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Alumno: Matías Fuentes Vásquez

Profesor: Cristián Castro


Ayudante: Stefano Brezzo
Fecha: 26/06/2019

Sujetos subalternos: ciudadanos de la nación endógena

Si deseamos comprender las relaciones sociopolíticas que operan en la actualidad


latinoamericana, es fundamental realizar un análisis de lo que fue el siglo XIX, puesto
que aquí se moldearon y se establecieron las bases sobre las que se desarrolló el devenir
histórico de los países, cuyos resabios prevalecen hasta el día de hoy. En este aspecto, es
necesario saber que, una vez finalizados los enfrentamientos bélicos que le permitieron a
los países hispanoamericanos desprenderse del yugo colonial, comenzó un proceso de
construcción de Estados republicanos, dirigido por las elites criollas de la zona, las cuales
se enfrentaron al desafió de reestructurar una vida política, económica y social que, por
más de trescientos años, operó bajo lógicas coloniales. Esto da cuenta de una gran
influencia y poder ostentado por este grupo social en el periodo decimonónico, el cual, a
su vez, fue utilizado como vía para lograr inmiscuir sus intereses de clase en la gestión
gubernamental.

De esta forma, el capitalismo constituye la manifestación más clara de lo anterior,


pues fue capaz de crear un panorama en que las oligarquías se beneficiaron en materia
económica y, por ende, social. Para lograr su implementación, la expansión territorial
interna llevada a cabo durante la segunda mitad del siglo XIX jugó un rol clave, dado que
este sistema socioeconómico necesita – hasta el día de hoy – de los recursos naturales
para su funcionamiento. De la mano progreso republicano, en paralelo, existe una pérdida
de derechos por parte de los campesinos e indígenas de las zonas utilizadas, ya que su
sistema fue alterado para ser insertados dentro de uno en que solo se pueden desempeñar
como trabajadores. Asimismo, los gobiernos necesitaron desarrollar una estrategia que
les permitiera legitimar su actuar dentro de los márgenes que ellos impusieran. En este
sentido, la idea de nación permitió definir límites discursivos y jurídicos que marginaron
de la lucha hegemónica a los grupos mencionados recientemente – los negros también,
pero no serán mencionados para el desarrollo del ensayo debido a su enfoque étnico –.

La historiografía se ha encargado de sistematizar los hechos mencionados en sus


escritos, y ha catalogado como “subalternos” a quienes no pueden disputar la hegemonía
y sufren, sin posibilidad de resistencia, la opresión de las estructuras imperantes. Sin
embargo, esto fue realizado desde una óptica epistemológica occidental, cuyas
metodologías no son capaces de vislumbrar la agencia subalterna, al contrario, se
encuentran al servicio de los intereses gubernamentales, ya que son parte de las “bases
materiales de la imaginación”1 de la nación. Una vez entendido lo expuesto, debemos
realizarnos las siguientes preguntas para desestabilizar los paradigmas de conocimiento
imperantes: ¿Qué es una nación? ¿Cómo se crea? Y a raíz de las respuestas ¿Cuántas
naciones predominan en el siglo XIX? El presente ensayo buscará responder estas
interrogantes con el fin de que sus respuestas orienten una argumentación que permita dar
cuenta de que: el actuar de los gobiernos latinoamericanos modificó la economía moral
de los campesinos e indígenas, al punto de que, como respuesta, se crearon/manifestaron
naciones alternativas operantes dentro de la estructura estatal. Para ello, realizaremos un
recorrido histórico que evidencie la agenda de los gobiernos de los Andes durante el siglo
XIX corto, junto con las respectivas respuestas a las medidas. Esta hipótesis se respaldará
en los postulados de Florencia Mallon y Brooke Larson, quienes, mediante una
renovación epistemológica, lograron develar la existencia de una Modernidad Andina
expresada en el actuar subalterno.

