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La Biblia ha sido llamada "Un libro de salvación". Desde su primer libro, la Biblia comienza hablando de la
salvación de Dios. ¿De qué nos salva Dios?
En el Génesis se nos expone el caso de los primeros seres humanos, que después de haber sido creados en la
gracia de Dios, por insinuación del espíritu del mal, desconfían de él y cometen el primer pecado del mundo
(Gn 3). Luego, ya no quieren hablar con Dios, huyen de Dios; se van a esconder. Dios, en su misericordia, los
va a buscar, y, cuando ellos reconocen que son pecadores y salen de su escondite, Dios les echa encima unas
pieles porque los encuentra totalmente desnudos, es decir, desprotegidos. Esas pieles simbolizan la
característica esencial de Dios, que es la misericordia.
A los primeros seres humanos que le habían fallado, Dios podría haberlos aniquilado, en vez de eso los buscos,
los convenció de pecado y les regalo, sin que lo merecieran, la salvación. Todavía no la salvación eterna. Para
eso tendrían, primero, que pasar por un largo camino de conversión y santificación.
Con Adán y Eva, nuestros primeros padres, comienza la historia de la salvación de todos nosotros. Dios procede
a maldecir a la serpiente, símbolo del mal, y a prometer un "salvador" que saldrá de la mujer (Gen 3,15). Desde
este momento, se inicia la "historia de la salvación" compendiada en la Biblia. En el Antiguo Testamento se
promete desde el libro del Génesis un Salvador que Dios enviará a la humanidad (Gn 3,15). Uno de los textos
más explícitos, con respecto a la salvación, es el capítulo 53 del profeta Isaías, en donde se presenta al futuro
Mesías, como un "cordero" que en silencio va llevando al matadero los pecados de todos los hombres. El
profeta Isaías, concluye diciendo: El soporto el castigo que nos trae paz y por sus llagas hemos sido sanados (Is
53,5).
El Nuevo Testamento nos habla de Jesús como el Salvador prometido. Es Jesús mismo quien se presenta en la
sinagoga judía como el Ungido (el Cristo); para eso emplea las palabras del profeta Isaías, y dice: El Espíritu
del Señor estará sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia, me ha enviado a
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el
ario de gracia del Señor (Lc 4,18-19). Con su vida intachable y sus milagros, Jesús demuestra que es
verdaderamente el enviado de Dios.
La señal definitiva de que Jesús es el Mesías y que es Dios hecho hombre, es su resurrección. Por eso san Pablo
afirmaba: Si Jesús no hubiera resucitado, nuestra fe seria vana (1Co 15,17). Desde el momento que Jesús
resucito, todos creemos que de veras es el enviado de Dios y que es la Palabra de Dios entre nosotros (Jn 1,14),
aceptamos de corazón que su sacrificio en la cruz fue el medio del que Dios se sirvió para perdonar nuestros
pecados. Por eso, sin dudar, proclamamos a Jesús nuestro Salvador y el Señor de nuestra vida. Cuando todo esto
sucede, también a nosotros nos llega la salvación de Jesús, que, un día, va a ser "eterna", en el cielo, si
perseveramos hasta el final en la fe de corazón en Jesús.
UN LARGO PROCESO
Dice Jesús: No todo el que diga Señor, Señor entrad en el reino de los cielos. Sino el que hace la voluntad del
Padre que está en los cielos (Mt 7,21). También Jesús puntualizo que, al final del mundo, llegaran algunos
diciendo: Nosotros hemos comido y bebido contigo, hemos profetizado, hemos hecho milagros, hemos
expulsado demonios en tú nombre (Mt 7,22). Dice Jesús que les dirá: No los conozco. Apártense de mis
obradores de iniquidad (Mt 7,23). ¿Qué paso con estos individuos que creían que merecían la salvación? En este
pasaje bíblico, Jesús nos expuso que se puede ser muy religioso, pero sin fe del corazón. Se pueden tener
abundantes obras religiosas, pero sin la fe que salva. Esto nos hace meditar profundamente porque, con
frecuencia, podemos pensar que nos salvamos por nuestras obras buenas, hechas mecánicamente, sin la fe del
corazón, que se exige para la salvación.
Santiago es muy explicito al afirmar: La fe sin obras está muerta (St 2,17). Algo muy importante. Si de veras se
tiene fe, se comprueba con las obras de fe que empiezan a fructificar. No son esas obras las que nos salvan
como que fueran meritos adquiridos para reclamar la salvación. Esas obras de fe, de amor, indican simplemente
que ha habido un encuentro personal con Jesús v una conversión más profunda de la cual comienzan a brotar
esas obra de fe, que Jesús ye en nosotros.
Otro caso clásico es el de Nicodemo. Era: un fariseo que cumplía la ley a rajatabla. Fue a visitar a Jesús; creyó
que el Señor lo iba a felicitar por su santidad de vida. Jesús, por el contrario, le paso encima como una
aplanadora. Le dijo que si no volvía a nacer del agua y del Espíritu no podría ingresar en el reino de los cielos
(Jn 3,5). Aquel hombre apabullado no tuvo más que preguntar: ¿Como puede ser esto? (Jn 3,9). Jesús le dijo:
Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así va ser levantado el Hijo del hombre para que todo el que
crea en él, no se condene sino tenga vida eterna. Porque Canto amo Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito
para que todo el que crea en el no se condene sino tenga vida eterna (Jn 3, 14-16).
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Nosotros, ahora, entendemos que Jesús estaba enviando a Nicodemo al Calvario. En efecto, cuando, mas tarde,
Nicodemo, como fariseo, se jugó el todo por el todo, y llego al Calvario. Entonces entendió lo que Jesús le
quería decir al anunciar que iba a ser levantado en la cruz, ahí comprendió Nicoldermo la inmensidad del
pecado de la humanidad, al constar de que Dios había tenido que entregar a Jesús para que expiara el pecado de
los hombres. También entendió lo que era el amor de Dios que había llegado al extremo de acudir a ese
misterioso hecho de la crucifixión de Jesús para que el mundo se salvara por el sacrificio de Jesús.
Ese es el caso de cada uno de nosotros. Jesús nos manda al calvario. Junto a la cruz por obra del espíritu santo,
comprendemos el amor de Dios que tuvo que entregar a Jesús a la cruz porque era el medio que había escogido
para la salvación de cada uno de nosotros. Dice San Juan que él vio en el calvario que del costado de Cristo,
atravesado por una lanza, salió sangre y agua. La sangre indica lo único que puede borrar el pescado del
hombre. El agua es el símbolo del Espíritu Santo, que Jesús entrego después de haber glorificado a Dios con sus
muerte expiatoria en la cruz.
De la cruz nos viene nuestro nuevo nacimiento del agua y del espíritu santo. De allí los viene la salvación de
Jesús.
Todos, quien mas, quien menos somos como Nicodemo. Jesús nos vuelve a repetir lo mismo que le dijo al
famoso fariseo. Si queremos recibir la salvación, que nos ofrece desde la cruz, debemos creer firmemente en él
y demostrarlo con un nuevo nacimiento del agua y del Espíritu Santo. Con una conversión sincera.
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Con frecuencia, por televisión, aparece algún predicador protestante que, cuando alguien le pregunta qué debe
hacer para salvarse, le responde: "Usted no tiene que hacer nada; ya Jesús lo hizo todo por usted en la cruz".
Además, le ayuda a hacer una breve oración: "Hermano, diga conmigo: Jesús yo te acepto en mi corazón, me
entrego a ti, te doy gracias porque me has salvado.; Gloria a Dios, hermano; usted desde ahora va es salvo!"
Todos gritan: "Aleluya, gloria a Dios".
Esta salvación "light", no es la que enseno Jesús. En el Evangelio de san Marcos, las primeras palabras que
pronuncia Jesús son muy claras en cuanto a la salvación. Jesús dijo: El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios
se ha acercado a ustedes; conviértanse y crean en d Evangelio (Mc 1,15). Expresamente Jesús indica que para
ingresar en el reino, para salvarse, primero, hay que "convertirse y creer en el Evangelio". Jesús pide una
respuesta práctica de fe. No puede ingresar en el reino el que no se convierte y pone toda su confianza en Jesús.
Creer, esencialmente, es confiar plenamente en todo lo que Jesús dice y exige.
A Jesús le preguntaron si eran muchos los que se salvaban. Jesús optó por decirles que debían ingresar por una
"puerta estrecha"; que había otra puerta ancha, pero por ahí no se iba la salvación (Mt 7,13). "Puerta estrecha",
significa que Jesús exige algunas condiciones para poderse salvar. La salvación es una gracia, un regalo no
merecido, pero ese regalo no se entrega por la fuerza; hay que recibirlo con la mano de la fe, de la confianza
total en Jesús.
También Jesús dijo en el Sermón de la Montana: No todo el que diga: Señor, Señor, va entrar en el reino de los
cielos, sino el que haga la voluntad del Padre que está en el cielo (Mt 7,21). Jesús fue muy explicito al afirmar
que no quería gente "emocionada", nada más, sino personas que conscientemente enfilaran por el camino del
Evangelio que el proponía. Por eso mismo, Jesús, llego a revelar que el día del juicio, llegaran algunos diciendo:
Señor, Señor, nosotros hablamos en tu nombre, en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos
muchos milagros. Pero entonces, les contestare: Nunca los conocí ¡Aléjense de mi obradores de iniquidad! (Mt
7, 22-23)
Cuando Jesús le dijo a Zaqueo: Hoy ha llegado la salvación a tu casa, fue solo después de que Zaqueo se bajo
del árbol en que se había subido para curiosear y ver quien era aquel personaje famoso del que todos hablaban.
Luego, Jesús le pidió que abriera la puerta de su casa para hospedarlo. Además, tuvo que escuchar la Palabra de
Dios. Jesús no fue a la casa de Zaqueo para contar chistes o a hablar de política, sino para exponer lo básico de
su Evangelio. Cuando se puso de pie Zaqueo no fue para hacer un brindis de bienvenida, sino para hacer una
confesión pública de sus pecados. Acepto que era un pecador público. Pero prometió de ese momento en
adelante, cambiar de vida. Iba a dar la mitad de su riqueza a los pobres y, además, iba a reparar con abundancia
el mal hecho a otras personas (Lc 19, 1-10).
La conversión de Zaqueo no consistió en una emoción religiosa; vino después que la Palabra de Jesús se le
hundió como espada de doble filo, que escudriño sus pensamientos e intenciones (Hb 4,12). Solo entonces,
Jesús le pudo decir: Hoy ha llegado la salvación a tu casa (Lc 19,9).
La salvación siempre es una gracia, un regalo de Dios, no merecido. Zaqueo no tenía ningún merito para que
Jesús se "autoinvitara" para hospedarse en su casa. Zaqueo era un hombre muy malo. Un corrupto comerciante.
Jesús no solo ingreso en su casa, sino que también le ofreció la salvación.
