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O H M MIMIMI
ISBN 9 7 8 -9 8 7 -9 1 7 3 -2 3 -7
9789879173237
9 789879 173237
88
“Giro lingüístico”, e historia
intelectual, Elias José P alti
Sobre la individualidad y tas •
formas sociales. Escritos escogidos,
Georg Simmel
Historia y representación,
José Sazbón
FLACSO - Bibiiote
U N I V E R S I D A D N A C I O N A L DE Q U 1 I . M E S
R ecto r
G u s ta v o E d u a r d o L ug o n es
V ic e r r e c t o r
M a r i o E. L o z an o
Elias José Palti
“Giro lingüístico”
e historia intelectual
U n iv ersid ad
N a t io n a l
( I f ( ¿ t u l U K 'S
Edit« »rial
B e rn a l, 2 0 1 2
Intersecciones
Colección dirigida por Carlos Altamirano
ISBN 9 7 8 -9 8 7 - 9 1 7 3 - 2 3 - 7
1. S o c io lo g í a ile la C u ltu ra. 1. T ít u lo .
C D D 3 06
S e r e p r o d u c e n , c o n la a u t o r i z a c i ó n c o r r e s p o n d i e n t e , los s i g u i e n t e s a r t í c u l o s :
P a u l R a b i n o w , “R e p r e s e n t a t i o n s a r e S o c i a l F a c t s : M o d e r n i t y a n d P o s t - M o d e r n i t y
in A n t h r o p o l o g y ”, © U n i v e r s i t y of C a l i f o r n i a Press, 1 98 6 .
S t a n l e y F ish , “ Is t h e r e a T e x t in t h i s C l a s s ? ” , © H a r v a r d U n i v e r s i t y P r e s s , 1 98 7 .
D o m i n i c k L a C a p r a , “R e t h i n k i n g I n t e l l e c t u a l H i s t o r y a n d R e a d i n g T e x r s ” ,
© W e s l e y a n U n i v e r s i t y , 1980.
R i c h a r d R o r t y , “ R e l a t i v i s m : F i n d i n g a n d M a k i n g ”, © R i c h a r d R o r t y , 1 6 9 8 .
1 e d i c i ó n , 19 9 8
l'1reim p resió n , 201 2
© E li a s Jose P a lti. 1998
© U n iv e r s id a d N a c io n a l de Q u ilin e s . 1998
U n iv e rs id a d N a c io n a l de Q u ilin e s .. .
R oque S á c n z P eñ a 352 ' (’ \j í s ’ / -BC-'
P r ó l o g o ................................................................................................................................................. 9
“G ir o l in g ü ís t ic o ” k h ist o r ia i n t e i . e c t u a i ....................................................................................... 19
1. L a p r o b le n v a tiz a c ió n d e l “c o n t e x t o d e e m e r g e n c i a ”
D e la “h is t o r ia de las id e a s ”a la “c u lt u r a c o m o t e x t o ” 25
2. La p r o b le n v a tiz a c ió n d e l “c o n t e x t o d e r e c e p c i ó n ”
A n t r o p o l o g í a y “h e r m e n é u t i c a p r o f u n d a ” ............................................................ 35
3. El “c o n t e x t o m e t a c r í t ic o ” y la p r o b le n v a t iz a c ió n i m p e n s a b l e ............... 51
U n t e x t u a lis m o sin t e x t o ................................................................................................... 51
T r o p o s , m etatro p w s y a b s u r d i s m o ................................................................................. 64
¿El m a r x i s m o en el M a e l s t r o m t e x t u a l i s t a ? ......................................................... 89
¿ M á s a l l á d e l re la tiv is m o y d e l o b j e t i v i s m o ? ...................................................... 118
C o n c l u s i ó n ........................................................................................................................................ 157
A n t o l o g ía ........................................................................................................................................ 169
1. A n t r o p o l o g í a
Las r e p r e s e n t a c i o n e s s o n h e c h o s s o c i a l e s : m o d e r n i d a d
y p o sm o d er n id a d en antropología
P a u l R a b i n o w .................................................................................................................................. 171
'R H R A T U R .A
ly u n t e x to e n e sta clase? .
~>ley F i s H ............................
J S O K ¡a
''« n o : el e n c o n trar y el hacer
F k o r t y ........................'
^ i a s b .io -b ib H o g rá fic a s • • • ■
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Prólogo
( j o r g e L. B o rges, D e l r i g o r e n la c i e n c i a )
9
el cuadro no puede menos que sentirse desorientado. Las escaleras se
entrecruzan y superponen, pero no se comunican realmente; ascien
den, pero no puede decirse que existan diversos niveles en el cuadro,
porque todos se ubican sobre un mismo plano bifurcado. Lo único que
ofrece cierta profundidad a la composición es algo com pletam ente
contingente a la misma, como lo es la lejanía o cercanía de los diver
sos planos respecto del observador.
Sin embargo, existe allí un cierto orden presupuesto, un cierto con
cepto espacial subyacente. Creo que fue Stanley Kubrick quien prime
ro trabajó en el cine ese efecto de la relatividad de los espacios. En la
nave de 2001 . O d i s e a del espacio (1968) se representan distintos nive
les, pero todos se encuentran colocados sobre un mismo eje; en cada
uno de ellos sim p lem en te se alteran las coordenadas (las que en
condicioties de ingravidez se vuelven indistintas): lo que antes era el
piso, ahora es una pared, la pared se convierte en techo, y el techo en
otra pared, y así sucesivamente con los distintos niveles. Para quienes
habitan cada uno de estos “nichos”, esto no hace ninguna diferencia;
sólo pueden mostrar desorientación en el momento en que deben des
plazarse de uno a otro nivel a través de una especie de “ascensor” cir
cular (que sólo gira en redondo llevando de un nivel a otro). Pero esta
perturbación se disipa tan pronto como se ubican en un mismo eje
de referencia dentro del nuevo sistem a de coordenadas. Lo mismo
sucede con los muñecos de Escher. No parece que ellos compartan la
turbación de quien los observa. Ellos se mueven perfectamente dentro
de su ámbito, aunque, en su caso (dadas las condiciones de gravidez
en nuestro múñelo sublunar), no pueden trasladarse de uno a otro. El
horizonte al que cada uno converge es siempre una puerta o abertura,
que conduce a otra de las dimensiones posibles. Pero ellos sim ple
mente no pueden atravesarla (todos los muñecos dibujados van o vie
nen en dirección a aquéllas, pero ninguno se encuentra en el mismo
punto de alguna de las aberturas), porque éstas señalan los puntos de
bifurcación en que lo que, para quienes se encuentran situados en un
determinado nivel, es una puerta, pero para los del nivel contiguo sim
io
plemente no representa nada, o nada inteligible al menos: la bisagra se
encuentra, desde su perspectiva, en el piso, no hay forma de pararse en
lo que se ha convertido en una pared l a t e r a l...
La idea de “relatividad” es perfectamente adecuada, y, sin embargo,
engañosa en relación con este trabajo, porque tal idea tiende a suge
rir la de un sin sentido. Como se representa en ese cuadro, la falta de
un destino último para nuestros muñecos parece dejarlos atrapados
en un laberinto de escaleras que no conducen a nada. Podríamos,
quizás, como en el caso de 2001, concebir la posibilidad de diseñar
un ascensor circular o shifter que les permitiese moverse de un nivel a
otro; pero eso, aparentemente, no cam biaría nada para ellos, puesto
que, salvo la diferencia en cuanto a las coordenadas espaciales respec
tivas, no habría ninguna asimetría fundamental entre los distintos nive
les. A l cabo, se encontrarían en un ámbito distinto al anterior, pero,
básicamente, en la misma situación de antes. Así y todo, el desplaza
miento no habría sido inútil. Al menos esto es lo que sugiere el presente
estudio. Una idea más clara al respecto quizás nos la ofrezca otro cuadro,
esta vez de Rothko.
Se trata de un cuadro absolutamente en blanco. U no en el que no
hay nada que ver o descubrir, ni una m ancha, ni siquiera tina muesca
en la tela o algún vestigio del trazo del pintor. Indudablemente, una
obra tabdifícilmente hoy escandalice a alguien. Por el contrario, la
misma se encuentra expuesta en un prestigioso museo. A parece más
bien como un gesto vanguardista tardío que, como dice Peter Bür-
ger, lejos de denunciar el mercado artístico, lo refuerza.1 Sin embargo,
obras o “gestos” vanguardistas tales portan aún vestigios de su carácter
revulsivo originario. Dicho llanam ente, quienes lo observan no pue
den, todavía hoy, dejar de preguntarse aquello que, a esta altura (des
de Marcel Duchamp en adelante, digam os), se supone que ya nadie
11
puede cuestionarse ante un cuadro: si eso (en este caso, esa “nada”) es
“una obra de arte”. En definitiva, si la pregunta perdió vigencia no es
porque hayamos hallado la respuesta a la misma, sino, por el contrario,
porque ésta se ha vuelto insoluble. Dicho ahora menos llanamente, es
indudable que con un cuadro como el mencionado, absolutamente
blanco, la crisis del concepto de la representación artística alcanza su
límite último, su punto de saturación, aquel en el que el propio con
cepto del arte comienza a disolverse.
Los orígenes de este proceso pueden rastrearse, en realidad, dos
siglos antes, cuando comienza a corroerse el suelo teórico en el que se
sostenía el clasicismo. Con él se conmueve también el sistema de la
“representación”. LJna suerte de “giro antropológico” en los modos de
concebir el objeto y sentido del arte comenzaría a fines del siglo xvill
a desalojar el afán clásico de copia de la realidad exterior “objetiva”
del sitial de meta última de la representación artística para colocar
en el mismo la búsqueda de la “expresión”, por parte del artista, de
sus sentimientos e impresiones subjetivas. Estamos, sin embargo, muy
lejos aún de nuestro “cuadro en blanco”, salvo que quisiéramos ver en
él (como el propio Rothko alguna vez sugirió) la expresión de alguna
suerte de “Nada existencial”, ti algo por el estilo, una idea, en reali
dad, demasiado decimonónica como para satisfacer completamente a
un observador contemporáneo. Un punto de referencia algo más cer
cano a nuestro cuadro lo marcaría el nacimiento dci expresionismo y
la pintura abstracta. Este, según señalara M alevich en su manifiesto
“suprematista” (la “teoría de la no-representaciém”), habría señalado
una reorientación en el arre que lleva desde lo representado (sea ésta
la realidad exterior o interior) al acto mismo de la representación.
U na nueva conciencia se manifestaría allí respecto de la materiali
dad del medio de la reflexión!. El propio acto de la creación ganaba así
densidad y cobraba expresión! en el mismo hecho artístico. No es que
éste hubiera estado ausente antes; no faltan las alusiones al mismo en
las obras, ni incluso los retratos de artistas pintando. Pero no se trata
ba ya de esto. En el régimen de la representación! el pintor puede obje
12
tivarse y retratarse a sí mismo como a un otro, pero no puede, aun así,
representar ese mismo acto de su propia representación (el que, sin
embargo, siempre se encuentra presupuesto en su propia realización,
la obra): como sugiere Las M en in a s (según la ya clásica interpretación
de Foucault en Las palabras y las co sa s) , para aparecer en el cuadro, el
pintor debe dejar de pintar, y viceversa, para pintar (y pintarse), debe
salir del cuadro. Es cierto que se puede alegorizar en él dicho acto o
remitir figurativamente al mismo (como ocurre, por ejemplo, con los
espejos de M anet), pero sc>lo el expresionismo y la pintura abstracta
ofrecerían al artista el modo de hacerse “presente” como tal en su mis
ma ohra. La falta de un “m otivo” en el cuadro obliga entonces a dirigir
la atención hacia el acto de la representación (el pintar, antes que lo
pintado). El arte se repliega, de este modo, sobre sí, haciendo manifies
ta su propia materialidad y normatividad inmanente. Pero, ¿qué tiene
esto que ver con nuestro cuadro? ¿Cómo puede expresar un artista su
actividad en un cuadro en blanco, es decir, en lo que es su negación?
¿No es éste, más bien, el fin del arte? ¿Cómo podría, a partir de enton
ces, reconocerse una obra de arte auténtica y distinguirse de las otras
llamadas “menores”?
Quizás la respuesta esté contenida perform ativ am ente en la misma pre
gunta, es decir, no en el contenido de la misma, sino en el mismo hecho
de la interrogación. El cuadro en blanco, posiblemente, nos está propo
niendo simplemente eso, obligándonos a preguntarnos dónde comienza
y termina el arte. Porque sólo mediante un cuadro absolutamente en
blanco el sistema de la representación puede representarse a sí mismo,
ya no como una actividad individual, sino como institución. El cuadro
en blanco no intenta imponer un “estilo”, que se opondría a otros “esti
los”, sino que nos obliga a pensar en cuestiones tan básicas, y quizás
incluso ingenuas, pero siempre conflictivas y perturbadoras como, por
ejemplo, quién decidió colgarlo en un museo, quién puede comprarlo o
venderlo, quién, en fin, puede decidir que el que “pintó” eso (es decir,
nada) es un auténtico “artista” (y quizás hasta un “genio”)- En síntesis,
éste aparece como un índice invisible apuntando hacia esa trama de
n
relaciones sociales que se encuentra por detrás de él, la dimensión ins-
titucional del arte como práctica, los modos de producción, apropiación,
circulación y consagración de las obras en tanto que “capital social
acumulado” (es decir, en palabras de Bourdieu, como c a m p o en el que
se producen e intercambian bienes simbólicos).
No estoy muy seguro de que la respuesta sea aún del todo plausible.
De todos modos, sirve para ilustrar la hipótesis que orienta el trabajo
que sigue. Llegado a este punto límite (el cuadro en blanco), la crisis
del sistema de la representación parecería dejamos ya sin orientaciones
objetivas para evaluar una obra, es decir, nos sumiría en el relativismo
más completo. A lgo parecido habría ocurrido con la crítica a partir del
“giro lingüístico”. Así, al menos, afirman sus críticos (y también algu
nos de sus defensores). No es ésta, sin embargo, la conclusión a la que
conduce el cuadro que se pinta aquí. Según se expone en el presente
estudio, el proceso de corrosión del sistema de la representación (que
recorre por igual al conjunto de las disciplinas humanísticas) no es un
movimiento en el v acío. En sus pliegues y repliegues nos irá revelando
una dinámica en que la crítica iría ganando, si no en “verdad” (con
cepto que supone un cierto telos o destino último h acia el cual todo
este proceso tiende a converger), sí al menos en autorreflexividad. Los
distintos planos del laberinto textualista no señalan aquí tampoco,
como en el cuadro de Escher, un curso ascensional, pero sí muestran
la posibilidad, en nuestra esfera sublunar, de desplazar los puntos de
mira y volver objeto de crítica aquellos que hasta entonces aparecían
como supuestos «críticamente aceptados como válidos, dibujando en su
transcurso un diseño bastante más complejo que el concebible según el
modelo del “circuit) hermenéutico” y más afín a lo que Piaget llamó los
mecanismos de “rebosamiento”. Este permanente repliegue de la críti
ca sobre sí misma para disolver sus anteriores certidumbres derrumba,
en fin, toda idea de “progreso” en el sentido de acumulación de saber,
pero, al mismo tiempo, sugiere la idea de una cierta direccionalidad (o
ve cc ió n, según la expresión de Bachelard) al pensamiento que no presu
pone ya ni un principio originario ni un fin último.
14
Esto último sería igualmente aplicable al presente “giro lingüístico”.
Contra lo que afirman (o suponen, muchas veces, im plícitam ente) sus
cultores, tampoco el des-cubrimiento de la “lingüisticalidad” señala
ría el alumbramiento de una verdad al fin revelada. Su punto de fisu
ra inherente se nos hará manifiesto cuando éste se convierte en una
metacrítica y se introduce (como en el caso de nuestro cuadro en
blanco) en el nivel de - e intenta tematizar—sus propias condiciones
institucionales de posibilidad. Com o veremos repetirse en las distin
tas disciplinas analizadas, llegado a este punto, este “giro lingüístico”
habrá de enfrentarse a una serie de aporías (en apariencia, insolubles
dentro de sus marcos). El “cuadro en blanco” al que el concepto de la
“lingüisticalidad” parece aquí conducir (ese punto lím ite en la crisis
del régimen de la representación) quizás señale la salida al laberinto de
Escher (allí donde todo sentido se pierde y toda idea de un referente se
disuelve); más probablemente, sin embargo, se trate sólo de un nuevo
recoveco, una puerta más en el sistema de sus bifurcaciones. De todos
modos, los desplazamientos producidos por este “giro lingüístico” no
habrían sido por ello inútiles; como veremos, el mismo ha venido a
desenvolver una problemática que difícilmente pueda ya ignorarse. Su
punto de llegada es el intento ele tematizar los fundamentos epistémi-
co-institucionales que- sostienen a la crítica como práctica, de pensar la
crítica como institución.Y es precisamente éste el punto en que el “giro
lingüístico” se volvería contradictorio consigo mismo. Ponqué, como
señale» Bourdieu,2 tóela práctica, para ser viable, debe permanecer ciega
a sus propios presupuestos, en este caso, la contingencia de los funda
mentos de su saber específico, que es exactamente ae[uello que, como
se verá, el “giro lingüístico” termina por tornar visible e intenta hacer
objeto de análisis crítico. En definitiva, mientras que diversos autores
15
suelen identificarlo como una suerte de reforzamiento de la instan
cia hermenéutica (muchos incluso lo designan indistintamente como
“giro interpretativo”), las páginas que siguen intentan mostrar por qué
el presente “giro lingüístico” nace justamente a partir de la crisis de las
hermenéuticas tradicionales (debidamente actualizadas por Gadamer y
Ricoeur), cuál es su contribución específica, y cuáles, en fin, sus lim ita
ciones inherentes.
I6
de intercambios polémicos que tuvieron lugar entre diversos autores
y que involucraban cuestiones referidas a la teoría y a la metodología
de estudio en historia intelectual (y las disciplinas humanísticas, en
general) luego del llamado “giro lingüístico”. La introducción original
se expandió, al mismo tiempo que la antología se vio drásticamente
reducida por razones editoriales. El objeto primitivo con que fue pen
sado este trabajo explica algunos de los'recortes que en él se realizan,
es decir, por qué se concentra éste en ciertos autores en particular y no
en otros cuya ausencia el lector podrá extrañar, ya que, probablemen
te, hubieran debido estar, si de lo que se trataba era de dar una pers
pectiva global de los presentes debates teóricos en los Estados Unidos.
De todos modos, y asum iendo la relativa arbitrariedad del recorte
realizado (a la que la falta de la antología originalmente prevista hace
aparecer más claramente como tal), el panorama que se ofrece aquí es
lo suficientemente comprehensivo como para mostrar la tónica gene
ral de dichos debates y exponer los puntos centrales de controversia.
Por otro lado, si los autores tratados no son los únicos relevantes para
este estucho, sí representan puntos de referencia obligados para an ali
zar las distintas tendencias críticas hoy presentes en ese país. En cuan-
U n c o n s c i o u s ”,. ambos en R e t h i n k i n g I n t e l l e c t u a l H i s t o r y : T e x t s , C o n t e x t s , L a n g u a g e ,
Ith a c a y Londres, C o r n e ll U n i v e r s i t y Press, 1990, pp. 7 2 - 8 3 y 234 -2 6 7, r e s p e c t iv a
m e n te . A la s d a ir M a c In ty r e , '‘B e r n s t e i n ’s D istortin g M irro rs: A R e jo in d e r ”, S o u n d i n g s ,
i.x v ii.l, p rim a v e ra de 1 9 8 4 , pp. 30-41. Paul R a h i n o w , “R e p re se n ta tio n s A r e S o c i a l
bacts: M o d e r n ity and P o s t - M o d e r n ity in A n t h r o p o l o g y ”, e n Jam es Clifford y G e o rge
M arc u s (co m p s.), W r i t i n g C u l t u r e , B erk e le y y Los A n g e l e s , U n iv e rsity o f C a l if o r n ia
Press, 1986, pp. 234-261 ( r e p r o d u c id o en este v o l u m e n ) . R ic h ard Rorty, “T h u g s an d
T h e o rists: A R eply to B e r n s t e in ”, Political T h e o r y , 18.4, n o v ie m b re de 1987, pp. 5 64-
580. H a y d e n W h it e , “T h e A b s u r d is t M o m e n t in C o n t e m p o r a r y L iterary T h e o r y ”,
C o n t e m p o r a r y Lite rat ure, 7 .3, 1976 [reimpreso en T r o p i c s o f ¡Discourse. E s s a y s in C u l
tur al C r i t i c i s m , B altim o re y L o n d re s, T h e Joh n s H o p k in s Press, 1978, pp. 2 6 1 - 2 8 2 ]; y
G e t t i n g O ut of History: J a m e s o n ’s R e d e m p tio n ot N a r r a t i v e ”, Diacritics, 12, o to ñ o de
1982 [reim preso en Phe C o n t e n t o f the F o r m . N a r r a t i v e I Discourse an d Hi s to r i c al R e p r e
s e n t a t i o n , B altim o re y L o n d res, T h e J o h n s H o p kin s Press, 1982, pp. 142-168],
17
to a la expansión de lo que era la introducción original, esto se debió
no a un abandono de su carácter de tal, sino, por el contrario, a que
el mismo se fue interpretando en un sentido cada vez más literal, es
decir, se fue convirtiendo en un intento de “introducción” al pensa
miento de los distintos autores aquí discutidos, dirigido a un público al
que se lo supone no necesariamente ya familiarizado con los mismos.
De a llí que en cada sección la narración se detenga en la explicación
de las ideas de cada uno de ellos, muchas veces al precio de desviar
temporariamente la atención del eje fundamental que la articula, para
volver a retomarlo algunas páginas más adelante.
Partes de la presente introducción aparecieron en forma de artículos
en Ent rep asado s, 4-5 (1 9 93 ), Daimon. Revista de Filosofía, 11 (1 995) y
(1997), Logos. Revista d e Filosofía, 70 (1996), lsegoría, 13 (1 996) (en
prensa); Revista I n te r n a c io n a l de Filosofía Política, 8 (1997) y Ágora.
Papeles d e Filosofía, 15.1 (1996). A los editores de las mencionadas
revistas agradezco su autorización para reproducir las secciones corres
pondientes. Quiero tam bién agradecer a quienes hicieron posible la
publicación de este libro, Oscar Terán, C arlos A ltam irano, M aría
Inés Silberberg, y a los demás integrantes del plantel docente y de la
editorial de la U niversidad de Quilmes. A T ulio Halperin Donghi,
Hilda Sabato y José Sazbón, quienes leyeron pacientemente y dedica
ron su tiempo a hacerme llegar sus comentarios a algunas de las tantas
versiones preliminares de esta introducción. U na mención especial
merece M artin Jay, en cuyos cursos tomé contacto por primera vez
con gran parte del material aquí utilizado. Quiero dedicar este trabajo
a Isabel (desde un largo, forzado, alejamiento) y a mis padres, por su
permanente apoyo y paciencia.
Elias J o s é Palti
Berkeley, mayo de 1997
18
“G iro lingüístico” e historia in telectu al
1 R o b e rt D a r n to n , “I n te lle c tu a l a n d C u lt u r a l H i s t o r y ”, o r ig in a lm e n t e p u b l ic a d o
en M i c h a e l K ä m m e n (co m p .), T h e l ’as t B e f o r e Us : C o n t e m p o r a r y Hi s to r i c a l W r i t i n g
in the U n i t e d St at e s , Ithaca, N u e v a York, 1980, y r e p r o d u c id o e n D arn to n , T h e K i s s o f
L a m o u r e t t e . R e f l e c t i o n s o n C u l t u r a l H i s t o r y , N u e v a York, W . W . N o rto n &. C o ., 199 0 ,
pp. 1 9 1 -2 1 8 .
2 En a d e l a n t e , el asterisco ( * ) in d ic a los autores y e s c u e la s in c lu id o s en el a p é n d ic e
bio-bliográfico.
' W i l l i a m J. Bouwsma, “I n te lle c tu a l H istory in t h e 198 0 s: From H istory of Ideas
to H isto ry of M e a n i n g s ”, J o u r n a l o f I n t e rd i sc i p l i n a r y H i s t o r y , 12, 1981, re pro ducido e n
A Us a b l e P a s t , k s s a y s in E u r o p e a n C u l t u r a l Hi st o r y, B e r k e le y , U n i v e r s i t y of C a li f o r n i a
Press, 199 0 , pp. 136-347.
19
history”,4 ésta había sufrido una metamorfosis que los datos aportados
por Damton no alcanzaban a registrar. “Aunque la historia intelectual
incluso ha declinado como especialidad, en otro sentido, nunca ha
sido más im portante”, decía Bouwsma. Las mismas razones que habían
desestabilizado sus anteriores premisas y abierto un profundo cuestio-
namiento interno, la llevaron también a expandir sus alcances bastan
te más allá de los que hasta entonces aparecían como sus horizontes
naturales de problemas. Expansión enriquecedora, dado que le permite
nutrirse con el cruce de los más diversos registros; con ello, no obstan
te, sus contornos y sentido como disciplina tienden a desdibujarse. Esta
compleja situación se asocia al llamado “giro lingüístico”1 que com
prende no sólo a esta especialidad. Desde que el lenguaje dejó de ser
concebido como un medio más o menos transparente para representar
20
una realidad “objetiva” externa al mismo, el foco de la producción his-
toriográfica en su conjunto se desplazó decisivamente hacia los modos
de producción, reproducción y transmisión de sentidos en los distintos
períodos históricos y contextos culturales. “Ya no necesitamos historia
intelectual porque todos nos hemos convertido en historiadores inte
lectuales”, concluye Bouwsma.6
En realidad, para sus cultores, la serie de transformaciones relacio
nadas con dicho “giro lingüístico” no se agota en una reformulación
de los tópicos y áreas tradicionales de investigación. Importa, en pala
bras de Geertz, una verdadera “refiguración del pensamiento social”
en su conjunto' en el que las antiguas antinomias habrían perdido
su sentido. La asunción del hecho de que la red de significados inter-
subjetivamente construidos no es un mero vehículo para representar
realidades anteriores a ella, sino que resulta constitutiva de nuestra
experiencia histórica, vendría finalmente a quebrar las polaridades de
la antigua historiografía entre el sujeto y el objeto de estudio.s Lo radi-
'’ Bouwsma, “hrom H isto ry of Ideas”, A Idsi i hlc Plisc, p. 337. L aG ap ra es aun más
enfático al afirmar q u e “todo histo riad or d e h e ser historiador in t e l e c t u a l ” (History and
C'riiicism, l th a c a y L o n d res, C o rn e ll U n iv e r s it y Press, 1992, p. 1 1).
7 “Blurrcd G e n res: T h e R efiguratio n of S o c i a l T h o u g h t ” es p r e c is a m e n te el título
de un artículo de Clitforcl Geertz o r ig in a l m e n t e ap arecid o en T h e A m e r i c a n Scholar,
2 9.2, p rim avera de 1 9 8 0 , y reproducido e n Local K m nv l ed ge , pp. 1 9 -3 5 . T a l “c o n tu
sión de géneros” afirm a G e e rtz que c o n s titu y e “un fenó m en o s u f ic ie n t e m e n t e general
y distintivo com o para su ge rir que lo qu e e sta m o s p resen ciando no es sim p lem en te
otro diseño del m ap a c u lt u r a l —el d e s p la z a m ie n to de unos pocos lím ite s e n disputa,
la dem arcació n de a lg ú n lago de m o n ta ñ a m ás p in to re sc o —sino u n a a lt e r a c ió n de los
principios cartográficos ( nui/t/nng)” (G eertz, Loca/ Ktioi vledge, p. 2 0 ).
Para B ouwsma, la in te g r a c ió n de la h is to r ia in te le c tu a l en u n a “h isto ria de los sig
nificados” no in v e r tir ía sim p le m e n t e las p o la r id a d e s del pasado e n tr e p e n s a m ie n to y
realidad, ser y c o n c i e n c ia , etc ., sino que e v it a r ía toda forma de r e d u c c io n is m o im p u l
sando un co n cep to in t e g r a t iv o de la r e a lid a d hisróiriea como e x p e r ie n c ia sign ificativ a
en la cual “la in t e r p r e t a c ió n c reativ a de la e x p e r ie n c ia tam bién m o d e la a la m ism a”
(A Usable Past, p. 343 ).
21
cal ahora sería situarse en el plano mismo del lenguaje en que tanto el
sujeto como el objeto pueden constituirse como tales.
Lo que estamos testimoniando, sin embargo, no sería una “supera
ción” de las viejas antinomias en el sentido (definitivam ente dé m o -
d é ) hegeliano, sino más bien una especie de golpe de caleidoscopio
que abre a una nueva perspectiva en la que la anterior constelación
de problemas habría perdido el suelo teórico en que se sostenía. Así,
la quiebra de la ilusión, típicamente “moderna”, en la “objetividad”
de nuestros sistemas de saber, no tendría ya por qué conducir a una
recaída en un relativismo absoluto que tornase autocontradictorias las
nuevas propuestas. En su introducción a Interpretive Social Science. A
Reader, Paul Rabinow y W iliam S u lliv an expresan lo que es un sen
timiento generalizado en este medio. “El giro interpretativo -como
lo llaman estos autores- reenfoca la atención sobre las variedades
concretas de significación cultural, en su particularidad y compleja
textura, pero sin caer en las trampas del historicismo o del relativismo
cultural en sus formas clásicas.”9 Algunos, sin embargo, como Ernest
Gellner, no comparten las mismas expectativas respecto de la nueva
historia intelectual, en la que ven tan sólo la más reciente oscilación
del viejo péndulo que lleva rítm icam ente del positivismo-modernista
al romanticismo-antimodemista, y viceversa.10
En la presente introducción se tratará de reseñar las líneas funda
mentales por las que transita hoy la historia intelectual norteamerica
na, dibujar una especie de mapa de la subdisciplina y de las distintas
tendencias allí presentes" de un modo en que la naturaleza con tro-
22
vertida de los temas en cuestión quede en relieve; evitando, en fin,
allanar las aristas conflictivas de los presentes debates. No habremos
incluso de descartar a priori la sospecha de que, contrariam ente a lo
que postulan Rabinow y Sullivan, la n u eva historia intelectual pueda
quedar finalmente, una vez más, atrapada en las dicotomías propias de
las filosofías de la “modernidad”. Pero tam bién veremos por qué, aun
en dicho caso, el presente “giro lingüístico” habría vuelto ya impen
sable un simple regreso a certidumbres que el mismo vino definitiva
mente a problematizar.
23
1. La problematización del “contexto de emergencia”
26
misma se constituiría, pues, como un espacio débilm ente articulado,
abierto a las intervenciones desde los registros más diversos, y vaga
mente delimitado a partir de ciertas coordenadas exteriores al mismo
(característicamente, la crítica literaria, la filosofía y la antropología
cultural)- A sí, la definición de nuestro tema im pone el trazado de
líneas de demarcación en más de un sentido arbitrarias.5
Dentro de tal confuso y c a m b ia n te p an o ram a, “M e a n in g and
U nderstanding in the History of Ideas”,6 de Q u e n tin S kinner, (* )
27
señ ala, sin embargo, un hito claram ente cliscernible y puede co n si
derarse como un p u n to de partida apropiado para introducirnos en
las corrientes de pen sam iento aparecidas más recientem ente. C on
él comienza el proceso por el cual habría de desmontarse el labo
rioso edificio construido por Lovejoy y su escuela.
S k in n e r es, ju n to con J. G. A. Pocock, (*) el más reconocido
representante de la llam ada “Escuela de Cambridge” (Inglaterra). (*)
Esta toma sus rasgos distintivos de la obra de Peter Laslett, quien en
su edición de los D os tratados sobre el g o b i e r n o civil de Locke7 muestra
que el verdadero interlocutor de Locke no era, como suele afirmarse,
Hobbes, sino Filmer, y que sólo en relación con éste pueden com
prenderse las ideas de aquél. Con ello Laslett pretendía demostrar el
error de pensar la historia de las ideas políticas como una especie de
diálogo entre figuras canónicas que, en realidad, sólo posteriormen
te fueron consagradas como tales. En “M eaning and U nd erstanding”
( 1969), Skinner in te n ta proveer de un fundamente) teórico a dicho
concepto. Para ello se basa en la larga tradición anglosajona de la
filosofía del lenguaje ( * ) , Kdefiniendo los textos como acto s de habla.
R etom a así la distinción desarrollada por A ustin en Hoiv to d o Things
w i t h W o r d s 1’ entre el n iv el lo cutivo de un determinado enunciado y su
fuerza ilocutiva, esto es, entre lo que se dice y lo que se hace al decir-
L o c k e, T w o T r e a t i s e s o f d o v e m m e n t , C a m b r id g e , C a m b r id g e U n i v e r s it y Press,
i P 60.
' El a m b ie n t e i n t e l e c t u a l cid O im b rid^e estab a desde Ins c in c u e n t a d o m in a d o por
la filosofía del “ú lt im o " W i t t g e n s t e i n . En d ic h o c o n t e x to , T . IT W e l d o n h a b ía ya
d e f in id o las teorías p o lít ic a s de los siglos X I X y X X c o m o “un jueyo de l e n g u a je a l t a
m e n t e so fistic ad o ” ( W e l d o n , “P o litic al P rin c ip le s”, en Laslett (comp.|, P h i l o s o p h y ,
P o l i t i c s , m i d Society., O x fo r d , 1956, p. 25, citado por R ic h te r , “T h e H istory of P o litical
Lantduaees”, p. 51).
S e t r a t a de las c o n f e r e n c i a s W i l l i a m J a n ie s d a d a s por J. L. A u s t i n e n 195 5 ,
r e c o n s t r u id a s por J. O . U r m s o n y publicadas e n O x fo rd , O xford U n i v e r s i t y Press,
1962.
28
lo .10 Según esta perspectiva, para com p ren d er h istó ricam en te un
a c t o d e habla no bastaría con entender lo que por el mismo se dice
(su sentido locutivo), sino que resulta necesario situar su contenido
proposicional en la tram a de relaciones lingüísticas en la que éste se
inserta a fin de descubrir, tras tales actos de habla, la inten ciona lidad
(consciente o no) del agente (su fuerza ilo cu tiv a), es decir, qué hacía
éste al afirmar lo que afirmó en el contexto en que lo hizo.
Skinner denunciaba de este modo las lim itaciones de los enfoques
formalistas del N e w Criticism y las historias de ideas tradicionales que
aíslan los textos de su momento histórico para concentrarse en aque-
líos supuestos elementos de validez universal que los mismos pudie
ran contener, con lo que terminan conduciendo, invariablemente, al
anacronismo de pretender ver en las distintas doctrinas políticas otras
tantas respuestas a supuestas “preguntas eternas”. Historias hechas de
10 En su análisis del le n g u a je , A u s t in tom aba los caso s de e x presio nes v erb ale s que,
e n ta n to que tales, c o n s t i t u y e n h e c h o s (como, por e j e m p lo , d e c ir “sí, q u ie r o ”, a n te el
a lt a r) p ara distinguir el s i g n i f i c a d o l o c u t i v o (la r e a liz a c ió n del acto de d e c ir alg o ) de la
e x presió n y su f u er z a i l o c u t i v a , la re al i zaci ón d e u n a e r o e n d e c irlo (en el caso citarlo,
asum ir un compromiso m a t r i m o n ia l ) . “Llevar a c a b o u n a c to lo cu tiv o —d e c ía A u s t i n - ,
es t a m b ié n , podemos d e c ir c o i ps o, realizar un a c t o i l o c u t i v o , según pro p use ll a m a r
lo. A sí, al realizar un a c to lo c u tiv o podemos t a m b i é n e sta r lle v an d o a c ab o un acto,
tal c o m o h acer una p re g u n ta , d a r un a in fo rm ac ió n , u n a g a r a n tía o u n a a d v e r t e n c ia ,
a n u n c ia r un veredicto o u n a in t e n c ió n [etc.]” ( H o i v ro D o T h i n g s Wi t h W o r d s , O xford,
C la r e n d o n Press, 1975, pp. 9 8 - 9 9 ) . A esto agregab a un terc e r sentido: “al d e c ir algo , a
m e n u d o , o incluso n o r m a l m e n t e , produciremos c ie rro s efectos sobre los s e n tim ie n to s,
p e n sa m ie n to s o accion es de la a u d ie n c ia , o del h a b la n t e , o de ambas perso n as |...] A la
realizaciérn de un acto ral la lla m a r e m o s la r e a liz a c ió n d e u n acto p e r l o c u t i v o " {i bi d ., p.
101). S k in n e r in ic ia lm e n t e t ra b a ja los dos p rim ero s s e n tid o s señalados, sólo más tarde
in co rp ora el tercero para a r g u m e n t a r contra q u ie n e s p r e t e n d e n reducir el a n á lis is del
sign ificad o de un acto de h a b la a un estudio de su i n s t a n c ia textual. S e g ú n S k in n e r ,
éstos co n fu n d e n su n iv e l p e r lo c u t iv o —es decir, la in te n c ié in del autor de p ro d u c ir un
d e te r m in a d o efecto -, qu e e f e c t iv a m e n t e puede rastre arse en el texto m ism o, co n su
fuerza ilo cu tiv a, “cuya c a p t a c i ó n requiere de una fo rm a de estudio se p a ra d a ” ( M e a n i n g
a n d C orneal, p. 75).
29
anticipaciones y “clarividencias”, aproximaciones u oscurecimientos
contrastados a la luz de una supuesta búsqueda común del ideal de
“buen gobierno”, S k in n e r desnuda lo que llam a la “mitología de la
prolepsis” (la búsqueda de la significación retrospectiva de una obra,
lo que presupone la presencia de un cierto telos significativo implícito
en ella y que sólo en un futuro se revela) sobre la que se fundan.
