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Actividad #4

Elabore un ensayo en el que exprese sus ideas respecto al desarrollo de los países
latinoamericanos a lo largo de la última década. Asimismo, cómo influye el concepto de
innovación y competitividad.:
Concepciones del desarrollo y su aplicación a la planificación participativa en los países
andinos. Autores: Banegas, J. A., Atiencie, G. Á., & Martínez, A. P. (2015).
Colombia: logros en dos décadas de modelo de desarrollo aperturista - análisis según
resultados de balanza comercial. Autor: González, J. T. (2014).

Desarrollo y evolución de los países latinoamericanos en la última década

La economía global del conocimiento descansa en la innovación y en el capital intelectual


como factores de competitividad y crecimiento sostenido. Junto a ello, el cambio climático,
la pobreza y los límites de las fuentes energéticas tradicionales otorgan también una
especial relevancia a la innovación para la búsqueda de soluciones a estos problemas desde
el ámbito técnico, social y económico.
En el contexto específico de América Latina y el Caribe (ALC), la innovación debería
servir para enfrentarse a varios retos como la pobreza, la desigualdad y la baja
productividad, sin olvidar el impulso del desarrollo sostenible y la justicia social (Isegoría,
2013). Por tanto, se trataría de impulsar el cambio de los modelos productivos en los países
de la región para transformarlos, con las especificidades propias de cada uno, en sociedades
del conocimiento que respondan a los desafíos de nuestro tiempo. La actual situación
económica existente en la región plantea un contexto favorable. América Latina y Caribe
presenta desde hace años una evolución positiva en términos de crecimiento económico,
que se espera continúe a lo largo de los próximos años. Ello, junto a los avances de la
región en materia de políticas fiscales y programas sociales, plantea un marco adecuado
para impulsar el cambio hacia modelos productivos más acordes con los retos actuales.
Como se sabe, la estructura económica de la región no se basa primordialmente en sectores
tecnológicamente avanzados, sino en un concepto de competitividad centrado en la
aplicación de costes menores. Además, se constata que la productividad laboral de la región
es decreciente desde la década de los setenta (Arocena & Sutz, 2002). Junto a una
estructura productiva general poco favorecedora de la innovación, en ALC se observa
también una baja intensidad tecnológica en sus principales sectores económicos, lo que
refuerza la idea de la situación deficitaria de la innovación en la región (Torres, 2012).
Los recientes análisis de la CEPAL señalan que las economías de la región afrontan dos
grandes desafíos en materia de productividad (Carrero & Petit, 2011). Por un lado, la
llamada “brecha externa” hace referencia al atraso de la región en materia tecnológica
respecto del contexto internacional. Ello supone un menor ritmo en la generación y difusión
de la innovación frente a las economías más avanzadas. Por otro lado, la “brecha interna”
refleja las diferencias de productividad entre distintos sectores y entre diferentes tipos de
empresas en función de su tamaño.
Para afrontar los grandes retos globales y nacionales, los países de la región están
comenzando a reconocer la relevancia de la innovación no sólo para el crecimiento
económico (porque mejora la productividad), sino también para el bienestar social. El
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) señala que las tasas de retorno social de la
innovación, es decir, los beneficios que ésta aporta a la sociedad -en forma de generación
de conocimiento, crecimiento de la productividad, desarrollo de nuevas competencias y
técnicas para la adaptación de tecnologías- son considerables en ALC (Dagnino, 2001). Las
actuales políticas de fomento de la innovación en América Latina y Caribe tienen
precedentes basados en las políticas de impulso de la ciencia, la tecnología y la innovación
presentes en la región desde la década de los 50 del siglo XX. Sin embargo, estas políticas
nunca fueron centrales en el modelo de desarrollo. En palabras del propio presidente del
BID, Luis Alberto Moreno: “los países de América Latina no han invertido lo suficiente, o
no lo han hecho particularmente bien, en ciencia, tecnología e innovación” (Albornoz,
2009).
Los indicadores habituales para medir la innovación son imperfectos4 para conocer el
estado real de la cuestión en un determinado ámbito geográfico. Sin embargo, su uso está
generalizado y, por ello, permiten una evaluación comparativa entre regiones o países. Así,
si repasamos algunos datos generales, estos indican que el peso de la I+D+I de América
Latina en el concierto mundial está por debajo de lo que le correspondería según su
población, peso económico y nivel de desarrollo. Así, entre 1990 y 2007, los gastos en
I+D+I de América Latina y Caribe oscilaron entre el 1,3% y el 2,4% del total mundial de
gastos en tareas de investigación y desarrollo. Estos valores están muy por debajo del
porcentaje de la población mundial que tiene América Latina y Caribe (aproximadamente el
8,5%); de su peso en el PIB mundial (en torno al 5%) y de la fracción de la superficie
