Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
INTRODUCCIÓN
Al final del mundo antiguo, pues, las grandes extensiones de terreno estaban
subdivididas en parcelas y confiadas a colonos libres que pagaban, en retribución,
un interés anual fijo. Esos colonos, sin ser propiamente esclavos, tampoco eran
hombres totalmente libres. Entre las ruinas del mundo antiguo ellos fueron los
primeros indicios del nuevo régimen económico que empezó a desarrollarse, no ya
sobre el trabajo del esclavo y del colono, sino del siervo y del villano.
DESARROLLO
El trabajo en el feudalismo
Sistema de Educación
Los señores, preocupados con ensanchar sus riquezas por la violencia y el pillaje,
despreciaban la instrucción y la cultura. El noble a veces sabía leer, consideraba
el escribir como cosa de mujeres. Carlomagno, que tuvo por profesor a Pedro de
Pisa y Alcuino, intentó aprender a escribir pero sin éxito. El ajedrez y el verso
llegaron a ser, a lo sumo, todos sus adornos, como la equitación, el arco y la caza
todas sus faenas. En el sentido estricto, la nobleza careció de escuelas, aunque
no de educación. Con un sistema parecido al de los efebos de la nobleza griega,
la nobleza medieval formó sus caballeros mediante sucesivas “iniciaciones”.
El joven noble, en poder de la madre hasta los siete años, pasaba luego como
paje al servicio de un señor amigo. Escudero a los catorce, acompañaba al
caballero a la guerra, a los torneos y a la caza, y cuando se acercaba a los
veintiuno, solemnemente era armado caballero.
La fidelidad al señor pasó a ser el rasgo principal del caballero, el noble además
de guerrero, era poseedor de un gran dominio poblado de siervos, fuentes de
rentas, ni en sus feudatarios sino como materia dispuesta para corveas, gabelas y
multas.
Las escuelas catedralicias, habían existido siglos atrás con una organización
semejante a las monásticas y con la división también en externas para los laicos e
internas para el clero. La teología, por supuesto, estaba en el centro de sus
preocupaciones pedagógicas. “Amar y venerar a Dios” era para Alcuino, la
suprema aspiración del sabio, en las escuelas de las catedrales, como en las
escuelas de los conventos, lo que menos importaba era la instrucción.
La primera Universidad
Los estatutos de 1317 prescribían que el rector de Bolonia debía de ser escolar
clérigo, soltero y llevar hábitos. Pero aunque nominalmente eclesiástica, la
universidad era por su espíritu, seglar. Bajo el pontificado de Inocencio II, la
universidad de París tuvo un conflicto con el canciller de la catedral. Pretendía
éste que los candidatos a la licencia le jurasen fidelidad. Los mismos estudiantes
exigían del “nuevo” que no sólo soportara pacientemente las burlas y castigos con
que lo iniciaban, sino que costeara además un abundante festín con su peculio.
Estas exigencias parecen contradecir un poco el carácter tradicional del estudiante
de la Edad Media que anda siempre en apuros de dinero y que hasta roba o pide
limosna para conseguirlo. Mientras la burguesía más rica triunfaba en la
universidad, la pequeña burguesía invadía las escuelas primarias.
Impulsando la educación de la época
A mediados del siglo XIII, los magistrados de las ciudades comenzaron a exigir
escuelas primarias que la ciudad costearía y administraría. La enseñanza que en
ellas se dictaba tenía ya más contacto con las necesidades prácticas de la vida.
En vez del latín, la lengua materna, en vez del predominio total del trívium y
cuadrivium, nociones de geografía, de historia y de ciencias naturales. Las
escuelas municipales eran gratuitas, el municipio pasaba un cierto sueldo a los
maestros, sueldos de hambre, naturalmente los alumnos retribuían los servicios
del maestro según las dificultades de la materia. Se trataba de escuelas para
privilegiados y no podía ser de otra manera. Las “escuelas municipales” del siglo
XIII, con significar un adelanto enorme sobre las monásticas, no tenían tampoco
nada de “populares”, la sustitución del latín por los idiomas nacionales, y una
tendencia mayor a subrayar la importancia del cálculo y la geografía. Estas dos
últimas materias tenían para los comerciantes un interés tan destacado, que las
desarrollaron de manera intensiva.
Con la amenaza del terror religioso, las herejías se acallaron por un tiempo, las
innovaciones más o menos peligrosas sufrieron un compás de espera; pero el
empuje dado por la economía en el siglo XI ya no se podía detener. La era
llamada de las “invenciones” se avecinaba. La erudición que había sido hasta
entonces prerrogativa eclesiástica, cada día acentuaba su carácter laico. En vano
en las universi dades se castigaba con penas severas a los estudiantes que no
hablaban en latín. A una generación que acogió en la universidad los idiomas
“nacionales”, había sucedido otra que los hablaba también en las escuelas, y
apuntaba otra, todavía más dichosa, que empezaría a leer libros impresos (1455).
El hombre feudal había terminado. Los burgueses le habían comprado las tierras,
la pólvora, le habían volteado su castillo; el navío le mostraba ahora un continente
remoto, más inaccesible para él que las princesas de Trípoli, y hasta el cual no se
podía llegar sino mediante la industria y el comercio.
Interesada en sus luchas contra los barones, la burguesía prestó a los reyes su
dinero y, además un apoyo incomparable. Las armas de fuego no sólo
transformaron los métodos de la guerra sino que aceleraron también el derrumbe
del vasallaje, con toda su armadura, poco podía un caballero frente a un villano
armado de un mosquete, y no anduvo descaminado Paolo Vitelli cuando arrancó
los ojos y cortó las manos a los arcabuceros que había hecho prisioneros, “porque
le parecía monstruoso —dijo— que un noble caballero pudiera ser herido de tal
modo por un infante despreciable”. Mantenerse a caballo había sido, hasta
entonces, toda su ciencia de la guerra. Las cosas cambiaban ahora por completo:
para fabricar pólvora y armas de fuego se necesitaban industrias y dinero.
Si la historia marcara sus capítulos no con grandes hechos de la política sino con
otros menos brillantes pero más significativos, quizá le hubiera dado
extraordinario realce a este accidente minúsculo en su tiempo pero que es para
nosotros de una ironía casi simbólica: la flor y nata de los caballeros andantes a la
moda de Borgoña, Jacques de Lalaing, perdió su vida por un tiro de cañón.
El hombre feudal había terminado. Los burgueses le habían comprado las tierras,
la pólvora, le habían volteado su castillo; el navío le mostraba ahora un continente
remoto, más inaccesible para él que las princesas de Trípoli, y hasta el cual no se
podía llegar sino mediante la industria y el comercio.
CONCLUSIÓN