Lo que él busca, en cambio, es aquello que particulariza y especifica
el contenido de las diversas doctrinas y que sólo resulta asequible en el
marco más amplio del peculiar contexto histórico en que se inscri-
ben. Skinner se identifica así como abogando por un contextualismo
radical. Sin embargo, este “contextualismo” de Skinner no debe con-
fundirse con el tipo de reduccionismos que tanto molesta hoy a los his-
toriadores intelectuales. El nivel textual no es para este autor una mera
emanación o protuberancia de realidades previas, sino actos-de-habla
siempre ya incrustados en un determinado sistema de acciones comu
nicativas. “El ‘contexto’ —dice—fue erróneamente considerado como
determinante de lo que se dice. Más bien cabe considerarlo como un
marco último para ayudar a decidir qué significados convencionalmen
te reconocibles, en una sociedad de tal tipo, podía haberle sido posible
a alguien intentar comunicar” (Meaning a n d Context, p. 64).
El “contexto” al que Skinner se refiere es, pues, el conjunto dado de
convenciones que delim itan el rango de las afirmaciones disponibles a
un determinado autor (las condiciones sem án ti ca s de pr od u cc ió n de un
texto dado). Esto no significa, sin embargo, que éste se encuentre pri
sionero de dichas convenciones. Un determinado acto de habla puede
resultar confirmatorio de las convenciones vigentes, o bien guardar
una relación conflictiva respecto de las mismas. “El lenguaje —dice—es
tanto un recurso como una limitación” (M e a n i n g and Context, p. 276).
Lo que interesa básicam ente a Skinner es entender dicha relación,
siempre inestable y cam biante, entre convenciones lingüísticas dadas
y afirmaciones efectivamente realizadas por las cuales se va forjando
o modificando una determ inada tradición o “vocabulario”, como es
el edificio jurídico-político sobre el que se funda el Estado moderno
30
(tema de su The Foundations o f the M o d e r n Po litical T h o u g h t ), y por el
cual las prácticas históricas pueden definirse y tornarse inteligibles
para los mismos actores.
De ello se desprende una regla metodológica básica para evitar pro
y e c c io n e s anacrónicas del presente sobre el pasado: que “toda reseña
de lo que un determinado agente quiso decir debe necesariamente caer
dentro, o hacer uso, del rango de descripciones que el agente mismo
pudo, al menos en principio, haber utilizado para describir y clasificar lo
que estaba haciendo” (M ea n in g and Context, p. 48) -regla que tiende a
mostrar el absurdo de afirmaciones tales como: “cuando Petrarca subió
al Mount Ventoux, comenzó el R enacim iento”, o bien, “Marsilio de
Padua sostuvo la doctrina de la división de poderes”, en las que se apela
a categorías que “sólo más tarde estuvieron disponibles” (M ea n in g an d
Context, p. 4 4 ).11 Y se derivan también dos conclusiones fundamentales
que pronto serían objeto de críticas: primero, que todo texto-como-ac-
ción debe comprenderse según su racionalidad específica (es decir, sin
buscar parámetros transhistóricos de racionalidad) y, segundo, que, para
descubrir dicha racionalidad, debe superarse su instancia meramente
“textual” y acceder a la trama de relaciones e intencionalidades por los
que dichos textos se constituyen como tales actos de habla.
Ambos supuestos, como dijimos, van a encon trar severos críticos.
Charles Taylor, por ejemplo, ve en la 'd istin c ió n que hace S k in n e r
entre racionalidad y verdad un resabio de la dicotom ía positivista entre
hechos y valores. Martin Hollis insiste en la necesidad de hallar patro
nes transculturales de racionalidad a fin de comprender (es decir, tra
ducir en términos que nos resulten familiares) los motivos que llevaron
a un actor a realizar un determinado acto. Finalm ente, Keith M inogue
mostraría cómo tampoco Skinner, en su práctica historiográfica, pudo
31
escapar a la necesaria apelación a tales conceptos genéricos. De hecho,
“el concepto moderno de Estado”, cuya genealogía Skinner describe en
sus F o u n d a ti o n s, no se distingue, dice Minogue, de aquellas categorías
transhistóricas que él mismo denunciara como m itológicas.12 Todas
estas críticas apuntan contra lo que se percibe como un “relativismo
vicioso”. Skinner, sin embargo, puede desentenderse de tal acusación
insistiendo en que sus artículos no tratan sobre la “verdad”, sino sim
plemente sobre la “racionalidad” de los actos de habla (distinción que
sus críticos no habrían entendido o bien habrían malinterpretado), es
decir, que buscan penetrar el régimen interno específico de categorías
conceptuales que articula una forma determinada de discursividad sin
intentar evaluar la veracidad de la misma.
Más sensible resulta este autor a la crítica, opuesta a la anterior, de
John Keane,13 quien cuestiona su creencia ingenua en la transparencia
del lenguaje, para los propios actores, en cuanto a la significación de su
accionar. En “Some Problems in the Analysis of Political Thought and
Action” (1974), Skinner reconoce finalmente que su postura original
“había sido más bien simplista” al respecto (Meaning an d Context, p.
102). No por ello, sin embargo, aceptaría el tipo de textualismo radi
cal que Keane propone. Para Keane, lo que se encuentra detrás de los
32
FLACSO - Bìb'fsoteca
33
el tipo de cuestiones propias de toda hermenéutica de los significados:
la de delimitar qué es lo que puede legítimamente decirse respecto de
un texto dado y qué no. Si el “sujeto intencional” no coincide ya con
el “sujeto biográfico”, se quiebra también así la regla metodológica fun
damental de Skinner: no decir nada que, en principio, el mismo autor
no pudiera haber aceptado. Bien podría ser, entonces, por ejemplo, que
Petrarca hubiera efectivamente fundado el Renacimiento, que, si bien
es verdad que es absurdo imaginar a Petrarca diciendo: “¡Estoy fun
dando el R en acim ien to !”, ello podría deberse no a que no fuera cierto
sino, más simplemente, al hecho de que era imposible para él tener
conciencia plena del sentido “o b jetivo” de su propio accionar.11 El
problema que aquí surge es que, una vez que la “intencionalidad obje
tiva” del autor se torna, ella misma, en objeto de interpretación, ya
no habría instancia extradiscursiva alguna frente a la cual contrastar
las distintas interpretaciones (y respecto de la cual identificar los ana
cronismos y mitologías y lim itar su alcance). Lo que necesitaríamos
aquí, pues, a fin de llenar el vacío dejado por la quiebra del principio
skinneriano, es una “hermenéutica profunda” que nos muestre la for
ma de acceder al universo semántico intersubjetivamente compartido
de una época o cultura dada y objetivamente encarnado en artefactos
culturales, conductas e instituciones por el cual un determinado texto
se toma inteligible y se hace legible, es decir, que nos permita volver
las condiciones y el contexto de su r e c e p c i ó n en objeto de análisis. Y, para
ello, la crítica deberá volverse autorreflexiva, comenzar a tematizar sus
propias c o n d i c i o n e s de pro ducció n. De ello precisamente se encargaría la
antropología cultural que inicia Geertz.
14
2. La problematización del “contexto de recepción”
La obra de Geertz (*) marca otro hito en este giro lingüístico. Cuando,
basándose en sus trabajos de campo en Balí iniciados en el año 1958,1
este autor define la cultura de una sociedad dada como “un ensamble
de textos, ellos mismos ensambles, que el antropólogo trata de leer por
sobre los hombros de aquellos a quienes éstos pertenecen propiamen-
te”,2 disloca definitivamente la creencia en la relativa transparencia
significativa de las prácticas sociales. ¿Cómo leer, entonces, las cul-
turas-como-textos? A fin de responder tal pregunta, la cien cia social
debía comenzar a tematizar las condiciones de recepción de los “artefactos
culturales” por las cuales éstos se tornan significativos al intérprete, es
decir, las propias condiciones de producción del discurso etnográfico. Ya
no es el “contexto de Maquiavelo”, sino el propio “contexto de S k in
ner” el que se convertiría en objeto de estudio.
35
La nueva parábola textual, sin embargo, no representaba todavía,
n ecesariam ente, una reformulación de! objeto de la antropología.
“El principio —decía Geertz—es el mismo: las sociedades contienen
en sí mismas sus propias interpretaciones. Lo único que se necesita
es aprender la manera de tener acceso a ellas.”4 El etnógrafo, corno
Hermes (el dios tutelar griego del habla y la escritura, que descifra los
mensajes oscuros), debe tornarnos familiar lo exótico, decodificar y
descubrir significados en lo que nos es turbio y extraño, hacer posible
el tránsito desde “el hecho del habla a lo dicho, el noema del hablar”
(R ico eu r),4 “distinguir los tics de los guiños”, “conjeturar significacio-
nes”, en fin, fijar (en lo que Geertz llama una “descripción densa”) un
discurso social de un modo “susceptible de ser examinado”, sin por
ello “reducir su particularidad”.
La relación entre el “otro” y el “nosotros” se vería así, de todos
modos, problematizada. Como señala James Clífford, (*) “la inter-
pretación, basada en el modelo filológico de ‘lectura’ textual, emergió
como una alternativa sofisticada al ahora aparentemente ingenuo pos
tulado de la autoridad experimental. La antropología interpretativa
desmitifica mucho de lo que pasó previamente sin ser examinado en la
construcción de narrativas etnográficas”.3 Esta resulta de la simultánea
explosión tanto de los supuestos inmediatistas de acceso a la realidad
(ya sea los del intuicionismo fenomenológico o bien los del empirismo
positivista) como de los modelos de aproximación racional basados en
la construcción de artificios conceptuales al modo de las estructuras
lcvi-straussianas de parentesco.
Para Geertz, ambos modos de aproximación tienden por igual a
cerrar la brecha entre lo que nos es extraño y lo que nos es familiar
36
mediante el expediente simplista de allanar su radical alteridad. En
efecto, el antropólogo, según la imagen trad icio nal del mismo fon
jada por Malinowski, sería una suerte de individuo privilegiado que
flota libremente por encima de las diferencias culturales. Geertz lo
llama “el mito de un trabajador de campo camaleónico, en perfecta
sintonía con su entorno exótico, una maravilla andante de empatia,
tacto, paciencia y cosmopolitismo”.6 El modelo abstracto y aflamen-
te formalizado desarrollado por Lévi-Strauss dio por tierra con este
mito, asegura Geertz, y quebró la ilusión de que el antropólogo pudie-
ra simplemente desprenderse de las categorías de su propia cultura. La
contraparte de esta labor desmitificadora de Lévi-Strauss es un más
marcado énfasis en la idea de la existencia de una naturaleza humana
en su esencia inmutable. El supuesto básico del estructuralismo lévi-
straussiano —que el universo posible de las formaciones culturales se
agota en el rango de una pura combinatoria lógica, susceptible, por lo
tanto, de ser determinada a priori mediante un algoritmo—se sostiene
en la idea (de matriz rousseauniana) de que “el espíritu humano es en
el fondo el mismo en todas partes”, de que, “a pesar de la superficial
extrañeza de los hombres primitivos y sus sociedades, en un nivel pro
fundo, en un nivel psicológico no son en modo alguno ajenos”.1 Sólo
38
C i e r t a s c la s e s d e e s tr u c t u r a s y c i e r t a s c la s e s d e r e l a c i o n e s se r e p i t e n
d e u n a s o c i e d a d a o tra s o c i e d a d p o r la s e n c i l l a ra z ó n d e q u e las e x i-
g e n c ia s d e o r ie n t a c i ó n a q u e s i r v e n so n g e n é r i c a m e n t e h u m a n a s . L os
p r o b le m a s , s ie n d o e x i s t e n c i a l e s , s o n u n iv e r s a l e s ; sus s o lu c io n e s , s ie n d o
h u m a n a s , so n d iv ersas. S i n e m b a r g o , m e d i a n t e la c o m p r e n s i ó n c a b a l
de e s ta s s o lu c io n e s ú n ic a s y, a m i j u i c i o , só lo d e e s a m a n e r a , p u e d e ser
r e a l m e n t e c o m p r e n d i d a la n a t u r a l e z a d e los p r o b l e m a s s u b y a c e n t e s
( h a i n t e r p r e t a c i ó n , p. 3 0 1 ) .
Más que negar radicalmente todo supuesto esen c ia lista (algo que,
entiende, conduciría fatalmente al relativismo), Geertz intenta, pues,
pensar un modelo de relación entre “lo particular” y “lo general” en el
que aquél (lo particular), si bien presuponga a éste (lo general), no se
encuentre ya comprendido en él. El punto aquí es que el carácter gené
ricamente humano de los “problemas subyacentes” nos permitiría sí
comprender, frente a determinado tipo de situaciones que se le habría
planteado a un pueblo, las orientaciones más generales de sus respuestas
a ellos, pero de allí no podría nunca deducirse de un modo puramen
te lógico la fisonomía específica de las soluciones concretas que sólo
históricamente el mismo habría ido elaborando progresivamente. Esto
explica por qué, partiendo de los “problemas generales”, no alcanza
ríamos nunca las “soluciones únicas”. De todos modos, con ello no se
aclara aún cómo logramos (sin recaer o en la idea fenomenológica de
“empatia”, o bien en la positivista de “observación neutral”) penetrar
esas mismas “soluciones singulares”. La única respuesta que Geertz pare
ce ofrecer descansaría en la confianza en el virtuosismo interpretativo
(algo de lo que él mismo hace realmente gala) del antropólogo. “Lo que
necesitamos y aún no poseemos —confiesa finalmente Geertz—es una
fenomenología científica de la cultura" (La interpretación, p. 302).
Esta primera propuesta de Geertz (que en escritos posteriores modi
ficará) recibió básicamente dos tipos de críticas.,s La primera de ellas
39
ve tras los escritos de Geertz una perspectiva más bien e státic a y
hom ogénea del concepto de “cultura”, deudora del concepto estruc-
turalista de “totalidad cultural”, que termina allanando el complejo
cultural. Como señala Vincent Crapanzano, (*) el balinés de Geertz es
un individuo genérico y anónimo. “Debemos preguntamos -d ic e Cra-
panzano- ¿sobre qué bases él [Geertz] atribuye ‘vergüenza social’, ‘satis
facción moral’, ‘disgusto estético’ (sea lo que fuere que esto signifique),
y ‘disfrute caníbal’ al balinés?; ¿a todos los balineses?, ¿a un balinés en
particular?”9 La descomposición de este concepto de “totalidad cultu
ral” ha llevado en la antropología contemporánea, a una visión frag
m entaria y cambiante10 de las diversas formaciones culturales.
La segunda línea crítica cuestiona el supuesto (hoy considerado
igualm ente ingenuo a aquellos ingenuos supuestos que Geertz vino a
cuestionar) de que el antropólogo pueda leer una cultura “por sobre
el hombro de los nativos”. Como dice también Crapanzano, “a pesar
de sus pretensiones hermenéutico-fenomenológicas, no hay en ‘Deep
P lay’ una comprensión desde el punto ele vista de los nativos [...] Sus
construcciones de construcciones parecen poco menos que proyeccio
nes” ( “Hermes Dilemma”, Writing Culture, p. 74). Lo que se oscurece
así es el carácter autoral de la empresa antropológica, la situación his-
térrica y lingüísticamente determinada del investigador; sólo entonces
el “discurso” puede adoptar la forma de una “narrativa” (en.el sentido
definido por Benveniste).11 La pretendida “objetividad científica” pron-
40
to aparecería al propio Geertz como una “mera estrategia retórica” ( E l
p- 153).
a n t r o p ó lo g o ,
Descreído ya de que bastase con que “la relación entre observador y
observado (informe) pueda llegar a controlarse” para que “la relación
entre autor y texto (firma) se aclar(e) por sí sola” Geertz, en sus escri
tos posteriores, bajo el título de El a n tr op ól ogo c o m o autor, abandona
la tarea de elaborar una “fenomenología científica de la cultura” para
plegarse a la tendencia a centrar el análisis en el discurso antropológico
como tal. Y con ello abre una fisura que recorta al antropólogo-investi-
gador-de-campo del antropólogo-escritor, a las técnicas de observación
de las estrategias discursivas, al “estar allí” del “estar aquí”. El interés
por la “penetración en el objeto” que recorre todo su escrito anterior
claudica ante el reconocim iento de que “la etnografía es siempre y
sobre todo traslación de lo actual” (El antropólogo, p. 153).
41
no: el de cómo supe r a r nuestro horizonte presente, históricamente
situado, que deterrrtin a n u estras perspectivas del pasado. La idea
geertziana de la c u l t U ra, como, texto abre finalm ente las puertas al
cuestionamiento de l as pretensiones del antropólogo de erigirse en
lector autorizado de c u ltu ras ajenas.12 Y es entonces cuando el énfa
sis en la dimensión a u t o r a l de la empresa etnográfica se revela como
problemático. G eertz n o puede ya sino term inar descubriendo lo que
Keane señalara en su c rític a a Skinner: “no sólo aquellos cuyas afir
maciones han de ser interpretadas, sino los intérpretes mismos están
siempre situados e n U n cam p0 históricam ente limitado de conven
ciones y prácticas m e d ia d a s por el len guaje ordinario” ( M e a n i n g and
C ontext, p. 209).
La an tro p o lo gía a b a n d o n a e n to n c e s la búsqueda d el sentido
oculto”, para e x p lo r a r en la misma superficie de su discursividad y
concentrar su a t e n c i cyn en la retórica del relato etnográfico como
tal. Pero esto no i m p j ¿ c a aún , para Geertz, abandonarse al relativis
mo, o afirmar que 10 retórico carezca de “toda referencia a la reali
dad”. Tal “confusié>n e n d é m ic a en O ccidente desde Platón, entre lo
im a g i n a d o y lo ¡?n a g n XciriQ^ |Q f i c c i( m a l y lo falso, entre producir cosas
y falsificarlas” (El a n t r o p ó l o g o , p. 150) es la que e x p lic a las resis
tencias a poner de r e l i e v e la dim ensión autoral de la labor antro
pológica. De todos m o d o s , llegado a este punto, distinguir entre lo
im a g i n a d o y lo l m a g i n a r i o , entre lo f i c c i o n a l y lo fa ls o se convertirá,
42
definitivamente, en una empresa su m am en te ardua, y no faltarán
quienes, muy pronto, aceptarán el desafío de explorar alte rn ativ as
teóricas más radicales.
Para una nueva generación de antropólogos, la e xp lo ració n en
la propia discursividad c o n lle v aría n e c e sa ria m e n te la r e n u n c ia a
toda búsqueda por el sentido; no habría forma ya de conciliar ambas
empresas.13 Pero, como afirma Stephen T yler, ( * ) esto no importaría
una recaída en el relativismo. Por el contrario, el único modo de que
brar el dilema entre el relativismo y el realism o consiste, precisam en
te, para Tyler, en “desprenderse del significado volviendo al signo en
signo de sí mismo..., [así], paradójicamente, no podemos hablar más (si
alguna vez pudimos) de la arbitrariedad del signo, porque ya no habría
lo otro respecto del cual éste pudiera ser arbitrario. Es sólo respecto de
otros signos que éste diferiría”.14 La etnografía posmoderna se asigna
para sí una función distinta. Ya no busca “representar” (lo que con lle
va siempre un afán de dominio) ( “Post-M odern”, p. 123), “entender
la realidad objetiva, lo cual ya ha sido realizado por el sentido común,
ni explicar cómo nosotros entendemos, lo que es imposible, sino reasi-
milar, reintegrar al ego en la sociedad y reestructurar la conducta en la
vida cotidiana” (“Post-Modern”, p. 135). A la etnografía cabría mejor
comprenderla, pues, como una forma de terapia, que, independiente
mente de su estatus cognitivo, permitiría “reestructurar” nuestra expe
riencia presente poniendo entre paréntesis nuestro propio contexto
de creencias, “desfamiliarizando la realidad del sentido com ún” ( “Post-
Modern”, p. 126).
D a d o q u e la e t n o g r a f í a posmoderna p r iv ile g ia el “d is c u r s o ” s o b r e el
“ t e x t o ” , e l l a p o n e e n prim er plano el d iálo g o c o m o o p u e s t o a l m o n ó
lo g o , y e n f a t iz a la n atu ralez a co o p erativa de la s it u a c ió n e t n o g i á f i c a
e n ”c o n t r a s t e c o n la ideología del observador tr a s c e n d e n t e . D e h e c h o ,
r e c h a z a la i d e o l o g í a d e l “o b servad o r-o b servad o ”, n o h a b i e n d o n a d a
o b s e r v a d o y n a d i e a q u ie n observan Lo q u e h a y e n c a m b i o es la p ro
ducción! m u t u a , d ia l ó g ic a , de un discutso, de u n a h i s t o i i a e n tu e otras
( “P o s t - M o d e r n ” , p. 126).
44
es decir, obliteraría (de forma ilegítima) la dimensión “autoral” del
texto (con lo que Clifford termina volviendo los mismos argumentos
de Tyler en su contra). A un aquellos que, como Crapanzano o Tur-
ner,16 han intentado “recobrar la voz del otro” transcribiendo (más o
menos) literalmente a sus informantes, siguen siendo los “autores” de
sus notas;17 ellos se m antienen en posición de controlar y orquestar la
recolección y transcripción de fuentes.18 A Dickens, cuya obra eligiera
Bajtín como ejemplo de trama polifónica, cabría siempre oponerle el
contraejemplo de Flaubert, cuyo estilo “suprime toda cita directa en
favor de un discurso controlador, que es siempre más o menos el del
autor” (Pr edicament , p. 47).
El etnógrafo se encontraría, pues, irrem ediablem ente atrapado en
el círculo de las alegorías (ficciones que, como señalaba De M an,
deben, a su vez, ser interpretadas, gen eran d o una nueva ficción,
y así al infinito) que ponen en juego relacio n es de poder (W r¡-
ting Cult ure, p. 9). S in embargo, Clifford no desecha las alegorías;
según asegura, “su función dentro de estas relaciones es com pleja, a
menudo ambivalente, potencialm ente contra-hegem ónica” ( W ritin g
Culture, p. 9). Llegado a este punto, adopta una actitud ecléctica;
dialogismo y monologismo, Dickens y Flaubert, expresarían, según
dice, dos alternativas entre las cuales m edia una suerte de “decisión
45
estratégica”.19 Según afirma, el antropólogo puede, mediante la expe
rimentación con nuevas formas de escritura, al menos acercarse a ese
texto polifónico utópico ideal y encontrar “nuevos modos de repre
sentar adecuadamente la autoridad de los informantes” ( Pred ica men t,
p. 45). Los trabajos de Turner serían, a pesar de su autoría, un ejemplo
de cómo, “dando lugar visible a las interpretaciones indígenas de las
costumbres, se exponen concretamente los temas del dialogismo tex
tual y la polifonía” ( Pred ica m en t, p. 49). U n ejemplo aun más radical
sería el de los “etnógrafos indígenas”:20 esos “insiders que, al estudiar su
propia cultura, ofrecen nuevos ángulos de visión y penetración com
prensiva” (W rit ing Culture, p. 9).
Siguiendo este mismo impulso ecléctico, en “On Ethnographic
Allegory” insiste en la inescapabilidad del juego de las alegorías ( c o n
tra-discursos, reconstrucciones figurativam ente cargadas), al mismo
tiempo que afirma que, de todos modos, las consecuencias relativistas
radicales que esta idea conlleva podrían moderarse con sólo cobrar
conciencia del carácter narrativo-alegórico de las representaciones
culturales, es decir, volviendo el discurso etnográfico sobre sí, tornán
dolo autorreflexivo:
U n a v e z q u e t o d o s los n i v e l e s d e s e n t i d o e n u n t e x t o , i n c l u y e n d o las
t e o r ía s y la s i n t e r p r e t a c i o n e s , s o n r e c o n o c i d o s c o m o a le g ó r ic o s , se
to r n a d i f í c i l v e r a l g u n o d e e l l o s c o m o p r i v i l e g i a d o r e s p e c t o d e los
d e m á s . D is lo c a d o s sus f u n d a m e n t o s a n c ila r e s , la p r e s e n t a c i ó n y e v a
l u a c i ó n ele los m ú lt ip le s r e g is t r o s a le g ó r ic o s , o “v o c e s ” , se c o n v i e r t e n
e n el c e n t r o d e las p r e o c u p a c i o n e s d e la e s c r itu r a e t n o g r á f i c a ( W r i t i n g
C u l t u r e , p. 1 0 3 ) .
46
Con ello, sin embargo, Clifford abandona (o matiza) su “decisionismo”
anterior para rastrear los fundamentos epistémicos de tal decisión en
las condiciones institucionales en que se desenvuelve la disciplina.21
La postulada “apertura hacia el otro” sería, en realidad, el resultado
de (o quizás una ilusión producida por) la crisis actual de la “auto
ridad etnográfica” (entendida como la disolución de los paradigmas
canónicos y la coexistencia de una pluralidad de programas de inves
tigación competitivos), crisis que resulta evidente en la disciplina y
cuyas consecuencias son aún difíciles de prever (P r e d i c a m e n t , p. 50).
Para George Marcus, (*) por ejemplo, se trata sólo de un momento
dentro del ciclo de los períodos de “cien cia normal” y de “revolucio
nes científicas”22 —lo que sugiere que la crisis actual tendería, de algún
modo, a resolverse (aun cuando Marcus advierte contra los peligros de
una clausura prematura tomando por modelos lo que no son aún más
que experimentos) (A nthr op ol og y , p. 4 2 ). Paul Rabinow (*) afirma, en
cambio, siguiendo a Bourdieu, que las “proclamas contemporáneas de
anticolonialismo [...] deben ser vistas como posicionamientos políticos
dentro de la comunidad académica. Ni Clifford ni ninguno de noso
tros está escribiendo en los cincuenta” ( Writing C u l t u r e , p. 252). En
definitiva, el proclamado “dialogismo” no es más que otra forma de
47
“autoridad”: más que expresión de una crisis epistémica, debería ser
visto él mismo como un nuevo paradigma, un nuevo “dom inante cul
tural” (en palabras de Jameson), cuyo desarrollo debe ser conectado
con “las condiciones bajo las cuales se emplea, se ofrece posiciones
vitalicias (tenures), se premia y consagra” hoy en la profesión ( Writing
Culture, p. 253).
Más allá de las opiniones encontradas al respecto, es claro que el
debate ha entrado ya aquí en un nuevo terreno. La fractura abierta
por la cual comenzara a ponerse en cuestión la transparencia de las
relaciones del discurso etnográfico respecto de sus propias condiciones
de producción y recepción, obliga nuevamente a la crítica a reorientar
su mirada sobre sí. Esta se vuelve entonces doblemente reflexiva y se
convierte en una metacrítica. Como asegura Rabinow, “las metarre-
flexiones sobre la crisis de representación en la escritura etnográfica
indican el abandono de las preocupaciones concernientes a las rela
ciones con otras culturas y su sustitución por las preocupaciones —no
tematizadas- referentes a tradiciones de representación, y metatradi-
ciones de metarrepresentaciones, en nuestra propia cultura” ( Writing
C u l t u r e , p. 251). Así, el “giro lingüístico” atraviesa un nuevo umbral.
Lo que habíamos visto primero, siguiendo la trayectoria intelectual
de Skinner, fue el paso de una te m a t i z a c i ó n a una p r o b l e m a t i z t i c i ó n de
las relaciones entre un texto y sus “condiciones sem ánticas.de pro
ducción” (mecanismos discursivos, estrategias retóricas y polémicas,
sistema de autoridades, etc.) o “contexto de emergencia” (Maquiavelo
y su mundo, digamos). Ello, a su vez, había llevado a la tematización
de las relaciones entre el mismo texto y su “contexto de recepción”
(cómo éste es historicamente apropiado y discutido) o, lo que es lo
mismo, de las “condiciones de producción” o “contexto de emergen
cia” de la propia crítica (Skinner y su mundo, digamos). La trayectoria
intelectual de Geertz emblematiza un segundo movimiento por el cual
se p r o b l e m a t i z a n ahora las relaciones (que Geertz primero intentara
t e m a t i z a r ) entre la crítica antropológica y sus condiciones de emergen
cia, lo que coloca, a su vez, en un primer plano el tema de las relacio
48
nes entre los discursos críticos y su propio “contexto de recepción”.
De hecho, cuando Clifford ahora señala, en relación a Barthes, que
“estudios literarios recientes sugieren que la capacidad de un texto
de poder ser interpretado de un modo coherente depende menos de
las intenciones del propio autor que de la actividad creativa del lee-
t o r ” ( P r e d i c a m e n t , p. 52) se está refiriendo ya no a las condiciones de
recepción de nuestros objetos de estudio, sino de los propios discursos
críticos, cómo éstos pueden formarse, intercambiarse y circular social-
mente (cómo el propio “mundo de Sk in n er” se articula como un tex
to, abierto, por lo tanto, a distintas lecturas posibles). Y ello nos arroja
de lleno al contexto epistémico-institucional en que se desenvuelven
las disciplinas. Entramos ahora así al siguiente (tercer) umbral, en que
se comienza a tematizar el contexto metacrítico. Y con él comenzaría,
como veremos luego, a disolverse la propia noción de “texto”. El últi
mo paso en el giro lingüístico serán los intentos por problematizar este
último umbral metaconceptual, con lo que la crítica se volvería por
tercera vez reflexiva. Llegado a este punto, sin embargo, el llamado
giro lingüístico se verá a sí mismo encerrado en un callejón.
En cada uno de los distintos movimientos observados se produce
un desplazamiento por el cual lo que hasta entonces eran las premisas
asumidas acríticamente como verdaderas (el “horizonte”, en el senti
do de Nietzsche) se convierte en objeto de reflexión. El próximo paso
en la antropología sería, pues, la consideración crítica ( p r o b l e m a t i z a -
c i ó n ) del mismo discurso de Clifford en tanto que i n s i d e r , “el e t n ó g r a f o
i n d í g e n a que analiza su propia cultura”, en este caso, la de su medio
académico. Sin embargo, atravesar este últim o umbral se tornaría
problemático; de hecho, cuando Clifford habla de e t n ó g r a f o s i n d í g e n a s
sigue refiriéndose al “otro” del etnógrafo tradicional que intenta hacer
“oír su voz”, no se ve, sin embargo, a sí mismo como tal (cuando es
evidente que su contienda metacrítica lo coloca en una posición com
pletamente análoga dentro de su disciplina —en la que él es un i n s i d e r ,
un e t n ó g r a f o i n d í g e n a —). Como señala nuevam ente Rabinow (uno de
los más lúcidos “metacom entaristas”) respecto de Clifford, su enfo
49
que “contiene un interesante punto ciego (blind spot), el rechazo a la
autorreflexión” ( Writing C u l t u r e , pp. 251-252). Y ello tiene sus razo
nes; pero para comprender esto debemos primero volver atrás y ver los
desarrollos producidos en otra de las llamadas disciplinas humanísticas
y que fue, en un sentido, más crucial, ya que constituyó (y constitu
ye) una especie de locus natural para este “giro lingüístico” (y, en una
últim a instancia, donde germinan aquellos conceptos por los que se
produce el paso a la antropología post-geertziana descripto): la crítica
literaria, suerte de “cabeza de playa” desde donde la llamada “invasión
de la filosofía continental” inició su desembarco en estas tierras has
ta entonces habitadas por tribus (en su inmensa mayoría) hostiles a
la misma. Su historia condensa fenómenos que impactaron en forma
desigual en otras áreas. La misma, en fin, bien puede concebirse como
la del auge y la caída de la hermenéutica.
3 El “contexto metacrítico”
y la problematización impensable
‘ Sontag, Ag ainst InterpretatUm a n d O t h e r Hssays, Nueva York, D elta Books, 1964, p. 14.
Sontag fue aco m pañada en su radicalism o co ntra el N e w ÍSriticism y las escuelas tradicio
nales por autores diversos, como J. H illis M ille r, Paul Brodtkrob y Geoffrey Hartm an.
51
ideas de los setenta, fuertemente polarizado entre corrientes antagó
nicas, cuando, por vía principalmente de la tradición hermenéutica,
comienza la “invasión de la filosofía continental”. E. D. Hirsch, Jr. (*)
será uno de los primeros en apelar al conjunto de herramientas con
ceptuales aportadas por las corrientes hermenéuticas contemporáneas
para mediar en esta contienda.2 Así, a diferencia de lo que sucedió
en la antropología, donde la hermenéutica se asoció, de la mano de
Geertz, a las corrientes teóricas más radicales, en el ámbito de la críti
ca literaria ésta surgiría como el espacies natural desde donde forjar un
middle g r o u n d entre las corrientes antinómicas que se disputaban allí la
primacía intelectual.
Hirsch partiría de la premisa, análoga a la ya vista en Skinner, de
la distinción radical entre texto y contexto, enfatizando también (al
igual que S k in n er) la importancia de la consideración de la intencio
nalidad del autor para la comprensión de una determinada expresión.
Hirsch aparece así abogando por un modelo estrictamente filológico
(por entonces, único modelo que gozaba de respetabilidad académica)
que, sin embargo, y aun cuando él mismo lo considera afín a los pos
tulados del N e w CJriticism (Hirsch dedica su Validity in Interpretation a
W imsatt y G rane), de hecho incorpora a dicho modelo (apelando a
conceptos de la Ilógica de Frege) una dimensión pragmática (la con
sideración de la “intencionalidad” del autor) completamente ajena a
esta escuela. Pero, por otro lado, intenta evitar el tipo de consecuen
cias relativistas a las que el contextualismo conduce (como lo muestra ;
el ejemplo de Skinner) distinguiendo la “intencionalidad” del autor:
de su “contexto de emisión” (manteniéndose, así, dentro del plano;
puramente formal de los textos, como abogaba el N e w ( Jriticism), con i
52
lo que termina, en cierto modo, invirtiendo el sentido de aquellos
conceptos.
En efecto, mientras que para Skinner la intencionalidad del autor
era una función del contexto comunicativo específico en el que una
expresión tuvo lugar, para Hirsch constituye, por el contrario, el ele
mento invariable tras sus diversas posibles manifestaciones textua
les La intencionalidad del autor debe ser, para éste, parafraseable de
modo tal que pueda captarse su contenido semántico independiente
mente de su expresión particular. “La sinonim ia -d ic e - depende de la
determinación [entendida como la propiedad de ser algo deter m in a do]
del sentido, la emancipación del pensamiento de la prisión de una for
ma lingüística particular” ( The Aims o f Interpretación, p. 10). La infor
mación contextual (el marco pragmático) importa, para Hirsch, a la
significación (si gn ifi ca n ce) de una expresión, no al sentido (m ea ning)
de la misma. Sólo el primero es materia de mterpretación; el segundo,
en cambio, hace al entendimiento. Mientras que el primero se orienta a
la explicación de un sentido, el segundo busca simplemente “entender
a éste en sus propios términos”, y, si bien ambos constituyen objetos
legítimos de estudio, en todos los casos el primero presupone necesa
riamente al segundo:
33
Tal comprensión “en sus propios térm inos” no es, en realidad,
para él, más que un ideal, probablemente inalcanzable, pero, de todos
modos, marca una direccionalidad para el progreso de nuestro conoci
miento. Aun cuando nunca podamos desprendemos completamente
de nuestros preconceptos, podemos sí verificarlos y modificarlos en
el caso de que una experiencia dada frustre nuestras expectativas pre
vias. Hirsch interpreta esto como un proceso de aprendizaje (según
la noción piagetiana de corrigible s c h e m a t a ) por el cual escapamos al
círculo de hierro de nuestras categorías actuales.
El cuestionamiento (anticipado por Sontag) al supuesto (común a
Skinner, Geertz y Hirsch) de la posibilidad de la compresión de una
determinada cultura “en sus propios términos” instalaría una autén
tica fractura epistemológica en la disciplina, minando decisivamente
las bases de la hermenéutica hirscheana. En la obra de Davis Cousenz
Hoy (*) se puede rastrear el tipo de aporías a las que la hermenéutica
se ve enfrentada una vez que se problematiza el supuesto de la transpa
rencia al propio autor del significado de su obra.
En The Critical Circle, Hoy contrapone a la versión hermenéutica
de Hirsch (que él entiende de matriz ricoeuriana) la suya propia, “más
sofisticada”, fundada en los escritos de H.-G. Gadamer. Hoy denun
cia en Hirsch lo que llama la “falacia intencionalista” (aunque de
un modo distinto a como lo hiciera el N e w Criticism),i que reduce el
texto a su proceso de producción, ignorando la serie de sus efectos y
realizaciones efectivas (el “contexto de recepción”) como una dimen
sión constitutiva del significado de un determinado texto. C on ello
disloca la premisa básica de la hermenéutica de Hirsch (peres también
de Skinner y del “primer” Geertz) que se funda en la idea de la exis
tencia de “sentidos’ culturales (individuales o colectivos) previos a
54
toda interpretación (idea de la que deriva el concepto de autonom ía
semántica del referente).
Para Hoy, en primer lugar, “es el lenguaje el que hace posible algo
así como la intencionalidad, y no a la inversa” (The Critical, p. 38).
Mo hay acción que no sea significativa, y no hay significados articu-
lables fuera de las estructuras del lenguaje. El lenguaje viene a ocupar
entonces el lugar del autor como horizonte último y soporte a la vez
de la inteligibilidad histórica; se convierte así en el fenómeno prim iti
vo, autocontenido y constituyente (y no sólo constitutivo) de nuestra
realidad social. Ahora bien, en segundo lugar, no hay tampoco, para
él “significados” fuera de, o anteriores a, sus interpretaciones, es decir,
a las realizaciones verbales. El “lenguaje” de la hermenéutica gadame-
riana ya no es, pues, el de la langue de Saussure, sino más bien el de
su parole; la escurridiza historia de las comunicaciones efectivam ente
realizadas, y no el universo ya dado de las combinaciones significati
vas estructuralmente posibles. En fin, la quiebra de la rígida distinción
entre el texto y su contexto de recepciém conduce a la disolución
misma del objeto como tal, a la paradoja de un textualismo sin texto.