terrestre que ocupa (10,3%) (Lemarchand, 2010: 37). Por otra parte, en América Latina y
Caribe la financiación de la I+D+I se realiza mayoritariamente con fondos públicos.
Mientras en América del Norte el 60% de esas actividades se subvencionan con capitales
privados, y en Europa ese porcentaje se cifra en un 50%, en América Latina y Caribe oscila
alrededor del 30% (Torres, 2012). Para trazar un panorama general de la situación de la
I+D+I en la región, cabe analizar cuatro categorías de indicadores, que son, los indicadores
de insumos, recursos o aportes, como gastos en I+D+I o cantidad de investigadores; los
indicadores de resultado o productos, como publicaciones, científicas; patentes y
exportaciones de tecnología y los indicadores sintéticos, es decir, índices compuestos de
varios indicadores, que facilitan una visión global de la situación a través de rankings de
países en innovación y competitividad.
Por otro lado, el informe anual más reciente, publicado el 16 de octubre, evaluó y comparó
a 140 países que representan casi el 99% del Producto Interno Bruto mundial, midiendo
algunos aspectos claves en la competitividad y la productividad como la institucionalidad,
la infraestructura, el desarrollo macroeconómico, la disponibilidad tecnológica, el mercado
financiero, la capacitación laboral, la innovación, entre otros. Según el informe, América
Latina ha perdido competitividad frente al mundo. Con la excepción de países que
mejoraron su calificación, como Chile (subió 3 lugares), Honduras (subió 2 lugares) y
Paraguay (subió 1 lugar), los demás descendieron en este importante indicador. Por
ejemplo, Colombia, Perú y Brasil cedieron 3 lugares, Panamá bajó 9, mientras que
Venezuela continúa su abrupta caída hacia los últimos lugares del índice, descendiendo 10
posiciones, hasta llegar al deshonroso puesto 127 de las 140 jurisdicciones analizadas.
Aunque las perspectivas de crecimiento para la región a inicios de año marcaban un
panorama favorable, creciendo, en promedio, por encima del 2%, los ajustes, tanto de la
Cepal como del BID y del FMI, se han corregido a la baja. En particular, preocupa la guerra
comercial entre China y Estados Unidos, la incertidumbre electoral de una región con 6
comicios presidenciales en el 2018, la debilidad institucional y, en general, el rezago y la
falta de disposición de los países latinoamericanos para integrase exitosamente a las
transformaciones de la nueva revolución tecnológica global (Messner, 1996).
Respecto a la batalla comercial entre China y EE.UU., el actual ministro de Industria y
Comercio de Colombia, dijo en el diario El Tiempo de Bogotá: “El primer efecto es una
reducción del crecimiento económico en los países que se verán involucrados en la guerra
comercial y habrá un efecto directo en nuestra capacidad exportadora, porque habrá una
desaceleración de la economía en todo el mundo”. Ahora bien, esta crisis en las relaciones
de las dos principales potencias económicas del mundo también abre oportunidades para
que los exportadores latinoamericanos pasen a abastecer parte de las demandas de ambos
gigantes. Al respecto, varios de los países latinoamericanos pueden aprovechar
favorablemente los tratados de libre comercio que tienen suscritos con Estados Unidos.
Paralelamente, en materia de exportación de materias primas, China es un mercado cada
vez más relevante para América Latina. Según Bloomerg, Beijing ha sobrepasado a
Washington como el mayor consumidor de materias primas, entre ellas, el petróleo: “La
corona del mayor importador mundial de petróleo ahora la tiene firmemente China porque
las importaciones anuales del país superaron las de EE.UU. por primera vez en la historia.
Lo que es más importante, China también es uno de los principales compradores de crudo
estadounidense” (Bonvecchi, Castro & Garrido, 2005).
En consecuencia, la debilidad institucional es uno de los pilares sobre los cuales la región
debe trabajar. Sin institucionalidad fuerte, confiable y eficiente, será imposible que un país
logre el desarrollo económico y el bienestar general. En muchos de los países
latinoamericanos las instituciones más desprestigiadas son las estatales, particularmente las
ramas legislativa y judicial. Sin reformas exitosas en estos ámbitos, no será nunca posible
una región sostenible.
Finalmente, pero no menos importante, es el ámbito crucial de la innovación y las nuevas
tecnologías. Es en lo que está más rezagada América Latina. Siendo 100 la mejor
calificación, ningún país latinoamericano supera la puntuación de 47 puntos obtenida por
Brasil. México obtuvo una calificación de 42 puntos; Colombia, 35; Perú, de 31; Ecuador,
de 32, y Venezuela de 31. América Latina debe adoptar, de manera urgente, políticas
públicas que involucren la cuarta revolución en nuestros países. Esta adopción puede
significar, como bien lo ha demostrado el presidente de Colombia, Iván Duque, un punto
importante para la disminución de la alta informalidad, un cáncer que debe ser solucionado
prontamente para hacer viables y sostenibles nuestras economías (Gestión, 2012).

Referencias bibliográficas

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