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1 ¿CÓMO LLEGA LA SALVACION?

La Biblia ha sido llamada "Un libro de salvación". Desde su primer libro, la Biblia comienza hablando de la
salvación de Dios. ¿De qué nos salva Dios?
En el Génesis se nos expone el caso de los primeros seres humanos, que después de haber sido creados en la
gracia de Dios, por insinuación del espíritu del mal, desconfían de él y cometen el primer pecado del mundo
(Gn 3). Luego, ya no quieren hablar con Dios, huyen de Dios; se van a esconder. Dios, en su misericordia, los
va a buscar, y, cuando ellos reconocen que son pecadores y salen de su escondite, Dios les echa encima unas
pieles porque los encuentra totalmente desnudos, es decir, desprotegidos. Esas pieles simbolizan la
característica esencial de Dios, que es la misericordia.
A los primeros seres humanos que le habían fallado, Dios podría haberlos aniquilado, en vez de eso los buscos,
los convenció de pecado y les regalo, sin que lo merecieran, la salvación. Todavía no la salvación eterna. Para
eso tendrían, primero, que pasar por un largo camino de conversión y santificación.
Con Adán y Eva, nuestros primeros padres, comienza la historia de la salvación de todos nosotros. Dios procede
a maldecir a la serpiente, símbolo del mal, y a prometer un "salvador" que saldrá de la mujer (Gen 3,15). Desde
este momento, se inicia la "historia de la salvación" compendiada en la Biblia. En el Antiguo Testamento se
promete desde el libro del Génesis un Salvador que Dios enviará a la humanidad (Gn 3,15). Uno de los textos
más explícitos, con respecto a la salvación, es el capítulo 53 del profeta Isaías, en donde se presenta al futuro
Mesías, como un "cordero" que en silencio va llevando al matadero los pecados de todos los hombres. El
profeta Isaías, concluye diciendo: El soporto el castigo que nos trae paz y por sus llagas hemos sido sanados (Is
53,5).
El Nuevo Testamento nos habla de Jesús como el Salvador prometido. Es Jesús mismo quien se presenta en la
sinagoga judía como el Ungido (el Cristo); para eso emplea las palabras del profeta Isaías, y dice: El Espíritu
del Señor estará sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia, me ha enviado a
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el
ario de gracia del Señor (Lc 4,18-19). Con su vida intachable y sus milagros, Jesús demuestra que es
verdaderamente el enviado de Dios.
La señal definitiva de que Jesús es el Mesías y que es Dios hecho hombre, es su resurrección. Por eso san Pablo
afirmaba: Si Jesús no hubiera resucitado, nuestra fe seria vana (1Co 15,17). Desde el momento que Jesús
resucito, todos creemos que de veras es el enviado de Dios y que es la Palabra de Dios entre nosotros (Jn 1,14),
aceptamos de corazón que su sacrificio en la cruz fue el medio del que Dios se sirvió para perdonar nuestros
pecados. Por eso, sin dudar, proclamamos a Jesús nuestro Salvador y el Señor de nuestra vida. Cuando todo esto
sucede, también a nosotros nos llega la salvación de Jesús, que, un día, va a ser "eterna", en el cielo, si
perseveramos hasta el final en la fe de corazón en Jesús.

¿QUE DEBO HACER?


El terrible carcelero, que con rudeza y maldad metió a Pablo en el calabozo y lo encadeno, de pronto, ante el
terremoto que se vino, de repente, cayó de rodillas y le pregunto a Pablo: ¿Qué debo hacer para salvarme?
Pablo, simplemente, le contestó Cree en el Señor Jesucristo y te salvará tú y tu familia (Hch 16,31).
Lo que Pablo le indicó al carcelero no fue que sencillamente levantara la mano y dijera: "Jesús, te acepto en mi
corazón", y asunto arreglado. No. Creer en Jesús no es algo sencillo. Cuando Jesús comenzó a predicar en el
Evangelio de Marcos, sus primeras palabras fueron: El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios se ha acercado a
ustedes, conviértanse y crean en el Evangelio (Mc 1,15).
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En su Carta a los Romanos, san Pablo, nos detalla cómo se alcanza la salvación. Dice Pablo: Si confiesas con
tus labios que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucito, entonces alcanzará la salvación.
Porque con el corazón se cree para ser justificados y con los labios se confiesa para ser salvados (Rm 10,9). Nos
preguntamos nosotros, que es lo que se debe creer de Jesús con el corazón; y que es lo que se debe confesar con
los labios acerca de Jesús. Los biblistas nos contestan al indicarnos que debemos creer en lo básico acerca de
Jesús, que los primeros cristianos gritaban con gozo cuando confesaban que creían en Jesús como su Salvador y
Señor. A eso los primeros cristianos lo llamaban "el kerigma". Lo esencial acerca de Jesús, que se debía creer
no solo con la inteligencia, sino con el corazón, es decir, la experiencia de haberse encontrado personalmente
con Jesús.
Los teólogos también nos dicen que lo básico acerca de Jesús para la primera evangelización consiste en creer
que Jesús:
1. Fue engendrado virginalmente mente por la Virgen María, por obra milagrosa del Espíritu Santo.
2. Que es Dios y hombre al mismo tiempo.
3. Que fue el Mesías de Dios enviado con el poder del Espíritu Santo con signos y milagros.
4. Que por designio de Dios fue crucificado para expiar el pecado de la humanidad.
5. Que resucito al tercer día y demostró que verdaderamente era Dios y hombre.
6. que ascendió al cielo y recobro todos los privilegios divinos.
7. Que nos envió su Espíritu Santo para permanecer siempre dentro de nosotros.
8. Que al fin del mundo volverá para juzgar a vivos y muertos.
En esto consiste "el kerigma" para la primera evangelización. Después vendrá la "catequesis" que irá ampliando
todo lo concerniente a la personalidad divina y humana de Jesús y su Evangelio.
¿Qué quiere decir Pablo cuando, tajantemente, dice: Con el corazón se cree para ser justificados? (Rm 10,10).
Algo muy determinante para la salvación. No nos salvamos por una fe puramente intelectual. No nos salvamos
por tener conocimientos teológicos y bíblicos. Esos conocimientos deben ser bajados del intelecto al corazón
por medio del Espíritu Santo. Solo de esa manera se llega a un encuentro personal con Jesús.
Lamentablemente, son muchos los que solo conocen a Jesús intelectualmente. Hasta pueden ostentar títulos de
licenciados y doctores. Pero si esos conocimientos no se convierten en experiencia de Jesús, no sirven para la
salvación. Algo muy serio que hay que machacar. Porque son muchos los que creen solo con el intelecto y no
con el corazón. Eso es lo que san Pablo quiere acentuar cuando afirma: Con el corazón se cree para ser
justificados (Rm 10,10), es decir, para ser puestos en buena relación con Dios. Para que nos llegue la salvación.

¿CÓMO ME LLEGA LA SALVACION?


Hay que comenzar con lo que Dios nos dice en la Revelación en la Biblia. Dice san Pablo en la Carta a los
Efesios: Por gracia somos salvados por medio de la fe. No por obras para que nadie se gloria (Ef 2,8-9). Al decir
que la salvación es por "gracia", san Pablo afirma que la salvación es un regalo de Dios, que nadie puede
adquirir por sus propios meritos. Teológicamente, "gracia" significa un regalo de Dios, no merecido. Si en una
balanza pusiéramos los meritos de todos los santos para que nos salváramos, no llegaríamos ni a la puerta del
cielo.
Un caso clásico de la salvación por gracia es el del Buen Ladrón. Era un criminal de marca; por eso lo
condenaron a la pena máxima, la cruz. Al estar junto a Jesús, en compañía del otro malhechor, comenzó a
insultar a Jesús; de esa manera, soltaba el odio a la sociedad. La gracia para el buen ladrón consistió en que
estuvo junto a Jesús en la cruz durante seis horas. Según san
Marcos, a Jesús lo pusieron en la cruz a las nueve de la mariana y murió a las tres de la tarde. Durante ese largo
tiempo, el ladrón, que estaba a la derecha de Jesús, estuvo escuchando las ``siete palabras´´ del Señor. Una larga
predicación. Dice la carta a los Romanos: La fe viene como resultado de oír la predicación que expone el
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mensaje de Cristo (Rm 10, 17). La palabra de Jesús fue como ``espada de doble filo´´ (Hb 4,12), que penetro
hasta lo más profundo del corazón del ladrón, que comenzó a tener fe en Jesús, a verlo como a un justo. Esto le
revolvió toda su conciencia.
El delincuente comenzó por reprender al otro ladrón que insultaba a Jesús. Acepto que era un malhechor. Se
confesó en público diciendo: Nosotros estamos sufriendo con toda razón porque estamos pagando el justo
castigo de lo que hemos hecho, pero este hombre no ha hecho nada malo (Lc 23, 41). Luego sintió la necesidad
de rezar; se dirigió a Jesús y con confianza, lo llamo por su propio nombre: Jesús acuérdate de mi cuando estés
en tu reino (Lc 23,42). Jesús le contestó Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23,43). Aquí, se detalla un
proceso de fe. Primero, el ladrón escucha la Palabra de Jesús, que se le mete como espada en el corazón y
provoca en él la fe. Luego, se confiesa en público como un delincuente.
Termina dirigiéndose a Jesús pidiéndole su salvación.
¿Qué meritos tenía el Buen Ladrón para salvarse? Ninguno. Todo lo contrario. Era un criminal. Cuando Jesús
vio que el ladrón reconocía sus pecados y con fe clamaba a Él, pidiendo misericordia, inmediatamente le
concedió la gracia de la salvación. A todo esto se Rego después de largas horas de sufrimiento y de escuchar a
la Palabra de Dios, de Jesús, que hablaba desde la cruz. No fue un simple chispazo de sentimentalismo, sino un
largo proceso de gracia, que lo llevo a la conversión, a su salvación.
Lo mismo sucede con nosotros. Primero, viene la predicación de la Palabra, que provoca en nosotros la fe. De
allí, nace el arrepentimiento de nuestros pecados, por la acción del Espíritu Santo. Luego, llega el regalo de la
salvación. Se cumple lo que dice san Pablo: Cree en el Señor Jesucristo y te salvarás tú y tu familia (Hch 16,30).
De esa manera, la salvación que se nos regala, es un don inapreciable que debemos cuidar durante toda nuestra
vida. La salvación no se nos impone por la fuerza. Es un regalo. Lo podemos conservar o perder.

UN LARGO PROCESO
Dice Jesús: No todo el que diga Señor, Señor entrad en el reino de los cielos. Sino el que hace la voluntad del
Padre que está en los cielos (Mt 7,21). También Jesús puntualizo que, al final del mundo, llegaran algunos
diciendo: Nosotros hemos comido y bebido contigo, hemos profetizado, hemos hecho milagros, hemos
expulsado demonios en tú nombre (Mt 7,22). Dice Jesús que les dirá: No los conozco. Apártense de mis
obradores de iniquidad (Mt 7,23). ¿Qué paso con estos individuos que creían que merecían la salvación? En este
pasaje bíblico, Jesús nos expuso que se puede ser muy religioso, pero sin fe del corazón. Se pueden tener
abundantes obras religiosas, pero sin la fe que salva. Esto nos hace meditar profundamente porque, con
frecuencia, podemos pensar que nos salvamos por nuestras obras buenas, hechas mecánicamente, sin la fe del
corazón, que se exige para la salvación.
Santiago es muy explicito al afirmar: La fe sin obras está muerta (St 2,17). Algo muy importante. Si de veras se
tiene fe, se comprueba con las obras de fe que empiezan a fructificar. No son esas obras las que nos salvan
como que fueran meritos adquiridos para reclamar la salvación. Esas obras de fe, de amor, indican simplemente
que ha habido un encuentro personal con Jesús v una conversión más profunda de la cual comienzan a brotar
esas obra de fe, que Jesús ye en nosotros.
Otro caso clásico es el de Nicodemo. Era: un fariseo que cumplía la ley a rajatabla. Fue a visitar a Jesús; creyó
que el Señor lo iba a felicitar por su santidad de vida. Jesús, por el contrario, le paso encima como una
aplanadora. Le dijo que si no volvía a nacer del agua y del Espíritu no podría ingresar en el reino de los cielos
(Jn 3,5). Aquel hombre apabullado no tuvo más que preguntar: ¿Como puede ser esto? (Jn 3,9). Jesús le dijo:
Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así va ser levantado el Hijo del hombre para que todo el que
crea en él, no se condene sino tenga vida eterna. Porque Canto amo Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito
para que todo el que crea en el no se condene sino tenga vida eterna (Jn 3, 14-16).
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Nosotros, ahora, entendemos que Jesús estaba enviando a Nicodemo al Calvario. En efecto, cuando, mas tarde,
Nicodemo, como fariseo, se jugó el todo por el todo, y llego al Calvario. Entonces entendió lo que Jesús le
quería decir al anunciar que iba a ser levantado en la cruz, ahí comprendió Nicoldermo la inmensidad del
pecado de la humanidad, al constar de que Dios había tenido que entregar a Jesús para que expiara el pecado de
los hombres. También entendió lo que era el amor de Dios que había llegado al extremo de acudir a ese
misterioso hecho de la crucifixión de Jesús para que el mundo se salvara por el sacrificio de Jesús.
Ese es el caso de cada uno de nosotros. Jesús nos manda al calvario. Junto a la cruz por obra del espíritu santo,
comprendemos el amor de Dios que tuvo que entregar a Jesús a la cruz porque era el medio que había escogido
para la salvación de cada uno de nosotros. Dice San Juan que él vio en el calvario que del costado de Cristo,
atravesado por una lanza, salió sangre y agua. La sangre indica lo único que puede borrar el pescado del
hombre. El agua es el símbolo del Espíritu Santo, que Jesús entrego después de haber glorificado a Dios con sus
muerte expiatoria en la cruz.
De la cruz nos viene nuestro nuevo nacimiento del agua y del espíritu santo. De allí los viene la salvación de
Jesús.
Todos, quien mas, quien menos somos como Nicodemo. Jesús nos vuelve a repetir lo mismo que le dijo al
famoso fariseo. Si queremos recibir la salvación, que nos ofrece desde la cruz, debemos creer firmemente en él
y demostrarlo con un nuevo nacimiento del agua y del Espíritu Santo. Con una conversión sincera.
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2 NO UNA SALVACION “LIGHT”

Con frecuencia, por televisión, aparece algún predicador protestante que, cuando alguien le pregunta qué debe
hacer para salvarse, le responde: "Usted no tiene que hacer nada; ya Jesús lo hizo todo por usted en la cruz".
Además, le ayuda a hacer una breve oración: "Hermano, diga conmigo: Jesús yo te acepto en mi corazón, me
entrego a ti, te doy gracias porque me has salvado.; Gloria a Dios, hermano; usted desde ahora va es salvo!"
Todos gritan: "Aleluya, gloria a Dios".
Esta salvación "light", no es la que enseno Jesús. En el Evangelio de san Marcos, las primeras palabras que
pronuncia Jesús son muy claras en cuanto a la salvación. Jesús dijo: El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios
se ha acercado a ustedes; conviértanse y crean en d Evangelio (Mc 1,15). Expresamente Jesús indica que para
ingresar en el reino, para salvarse, primero, hay que "convertirse y creer en el Evangelio". Jesús pide una
respuesta práctica de fe. No puede ingresar en el reino el que no se convierte y pone toda su confianza en Jesús.
Creer, esencialmente, es confiar plenamente en todo lo que Jesús dice y exige.
A Jesús le preguntaron si eran muchos los que se salvaban. Jesús optó por decirles que debían ingresar por una
"puerta estrecha"; que había otra puerta ancha, pero por ahí no se iba la salvación (Mt 7,13). "Puerta estrecha",
significa que Jesús exige algunas condiciones para poderse salvar. La salvación es una gracia, un regalo no
merecido, pero ese regalo no se entrega por la fuerza; hay que recibirlo con la mano de la fe, de la confianza
total en Jesús.
También Jesús dijo en el Sermón de la Montana: No todo el que diga: Señor, Señor, va entrar en el reino de los
cielos, sino el que haga la voluntad del Padre que está en el cielo (Mt 7,21). Jesús fue muy explicito al afirmar
que no quería gente "emocionada", nada más, sino personas que conscientemente enfilaran por el camino del
Evangelio que el proponía. Por eso mismo, Jesús, llego a revelar que el día del juicio, llegaran algunos diciendo:
Señor, Señor, nosotros hablamos en tu nombre, en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos
muchos milagros. Pero entonces, les contestare: Nunca los conocí ¡Aléjense de mi obradores de iniquidad! (Mt
7, 22-23)
Cuando Jesús le dijo a Zaqueo: Hoy ha llegado la salvación a tu casa, fue solo después de que Zaqueo se bajo
del árbol en que se había subido para curiosear y ver quien era aquel personaje famoso del que todos hablaban.
Luego, Jesús le pidió que abriera la puerta de su casa para hospedarlo. Además, tuvo que escuchar la Palabra de
Dios. Jesús no fue a la casa de Zaqueo para contar chistes o a hablar de política, sino para exponer lo básico de
su Evangelio. Cuando se puso de pie Zaqueo no fue para hacer un brindis de bienvenida, sino para hacer una
confesión pública de sus pecados. Acepto que era un pecador público. Pero prometió de ese momento en
adelante, cambiar de vida. Iba a dar la mitad de su riqueza a los pobres y, además, iba a reparar con abundancia
el mal hecho a otras personas (Lc 19, 1-10).
La conversión de Zaqueo no consistió en una emoción religiosa; vino después que la Palabra de Jesús se le
hundió como espada de doble filo, que escudriño sus pensamientos e intenciones (Hb 4,12). Solo entonces,
Jesús le pudo decir: Hoy ha llegado la salvación a tu casa (Lc 19,9).
La salvación siempre es una gracia, un regalo de Dios, no merecido. Zaqueo no tenía ningún merito para que
Jesús se "autoinvitara" para hospedarse en su casa. Zaqueo era un hombre muy malo. Un corrupto comerciante.
Jesús no solo ingreso en su casa, sino que también le ofreció la salvación.
Cuando Zaqueo recibió la oferta de Jesús, muy bien hubiera podido exponer una excusa: "Lo siento: el día de
hoy no puedo recibirte; tengo un compromiso urgente. Otro día, con mucho gusto". El que Zaqueo aprovecho el
hoy de Jesús: Hoy quiero hospedarme en tu casa (Lc 19,5). Eso le valida que Jesús, mas tarde, le pudiera decir:
Hoy ha llegado la salvación a tu casa (Lc 19,9). Todo esto, para Zaqueo, era un regalo de Dios, que él no
merecía. A esto, teológicamente, lo llamamos "gracia".
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NO TIENE QUE HACER NADA...
El día de Pentecostés, Pedro predico con el poder del Espíritu Santo lo básico acerca de Jesús. La gente sinti6
que la Palabra les traspasaba el corazón como una espada. Se pusieron a llorar y gritaban: "¿Que debemos
hacer?" (Hch 2,37). Pedro no les dijo: "Ustedes no tienen que hacer nada; ya Jesús lo hizo todo en la cruz".
Pedro, por el contrario, les dijo lo le había aprendido de Jesús. Pedro les grito. Conviértanse y que cada uno de
ustedes vaya a bautizarse en nombre de Jesucristo, para perdón de sus pecados; y recibirán el don del Espíritu
Santo (Hch 2,38).
Pedro les expuso un proceso para recibir la salvación que Jesús les ofrecía con su muerte y resurrección. La
salvación siempre es una gracia, un regalo no merecido. Pero ese regalo, no se nos impone por la fuerza. Se nos
pide aceptarlo por medio del arrepentimiento de nuestros pecados, de nuestra fe total en Jesús como nuestro
Salvador y Señor de nuestra vida. No es una emoción religiosa, nada más. Es un serio proceso de conversión y
aceptación total del Evangelio de Jesús.
Del pueblo de Israel, Dios decía: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón lejos de Mi (Is 29,13).
Algo, por desgracia, muy común: honrar a Dios con los labios y no con el corazón. Por eso San Pablo acentúa:
Con el corazón se cree para ser justificados, y con los labios se confiesa para ser salvados (Rm 10,10).
La salvación no nos llega solo por actos de culto a los cuales podemos ser adictos.
Sino por lo que hacemos de corazón. En la religión, mente y corazón no pueden estar separados, porque
entonces se da lo que decía el Papa Juan Pablo II: "Divorcio entre fe y vida". Cuando se da divorcio entre fe y
vida, ahí no hay salvación, sino, muchas veces, superstición. El supersticioso es muy duro para convertirse,
porque tiene plena confianza en que con sus actos de culto el se gana la salvación. Por eso mira con desprecio a
los que no llegan a su altura de ritualismo.
Eso fue, precisamente, lo que le sucedía, al religiosísimo Nicodemo. Cumplía al pie de la tetra toda la Ley,
como buen fariseo. Se creía santo. Jesús tuvo que pasarle encima, como una aplanadora, para que entendiera
que necesitaba una profunda conversión. Por eso Jesús, de entrada, le dijo: El que no nace del agua y del
Espíritu no puede ingresar en el reino de Dios (In 3,5). Nicodemo pensó para sus adentros: "Este no sabe quién
soy yo". Jesús le aclaro: Tú eres maestro en Israel y no sabes estas cosas (In 3,10).
Ante esta dura denuncia, Nicodemo tuvo que decir: Como puede ser esto? (In 3,9), que equivalía a: ¿Qué debo
hacer?. Jesús no le dijo: "TU no debes hacer nada...Yo lo hago todo".
En pocas palabras, y simbólicamente, Jesús le resumió a Nicodemo el sentido de la salvación que le llega al
hombre por medio de su sacrificio en la cruz. Jesús le dijo a Nlicodemo: Como Moisés levanto la serpiente en
desierto, así va a ser levantado el Hijo del hombre pun que todo el que crea, tenga en él vida eterna. Porque
tanto amo Dios al mundo que entregó a su fijo unigénito para que todo el que crea en él, no crezca, sino tenga
vida eterna (Jn 3, 14-16). Aquí esta resumida la esencia de la revelación de la Biblia. El amor sin límites de
Dios, que Bendiga al extremo de entregar a Jesús para que muera en lugar del hombre, para que le lleve
salvación a todo el que crea de corazón en la muerte y resurrección de Jesús.
Propiamente, Jesús estaba mandando al Calvario a Nicodemo; solamente, más tarde lo iba a comprender
Nicodemo. Porque junto a la cruz Nicodemo iba a entender la magnitud del pecado del hombre y el amor de
Dios, que tuvo que entregar a Jesús para que en la cruz trajera la salvación del pecado v de la muerte.
Nicodemo tuvo que someterse a un largo proceso de conversión para poder volver a nacer del agua y del
espíritu. Es el mismo camino que el Señor nos pide a nosotros para poder recibir con fe la justificación que nos
quiere entregar. "Justificar", bíblicamente, quiere decir poner en buena relación con Dios. La salvación se inicia
al ponernos en buena relación con Dios por obra del Espíritu Santo.
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Antes, Nicodemo eran un buen judío, ahora, comenzó a ser un buen cristiano, seguidor de corazón de Cristo. En
la Iglesia, abundan los "Nicodemo". Gente muy religiosa; pero que no han vuelto nacer "del agua y del
Espíritu". Como a Nicodemo, Jesús les vuelve a decir: El que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar
en el Reino de Dios (Jn 3,5). Como a Nicodemo, Jesús a todos nos envía al Calvario, para que ante Jesús muerto
y resucitado, tengamos una conversión más profunda y un encuentro personal con El.
La salvación, que Jesús nos quiere regalar, sin merecerla, no es algo sentimental, "light", sino un duro proceso
de conversión profunda, que garantice que, de veras, queremos recibir la gracia de la salvación.