Como señala Stanley Fish (*) en su provocativo libro Js T h ere a Text
in this Class?, no habría “obras” sino únicam ente la historia de sus lec
turas por parte de comunidades interpretativas articuladas según sus
propios estándares de evaluación antes que por las propiedades-intrín
secas del texto o del acto intencional del autor cuya lectura aquéllos
hacen posible.4
Esto no significa, sin embargo, para Hoy, que tales modos de leer
sean subjetivos e idiosincrásicos. Hoy sigue tam bién aquí a G adam er,
quien explicara esto apelando al concepto aristotélico de p h r o n e s i s
(sabiduría práctica), que él interpreta como la capacidad de “perca-
4 “No hay un modo lin ic o tic lecrura quo sea c o r r e c r n o n arural —d ic e Fish , solo
modos de leer que son e x t e n s io n e s de las p e rsp e c riv a s do las respectivas c o im in i d a d e s ”
(Is T h e r e a Te xt in this L'lassT p. 16).
55
bir lo que está en juego en una situación dada” ( T h e Critical Circle,
p. 58). Esta capacidad no se orienta al conocimiento” (la “compren
sión en sus propios términos ) sino al “e n ten d im ien to ”. El mismo
presupone siempre la aplicación (A n w e n d u n g ) de un marco catego-
rial dado (lo que Gadamer llama pre-juicios). Pero estos pre-juicios
no nos encierran dogmáticamente en la celda de nuestros propios
supuestos; éstos pueden ser, al menos parcialmente, clarificados en
el proceso dialógico. La phronesis exige, pues, que esta “aplicación”
se vuelq ue sobre sí a fin de especificar el co n tex to comunicativo
y po sibilitar la comprensión mutua. De este modo puede emerger
“un diálogo genuino [en el que] los pre-juicios pueden ser traídos a
la con ciencia y chequeados frente a sus ramificaciones en términos
del asunto en cuestión mismo [es decir, de la propia capacidad para
comunicarse, para sostener un intercambio m utuamente inteligible]:
si el pre-juicio se muestra inadecuado, entonces la unilateralidad en
la interpretación que éste introduce [y que produce la falla comunica
tiva] puede ser expuesta, abriendo así el camino a nuevas interpreta
ciones” (T h e Cridcal Circle, p. 77).
Este mismo concepto se aplica cuando se trata de Hechos o voces
del pasado. El pasado, para Hoy, como para Gadamer, no es algo cerra
do, m antiene su capacidad para sostener un diálogo con el presente
en la medida en que ambos forman parte de una “tradición” (proceso
comunicativo siempre en curso)- El entendimiento” supone la conti
nuidad-discontinuidad de esta tradición. Nosotros no vemos a Platón
—ejemplifica Hoy-como lo hacían Descartes y Kant, pero ciertamente
vemos a Platón diferente a causa de Descartes y Kant” (The Critical
Circle, p. 41). La historia, en fin, existe como historia de los efectos
(XCirkwigen), ele la serie de las modificaciones en la tradición que ella
misma produce. Y esta historia de efectos es la que a la vez hace posible
(ya que articula dicha tradición como tal) y necesaria (debido a que
la misma cambia a través del riempo) a la hermenéutica: si el pasado
nos fuera completamente transparente, no necesitaríamos una herme
néutica; si nos fuera completamente extraño, sería imposible.
56
La “solución” que ofrece Hoy parece, sin embargo, intentar soste
nerse simultáneamente en dos proposiciones contradictorias entre sí.5
La primera, implícita en la idea de que podamos “chequear” nuestros
pre-juicios, conlleva la de la independencia semántica del referente.
Como asegura Hoy en su respuesta a Fish, toda “teoría de la recep
ción” presupone un “texto” (en el sentido de algo situado más allá del
horizonte de'nuestras propias interpretaciones del mismo), de lo con
trario, “no habría nada a lo que responder o al cual recepcionar” ( The
Critical Circle, p- 158). Sin embargo, en su discusión con Hirsch, Hoy
insiste en la idea de que “todo entendim iento presupone tina inter
pretación” ( T h e Gricical Circle, p. 51). En dicho caso, ya no habría
una verdadera “apertura” (idea que presupone la de la independencia
semántica del referente, un “texto”). Mejor dicho, habría una cierta
apertura pero siempre dentro de la tradición compartida. Aquellos
pre-juicios fundamentales que están en la base del proceso comunica
tivo (la tradición, en tanto que condición de posibilidad del diálogo)
no podrían ellos mismos convertirse en objeto de crítica.6 Toda comu
nicación sería, pues, siempre in ev itab lem en te confirmatoria de la
1 A l r e s p e c to , v é a s e la reseñ a d e l d e h a f e e n tr e H a h e r m a s y G a d a m e r en Jay,
58
pregunta “¿abrirse respecto de qué?” (uno no puede “abrirse” en gene
ral)- “tal tipo de apertura [pues] no es más (ni tampoco menos) que
la resolución de ser diferentemente cerrado” (T h e N e w Historicism,
p 310). Así como la distinción entre “significación” y “sentido” de
Hirsch no era más que un recurso que le permitía colocar al sujeto de
una emisión por encima de su contexto de emergencia, cabe decir que
la distinción de niveles que intenta Hoy no sería más que un intento
análogo de colocar, esta vez, al sujeto-intérprete por encim a de su pro
pio contexto de emergencia (es decir, de las condiciones de recepción
del sujeto-emisor efe Hirsch). Esta “ingenuidad”, sin embargo, tiene
sus raíces, para Fish, en el mismo contexto de emergencia particular
(en este caso, el medio académico) cuyas determ inaciones se pre
tenden así ocluir. Es más, su negación como tales, manifestada en el
proclamado “antiprofesionalismo” de sus cultores, constituye una de
las condiciones esenciales al funcionamiento de la propia institución
profesional.
U n p ro fe sio n a l d e b e e n c o n t r a r u n m o d o d e o p e r a r e n e l c o n t e x t o de-
propuestas, m o t iv a c io n e s y p o s i b i l i d a d e s q u e lo p r e c e d e n , e in c lu s o lo
c o n s t itu y e n , y a u n as í m a n t e n e r la c o n v i c c i ó n d e q u e é l es “e s e n c i a l
m e n te ” e l p r o p ie t a r i o de su p r o p ia p e r s o n a y c a p a c i d a d e s . El m o d o q u e
él e n c u e n t r a e s e l a n t i p r o f e s i o n a l i s m o [...] El p r o f e s i o n a l is m o es e l e m b l e
m a m is m o d e e s ta c o n d ic ió n . El p r o f e s i o n a l q u e es “e x p r e s i v o ” e n su
propio p e n s a m i e n t o y a c c ió n d e la s in s t i t u c i o n e s , y, s in e m b a r g o , se
“e x p re s a” e n e l n o m b r e de e s e n c i a s q u e t r a s c ie n d e n la i n s t i t u c i ó n y le
p ro veen u n p u n t o d e m ira p ara la c r í t i c a n o e s tá p r o d u c i e n d o n i n g u n a
c o n tr a d ic c ió n , s in o s im p le m e n t e a c t u a n d o d e l ú n ic o m o d o q u e p u e
den h a c e r lo los seres h u m a n o s .”
59
La institución académ ica (como supuesto medio neutro y abierto a
la pura circulación de ideas) aparece así como un fenómeno paradó
jico, cuyas determ inaciones particulares se afirman y refuerzan en la
misma medida en que alienta a sus miembros a cuestionarlas y con
cebirse a sí mismos según la imagen de un intelectual crítico colo
cado por encima de dichas determinaciones. Para entender este afán
de “apertura’’ de los intelectuales es necesario, pues, como señalaba
Rabinow, poner distancia respecto de la imagen subjetiva de los mis
mos e internarse en los mecanismos por los que tales discursos críticos
son intersubjetivamente producidos y públicam ente compartidos en
el seno de comunidades interpretativas, y, en última instancia, en los
sistemas de exigencias profesionales y de consagración internos a la
propia academia.
La consideración de la dimensión epistém ico-institucional en la
producción y circulació n de los discursos críticos no co n llev a, sin
em bargo, para Fish, una forma de relativism o. “Los significados y
los textos producidos por una comunidad interpretativa —asegura
Fish—no son subjetivos porque no provienen de un individuo aislado
sino de un punto de vista convencional y público” (Is t h er e?, p. 14).
Dicho concepto “tam bién explica —dice— por qué hay desacuerdos
y por qué ellos pueden ser debatidos de un modo regular: no debido
a la-estabilidad de los textos, sino a la estabilidad de la constitución
de la comunidad interpretativa” (Is there?, p. 15). Lo que tal expli
cación! definitivam ente descarta, para Fish, es la posibilidad de la
traducibilidad eje los sentidos correspondientes a comunidades lingüís
ticas diversas (lo que Hoy llamara, siguiendo a Gadamer, una “fusión
de horizontes”). Esto no significa, sin embargo, para él, renunciar al
derecho a pretender que su teoría (como pretende toda te m ía) sea,
al menos temporariamente, aceptada como la verdadera:
A l f i n a l , h e r e n u n c i a d o t a n t o c o m o r e c l a m a d o la g e n e r a l i d a d ; he
r e n u n c i a d o a e l l a p o r q u e r e n u n c ié a t r a t a r d e id e n t if ic a r e l m o d o ver
d a d e r o de l e c t u r a ; la h e r e c la m a d o porcino s o s t e n g o m i d e r e c h o , como
60
otro, de argumentar a favor de un modo de lectura, la cual,
c u a lq u ie r
si es aceptada, podría, por un tiempo al menos, convertirse en la verdade
ra. En síntesis, h e preservado la generalidad por medio de retorizarla
(Is there?, p. 16).
61
un mero intento de excluir el antagonismo del campo de la crítica.
A l negar la naturaleza intraparadigm ática de tales categorías, Fish
diluye el carácter agonal del “espacio in stitu c io n al”: a las posibles
disputas relativas a las premisas fundamentales en torno a las cuales
se organiza la institución, Fish las situaría como momentos discre
tos en un orden secuencial en el que una teoría nueva desplaza a la
anterior, pero que n u n ca —salvo en los períodos transicionales, es
decir, críticos—se superponen. Y sólo así éste evitaría las consecuen
cias relativistas radicales que acarrearía la idea de la fragmentación
de dicho espacio.
S in embargo, tal movim iento estratégico tiene su lógica dentro de
la economía de su discurso. Fundamentalmente, porque las derivacio
nes potenciales de la adopción de un concepto agonal tal del espacio
institucional, aunque implícito en la teoría de Fish, resultarían devas
tadoras para la misma, incluso mucho más que lo que el propio Weber
se inclina a aceptar. De hecho, la idea de W eb er de la fragmentación
de dicho espacio se inscribe aún dentro del concepto fisheano de las
“comunidades interpretativas” desde el momento en que éste no cues
tiona aún con ello la idea misma de la Institución como el horizonte de
inteligibilidad último de la crítica, el fundamento primitivo dentro del
cual se inscriben las diversas comunidades interpretativas (aun cuan
do éstas nunca puedan llegar a conjugarse en un mismo verbo).11 Y,
con ello, Weber coloca también, al igual que Fish, a la teoría de tales
“comunidades interpretativas” como una especie de metateoría que
comprende y explica a todas las demás teorías críticas (muchas de las
cuales, sin embargo, cuestionan las premisas en las que dicha teoría
se sostiene), con lo que se reintroduce (esta vez, subrepticiamente)
una distinción de niveles similar a la propuesta por Hoy: lo que sería
válido a nivel de la crítica —el carácter “agonal” del espacio institucio
62
nal- no lo sería al nivel de la metacrítica. Es decir, el propio concepto
de la I n s t i t u c i ó n como espacio agonal no sería, él mismo, una mera pro
ye cc ió n intraparadigmática. De hecho, tanto para W eber como para
Fish tales “comunidades interpretativas” se proyectarían como “refe
rentes extralingüísticos” (previos a toda “interpretación”), con lo que
toda su teoría de las “comunidades interpretativas” como el horizonte
último de inteligibilidad se derrumbaría en la misma medida en que,
de este modo, se afirmaría la existencia de una instancia anterior a las
mismas (precisamente, la de tales “comunidades lingüísticas”). Pero,
aun así, Fish (y, con él, W eber) debe insistir en ello: si las mismas se
trataran sólo de proyecciones mtraparadigmáticas (únicam ente válidas
en el contexto de su propia teoría) no sólo no habría ya posibilidad de
acuerdo dentro de la institución sobre la validez de dicha teoría, sino
que ésta terminaría volviéndose autocontradictoria (es decir, negaría
la validez de sus propias premisas).
Situando la teoría crítica de Fish en la p e rsp e c tiv a más g e n e
ral aquí presentada del presente “giro lin güístico”, se descubre, sin
embargo, que las aporías a las que éste parece enfrentar llegado a
este punto no serían, en realidad, atribuibles m eram ente a proble
mas inherentes a su teoría particular. Su p lan team iento , en últim a
instancia, representa un esfuerzo intelectual por llevar a sus últimas
consecuencias lógicas los supuestos-sobre los que se asienta dicho
“giro lingüístico”. Y aun cuando no pueda avanzar consistentemente
en esta dirección, en su cam ino produce una redefinición fundam en
tal de la empresa crítica: su cam po se ve entonces desplazado desde
los objetos textuales (y, even tualm ente, su relación con sus co n tex
tos particulares de emergencia) al de los m ecanism os constructivos
de tales objetos por parte de la crítica y de sus condiciones epistémi-
co-institucionales de producción. La crítica se convierte así en una
metacrítica y, con ello, sus modos de validación se verán correlati
vamente reformulados: ya la legitim idad de la misma no se fundaría
en poder justificar la posibilidad de acceder a un significado “oculto”
tras los textos, sino en su capacidad para dar cuen ta de sus mismos
63
fundamentos teóricos. Es sólo entonces (una vez alcanzado tal gra_
do de autorreflexividad) que surge el problema epistemológico más
general de la posibilidad de pensar una teoría que pueda, al mismo
tiempo, aplicarse, sin contradicción, a sí misma (es decir, de una teo
ría que contenga su propia metateoría). Desde el m om ento en que la
crítica se ve empujada, por la propia dinám ica iniciada por la crisis
de la herm enéutica tradicional, a volver su mirada sobre"sí, ésta se
vería también obligada a confrontar lo que constituye su propio lími
te, es decir, la imposibilidad de dar cuenta, desde dentro de su hori
zonte, de sus mismas premisas y de los marcos teórico-institucionales
dentro de los cuales dicha actividad puede desenvolverse como tal.
Y, sin embargo, la confrontación de ese límite le resultaría ya ine
ludible —si es que ésta pretende legitimarse como tal—. C o n su “giro
lingüístico”, la crítica parecería terminar, pues, desenvolviendo una
problemática que, en su límite último, sólo podría tornarla contra
dictoria consigo misma. De allí en más (convertida en metacrítica),
esta tensión entre necesidad-imposibilidad de una m etacrítica atra
vesaría centralm ente todo desarrollo teórico producido dentro de sus
marcos. El análisis de la obra indudablemente más original escrita en
los Estados Unidos en el área de la historia de la historiografía, y que
constituye asimismo el proyecto metahistoriográfico más sistemáticc
hasta hoy intentado allí, M e t a h i s to r y , de Hayden W h ite , nos permi
tirá aclarar mejor el sentido de esa necesidad-imposibilidad de la crí
tica de volverse sobre sí misma, así como la naturaleza de las aporías
que, llegado a dicho nivel de autorreflexividad, se le plan tean a ésta
tras su “giro lingüístico”.
64
retardo con que ha asimilado el nuevo “giro lingüístico”. Es cierto que
el ataque combinado de los seguidores de Skinner minó decisivamente el
reinado de la antigua “historia de las ideas”.12 Las largas genealogías
de las “ideas-unidades” cederían entonces su lugar, en palabras de ese
mismo autor, al estudio del “uso de expresiones relevantes por agen
tes particulares en ocasiones particulares con intenciones particula
res”.13 La publicación de “Deep Play” (el texto canónico del “primer”
Geertz) en 1973 produjo aun un superior impacto en los historiadores
intelectuales,14 señalando el desplazamiento decisivo de los estudios
desde las ideas hacia las conductas sociales en las que ellas se presen
tan encamadas y las “redes simbólicas socialmente construidas” en
las que, según Max W eher, las mismas se encuentran suspendidas y le
confieren un sentido tornándolas inteligibles para sus propios actores.
David Hollinger registraba los cambios producidos en esta disciplina
como resultado del desafío geertziano:
La le a l t a d a G i l b e r t R y l e |de q u i e n G e e r t z to m a r a e l c o n c e p t o de
“d e s c r ip c ió n d e n s a ”J y C L ffo rd G e e r t z q u e h a lle v a d o a los h i s t o r i a
dores a p e n s a r e n la “d e n s i d a d ” [ t h i c k n e s s ] h a t o m a d o a n ó m a l o a l t r a
bajo de L o v e j o y , y, p o r lo t a n t o , i n s t r u c t i v o a q u í c o m o u n c o n t r a s t e
co n los lib ro s q u e h e c it a d o . El b r i l l a n t e lib ro d e L o v e j o y T h e G r e a t
C h a i n o f B e i n g e j e m p l i f i c a la d e s c r i p c i ó n “d e l g a d a ” [t/únj... L o q u e
T h e o r y , 8 , 1969, p. 1 2.
14 El libro N e w D i r e c t i o n s in A m e r i c a n I n t e l l e c t u a l H i s t o r y , B a ltim o re y Londres,
65
h a c e a l l i b r o d e L o v e j o y “d e l g a d o ” e s s u i n t e n c i ó n d e d e j a r d e lad o
los d i v e r s o s c o n t e x t o s e n q u e l a i d e a d e l a g r a n c a d e n a a p a r e c e y es
p u e s t a e n f u n c i ó n . 16
66
tras la superficie de un texto existiría un objeto estable al que, even-
tu a lm e n te , el investigador podría acceder.
En un contexto aú n dom inado por certidu m b res tale s es que
emerge M etahistory (1 9 7 3 ), de H ayden W h it e (* ); y si b ien sería
exagerado afirmar que la obra irrumpió en esta escena historiográfica
como un rayo en un cielo sereno, no es difícil imaginar el escándalo
provocado por su afirm ación de que “a fin de concebir ‘lo que re a l
mente ocurrió’ en el pasado, el historiador debe primero prefigurar el
conjunto completo de los acontecim ientos reportados en los d ocu
mentos como un posible objeto de c o n o c im ie n to .18 Este acto prefi
gurativo es po ético en la medida en que es precognitivo y precrítico ”
(Metahistoria, p. 31). A fin de penetrar en la “estructura profunda”
que subyace en —y articula—todo relato coherente de los a c o n te c i
mientos del pasado, W h ite trasladaría su enfoque desde el plano de
los contenidos al de las formas del pen sam iento histórico, y, dentro
de éstas, del de la lógica al de la retórica. De este modo revisa las
clasificaciones tradicio nales en escuelas historiográficas d efinidas
según sus respectivas filiaciones id eo ló gicas o filosóficas (lo que
supone una exclusiva focalización en la dim ensión referencial del
lenguaje) y desarrolla su propia tipología tropològica de los géneros
historiográficos.
Siguiendo antiguas poéticas y modernas teorías del lenguaje, W h i
te clasifica los “actos de prefiguración” del material histórico en los
modos de metonimia, sinécdoque, metáfora e ironía, los cuales pro
veerían el protocolo lingüístico de base a las diversas formas de rela
to histórico. Los distintos estilos historiográficos que este autor analiza
representarían un nivel superior de formalización de las prefiguracio
nes poéticas que los preceden, y surgen de la articulación de las mis
67
mas en algún tipo de “estrategia narrativa” m ediante la cual se logra
finalmente el “efecto explicativo”. En la estructura de tales estrategias
narrativas W h ite distingue tres instancias fundam entales, las que
denomina “argumentación formal”, “implicación ideológica” y “puesta
en trama” ( e m p l o t m e n t ).19
Sobre esta grilla clasificatoria W hite analiza las obras de historia
dores (M ichelet, Ranke, Tocqueville y Burckhardt) y filósofos de la
historia (Hegel, Marx, Nietzsche y Croce) del siglo X I X . De tal modo,
este autor conjuga los desarrollos teórico-metodológicos con su apli
cación al análisis de discursos historiográficos concretos. Pero el rasgo
más característico de su metodología consiste en su particular “estrate
gia explicativa” (para definirla con sus propios términos) que combina
tal aproximación tipológica, de corte “formalista”, con una perspecti
va relativista o “irónica” respecto del valor cognitivo de toda empresa
historiográfica. En términos de Kuhn, los diferentes paradigmas his
toriográficos que W hite describe serían inconmensurables entre sí. El
resultado será una taxonomía perfectamente llana, sin ninguna clase
de jerarquías internas (contrariamente a lo que toda taxonomía, en
principio, supone):
M i m é t o d o , e n r e s u m e n , es fo rm alista . N o t r a t a r é d e d e c id ir si la obra
d e d e t e r m i n a d o h i s t o r i a d o r es un r e l a t o m e j o r , o m ás c o r r e c t o , de
d e t e r m i n a d o c o n j u n t o d e a c o n t e c im ie n t o s o s e g m e n t o h is t ó r ic o que
La c o m b in a c ió n d e a m b o s e n f o q u e s l e p e r m i t i r í a , p u e s , a e s t e a u t o r ,
p e n e tr a r l a c o h e r e n c i a e s p e c í f i c a q u e d i s t i n g u e a c a d a r e l a t o , e v i t a n
do a la v e z , c u a l q u i e r j u i c i o d e v a l o r e n c u a n t o a l a r e s p e c t i v a l e g i t i
m id a d a s e r p r o c l a m a d o c o m o e l “ v e r d a d e r o ” . D e e l l o s e s i g u e , a f i r m a
W h ite , q u e , a u n c u a n d o la h i s t o r i a b ie n p u e d a c o n s id e r a r s e c o m o
c o n s t it u id a p o r u n c o n j u n t o d e “ a r t e f a c t o s l i t e r a r i o s ” , t a m p o c o lo s a s í
lla m a d o s “h i s t o r i a d o r e s n a r r a t i v i s t a s ” ( c u y a p e r s p e c t i v a s e f u n d a e n e l
tropo d e l a i r o n í a ) t e n d r í a n p r i v i l e g i o a l g u n o e n d i c t a m i n a r c ó m o s e
d eb e e s c r i b i r l a h i s t o r i a . P r e t e n d e r e s t o i m p l i c a r í a l a p a r a d o j a d e c o n
v e r tir a la p r o p i a i r o n í a e n u n v a l o r a b s o l u t o .
W h i t e e v i t a r í a t a l “ f a l a c i a n o r m a t i v i s t a ” 20 m a n t e n i é n d o s e e n u n
p la n o e s t r i c t a m e n t e d e s c r i p t i v o . Es p r e c i s a m e n t e p o r m e d i o d e “ i r o n i
zar la i r o n í a ” q u e e s t e a u t o r p r e t e n d e “ t r a s c e n d e r ” la m i s m a y s u p e r a r
las c o n s e c u e n c i a s r e l a t i v i s t a s q u e é s t a c o n l l e v a :
S i se p u d ie r a d e m o s t ra r q u e la ir o n í a n o es s in o u n a d e u n a s e r i e d e
p e r s p e c t iv a s p o sib le s d e la h i s t o r i a , c a d a u n a d e las c u a le s t i e n e sus
b u en as r a z o n e s p a ra e x is t ir e n u n n i v e l p o é t ic o y m o r a l d e c o n c i e n
cia, la a c t i t u d ir ó n ic a h a b r í a e m p e z a d o a d e s p o ja r s e d e su s t a t u s co m o
la p e r s p e c t iv a n e c e s a r i a p a r a la c o n t e m p l a c i ó n d e l p r o c e s o h is t ó r ic o
( M e t a h i s t o r i a , p. 4 1 2 ) .
20 Este sign ifica p re te n d e r dictar reglas a la realid ad ; en este easo, a la práctica bis-
69
Así reformulada, W h ite habría resuelto una problem ática común a
todas las filosofías postiluministas de la historia, a saber, la de “cómo
convivir con una historia explicada y tramada de modo irónico, sin
caer en la condición de desesperación de la que Nietzsche escapó sólo
por medio del irracionalismo” (Metahistoria, p. 359): mediante un tex-
tualismo radical, W hite lograría volver los argumentos relativistas en
contra de ellos mismos. Hecho esto, se descubre entonces que “somos
libres de concebir la historia como nos plazca”, bastando, pues, con
“nuestra voluntad de ver la historia desde una perspectiva antiirónica”
para trascender el punto de vista del agnosticismo como la única for
ma “realista” de ver el mundo (M etahistoria, p. 412).
W hite culm inaba de esta forma una búsqueda persistente, iniciada
en 1959 con su escrito sobre Ibn Jaldún,21 y continuada hasta hoy a
través del estudio de las más diversas escuelas historiográficas, orienta
da a condenar toda forma de pesimismo y determinismo, y a reafirmar,
según apunta Hans Kellner, “la libertad humana destacando la fuerza
creativa del lenguaje”.22
No todos, sin embargo, h a n considerado su em presa metahis-
toriográfica igualm ente exitosa; algunos (los m eno s), incluso han
cuestionado su legitimidad. T an to su tipología como su actitud iró
nica, term inando por su “decisionismo”, han sido objeto de las más
variadas y severas críticas. La verdadera ironía de esta obra quizás
consista en que, a pesar del indudable impacto que produjo su publi
cación y la poderosa influencia que desde entonces ha ejercido, haya
70
sido cuestionada, con perfecta sim etría, tanto por quienes la leyeron
como abogando por un esteticismo que conduciría, necesariam ente,
a un relativismo absoluto (dado que en ella se rechaza exp lícitam en
te la posibilidad de validar in te rsu b je tiv a m e n te u n a d eterm in ad a
perspectiva histórica, pues su aceptació n o rechazo se fundaría pura
mente en consideraciones precríticas), así como por quienes, al con
trario, creyeron ver en la m etahistona w hiteana un resabio (de matriz
estructuralista) de la ansiedad m etafísica por una “presencia total”.25
Cabe suponer, de todos modos, que las mismas no pueden deberse a
una lamentable sucesión de m alentendidos, que existen razones en su
propia obra que han dado motivo a tales críticas encontradas. Para
intentar desmontar la malla de cuestiones que la tensionan es necesa
rio, sin embargo, apelar a cierta “s u s p e n s i ó n o f d i s b e l i e f', es decir, acep
tar como válida en principio la metodología de análisis que el propio
autor propone e intentar lo que suele denominarse una “crítica inm a
nente”.24 Ella, como veremos, habrá tam bién de revelarnos una serie
de aporías que no son exclusivas de la obra de W h ite sino inherentes
al llamado “giro lingüístico” una vez que el mismo se introduce en el
ámbito metacrítico.
Como W hite muestra, algunas de las combinaciones lógicamente
posibles en su taxonomía no resultan, sin embargo, consistentes de
71
hecho. Entre los diversos modos de “puesta en trama”, de argumenta
ción formal y de implicación ideológica, se establece lo que W h ite lla
ma “afinidades electivas”, y también incompatibilidades. Tal sería el
caso del modo “satírico” de “puesta en tram a”, el cual se adecúa a los
modos ideológicos liberal o conservador, pero nunca al radical. Pues
bien, la propia metodología de W hite encierra una especie de incom
patibilidad similar, dado que no hay modo, como veremos, de hacer
concurrir, como él intenta, un modo de argumentación de tipo forma
lista con un estilo irónico.
Veamos prim eram ente los diferentes argum entos por los cua
les White intenta valid ar su modelo. La suya, como toda taxono
mía, supone una fu nd am entación de tipo an alítico , dado el tipo
de operaciones in te lec tu ale s que im plica. Fundados en u n a pura
combinatoria lógica, los sistemas clasificatorios se orientan a dis
tinguir y definir a priori el conjunto de objetos virtuales existentes
en un dominio dado. Los sistemas lévi-strausseanos de parentesco
son un ejemplo de tal modo de operación conceptual. El cam po res
pectivo es transformado así en su totalidad en un sistema deductivo
resultante del despliegue lóigico de una racionalidad a priori. En el
caso del campo historiográtieo, su rango de variabilidad estaría deli
mitado, según afirma W h ite, por la naturaleza del “lenguaje poético
en general”.
75
an alítica necesaria sólo para la crítica. La actitud irónica se expande
así para comprender también este segundo nivel (metahistoriográfico)
de conceptualización.
De hecho, su esquema contiene un grado inocultable de arbitrariedad
y algunas de las categorías que White utiliza han sido conscientemente
redefinidas ad-hoc,w Sin embargo, cuando W h ite avanza en su actitud
irónica, sus esfuerzos taxonómicos empiezan a perder sustento. No se
trata simplemente del hecho obvio de que la utilidad de su tipología
pueda ser (y, de hecho, lo ha sido) materia de controversia.30 Tampoco
importa tanto el que haya incluso quienes argumenten (y hasta quizás
con buenos fundamentos) que la misma parece muchas veces un mero
juego verbal que no aporta ninguna contribución real ni alumbra aspec
tos —en las obras que estudia- oscurecidos por las aproximaciones “tra
dicionales” (o, peor aun, que su tipología resulte excesivamente rígida
como herramienta conceptual, obligando reiteradamente a su autor a
forzar los sistemas de pensamiento que trata a fin de adecuarlos a sus
moldes preconcebidos).31 El punto verdaderamente crítico radica en
que, como White sostiene, no existiría ya un “campo neutral” en el cual
dirimir tales cuestiones.5; Todo juicio acerca de la utilidad o no de un
74
¡narco teórico dado sería siempre relativo a la respectiva idea acerca de
la tarea historiográfica; presupondría, en definitiva, ciertas orientacio
n e s de evaluación preteóricamente concebidas.
De hecho, la solución convencionalista es necesariamente inestable
termina siempre conduciendo a una encrucijada: o bien avanzar en
esta dirección relativista, proclamando abiertamente la completa arbi
trariedad de su tipología (incluida su propia idea del “lenguaje poético
en general”)) o bien retroceder hacia una fundamentación analítica de
la misma y postular la propia metahistoria como una suerte de meta-
vocabulario transtrópico de validez universal (dado que enraizaría en
los fundamentos “naturales” de la especie). Optar por uno de estos dos
puntos de vista extreme» resulta ineludible dentro de los marcos del
pensamiento formalista,33 según W h ite mismo nos muestra:
75
lutivo. A sí, el m ecan icism o y e l f o r m a lis m o por ig u a l i m p o n í a n por
último una elecció n entre la i n c o h e r e n c i a to ta l d e los p r o c e s o s histó
ricos (pura c o n tin g en cia) y su c o h e r e n c i a to ta l ( p u r a d e t e r m in a c i ó n )
(Metahiscorta, p. 87).
76
Fue g r a n d e la t e n t a c i ó n d e c o r r e l a c i o n a r las c u a t r o f o r m a s b á s ic a s
de c o n c i e n c i a h i s t ó r i c a c o n tip o s c o r r e s p o n d i e n t e s d e p e r s o n a l id a d ,
pero d e c i d í n o h a c e r l o por dos r a z o n e s . U n a es q u e la p s i c o l o g í a se
e n c u e n t r a a c t u a l m e n t e e n el m i s m o e s t a d o d e a n a r q u í a c o n c e p t u a l
e n q u e e s t a b a la h i s t o r i a e n el s ig l o x ix . E n m i o p in ió n , es p r o b a b le
que un a n á lisis d el p e n sa m ie n to p s ic o ló g ic o c o n te m p o rá n e o revele
el m ism o c o n j u n t o d e e s t r a t e g i a s i n t e r p r e t a t i v a s ( c a d a u n a p r e s e n t a
d a co m o la c i e n c i a d e f i n i t i v a d e su t e m a ) q u e h e d e s c u b i e r t o e n mi
a n á lis is d e l p e n s a m i e n t o h is t ó r i c o . Es d e c ir , c o m o la p s i c o l o g í a n o
h a a lc a n z a d o t o d a v í a el tip o d e s i s t e m a t i z a c i ó n q u e c a r a c t e r i z a a las
c ie n c ia s fís ic a s , s i n o q u e s ig u e d i v i d i d a e n t r e “e s c u e la s ” d e i n t e r p r e t a
ció n e n c o n f l i c t o , p r o b a b l e m e n t e h u b i e r a t e r m in a d o p o r d u p l i c a r los
d e s c u b r im ie n t o s a q u e lle g u é e n m i e s t u d i o d e l p e n s a m i e n t o h is t ó r ic o
(M e t a h i s t o r i a , p. 4 0 9 ) .
77
subordinando y relegando al nivel meramente historiográfico su pers
pectiva irónica. Pero ello no podía representar una solución viable
para White, puesto que de tal modo concluiría por reproducir, aunque
a distintos niveles, lo que criticara a los historiadores narrativistas, es
decir, consagrar la ironía (relativa al nivel histórico) corno una verdad
absoluta a nivel metahistórico.
La otra alternativa, pues, era llevar la actitud irónica hasta sus con
secuencias finales. Pero esto hubiera conducido a W hite a lo que quiso
evitar cuando rechazó incorporar la psicología a su estudio: la “dupli
cación de los descubrimientos”, lo cual lo envolvería en una suerte
de regreso al infinito. En efecto, en este último caso obtendríamos la
metaafirmación siguiente:
a este círculo).
Pero la naturaleza problemática de una concepción escéptica radi
cal aparece más claramente cuando consideramos el carácter social de
{a empresa historiográfica. La actitud irónica en este respecto plantea
no sólo el problema de la relación sujeto-objeto, sino que con cier
ne principalmente a los fundamentos intersubjetivos de la empresa
historiográfica. Los “tropos” de los que hab la W h ite no pueden ser
meras convenciones; ellos deben existir realm ente, puesto que exp li
carían cómo un discurso determinado puede circular socialmente y, en
definitiva, regular los mecanismos de consagración de un historiador
determinado:
S o s te n g o que el v í n c u l o e n tr e u n h i s t o r i a d o r d e t e r m i n a d o y su p ú b l i
co p o te n c ia l se fo r ja e n u n n iv e l d e c o n c i e n c i a p r e t e ó r ic o y e s p e c í f i
c a m e n t e lin g ü ís tic o . Y e s to su g ie re q u e e l p r e s t ig io d e q u e g o z a n u n
h is to ria d o r o filóso fo d e la h is to ria d e t e r m i n a d o s d e n t r o d e u n p ú b lic o
e s p e c ífic o es a t r i b u í h l e al te r r e n o l i n g ü í s t i c o p r e c r í t i c a m c n t e p r o p o r
c io n a d o sobre e l c u a l se re aliza la p r e f i g u r a c i ó n d el c a m p o h i s t ó r i c o
( M e t a h i s t o r i a , p. 4 0 8 ) 9 '
79
cipio, en cuestión. La teoría de los tropos de W h ite sólo cobra sentj
como una exposición de los modos de existencia de los diversos tij
de competencias comunicativas. y
En este terreno, la extensión de la actitud irónica hacia arriba]
decir, al nivel metahistoriográfico) conllevaría hacia abajo un tegp
al infinito similar al analizado anteriormente, produciendo, en e
caso, una fragm entación del campo historiográfico. La conclusj
n a tu ra l de este proceso sería el solipsismo. El escepticismo tadi
conduciría así a la máxim a de Gorgias efe que no sólo no existe ved
alguna sino que, de existir, tampoco podría comunicarse. Incluso ti
“decisionism o” carecería entonces de significación social puesto i
no cabría concebir ya vínculos reales que conectaran las decisicl
individuales. El único modo de romper este segundo círculo es, t|
bien, postular la efectiva existencia de objetos tales como los troj
(con las consecuencias sustancialistas que ello conlleva) y que los m
naos pueden ser conocidos analíticamente. Pero aquí la actitud irótl
se desvanecería en la forja dogmática. |
Digamos, por otra parte, que si no fuera así, si no se sostuviera djj
m á ric a m e n te que los tropos existen realm ente, tampoco la acta
“iró n ic a” opuesta, es decir, la idea de que la metahistoria que W
re construye es “sólo una de las perspectivas posibles entre cua
v arian te s posibles fundamentales c u y a exi stencia por la misma se |j
tula, contendría ya significado alguno. En última instancia, la p|
pectiva irónica contradice la argumentación formalista tanto con^
presupone. En definitiva, es esta tensión analizada la que explicajj
qué W h it e no podía decidirse por ninguna de las dos opciones (ladi
nvática o la escéptica) y termina oscilando entre ambas, al precio^
em bargo, de renunciar a intentar fundamentar teóricamente su pro
perspectiva metahistoriogrúfica. Y esto ayuda a aclarar, como dijiffl
algu n as de las aporías más generales a las que se enfrenta el llardij
“giro lingüístico” una vez que éste se sitúa a sí mismo en el nive|
c o n te x to m etacrítico. Llegado a este punto parece tornarse impi
c in d ib le establecer alguna distinción entre niveles de discurso (cí
80
* 'm ero y segundo nivel de creencias, en Hoy) a fin de producir
Uousiira metacrítica que evite un regreso al infinito. Así, lo
lidcrts . , ,. ^ .
