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Fecha: 02 de Noviembre 2019

Tema: Cada día te Bendeciré


Lectura Bíblica: Salmos 145:1-2 (LBLA)
“Te exaltaré, mi Dios, mi Rey, y bendeciré tu nombre eternamente y para siempre. Cada día
te bendeciré y alabaré tu nombre eternamente y para siempre”.

No sabemos en qué momento de su vida David compuso este salmo. Lo que sí


podemos afirmar es que el compromiso expresado en los primeros dos
versículos resumen su actitud a lo largo de toda una vida. La práctica de esta
disciplina espiritual es una de las razones por las cuales el pastor de Israel alcanzó tan
elevado nivel de intimidad con Dios. Asimismo, no cabe duda de que esta insistente
tendencia a proclamar en todo lugar la grandeza de Dios es la que también alimentaba y
mantenía viva su devoción al Altísimo.
Hacemos bien en detenernos a meditar lo que expresan estos dos versículos. Contienen
un voto, la expresión de un compromiso que guiará el comportamiento del salmista en el
futuro. El sentido de este pacto es similar al que intentamos asumir cuando entramos en el
vínculo del matrimonio. Prometemos amar a nuestro cónyuge en todo tiempo, pase lo que
pase. Quien ha transitado un trecho por la experiencia del matrimonio sabe lo difícil que es
cumplir dicho voto. No obstante, la vida espiritual está fundada sobre un pacto. Es lo que la
mantiene viva y vibrante a lo largo de la vida. Un pacto es una promesa, a futuro, de
permanecer firmes en una postura o una convicción. No contiene cláusulas que
condicionan el cumplimiento de la misma. La persona mira al futuro y establece una pauta
de comportamiento que va a permanecer constante en todo momento, sean cuales sean los
acontecimientos que le toque vivir.
Lo que trae el futuro es algo que ningún ser humano puede conocer. Si miramos la vida,
no obstante, podemos predecir con cierto grado de certeza que lo que viene consistirá en una
mezcla de cosas buenas y malas, de momentos de alegría y tristeza, de victorias y derrotas, de
abundancia y necesidad. Cada ser humano está expuesto a las condiciones fluctuantes que
existen como resultado de vivir en un mundo caído.
En el caso de David, su propia vida estuvo repleta de toda clase de dificultades.
Se enfrentó a la tenaz persecución de Saúl. Tuvo que hacerle frente a la soledad y el
abandono. Convivió con las profundas consecuencias del pecado de adulterio. Bebió de la
copa amarga de ser traicionado por su propio hijo. Mas en medio de esta larga cadena
de aflicciones siempre se mantuvo firme en su compromiso de alabar y
bendecir el nombre de Dios.
¡Cuán marcado es el contraste con nuestra cultura, tan sujeta a los sentimientos!
Creemos ciegamente en la importancia de ser “genuinos”, lo que significa solamente hacer
las cosas cuando “sentimos” el deseo de hacerlas. De esta manera, alabamos y bendecimos
solamente cuando nuestros sentimientos nos dan permiso a hacerlo. David nos muestra que
es importante sujetar nuestros sentimientos a la voluntad, practicar las disciplinas de la vida
espiritual aun cuando todo nuestro ser se rebela contra esto. Es más, la insistente práctica en
tiempos de adversidad puede ser la que mayor fruto espiritual deje en nuestras vidas.

Para pensar:
¿Cuán importantes son los sentimientos para usted? ¿De qué maneras entorpecen su vida espiritual?
¿Qué puede hacer para que sus sentimientos participen más en sus expresiones de devoción hacia
Dios?

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