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3 maneras de responder cuando eres

calumniado
4 Enero, 2017 | Gavin Ortlund
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Vida cristiana

La calumnia es un pecado grave. Al igual que su primo el chisme, la calumnia es


increíblemente destructiva. Ella “se encuentra a la espera de la sangre” (Prov. 12:6),
“destruye vecinos” (Prov. 11:9), y “divide a los amigos” (Prov. 16:28). Pero, aunque tanto
el chisme como la calumnia implican un discurso destructivo, la calumnia agrega el
elemento de la falta de honradez.

El chisme propaga el fuego, pero la calumnia crea la chispa.

Es sumamente doloroso ser calumniado, y los pastores y líderes de ministerio son blancos
particularmente fáciles. Precisamente porque es un pecado tan grave, hay que tener especial
cuidado para proteger nuestro corazón cuando nos sucede. Una de las maneras más fáciles
de ser inducidos al pecado, es cuando se comete pecado contra uno.

He aquí tres consejos para responder con sabiduría y gracia cuando se es calumniado.

1. Compromete tu reputación al Señor.

A veces está bien defender tu reputación ante los que te han calumniado, especialmente si
estás en un papel de liderazgo y la difamación causa daños al ministerio. Pero en mi
observación, a menudo es mejor permanecer en silencio, tener confianza en el Señor, y
dejar que la verdad sea tu máximo defensor a largo plazo. Como mi padre dice, “Cuando
(no ‘si’) tu reputación sufre una lesión inmerecida, tu integridad con el tiempo va a decir
todo lo que hay que decir”.

Incluso si tienes que defenderte, dale un poco de tiempo. No te asustes. No explotes. No te


dejes guiar por el miedo. Es válido defender tu ministerio (1 Tes. 2; 2 Cor. 10-13), pero
debemos tener cuidado de no ser demasiado defensivos acerca de nosotros mismos.

La tendencia es pensar que tienes que arreglar todo, y sobre todo “recuperar” a los que han
oído la calumnia y compartir tu versión de los hechos. Pero a menudo es el miedo de la
gente, no el temor de Dios, lo que produce este instinto. Y en mi experiencia, los receptores
de la difamación a menudo pueden decir que lo que están escuchando es erróneo, y a veces
solo empeoramos las cosas cuando tratamos de defendernos. Me encanta la metáfora de
Spurgeon: “Una gran mentira, si es desapercibida, es como un gran pez fuera del agua: se
precipita y cae y se golpea a sí mismo hasta morir en poco tiempo”.
Así que por encima de todo, pon tu preocupación en la verdad, no en la apariencia, y no
dejes que el miedo sea tu motivación. Después de todo, es en el contexto de ser “difamado”
que Jesús dice: “No tengan miedo de ellos, porque nada hay encubierto que no haya de ser
revelado, ni oculto que no haya de saberse” (Mat. 10:26). Cuando sientas el pellizco del
miedo y la autoprotección, recuérdate que la verdad ganará al final. La verdad es
implacable, inflexible, inevitable, e invencible. Es el rey de las victorias que llegan por la
espalda.

2. Enfrenta con gentileza al calumniador (no por correo electrónico).

Por lo que he observado, es sorprendente la frecuencia con la que la gente puede participar
en el pecado de calumnia sin darse cuenta. Por lo tanto, lo más amoroso que puedes hacer
por todas las partes involucradas —incluyendo al calumniador— es confrontar con amor y
gentileza. Esta conversación debe hacerse en persona, no por correo electrónico, mensaje
de texto, teléfono, o redes sociales. En ciertas situaciones, puede ser útil llevar a un amigo o
alguien de confianza para ambas partes que no esté involucrado, aunque pienso que
generalmente es mejor comenzar yendo solo. Llevar a alguien más demasiado rápido puede
agravar la situación.

Es importante ir en “un espíritu de mansedumbre” (Gal. 6:1), y no poner a la otra persona a


la defensiva con la búsqueda de un culpable o con un tono acusatorio. Aquí hay dos
maneras de hacer esto:

 Comienza con preguntas. Esto te permite obtener todos los hechos antes de llegar a
ninguna conclusión, y es menos conflictivo. Pero no temas usar la palabra “pecado”
y “calumnias” si eso es lo que es.
 Expresa vulnerabilidad al calumniador. Esto es fácil de pasar por alto, ya que no es
nuestra tendencia natural cuando se trata de alguien que nos ha hecho daño. Pero las
oraciones que comienzan con “sentí tristeza/dolor al…” en lugar de con “pecaste
contra mí cuando…” tienen más probabilidades de “ganar a tu hermano” (Mat.
18:15), que es el objetivo más importante. Debido a que algunos calumnian sin
darse cuenta, se sorprenden realmente cuando te hacen daño. Partiendo de compartir
tu corazón y no de la acusación puede tranquilizar la situación y producir un
resultado pacífico.

Confrontar a alguien es incómodo y da miedo. Pero hay que hacerlo. Si no lo haces, no


estás amando a la persona que te ha calumniado, y no buscas “vencer el mal con el bien”
(Rom. 12:9-21).

3. Predícate el evangelio a ti mismo.

Siempre existe el peligro de caer en la victimización y la autocompasión cuando han


pecado contra nosotros, que es lo contrario de lo que el evangelio debe producir en nuestros
corazones. A pesar de que no elimina el dolor de la calumnia, el evangelio puede reducir
nuestra actitud defensiva si tenemos en cuenta que “separado de la gracia de Dios, soy peor
de lo que estas calumnias dicen”. Una vez más, Spurgeon es útil: “Si alguno piensa mal de
ti, no te enfades con él; tú eres peor que lo que él piensa que eres”.

Pero todavía no nos estamos predicando el evangelio a nosotros mismos hasta que digamos,
como Tim Keller nos ha recordado en innumerables sermones, “En Cristo no soy solo más
pecaminoso de lo que jamás pudiera haber temido, sino también más amado de lo que
jamás pudiera haber esperado”. Debemos recordar que Dios nos considera como sus hijos
amados, que todos los cabellos de nuestra cabeza están enumerados, y que Jesús está ahora
mismo intercediendo por nosotros. Tener nuestro corazón seguro en su amor nos ayuda a
dejar ir nuestro dolor y buscar la restauración de la reputación de Cristo más que la nuestra
(otra buena rúbrica para tener en cuenta al discernir cuándo/cómo responder).

George Whitefield es un buen ejemplo para todos nosotros:

Dejen que el nombre de Whitefield se pierda, pero que Cristo sea glorificado. Dejen que mi
nombre muera por todas partes, permitan incluso que mis amigos me olviden, si por ese
medio la causa del Buen Jesús puede ser promovida… Estoy contento de esperar hasta el
día del juicio para el esclarecimiento de mi reputación; y después de mi muerte deseo
ningún otro epitafio que este: “Aquí yace G. W. ¿Qué clase de hombre era? En el gran día
lo descubrirá”.

Amén. Que el Señor que lo ve y lo juzga todo nos de tal espíritu.

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Dess Oyola.

Gavin Ortlund es un estudiante del doctorado en teología histórica en el Seminario


Teológico Fuller y trabaja en el staff de Sierra Madre Congregational Church en Sierra
Madre California en dónde vive con su esposa e hijo. Gavin escribe de manera regular
en Soliloquium.

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