Cuando Zaqueo recibió la oferta de Jesús, muy bien hubiera podido exponer una excusa: "Lo siento: el día de
hoy no puedo recibirte; tengo un compromiso urgente. Otro día, con mucho gusto". El que Zaqueo aprovecho el
hoy de Jesús: Hoy quiero hospedarme en tu casa (Lc 19,5). Eso le valida que Jesús, mas tarde, le pudiera decir:
Hoy ha llegado la salvación a tu casa (Lc 19,9). Todo esto, para Zaqueo, era un regalo de Dios, que él no
merecía. A esto, teológicamente, lo llamamos "gracia".
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NO TIENE QUE HACER NADA...
El día de Pentecostés, Pedro predico con el poder del Espíritu Santo lo básico acerca de Jesús. La gente sinti6
que la Palabra les traspasaba el corazón como una espada. Se pusieron a llorar y gritaban: "¿Que debemos
hacer?" (Hch 2,37). Pedro no les dijo: "Ustedes no tienen que hacer nada; ya Jesús lo hizo todo en la cruz".
Pedro, por el contrario, les dijo lo le había aprendido de Jesús. Pedro les grito. Conviértanse y que cada uno de
ustedes vaya a bautizarse en nombre de Jesucristo, para perdón de sus pecados; y recibirán el don del Espíritu
Santo (Hch 2,38).
Pedro les expuso un proceso para recibir la salvación que Jesús les ofrecía con su muerte y resurrección. La
salvación siempre es una gracia, un regalo no merecido. Pero ese regalo, no se nos impone por la fuerza. Se nos
pide aceptarlo por medio del arrepentimiento de nuestros pecados, de nuestra fe total en Jesús como nuestro
Salvador y Señor de nuestra vida. No es una emoción religiosa, nada más. Es un serio proceso de conversión y
aceptación total del Evangelio de Jesús.
Del pueblo de Israel, Dios decía: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón lejos de Mi (Is 29,13).
Algo, por desgracia, muy común: honrar a Dios con los labios y no con el corazón. Por eso San Pablo acentúa:
Con el corazón se cree para ser justificados, y con los labios se confiesa para ser salvados (Rm 10,10).
La salvación no nos llega solo por actos de culto a los cuales podemos ser adictos.
Sino por lo que hacemos de corazón. En la religión, mente y corazón no pueden estar separados, porque
entonces se da lo que decía el Papa Juan Pablo II: "Divorcio entre fe y vida". Cuando se da divorcio entre fe y
vida, ahí no hay salvación, sino, muchas veces, superstición. El supersticioso es muy duro para convertirse,
porque tiene plena confianza en que con sus actos de culto el se gana la salvación. Por eso mira con desprecio a
los que no llegan a su altura de ritualismo.
Eso fue, precisamente, lo que le sucedía, al religiosísimo Nicodemo. Cumplía al pie de la tetra toda la Ley,
como buen fariseo. Se creía santo. Jesús tuvo que pasarle encima, como una aplanadora, para que entendiera
que necesitaba una profunda conversión. Por eso Jesús, de entrada, le dijo: El que no nace del agua y del
Espíritu no puede ingresar en el reino de Dios (In 3,5). Nicodemo pensó para sus adentros: "Este no sabe quién
soy yo". Jesús le aclaro: Tú eres maestro en Israel y no sabes estas cosas (In 3,10).
Ante esta dura denuncia, Nicodemo tuvo que decir: Como puede ser esto? (In 3,9), que equivalía a: ¿Qué debo
hacer?. Jesús no le dijo: "TU no debes hacer nada...Yo lo hago todo".
En pocas palabras, y simbólicamente, Jesús le resumió a Nicodemo el sentido de la salvación que le llega al
hombre por medio de su sacrificio en la cruz. Jesús le dijo a Nlicodemo: Como Moisés levanto la serpiente en
desierto, así va a ser levantado el Hijo del hombre pun que todo el que crea, tenga en él vida eterna. Porque
tanto amo Dios al mundo que entregó a su fijo unigénito para que todo el que crea en él, no crezca, sino tenga
vida eterna (Jn 3, 14-16). Aquí esta resumida la esencia de la revelación de la Biblia. El amor sin límites de
Dios, que Bendiga al extremo de entregar a Jesús para que muera en lugar del hombre, para que le lleve
salvación a todo el que crea de corazón en la muerte y resurrección de Jesús.
Propiamente, Jesús estaba mandando al Calvario a Nicodemo; solamente, más tarde lo iba a comprender
Nicodemo. Porque junto a la cruz Nicodemo iba a entender la magnitud del pecado del hombre y el amor de
Dios, que tuvo que entregar a Jesús para que en la cruz trajera la salvación del pecado v de la muerte.
Nicodemo tuvo que someterse a un largo proceso de conversión para poder volver a nacer del agua y del
espíritu. Es el mismo camino que el Señor nos pide a nosotros para poder recibir con fe la justificación que nos
quiere entregar. "Justificar", bíblicamente, quiere decir poner en buena relación con Dios. La salvación se inicia
al ponernos en buena relación con Dios por obra del Espíritu Santo.
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Antes, Nicodemo eran un buen judío, ahora, comenzó a ser un buen cristiano, seguidor de corazón de Cristo. En
la Iglesia, abundan los "Nicodemo". Gente muy religiosa; pero que no han vuelto nacer "del agua y del
Espíritu". Como a Nicodemo, Jesús les vuelve a decir: El que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar
en el Reino de Dios (Jn 3,5). Como a Nicodemo, Jesús a todos nos envía al Calvario, para que ante Jesús muerto
y resucitado, tengamos una conversión más profunda y un encuentro personal con El.
La salvación, que Jesús nos quiere regalar, sin merecerla, no es algo sentimental, "light", sino un duro proceso
de conversión profunda, que garantice que, de veras, queremos recibir la gracia de la salvación.
LA ENSERANZA DE JESUS
La enseñanza de Jesús, al respecto, es muy definitiva. Dice Jesús: Y al crecer cada vez más la iniquidad, la
caridad de la mayoría se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ese se salvara (Mt 24,12-13). Jesús
especifica que hay que "perseverar hasta el fin" para salvarse. Se sobrentiende que muchos que comienzan bien,
luego no logran perseverar.
Más tajantes son las indicaciones que da Jesús con respecto a la perdida de la salvación. Por medio de una
comparación con la vid y los sarmientos, dice: Todo sarmiento que en mi no da fruto, lo corta, y todo el que da
fruto, lo limpia, ...Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los
recogen, los echan al fuego y arde" (Jn 15,2.6). Jesús hace referencia a la rama del árbol que, primero, está bien
ligada al tronco, y que, luego, se desprende y ya no recibe la sabia que le llegaba del tronco. Si el cristiano se
desprende de Jesús, como la rama del tronco del árbol, se seca espiritualmente, lo echan al basurero, y, luego,
va aparar al "fuego". La comparación que expone Jesús es muy acertada para indicar como un cristiano puede
perder la salvación al apartarse de Jesús.
En la parábola de las diez vírgenes, invitadas a un gran banquete, Jesús detalla que cinco de ellas se durmieron
mientras esperaban la llegada del novio. Cuando llego el novio, se dieron cuenta de que se les habían apagado
sus lámparas y no tenían aceite de repuesto. Las vírgenes prudentes, en cambio, habían llevado aceite de
repuesto y llenaron inmediatamente de aceite sus lámparas, cuando se les apagaron, y pudieron ingresar en el
banquete. El comentario de Jesús a su parábola fue: Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: señor, señor,
ábrenos! Pero el respondió: En verdad les digo que no las conozco.
Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora. (Mt 25,1-13). En la parábola de Jesús, todas las vírgenes
habían sido invitadas al gran banquete, símbolo de la vida eterna. Pero las que dejaron que se apagaran sus
lámparas, simbolizan a los que no permanecen en Jesús. No pueden ingresar en el banquete del reino de los
cielos. Por eso el Señor nos alerta: hay que permanecer "en vela". Con la lámpara apagada no se puede ingresar
en el reino de los cielos.
Todo esto concuerda muy bien con lo que había escrito el profeta Ezequiel: Cuando yo dijere al justo: De cierto
vivirás, y el confiado en su justicia hiciere iniquidad, todas sus justicias no serán recordadas, sino que morid por
la iniquidad que hizo.... Cuando el justo se apartare de su justicia, e hiciere iniquidad, morirá por ello. (Ez
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33,13-18). El texto de Ezequiel se refiere específicamente al "justo", que se descuido v, por eso, no logro
perseverar en la justicia.
El hombre postmoderno esta atormentado por el temor a la guerra química, por d sida, por el cáncer, por la
contaminación ambiental. Pero se muestra totalmente despreocupado por el más devastador de iodos los males:
el pecado. Casi se podría decir que no le interesa; procura adormecer conciencia para que no le reproche por su
dulce pecado en el que quiere permanecer.
El profeta Isaías dice: Las maldades de ustedes han levantado una barrera entre Dios y ustedes (Is 59,2).
Mientras haya pecado en nosotros no nos puede llegar la salvación de Dios. La Biblia, más que definiciones
teológicas acerca del pecado, presenta estampas en las que se exhiben, a todo color, las consecuencias fatídicas
del pecado. Es el mejor método para mostrar lo terrible que es el pecado en la vida de todo ser humano.
Acarrea muerte
En el Génesis, de entrada, nos encontramos con la advertencia que Dios hace a sus hijos a quienes acaba de
entregarles el mundo, "que estaba muy bien hecho". El Señor les indica que pueden comer de todos los frutos
menos del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Este misterioso árbol era el símbolo del pecado. Si
comen, morirán (Gn 2,17), fue la advertencia del Señor. No era ninguna amenaza; era casi una súplica, el ruego
del padre que quería evitarles a sus hijos el sufrimiento. Los primeros seres humanos, instigados por el espíritu
del mal, desconfiaron de Dios, quisieron ser como Dios. Comieron del fruto. En ese preciso momento les Rego
la muerte; no tanto la muerte física como la espiritual: murió su gozo, su serenidad, su bendición. Cuando se
dieron cuenta estaban escondidos huyendo de Dios.
El libro de los indígenas mayas, el "Popol Vuh", describe, fabulosamente, la rebelión de la naturaleza contra los
hombres de madera, que no alababan a los dioses. Se les revelaron sus comales y sus ollas; los perros
comenzaron a ladrarles; los arboles los lanzaban al espacio; los techos de sus casas, como catapultas, los hacían
volar por los aires. Toda la naturaleza se había revelado. Con el pecado ingreso la zozobra, la guerra, tensión.
En teología llamamos pecado "mortal" una falta grave. El que la comete esta es
``estado de muerte´´ delante de Dios. Es como un cadáver ambulante. El Profeta Isaías. Las iniquidades de
ustedes han abierto un entre ustedes y su Dios. Sus pecados le han volver el rostro para no escucharlos (Is 59,
2). De gran hondura espiritual es la imagen Isaías: por el pecado, un abismo nos separa de Dios. El Señor como
que voltea su rostro para no escucharnos. De esta manera Profeta quería acentuar la triste condición pecador.
Dice la Carta a los Romanos: Todos son es y les falta la presencia de Dios (Rm 3, 23). La presencia de Dios es
lo mismo que rostro", su cercanía, su bendición. Los s seres humanos, al pecar, se dan que están totalmente
alejados de se descubren "desnudos"; se sienten totalmente desamparados. Esa es la muerte causa el pecado:
mata nuestro gozo, paz, nuestra bendición.
