver me faltaba poco para tenerme que meter en dice él mismo, el hambre es igual.
cama, pues tenía la cabeza y el estómago trastornados, Después la emprendió con Darío, con mucha dulzura y
¡No! ¡No! Todo aquello es demasiado triste, no es posible... con un aire muy. razonable.
Es una abominación. —Has de saber, Darío, que me darás una verdadera sa
En a q u d instante, una voz desagradable que revelaba tisfacción acompañándome allá abajo. Sin ti, parecería
descontento, devóse del lado de la chimenea. Doma Serafi- quizás demasiado que caemos del délo... Tomaremos d
na fcalía, al cabo, de su largo mutismo.*
—fAh! ¡No podéis imaginaros lo que Ka sido el despea
coche é iremos á reunimos con estos señores. De ese mo-
íar de esta mañana!—declaró con su aire de cansancio y
do daremos un buen paseo, ¡hace mucho tiempo que n o
los ojos apagados.—¡Qué cosa más deliciosa y conmove-
hemos salido juntos 1 dora! Una virgen ignorante y pura que quebrantada por
Indudablemente esto era lo que la encantaba; el tener la voluptuosidad abre lánguidamente los ojos embelesada
ese pretexto para llevarle en su compañía, para reconci- aún por haber sido poseída por Jesús... ¡Ah! ¡Es para mo-
liarse por completo con él rirse!
Comprendiéndolo así, no se pudo esquivar y afectó to- Después, calmándose, y en cuanto dieron unos cuantos
marlo á broma. pasos, recobró su voz clara de mozo ducho en los nego-
—¡Ah! Vas á ser causa, prima, de que yo tenga pesadi- cios y muy aplomado en cosas de la vida práctica.
llas en todo lo que falta de semana. Una expedición tan —Vamos pues á dirigirnos tranquilamente hacia los Pra-
alegre como esa que proyectas, es lo más apropósito para dos del Castillo, cuyas construcciones veréis allá abajo
echar á perder durante ocho días la dicha de vivir. desde aquí... enfrente de nosotros, y andando, os contaré
Se estremecía rebelándose de antemano. lo que sé. j Ah! Es la historia más extravagante, una
Comenzaron otra vez las risas y no obstante la muda de esas hazañas de la locura de la especulación, que son
11 desaprobación de donna Serafina, la cita para la reunión
quedó acordada para las diez de la mañana siguiente.
hermosas como obra monstruosa y bella de algún genio
desequilibrado. Me enteraron algunos parientes míos que
Al marcharse manifestó Celia cuánto sentía no poderlos han jugado aquí y que ¡á fe mía! ganaron sumas conside-
acompañar. .
rables.
Con su candor cerrado de lirio en botón, no le interesa- Y entonces, con una claridad y precisión extraordina-
ba más que Pierina; por esto, al llegar á la antecámara, rias, propias de u n hombre de negocios, empleando los
se inclinó al oído de su amiga: términos técnicos con facilidad, contó la extraordinaria
—Contempla bien esa belleza—la d i j o - p a r a decirme si aventura.
realmente es hermosa, más hermosa que todas. Al día siguiente de l a conquista de Rontó y cuando Ita-
Al día siguiente á las nueve, cuando Pedro encontró á lia entera deliraba de entusiasmo con la idea de poseer al
Narciso cerca del castillo de Santángelo, admiróle verle fin la capital tan codiciada, la antigua y gloriosa ciudad,
otra vez sumido en su entusiasmo por el arte, lánguido y la eterna que tenía l a promesa del imperio del mundo, lo
desfallecido. . que hubo al principio fué una explosión muy legítima de
Al principio no se trató sólo de los nuevos barrios ni de la alegría y de la esperanza de un pueblo joven, consti-
la tremenda catástrofe económica que habían producido. tuido la víspera y deseoso de afirmar su poder.
Narciso contó que se había levantado con el sol para Se trataba de tomar posesión de Roma y de convertirla
ir á pasar una hora delante de la Santa Teresa de Ber- en una capital digna de un gran reino; se trataba ante to-
nin. ,, do de sanearla, de limpiarla de las basuras que la deshon-
Decía que, cuando pasaba ocho días sin verla, sufría, raban.
eon el corazón henchido de lágrimas, como si se viese pri-
No se puede imaginar la inmunda suciedad que bañaba
vado de la presencia de una querida muy amada.
la ciudad de los papas, la Roma sporca echada de menos
Tenía horas para quererla de un modo diferente, según
por los artistas, en la que no había letrinas, sirviendo la
los Afectos de luz; por la mañana, con todo el arranque
vía pública para todas las necesidades; las minas augustas
místico de su alma bajo la luz del alba que la vestía de
convertidas en retretes públicos, los alrededores de los an-
blancura; después, por la tarde, con toda la pasión roja de
tiguos regios palacios manchados con excrementos, cu-.
la sangre de los mártires; al iluminarla los rayos oblicuos
ded sol poniente, cuya llama parecía manar en ella.
Desde luego, la ciudad de la víspera rio ShsfaEa"; era nece-
EierfoS con motifones de mondaduras, de restos de todas sario no esperar para hacer frente á las necesidades de
clases, de n a teñas en descomposición, que, por otra parte; mañana, ensancliando á Roma y fuera de Roma, poblan-
abundaban por todo, lo que convertía las calles en sumi- do los antiguos y desiertos arrabales.
deros emponzoñados, de las que manaban continuas epi- Se habló también del París, del segundo imperio, tan
demias. agrandado y convertido en una ciudad de luz y de salud;
Se imponía la necesidad de grandes trabajos d e e d d i - pero en las orillas del Tíber fué la falte la de que, desde
dad; se trataba de una verdadera medida de salvación y el primer momento, no hubo ni un plan general ni un
de higiene; de rejuvenecimiento, de asegurar y alargar la hombre de mirada serena y clara, dueño soberano de la
vida del mismo modo que era muy natural pensar en edi- situación y que se apoyase en poderosas sociedades finan-
ficar nuevas casas para los nuevos habitantes que debían cieras.
acudir de todas partes. Y lo que el orgullo comenzó, esa ambición de dejar
El hecho pasó también en Berlín, después de la consti- Btrás en esplendores á la Roma de los Césares y de los
tución del imperio de Alemania, y se vió aumentar á papas, esa voluntad de rehacer la Ciudad Eterna, la Pre-
aquella ciudad su población como con la celeridad del destinada, centro y reina de la tierra, lo concluyó la espe-
rayo y por centenares de miles de almas. culación con una de esas extraordinarias' ráfagas del agio,
Indudablemente iba Roma también á doblarla, triplicar- con una de esas tempestades que nacen, causan estragos,
la, quintuplicarla, atrayendo á ella las fuerzas vivas de lo destruyen y arrastran todo sin que nada avise su llega-
las provincias y convirtiéndose en el centro de la existen- da ni pueda detenerlas.
cia nacional. De pronto corrió el rumor de que terrenos que se ha-
Y desde entonces se mezcló en esto el orgullo, pues era bían comprado á cinco francos eí metro, se revendían á
necesario demostrar al gobierno arrinconado del Vaticano ciento y se encendió la fiebre; mas una de esas fiebres de
aquello de que era capaz Italia y con qué esplendor iba á tedo un pueblo al que apasiona eá juego.
brillar Roma, la nueva Roma, la tercera, que sobrepujaría Una bandada de especuladores, procedentes de la alta
á las otras dos, á la imperial y á la papal, con la magnifif Italia, cayó sobre Roma, la más noble y la más fácil de
cencía de sus vías y el flujo desbordante de sus muche- todas las presas.
dumbres. ' Para aquellos montañeses, pobres y hambrientos, em-
Durante los primeros años, la construcción encerróse,; pezó entonces la satisfacción de todos sus apetitos en el
sin embargo, dentro de ciertos límites muy prudentes; mediodía voluptuoso en que es tan agradable la vida de
fueron lo bastante cuerdos para no construir más que á tal manera, que las delicias del clima, corruptoras de por
medida que lo exigían las circunstancias. sí, activaron la descomposición moral.
De u n salto se dobló la población y subió de doscientos Además, en realidad, no había más que bajarse y los
mil habitantes á cuatrocientos mil, pues ese pequeño mun- escudos se podían recoger á paladas entre los escombros
do formado por los empleados y funcionarios que fue- de los primeros barrios viejos que se despanzurraron.
ron con las oficinas públicas, toda esa muchedumbre que Los diestros, los previsores que olfateando el trazado de
vive del Estado, ó confía en que vivirá, sin contar los nuevas vfas se hicieron dueños de los inmuebles amena-
ociosos y aquellos que sólo viven para disfrutar y á los que zados de expropiación, doblaron sus capitales en menos
una corte arrastra tras sí, instaláronse allí. de dos años.
Esta fué la primera causa de la embriaguez; nadie dudó Entonces fué cuando aumentó el contagio, envenenando
de que ese movimiento ascensional continuaría y hasta la ciudad entera desde uno á otro extremo, y los habitan- '
¡que s e precipitaría.
Erna,—Tomo 1—30
fes todos fueron arrastrados por ese torbellino; todas las Nadie se inquietó preguntando cuál sería el día de su
clases sociales participaron de la locura, príncipes, bur- llegada, bastaba con que se contase con ésta.
gueses, modestos propietarios, hasta los tenderos, panade- Todavía en Roma las sociedades que se habían forma-
ros, drogueros, zapateros, todos, en fin, hasta el extremo do para construir grandes vías á través de los antiguos
de que después se presentó el caso de un panadero que barrios malsanos y derribados, vendían ó alquilaban sus
quebró por cuarenta y cinco millones. inmuebles, realizando considerables beneficios.
Aquello no fué más que juego; pero un juego exaspera- Unicamente á medida que la locura iba en aumento,
do, desatentado, en el que la fiebre había reemplazado al creáronse otras sociedades para satisfacer el deseo del lu-
tranquilo juego de la lotería papal, un juego en el que se cro y con el objeto de edificar fuera de Roma más barrios,
cruzaban millones y en el que terrenos y construcciones ¡siempre barrios! verdaderas reducidas poblaciones de que
llegaron á ser ficticios y nada más que simples pretextos no había ninguna necesidad.
para jugadas de Bolsa. En la puerta de San Juan, en la puerta de San Lau-
El antiguo orgullo atávico que soñó en convertir á Ro- reano, los barrios extramuros surgieron como por mila-
ma en £ capital del mundo, se exaltó de ese modo hasta gro.
la demencia, bajo aquella cálida calentura de la especula- E n los inmensos terrenos de la Villa Ludovisi, desde la
ción, comprando y edificando para revender sin medida puerta Salaria á la puerta Pía, hasta Santa Ana, comen-
y sin descanso, del mismo modo que se emiten acciones zaron un esbozo de ciudad.
en tanto que las prensas quieran imprimirlas. Y por último, en los Prados del Castillo fué toda una
Jamás ciudad alguna en evolución l a dado un espectácu- ciudad la que se quiso hacer que naciese, con su iglesia,
lo semejante, y hoy, cuando se trata de explicar aquello, su escuela y su mercado.
quédase cualquiera confundido. Y no se trataba de modestas casas para obreros, de ca-
La cifra de la población había llegado á exceder de qui- sas económicas para la burguesía pobre y los empleados
nientos mil habitantes y se dijera que se estacionó, per» do poco sueldo, sino de edificios colosales, de verdaderos
esto no impidió que la vegetación de los barrios nuevos palacios con tres y cuatro pisos, desenvolviendo fachadas
siguiese surgiendo con fuerza del suelo y cada vez con uniformes y desmesuradas, que convertían esos barrios
más ímpetu, ¿para qué pueblo moderno construían con de extramuros babilónicos que sólo capitales de vida muy
aquella especie de rabia? intensa y de mucha industria, como París ó Londres, eran
¿Por qué especie de aberración llegaron al extremo de capaces de poblar; ahí están esos monstruosos productos
no esperar á los habitantes, preparando así millares de del orgullo y del juego y qué página de historia, qué lec-
habitaciones para las familias de mañana que tal vez irían ción más amarga no encierran, cuando Roma, hoy arrui-
allí? nada, se ve además deshonrada por ese amplio cinturón
La única excusa, era la de haberse dicho con anticipa- de grandes osamentas yesosas y vacías, en su mayor par-
ción, y era una verdad indiscutible que la tercera Roma, te sin concluir y cuyos escombros siembran ya las calles
la capital triunfante de Italia, no podía por menos de lie cubiertas de hierba.
gar á tener un millón de habitantes. El hundimiento fué fatal; el desastre horrendo.
