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BURNOUT EN LOS EQUIPOS DE SALUD.

Nombre:
Hans Rojas Bruna
Curso:
7mo año de Medicina
Coordinador:
Dr. Alejandra Lagos
Internado de Atención primaria de salud

Rotación de Cuidados Paliativos

N° de Palabras: 1652
Es algo típico escuchar expresiones como: “estoy cansado”, “estoy en modo zombi”,
“no tengo ganas de seguir trabajando”, “estoy rendido”, “me da todo igual”, etc. Este tipo
de manifestaciones verbales son habituales de escuchar en una conversación informal, en
un día cualquiera, en cualquiera de los Centros de salud. Esto se traduce en diferentes
actitudes y estadios anímicos que merecen nuestra preocupación con el fin de poder
identificar y manejar este “desfondamiento psicológico” que supone graves consecuencias
en la calidad de la “relación médico-paciente”. Siendo numerosas las variables que nos
permiten dar explicación de este fenómeno que pone en peligro la salud de médicos y
enfermeras que trabajan día a día con el enfermo, y de manera singular con el paciente
terminal, oncológico o no oncológico; y sus familias. Ciertamente, el médico permanece
comprometidamente con el paciente frente a una enfermedad que no hace más que
recordarnos el nihilismo del hombre, la angustia del dolor y de la muerte. En este sentido,
el médico y el equipo de salud sucumben en esa lucha desigual frente a un proceso lleno de
sentimientos y emociones fuertemente desgarradoras.

Es digno de interés analizar el rápido incremento de los estudios enfocados en este


conjunto de signos y síntomas conocidos como el síndrome de burnout en los profesionales
que prestan sus servicios a pacientes con enfermedad avanzada o en su etapa de fin de vida.
El estrés y la tensión asociada a los trabajos asistenciales han sido un hecho reconocido; si
cualquier trabajo causa y produce estrés, trabajar con personas a las que hay que atender,
cuidar, orientar, ayudar o acompañar, lo causa mucho más. Hoy en día se considera
imprescindible incluir aspectos de bienestar y salud laboral al momento de evaluar la
eficacia de cualquier institución, servicio o programa, ya que el síndrome de burnout puede
producir serios problemas para los proveedores de los servicios, como para los usuarios.
Tomando en cuenta lo anterior, trabajar en una Unidad de Cuidados Paliativos o atender a
pacientes terminales y sus familiares en el hogar es sumamente estresante. Siendo en el
hogar el lugar en el cual se incrementa el nivel de implicación y el compromiso, pues el
objeto del esfuerzo va encaminado a lograr que el enfermo viva hasta su último día con la
mayor calidad posible y que sus familiares perciban la satisfacción de haber apoyado y
acompañado a su ser querido hasta el final y, sobre todo, para que su ser querido muera
con el menor sufrimiento posible, llevando a presentar este estado conocido como
“desgaste por empatía”.

“Burnout” significa literalmente: “quemado”. Algunos lo traducen como “síndrome


de quemarse por el trabajo” o “desgaste psíquico en el trabajo”, otros prefieren seguir
utilizando el término en inglés. Actualmente se observa una tendencia a su
conceptualización como “desgaste profesional”, reflejando de mejor manera la esencia de
este fenómeno. Pocos autores lo consideran una forma particular de estrés laboral, siendo
interpretado por la mayoría como una respuesta al estrés ocupacional crónico, con
manifestaciones específicas. El rápido incremento de textos científicos sobre “Burnout” en
salud ha estado unido a la necesidad de estudiarlo con relación al estrés laboral de este tipo
de servicios. El “Burnout” se ha ido convirtiendo en una amenaza a los equipos de salud y
especialmente a los equipos de cuidados paliativos, aunque no siempre aparece en todas
las personas y equipos, hay que saber identificarlo, evaluarlo y manejarlo
consecuentemente, aplicando medidas generales de autocuidado en estos profesionales e
instrumentando programas de intervención dirigidos al control del mismo.

Según múltiples estudios como Ahola, Hakanen, Perhoniemi y Mutanen (2014);


Nyklicek y Pop (2005) el “burnout” se asocia con la depresión no solo en lo que respecta a
la presentación clínica, sino que también en términos psicométricos, según lo expuesto por
Schonfeld y Bianchi (2016), sin embargo, los datos de sus investigaciones confirman que el
“burnout” es una entidad distinta, ya que se asocia a un contexto específico, la situación
laboral, siendo característico de la misma; en contraste, la depresión es un trastorno
psiquiátrico más general que no depende necesariamente del contexto laboral.
El burnout está constituido por 3 dimensiones básicas: El agotamiento emocional,
descrito también en términos de desgaste, pérdida de energía, merma, fatiga,
debilitamiento, etc.; El cinismo, que consiste en actitudes negativas o inapropiadas hacia el
receptor de los servicios, además de irritabilidad, pérdida del idealismo y evitación
interpersonal; y la ineficacia, que implica disminución en la productividad y capacidades,
moral baja, así como menor habilidad de enfrentamiento (Maslach y Leiter, 2016; Maslach,
2002). Existen otras conceptualizaciones del síndrome, sin embargo, suelen relacionarse
sólo con la dimensión del agotamiento, por ejemplo, Shirom y Melamed (2006) proponen
que el burnout consta de las dimensiones fatiga física, agotamiento emocional y desgaste
cognitivo. Otra contribución importante es el constructo “involucramiento” (engagement),
que desde el enfoque más común es visto como la antítesis positiva del síndrome, un estado
con alta energía, un fuerte compromiso y un sentido de eficacia personal (Bakker y Leiter,
2010). A la fecha, la relación entre burnout e involucramiento continúa siendo tema de
debate (Leiter y Maslach, 2017).