Iría a nivel de un primer nivel de discurso, no seria ya aplica-
¿veles superiores del mismo.
spv—LaCapra, (*) esto se debe, en realidad, a que la metahistoria
fíw Jóeica de W h ite permanece aún atrapada “dentro del mismo
referencia de las perspectivas científicas que él sólo invierte;
-fewmcipio qut ni,P informa, la teoría de los tropos de W h ite como funda-
de la retórica y la narrativa es un estructurahsmo generativo
>iin irnm un nivel determinado de discurso (el trópico) como el
^^rminante en última instancia” (Rethinking, p. 34). LaCapra sigue,
a jespecto de W hite, la misma línea crítica que Derrida ensayara
CO(pLévi'Strauss y Foucault. W h ite únicamente habría invertido los
de la historiografía tradicional sin aportar una renovación
fttif su. historia sería una historia de los modos de conciencia en la
qBft'ellenguaje opera como un mero medio de expresión para un objeto
(¡¿¿estructuras o modos tropológicos de la conciencia histórica) que lo
(Rethinking, p. 76). Las diversas narrativas históricas que él
derríbe serían ellas mismas (más allá de la naturaleza poética de sus
f i l a m entos) consideradas como “textos”, en el sentido criticado por
Pjgfoj Y, en consecuencia, también su metahistoria se vería desgarrada
per las viejas antinomias entre texto y contexto, continuidad y cam-
bfevenfin, entre relativismo y objetivismo.
i su impronta estructuralista, la obra de W h ite representa, dice
ara, sólo un nuevo hito en la larga tradición de los discursos
totalizadores, con lo que term ina recreando lo que él mismo cues-
tíonata a Foucault: “Los nombres de los individuos que aparecen son
artificios para designar los textos, y los textos son, a su vez, menos
taponantes que las configuraciones macroscópicas de conciencia for
malizada que ellos representan” ( Rethinki ng, p. 8 1 ). Donde otros
historiadores sitúan las realidades políticas o sociales, W hite instala
k» tropos que dan forma a la escritura histórica. Los tropos actúan,
í»e*,al modo de un contexto externo y anterior a los textos mismos.
81
Su relativismo, resultante de la permisividad que W h ite confiere a la
conciencia subjetiva respecto de los hechos del pasado, representa tan
sólo una contracara de “la ansiedad metafísica por una presencia total,
una significación completa y una explicación final [que] se conserva
como un supuesto acrítico” (Rethinking, p. 76). En fin, la teoría de l0s
tropos lleva a ver a éstos como macizas estructuras estáticas, presentes,
homogéneas y objetivas.
LaCapra, en cambio, ve los textos como un espacio fragmentado
escenario de conflictos y contestaciones internas que desgarran sus
tendencias homogeneizantes. La visión monológica del texto ocluye
la trama polifónica de sentidos en la que la voz del autor es sólo la de
un contendiente en un campo más vasto de fuerzas operantes (History
and Memory, p. 116). LaCapra, pues, incorpora una instancia más en
la problem ática instalada en torno al textualismo. El llamado “giro
lingüístico” desplazó decisivam ente la atención de los historiadores
hacia los procesos por los cuales los textos pueden circular y difun
dirse socialmente, pero apenas advirtió los complejos fenómenos de
transformación interna que los mismos sufren en dicho proceso: cómo
éstos se contorsionan, desarticulan los ejes de aquella coherencia que
hasta entonces les fue inherente, erigen contrafinalidades, y se rebe
lan finalm ente contra sí mismos cobrando permanentemente nuevos
significados.
No se trata, sin embargo, de un regreso al antiguo formalismo. Para
LaCapra, como para Derrida, no hay un fuera-del-texto, desde que
no hay “contexto” que no se encuentre siempre y a textualizado. Pero
tampoco habría un puro dentro-del-texto, sino una articulación de
instancias heterogéneas. Más que en el puro texto, LaCapra busca ins
talarse en la intersección del texto con aquellas actividades con las que
aquél lim ita, las que no necesariamente son por ello pre-lingüísticas
o pre-significativas (Soundings, p. 73). Tal relación, dice, cabe conce
birla como una “intertextualidad”, un “diálogo interno”. Tal “diálogo
interno” es la base de la productividad del lenguaje. Como señala en
su crítica de la noción de la “grande obra” de Goldmann como repre
82
sen tativa de una determinada “visión del mundo”, para LaCapra, toda
“grande obra” lo es sólo en la medida en que contiene “fuerza crítica”
(en el sen tido de Adorno), es decir, que es capaz de ir más allá (proble-
matizar), rebelarse contra su “contexto de emergencia” y superarlo.38
C o n tra el concepto constativista de G oldm ann (el arte como repre
sentación de las respectivas “visiones del mundo”) la “grande obra” es,
para LaCapra, precisamente aquella en la que se pone en ejecución la
fu nción más característica del lenguaje: su dimensión performativa,
creativa (constitutiva) de nuevas realidades (de allí que no haya, para
él nada fuera del lenguaje y que éste venga, a posteriori, a represen
tar, pero tampoco una pura inm anencia del lenguaje: lo que define al
mismo sería, precisamente, el situarse en tre , es decir, su capacidad para
articular prácticas e instancias discursivas heterogéneas).
Esta dimensión performativa trascendería las antítesis tradicionales
revelan do cómo, en última instancia, formalismo y contextualismo, al
igual que objetivismo y relativismo, se suponen m utuam ente, forman
parte del mismo sistema de oposiciones tradicionales de las metafísicas
occidentales:
El a r g u m e n to d e l p re s en te lib r o es q u e el e x t r e m o o b j e t i v i s m o d o c u -
m e n taris ta y el s u b je tiv is m o r e l a t i v i s t a n o c o n s t it u y e n g e n u i n a s alter-
. n a tiv a s . E llos so n p a rte s c o n s t i t u y e n t e s d e u n m i s m o c o m p l e j o ’ y se
sostienen m u t u a m e n t e . El h is t o r ia d o r o b je t i v is t a s itú a e l p a s a d o e n la
posición “lo g o c é n t r ic a ” de lo q u e D e r r id a lla m a el “s i g n i f i c a d o t r a s c e n
d e n ta l”. Este e s tá s im p le m e n t e a l l í e n su p ura r e a li d a d , y la ta r e a d el
h isto riado r es la d e usar las f u e n t e s c o m o d o c u m e n t o s p a r a re c o n s tru ir
la re alid ad p a s a d a ta n o b j e t i v a m e n t e c o m o p u e d a f...] El r e l a t i v i s t a s im
p lem en te i n v i e r t e el “l o g o c e n t r is m o ” o b je tiv is ta . El h is t o r ia d o r se sitúa
a sí m is m o e n la p o sic ió n del “s i g n i í i c a d o r t r a s c e n d e n t a l ” q u e “p r o d u c e ”
o “c o n s t r u y e ” los sen tid o s del p a s a d o ( H i s t o r y a n d G r i t i c i s m , p. 1.38).
83
White, en cambio, ve en el deconstruccionismo de Derrida-LaCapra
-y su ambición de derribar todas las oposiciones revelando su trasfon-
do metafísico- el arribo del “momento absurdista” a la teoría social*
el de la fetichización del lenguaje (en el que, a diferencia de lo qUe
ocurriría con la mercancía, se borraría toda huella de su “valor de uso”
originario anterior a su “valor de cambio” fetichizado):
88
LaCapra se centra, como vimos, en concebir los textos “como proce
sos”, en los que él llam a fenómenos poco estudiados de contestación
interna por los cuales las redes de significados se van desplazando y
transformando históricam ente. “La historia misma -d ice LaCapra-
puede ser entendida en términos de una interacción agonal entre
fuerzas unificantes y descen tran tes” (R e t h i n k i n g , p. 188). Pero, la
explicación de cómo las “redes de significados” de un lenguaje dado
pueden entrar en colisión entre sí aún dem anda una explicación, la
que no puede, sin circularidad, atribuirse a las propias capacidades
generativas del lenguaje. Hacer esto significaría, en definitiva, inten
tar introducir una forma nominalista de clausura metacrítica (clausu
ra a la que White se niega, aunque con la consecuencia, como vimos,
de dejar indeterminados sus fundamentos epistemológicos, lo que
vuelve inconsistente todo su programa metahistoriográfico), colocan
do al Lenguaje en el lugar de ese fundamento infundado que White
creyó ver en la Voluntad y Fish en la In stitución. En definitiva, si las
transformaciones que en el lenguaje se producen son el punto de par
tida para la generación de realidades no-lingüísticas (aunque no por
ello extra-lingüísticas) es porque, al mismo tiempo, éstas son también
un punto de llegada de procesos no-lingüísticos —procesos (como la
generación de anom alías), en realidad, sumamente complejos y que
ocurrirían siempre “a nuestras espaldas”—. Volviendo al ejemplo de
Goldmann, de alguna forma u otra hay que pensar (puesto que no
hay “horizonte sin h o rizo n te”) que toda c rític a a una determina
da “visión del mundo” presupone ya la presencia de otra “visión del
mundo” que permita tornar a aquélla en objeto de crítica, es decir,
86
la dimensión per fo rm at iv a del lenguaje supone siempre la c o n s t a -
tativfl (aunque ya no, es cierto, en el sentido de un mero registro de
transformaciones que ocurren en esa realidad, “frente nuestro”), que
toda “grande obra” es siempre al mismo tiempo “transgresiva” en un
r e s p e c t o y “representativa” en otro; como decía Fish, que toda “aper
87
ellos.41 LaCapra, en cambio, a fin de salvar su idea agonal de lo tex-
tual, tiene que eliminar, junto con el sujeto de la decisión, la idea dt
una inconmensurabilidad entre los diversos “juegos de lenguaje”: e]
Lenguaje (com o la lnstituciójx de Fish) aparecería entonces como uj
terreno llano, neutro y perfectamente homogéneo a fin de que las dis
tintas “voces” puedan entrar en él en contacto e interactuar libremen
te, y, finalmente, enfrentarse entre sí.
La antinomia entre fundacionalismo y relativismo se despliega así er
otra paralela a aquélla entre completa determinación y libre arbitrio. \
ambas se encuentran indisociablemente ligadas. La determinabilidac
del lenguaje está garantizada en LaCapra por la posibilidad de atravesai
las diversas secciones de una superficie textual sin fisuras.42 Y con elle
parece simplemente trasladar al plano de la superficie textual (en tante
que sustrato y soporte del lenguaje entendido como actividad y produc
tividad) el mismo concepto de tabula rasa (de ente despojado de tod;
89
Más concretamente, Jameson se propone mostrar las aportas a las
conduce la actu al absolutización de la instancia textual. Este autc
insistirá, pues, en la necesidad de resituar el énfasis de los estudios
la dimensión “vertical” del texto a la “horizontal”, es decir, de la art
culación de las diversas instancias de un texto a los modos en que le
mismos se constituyen históricamente ( T he ldeologies, J, p. xxix). Est
no necesariamente significa un regreso a la creencia positivista ing(
nua en la existencia de una realidad “objetiva” que no se encuenti
siempre ya mediada simbólicamente, o de un “contexto” situado jx
fuera de todo “texto” o narrativa. Este último reconocimiento no nc
obliga, sin embargo, según Jameson, a sucumbir ante el textualism<
A fin de trascender el textualismo no es necesario ir más allá de le
textos mismos, sino reactivar aquella dimensión oculta en ellos, qu
se parece mucho a una zona negada (y cuya emergencia, por lo tai
to, resultará siempre perturbadora para la estabilidad de los misma
y que sólo surge a partir de una comprensión de la vida social com
“totalidad”. Sólo ésta permite abrir los textos hacia sus mismas cond
ciones se m án tica s de producción, h acia aquello que los mismos al mil
mo tiempo excluyen y contienen dentro de sí: su i n c o n s c i e n t e político:
Se trata, en fin, de comprender los “artefactos literarios” como actt
socialmente si m b ól ic os ( The Political, p. 20).
Comprender los “artefactos literarios” como a cto s s o c i a l m e n t e sin
bélicos no significa, para Jameson, buscar por detrás de los textos s
“estructura profunda”: es en la misma superficie textu al donde 1í
distintas fuerzas sociales entran en combate; el texto no es más qu
90
' fcihí'otaca
91
que tales estrategias de contención [...] sólo pueden ser desenmasca
radas al confrontarlas con el ideal de totalidad el cual éstas al mis
mo tiempo implican y reprim en” (The Political, p. 53). El marxismo
podría, pues, definirse como un historicismo radical (The Ideologies
u, p. 164), lo “infinitam ente totalizable [...] simplemente, el lugar de
un imperativo por totalizar” ( T he Political, p. 53). “Historizar, siem
pre historizar”, es la m áxim a que abre su T h e Political U n co n sc ious y
preside toda su obra.
Tal concepto de los “artefactos literarios” como actos socialmente
simbólicos debe, pues, interpretarse en un sentido negativo, como la
exigencia de desmantelar toda aproximación fragmentaria revelando
su unilateralidad. En definitiva, piensa Jameson que si el marxismo
es el lugar para un mero “imperativo por totalizar”, se debe a que la
totalidad como tal no es representable. Jameson apela aquí a la idea
de Althusser (quien, a su vez, se basara en Spinoza) de la estructura
comer “causa ausente”. El mayor obstáculo para un debate riguroso en
torno al concepto marxista de totalidad radica, para él, en su confu
sión o bien con la idea mec anici sta- cartesiana de ca u s a -e f e c t o (según el
modelo vulgar de base-superestructura), o bien con el concepto leib-
niziano (y que Althusser atribuye también a Hegel pero que Jameson
prefiere asociar con Goldmann y su noción de “visiones del mundo”)
de causalidad expresiva (en el que el todo se reduce a una suerte de
esencia interior, anterior e independiente a sus partes, las cuales serían
una mera manifestación exterior suya). La idea de causalidad estruc
tural de Althusser (y que en los debates actuales suele confundirse
—muchas veces, según asegura Jameson, de m ala fe—con alguna de
las antes mencionadas) supone un concepta) de la totalidad comple
tamente distinto. La totalidad, para Jameson, como lo estructura para
Althusser, no es algo dotado de tina naturaleza propia que preexiste a
sus manifestaciones y que sólo posteriormente viene a imprimirse en
ellas, sino una causa inm anente a sus mismos electos, constituye el
sistema de sus relaciones. Aquélla, por lo tanto, nunca se nos revela
ría sino en éstos, es decir, en sus propias contingencias (The Political,
92
p 24-25)- Es así que totalidad y parcialidad, identidad y diferencia,
necesidad y arbitrariedad se im plican y presuponen mutuamente. Tal
idea d e la totalidad entiende Jameson que permite a la vez subsumir y
tra s c e n d e r las aproximaciones hacia lo fragmentario de nuestra reali
dad caída, revelándola como tal (como real y parcial al mismo tiem
po); no buscando un “sentido oculto” (como en la hermenéutica) o
una “estructura profunda” (como en el caso de la tropología de W hi-
te) tras lo inm ediatam ente dado a la conciencia, sino desnudando
todo intento de proyectar alguna esfera particular de nuestra existen
cia social (como, por ejemplo, el “lenguaje”) como punto arquimédico
situado por fuera de la misma.4''
En definitiva, aquello hacia lo que la crítica marxista tiende, sin
llegar nunca a alcanzar, esa “causa ausente” inm anente en sus mismos
efectos (los textos) es lo que Lacan definiera como lo Real —“aquello
que resiste absolutamente toda simbolización”—, pero que jameson
prefiere traducir como Historia. “La noción lacaniana de una aproxi
mación ‘asintótica’ a lo Real —dice—gráfica una situación en la cual la
acción de esta ‘causa ausente’ puede ser entendida como un término
límite, tanto indistinguible de lo Simbólico (o lo Imaginario) como
también independiente del mismo” (T he Ideolo gías, i, p. 107). Jame-
son retoma así un concepto lacaniano para convertirlo en el núcleo
de la crítica literaria marxista; pero para comprender el sentido que
93
tal c o n c e p to ad q u ie re e n J a m e s o n es n e c e s a r io considerar la set
r e tra d u c c io n e s q ue realiza de térm inos ta le s com o lo Real, lo J*
nario y lo S i m b ó l i c o (té r m in o s siem pre am b ig u o s y abiertos a div«
in te rp re ta c io n e s ).
El e s ta d o p re -e d íp ic o d e in d ife re n c ia c ió n originaria, llamado i
hién “e s ta d io d e l espejo” ( e n q ue el n iñ o se confunde a sí mismo'í
su reflejo) y q u e L acan a s o c ia r a a lo “I m a g in a r io ”, Jameson lo reiia
preta c o m o la e x p re sió n d e a q u e lla form a n a t u r a l (inmediata) de i
en c o m u n id a d e n que los in d iv id u o s —y, d e n tr o del propio indivii
sus d iv e r s a s f a c u lt a d e s — a ú n n o se h a n a u to n o m iz a d o y adqujl
entidad p r o p ia ( lo que h is tó r ic a m e n te só lo ocurre con la d iv isió ip
trabajo e n a c tiv id a d e s e s p e c ia liz a d a s ). El o r d e n de lo Simbólico j
para L a c a n se in tro d u ce j u n t o c o n el le n g u a je y que le permiteal]
adquirir u n a id ea de la p r o p ia id en tid ad (c o m ie n z a a pensarse a sí j
mo com o u n “Y o ” d is tin to d e los otros) e x p r e s a nuestra realidad <
el proceso d e re ific ac ió n p o r e l cual la t o t a l id a d social se desinteg
una serie d e d im e n sio n e s p a r c e la r ia s e n f r e n ta d a s hostilmente ene
C on la in tr o d u c c ió n d e l o r d e n de lo S i m b ó l i c o se quiebra definü
m ente el e s ta d o de in d if e r e n c ia c ió n o r i g in a r i a ; sin embargo, lo
gina rio su b siste , para J a m e s o n , e n lo S i m b ó l i c o (e l error de Lacani
no h ab er c o m p re n d id o e s to ): “el len g u a je —ase g u ra—se las arregla]
portar lo R e a l com o su p ro p io subtexto in t r ín s e c o o inmanente” i
Political, p. 8 1 ) :
94
{as contemporáneas, afirma Jameson, o bien h an sobrees-
„ 10 Lacan mismo -pero tam bién la línea de pensamiento
Weber a Foucault-, el poder de lo Simbólico (convirtiéndo-
Sima celebración de la sum isión a la Ley) ( T h e Id eo lo gi es , l,
)) o bien, como la fen o m en o lo gía -M e r le a u -P o n ty , con
de la primacía de la percepción en la elabo ració n de los
^artísticos, sería el mejor ejem plo de ello—, se h an centra-
¡javamente en lo Imaginario e interpretado en tales términos
Ert Simbólico. Lo Real es, en cambio, aquel “tercer término”,
Bausente” por la que el primero (lo Im aginario) se despliega en
(lo Simbólico) bajo la forma de la Necesida d (que es la otra
ible de definir a la Historia):
ilfc
“ Qtfogro de la escuela de Frankfurt fue el de haber pintado con
zos el proceso contemporáneo de reificación del sujeto,
•tiempo que el potencial de negatividad aún presente en él
95
(potencial que se hace manifiesto en las obras de arte auténticas en
tanto que repositorios de fragmentos de la vida social m utilada) (The
Id eolo gies, i, p. 16). Su error, sin embargo, fue “tomar su normativi-
dad del sujeto autónomo del período en que la burguesía era una clase
progresista y en ascenso” (The Ideologies, I, p. 110). La d ialéctica debe
trascender lo individual (post-edípico) hacia lo colectivo (su incoris-
c í e n t e político). Com o dice Michael Clark, la teoría del “inconsciente
político” de Jameson “se sitúa en la intersección de dos proposiciones
distintas: que lo político es inconsciente y que lo inconsciente es pol{.
tico ”.49 La tarea del marxismo sería, por lo tanto, la de reinventar lo
social, el descentramiento del sujeto burgués a fin de que “la concien
cia individual pueda ser vivida, y no sólo teorizada, como ‘efecto de
estructura’ (L acan )” (The Political, p. 125).
El problema que aquí se plantea es que a lo Real no podemos, sin
embargo, más que tratar de aprehenderlo (sin lograrlo nunca) desanu
dando las ma lias de la textualización (lo Simbólico), para sólo encon
trarnos con un nuevo texto, el que necesita, a su vez, ser desanudado, y
así al infinito. Toda interpretación, afirma Jameson citando a Greimas,
supone una estructura relacional, es decir, representa nada más que un
proceso de transco dificación (la traducción ele un código a otro) (The
Prison-House, pp. 215-216). La escritura de la historia es un incesante
ir y venir dentro del círculo del lenguaje sin comienzo definitivo ni fin
último: nunca tratamos directamente con “hechos” sino con “hechos-
siempre-ya-interpretados” (textos); nunca arribamos a puros “hechos”,
la historia misma no es más que un texto-a-ser-(re)construido” (The
Ideologies, I, p. 107). Sin embargo, para Jameson (a diferencia de Whi
te) esto no quiere decir que “seamos libres de construir cualquier narra
tiva que se nos ocurra” (T he Ideologies, I, p. 107), “las posibilidades
interpretativas en una situación textual determinada son siempre limi-
96
ta d a s” (The Political, p. 32). Tampoco el hecho de que nuestras repre
s e n ta c io n e s se encuentren sem ántico-contextualmente condicionadas
significa Que resulten carentes de valor epistémico. La explicación de
J a m e s o n de por qué ello es así resulta, sin embargo, compleja, ya que
t i e n d e , e n distintos momentos, a desplegarse en direcciones distintas
(cuya articulación supone un esfuerzo interpretativo).
En primer lugar, el hecho de que nuestras figuraciones de la histo
ria se encuentren siempre atrapadas dentro de las mallas del lenguaje
no representa, para Jameson, nada particularm ente dramático, desde
un punto de vista epistemológico, precisamente porque la “Historia”
que se trata de aprehender no es ninguna realidad presimbólica. El
contenido esencial de la misma no son hechos sino una Erlehnis^ o
e x p é r i e n c e vécu e, experiencia vivida, “la erial es ya significativa desde
su origen” ( The Ideologies, i, p. 14):
97
Ángel de su piedra, que basta con remover todas las extrañas propon
ciones para que la estatua aparezca, ya latente, en el bloque de mármol
Así, la crítica no es tanto una representación de tal contenido cuanto
una revelación del mismo, un desnudamiento, una restauración del
mensaje original, la experiencia original, rescatándola de las distorsio
nes del censor. Esta revelación consiste en una explicación de por qug
tal contenido fue distorsionado de un modo particular; es, pues, inse
parable de una descripción del mecanismo de la censura misma (The
Ideologies, j , p. 14).
98
de gratificaciones ilusorias a cam bio de pasividad
m p e n s a to rio ”
(The Political, p. 287).
COI
Se revela allí, aunque en forma distorsionada,
el poder del imperativo totalizador. Y lo cierto es que las c o n tra
dicciones sociales, aunque negadas en el plano discursivo, no d e jan
por ello de ejercer su acción, conm oviendo siem pre toda c r is ta li
zación ideológica, desestabilizando y exponiendo las mismas como
meras “estrategias de con ten ció n” locales. La “con tradicción” ocupa,
pues, e n Jameson el lugar del “deseo” en Lacan, en el sentido de que
empuja permanentemente al sujeto más allá en la cadena de los sig
nificantes en la dirección de lo Real. Lo expuesto explica, en fin, el
rol del crítico: dada esta doble naturaleza de lo ideológico, éste p u e
de a c tu a r al modo del terapeuta. Para ello, se v ale de lo que llam a el
“análisis sintomático”.
Tal “método sintom ático” constaría de tres fases sucesivas, suer
te de marcos concéntricos, cada uno más a b arc ativ o que el p re
cedente, por los cuales se va am pliando progresivam ente nuestro
sentido de los fundamentos sociales de un texto dado ( T h e Political,
p. 75). El primer horizonte sem ántico consiste en la consideración
del texto como a c to s i m b ó l i c o . Este perm ite situ ar a una n a r r a t i
va individual en el contexto de la historia p o lítica (en el sentido
estrecho de la secuencia cronológica de ev en to s) y com prenderla
como una resolución im aginaria de con tradicciones sociales espe
cíficas. Con ello se trasciende ya la in stan cia puram ente te x tu al,
sin salirse por ello del texto mismo. En la segunda fase, el texto
es reconstruido como sólo una voz dentro del cam po agonal de los
discursos colectivos y de clase. F in alm e n te , la form ación social
particular es relativizada c insertada dentro del horizonte ú ltim o
de la historia humana como un todo, e n ten d id a como la secuencia
y yuxtaposición de m o d o s de p r o d u c c i ó n . Tal con cepto de “modo de
producción” (el “código m aestro” del m arxism o), Jameson, sig u ie n
do nuevamente a Althusser, lo distingue de lo estrictam ente ec o
nómico para identificarlo con la estructura (en tanto que “causa
ausente”) como un todo (y del que lo econó m ico forma sólo una
99
parte). El punto aquí es que tal idea de sucesión y yuxtaposición
modos de producción le perm ite a Jameson, según afirma, integré
lo sincrónico y lo diacrònico, cancelando, a la vez, los modelo,
lineales de desarrollo. La h isto ria toda habría que comprenderla
como una sucesión de modos de producción que, según el concep,
to de Ernst Bloch de Ungleichzeitigkeit (desarrollo no-sincrónico)5!
no desaparecen, cada uno, para dar lugar al subsiguiente, sino qu{
se van superponiendo como suertes ele yacim ientos geológicos, ha
superficie textual aparece así como cruzada por impulsos contradic
torios -resultado de la coexistencia de modos de producción di ver-
sos—, lo Úue explicaría la naturaleza dialógica ele las obras de arte
auténticas (sus “procesos de con testació n in t e r n a ”, según pedía
LaCapra). “El texto individual o artefacto cultural —dice Jamesorw
es así reestructurado como un campo de fuerzas en el cual la diná
mica de los sistemas signi eos de los diversos modos de producción
puede ser registrada y aprehendida” ( The Po liticai, p. 98).
La coexistencia antagónica de distintos modos de producción (lo
que incluye tanto los que ya han sucedido efectivamente, como los
eque pugnan por emerger) se torna manifiesta en los fenómenos que
jameson llama revoluciones culturales (The Politicali p. 95) producidas
cuando un determinado modo de producción cede su hegemonía a
otro. De todos modos, el antagonismo (aún larvado) entré' tos mismos
actúa siempre en cada una de las manifestaciones sociales y culturales,
incluso en los períodos no-revolucionarios. •
Tal idea Je desarrollo n o - s i n c r ó n i c o provee, por otra parte, la
clave para pensar aquel hilo que articula la co n tin u id ad historia
mínima necesaria que hace posible la inteligibilidad de los hechos
pasados:
PP :2ÚH.
100
Sólo el marxismo puede darnos cuenta acabada del misterio esencial
del pasado cultural, el cual, como Tiresias cuando bebe sangre, es
devuelto momentáneamente a la vida y al calor y se le permite una
vez más hablar y dirigir su mensaje olvidado en un medio que le es
totalmente extraño. Este misterio [...) sólo puede ser reactualizado
(reenacted) si la aventura humana es tina sola; sólo así [...] podemos
comprender el reclamo vital que sobre nosotros ejercen temas desa-
parecidos hace muchos años, como las oscilaciones estacionales de
la economía de una tribu primitiva, las apasionadas disputas sobre la
naturaleza de la Trinidad [etc.] ( The Political, p. 19).
Es así que la memoria de una vida más plena nunca se pierde, e impone,
aun en contra de nuestra voluntad manifiesta, su presencia perturba
dora. Pensamos ingenuamente que controlamos el pasado, que somos
nosotros los que juzgamos el pasado, cuando es en realidad el pasado,
aún vivo, el que nos juzga, el que desafía permanentemente nuestras
cristalizaciones ideológico-simbólicas presentes:
Lo hasta aquí expuesto es, cía breve' síntesis, el mude) en epie Jameson
intenta hacerse cargo desde el marxismo del desafío textualista, inte
101
grando sus aportes valiosos y al mismo tiempo mostrando sus limita-!
ciones.52 Y lo cierto es que Jameson se ha apropiado del nuevo gí^í
lingüístico para producir (efecto que puede parecer paradójico)
nuevo florecimiento del marxismo en un medio académico, como el
norteamericano, tradicionalmente hostil a él (algunos incluso han
bautizado este resurgimiento del m arxism o como “el efecto Jame-
son”) ’* Y ello lo ha convertido naturalm ente allí en una especie de
héroe cultural entre los radicals de la academ ia.54 S in embargo, tal
102
logro es menos impresionante de lo que parece a primera vista. Su
rato crítico se despliega sobre la base de una serie de tópicos (como
la crítica de la colonización sistèmica y la reificación de la vida co ti
diana o la mercantilización del arte bajo el capitalismo) que tienen
una larga tradición en la intelectualidad de izquierda (en una línea
que arranca de Lukács y llega a Habermas) y m antienen su prestigio
en este medio (legado, en gran parte, de la influencia de Frankfurt)
al punto de formar parte del discurso can ónico “progresista” de este
país.55 Sin duda, es la apelación a estos motivos heredados más que sus
aportes teóricos originales lo que ha asegurado una audiencia recepti
va a su proyecto.
A q u e l l o s supuestos aportes originales suyos han sido, en realidad,
materia de controversia.1'’ Uno de los aspectos más resistidos de su pro
yecto intelectual -e l que hace gala de un grado tal de eclecticismo para
muchos sospechoso- es el de pretender subsumir las ideas de Althusser
dentro de una matriz de pensamiento de raíces hegeliano-m arxistas
definitivamente incompatibles con aquéllas.1' Sin embargo, y aun cuan
do hay algo de cierto en ello (lo que, como veremos luego, no resulta
carente de consecuencias), Jameson señala aquí algo interesante y que
ha escapado a muchos críticos (e incluso al mismo Althusser), a saber,
103
la existencia de una cierta correlación entre los conceptos de “estructu
ra” de Althusser y de “totalidad” de Hegel. Althusser desanda a Hege]
para llegar a Spinoza y usar en contra de Hegel, paradójicamente, el
mismo argumento —el carácter sustancialista de su noción de totali
dad—que Hegel usara en su tiempo contra Spinoza. Para Jameson, esta
paradoja se explica porque el ataque de Althusser a Hegel era, en reali
dad, una batalla en código contra Stalin (The Political, p. 37). De todos
modos, con ello Althusser habría dado lugar a la confusión actual entre
hegelianismo y el “sistema de la identidad” de Schelling, creando asi
un estereotipo sin fundamento textual. “La dialéctica hegeliana emer
ge precisamente —asegura—de su asalto a la ‘teoría de la identidad’, en
la forma del sistema de Schelling, que él estigmatizara con su famosa
afirmación de que ‘en la noche todos las vacas son negras’: una ‘recon
ciliación’ del sujeto y el objeto en la que ambos son obliterados” (The
Political, p. 51). La dialéctica, dice Jameson, no piensa en términos de
identidad entre sujeto y objeto (entre la estructura y sus efectos), ni
de absoluta distinción entre ambos, sino en términos de relación entre
Jos entidades que no son idénticas pero que tampoco cabe concebirlas
como originariamente separadas y entrando sólo contingentemente en
contacto entre sí (Marxism a n d F orm, pp. 341-342).
Jameson parece, pues, tener un punto fuerte aquí: lo que distin
gue las ideas de Althusser de las de Hegel y las hace incompatibles
con ellas, efectivamente, no se encuentra allí. Sin embargo, cabe aún
señalar dos problemas que sí se revelarán como perturbadores den
tro de su propio sistema. En primer lugar, es necesario señalar que
la quiebra del concepto sustancialista de totalidad se inicia bastante
antes que con Hegel, estallando con la llamada “polémica en torne
al spinozismo” o “disputa panteísta”,'5*’ y que Schelling mismo partici
pa de ese proceso (veremos luego cómo el hecho de que Jameson nc
104
registre esta distinción tiene profundas razones en su pensamiento).
En s e g u n d o lugar, que, aun cuando Jameson acierta al mostrar que
los c u lto re s del llamado triángulo epd (estructuralismo-posestructura-
lismO'deconstruccionismo), debido a la confusión que él señala, han
dirigido mal su críticas, ello no autoriza a desentenderse de ellas o
pensar que basta con aclarar tal confusión para que la antinomia que
a llí se plantea se revele como sólo aparente. Fundamentalmente, por
que lo que efectivamente se encuentra en debate — y de lo que Jame-
s o n debería hacerse cargo, si es que realmente quiere trascender desde
el marxismo las nuevas teorías—, al menos en sus versiones más sofis
ticadas (e interesantes), no es en verdad el concepto schellingniano
( e n realidad, spinoziano) de totalidad como identidad (sustancia), sino
1781), escribió u n a carta a éste p re g u n tá n d o lo si sabía que Lessinp era spinoziano. Jaco-
bi entonces mandó) el relato ríe las c o n v e rsa c io n e s en su e n c u e n t r o con Lessinp ( 1 7 8 0 )
en el cual éste h iciera ral revelaciém. A n t e tal e viden cia, M e n d e lsso h n altera sus planes
y comienza un libro detnde estudia las re-laeiones ríe Lessinu con Sp in o za, libro que a p a
rece en 1785, el m ism o año en que Ja c o h i p ub lica Sobre la d o c t r i n a ilc Spinoza e n car tas
al señor M e n d e l s s o h n . Para e n to n ces p r á c t ic a m e n t e torios los tikSsoíos r í e renombre en
Alemania ya h a b ía n Tomarlo posicn'm en torn o al spinozismo. F. Pollock h ace un buen
resumen de la disputa pan teísta en S p i n o z a ( Londres, 1912). F1 relato de Jacohi sobre las
discusiones en su e n cu en tro con Lessinp está c o n te n id o en C e h p h ra im Lessinp, h sc r i t os
filosóficos y t e o l ó g i c o s , M adrid , Editora N a c io n a l, 1982, pp. )ó 1-578.
105
realidad, si el marxismo de Goldm ann sería un marxismo de corte
sch ellin gn ian o o más b ien cartesiano (ya que tam bién lo acusa de
mecanicista). Esto resulta confuso ya que G oldm ann, con Piaget, criti
có explícitam ente ambos coriceptos de totalidad ( “expresiva” y “mecá
nica”) siguiendo líneas análogas a las expuestas por Jameson.59 Lo que
importa aquí, de todos modos, es otro de los conceptos de Goldmann
que Jameson no llega a registrar en su vasto catálogo de referencias.
Para Goldmann, las “visiones del mundo” constituyen sistemas catego-
riales que, como el ego trascendental kantiano, no son ni conscientes
ni inconscientes (lo que supone siempre una represión) sino no-cons
cientes (como los mecanismos biológicos). No existe en ellas ningún
“inconsciente político” reprimido al que hay que recuperar; el análisis
de las mismas no nos conduce a la Historia, sino, simplemente, a la
historia. Cuando Goldmann hablaba de “máximo de conciencia posi-
A l r e s p e c t o , v é a n s e los a r t í c u l o s de P ia g e t r e u n i d o s b a jo el t ít u lo Estudios
s o c i o l ó g i c a s ( B a r c e lo n a , P l a n e t a , 1 9 8 6 ) , e n los q u e e s t e a u t o r d e f in e su concepto
r e la c io n a l d e e stru c tu ra y lo d i s t i n g u e t a n t o del c o n c e p t o a t o m is t a del pensamien
to m e c a n i c i s t a c lá sic o c o m o d e lo q u e lla m a “t o t a l i d a d e m e r g e n t e ” (la id e a de la
e stru c tu ra c o m o a n te r io r y s u p e r io r a sus efecto s) so bre el q u e se funda la tradición
so c io ló g ic a c l á s i c a en la l í n e a q u e v a de C-omte a D u r k h e i m . Incluso, e n El estruc-
t u r a l i s m o ( B u e n o s A ire s, H y s p a m é r ic a , 1974, pp. 9 6 - 1 0 1 ) P ia g e t usa u n t o n o (elo
gioso) s i m i l a r al de J a m e s o n a l re fe r irs e al c o n c e p t o a l t P u s s e r ia n o de estructura.
P e fo rm a a n á l o g a , G o l d m a n n d i s t i n g u e e n tr e u n a “ l ó g i c a a n a l í t i c a ” (empirismo,
r a c io n a l i s m o ) y un a “ló g ic a e m a n a t i s t a ” ( H e g e l, S p e n g l e r , e t c .) . De a c u e r d o con
la ló g ic a e m a n a t i s t a “las m a n if e s t a c i o n e s h u m a n a s sólo p u e d e n c o m p r e n d e r s e como
e x p r e s i o n e s d e u n a r e a li d a d m á s p r o f u n d a , q u e los e m a n a t i s t a s c o n c ib e n , en la
m ayo ría d e los casos, c o m o s u p r a i n d i v i d u a l (e sp ír itu d e l p u e b lo de los románticos,
esp íritu a b s o lu t o de H e g e l, a l m a s d iv er s a s , la a n t i g u a , la á r a b e , la fáu stica de Spen
g le r ) ” ( G o l d m a n n , Las c i e n c i a s h u m a n a s y la f i l o s o f í a , B u e n o s A ir e s, N u e v a Visión,
1972, p. 1 0 6 ) . “Para el m a t e r i a l i s m o d ia lé c t i c o —a f ir m a Ci o l d i n a n n - no h a y con
c ie n c ia s u p r a in d iv id u a l. La c o n c i e n c i a c o le c t iv a , c o n c i e n c i a de clase, por ejemplo,
no e s m a s q u e el c o n j u n t o d e las c o n c i e n c i a s i n d i v i d u a l e s a s u t e n d e n c i a tal como resultan
de la i n f l u e n c i a m u t u a d e los h o m b r e s , los u n o s s o b r e los o t r o s , \ d e s us a c c i o n e s s óbrela
n a t u r a l e z a ” (i bi d. , p. 107).
106
ble” se refería a la posibilidad de abarcar en forma comprehensiva y
sistemática el conjunto de aquello visible desde un horizonte de pen
samiento particular; pero las “visiones del mundo” mismas (en tanto
que “condiciones de posibilidad” de una forma de conciencia dada),
no son ellas mismas susceptibles de tornarse visibles, pasibles de con
vertirse en objeto de conocimiento desde dentro del horizonte dado.60
Esto no significa que las premisas categoriales que constituyen dichas
“visiones del mundo” no sean explicitables, pero la objetivación de
las mismas supone ya un cambio de punto de vista, un desplazamiento
del horizonte que torne visibles los propios mecanismos constructivos
de los objetos (siendo que este nuevo horizonte permanece, a su vez,
igualmente ciego a sus propios presupuestos).61 En síntesis, el concepto
goldmanniano de “estructura” implica dos consecuencias que Jameson
simplemente prefiere ignorar: 1) que en ellas no existiría una “vida
social primitiva” oprimida (lo Im a g in a r io ) a la que recuperar; éste no
es el objeto de la crítica, sino comprender formas siempre cambiantes
de conciencia social (inevitablem ente relativas a una determinada
107
clase, o sector ele clase, es decir, a modos particulares y específicos de
existencia histórica); y, 2) que en dicho proceso de explicitación de
las condiciones históricas cíe emergencia de una determinada forma
de conciencia particular, no existe, por definición, un horizonte últi
mo y final (todos permanecen siempre, e inevitablemente, abiertos en
cuanto a sus propios fundamentos).