Estos no se habían presentado, mas indudablemente Narciso dió las razones y explicó las fases con tanta cla-
irían y ningún patriota podía dudarlo, sin cometer un cri- ridad, que Pedro lo comprendió perfectamente.
men de lesa nación. Numerosas sociedades de crédito crecieron, naturalmen-
Y seguían construyendo; construían, edificaban sin des- te, en ese terreno abonado de la especulación, la «inmo-
canso ni tregua para aquellos quinientos mil habitantes biliaria», la «Sociedad de edilidad y construcción»^ la «Mon-
que estaban en camino. daria», la «Tiberiana», «El Es quilina^.
Casi fo0as sé constituyeron para cbnsíruir, edificando No se fe&Wnfriaroñ, pues, capitales particulares qííe sé
caserones enormes y calles enteras, para luego revenderlo atreviesen ó pudiesen substituir á los de las sociedades.
Aparte de esto, tanto en París como en Berlín los ba-
todo. ,. rrios nuevos, los embellecimientos de las poblaciones, se
Jugaban también sobre los terrenos y los cedían con hacen con capitales nacionales, con el dinero del ahorro.
gran beneficio á pequeños especuladores que se improvi- E n Roma sucedió todo lo contrario: todo se edificó ape-
saban por todas partes, soñando á su vez con beneficios, lando al crédito, con letras de cambio á noventa días y so-
con el alza continua y ficticia que determinaba la fiebre bre todo con dinero extranjero. Se aprecia la cantidad que
creciente del agio. allí engulló la catástrofe, en más de mil millones, cuyas
Lo peor era que esos burgueses, esos tenderos sin expe- cuatro quintas partes era dinero francés.
riencia, enloquecían hasta el extremo de convertirse tam- Esto (gje hacía sencillamente de banquero á banquero,
bién en constructores, tomando dinero á préstamo en los los banqueros franceses prestando al tres y medio ó al
Bancos ó dirigiéndose á las mismas Sociedades que les cuatro por ciento á los banqueros Italianos, que por su
vendieran los terrenos, en demanda de los fondos necesa- parte prestaban á los especuladores y á los constructores
rios para terminar las construcciones. de Roma, al seis, al siete y hasta el ocho por ciento.
Con mucha frecuencia esas sociedades, para n o perderlo Es fácil imaginar cuán grande debió ser el desastre el
todo, veíanse un día obligadas á apoderarse del terreno y día en que habiéndose sabido que Italia se había aliado
de lo edificado en él, aun cuando estuviera sin concluir, y con Alemania, retiró Francia sus ochocientos millones en
esto producía entre sus manos un entorpecimiento muy menos de dos años.
grande, que debía ser la causa de su muerte. Prodújose un inmenso reflujo, vaciando las bancas ita-
Si el millón de habitantes hubiese ido á ocupar las liaanas y las sociedades dedicadas á la especulación sobre
haabitaciones que le preparaban, animados por un sueno terrenos y edificios, obligadas á su turno á embolsar, tu-
de extraordinaria esperanza, habríase engrandecido Ro- veiron necesariamente que dirigirse á las sociedades de
ma llegando á ser una de las capitales más florecientes^ emisión, á las que tenían la facultad de emitir papel.
enriquecídose además en diez años, pues las ganancias Al mismo tiempo intimidaron al Estado, amenazándole
fueran incalculables. con detener todos los trabajos, lanzando á las calles de
Lo único que sucedía era que aquellos habitantes mos- Roma cuarenta mil hombres sin trabajo si no obligaba á
trábanse muy reacios para ir; no se alquilaba nada y to- las sociedades de emisión á prestarles los cinco ó seis mi-
das las casas estaban vacías. llones en papel que necesitaban para salir del paso, á lo
Entonces estalló la crisis con la violencia del trueno y que el Estado concluyó por ceder ante el temor de una
con una fuerza inusitada, por dos razones. quiebra general.
Desde luego las casas construidas por sociedades eran Naturalmente, al llegar los vencimientos, no pudieron
demasiado grandes y difíciles de adquirir, lo que hacía devolverse esos cinco ó seis millones, puesto que las casas
que ante su compra retrocediesen la mayoría de los modes- ni se vendían ni se alquilaban, de modo que el derrumba-
tos rentistas deseosos de colocar su capital en bienes in- miento comenzó, se precipitó, amontonándose escombros
muebles. sobre escombros; los especuladores en pequeño cayeron
El atavismo obró en esta ocasión; los constructores se sobre los contratistas, éstos sobre las sociedades construc-
deslumhraron con lo grande, crearon una serie de palacios toras, éstas sobre las de emisión, que á su vez se desplo-
destinados á aplastar á los de las otras edades, pero que maron sobre el Crédito público, arruinando la nación.
iban á quedarse abandonados y desiertos como uno de He ahí de qué manera l o a crisis sencillamente eüihcia
los testimonios más inauditos de la impotencia del or.
Be convirtió en un tremendo desastre económico, en un á que llegó esía ciudad entera, á pesar de ser tan razonable
peligro de hundimiento nacional, después de haberse en- en el fondo, aunque muy indolente y egoísta cuando la do-
gullido la tierra inútilmente mil millones, y Roma quedar minó como contagiosa fiebre esa tremenda pasión de jugar.
afeada, llena de ruinas juveniles vergonzosas y las casas Los de poco capital, los codiciosos, los ignorantes y ios
abiertas y vacías para los quinientos mil habitantes soña- tontos, n o fueron los únicos que se arruinaron, porque las
dos que a u n n o han ido y á los que continúan espe- grandes familias, casi toda la nobleza romana, dejó que se
rando. derrumbasen las antiguas fortunas, el oro, los palacios y
Desde luego, dados los vientos de gloria que soplaban, las magníficas galerías de objetos de arte que debían á la
hasta el Estado lo veía todo grande, colosal. magnificencia papal.
Se trataba de crear con todas sus piezas una Italia gran- Esas riquezas colosales, que necesitaron s : g'os enteros
de haciéndola llevar á cabo en veinticinco años la obra de de nepotismo para vincularse en unos pocos, fundiéronse
la unidad y de la grandeza para la que otras naciones han como la cera, en menos de diez años,' al calor del fuego ni-
empleado siglos para hacerlo sólidamente. velador del agio moderno.
Así que demostró una actividad febril, hizo gastos pro- Olvidándose después de que hablaba con u n presbítero,
digiosos en canales, puertos, carreteras, ferrocarriles, tra- le contó una de esas historias equívocas.
bajos públicos desmesurados en todas las poblaciones. —¡Ved lo que son las cosasI Ahí tenéis á nuestro buen
Se improvisaba, se organizaba la gran nación; pero nO amigo Darío, príncipe de Boccanera, último de este título
se contaba. ' que s e ve obligado á vivir con las migajas que le sobran á
Desde que se aliaron con Alemania los presupuestos de su tío el cardenal, el cual tampoco anda muy sobrado,
Guerra y Marina, consumen inútilmente muchos millones pues sólo cuenta con lo que le produce su cargo; pues bien,
y no se hacía frente á las necesidades, cada día más gran- quizás iría, no en coche, sino en carroza, á no ser por el
des, más que á fuerza de emisiones, y los empréstitos se extraordinario asunto de la villa Montefiori... Quizás os
hacían todos los años. habrán enterado ya... Los vastos terrenos de esa villa ce-
Sólo en Roma la construcción del Ministerio de la Gue- diéronlos por diez millones á una compañía constructora
rra costó diez millones, la del ministerio de Hacienda y más tarde el príncipe Onofrio, el padre de Darío, atena-
quince y se gastaban cien millones para los muelles, que ceado por la necesidad de especular, rescató á elevado pre-
aun n o están concluidos y se consumieron más de dos- cio sus propios terrenos, jugando sobre ellos y mandando
cientos cincuenta millones en trabajos de defensa alrede- edificar.
dor de la ciudad. La catástrofe final se llevó, con los diez millones, todo
Eso era, entonces, ahora y siempre, la manifestación del lo que poseía, además los restos de la antigua y colosal
orgullo fatal, la savia de esa tierra que sólo puede florecer fortuna d é l o s Boccanera... Pero lo que sin duda no os han
dicho han sido cuáles fueron las causas ocultas y el papel
con proyectos m u y vastos, con la voluntad de deslumhrar
que desempeñó en todo eso el conde Prada, precisamente
al m u n d o y de conquistarlo, en cuanto se pone el pie en
el esposo separado de la deliciosa contessina, á la que esta-
el Capitolio ó hasta en el polvo acumulado de todos los mos esperando.
poderes humanos que se han derrumbado unos sobre Era el amante de la hermosa princesa Boccanera, de
otros. Flavia Montefiori, que aportó en dote la villa á su ma-
—Y ahora, amigo mío—continuó diciendo Narciso—si rido.
yo descendiese á contaros las historias que circulan, que ¡Oh! Era una criatura admirable, bastante más joven
se cuentan al oído, si os citase ciertos hechos, os queda- que el príncipe, y se asegura que Prada dominaba al nía-
ríais asustado, estupefacto, ante el grado de demencia
rido por medio de fe mujer, hiasta él éxtrerüo de (fue sé Palidecieron süs ojos y su boca expresó el amargo des-
negaba ésta por las noches cuando el anciano príncipe re- dén del soñador herido en su pasión hacia los siglos des-
husaba firmar ó comprometerse más en una aventura, en aparecidos.
la que, desde el principio, había olfateado el peligro. —¡Ved esol ¡Contempladlo! ¡Oh ciudad de Augusto!
Prada ganó de una manera muy inteligente los millones ¡Oh ciudad de León XI ¡Ciudad del eterno poder y de la
que hoy se come. eterna belleza 1
E n cuanto á la bella Flavia, llegada á la madurez, ya Pedro, en efecto, quedóse también enajenado. E n aquel
debéis saber que, después de haber librado una pequeña lugar extendíanse en otro tiempo las praderas del castillo
fortuna del desastre, renunció galantemente á su título de de Santángelo, en las que crecían algunos álamos á todo lo
princesa Boccanera para comprar á u n real mozo, un se- largo de las orillas del Tiber; las praderas llegaban hasta
gundo marido, esta vez mucho más joven que ella y del las primeras pendientes del monte Mario y eran m u y es-
que hizo u n marqués de Montefiori, el cual la sostiene en timadas de los artistas que hacían con ellas un primer tér-
alegría y opulenta belleza, á pesar de sus cincuenta bien mino (de paisaje cuando pintaban eá Borgo y la lejana cú-
cumplidos. pula de San Pedro. •
E n todo esto n o hay más que una víctima y es nuestro Y á la sazón, en medio de aquella llanura trastornada,
buen amigo Darío, completamente arruinado y decidido leprosa y blancuzca, veíase una ciudad entera, una ciudad
á casarse con su prima, que n o es mucho más rica que éL de casas macizas, colosales, de cubos de piedra regulares
E s tan cierto que ella le quiere y que él es incapaz de todos semejantes, con calles anchas cortándose en ángulos
n o amarla tanto como d í a á él; pues de n o ser así, habría- rectos; u n inmenso tablero de ajedrez con sus simétricas
se ya casado con alguna americana, con alguna heredera cuadros.
de esas que tienen muchos milllones, porque lo mismo han De u n extremo á otro reproducíanse las mismas facha-
hecho otros príncipes, esto á n o ser que el cardenal y das, de tal manera, que se habría dicho que eran hileras
donna Serafina se hubiesen opuesto, porque esos dos son de conventos, cuarteles ú hospitales cuyas líneas idénticas
también héroes á su manera; romanos orgullosos y testa- se continuaban sin fin.
rudos, que creen deben conservar su sangre libre de toda Y el asombro, la impresión extraordinaria y penosa qué
alianza extranjera. aquello producía, procedía de la catástrofe, inexplicable
E n fin, confiemos en que el buen Darío y esa preciosa desde luego, qué inmovilizara aquella ciudad en plena
Benedetta serán felices juntos. construcción, lo mismo que si alguna mañana maldita'
Callóse, y luego, después de dar algunos pasos en silen- un genio del desastre hubiese, con un golpe dado con su
cio, siguió diciendo en voz más baja: varita, suspendido los trabajos, ahuyentando los bullicio
—Tengo un pariente que pescó cerca de tres millones sos alhamíes y dejado las edificaciones tales cuales se ha-
en el negocio de la villa Montefiori. ¡Ahí ¡Cuánto me pesa llaban en aquel momento preciso raí su lúgubre aban-
no haber estado aquí en aquellos tiempos heróicos del dono.
agio! ¡Qué divertido debía ser aquéllo y qué buenas juga- Todas las fases sucesivas por que pasa la edificación, ha-
das habría podido hacer u n jugador de sangre fría! llábanse allí reunidas, desde los terraplenes y los huecos
De pronto, y al levantar la cabeza, vió ante sí el nuevo para los cimientos, restos sinuosos que la hierba había
barrio de los Prados del Castillo; su rostro cambió de ex- llenado, hasta las casas completamente concluidas y habi-
presión, volvió á tener el alma artista, indignada contra tadas.
las abominaciones que habían cometido mancillando la Había casas cuyas paredes apenas salían del suelo; otras
Roma pagal. que llegaban hasta el segundo $#>» al tercero.; algunas con
su entramado de vigas de hierro al descubierto y sus ven- Pero lo qué más desolaba, eran las rumas jóvenes, altos
y soberbios edificios, no concluidos aún, ni siquiera revo-
tanas abiertas al aire libra
cados, que no habían podido vivir aun su vida de gigan-
E n cambio, otras-estaban cubiertas con sus techos, pero
tes de piedra y que, por el contrario, agrietábanse por to-
semejantes á enormes osamentas abiertas á todos los vien-
das partes, por lo cual había sido necesario apuntalarlos
tos y semejándose á inmensas jaulas vacías.
por sus costados con complicados andamiajes y evitar de
Tras éstas venían las terminadas; pero á las que por
esa manera que se derrumbasen al suelo convertidos en
falta de tiempo no se había podido revocar los muros ex-
polvo.
teriores y otras que se habían quedado sin poderlas poner
Oprimíase el corazón lo mismo que en una ciudad á la
puertas y ventanas.
que un azote asóla barriendo á los habitantes; era lo mis-
Otras en cambio, tenían puertas, persianas y ventanas, mo que si por allí hubiese pasado la peste, la guerra ó un
pero clavadas, cual si fuesen tapas de féretro cubriendo bombardeo cuyas huellas parecía se conservaban en aque-
aquellas varias habitaciones en las que no había ni un llas inmensas vacías osamentas.