Los primeros estudios sobre este tema datan de la década de los 80, con
publicaciones influyentes de Pearlman y McIan (1995), Figley (1996) y Stamm (1997), si bien
cada autor formuló un concepto diferente para referirse al mismo proceso de desgaste
resultado de trabajar con víctimas de experiencias traumáticas: trauma vicario, fatiga por
compasión y estrés traumático secundario, respectivamente, cada uno de los cuales, de
hecho, es aceptado por la comunidad científica. Más recientemente, Stamm
(2010) desarrolló el constructo calidad de vida profesional, una de las propuestas teóricas
con mayor sustento empírico, cuya utilidad radica en integrar los diferentes conceptos en
un modelo comprensivo; la Calidad de vida profesional se refiere a la cualidad de las
emociones relacionadas con la actividad profesional que implica ayudar a otros, por lo
tanto, se ve influida por las condiciones laborales tanto positivas como negativas.

En países latinoamericanos se han documentado las afectaciones a la Calidad de vida


profesional de quienes laboran asistiendo a terceros, con elevadas estimaciones de
prevalencia en la mayoría de los casos; no obstante, en estos países, dichas estimaciones
suelen ser dispares y poco consistentes, de tal manera que estos datos requieren de
estudios confirmatorios.
Otro rezago importante en la literatura latinoamericana e internacional es la
formulación y evaluación de tratamientos dirigidos a prevenir o corregir los síntomas de la
Fatiga por compasión. Cocker y Joss (2016) realizaron un análisis sistemático de 13
investigaciones con intervenciones diseñadas en este sentido; sus principales conclusiones
fueron: 1) las enfermeras mujeres de entre 40 y 50 años de edad es la población más
estudiada; 2) la mayoría de los estudios presentan deficiencias metodológicas (muestras
pequeñas sin control aleatorio); 3) existe una variación considerable respecto a la duración
de la intervención y las técnicas empleadas; 4) el resultado más común fue la mejora en al
menos una de las dimensiones de la Fatiga por compasión; 5) las técnicas menos efectivas
fueron las didácticas, la musicoterapia y el manejo del duelo, mientras que las más
eficientes fueron la meditación estructurada, los seminarios grupales con inclusión de
ejercicios, así como la enseñanza de habilidades de resiliencia, y 6) se necesita investigación
adicional con el fin de establecer los mejores procedimientos de protección a los
trabajadores en alto riesgo de padecer Fatiga por compasión.

Bajo esta visión de los hechos, cabe la necesidad urgente de aplicar técnicas en los
diferentes equipos de los centros de salud con la finalidad de disminuir las sintomatologías
que como hemos visto influyen incluso en las competencias individuales de cada uno.
Siendo importante destacar la necesidad de educación a los diferentes equipos sobre los
síntomas y signos del “desgaste por compasión” y buscar la instauración de la
“complacencia/involucramiento” por compasión, un punto en el cual podamos acompañar
en el dolor sin que este nos inutilice, logrando de esta forma afianzar con nuestros pacientes
el vínculo médico-paciente y a la vez mantener nuestra salud mental, la cual no solo tiene
impacto en nosotros sino que también en quienes nos rodean. Desmintiendo el mito en el
que se ve al medico y al equipo de salud como “superhéroes” a los cuales “no lo atraviesan
balas”, perfectos sin necesidades; buscando de cierta forma que nuestros pacientes
entienden y vean en nosotros esa gran intención de ayudarlos y a la vez puedan recibir de
nosotros un atisbo de nuestros propios sentimientos, en lo personal, creo que ya es hora
que la sociedad le saque la capa de héroe al medico y lo conciba como la persona que es, y
desde ahí, entregar lo mejor de nuestra base empírica, no descuidando la emocionalidad
de ambas partes, porque eso es lo bello de trabajar con personas, más aún en la
rehabilitación de su salud. Es importante recordar, que en este equilibrio dinámico de la
relación médico paciente, se debe desarrollar una estructura comunicativa similar a un
frisbee, saliendo de los patrones canónicos que concebían la medicina como un arte más
bien paternalista.

De manera personal considero que muchas veces el mejor médico no es aquel que
sabe todas las respuestas sino más bien es aquel que en vez de tratar la enfermedad trata
a la persona y es capaz de ver a través de esta, debido a que muchas veces, incluso con
escuchar, mantener una actitud empática para brindar su apoyo, dentro de lo posible, para
que sea capaz de mantener su vida con dignidad y respeto, y asimismo, sienta que no está
sola en este camino borrascoso por el que está transitando.

Me alegraría poder volver a mis centros formadores y dejar de escuchar frases como
“estoy cansado”, “estoy en modo zombie”, “no tengo ganas de seguir trabajando”, “estoy
rendido”, “me da todo igual”, “estoy en modo piloto automático” porque de esta forma
sabría que por fin están siendo escuchados y mejor aún, estaría seguro que serían la mejor
versión de sí mismos para sus pacientes.

“La vida es breve, el arte es largo, la oportunidad fugaz, la experiencia engañosa y


el juicio difícil”.

Hipócrates

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