Por otro lado, y a la vez como herramienta analítica, pretendemos desestabilizar


la noción del concepto hegemonía debido a que su concepción está sesgada por una
modernidad occidental a la que se le ha atribuido el “monopolio de la distinción universal
entre lo verdadero y lo falso”2 y que, por ende, ha deslegitimado la idea de que el actuar
subalterno forma parte de un proceso hegemónico. De esta forma quedará en evidencia
cómo el actuar campesino-indígena operó con una lógica centrada en disputar el poder, o
bien, de negociarlo para que su nación alternativa – creada inconscientemente por la
estructura imperante sumada a la voluntad subalterna – persista.

Como punto de partida, debemos recalcar que previo a las independencias, el


campesinado indígena latinoamericano se encontraba organizado de forma que sus
intereses y subsistencia convivieran dentro de la estructura colonial, ya que desde la
llegada de hispana a América se llevaron a cabo una serie de enfrentamientos y
negociaciones que les permitieron obtener derechos, tales como: los tributos indígenas
encargados de garantizar “los derechos andinos a la tenencia de tierra corporativa, el auto-
gobierno local y la protección estatal contra los terratenientes usurpadores”3. Ahora bien,
una vez instalado el modelo republicano, “el liberalismo y la modernidad parecieron

1
Craig Calhoun, La importancia de comunidades imaginadas y de Benedict Anderson (Londres: Revista
de cultura, poder y sociedad, 2016), p 14.
2
Boaventura Sousa Santos, Una epistemología del sur (Buenos Aires: Siglo XXI, 2009), 162.
3
Brooke Larson, Indígenas, élites y Estado en la formación de las repúblicas andinas 1850-1910, (Lima:
PUC del Perú, 2002), 15.
desatar un nuevo ciclo de conquista después de mediados del siglo XIX”4, pues las
presiones de los tiempos de producción capitalistas generaron una expansión interna que
significó la expropiación de las tierras sin compensación alguna a los campesinos-
indígenas que eran afectados, dado que así se lograría generar plusvalía. Este proceso es
catalogado como “un proyecto imperial dirigido a la «colonización interna» de territorios
y culturas que yacían más allá del brazo político del Estado y las fronteras de la
«civilización blanca» criolla”5, es decir, una república que buscó colonizar para benefició
propio a quienes no eran parte de su nación oficial.

Ahora bien, ¿quién componía la nación oficial? Para saberlo debemos comprender
que la ontología del concepto es ser “una comunidad política imaginada como
inherentemente limitada y soberana”6, por ende, si es imaginada, existen personas que la
piensan y crean en función de sus intereses, en este caso las elites. Su telos se
caracterizaba por ciudadanos que “no eran negros sino criollos blancos o, en el peor de
los casos, mestizos o mulatos de sangre, pero de mentalidad europea”7, lo que implicó
que quienes no cumplían con los requisitos fueran marginados discursiva como
jurídicamente. En este sentido, Walter Mignolo se refiere a su conjunto continental como
latinidad, un imaginario similar al de nación que creó “un nuevo tipo de invisibilidad para
los indios y los descendientes de africanos que vivían en «América Latina»” 8, y que fue
reforzado a través de estrategias narrativas que los hicieron invisibles “en los registros
públicos o profetizando su absorción biológica dentro de la creciente masa de poblaciones
mestizas y blancas”9. Este fenómeno permitió a los Estados alcanzar la hegemonía “como
punto de llegada, o resultado”10, negando la existencia de valores modernos en estos
individuos y logrando perpetuar el modelo capitalista a través de esta nueva ideología
superestructural llamada nación.