Después, al ocurrirse la idea de que todo aquello era un
A t a b a n habitadas otras, en parte algunas, por comple-
nacimiento abortado y no una muerte, se aumentaba, agran-
to pocas, animadas por la más inesperada de las poblaao-
dándose la melancolía, desbordándose de ella una infi-
11
Nadie es capaz de dar idea de la lúgubre tristeza de esas nita humana desesperación, al pensar que la destrucción
cosas; la ciudad de la hermosura del bosque, durmiendo iba á hacer su obra antes de que los soñados habitantes,
herida por u n letargo mortal antes de haber vivido, arn- en vano esperados, hubiesen llevado la vida á esas man-
qui'iándose en aquel pesado sueño esperando un despertar siones que nacieron muertas.
que no debía llegar jamás. Había además en todo aquello la cruel ironía de que
S en cada esquina y con magníficas lápidas de mármol, se
Siguiendo á su compañero, internóse Pedro en largas
indicaba el nombre de la calle, nombres ilustres tomados
y desiertas calles que tenían la inmovilidad y el silencio
de la Historia, como de los Gracos, Scipión, Plinio, Pom-
de las de un cementerio, pues por ellas no pasaba ni un peyo, Julio César, que resaltaban sobre aquellas paredes
coche ni un transeúnte. . sin concluir y tambaleantes como una irrisión, como un
Muchas de ellas ni siquiera tenían arroyo ni aceras, bofetón del pasado dado á la impotencia moderna.
invadiéndolo todo la hierba y llenando los huecos sin A Pedro le llamó la atención esa verdad de que, cual-
empedrado, de la misma manera que habría podido, su- quiera que posea á Roma, se siente en seguida devorado
cedVr en íin campo que volviese al estado de Natura- por la locura del mármol, por la vanidosa necesidad de
l e
? ¿ embargo de esto, hacía muchos años que había por edificar y dejar su nombre en un monumento de gloria
allí mecheros de gas, pero no eran más que tubos de plo- que contemplarán los pueblos futuros.
m o sujetos á un pie derecho. , Después de los Césares apilando sus palacios en el Pa-
latino, después de los papas reconstruyendo la Roma de
A los dos lados los propietarios habían cerrado herméti-
la Edad Media y timbrándola con sus armas, se presenta
camente con tablas todos los huecos de los cuartos bajos y
el Gobierno italiano que no ha podido ser dueño de la
de los pisos superiores, para no tener que pagar el impues- ciudad sin proponerse en seguida reconstruirla más es-
to bobre puertas y ventanas. plendente y enorme que lo había sido nunca.
Otras casas, apenas empezadas, estaban cerradas con em- Era esta la sugestión misma del suelo, era la sangre de
palizadas por el temor de que las cuevas no se convirtie- Augusto que de nuevo se agolpaba al cráneo de los últi-
sen en asilo de todos los bandidos del país.
ínamenfe llegados, impulsándolos 5 la d e í f t M a y s u f - —jUegará u n día en que se concluirán!—exclamó Pedro.
riéndoles la idea de hacer de la tercera Roma, la nueva Miróle Narciso con asombro.
reina de la tierra. . —¿Para quién?
Y de ahí los proyectos gigantescos, los muelles cicló- Y era la terrible respuesta, i Ahí i Aquellos quinientos o
peos, los simples ministerios luchando en magnitud con seiscientos mil habitantes á los que se esperaba, cuya ida
el Coliseo; de ahí esos barrios nuevos con inmensos case- se soñó, á los que siempre se seguía esperando, ¿en dónde
rones surgidos alrededor de la ciudad antigua, como otras I vivían á la hora presente, en qué campiñas ó en qué apar-
tantas más pequeñas. , I tadas ciudades?

I
Se acordaba de la cintura yesosa que de la cupula de Si u n gran entusiasmo patriótico fué el tínico que pudo
San Pedro había visto rodeando los viejos techos retosta- Esperar Semejante población, en los primeros días de la
dos por el sol y que desde lejos semejábanse á una gran conquista, habría sido preciso, á la sazón, estar completa-
cantera abandonada, porque n o era sólo en las inmedia- mente ciego, pero con extraña ceguera, para creer aun que
ciones del castillo de Santángelo, sino que eso mismo que I iban á ir nunca. <
allí pasaba repetíase en la puerta de San Juan, en la de L El experimento estaba hecho al parecer; Roma se que-
San Lorenzo, en la villa Ludovisi, en las alturas del V imi- I Baba estacionaria, pues no se preveían ninguna de las cau-
nal y del Esquilmo, en donde los barrios nuevos empeza- I sas que podían doblar una población, ni los placeres que
dos y á medio edificar, se venían abajo sembrando de es- ofrecía, ni las ganancias de su comercio y de u t a industria
combros la hierba de las desiertas calles. que carecía, ni la intensa vida intelectual y social de que
Aquella vez, después d e u n a fertilidad asombrosa que no parecía capaz. E n todo caso se necesitarían años y más
había durado dos mil años, dijénase que el suelo se agotó Etfios.
al fin, y que la piedra de los monumentos se negaba ya á Entonces, ¿cómo hacer para poblar esas casas concluidas
arraigar allí y vacías que sólo esperaban á los inquilinos? ¿A qué ter-
Del mismo modo que en los huertos muy antiguos, I minar las casas que quedaron en estado de esqueleto des-
cuando se replantan los ciruelos y los cerezos se secan y ' migándose con el sol y con la lluvia? ¿Permanecerían in-
mueren, de igual modo las paredes nuevas n o encontraban definidamente así, unas ^escamadas, abiertas á todos los
savia que chupar en aquel viejo poivo de Roma, empobre- vientos, otras cerradas, mudas como tumbas, y con la feal-
cido por la vegetación secular de u n número tan grande dad lamentable de su suciedad y abandono?
de templos, circos, arcos de triunfo, basílicas é iglesias. I Qué testimonio más terrible, bajo el espléndido cáelo!
Y los edifícaos modernos que habían intentado fructifi- Los nuevos ¿JJTieños de Roma habían emprendido mal
car de nuevo, las casas demasiado grandes é inútiles, hen- camino, y si sabían lo que debían hacer,, ¿tendrían valor
chidas de hereditaria ambición, n o habían podido llegar á para atreverse á deshacer lo que habían hecho antes?
madurez; elevando las medias fachadas, que agujereaban Puesto que el millar de los millones que allí habían en-
las numerosas ventanas, sin fuerza para llegar hasta el te- terrado, parecía estar para siempre perdido, casi se desea-
cho, quedándose así infecundas lo mismo que los restos ba que se presentase u n Nerón de voluntad soberana y
de vegetación en un terreno que ha producido con ex- ¡desmesurada que empuñase la antorcha y el pico, abra-
sándolo y arrasándolo todo en el nombre vengador de la
C<
La horrenda tristeza que inspírala semejante espectácu- raza y de la belleza.
lo procedía de una grandeza pasada tan creadora, que —¡Ahí—exclamó Narciso.—Ahí están la contessina y el
iba á parar á tal confesión de actual impotencia: Roma, príncipe.
que había llenado el mundo con sus monumentos indesr Benedetta había mandado detener el carruaje en una
tructibles, do podía engendrar más que minas.
encrucijada de desiertas calles y por esas largas vías, tan aquella espantosa miseria se preveníase en plena vía pií-
tranquilas, llenas de hierba, tan solitarias y tan apropósito blica.
para los enamorados; se adelantó apoyándose en el brazo A tan míseros como temibles huéspedes, era á los que
de Darío, enncantándoles á ambos el paseo y no pensando habían ido á parar los grandes palacios soñados, los colo-
siquiera en las tristezas que se proponían visitar. sales caserones de cuatro ó cinco pisos, edificios en los que
se penetraba por puertas monumentales con fachadas ador-
—¡Ah! ¡Qué tiempo más hermoso!—exclamó Benedetta
nadas de estatuas y balcones esculpidos y sostenidos por
acercándose á los dos amigos.—¡Ved qué sol más suave!
grandes cariátides y que llegaban de un extremo á otro de
¡Qué bueno es andar un poco á pie lo mismo que si se es-
la fachada.
tuviese en el campo!
Faltaba el maderamen de puertas y ventanas, y cada
Darío fué el primero que dejó de reir al contemplar el familia de desterrados hacía su elección cerrando los hue-
sereno cielo azul y al experimentar la alegría de llevar á su cos con restos de tablas ó colgando en ella andrajos para
prima del brazo. ' evitar que pasase el aire, ocupando algún regio piso pri-
—Es preciso, prima, que vayamos á visitar á esas bue- mero ó prefiriendo las habitaciones pequeñas para amon-
nas gentes—dijo—puesto que tienes la terquedad de ese tonarse á su gusto.
capricho, que nos va á echar á perder toda la mañana... En los esculpidos balcones secábanse ropas interiores,
Vamos, es preciso que encuentre ahora el camino. Habéis asquerosas, adornando con su inmunda pobreza esas fa-
de saber que no soy fuerte en eso de reconocer los lugares chadas de aborto, abofeteadas en su orgullo. Un desgaste
á que no me gusta ir. rápido y manchas sin número degradaban ya esas hermo-
Además, este barrio es imbécil con sus calles muertas, sas edificaciones blancas, rayándolas, salpicándolas con in-
sus casas cerradas en las que no hay ni una sola cara de fames mancillas. '
que uno pueda acordarse, ni una tienda en donde pregun- Por aquellos soberbios portales hechos para la regia sa-
tar para seguir el buen camino. Creo que es por aquí... De lida d é l o s carruajes, era un arroyo de ignominia lo que sa-
todos modos seguidme, que ya veremos. lía, formado por basuras y estiércol, cuyas mal olientes
Y las cuatro encamináronse hacia la parte central del charcas corrompíanse en seguida y viciaban el aire en
barrio que daba frente al Tíber, y en el que se empezaba aquellas calles sin aceras ni empedrados.