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Fuera del camino
Todos andábamos como ovejas descarriadas, cada cual seguía su PROPIO CAMINO (Is 53, 6). Pecar es dejar el
camino de Dios para escoger el propio camino. Caín va corriendo a toda velocidad; Dios procura detenerlo, y le
pregunta: Caín, ¿Donde está tú hermano Abel? (Gn 4,9). Caín no quiere dejar su prisa loca, y responde que él
no es custodio de su hermano. Lo que Dios intentaba era detener un momento a Caín; quería ayudarlo a
reflexionar acerca de su pecado; buscaba que se arrepintiera. Caín no quiso detenerse. Siguió corriendo
velozmente. Había dejado el camino de Dios para ir por "su propio camino".
El profeta Isaías anota que los caminos de Dios no son nuestros caminos; como dista el cielo de la tierra así
dista el camino de Dios del nuestro (Is 55, 8). El camino de Dios es el correcto, el nuestro es el torcido. En el
libro del Deuteronomio, con toda claridad, el Señor le dice a su pueblo que si cumplen los mandamientos,
tendrán bendición; si no los cumplen habrá maldición en sus vidas (Dt 11, 26). Si vamos por el camino de Dios
hay paz, gozo, serenidad. Si vamos por el nuestro, seremos zarandeados por las fuerzas del mal. Dios no nos
maldice; somos nosotros los que escogemos ir por el camino de la bendición o de la maldición.
Jesús aseguró: Yo soy el camino, el que me sigue no anda en tinieblas (Jn 8, 12). El camino de Jesús lleva a la
Luz, a Dios. A la salvación. El camino nuestro lleva al padre de las tinieblas, a la confusión, al desconcierto, a
la desarmonía. Una característica del pecador es que, como Caín, siempre va de prisa. Intenta huir de la voz de
Dios que busca hacerlo recapacitar en su pecado. Bien decía el poeta guatemalteco Hernández de Cobos: El
olvido de Dios es preciso para huir del espanto". El pecador pretende olvidar a Dios. No quiere que Dios lo
"convenza", que lo derrote. En alguna forma está fascinado por su pecado, que lo tiene hipnotizado y le hace
creer que es bueno lo malo. El pecador tiene su reloj acelerado y va por un camino que no es el de Dios.
El pecado atrapa
Cuando el Señor entrego sus mandamientos, le advirtió al pueblo que si fallaban, ``el pecado los atraparía´´
(Nm 32, 23). En nuestra vida, o estamos controlados por el Espíritu Santo, o estamos dominados por el espíritu
del mal. No hay término intermedio. David creyó que se podía dar el lujo de ver, pecaminosamente, a una mujer
que se estaba bañando, sin que sucediera nada malo. Cuando David se dio cuenta, su mirada lo llevo al adulterio
con Betzabe; luego pensó que el esposo de Betzabe le estorbaba. Procuro que mataran al esposo de su amante
en la batalla; propiamente fue un asesinato disimulado. David quedo encadenado por su pecado, que lo hizo ir
dando tumbos hacia el mal. El pecado es como un resbaladero; una vez que nos colocamos en el, ya es casi
imposible detenerse; nos deslizamos, cada vez con más velocidad, hacia abajo.
El lean, en la selva, asusta a todos con sus estruendosos rugidos. Pero una vez que ha caído en la trampa, lo
llevan al circo, y toda la gente se divierte con el lean. Sansón era como el lean: infundía pavor a todos por la
fuerza inigualable, que Dios le había dado. Pero cuando Sansón se dejo enredar en el pecado, por una mala
mujer, fue vencido por sus enemigos, que le sacaron los ojos y lo tenían como un payaso para divertirse con él.
Jesús dijo: Todo aquel que comete pecado se hace esclavo del pecado (Jn 8, 34). Esclavo es el individuo que ha
perdido su libertad; está en manos de su amo, que dispone de él a su antojo. Saúl era un joven lleno del Espíritu
Santo; todos admiraban el don de profecía de Saúl; pero se dejo encadenar por su envidia; luego vino el odio:
quiso matar a David. Más tarde, sin ser sacerdote, se precipito para ofrecer el sacrificio; en un momento de
emergencia, va a consultar a una mujer espiritista. Saúl termina suicidándose. El pecado lo tenía totalmente
encadenado.
El hidrópico, obsesivamente, quiere beber más y más agua. Pero no logra calmar su sed. Sigue bebiendo, y se
comienza a hinchar más y más hasta que revienta. El pecador es como un hidrópico, tiene obsesión por el licor,
por el sexo, por la droga, por el odio. Como Saúl se está suicidando poco a poco. Es un muerto en vida, un
cadáver ambulante. Sansón termina amarrado a una rueda de molino dando vueltas y más vueltas. El pecado
encadena, atrapa. Esclaviza. Aleja de la salvación.
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El remordimiento
Dice el Eclesiástico: Feliz el hombre que no peco con sus palabras, ni esta ATORMENTADO por el
REMORDIMIENTO de sus pecados (Edo 14, 1). El poeta francés, Víctor Hugo, tiene un poema que narra que
después que Caín mata a su hermano, comienza a ver un ojo que lo persigue por todas partes. Huye a los montes
y allí está el ojo. Va a las llanuras y allí está el ojo. Los hijos de Caín entonces le construyen una casa
subterránea, y le aseguran que allí estará tranquilo, pero apenas baja Caín a aquella casa bajo tierra, dice: "Allí
está el ojo". El pecador es torturado por la voz de su conciencia, que, en último término, es la voz de Dios.
Herodes había mandado a matar a Juan Bautista. Cuando apareció Jesús, se alarmo Herodes; creyó que era Juan
Bautista que había resucitado. A Herodes lo estaba carcomiendo su pecado. El pecador insiste en frecuentar
lugares ruidosos, fiestas, discotecas; bebe licor en exceso para atontarse; se carcajea con estruendo; pero en el
fondo de su corazón continua escuchando una voz insistente que no lo deja ser feliz. El pecador procura usar
mascaras. Asegura que se encuentra muy Bien; que todo está en su lugar; pero él sabe que está jugando a un
"harakiri" fatal. Dijo Jesús: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Ver a
Dios, aquí, significa tener experiencia profunda de Dios, de su bondad, de su amor. Podría decirse lo contrario:
"Infelices los de sucio corazón porque verán el mar: verán de cerca el mal; serán zarandeados por las fuerzas
malignas, experimentaran los ramalazos del espíritu de las tinieblas.
En el Salmo 32, David expuso, crudamente, su vivencia mientras estaba en pecado. Escribió David: Mientras no
confesé mi pecado, mi CUERPO iba decayendo por mí gemir todo el día.
De día y de noche tu MANO PENSABA SOBRE MÍ; me sentía desfallecer como FLOR MARCHITA. Los
médicos hacen referencia a las enfermedades ``psicosomáticas´´ que tienen su origen en el alma. David anota
que su "cuerpo" gemía: participaba de su turbación anímica. David afirma que experimentaba la mano de Dios,
no como la de un padre que acaricia a su hijo, sino como la mano del padre que lo disciplinaba. El pecador,
como David, siente como una "flor marchita" en medio del desierto. Lo contrario del retrato del hombre
bienaventurado, del que había el Salmo 1, que es como un "árbol junto al rio": tiene siempre sus hojas verdes y
da fruto en todas las épocas del año. El pecador es un hombre atormentado por sus remordimientos. Es alguien
que corre en pos de la felicidad, pero por el camino equivocado.
El dilema
Una vez aprisionados por el pecado, es fácil que seamos como Caín; nos invade una loca prisa; no encontramos
tiempo para hablar con Dios. Mientras el pecador siga corriendo, mientras no se hinque para pedir perdón, será
un muerto en vida. David acepto hincarse para pedir perdón, junto al profeta Natán, que, de parte de Dios le
echaba en cara su pecado; Misericordia, señor, por tu inmensa compasión borrar mi culpa´´ (sal 51,3), dijo
David entre lagrimas. En ese momento se rompieron sus cadenas y cesaron los remordimientos que lo
torturaban.
Cuando alguien reconoce ante Dios su pecado y se confiesa, hay un nuevo Lázaro que sale de su tumba: hay
una nueva creatura en Cristo. De hombre de conflictos y turbaciones, para a ser un hombre de paz, de gozo, de
bendición. De persona esclavizada por el pecado, se torna en hijo de Dios, con la libertad que da el Espíritu
Santo. De oveja descarriada, que anda por abismos peligrosos, se convierte en oveja sobre los hombres del buen
pastor, que la regresa al caliente aprisco. De Jonás angustiado en el oscuro vientre del cetáceo, para a ser Jonás
vomitado en la playa llena de esplendorosa luz.
Cuando Jesús comenzó su evangelización, según cuenta Marcos lo primero que dijo fue: el reino de Dios ha
llegado a ustedes, arrepiéntanse y crean en el Evangelio (Mc 1, 15). Según Jesús, para salir de la esclavitud del
pecado, hay que hacer dos cosas: arrepentirse sinceramente del pecado; luego enfilar por el camino del
evangelio. Allí está la salvación que Jesús propone. El camino de Dios, el camino recto que lleva a la paz al
gozo, a la bendición. A la libertad de hijos de Dios.
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Con naturalidad llamamos a Jesús NUESTRO SALVADOR, pero, tal vez, sin profundizar cómo nos salva Jesús
y de que nos salva. Salvar en el sentido que se le da en la biblia, significa sustraer a alguien de algún grave
peligro en que se encuentra. El pueblo judío tenía el que pasaba de la esclavitud a la libertad.
El nuevo testamento encontró adecuado el termino ``salvación´´ para indicar la obra de Jesús que nos salvo del
pecado y la condenación, que es su consecuencia. Todo el nuevo testamento nos va exponiendo cómo se fue
llevando a cabo la obra de ``salvación´´ de los hombres por medio de Jesús. Desde un principio, en el evangelio,
se anticipa que el nombre de Jesús significa ``Yahvé salva´´.
El ángel le dice a José que el nombre de su hijo será Jesús, que significa ``salvación´´, porque llega para salvar a
los hombre de sus pecados. Al mismo tiempo, los ángeles les anuncian a los pastores que les ha nacido un
``salvador´´. Cuando Jesús recién nacido es llevado al templo, el anciano Simeón lo toma en sus brazos y le da
gracias a Dios porque ha visto la ``salvación´´. Simeón identifica a Jesús niño con la salvación de Dios.
Jesús, al presentarse pero primera vez en la sinagoga de Nazaret, comienza diciendo que ha sido ungido por el
Espíritu Santo para traer liberación a todos los que estén prisioneros de algo (cfr. Lc 4, 18).
En cierta oportunidad Jesús esta predicando en la sinagoga; un individuo que se encuentra aprisionado por un
mal espíritu, comienza a retorcerse y a vociferar; Jesús ora por él y queda liberado. Ante la palabra del Señor, la
salvación de Dios se hace efectiva para todos los que necesita ser liberados de algo: del pecado, de un mal
espíritu, de una enfermedad, de su tristeza, por eso Jesús les dice: sólo digo esto para que ustedes puedan ser
salvados (Jn 5, 34). La predicación del señor tiene la finalidad de liberar, de salvar, Jesús sin embages, asegura:
yo soy la puerta, el que por mi entre, se salvará, (Jn 10, 9). La figura que emplea el Señor es muy ilustrativa:
Jesús viene para ser esa puerta ``estrecha´´ por medio de la cual puedan pasar los que buscan la salvación.