Y esto nos conduce a otro de los “malentendidos” de Jameson, esta
vez referido a Foucault. Jameson ve en los escritos ele Foucault una
imagen weberiana de la historia como un proceso en el cual el “poder”
(la razón) va colonizando progresivamente leas vestigios de la Natura
leza. La suya se trataría de
[...] una fantasía del tipo totalitario futuro según la cual los mecanis
mos de dominación [...l son comprendidos como tendencias irrevoca
bles y crecientemente expansivas cuya misión es colonizar los últimos
vestigios y restos vivientes de libertad humana; ocupar y reorganizar,
en otras palabras, lo que aún perdura de la Naturaleza objetiva y sub
jetiva (muy esquemáticamente, el Tercer Mundo y el Inconsciente)
(The Poluical, p. 92).
Hn su entrevista con M . F ontana (ap are c id a e n /.’Are, 70, pp. 1 6 -26 , y repro
ducida en Michel F oucault, Xí i crofísi ca del /rociar, M a d r id , La Piquera, 107 9 , pp. 175-
160), Foucaulr rev isa tal c o n c e p to todavía im p líc it o e n His tori a d e la l o c u r a en la época
clásica. “Cuando escribí la I l i s t o n a d e ¡a l oc u r a - d i c e Foucault' en la e n t r e v i s t a - me ser
ví, al menos im p lícitam en te , de esta noción de represión!. Pienso que e n t o n c e s im a
g i n a b a una especie de lo cu ra v iv a , voluble y an siosa a la que la m e c á n i c a riel poder
v la psiquiatría llegarían a reprim ir, a reducir al s ile n c io . A h o ra b ien , m e p arec e que
la nocióm de represión! es t o t a lm e n t e inadecuada p ara d a r c u e n ta ríe lo q u e h a y justa
mente ,le productor en el p o d e r ” (Foucaulr, M i c r o f i s i c a d e l p o d e r , p. 1H2).
108
una “N aturaleza o b je t i v a y s u b je tiv a ” o rig in a ria a la que se i n t e n t a r í a
“co lon izar” (o, e v e n t u a l m e n t e , “lib e ra r”); e n t a n t o que o b je t o , “n o
se preexiste a sí m is m o ”, “n o aguarda e n los lim b o s el o rd e n q u e v a a
liberarla ”.63
A m b a s “o m i s i o n e s ” o “m a l e n t e n d i d o s ” d e J a m e s o n t i e n e n u n a
explicación en la e c o n o m í a de su discurso. El post-EPDismo de J a m e s o n
cobra su c o h e re n c ia de u n c o n c e p to , en re a lid a d , p re-estructu ralista, y,
más específicam ente, d e m atriz n e o k a n tia n a , d e la praxis, c o m o lo es la
idea de Erlebnís.M La “e x p e r i e n c ia ”, c o m o su stra to p rim itiv o d e n u e s tr a
existencia h is tó ric a , se e n c o n t r a r í a s ie m p re a llí, lista p ara ser r e c o
brada; bastaría, pues —al m e n o s, e n p rin c ip io (a u n cu an d o esto n o sea
nunca em p íric a m e n te p o s ib le ) —, con d e s p re n d e rn o s de las d isto rsio n es
simbólicas (producidas p o r el “cen so r”) p a ra e n c o n t r a m o s c o n n u e s tr a
experiencia vita l ( Erlebnis ) e n su pureza o rig in a ria . S in em b argo , esto
aún n o alcanza a e x p li c a r c ó m o las obras in d iv id u a le s se las a rre g la n
para p orta r d en tro de sí u n a ex p erien cia c o l e c t i v a que tra scien d e sus
se co nvirtiera en una a t u o g n o s i s , un p e r c a t a r s e ( ¡ n n e i u e n l e n ) , un “h a c e r e x p l í c i t o ” lo
que se e n cu en tra im p líc ito e n la v iv e n c ia . M e d ia n t e este proceso de a u to gn o sis a v a n
zamos desde “la c o n d ic io n a lid a d de lo dado y de la r e la t iv id a d im p licad a por e lla al
saber o b jetivo n e ce sario ” ( i h i d ., p. 8 7 ).
109
circunstancias históricas particulares.65 Jameson debe, pues, presupone)
la existencia de algo así como un “inconsciente colectivo” —con lo qUe
su teoría del “inconsciente político” adquiriría claras resonancias mis-
ticO'jungianas—. O, al menos, alguna versión actualizada del principic
de Haeckel de que la ontogénesis (el proceso de desarrollo individual)
recapitula (reproduce) la filogénesis (el curso evolutivo de la especie),
dada la afirmación de Jameson de que en las obras de arte (“auténti
cas”) se puede leer el curso de la historia hum ana toda en tanto que
sucesión y yuxtaposición de modos de producción. Sea como fuere, la
teoría jamesoniana del “inconsciente político” se sostiene definitiva
mente en una idea de “horizonte” (o “visión del mundo”) opuesta a la
de Goldmann. Lo Real, la naturaleza colectiva primitiva de la especie
es, en su concepto, un sustrato reprimido, siempre allí (o aquí, dentrc
nuestro, en nuestra psicología profunda), esperando por debajo de su¡
propias cristalizaciones ideológicas a que la crítica venga a rescatarla de
la acción del “censor”.
Digamos, por otro lado, que esto e x p lic a también otro “malen
tendido”, ya m encionado, de carácter histórico: el de la naturalezE
de las diferencias en tre Hegel y S ch ellin g. Lo que Hegel cuestiona
ra, más concretamente, a Sch ellin g no fue su concepto de totalidad
110
e ntanto identidad lógica (concepto que el propio S c h e llin g r e c h a
zara)66 sino la falta en él de un principio de irreversibilidad h istó -
• n Para Schelling, el todo no era algo e státic o , sino vital; pero,
112
De todos modos, inm ediatam ente tras la publicación de The Poli-
tical Un co n sc iou s (1 9 8 1 ), com ienzan, len ta pero inexorablem ente,
a s o c a v a rs e sus fantasías edénicas psico-tercerm undistas, lo que lo
d e v u e lv e a cierta ortodoxia hegeliano-m arxista. El capitalism o, en su
fose “tardía”, descubre entonces Jam eson, ha terminado por colonizar
aq u ello s últimos vestigios de naturaleza. Según afirma en Late Marxism
(1990), el escepticism o frankfurtiano se muestra, finalm ente, aunque
varias décadas más tarde de lo anunciado, trágicam ente real:
En la d é c a d a q u e a c a b a de t e r m in a r p e r o q u e es to d a v ía n u e s tr a , las pro
fecías d e A d o r n o d e u n “s is te m a t o t a l ” se h a n v u e lt o f i n a l m e n t e reales,
aunque e n fo r m a s t o t a lm e n te in e s p e r a d a s . A d o r n o h a sid o s e g u r a m e n
te no el filóso fo d e los tr e in ta ( l a m e n t a b l e m e n t e , p o d e m o s d e c ir hoy,
re tr o s p e c tiv a m e n te , éste h a s id o H e id e g g c r ) , ni el filósofo d e los c u a
renta y c i n c u e n t a , n i siquiera el p e n s a d o r de los s e s e n ta (lo s c u a le s h a n
sido S a r t r e y M a r c u s e , r e s p e c t i v a m e n t e ) , y, deb o d e c ir q u e , filosófica y
te ó ric a m e n te , su discurso d i a l é c t i c o a n t i c u a d o era in c o m p a t ib le co n los
setenta. P e r o e x is t e a ú n la p o s ib ilid a d d e q u e se c o n v ie r t a e n e l a n a lista
de n u estra p r o p ia é p o ca, la q u e n o v i v i ó p a ra ver, e n la c u a l e l c a p it a lis
mo tardío h a sid o ex ito so e n e l i m i n a r los últim o s b o lso n es d e N a t u r a le
za y del I n c o n s c ie n t e , la s u b v e rs ió n y lo estético , la p r a x is in d iv id u a l y
co lectiv a p o r ig u a l, y, co n un g o l p e f in a l, lo gró e li m i n a r h a s t a el ú ltim o
trazo d e m e m o r i a d e lo que y a n o e x is t e e n lo que de a l l í e n m ás es el
paisaje p o s m o d e r n o ( La te M a r x i s m , p. 5).
114
según afirma ahora, habrían sido ya erradicados), sino de explorar en
el propio concepto, o, más precisamente, en lo que él excluye: “es por
medio de la misma seudo-universalidad formal y ‘abstracción cien tífica’
[de los conceptos filosóficos] que los grilletes últimos que lo social impo
ne sobre nuestro pensamiento se nos revelan, aunque desplazados” (Late
fyíarxism, p. 37).
Ello nos plantea, a su vez, el problema de los basamentos m etacrí-
ricos de su propio discurso. Jameson es q u ien más persistentem ente
ha insistido en la necesidad de toda interpretación de confrontar sus
propias premisas y dar cuenta de sus fundam entos (es decir, afrontar
aquello que LaCapra y W hite cuidadosam ente evitan); ésta, afirm a,
debe siempre contener tam bién su propio “m etacom entario” (uno de
sus términos preferidos), de lo contrario sería autocontradictoria.71 La
teoría jamesoniana del “inconsciente p o lític o ” contendría su propia
metacrítica. Según sus postulados, ésta a n c la ría sus fundam entos y
encontraría su justificación como m anifestación de la H istoria repri
mida. La “teoría del inconsciente p o lítico ” sería, en últim a instan cia,
esa síntesis que perm itiría superar el m om ento posmodernista actual
confrontándolo con su propia antítesis, la N aturaleza —oposición que
se condensa en H istoria—. En sus escritos recientes, en cam bio, la sín
tesis que él propone se basaría en una pura d ialéctica de los conceptos,
lo que señala un desplazamiento fundam ental e instala una fisura pro
funda en su trayectoria intelectual. A un cuando la oposición N atura
leza-historia se basaba en colocar el prim ero de los términos por fuera
del devenir histórico, tal conflicto podía im aginarse aún como un con
flicto presente (con las fuerzas de la N aturaleza aún encarnadas en lo
Inconsciente y el T ercer M undo), algo que, según reconoce ahora, no
sería ya más el caso. La diferencia entre ambos conceptos, de todos
115
modos, es menos im portante que aquellas premisas que ambos tieneH
en com ún. Su teoría del inconsciente político, al igual que su
frankfurtism o posterior, ocluye toda reflexión sobre sus fundarnerrt3
em píricos concretos (“históricos”, con m inúsculas), a fin de provee3
le un basam ento a la misma no-contingente. Como señala MichaJ
S p rin k er, el freudo-hegeliano marxismo de Jam eson no es más qyj
una expresión tardía de los sixties norteam ericanos; se sostiene y reg^’
la según categorías que, lejos de expresar un sustrato eterno de Nat^
raleza (la vida social reprim ida, lo Real), son propias del progresismo
in telectu al de aquel país que se formó trein ta años atrás en el medid
dom inado por las luchas por los derechos civiles y contra la guerra
V ie tn am .72 D ifícilm ente pueda considerarse como m aterialista, coif:
cluye Sprinker, una teoría que se basa en la exclusión sistemática <fc;
toda consideración propiam ente histórica y política: “sólo de la lucia
p o lítica misma —asegura éste—puede nacer una futura teoría materia*
lista de la cultura” (ibid., p. 71).
M ás allá de la validez o no de las credenciales marxistas del traba*
jo de Jam eson, el hecho es que term ina reproduciendo aquello que1
él mismo cuestionara entre los cultores del “giro lingüístico” bajo eb
nom bre de “estrategias de contención”: hispostasiar —convertir en
absoluto—una dimensión parcial de la vida social o un régimen parti
cular de discursividad. Y, de este modo, sólo parece confirmar la impo-:
sihilidad de superar, al nivel m etatextual, el desafío textualista (con
las consecuencias relativistas extremas que éste conlleva) sin apelar
a categorías ahistóricas o parámetros trascendentes. Frente a las pre
tensiones no-contingentes de validez a la que aspira Jameson para su
teoría, vale el señalam iento de W hite de que su narrativa es “sólo una
de una serie de narrativas posibles” (M etahistoria, p. 142), todas con
los mismos derechos a pretender ser consagradas como la “verdade
ra”. N egar esto es lo que hemos definido como un intento de clausura
1 16
'rica (tratar de impedir toda elaboración posterior que tienda
®ob’e tiv a r lo s propios fundamentos metacríticos revelando con ello
* ontingencia e historicidad). S in embargo, no por ello deja de ser
w fr'm a la pregunta planteada por Jameson, y que W h ite prolijamen-
evita so b re cuál es el m ecanism o que nos lleva a elegir una narra-
¿efgrminada entre otras alternativas posibles (T he Ideologies, i, p.
160) P orque, contra lo que afirma W h ite, está claro que, como señala
1 mesón, n o cualquier narrativa es posible en cada lugar y momento
d e t e r m i n a d o s , ni podemos sim plem ente elegir entre ellas de acuerdo
C2w
J e cuestiones que otros quieren declarar de antem ano resueltas, ya
sea en uno o en otro sentido.
Esta variedad de posturas nos co n d uce a una carac te rístic a a d i
cional de la filosofía norteam ericana hoy, resultado, en parte, de esa
misma coexistencia de tendencias contrapuestas: su m arcado tono
polémico. C orrientes de ideas (com o la herm enéutica en sus distin
tas versiones, la teoría haberm asiana de la acción co m u n icativa, el
deconstruccionismo, el postestructuralism o, etc.) que en sus ámbitos
de origen suelen permanecer en relativ o aislam iento (o enfrentándose
sólo ocasionalmente) en esas tierras vien en a ponerse más sistem áti
camente en contacto, ya sea para com binarse de una m anera más o
menos ecléctica, o bien para colisionar violentam ente. T anto en uno
como en otro caso (en sus com binaciones y enfrentam ientos) sirven
para poner en evidencia dificultades m ejor disim uladas (aunque sólo
eso) en sus versiones originales. El estudio del debate cruzado que se
establece entre los tres autores antes m encionados (B ernstein, Rorty
y Maclntyre), el que se expande sobre am plias zonas del pensam iento
actual, ofrece la posibilidad para una más sistem ática exploración de
las diversas alternativas teóricas planteadas a la crítica en ese medio
tras el llamado “giro lingüístico”.
Richard Bernstein (*) es, de los tres, quien más sistem áticam en
te ha intentado escapar a las an tin o m ias que tensionan los presen
tes debates. Tras ellos, Bernstein cree descubrir (algo que pocos han
advertido) la em ergencia de un nuevo horizonte de problem as en el
cual las viejas antinom ias com enzarían a disolverse. “Estamos pre
senciando —afirm a en B e y o n d O b j e c t i v i s r n and R ela ti vis m — el fin de
una tradición intelectu al; un nuevo patrón en el diálogo relativo a
1 19
la racionalidad hum an a está cobrando forma” (Be y o n d , p. 4 8 ). Este
movimiento con stituiría, por otra parte, una corriente relativ a homo
génea que, hecho poco percibido debido a la fragm entación académi
ca que imponen las especialidades, cruzaría por igual las distintas áreas
disciplinarias. D icho “nuevo patrón de diálogo” se hace manifiesto
tanto en las filosofías sociales como en las ciencias naturales a través
de desarrollos producidos en forma relativamente independiente unos de
otros y cuya convergencia resulta, por lo tanto, sintom ática de pro-
cesos más vastos. Bernstein, en fin, se propone reconstruir el nuevo
discurso que descubre emergiendo desde sus aún dispersos y fragmen-
tarios componentes. Lo más característico de su pensam iento, pues
es su esfuerzo por tratar de relacionar las categorías y los conceptos de
las filosofías sociales contemporáneas (herm enéutica, postestructura-
lismo, filosofía crítica, leídas todas desde una matriz neo-pragmatista
de pensamiento) con aquellos análogos desarrollados recientemente
por las epistem ologías de las llam adas “ciencias duras”, mostrando,
en sus afinidades, las corrientes subterráneas profundas comunes que
las transitan. D icha integración perm itiría finalm ente aclarar, según
asegura, el sentido últim o del corriente “giro lin güístico ” y superar
aquellas aporías a las que éste parece conducir revelándolas como sólo
aparentes. Esta apelación a categorías elaboradas en el ám bito de las
ciencias naturales es, en realidad, otro de los rasgos distintivos de la
filosofía contem poránea norteam ericana. U na última característica de
la misma, y que Bernstein ejem plifica muy bien, es el afán permanen
te por tratar de h acer explícitas las im plicaciones político-prácticas de
los actuales debates teóricos.
Veamos prim eram ente cuáles son, para Bernstein, las tendencias
más fundamentales clel pensamiento actual y cómo estarían tornando
irrelevantes las antinom ias tradicionales. Según afirma, el pensamiento
moderno se erigió sobre una dicotomía “distorsionante e inconducen
te”. Dentro de sus marcos no podía escaparse a la alternativa entre “o
bien alguna forma de objetivismo, buscar un sustento últim o para el
conocimiento, la cien cia, la filosofía y el lenguaje; o bien vernos condu
cidos ineluctablemente al relativismo, al escepticismo, el historicismo
el nihilismo” (B eyo n d , p. 2). Por “objetivism o” Bernstein entiende
no sólo el llamado “realism o metafísico”, sino tam bién las doctrinas
“subjetivistas” de filósofos tales como Kant o Husserl, empeñados en
proveer basamentos perm anentes al conocim iento y la filosofía. U na
vez así redefinido el “objetivism o”, su opuesto, el “relativismo”, se des
cubre como sólo la contracara necesaria de aquél: ambos, relativism o
y objetivismo, asegura Bernstein, se encuentran interconectados y se
suponen mutuamente. Y ello porque tanto uno como otro parten de
los supuestos comunes que derivan de una misma ansiedad cartesiana
por encontrar fundamentos indubitables a la filosofía. De allí que, tan
pronto como descubrimos que no existe ral p u n t o arquimédico, que nos
encontramos atrapados en nuestra radical contingencia, no queda ya,
dentro del contexto del pensamiento carresiano-fundacionalista, otra
alternativa racional posible; en fin, no podemos entonces escapar a “las
fuerzas de la oscuridad que nos cubren de locura, al caos intelectual y
moral” (Bey o n d, p. 18). Y, sin embargo, tampoco el relativismo es más
estable como postura filosófica que el fundacionalism o cartesiano. Éste
es “autorreferencial y paradójico”, y conduce siempre e inevitablem en
te a la conocida “falacia relativista”:
124
La ta rea d e l a h e r m e n é u t i c a es e n c o n t r a r recurso s e n n u e s t r o l e n g u a j e
y e x p e rie n c ia q u e nos c a p a c ite n p a ra e n te n d e r a q u e llo s in ic ia lm e n t e
ex trañ o s s i n i m p o n e r p r e ju ic i o s c i e g o s o d i s t o r s io n a n t e s s o b re e llo s .
Si e s t u v ié r a m o s c o n f r o n t a d o s c o n a l g o t a n a j e n o q u e n o t u v i e r a n a d a
en c o m ú n c o n n u e s t r a e x p e r i e n c i a o le n g u a je , n i n g u n a a f i n i d a d de
n in g ú n t i p o , e n t o n c e s n o t e n d r í a s e n t i d o h a b l a r d e e n t e n d i m i e n t o
( B e y o n d , p. 1 4 2 ) .
B ernstein sostiene que el térm ino que Gadam er usa por “afinidad”
[Zugehörigkeit] m ejor cabría traducirlo como “pertenencia” [belonging
ness], noción en la cual la vida com unal está enraizada, del mismo
modo que los valores compartidos de una comunidad científica dada
unen a los p ractican tes o seguidores de paradigmas inconm ensura
bles entre sí. “La tarea efectiva de la conciencia histórica es la de
hacer explícita la afinidad histórica o pertenencia”, concluye Berns
tein (Beyond, p. 142). Tal concepción dialógica de la praxis humana
se encontraría en el seno del m ovim iento actual hacia más allá del
objetivismo y del relativism o, que contaría con Gadamer, Habermas,
Rorty y Arendt como sus principales representantes.
Bernstein, en realidad, sabe que éstos no se reconocen a sí mismos
como formando parte de una misma corriente intelectual. Rorty, por
ejemplo, no cree tener nada en com ún con Habermas, en cuya teoría
de la acción com unicativa no ve más que “una nueva versión de la
‘urgencia plató n ica’ por escapar de la conversación hacia algo atem-
poral que subyacería a todas las conversaciones posibles” (B eyo n d ,
p. 199). Sin em bargo, se trataría nuevam ente de una diferencia de
énfasis, o, más sim plem ente, de un m alentendido. Para Bernstein, la
idea de Habermas de una transparencia com unicativa, basada en las
condiciones universales de toda p ráctica dialógica, cabe com pren
derla sólo como “un telas (formal) y un estándar para evaluar el grado
en el cual una determ inada forma de vida sustantiva satisface dicho
telos" (Beyond, p. 188). No se trataría, pues, de una meta inm anente a
la historia (y, por lo tanto, objetiva y necesaria), pero tampoco de un
mero ideal. Según Bem stein, lo que precisam ente une a Habermas y a
Rorty, más allá de sus diferencias (juntos tam bién con A ren d t y Gada-
mer), es la creencia común en que tal idea de comunidad comunicati
va constituye, esencialm ente, una tarea, un proyecto hum ano práctico
(Beyond, p. 230).
Esta ten d en cia de Bernstein de en co n trar afinidades en doctri
nas opuestas en tre sí denuncia una perspectiva de ta l movimiento
“más allá del objetivism o y del relativ ism o ”, más como una suerte de
middle ground. que como el resultado de una au tén tica radicalización
de la contradicción entre ambos polos de dicha an tin o m ia. C on ello,
Bernstein no puede evitar que surja la sospecha de estar nivelando
aristas, en verdad, problem áticas, enraizadas en diferen cias concep
tuales ciertas y profundas, y que son las que m otorizan los debates
actuales.
Así ocurre, al m enos, con su in te n to de atribuir las diferencias
entre Kuhn y sus oponentes a meros m alentendidos. Com o ha sido
frecuentemente señalado, el punto aquí no es si Kuhn mismo abogó
o no por un irracionalism o radical (lo que él siempre negó), sino si
su teoría conlleva (más allá de las intenciones de su autor) tal conse
cuencia. De hecho, en la obra de Kuhn pueden encontrarse nociones
de “paradigma” e “inconm ensurabilidad” muy diferentes entre sí.73 Y
Bernstein, en vez de intentar hacerse cargo de las consecuencias irra-
cionalistas que co n llevan las versiones “fuertes” de paradigm a (a fin de
moverse efectivam ente “más allá del objetivism o y del relativism o”),
prefiere prohijar las definiciones más “débiles” del mismo (con lo que
inevitablemente term ina perm aneciendo “más acá” del objetivismo y
del relativismo).
126
En efecto, para B ernstein, “siempre h ay alguna superposición entre
aradigm as> superposición de observaciones, conceptos, estándares y
problem as. Si no hubiera tal superposición, no sería posible el debate
racio n al y la argum entación entre proponentes de paradigm as riv ales”
(B e y o n d , p- 85). Pero es precisam ente este tipo de superposición lo
que está en cuestión, y lo que, en últim o análisis, el holism o kuhnia-
n0 hace imposible; de lo contrario, la no ció n de “paradigm a” resulta
ría trivial, no presentaría ningún desafío real al “concepto heredado”
(en palabras de Suppe) de las teorías cien tíficas; como dice el mismo
Bernstein, nadie podría oponerse al m ism o. En este “sentido fuerte”,
la noción de paradigma implica necesariam ente inconm ensurabilidad,
ya que efectivam ente supone una “teo ría del significado” ( “cam bios
del concepto del m undo”, en palabras de K u h n ),'4 y no sólo de “están
dares” (aun cuando el mismo Kuhn no siem pre haya aceptado las con
secuencias más radicales ele su propia te o ría ).75
Wolfgang S tegm ü ller'6 ha argum entado co n vin cen tem en te que el
holismo kuhneano no necesariam ente en cierra una im agen irracio
128
misa fundam ental de su concepto neopragm atista, a saber, que
'metro últim o para m edir la validez de un sistem a de ideas resi-
He siempre, en últim a instancia, en el terreno ético . S in embargo, el
de lo teórico-epistem ológico a lo ético-práctico (en
la z a m ie n to
1 ue se haría m anifiesta la superior capacidad de las filosofías pre
sentes para superar las antinom ias trad icio n ales),79 sólo parece trasla
d a r tales dicotom ías a un terreno distinto, dejándolas, en lo esencial,
C a d a u n o d e esros p e n s a d o r e s a p u n t a , d e d i f e r e n t e m o d o , a la c o n
clu sió n d e q u e e x p e r i e n c i a s y m o d o s de e n t e n d i m i e n t o c o m p a rtid o s ,
p r á c t i c a s i n t e r s u b j e t i v a s , s e n t i d o s d e a f i n i d a d , s o l i d a r i d a d y lazos
129
a f e c t i v o s t á c i t o s q u e n o s l i g a n e n u n a c o m u n i d a d a o tr o s in d iv id u o s
d e b e n y a e x i s t i r . H a y a q u í a l g o a s í c o m o u n c í r c u l o , c o m p a r a b le al
c í r c u l o h e r m e n é u t i c o . L a l l e g a d a a la e x i s t e n c i a d e u n a fo rm a de
v i d a c o m u n a l q u e p u e d a f o r t a l e c e r la s o l i d a r i d a d , la l ib e r t a d p ú b li
c a , e l d e s e o a h a b l a r y a e s c u c h a r , a l d e b a t e m u t u o y e l co m pro m iso
c o n la p e r s u a s i ó n r a c i o n a l p r e s u p o n e f o r m a s i n c i p i e n t e s d e d ich a
v i d a c o m u n a l [ . . . ] El p e n s a d o r q u e m á s a g u d a m e n t e c o m p r e n d ió
la d i m e n s i ó n d e e s t a p a r a d o j a - q u e la r e a l i z a c i ó n d e u n a comu
n i d a d y a p r e s u p o n g a la e x p e r i e n c i a v i v i d a d e t a l c o m u n i d a d - fUe
H e g e l , q u i e n v io a la m i s m a c o m o la g r a n p a r a d o j a d e la e ra moderna
( B e y o n d , p. 2 2 6 ) .
1 30
lingüística de B em stein es aún deudora de la tradición cartesiana-kan-
tiana, es decir, busca escapar de la historia para encontrar las condi
ciones no-históricas de todo desarrollo histórico posible. Esta soslaya
el hecho de que toda “persuasión racio n al” presupone un determinado
lenguaje y es siem pre relativa al mismo. T al concepto únicam ente tie
ne sentido, pues, dentro de los marcos de los “discursos norm ales” (que
presuponen criterio s compartidos para dirim ir controversias). En los
“discursos an orm ales” (en que dichos criterios se quiebran) sólo vale la
pura retórica. “So n figuras -d ice R orty—más que proposiciones, m etá
foras antes que enunciados los que determ inan nuestras convicciones
filosóficas” ( Philo so phy and the M irror, p. 12). Según su interpretación
de la Teoría d e la Justicia de Rawls, nuestros proyectos existenciales,
como la dem ocracia liberal, pueden ser “articulados” pero no “funda
mentados” sin cae r en la circularidad:
El p r a g m a t i s t a d e b e e v i t a r d e c i r , c o n P e ir c e , q u e la v e r d a d e s tá des
tinada a t r i u n f a r [...] El só lo p u e d e d e c ir , c o n E le g e l, q u e la v e r d a d y
la j u s t i c i a y a c e n e n la d i r e c c i ó n m a r c a d a p o r los s u c e s i v o s e s ta d io s
d e l p e n s a m i e n t o e u r o p e o . Y e l l o n o p o r q u e c o n o z c a c i e r t a s “v e r d a
des n e c e s a r i a s ” y c i t a ta le s e j e m p l o s c o m o r e s u lt a d o d e e s te su p u esto
c o n o c i m i e n t o . S e tr a ta s i m p l e m e n t e d e q u e e l p r a g m a t i s t a n o c o n o c e
m e jo r f o r m a d e e x p l i c a r sus c o n v i c c i o n e s q u e r e c o r d a r a su i n t e r l o
c u t o r la p o s i c i ó n e n q u e a m b o s s e ' e n c u e n t r a n , lo s p u n t o s d e p a r tid a
c o n t i n g e n t e s q u e a m b o s c o m p a r t e n , la f l o t a n t e , i n f u n d a m e n t a d a
c o n v e r s a c i ó n d e la c u a l a m b o s s o n m ie m b r o s . E sto s i g n i f i c a q u e el
p r a g m a t i s t a n o p u e d e c o n t e s t a r a la p r e g u n t a “ ¿ Q u é h a y d e e s p e c ia l
r e s p e c t o d e E u r o p a ? ” e x c e p t o d i c i e n d o “¿ T i e n e s a lg o n o - e u r o p e o q u e
s u g e r ir q u e se a d e c ú e m e jo r a n u e s t r o s p ro p ó s ito s e u r o p e o s ? ” (C u n se -
q u e n c e s o f P r a g m a t i s t a , p. 1 7 4 ) .
132
cos-dice Rorty—no hay respuesta a la pregunta ¿por qué no ser cruel?
no Sea el recurso teórico circular de afirm ar la creencia en que la
Crueldad es horrible” (Contingency, p. xv).
Tal actitud de Rorty va a generar previsibles resistencias entre los
anherentes a nociones más tradicionales del liberalismo, quienes tra
tarán de demostrar cómo dicha actitud resulta destructiva de esta tra
dición (y, en última instancia, termina siendo autodestructiva como
proyecto filosófico). En un libro recientem ente publicado, The New
Constellation, Bernstein toma distancia de las posturas de Rorty (a quien
antes incluyera dentro de su propio proyecto de ir “más allá del relati
vismo y del objetivism o”) . E n él, Bernstein sigue una línea crítica
respecto de Rorty sim ilar a la que Habermas ensayara respecto de Fou
cault,83 es decir, trata de mostrar que su discurso resulta autorreferencial
y por lo tanto, cae en una contradicción perform ativa.84 De hecho,
dice Bernstein, Rorty no pretende estar contando historias graciosas,
155
sino que constantem ente hace afirmaciones de hecho, “las que tienen
una referencia im plícita hacia el futuro y a las cuales debemos sonietef
a un cuidadoso escrutinio y evaluación” ( T h e N e w Constellation, p. 22).
A lgunas de ellas asum en incluso el carácter de postulados de valida
universal, como, por ejem plo, “que todos tenemos capacidad de auto-
creación, que todos debemos tratar de ev itar la crueldad y hurnillaj
al otro, que todos debemos esforzamos por fortalecer las instituciones
liberales e increm entar la solidaridad h u m an a” (The N e w Constelia-
tion, p. 278). Pero su negativa a fundam entar tales postulados por otio
medio que la afirm ación de que “éste es mi vocabulario fin al” (Rorty,
T he M irror o f Nature, p. 73) busca inmunizarlos a la crítica, trastocando
su liberalismo en un “fideísmo absolutista”. “Es difícil —dice Bernstein
respecto de su ex compañero de estudios en Chicago—encontrar alguna
diferencia que haga realm ente una diferencia entre la ironía de Rorty y
el cinismo de M ussolini” (T he N ew Constellation, p. 283).83
Por otro lado, tal carácter autorreferencial de su discurso priva a
éste de todo contenido positivo. De hecho, Rorty no puede ya proveer
ningún criterio para distinguir la solidaridad que él propugna de la
crueldad que combate:
P ero R o r t y t a m b i é n a f ir m a q u e lo q u e c u e n t a c o m o c r u e l d a d y humi
ll a c i ó n d e s d e la p e r s p e c t i v a d e u n v o c a b u l a r i o p u e d e n o s e r ’juzgada
c o m o ta l c r u e l d a d d e s d e la p e r s p e c t iv a d e o tr o v o c a b u l a r io . Incluso lo
134
q u e noso tro s lla m a m o s a h o r a c r u e l t o r t u r a p u e d e s e r r e d e s c r ip t a d e u n
m o d o e n que p u e d a n o ser v i s t a c o m o c r u e l . A s í , la d e m a n d a d e d i s
m in u ir la c r u e ld a d es u n a a b s t r a c c ió n v a c í a a m e n o s q u e d e m o s u n a
e s p e c ific a c ió n c o n c r e t a d e lo q u e d e b e n s e r t o m a d o s c o m o e j e m p l o s
d e c r u e ld a d . N o sólo la p r e g u n t a “¿Por q u é n o s e r c r u e l? ” es i n c o n t e s
ta b le , sin o t a m b ié n “¿P o r q u é to m a s e s t o c o m o u n caso c o n c r e t o d e
c r u e ld a d y n o su o p u e s t o ? ” [...] N o r e q u i e r e m u c h a i m a g i n a c i ó n r e d e s -
c r ib ir m u c h o s (q u iz á s la m a y o r í a ) d e los c o n f l i c t o s p o lít ic o s e n u n a
s o c ie d a d lib eral c o m o c o n t r o v e r s ia s a c e r c a d e la c r u e ld a d ( T h e N e w
C o n s t e l l a t i o n , p. 2 8 4 ) .
1 35
an terio r p o stura a la que con sid era ahora “un in ten to de reconci
liació n forzada entre elem entos que resisten su reducción mutua*
(T h e N e w C o n s t e ll a t io n , p. 12). Lo que antes v e ía como una ten
den cia re la tiv a m e n te coherente h acia un “más a llá del objetivismo
y el re la tiv is m o ” lo im agina ahora como una “c o n ste lació n ” [expre
sión que tom a de Adorno, v ía Jay (* )],8' es d ecir, “un racimo de
elem entos cam b ian tes no integrados sino yuxtap uestos que resisten
su red u cció n a un común denom inador, núcleo esen cial o primer
principio g e n e ra tiv o ” ( T h e N e w Con stell ation, p. 9 ) . En este caso
la c o n ste lac ió n presente se conform a a partir del “cam po de fuer-
zas” form ado por la in teracció n dinám ica del com p lejo modernis
mo /p o s m o d e r n i s m o.
La idea de “constelación” apunta, por un lado, contra todo falso
esen cialism o , incluido el que llev a im plícito la no ció n gadameria-
na de “fusión de horizontes”, la que, asegura ahora Bernstein, “no
hace ju sticia a aquellas rupturas que obstruyen nuestros intentos por
reco nciliar diferencias de horizontes ético-políticos” (The N ew Cons-
telladon, p. 10). Pero tal com plejización de su perspectiva no lo lleva,
sin em bargo, a desesperar com pletam ente de la idea de “comunidad”,
sino a enfatizar su carácter como principio regu lativo práctico. “La
búsqueda ele afinidades y diferencias entre tradiciones inconmensu
rables es siem pre una tarea y una obligación —tina A.ufgabe~. Es la res
ponsabilidad prim aria de los participantes reflexivos en toda tradición
vital su stan tiv a”, insiste Bernstein. “Incluso toda relación asimétrica
—asegura—es una relación.” Lo que está en juego, en último análisis,
no es un e t n o s sino un ethos, la posibilidad de conform ar un diálogo
com unicativo real, sin imposiciones, que aleje la “barbarie” que, ase
gura B ernstein siguiendo a John Murray, “am enaza cuando el hom
bre cesa de discutir según leyes razonables” (The N e w Constellation,
p. 339). “El compromiso pr á c ti co con la desafiante c n c r g c i a de la razón
s' V é a s e M a r t i n Jay, T h e D i a l e c ti c a l J m a g i n a t i o n y A d o r n o .
136
c o m u n ic a tiv a es
base -quizás la ú n ica base- para la esperanza” ( The
la
Js]eu>Constellation, p. 53).
Este redoblado énfasis de B ernstein en la dim ensión “ético-prác
tica” de su concepto de comunidad sólo en parte estuvo determ ina
do por su distanciam iento de R orty; en él se conjugan tam bién las
conclusiones extraídas por él de otro debate, menos estridente, que
lo enfrentó con A lasd air M acIn tyre.(* ) Fue esta últim a polém ica la
que finalmente (y luego de un período de incertidum bres teóricas)
le demostró que el concepto gadam eriano de “fusión de horizontes”
no ofrecía realm ente una altern ativ a v álid a al relativism o de Rorty.
Esta evolución se puede seguir en la distan cia que separa los dos tex
tos en los que B ernstein se refiere, sucesivam ente, a sendas obras de
MacIntyre.
En “Nietzsche or Aristotle?” (1 9 84 ) Bernstein reseña After Virtue
para criticar las consecuencias relativ istas que, para él, encierra el
concepto de M acIntyre de práctica. S in embargo, lo más perturbador
del punto de vista de M acIntyre es para Bernstein el hecho de que
partiera de premisas demasiado parecidas a las suyas para sacar de ellas
las consecuencias lógicas que él mismo se niega a extraer.
El punto de partida de M acIntyre es el mismo de Bernstein, es decir,
el doble rechazo tanto del relativism o como de la posibilidad de apelar
a estándares transhistóricos a fin de dirim ir cuestiones de legitimidad
práctica y/o validez teórica. Para ambos, así como no hay “verdad”
alguna fuera de un marco teórico, tampoco hay “deber” por fuera de
los marcos de relaciones sociales tradicional o históricam ente defini
das. Sin embargo, esto no significa que no sea posible el entendim ien
to mutuo y la coexistencia entre miembros de tradiciones extrañas
entre sí. Y es a partir de este punto que los senderos de M acIntyre y
de Bernstein se bifurcan: el primero se mostraría mejor dispuesto que
el segundo a hacerse cargo de (aunque tampoco, como ya dijimos, a
aceptar) las consecuencias relativistas que conlleva la noción de la
inconmensurabilidad entre tradiciones opuestas. Lo quizás paradójico
de MacIntyre es que tal aplicación de la grilla kuhneana “fuerte” al
137
ámbito de la ética lo conduzca a redescubrir a A ristóteles y su concep.
to de “virtud”.