á formar un núcleo de población. Los propietarios saca- En dos ocasiones distintas, Darío hizo retroceder á sus
ban el partido que podían de las casas terminadas, alqui- compañeros. Se extraviaba, y cada vez se ponía más som-
lando los pisos á precios baratísimos y no se incomodaban brío.
si se retrasaba el pago. —Había debido dirigirme hacia la izquierda; pero, ¿cómo
Habíanse instalado allí y pagaban de tarde en tarde, queréis que lo sepa? ¿Es posible saber en dónde está uno
empleados de la paga empeñada y familias de escasos re- en medio de sejnejante barrio?
cursos á los que costaba muy poco el alquiler. Encontráronse con bandadas de chicuelos piojosos que
Pero lo peor era que á consecuencia de la demolición del se revolcaban entre el polvo y la basura. Tenían una su-
antiguo Ghetto y de las brechas que habían hecho para ciedad asquerosa, iban casi desnudos con las tostadas car-
airear el Transtibere, cayó sobre las casas sin concluir una nes al descubierto, el pelo enmarañado como malezas ó
verdadera nube de hordas de andrajosos, sin pan ni hogar matas de crin!
y casi sin ropas, que las invadieron con sus sufrimientos y Circulaban por allí las mujeres con sórdidas faldas, des-
sus piojos. pechugadas, con las camisas medio deshechas y dejando
Y íué preciso cerrar los ojos, tolerar aquella brutal to- al descubierto los costados y senos lácios de burras cansar
ma de posesión, so pena de tener que permitir que toda das de trabajar
Muchas, en pie, hablaban unas con otras, mientras qü'é nos, puesío qué éstos señores, quieren verlo todo, ¿no eS
algunas otras, sentadas en restos de sillas viejas, y con las así?
manos colocadas sobre las rodillas, permanecían en esa —Sí—respondió Pedro—la Roma actual está aquí, y esto
postura durante horas y horas enteras sin hacer nada. dice mucho más que todos los paseos clásicos á través de
Hombres veíanse muy pocos, y si alguno había, estaba las (ftuinas y de los monumentos.
apartado, tendido boca abajo entre la hierba rojiza y dur- —Exageráis bastante, querido—declaró Narciso S su vez.
miendo con pesado sueño al sol. —Lo único que os concedo es que esto sea interesante,
El olor que allí se percibía hacíase nauseabundo y era m u y interesante... Esas mujeres viejas, sobre todo. ]Ah!
ese olor de la misera sucia, del ganado humano abando- ¡Qué expresión más extraordinaria la de esas buenas viejas!
nándose, "embruteciéndose y viviendo en su grasa. E n aquel momento n o pudo Benedetta contener un gri-
Y eso s e agravó con las emanaciones de un pequeño é to de admiración satisfecha al ver ante ella á una joven de
improvisado mercado que tuvieron que atravesar, en el espléndida belleza.
que había frutas echadas á perder, verduras cocidas y fer- —¡O che bellezza!
mentadas, fritos hechos con grasa rancia y asquerosa la Y Darío, que la reconoció en seguida, dijo con el mismo
víspera, y que pobres mujeres de no mejor aspecto que embeleso: •
los compradores, vendían, teniéndolas colocadas en el sue- ¡Ah! Es l a Pierina... Va á guiamos.
lo, en medio de la hambrienta codicia de un numeroso Desde hacía u n momento seguía Pierina al grupo sin
grupo de chiquillos (desarrapados. permitirse acercarse á los que lo formaban. Fijábanse sus
—¡En fin, n o sé dónde es, querida!—exclamó el prínci- ardientes miradas en el príncipe, centelleándola los ojos
pe encarándose con su prima.—Sé razonable y puesto que con una alegría de esclava enamorada, y más tarde con-
has visto bastante, volvámonos al coche. templaron á la contessina, pero sin cólera, con una especie
E n realidad sufría, y, según la opinión manifestada por de tierna sumisión, de dicha resignada al encontraría tam-
la misma Benedetta, n o sabía sufrir. Parecíale monstruoso bién tan hermosa.
y el crimen de u n imbécil, entristecer su vida con seme- Y Pierina era, en realidad, tal cual el príncipe la había
jante paseo. descrito, alta, fuerte, con garganta de diosa, verdadera re-
La vida estaba hecha para pasarla lo más ligera y bue-. producción de una estatua antigua, una Juno de veinte
namente que se pudiese bajo un cielo sereno. años con la barba un poco pronunciada, la boca y la nariz
Convenía únicamente distraerse con espectáculos agra- de una corrección perfecta y rasgados ojos de gacela y el
rostro brillante como dorado por los rayos del sol, bajo el
dables, cantos y bailes.
casco de abundosos cabellos negros.
Y dominado por un egoísmo ingénuo, inspirábale ho-
—Entonces, ¿te e n c a r a s tú de guiarnos?—preguntó Be-
rror lo feo, lo pobre, lo que era sufrimiento, hasta el punto
nedetta familiar y cariñosamente, ya consolada de las feal-:
de que sólo al verlo experimentaba un gran malestar, una
dades vecinas, con la idea de que podían existir semejan-
especie de cansancio físico y moral.
tes criaturas.
Benedetta, que se estremecía lo mismo que su primo,
—¡Ah! ¡Sí, señora, en seguida!
quería sin embargo, mostrarse más animosa delante de
Pedro. Echó á correr delante de ellos, calzada con una especie
L e miró y le vió tan interesado en aquello; tan apasio- de chanclas sin tacón, vestida con una falda vieja de lana
nadamente dolorido, que n o cedió en su esfuerzo para sim- color marrón, que había tenido que lavar y remendar ha-,
patizar con los humildes y los míseros. cía poco. Adivinábase en ella ciertos cuidados de coque-
—No, n o podemos retroceder, Darío; es preciso quedar-: tería, u n deseo de limpieza que no había en los demás, á,
Boma—Tomo I— 21
cinta y se había casado con un albañil, con Tomaso Goz-
n o ser que fuese sencillamente su gran belleza que re* zo, del que tuvo siete hijos, Pierina, después Titi, un mo-
plaadecía sobre sus humildes ropas y la convertía en una cetón de dieciocho años y cuatro muchachas más de dos
diosa. i en dos años y después otro chiquitín, el que tenía sobre
—/ Che beUezza l ¡ Che & e S W - r e p e t í a sm cansarse la con- las rodillas.
tessina siguiéndola.-Es una delicia, Darío, el poder con- Durante muchísimo tiempo habían vivido en la misma
templar á esa muchacha. _ casa, en el Transtibere, en un edificio que acababan de
- B i e n Sabía yo que había de g u s t a r t e - r e s p o n d i ó Da- derribar. Y parecía que al mismo tiempo lo habían hecho
río con sencilllez, halagándole el hallazgo y no J g J g O también con su vida, porque desde que se refugiaron en
ya de marcharse, puesto que en adelante podía descansar los Prados del Castillo les perseguían todas las desgracias,
la mirada, contemplando algo agradable les afligía la tremenda crisis de las construcciones que
Detrás de ellos seguía Pedro, maravillado también con había dejado sin trabajo á Tomaso y á Tito, el reciente
tanta hermosura y escuchando las observaciones de ¡Sara- cierre de la fábrica de perlas en que trabajaba Pierina, ga-
so, que le manifestaba los escrúpulos de su gusto, que es- nando apenas un franco, con lo que había para no morir-
taba por lo raro y lo sutil. se de hambre, y ahora, como n o trabajaba nadie, la familia
—Sí s í sin duda es hermosa... sólo que ese tipo roma- vivía á la casualidad
n o en el fondo n o hay nada más pesado, sin alma, sm más —Si queréis subir, podéis hacerlo, señores; arriba encon-
allá... Bajo ese cutis no hay más que sangre, no hay nada traréis á Tomaso que está con su hermano Ambrogio al
^ D e t ú v o s e Pierina y con u n gesto señaló á su madre, sen- que hemos hecho venir á vivir á nuestro lado, y con segu-
tada en una silla medio hundida delante de la elevada ridad que sabrán hablar mejor que nosotros y os dirán lo
puerta de u n palacio á medio concluir. Debía también ha- que hay que decir, ¿qué queréis hacerle? Tomaso descansa
ber sido hermosa aquella ruina de cuarenta anos con sus y hace como Tito, que duerme, que es lo mejor que puede
ojos apagados por la miseria, la boca deformada, con los hacer.
dientes negros, el rostro cortado por grandes arrugas la- Señaló con l a mano; tendido entre la hierba seca hallá-
cias el cuello eno.rme y caído, todo en ella era de repug- base u n mocetón de nariz fuerte, boca de expresión dura
nante suciedad, lo mismo su cabello gris despeinado, que y que tenía los hermosos ojos de Pierina.
caía en mechones desiguales, que su falda y camisola Se limitó á levantar la cabeza, inquietándote aquellas
manchadas y rotas, dejando la carne al descubierto. . gentes.
Con las dos manos sostenía sobre las rodillas un chiqui- Un pliegue huraño contrajo su frente cuando se fijó en
tín el último que había dado á luz. Le miraba como ani- el embeleso con que su hermana contemplaba al príncipe.
quilada y sin valor, con el aire d e una bestia de carga re- Dejó caer otra vez la cabeza, pero n o cerró los ojos y si-
signada con su suerte, como madre que había hecho los guió acechándoles.
hijos y los había amamantado sin saber por qué. —Pierina, acompaña á esta señora y á estos señores,
—¡Ah! ¡Bueno, bueno!—dijo levantando la cabeza.-Es puesto que tienen empeño en subir.
el señor que vino á darme el escudo porque te encontró Acercáronse otras mujeres arrastrando los pies desnu-
llorando Y vuelve á vernos acompañado por sus amigos. dos dentro de las chanclas; bandadas de chiquillos sucios
¡Bueno, bueno! Esto quiere decir que aún hay buenos co- y de chicuelas medio desnudas, entre las cuales, sin duda,
razones. se encontraban las cuatro de Jacinta.
Contó entonces su historia, pero calmosamente y sin Parecíanse todas de tal manera, con sus ojazos negros,
tratar de conmover ni de inspirar lástima. Se llamaba Ja- sus obscuras cabelleras enmarañadas, (pie sólo sus madres
E n él Sti'eló y p«r etacimá de los Sraníes 3e fiiértfc de la-
po'dfah recoiiocferlas. Estaban al sol como en pululamienío, bóveda, que a u n n o habían terminado, arrastrábanse cin-
en un campamento de miseria, allí en medio de aquella co ó seas jergones leprosos comidos por el sudor.
calle de majestuoso desastre, orillada por palacios sin con- E n el centro había una gran mesa sólida aún y también
cluir y ya convertidos en ruinas. se veten antiguas sillas rotes, descabaladas y compuestas
Con mucha dulzura y sonriente ternura dijo á su primo: con ayuda de cuerdas.
—No, n o subas... no quiero que te muevas, Darío mío, Pero el trabajo más grande consistió en cerrar de tres
has sido m u y amable viniendo hasta aquí; espéranos allí ventanas dos, con tablas, mientras que la tercera y la
fuera, bajo ese hermoso sol, ya que el señor abate y el se puerta estaban tapadas con viejas telas de colchón acribi-
ñor Habert m e acompañan. lladas con numerosas manchas y agujeros.
Echóse él también á reír; pero aceptó con muy buena Tomaso, el albañil, se quedó sorprendido y paréete evi-
voluntad y encendiendo u n cigarrillo se puso á pasear dente que estaba acostumbrado á semejantes visitas de
m u y despacio gozando de la dulzura del aire.
La Pierina entró con mucha viveza bajo el vasto pórtico ^ E s t a b a sentado ante la mesa, con los dos codos sobre
He elevada bóveda adornado con un aríesonado á rose- ésta, y la barba apoyada en las manos, descansando como
tones y que tenía el suelo cubierto con un verdadero lecho había dicho su mujer Jacinta. Era un fuerte mocetón de
de estiércol, y que en el vestíbulo cubría por completo las cuarenta y cinco años, barbudo y cabelludo, la cara gran-
losas de mármol que habían empezado á colocar. Seguía de y larga de aspecto d e senador romano, en medio de su
á esto la monumental escalera de piedra con balaustrada miseria y de su ociosidad.
labrada y calada y cuyos escalones estaban rotos y man- La presencia de dos extranjeros, á los que olfateó a i se-
chados, con una espesura tal de inmundicia, que parecían guida, hizo que se levantase con u n brusco movimiento de
negros. desconfianza. • „ , .
E n todas partes habían dejado las manos, negras y gra- Sonrióse, sin embargó,- en cuanto reconoció á Benedet-
sicntas huellas. De las paredes, á las que faltaba el último te, y cuando éste l e habló de Darío, que se había queda-
revoco, salía una ignominia en vez de las pinturas y de los do abajo, explicándole el caritativo objeto que allí les lie-
dorados que debían adornarlas y que aun estaban espe- yaba, dijo: ,
rando. * —Ya l o sé", ya lo sé, contessina... Sí, sé perfectamente
Al llegar al primer piso, en el vasto descansillo detúvW iquien sois, porque cuando vivía mi padre, fui con él á ta-
se Pierina y se contentó con vocear por el hueco de una piar una ventana al palacio Boccanera.
gran puerta sin marco ni hojas. Con mucha complacencia se dejó interrogar y respon-
—¡Padre! Aquí hay una señora y dos señores que quie* dió á Pedro sorprendido, que si bien n o eran dichosos, ha>
bríanlo pasado mejor y vivido con más desahogo á poder
ren verte.
trabajar siquiera dos días á la semana, y en el fondo se
Volvióse después hacia la contessina, á la que dijos
comprendía que n o se consideraba m u y desgraciado al te-
—En el fondo, te tercera sala.
nerse que apretar el vientre, desde el momento en que po-
Y se escabulló bajando la escalera más deprisa de lo
día vivir á sus anchas y sin cansarse.
que la había subido, corriendo en busca de su pasión.
