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CARTA ENCÍCLICA MATER ET MAGISTRA, JUAN XXIII,


15 DE MAYO DE 1961

La Iglesia mantiene desde hace dos milenios la antorcha de la caridad a ejemplo


de su fundador. A lo largo de la historia, la Iglesia no se ha quedado inmóvil ante las
situaciones que denigran y sofocan la libertad de la persona humana. Los sumos
pontífices, como buenos pastores, han intervenido alzando la voz. Uno de los ejemplos
que tenemos es la Encíclica Rerum Novarum promulgada por León XIII en 1891. Es la
primera encíclica social de la Iglesia católica. Habla de muchos temas, pero en especial
reflexiona la distorsión del aspecto político/económico social -tanto tienes, tanto vales- -
el imperio del más poderoso-.
<<Porque mientras las riquezas se acumulaban con exceso en manos de unos pocos, las
masas trabajadoras quedaban sometidas a una miseria cada día más dura>>.1
Esto provocó ciertos problemas sociales como: salarios insuficientes, trabajos en
condiciones inhumanas que atentan contra la moral y la fe religiosa de las personas.
No debemos olvidar dos principios:
1.- La naturaleza humana.
2.- La concepción cristiana de la vida.

Si olvidamos estos dos principios, olvidamos el sentido de la vida humana y


comenzamos a denigrar y lastimar la dignidad de la persona humana.
Otra aportación importante de la Iglesia a la sociedad es la Encíclica Quadragesimo anno
promulgada por Pío XI en 1931. En resumen, este documento está en contra del -
socialismo moderado- que solo busca el bienestar puramente material, olvidándose de las
demás dimensiones de la persona humana (física, emocional, social espiritual, sexual,
etc.). Pide que <<en materia económica es indispensable que toda actividad sea regida
por la justicia y la caridad como leyes supremas del orden social>>.2

Será tarea primordial de la Iglesia seguir siempre en discernimiento sobre si las


bases de un orden social existente está de acuerdo con el orden inmutable que Dios,
Creador y Redentor, ha promulgado por medio del derecho natural y de la revelación.

La encíclica Mater et Magistra no pone a la Iglesia como ama y señora del bien
común. Entre líneas valora también la responsabilidad del Estado, su valor y desempeño
en el orden social, como diciendo -Iglesia/Estado tenemos un mismo fin, que es, velar por
el bien de la persona humana-.
Se deduce una cierta madurez de reflexión eclesial sobre la cuestión social. A través del
tiempo la Iglesia va creciendo en cuanto a comprensión sobre estos temas que van ligados
directamente con la dignidad humana.

1
Mater Et Magistra 13.
2
Ibíd, 38.
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La universalidad de la Iglesia está probada por el hecho de su presencia en todo el mundo.


Su misión sigue en pie. Al ganar a los pueblos para Cristo, contribuye necesariamente a
su bienestar temporal, tanto en el orden económico como social. No es que un tiempo u
otro sean mejor. SE trata de comprender lo valioso de cada época y la manera de
comunicar a Cristo, tanto su persona y como su mensaje de salvación.

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