Ante la palabra del seño, nadie puede continuar lo mismo; o aceptan la ``buena noticia´´ de salvación y la vida
abundante que de ella brota, o persisten en sus pecados, en su falta de salvación.
El avaro Zaqueo acepta que Jesús llegue a su casa; Zaqueo no logra resistir los martillazos de la palabra de
Jesús termina confesándose delate de todos y prometiendo dar la mitad de todos sus bienes a los pobres, y
asegurando que va a reparar el mal que ha causado a los demás. La mujer samaritana, ante la palabra de Jesús,
rompe con sus múltiples adulterios, y va gritando jubilosa, por el pueblo, la alegría de sentirse liberada de su
pasado. Ante Jesús los enfermos con fe son sanados, y los espíritus malos tienen que batirse en retirada.
Toda la obra de Jesús se manifiesta como una obra de salvación. De allí San Lucas afirmara: Vino a buscar y a
salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10). san Pedro, a su vez, en su sermón les decía a las gentes: no hay otro
nombre en el cual haya salvación (Hch 4, 12).
Apropiación.
Da la impresión que esta salvación que el Señor ofrece sea algo muy aéreo, y que no hay que hacer casi nada
para recibirla, sino solo decir que se ``Acepta´´ a Jesús. A la luz del Nuevo Testamento, no es así. La salvación
que Dios nos envía por medio de Jesús, hay que recibirla muy conscientemente. Con el corazón y con la
inteligencia. San Pablo advertía: si confiesas con tus labios que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios
lo resucito, entonces alcanzaras esa salvación deben entrar en juego, la mente y el corazón. Confesar con los
labios indica que, previamente, algo se ha aceptado en el corazón. Si alguien, de veras, cree en la salvación que
Jesús le ha otorgado, si la ha vivido, ya no puede quedarse callado; tiene que confesarlo. No hacerlo equivaldría
a demostrar que no hay sincera conversión y fe.
Algo más tener fe en la salvación que Jesús ofrece, no es un simple sentimiento. Implica un ``hacer algo´´ que el
mismo Jesús indica. Las primeras palabras de Jesús en el Evangelio de San Marcos son: el reino de Dios ha
llegado a ustedes, arrepiéntanse y crean en el Evangelio (Mc 1, 15). Jesús señala un camino totalmente práctico
para entrar en el reino de la salvación: hay que arrepentirse, romper con un pasado de pecado, y enfilar por el
camino del Evangelio. Jesús fue muy preciso con los discípulos, cuando les dijo: Si ustedes me aman,
practicarán los mandamientos (Jn 15, 14). No hay salvación, si no existe arrepentimiento y cumplimiento de los
mandamientos del Señor.
San Pedro exhortaba a sus fieles a "dar razón de su esperanza" (1P 3, 15). Nosotros hablamos de la salvación.
Es lo esencial de nuestra religión. Por eso mismo debemos saber con certeza, inteligentemente, que significa la
salvación que Dios nos envía por medio de Jesús.
El historiador Jenofonte cuenta que el rey Astiages tenía un oficial llamado Sacas a quien había encargado
alejar a las personas indeseables, e introducir en la mansión del rey a las personas que le eran gratas. El oficio
de Jesús es ser un "mediador" entre Dios Padre y los hombres. Dios Padre, ante el fracaso del hombre por su
maldad y su pecado, envía a Jesús para que sea la "puerta" a través de la que deben pasar los que quieren llegar
a Dios. Jesús, por eso, se presenta como el "camino" para llegar hacia el Padre.
La salvación de la que habla toda la Biblia no es algo puramente intelectual; es algo que cada uno debe buscar y
apropiarse. San Pablo decía: Murió y se entrego por mi (Ga 2, 20). La salvación de Jesús, al mismo tiempo que
es para todos los de buena voluntad, es para mí. Jesús es mi salvador; a me justifica, me reconcilia con Dios, me
redime de mi pecado y de maldad y es instrumento de propiciación para que yo pueda salvarme. Cuando yo, por
la fe, con confianza en la palabra de Jesús, acepto todo esto, me arrepiento de mis pecados y acudo a Jesús, en
ese momento, la salvación que Dios me envía por medio de Jesús, es una realidad para mí. Vivo mi salvación en
esperanza: Si persevero en ese camino, mi salvación será consumada en la eternidad.
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Cuando el pecado entre) en el corazón del hombre, todo quedo revuelto: hubo muerte de la alegría, de la
serenidad, de la bendición. Hasta la naturaleza fue infectada por el pecado del hombre. Dios sabía, de sobra, que
el hombre nunca podría curarse a solo de la terrible epidemia del pecado. En su misericordia, desde ese mismo
instante, le prometió UN SALVADOR. El libro del Génesis, en su capítulo tercero, nos da todos los pormenores
de esta maravillosa promesa. El Señor, en lugar de aniquilar a los desobedientes seres humanos, que habían
querido "ser como Dios", les da una nueva oportunidad de rehabilitarse; les hace una promesa fabulosa. Le dice
a la serpiente símbolo del mal; Pondré enemistad entre ti y la y entre tu descendencia y su descendencia:
Su descendencia te aplastara la cabeza (Gn 3, 15).
En ese mismo momento, la Biblia comienza a mostrar como Dios tiene un plan de salvación para los hombres.
"La descendencia de la mujer" indica, en el texto bíblico, aquel pueblo del cual va a nacer el Mesías. Pablo, mas
tarde, refiriéndose al Mesías, anota: Nacido de una mujer (Ga 4, 4,). Desde este primer momento, ya Jesús es
anunciado como la descendencia de la mujer que aplastad la cabeza de la serpiente. Aquí se inicia la
HISTORIA DE LA SALVACION. La historia como Jesús es enviado por el Padre, por medio del Espíritu
Santo, para que sea el SALVADOR DE LOS HOMBRES. Toda la Biblia nos hablará acerca de este plan de
Dios; paulatinamente, por medio de ricas figuras, se va anunciando a Jesús como el salvador de los hombres.
EL SUSTITUTO
A Abraham, Dios le pide que le sacrifique a su hijo Isaac, a quien tanto había esperado. El anciano lo lleva al
monte Moría para cumplir el mandato de Dios. Siente que se le revienta el corazón. El niño lleva sobre sus
espaldas la leña para el sacrificio. Inocentemente, el niño le pregunta a su papa que d6nde está el cordero que
van a sacrificar. Abraham, casi llorando, le responde: Dios proveerá (Gn 22,8).
Abraham ya tiene la mano levantada con d puñal para sacrificar a su hijo; un ángel lie detiene la mano; le
asegura que todo era una prueba de Dios. En eso se escucha balar un corderito; lo atrapan; ese cordero es el
SUSTITUTO del hijo: muere en lugar del niño.
Al leer la Biblia, con la nueva visión que nos da el Nuevo Testamento, nos damos cuenta de que ese cordero
que sustituye al en el sacrificio, es una figura de Jesús. Señor va a morir en la cruz, en otro monte, sustituirnos a
nosotros que merecíamos muerte por nuestros pecados. Eso es lo se llama SACRIFICIO VICARIO.
En el Libro del Levítico se enumeran las reglas para llevar a cabo los sacrificios. El cordero, en el sacrificio, era
el sustituto del pecador. Ese cordero debía ser "sin defecto". Pecador, antes de que el cordero fuera sacrificado,
confesaba sus pecados y ponía sus manos sobre la cabeza del cordero pleura indicar que le transmitía sus
pecados. Le importante aquí no era el sacrificio mismo, sino la confesión de pecados, el arrepentimiento. Por
este medio el Señor concedía a los antiguos pedir perdón por sus culpas. Este cordero sin defecto, nos habla otro
Cordero, el del Nuevo Testamento:
Jesús. El Señor, viene a sustituirnos a nosotros. Muere en lugar de nosotros. Se lleva nuestros pecados. Todos
pusimos sobre el nuestras manos sucias de pecado. Por eso dice la Biblia: El llevo nuestros pecados (1P 2,24).
EL SIERVO SUFRIENTE
En el Antiguo Testamento, la figura más clara de Jesús como el cordero sustituto, que muere para salvar a los
hombres se halla en el capítulo 53 del Profeta Isaías. Presenta al futuro Mesías como un Cordero que es llevado,
en silencio, al matadero. Dice el profeta: Fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió
nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud (Is 53, 5). En este pasaje bíblico, el profeta Isaías remarca
perfectamente el papel del sacrificio vicario de Jesús; el Señor es el Cordero que lleva nuestros pecados; muere
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en lugar de nosotros. Con su muerte nos trae el perdón, la paz, la salvación. El profeta acentúa el sacrificio
voluntario de Jesús; se asemeja a un cordero que voluntariamente llega para ser "traspasado" por los hombres,
para salvarlos.
El mismo profeta había indicado cual era el camino para conseguir esa salvación, que Dios enviaba por medio
de su Siervo sufriente; decía Isaías: Que el malvado deje su que el perverso deje sus ideas; vuélvanse maestro
Dios, que es generoso para perdonar 55, 7). Cuando nos acercamos al Antiguo testamento, con mentalidad del
Nuevo Testamento, es decir, después de habernos encontrado con Jesús como el enviado de entonces vamos
descubriendo a Jesús, a cada paso, bajo el velo de ricas imágenes nos anuncian al Salvador que Dios enviara a
los hombres. Este es el camino que debe seguirse, al leer el Antiguo Testamento. Por eso Jesús decía:
Escudriñen las Escrituras porque ellas hablan de mí (Jn 5, 39).
EL CUMPLIMIENTO DE LA PROMESA
Todo el Nuevo Testamento nos muestra claridad como en Jesús se cumplen todas promesas de Dios de enviar
un salvador para los hombres.
Los Evangelios patentizan que la promesa salvación se ha cumplido. El Libro de los hechos narra cómo los
primeros cristianos proclamaron que la salvación de Dios había llegado en Jesús. Las Cartas de la Biblia son
teológicas acerca de la salvación que Dios nos envió por medio de Cristo. En el libro del Apocalipsis, por
adelantado, se nos anuncia como será, al final de los tiempos, la consumación de la obra salvadora de Jesús.
En su Evangelio, San Juan trae a colación el caso de un hombre llamado Nicodemo; era un gran teólogo y
especialista en la Escritura. Llevaba una vida intachable según la ley. Según los dirigentes religiosos judíos
bastaba cumplir con la ley y, automáticamente, ya se era santo. Cuando Nicodemo Rego de noche, para conocer
a Jesús, porque había quedado impactado por sus obras y palabras, el Señor, de entrada, le dijo: El que no nace
del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5). Aquel hombre quedo desconcertado. No se
esperaba que Jesús le dijera que tenía que comenzar de nuevo. Seguramente esa noche solo inicio su proceso de
conversión. Las palabras de Jesús lo golpearon en lo profundo de su corazón. Su proceso de conversión, según
se aprecia en el Evangelio, fue progresivo, hasta culminar el día viernes santo, cuando no tuvo miedo de estar
junto a la cruz del Señor.