Se repetía siempre la historia de aquel cerrajero que lla-
Benedette y sus compañeros atravesaron dos salones in-
mado por u n viajero para que le arreglase la cerradura de
mensos, con el suelo giboso aún y lleno de yeso y las ven-
una maleta cuya llave habíase perdido, se negó rotunda-
tanas abiertas sobre el vacío, hasta que al cabo llegaron á DQ
mente 4 ir, molestarse durante la hora, de la ssesfe
u n tercer salón más pequeño, en el que habíase instalado;
toda 1a familia Gozzo, con los restos q;ue la servían de
eaueWes*
No phgaEan inquilinato, pues lo qtie sobraban eran pa- él. Sin embargo, es culpa suya si ^ ^ ^ t a ^ p ú -
el papa el cuarenta y nueve pudo h a b e r n o s dado rep
lacios vacíos abiertos para recibir á los infelices, y con al-
gunos céntimos, habrían tenido lo suficiente para vivir, de blica y no habríamos llegado á religiosidad
tal modo se vivía sòbriamente y con pocas exigencias. Había conocido á Mazzim y w ^ r o t a ta w g p
vaga, el sueño de u n papa republicano que al trn m
—¡Oh! Estad seguro, señor abate, de que en tiempo del
qu?reina*, la paz y la l o r i a d f ^ ^ ^ M ,
papa todo iba mucho mejor... Mi padre, que era albañil,
tarde, su pasión por Ganbaldi, al turnar ' d
como yo, trabajó toda su vida en el Vaticano, y yo mismo,
cuando trate jo algunos días, allí es donde gano el jor-
nal... Para que l o sepáis todo, os diré que lo que nos echó
á perder fueron esos diez años de grandes obras, en que
uno no se separaba del andamio, y se ganaba lo que se
quería.
Como es natural, se comía mejor y se vestía lo mismo y
en fin, que no se privaba uno de nada, y por eso se hace
ahora más duro el privarse... pero en tiempo del papa, se-
ñor abate, ¡si hubiéseis venido á vernos!
No había impuestos, todo se daba por nada y no había el más fuerte. Yo, mañana mismo, si pusiesen á votac
verdaderamente mas que vivir.
E n ese instante oyóse un gruñido que salía de uno de 13
los jergones colocado en la sombra de una de las ventanas
cerradas, y el albañil siguió diciendo con su aire lento y, Z 2 & S T - contra, siempre en con-
tranquilo: T L T ' b i n seguro de que tendríamos mayoría. Eso
—Es mi hermano Ambrogio, que no es de mi opinión...-
El cuarenta y nueve estuvo con los republicanos, cuando
no tenía más que catorce años, y no hace nada, y le traji-
mos aquí cuando supimos que se morta de hambre y de
enfermedad en una cueva.
Sintieron entonces los visitantes un estremecimiento de
compasión. Ambrogio tenía quince años más que Tomaso ^ M H Í k u f c s en Roma e n , » el pueWo,
y á pesar de que apenas contaba sesenta años, ya no era
más que una ruina, consumido por la fiebre, y arrastrán-
dose sobre unas piernas tan enflaquecidas, que apenas le
podían sostener, por lo que no prefería moverse de su jer-
gón, pasando allí días enteros. Mucho más bajo que su
hermano y más delgado y turbulento, habíase dedicado al
oficio de carpintero. En medio de su decadencia física,
conservaba una cabeza extraordinaria, una faz de apóstol fe«:
y de pastor, de expresión trágica y noble, rodeada por el
erizado bosque de pelo de la barba y cabellera.
« J i e S s e C r a y d é l o s dos señores que la acompañaban
—¡El papal ¡El papaI—murmuró,—Jamás hablé mal de y Z E u 5 T S ¿ i r tendiéndose sobre su jergón, mientras
qué la contessina, ün poco molestada por aquel olor infec- La víspera Sabían encontrado en el fondo de una habi-
to, se despedía después de haber dicho al abate Froment tación y tendido sobre el yeso, el cadáver de un pobre an-
que era lo más acertado dar la limosna á la mujer. ciano al que el hambre debía haber matado desde hacía
Tomaso volvió á ocupar su- asiento ante la mesa,.apo- más de una semana, y allí habría permanecido meses y
yando la cabeza en las manos, saludando á sus visitantes y meses á n o haberlo advertido á los vecinos el olor infecto
emocionándose tan poco á la llegada, como á la salida de que issalfa de la habitación. . ...
éstos. —¡Y si al menos tuviésemos qué comer!-siguió dicien-
—Hasta la vista, y m e alegro mucho de haberos podido do Jacinta.—Cuando se cría y no se come, no se tiene
servir para algo. leche, ¡esta criatura lo que está haciendo es chupándome
Al llegar al dintel de la puerta estalló el entusiasmo de
Narciso, que se volvió para admirar la cabeza del anciano ^ s í S m o d a , llora, y yo... ¿no es verdad? ¿qué le puedo
Ambrogio. hacer? Me e c h o á llorar, porque n o es culpa mía si no en-
—¡Oh! ¡Qué obra maestra, querido abate! ¡He ahí la ma- cuentra nada. " - .
ravilla! ¡He ahí la belleza! ¡Cuánto más significación tie- Las lágrimas empeñaron, efectivamente, sus ojos apa-
ne eso, que el rostro insignificante de esa joven! Aquí es- gados. De pronto se apoderó de ella brusca cólera al obser-
toy seguro de que el cebo del sexo no me inducirá á caer var que Tito no se había movido de la hierba, en la que
en tentación... No m e conmueven ciertas cosas. continuaba tendido como una bestia al sol.
Y además, francamente, ¡qué infinito en esas arrugas, A ella no l e pareció buena esa conducta tratándose de
qué desconocido en él fondo de esos ojos apagados, qué personas tan distinguidas, que sin duda iban á darla al-
misterio entre el erizamiento de la barba y del cabello! guna limosna. „ ,
¡Hace soñar con un profeta ó u n Dios Padre! - ¡ E h ! . . . ¡Tito!... ¡Holgazán!... ¿Es que n o puedes poner-
E n la calle continuaba Jacinta sentada en la silla me-
dio hundida con su chiquitín atravesado sobre las rodi- te en pie cuando vienen á verte?
llas, y á pocos pasos de allí, Pierina, en pie delante de Al principio hizo como que n o oía, pero al cabo se puso
Darío, le miraba cómo acababa de fumar su cigarrillo, con en pie aunque con aire malhumorado y Pedro, á quien le
embeleso, como si estuviese encantada, mientras que Ti- interesó, trató de hacerle hablar, del mismo modo que po-
to, tendido entre la hierba, como una fiera al acecho, no co antes, y arriba, había interrogado al padre y al tío. No
apartaba la mirada de ellos. obtuvo más que respuestas breves, llenas de desconfianza
y de enojo. ,,
—¡Ahí Señora—dijo la madre con voz resignada y do-
Puesto que n o encontraba trabajo, lo mejor que podía
liente—ya habréis visto que apenas se puede vivir ahí. hacer, era dormir. No era enfadándose como se cambiarían
Lo único que hay de bueno es que sobra sitio para todo. las cosas, y lo mejor sería vivir como se pudiese, sin au-
Aparte de eso, hay corrientes de aire por la tardé y por la mentar el trabajo. *>
mañana, capaces de matar á uno. Tengo además mucho E n cuanto á los socialistas, sí, podía ser que hubiese al-
miedo por estas criaturas por los muchos agujeros que hay. gunos pero n o los conocía. Y de su actitud de cansancio
Contó la historia de una pobre mujer que se equivocó y de indiferencia, resultaba claramenre que si el padre era
una noche y creyendo salir por el pasillo, tomó una ven- partidario del papa y el tío de la república,, al hijo le im-
tana por la puerta y cayó á la calle, estrellándose en ésta
portaba todo m u y poco. -
y quedando muerta en el acto. Una pobre niña se rompió
Pedro halló al fin una especie de pueblo, ó mejor dicho,
los dos brazos al caer desde lo alto de una escalera que no
íenía barandilla. Se podía morir cualquiera allí sin que udemesí&cisu
n pueblo adormecido, al que aun n o ha despertado una
nadie la s ú b e s e y se pudiese enviar 4 recoger el cadáver
Pedro continuaba preguntando, y cotoO qúisiése sabe* ' —Has de saber que te mataré y 5 él tembtérf.
su edad, á qué escuela había ido y en qué barrio había Era piecesario alejarse cuanto antes de allí, porque ha-
nacido, Tito cortó la conversación en seco, diciendo con biendo olfateado otras mujeres la limosna, se acercaban
acento grave y un (dedo al aire señalando su pecho: tendiendo la mano ó azuzando á sus chicuelos, sucios y
—¡lo son romano de Roma! llorosos. ,
Y en efecto, ¿con esto no respondía á todo? Sonrióse El miserable barrio de los edificios medio construidos y
tristemente Pedro y se calló. Nunca había comprendido abandonados, se removió, y un grito de angustia salió de
tanto como entonces, cuán grande era el orgullo de la ra- aquellas calles muertas con lápidas de mármol, en que
za, la lejana herencia d e gloria tan pesada para aquellos estaban inscritos nombres retumbantes. ¿Y qué hacer? No
hombres. podían dar limosna á todos y no les quedaba más recurso
E n aquel mozo degenerado, que apenas sabía leer y es- que la huida, con el corazón henchido de tristeza ante la
cribir revivía la vanidad soberana de los Césares. Aquel conclusión de que la caridad era impotente.
muerto de hambre conocía perfectamente su ciudad y ha- E n cuanto Darío y Benedetta llegaron al carruaje, se
bría podido recitar instintivamente su historia de tan her- apresuraron á ocupar sus asientos. Estrecháronse el uno
mosas páginas. contra el otro embelesados al librarse de aquella pesa-
Eranle familiares los nombres de los grandes empera- dilla.
dores y de los grandes papas, ¿por qué trabajar despué* Se consideraba, sin embargo, dichosa por haberse mos-
de haber sido los amos de la tierra? ¿Por qué no vivir en trado tan animosa delante de Pedro, y muy conmovida,:
la nobleza y en la pereza, en la más hermosa de las ciu- estrechóle la mano como diseípula, cuando Narciso decla-
dades, y bajo el más hermoso de los cielos? ró que no quería separarse del abate, al que quería llevar
—¡lo son romano de Romal á almorzar al restaurant de la plaza de San Pedro, desde
Benedetta deslizó su limosna en la mano de la madre y el que se gozaba de una gran viste del Vaticano.
Pedro y Narciso, queriéndose asociar á aquella buena obra, —Bebed vinillo blanco de Genzano—les dijo Darío, que
hicieron lo mismo, y en cuanto á Darío, que se había re- se había puesto m u y alegre.—No hay nada mejor para
unido á su prima, tuvo una ocurrencia; deseoso de no ol- desechar las ideas negras.
vidar á Pierina, á la que no se atrevía á ofrecer dinero, apo- Mostróse Pedro insaciable en lo referente á detalles. Por
yó ligeramente l a punta de los dedos en los labios y dijo el camino hizo muchas preguntes á Narciso acerca del
sin exageración: pueblo romano, su vida, hábitos y costumbres. La ins-
—¡Para la belleza! trucción era casi nula. No había tampoco ninguna indus-
Y realmente fué cosa dulce y hermosa ese beso así en- tria, ni comercio con el exterior.
viado, esa risa u n poco burlona y ese príncipe que se fa- Los hombres se dedicaban á los oficios más usuales, cu-
miliarizaba con l a muda adoración de la perlera, hermosa yos servicios se necesitaban en la población.
como en una historia de amor de otros tiempos. Entre las mujeres, había las perleras, las bordadoras,
Pierina enrojeció de placer, y perdiendo la cabeza, se las que se dedicaban á la fabricación del artículo religio-
arrojó sobre la m a n o de Darío, que cubrió de besos, pegan- so, y tes medallas y los rosarios habían proporcionado
do á ella sus cálidos labios con un movimiento irreflexivo, siempre mucho trabajo á u n cierto número de obreros, lo
en el que entraban tanto el divino reconocimiento, como mismo que la fabricación de alhajas de la localidad.
la ternura amorosa. E n cuanto la mujer se casaba y llegaba á ser madre de
La mirada de Tito flameó de cólera, y cogiendo á su esas nubes de chiquillos que crecían por milagro, trabaja-
ba m u y poco. E n resumen, era una población que se de-
hermana bruscamente por la falda, la apartó de u n empe-
llón, gruñendo sordamente
JaSa art-asfrar por la corriente, traKa}anc§ tímcaftveWe fó ocurriese la idea de hacer u n esfuerzo, ó de correr un ries-
necesario para ganar de comer, contentándose con frutas, go probando la suerte. Habría sido necesaria una brusca
legumbres, pastas de sopa, desperdicios de carnero, y acep- pasión que barriese la sólida razón de la raza, y arroja-
tando esto sin rebelión, sin ambición para el porvenir, no doles á cometer cualquier acto de demencia. ¿A qué?
teniendo más quebradero de cabeza en esa vida tan pre- ¡La miseria era ya de tantos siglos, el cielo estaba ten'
caria, que el vivir al día. azul y la siesta era tan agradable á las horas de calor! Pa-
Los dos únicos vicios eran los vinos blancos y tintos de recía comprobado tan sólo un hecho; el fondo de patrio-
los Castillos Romanos, vinos de disputa y de asesinato, tismo, la mayoría segura de los que querían á Roma por
que los días de fiesta, al salir de las tabernas, hacen que capital, aquella gloria reconquistada hasta el extremo de
queden sembradas las calles de hombres con el estertor que faltó m u y poco para que n o estallase una revuelta en
de la agonía y la piel acribillada á puñaladas. la ciudad Leonina, cuando circuló el rumor de que se ha-
Las muchachas n o suelen entregarse al desorden, y son bía llegado á u n acuerdo entre el papa é Italia, teniendo
muy contadas las que cometen una falta antes de casarse.; por base el restablecimiento del poder temporal en dicha
Esto s e debía á que la familia estaba muy unida y es- 1
ciudad. .. . .J . ..
trechamente sometida á la autoridad absoluta del padre. Si la miseria había, al parecer, aumentado, si el obrero
Los hermanos mismos velaban por la honradez de las her- romano se quejaba más, era porque realmente no había
manas, lo mismo que Tito, tan d u r o con su hermana Pie- ganado nada con los trabajos grandiosos que durante
rina, celándolas con cuidado extremado, n o por un mal quince años s e habían estado ejecutando en Roma. Ante
pensamiento de celos inconfesables, sino por el buen nom- todo, una masa de cuarenta mil obreros invadió su ciudad,
bre de la famillia, por su honor. obreros en su mayor parte procedentes del Norte, que tra-
Y esto sin una religión real en medio de la más infantil bajaban á un precio muy bajo, y eran más animosos y re-
idolatría; todos los corazones inclinándose á la Moderna y sistentes. - . .