¿SE PUEDE PERDER LA SALVACIÓN?


Es bastante común escuchar en algunas denominaciones protestantes que dicen:
"Salvo una vez para siempre". Entre los protestantes no hay unidad en cuanto esta afirmación de que la
salvación una vez recibida no se puede perder nunca más. Esta fue una idea introducida por Martin Lutero, en el
siglo XVI. Pero en la Iglesia primitiva, en la de los Apóstoles y de los primeros sucesores de los apóstoles, no se
encuentra esta enseñanza.
La doctrina de que la salvación no se puede perder no la encontramos en el Nuevo Testamento. Más bien
encontramos lo contrario. Algunos textos del Nuevo Testamento lo expresan en forma muy clara.

LA ENSERANZA DE JESUS
La enseñanza de Jesús, al respecto, es muy definitiva. Dice Jesús: Y al crecer cada vez más la iniquidad, la
caridad de la mayoría se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ese se salvara (Mt 24,12-13). Jesús
especifica que hay que "perseverar hasta el fin" para salvarse. Se sobrentiende que muchos que comienzan bien,
luego no logran perseverar.
Más tajantes son las indicaciones que da Jesús con respecto a la perdida de la salvación. Por medio de una
comparación con la vid y los sarmientos, dice: Todo sarmiento que en mi no da fruto, lo corta, y todo el que da
fruto, lo limpia, ...Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los
recogen, los echan al fuego y arde" (Jn 15,2.6). Jesús hace referencia a la rama del árbol que, primero, está bien
ligada al tronco, y que, luego, se desprende y ya no recibe la sabia que le llegaba del tronco. Si el cristiano se
desprende de Jesús, como la rama del tronco del árbol, se seca espiritualmente, lo echan al basurero, y, luego,
va aparar al "fuego". La comparación que expone Jesús es muy acertada para indicar como un cristiano puede
perder la salvación al apartarse de Jesús.
En la parábola de las diez vírgenes, invitadas a un gran banquete, Jesús detalla que cinco de ellas se durmieron
mientras esperaban la llegada del novio. Cuando llego el novio, se dieron cuenta de que se les habían apagado
sus lámparas y no tenían aceite de repuesto. Las vírgenes prudentes, en cambio, habían llevado aceite de
repuesto y llenaron inmediatamente de aceite sus lámparas, cuando se les apagaron, y pudieron ingresar en el
banquete. El comentario de Jesús a su parábola fue: Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: señor, señor,
ábrenos! Pero el respondió: En verdad les digo que no las conozco.
Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora. (Mt 25,1-13). En la parábola de Jesús, todas las vírgenes
habían sido invitadas al gran banquete, símbolo de la vida eterna. Pero las que dejaron que se apagaran sus
lámparas, simbolizan a los que no permanecen en Jesús. No pueden ingresar en el banquete del reino de los
cielos. Por eso el Señor nos alerta: hay que permanecer "en vela". Con la lámpara apagada no se puede ingresar
en el reino de los cielos.
Todo esto concuerda muy bien con lo que había escrito el profeta Ezequiel: Cuando yo dijere al justo: De cierto
vivirás, y el confiado en su justicia hiciere iniquidad, todas sus justicias no serán recordadas, sino que morid por
la iniquidad que hizo.... Cuando el justo se apartare de su justicia, e hiciere iniquidad, morirá por ello. (Ez
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33,13-18). El texto de Ezequiel se refiere específicamente al "justo", que se descuido v, por eso, no logro
perseverar en la justicia.

LA ENSERANZA DE SAN PABLO


San Pablo es muy preciso en lo que afirma en cuanto a que la salvación se puede perder. Al dirigirse a los de
Colosa, les advierte: El los ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para
presentarlos a ustedes santos, inmaculados e irreprensibles delante de Él, con tal que permanezcan sólidamente
cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio que escucharon (Col 1,22-23). Pablo
se refiere a cristianos que han pasado de las tinieblas a la luz. Pero hace ver claramente la salvación y la vida
eterna solo la recibirán si "permanecen firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio". Nada de "salvos
una vez para siempre".
Lo mismo les repetía san Pablo a los romanos: Así pues, considera la bondad y la severidad de Dios: severidad
con los que cayeron, bondad contigo, si es que lo mantienes en la bondad; que si no, también tu serás desgajado
(Rm 11,22). Pablo expone el caso de cristianos que estaban en Jesús, pero se desgajaron del tronco, y no se
mantuvieron en la bondad.
San Pablo medita también en su caso particular. No cree que el mismo no pueda fallar. Al contrario, afirma: Los
atletas se privan de todo; y eso por una corona corruptible nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues,
yo corro, no como a la aventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi
cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado (1Co 9,25-
27). Aquí, Pablo no habla de "salvo una vez para siempre". Con humildad san Pablo, que se sentía "justificado",
en estado de salvación, nos comparte que el también debe tomar todas las precauciones necesarias para no ser
``descalificad´´ en el juicio del Señor.
En la carta a los hebreos se dice lo mismo: ¿Como saldremos absueltos nosotros si descuidamos tan gran
salvación? La cual comenzó a ser anunciada por el Señor, y nos fue luego confirmada por quienes la oyeron (Hb
2,3). La Carta a los Hebreos previene acerca de los que ya han sido salvados al creer en Jesús, pero que "han
descuidado la gran salvación". En ese momento, están en peligro de no ingresar en el reino de los cielos.

LA ENSERANZA DE NUESTRA IGLESIA


La teoría de que no se puede perder la salvación recibida, no se encuentra en los escritos de los primeros
cristianos, que estuvieron más cerca de los mismos Apóstoles. En libro Didajé, del año 60, cuando todavía
Vivian San Pedro, san Juan y otros de los apóstoles, se encuentra la siguiente alusión al tema en cuestión:
"Porque de nada les servicio todo el tiempo de su fe, si no son perfectos en el último momento" (La Didaché
16,2).
San Clemente Romano, ordenado sacerdote por el mismo san Pedro, en el año 96, escribe: "Por nuestra parte,
luchemos por hallarnos en el número de los que le esperan, a fin de ser también participes de los dones
prometidos. Mas ¿cómo lograr esto, carísimos? Lo lograremos a condición de que nuestra mente este fielmente
afianzada en Dios; a condición de que busquemos doquiera lo agradable y acepto a Él; a condición, finalmente,
de que cumplamos de modo acabado cuanto dice con sus designios irreprochables y sigamos el camino de la
verdad." (Clemente Romano, Carta a los Corintios, 35,4-8). San Clemente Romano en toda su carta expone la
misma idea de mantenerse fiel hasta el final para salvarse.
San Policarpo discípulo del apóstol San Juan, escribe: "El que a Él le resucito de entre los muertos, también nos
resucitar a nosotros, con tal que cumplamos su voluntad y caminemos en sus mandamientos (Policarpo, Carta a
los Filipenses 2). También es muy definitivo lo que escribe San Ignacio de Antioquia, discípulo de San Pedro y
San Pablo: "No basta solo tener fe sino perseverar en ella hasta el final (Ignacio de Antioquia, Carta a los
efesios, 14,1-2).
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En el libro El Pastor Hermas, de mediados del siglo II, se habla de una visión donde se hace referencia a
cristianos que habían creído, pero pierden su salvación al apartarse del camino de la fe y la obediencia (El
Pastor de Hermas, Visión tercera, 7). A estos escritores de los primeros tiempos se pueden agregar los
testimonios de San Justino (siglo II) y de san Ireneo de Lyon (siglo II).
A los católicos, nos favorecen enormemente los escritos de los escritores que estuvieron con los apóstoles o con
los discípulos de los apóstoles, ya que nos ayudan para interpretar la Biblia con el mismo criterio que ellos
habían aprendido de los apóstoles.
Todo esto nos viene a confirmar lo que Jesús reafirmo varias veces: hay que entrar al reino de los cielos por la
"puerta estrecha". edemas, una vez recibida la salvación debemos permanecer unidos a Jesús para no ser como
las ramas que se desprenden del árbol, se secan y son echadas al fuego. La salvación que Jesús nos ofrece, no es
una salvación "light". El mismo Jesús detalla que hay que ingresar por una puerta "estrecha". También Jesús
especifica que muchos van a querer entrar y no lo podrán hacer.

3 EL PECADO IMPIDE LA SALVACION

El hombre postmoderno esta atormentado por el temor a la guerra química, por d sida, por el cáncer, por la
contaminación ambiental. Pero se muestra totalmente despreocupado por el más devastador de iodos los males:
el pecado. Casi se podría decir que no le interesa; procura adormecer conciencia para que no le reproche por su
dulce pecado en el que quiere permanecer.
El profeta Isaías dice: Las maldades de ustedes han levantado una barrera entre Dios y ustedes (Is 59,2).
Mientras haya pecado en nosotros no nos puede llegar la salvación de Dios. La Biblia, más que definiciones
teológicas acerca del pecado, presenta estampas en las que se exhiben, a todo color, las consecuencias fatídicas
del pecado. Es el mejor método para mostrar lo terrible que es el pecado en la vida de todo ser humano.

Acarrea muerte
En el Génesis, de entrada, nos encontramos con la advertencia que Dios hace a sus hijos a quienes acaba de
entregarles el mundo, "que estaba muy bien hecho". El Señor les indica que pueden comer de todos los frutos
menos del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Este misterioso árbol era el símbolo del pecado. Si
comen, morirán (Gn 2,17), fue la advertencia del Señor. No era ninguna amenaza; era casi una súplica, el ruego
del padre que quería evitarles a sus hijos el sufrimiento. Los primeros seres humanos, instigados por el espíritu
del mal, desconfiaron de Dios, quisieron ser como Dios. Comieron del fruto. En ese preciso momento les Rego
la muerte; no tanto la muerte física como la espiritual: murió su gozo, su serenidad, su bendición. Cuando se
dieron cuenta estaban escondidos huyendo de Dios.
El libro de los indígenas mayas, el "Popol Vuh", describe, fabulosamente, la rebelión de la naturaleza contra los
hombres de madera, que no alababan a los dioses. Se les revelaron sus comales y sus ollas; los perros
comenzaron a ladrarles; los arboles los lanzaban al espacio; los techos de sus casas, como catapultas, los hacían
volar por los aires. Toda la naturaleza se había revelado. Con el pecado ingreso la zozobra, la guerra, tensión.
En teología llamamos pecado "mortal" una falta grave. El que la comete esta es
``estado de muerte´´ delante de Dios. Es como un cadáver ambulante. El Profeta Isaías. Las iniquidades de
ustedes han abierto un entre ustedes y su Dios. Sus pecados le han volver el rostro para no escucharlos (Is 59,
2). De gran hondura espiritual es la imagen Isaías: por el pecado, un abismo nos separa de Dios. El Señor como
que voltea su rostro para no escucharnos. De esta manera Profeta quería acentuar la triste condición pecador.
Dice la Carta a los Romanos: Todos son es y les falta la presencia de Dios (Rm 3, 23). La presencia de Dios es
lo mismo que rostro", su cercanía, su bendición. Los s seres humanos, al pecar, se dan que están totalmente
alejados de se descubren "desnudos"; se sienten totalmente desamparados. Esa es la muerte causa el pecado:
mata nuestro gozo, paz, nuestra bendición.
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Fuera del camino
Todos andábamos como ovejas descarriadas, cada cual seguía su PROPIO CAMINO (Is 53, 6). Pecar es dejar el
camino de Dios para escoger el propio camino. Caín va corriendo a toda velocidad; Dios procura detenerlo, y le
pregunta: Caín, ¿Donde está tú hermano Abel? (Gn 4,9). Caín no quiere dejar su prisa loca, y responde que él
no es custodio de su hermano. Lo que Dios intentaba era detener un momento a Caín; quería ayudarlo a
reflexionar acerca de su pecado; buscaba que se arrepintiera. Caín no quiso detenerse. Siguió corriendo
velozmente. Había dejado el camino de Dios para ir por "su propio camino".
El profeta Isaías anota que los caminos de Dios no son nuestros caminos; como dista el cielo de la tierra así
dista el camino de Dios del nuestro (Is 55, 8). El camino de Dios es el correcto, el nuestro es el torcido. En el
libro del Deuteronomio, con toda claridad, el Señor le dice a su pueblo que si cumplen los mandamientos,
tendrán bendición; si no los cumplen habrá maldición en sus vidas (Dt 11, 26). Si vamos por el camino de Dios
hay paz, gozo, serenidad. Si vamos por el nuestro, seremos zarandeados por las fuerzas del mal. Dios no nos
maldice; somos nosotros los que escogemos ir por el camino de la bendición o de la maldición.
Jesús aseguró: Yo soy el camino, el que me sigue no anda en tinieblas (Jn 8, 12). El camino de Jesús lleva a la
Luz, a Dios. A la salvación. El camino nuestro lleva al padre de las tinieblas, a la confusión, al desconcierto, a
la desarmonía. Una característica del pecador es que, como Caín, siempre va de prisa. Intenta huir de la voz de
Dios que busca hacerlo recapacitar en su pecado. Bien decía el poeta guatemalteco Hernández de Cobos: El
olvido de Dios es preciso para huir del espanto". El pecador pretende olvidar a Dios. No quiere que Dios lo
"convenza", que lo derrote. En alguna forma está fascinado por su pecado, que lo tiene hipnotizado y le hace
creer que es bueno lo malo. El pecador tiene su reloj acelerado y va por un camino que no es el de Dios.

El pecado atrapa
Cuando el Señor entrego sus mandamientos, le advirtió al pueblo que si fallaban, ``el pecado los atraparía´´
(Nm 32, 23). En nuestra vida, o estamos controlados por el Espíritu Santo, o estamos dominados por el espíritu
del mal. No hay término intermedio. David creyó que se podía dar el lujo de ver, pecaminosamente, a una mujer
que se estaba bañando, sin que sucediera nada malo. Cuando David se dio cuenta, su mirada lo llevo al adulterio
con Betzabe; luego pensó que el esposo de Betzabe le estorbaba. Procuro que mataran al esposo de su amante
en la batalla; propiamente fue un asesinato disimulado. David quedo encadenado por su pecado, que lo hizo ir
dando tumbos hacia el mal. El pecado es como un resbaladero; una vez que nos colocamos en el, ya es casi
imposible detenerse; nos deslizamos, cada vez con más velocidad, hacia abajo.
El lean, en la selva, asusta a todos con sus estruendosos rugidos. Pero una vez que ha caído en la trampa, lo
llevan al circo, y toda la gente se divierte con el lean. Sansón era como el lean: infundía pavor a todos por la
fuerza inigualable, que Dios le había dado. Pero cuando Sansón se dejo enredar en el pecado, por una mala
mujer, fue vencido por sus enemigos, que le sacaron los ojos y lo tenían como un payaso para divertirse con él.
Jesús dijo: Todo aquel que comete pecado se hace esclavo del pecado (Jn 8, 34). Esclavo es el individuo que ha
perdido su libertad; está en manos de su amo, que dispone de él a su antojo. Saúl era un joven lleno del Espíritu
Santo; todos admiraban el don de profecía de Saúl; pero se dejo encadenar por su envidia; luego vino el odio:
quiso matar a David. Más tarde, sin ser sacerdote, se precipito para ofrecer el sacrificio; en un momento de
emergencia, va a consultar a una mujer espiritista. Saúl termina suicidándose. El pecado lo tenía totalmente
encadenado.
El hidrópico, obsesivamente, quiere beber más y más agua. Pero no logra calmar su sed. Sigue bebiendo, y se
comienza a hinchar más y más hasta que revienta. El pecador es como un hidrópico, tiene obsesión por el licor,
por el sexo, por la droga, por el odio. Como Saúl se está suicidando poco a poco. Es un muerto en vida, un
cadáver ambulante. Sansón termina amarrado a una rueda de molino dando vueltas y más vueltas. El pecado
encadena, atrapa. Esclaviza. Aleja de la salvación.
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El remordimiento
Dice el Eclesiástico: Feliz el hombre que no peco con sus palabras, ni esta ATORMENTADO por el
REMORDIMIENTO de sus pecados (Edo 14, 1). El poeta francés, Víctor Hugo, tiene un poema que narra que
después que Caín mata a su hermano, comienza a ver un ojo que lo persigue por todas partes. Huye a los montes
y allí está el ojo. Va a las llanuras y allí está el ojo. Los hijos de Caín entonces le construyen una casa
subterránea, y le aseguran que allí estará tranquilo, pero apenas baja Caín a aquella casa bajo tierra, dice: "Allí
está el ojo". El pecador es torturado por la voz de su conciencia, que, en último término, es la voz de Dios.
Herodes había mandado a matar a Juan Bautista. Cuando apareció Jesús, se alarmo Herodes; creyó que era Juan
Bautista que había resucitado. A Herodes lo estaba carcomiendo su pecado. El pecador insiste en frecuentar
lugares ruidosos, fiestas, discotecas; bebe licor en exceso para atontarse; se carcajea con estruendo; pero en el
fondo de su corazón continua escuchando una voz insistente que no lo deja ser feliz. El pecador procura usar
mascaras. Asegura que se encuentra muy Bien; que todo está en su lugar; pero él sabe que está jugando a un
"harakiri" fatal. Dijo Jesús: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Ver a
Dios, aquí, significa tener experiencia profunda de Dios, de su bondad, de su amor. Podría decirse lo contrario:
"Infelices los de sucio corazón porque verán el mar: verán de cerca el mal; serán zarandeados por las fuerzas
malignas, experimentaran los ramalazos del espíritu de las tinieblas.
En el Salmo 32, David expuso, crudamente, su vivencia mientras estaba en pecado. Escribió David: Mientras no
confesé mi pecado, mi CUERPO iba decayendo por mí gemir todo el día.
De día y de noche tu MANO PENSABA SOBRE MÍ; me sentía desfallecer como FLOR MARCHITA. Los
médicos hacen referencia a las enfermedades ``psicosomáticas´´ que tienen su origen en el alma. David anota
que su "cuerpo" gemía: participaba de su turbación anímica. David afirma que experimentaba la mano de Dios,
no como la de un padre que acaricia a su hijo, sino como la mano del padre que lo disciplinaba. El pecador,
como David, siente como una "flor marchita" en medio del desierto. Lo contrario del retrato del hombre
bienaventurado, del que había el Salmo 1, que es como un "árbol junto al rio": tiene siempre sus hojas verdes y
da fruto en todas las épocas del año. El pecador es un hombre atormentado por sus remordimientos. Es alguien
que corre en pos de la felicidad, pero por el camino equivocado.