En su dialogo con Nicodemo, Jesús le demostró que para salvarse no basta ser religioso y conocedor de la
Escritura. No basta llevar una vida éticamente buena. El Señor le dijo a Nicodemo algo que lo dejo totalmente
turbado; el Señor le puntualizó:
Te aseguro que el que no nace del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de padres
humanos, es humano, lo que nace del espíritu es espíritu (Jn 3, 5-6). El señor le estaba demostrando a Nicodemo
que solo con el poder humano, con sus propios recursos, no podría alcanzar la salvación. Tenía que ``nacer de
nuevo´´ y eso no era posible de una manera puramente humana, sino solo por el poder de Dios, por el agua y el
espíritu.
el señor se sirvió de una figura muy bella. le dijo: así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así
también el hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna (Jn 3,13-
15). Se refería Jesús a lo que había sucedido en el desierto con los del pueblo judío. Después de haber visto
milagros y prodigios de Dios para sacarlos de la esclavitud de Egipto, se habían puesto a mumurar contra Dios.
Aparecieron entonces, serpientes venenosas que les causan gran mortandad. El pueblo se dio cuenta de que
había perdido la bendición del señor. Se arrepintió, y el señor le do un medio para que fueran curados de las
mordeduras mortíferas de las serpientes. Si querían ser sanados, tenían que ver hacia una serpiente de bronces
que el señor mandó a Moisés colocar en la punta de un palo, que estaba en alto. Los que tenían la fe suficiente
para creer en esa promesa del señor, quedaban curados. Esto era lo que Jesús le recordó a Nicodemo cuando le
dijo que así como la serpiente había sido levantada en el desierto, así también seria puesto en alto el Hijo del
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hombre. Jesús se refería, anticipadamente, a su levantamiento e el Calvario para que nosotros quedáramos
curados de nuestra muerte de pecado.
EL FAMOSO DIÁLOGO
El dialogo de Jesús con Nicodemo es básico para comprender en qué consiste la salvación que Jesús nos trae
departe de Dios, y que se nos comunica por medio del Espíritu Santo.
El nacimiento natural nos convierte en hijos de Adán, infectados por la corrupción. Por la naturaleza somos
inclinados al mal, al pecado. Hay una raíz de mal en nosotros que nos viene de nuestros primeros padres.
Los teólogos, llaman a esa raíz de mal, ``pecado original´´. Si somos de Adán, nuestra mentalidad será
puramente humana, sin el poder de Dios.
Los frutos que vamos a producir, serán frutos de la carne: odios, envidias, lujurias, orgullo, borracheras,
sensualidad (Ga 5,19).por eso, Jesús le dice a Nicodemo que tiene que ``volver a nacer´´. El nuevo nacimiento,
a que se refiere Jesús, es el nacimiento espiritual, que nos hace Hijos de Dios. Los que son guiados por el
Espíritu, son Hijos de Dios, dice la carta a los Romanos. ``Al nacer de nuevo, se nos comunica una nueva
naturaleza, la naturaleza divina que nos habilita para producir frutos del espíritu: amor, gozo, paz, bondad,
benignidad, mansedumbre, fe, templanza´´ (Ga 5, 22).
LOS ESPEJISMOS
El hombre en su peregrinar hacia la eternidad, es como alguien que se está muriendo de sed de infinito. Muchos,
en ese desierto, son fascinados por ``espejismos´´: creen que han encontrado la fuente que quitara su sed
ardiente en ritualismos, en acumulación de buenas obras, en teologías. Pero la sed solo puede ser calmada por el
agua de la fuente viva que es el mismo Jesús. Nadie más nos puede salvar. Hay que ver hacia lo alto, hacia la
cruz. Jesús es nuestro único salvador.
Todo este proceso se realiza por medio de un regalo de Dios, que nosotros no merecemos. Simplemente Dios
nos da la oportunidad de salvarnos, si nosotros nos atrevemos a creer en su promesa de ver hacia lo alto, hacia
la muerte expiatoria de Jesús, el Cordero que quita el pecado del mundo. Esto es gratis, pero implica la
respuesta del hombre. Es como en el caso del enfermo; el médico puede proceder a operarlo solamente si el
enfermo da su autorización. El médico ofrece su ``salvación´´; pero si el enfermo rehúsa, el médico no puede
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operar. Todo esto esta, gráficamente, expresado en el Apocalipsis. Allí se exhibe a Jesús como el que toca la
puerta de nuestro corazón y dice: si abres la puerta, entrare y cenare contigo (Ap 3,20). Dios es todo poderoso
para abrir la puerta; pero respeta la libertad del hombre solo el que habita dentro de la casa puede abrir la
puerta. Jesús ofrece su salvación; solo el que acepta a Jesús como su Salvador, y abre su puerta, puede ser
salvado. Cuando Zaqueo abrió la puerta de su casa a Jesús, y confeso sus pecados ante todos, el señor le pudo
decir: Zaqueo hoy ha llegado la salvación a esta casa (Lc 19,9).
El carcelero que cuidaba a Pablo, en Filipos, le pregunto: ¿Qué debo hacer para salvarme? Pablo le respondió:
Cree en el Señor Jesucristo y te salvara tú y tu familia (Hch 16,31). Creer en Jesús no es simplemente aceptarlo
``intelectualmente´´, sino aceptar el camino de salvación que él propone: el Evangelio.
UN MUNDO NO SALVADO
A nuestro alrededor, en el mundo en que vivimos, observamos tantos signos antievangélicos: guerra,
sensualidad, violencia, egoísmo, idolatría del dinero, del sexo, del poder. Es un mundo no salvado. Es un mundo
que `` no ha nacido de nuevo´´. Es hijo de Adán, y, por eso, produce los frutos de Adán; el pecado. El mundo,
asombrosamente, es un gigante en el progreso. Pero en el espíritu es un enanito. Alguien que no ha nacido del
agua y del Espíritu. Por eso, sus filosofías, sus criterios, y hasta sus teológicas producen los frutos de hombre o
renacido. Es un mundo mordido por las venenosas serpientes del pecado. No basta la educación, ni el progreso,
ni la técnica para que el mundo se salve. la única manera de salvarse es la que ya indico Jesús: hay que ver hacia
lo alto, ya no, ahora, a la serpiente de bronces, sino a Jesús que, desde el Calvario, nos entrega el valor de su
sangre redentora. El que alargue la mano con fe en la palabra de Jesús, podría recibir la salvación. En ningún
otro hay salvación (Hch 4,12), les decía San Pedro a sus oyentes, cuando predicaba con el fuego el Espíritu
Santo.
Para todo el que, agobiado por el peso de su pecado, pregunte, alguna vez: ¿Qué debo hacer para salvarme?
(Hch 16,30), la respuesta sigue siendo la misma que ya dio Pablo: CREE EN EL SEÑOR JESUCRISTO Y TE
SALVARÁS TÚ Y TU FAMILIA (Hch 16,31). O lo que dijo Jesús: tanto amo Dios al hombre, que envió a su
hijo único para que todo el que crea en él, no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16)
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6 MI SALVADOR PERSONAL
Un caso muy común en la iglesia: muchas personas conocen a Jesús ``de oídas´´; pero no personalmente. es
decir, desde niños han sido bautizados porque nacieron en una familia cristiana, han frecuentado la iglesia, los
sacramentos; pero Jesús no es alguien a quien amen de corazón, en quien confían plenamente. Jesús para ellos
es alguien muy bueno, el enviado de Dios que murió y resucitó para salvarlos; pero ese Jesús, de quien tienen
nociones teológicas, no es su amigo personal, su Señor. No logran tener una relación más profunda con él.
Cuando Job tuvo su tragedia espantosa, al principio, se sostenía con fe. Conforme fue avanzando la desgracia,
llegó a tambalear. Hasta quiso citar a Dios a un juzgado para pedirle cuentas de lo que estaba sucediendo. Más
tarde, Job va a analizar su situación: solo conocía a Dios ``de oídas´´. Por eso iba dando tumbos en su fe.
Cuando lo conoció personalmente, se aferro a él y a su proyecto hacia él con todo su corazón (Jb 42).
Un Jesús `` de oídas´´ no logra convertir en profundidad a una persona. Un Jesús ``de oídas´´ solo engendra
cristianos tibios, sin compromiso con su iglesia y con la sociedad. Sin un encuentro personal con Jesús no existe
el verdadero cristiano.
EL ENCUENTRO
Zaqueo se hallaba subido en un árbol para ver pasar a aquel personaje famoso de quien todos hablan: Jesús. El
señor lo miro y le dijo le gustaría que lo invitara a su casa. Zaqueo bajo inmediatamente. Hasta ese momento
había un Zaqueo que se había encontrado con el famoso personaje Jesús. Pero todavía no había tenido su
encuentro personal con él. Ese encuentro llegó cuando Zaqueo recibió a Jesús en su casa y, después de escuchar
su palabra de vida, determino romper con su vida de explotador. El encuentro personal de Zaqueo se verifico
cuando no solo le abrió a Jesús la puerta de su casa, sino también la de su corazón; cuando Zaqueo se confesó
delante de todos y prometió que repararía el mal que había hecho y daría la mitad de su riqueza a los pobres. En
ese momento Zaqueo tuvo su encuentro personal con Jesús. En ese momento también Jesús le pudo decir: hoy
ha llegado la salvación a tu casa (Lc 19,9).
La mujer samaritana se encontró con Jesús en el pozo de Sicar; lo reconoció al principio como un profeta. Pero
su encuentro personal con él llegó hasta que acepto la nueva agua que lleva a la vida eterna, que Jesús le
ofreció. Cuando la mujer samaritana acepto ante Jesús sus múltiples adulterios, y le pidió que le diera de su
agua de vida eterna, entonces llego para ella su encuentro personal con Jesús. Su salvación.
El ladrón, crucificado a la derecha de Jesús, estuvo junto a Jesús durante toda la trayectoria hacia el Calvario, y
durante seis horas que estuvo junto a la cruz del Señor Pero su encuentro personal con Jesús, solo llegó cuando,
después de seis horas de estar escuchando las "siete palabras" de Jesús, terminó confesándose en público como
un delincuente, y acudió a Jesús para que le concediera un lugar en su reino. Propiamente las palabras de Jesús
en la cruz lo habían quebrantado; por eso le pedía que reinara en su vida.
Pilato tuvo a Jesús frente a frente. Lo escuchó hablar. Captó que era inocente. Se valió de varias artimañas para
salvarlo. Pero, ante las amenazas del pueblo de que lo acusarían ante el Cesar, tuvo miedo de perder su alto
puesto, y termino entregándose a los dirigentes del pueblo judío para que lo crucificaran
Pilato, al verse acorralado por los dirigentes religiosos, dijo: ¿Qué voy a hacer con el que ustedes llaman el rey
de lo9s judíos? (mc 15, 12). Pilato no supo resolver esta pregunta. Perdió la oportunidad de tener encuentro
personal con Jesús, que cambiara el rumbo de su vida. Si en ese momento, Pilato hubiera aceptado a Jesús,
ciertamente no hubiera muerto suicidándose. Sería otra historia. Tal vez, lo recordaríamos como san Poncio
Pilato.