á los santos, los únicos que existían, los únicos que implo- Cuando el obrero romano tuvo su parte en el trabajo,
raban fuera de Dios, en quien nadie pensaba. vivió mejor y no ahorró nunca nada, de manera que,
Desde luego el estancamiento de ese pueblo bajo, se ex- cuando al producirse la crisis y tuvieron que repartirse los
plicaba fácilmente. Detrás de todo aquello, había una por- cuarenta mil obreros de las provincias, se encontró otra
ción de siglos durante los cuales se había alentado su pe- vez como antes, en una ciudad muerta en la que se cerra-
reza, halagando su vanidad y entregado á una muelle ban los talleres y sin abrigar la esperanza de hallar traba-
existencia consentida. jo en mucho tiempo. ' ,
Cuando no eran albañiles, carpinteros ó panaderos, eran Y así volvió á su antigua indolencia, satisfecho a i e(
criados y servían al clero á sueldo, m á s 6 menos directa- fondo de que el trabajo n o le molestase mucho y hacien-i
mente del papado. d o de nuevo la mejor vida posible con su antigua compás
De ahí dos partidos claramente indicados; los antiguos fiera la miseria, sin u n céntimo y viviendo á lo gran señor
carbonarios convertidos más tarde en mazzinianos y gari- sin trabajar. , , ,
baldinos, los más numerosos quizás, lo más escogido y se- A Pedro lo que más le llamó la atención, fué los carac-
lecto del Transtibere, y al otro lado, los clientes del Vati- teres diferentes de la miseria en París y en Roma. Indu-
cano, los que vivían de la Iglesia, de cerca ó de lejos, y dablemente en la última, la desnudez, el abandono, era
gue echaban de menos al papa rey. más absoluto, el alimento más inmundo y la suciedad
Pero, de una y otra parte, todo ello permanecía en esta- más repugnante, ¿por qué, pues, aquellos hombres po-
ñ o de opinión, de la que se hablaba, sin que jamás se les bres conservaban una alegría real y n v í a n con más felfa
cldfid.Z
Cuando evocaba el recuerdo de uu invierno de París, carrones cocidos, legumbres hervidas, pescado frito, alme-
los zaquizamís que tanto había visitado, en los que entra- jas, toda la cocina constantemente preparada entre la mu-
ba la nieve y el agua y en que tiritaban de frío familias chedumbre que comía allí al aire libre y sin tener nunca
enteras sin fuego y sin pan, sentía su corazón oprimido que encender lumbre. .
por una compasión que no experimentó tan viva y tan ¡Y qué multitud más bulliciosa; las madres siempre cm-
intensa en los Prados de Santángelo. Y al fin lo com- llando, gesticulando, los padres sentados en tila á lo largo
prendió; la miseria en Roma, era una miseria que no te- de las aceras, los hijos cansándose correteando sin cesar
nía frío. y todo esto en medio del frenesí, del barullo, de gritos, de
¡Oh! Sí, qué dulce y eterno consuelo era el de aquel canciones, de música y de la más extraordinaria é incon-
sol siempre claro, el de un cielo bienhechor que jamás cebible de las indiferencias!
veía empañado su azul, por bondad hacia los miserables 1 Roncas voces estallaban con alegres dicharachos y car-
¿Qué importaba lo abominable de la habitación, si se po- cajadas; caras morenas, rio hermosas, estaban dotadas de
día dormir fuera, acariciados por el tibio viento? ¿Qué unos ojos admirables en los que centelleaba la alegría de
importaba hasta el hambre, si la familia esperaba la li- vivir bajo aquellas cabelleras enmarañadas y de color de
mosna de la casualidad en las calles soleadas y encima de la tinte. , , . ,
la seca hierba? ¡Ah! ¡Pobre pueblo tan alegre, tan bueno é ignorante
El clima hacía que se fuese sobrio y que no se experi- que toda su ambición se reducía á tener los pocos cénti-
mentase la necesidad del alcohol ni de las carnes negras, mos que necesitaba para satisfacer con cualquier cosa su
para hacer frente á las nieblas y al frío. hambre en aquella feria perpetua!
Reíase la divina holgazanería en los días de dorado sol, Era cierto; jamás democracia alguna tuvo menos con-
la pobreza convertíase en un goce libre en medio de aquel ciencia de sí misma. Puesto que, según decían, echaban
aire delicioso, en el que dijérase bastaba á la criatura la de menos la antigua monarquía, bajo la cual sus derechos
alegría de vivir. á esa vida de desnuda pobreza {»recia que estaban más
E n Nápoles, según contaba Narciso, en los barrios del asegurados, preguntábase uno si era necesario incomodar-
puerto y en los de Santa Lucía en calles estrechas nau- se por ellos y conquistarles á pesar suyo, con más ciencia
seabundas, cubiertas de ropas puestas á secar, la vida en- y más conciencia, más bienestar y más dignidad.
tera pasábala el pueblo fuera de su casa. Infinita tristeza apoderóse del corazón de Pedro en pre-
Las mujeres y los chiquillos que no estaban abajo en sencia de la alegría de aquellos muertos de hambre, do-
la calle, vivían en los ligeros balcones de madera colgados minados por la embriaguez y el engaño de la luz del sol.
de todas las ventanas. Y era indudablemente el hermoso cielo el que hacía
Se cosía y se cantaba allí y también se lavaban allí; pe- que ese pueblo fuese ten infantil, de una infancia ten pro-
ro era en la calle sobre todo, en donde se pasaban la vida, longada; así se explicaba que esa democracia no se desper-
pues convertíanla en sala común, hombres que saltan aca- tase más pronto.
bándose de poner los pantalones, mujeres medio desnudas Sin duda, tanto en Roma como en Nápoles, sufrían ca-
que despiojaban á sus hijos y que ellas mismas se peinaban, reciendo de todo; pero no conservaban en su memoria el
u n populacho de hambrientos que en todas partes en- rencoroso recuerdo de los días atroces de invierno; el ren-
contraba la mesa puesta. cor de haber estado dando diente con diente de frío, mien-
E n mesitas, en carricoches, había un continuo mercado tras que los ricos se calentaban ante los grandes fuegos de
de comidas hechas que se despachaban á un precio muy sus chimeneas; no sabían lo que eran las furiosas medita-
bajo, granadas ó frutas, demasiado maduras, desechos, mai ciones hechas en esos chiscones en que entra el agua y la
Era todo esto y además, sobre todo, que San Francisco
nieve ante el escaso fuego que va á apagarse; la necesidad cuando se unió alegremente á su amante la Pobrera, pudo
que entonces se sentía de hacerse justicia, el deber de la en seguida pasearla con los pies desnudos y vestida ape-
rebelión para salvar á la mujer y á los hijos de la tisis pa- nas, durante aquellas primaveras espléndidas y á través
ra lograr que tenga un nido caliente y en el que sea posi- de aquellas poblaciones á las que inflamaba con ardiente
ble la existencia. necesidad de compasión y de amor.
¡Ah! Esa msieria que tiene frío es el colmo, el exceso Sin dejar de hablar, llegaron Pedro y Narciso á la pía-
de la injusticia social, la escuela más terrible en que el za de San Pedro, en donde se sentaron á la puerta del
pobre aprende á conocer su sufrimiento, y es cuando se restaurant, en el que habían almorzado antes otro día,
indigna y jura hacerla cesar aunque para ello tenga que ante una d e las mesitas que estaban colocadas á lo largo de
hacer saltar al caduco mundo. la acera y cubiertas con un mantel de dudosa blancura;
Y Pedro halló también, bajo ese cálido sol y dulzura del pero, en cambio, la vista que desde allí se disfrutaba
cielo, la explicación de San Francisco, el divino mendigo era realmente soberbia, con la basílica enfrente, el Vaticano
de amor, vagando por los caminos, celebrando el encanto á la derecha, encima del desenvolvimiento majestuoso de
delicioso de la pobreza. La columnata.
Era, sin duda, un revolucionario inconsciente, que, á La mirada de Pedro se fijó en seguida otra vez en ese
su manera, protestaba del lujo desbordante de la corte ro- Vaticano, cuyo recuerdo no se apartaba de su memoria;
mana, con su retorno al amor de los humildes, de los mí- aquel segundo jaso con sus ventanas siempre cerradas, en
seros, á la sencillez de la Iglesia primitiva. donde habitaba el papa y en donde nunca se presentaba
Nunca, empero, habríase producido semejante desper- nada viviente.
tar de la inocencia y de la sobriedad en un país del Norte, Cuando el camarero empezó su servicio llevando los en-
en que los vientos de Diciembre hielan. tremeses, anchoas y aceitunas, lanzó el presbítero una li-
Se necesitaba el encanto de la Naturaleza, la frugalidad gera exclamación para llamar la atención á Narciso.
de un pueblo que se nutre con el sol y la mendicidad —¡Ah! ¡Mirad, amigo mío! Ahí en aquella ventana, en
bendecida por aquellos caminos caldeados siempre por el la que me dijeron era la del papa, ¿no véis una figura en
astro. pie é inmóvil?
Así era como debía haber llegado hasta aquel olvido El agregado se echó á reir.
completo de sí mismo. —¡Y qué! Debe ser el papa en persona. Como tenéis
La pregunta parecía al principio embarazosa, ¿cómo un tantos deseos de verle, le estáis evocando á cada mo-
San Francisco había podido nacer antaño, con el alma tan mento.
llena de ardiente fraternidad, comulgando con personas,; —Os aseguro,—repitió Pedro,—que allí detrás de los
bestias y cosas en aquella tierra, hoy tan poco caritativa,- cristales hay una figura blanca que mira.
dura con los pequeños, despreciadora del pueblo bajo y Narciso, que tenía mucho apetito, siguió comiendo y
que ni siquiera hacía limosna á su papa? bromeando, y de pronto dijo bruscamente:
¿Era que el orgullo antiguo había secado los corazones —Entonces, amigo mío, puesto que el papa nos está mi-
ó bien que la experiencia de pueblos muy antiguos la im- rando, es esta la ocasión de que nos ocupemos de él. Os
pulsaba á un egoísmo final, para que Italia pareciese ha- prometí contaros de qué manera engulló los millones del
ber atrofiado el alma en su catolicismo dogmático y pom- oatrimonio de San Pedro en esa horrenda catástrofe íinan-
poso, mientras que el retorno al ideal evangélico, la pasión ¿iera, cuyas ruinas acabáis de ver, y una visita al barrio
de los humildes y de los que sufren, se revelaba en nues- nuevo de los Prados del Castillo no sería cosa completa,
tros días en las dolorosas llanuras del Septentrión,, entre J&mu—Tomo 1—22
los pueblos privados del sol?,
si no la acompañase esa historia, que es, en cierto modo, ba jugadas sobre las de los molinos, los ómnibus y con-
la que debe servirla de epílogo. . n i 1V ducciones de agua, sin contar con un agio sostenido de
Sin perder bocado, habló mucho. Al morir Pío IX, el acuerdo con una casa de banca católica, con el Banco
patrimonio de San Pedro tenía un caudal que excedía de de Roma.
veinte millones. Maravillado con tanta habilidad, el papa, que hasta en-
Durante largo tiempo, el cardenal Antonelli, que espe- tonces había especulado aparte, por medio de un nego-
culaba y hacía muy buenos negocios, dejó parte de ese ciante de su confianza apellidado Scorbini, despidió á éste
dinero en casa de Rothschild y parte en manos de di- y encargó á monseñor Folchi la administración de su cau-
ferentes nuncios, á los que encargaba lo hiciesen produ- dal, puesto que tan bien administraba el del patrimonio
cir en el extranjero. de San Pedro y tanto lo hacía producir.