Sin embargo, a pesar de que la “construcción de la nación (…) (sea) un ejercicio


excluyente y violento del poder”11, no fue totalmente dominante, pues la tradición de
lucha gestada desde los tiempos coloniales y la agenda política de los gobiernos que fue

4
Ibid., 14.
5
Ibid., 14-15.
6
Benedict Anderson, Comunidades imaginadas (México: FCE, 1993), 23.
7
Walter Mignolo, La idea de Latinoamérica, (Barcelona: Gedisa, 2005), 109.
8
Ibid., 112.
9
Brooke Larson, Óp. cit., 17.
10
Florencia Mallon, “Historia política desde abajo. Hegemonía, el estado y los discursos nacionalistas”, en
Campesino y Nación. La construcción de México y Perú poscoloniales. México: CIESAS, 2003, 86.
11
Brooke Larson, Óp. cit., 178-179.
vista como un eje de “acciones y prácticas ‘incorrectas’ e ‘ilegítimas’”12 generó un
cambio en la economía moral de los subalternos orientado a responder al capitalismo. De
esta forma, surgieron nuevos líderes que buscaron recuperar los derechos perdidos
“negociando y cuestionando los términos institucionales bajo los cuales participarían en
las nuevas repúblicas”13. Lo anterior, tiene relación directa con la evocación de un sentido
de hegemonía desarrollado sobre una base comunal, con el cual las comunidades
indígenas de, por ejemplo, la Sierra peruana, el Alto Perú o Colombia, participaron de un
proceso en que “se legitima, redefine y disputa el poder y el significado a todos los niveles
de la sociedad”14. Para logar evidenciar estas premisas es fundamental descentrar de los
conceptos epistemológicos, de tal forma que se destruyan “los mitos gemelos de
excepcionalidad que se han adjuntado a la burguesía y al capitalismo occidentales”15 con
el fin de vislumbrar la manifestación de la agencia subalterna, junto con cuestionar la
ontología de la subalternidad para preguntarse ¿están completamente enajenados del
poder?

Una vez entendido esto, es factible evidenciar el meollo de este ensayo; la


existencia de una modernidad andina que legitima la existencia de una nación alternativa
dentro de la estructura de la nación oficial. Ello queda demostrado en el hecho de que “los
hombres andinos eran bastante conscientes de sí mismos como sujetos políticos en las
nuevas naciones”16 republicanas, lo que abre la posibilidad para catalogar el actuar de las
comunidades indígenas locales como un actuar moderno capaz de crear una nación
alternativa. Lo anterior, se refuerza con la idea de que la lucha subalterna por disputar y
negociar el poder operó “desde la complejidad y jerarquía de las relaciones sociales y
políticas comunales”17 que poseían una “amplia visión para organizar a la sociedad un
proyecto para la identidad colectiva”18, es decir, al nacionalismo.

En la organización de las naciones alternativas primaba una “unidad


supuestamente primordial de la comunidad (…) basada en las relaciones de parentesco
que recibían su legitimidad de la autoridad del patriarca”19, lo que demuestra,

12
Carlos Aguirre. Economía moral de la multitud (México: UNAM, 2010), 6.
13
Brooke Larson, Óp. cit., 177.
14
Florencia Mallon, Óp. cit., 85.
15
Ibid., 84.
16
Brooke Larson, Óp. cit., 177.
17
Florencia Mallon, Óp. cit., 94.
18
Ibid., 81.
19
Ibid., 94.
empíricamente, la existencia de condiciones materiales e ideológicas para la existencia
de una nación. Asimismo, homologable al gobierno estatal, se encontraban los
intelectuales locales, quienes, articulando y conectando las condiciones de la coyuntura,
lograron “construir una coalición política local a través de procesos de inclusión y
exclusión”20.

Ahora bien, la nación aquí representada no se manifiesta públicamente, ya que


debe operar dentro de la estructura dispuesta por los Estado-nación, por ende, su campo
de acción es una cultura que, hasta cierto punto, roza lo burocrático. En este sentido,
emergen las instituciones comunitarias, las cuales se encargaron “disciplinar a los
miembros de la comunidad para que obedecieran las reglas establecidas por las elites”21,
y así lograr influir en el poder reduciendo las posibilidades de la coerción gubernamental.
Hay que recordar que las estrategias subalternas son variables y se manifiestan en “la
política popular como una compleja coalición que combina dominación con resistencia,
y constituye, de manera más general, una poderosa fuerza en el cambio político”22 dentro
de la estructura impuesta por los Estados. Esto explica que las rebeliones indígenas como
las de Tupac Amaru II no dejaron de existir, sino que adoptaron “las formas y los
lenguajes de la dominación para poder ser registrados o escuchados”23.