El encuentro personal con Jesús se caracteriza por el descubrimiento de Jesús como el enviado de Dios, para
salvarnos por medio de su muerte en la cruz, y para entregarnos su salvación por medio de su Espíritu Santo, al
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resucitar. Esto hace que la persona dé un viraje completo en su vida. Como Zaqueo, la samaritana y el buen
ladrón, la persona, ante la Palabra de Dios, se siente impelida a romper con su hombre pecaminoso. Además, da
un paso de fe, para poner toda su confianza en la obra redentora de Jesús, y en su Evangelio, que él propone
como camino para recibir la salvación. Así se cumplen las dos condiciones que Jesús reclama para ingresar en
su reinado: Arrepiéntanse y crean en el Evangelio (Mc 1,15).
Mientras la persona no haya pasado en su vida por esta crisis de conversión, no se Puede llamar cristiano de
corazón. Puede ser un cristiano de nombre, de los que abundan nuestra Iglesia; pero no un cristiano
evangelizado y convertido.
ALGO INDISPENSABLE
Algunas veces escucho que alguien, como para justificar su cristianismo mediocre dice: "Mi mamá es muy
católica; mis padres son muy piadosos". Todo muy bien, pero hay que recordar que nadie puede aceptar a Jesús
en lugar mío. Debe ser una aceptación personal.
Jesús, primero, les preguntó a los apóstoles qué decía la gente acerca de él. En seguida, les objeta: Y, ustedes,
¿qué piensan acerca de mí? (Mt 16,15). Jesús a sus apóstoles les pedía que se definieran personalmente con
respecto a él. A Jesús hay que aceptarlo personalmente. Nadie puede abrir la puerta a Jesús en lugar nuestro.
Debe ser un acto muy personal.
Es lo más importante de mi vida. Jesús fue muy claro cuando dijo: El que crea y se bautice, se salvará, el que no
crea se condenará (114c 16,16). Un dilema trascendental en mi vida. Jesús debe ocupar el primer lugar en mi
existencia. Jesús decía: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su vida? (Mt 16,26). ¿De qué
me sirve ser aquí un "triunfador", si en la eternidad puedo ser "frustrado" en el infierno, así como suena? Son
palabras de Jesús. No es ningún invento humano. Al hombre moderno le repugna que se le mencione el
infierno. Cree que es un mito, algo pasado de moda. Es Jesús mismo el que, sin paliativos habla de salvación o
condenación. De cielo o de infierno. Jesús habló más del infierno que del cielo. De aquí que recibir a Jesús, su
salvación, debe ocupar el primer lugar de nuestra vida.
San Agustín cuenta que cuando él se planteaba el problema de su conversión, siempre decía: "Mañana". Y así se
le fueron muchos años de su vida perdidos en el pecado. Una de las verdades más evidentes es que no somos
dueños del "mañana".
Sólo disponemos de estos segundos en los que estamos pensando. Por eso, San Agustín decía: "Temo al Señor
que pasa". El Señor pasa hoy. No sé si cuando pase mañana estaré todavía con vida. Muchos dijeron: "Mañana
me convertiré", y amanecieron en el infierno. No se trata de asustar a nadie; pero si de despertar a muchos que
tranquilamente duermen en el fatal sueño del pecado.
Es muy importante encontrase con personas que afirmen, tranquilamente, que ellas practican la religión a “su
manera”. Este es un solemne disparate. Nosotros creemos que nuestra religión es “relevada”, es decir, estamos
seguros de que Dios ha hablado, se ha manifestado y ha indicado como debemos relacionarnos con él. La
religión, entonces, no puede vivirse a “nuestra manera”, sino como Dios lo ha ordenado.
La carta a los Hebreos inicia con un precioso párrafo donde se sintetiza la enseñanza de la Biblia con respecto a
la revelación de Dios; dice así: En tiempos antiguos dios hablo a nuestros antepasados, muchas veces y de
muchas maneras por medio de los profetas. Ahora en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su hijo,
mediante el cual creo los mundos y al cual ha hecho heredero de todos los mundos y al cual ha hecho heredero
de todas las cosas. El es el RESPLANDOR GLORIOSO DE DIOS, la IMAGEN misma de lo que Dios es y el
que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa (Hb 1, 1-3)
En este texto, en primer lugar, se nos hace ver como es Dios el que por amor toma la iniciativa de comunicarse
con los hombres por medio de la Palabra. Dios para llegar a los hombres se vale de instrumentos humanos, los
profetas, en la etapa final del mundo, el instrumento escogido es Jesús por medio del cual nos envía la
revelación definitiva.
Para esta comunicación, continúa diciendo el texto, Dios emplea múltiples formas: sueños, visiones, signos,
gestos, palabras. Lo cierto es que todas esas comunicaciones de Dios en el pasado, se vienen a resumir en el
mensaje que trae Jesús como el mensajero, fuera de serie, que Dios envió por eso la carta a los Hebreos afirma
que Jesús es el RESPLANDOR de la gloria de Dios; también dice que Jesús es la OMPRONTA DE DIOS.
Estas expresiones las traduce San Pablo de una manera más inteligible, cuando afirma que Jesús es la imagen
visible del Dios invisible (Col 1, 15). Jesús es Dios en medio de nosotros, que viene a hablarnos, a decirnos que
nos ama, y a mostrarnos el camino de la salvación.
Dios se da a conocer
Dios mismo toma la iniciativa para darse a conocer. Le dice al pueblo: para que sepan que yo soy el Señor (Ex
10, 2). Para eso los deslumbra con multitud de prodigios. Luego les dice: Te ha hecho ver todo esto para que
sepas que el Señor es el verdadero Dios y no hay otro (Dt 4, 35). Por medio de su intervención maravillosa y
espectacular en la liberación del pueblo. Dios quiere que sus elegidos conozcan su amor, su poder, su fidelidad,
y justicia.
El libro del Éxodo retrata a Moisés que platica con Dios "cara a cara corno con un amigo" (Ex 33, 18). Moisés
se anima y le ruega que le muestre "su rostro". En la Biblia mostrar el rostro es lo mismo que manifestar la
personalidad. Dios le responde a Moisés que es imposible porque él es humano, ningún humano puede ver a
Dios y seguir con vida. Mi rostro no puede verlo nadie quedar con vida... Me venís de espaldas (Ex 33, 18-23).
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La expresión "me verás de espaldas' significa que Dios se da a conocer a Moisés, pero no en toda su plenitud;
únicamente le manifiesta lo que le es posible conocer como humano. Dios se da a conocer al pueblo de Israel,
pero no en su totalidad; su rnismo nombre, "Yo soy el que soy", le dice mucho y le dice poco a la vez. Es el
misterio de Dios, que el hombre no puede conocer. Dios le revela al hombre algo de su personalidad para que el
sepa que existe y pueda comunicarse con él.
Dios se le manifiesta al pueblo de Israel para que lo conozca, para que se entere de su predilección; pero, sobre
todo, para salvarlo de su esclavitud en Egipto. Le dice: Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de Egipto (Ex
20,1). Este será el estribillo del Antiguo Testamento. Dios continuamente le tiene que recordar a su pueblo
cómo lo liberó. El pueblo es sumamente olvidadizo. Tiene que recordar su encuentro con el Dios que lo liberó.
Sólo él lo podía hacer. Es, pues, un Dios salvador, liberador.
Pero, una vez, que ha liberado al pueblo de la esclavitud, lo conduce al monte Sinaí y le propone una
ALIANZA, les entrega LOS DIEZ MANDAMIENTOS. Si ellos cumplen con esas normas de vida, contarán
con su bendición. Si desobedecen, habrá maldición en sus vidas (Dt 11,26). Yahvé es un Dios que libera, pero,
al mismo tiempo, exige una vida de rectitud, que se expresa en el cumplimiento de los Mandamientos.
Pero ese Dios liberador y exigente, también ofrece cosas maravillosas. Les ofrece protección, bendición, una
tierra “que mana leche y miel” es decir, una tierra en que puedan disfrutar de bienestar. A Abraham el Señor le
ordenó salir de su tierra, de su parentela y encaminarse hacia una dirección desconocida. Abrahán confió en el
Señor, y él le prometió una interminable descendencia que contaría con su bendición.
El Dios de Israel es un Dios que nunca se presenta con las manos vacías; tiene promesas fabulosas para los que
son fieles a su alianza. Es un Dios que salva.
Jesús, después de haber preparado a sus discípulos, los envió a bautizar, a hacer otros discípulos; les dijo:
Deben "ENSENARLES a guardar TODO LO QUE YO LES HE ENSEÑADO" (Mt 28, 19-20).
Ciertamente el Evangelio de Jesús es muy amplio; se nos va toda la vida para penetrarlo, para
absorberlo. Lógicamente, los apóstoles para su predicación, al principio, tuvieron que hacer una especie
de "resumen" de lo esencial del evangelio para la primera evangelización. Fue el Profesor Charles Dodd
el que investigó acerca de este asunto. Tomó los discursos de Pedro y de Pablo en el libro de los Hechos,
y de allí extrajo una síntesis de lo que los apóstoles exponían en su primera evangelización, llamada, en
griego, kerigma es decir, proclamación de lo básico del Evangelio para que la gente se convirtiera y
aceptara a Jesús como Salvador. Y Señor.
Los puntos básicos, según Dodd, en que fundamentaban los primeros cristianos su proclamación del Evangelio,
eran:
1. Ha llegado el tiempo de la plenitud anunciada por los profetas (Según las Escrituras)
2. Esto se ha tenido mediante el ministerio, muerte y resurrección del Cristo.
3. Jesús ha sido exaltado a la diestra de Dios como cabeza mesianica del nuevo pueblo de Israel.
4. El Espíritu Santo en la Iglesia es el signo del poder y de la gloria presente de Cristo.
5. La época mesiánica alcanzará en breve su consumación en el retorno de Cristo. Todo esto, se puede
resumir en la proclamación de Jesús muerto y resucitado.
Todo evangelizador es el que, después haber oído la proclamación básica del resucitado. Evangelio, por obra
del espíritu santo, se ha convertido y ha aceptado a Jesús como Salvador y Señor; ha experimentado que el
Evangelio de Jesús le ha traído nueva vida en el Espíritu santo. Le ha traído la salvación por eso, el
evangelizador, sin complejos, va para compartir con sus hermanos el tesoro escondido que ha encontrado.
Quiere que también ellos se encuentren con Jesús y cambien su vida ciertamente, el evangelizador no va con
una fórmula" para evangelizar. Jesús no usó el mismo método para evangelizar a la Samaritana y a Nicodemo.
Con la samaritana que estaba hundida en el pecado, tuvo que comenzar de cero. Con Nicodemo, que cumplía la
ley y era un experto en las Escrituras, optó, mas bien, por hablarle de su necesidad de conversión, que solo se
podía llevar a cabo por obra del Espíritu Santo.