Pero á la muerte del cardenal Antonelli, el que te re- Aquella fué la época en que la privanza del prelado lle-
emplazó, el cardenal Simeoni, envió á buscar el dinero gó á su apogeo. Los malos tiempos empezaron, el suelo
que estaba en poder de los nuncios para colocarlo en crugía ya y el derrumbamiento iba á producirse con la
Roma. , .. celeridad del rayo.
Fué por entonces, cuando á su advenimiento al solio Por desgracia una de las operaciones que solía hacer
pontificio León XIII, nombró una comisión de cardenales León XIII era la de prestar grandes sumas á los prínci-
encargados de administrar ese patrimonio, y de esa co- pes romanos que, impulsados por la fiebre del juego, com-
misión fué el secretario monseñor Folchi. prometidos en los negocios de edificaciones y de compra
Este prelado, que durante doce años representó un pa- de terrenos, necesitaban dinero.
pel muy importante, era hijo de un empleado de la Da- Aquellos le daban en garantía acciones, y de tal manera!
tarta, que le dejó un millón de herencia, ganado en sucedió esto, que cuando ocurrió la catástrofe, el papa no
hábiles especulaciones. tenía entre las manos más que montones de papel sin
Muy hábil también, y habiendo heredado el talento de ningún valor.
su padre se reveló como hacendista de primer orden, de Por otra parte, hubo también la desastrosa tentativa de
manera que la comisión le fué abandonando poco á poco fundar una casa de banca en París con objeto de colocar
el trabajo y poderes, dejándole obrar por completo á su entre la clientela aristocrática y religiosa el papel sobrante
antojo y limitándose á aprobar la memoria ó resumen que en Italia, y para cebo se dijo que el papa participaba del
presentaba en todas las sesiones. negocio, y lo peor de todo era que, efectivamente, debía
El patrimonio no producía apenas más que un millón, comprometer en él tres millones.
y como el presupuesto de gastos era de siete millones, se En resumen, que la situación íbase haciendo tanto más
necesitaba encontrar los otros seis. Del dinero de San Pe- crítica cuanto que poco á poco había ido comprometiendo
dro el papa le daba anualmente tres millones á monsenor todos los millones en la terrible partida de agio que se ju-
Folchi, el que, durante los doce años de su gestión, llevó gaba en Roma, bajo las ventanas de su Vaticano, tentado
¿ cabo el prodigio de duplicarlos, mediante la ciencia de seguramente por los grandes beneficios que podrían obte-
sus especulaciones y empleo del dinero, de manera que nerse, animado también, tal vez, por la idea de recon-
se cubría el presupuesto sin comprometer jamás el pa- quistar con el dinero la ciudad que le habían arrancado!
trimonio. á la fuerza.
De este modo en los primeros tiempos se realizaron ga- Su responsabilidad iba á ser completa, porque monse-
nancias considerables jugando en Roma sobre los terrenos. ñor Folchi no emprendía jamás ningún negocio sin con-
Jomaba acciones de todas las empresas nuevas y arriesga-. sultárselo previamente, y él dgbía. ser el verdadero autor
¡Y qué diantre, amigo mío, hace blenl ¡Qué diablo, vívS
de su desastre con sn afán de ganar, Con su deseo de pro- con la época! . ,
porcionar á la IgleSia la supremacía moderna de los gran- Habíale escuchado Pedro con creciente sorpresa a la
des capitales; pero, como sucede siempre, el prelado tufe que se mezclaba algo semejante á terror y tristeza. Todo¡
el único responsable del desastre. aquello era muy natural, hasta legítimo; pero no se le
Era monseñor Folchi de carácter impenoso y áspero y había ocurrido nunca el pensar que pudiese existir, pues
los cardenales de la comisión, pareeiéndoles que las sesio- no soñaba más que con un pastor de almas muy ale-
nes era cosa completamente inútil, puesto que obraba co- jado, colocado muy alto, y desprendido de todo cuidado
mo señor absoluto y no se reunía más que para enterarse temporal.
de lo que buenamente querían darles á conocer de las ope- ¡Y cómo! ¡Ese papa, ese padre espiritual de los míseros
raciones que se realizaban. y de los que sufren había especulado y jugado sobre terre-
Cuando estalló la catástrofe se urdió un complot y los nos y valores de Bolsa! ¡Había jugado y colocado fondos
cardenales aterraron al papa con las malas noticias que en casas de banca de judíos, practicando la usura, hecho
corrían y luego obligaron á monseñor Folchi á que rin- sudar intereses al dinero! ¡Ese sucesor de San Pedro, del
diese cuentas delante de la comisión. Apóstol, Pontífice de Cristo, del Jesús del Evangelio y
La situación era malísima y las enormes pérdidas no amigo divino de los pobres!
podían evitarse. Monseñor Folchi cayó en desgracia y des- ¡Y además qué contraste más doloroso; tantos millones
de entonces en vano ha pedido una audiencia al papa, allá arriba en las salas del Vaticano en el fondo de algún
que constantemente se ha negado á recibirle, como para discreto mueble, tantos millones que producían, que tra-
castigarle de la falta que cometieron entre los dos, de esa bajaban, colocados y vueltos á colocar en seguida para
locura de lucro que á ambos les cegó; pero nunca se ha que produzcan más, del mismo modo que huevos de oro
quejado, mostrándose muy piadoso, muy sumiso y guar- empollados con la ternura apasionada del avaro! ¡Y muy
dando sus secretos é inclinándose ante la decisión papal. cerca, abajo, en aquellas inmundas casas sin concluir de
Nadie puede decir con precisión á qué cantidad ascien- los barrios nuevos, tanta miseria 1 ¡Tantas pobres gentes
de la cifra de los millones que el patrimonio de San Pe- que se morían de hambre en medio de la más repugnante
dro dejó en esa catástrofe de Roma, convertida en un suciedad; las ¡madres sin leche con que amamantar a los
centro de negocios sucios, y si hay alguien que dice hijos; los hombres reducidos á la holganza por la huelga
trne no pasa de diez millones, otros aseguran que llega forzosa; los ancianos agonizándo copio bestias de carga
á treinta. Es creíble que la pérdida ascendió á unos quin- á las que se mata cuando no sirven para el trabajoI ¡Ahí
ce millones. . ., , ¡Era posible que sucediese esto, Dios mío, Dios de can-
Después de las chuletas con tomate sirvió el mozo un dad, Dios de ajmorl
pollito frito y Narciso terminó diciendo: Sin duda la Iglesia tiene necesidades materiales y no
- ¡ A h ' Lo que es ahora el agujero está tapado. Os dije puede vivir sin dinero, y era un pensamiento prudente y
va trué cantidades tan considerables había facilitado el de la más alta política ganarla un tesoro que la permitiese
dinero de San Pedro del que el papa es el umco que combatir victoriosamente á sus enemigos; mas, cuán re-
regula el empleo y sabe á cuanto asciende... pugnante epulsivo era esto y el verla descender de su
Aparte de todo no se ha corregido y se de buena tinta divina r e a l e o ^ r a no ser más que un partido, una vasta
que sigue jugando aunque con más cautela, y á eso se asociación internacional que no tenía más objeto que el
reduce todo. , ! , , de conquistar y poseer el mundo.
Su hombre de confianza es también hoy un prelado, Y Pedro se quedaba aún más asombrado ante 1« extra-
creo que monseñor Marzolini, crue es quien se cuida de
gus pegocios de interés, uNlVERSJfiAD DE NWÍVQ LEON
8IBLIQlÍ6AI*«¥Íi*tTMiA
"alpoww m m "
ordinario de la aventura, ¿h bíase imaginado un drama' peSro, <fn© no separaba la mirada de la v e n M , difc
más inesperado y más lleno de atractivo?
Eso po.pa, que se encerraba estrechamente en su pala- f í ^ S r desaparecido y ahora ha vuelto á presentar-
ció. en una prisión, sin duda, pero en una prisión cuyas tarse, y está detrás de los cristales blanca é inmóvil.
cien ventanas abríanse sobre la inmensidad; Roma, su - Pardiez! ¿Y qué queréis que haga?-repl.co Narciso
campiña, las montañas colindantes; ese papa que desde con su aire lánguido y sin que se pudiese saber si se bur-
su ventana á todas las horas del düa y ide la noche y du- laba ó no.—Es como todo el mundo; mira por su ventana
rante todas las estaciones, abrazaba con una mirada y veía cuando quiere distraerse un poco, con tanto mayor moti-
desarrollarse á sus pies su ciudad, la ciudad de que le ha- vo cuanto que üene realmente mucho que contemplar y
bían despojado y cuya restitución exigía con un continuo sin cansarse jamás. ^ _ , ,
lamento, ese papa que desde que habían dado comienzo Y era este hecho el que, apoderándose de Pedro, hacía
los trabajos, asistió también día por día á todas las trans- que fuese e n aumento la emoción que experimentaba.
formaciones que sufría su ciudad, á las aperturas de nue- Hablaban de un Vaticano cerrado y se imagno un palacio
vas calles, al derribo de antiguos barrios, á la venta de los sombrío, rodeado de elevadas murallas, porque nadie ha-
terrenos en los que por todas partes se levantaban nuevas bía dicho y todo el mundo parecía ignorarlo, que aquel
edificaciones concluyendo por rodear con blanco cinturón palacio dominaba á Roma y que desde su ventana el papa
todas las antiguas construcciones retostadas por el sol, y veía el mundo. Aquella inmensidad conocíala muy b.en
entonces ese papa, ante el espectáculo diario, ante esa fu- Pedro por haberla visto desde lo alto del Janículo por
ria de la edificación de que podía enterarse al levantarse volverla ó ver desde las logias de Rafael y desde la
y al acostarse, dominado á su vez por la pasión del juego cúpula de San Pedro. Y lo que I^ón XIII veía en aque-
que subía desde la piudad entera, semejante á una embria- llos momentos, inmóvil y blanco tras los cristales, lo
gadora humareda, ese papa, desde la habitación en que evocaba Pedro y lo veía con él.
permanecía estrictamente encerrado, primero jugó sobre En el centro del vasto desierto de la campiña, que linu-
el embellecimiento de su antigua capital, tratando de en- taban los montes de la Sabina y los montes Albanos, veía
riquecerse con el movimiento de los negocios impulsado León XIII las siete ilustres colinas, el Janículo, que coro-
por ese gobierno italiano al que trataba de expoliador, y naban los árboles de la villa Pamphini; el Aventmo en a
después perdió bruscamente unos cuantos millones en que no quedaban más que tres iglesias ocultas entre la
una catástrofe colosal que debió desear, pero que no fronda; el Celio más atrás y aun desierta y perfumada por
previó. los naranjos en fruto de la villa Mattei; el p l a t i n o bor-
No, jamás u n rey destronado cedió á una sugestión tan deado por una hilera de cipreses, crecidos allí como pare
singular, para comprometerse en una aventura más trági- adornar la tumba de los Césares; el Es^mlmo en donde
ca, que le hería como un castigo. ¡Y no era un rey el se elevaba el delgado campanario de Santa María la Ma-
que lo hacía, era el delegado de Dios, era Dios mismo, yor- el Vimínal que se semejaba á una cantera despanzu-
ante los ojos de la idólatra cristiandad 1 rrada con sus montones confusos y yesosos de nuevas
Habíanles servido los postres, queso de cabra y frutas, construcciones; el Capitolio con su pafaeio de los se-
y Narciso estaba concluyendo de desgranar un racimo de nadores, apenas señalado por su cuadrada torre; el Qui-
uvas, cuando levantando de pronto la cabeza, exclamó: rinal en el que se levantaba el- palacio del rey con su
—Pues tenéis razón, querido; también veo yo esa som- revoco de un amarillo chillón qufe resaltaba sobre el
bra blanca detrás de los cristales, allá arriba, en la ha- fondo verde obscuro de sus árboles.
bitación del Santo Padre. Veía, además de Santa María la Mayor* todas las basüi-
cas, San Juan de Letrán, cuna del papado, San Pablo ex- el Palatino, sin corona entonces, y no levantando al cield
tra muros, Santa Cruz de Jerusalén, Santa Ana y las cú-i más que la de sus negros cipreses. Sin duda reedificaba
pulas de Jesús, San Andrés del Valle, San Carlos, San con el pensamiento los palacios de los Césares, contempla-
Juan de los Florentinos y las cuatrocientas iglesias de ba como se levantaban grandes sombras todas ellas roji-
Roma, que hacen de la ciudad un campo sagrado plan- zas, vestidas de púrpura, sus venerables antepasados, los
tado de cruces. únicos que podían decirle cómo se gobernaban los pue-
Veía también los monumentos famosos, testigos del or- blos obrando como señor y dueño del mundo.
gullo de los siglos, el fuerte de Santángelo, tumba de un Fijábanse sus miradas en el Quirinal y allí se absorvía
emperador convertido en fortaleza papal; la línea blanca durante horas enteras ante el espectáculo de la realeza
de los otros sepulcros de la vía Appia, allá abajo las mi- de enfrente.
nas esparcidas de las thermas de Caracalla, de la casa de ¡Qué contraste! ¡Qué encuentro más extraño el de esos
Septimio Severo; columnas, pórticos, arcos de triunfo, des- dos palacios que se contemplaban, el Quirinal y el Vati-
pués los palacios y villas de los fastuosos cardenales del cano, que dominan, que se alzan el uno enfrente del otro
Renacimiento, el palacio Farnesio, el palacio Borghese, la por cima de la Roma de la Edad Media y del Renaci-
villa de Médicis y tantas otras en medio de un pulular de miento, cuyos techos dorados y recocidos por el sol se
techos y fachadas; pero lo que veía bajo su misma venta- apilan y confunden en las orillas del Tíber.
na, hacia la izquierda, era la abominación del nuevo ba- Con unos sencillos gemelos de teatro, papa y rey, po-
rrio, sin concluir de los Prados del Castillo. dían verse claramente cuando se asomaban á su ventana.
