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1
Craig Calhoun, La importancia de comunidades imaginadas y de Benedict Anderson (Londres: Revista
de cultura, poder y sociedad, 2016), p 14.
2
Boaventura Sousa Santos, Una epistemología del sur (Buenos Aires: Siglo XXI, 2009), 162.
3
Brooke Larson, Indígenas, élites y Estado en la formación de las repúblicas andinas 1850-1910, (Lima:
PUC del Perú, 2002), 15.
desatar un nuevo ciclo de conquista después de mediados del siglo XIX”4, pues las
presiones de los tiempos de producción capitalistas generaron una expansión interna que
significó la expropiación de las tierras sin compensación alguna a los campesinos-
indígenas que eran afectados, dado que así se lograría generar plusvalía. Este proceso es
catalogado como “un proyecto imperial dirigido a la «colonización interna» de territorios
y culturas que yacían más allá del brazo político del Estado y las fronteras de la
«civilización blanca» criolla”5, es decir, una república que buscó colonizar para benefició
propio a quienes no eran parte de su nación oficial.
Ahora bien, ¿quién componía la nación oficial? Para saberlo debemos comprender
que la ontología del concepto es ser “una comunidad política imaginada como
inherentemente limitada y soberana”6, por ende, si es imaginada, existen personas que la
piensan y crean en función de sus intereses, en este caso las elites. Su telos se
caracterizaba por ciudadanos que “no eran negros sino criollos blancos o, en el peor de
los casos, mestizos o mulatos de sangre, pero de mentalidad europea”7, lo que implicó
que quienes no cumplían con los requisitos fueran marginados discursiva como
jurídicamente. En este sentido, Walter Mignolo se refiere a su conjunto continental como
latinidad, un imaginario similar al de nación que creó “un nuevo tipo de invisibilidad para
los indios y los descendientes de africanos que vivían en «América Latina»” 8, y que fue
reforzado a través de estrategias narrativas que los hicieron invisibles “en los registros
públicos o profetizando su absorción biológica dentro de la creciente masa de poblaciones
mestizas y blancas”9. Este fenómeno permitió a los Estados alcanzar la hegemonía “como
punto de llegada, o resultado”10, negando la existencia de valores modernos en estos
individuos y logrando perpetuar el modelo capitalista a través de esta nueva ideología
superestructural llamada nación.
4
Ibid., 14.
5
Ibid., 14-15.
6
Benedict Anderson, Comunidades imaginadas (México: FCE, 1993), 23.
7
Walter Mignolo, La idea de Latinoamérica, (Barcelona: Gedisa, 2005), 109.
8
Ibid., 112.
9
Brooke Larson, Óp. cit., 17.
10
Florencia Mallon, “Historia política desde abajo. Hegemonía, el estado y los discursos nacionalistas”, en
Campesino y Nación. La construcción de México y Perú poscoloniales. México: CIESAS, 2003, 86.
11
Brooke Larson, Óp. cit., 178-179.
vista como un eje de “acciones y prácticas ‘incorrectas’ e ‘ilegítimas’”12 generó un
cambio en la economía moral de los subalternos orientado a responder al capitalismo. De
esta forma, surgieron nuevos líderes que buscaron recuperar los derechos perdidos
“negociando y cuestionando los términos institucionales bajo los cuales participarían en
las nuevas repúblicas”13. Lo anterior, tiene relación directa con la evocación de un sentido
de hegemonía desarrollado sobre una base comunal, con el cual las comunidades
indígenas de, por ejemplo, la Sierra peruana, el Alto Perú o Colombia, participaron de un
proceso en que “se legitima, redefine y disputa el poder y el significado a todos los niveles
de la sociedad”14. Para logar evidenciar estas premisas es fundamental descentrar de los
conceptos epistemológicos, de tal forma que se destruyan “los mitos gemelos de
excepcionalidad que se han adjuntado a la burguesía y al capitalismo occidentales”15 con
el fin de vislumbrar la manifestación de la agencia subalterna, junto con cuestionar la
ontología de la subalternidad para preguntarse ¿están completamente enajenados del
poder?
12
Carlos Aguirre. Economía moral de la multitud (México: UNAM, 2010), 6.
13
Brooke Larson, Óp. cit., 177.
14
Florencia Mallon, Óp. cit., 85.
15
Ibid., 84.
16
Brooke Larson, Óp. cit., 177.
17
Florencia Mallon, Óp. cit., 94.
18
Ibid., 81.
19
Ibid., 94.
empíricamente, la existencia de condiciones materiales e ideológicas para la existencia
de una nación. Asimismo, homologable al gobierno estatal, se encontraban los
intelectuales locales, quienes, articulando y conectando las condiciones de la coyuntura,
lograron “construir una coalición política local a través de procesos de inclusión y
exclusión”20.
En otro aspecto, un análisis del siglo XIX largo da cuenta de que ya existían
naciones campesino-indígenas en los Andes, evidenciando de este modo que el sentido
comunal operante en las naciones alternativas es un rescate de la tradición, evocando el
“recuerdo colectivo de la rebeldía y la represión (que) permaneció profundamente
arraigado en el subsuelo de la conciencia política campesina”24. Este se expresó en el
siglo XIX corto como resistencia contra el capitalismo y el avance colonizador interno.
En base a lo expuesto, es factible afirmar que las agendas gubernamentales
decimonónicas no provocaron un cambio de economías morales orientado hacia lo nuevo,
sino que, más bien, gatilló la recuperación de las naciones campesino-indígenas de los
Andes, las que, a su vez, no se limitaron a la imaginación de utopías alternativas25, sino
que fueron un ejercicio pragmático de estas. Sin embargo, su visibilización se encuentra
20
Ibid., 95.
21
Ibid., 91.
22
Ibid., 107.
23
William Roseberry, “Hegemonía y lenguaje contencioso”, en Aspectos cotidianos de la formación del
Estado, comp. por Gilbert y Nuget (México: Ediciones ERA, 2002), 233.
24
Brooke Larson, Óp. cit., 14.
25
Idem.
mermada por las narrativas historiográficas que, “en su constitución moderna, lo colonial
representa, no lo legal o lo ilegal, sino sin ley”26, y que, por ende, ni siquiera reconocen
su existencia.
26
Boaventura de Sousa Santos, “Más allá del pensamiento abismal: de las líneas globales a una ecología
de saberes”, en Decolonizar el saber, reinventar el poder (Montevideo: TRILCE, 2010), 33