El dilema
Una vez aprisionados por el pecado, es fácil que seamos como Caín; nos invade una loca prisa; no encontramos
tiempo para hablar con Dios. Mientras el pecador siga corriendo, mientras no se hinque para pedir perdón, será
un muerto en vida. David acepto hincarse para pedir perdón, junto al profeta Natán, que, de parte de Dios le
echaba en cara su pecado; Misericordia, señor, por tu inmensa compasión borrar mi culpa´´ (sal 51,3), dijo
David entre lagrimas. En ese momento se rompieron sus cadenas y cesaron los remordimientos que lo
torturaban.
Cuando alguien reconoce ante Dios su pecado y se confiesa, hay un nuevo Lázaro que sale de su tumba: hay
una nueva creatura en Cristo. De hombre de conflictos y turbaciones, para a ser un hombre de paz, de gozo, de
bendición. De persona esclavizada por el pecado, se torna en hijo de Dios, con la libertad que da el Espíritu
Santo. De oveja descarriada, que anda por abismos peligrosos, se convierte en oveja sobre los hombres del buen
pastor, que la regresa al caliente aprisco. De Jonás angustiado en el oscuro vientre del cetáceo, para a ser Jonás
vomitado en la playa llena de esplendorosa luz.
Cuando Jesús comenzó su evangelización, según cuenta Marcos lo primero que dijo fue: el reino de Dios ha
llegado a ustedes, arrepiéntanse y crean en el Evangelio (Mc 1, 15). Según Jesús, para salir de la esclavitud del
pecado, hay que hacer dos cosas: arrepentirse sinceramente del pecado; luego enfilar por el camino del
evangelio. Allí está la salvación que Jesús propone. El camino de Dios, el camino recto que lleva a la paz al
gozo, a la bendición. A la libertad de hijos de Dios.
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4 JESÚS VINO A SALVARNOS

Con naturalidad llamamos a Jesús NUESTRO SALVADOR, pero, tal vez, sin profundizar cómo nos salva Jesús
y de que nos salva. Salvar en el sentido que se le da en la biblia, significa sustraer a alguien de algún grave
peligro en que se encuentra. El pueblo judío tenía el que pasaba de la esclavitud a la libertad.
El nuevo testamento encontró adecuado el termino ``salvación´´ para indicar la obra de Jesús que nos salvo del
pecado y la condenación, que es su consecuencia. Todo el nuevo testamento nos va exponiendo cómo se fue
llevando a cabo la obra de ``salvación´´ de los hombres por medio de Jesús. Desde un principio, en el evangelio,
se anticipa que el nombre de Jesús significa ``Yahvé salva´´.
El ángel le dice a José que el nombre de su hijo será Jesús, que significa ``salvación´´, porque llega para salvar a
los hombre de sus pecados. Al mismo tiempo, los ángeles les anuncian a los pastores que les ha nacido un
``salvador´´. Cuando Jesús recién nacido es llevado al templo, el anciano Simeón lo toma en sus brazos y le da
gracias a Dios porque ha visto la ``salvación´´. Simeón identifica a Jesús niño con la salvación de Dios.
Jesús, al presentarse pero primera vez en la sinagoga de Nazaret, comienza diciendo que ha sido ungido por el
Espíritu Santo para traer liberación a todos los que estén prisioneros de algo (cfr. Lc 4, 18).
En cierta oportunidad Jesús esta predicando en la sinagoga; un individuo que se encuentra aprisionado por un
mal espíritu, comienza a retorcerse y a vociferar; Jesús ora por él y queda liberado. Ante la palabra del Señor, la
salvación de Dios se hace efectiva para todos los que necesita ser liberados de algo: del pecado, de un mal
espíritu, de una enfermedad, de su tristeza, por eso Jesús les dice: sólo digo esto para que ustedes puedan ser
salvados (Jn 5, 34). La predicación del señor tiene la finalidad de liberar, de salvar, Jesús sin embages, asegura:
yo soy la puerta, el que por mi entre, se salvará, (Jn 10, 9). La figura que emplea el Señor es muy ilustrativa:
Jesús viene para ser esa puerta ``estrecha´´ por medio de la cual puedan pasar los que buscan la salvación.
Ante la palabra del seño, nadie puede continuar lo mismo; o aceptan la ``buena noticia´´ de salvación y la vida
abundante que de ella brota, o persisten en sus pecados, en su falta de salvación.
El avaro Zaqueo acepta que Jesús llegue a su casa; Zaqueo no logra resistir los martillazos de la palabra de
Jesús termina confesándose delate de todos y prometiendo dar la mitad de todos sus bienes a los pobres, y
asegurando que va a reparar el mal que ha causado a los demás. La mujer samaritana, ante la palabra de Jesús,
rompe con sus múltiples adulterios, y va gritando jubilosa, por el pueblo, la alegría de sentirse liberada de su
pasado. Ante Jesús los enfermos con fe son sanados, y los espíritus malos tienen que batirse en retirada.
Toda la obra de Jesús se manifiesta como una obra de salvación. De allí San Lucas afirmara: Vino a buscar y a
salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10). san Pedro, a su vez, en su sermón les decía a las gentes: no hay otro
nombre en el cual haya salvación (Hch 4, 12).

¿Cómo nos salva Jesús?


Lo primero que el Señor hizo al empezar su obra de salvación, fue traer una BUENA NOTICIA acerca de quién
era Dios. Para muchos Dios era alguien lejano, terrible, justiciero a quien se debía temer. Jesús comienza por
afirmar rotundamente que Jesús es un Padre, un Papa; hay que dirigirse a él con la sencillez de un niño; no hay
que dudar en llamarlo "papá".
En la parábola del hijo prodigo, presenta a Dios como el padre que siempre tiene abierta la puerta de su casa
para recibir al hijo rebelde que regresa, para abrazarlo, perdonarlo y hacerle una fiesta. Jesús les hacía ver a las
gentes que así como Dios cuida a las aves del cielo y los lirios del campo, que un día se van a convertir en
basura, con mayor razón tiene cuidado de sus hijos, los hombres, y que hasta tiene contados los cabellos de su
cabeza. Dios tiene un plan de amor para cada uno. Para hacer más asequible la imagen el Señor dijo: El que me
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ye a mi ve at Padre que significa: así como yo perdono, amo, curo, comprendo, compadezco, así lo hace
también el Padre. San Pablo repitió este concepto cuando dijo que Jesús era la imagen visible del Dios invisible
(Col 1, 15). Si alguno quiere tener una idea exacta acerca de Dios, debe centrar su atención en la personalidad
de Jesús. ¡Así es Dios!
Jesús también señalo con claridad cual camino hacia el Padre; dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie
llega al Padre si no es por mi (Jn 14,6). Yo soy la puerta, el que mi entre se salvara (Jn 10, 9). Aceptar el
Evangelio de Jesús, su buena noticia, y enfilar por el camino del Evangelio es pasar por puerta que lleva al
Padre, a la salvación. San Pablo, como predicador experimentado, tan día, expreso, con acierto, lo que era la
predicación del Evangelio, como medio de salvación: El Evangelio es poder de Dios para salvación de los que
creen (Rm 1, 16).

Los términos teológicos


En la Santa Biblia hay algunos términos que expresan la manera en que llega a nosotros la salvación de Jesús.
Es preciso conocer el significado de estos términos.
JUSTIFICACION, en nuestro idioma, significa encontrar razones para "justificar" lo que estamos haciendo o
diciendo. En la Biblia, no tiene el mismo significado. Por el pecado, el pecador sabe que es digno de castigo, de
condenación. Pero resulta que cuando Dios ve al pecador arrepentido, que pide perdón, en lugar de juzgarlo y
condenarlo, lo recibe con amor y le aplica los meritos de Jesús en la cruz. De esta manera, la deuda del pecador
queda totalmente anulada; se rompe la factura de su deuda. Según la Biblia, el pecador queda justificad la
misericordia de Dios sale garante de deuda del pecador.
Esto se encuentra bellamente ilustrado en la parábola del Hijo prodigo. El muchacho rebelde, que se ha hundido
en una vida de pecado, decide volver a pedir perdón a su padre; a toda costa quiere que su padre lo trate como a
un "esclavo"; pero el padre, en vez de eso, lo abraza, lo besa; ordena que le cambien sus sucias vestiduras por
una túnica blanca, que le pongan un anillo en el dedo y que se organice una fiesta. Esa es la "justificación" en el
sentido bíblico. Debido a los meritos de Jesús, Dios Padre, cuando nos arrepentimos y pedimos perdón, no nos
trata como a esclavos, sino que nos regala la vestidura blanca de su Gracia, nos pone el anillo las arras del
Espíritu Santo, y nos organiza una fiesta, una vida nueva, abundante. Y no hay miedo a Dios, sino
agradecimiento y amor por su misericordia hacia nosotros. Por eso San Pablo escribe: Habiendo, pues, recibido
de la fe muestra justificación, estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Rm 5, 1).
Según nuestra justicia humana, merecemos castigados y tratados como esclavos por nuestros pecados y
rebeliones contra Dios. Según la justicia de Dios, que es misericordia, nos perdona nos arrepentimos, nos
perdona, nos llena de su gracia y de su Espíritu Santo. Justificación en la Biblia significa poner alguien en
buena relación con Dios.
San Pablo nos advierte que esta "justificación" nos viene por la fe. Esa fe de que habla Pablo, consiste en creer
firmemente pie Dios es así como Jesús nos dice que es. Que la parábola del Hijo prodigo no es bello cuentecito
oriental, sino una tremenda realidad que se hace efectiva en cada uno ale nosotros, cuando pedimos perdón y
creemos en la oferta de salvación que Jesús nos presenta. A eso es lo que Pablo le llama set. "justificados por la
fe".
RECONCILIACION es otro termino bíblico que nos especifica en qué consiste la salvación de Jesús. Cuando
dos personas están enemistadas y alguien logra que hagan las paces, que vuelvan a ser amigos, allí se da una
"reconciliación". Por el pecado, el hombre se enemista con Dios; lo ofende; se rebela contra sus mandamientos.
De aquí nace el miedo a Dios, la alegría de todo lo que pueda hablar de Dios. Adán escondido es la imagen del
hombre que ha pecado y tiene miedo a Dios.
San Pablo escribió: Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo Jesucristo (Rm 5, 10). Jesús por
medio de su muerte, borra la barrera que el pecado levanta entre Dios y el hombre; ahora, nuevamente, el
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hombre ya puede recibir la bendición de Dios; ya puede dialogar nuevamente con él. Cuando el marido y la
mujer se pelean, se da el caso de alguien que logra mediar entre ellos, que los reconcilia. Para nosotros nuestro
"mediador" es Jesús. Dios envió a Jesús para que con su muerte en la cruz nos demostrara lo mucho que nos
amaba, y para que supiéramos que por la muerte de Jesús, ya no había motivo para andar huyendo de él, como
Adán. Por eso Jesús dijo: Tanto amo Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que crea en el no
se condene, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 16). Jesús vino para reconciliarnos con Dios. Al verlo muriendo
por nosotros en la cruz, nos animamos a no tenerle miedo a Dios, a amarlo y a acercarnos a el que siempre está
dispuesto a recibirnos en su casa.
REDENCIÓN es una palabra que nos hace remontarnos hasta el mundo griego romano, cuando existía la
esclavitud. Alguien podía llegar al mercado de los esclavos y comprar, "rescatar" al que estuviera amarrado por
las cadenas de la esclavitud.
El precio de la humanidad esclavizada por pecado, por el mal, era humanamente impagable; por eso Dios tuvo
que enviar a Hijo Jesús para que él fuera el precio de nuestra redención, de nuestra liberación de la esclavitud en
manos del señor de las tinieblas. Bien decía San Pedro: Ustedes fueron comprados, no con oro y plata, sino con
la sangre preciosa de Jesús, Cordero sin mancha y sin defecto (1P 1, 18-19).
Pero, ¿de qué nos redime Jesús? La respuesta la encontramos en las palabras que Jesús pronuncio cuando hizo
su primera predica en Nazaret; dijo el Señor: El espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha consagrado Mara
llevar LA BUENA NOTICIA a los pobres; me ha enviado a anunciar la LIBERTAD a los CAUTIVOS, y dar la
vista a los CIEGOS; a PONER EN LIBERTAD a los oprimidos; a anunciar el ano favorable del Señor (Lc 4,
18-19).
Aquí está expuesto de que nos libera Jesús. Nos libera de nuestro egoísmo, que nos encadena y nos hace
infelices a nosotros mismos y a los que viven con nosotros. Rompe las cadenas del PECADO que nos
desorienta, nos esclaviza por medio del odio, la impureza, la envidia, el licor, la droga, y tantas otras cosas más.
Jesús viene para liberarnos de nuestras CEGUERAS en cuanto a nuestros criterios antievangélicos, de nuestras
filosofías erradas, de nuestras supersticiones e idolatrías. Jesús rompe las cadenas de la inmoralidad, de la
ambición desmedida, del poder, del sexo, de la droga, del odio.
San Pablo, refiriéndose a esta redención, escribía que Cristo se dio a sí mismo en rescate por todos (Tt 2, 14). El
mismo Jesús aseguro que el venia a dar la vida en rescate por muchos (Mt 20, 28). Todo eso entendemos
cuando afirmamos que Jesús nos vino a rescatar.
El termino PROPICIACION no es común en nuestro léxico de todos los días. De aquí que debemos aclarar que
quiere decir la Biblia cuando afirma que Dios hizo a Jesús instrumento de PROPICIACION por su propia
sangre, mediante la fe (Rm 3, 25). La Biblia "Dios habla hoy", traduce este pasaje, de la siguiente manera, que
es más asequible: Dios hizo que Cristo, al derramar su sangre, fuera el instrumento de perdón. Este perdón se
alcanza por la fe.
Para comprender lo que significa ``propiciación´´ hay que recordar el sentido sacrificio en el pueblo judío del
Antiguo Testamento. El pecador se sentía rechazado Dios. Se valía, entonces, de un sacrificio demostrarle a
Dios su arrepentimiento. Cordero, que inmolaba, simbolizaba su aceptación de que merecía ser destruido por
pecado. El cordero moría en lugar del pecador.
Para comprender mejor el significado de propiación, también nos puede ayudar el recuerdo de lo que era el
PROPICIATORIO, para los judíos del Antiguo Testamento. La parte superior del Arca de la Alianza era una
tapa de oro; allí depositaba el sacerdote un poco de sangre del sacrificio. Esa sangre sobre el propiciatorio era la
que clamaba ante pidiendo perdón por los pecados del pueblo. En el Nuevo Testamento, Jesús es el instrumento
de propiciación; su sangre en la cruz clama por nosotros pidiendo perdón; el que, por la fe, acepta esa
propiciacion de Jesús, queda en paz con Dios, recibe el perdón de sus pecados. Este es el sentido de la
propiciación de Jesús por nosotros.
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Al referirnos a la salvación de Jesús, no nos quedamos solamente en un aspecto negativo en la liberación de
nuestro pecado. Se nos concede ser ``hijos de Dios´´.
La ADOPCIÓN es el aspecto eminentemente positivo que hay que destacar cuando nos referimos a la salvación
que nos viene por medio de Jesús. La carta a los Romanos, en sus capitulo octavo, expone que una vez que
somos perdonados, se nos regala el Espíritu Santo por medio del cual quedamos marcados como ``Hijos de
Dios´´ somos adoptados como Hijos de Dios.
No solo se cancela nuestra deuda, sino que se nos entrega el titulo de ``Hijos de Dios´´. Además se eso dice que
pasamos a ser herederos de Cristo. Cuando San Pablo nos hablo de esta ADOPCION, y de ser coherederos de
Jesús, seguramente tenía en mente lo que significaba la adopción en el pueblo romano. El que era adoptado
como hijo en una familia romana, quedaba eximido de todas sus deudas anteriores y pasaba a gozar de todos los
beneficios de un autentico hijo. Al ser redimidos por Jesús y aceptar ese regalo del señor, por medio y aceptar
ese regalo del señor, por medio del arrepentimiento y la fe, nuestra deuda pasada queda totalmente cancelada, y
se nos entrega el bello titulo de ``Hijos de Dios´´. De esta manera, se completa en nosotros la salvación que
Dios nos ofrece por medio de Jesús.

Apropiación.
Da la impresión que esta salvación que el Señor ofrece sea algo muy aéreo, y que no hay que hacer casi nada
para recibirla, sino solo decir que se ``Acepta´´ a Jesús. A la luz del Nuevo Testamento, no es así. La salvación
que Dios nos envía por medio de Jesús, hay que recibirla muy conscientemente. Con el corazón y con la
inteligencia. San Pablo advertía: si confiesas con tus labios que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios
lo resucito, entonces alcanzaras esa salvación deben entrar en juego, la mente y el corazón. Confesar con los
labios indica que, previamente, algo se ha aceptado en el corazón. Si alguien, de veras, cree en la salvación que
Jesús le ha otorgado, si la ha vivido, ya no puede quedarse callado; tiene que confesarlo. No hacerlo equivaldría
a demostrar que no hay sincera conversión y fe.
Algo más tener fe en la salvación que Jesús ofrece, no es un simple sentimiento. Implica un ``hacer algo´´ que el
mismo Jesús indica. Las primeras palabras de Jesús en el Evangelio de San Marcos son: el reino de Dios ha
llegado a ustedes, arrepiéntanse y crean en el Evangelio (Mc 1, 15). Jesús señala un camino totalmente práctico
para entrar en el reino de la salvación: hay que arrepentirse, romper con un pasado de pecado, y enfilar por el
camino del Evangelio. Jesús fue muy preciso con los discípulos, cuando les dijo: Si ustedes me aman,
practicarán los mandamientos (Jn 15, 14). No hay salvación, si no existe arrepentimiento y cumplimiento de los
mandamientos del Señor.
San Pedro exhortaba a sus fieles a "dar razón de su esperanza" (1P 3, 15). Nosotros hablamos de la salvación.
Es lo esencial de nuestra religión. Por eso mismo debemos saber con certeza, inteligentemente, que significa la
salvación que Dios nos envía por medio de Jesús.
El historiador Jenofonte cuenta que el rey Astiages tenía un oficial llamado Sacas a quien había encargado
alejar a las personas indeseables, e introducir en la mansión del rey a las personas que le eran gratas. El oficio
de Jesús es ser un "mediador" entre Dios Padre y los hombres. Dios Padre, ante el fracaso del hombre por su
maldad y su pecado, envía a Jesús para que sea la "puerta" a través de la que deben pasar los que quieren llegar
a Dios. Jesús, por eso, se presenta como el "camino" para llegar hacia el Padre.
La salvación de la que habla toda la Biblia no es algo puramente intelectual; es algo que cada uno debe buscar y
apropiarse. San Pablo decía: Murió y se entrego por mi (Ga 2, 20). La salvación de Jesús, al mismo tiempo que
es para todos los de buena voluntad, es para mí. Jesús es mi salvador; a me justifica, me reconcilia con Dios, me
redime de mi pecado y de maldad y es instrumento de propiciación para que yo pueda salvarme. Cuando yo, por
la fe, con confianza en la palabra de Jesús, acepto todo esto, me arrepiento de mis pecados y acudo a Jesús, en
ese momento, la salvación que Dios me envía por medio de Jesús, es una realidad para mí. Vivo mi salvación en
esperanza: Si persevero en ese camino, mi salvación será consumada en la eternidad.
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5 JESUS NOS SALVA EN LA CRUZ

Cuando el pecado entre) en el corazón del hombre, todo quedo revuelto: hubo muerte de la alegría, de la
serenidad, de la bendición. Hasta la naturaleza fue infectada por el pecado del hombre. Dios sabía, de sobra, que
el hombre nunca podría curarse a solo de la terrible epidemia del pecado. En su misericordia, desde ese mismo
instante, le prometió UN SALVADOR. El libro del Génesis, en su capítulo tercero, nos da todos los pormenores
de esta maravillosa promesa. El Señor, en lugar de aniquilar a los desobedientes seres humanos, que habían
querido "ser como Dios", les da una nueva oportunidad de rehabilitarse; les hace una promesa fabulosa. Le dice
a la serpiente símbolo del mal; Pondré enemistad entre ti y la y entre tu descendencia y su descendencia:
Su descendencia te aplastara la cabeza (Gn 3, 15).
En ese mismo momento, la Biblia comienza a mostrar como Dios tiene un plan de salvación para los hombres.
"La descendencia de la mujer" indica, en el texto bíblico, aquel pueblo del cual va a nacer el Mesías. Pablo, mas
tarde, refiriéndose al Mesías, anota: Nacido de una mujer (Ga 4, 4,). Desde este primer momento, ya Jesús es
anunciado como la descendencia de la mujer que aplastad la cabeza de la serpiente. Aquí se inicia la
HISTORIA DE LA SALVACION. La historia como Jesús es enviado por el Padre, por medio del Espíritu
Santo, para que sea el SALVADOR DE LOS HOMBRES. Toda la Biblia nos hablará acerca de este plan de
Dios; paulatinamente, por medio de ricas figuras, se va anunciando a Jesús como el salvador de los hombres.