En su Etica d e Eudemonio (m ejor que en su Etica n i c o m a q u e a ) , Atis-
tóteles define el concepto funcionalista de la m oralidad, según el cuaj
no existe obligación que no sea relativ a a un determ inado rol y propó
sito particular. A ristóteles no h acía con ello, según afirm a Mac-Inty.
re, más que form ular teóricam ente el principio en el que se funda la
moralidad propia de toda sociedad premoderna —m oralidad que la ilu.
sión posterior en la libre autodeterm inabilidad del sujeto barrió junto
con los lazos que hasta entonces conectaban al individuo con sus con
diciones sociales de existencia—:
T o d a f o r m a c o h e r e n t e y c o m p l e j a d e a c t i v i d a d h u m a n a cooperati
v a s o c i a l m e n t e e s ta b le c id a a t r a v é s d e la c u a l los b ie n e s in tern o s a tal
a c t iv id a d se re a liz a n e n el c u r s o d e l in t e n t o por a lc a n z a r los estándares
de e x c e l e n c i a ap ro p iad o s a, y p a r c ia l m e n t e d e fin id o s p o r, tal forma de
a c t iv id a d , c o n el c o n s ig u ie n t e r e s u lt a d o de que las fuerzas h u m a n a s para
a lc a n z a r la e x c e l e n c i a , y los c o n c e p t o s h u m a n o s d e los fin e s y bienes
in v o lu c r a d o s , so n s is t e m á t i c a m e n t e a m p liad o s ( A f t e r V i r t u e , p. 187).
Lo que M acln tyre llama “bienes internos” son, pues, aquellos defini
dos por la p ráctica respectiva. Formar parte de una práctica (como,
138
por ejemplo, el juego de ajedrez, la p in tu ra, etc.) co n lleva la acepta-
ción de los estándares y normas que le son inherentes y u n compromi
so con la consecución de sus “bienes internos’’. M acln tyre distingue
tales bienes “internos” (el logro de la excelen cia) de los “externos”
(como la búsqueda de prestigio, d in ero , e tc .), que, au n q u e puedan
estar involucrados en el ejercicio de una práctica, no son inherentes
a la misma, dado que bien pueden obtenerse m ediante otros medios.
Esta falta de conexión de los bienes externos respecto de las prácti
cas confiere a su logro una significación puram ente in dividu al; sólo la
realización de los bienes internos puede ser reconocida com o un logro
por la comunidad toda de los p ractican tes de esa actividad, que se ven
igualmente beneficiados con ello.
Los b ie n e s e x t e m o s so n o b je to s d e c o m p e t e n c i a e n los q u e h a y g a n a
dores y t a m b i é n p e rd e d o re s. L o s b i e n e s in t e r n o s so n , ig u a l m e n t e , el
resultado d e u n a c o m p e t e n c i a p o r s u p e r a r s e ; pero es c a r a c t e r í s t i c o de
ellos q u e su lo g r o es u n b ie n p a r a l a c o m u n i d a d to d a d e q u i e n e s p a r ti
cipan e n esa p r á c t i c a (A f t e r Vi r t u e , p. 1 9 0 ) .
139
una con d ición sin la cual ésta no es viable; el “vicio ”, por el contra
rio, es todo aquello que im pide el desenvolvim iento de la misma. D<
a llí se desprenden dos corolarios. Primero, que el “vicio” no pued<
ser, d en tro de una p rá ctic a que efectivam en te funciona, más qyf
algo aislad o: su generalización (como la m en tira, para K ant) serí;
au toco ntrad ictoria, y, en últim a instancia, destructiva de tal prác
tic a .88 Seguiado, tal d efin ició n de “virtud” im plica que su ejercicic
se h a lla inescindiblem ente ligado a un cierto saber, que deriva de
co n ocim iento de las exigencias, metas y posibilidades de la práctic;
m ism a. De a llí que no existiera, para A ristó teles (como para el reste
de los miembros de las sociedades prem odernas) una “m oralidad” er
gen eral. La distinción entre cuestiones de hecho y de derecho care
cía para él de sentido. Phronesis es, precisam ente, ese tipo de conocí
m iento o facultad que perm ite juzgar lo que cabe a cada situación t
lugar (A f t e r Virtue, p. 154).
V olviendo a la crítica de Bernstein, lo preocupante, para él, de est<
concepto de “virtud” es que no parece ser susceptible de delimitar e
rango de prácticas legítim as de las que no lo son. “Tal concepto de
bien —dice Bernstein—no lim ita la ‘arbitrariedad subversiva’ que pued<
invadir a ‘la vida moral’; por el contrario, sin ninguna calificación, pue
de fácilm ente conducir a tal arbitrariedad” (“Nietzsche or Aristotle?”
p. 19). Desde este punto de vista, “incluso la tortura puede convertirs<
en una práctica” (ibid., p. 13), lo que, en el concepto de Maclntyre
equivale a afirmar el ejercicio efectivo, por parte de sus participantes
de las virtudes básicas (c o r a j e , justicia y honest ida d) que permiten e
logro de sus “bienes internos” a tal práctica.88 La única vía que le qued:
140
a b ie r t a a un aristotélico como M aclntyre para romper con la tiranía de
Jas tradiciones, la que conduce a un relativismo irremontable, es seguir
a Aristóteles hasta el final y aceptar también su idea de la existencia
¿e un telos único para el conjunto de la hum anidad (o bien conce
bir alguna especie de superpráctica, como la acción comunicativa de
H a b e r m a s , que defina un horizonte moral común a las diversas cultu-
!as) algo que, sin "embargo, M aclntyre no está ya dispuesto a conceder.
El resultado no puede ser otro que una mezcla inestable de relativismo
y p o s i t i v i s m o , un intento vano por “sintetizar e integrar lo que es fun
damentalmente incom patible —el tipo de entendim iento metafísico
característico de la filosofía griega con el tipo de historicismo que sólo
tiene sentido en el marco de las filosofías modernas o post-hegelianas—”
(“Nietzsche or Aristotle?”, p. 23).
Lo que aquí interesa, de todos modos, es señalar la enseñanza que
Bernstein extrae de este debate. Para él, la lección fundamental que deja
After Virtue, en contra de las intenciones de su autor, es que no parece
haber realmente alternativa válida al gran “o bien/o bien” que en Beyond
Objectivism Bernstein creía ver ya superado; en fin, que debemos apren
der a aceptar tal antinomia como la fuente de una tensión.ineliminable
(o , que, al menos, si efectivam ente existe una salida a la misma, estamos
aún lejos de hallarla):
El p r o b le m a b e y es c ó m o p o d e m o s v iv ir c o n e l c o n f lic t o y la t e n s ió n
e n tr e la “v e r d a d ” i m p l í c i t a e n la tr a d ic ió n d e las v ir tu d e s y la “v e r d a d ”
de la ilu s t r a c ió n . Esto es lo q u e la p ro p ia n a r r a t i v a d e M a c ln t y r e r e v e -
142
ulturas extrañas; ni siquiera que sea el resultado más probable. Pero
basta a M aclntyre con que en algunas ocasiones sí ocurra (es decir,
que sea, al menos, en principio, posible) para perm itirle formular un
criterio de falsabilidad que no presuponga ya parám etros absolutos de
conmensurabilidad, y aleje, al mismo tiempo, el peligro del dogmatis-
mocultural y tradicional. Prueba, en fin, que una tradición de interro
gación determinada ha sido capaz de reconocer, en su momento y en
su lugar, que, seg ú n sus propios estándares, la tradición contraria ofrecía
explicaciones a sus problemas que e lla misma no podía proveer:
Lo q u e la e x p l i c a c i ó n p r o v is t a p o r la tr a d ic ió n e x t r a ñ a r e v e l a e n t o n
ces es u n a f a lt a d e c o r r e s p o n d e n c i a e n t r e las c r e e n c i a s d o m i n a n t e s e n
la p ro p ia t r a d ic ió n y a q u e l l a r e a l i d a d e x p u e s t a p o r l a e x p l i c a c i ó n m á s
ex ito sa, y q u e b ie n p o d r ía s e r é s t a la ú n ic a e x p l i c a c i ó n q u e los m i e m
bros d e d i c h a t r a d ic ió n h a b r í a n p o d id o d e s c u b rir . D e a l l í e l r e c la m o d e
verdad , d a d o q u e las q u e h a n s id o h a s t a e n t o n c e s sus p r o p ia s c r e e n c ia s
h an sid o d e r r o ta d a s (W h o se J u s t i c e p. 3 6 5 ) .
144
beyond objectivism a n d relativism—. “La respuesta -asegura ahora—a la
anienaza de este fracaso práctico -q ue a veces puede ser trágico—deber
ser ética, esto es, asum ir la responsabilidad de escuchar con atención,
usar nuestra im aginación lingüística, em ocional y cognitiva para cap
tar 1° <4ue es expresado y dicho en tradiciones ‘extrañas’” (“U na revi
sión”, PP- 13-14)- Este nuevo acento en la instancia “decisionista” o
“voluntarista” no resuelve, de todos modos, el dilem a original p lan tea
do en Beyond Objectivism.
En última instancia, lo que la necesidad de este giro ético-práctico
revela es que la potencia de sus argum entos en contra de la autorre-
ferencialidad de un discurso que, como el de Rorty, se niega a dar
cuenta racional de sus fundamentos norm ativos (postulándolos sim
plemente como “éste, mi vocabulario fin a l”), no implica haber esca
pado a la crítica de éste (R orty) respecto de la circularidad, a la que,
según él, su propia argum entación se vería entonces empujada. Este
punto ciego del neopragm atism o ético de Bernstein se hace m an i
fiesto tan pronto como uno pregunta quién es el sujeto de tal d eci
sión de abrirse al diálogo y la argum entación racional, a quién, en
definitiva, Bernstein trata de interpelar. T al exigencia contiene ya,
como su premisa, el supuesto de la existen cia de interlocutores tales,
“participantes reflexivos de una tradición v ital sustantiva”, es decir,
sujetos ya comprometidos con un determ inado ethos,92 (con lo que su
llamado se torna tautológico). Y la justificación de cómo es posible
la existencia de sujetos tales nos devuelve al mismo tipo de circula-
ridad argumentativa presente en la idea gadam eriana de com unidad
(y que había llevado a Bernstein a abandonar la misma): éstos deben
existir, asegura B ernstein, porque de lo con trario no sería posible,
92 Siguiendo con la serie J e trad u cc io n es p ro p uesta por B ern stein , cab ria c o m p arar
su idea de ethos con la de P o p p e r de “h o n e stid ad i n t e l e c t u a l ”, co ncepto p r o b le m á tic o
y al que Feyerabend d e n o m i n a r a “mero eslogan p a r a in tim id a r a los m odestos o p o
nentes” (Paul Feyerabend, C o n tr a e l m é t o d o . E s q u e m a d e u n a teorí a a n a r q u i s t a d el cono
cimiento, Buenos Aires, H y s p a m é r ic a , 1984, p. 8 4 ).
145
precisam ente, diálogo com unicativo alguno. De este modo, termina
confirmando, por la negativa, aquel postulado básico de Rorty (qUe
el liberalism o no puede justificarse a sí mismo sin circularidad), cuya
aporética, sin embargo, tan hábilm ente desm ontara. M ás grave aun
su postura contiene im plícito un cierto principio de escisión de con
secuencias potenciales análogam ente etnocéntricas a las de Rorty, es
decir, afirma tácitam en te que sólo aquéllos (los sujetos comprometi
dos con cierto e t h o s ) pueden, a su vez, decidir quiénes form an parte
legítim a del mismo, es decir, conforman un etnos (y se encuentran
por lo tanto, h abilitad os para opinar racionalm ente sobre las cuestio
nes colectivas), y quiénes no.
El concepto “d ecisio n ista” se revela aquí, pues, no más estable que
la idea transaccional que domina en B e y o n d . Llegado a este punto,
Bernstein se vería obligado, como Fish en sus trabajos tempranos, a
moverse sim ultáneam ente en dos direcciones incom patibles entre sí.
En realidad, repetirá motivos ya conocidos desde B e y o n d , sólo que lo
que entonces les daba una unidad (u n a perspectiva decididamente
ecléctica de las tendencias intelectuales actuales) se hab ría quebra
do ya. Y esto se traduce en afirmaciones sim plem ente ininteligibles,
como la de que “esta irreductible alteridad no significa que no haya
nada en común entre el Yo y su genuino ‘O tro’” (T he N e w Constella
tion, p. 74). D efinitivam ente, no va a ser fácil para B ernstein expli
car cómo es que “rad ical alteridad no significa que no haya nada er
com ún”. Sin em bargo, lo intenta in m ed iatam en te a continuaciór
asegurando que es necesario que haya algo en común, porque, “si nc
lo hubiera, nos encontraríam os nuevam ente en las aporías del relati
vismo autodestructor (self'defeating) y/o del perspectivism o”. Por otre
lado, es necesario que haya “radical alterid ad ”, auténtica “otredad de
O tro”, porque, de lo c o n t r a r i o , “n o habría ética posible”. “Debemos
por lo tanto, resistir —concluye Bernstein—al doble peligro de la colo
nización im perialista y el exotismo in au tén tico en el encuentro cor
el ‘O tro’” (ibid., p. 74 ). Esto, sin em bargo, muestra p o r q u é suponf
Bernstein que d e b e haber ambas cosas opuestas a la vez, pero no cómt
146
gsposible que ocurra tal cosa. Dada la falta de u n a exp licación a esta
aporía (no menor que aq u ella a la que conduce el “relativism o auto-
d estru ctor y/o el perspectivism o”), uno no puede evitar la sospecha
deque algo debe estar funcionando mal en el propio planteo que pos-
tula la necesidad de la existen cia de dos cosas contradictorias en tre sí
al mismo tiempo.
Y, para M acIntyre, lo que an da mal en el p lan te o de B ernstein
-que, según asegura, lo llevó a m alinterpretar su concepto de “virtu d ”
como una mera pieza de análisis co n cep tu al- es una narrativa que se
sitúa “enteram ente a nivel del pensam iento” ( “B ernstein’s D istorting
Mirrors”, p. 33). Para M acIntyre, por el con trario, toda ética (com o
la aristotélica, por ejem plo) se encuentra siem pre ya encastrada en
una determinada práctica, forma parte integral de un modo p articular
de vida (la polis ateniense, en este caso), y sólo en el marco de ésta se
toma inteligible. El tipo de superioridad de u n a tradición sobre otra
que él descubre no es m eram ente teórica; reside en la capacidad de un
modo de vida dado de integrar a otros en sus estructuras com unales y
en el complejo de sus virtudes inherentes (ibid., p. 35).
Esta crítica de M acIntyre se aplica no sólo a los discursos ético-
moralizantes al estilo del de Bernstein. El énfasis en la con tin gen cia
de nuestros valores por parte de Rorty no hace su punto de vista iró
nico más histórico que el de Bernstein. T am bién R orty “parece d eter
minado a considerar los argum entos como objetos de investigación
abstraídos del contexto histórico y social” (A f ter Virtue, p. 267). Se
entiende entonces por qué los cambios en las prácticas y los valores
sociales sólo pueden aparecer a éste como el resultado de la acción
de individúe» superiores (sujetos no menos transhistóricos que la é ti
ca bernsteniana), los filósofos-poetas, capaces de desprenderse de sus
investiduras seculares (algo que, aparentem ente, no le sería dado al
resto de los mortales, encerrados en los confines de sus vocabularios
“normales”) y proponer la apertura a un nuevo discurso. “Su método
-dice R orty—es describir m ontones y m ontones de cosas de nuevos
modos, h asta que crea un nuevo patrón de conducta lingüística, el
147
cual te n ta rá a la generación em ergente a ado p tarlo ” ( Contingericy
p. 9). La in gen u id ad h istó rica (en realidad, n ad a ingenua) de ta¡
cuadro del cam bio en los vocabularios (una obvia simplificación cje
procesos d efinitivam ente mucho más complejos) se encuentra, pien-
sa, en la base de una filosofía que sólo puede ver la em ergencia de lo
nuevo com o un acaecer azaroso y misterioso, “como cuando un rayo
cósmico se estrella contra un átomo en una m olécula de a d n ” (Con-
tin gency, p. 17) Según señala M aclntyre, “tam bién el perspectivista
fracasa en reconocer cuán integral es la noción de verdad a las formas
de interro gación constituidas tradicionalm ente. Esto lo lleva a supo
ner que uno puede tem porariam ente adoptar el punto de vista de una
tradición y luego cam biarlo como se cambia de tra je ” ( W h o se Justice]
p. 367) (e l concepto de “superación de una trad ició n ” de Maclntyre
intenta señ alar, precisam ente, el carácter cultu ralm en te determina
do de todo intercam bio com unicativo entre tradiciones encontradas,
orientando la m irada sobre las condiciones m ira-paradigm áticas de
posibilidad del mismo).
En d efin itiv a, tanto el objetivism o como el relativism o expresan,
para M acln tyre, las ilusiones de una sociedad individualista que colo
ca ideas, norm as y sujetos por encim a de su contexto de producción
y recepciém. El posmodernismo no hace sino radicalizar la tendencia
típicam ente moderna a la abstracción:
148
postrar la necesidad de devolver los textos a su contexto, reintegran-
dolos en la esfera histórico-práctica de la que emergen, es la enseñan
za aún vigente de la tradición aristotélico-tom ista. Según esta última
perspectiva,
Toda p r o p o s ic ió n d eb e ser c o m p r e n d i d a e n su c o n t e x t o c o m o el p ro
ducto d e a l g u i e n q u e se h a h e c h o d e e s te m o do r e s p o n s a b le por su afir
m ación a n t e c i e r t a c o m u n id a d c u y a h is t o r ia h a p r o d u c id o u n c o n ju n to
co m p artid o d e c a p a c id a d e s p a r a la c o m p r e n s ió n y e v a l u a c i ó n d e tales
prop osicio n es. C o n o c e r n o sólo lo q u e se d ijo , sin o p o r q u i é n y a q u ié n ,
en el curso d e q u é h is to r ia d e d e s a r r o llo a r g u m e n t a l, in s tit u c io n a liz a d a
dentro d e q u é c o m u n id a d , es la p r e c o n d ic ió n p ara u n a re sp u esta a d e
cuada a e s te t ip o d e tr a d ic ió n (T/iree R i v a l Ve rs ic ms , p. 2 0 á ) .
149
ca, en el sentido tradicional del térm ino). Lo que lleva a confundirla
posturas de M aclntyre con las de Skinner es, precisam ente, su negativa
(que es más bien una imposibilidad) a aplicar la noción de tradicional
análisis de los fundamentos (inevitablem ente, no menos contingentes
que los de sus oponentes) de su propio discurso —es decir, convertirse
en su propio metadiscurso—, lo que hubiera sido el corolario lógico a su
empresa filosófica (y también su autoanulación como tal).
En el caso de M aclntyre, esta im posibilidad hay que atribuirla a
las pretensiones normativas que se arroga su concepto aristotélico de
virtud. La afirm ación de la superioridad no contextualm ente determi
nada de esta últim a tradición respecto de sus competidoras (las que
a la postre, se vieron reducidas a dos básicas más, la ilum inista y h
genealógica nietzscheana, siendo la últim a, a su vez, sólo el corolario
natural de la prim era) obliga a M aclntyre, contra todo lo que vena
sosteniendo (gran parte de W h o s e Justice? está dedicada a mostrar las
distorsiones a que los términos aristotélicos se vieron expuestos siem
pre que se los intentó aplicar a contextos extraños al suyo), a terminar
desprendiendo los valores definidos dentro de ella de su ámbito de
emergencia originario y proyectarlos como principios cuasi-universa-
les de validez transhistórica (o transtradicional):
150
decir, una historia del pensamiento puro. En vano se buscará en ella un
apálisis de las instituciones y prácticas a las que supuestamente esas teo
sas que él estudia encam an. La ausencia de dicho análisis se justifica
por un concepto de la experiencia sim ilar al de Jameson. Según afirma
j^aCIntyre, “en la m edida en que todos vivim os nuestras vidas de acuer
do a narrativas y entendemos las mismas a partir de éstas, la forma de la
narrativa es apropiada para el entendim iento de los otros. La historias
s o n vividas, antes de que sean contadas” (p. 212). Esto supondría, pues,
El uso de M a c l n t y r e de la n a r r a t i v a c o m o m o d e lo d e la v i d a m o r a l m e
parece ju s t if ic a d o !...] [pero] el p r o b l e m a e s e n c i a l a q u í es q u e la fo rm a
n arrativa t i e n e q u e ser de una e s p e c i e d i s t i n t a a la t e m p o r a l i d a d v i v id a ,
de lo c o n tr a r io , n o t ie n e s e n tid o tr a z a r la a n a l o g í a e n t r e a m b a s . 9’
M S e g u r a m e n t e B ern ste in tío está solo cuando afirm a qu e “no creo, en concreto,
que h a y a justificado su a f ir m a c ió n de que la trad ic ió n a r isto télic o -to m ista de justicia
y r a c io n a lid a d s e a r a c io n a lm e n t e superior a sus r iv a le s ” ( “U n a revisió n ”, p. 12). Pero
el p u n to v e r d a d e r a m e n t e c r ít ic o aqu í, como d ijim o s , es q u e tal a firm ació n resulta
c o n t r a d ic t o r ia con el propio c r it e rio de M a c ln ty re p ara d e f in ir la superioridad de una
d e te r m i n a d a tradició n.
152
en que comienzan las diferencias entre las tres tradiciones rivales.
tyhose Justice? concluye precisam ente con la afirm ación de que “el
«unto que mis argumentos h an alcanzado [...] es aquel en que no se
ede seguir hablando sino desde dentro de una tradición particular de
Jjn modo en que conlleva necesariam ente el conflicto con las tradicio
n e srivales [...] De aquí en más debemos comenzar a hablar como prota
gonistas de uno de los partidos contendientes o callar” (p. 401). ¿Cabe
entender, pues, que la filosofía toda de M aclntyre, incluida, obviam en
te su idea de la superioridad de la tradición aristotélica, se sitúa en esa
supuesta región compartida por la tres tradiciones competitivas y ajena
aún a las rivalidades entre las mismas?
Esta última afirmación de M aclntyre resulta definitivamente difícil de
comprender (sobre todo, porque no puede ser justificada desele su propia
teoría), aunque es, por otro lado (siempre dentro de su propia teoría), la
única fonna por la que puede intentar validar su discurso. El punto críti
co aquí es que los argumentos fundamentales de la filosofía de M aclntyre
parecen vivir de un permanente “estado de excepción” (es decir, de la
suspensión temporaria, pero una y otra vez reiterada por inevitable, de
las pautas que él mismo propone); como los dioses antiguos que estudia
y el sujeto moderno (o su versión del mismo) que critica, este autor ha
hecho un método de, ante Ices dilemas fundamentales que se le plantean,
decidirlos mediante intervenciones puntuales, o elecciones personales,
sin por ello resolverlos. Sin embargo, si sus soluc iones son excesivamente
personales para servir de ejemplo, los problemas que se plantea manifies
tan tensiones que cmzan toda la filosofía actual.í>~ '
95 En la ú ltim a ele sus obras M a c l n t y r e h ac e una in te re san te referencia (aun que aún
no saque las c o n se c u e n c ia s o b v ias q u e co n ella se im p o n e p ara su propia n a r ra t iv a )
a modelos qu e, c o m o el propuesto por M a rs h a ll S a h lin s en su obra Islas d e hi st ori a,
intentan an alizar fenó m en o s c o n c r e to s de en cu en tro s e n tr e c u ltu ras e x trañ as, y c u y o
estudio puede a y u d a r a e x p lic a r c ó m o se p ro d ucen aqu ello s procesos que, como afirm a
Maclntyre, e f e c t iv a m e n t e re su ltan e n m o d ificacio n es d r a m á t ic a s de tradiciones, in s t i
tuciones y c r e e n c ia s al m enos e n u n a d e las culturas in v o lu c ra d a s.
153
En d efinitiva, la filosofía de M acIntyre, como las de Rorty y B ern «*
tein, ilustra las dificultades con las que el “giro lingüístico” tropi^SB
toda vez que afronta la tarea de escudriñar en sus propios fundamentóla
epistém icos.96 Pero si en la suya tales dificultades se manifiestan
claram ente es porque en ella se ponen en juego tam bién una serie d ea
elem entos que las de los anteriores tienden a ignorar o soslayar. Tanr0J ¡
el “irracionalism o” de R orty como el pragm atism o ético de Bemsteinll
no son sino formas distintas pero análogas de establecer distinciones 1
entre n iveles de discurso a fin de producir una clausura metacrítica (el í
primero, colocando su filosofía por encim a de cualquier evaluación 1
n o rm ativ a, declarándo la sim plem ente com o “éste, mi vocabulario 1
final”;97 el segundo, colocando sus fundamentos éticos en un terreno 3
'V
154
»máticO'universal desprendido de sus an clajes histórico-sociales),
^ m so q u e parece inescapable, a fin de validarse, al m enos para aque-
{jas filosofías que, situadas a un n iv e l ético-práctico, pretenden fijar
e r i e n t a c i o n e s normativas. Sin em bargo, esta distin ció n entre niveles
no se puede m antener inm utable frente a las exigencias de una fun-
l a m e n t a c i ó n racional, algo que M acln tyre percibe más claram ente.
155
parte integral de su proyecto, sino que surge más bien de la sistemática
negación de sus postulados básicos. Y, si bien ello es inevitable dentro
de su filosofía dadas las aspiraciones norm ativas que él mismo le impo
ne, aun así tiene el mérito, especialmente en su (aparente) regreso al
contextualismo de tono skinneriano, de apuntar hacia algunos de los
puntos ciegos del presente “giro lingüístico”. Lo que Bem stein y Rorty
por la negativa, y M aclntyre algo más explícitam ente nos muestran es
que la pregunta original con que abrimos este trabajo sigue, en realidad
pendiente. Si resulta claro ya que no existe una historia independiente
de toda narrativa, es igualmente cierto que no cualquier narrativa es
en cualquier m om ento y lugar, posible. Y la delim itación del rango de
interpretaciones aceptable en cada momento y lugar (la cuestión her
menéutica fundam ental que desvelara a Skinner) nos devuelve siempre
al problema de la consideración del contexto de emergencia y recepción
de tales discursos. El carácter inestable de la filosofía de M aclntyre sur
ge, como en el caso de Jameson, de una más clara conciencia del hecho
de que, a pesar del largo camino recorrido en este “giro lingüístico”, éste
no nos libra de la consideración de aquellos sistemas de relaciones socia
les y prácticas más vastas (que, si bien se encuentran siempre ya media
das sim bólicam ente, no por eso pueden reducirse a puras relaciones
lingüísticas) sólo en cuyo marco pueden comprenderse los procesos por
los que un lenguaje determinado se transforma históricam ente. Frente
a los postulados de' un LaCapra, quien insiste en que ningún texto es
reducible a su contexto (o que, al menos, toda obra de arte auténtica se
rebela siempre contra él y lo supera significativam ente), vale el señala
miento de M aclntyre de que no se puede desconstruir un discurso deter
minado (o tradición) sino desde dentro de' otro, el que, a su vez, plantea
el problema de sus propias condiciones de emergencia y recepción. En
fin, que existe en los textos una instancia (que no es exterior a los mis
mos, sino que representa sus mismas condiciones de posibilidad) que
siempre los trasciende; que los mismos no pueden, por lo tanto, como
tampoco puede el sujeto, “pensar por sí mismos si piensan enteramente
por sí mismos” ( W h o s e Justice?, p. 396).
156
Conclusión
157
soluciones que han buscado negociar algu n a suerte de compromiso
ecléctico entre el antiguo realismo y el nuevo textualism o (del tipo
de las que afirman, por ejem plo, que “construcción no significa falsi
ficación”) 1 se han mostrado más fructíferas. Si efectivam ente existe
un horizonte “más allá del objetivism o y del relativism o”, como pedía
Bernstein, el mismo sólo parece empezar a abrirse una vez que lleva
mos el “giro lin g ü ístico ” hasta sus últim os lím ites,2 produciendo lo
que Bourdieu llam a un “segundo d istan ciam ien to ” u “objetivación
del acto de o b jetivación”.3 Y, de hecho, como hemos visto en la serie
de ejemplos aquí analizados, existe efectivam ente una ten d en cia per
manente por volver la crítica, una y otra vez, sobre sí m ism a y tratar
de tornar en objeto de estudio lo que co n stitu ían sus aprioris, es decir,
aquellos supuestos y categorías de an álisis hasta entonces aceptados
acríticam ente como válidos.
Esto no n ecesariam en te eq u iv ale a sostener con G u stav Berg-
m ann (quien, según se afirm a, acuñó el térm ino “giro lin gü ístico ”)
que “la paradoja, el absurdo y la o p acid ad de la filosofía prelin-
güística derivan d el fracaso en d istin g u ir entre h ab lar (speaking)
158
^ v< v ' H-i
1 59
Este proceso crítico presenta, en fin, cierto “m ovim iento caden-
cial” característico por el que en cada una de estas vueltas sobre sí se
tematiza prim ero, y se problem atiza luego, lo que eran las premisas
de un horizonte de pensamiento dado (y, por lo tanto, “impensable”
dentro del m ism o), conduciendo así sucesivam ente a través de una
serie de umbrales críticos (en un proceso que guarda analogías con el
mecanismo de los “rebasamientos” analizados por Jean Piaget y Rolan
do G arcía).5 En síntesis, según este concepto, los diversos niveles se
implicarían m utuam ente, sin por ello encarnar ninguna jerarquía lógi
ca de formas de saber. El paso de uno a otro im portaría, sencillamente,
un desplazamiento del campo bajo observación, una “elección estra
tégica”, en palabras de Clifford. S in embargo, no por ello tal elección
resultaría arb itraria; cada uno de los desplazam ientos se encuentra
siempre condicionado por - y es relativo a - las realizaciones preceden
tes. En todo caso, si no existe en este proceso una finalidad prestable-
cida —y, por lo tanto, determ inable a priori—, se observa sí al menos
una cierta direccionalidad que surge de —y e n —su mismo desenvolvi
miento.'1 En fin, no parece advertirse en él un “progreso” en cuanto a
contenidos cognitivos (en definitiva, los mismos problemas —aunque
reformulados—volverían, como vimos, a aparecer a los diversos nive
les) pero sí una problematización formal creciente.
160
Establecido esto, serta, sin em bargo, sim plista atribuir exclusiva
mente a la “in ev itab ilid ad ” de este proceso reflexivo las dificultades
hallabas Por l° s diversos pensadores aquí analizados, y así diluirlas
en el m ovim iento expansivo más genérico de la crítica. Igualm en
te simplista sería, sin embargo, adoptar la postura opuesta y atribuir
tales aporías sim plem ente a un cierto dogmatismo im perante en este
medio que resiste tan em pecinada como vanam ente a dicha inevita
bilidad. En d efin itiv a, estas dificultades recurrentes parecen señalar
el hecho de que el presente “giro lin güístico ” habría desenvuelto una
problemática y, de este modo, señalado un horizonte a un proyecto
que, sin embargo, no alcanzaría —según sugiere la persistencia de los
tópicos conflictivos—a ser com pletam ente realizable en los marcos del
conjunto de elem entos y herram ientas conceptuales que el mismo ha
puesto hasta ahora en juego. Repasemos, pues, brevem ente lo expues
to en este trabajo.
Loque vimos aq u í en primer lugar, siguiendo la trayectoria intelec
tual de Skinner, fue el paso de una tematización a una problematización
de las relaciones entre un texto y sus “condiciones sem ánticas de pro
ducción” (m ecanism os discursivos, estrategias retóricas y polémicas,
sistema de autoridades, etc.) o “co n texto de em ergencia” (M aquia-
velo y su mundo, digam os). Tal problem atización de las relaciones
entre el texto y su contexto de em ergencia habría llevado, a su vez, a
la tematización de las relaciones entre el mismo texto y su “contexto
de recepción” (cóm o éste es históricam ente apropiado y debatido) o,
lo que es lo mismo, de las “condiciones de producción” o “contexto
de emergencia" de la propia crítica (S k in n e r y su mundo, digamos).
Con ello atravesam os un primer um bral crítico. Lo que surge poste
riormente, proceso aquí ejem plificado en el paso de la antropología
geertziana a la post-geertziana (y de la herm enéutica a la post-her-
menéutica en el ám bito de la crítica literaria), es el tem a de las “con
diciones de recepción” de la propia crítica. La trayectoria intelectual
del propio Geertz emblematiza un segundo m ovim iento por el cual
se problematizan ahora las relaciones entre la crítica antropológica y
161
sus condiciones de em ergencia, lo que coloca, a su vez, en un primer
plano el tem a de —da lugar a la tematización de—las relaciones entre
los discursos críticos y su propio “contexto de recepción”: cómo estos
pueden formarse, intercam biarse y circular socialm ente, cómo el pro_
pió “mundo de S k in n er” se articu la como un texto, abierto, por 10
tanto, a distin tas lecturas posibles. Y ello nos arroja, finalm ente, de
lleno al contexto epistém ico-institucional en que se desenvuelven las
disciplinas. Entramos ahora al siguien te umbral, en que se comienza
a tematizar el contexto m et a cr ít ic o (cóm o los discursos críticos surgen,
circulan, se consagran, se m odifican o abandonan históricamente).
A quí com enzaría a disolverse la propia noción de “tex to ” (Fish). El
último paso en el giro lingüístico serán los intentos por problematizar
este últim o um bral m etaconceptual, con lo que la c rític a se volve
ría por tercera vez reflexiva. Y es aquí que surgen las complicaciones
teóricas (ejem plificadas en el caso de W h ite, particularm ente -pero
no sólo en él—). Según lo visto, los intentos por ap licar los principios
de la “lin gü isticalid ad ” a fin de in ten tar dar cuenta de los fundamen
tos epistem ológico-institucionales de su misma discursividad habrían
conducido hasta ahora invariablem ente a contradicciones fatales para
el mismo.
Llegados a este punto, la única salida parece consistir en estable
cer una diferencia de niveles de discurso (como las ejemplificadas'en
varios de los casos analizados, aunque hechas exp lícitas sólo por Hoy
con su distinción entre creencias de primero y segundo n iv e l)7 a fin de
producir una clausura m etacrítica: lo que sería válido a un nivel infe
rior de discursividad, no sería ap licab le al propio discurso metacrítico
162
_con lo que se can cela el m ovim iento autorreflexivo—. Los modos de
producir tal clausura son o bien negarse a dar cuenta de los propios
Andamentos m etacríticos, o bien volver a alguna forma de fundacio-
nalism°- Sin embargo, como vimos, tan to uno como otro caso term i
nan (aunque por distintos motivos) conduciendo, dentro del presente
“giro lingüístico”, a contradicciones insolubles que tienden a cuestio
nar la legitimidad misma de toda aspiración m etacrítica.
¿Será, quizás, que habremos alcanzado aquí un lím ite últim o puesto
al pensamiento? En dicho caso, las n egativas, al estilo de R orty, a dar
cuenta racionalm ente de la propia norm atividad estarían plenam ente
justificadas; pretender lo contrario sería querer violentar lím ites que
son inherentes al pensam iento. Sin em bargo, es claro que, com o seña
la Maclntyre, la altern ativa de situar en el n iv e l del contexto m etacrí-
tico el término obligado a la crítica en su búsqueda, siempre renovada
y siempre frustrada, por fundamentar racionalm ente la propia discursi-
vidad tampoco resulta más estable que su opuesto, el fundacionalism o
“cartesiano-kantiano”. Lo que cabe aq u í preguntarse es si quizás se
trate, más sim plem ente, de que, llegado a este punto, con lo que nos
enfrentamos es con los lím ites últim os del propio “giro lin gü ístico ”,
es decir, que este ultime» tercer umbral nos está sencillam ente condu
ciendo más allá del mismo (con lo que se explicaría por qué éste no
resulta ya pensable desde dentro del m ism o). En definitiva, según esta
hipótesis, la dificultades conceptuales aq u í señaladas con m otivo de
los diversos autores sólo denuncian el h ech o de que, en este últim o
umbral, comenzarían a tornársenos visibles, como señala R abinow con
motivo de Clifford, los “puntos ciegos” de un régimen específico de
discursividad dado.
¿Qué es lo que se situaría más a llá del presente giro lin güístico ?
Si lo que vimos hasta aquí sirve de ejem p lo , la respuesta es que no
podemos saberle) aú n , puesto que nos encontram os aún inm ersos
en él (salvo que pensem os, como Jam eso n, que lo que v ien e puede
descubrirse d ialécticam en te analizando el propio concepto de la lin-
güisticalidad y, más precisam ente, lo que éste excluye —m étodo que
163
presupone, como dijim os, una visión de la historia como una mera
reproducción en el ám bito objetual d el d esen v o lvim ien to lógic0
de los conceptos).8 Lo que sí parece perfectam ente argumentable a
priori es, contra lo que muchos parecen presuponer, que este “giro
lin g ü ístico ” tiene tam b ién sus “puntos cieg o s”. La insisten cia ei\
el carácter autocontenido del lenguaje (la “casa del ser”, según lo
llam ara H eidegger) es tam bién una forma de negar su propia con
tingencia histérrica, intentando de este modo producir una clausura
m etacrítica (con lo que contradice así su proclam ado antifundacio-
nalism o). Y aun entonces, sin embargo, el giro lingüístico se vería
(como de hecho se v e) em pujado perm anentem ente a confrontar
sus propios lím ites, m inando así sus pretensiones ultim atistas. Des
pués de todo, como señala Jay, la idea de que el lenguaje representa
el fenómeno prim itivo de nuestra existen cia im plica ya la adopción
(e x p líc ita o im p lícita) de una determ inada teoría del lenguaje, la
que tam bién, como cualquier otra, se verá siempre en la necesidad
de ju stificarse racio n alm en te frente a un núm ero de alternativas
posibles.8 En fin, como tal, no podrá ev itar tener una y otra vez que
confrontar el hecho de la contingencia no sólo de la.realidad “repre-
164
sentada” , sino tam bién, y fundam entalm ente, de sus propias condi
ciones históricas de existen cia en tanto que do ctrin a filosófica.