El evangelizador, por cierto, debe presentar el "kerigma", la proclamación de lo esencial del Evangelio; pero
debe hacerlo solamente después de haber escuchado a su interlocutor; después de conocer sus necesidades, sus
dudas, sus cuestionamientos.
La evangelización no es obra solamente ‘, humana; es obra de Dios, y, por eso mismo, el evangelizador debe
dejarse guiar por el Espíritu Santo, como lo hizo el evangelista Felipe, que, misteriosamente, se dejó conducir
para evangelizar a un cortesano de Etiopía que no lograba comprender un pasaje de las Escritura lo que los
primeros cristianos llamaban el “kerigma”, debe ser la base sobre la que se cimienten la primera evangelización.
Después vendrá la catequesis", una ampliación de los mismos temas centrales del Evangelio de Jesús.
De una manera sencilla y didáctica, propongo un esquema fácil, que les puede servir a los evangelizadores
laicos para la primera evangelización.
En la Biblia, la sangre de Cristo simboliza, Precisamente, la expiación de nuestros pecados que Jesús realiza en
la cruz. Jesús en la cruz, nos muestra cómo nos ama Dios. Jesús en la cruz se exhibe como la solución de Dios
para que el hombre sea rehabilitado de sus culpas y justificado, es decir, puesto en buena relación con Dios
nuevamente. A eso lo llamamos la salvación que Jesús ofrece.
En el Evangelio, varias veces, Jesús le, advierte a sus discípulos que debido a su mensaje, que es contrario a los
criterios del mundo, lo llevarán a la muerte. Jesús claramente les anuncia que lo van a matar: pero, a la vez, les
asegura que va a resucitar.
Cuando mataron a Jesús y lo enterraron, los apóstoles "se escandalizaron"; perdieron la fe en Jesús, creyeron
que todo había terminado. Cuando Jesús resucitó y se manifestó, volvió la fe a los discípulos; adoraron a Jesús
como su Señor; y se dedicaron a difundir su mensaje de salvación por todo el mundo,
Jesús, les prometió a sus discípulos que cuando hubiera vuelto a su Padre, les enviaría su Espíritu Santo que
estaría, siempre en ellos, que les recordaría todo lo que les habla dicho. Él y que los llevaría a toda la verdad. Y
así fue. El día de Pentecostés después de nueve días de oración Y meditación en el Cenáculo en compañía de la
Virgen María, los apóstoles experimentaron la fuerte efusión del Espíritu Santo que los confirmo en la Gracia y
los habilitó para ser los grandes evangelizadores en el mundo, y para tener una "vida abundante" en el 'Espíritu
Santo.
La resurrección de Jesús es la prueba de que, de veras, era el Mesías, el enviado de Dios. Al resucitar, Jesús ya
puede entregar su Espíritu Santo, que es el poder de Dios en cada uno de los que lo reciben, y que los habilita
para tener una "vida abundante".
EL PROCESO
El evangelizador es el que, un día, escuchó el kerigma, fue tocado por el Espíritu Santo; se arrepintió, creyó en
Jesús y por eso, ahora, está experimentando la salvación de Jesús, la vida abundante, la liberación de pecado, de
la muerte, de todo lo que impide su realización como cristiano.
El evangelizador es alguien que se ha convertido y, por eso, no hay necesidad de empujarlo para llevar el
mensaje a otros. Se siente enviado por Jesús; sabe que es una tremenda responsabilidad de la cual le pedirá
cuenta Jesús un día. El evangelizador es consciente de que la obra de evangelización no la puede realizar solo.
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Por eso implora en la oración una fuerte efusión del Espíritu Santo, pues el Espíritu Santo es el agente principal
de laevangelización. El que ilumina. El que guía. El que convierte.
El evangelizador, por experiencia, sabe que es la Palabra de Dios la única que se mete como espada en lo
profundo del alma; la que, como martillo (Jr 23) quebranta el corazón e ilumina, como lámpara (salmo 119), el
camino de la salvación. Por eso el evangelizador va con la Biblia en la mano. Sabe que la fe viene como
resultado de oír, y lo que se oye es el mensaje de Jesús (Rm 10, 17).
El evangelizador no se siente frustrado, si en algunas oportunidades, aparentemente, no tiene ningún resultado.
El sabe que a él únicamente le toca sembrar. El que convierte es solamente el Espíritu Santo. Esto lo expone
muy bien San Pablo cuando escribe: Yo sembré, Apolo regó, pero el crecimiento espiritual so lo lo da Dios
(1Co 3, 6).
Sin embargo, el evangelizador, no se contenta con exponer, nada más, el kerigma, lo básico del Evangelio para
que la persona se convierta y crea en Jesús; sabe que Dios quiere que invite (no que presione) a la persona para
que acepte a Jesús. Que ponga de su parte todos sus recursos de oración, sacrificio y amor para llevar a las
personas a una sincera conversión.
No todo concluye aquí. La persona que se acaba de convertir debe ser llevada a una comunidad en donde se
predique con poder el Evangelio, en donde se celebre con gozo la Eucaristía y donde reine un ambiente de
caridad. De otra suerte, el espíritu del mal dará un nuevo asalto y terminará por aplastar la semilla de la Palabra
que acaba de penetrar en el corazón.
Cuando Pedro vio que la gente se había convertido ante la predicación de la Palabra, inmediatamente les indicó
que debían "bautizarse" en el nombre de Jesús. Bautizarse implicaba hundirse en Jesús, ser agregados al Cuerpo
místico de Jesús, la Iglesia que Jesús dejó como sacramento de salvación. Elemento esencial para que la
evangelización no muera son las comunidades vivas de amor, de oración, de enseñanza.
Los primeros cristianos no eran grandes teólogos. Muchos de ellos eran esclavos, sirvientes. Pero habían sido
tocados por la Palabra: El Espíritu Santo había obrado en ellos. Habían aceptado a Jesús de corazón y por eso
sentían la urgencia de confesarlo. Para ser evangelizador no se necesita ser un teólogo. Lo que Jesús pide a sus
evangelizadores es una auténtica conversión: un arrepentimiento de sus pecados y una confianza ciega en él. Lo
demás es obra del Espíritu Santo. A nosotros nos toca sembrar, con oración, con lágrimas, con perseverancia y
con fe. Lo demás es obra de la Gracia y del misterioso corazón del hombre.
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UN CASO CLÁSICO
En la Biblia, se recoge el "caso clásico, del buen ladrón, que recibe la fe que lo salva, ti proceso de este
individuo es, más o menos, el de cada uno de nosotros. Es muy aleccionador analizar el proceso de conversión
de este personaje bíblico. En un primer momento, los dos ladrones insultaban a Jesús (Mt 27, 44). Los dos eran
criminales; por eso habían sido condenados. Eran pecadores. Estaban en mala relación con Dios.
La gran bendición para ellos en sus últimos instantes, fue tener a su lado al "Salvador". Tuvieron la gran
oportunidad de una evangelización "intensiva". Según San Marcos, Jesús estuvo seis horas en la cruz. Seis horas
de gracia para los dos ladrones. Pablo asegura que la fe viene como resultado de oír la Palabra que expone el
mensaje de Cristo (R 10, 17). Los ladrones durante seis horas pudieron escuchar a Jesús, la Palabra misma de
Dios. El Evangelio habla de las "siete palabras" de Jesús en la cruz. Por medio de esas palabras y por las
actitudes de Jesús —oración, grititos de angustia, perdón a los enemigos, fortaleza ante el sufrimiento entrega a
Dios—, uno de los ladrones comenzó a ser "quebrantado'' en su corazón. El Espíritu Santo empleó Palabras y
actitudes de Jesús vara que aquel ladron se convirtiera. En primer lugar, "lo convenció de pecado". Luego lo
hizo confesar L.als culpas. El buen ladrón reprendió a su que insistía en insultar a Jesús, y le dijo: ¿No tienes
temor de Dios; tú que estás »bajo EL MISMO CASTIGO? Nosotros estamos su- friendo con toda razón, porque
estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo (Lc 23, 40-41).
La confesión pública del buen ladrón indica que, ahora, ya reconoce sus pecados, que está arrepentido ante
Dios. Pero no se quedó allí. Acudió, con la fe que el Espíritu Santo había provocado en él, a quien podía
salvarlo. En un momento crucial como ese no se puede ser farsante. Con todo su corazón clamó a quien podía
salvarlo, diciendo: Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino (Lc 23,42). Era una confesión de fe en Jesús
como Señor y Salvador. Al instante pudo escuchar la respuesta de Jesús: Te aseguro que HOY estarás conmigo
en el paraíso (Lc 23, 43). Jesús le aseguró que estaba salvado. Aquí se evidencia lo que es "la justificación por
la fe". Medio de la palabra de Jesús en la cruz, el Espíritu Santo suscita en el buen ladrón la Confianza en Jesús
a quien acude de corazón como el que lo puede salvar.
El buen ladrón no tenía "méritos" como delincuente que era, para obtener la salvación. Pero el buen ladrón
aceptó la salvación que gratis —por gracia—, le ofrecía Jesús. confeso con los labios a Jesús como Señor y
salador; creyó en su corazón que El podía salvarlo, Cuando el buen ladrón le pedía a Jesús que lo admitiera en
su reino, implícitamente estaba reconociendo que Jesús no quedaba derrotado en la cruz; que había algo mas
para Él corno Hijo de Dios. El buen ladrón creyó en Jesucristo como salvador, y, al punto, experimentó la
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salvación, que Jesús le regalaba. Fue salvado en ese preciso momento. Quedó "justificado", es decir, «ducado en
buena relación Con Dios. Esa buena relación la había perdido por sus pecad. El buen ladrón se evidencio lo que
san Pablo dijo a su carcelero: cree en el señor Jesucristo y serás salvo tu y toda tu familia (hch 16, 31)
Nuestro caso
Nuestro proceso de conversión sigue una pauta semejante a la del buen ladrón. Todos arrancamos de nuestra
situación de pecado. Dice la biblia: Todos han pecado y están privados de la presencia salvadora de Dios (Rm 3,
23). San Juan añade. Si alguno dice que no tiene pecado es un mentiroso (1 Jn 1,8). Ser pecador no implica,
necesariamente ser un delincuente, un adultero, un ladrón, un fornicador. Basta no darle a Dios el primer lugar
en nuestra vida. Basta no vivir el evangelio de Jesús. De aquí partimos todos. Cuando David escribió, en el
salmo 51: En pecado he sido concebido, estaba señalando que nuestra naturaleza viciada nos inclina hacia el
pecado. Por eso nadie puede gloriarse de no tener pecado. Todos, como el buen ladron, comenzamos por
reconocer pecadores.
El señor, en su misericordia, permite que la predicación de su palabra llegue a nosotros en algunas formas. En
ese momento el espíritu Santo actua en nuestra mente y en nuestro corazón; es momento en que jesus esta
cocando la puesta de nuestra vida y nos ofrece, gratuitamente, su salvación. Solamente nos pide que le abramos
la puesta de nuestro corazón.
Lo primero que el Espíritu Santo hace en nosotros, al escuchar la Palabra de Dios, es “convencernos” de
pecado. De pronto, nos damos cuenta de que nuestra relación con dios está bloqueada por nuestras faltas, por
nuestro pecado. Dios no ocupa el lugar que le corresponde en nuestra vida. Lo hemos ofendido al ir por el
camino prohibido.