EL SUSTITUTO
A Abraham, Dios le pide que le sacrifique a su hijo Isaac, a quien tanto había esperado. El anciano lo lleva al
monte Moría para cumplir el mandato de Dios. Siente que se le revienta el corazón. El niño lleva sobre sus
espaldas la leña para el sacrificio. Inocentemente, el niño le pregunta a su papa que d6nde está el cordero que
van a sacrificar. Abraham, casi llorando, le responde: Dios proveerá (Gn 22,8).
Abraham ya tiene la mano levantada con d puñal para sacrificar a su hijo; un ángel lie detiene la mano; le
asegura que todo era una prueba de Dios. En eso se escucha balar un corderito; lo atrapan; ese cordero es el
SUSTITUTO del hijo: muere en lugar del niño.
Al leer la Biblia, con la nueva visión que nos da el Nuevo Testamento, nos damos cuenta de que ese cordero
que sustituye al en el sacrificio, es una figura de Jesús. Señor va a morir en la cruz, en otro monte, sustituirnos a
nosotros que merecíamos muerte por nuestros pecados. Eso es lo se llama SACRIFICIO VICARIO.
En el Libro del Levítico se enumeran las reglas para llevar a cabo los sacrificios. El cordero, en el sacrificio, era
el sustituto del pecador. Ese cordero debía ser "sin defecto". Pecador, antes de que el cordero fuera sacrificado,
confesaba sus pecados y ponía sus manos sobre la cabeza del cordero pleura indicar que le transmitía sus
pecados. Le importante aquí no era el sacrificio mismo, sino la confesión de pecados, el arrepentimiento. Por
este medio el Señor concedía a los antiguos pedir perdón por sus culpas. Este cordero sin defecto, nos habla otro
Cordero, el del Nuevo Testamento:
Jesús. El Señor, viene a sustituirnos a nosotros. Muere en lugar de nosotros. Se lleva nuestros pecados. Todos
pusimos sobre el nuestras manos sucias de pecado. Por eso dice la Biblia: El llevo nuestros pecados (1P 2,24).

EL SIERVO SUFRIENTE
En el Antiguo Testamento, la figura más clara de Jesús como el cordero sustituto, que muere para salvar a los
hombres se halla en el capítulo 53 del Profeta Isaías. Presenta al futuro Mesías como un Cordero que es llevado,
en silencio, al matadero. Dice el profeta: Fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió
nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud (Is 53, 5). En este pasaje bíblico, el profeta Isaías remarca
perfectamente el papel del sacrificio vicario de Jesús; el Señor es el Cordero que lleva nuestros pecados; muere
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en lugar de nosotros. Con su muerte nos trae el perdón, la paz, la salvación. El profeta acentúa el sacrificio
voluntario de Jesús; se asemeja a un cordero que voluntariamente llega para ser "traspasado" por los hombres,
para salvarlos.
El mismo profeta había indicado cual era el camino para conseguir esa salvación, que Dios enviaba por medio
de su Siervo sufriente; decía Isaías: Que el malvado deje su que el perverso deje sus ideas; vuélvanse maestro
Dios, que es generoso para perdonar 55, 7). Cuando nos acercamos al Antiguo testamento, con mentalidad del
Nuevo Testamento, es decir, después de habernos encontrado con Jesús como el enviado de entonces vamos
descubriendo a Jesús, a cada paso, bajo el velo de ricas imágenes nos anuncian al Salvador que Dios enviara a
los hombres. Este es el camino que debe seguirse, al leer el Antiguo Testamento. Por eso Jesús decía:
Escudriñen las Escrituras porque ellas hablan de mí (Jn 5, 39).

EL CUMPLIMIENTO DE LA PROMESA
Todo el Nuevo Testamento nos muestra claridad como en Jesús se cumplen todas promesas de Dios de enviar
un salvador para los hombres.
Los Evangelios patentizan que la promesa salvación se ha cumplido. El Libro de los hechos narra cómo los
primeros cristianos proclamaron que la salvación de Dios había llegado en Jesús. Las Cartas de la Biblia son
teológicas acerca de la salvación que Dios nos envió por medio de Cristo. En el libro del Apocalipsis, por
adelantado, se nos anuncia como será, al final de los tiempos, la consumación de la obra salvadora de Jesús.
En su Evangelio, San Juan trae a colación el caso de un hombre llamado Nicodemo; era un gran teólogo y
especialista en la Escritura. Llevaba una vida intachable según la ley. Según los dirigentes religiosos judíos
bastaba cumplir con la ley y, automáticamente, ya se era santo. Cuando Nicodemo Rego de noche, para conocer
a Jesús, porque había quedado impactado por sus obras y palabras, el Señor, de entrada, le dijo: El que no nace
del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5). Aquel hombre quedo desconcertado. No se
esperaba que Jesús le dijera que tenía que comenzar de nuevo. Seguramente esa noche solo inicio su proceso de
conversión. Las palabras de Jesús lo golpearon en lo profundo de su corazón. Su proceso de conversión, según
se aprecia en el Evangelio, fue progresivo, hasta culminar el día viernes santo, cuando no tuvo miedo de estar
junto a la cruz del Señor.
En su dialogo con Nicodemo, Jesús le demostró que para salvarse no basta ser religioso y conocedor de la
Escritura. No basta llevar una vida éticamente buena. El Señor le dijo a Nicodemo algo que lo dejo totalmente
turbado; el Señor le puntualizó:
Te aseguro que el que no nace del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de padres
humanos, es humano, lo que nace del espíritu es espíritu (Jn 3, 5-6). El señor le estaba demostrando a Nicodemo
que solo con el poder humano, con sus propios recursos, no podría alcanzar la salvación. Tenía que ``nacer de
nuevo´´ y eso no era posible de una manera puramente humana, sino solo por el poder de Dios, por el agua y el
espíritu.
el señor se sirvió de una figura muy bella. le dijo: así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así
también el hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna (Jn 3,13-
15). Se refería Jesús a lo que había sucedido en el desierto con los del pueblo judío. Después de haber visto
milagros y prodigios de Dios para sacarlos de la esclavitud de Egipto, se habían puesto a mumurar contra Dios.
Aparecieron entonces, serpientes venenosas que les causan gran mortandad. El pueblo se dio cuenta de que
había perdido la bendición del señor. Se arrepintió, y el señor le do un medio para que fueran curados de las
mordeduras mortíferas de las serpientes. Si querían ser sanados, tenían que ver hacia una serpiente de bronces
que el señor mandó a Moisés colocar en la punta de un palo, que estaba en alto. Los que tenían la fe suficiente
para creer en esa promesa del señor, quedaban curados. Esto era lo que Jesús le recordó a Nicodemo cuando le
dijo que así como la serpiente había sido levantada en el desierto, así también seria puesto en alto el Hijo del
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hombre. Jesús se refería, anticipadamente, a su levantamiento e el Calvario para que nosotros quedáramos
curados de nuestra muerte de pecado.

EL FAMOSO DIÁLOGO
El dialogo de Jesús con Nicodemo es básico para comprender en qué consiste la salvación que Jesús nos trae
departe de Dios, y que se nos comunica por medio del Espíritu Santo.
El nacimiento natural nos convierte en hijos de Adán, infectados por la corrupción. Por la naturaleza somos
inclinados al mal, al pecado. Hay una raíz de mal en nosotros que nos viene de nuestros primeros padres.
Los teólogos, llaman a esa raíz de mal, ``pecado original´´. Si somos de Adán, nuestra mentalidad será
puramente humana, sin el poder de Dios.
Los frutos que vamos a producir, serán frutos de la carne: odios, envidias, lujurias, orgullo, borracheras,
sensualidad (Ga 5,19).por eso, Jesús le dice a Nicodemo que tiene que ``volver a nacer´´. El nuevo nacimiento,
a que se refiere Jesús, es el nacimiento espiritual, que nos hace Hijos de Dios. Los que son guiados por el
Espíritu, son Hijos de Dios, dice la carta a los Romanos. ``Al nacer de nuevo, se nos comunica una nueva
naturaleza, la naturaleza divina que nos habilita para producir frutos del espíritu: amor, gozo, paz, bondad,
benignidad, mansedumbre, fe, templanza´´ (Ga 5, 22).

DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU


Pero para que esto pueda suceder en cada uno, en primer lugar, se necesita u arrepentimiento de lo malo de la
vida pasada. De todo lo que no es de Dios, sino del mundo. el agua, en este caso, simboliza la purificación que
nos viene del arrepentimiento y la confesión de nuestros pecados. Pero todo esto o es posible sin la intervención
directa del Espíritu Santo, que convence de pecado… y lleva a toda la verdad (Jn 16, 8,13).
Lo primero que el Espíritu Santo realiza en nosotros, es un convencimiento de pecado; nos señala lo que le
desagrada a Dios en nosotros, lo pecaminoso. Luego nos concede la gracia suficiente para cortar con el mal y
ser revestidos de la Gracia de Dios sin la intervención del Espíritu Santo, no podríamos arrepentirnos y abrirnos
a la Gracia de Dios. Por eso decía Jesús que hay que volver a hacer ``del agua y del Espíritu´´.
La imagen de la serpiente de bronces, con la que se compra Jesús, es de un gran alcance espiritual. Los que
miraban hacia la serpiente con fe en la promesa de Dios de que serian curados, se salvaban de la muerte. Los
que miran con fe a Jesús, en lo alto de la cruz, reciben la fuerza salvadora que nos viene de la muerte y
resurrección de Jesús. Quedamos curados de nuestros pecados. Quedamos habilitados para tener la vida
abundante que el Señor ofrece a los que creen en él. Por eso, Jesús ante Nicodemo, se presenta como el que
viene para salvar los hombres de la muerte eterna, merecida por haber sido mordidos por la serpiente del
pecado.

LOS ESPEJISMOS
El hombre en su peregrinar hacia la eternidad, es como alguien que se está muriendo de sed de infinito. Muchos,
en ese desierto, son fascinados por ``espejismos´´: creen que han encontrado la fuente que quitara su sed
ardiente en ritualismos, en acumulación de buenas obras, en teologías. Pero la sed solo puede ser calmada por el
agua de la fuente viva que es el mismo Jesús. Nadie más nos puede salvar. Hay que ver hacia lo alto, hacia la
cruz. Jesús es nuestro único salvador.
Todo este proceso se realiza por medio de un regalo de Dios, que nosotros no merecemos. Simplemente Dios
nos da la oportunidad de salvarnos, si nosotros nos atrevemos a creer en su promesa de ver hacia lo alto, hacia
la muerte expiatoria de Jesús, el Cordero que quita el pecado del mundo. Esto es gratis, pero implica la
respuesta del hombre. Es como en el caso del enfermo; el médico puede proceder a operarlo solamente si el
enfermo da su autorización. El médico ofrece su ``salvación´´; pero si el enfermo rehúsa, el médico no puede
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operar. Todo esto esta, gráficamente, expresado en el Apocalipsis. Allí se exhibe a Jesús como el que toca la
puerta de nuestro corazón y dice: si abres la puerta, entrare y cenare contigo (Ap 3,20). Dios es todo poderoso
para abrir la puerta; pero respeta la libertad del hombre solo el que habita dentro de la casa puede abrir la
puerta. Jesús ofrece su salvación; solo el que acepta a Jesús como su Salvador, y abre su puerta, puede ser
salvado. Cuando Zaqueo abrió la puerta de su casa a Jesús, y confeso sus pecados ante todos, el señor le pudo
decir: Zaqueo hoy ha llegado la salvación a esta casa (Lc 19,9).
El carcelero que cuidaba a Pablo, en Filipos, le pregunto: ¿Qué debo hacer para salvarme? Pablo le respondió:
Cree en el Señor Jesucristo y te salvara tú y tu familia (Hch 16,31). Creer en Jesús no es simplemente aceptarlo
``intelectualmente´´, sino aceptar el camino de salvación que él propone: el Evangelio.

UN MUNDO NO SALVADO
A nuestro alrededor, en el mundo en que vivimos, observamos tantos signos antievangélicos: guerra,
sensualidad, violencia, egoísmo, idolatría del dinero, del sexo, del poder. Es un mundo no salvado. Es un mundo
que `` no ha nacido de nuevo´´. Es hijo de Adán, y, por eso, produce los frutos de Adán; el pecado. El mundo,
asombrosamente, es un gigante en el progreso. Pero en el espíritu es un enanito. Alguien que no ha nacido del
agua y del Espíritu. Por eso, sus filosofías, sus criterios, y hasta sus teológicas producen los frutos de hombre o
renacido. Es un mundo mordido por las venenosas serpientes del pecado. No basta la educación, ni el progreso,
ni la técnica para que el mundo se salve. la única manera de salvarse es la que ya indico Jesús: hay que ver hacia
lo alto, ya no, ahora, a la serpiente de bronces, sino a Jesús que, desde el Calvario, nos entrega el valor de su
sangre redentora. El que alargue la mano con fe en la palabra de Jesús, podría recibir la salvación. En ningún
otro hay salvación (Hch 4,12), les decía San Pedro a sus oyentes, cuando predicaba con el fuego el Espíritu
Santo.
Para todo el que, agobiado por el peso de su pecado, pregunte, alguna vez: ¿Qué debo hacer para salvarme?
(Hch 16,30), la respuesta sigue siendo la misma que ya dio Pablo: CREE EN EL SEÑOR JESUCRISTO Y TE
SALVARÁS TÚ Y TU FAMILIA (Hch 16,31). O lo que dijo Jesús: tanto amo Dios al hombre, que envió a su
hijo único para que todo el que crea en él, no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16)
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6 MI SALVADOR PERSONAL

Un caso muy común en la iglesia: muchas personas conocen a Jesús ``de oídas´´; pero no personalmente. es
decir, desde niños han sido bautizados porque nacieron en una familia cristiana, han frecuentado la iglesia, los
sacramentos; pero Jesús no es alguien a quien amen de corazón, en quien confían plenamente. Jesús para ellos
es alguien muy bueno, el enviado de Dios que murió y resucitó para salvarlos; pero ese Jesús, de quien tienen
nociones teológicas, no es su amigo personal, su Señor. No logran tener una relación más profunda con él.
Cuando Job tuvo su tragedia espantosa, al principio, se sostenía con fe. Conforme fue avanzando la desgracia,
llegó a tambalear. Hasta quiso citar a Dios a un juzgado para pedirle cuentas de lo que estaba sucediendo. Más
tarde, Job va a analizar su situación: solo conocía a Dios ``de oídas´´. Por eso iba dando tumbos en su fe.
Cuando lo conoció personalmente, se aferro a él y a su proyecto hacia él con todo su corazón (Jb 42).
Un Jesús `` de oídas´´ no logra convertir en profundidad a una persona. Un Jesús ``de oídas´´ solo engendra
cristianos tibios, sin compromiso con su iglesia y con la sociedad. Sin un encuentro personal con Jesús no existe
el verdadero cristiano.

EL ENCUENTRO
Zaqueo se hallaba subido en un árbol para ver pasar a aquel personaje famoso de quien todos hablan: Jesús. El
señor lo miro y le dijo le gustaría que lo invitara a su casa. Zaqueo bajo inmediatamente. Hasta ese momento
había un Zaqueo que se había encontrado con el famoso personaje Jesús. Pero todavía no había tenido su
encuentro personal con él. Ese encuentro llegó cuando Zaqueo recibió a Jesús en su casa y, después de escuchar
su palabra de vida, determino romper con su vida de explotador. El encuentro personal de Zaqueo se verifico
cuando no solo le abrió a Jesús la puerta de su casa, sino también la de su corazón; cuando Zaqueo se confesó
delante de todos y prometió que repararía el mal que había hecho y daría la mitad de su riqueza a los pobres. En
ese momento Zaqueo tuvo su encuentro personal con Jesús. En ese momento también Jesús le pudo decir: hoy
ha llegado la salvación a tu casa (Lc 19,9).
La mujer samaritana se encontró con Jesús en el pozo de Sicar; lo reconoció al principio como un profeta. Pero
su encuentro personal con él llegó hasta que acepto la nueva agua que lleva a la vida eterna, que Jesús le
ofreció. Cuando la mujer samaritana acepto ante Jesús sus múltiples adulterios, y le pidió que le diera de su
agua de vida eterna, entonces llego para ella su encuentro personal con Jesús. Su salvación.
El ladrón, crucificado a la derecha de Jesús, estuvo junto a Jesús durante toda la trayectoria hacia el Calvario, y
durante seis horas que estuvo junto a la cruz del Señor Pero su encuentro personal con Jesús, solo llegó cuando,
después de seis horas de estar escuchando las "siete palabras" de Jesús, terminó confesándose en público como
un delincuente, y acudió a Jesús para que le concediera un lugar en su reino. Propiamente las palabras de Jesús
en la cruz lo habían quebrantado; por eso le pedía que reinara en su vida.
Pilato tuvo a Jesús frente a frente. Lo escuchó hablar. Captó que era inocente. Se valió de varias artimañas para
salvarlo. Pero, ante las amenazas del pueblo de que lo acusarían ante el Cesar, tuvo miedo de perder su alto
puesto, y termino entregándose a los dirigentes del pueblo judío para que lo crucificaran
Pilato, al verse acorralado por los dirigentes religiosos, dijo: ¿Qué voy a hacer con el que ustedes llaman el rey
de lo9s judíos? (mc 15, 12). Pilato no supo resolver esta pregunta. Perdió la oportunidad de tener encuentro
personal con Jesús, que cambiara el rumbo de su vida. Si en ese momento, Pilato hubiera aceptado a Jesús,
ciertamente no hubiera muerto suicidándose. Sería otra historia. Tal vez, lo recordaríamos como san Poncio
Pilato.
El encuentro personal con Jesús se caracteriza por el descubrimiento de Jesús como el enviado de Dios, para
salvarnos por medio de su muerte en la cruz, y para entregarnos su salvación por medio de su Espíritu Santo, al
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resucitar. Esto hace que la persona dé un viraje completo en su vida. Como Zaqueo, la samaritana y el buen
ladrón, la persona, ante la Palabra de Dios, se siente impelida a romper con su hombre pecaminoso. Además, da
un paso de fe, para poner toda su confianza en la obra redentora de Jesús, y en su Evangelio, que él propone
como camino para recibir la salvación. Así se cumplen las dos condiciones que Jesús reclama para ingresar en
su reinado: Arrepiéntanse y crean en el Evangelio (Mc 1,15).
Mientras la persona no haya pasado en su vida por esta crisis de conversión, no se Puede llamar cristiano de
corazón. Puede ser un cristiano de nombre, de los que abundan nuestra Iglesia; pero no un cristiano
evangelizado y convertido.

