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calumniado
4 Enero, 2017 | Gavin Ortlund
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Vida cristiana
Es sumamente doloroso ser calumniado, y los pastores y líderes de ministerio son blancos
particularmente fáciles. Precisamente porque es un pecado tan grave, hay que tener especial
cuidado para proteger nuestro corazón cuando nos sucede. Una de las maneras más fáciles
de ser inducidos al pecado, es cuando se comete pecado contra uno.
He aquí tres consejos para responder con sabiduría y gracia cuando se es calumniado.
A veces está bien defender tu reputación ante los que te han calumniado, especialmente si
estás en un papel de liderazgo y la difamación causa daños al ministerio. Pero en mi
observación, a menudo es mejor permanecer en silencio, tener confianza en el Señor, y
dejar que la verdad sea tu máximo defensor a largo plazo. Como mi padre dice, “Cuando
(no ‘si’) tu reputación sufre una lesión inmerecida, tu integridad con el tiempo va a decir
todo lo que hay que decir”.
La tendencia es pensar que tienes que arreglar todo, y sobre todo “recuperar” a los que han
oído la calumnia y compartir tu versión de los hechos. Pero a menudo es el miedo de la
gente, no el temor de Dios, lo que produce este instinto. Y en mi experiencia, los receptores
de la difamación a menudo pueden decir que lo que están escuchando es erróneo, y a veces
solo empeoramos las cosas cuando tratamos de defendernos. Me encanta la metáfora de
Spurgeon: “Una gran mentira, si es desapercibida, es como un gran pez fuera del agua: se
precipita y cae y se golpea a sí mismo hasta morir en poco tiempo”.
Así que por encima de todo, pon tu preocupación en la verdad, no en la apariencia, y no
dejes que el miedo sea tu motivación. Después de todo, es en el contexto de ser “difamado”
que Jesús dice: “No tengan miedo de ellos, porque nada hay encubierto que no haya de ser
revelado, ni oculto que no haya de saberse” (Mat. 10:26). Cuando sientas el pellizco del
miedo y la autoprotección, recuérdate que la verdad ganará al final. La verdad es
implacable, inflexible, inevitable, e invencible. Es el rey de las victorias que llegan por la
espalda.
Por lo que he observado, es sorprendente la frecuencia con la que la gente puede participar
en el pecado de calumnia sin darse cuenta. Por lo tanto, lo más amoroso que puedes hacer
por todas las partes involucradas —incluyendo al calumniador— es confrontar con amor y
gentileza. Esta conversación debe hacerse en persona, no por correo electrónico, mensaje
de texto, teléfono, o redes sociales. En ciertas situaciones, puede ser útil llevar a un amigo o
alguien de confianza para ambas partes que no esté involucrado, aunque pienso que
generalmente es mejor comenzar yendo solo. Llevar a alguien más demasiado rápido puede
agravar la situación.
Comienza con preguntas. Esto te permite obtener todos los hechos antes de llegar a
ninguna conclusión, y es menos conflictivo. Pero no temas usar la palabra “pecado”
y “calumnias” si eso es lo que es.
Expresa vulnerabilidad al calumniador. Esto es fácil de pasar por alto, ya que no es
nuestra tendencia natural cuando se trata de alguien que nos ha hecho daño. Pero las
oraciones que comienzan con “sentí tristeza/dolor al…” en lugar de con “pecaste
contra mí cuando…” tienen más probabilidades de “ganar a tu hermano” (Mat.
18:15), que es el objetivo más importante. Debido a que algunos calumnian sin
darse cuenta, se sorprenden realmente cuando te hacen daño. Partiendo de compartir
tu corazón y no de la acusación puede tranquilizar la situación y producir un
resultado pacífico.
Pero todavía no nos estamos predicando el evangelio a nosotros mismos hasta que digamos,
como Tim Keller nos ha recordado en innumerables sermones, “En Cristo no soy solo más
pecaminoso de lo que jamás pudiera haber temido, sino también más amado de lo que
jamás pudiera haber esperado”. Debemos recordar que Dios nos considera como sus hijos
amados, que todos los cabellos de nuestra cabeza están enumerados, y que Jesús está ahora
mismo intercediendo por nosotros. Tener nuestro corazón seguro en su amor nos ayuda a
dejar ir nuestro dolor y buscar la restauración de la reputación de Cristo más que la nuestra
(otra buena rúbrica para tener en cuenta al discernir cuándo/cómo responder).
Dejen que el nombre de Whitefield se pierda, pero que Cristo sea glorificado. Dejen que mi
nombre muera por todas partes, permitan incluso que mis amigos me olviden, si por ese
medio la causa del Buen Jesús puede ser promovida… Estoy contento de esperar hasta el
día del juicio para el esclarecimiento de mi reputación; y después de mi muerte deseo
ningún otro epitafio que este: “Aquí yace G. W. ¿Qué clase de hombre era? En el gran día
lo descubrirá”.