Por la tarde, cuando se paseaba por sus jardines, que el No son más que puntos olvidables, perdidos en la ex-
muro levantado por León IV convierte en un bastión cer- tensión sin límites; ¡y qué abismo mediaba entre los dos,
cado de una ciudadela, podía ver el horrible valle que han cuántos siglos de historia, cuántas generaciones que han
devastado al pie del Monte Mario, para establecer ladrille- sufrido y luchado, cuánta grandeza muerta y qué inmi-
rías en los momentos en que IDegó á lo más álgida la furia nente para el porvenir! Se ven y están aún entregados á
de las construcciones. la lucha de saber para quién será el pueblo cuya oleada
Las verdes pendientes están despanzurradas, y zanjas se agita bajo sus miradas; quién será su dueño soberano
profundas y amarillentas las cortan por todos lados, mien- absoluto: si el Pontífice, pastor de almas, 6 el rey, señor
tras que los hornos de ladrillo, hoy cerrados, no son más de cuerpos.
que lamentables ruinas con sus elevadas chimeneas muer- Y entonces se preguntó Pedro cuáles eran las reflexio-
tas y de las que n o sale nunca humo. nes, las meditaciones de León XIII detrás de aquellos
Y á cualquier otra hora del día, no podía acerca »se á cristales, en los que creía continuamente ver presentarse
sus ventanas, sin tener ante los ojos el espectáculo de su blanca figura de aparecido.
aquellas habitaciones abandonadas, para las que se habían Ante la nueva Roma con sus antiguos teñios devasta-
fabricado tantos miles de ladrillos, aquellos edifícaos muer- dos, con los barrios nuevos derribados por un viento de
tos antes de haber vivido y en los que n o había á la hora desastre, debía indudablemente gozar viendo el colosal
presente más que la miseria bullidora de Roma, que se aborto del gobierno italiano. Le habían despojado de su
pudría allí como una descomposición de las sociedades ciudad y habían querido enseñarle como se creaba una
antiguas. gran capital yendo á parar, después de tantas pretensio-
Pero Pedro imaginábase sobre todo que León XIII, la nes, á semejante catástrofe, á tantas inútiles edificacio-
sombra de allá arriba, acababa por olvidarse del resto de nes que ni siquiera se sabía de qué manera habían de
la ciudad, para hacer que sus meditaciones se fijasen en concluirse.
No podía por menos de estar encantado de los apuros para fundar en otra parte el papado de las nuevas demo-
tremendos por qué había pasado el régimen usurpador, la cracias?
crisis política, la crisis económica, un malestar nacional Puesto que decían que tenía un talento tan claro, ten
creciente tal y tan grande, que parecía amenazar con el penetrante, habría debido comprender, habría debido tem-
hundimiento á aquel régimen, y sin embargo, ¿no tenía él blar al enterarse de los rumores lejanos que llegaban has-
mismo alma de patriota? ¿no era hijo amante de esa Ita- ta él, desde ciertos países de lucha, de América, por ejem-
lia cuyo genio y secular ambición circulaban por sus ve- plo, en donde obispos revolucionarios trabajaban para
nas? ¡Ah! ¡No! ¡Nada contra Italia! ¡Al contrario, que vol- conquistar al pueblo. ¿Era para él ó para ellos para quien
viese á ser la dominación del mundo! trabajaban?
Un dolor grande apoderábase de él en medio de la ale- Si no podía seguirles, si se entercaba en encerrarse en
gría de su esperanza, cuando la veía arruinada de ese mo- su Vaticano, atado por todos lados por el dogma y la tra-
do, amenazada con la bancarrota, mostrando esa Roma dición, ¿no era de temer que llegase un día en que se im-
trastornada y sin concluir, que era como una confesión de pusiese la ruptura de relaciones? Y la amenaza de un
su impotencia. Pero si la dinastía de Saboya desaparecía viento de cisma soplando desde lejos, le pasaba sobre su
un día, ¿no estaba él allí para reemplazarla y entrar al fin cara llenándole de una angustia creciente.
en posesión otra vez de la ciudad, que hacía quince años Era por eso mismo por lo que se había convertido en el
no veía más que desde su ventana, presa de los demole- diplomático de la conciliación, queriendo reunir en su
dores y (de los albañiles? Volvería á ser el dueño, reinando mano todas tes fuerzas dispersas de 1a Iglesia, cerrando
sobre el mundo desde la ciudad predestinada á la que las los ojos sobre las audacias de ciertos obispos, tanto como
profecías habían asegurado la eternidad y la universal se lo permitía la tolerancia, esforzándose él mismo para
dominación. conquistar el pueblo, poniéndose á su lado contra las
Y el horizonte se ensanchaba y Pedro se preguntó qué monarquías caídas.
era lo que veía León XIII por cima de Roma, más allá de ¿Iría más lejos? ¿No se encontraba encerrado tras la
la campiña romana, de los montes Sabinos y los montes puerta de bronce, en ese Vaticano, dentro de 1a estricta
Albanos, en la cristiandad entera. fórmula católica á que le encadenan los siglos? La obstina-
Puesto que estaba encerrado en su Vaticano desde ha- ción era fatal y le sería imposible resignarse á su fuerza
Cía dieciocho años, puesto que no tenía en el mundo más real y todopoderosa, á ese poder puramente espiritual, á
abertura que la del hueco de su ventana, ¿qué veía desde esa autoridad moral del más allá que llevaba la humani-
B i l í arriba, qué ecos, qué verdades y qué certidumbres lle-
übd á sus pies y que hacía arrodillar á las peregrinaciones
gaban hasta él de nuestras modernas sociedades? y desmayarse á las mujeres. Abandonar á Roma, renun-
Algunas veces, desde las alturas del Viminal, en donde ciar al poder temporal, era cambiar el centro del mundo
se encuentra la estación, deberían llegar hasta él prolon- católico, sería no ser más lo que era, jefe del catolicis-
gados silbidos de la locomotora; aquella era nuestra civili- mo, sino otro jefe de otra cosa.
zación científica, los pueblos que se aproximan, la hu- ¡Y qué pensamientos inquietos se le ocurrirían en aque-
manidad libre marchando al porvenir. lla ventana, si el viento de la tarde alguna vez le llevaba
¿Soñaba él también con la libertad, cuando volviendo la vaga imagen de esa otra, la pavura de la religión nueva
la vista hacia la izquierda admiraba el mar allá abajo, al confusa aun, que se elaboraba en el sordo pisar de las
otro lado de las tumbas de la vía Appia? ¿Habría querido naciones en marcha, y cuyos ruidos llegaban hasta él
alguna vez marcharse, abandonar la Roma de su tradición desde todos los puntos del horizonte!
Comprendió Pedro en aquel momento que, detrás de
los cristales cerrados, la sombra blanca, la sombra in- podía volver á serlo; Austria, que algún día sería conquis-
móvil, sólo se sostenía en pie por él orgullo, por la con- tada ; todas las naciones católicas convertidas a i los Estados
tinua certidumbre de vencer. Unidos de Europa, pacificados y fraternizando bajo la
Si los hombres no bastaban intervendría el milagro. elevada presidencia del Soberano Pontífice.
Tenía la absoluta convicción de que volvería á entrar Después, en el triunfo supremo, eran las otras Iglesias
en posesión de Roma, y que si esto no lo hacía él, las que desaparecían; todos los pueblos disidentes que
sería su sucesor el que lo lograse. iban á él como pastor único, Jesús que reinaba en su
La Iglesia, con su indomable voluntad de vivir, ¿no te- persona, sobre la democracia universal.
nía la eternidad delante de ella? ¿Y por qué no él? ¿Era Pedro bruscamente vióse interrumpido en ese ensueño
que Dios no podía lo imposible? que adaptaba á León XIII.
Mañana, si Dios lo quería, á pesar de todos los razona- —¡Oh! ¡Mirad, querido,—dijo Narciso;—el tono de color
mientos humanos, á pesar de la apariencia de lógica de íde las estatuas, allí en la columnata!
los hechos, seríale devuelta la ciudad con motivo de cual- Había mandado que le sirviesen una taza de café y fu-
quier brusco cambio de la Historia. ¡Ahí ¡Qué fiesta para maba lánguidamente un cigarro, entregándose á sus úni-
recibir á aquella hija pródiga, cuyas equívocas aventuras cas meditaciones de estético refinado.
siguió siempre con sus ojos, paternales humedecidos por —Miradlas: son de color de rosa, pero de un rosa que
las lágrimas I tira al rojo, como si la sangre azul de los ángeles circulase
Olvidaría los desbordamientos á los cuales había asisti- por sus venas de piedra... Es el sol de Roma, ese amigo
do durante dieciocho años, á todas las horas y durante mío, que les da esa vida supraterrestre, por qué viven, las
todas las estaciones. he visto yo sonreír y tenderme los brazos en ciertos her-
Tal vez soñaba en lo que haría en aquellos barrios nue- mosos crepúsculos... ¡Ah! ¡Roma! ¡Roma maravillosa y de-
vos con que la mancharon, ¿los derribarte ó los dejaría liciosa! ¡Aquí se viviría del aire del tiempo, ten pobre
tal cual estaban, como el testimonio de la demencia de como Job, con la continua alegría de respirar el encanto!
los usurpadores? Aquella vez no pudo Pedro por menos de sorprenderse
Volvería á ser la ciudad augusta y muerta, desdeñosa Bl reeordar su voz ten clara, su espíritu de hacendista ten
de los vanos cuidados de la limpieza y de la comodidad preciso y acertado. Y su pensamiento volvió á los Prados
material, resplandeciendo sobre el mundo semejante á un del Castillo y una tristeza horrible le oprimió el corazón
alma pura con la gloria tradicional de los siglos pasados. ante esa última evocación de tanta miseria y de tanto
Y su sueño continuaba, imaginando de qué modo iban sufrimiento.
á pasar las cosas al día siguiente, sin duda. Veía otra vez la inmunda suciedad en que tantas cria-
Todo era preferible á la casa de Sáboya, todo, incluso turas echábanse á perder; veía esa abominable injusticia
una república. ¿Por qué no una república federativa que social que condena al mayor número á una existencia de
hiciese pedazos á Italia; con arreglo á la antigua y abolida bestias malditas sin alegría y sin pan.
división, lo que haría que le restituyesen á Roma y que Y como sus miradas se fijasen aún en las ventanas del
le es cogiesen como protector natural del Estado así re- Vaticano, pensó, creyendo ver levantarse una mano pálida
constituido? detrás de ios cristales, en aquella bendición papal que
Después sus miradas se extendían más allá de Roma/ León Allí d-aba desde ten alto, por encima de Roma, por
más allá de Italia; su sueño se agrandaba, seguía agran- cima de la campiña y de los montes, á los fieles de 1a
dándose y englobaba á Francia republicana, España que cristiandad entera. Y esa bendición presentósele de pron-
tO irrisoria é impotente, puesto que á pesar de haber pa-
sado tantos siglos n o había podido suprimir ni uno sólo
de los dolores de la humanidad, y ni siquiera hacer un
poco de justicia á los miserables, á los desdichados, que
agonizaban allá abajo al pie de su ventana.
Obrss de Gsy de fllanpassant

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