Como se llega a ese encuentro personal


Hay una estampa bíblica que gráficamente indica cual es el proceso en la conversión del cristiano. Me refiero a
la escena del apocalipsis en que Jesús resucitado se presenta tocando la puerta y diciendo; he aquí que estoy a la
puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta, entrare y cenare con él. (Ap 3,20)
Lo primero es OIR los toques a la puerta es por medio de la predicación de la palabra que Dios llega a nuestra
vida: que toca a nuestra puerta. Por eso pablo insistía en que la fe viene de la predicación (Rm 10,17). Jesús por
eso, a todos sus seguidores les ordena ir y llevar “su mensaje”. Es por medio de ese mensaje que la puerta del
corazón se puede abrir. La palabra de Dios va con el poder del Espíritu Santo y se introduce como espada de
doble filo en las profundidades del alma humana. San Pablo tenía mucha experiencia en la predicación, y , por
eso mismo, llego a escribir: no me avergüenzo del Evangelio de dios que es Poder de Dios para salvación del
que cree (Rm 1,16)
De aquí la importancia capital que debe darse en la nueva evangelización a la difusión del Evangelio por todos
los medios posibles. Nadie está eximido de esta tarea evangelizadora, de ser un heraldo de Jesús para llevar su
mensaje a cualquier lugar. Por medio de ese mensaje, los que no han tenido un encuentro personal con Jesús,
comenzarán a escuchar toques muy fuertes a su puerta. No podemos quedarnos tranquilos ante Jesús, mientras
no estemos procurando, por todos los medios de que disponemos, que muchas puertas sean "aporreadas" para
que se abran a la salvación que Jesús ofrece.
ABRIR LA PUERTA significa aceptar las condiciones que Jesús expone para poder ingresar en la vida de las
personas: "Arrepentirse y creer en el Evangelio" (Mc 1,15). Lo más difícil para una persona es renunciar a ser
gobernada por su yo para dejarse gobernar por Jesús que indica un camino muy distinto del que el mundo nos
muestra para ser felices. Reconocerse culpable y cortar con el pecado es la aventura más arriesgada para un ser
humano. Ese es el primer paso que Jesús pide al que quiera que entre en su casa, y le lleve la salvación.
El Otro paso es CREER EN EL EVANGELIO. Confiar Plenamente en la obra de salvación de Jesús Como el
camino enviado de Dios, y en que nos propone para poder llegar a Dios.
Es impresionante que se convirtió más rápidamente el pecador Zaqueo que el piadoso Nicodemo. Zaqueo se
dejó penetrar por la palabra de Jesús, y, ese mismo día, se entregó a él. Nicodemo, en cambio, se tomó su
tiempo. No se atrevía a optar por el camino de Jesús y a dejar su religión de fariseo.
La mujer samaritana no abrió su puerta a Jesús desde un principio. Se mostró muy reacia. Hasta quiso discutir
con Jesús acerca de asuntos teológicos. Con paciencia y mucho amor, Jesús la fue evangelizando hasta que
aquella mujer, de adúltera, se convirtió en gozosa evangelizadora.
Un día San Francisco de Sales determinó ir a visitar a un docto amigo que se había alejado de la Iglesia. Trató
de convencerlo para que regresara, para que se convirtiera Hubo un momento en que aquel hombre se levantó
de su escritorio y descorrió una cortina: allí tenía escondida a una hermosa mujer. Aquel individuo, le dijo a San
Francisco: "Por esto no puedo". Jesús y el pecado no pueden cohabitar. Para que Jesús logre ingresar en la
propia vida, antes hay que eliminar lo que impide su presencia: el pecado. Esta es la traba que lleva a no abrir su
puerta. Tal vez la abran un poquito, nada más: quieren coquetear con. Dios y con él diablo. Jesús respeta la
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libertad: no echa abajo la puerta: se contenta con tocar y tocar. Jesús no entra mientras la puerta esté totalmente
abierta. No quiere ingresar como ladrón por una puerta entreabierta.
Jesús no ingresa en una casa mientras no se le invite a pasar, no como un pordiosero, sino como el Señor de la
casa. Tener la puerta "entreabierta" para Jesús es la actitud de muchos que desde niños han sido bautizados,
pero que nunca han llegado a una conversión profunda: por eso se encuentran en un impase: quieren ser
cristianos, pero sin renunciar a los criterios del mundo, a lo pecaminoso. Quieren la bendición de Jesús, pero sin
arrepentirse del todo y sin poner su confianza plena en el Señor.
Es grande el número de cristianos "a medias", que pertenecen a esta categoría' tienen su puerta "entreabierta"
para Jesús. No rechazan al Señor del todo; pero tampoco le abren de par en par la puerta de su casa Jesús. El.
Señor con respeto permanece de pie frente a la puerta esperando que se abra de par en par.
CENAR CON JESÚS, en el Apocalipsis, simboliza recibir la salvación de Jesús, la vida abundante en el
Espíritu Santo que él ofrece a los que le abren la puerta de su corazón. Cuando Jesús fue aceptado en la casa del
pecador Zaqueo, le dijo: Hoy ha llegado la salvación a esta casa (Lc 19,9). Cuando el buen ladrón acudió a
Jesús para que reinara en su vida, el Señor le contestó: Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23,43). Cuando la
mujer samaritana quedó vencida por la palabra amorosa de Jesús, comenzó a experimentar que el agua que salta
para la vida eterna comenzaba a brotar en lo profundo de su corazón. Había llegado la salvación a su vida.
Aceptar a Jesús para cenar indica, precisamente, la salvación de Jesús, que no consiste únicamente en ser
perdonados, sino en gozar de los beneficios de ser liberados del pecado, del egoísmo, de la muerte eterna, de
todo lo que impide realizarse como hijos de Dios. La salvación que Jesús lleva a los corazones, que le abren sus
puertas, se manifiesta en gozo inexplicable. Esto lo expresó muy bien San Pedro cuando indicó cómo hacer para
abrirle la puerta a Jesús; decía Pedro: Arrepiéntanse y háganse bautizar en nombre del Señor Jesús para que
sean perdonados sus pecados, entonces van a recibir el don del Espíritu Santo (Hch 2,38). Aquí Pedro expone
las dos mismas condiciones que Jesús había planteado para poder ingresar en el reino de Dios.
Para San Pedro, bautizarse equivalía a aceptar a Jesús como Salvador y Señor. Cuando esto sucede,
inmediatamente, Jesús es el que sirve la cena: regala la experiencia del Espíritu Santo, que, según San. Juan, son
ríos de agua viva que brotan en lo profundo de nuestro corazón (Jn 7, 37-39).
¿HUÉSPED O SEÑOR?
El engaño de muchos es creer que se le puede abrir la puerta a Jesús y recibirlo solamente en la sala de la casa,
como un huésped. Jesús no acepta eso. Cuando el Señor ingresa en la casa, entiende que se le recibe
como "Señor", como el dueño absoluto de todo. De aquí que se le deben entregar a Jesús las llaves de
todas las habitaciones de la casa. No se permite reservarse para sí ninguna llave. Algo más. Cuando el
Señor ingresa en la casa, entra como Señor, y, por eso mismo, comienza a dar órdenes. Jesús comienza
por decir: Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz síganle (Mc 8,34). Es
algo muy comprometedor recibir a Jesús. Decirle que es el Señor de la casa,
Al ingresar en nuestra vida, el Señor pide que NOS NEGUEMOS a nosotros mismos: que va no sea el Yo el
que controle, nuestra vida, sino el Espíritu Santo que nos convence de pecado, nos recuerda lo que Jesus enseña
y nos lleva a toda la verdad.
TOMAR LA CRUZ es, en todo el sentido de la palabra, dejarse crucificar con Jesús, Dejarse moldear por Dios
conforme a principios del Evangelio. El "hombre viejo" debe morir para que aparezca una “nueva criatura”
según el espíritu evangélico.
El seguimiento de Jesús debe caracterizarse por seguir fielmente y con gozo el camino de Salvación que el
Señor viene a enseñar. Bien decía Jesús: Si ustedes me aman, practicarán mis mandamientos (in 14,15).
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Aceptar a Jesús en la propia vida es ingresar en el reino de Dios. En el reinado de Dios. En ese momento, como
Pablo, se puede decir: Ya no vivo 'yo, sino es Cristo el que vive en mi' (Cal 2,20). Dios reina en una persona
cuando aparece el signo de Dios: el amor. San Juan, por eso, cuando quiso definir a Dios, escribió: Dios es amor
(1Jn 4,8). Señal de que Jesús ha sido aceptado por una persona en su vida es que esa persona comienza a
distinguirse por sui amor a Dios y al prójimo, sobre todo al que está en necesidad. Si no aparece el amor en una
persona, habrá pero no reinado de Dios en ella. Donde Jesús el señor, donde él reina, se irradia amor, que es la
única y autentica señal de Cristo.
Pero el señor no ingresa en casa para formar una isla de espiritualidad con el individuo. Jesús ingresa, lleva la
salvación, llena de su Espíritu Santo, enseña, y luego envía a todos a ser "pescadores de hombres". Envía a amar
al prójimo. A cumplir con los deberes como ciudadanos y como miembros de la Iglesia. Dice Jesús: Ustedes son
la sal de la tierra; ustedes son la luz del mundo (Mt 5, 13- 14) El concepto de cristiano replegado sobre sí
mismo, buscando su propia santidad, no es lo que Jesús quiso para sus seguidores. El Señor a todos los que lo
reciben, los envía a continuar su obra de salvación.
Todo esto indica que abrirle la puerta a Jesús, recibirlo en la propia vida, no es una bonita figura literaria, sino
algo sumamente comprometedor que viene a revolucionar toda la vida en nuestra relación con Dios, con
nosotros m,ismos y con los demás.

ALGO INDISPENSABLE
Algunas veces escucho que alguien, como para justificar su cristianismo mediocre dice: "Mi mamá es muy
católica; mis padres son muy piadosos". Todo muy bien, pero hay que recordar que nadie puede aceptar a Jesús
en lugar mío. Debe ser una aceptación personal.
Jesús, primero, les preguntó a los apóstoles qué decía la gente acerca de él. En seguida, les objeta: Y, ustedes,
¿qué piensan acerca de mí? (Mt 16,15). Jesús a sus apóstoles les pedía que se definieran personalmente con
respecto a él. A Jesús hay que aceptarlo personalmente. Nadie puede abrir la puerta a Jesús en lugar nuestro.
Debe ser un acto muy personal.
Es lo más importante de mi vida. Jesús fue muy claro cuando dijo: El que crea y se bautice, se salvará, el que no
crea se condenará (114c 16,16). Un dilema trascendental en mi vida. Jesús debe ocupar el primer lugar en mi
existencia. Jesús decía: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su vida? (Mt 16,26). ¿De qué
me sirve ser aquí un "triunfador", si en la eternidad puedo ser "frustrado" en el infierno, así como suena? Son
palabras de Jesús. No es ningún invento humano. Al hombre moderno le repugna que se le mencione el
infierno. Cree que es un mito, algo pasado de moda. Es Jesús mismo el que, sin paliativos habla de salvación o
condenación. De cielo o de infierno. Jesús habló más del infierno que del cielo. De aquí que recibir a Jesús, su
salvación, debe ocupar el primer lugar de nuestra vida.
San Agustín cuenta que cuando él se planteaba el problema de su conversión, siempre decía: "Mañana". Y así se
le fueron muchos años de su vida perdidos en el pecado. Una de las verdades más evidentes es que no somos
dueños del "mañana".
Sólo disponemos de estos segundos en los que estamos pensando. Por eso, San Agustín decía: "Temo al Señor
que pasa". El Señor pasa hoy. No sé si cuando pase mañana estaré todavía con vida. Muchos dijeron: "Mañana
me convertiré", y amanecieron en el infierno. No se trata de asustar a nadie; pero si de despertar a muchos que
tranquilamente duermen en el fatal sueño del pecado.

ALGO DEPINITIVO EN LA VIDA


Jesús se encontraba en una invitado para una comí casa como da. Se acercó a él una mujer de mala vida. No dijo
nada. Únicamente comenzó a regar con sus lágrimas los pies d, Jesús. Rompió su vaso de alabastro-carísimo, y
ungió la cabeza del Señor. Esta mujer con esos gestos estaba culminando su proceso de conversión.
Seguramente, antes había escuchado la palabra de Jesús que se había introducido en su corazón. Ahora, estaba
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allí para demostrarle su "arrepentimiento" y su "fe" plena en él. En ese momento estaba abriendo la puerta de su
casa a Jesús. Durante muchos años esa puerta había permanecido totalmente cerrada: era una mujer pecadora.
Una prostituta. Apenas aquella mujer cumplió con las condiciones que Jesús ponía para poder entrar en un
corazón, al instante, el Señor ingresó en su vida; le dijo: Tus pecados son perdonados.. .Tu fe te ha salvado, vete
1 en paz (Lc 7,48-50). De esa manera, Jesús entra en la vida de la que había sido prostituta. El evangelio no da
más datos acerca de esta mujer pecadora. Pero, seguramente, en ella sucedió corno con la samaritana: se retiró
llena de gozo, de paz, de Gracia.
Una característica del que se encuentra personalmente con Jesús es la paz, el gozo, la bendición. El encuentro
personal con Jesús debe dejar marcada a la persona para toda la vida. Debe dividir su tiempo en antes de Jesús y
después de Jesús. Es una lástima que para muchos, este encuentro personal con Jesús no se ha realizado nunca
en su vida. Para ellos Jesús es un personaje famoso de un libro de historia: enviado de Dios, muy bueno y santo;
pero allá lejos, hace 2000 años. Un Jesús "de oídas", no experimentado, no logra revolucionar la vida. Un Jesús
lejano solamente da origen a una religión legalista en la que, más que amor a Dios, hay miedo a Dios. Una
religión en la que la relación con jesús es una relación ritual y no de corazón.
Pablo, al principio, no podía oír hablar de Jesús. Perseguía a sus seguidores. Cuando Pablo tuvo su encuentro
personal con Jesús, quedó marcado para siempre. Pablo fue un devoto de Jesús. Llegó a escribir: Para mi la vida
es Cristo; ya no vivo yo, sino que es Cristo el que vive en mi; todo lo considero basura comparado con el
conocimiento de Nuestro Señor Jesucristo (Flp 3, 8). Cuando Pablo estaba por morir, decía: Deseo morir y estar
con Cristo. Pablo llegó a tener un verdadero encuentro personal con Jesús. Vivió su encuentro con Jesús toda su
vida.
Lo mismo le aconteció a Pedro. Este apóstol llegó a amar a Jesús, entrañablemente. Después de la resurrección,
cuando Jesús le preguntó si lo amaba, Pedro le respondió: Señor, tú sabes que te amo Un 21,17). Pedro había
negado al Señor en lo rudo de la tentación; pero seguía amando a Jesús, por eso no "amargamente", cuando el
Señor de lejos le vio, después que Pedro lo había negado tres veces. Pedro vivió una relación de amor y
confianza total en Jesús. Por eso le llegó a decir: Señor, ¿a quién iremos?: Solo tú tienes palabras de vida eterna
(Jn 6, 68).
La nueva evangelización debe buscar, por todos los medios, la manera de llevar a tantos bautizados, que tienen
una relación social, ritual con Jesús, a un verdadero encuentro personal con Jesús. Mientras un cristiano
conozca a Jesús "de oídas", nunca será un cristiano comprometido, gozoso. Cuando alguien se llega a encontrar
personalmente con Jesús, como Pedro, como Pablo, como la Samaritana, como Zaqueo, y como tantos otros
mas, entonces su religión deja de ser un frio rito de culto para convertirse en una le1acion en Espíritu y en
Verdad con el Señor. Esta debe ser la culminación de toda evangelización llevar a las personas a una sincera
conversión que les haga encontrarse personalmente con Jesús. Como la samaritana, se van a convertir en
evangelizadores gozosos.
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7 La biblia, libro de salvación

Es muy importante encontrase con personas que afirmen, tranquilamente, que ellas practican la religión a “su
manera”. Este es un solemne disparate. Nosotros creemos que nuestra religión es “relevada”, es decir, estamos
seguros de que Dios ha hablado, se ha manifestado y ha indicado como debemos relacionarnos con él. La
religión, entonces, no puede vivirse a “nuestra manera”, sino como Dios lo ha ordenado.
La carta a los Hebreos inicia con un precioso párrafo donde se sintetiza la enseñanza de la Biblia con respecto a
la revelación de Dios; dice así: En tiempos antiguos dios hablo a nuestros antepasados, muchas veces y de
muchas maneras por medio de los profetas. Ahora en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su hijo,
mediante el cual creo los mundos y al cual ha hecho heredero de todos los mundos y al cual ha hecho heredero
de todas las cosas. El es el RESPLANDOR GLORIOSO DE DIOS, la IMAGEN misma de lo que Dios es y el
que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa (Hb 1, 1-3)
En este texto, en primer lugar, se nos hace ver como es Dios el que por amor toma la iniciativa de comunicarse
con los hombres por medio de la Palabra. Dios para llegar a los hombres se vale de instrumentos humanos, los
profetas, en la etapa final del mundo, el instrumento escogido es Jesús por medio del cual nos envía la
revelación definitiva.
Para esta comunicación, continúa diciendo el texto, Dios emplea múltiples formas: sueños, visiones, signos,
gestos, palabras. Lo cierto es que todas esas comunicaciones de Dios en el pasado, se vienen a resumir en el
mensaje que trae Jesús como el mensajero, fuera de serie, que Dios envió por eso la carta a los Hebreos afirma
que Jesús es el RESPLANDOR de la gloria de Dios; también dice que Jesús es la OMPRONTA DE DIOS.
Estas expresiones las traduce San Pablo de una manera más inteligible, cuando afirma que Jesús es la imagen
visible del Dios invisible (Col 1, 15). Jesús es Dios en medio de nosotros, que viene a hablarnos, a decirnos que
nos ama, y a mostrarnos el camino de la salvación.

ISRAEL SE ENCUENTRA CON DIOS


En la Biblia, cuando el pueblo de Israel habla de Dios, cuenta su historia: cómo Dios se le manifestó, cómo lib
ro, espectacularmente, de la esclavitud de Egipto. Por eso el libro del Éxodo para el israelita es un documento
básico. Allí se resume su experiencia de Dios que se mete ' en su historia y lo acompaña en su camino de
liberación. Un pasaje esencial del Éxodo es la escena en la que Dios, desde la zarza ardiente, le dice a Moisés:
HE VISTO la opresión de mi pueblo en Egipto, HE OÍDO el clamor que le arranca su Opresión CONOZCO su
angustia: voy a bajar a liberarlo... (Ex 3, 7-8). Ese es el Dios con el que se encuentra el pueblo israelita. Un Dios
que no está ausente, sino que escucha, ve y actúa en favor de su pueblo.
Además, Dios mismo, se presenta, y, por medio de su profeta Moisés se identifica; le re el su nombre: yo SOY
EL QUE SON Ese es el nombre con que Dios se presenta al pueblo que él ha escogido para que sea su familia.

Dios se da a conocer
Dios mismo toma la iniciativa para darse a conocer. Le dice al pueblo: para que sepan que yo soy el Señor (Ex
10, 2). Para eso los deslumbra con multitud de prodigios. Luego les dice: Te ha hecho ver todo esto para que
sepas que el Señor es el verdadero Dios y no hay otro (Dt 4, 35). Por medio de su intervención maravillosa y
espectacular en la liberación del pueblo. Dios quiere que sus elegidos conozcan su amor, su poder, su fidelidad,
y justicia.
El libro del Éxodo retrata a Moisés que platica con Dios "cara a cara corno con un amigo" (Ex 33, 18). Moisés
se anima y le ruega que le muestre "su rostro". En la Biblia mostrar el rostro es lo mismo que manifestar la
personalidad. Dios le responde a Moisés que es imposible porque él es humano, ningún humano puede ver a
Dios y seguir con vida. Mi rostro no puede verlo nadie quedar con vida... Me venís de espaldas (Ex 33, 18-23).
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La expresión "me verás de espaldas' significa que Dios se da a conocer a Moisés, pero no en toda su plenitud;
únicamente le manifiesta lo que le es posible conocer como humano. Dios se da a conocer al pueblo de Israel,
pero no en su totalidad; su rnismo nombre, "Yo soy el que soy", le dice mucho y le dice poco a la vez. Es el
misterio de Dios, que el hombre no puede conocer. Dios le revela al hombre algo de su personalidad para que el
sepa que existe y pueda comunicarse con él.
Dios se le manifiesta al pueblo de Israel para que lo conozca, para que se entere de su predilección; pero, sobre
todo, para salvarlo de su esclavitud en Egipto. Le dice: Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de Egipto (Ex
20,1). Este será el estribillo del Antiguo Testamento. Dios continuamente le tiene que recordar a su pueblo
cómo lo liberó. El pueblo es sumamente olvidadizo. Tiene que recordar su encuentro con el Dios que lo liberó.
Sólo él lo podía hacer. Es, pues, un Dios salvador, liberador.
Pero, una vez, que ha liberado al pueblo de la esclavitud, lo conduce al monte Sinaí y le propone una
ALIANZA, les entrega LOS DIEZ MANDAMIENTOS. Si ellos cumplen con esas normas de vida, contarán
con su bendición. Si desobedecen, habrá maldición en sus vidas (Dt 11,26). Yahvé es un Dios que libera, pero,
al mismo tiempo, exige una vida de rectitud, que se expresa en el cumplimiento de los Mandamientos.

Pero ese Dios liberador y exigente, también ofrece cosas maravillosas. Les ofrece protección, bendición, una
tierra “que mana leche y miel” es decir, una tierra en que puedan disfrutar de bienestar. A Abraham el Señor le
ordenó salir de su tierra, de su parentela y encaminarse hacia una dirección desconocida. Abrahán confió en el
Señor, y él le prometió una interminable descendencia que contaría con su bendición.
El Dios de Israel es un Dios que nunca se presenta con las manos vacías; tiene promesas fabulosas para los que
son fieles a su alianza. Es un Dios que salva.