Jesús por medio del Espíritu Sano comienza, entonces a ser el autor de nuestra fe. Crea en nosotros la fe que el
mismo nos adquirió, con si pación y resurrección. Sentimos entonces, el profundo deseo de acudir a Jesús para
que nos salve. Le abrimos nuestra puerta. Como el buen ladrón, le decimos: "Acuérdate de mí", que significa:
"Confío en ti., por favor, sálvame, porque sin ti estoy perdido, merezco la condenación". En ese mismo instante,
cuando hemos confesado a Jesús con nuestros labios, y, con el corazón, lo hemos reconocido como nuestro
salvador resucitado, nos llega la salvación de Jesús. Corno Zaqueo, escuchamos que Jesús nos dice: Hoy ha
llegado la salvación tu casa (Lc 19, 9). Así es como somos justificados por la fe en Jesús. Se nos coloca en una
relación correcta con Dios porque le abrimos la puerta del corazón a Jesús y le permitimos salvarnos de nuestros
pecados y de nuestro egoísmo, que nos apartan de Dios y del prójimo. Este es el bello proceso de la “fe que
justifica”, la fe que salva. La fe que revoluciona nuestra vida y nos permite ser “llenados del Espíritu Santo” que
nos va llevando a toda la verdad y que produce en nosotros una “vida abundante”
10 CONVERSIÓN O Y SALVACIÓN
La palabra conversión siempre nos desconcierta: es porque conversión implica cambio, cambiar de dirección,
dejar algo que nosotros, voluntariamente, hemos escogido porque nos atrae, nos fascina. Porque creemos que
por ese camino vamos a encontrarnos con la felicidad que tanto ansiamos. De pronto, alguien nos dice que
debemos cambiar de rumbo; que debemos dejar algo. Eso nos impacta, nos saca de nuestra rutina a la que ya
hemos llegado a acostumbrarnos; que amamos. Nos dan ganas de decir: "No me molesten. Déjenme en paz".
Pero, en realidad no tenemos PAZ. Precisamente porque nos falta la paz es que debemos cambiar de dirección.
Debemos romper alguna atadura que nos está impidiendo tener la paz profunda que andamos buscando.
Es fácil pensar que no necesitamos conversión. Que eso es para otros, para los ladrones, para los asesinos. Pero
la paz, el gozo espiritual se pierden no solo con robar o matar, sino al apartarse del camino de los diez
mandamientos que el Señor nos señaló como el camino auténtico de la felicidad. En el libro del Deuteronomio,
el Señor con autoridad recalcó: "Les doy a elegir entre bendición o maldición. Bendición si obedecemos los
mandamientos del Señor su Dios... Maldición, si por seguir a dioses desconocidos, desobedecen los
mandamientos del Señor su Dios" (Dt 11, 26-28). Convertirse es regresar al lugar en que antes teníamos paz,
gozo espiritual, bendición.
Cuando Pablo fue enviado por Dios para convertir a los gentiles, le indicó qué pasos debía seguir; le dijo el
Señor: Te mando a ellos para que les abras los ojos y no caminen en oscuridad, sino en la luz: para que no sigan
bajo el poder de Satanás, sino que sigan a Dios; y Po que crean en mí y reciban así el perdón de los pecados y
una herencia en el pueblo santo de Dios (Hch 26, 18).
Aquí está la radiografía de una conversión; los varios pasos que deben darse para un cambio de dirección. Toda
conversión parte de que algo o mucho de TINIEBLAS hay en mi personalidad. Eso me turba, me desconcierta
y me causa desasosiego, hay que dejar lo oscuro y enfilar hacia la luz de Jesús. — En toda conversión también
se detecta el poder del mal. Hay que pasar del "dominio de Satanás al de Dios". En nuestra vida, o estamos
controlados por el Espíritu Santo o estamos controlados por el espíritu del mal. Convertirse es zafarse del mal,
correr hacia Jesús, reconociendo que solo en él hay salvación. Pero hay algo más: convertirse es reconocer que
Dios quiere salvarnos en "comunidad". Que necesitamos de los otros. Que para eso dejó una Iglesia que es
como un arca de salvación en medio del diluvio. Convertirse es buscar esa Iglesia, reconciliarse con la
comunidad, sentir que necesitamos de los otros en nuestro peregrinaje hacia Dios.
En este proceso de conversión, cuando tratamos de ahuyentar las tinieblas, que han introducido en nosotros, nos
esta reconciliando con nosotros mismos. Cuando nos zafamos de las manos del espíritu del mal y nos lanzamos
a las manos del Espíritu Santo, nos reconciliamos con Dios. Cuando buscamos nuestra herencia en el pueblo
santo de Dios, nos reconciliamos con nuestros hermanos, con la comunidad. Después de este proceso, nos
damos cuenta de que hemos encontrado el lugar adecuado: hay paz en nuestro corazón, nos sentimos liberados
de algo que nos impedía tener gozo de Dios dentro de nuestro corazón.
Varias clases de conversión
Una noche, clandestinamente, un teólogo especialista en las Escrituras, Nicodemo buscó a Jesús para plantearle
su problema' personal acerca de la salvación. Jesús no se anduvo por las ramas con Nicodemo. Le dijo: Te
aseguro que el que no NACE DE NUEVO no puede ver el reino de Dios Un 3, 3). También le dijo: El que no
nace del agua y del Espíritu no puede ver el reino de Dios Un 3, 5). Nicodemo sintió que Jesús le echaba encima
un balde de agua fría en medio de la noche. Comenzó a jugar con palabras. Eso de "volver a nacer" cuando ya
se era viejo era imposible. Jesús no le permitió que se entretuviera en elucubraciones teológicas; le insistió en
que tema que VOLVIERA A NACER por el agua Y por el Espíritu Santo. Eso equivalía a que le dijera:
“Nicodemo, echa abajo tu estructura teología; comienza de nuevo; inicia por la primaria para pasar luego a la
secundaria”
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El evangelio no manifiesta que esa noche se haya convertido Nicodemo. Seguidamente esa noche inicio su
proceso de conversión que se va a poner de manifiesto en viernes. santo cuando se le ve junto a la cruz de Jesús
dando testimonio de su amor por el Señor. Nicodemo no era ningún malvado. Era un hombre religioso,
conocedor profundo de las Escrituras; pero hijo de su tiempo y de su circunstancia. Le costó aceptar que tenía
que cambiar. Estaba muy seguro de sus prácticas de piedad y de sus estudios teológicos. El Señor le echó por el
suelo todo ese "intelectualismo". Tuvo que volver a empezar con humildad. Lo difícil de la conversión es eso:
dejar algo que nos gusta, a lo que ya nos acostumbramos. La conversión implica romper con algo que nosotros
mismos creíamos que era el camino de la felicidad.
Para San Agustín el camino fue otro. Agustín no era religioso y recto como Nicodemo. Agustín —como él
mismo cuenta en su libro "Las Confesiones"—estaba hundido en toda clase de vicios. Comenzó a escuchar la
predicación de su amigo Ambrosio, San Ambrosio. La Palabra comenzó a surtir efecto; pero Agustín no lograba
romper sus cadenas. Un día, mientras estaba en un parque, escuchó la voz de un niño que cantaba: "Toma y lee,
toma y lee". Agustín intuyó una inspiración de Dios en el canto de aquel niño. Vio que sobre un banco del
parque estaba la r3 b la tomó y la abrió al acaso; se encontró un fragmento de la Carta a los Romanos que decía:
Dejemos de hacer las cosas propia de la oscuridad y revistámonos de luz, como un soldad, se reviste de su
armadura. Actuemos con decencia como en pleno día. No andemos en borracheras ni banquetes ruidosos, ni en
inmoralidades vicios, ni en discordias y envidias; al contrario revístanse ustedes del Señor Jesucristo coma de
una armadura, y no busquen satisfacer los malos, deseos de la naturaleza humana (Rm 13, 13-14). Agustín
quedó apabullado. Aquel mensaje parecía escrito expresamente para él de parte de Dios. Comenzó a llorar
impetuosamente. La conversión de Agustín fue del pecado a Dios. No corno la de Nicodemo, de Dios a Dios.
Parecida a la conversión de Nicodemo tuvo que ser la de Pablo. El apóstol se encontraba muy orondo con sus
prácticas de piedad y su teología. Eso le daba derecho a perseguir con saña a los cristianos. El Señor lo bajo de
su cabalgadura, y ¿Saldo, Saulo, por qué me persigues? (Hch 9,4) cuando estaba en el suelo, humilla: que él
creía derrotado, tuvo que reconocer estar muy cerca de Dios, y en cambio, estaba siguiendo a Dios. Pablo tuvo
que cambiar per de actitud.
Pedro y Juan eran "buenos", pero también ellos tuvieron que convertirse como los demás apóstoles. A Juan, de
apodo le decían: "Boanerges", que significa "hijo del trueno"; tenía pésimo carácter; con el tiempo llegó a ser el
apóstol del amor, el de las bellas cartas acerca del amor, en la Biblia. Pedro era impulsivo, rencoroso. Después
de que el Señor lo vio con misericordia, la noche de la traición, Pedro comenzó a llorar amargamente. El Pedro
de los Evangelios es muy distinto del Pedro del libro de los Hechos.
Hay muchas clases de conversión. Unos tienen que salir del vicio. Otros, tal vez, como Nicodemo y Pablo,
deben ir de Dios a Dios. Es decir, convertirse en su manera de acercarse a Dios. Lo cierto es que, mientras
tengamos un hálito de vida, siempre habrá necesidad de cambiar algo, de rectificar algo. Eso es lo que llamamos
conversión. San Pablo propone un test muy concreto para evaluar nuestra conversión. Se trata del capítulo cinco
de la Carta a los Gálatas; dice Pablo: Es fácil ver lo que hacen quienes siguen los malos deseos: cometen
inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas, adoran ídolos practican la brujería. Mantienen odios y
celos enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones partidismos. Son envidiosos, borrachos, glotones y otras
cosas parecidas... En cambio, lo que el Espíritu produce es amor, gozo, paz paciencia' amabilidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza (Ga 5, 19-22).
Este test, que propone Pablo, ayuda para detectar si se necesita una conversión que comience por arrancar al
individuo del pecado grave o, si lo que el individuo necesita es permitir que su vida sea más controlada por el
Espíritu Santo y que se evidencien los frutos del Espíritu Santo. Es muy difícil tener una buena calificación en
este test en el que se nos examina acerca de si somos hombres carnales u hombres espirituales.
Siempre la conversión conlleva un "arreglar" algo que no está bien en nuestra vida. Zaqueo, ante la presencia de
Jesús, que había ido a visitarlo, se dio cuenta de que tenía que solucionar en su vida el problema, de su "dios
dinero". Ante todos prometió que daría la mitad de sus bienes a los p e y que devolvería, cuatro veces más, a los
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que había estafado. No puede haber conversión sin "arreglo" de lo que está torcido. Toda conversión es un
entregarle a Jesús lo que él nos pide cuando llega a nuestra casa.