En otro aspecto, un análisis del siglo XIX largo da cuenta de que ya existían
naciones campesino-indígenas en los Andes, evidenciando de este modo que el sentido
comunal operante en las naciones alternativas es un rescate de la tradición, evocando el
“recuerdo colectivo de la rebeldía y la represión (que) permaneció profundamente
arraigado en el subsuelo de la conciencia política campesina”24. Este se expresó en el
siglo XIX corto como resistencia contra el capitalismo y el avance colonizador interno.
En base a lo expuesto, es factible afirmar que las agendas gubernamentales
decimonónicas no provocaron un cambio de economías morales orientado hacia lo nuevo,
sino que, más bien, gatilló la recuperación de las naciones campesino-indígenas de los
Andes, las que, a su vez, no se limitaron a la imaginación de utopías alternativas25, sino
que fueron un ejercicio pragmático de estas. Sin embargo, su visibilización se encuentra

20
Ibid., 95.
21
Ibid., 91.
22
Ibid., 107.
23
William Roseberry, “Hegemonía y lenguaje contencioso”, en Aspectos cotidianos de la formación del
Estado, comp. por Gilbert y Nuget (México: Ediciones ERA, 2002), 233.
24
Brooke Larson, Óp. cit., 14.
25
Idem.
mermada por las narrativas historiográficas que, “en su constitución moderna, lo colonial
representa, no lo legal o lo ilegal, sino sin ley”26, y que, por ende, ni siquiera reconocen
su existencia.

A modo de cierre y reflexión, el siglo XIX americano se caracterizó por ser un


periodo fuertemente marcado por la inserción del capitalismo, dado que esta estructura
definió, en parte, las relaciones sociales dentro de las incipientes republicas. Los tiempos
y la gestión gubernamental se desarrollaron en pos de lograr su correcta inserción, tal
como se evidencia en los Andes, lugar en que la expropiación de tierras adquirió un rol
protagonista. Asimismo, frente a las problemáticas generadas por este proceso surgió el
nacionalismo como medida de legitimación, pues se plantea que el accionar
gubernamental es para la nación, pero ¿qué nación? Una imaginada por pocos y para unos
pocos; una nación elitista y utilitarista que no se hizo cargo de la mayoría demográfica.
Lo anterior, consecutivamente provocó que los subalternos, afectados por la nueva
agenda gubernamental, modificaran su economía moral al punto de (re)organizarse como
nación para responder al capitalismo y las medias en torno a este.

En este sentido, la hegemonía comunal es clave para comprender su actuar, ya


que, además de descentrar la concepción europea latente al momento de analizar la
disputa en torno al poder, permite apreciar la modernidad andina en su expresión
pragmática a través del modo en que las naciones alternativas operaron en la estructura
imperante y lograron subsistir y resistir. Para vislumbrarla, se debe enfocar el análisis al
plano cultural en que se gestó una organización tradicional de parentesco que permitió la
organización nacional (alternativa). Esto da cuenta de la convivencia de nacionalismos
endógenos en Latinoamérica, cuyas condiciones de génesis fueron creadas por la
coyuntura y actuar gubernamental. Asimismo, mediante la agencia subalterna, se
vislumbra cómo la superestructura también establece márgenes - débiles, pero existentes
– a la estructura, los cuales obligan a los intelectuales a cambiar las estrategias de acción.
Ahora bien, una vez expuestos los argumentos nos surge la siguiente pregunta: ¿En qué
se asemeja y diferencia las naciones indígenas andinas de las de, por ejemplo, el sur de
Chile y Argentina para el caso mapuche? Es un tema interesante para un futuro análisis
comparativo.

26
Boaventura de Sousa Santos, “Más allá del pensamiento abismal: de las líneas globales a una ecología
de saberes”, en Decolonizar el saber, reinventar el poder (Montevideo: TRILCE, 2010), 33

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