DIOS SE REVELA POR MEDIO DE LOS PROFETAS


El profeta bíblico es un LLAMADO por Dios para ser ENVIADO con un mensaje para el pueblo. El profeta
Amós lo expresó bellamente cuando escribió: El Señor me tomó de detrás del rebaño, diciéndome: Vete,
profetiza a, mí pueblo (Am 7,15). En este caso, ese "tomar”, significa, en la Biblia, escoger y equipar para una
misión. El profeta se siente "tomado por Dios. A veces, no acepta fácilmente el encargo que Dios le da.
Jeremías, por ejemplo, se pone a llorar, alegando que es muy joven.
Pero, una vez, que el profeta ha aceptado y experimentado la fuerza de Dios en él, se siente "micrófono" de
Dios. Sabe que Dios habla por su medio. Por eso dice: "Oráculo del Señor...El Señor dice...".
El profeta bíblico es el portador de la voluntad de Dios para el presente o para el futuro. Es látigo para el pueblo
cuando éste se ha apartado del camino de la salvación. Es consuelo en los momentos críticos en la historia de
Israel.
Dios llama al profeta y, apenas éste acepta su misión, lo equipa con poder, con signos para que todos sepan que
es un enviado de Dios. Moisés, en el Éxodo, se presenta con un bastón en la mano. Ese bastón es signo del
poder de Dios. Al extender ese bastón, se abre el Mar Rojo. Al golpear la roca con el bastón, mana agua en
abundancia. Ese es el Dios que se revela al hombre en el Antiguo Testamento. Es el Dios que elige a un pueblo,
sin mérito, para que sea su familia. Es el Dios que lo libera de su esclavitud, que lo acompaña en su peregrinaje,
que le exige rectitud y que tiene bellas promesas para su pueblo cuando éste va por el camino de sus
Mandamientos.
LA REVELACIÓN EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Con la aparición de Jesús, nos llega Ia revelación definitiva de Dios. Todas la, anteriores revelaciones eran
preparación para este momento culminante de la historia, Según el Nuevo Testamento, Jesús nos viene a
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entregar la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre el sentido de la historia. Por medio de Jesús, el Dios
invisible se hace visible, en los gestos de Jesús, en sus palabras. Los milagros de Jesús son el respaldo de Dios
Padre para presentar a Jesús como su enviado.
Jesús es Dios actuando en medio de los hombres. Es Dios que viene a salvarnos. Por cierto que Jesús
escandaliza a muchos de los que se creen mejores. Les disgusta que Jesús coma con los pecadores, que Jesús
perdone a una adúltera, que busque a los más desposeídos, que esté lleno de perdón y de misericordia.
Los evangelistas están seguros que solo Jesús nos puede decir quién es Dios porque Nadie conoce al Padre, sino
él y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27). El hombre se ha extraviado en los caminos de la
historia; su mente está entenebrecida. Al buscar a Dios, muchas veces, se encuentra con idolos.
El hombre por sí mismo no logra saber quién es Dios. Jesús es el encargado de revelárselo; de decirle quién es
Dios; cómo actúa en la historia y en la eternidad. ¿Pero cómo hablar de Dios, de su reinado? Jesús se sirve de
parábolas para referirse a Dios, a su reino. Busca puntos de comparación en la realidad que viven los hombres
para explicarles cómo es Dios. Es como el padre del hijo pródigo. Como el buen pastor que busca a la oveja
perdida.
El prólogo del Evangelio de San Juan es una apretada síntesis de lo que el evangelista quiere decir acerca de la
revelación que Jesús trae de Dios. Ante todo nos dice que la Palabra se hace carne y viene a poner su tienda
entre nosotros, ¡Bella expresión para indicar a Dios que, por medio de Jesús, su Palabra, viene a vivir entre
nosotros! Dice San Juan: Vimos su gloria (Jn 1,14). Jesús es "el resplandor de la Gloria de Dios". También San
Juan recalca: A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo Único, que está en el Padre, nos lo ha dado a conocer (Jn
1, 18). El hombre con su mente turbada por el Pecado, no logra, descubrir la personalidad de Dios. Por eso Dios
mismo envía a Jesús Para que sea el revelador del Padre. Los profetas anteriores a Jesús, en alguna forma,
trajeron mensajes fragmentarios que Dios nos enviaba para que no estuviéramos del todo en las tinieblas.
Con Jesús nos ha llegado la revelación definitiva. Ya nadie puede añadir nada más acerca de Dios. Todo está
dicho. De aquí que nadie deba pretender tener una visión sobrenatural para ver a Dios, para hablar con él. El
que quiera saber quién es Dios, cómo actúa, que lo busque en Jesús que está retratado en los evangelios. Allí
está la imagen humana de Dios. "La imagen visible del Dios invisible" (Col 1,15).
En el evangelio de San. Juan aparece algo muy claro: todo esto no se puede comprender, si no es por la acción
del Espíritu Santo. El hombre solo con su inteligencia no puede comprender a Jesús ni la revelación que nos trae
acerca de Dios. En la última cena Jesús les promete a sus apóstoles que les enviará un Consolador: el Espíritu.
Santo. Dijo Jesús: Él les recordará todo lo que yo les he dicho...Los llevará a toda la verdad (Jn 16, 13). Al
referirse al Espíritu Santo, decía Jesús: No hablará por su cuenta, sino que les dirá lo que ha oído (Jn 16, 13). El
Espíritu Santo, esencialmente, viene para recordarnos lo que ya dijo Jesús. La enseñanza de Jesús y la del.
Espíritu Santo son lo mismo. Además, el. Espíritu Santo tiene el encargo de hacer que las palabras de Jesús
sean comprendidas por nosotros y que sean asimiladas para que nos transformen en imagen de Jesús.
San Pablo añade que el misterio de Dios estaba "escondido". Desde tiempo eterno ha sido mantenido en secreto.
(Rm 16,25). El misterio de Dios ya estaba presente en el Antiguo Testamento, pero necesitaba la luz de Jesús
para ser comprendido del todo. Y ese misterio de Dios es un bello proyecto de Dios para la salvación del
hombre y del mundo.

DIOS SIGUE HABLANDO


La traducción de la Biblia ecuménica lleva el sugestivo título DIOS HABLA HOY. Y así es, Dios habló en
tiempos pasados y no ha dejado de hablar. Así como el pueblo de Israel se encontró con Dios en su historia, así
cada uno de nosotros debemos encontrarnos con Dios en nuestra historia personal y social. Debemos estar
atentos para escuchar su voz, para obedecer sus indicaciones, ya que allí está nuestra salvación, nuestra
bendición, nuestra felicidad.
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Dios continúa comunicándose con nosotros para manifestarnos su amor, SI proyecto de salvación. Dios
continúa salvándonos de nuestros Egipto de esclavitud, de opresión, de miedos, de dudas. Pero para podernos
salvar, nos indica el camino: sus mandamientos. Dios nos salva, pero no por la fuerza, sino con nuestra
respuesta de fe, que es obediencia, Dios continúa revelándose a nosotros, hablándonos para indicarnos los
peligros que hay por el camino, y para señalarnos con claridad el único camino de salvación. Jesús les decía a
los apóstoles, en la Ultima Cena: Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. La respuesta del hombre al
amor de Dios, que se introduce en su historia personal, es obedecer sus mandamientos.
Continúa siendo verdad absoluta lo que decía San Pablo: La fe viene como resultado de oír la predicación, que
expone el mensaje de Cristo (Rm 10,17), Al acercarnos al evangelio nos encontramos con el enviado de Dios:
Jesús. Los gestos y las palabras de Jesús son la voz de Dios que nos dice con claridad cuál es su proyecto de
amor para nuestra realización personal y para nuestra salvación aquí y en la eternidad. En los evangelios, Dios
exhibe a Jesús; el Espíritu. Santo mueve nuestra mente y nuestro corazón para que lo aceptemos 11°,11 la fe
como nuestro Señor, y alcancemos, así nuestra salvación.
Dios sigue HABLANDO HOY, de diversas maneras y formas. Cuando Adán estaba escondido temblando, en la
esclavitud de su pecado, Dios se le acercó. Le habló para indicarle cuál era el camino para poder regresar al
paraíso. A nosotros, en nuestros Egipto de duda, de pecado, de miedo y angustia, se nos acerca Dios por medio
de Jesús, que es su Palabra, y nos dice nuevamente: "Por aquí se va a la salvación".
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8 LO QUE DEBO CREER PARA SALVARME

Jesús, después de haber preparado a sus discípulos, los envió a bautizar, a hacer otros discípulos; les dijo:
Deben "ENSENARLES a guardar TODO LO QUE YO LES HE ENSEÑADO" (Mt 28, 19-20).
Ciertamente el Evangelio de Jesús es muy amplio; se nos va toda la vida para penetrarlo, para
absorberlo. Lógicamente, los apóstoles para su predicación, al principio, tuvieron que hacer una especie
de "resumen" de lo esencial del evangelio para la primera evangelización. Fue el Profesor Charles Dodd
el que investigó acerca de este asunto. Tomó los discursos de Pedro y de Pablo en el libro de los Hechos,
y de allí extrajo una síntesis de lo que los apóstoles exponían en su primera evangelización, llamada, en
griego, kerigma es decir, proclamación de lo básico del Evangelio para que la gente se convirtiera y
aceptara a Jesús como Salvador. Y Señor.
Los puntos básicos, según Dodd, en que fundamentaban los primeros cristianos su proclamación del Evangelio,
eran:
1. Ha llegado el tiempo de la plenitud anunciada por los profetas (Según las Escrituras)
2. Esto se ha tenido mediante el ministerio, muerte y resurrección del Cristo.
3. Jesús ha sido exaltado a la diestra de Dios como cabeza mesianica del nuevo pueblo de Israel.
4. El Espíritu Santo en la Iglesia es el signo del poder y de la gloria presente de Cristo.
5. La época mesiánica alcanzará en breve su consumación en el retorno de Cristo. Todo esto, se puede
resumir en la proclamación de Jesús muerto y resucitado.
Todo evangelizador es el que, después haber oído la proclamación básica del resucitado. Evangelio, por obra
del espíritu santo, se ha convertido y ha aceptado a Jesús como Salvador y Señor; ha experimentado que el
Evangelio de Jesús le ha traído nueva vida en el Espíritu santo. Le ha traído la salvación por eso, el
evangelizador, sin complejos, va para compartir con sus hermanos el tesoro escondido que ha encontrado.
Quiere que también ellos se encuentren con Jesús y cambien su vida ciertamente, el evangelizador no va con
una fórmula" para evangelizar. Jesús no usó el mismo método para evangelizar a la Samaritana y a Nicodemo.
Con la samaritana que estaba hundida en el pecado, tuvo que comenzar de cero. Con Nicodemo, que cumplía la
ley y era un experto en las Escrituras, optó, mas bien, por hablarle de su necesidad de conversión, que solo se
podía llevar a cabo por obra del Espíritu Santo.
El evangelizador, por cierto, debe presentar el "kerigma", la proclamación de lo esencial del Evangelio; pero
debe hacerlo solamente después de haber escuchado a su interlocutor; después de conocer sus necesidades, sus
dudas, sus cuestionamientos.
La evangelización no es obra solamente ‘, humana; es obra de Dios, y, por eso mismo, el evangelizador debe
dejarse guiar por el Espíritu Santo, como lo hizo el evangelista Felipe, que, misteriosamente, se dejó conducir
para evangelizar a un cortesano de Etiopía que no lograba comprender un pasaje de las Escritura lo que los
primeros cristianos llamaban el “kerigma”, debe ser la base sobre la que se cimienten la primera evangelización.
Después vendrá la catequesis", una ampliación de los mismos temas centrales del Evangelio de Jesús.
De una manera sencilla y didáctica, propongo un esquema fácil, que les puede servir a los evangelizadores
laicos para la primera evangelización.

1. LA REALIDAD DEL HOMBRE ALEJADO DE DIOS


La Biblia presenta a Dios que crea un mundo bello para sus hijos los hombres. Los bendice y les enseña el
camino de su felicidad. El autor del Génesis, que nos habla de la creación del mundo y del hombre, se ve
forzado a buscar un lenguaje lleno de imágenes plásticas para decirnos, en síntesis, que Dios fue el creador del
mundo y del hombre. No pretende darnos los pormenores científicos y cronológicos de la creación.
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En todo el sentido de la palabra, Dios tiene un plan de amor para sus hijos los hombres. Pero no los crea como
"autómatas", como "robots". Los dota de inteligencia y voluntad. Por eso les advierte que si se acercan al "árbol
de la ciencia del bien y del mal", habrá muerte en su vida. Muerte de su gozo, de su gozo, de su alegría, de su
felicidad. Los botánicos no nos hablan de ningún "árbol de la ciencia del bien y del mal". El autor del Génesis,
como buen oriental, se sirve de esta figura literaria para indicar el camino que no es el de Dios: lo pecaminoso.
El hombre engañado por el espíritu del mal -representado por una serpiente - se deja engañar: cree que el
camino de Dios no es el que le conviene. Desconfía de Dios. Opta por el camino del espíritu del mal.
Desobedece y come del fruto prohibido. En ese momento experimenta que su conciencia le reprocha. Va a
esconderse. Comienza a tenerle miedo a Dios. Dios lo va a buscar. Le hace ver su error. Y en su bondad, le
promete un "salvador" para que lo rehabilite y pueda volver al estado de inocencia y felicidad. (Gn 3, 15).
De aquí se parte en la evangelización. El hombre, alejado de Dios, es como ese Adán escondido que está
temblando y le tiene miedo a Dios. No es feliz. Se encuentra desconcertado.
La historia de Adán es la historia de los seres humanos. Todos hemos pecado y, por eso mismo, "ha muerto"
nuestra felicidad. El profeta Isaías captó muy bien esta situación humana cuando escribió: Todos se descarriaron
como ovejas cada cual se apartó de su camino (Is 53, 6). Las ovejas que se apartan de su pastor se pierden, les
entra el miedo. Pueden caer en abismos peligrosos. Esa es la condición del hombre que se ha apartado de Dios,
Su característica es la “desorientación" que le trae angustia, miedo. Que le impide la felicidad.
San Pablo también describió muy bien lo que es una persona alejada de Dios; decía Pablo: Éramos en otro
tiempo insensatos rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia ti
envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros (T,t 3, 3). Este cuadro, que exhibe San Pablo, es un
resumen de la desorientación del hombre que se ha rebelado contra Dios y ha caído en la esclavitud de sus
malas pasiones.
La torre de Babel, en la Biblia, representa la contusión a la que llega el hombre cuando quiere construir una vida
sin Dios. Cuando ha comido del fruto prohibido, ha pecado y por eso, está alejado de la bendición de Dios
Este es, el punto de partida para la Evangelización: Dios nos ama porque e hombres amor (Jn 4, 8), y quiere
que sus hijos, los - se salven, sean felices aquí en la letra, y que su felicidad se prolongue en la eternidad. Pero
el hombre nunca podrá ser feliz mientras intente construir su vida de espaldas a Dios, en pecado.

2. JESÚS ES LA SOLUCIÓN DE DIOS PARA EL HOMBRE PECADOR


Adán, después de su pecado, se va a esconder. Su conciencia le arde; tiene miedo a Dios. El Señor, a pesar de
todo, sigue queriendo a sus hijos, por eso va a buscar a los primeros seres humanos. Les da una nueva
oportunidad: les promete que de la simiente de la mujer saldrá un salvador que los ayudará a rehabilitarse (Gn
3,15). El Salvador prometido por Dios para la rehabilitación del hombre es Jesús: la solución de Dios paya
salvar al hombre, que por sí, mismo no puede salvarse.
San Pablo escribió: Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido
bajo la ley, para que REDIMIERA a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la ADOPCION DE
HIJOS DE DIOS (Cal 4, 4-5).
Jesús vino para REDIMIR a los hombres. En la antigüedad, cuando alguien quería salvar a un amigo de la
esclavitud, pagaba un rescate por él. A eso llamaban redención.
Dios en su bondad, envió a Jesús para que con su muerte limpiara el pecado de la humanidad. Por eso decimos
que Jesús nos "redimió" de la esclavitud del pecado, del poder que el espíritu del mal tenia sobre nosotros.
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Dice San Pablo que Jesús es la IMAGEN VISIBLE DEL DIOS INVISIBLE (Col 1, 15). Esto significa que
Jesús es el retrato de Dios, Si queremos saber cómo es Dios debemos fijar nuestras miradas en cómo nos ama
'oro nos perdona, cómo se entrega por nosotros. En Jesús Dios nos muestra como nos ama y busca por todos los
medios nuestra salvación. Nuestra rehabilitación. Es Dios mismo que en lesos lava nuestro pecado. Nos salva

3. ¿QUÉ HIZO JESÚS POR NOSOTROS?


EI hombre por su pecado rompió su comunicación con Dios. Su amistad. Por lo tanto se encontraba en estado
de “condenación”. Ningún hombre podía borrar esa mancha de la humanidad. Dice San Pablo: Dios muestra su
amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros… (Rm 5, 8).
San Pedro insiste en lo mismo Cuando escribe: Cristo llevo el mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia por sus llagas ustedes fueron
sanados (1Pe 2, 24)
En el pueblo judío celebraba “La fiesta de la expiación”. Tomaban un cordero “sin defecto”; todos ponían sus
manos sobre el blanco cordero como para transmitirle sus pecados. Luego lo precipitaban en un barranco para
que se fuera con los pecados de todos. Según San Pedro, Jesús fue ese cordero que, en la cruz, se llevó nuestros
Pecados. Todos pusimos sobre él nuestras manos manchadas de pecado. Jesús, al morir en la cruz, limpio
nuestro pecado. A eso es lo que llamamos EXPIACIÓN. Jesús, en la cruz, "expía" nuestro pecado. Por sus
llagas somos sanados.

En la Biblia, la sangre de Cristo simboliza, Precisamente, la expiación de nuestros pecados que Jesús realiza en
la cruz. Jesús en la cruz, nos muestra cómo nos ama Dios. Jesús en la cruz se exhibe como la solución de Dios
para que el hombre sea rehabilitado de sus culpas y justificado, es decir, puesto en buena relación con Dios
nuevamente. A eso lo llamamos la salvación que Jesús ofrece.
En el Evangelio, varias veces, Jesús le, advierte a sus discípulos que debido a su mensaje, que es contrario a los
criterios del mundo, lo llevarán a la muerte. Jesús claramente les anuncia que lo van a matar: pero, a la vez, les
asegura que va a resucitar.
Cuando mataron a Jesús y lo enterraron, los apóstoles "se escandalizaron"; perdieron la fe en Jesús, creyeron
que todo había terminado. Cuando Jesús resucitó y se manifestó, volvió la fe a los discípulos; adoraron a Jesús
como su Señor; y se dedicaron a difundir su mensaje de salvación por todo el mundo,
Jesús, les prometió a sus discípulos que cuando hubiera vuelto a su Padre, les enviaría su Espíritu Santo que
estaría, siempre en ellos, que les recordaría todo lo que les habla dicho. Él y que los llevaría a toda la verdad. Y
así fue. El día de Pentecostés después de nueve días de oración Y meditación en el Cenáculo en compañía de la
Virgen María, los apóstoles experimentaron la fuerte efusión del Espíritu Santo que los confirmo en la Gracia y
los habilitó para ser los grandes evangelizadores en el mundo, y para tener una "vida abundante" en el 'Espíritu
Santo.
La resurrección de Jesús es la prueba de que, de veras, era el Mesías, el enviado de Dios. Al resucitar, Jesús ya
puede entregar su Espíritu Santo, que es el poder de Dios en cada uno de los que lo reciben, y que los habilita
para tener una "vida abundante".

4. LA RESPUESTA DEL HOMBRE


La salvación, que Jesús obtuvo con su muerte y resurrección, no llega "automática-mente" a todos los hombres.
Es una "oferta": la recibe el que cumple las condiciones que Jesús expone para recibir su salvación.
32
En el evangelio de San Marcos, cuando Jesús comienza a evangelizar, dice: El tiempo se ha cumplido, el reino
de Dios ha llegado a ustedes; arrepiéntanse y crean en el Evangelio (Mc 1, 15) Jesús, como solución de Dios
para el hombre, ofreciendo la salvación. Pero para recibir pide dos cosas: ARREPENTIMIENTO Y FE en
Evangelio. A la conjunción de estas dos condiciones es lo que se llama la CONVERSIÓN. Para recibir la
salvación de Jesús se necesita arrepentimiento y fe: conversión
ARREPENTIRSE. En su primer sermón Pedro expuso el kerigma. Sintió que le punzaban el corazón y
Preguntaron: ¿Qué debemos hacer: (Hch 2 37) Pedro les respondió: Arrepiéntanse, háganse bautizar en el
nombre de Jesús para que sean perdonados sus pecados, entonces, van a recibir el don el Espíritu Santo ( Hch, 2
38)
Por medio de la. Predicación del Evangelio, el Espíritu Santo hace que la persona vea lo pecaminoso que hay
en su vida, y que pida perdón, que se arrepienta. Que cambie su manera de pensar y de actuar. Que siga el
camino expuesto por Jesús en el Evangelio. De aquí viene para la persona un nuevo nacimiento espiritual. Por
eso San Pablo afirmaba que el que está en Cristo (el que se ha convertido) es nueva criatura (2Co 5, 17) Este es
el primer paso para recibir la salvación que ofrece Jesús.
CREER EN EL EVANGELIO.
El carcelero que cuidaba a Pablo, cuando vio el testimonio de su encarcelado y oye su predicación termino por
preguntar: ¿Qué debo hacer para salvarme? Pablo le respondió: Cree en el Señor Jesús y te salvara tú y tu
familia. (Hch 16, 31)
Creer en Jesús no es algo puramente “intelectual”. Creer en Jesús significa poner la confianza en Jesús como el
enviado de Dios (el MESIAS); aceptar con fe la oferta de salvación que nos da por media su muerte y
resurrección. Aceptarlo como el Señor de Nuestra vida. Es decir, obedecer todo lo que nos indica en su
evangelio.
En el libro del apocalipsis, Jesús resucitado se presenta tocando la puesta y diciendo: “si abres entrare y cenare
contigo” (Ap 3, 20). Jesús no obliga a nadie. Ofrece nada mas, su salvación. Abrir la puerta quiere decir, aceptar
a Jesús como el enviado de Dios para salvarnos. Reconocerlo como el Señor de nuestra vida. Cuando le abrimos
la puerta, cuando lo aceptamos, la salvación de Jesús se hace realidad en nuestra vida.
Por eso san Pablo decía: Si confiesas con tus labios que Jesús es el Señor y crees en ti corazón que Dios lo
resucito, entonces alcanzaras la salvación (Rm 10, 9)
La salvación de Jesús no la Obtenemos a Base de nuestros meritos. La Salvación de Jesús nadie la puede ganar.
Es un regalo de Dios que solamente se recibe por la fe, cuando de corazón aceptamos la muerte y resurrección
de Jesús como el medio de Dios para salvarnos, y cuando nos arrepentimos y creemos en el Evangelio de Jesús.
San Pablo nos lo recalca claramente, cuando dice: Porque por GRACIA ustedes son salvados por medio de la
fe: y no por ustedes mismos, pues es UN DON de Dios (Ef 2, 8).
Este es el segundo paso que Jesús nos pide para que su salvación sea eficaz en nosotros.