Jslo es otra cosa lo que se p lan tea con la con tin ua recurrencia, en
los sucesivos niveles, de la problem ática re la tiv a al “contexto”. Lo
que Jameson y M aclntyre exponen (aunque más en las propias grie
gas de su discurso que en lo que en él form ulan) es la imposibilidad
para este “giro lingüístico” de eludir la misma. De todos modos, esto
no representaría ya un mero regreso al punto de partida originario. La
diferencia fundam ental con el contextualism o anterior a este “giro lin
güístico” es que el “contexto” que aquí (es decir, en un tercer nivel de
crítica) se reintroduce no es aquel que se encuentra frente a nosotros
como críticos, sino a nuestras espaldas (no aquello que vemos, sino
aquello que nos hac e ver lo que vem os). Y, en un sentido absoluto, está
condenado a permanecer a llí para siempre (puesto que no existe un
horizonte últim o, sin presupuestos a los que haya que someter a la crí
tica), aunque no necesariam ente es así en un sentido relativo, es decir,
los horizontes determ inados son siempre susceptibles de convertirse
en objeto de la crítica. Esto sugiere, contra toda herm enéutica, que si
bien es cierto que nuestras creencias son revisables, ello no resulta del
encuentro con lo que nos es extraño; es, por el contrario, la revisión
de nuestros sistemas de creencias o el desplazamiento de nuestro cam
po de visibilidad lo que nos pone frente a la presencia de “lo extraño”,
o nos vuelve extraño lo que nos parecía fam iliar. La apertura de nues
tro horizonte es la condición y no el resultado de la crisis de un deter
minado paradigma o modo de conciencia: la anom alía (en el sentido
“fuerte" del térm ino), como el dato, no se registra sino que se p r o d u
ce.10 Y la explicación de cómo se (mjducen dichos desplazamientos no
se agota en la apelación a las propiedades inherentes al lenguaje (aun
cuando estemos siempre condenados a buscarla desde dentro de las
165
redes del lenguaje, del que no podemos escapar), sino que necesaria
m ente apunta a una dim ensión de prácticas sociales que trascienden
la in stan cia textual."
Esto nos conduce, por últim o, a una observación final. La apro
xim ación aquí ensayada al actual “giro lin gü ístico ” como orientado
por una dinám ica por la cual se van sucesivam ente volviendo objeto
de c rítica aquellos presupuestos que hasta ese momento se tomaban
como premisas (de “rebasam ientos” sucesivos, según la terminolo
gía de Piaget), en un proceso de reflexividad creciente sin puntos de
partida absolutos ni m etas determ inadas de antem ano, intenta tom ar
in teligib le dicha d inám ica sin presuponer para ello la acción oculta
por debajo de la m ism a de un determ inado telos que la orienta. No
existe aquí “H istoria” que recuperar, sino sim plem ente una “histo
ria” a la que tratar de entender; no hay una “verdad” oculta que se
va revelando progresivam ente a través de fases sucesivas, sino sólo
una perm anente vuelta de la crítica sobre sí misma para corroer sus
anteriores certidumbres. De hecho, ciertas historias (¿oficiales?)12 que
ven en lo “lingüístico” la naturaleza in herente a toda reconstrucción
histó rica no hacen más que invertir el v iejo esquema del mythos al
logos, m anteniéndolo así, en lo esencial, intacto. Sólo se coloca, en
el lugar del m yt h os, las pretensiones de “verdad” de las historias tradi
cionales, mientras que en el del logos (esa verdad que estuvo siempre
a llí oprim ida por los prejuicios humanos, en este caso, los prejuicios
cien tificistas) se coloca ahora la “n arratividad”. Con ello no se hace
166
•jás que co n vertir lo “lin g ü ístico ” en una n u ev a “verd ad ” ú ltim a y
jjjjal. Si h ay algo, sin embargo, que la propia h isto ria del presente
“giro lingüístico” nos muestra, es, precisam ente, la im posibilidad de
fijarla naturaleza de la crítica dentro de horizontes preestablecidos...
y que no h ay por qué pensar que esto no será tam b ién válido para él
mismo- Por el contrario, sus m ism as vicisitudes nos revelan, aunque
generalmente sólo por la n egativ a, que, a pesar de sus intentos por
obliterarlos, éste tampoco puede escapar a la sombra de la co n tin gen
cia (historicidad) de sus orígenes.
167
Antología
A ntropología
Paul R a b in o w
jjis representaciones son hechos sociales: m odernidad
y posmodernidad en antropología*
En su in flu ye n te lib ro La f i l o s o f í a y e l e s p e j o d e la n a t u r a l e z a , 1
Richard Rorty sostiene que la ep istem o lo gía, como estudio de las
representaciones m e n tales, surgió en u n a ép o ca h istó rica d e te r
minada, el siglo xvii; se desarrolló en u n a sociedad e sp e cífica, la
europea; y finalm ente triunfó en la filo so fía al vin cularse e s tre c h a
mente a las pretensiones profesionales de un grupo, los profesores
alemanes del siglo xix de aq u ella d iscip lin a. Para R orty, este rum bo
no fue fortuito: “El an h elo de una teo ría d e l con o cim ien to es un
anhelo de encontrar lím ite s, ‘fu n d am en to s’ a los que sea p o sib le
aferrarse, marcos más a llá de los cuales no h aya que av en tu rarse,
objetos que se im pongan por sí mismos, rep resen tacio n es que no
171
puedan c o n tra d ec irse ”.2 M ed ian te una rad icalizació n de la postura
de Thom as K uhn, Rorty describe nuestra obsesión por la epistemo
logía com o un v ira je accid en tal pero en d efin itiv a estéril de la cul
tura o c c id e n tal.
Pragm ático y norteam ericano, el libro de R orty tiene una mora
leja: la filo so fía profesional m oderna representa el “triunfo de la
búsqueda de certidum bre por encim a de la búsqueda de razón”.3 La
principal acusada en este m elodram a es la preocupación de la filo
sofía o c c id e n tal por la epistem ología, la eq u ip aració n del conoci
miento con las representaciones internas y la correcta evaluación de
las mismas. Perm ítanm e esbozar brevem ente el argum ento de Rorty,
agregarle alg u n as im portantes especificaciones p lan tead as por lar»
H acking y afirm ar luego que M ich el Foucault elaboró una posición
que nos p o sib ilita com plem entar de modo sign ificativo la de Rorty.
En el resto del artículo, exploro algunos aspectos en que estas líneas
de p en sam ien to son p ertin en tes para los discursos sobre el otro.
E specíficam ente, en la segunda sección analizo recien tes debates
acerca de la elaboración de textos etnográficos; en la tercera, algu
nas d iferen cias entre la antropología feminista y el fem inism o antro
pológico; fin alm en te , en la cu arta sección, presento una línea de
investigación, la mía propia.
Los filósofos, argumenta Rorty, han coronarlo a su disciplina como
la reina ele las ciencias. Esta coronación se basa en la pretensión que
atienen aquéllos de ser los especialistas en problemas universales y su
capacidad de proporcionarnos un fundamento firme para todo conoci
miento. El reino de la filosofía es la mente; su penetración privilegia
da funda su pretensión de ser la disciplina que juzga a todas las demás.
Esta concepción de la filosofía, sin embargo, es de elaboración recien
te. Para los griegos no había una distinción n ítid a ente la realidad
172
externa y las representaciones internas. A diferencia de Aristóteles,
la concepción cartesiana del conocer se funda en la posesión de repre-
sentaciones correctas en un espacio interno, la m ente. Rorty lo señala
al decir: “Su novedad fue la noción de un único espacio interior en el
cual las sensaciones corporales y perceptivas (las ideas confusas de los
sentidos y la im aginación, en la expresión de Descartes), las verdades
matemáticas, las normas morales, la idea de Dios, los humores depresi
vos y todo el resto de lo que hoy llam am os ‘m ental’ eran objetos cuasi
observacionales”.4 Aunque no todos estos elementos eran novedosos,
Descartes los combinó con éxito en una nueva problem ática, que hizo
a un lado la concepción aristotélica de la razón como una captación
de universales: a partir del siglo X V l l , el conocim iento se hizo interno,
una cuestión de representación y discernim iento. La filosofía moder
na nació cuando un sujeto cognoscente, dotado de conciencia con
sus contenidos representacionales, se convirtió en el problema central
para el pensam iento, el paradigma de todo conocer.
La noción moderna de epistem ología, entonces, gira sobre la cla
rificación y el juicio de las representaciones del sujeto. “Conocer es
representar con exactitud lo que se encuentra fuera de la mente; de
modo que entend er la posibilidad y naturaleza del conocim iento es
entender la m anera en que la m ente puede construir tales representa
ciones, una teoría que dividirá la cultura en áreas: una que representa
bien la realidad, otras que la representan menos bien y otras, por fin,
que no la representan en absoluto (pese a su pretensión de hacerlo)”.'1
El conocimiento al que se llega a través del examen de las representa
ciones de la “realidad” y “del sujeto cognoscente” sería universal. Este
conocimiento universal es, desde luego, la ciencia.
Recién fue a fines de la Ilustración cuando apareció la concepción
plenamente elaborada de la filosofía como el juez de todo conocimien-
4 ¡bid, p. 5 0 .
5lbid., p. i.
173
to posible, concepción canonizada en la obra de Im m anuel Kant. “La
delimitación final de la filosofía con respecto a la cien cia fue posible
gracias a la noción de que el núcleo de la primera era una ‘teoría del
conocimiento’, una teoría distinta de las ciencias debido a que era su
fundamento”,6 sostiene Rorty. Kant estableció como un a priori la afir-
mación cartesiana de que sólo tenemos certeza sobre las ideas. “A l con
siderar que todo lo que decimos se refiere a algo que hemos constituido,
[Kant] hizo posible pensar la epistem ología como una cien cia fundacio
nal. [...] De ese modo autorizó a los profesores de filosofía a verse a sí
mismos como presidentes de un tribunal de la razón pura, idóneo para
determinar si las otras disciplinas se m antenían dentro de los límites
legales fijados por la ‘estructura’ de su área de estudio”.'
Como d iscip lin a cuya actividad propia es fundar las pretensiones
al conocim iento, la filosofía fue desarrollada por los neokantianos del
siglo xix e institucionalizada en las universidades alem anas decimo
nónicas. H aciéndose un lugar entre la ideología y la psicología empí
rica, la filosofía alem ana escribió su propia historia y produjo nuestro
canon moderno de los “grandes”. Esta tarea se com pletó a fines del
siglo X I X . El relato de la historia de la filosofía como una serie de gran
des pensadores sigue vigente hoy en los cursos introductorios de la
disciplina. S in embargo, su pretensión a la preponderancia intelectual
sólo duró poco tiem po, y hacia la década de 1920 sólo los filósofos y
los estudiantes universitarios creían que la filosofía era singularmente
apta para fundar y juzgar la producción cultural. Ni Einstein ni Picas
so estaban m anifiestam ente preocupados por lo que Husserl pudiera
haber pensado de ellos.
Aunque los departam entos de filosofía siguen enseñando episte
mología, en el pensam iento moderno hay una tradición contraria que
tomó otro cam ino. “W ittgenstein, H eidegger y Dewey están de acuer-
174
do en Que es necesari° abandonar la noción de conocim iento como
representación exacta, posible gracias a procesos m entales especiales e
inteligible a través de una teoría general de la representación”,8 obser
va Rorty. Estos pensadores no procuraron construir teorías de la m en
te y el conocim iento alternativas y superiores. Su meta no era mejorar
la epistemología sino jugar un juego diferen te, al que R orty llam a her
menéutica. Con este nombre, alude sim plem ente a un conocim iento
sin fundamentos; un conocim iento que en esencia equ ivale a la con
versación edificante. Hasta ahora, R orty nos dijo m uy poco acerca
del contenido de esa conversación, ta l vez porque hay m uy poco que
decir. Lo mismo que W ittgenstein, H eidegger y Dewey (éste de una
manera diferente), Rorty se enfrenta al hecho, perturbador o diverti
do, de que, una vez cumplida la deconstrucción lógica o histórica de
la filosofía occidental, en realidad no queda nada en especial que los
filósofos puedan hacer. U na vez que se advierte que la filosofía no fun
da ni legitima las pretensiones al con ocim iento de otras disciplinas, su
tarea pasa a ser la de comentar las obras de éstas y en tab lar con ellas
una conversación.
8 Ibid, P. 6.
9 Ian H ack in g , “L a n g u a g e , T ruth and R e a s o n ”, e n R. H ollis y S L u k e s (co m p s.),
Rationality a n d R e l a t i v i sm , C am b r id g e , M ass., T h e M I T Press, 1982.
175
la d istin ción que hace Rorty entre la certidumbre y la razón, Hacking
traza otra entre las filosofías embarcadas en la búsqueda de la verdad
y aquellas —a las que, para no lim itarlas a la filosofía moderna, llama
“estilos de pensam iento”—que abren nuevas posibilidades al plantear
las cosas en términos de “verdad o falsedad”.
H acking expone lo que en esencia es un argum ento simple: lo qye
por lo com ún se toma como “verdad” depende de un acontecimien
to histórico previo —la em ergencia de un estilo de pensar acerca de
la verdad y la falsedad que estableció las condiciones para que una
proposición pueda considerarse como verdadera o falsa—. Hacking lo
expresa de esta forma: “Guando digo razonamiento no me refiero a la
lógica. A ludo exactam ente a lo contrario, porque la lógica es la preser
vación de la verdad, m ientras que un estilo de razonamiento es lo que
introduce la posibilidad de verdad o falsedad. [...] [L]os estilos de razo
nam iento crean la posibilidad de la verdad o la falsedad. La deducción
y la inducción m eram ente la preservan”.10 H acking no está “contra”
la lógica, sino únicam ente contra sus pretensiones de fundar y funda
m entar roda verdad. La lógica está muy bien en su propio dominio,
pero éste es limitado.
C on el trazado de esta distinción se evita el problema de relativizar
to talm ente la razón o convertir las diferentes concepciones históricas
de la verdad y la falsedad en una cuestión de subjetivism o. Estas con
cepciones son hechos históricos y sociales. Este aspecto es bien seña
lado por H acking cuando expresa: “Por lo tan to, aunque el carácter
de verdaderas de cualesquiera proposiciones pueda depender de los
datos, el hecho de que sean candidatas a la verdad es la consecuencia
de un acontecim iento histórico”.11 El que las herram ientas analíticas
que usamos cuando investigam os un conjunto de problemas —la geo
m etría para los griegos, el método experim ental en el siglo xvn o las
176
estadísticas en las ciencias sociales modernas—h ayan cambiado puede
explicarse sin necesidad de recurrir a ningún relativism o negador de
Ja verdad. Por otra parte, la cien cia, entendida de este modo, sigue
siendo muy objetiva, “sim plem ente porque los estilos de razonam ien
to que empleam os determ inan lo que se considera objetividad. [...] —
L a sproposiciones para cuya sustanciación se requiere necesariam ente
del razonamiento tienen una positividad —un carácter de verdad o
falsedad- sólo como consecuencia de los estilos de razonamiento en
que se producen”.12 Lo que Foucault denom inó el régimen o juego
de la verdad y la falsedad es tan to un com ponente como un producto
de prácticas históricas. Otros procedim ientos y otros objetos podrían
haber cumplido igualm ente bien los requisitos y haber sido igualm en
te verdaderos.
Hacking distingue entre el razonam iento co tid ian o y de sentido
común, en que no es necesario aplicar ningún conjunto elaborado
de razones, por un lado, y los dominios más especializados que sí lo
requieren, por otro. Hay una pluralidad tanto cultural como histórica
de estos dominios especializados y de los estilos histórica y cultural
mente diversos que se asocian con ellos. A partir de la aceptación de
una diversidad de estilos históricos de razonamiento, métodos y obje—
tos, Hacking saca la conclusión de que los pensadores con frecuencia
entendieron bien las' cosas, resolvieron problem as y establecieron
verdades. Pero, sostiene, esto no implica que debamos buscar un rei
no popperiano unificado de la verdad; antes bien, a la manera de Paul
Feyerabend, tendríamos que m antener lo más abiertas que pudiéramos
nuestras opciones de investigación. Los griegos, nos recuerda Hacking,
no tenían ninguna concepción ni uso de las estadísticas, un hecho que
no invalida ni la ciencia griega ni la estadística como tal. Esta pos
tura no es relativism o, pero tam poco imperialismo. Rorty denomina
hermenéutica su versión de todo ello. Hacking llam a a la suya anar-
177
corracionalismo. “El anarcorracionalism o es la tolerancia hacia otras
personas, combinada con la disciplina de nuestras propias normas de
verdad y razón.”13 Llamémosla buena ciencia.
Michel Foucault tam bién consideró muchas de estas cuestiones de
manera paralela, aunque no idéntica. Sus obras A rchaeol ogy o f Know-
ledge y Discourse on Language14 son los intentos más elaborados hasta
el momento, si no de una teoría de lo que H acking menciona como
“verdad y falsedad” y “estilos de pensam iento”, sí al menos de una
analítica de los mismos. A unque los pormenores de la sistematización
que hace Foucault sobre la m anera en que se forman y transforman
los objetos discursivos, las modalidades enunciativas, los conceptos y
las estrategias discursivas están más allá del alcan ce de este artículo,15
varios aspectos son pertinentes aquí. Considerem os únicam ente un
ejemplo ilustrativo. En The O rd er o f Discourse, Foucault discute algu
nas de las restricciones y condiciones para la producción de la verdad,
entendida como enunciados capaces de ser tenidos seriam ente por
verdaderos o falsos. Entre otras cosas, exam ina la existencia de las dis
ciplinas científicas. Dice al respecto:
Para que una disciplina exista, tiene que haber la posibilidad de for
mular -y de hacerlo ad infinitum—nuevas proposiciones. [...] Estas pro
posiciones deben ajustarse a condiciones específicas de objetos, temas,
métodos, etcétera, [...j Dentro de sus propios límites, cada disciplina
reconoce las proposiciones como verdaderas y falsas, pero rechaza
toda una teratología del aprendizaje. (...1 En síntesis, una proposición
" H a c k in g , “Language, T r u t h a n d R e a s o n ”, p. 6 5 .
14 F o u c au lt, A r c h a eo l o g y o f K n o u ’l e d g e a n d D i s c o u r s e <m L a n g u a g e , trad. de A . Sheri-
dan S m it h , N u e v a York, P a n t h e o n Books, 1 9 7 6 [trad- c a s t e l l a n a : A r q u eo l o g í a del saber,
rrad. A . Garzón del C a m in o , M é x i c o , S i g l o xxi, 1 9 8 3 ) .
M Para un t r a t a m ie n t o d e l r e m a , v é a s e H u b e rt L. D r e y f u s y P. R a b i n o w , Michel
Foucault : B e y o n d St ruct ural i sm a n d H e r m e n e u ú c s , C h i c a g o , T h e U n i v e r s i t y of Chicago
Press, 1 9 8 2 , pp. 4 4 - 7 9 .
debe cumplir algunas onerosas y complejas condiciones antes de que
se la pueda admitir dentro de una disciplina; antes de que se la pueda
juzgar verdadera o falsa tiene que estar, como diría el señor Canguil-
hem, “en lo cierto”.16
179
Oxford una generación atrás”. 18 El contenido de la conversación y [g
manera de alcanzar la libertad de llevarla adelante están, sin embargo
más allá del cam po de la filosofía.
Pero la conversación, ya sea entre individuos o entre culturas, gj
posible únicam ente dentro de contextos modelados y lim itados por rela
ciones históricas, culturales y políticas y las prácticas sociales sólo paj.
cialmente discursivas que las constituyen. Lo que falta en el enfoque de
Rorty, entonces, es toda discusión de la manera en que se interconectan
pensamiento y prácticas sociales. Rorty cumple un papel útil cuando
desinfla las pretensiones de la rilosofía, pero se detiene exactamente en
el punto en que debería tomar en serio su propia intuición: a saber, que el
pensamiento es nada más y nada menos que un conjunto históricamen
te localizable de prácticas. Cómo hacerlo sin recaer en la epistemología
o en algún dudoso mecanismo de superestructura/infraestructura esotra
cuestión, que Rorty no es el único que no pudo resolver.
180
Jes diferenC^as' vez b o rd a r el problem a de las representaciones
como específico de la historia de las ideas, Foucault lo trata como
yjja preocupación cultu ral más general, una cuestión sobre la que se
trabajó en muchos otros ámbitos. En Las palabras y las c o s a s 19 y libros
p o s t e r i o r e s , Foucault dem uestra de qué m anera el problem a de las
representaciones correctas informó una m ultitud de dominios y prác-
ticas sociales, que van desde discusiones en botánica hasta propuestas
de reforma carcelaria. En consecuencia, el problema de las represen
ta cio n es no es para él un a cuestión surgida im previstam ente en la
filosofía y que dom inó el pensam iento en ese campo durante tres
cientos años. Se v in cu la con una am plia gam a de prácticas sociales
y políticas dispares pero interrelacionadas que constituyen el mundo
m od ern o, con sus intereses distintivos en el orden, la verdad y el suje
to. Foucault se diferencia de Rorty, entonces, en su tratam iento de las
ideas filosóficas como prácticas sociales y no como giros casuales en
una conversación o en la filosofía.
Pero tam bién está en desacuerdo con muchos pensadores mar-
xistas, que consideran que los problem as de la pintura son en lílti-
ma instancia, por definición, epifenoménicos o expresivos de lo que
pasaba “realmente” en la sociedad. Esto nos lleva por un instante a la
c u e s tió n de la ideología. En varios lugares, Foucault señala que una
vez que uno ve el problem a del sujeto odas representaciones y la ver
dad como prácticas sociales, la noción misma de ideología se vuelve
problemática. Dice al respecto: “detrás del concepto de ideología hay
una especie de nostalgia por una forma cuasi transparente de conoci
miento, libre de todo error e ilusión”.20 En este sentido, el concepto de
ideología es muy afín al de epistemología.
181
Para Foucault, el concepto moderno de ideología se caracteriza poj
tres cualidades interrelacionadas: 1) por definición, la ideología se opo
ne a algo como “la verdad”; es, por decirlo así, una falsa representación;
2) la ideología es producida por un sujeto (individual o colectivo) afín
de ocultar la verdad, y por ende la tarea del analista consiste en expo
ner esta falsa representación; y revelar que 3) la ideología es secundaria
con respecto a algo más real, cierta dim ensión infraestructural de la
cual es parásita. Foucault rechaza las tres afirmaciones.
Ya hemos aludido a los lincamientos generales de una crítica del suje
to y la búsqueda de la certeza vista como basada en representaciones
correctas. Por consiguiente, conviene que nos concentremos brevemen
te en el tercer punto: la cuestión de si la producción de la verdad es
epifenom énica de alguna otra cosa. Foucault describió su proyecto no
como determ inante de la verdad o falsedad de afirm aciones de la his
toria “sino como la visión histórica de la m anera en que se producen
efectos de verdad dentro de discursos que en sí mismos no son ni ver
daderos ni falsos”.21 Propone estudiar lo que llam a el régimen de verdad
como un componente efectivo en la constitución de prácticas sociales.
Foucault formula para ello tres hipótesis de trabajo:
F o u c a u lt , “T r u t h a n d P o w e r ”, pp. 1 3 1 - 1 3 3 .
Ibid , p. 1 3 3 .
182
Com o creo que algu na vez dijo M ax W eb e r, los c ap italistas del
• 1r> XVII eran no sólo hombres económ icos que com erciaban y con s
truía11 barcos. También m iraban las pinturas de R em brandt, trazaban
mapas del mundo, ten ían concepciones m an ifiestas de la n aturaleza
¿e otros pueblos y se preocupaban m ucho acerca de su propio d esti
no Estas representaciones eran fuerzas vigorosas y efectivas en lo que
eran y cómo actuaban. Se abren muchas posibilidades al pensam iento
la acción si seguimos a R orty y abandonam os la epistem ología (o al
menos la vemos como lo que h a sido: un im po rtante m ovim iento c u l
tural de la sociedad occid en tal) y seguimos a Foucault cuando ve al
poder como productor e im pregnador de relacio n es sociales y origen
de la producción de verdad en nuestro actu al régim en de poder. A q u í
presento algunas conclusiones iniciales y estrategias de investigación
que podrían deducirse de este análisis de la epistem ología. S im p le
mente las enumero antes de pasar a las recien tes discusiones en an tro
pología sobre la mejor m anera de describir al otro.
18 í
4. Tenem os que pluralizar y diversificar nuestros enfoques: un pas0
fundam ental contra la hegem onía económica o filosófica es diversi
ficar los centros de resistencia; evitar el error de una esencialización
invertida; el occidentalism o no es un remedio para el orientalismo.
Cuando los conceptos se m ueven a través de los lím ites de las dis
ciplinas, se produce una curiosa brecha tem poral. El momento en
que la profesión histórica descubre la an tropo lo gía cultural en la
(poco re p rese n tativ a) persona de Clifíord G eertz es precisamente
el m omento en que éste es cuestionado en antropología (uno de los
temas recurren tes del sem inario de Santa Fe que dio origen a este
volumen —W riti ng C ultur e—). Del mismo modo, los antropólogos (o
por lo menos algunos de ellos) descubren hoy nuevas creaciones y se
ven impulsados hacia ellas por la infusión de ideas provenientes de la
crítica literaria deconstruccionista, cuando ésta ha perdido su energía
cultural en los departamentos de literatura y Derrida descubre la polí
tica. A unque hay muchos portadores de esta hibridación (muchos de
ellos presentes en el seminario, como fue el caso de Jam es Boon, Step-
hen W ebster, Jam es Siegel, Jean-P au l Dumont y Jean Jam in), sólo,
hay un “profesional”, por decirlo así, en la m uchedumbre. En efecto,
mientras todos los mencionados son antropólogos practicantes, James
Clifford ha creado y ocupado el papel de escriba ex officio de nuestros
garrapatees. Geertz, la figura fundadora, puede hacer una pausa entre
monografías para reflexionar sobre textos, narraciones, descripciones e
interpretaciones. Clifford adopta corno nativos, así como informantes,
a los antropólogos del pasado y el presente cuya obra, autoconsciente-
mente o no, ha consistido en la producción de textos, la escritura de
etnografía. Somos observados y registrados.
A prim era vista, la obra de Jam es Clifford, como la de otros de los
colaboradores de este volumen (Writing Culture), parece seguir natu-
los pasos del giro interpretativo de Geertz. H ay sin embargo
j a lm e n t e
yna diferencia fundam ental. Geertz (como los demás antropólogos)
aún dirige sus esfuerzos hacia la reinvención de una cien cia antropo
lógica con la ayuda de mediaciones textuales. La actividad central es
todavía la descripción social del otro, aunque m odificada por nuevas
concepciones del discurso, el autor o el texto. Para Clifford, el otro es
la representación antropológica del otro. Esto significa que tiene un
control más firme de su proyecto y, a la vez, una posición más parasi
taria. Puede inventar sus cuestiones con pocas restricciones; debe ali
mentarse constantem ente de los textos de otros.
Esta nueva especialidad se en cu en tra actualm ente en proceso de
autodefinición. El primer paso para legitim ar un nuevo enfoque es sos
tener que tiene un objeto de estudio, preferentemente importante, que
antes pasó inadvertido. Como paralelo a la afirmación de Geertz de
que los balineses interpretaban desde el principio sus riñas de gallos
com o textos culturales, Clifford sostiene que los antropólogos han esta
do experimentado con formas de escritura aunque no lo supieran. El
g ir o interpretativo de la antropología ha dejado su señal (con la produc
23 Foucault, “Tile- F antasía of the L ib rare ”, en Dónale! Bouchard (co m p .), Lan g ua g e,
Counter-Memoi's, P r a c t i c e , Ithaca, t 'o r n e i l U n i v e r s i t y Press, 1977.
185
ductos ociosos de una fértil im aginación, las referencias de Flaubert a
la iconografía y la filología en sus versiones aparentem ente fantasma
góricas de las alucinaciones del santo eran exactas. Foucault nos mues
tra cómo, a lo largo de su vida, aquél retornó a esta escenificación de
la experiencia y la escritura, y la usó como un ejercicio ascético tanto
para producir como para m antener a raya a los demonios que asedian
el mundo de un escritor. No fue accidental que Flaubert terminara su
vida de escritor con esa monstruosa colección de lugares comunes que
es Bouvard et Pécuchet. C om entario constante sobre otros textos, esta
novela puede leerse como una exhaustiva dom esticación de la textua-
lidad en un ejercicio autónomo de ordenam iento y catalogación: la
fantasía de la biblioteca.
En favor del argumento, yuxtapongam os la antropología interpre
tativa de Clifford Geertz a la m etaantropología textu alista de James
Clifford. Si Geertz aún procura conjurar y capturar los demonios del
exotismo —estados teatralizados, juegos de sombras, riñas de gallos- a
través de su uso lim itado de las escenificaciones ficcionalizadas en
que pueden presentarse ante nosotros, el rumbo textualista/decons-
tructivo se arriesga a inventar sistem as de clasificación cada vez más
inteligentes para los textos de los otros, y a im aginar que todo el resto
del mundo se esfuerza duramente por hacer lo mismo, temeroso de que
el argumento tome su propio cam ino. Debo destacar que no digo con
esto que la empresa de Clifford haya sido hasta el presente todo menos
saludable. La elevación de la c o n cien cia antropológica acerca del
modo textual de operación de la propia antropología estuvo largamen
te demorada. Pese a admitir ocasionalm ente el carácter ineluctable de
la ficcionalización, Geertz nunca llevó demasiado lejos esa intuición.
El punto parece haber necesitado una m etaposición para demostrar
claramente su verdadera fuerza. La voz de la b iblioteca del campus
ha sido saludable. Lo que quiero hacer brevemente en esta sección es
volver la mirada, observar nuevam ente a este etnógrafo de etnógrafos,
sentado al otro lado de la mesa ele un café y, con el uso de sus propias
categorías descriptivas, exam inar sus producciones textuales.
186
El tema central de Clifford h a sido la construcción tex tu al de la
autoridad antropológica. El principal instrum ento literario empleado
en las etnografías, el “estilo indirecto lib re”, fue bien analizado por
Sperber24 y no es necesario reiterar ese análisis aquí. La revela
ción de que los antropólogos escriben utilizando con vencion es lite
rarias, aunque interesante, no es intrín secam ente generadora de una
crisis. Muchos sostienen hoy que la ficció n y la cien cia no son tér
minos opuestos sino com plem entarios.25 S e han hecho progresos en
nuestra conciencia de la cualidad ficcio n al (en el sentido de “elabo
rada”, “fabricada”) de la escritura antropológica y en la integración de
sus modos característicos de producción. La autoconciencia del estilo,
la retórica y la d ialéctica en la producción de textos antropológicos
debería conducirnos a un conocim iento más fino de otras m aneras de
escribir, más im aginativas.
Clifford, sin embargo, parece d ecir algo más. En sustancia, sostie
ne que, desde M alinowski en ad elan te, la autoridad antropológica ha
descansado sobre dos pilares textuales. U n elem ento de la exp erien
cia—“yo estuve a llí”—establece la autoridad única del antropólogo; su
supresión en el texto establece su autoridad cien tífica.26 Clifford nos
muestra este mecanism o en funcionam iento en el famoso artículo de
Geertz sobre la riña de gallos:
24 Sperber, “E th n o g r a p h ie in te r p r é ta tiv e et a n th r o p o lo g ie t h é o r iq u e ”, en Le s a v o i r
des anthro pol og ues , Paris, H e r m a n n , 1982, pp. 1 3-48.
25 De C erteau, “H isto ry : Ethics, S c i e n c e , a n d F i c t i o n ”, en R. B e l l a h , P. R a b in o w y
W. Sullivan (co m p s.), S o c i a l Science as M o r a l I n q u i r y , N u e v a York, C o l u m b i a U n i v e r
sity Press 1983, pp. 1 7 3 -2 0 9 .
26 La im portancia d e este doble m o v im ie n t o es u n o de los a r g u m e n to s c e n t r a le s ole
mi Reflections on F i e l d w o r k i n Morocco.
187
[...] Los aspectos dialógicos y situacionales de la interpretación etno
gráfica tienden a proscribirse en el texto representativo final. No ínte
gramente, desde luego; existen topoi aprobados para la descripción del
proceso de investigación.27
188
Un paso esencial en el establecim iento de la legitimidad discip li
naria o subdisciplinaria es la clasificación. C lifford propone cuatro
tipos de escritura antropológica, que aparecieron en un orden aproxi
madamente cronológico. O rganiza su artículo “O n Ethnographic A u t
hority”29 en torno de esta progresión, pero tam bién afirma que ningún
modo de autoridad es m ejor que los demás. “Los modos de autoridad
revisados en este artícu lo —ex p erien cial, in terp retativo , dialógico,
polifónico—son accesibles a todos los escritores de textos etnográfi
cos, occidentales y no occiden tales. N inguno es obsoleto, ninguno
es puro: dentro de cada paradigm a hay lugar para la invención”.’’0 La
conclusión está a contrapelo de la retórica del artículo. Esta tensión es
importante y volveré a ella más adelante.
La tesis principal de Clifford es que la escritura antropológica te n
dió a suprimir la dim ensión dialógica del trabajo de campo, dando
pleno control del texto al antropólogo. El grueso de su obra se co n
sagró a mostrar de qué m aneras podría rem ediarse, mediante nuevas
formas de escritura, esta elim in ació n textu al de lo dialógico. Esto
lo lleva a leer como m onológicos y vinculados en términos gen era
les con el colonialism o los modos experiencial e interpretativo. “La
antropología in terp retativ a [•■•] en sus ten d en cias realistas más en
boga [...] net escapa a las censuras generales de lets críticos de la repre
sentación ‘colon ial’ que, desde 1950, han rechazado lets discursos que
describen las realidades culturales de otros pueblets sin petner en ries
go su propia realidad”. ’1 S ería sencillo, al leer esta declaración, con-
siderar que prefiere algunos “paradigm as” a ettros. Es perfectam ente
posible que el mismo Clifford sea am bivalente. S in embargo, habida
cuenta de sus propias elecciones interpretativ as, está claro que carac
29 En C l if f o r d , “O n E t h n o g r a p h i c A u t h o r i t y ”, R e p r e s e n t a t i o n s , 1.2, 1 9 8 3 , pp.
118-146.
30 Ibid., p. 142.
31 Ibid., p. m .
189
teriza algunos modos como “em ergentes” y con ello como témpora
riamente más im portantes. S i se usa una g rilla de interpretación qUe
destaque la supresión de lo dialógico, es d ifícil no leer la historia de
la escritura antropológica como una progresión aproxim ada hacia la
textualidad dialógica y polifónica.
Tras haber presentado los primeros dos modos de autoridad etno
gráfica (exp erien cial y realista/ in terp retativo ) en térm inos que en
gran m edida son negativos, Clifford pasa a una descripción mucho
más entusiasta del otro conjunto (dialógico y heteroglósico). Dice al
respecto: “Los paradigmas dialógicos y constructivistas tienden a dis
persar o repartir la autoridad etnográfica, en tanto que los relatos de
iniciación confirm an la com petencia especial del investigador. Los
paradigmas de experiencia e interpretación ceden su lugar a paradig
mas de discurso, diálogo y polifonía”.32 La afirm ación de que estos
modos están triunfando es em píricam ente dudosa; como lo señala
Renato Rosaldo: “No hay un tropel que los siga”. No obstante, es evi
dente que existe un interés considerable en tales asuntos.
¿Qué es dialógico? En principio, Clifford parece usar el término en
un sentido literal: un texto que presenta dos sujetos en un intercambio
discursivo. El “registro bastante literal”33 que hace Kevin Dwyer de los
intercambios con un agricultor marroquí es el prim er ejemplo mencio
nado de un texto “dialógico”. Sin embargo, una página más adelante
Clifford agrega: “Decir que una etnografía está compuesta de discursos
y que sus diferentes com ponentes están dialógicam ente relacionados
no significa decir que su forma textual deba ser la de un diálogo lite
ral”.34 Ofrece descripciones alternativas, pero no llega a una definición
final. Por consiguiente, las características determ inantes de! género
siguen siendo poco claras.
C lifford, “O n E th n o g rap h ic A u t h o r i t y ”.
” Ibid., P. 1 34.
H Ibid., P . 1 35.
190
“Pero si la autoridad interpretativa se basa en la exclusión del diá-
logo 1° contrar^° tam bién es cierto: una autoridad puram ente dialó-
. reprime el hecho in e lu d ib le de la te x tu aliz ac ió n ”, se apresura
a recordarnos Clifford.33 Esto se ve confirm ado por el inquebranta
ble distanciam iento de Dwyer con respecto a lo que percibe como
las tendencias textu alistas de la an tropo lo gía. La oposición de lo
interpretativo y lo dialógico es difícil de captar: varias páginas más
a d e l a n t e , C lifford elo gia al m ás renom brado re p rese n ta n te de la
hermenéutica, H ans-G eorg G adam er, cuyos texto s ciertam ente no
contienen diálogos directos, por aspirar a un “dialogism o radical”.36
Por último, Clifford asevera que los textos dialógicos son, después de
todo, textos, meras “rep resen tacio n es” de diálogos. El antropólogo
conserva su autoridad como sujeto constituyente y representante de
la cultura dom inante. Los textos dialógicos pueden ser tan escenifica
dos y controlados como los exp erienciales o interpretativos. El modo
n o brinda garantías textuales.