EL PROCESO
El evangelizador es el que, un día, escuchó el kerigma, fue tocado por el Espíritu Santo; se arrepintió, creyó en
Jesús y por eso, ahora, está experimentando la salvación de Jesús, la vida abundante, la liberación de pecado, de
la muerte, de todo lo que impide su realización como cristiano.
El evangelizador es alguien que se ha convertido y, por eso, no hay necesidad de empujarlo para llevar el
mensaje a otros. Se siente enviado por Jesús; sabe que es una tremenda responsabilidad de la cual le pedirá
cuenta Jesús un día. El evangelizador es consciente de que la obra de evangelización no la puede realizar solo.
33
Por eso implora en la oración una fuerte efusión del Espíritu Santo, pues el Espíritu Santo es el agente principal
de laevangelización. El que ilumina. El que guía. El que convierte.
El evangelizador, por experiencia, sabe que es la Palabra de Dios la única que se mete como espada en lo
profundo del alma; la que, como martillo (Jr 23) quebranta el corazón e ilumina, como lámpara (salmo 119), el
camino de la salvación. Por eso el evangelizador va con la Biblia en la mano. Sabe que la fe viene como
resultado de oír, y lo que se oye es el mensaje de Jesús (Rm 10, 17).
El evangelizador no se siente frustrado, si en algunas oportunidades, aparentemente, no tiene ningún resultado.
El sabe que a él únicamente le toca sembrar. El que convierte es solamente el Espíritu Santo. Esto lo expone
muy bien San Pablo cuando escribe: Yo sembré, Apolo regó, pero el crecimiento espiritual so lo lo da Dios
(1Co 3, 6).
Sin embargo, el evangelizador, no se contenta con exponer, nada más, el kerigma, lo básico del Evangelio para
que la persona se convierta y crea en Jesús; sabe que Dios quiere que invite (no que presione) a la persona para
que acepte a Jesús. Que ponga de su parte todos sus recursos de oración, sacrificio y amor para llevar a las
personas a una sincera conversión.
No todo concluye aquí. La persona que se acaba de convertir debe ser llevada a una comunidad en donde se
predique con poder el Evangelio, en donde se celebre con gozo la Eucaristía y donde reine un ambiente de
caridad. De otra suerte, el espíritu del mal dará un nuevo asalto y terminará por aplastar la semilla de la Palabra
que acaba de penetrar en el corazón.
Cuando Pedro vio que la gente se había convertido ante la predicación de la Palabra, inmediatamente les indicó
que debían "bautizarse" en el nombre de Jesús. Bautizarse implicaba hundirse en Jesús, ser agregados al Cuerpo
místico de Jesús, la Iglesia que Jesús dejó como sacramento de salvación. Elemento esencial para que la
evangelización no muera son las comunidades vivas de amor, de oración, de enseñanza.
Los primeros cristianos no eran grandes teólogos. Muchos de ellos eran esclavos, sirvientes. Pero habían sido
tocados por la Palabra: El Espíritu Santo había obrado en ellos. Habían aceptado a Jesús de corazón y por eso
sentían la urgencia de confesarlo. Para ser evangelizador no se necesita ser un teólogo. Lo que Jesús pide a sus
evangelizadores es una auténtica conversión: un arrepentimiento de sus pecados y una confianza ciega en él. Lo
demás es obra del Espíritu Santo. A nosotros nos toca sembrar, con oración, con lágrimas, con perseverancia y
con fe. Lo demás es obra de la Gracia y del misterioso corazón del hombre.
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9 LA FE QUE NOS SALVA


Abundan las personas que tienen conocimientos acerca de Jesús, de la religión, de la Iglesia; algunos han
podido estudiar durante muchos años en colegios religiosos; muchos recuerdan muy bien lo que aprendieron en
el catecismo. Sin embargo, al observar su vida espiritual, se descubre que no manifiestan una fe sólida, una
"vida abundante", una "conversión profunda". Etas personas tranquilamente afirman que tienen fe hablan de
"salvación" como de que están "obteniendo" con sus buenas obras. ¿Será esa la fe que pide Jesús para salvarse?
Nicodemo llegó a entrevistarse con el Señor. Nicodemo estaba seguro de su fe. Era un teólogo eminente, un
rabino Judío, un "maestro en Israel". Jesús captó la "buena voluntad" de aquel hombre; pero sin expresó que
"tenía que volver a nacer del agua y de Espíritu"(Jn 3,5) comenzar de nuevo. Tenía que convertirse Decirle esto
a un alto dirigente religioso' era "casi ofensivo". Aquel hombre se quedó desconcertado. Tuvo que cuestionarse
seriamente acerca de su salvación. Inició, así, su proceso de conversión.
Muchos, durante largos años, han asistido a la iglesia. Son "buena gente" pero, como Nicodemo, no muestran
una fe robusta, una "vida abundante"; tienen que "volver a nacer, El Señor fue muy concreto con Nicodemo, al
asegurarle que él solo no podía "volver a nacer" (Jn 3, 3), que necesitaba "el poder de lo alto", la fuerza del
Espíritu Santo. Nadie con sus solas fuerzas puede conseguir "la fe que salva"; es un regalo -gracia- de Dios para
todo aquel que abre su corazón a la palabra de Dios. San Pablo fue también concreto con su carcelero, que le
preguntó ¿Qué debo hacer para salvarme? Pablo le dijo: Cree en el Señor Jesucristo y te salvarás tú y tu familia
(Hch 16, 31). ¿Cuál es esa fe que lleva al individuo a la salvación?
Habría que aclarar que salvación, en el sentido bíblico, no consiste solamente en que somos "liberados de
nuestros pecados' esta es solo una parte de la salvación. La verdadera salvación también la “liberación de
nuestro egoísmo”, que es el que nos aparata de Dios y de los hermanos.
Según el Nuevo Testamento, la fe que salva – salvífica – es la total confianza en Jesús como el enviado de Dios,
que llega para enseñarnos el camino de la salvación; que muere en lugar de nosotros para que sean perdonados
nuestros pecados, y que resucita como señal definitiva de que verdaderamente es Dios
La total confianza en Jesús y en su obra de salvación no se queda en un “piadoso sentimiento”, sino que
evoluciona hacia una “total entrega” al señor. Esta entrega consiste en aceptar sin reservas el Evangelio, que
Jesús proclama, y en ir por la senda que él propone. Es una “respuesta de amor” a Jesús por lo que el,
previamente, ha hecho por nosotros. Por mí. Por haberse sometido al suplicio ignominioso de la cruz, para que
yo pudiera ser liberado de mis pecados y de mi egoísmo.
Esta confianza total en Jesús, esta entrega absoluta en sus manos para declararlo el señor de nuestra vida, es la
puerta de entrada para optar a la salvación, que Jesús me regala por Gracia- , cuando yo me entrego a El de todo
Corazón. En ese instante Él me puede aplicar los méritos que me adquirió con su muerte y resurrección. San
Pablo llama a este proceso de confianza total en Jesús, la "justificación por la fe" (Rm 1, 17).
En nuestro lenguaje normal "justificar" equivale a presentar pruebas de que tengo la razón. "Yo me justifico
ante mis acusadores", significa que presento pruebas de que soy inocente. En la Biblia, "justificar por medio de
la fe" es todo lo contrario. Yo acepto que soy culpable, que merezco la condenación; pero acudo a Jesús que me
ofrece la salvación, si yo confío plenamente en Él y acepto el camino del Evangelio, que me ofrece. Entonces,
Jesús me puede salvar. En el sentido bíblico, "justificar" significa colocar a alguien en buena relación con Dios.
Cuando confío en Jesús y acepto la salvación, que ofrece por medio del camino del Evangelio; entonces, llega
para mí la "justificación por la fe".
San Pablo escribió: Si confiesas con tus labios que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucito,
entonces alcanzarás la salvación. Porque con el corazón se cree para ser justificado y con la boca se proclama
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para ser salvo (Rm 10, 9) esta fe, que me trae salvación, no es solo de tipo “intelectual”, un “ “confesar con los
labios” que creo lo que otros dicen acerca de Jesús.
La fe que salva al mismo tiempo que, es del intelecto, pertenece también al corazón. La confianza y a entrega a
Jesús confianza y abarcan nuestra mente y nuestro corazón. Cuando confesamos con los labios y creemos Jesús
es nuestro Señor con el corazón y que murió y resucitó por nosotros, por mi en ese momento he abierto mi
puerta para que entre la salvación de Jesús en mi vida. En ese momento se inicia mi proceso de salvación que
me lleva a una conversión más profunda, de la que brota "una vida abundante", que revoluciona toda mi vida. Si
persevero en este "estado de gracia", al morir, esta salvación se convierte en "definitiva" para mí. Para toda la
eternidad dichosa, que Jesús promete a los que le son fieles.

CÓMO LLEGA LA FE SALVADORA


La Carta a los Hebreos apunta algo que debe tenerse muy en cuenta. Dice: Cristo es el autor y consumador de la
fe (Hb 12, 2). La &bija "Dios habla hoy" traduce esta frase de la siguiente manera: Fijemos nuestra mirada en
Jesús, pues de Él procede nuestra fe y Él es quién la perfecciona. Casi se diría que nosotros somos autómatas"
en cuanto a la fe; que somos manipulados por Jesús. Pero no es así. Es Jesús quien por medio del Espíritu Santo
provoca en nosotros la fe por la predicación de la Palabra, y la va perfeccionando; pero somos nosotros que,
ante el requerimiento de la palabra, nos atrevemos a abrir la puerta para que entre la salvación de Jesús en
nuestra vida.
El libro del Apocalipsis lo expone bellamente por medio de la figura de Jesús que toca la puerta y dice: Si
alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él (Ap 3, 20). Hay de por media una condición: "Si
abres". Con mi libertad puedo resistirme a abrirle la puerta a Jesús. El Señor quiere regalarme la fe que me
puede salvar; por e "toca la puerta"; pero yo puedo endurecer mi corazón e impedirle entrar a mi casa. No soy,
entonces, un autómata; hay algo que yo debo “poner de mi parte" para que el regalo de la fe salvadora pueda
llegar a mi vida. Esta es mi respuesta de fe que es confianza en Jesús, y entrega a Él de mi vida.
¿Y cómo logra Jesús ser el autor y consumador de mi fe por medio de la Cual me regala la salvación? San Pablo
es quien nos señala cuál es el proceso que emplea el Señor para tocar a la puerta de mi vida y ofrecerme la
salvación Dice San Pablo la fe viene de la PREDICACIÓN que expone el mensaje de Cristo (Rm 10, 17). La
predicación del evangelio por supuesto. El mismo San Pablo escribe: La Escritura es para instruirnos para la
salivación (2Tim 3, 15). El propósito de la biblia es provocar en nosotros la fe que nos salva. Cuando abrimos
la Biblia, cuando escuchamos la predicación del Evangelio entra en acción el Espíritu Santo – el po9der lo alto
– y comienza su obra de “conversarnos de pecado” para luego poder hacer morada en nosotros.
Dios ha dispuesto que su palabra, en la Biblia o en la predicación, sea el instrumento para despertar la fe por
medio de la cual concede la salvación. San Pablo, en su experiencia de predicador, conocía a perfección el
poder de la predicación bíblica; por eso escribió: No me avergüenzo del Evangelio que es poder de Dios para
salvación del que cree (Rm 1, 16).
El evangelista San Juan también resalió el poder de la. Palabra de Dios para llevar salvación a los que se dejen
penetrar por ella. San luan definió cuál era el motivo de la finalidad de su Evangelio, cuando escribió: Estas
cosas fueron escritas para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, para que creyendo tengan vida en su
nombre (Jn 31). La predicación evangélica nos muestra que Jesús es el Hijo de Dios, que llega para traernos la
revelación del Padre, para enseñarnos "el camino hacia el Padre" por medio de la Predicación, el Espíritu Santo
nos hace comprender el significado de la muerte de Jesús en la cruz, y de su resurrección. Nos va "llevando a
toda la verdad" (Jn 16, 13). Jesús dijo, proféticamente: Cuando yo sea levantado atraeré a todos hacia mí. Un
12,32) Y explicó para qué atraería a todos hacia Él cuando fuera levantado en la cruz. Así como Moisés levantó
la serpiente en el desierto -decía Jesús-, así también el Hijo del hombre tiene que ser levantado PARA QUE
TODO EL QUE CREA EN EL TENGA VIDA ETERNA. Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo aquel que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 15-16).
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Cuando nos acercamos a la Biblia, a la predicación del Evangelio, debemos buscar a Jesús hasta que se nos
manifieste como el enviado de Dios, que nos ofrece su salvación por su muerte y resurrección. Así es corno
Jesús es el "autor y consumador" de nuestra fe por medio de la predicación.
La Palabra es como "martillo" que quebranta nuestro corazón (Jr 23, 29); como "espada de doble filo" que
penetra hasta las profundidades de nuestra subconsciencia (Hb 4, 12); como "lámpara", que nos orienta
En medio de la oscuridad del mundo (Sal 119, 105). Todo esto se realiza por la acción Espíritu Santo, cuando
llega a nosotros la "predicación bíblica". Esto es lo que San Pablo quería expresar cuando afirmó que la fe viene
como resultado de oír la predicación, que expone el mensaje de Cristo (Rm 10,17). De ese "oír la Palabra" nace
en nosotros la fe que nos lleva a arrepentimos de nuestros pecados, a confesarlos y a mirar a Jesús en la cruz,
que nos ofrece, gratuitamente, su salvación. A eso, San Pablo lo llamaba "justificación por la fe".
Esa fe es la que el Espíritu Santo provoca en nosotros por medio de la Palabra, y nos lleva a una "correcta
relación con Dios". Nos restituye la "relación con Dios", que se había perdido por el pecado. Por el pecado
todos están privados de la gloria de Dios y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención
realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación de su propia sangre, mediante
la fe (Rm 3, 234 25). Así se realiza en nosotros ese proceso de salvación por medio de la fe. Así Jesús, autor y
consumador de nuestra fe, nos pone en estado de gracia, es decir, de salvación.

UN CASO CLÁSICO
En la Biblia, se recoge el "caso clásico, del buen ladrón, que recibe la fe que lo salva, ti proceso de este
individuo es, más o menos, el de cada uno de nosotros. Es muy aleccionador analizar el proceso de conversión
de este personaje bíblico. En un primer momento, los dos ladrones insultaban a Jesús (Mt 27, 44). Los dos eran
criminales; por eso habían sido condenados. Eran pecadores. Estaban en mala relación con Dios.
La gran bendición para ellos en sus últimos instantes, fue tener a su lado al "Salvador". Tuvieron la gran
oportunidad de una evangelización "intensiva". Según San Marcos, Jesús estuvo seis horas en la cruz. Seis horas
de gracia para los dos ladrones. Pablo asegura que la fe viene como resultado de oír la Palabra que expone el
mensaje de Cristo (R 10, 17). Los ladrones durante seis horas pudieron escuchar a Jesús, la Palabra misma de
Dios. El Evangelio habla de las "siete palabras" de Jesús en la cruz. Por medio de esas palabras y por las
actitudes de Jesús —oración, grititos de angustia, perdón a los enemigos, fortaleza ante el sufrimiento entrega a
Dios—, uno de los ladrones comenzó a ser "quebrantado'' en su corazón. El Espíritu Santo empleó Palabras y
actitudes de Jesús vara que aquel ladron se convirtiera. En primer lugar, "lo convenció de pecado". Luego lo
hizo confesar L.als culpas. El buen ladrón reprendió a su que insistía en insultar a Jesús, y le dijo: ¿No tienes
temor de Dios; tú que estás »bajo EL MISMO CASTIGO? Nosotros estamos su- friendo con toda razón, porque
estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo (Lc 23, 40-41).
La confesión pública del buen ladrón indica que, ahora, ya reconoce sus pecados, que está arrepentido ante
Dios. Pero no se quedó allí. Acudió, con la fe que el Espíritu Santo había provocado en él, a quien podía
salvarlo. En un momento crucial como ese no se puede ser farsante. Con todo su corazón clamó a quien podía
salvarlo, diciendo: Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino (Lc 23,42). Era una confesión de fe en Jesús
como Señor y Salvador. Al instante pudo escuchar la respuesta de Jesús: Te aseguro que HOY estarás conmigo
en el paraíso (Lc 23, 43). Jesús le aseguró que estaba salvado. Aquí se evidencia lo que es "la justificación por
la fe". Medio de la palabra de Jesús en la cruz, el Espíritu Santo suscita en el buen ladrón la Confianza en Jesús
a quien acude de corazón como el que lo puede salvar.
El buen ladrón no tenía "méritos" como delincuente que era, para obtener la salvación. Pero el buen ladrón
aceptó la salvación que gratis —por gracia—, le ofrecía Jesús. confeso con los labios a Jesús como Señor y
salador; creyó en su corazón que El podía salvarlo, Cuando el buen ladrón le pedía a Jesús que lo admitiera en
su reino, implícitamente estaba reconociendo que Jesús no quedaba derrotado en la cruz; que había algo mas
para Él corno Hijo de Dios. El buen ladrón creyó en Jesucristo como salvador, y, al punto, experimentó la
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salvación, que Jesús le regalaba. Fue salvado en ese preciso momento. Quedó "justificado", es decir, «ducado en
buena relación Con Dios. Esa buena relación la había perdido por sus pecad. El buen ladrón se evidencio lo que
san Pablo dijo a su carcelero: cree en el señor Jesucristo y serás salvo tu y toda tu familia (hch 16, 31)

Nuestro caso
Nuestro proceso de conversión sigue una pauta semejante a la del buen ladrón. Todos arrancamos de nuestra
situación de pecado. Dice la biblia: Todos han pecado y están privados de la presencia salvadora de Dios (Rm 3,
23). San Juan añade. Si alguno dice que no tiene pecado es un mentiroso (1 Jn 1,8). Ser pecador no implica,
necesariamente ser un delincuente, un adultero, un ladrón, un fornicador. Basta no darle a Dios el primer lugar
en nuestra vida. Basta no vivir el evangelio de Jesús. De aquí partimos todos. Cuando David escribió, en el
salmo 51: En pecado he sido concebido, estaba señalando que nuestra naturaleza viciada nos inclina hacia el
pecado. Por eso nadie puede gloriarse de no tener pecado. Todos, como el buen ladron, comenzamos por
reconocer pecadores.
El señor, en su misericordia, permite que la predicación de su palabra llegue a nosotros en algunas formas. En
ese momento el espíritu Santo actua en nuestra mente y en nuestro corazón; es momento en que jesus esta
cocando la puesta de nuestra vida y nos ofrece, gratuitamente, su salvación. Solamente nos pide que le abramos
la puesta de nuestro corazón.
Lo primero que el Espíritu Santo hace en nosotros, al escuchar la Palabra de Dios, es “convencernos” de
pecado. De pronto, nos damos cuenta de que nuestra relación con dios está bloqueada por nuestras faltas, por
nuestro pecado. Dios no ocupa el lugar que le corresponde en nuestra vida. Lo hemos ofendido al ir por el
camino prohibido.
Jesús por medio del Espíritu Sano comienza, entonces a ser el autor de nuestra fe. Crea en nosotros la fe que el
mismo nos adquirió, con si pación y resurrección. Sentimos entonces, el profundo deseo de acudir a Jesús para
que nos salve. Le abrimos nuestra puerta. Como el buen ladrón, le decimos: "Acuérdate de mí", que significa:
"Confío en ti., por favor, sálvame, porque sin ti estoy perdido, merezco la condenación". En ese mismo instante,
cuando hemos confesado a Jesús con nuestros labios, y, con el corazón, lo hemos reconocido como nuestro
salvador resucitado, nos llega la salvación de Jesús. Corno Zaqueo, escuchamos que Jesús nos dice: Hoy ha
llegado la salvación tu casa (Lc 19, 9). Así es como somos justificados por la fe en Jesús. Se nos coloca en una
relación correcta con Dios porque le abrimos la puerta del corazón a Jesús y le permitimos salvarnos de nuestros
pecados y de nuestro egoísmo, que nos apartan de Dios y del prójimo. Este es el bello proceso de la “fe que
justifica”, la fe que salva. La fe que revoluciona nuestra vida y nos permite ser “llenados del Espíritu Santo” que
nos va llevando a toda la verdad y que produce en nosotros una “vida abundante”

COMO RECIÉN NACIDOS


Cuando acabamos de ser "justificados por la fe en Jesús", somos como "niños recién nacidos". Muy débiles,
muy necesitados de cuidados. Con facilidad el espíritu del mal puede arrancarnos el regalo de la salvación que
Dios nos ha entregado por medio de Jesús. De aquí que debemos acudir a nuestra Iglesia que, como "Madre y
Maestra" —así llamaba Juan XXIII—, nos recibe en su seno y comienza a prestarnos todos los auxilios
espirituales que Jesús le ha encomendado para que podamos perseverar en nuestro estado de salvación.
En la primera historia de nuestra Iglesia, -el libro de los Hechos los Apóstoles—, se acentúa que apenas las
personas se Convirtieron y fueron llenadas del Espíritu Santo, comenzaron a reunirse para recibir la enseñanza
de los apóstoles y para "partir el pan" es decir, para celebrar la Eucaristía (Hch 2, 42).
Nuestra Iglesia para ayudarnos a Conservar el tesoro de la salvación, nos sirve en abundancia la Palabra —la
predicación bíblica_ por medio de la cual nuestra Continúa desarrollándose. También nos administra los
sacramentos, que Jesús le encomendó. Por medio de ellos el Señor se acerca a nosotros y nos va acompañando
en las varias etapas de nuestra vida. La experiencia nos ha demostrado qu no se puede crecer espiritualmente, si
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no s: vive en Iglesia. Y por Iglesia no entendemos solamente participar el domingo en la Eucaristía. Los
cristianos solo "de domingo", por lo general, son cristianos mediocres. 12 experiencia demuestra que la Iglesia
hay que vivirla en comunidad de cristianos en' donde los individuos aprendan a amarse, a servirse, a edificarse
mutuamente, a evangelizar como comunidad. El que se contenta solo con "asistir" a misa el domingo, no llega a
ser un cristiano de sólida fe, de vida abundante. En la actualidad existen en nuestra Iglesia muchos grupos
apostólicos, que han comprendido que la Iglesia debe vivirse en comunidad, como los primeros cristianos. De
esos grupos comprometidos es de donde salen los cristianos de fe robusta, comprometidos en la evangelización
y llenos del Espíritu Santo.

NUESTRA LÁMPARA ENCENDIDA


El día que por la fe en Jesús fuimos justificados, colocados en una relación correcta con Dios, se nos regaló el
estado de salvación, de Gracia. Se nos entrego una “lámpara encendida”. Con esa luz de la fe, que Jesús nos
regala por medio del Espiritu Santo, podremos llegar, un día, a la vida entera de gloria. Para eso es preciso no
permitir que los chiflones del mar apaguen nuestra lámpara. Hay que renovar continuamente su aceite por
medio de la palabra, la oración, los sacramentos, las obras de caridad, la vida en iglesia.
El Señor jesus nos advirtió que debemos “estar siempre preparados”; cuando menos lo pensamos el puede llegar
a llamarnos. Solamente podrán entrar en la eternidad dichosa los que sean encontrados como “administradores
fieles”, lo que hayan sabido conservar su “lámpara encendida”.
La salvación nos la regalo, gratuitamente, el Señor, el dia que, como el buen ladrón, clamamos a Él como
nuestro Salvador y Señor. Nuestra respuesta de amor a Jesús, que nos han salvado de la condenación, por medio
de su cruz y resurrección, es permanecer vigilantes con nuestra lámpara encendida, siguiendo el camino de
Evangelio que Jesús nos trazo. No por medio del infierno, ni por interés del cielo, sino por amor a Jesús que se
entrego por nosotros para salvarnos de nuestros pecados, de nuestro egoísmo, y para darnos la oportunidad de
ser eternamente felices en la gloria del Padre.
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10 CONVERSIÓN O Y SALVACIÓN

La palabra conversión siempre nos desconcierta: es porque conversión implica cambio, cambiar de dirección,
dejar algo que nosotros, voluntariamente, hemos escogido porque nos atrae, nos fascina. Porque creemos que
por ese camino vamos a encontrarnos con la felicidad que tanto ansiamos. De pronto, alguien nos dice que
debemos cambiar de rumbo; que debemos dejar algo. Eso nos impacta, nos saca de nuestra rutina a la que ya
hemos llegado a acostumbrarnos; que amamos. Nos dan ganas de decir: "No me molesten. Déjenme en paz".
Pero, en realidad no tenemos PAZ. Precisamente porque nos falta la paz es que debemos cambiar de dirección.
Debemos romper alguna atadura que nos está impidiendo tener la paz profunda que andamos buscando.
Es fácil pensar que no necesitamos conversión. Que eso es para otros, para los ladrones, para los asesinos. Pero
la paz, el gozo espiritual se pierden no solo con robar o matar, sino al apartarse del camino de los diez
mandamientos que el Señor nos señaló como el camino auténtico de la felicidad. En el libro del Deuteronomio,
el Señor con autoridad recalcó: "Les doy a elegir entre bendición o maldición. Bendición si obedecemos los
mandamientos del Señor su Dios... Maldición, si por seguir a dioses desconocidos, desobedecen los
mandamientos del Señor su Dios" (Dt 11, 26-28). Convertirse es regresar al lugar en que antes teníamos paz,
gozo espiritual, bendición.
Cuando Pablo fue enviado por Dios para convertir a los gentiles, le indicó qué pasos debía seguir; le dijo el
Señor: Te mando a ellos para que les abras los ojos y no caminen en oscuridad, sino en la luz: para que no sigan
bajo el poder de Satanás, sino que sigan a Dios; y Po que crean en mí y reciban así el perdón de los pecados y
una herencia en el pueblo santo de Dios (Hch 26, 18).
Aquí está la radiografía de una conversión; los varios pasos que deben darse para un cambio de dirección. Toda
conversión parte de que algo o mucho de TINIEBLAS hay en mi personalidad. Eso me turba, me desconcierta
y me causa desasosiego, hay que dejar lo oscuro y enfilar hacia la luz de Jesús. — En toda conversión también
se detecta el poder del mal. Hay que pasar del "dominio de Satanás al de Dios". En nuestra vida, o estamos
controlados por el Espíritu Santo o estamos controlados por el espíritu del mal. Convertirse es zafarse del mal,
correr hacia Jesús, reconociendo que solo en él hay salvación. Pero hay algo más: convertirse es reconocer que
Dios quiere salvarnos en "comunidad". Que necesitamos de los otros. Que para eso dejó una Iglesia que es
como un arca de salvación en medio del diluvio. Convertirse es buscar esa Iglesia, reconciliarse con la
comunidad, sentir que necesitamos de los otros en nuestro peregrinaje hacia Dios.
En este proceso de conversión, cuando tratamos de ahuyentar las tinieblas, que han introducido en nosotros, nos
esta reconciliando con nosotros mismos. Cuando nos zafamos de las manos del espíritu del mal y nos lanzamos
a las manos del Espíritu Santo, nos reconciliamos con Dios. Cuando buscamos nuestra herencia en el pueblo
santo de Dios, nos reconciliamos con nuestros hermanos, con la comunidad. Después de este proceso, nos
damos cuenta de que hemos encontrado el lugar adecuado: hay paz en nuestro corazón, nos sentimos liberados
de algo que nos impedía tener gozo de Dios dentro de nuestro corazón.
Varias clases de conversión
Una noche, clandestinamente, un teólogo especialista en las Escrituras, Nicodemo buscó a Jesús para plantearle
su problema' personal acerca de la salvación. Jesús no se anduvo por las ramas con Nicodemo. Le dijo: Te
aseguro que el que no NACE DE NUEVO no puede ver el reino de Dios Un 3, 3). También le dijo: El que no
nace del agua y del Espíritu no puede ver el reino de Dios Un 3, 5). Nicodemo sintió que Jesús le echaba encima
un balde de agua fría en medio de la noche. Comenzó a jugar con palabras. Eso de "volver a nacer" cuando ya
se era viejo era imposible. Jesús no le permitió que se entretuviera en elucubraciones teológicas; le insistió en
que tema que VOLVIERA A NACER por el agua Y por el Espíritu Santo. Eso equivalía a que le dijera:
“Nicodemo, echa abajo tu estructura teología; comienza de nuevo; inicia por la primaria para pasar luego a la
secundaria”
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El evangelio no manifiesta que esa noche se haya convertido Nicodemo. Seguidamente esa noche inicio su
proceso de conversión que se va a poner de manifiesto en viernes. santo cuando se le ve junto a la cruz de Jesús
dando testimonio de su amor por el Señor. Nicodemo no era ningún malvado. Era un hombre religioso,
conocedor profundo de las Escrituras; pero hijo de su tiempo y de su circunstancia. Le costó aceptar que tenía
que cambiar. Estaba muy seguro de sus prácticas de piedad y de sus estudios teológicos. El Señor le echó por el
suelo todo ese "intelectualismo". Tuvo que volver a empezar con humildad. Lo difícil de la conversión es eso:
dejar algo que nos gusta, a lo que ya nos acostumbramos. La conversión implica romper con algo que nosotros
mismos creíamos que era el camino de la felicidad.
Para San Agustín el camino fue otro. Agustín no era religioso y recto como Nicodemo. Agustín —como él
mismo cuenta en su libro "Las Confesiones"—estaba hundido en toda clase de vicios. Comenzó a escuchar la
predicación de su amigo Ambrosio, San Ambrosio. La Palabra comenzó a surtir efecto; pero Agustín no lograba
romper sus cadenas. Un día, mientras estaba en un parque, escuchó la voz de un niño que cantaba: "Toma y lee,
toma y lee". Agustín intuyó una inspiración de Dios en el canto de aquel niño. Vio que sobre un banco del
parque estaba la r3 b la tomó y la abrió al acaso; se encontró un fragmento de la Carta a los Romanos que decía:
Dejemos de hacer las cosas propia de la oscuridad y revistámonos de luz, como un soldad, se reviste de su
armadura. Actuemos con decencia como en pleno día. No andemos en borracheras ni banquetes ruidosos, ni en
inmoralidades vicios, ni en discordias y envidias; al contrario revístanse ustedes del Señor Jesucristo coma de
una armadura, y no busquen satisfacer los malos, deseos de la naturaleza humana (Rm 13, 13-14). Agustín
quedó apabullado. Aquel mensaje parecía escrito expresamente para él de parte de Dios. Comenzó a llorar
impetuosamente. La conversión de Agustín fue del pecado a Dios. No corno la de Nicodemo, de Dios a Dios.
Parecida a la conversión de Nicodemo tuvo que ser la de Pablo. El apóstol se encontraba muy orondo con sus
prácticas de piedad y su teología. Eso le daba derecho a perseguir con saña a los cristianos. El Señor lo bajo de
su cabalgadura, y ¿Saldo, Saulo, por qué me persigues? (Hch 9,4) cuando estaba en el suelo, humilla: que él
creía derrotado, tuvo que reconocer estar muy cerca de Dios, y en cambio, estaba siguiendo a Dios. Pablo tuvo
que cambiar per de actitud.
Pedro y Juan eran "buenos", pero también ellos tuvieron que convertirse como los demás apóstoles. A Juan, de
apodo le decían: "Boanerges", que significa "hijo del trueno"; tenía pésimo carácter; con el tiempo llegó a ser el
apóstol del amor, el de las bellas cartas acerca del amor, en la Biblia. Pedro era impulsivo, rencoroso. Después
de que el Señor lo vio con misericordia, la noche de la traición, Pedro comenzó a llorar amargamente. El Pedro
de los Evangelios es muy distinto del Pedro del libro de los Hechos.
Hay muchas clases de conversión. Unos tienen que salir del vicio. Otros, tal vez, como Nicodemo y Pablo,
deben ir de Dios a Dios. Es decir, convertirse en su manera de acercarse a Dios. Lo cierto es que, mientras
tengamos un hálito de vida, siempre habrá necesidad de cambiar algo, de rectificar algo. Eso es lo que llamamos
conversión. San Pablo propone un test muy concreto para evaluar nuestra conversión. Se trata del capítulo cinco
de la Carta a los Gálatas; dice Pablo: Es fácil ver lo que hacen quienes siguen los malos deseos: cometen
inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas, adoran ídolos practican la brujería. Mantienen odios y
celos enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones partidismos. Son envidiosos, borrachos, glotones y otras
cosas parecidas... En cambio, lo que el Espíritu produce es amor, gozo, paz paciencia' amabilidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza (Ga 5, 19-22).
Este test, que propone Pablo, ayuda para detectar si se necesita una conversión que comience por arrancar al
individuo del pecado grave o, si lo que el individuo necesita es permitir que su vida sea más controlada por el
Espíritu Santo y que se evidencien los frutos del Espíritu Santo. Es muy difícil tener una buena calificación en
este test en el que se nos examina acerca de si somos hombres carnales u hombres espirituales.
Siempre la conversión conlleva un "arreglar" algo que no está bien en nuestra vida. Zaqueo, ante la presencia de
Jesús, que había ido a visitarlo, se dio cuenta de que tenía que solucionar en su vida el problema, de su "dios
dinero". Ante todos prometió que daría la mitad de sus bienes a los p e y que devolvería, cuatro veces más, a los
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que había estafado. No puede haber conversión sin "arreglo" de lo que está torcido. Toda conversión es un
entregarle a Jesús lo que él nos pide cuando llega a nuestra casa.

NO ABUNDAN LOS CONVERTIDOS


Uno de los problemas graves de nuestra Iglesia es que hay una tendencia a confundir emoción con conversión.
La jovencita, que sin estar casada queda embarazada, corre a un confesionario; pero pronto se detecta que no
está "convertida", sino "asustada" por las consecuencias de su estado anormal. La jovencita no ha roto sus
relaciones ilícitas con su novio; pero quiere que se le dé la absolución de su pecado. La conversión
necesariamente debe llevar a un romper las amarras del pecado. De otra forma, no puede implantarse en
nosotros el reino de Dios. Por eso Juan Bautista, en vísperas de la predicación de Jesús, insistió hasta la
saciedad en que debían convertirse, si querían que el reino de Dios llegara a ellos Las primeras palabras de
Jesús, al iniciar evangelización, según San Marcos, fueron: El reino de Dios ha llegado a ustedes, conviértanse y
crean en el Evangelio (Mc 1, 15).
Jesús conocía muy bien el corazón humano; sabía, de sobra, que si el individuo no ha cortado con su pecado, la
semilla del reino cae en el corazón de piedra y no logra producir frutos. Lo primero, entonces, para Jesús, es
comenzar por convertirse. San Pedro, esto lo tenía muy claro; por eso el día de Pentecostés, cuando la gente,
compungida, ante su predicación, le preguntaba: ¿Que debemos hacer? (Hch 2,37). Pedro no dudó en mostrarles
los pasos que debían dar. Les dijo: Arrepiéntanse y bautícense en el nombre de Jesucristo para que sean
perdonados sus pecados, y así él les dará el Espíritu Santo (Hch 2, 38). El problema es que muchos "nacieron
cristianos"; desde niños les dijeron que eran cristianos, y, por eso mismo no se han sometido al proceso de
conversión. Nos encontramos en nuestra Iglesia con multitud de bautizados, pero con no muchos convertidos y
evangelizados. De allí que muchos no tengan "hambre" de las cosas de Dios, ni se quieren "comprometer"
como piedras vidas en su Iglesia. En el fondo es porque no se han convertido. Todavía hay un coqueteo con la
Gracia y el pecado al mismo tiempo.
Por otro lado, es fácil creerse convertido porque se es "religioso", asiduo a ceremonias y oraciones. Todos
creían que el Faraón de Egipto se había convertido cuando le suplicaba a Moisés que rezara por él. Lo que
sucedía era que el Faraón estaba aterrorizado por las plagas de Egipto. Cuando cesaron las plagas se terminó la
actitud de pseudopied del Faraón.
Judas comenzó a gritar que había vendido un inocente; lanzó las monedas ante los irritados sacerdotes. Pero
Judas no estaba convertido; se encontraba en estado de "shok" por todo lo que sucedía a su alrededor. Si se
hubiera convertido, no hubiera terminado suicidándose. Como Pedro, hubiera llorado amargamente.
Sin conversión el individuo no puede recibir de corazón el Evangelio. Sin conversión no hay salvación ni
auténtico cristiano. Si en nuestras iglesias abundan la mediocridad espiritual y la falta de compromiso serio para
evangelizar, es porque hay muchos bautizados, pero pocos convertidos. Todavía no se han encontrado
personalmente con Jesús; como Zaqueo, no han decidido romper con su pasado.

LOS PASOS EN LA CONVERSIÓ


La clase magistral acerca de los pasos qu deben darse en una conversión, la dio Jesús cuando narró la parábola
del hijo pródigo. Aquel joven pensó que alejándose de su padre, de su casa, iba a ser feliz. Cuando se dio
cuenta, el dinero se lo había gastado en vicios y fiestas. De pronto estaba envidia a los cerdos: ellos tenían
comida y el no. Estar en el mismo plano de los cerdos era algo horroroso; más para los judíos. Así mostraba
Jesús las consecuencias del pecado.
Aquel Joven, entonces, comenzó a reflexionar: en la casa de mi padre todo era distinto: comida caliente, ropa
limpia, amor. "Hasta dónde he negador, se habrá dicho aquel muchacho. Pero todavía no había conversión. La
verdadera conversión comenzó cuando, venciendo su orgullo, se puso en camino y dijo: Iré a donde mi padre y
le diré: He pecado contra el cielo y contra ti (Lc 15,18). Una conversión siempre lleva una "confesión" de
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pecado. Dice la Biblia: Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Dios para perdonamos y limpiarnos (1 Jn
1, 9).
Hay un detalle que no debe pasarse por alto. El hijo pródigo, tercamente, insistía en que su padre lo tratara
como a un "esclavo no quería entrar en la fiesta que su padre había organizado para celebrar su regreso. Algo
esencial de la conversión es aceptar el perdón de Dios y la fiesta que él nos regala. El vivir con complejos de
culpas el no haberse perdonado uno mismo, indica una conversión a medias. Convertirse es aceptar Dios es tan
bueno que nos perdona y olvida. Si no se logra dar este paso, nuestra conversión todavía está incompleta.
En mi ministerio sacerdotal me toca encontrarme, frecuentemente, con muchos que no han logrado perdonarse a
sí mismos, y viven con el peso de su pasado sobre sus hombros. Ya Dios los perdonó, pero ellos no se han
podido perdonar. Eso los hace muy infelices. Toda conversión engendra gozo. Libertad.
La conversión del buen ladrón también es muy aleccionadora. El Evangelio lo presenta en su primer momento,
blasfemando contra Jesús en compañía del otro ladrón. Jesús no les había hecho nada; pero ellos volcaban su
odio social contra el que estaba más cerca de ellos. Un dato muy importante: dice San Marcos que Jesús fue
crucificado a las nueve de la mañana y que murió a las tres de la tarde. Quiere decir que el buen ladrón durante
6 horas estuvo escuchando la Palabra de Dios. Cristo palabra que clamaba al Padre, que rogaba por sus
enemigos, que clamaba a Dios en su agonía. Esa palabra se convirtió en "espada de doble filo” que Palabra lo
penetró profundamente hasta hacerlo meditar en toda su vida pecaminosa. Esa Palabra estuvo cayendo durante
seis horas fue "martillo" que quebranto su corazón. Fue "luz" en medio de la oscuridad. Lo primero que aquel
ladrón arrepentid: hizo fue aceptar su pecado. Se dirigió otro ladrón, que seguía blasfemando, y le dijo:
Nosotros estamos sufriendo con toda razón porque estamos listo castigo de lo que' pagando el hemos hecho;
pero este hombre no hizo nada malo (Lc 23, 41).
Lo más difícil es acepta r que se es culpable Son muchos los criminales que mueren; en la silla eléctrica
alegando inocencia. El buen ladrón comenzó por reconocer que era culpable. Pero no se quedó allí. Durante las
seis horas que había estado escuchando la Palabra, su corazón fue transformado. Bien decía San Pablo que la fe
viene como resultado de oír la Palabra de Dios (Rm 10, 17). El buen ladrón no se quedó hundido en su culpa,
levantó la mirada al que lo podía salvar, y le rogó: Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino (Lc 23, 42).
El Señor, inmediatamente, le respondió: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Ante la conversión auténtica, Jesús
nunca niega su perdón total. El buen ladrón no siguió insistiendo en que él era un gran pecador. Aceptó el
perdón de Jesús y espero in el suplicio el cumplimiento de la promesa de Jesús a quién ya había aceptado como
Rey, como Señor de su vida. En la conversión del buen ladrón se recalca el papel de la Palabra que se convierte
en espada de doble filo que penetra el corazón. Toda predicación, toda lectura de la Biblia, toda Palabra de Dios
es martillo que quebranta nuestro corazón. De allí la importancia de vivir imbuidos en la Palabra para vivir
también en constante actitud de conversión y salvación.

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