Finalmente, más allá de los textos dialógicos se encuentra la hete-
roglosia: “un carnavalesco ám bito de diversidad”. Tras los pasos de
Mijail B ajtin, Clifford señala la obra de D ickens como un ejemplo
del “espacio polifónico” que podría servirnos como modelo. “Dickens,
el actor, el ejecutante oral y pol¡fónico, se contrapone a Flaubert, el
amo del control autoral que se m ueve a la m anera de un dios entre los
pensamientos y sentim ientos de sus personajes. La etnografía, como
la novela, lucha con estas altern ativ as”. S i los textos dialógicos caen
víctimas de los males del ajuste etnográfico totalizador, tal vez no
suceda lo mismo, entonces, con los aun más radicalm ente heterogló-
sicos: “La etnografía es invadida por la heteroglosia. Si se les otorga
un espacio textual autónomo y se los transcribe en una extensión sufi
ciente, los enunciados indígenas tienen sentido en términos diferentes
35 Ibid., p . 1 M .
36 Ibid., p . 1 4 2 .
37 ¡bid., p . 1 M .
191
de los del etnógrafo ordenador. [...] Esto sugiere una estrategia textual
alternativa, una utopía de la autoría plural que concede a los colabo
radores no m eram ente el estatus de enunciadores independientes, sino
el de escritores”.38
Pero Clifford agrega de inm ediato: “Las citas siem pre son puestas
en escena por el que cita [...] una polifonía más radical sólo despla
zaría la autoridad etnográfica, pero seguiría confirm ando la virtuosa
orquestación fin al de todos los discursos por parte de un solo autor
en su texto”.39 N uevas formas de escritura, nuevos experim entos tex
tuales, darían acceso a nuevas posibilidades, sin garantizar ninguna.
Esto inquieta a C lifford. Avanza. M om entáneam ente entusiasmado
con lo dialógico, de inm ediato restringe su elogio. Nos llev a a la
heteroglosia: seducidos —a lo largo de un párrafo—hasta que vemos
que ésta tam bién, ¡a y !, es escritura. Clifford termina su artículo pro
clamando: “He sostenido que esta im posición de co h eren cia a un
proceso textual in d ó cil es hoy, in elu d ib lem en te, una cuestión de
elección estratégica”.40
Su presentación m uestra con claridad una progresión aun cuando,
al final del artículo, se trate de una progresión puram ente decisionis-
ta. Sin embargo, Clifford niega de m anera explícita toda jerarquía.
En un principies c reí que esto era una m era inconsistencia, una ambi
valencia o la encarnaciérn de una tensfon irresuelta pero creativa.
Ahora creo que C lifford, como todos los demás, está “d a n s le vrai".
Nos encontramos ven un momento discursivo en que las intenciones
del autor han sido elim inadas o subestim adas en el pensam iento crí
tico reciente. En su lugar, nos hemos visto llevados a cuestionar las
estructuras y los perfiles de diversos modos de escritura p e r se. Fredric
jameson identificó varios elem entos de la escritura posmoderna (por
" C l i f f o r d , “ O n E t h n o p r a p h i c A u t h o r i t y ” , P- 1 4 0 .
Ihid., p. 1 3 9.
43 Ibul., p. 1 4 2 .
192
ejempl°> su rechazo de la jerarquía, el deslustre de la historia, el uso
¿ e imágenes) de una m anera que parece en cajar muy ajustadam ente
con el proyecto de Clifford.
193
plemente que nos brinda la oportunidad de analizar los cambios en
las formas representacionales dentro de un contexto de tendencias
occidentales que conducen a la situación actual de quienes no elabo
ran las descripciones de un modo vuelto h acia el pasado, m ediante el
establecimiento de conexiones textuales con escritores de contextos
muy diferentes, lo que frecuentem ente suprime las diferencias. Por esa
razón, la adoptaremos como heurística.
Los diversos posmodernismos en form ación durante los años sesen
ta surgieron, al menos en parte, como reacción contra los anterio
res movimientos m odernistas. El m odernismo clásico, para usar una
expresión que ya no constituye un oxím oron, surgió en el contexto del
alto capitalismo y la sociedad burguesa y se enfrentó a ellos: “apareció
dentro de la sociedad com ercial de la era dorada como escandaloso y
ofensivo para el público de clase m edia: feo, disonante, sexualmen-
te chocante [...], subversivo”.43 Jameson contrasta el cariz modernista
subversivo de principios del siglo X X con la naturaleza desjerarquizante
y reactiva de la cultura posmoderna:
194
jámeson, de m anera sim ilar a H aberm as,45 cree evid en tem en te que
hubo importantes elem entos críticos en el m odernismo. A un que pro-
hableniente diferirían con respecto a lo que fueron, ambos estarían de
a c u e r d o en que, en un sentido im portante, el proyecto de la m o dern i
dad está inconcluso, y vale la pena fortalecer algunos de sus rasgos (su
i n t e n t o de ser crítica, secular, an ticap italista, racional).
Yo agregaría que si surgió en la década del sesenta como una reac
ción a la canonización académ ica de los grandes artistas m odernistas, el
posmodemismo, que se movió rápidam ente, logró ingresar por sí mismo
en las academias en los años ochenta. Fue exitosam ente dom esticado y
se adocenó a través de la proliferación de esquemas clasificatorios, la
construcción de cánones, el establecim iento de jerarquías, la aten u a
ción del comportam iento ofensivo y la acep tació n de las norm as u n i
versitarias. A sí como ahora hay en N ueva York galerías de arte para
losgraffiti, también se escriben tesis sobre ellos, la brea k -d ance, etc., en
la mayoría de los departam entos vanguardistas. A un la Sorbona ad m i
tió una tesis sobre David Bowie.46
¿Qué es el posmodernismo? El prim er elem en to es su u b icació n
histórica como contrarreacción al modernism o. Jameson, e x ten d ié n
dose más allá de la hoy ya “clásica” d efinición de Lyotard47 —el fin de
las metanarrativas—, define su segundo elem en to como p astich e. La
definición del diccionario —“1) U na com posición artística extraíd a de
diversas fuentes; 2) m escolanza”—no es suficiente. Pound, por ejem
plo, recurrió a fuentes diversas. Jameson ap un ta a un uso del pastiche
que ha perdido sus asideros normativos, y en el que todo lo que h ay es
el revoltijo de elem entos. La mescolanza [hodge p o d g e ] se define como
“una mixtura desordenada y confusa”, pero proviene del francés Loche-
pot, una clase de guiso, y en ello radica la diferencia.
4> H a b e r m a s , “M o d e r n i t y - A n I n c o m p le to P r o j e c t ”, e n H. F oster ( c o m p . ) , T h e
Anti'Aesthetic Essays o n P o s t m o d e r n Culture, pp. 3-1 5.
46 S eg ú n lo informó Le N ( n i v e l O h s e r v a t e u r , 16 a 22 d e n o v ie m b r e de 1984-
47 Lyotard, La c o n di t i t m p o s m o d e m e , París, É dirio n s d e M in u it , 1979.
195
Joyce, H em ingway, W oolf et al. comenzaron con la noción de una
subjetividad interiorizada y distin tiva que se inspiraba en el discurso
y la identidad normales a la vez que se m antenía a distancia de ellos
Había “una norm a lingüística en contraste con la cual los estilos de
los grandes m odernistas”48 podían atacarse o alabarse, pero en nin
guno de los dos casos calibrarse. ¿Qué pasaba, empero, si se quebraba
esa tensión entre la normalidad burguesa y la puesta a prueba de los
limites estilísticos por parte de los modernistas, y se daba paso a una
realidad social en la cual no teníam os otra cosa que la “diversidad y
heterogeneidad estilísticas’ sin el supuesto (aunque discutible) de una
identidad o normas lingüísticas relativam ente estables? En tales con
diciones, la postura contestataria de los modernistas perdería su vigor:
“Todo lo que queda es im itar estilos muertos, hablar a través de las
máscaras y con las voces de los estilos del museo im aginario. Pero esto
significa que el arte contemporáneo o posmodernista se referirá al arte
mismo de una nueva manera; más aun, significa que uno de sus men
sajes esenciales implicará el fracaso necesario del arte y la estética, el
fracase) de lo nuevo, el encarcelam iento en el pasado”.4“ Me parece
que este encarcelam iento en el pasado es muy diferente del histori-
cismo. El posmodernismo va más allá del (que hoy parece ser un casi
consolador) extrañam iento del historicismo que, desde cierta distan
cia, observaba otras culturas como totalidades. La d ialéctica del yo y
el otro puede haber producido una relación alienada, pero que tenía
normas, identidades y relaciones definibles. En la actualidad, más allá
del extrañamiento y el relativism o, se encuentra el pastiche.
Para ejem plificarlo, Jameson elabora un análisis de los films de la
nostalgia. Películas contem poráneas de ese tipo, como Barrio chino
[Chmntoienl o O ue rpo s ardientes \Body HeatJ se caracterizan por una
“estilización retrospectiva”, bautizada “mode retro” por los críticos fran-
196
ceses. En oposición a los films históricos tradicionales que procuraban
recrear la ficción de otra era como otra, los de la “m o d e r é t r o ” tratan
¿e evocar un tono sensible m ediante el uso de artefactos precisos y
dispositivos estilísticos que desdibujan los límites temporales. Jameson
señala que los recientes films de la nostalgia a menudo transcurren en
el presente (o, como en el caso de La g u err a de las galaxias [Star Wars],
en el futuro). U na proliferación de m etarreferencias a otras repre-
sentaciones ach ata y vacía sus con ten ido s. Uno de sus principales
mecanismos consiste en recurrir abundantem ente a argumentos más
antiguos: “El plagio alusivo y elusivo de argumentos más antiguos tam
bién es, desde luego, un rasgo del p astich e”.50 Estas películas procuran
no tanto negar el presente sino desdibujar la especificidad del pasado,
confundir la lín ea entre pasado y presente (o futuro) como períodos
diferenciados. Lo que hacen es representar nuestras representaciones
de otras épocas. “S i queda aquí algún realismo, es un ‘realism o’ que
surge de la conm oción de captar ese confinam iento y darse cuenta de
que, cualesquiera sean las razones específicas, parecemos condenados
a buscar el pasado histórico a través de nuestras imágenes y estereoti
pos populares acerca de ese pasado, que en sí mismo se mantiene-para
siempre fuera de alcan ce”.11 Según me parece, esto describe un enfo
que que considera como su principal problema la elección estratégica
de representaciones de representaciones.
Aunque Jam eson escribe sobre la conciencia histórica, la misma
tendencia está presente en la escritura etnográfica: los antropólogos
interpretativos trabajan con el problem a de las representaciones de las
representaciones de otros, los historiadores y metacríticos de la antro
pología con la clasificación, canonización y “puesta a disposición” de
representaciones ele representaciones ele representaciones. El achata-
miento histórico constatado en el pastiche de los films de la nostalgia
'°¡bid., p. [ ] 7.
ibicl., p. 1 I8.
197
reaparece en el achatam iento m etaetnográfico que hace de todas 1^
culturas del mundo practicantes de la textualidad. En estas narracio
nes, los detalles son precisos, las im ágenes evocadoras, la neutralidad
ejemplar y el modo retro.
Para Jam eson, el último rasgo del posmodernismo es la “textuali
dad”. Con el recurso a ideas lacan ian as sobre la esquizofrenia, señala
que una de las características definidoras del m ovim iento textual es
el derrumbe de la relación entre significantes: “la esquizofrenia es una
experiencia de significantes m ateriales aislados, desconectados y dis
continuos que no logran vincularse en una secuencia coherente [...]
un significante que ha perdido su significado se convierte con ello en
una imagen”.52 A unque el uso del térm ino esqu izofrénico oscurece en
vez de ilum inar, el argumento es revelador. Una vez que el significan
te queda liberado de la preocupación por su relación con un referente
externo, no flota absolutam ente al m argen de toda referencialidad;
antes bien, otros textos, otras im ágenes se convierten en su referente.
Para Jameson, los textos posmodernos (aquí habla de los poetas del
lenguaje) efectúan un movim iento paralelo: “Sus referentes son otras
imágenes, otro texto, y la unidad del poema no está en modo alguno
en el texto sino fuera de él, en la unidad lim itada de un libro ausen
te”.51 Estamos de regreso en la “Fantasía efe la b iblioteca”, esta vez no
como parodia am arga sino como pastiche celébratorio.
N aturalm ente, esto no significa que podamos resolver la actual cri
sis de la representación m ediante un “cúmplase”. El retorno a modos
anteriores de representación no autoconsciente no es una posición
coherente (aunque la noticia todavía no ha llegado a la mayoría de
los departamentos de antropología). Pero tampoco podemos resolverla
ignorando las relaciones de las formas representacionales y las prác
ticas sociales. Si intentam os elim in ar la referencialidad social, otros
198
re fe re n te s ocuparán e l lugar vacío. A sí, la contestación del inform ante
m a rro q u í de Dwyer (cuando se le preguntó qué parte del diálogo entre
e l l o s le había interesado más), que no le había interesado una sola
Las últimas son las que parecen haber perdido el cam ino.
199
baja. T anto las m acrorrelaciones como las microrrelaciones de poder y
discurso entre la antropología y su otro están en definitiva abiertas a la
investigación. Sabemos que vale la pena plan tear algunas de las cues
tiones y que se ha hecho de su formulación una parte de la agenda de
la disciplina.
Las m etarreflexiones sobre la crisis de la representación en los
escritos etnográficos indican un alejam iento de la concentración en
las relaciones con otras culturas, en beneficio del interés (no terna-
tizado) por las tradiciones de la representación y las metatradiciones
de la m etarrepresentación en nuestra cultura. He estado usando la
m etaposición de Clifforel como piedra de toque. Este no habla primor
dialm ente de las relaciones con el otro, excepto cuando se dirimen a
través de su preocupación an alítica central los tropos y las estrategias
discursivas. Esto nos enseñó cosas importantes. Afirmé, pese a ello,
que este enfoque contiene un interesante punto ciego, un rechazo de
la autorreflexión. El análisis de Fredric Jameson acerca de la cultura
posmoderna se presenté) como un tipo de perspectiva antropológi
ca sobre c\ste desarrollo cultural. Bien o mal (m ás bien que mal, en
mi opinión), Jameson sugiere maneras de pensar la aparición de esta
irueva crisis de la representación como un acontecim iento histórico
con sus propias coacciones históricas específicas. En otras palabras,
nos perm ite ver que- en aspectos importantes no compartidos por otras
posturas críticas (que tienen sus propios y característicos puntos cie
gos),.el posmodernista está ciego a su situación y a la calidad de ésta
porque, como posm odernista, está comprometido con una doctrina
de la parcialidad y el flujo para la cual aun cosas tales como la propia
situación son tan inestables, tan carentes de identidad, que no pueden
servir como objetos de tina reflexión sostenida.""1 El pastiche posmo-
dernista es tanto una posición crítica como tina dimensión de nuestro
múñelo contem poráneo. El análisis ele Jam eson nos ayuda a alcanzar
200
comprensión de nuestras interconexiones, con lo que se evitan a
jg vez la nostalgia y el error de universalizar u ontologizar una situa
c ió n histórica muy particular.
En mi opinión, las apuestas en los debates recientes acerca de la
e s c r i t u r a no son directam ente políticas en el sentido convencional
201
mentalmente marginal a la cuestión. Es cierto en la medida en que ^
antropología reflexiona sin duda sobre el curso de los acontecimientos
mundiales más amplios, y específicam ente sobre las relaciones his
tóricas cambiantes con los grupos que estudia. A firm ar que la nueva
escritura etnográfica surgió a raíz de la descolonización, sin embargo
excluye precisamente las m ediaciones que darían sentido histórico al
presente objeto de estudio.
Nos vemos obligados a considerar la p o lítica de la interpretación
en la academ ia de hoy. Preguntar si textos m ás largos, dispersivos y
de autoría múltiple rendirán beneficios en la forma de cargos podría
parecer mezquino. Pero ésas son las dimensiones de las relaciones de
poder ante las cuales N ietzsche nos exhortaba a estar escrupulosamente
atentos. No puede haber dudas sobre la existencia e influencia de este
tipo de relación de poder en la producción de textos. Estas condicio
nes, menos llamativas aunque más directam ente apremiantes, merecen
mayor atención de nuestra parte. El tabú contra su pormenorización
es mucho más grande que las censuras contra la denuncia del colo
nialismo; una antropología de la antropología las incluiría. A sí como
otrora hubo un nudo discursivo que impedía la discusión sobre cuáles
eran exactam ente las prácticas de trabajo de cam po que definían la
autoridad del antropólogo, nudo que hoy fue d e s a t a d o ,d e l mismo
modo ahora las m icroprácticas de la academ ia bien podrían someterse
a algún examen cuidadoso.
Otra manera de plan tear este problema es referirse a las “charlas
de pasillo”. Durante muchos años, los antropólogos discutieron infor
malmente entre sí las experiencias del trabajo de campo. El chismerío
sobre las experiencias de campo de un antropólogo era un componen
te importante de su reputación. Pero hasta hace poco no se escribía
“seriamente” sobre tales cuestiones. Se m antenían en los pasillos y los
clubes de las facultades. Pero lo que no puede discutirse públicamente
R a b in o w , Re fle ctions o n F i e l d w o r k in M o r o c c u .
202
no puede analizarse ni rechazarse. Los ámbitos que no pueden analizarse
qí refutarse, y que no obstante son directam ente centrales para la jerar-
•ía no deberían considerarse como inocentes o irrelevantes. Sabemos
que una de las tácticas más comunes de un grupo de eiite es negarse a
discutir -c o n la excusa de la vulgaridad o la falta de in terés- los asuntos
que le resultan incómodos. C uando las charlas de pasillo sobre el traba-
jo de campo se convierten en discurso, aprendemos mucho. Trasladar
¡3 s condiciones de producción del conocim iento antropológico desde el
ámbito del chismerío -e n que sigue siendo propiedad de quienes están
lo suficientemente cerca para escucharlo—hasta el del conocim iento
sería un paso en la dirección correcta.
Mi apuesta es que observar las condiciones en que se contrata a las
personas, se les dan cargos, se publican sus trabajos, se les otorgan sub
venciones y se las honra com pensaría el esfuerzo.’8 ¿De qué m anera se
diferenció la ola “deconstruccionista” de la otra gran tendencia acad é
mica de la últim a década, el fem inism oP9 ¿Cómo se hace hoy carrera?
¿Cómo se destruye hoy una carrera? ¿Cuáles son los lím ites del buen
gusto? ¿Quién estableció y quién m aneja estas cortesías? Independien
temente de todo lo demás que podamos saber, sabemos sin duda que
las condiciones materiales en que ha prosperado el m ovim iento te x
tual deben incluir a la universidad, su m icropolítica, sus tendencias.
Sabemos que este nivel de poder existe, nos afecta,- influye en nuestros
temas, formas, contenidos, audiencias. Estas cuestiones merecen nues
tra atención, aunque sólo sea para establecer su peso relativo. Luego,
como ocurre con el trabajo de cam po, estaremos en condiciones de
pasar a problemas más globales.
58 M a r t in F m k e ls t e in ( T h e A n r n c n c a n A c a d e m i c P r o f e s s i o n : A S y n t h e s i s o f S o c i a l
Scientific i n q u i r y S i n c e W o r l d W a r //, C o l u m b u s , O h io U n iv e r s i t y Press, 1984) p re se n ta
un valioso r e s u m e n de algunas de estas c u e s tio n e s tal c o m o las c o n s id e r a n las c ie n c ia s
sociales.
59 Deborah C o r d o n , de la U n iv e r s id a d d e C a lif o r n ia e n S a n t a C ruz, ex plo ra estas
cuestiones e n la im p ortan te tesis d o c to r a l q u e está e sc rib ie n d o .
203
D ejen de c o m p r e n d e r : diálogo e identidad
204
las feministas ten ían que hacer era trabajar en otros campos, y no aña
dir flores a la antropología.
Ella distancia su práctica del modelo de la ciencia norm al en dos
aspectos. Primero, afirm a que las ciencias sociales y las naturales son
diferentes: “no sim plem ente [porque] dentro de cualquier disciplina
encontramos diversas ‘escuelas’ (lo que tam bién es cierto en la cien
cia) sino en cuanto a que sus premisas se construyen en una relación
de competencia de unas con otras”. Segundo, esta competencia no gira
exclusivamente en torno de cuestiones epistemológicas, sino, en última
instancia, de diferencias políticas y éticas. En su artículo “W h at Makes
an Interpretation A ccep tab leí”/’1 S tan ley Fish presenta un argumento
similar (si bien para propiciar un programa muy diferente). Fish sostie
ne que todos los enunciados son interpretaciones y que todas las ape
laciones al texto o a los hechos se basan en interpretaciones; éstas son
asuntos de la com unidad y no subjetivos (o individuales); es decir, los
significados son culturales o socialmente accesibles y no inventados ex
nihilo por un único intérprete. Por últim o, las interpretaciones, muy
en especial las que niegan su estatus de tales, sólo son posibles sobre la
base de otras interpretaciones, cuyas reglas afirman al mismo tiempo
que proclaman su negación.
Fish argumenta que nunca resolvemos desacuerdos m ediante una
apelación a los hechos' -o el texto porque “los hechos sólo surgen en
el contexto de algún punto de vista. De ello se deduce, entonces, que
deben producirse desacuerdos entre los que sostienen (o son sosteni
dos por) diferentes puntos de vista, y lo que está en juego en un desa
cuerdo es el derecho a especificar, en lo sucesivo, qué puede decirse
sobre los hechos. Los desacuerdos no son zanjados por los hechos, sino
que son los medios por los cuales los hechos se zanjan”.í,: Strathern
205
dem uestra h áb ilm en te estos argum entos en su contraposición del
feminismo antropológico y los antropólogos experim entales.
El valor orientador de quienes se interesan en los escritos etnográfi.
eos experim entales —dice Strathem —es dialógico: “el esfuerzo consiste
en crear una relación con el Otro, como en la búsqueda de un medio
de expresión que ofrezca una interpretación recíproca, tal vez vista
como un texto com ún o como algo más sem ejante a un discurso”.
feminismo, para ella, avanza a partir del hecho inicial e inasimilable
de la dominación. El intento de incorporar nociones fem inistas a una
cien cia de la antropología mejorada o a una nueva retórica del diálogo
se considera como un acto más de violencia. La antropología feminis
ta trata de cam biar el discurso, y no de m ejorar un paradigma: “esto es
modifica la naturaleza de la audiencia, el alcance de los lectores y los
tipos de interacción entre autor y lector, y también el tem a de conver
sación en la m anera en que permite a otros hablar —aquello de que se
habla y aquel a quien uno le habla—”. Strathern no procura inventar
una nueva síntesis sino fortalecer la diferencia.
A quí, las ironías son estimulantes. Los experimentalistas (casi todos
varones) son emprendedores y optimistas, si bien un poco sentimen
tales. Clifford afirm a trabajar con una com binación de idealismo de
los años sesenta e ironía de los ochenta. Los textualistas radicales pro
curan trabajar en pos del establecim iento de relaciones, demostrar la
importancia de la conexión y la apertura, promover las posibilidades
del compartir y del entendim iento recíproco, pero, al mismo tiempo, se
muestran confusos respecto del poder y de las realidades de las coaccio
nes socioeconómicas. La feminista antropológica de S trath em insiste
en la necesidad de no perder de vista las diferencias fundamentales, las
relaciones de poder, la dominación jerárquica. Ella trata de articular
una identidad com unitaria sobre la base del conflicto, la separación y el
antagonismo; en parte como defensa contra la amenaza de inclusión en
un paradigma de amor, reciprocidad y entendim iento en lo que ella ve
otras tantas m otivaciones y estructuras; en parte como un mecanismo
para preservar la diferencia significativa p er se como valor distintivo.
206
La diferencia se pone en juego en dos n iv eles: entre las fem inistas y
la antropología, y dentro de la com unidad fem inista. C uando se trata
de enfrentarse al exterior, los valores más elevados son la resisten cia
y la no asimilación. D entro de esta nueva com unidad in terp retativa,
sin embargo, se han afirm ado las virtudes de las relaciones d ialógicas.
Internamente, las fem inistas pueden estar en desacuerdo y com petir;
pero lo hacen en su relación entre sí. “Precisam ente porque la teoría
feminista no constituye su pasado como un ‘te x to ’, es que en n in gú n
caso se la puede agregar sim plem ente a la antropología o h acer que
la reemplace. Puesto que si las fem inistas siem pre m an tien en una
divisoria contra el Otro, entre ellas, en cam bio, crean algo que c ie r
tamente está mucho más cerca del discurso que del texto. Y la índole
de ese discurso se aproxim a al ‘producto com ún in terlo cu cionario’ al
que aspira la nueva etnografía.” Si bien los tropos están a disposición
de cualquiera que quiera usarlos, la diferencia radica en la m anera de
hacerlo.
Etica y modernidad
La ap arició n d e fa c c io n e s d e n tro d e u n a a c t iv id a d o tr o r a p r o h i b i
d a es un s ig n o seguro de q u e a lc a n z ó e l e s ta t u s de u n a o r t o d o x ia .
S t a n l e y F ish , “W h a t M a k e s a n I n t e r p r e t a t i o n A c c e p t a b l e ? ”
207
las considero miembros, si no de una comunidad interpretativa, sí al
menos de una federación interpretativa a la que yo pertenezco.
Los antropólogos, los críticos, las feministas y los intelectuales crí
ticos se interesan por las cuestiones de la verdad y su ubicación social
la imaginación y los problemas formales de la representación, la domi
nación y la resistencia, el sujeto ético y las técnicas para llegar a serlo
Estos tópicos, sin embargo, se interpretan de diferentes maneras; se
destacan diferentes peligros y diferentes posibilidades; y se sostienen
diferentes jerarquías entre estas categorías.
208
de dominación, exclusión y desigualdad como tópicos. Pero sólo son
materiales. Q uien les da forma es el crítico/escritor, sea éste antropó
logo o nativo: “Otras tribus, otros escribas”. Nos modificamos primor-
dialmente por m edio de construcciones im aginativas. El tipo de ser
en que queremos convertim os es abierto, perm eable, receloso de las
metanarraciones; pluralizador. Pero el control autoral parece adormecer la
autorreflexión y el impulso dialógico. El peligro: la elim inación de la dife
rencia significativa, la m useificación weberiana del mundo. La verdad
de que la exp eriencia y el significado se dirimen representacionalm en-
te puede extenderse hasta equiparar una y otro con la dimensión for
mal de la representación.
3. Sujetos políticos. El valor orientador es la constitución de una
subjetividad p o lítica basada en la comunidad. Las fem inistas antro
pológicas actú an contra un otro estereotipado como esencialm ente
diferente y violento. Dentro de la comunidad, la búsqueda de la ver
dad, así como la experim entación social y estética, están guiadas por
un deseo dialógico. El otro ficticio perm ite que aparezca un conjunto
pluralizador de diferencias. El riesgo es que estas ficciones actuantes
de una d iferen cia esencial se cosifiquen y reproduzcan con ello las
formas sociales opresivas que ten ían por fin socavar. Strathern expre
sa con claridad este aspecto: “A h o ra bien, si el fem inism o se burla
de la pretensión antropológica de crear un producto que en algunos
aspectos sea de autoría conjunta, la antropología se burla entonces
de la pretensión de las feministas de alcanzar verdaderam ente alguna
vez la separación que desean”.
4. Intelectuales críticos y co sm opolitas. He puesto de relieve los peli
gros de la alta cien cia interpretativa y el representador abiertam ente
soberano, y estoy excluido de la participación directa en el diálogo
feminista. Perm ítanm e proponer como cuarta figura un cosmopoli
tismo crítico. El valor orientador es el ético. Se trata de una postura
opositora, recelosa de los poderes soberanos, las verdades universales,
la valía m anifiestam ente relativizada, la autenticidad local, el mora-
lismo de toda clase. Su segundo valor es el entendim iento, pero un
209
entendimiento receloso de sus propias tendencias im periales. Inten
ta estar muy atento a la diferencia y ser muy respetuoso de ella, perQ
también es consciente de la ten d en cia a esencializarla. Lo que com
partimos como una condición de la existencia, realzado hoy por nues
tra capacidad, y por momentos nuestra avidez de anularnos unos a
otros, es una especificidad de la experiencia histórica y el lugar, por
más complejos y discutibles que puedan ser, y una macrointerdepen-
dencia mundial que engloba cualquier particularidad local. Nos guste
o no, todos nos encontramos en esta situación. Con la adopción de un
término aplicado durante diferentes épocas a los cristianos, los aristó
cratas, los mercaderes, los judíos, los homosexuales y los intelectuales
(al mismo tiempo que cambiaba su significado), Hamo cosmopolitismo
a la aceptación de esta valorización dual. Definámoslo como un ethos
de m acrointerdependencias, con una aguda co n cien cia (a menudo
impuesta a la fuerza en la gente) de las ineludibilidades y particulari
dades de lugares, caracteres, trayectorias históricas y destinos. Aunque
todos somos cosmopolitas, el Horno sapiens ha hecho bastante poco
por interpretar esta condición. Parece que tenemos problemas con el
equilibrio, y preferimos cosificar identidades locales o construir uni
versales. Vivimos en medio [in b e t w e e n J. Los sofistas ofrecen una figu
ra ficticia para este casillero: em inentem ente griegos, y no obstante
a menudo excluidos de la ciudadanía en las diversas p o le i s ; forasteros
cosmopolitas con respecto a quien está dentro de un mundo histórico
y cultural particular; miembros de ningún régimen universal imagina
do (bajo Dios, el imperio o las leyes de la razón); devotos de la retóri
ca y por ello plenam ente conscientes de sus abusos; interesados en los
sucesos del día, perca moderados por una reserva irónica.
210
generales estas categorías. Por estar —debido a mi tem peram ento—más
cómodo en una postura opositora, d ecid í estudiar un grupo de élite de
administradores, funcionarios coloniales y reformadores sociales fran-
ceses, todos interesados en el p lan eam iento urbano durante la déca
da de 1920. A l “investigar exh au stiv am en te”, me en co n tré en una
posición más cómoda que la que h ab ría tenido en caso de “dar voz” a
grupos dominados o marginales. E legí un grupo poderoso de hombres
interesados en cuestiones de p o lítica y forma: ni héroes n i villanos,
parecen proporcionarme la necesaria distan cia antropológica, ya que
están lo suficientem ente separados para impedir una fácil iden tifica
ción y no obstante lo suficientem ente cerca para perm itir una com
prensión benévola, aunque crítica.
La disciplina del urbanismo moderno fue llevada a la práctica en las
colonias francesas, en especial en M arruecos durante el m andato del
gobernador general Hubert Lyautey (1912-1925). Los arquitectos pla
nificadores y los funcionarios gubernam entales coloniales que los con
trataron concebían las ciudades en que trabajaban como laboratorios
sociales y estéticos. Estos ámbitos ofrecían a ambos grupos la oportu
nidad de experim entar con nuevos conceptos de planificación en gran
escala y poner a prueba la eficacia p o lítica de estos planes a fin de apli
carlos en las colonias y finalmente —así lo esperaban—en su patria.
Hasta hace poco, los estudios sobre el colonialism o elaboraron casi
exclusivamente estereotipos en térm inos de esta d ialéctica de domi
nación, explotación y resistencia, que es, y fue, esencial. Por sí misma,
sin embargo, pasa por alto al m enos dos grandes dim ensiones de la
situación colonial: su cultura y el cam po político en que estaba insta
lada. Esto ha llevado a una serie de consecuencias sorprendentes; es
bastante extraño que el grupo de h ab itan tes de las colonias que susci
tó menor atención en los estudios históricos y sociológicos haya sido
el de los mismos colonos. A fortunadam ente, este cuadro está com en
zando a cam biar; los variados sistem as de estratificación social y la
complejidad cultural de la vida colon ial —según se m odificaba de lugar
en lugar en diferentes períodos históricos—empiezan a entenderse.
211
A m edida que se articu la una visión más com pleja de la cultura
colon ial, creo que tam bién necesitam os una noción más compleja
del poder en las colonias. Ambas cosas están conectadas. El poder se
entiende con frecuencia como la fuerza personificada: la posesión de
un solo grupo, los colonialistas. Esta concepción es inadecuada por
una serie de razones. En prim er lugar, los mismos colonos estaban muy
estratificados y divididos en facciones. Segundo, es necesario que sepa
mos mucho más sobre el Estado (y en particular el Estado colonial)
Tercero, la perspectiva del poder que lo entien d e como una cosa, una
posesión, algo que em ana unidireccionalm ente de arriba hacia abajo o
que actúa prim ordialm ente a través del uso de la fuerza, ha sido seria
m ente puesta en cuestión. Después de todo, con menos de veinte mil
soldados los franceses m anejaron Indochina en los años veinte con un
grado de control al que los estadounidenses, unos cincuenta años des
pués, con quinientos m il soldados, nunca pudieron acercarse. El poder
entraña algo más que armas, aunque sin duda no las excluye.
La obra de M ichel Foucault sohre las relaciones de poder nos brin
da algunas útiles h erram ientas an alíticas. Foucault distingue entre
explotación, dom inación y sujeción.(lí Sostiene que la mayoría de los
análisis del poder se concentran casi exclusivam ente en las relaciones
de dom inación y explotación: quién controla a quién, y quién saca a
los productores los frutos de la producción. El tercer término, la suje
ción, se centra en el aspecto de un campo ele poder que está más aleja
do de la aplicación directa de la fuerza. Esa dim ensión de las relaciones
de poder es el lugar donde está en juego la identidad de individuos y
grupos, y donde toma forma el orden en su acepción más am plia. Este
es el reino donde más íntim am ente entrelazados están la cultura y el
poder. A veces, Foucault llam a “gubernam entalidad” a estas relacio
nes, y el término es útil.
212
Tras sus pasos, Donzelot64 ha sostenido que durante la última parte del
siglo XIX seconstruyó un nuevo campo relacional de gran importancia his
tórica, al que llama lo “social”. Areas específicas, con frecuencia conside
radas como exteriores a la política, por ejemplo la higiene, la estructura
familiar y la sexualidad, se convirtieron en blancos de la intervención
estatal. Lo social pasó a ser un conjunto delim itado y objetivado de
prácticas parcialmente construidas por y parcialm ente entendidas a tra
vés de los métodos y las instituciones emergentes de las nuevas discipli
nas de las ciencias sociales. Lo “social” fue un ám bito privilegiado para
la experimentación con nuevas formas de racionalidad política.
La muy sofisticada visióm de la colonización elaborada por Lyautey
giraba sobre la necesidad de llevar a los grupos sociales a un campo de
relaciones de poder diferente del que había existido previamente en
las colonias. En su opinión, esto sólo podía alcanzarse mediante una
planificación social de gran escala, en la cual desempeñaba un papel
central el planeam iento urbano. Como dijo en un elogio de su p rin ci
pal planificador, Henri Prost:
El a r t e y la c ie n c ia ele 1 u r b a n is m o , ta n f lo r e c ie n t e s d u r a n t e la e d a d c l á
s ic a , p a r e c e n h a b e r s u fr id o un e c lip s e to t a l d e s d e e l S e g u n d o I m p e r io .
El u r b a n is m o , arte y c i e n c i a d e l d e s a rro llo d e a g lo m e r a c io n e s h u m a n a s ,
v u e l v e a la v id a b a jo la m a n o d e Prost. En e s ta e r a m e c á n ic a , P ro st es
el g u a r d i á n del “h u m a n i s m o ”. T r a b a jó n o s ó lo so bre cosas s in o s o b r e
h o m b r e s , d ife re n te s tip o s d e h o m b res , a q u i e n e s la C i t é les d e b e a lg o
m á s q u e c a m in o s , c a n a l e s , c lo a c a s y u n s is t e m a d e tr a n s p o r te .61
211
a los hombres en general —no se trataba del hum anism o de Le Corbu
sier—sino a hombres en diferentes circunstancias culturales y sociales
El problem a consistía en dar cabida a esta diversidad. Para estos arqui
tectos, planificadores y adm inistradores, la tarea que enfrentaban era
cómo concebir y producir una nueva o r d o n n a n c e social.
Ésa es la razón por la cual las ciudades de M arruecos tenían tanta
im portancia a los ojos de Lyautey. Parecían ofrecer una esperanza, un
cam ino para evitar los callejon es sin salida, tanto de Francia como de
A rgelia. Lyautey pretendía que su famoso dicho, “U n chantier [obra
dor] bien vale un batallón”, se entendiera literalm ente. Tem ía que si
se perm itía que los franceses siguieran practicando la política de siem
pre, los resultados continuarían siendo catastróficos. No era asequible,
sin embargo, una solución p o lítica directa. Lo que se necesitaba con
urgencia era un nuevo arte social científico y estratégico; sólo de esa
forma podría elim inarse la p o lítica y lograr que el poder fuera verdade
ram ente “o r d o n n é ”.
Estos hombres, como tantos otros en el siglo xx, trataban de escapar
de la política. Esto no significaba, sin embargo, que se desentendieran de
las relaciones de poder. Lejos de ello, su meta, una especie de autoco-
lonización tecnocrática, era plantearlas de una nueva forma, en que
pudieran desarrollarse “saludables” relaciones sociales, económicas y
culturales. Esencial en este programa era la necesidad de inventar una
nueva gubernam entalidad m ediante la cual pudieran adoptar otra for
ma las tendencias (para ellos) fatalm ente decadentes e individualistas
de los franceses. Construyeron y articularon tanto nuevas representa
ciones de un orden moderno como tecnologías para su implementa-
ción. Estas representaciones son hechos sociales modernos.
Este artículo ha esbozado algunos de los elem entos de los discursos y
las prácticas de la representación moderna. La relación de este análisis
con la práctica política sólo se tocó incidentalm ente. La cuestión de
qué, cómo y quiénes podrían ser representados por los que sostienen una
concepción similar de las cosas escapa a nuestras categorías más corrien
tes de actores sociales y retórica política. A l term inar, simplemente
214
marco el espacio. Foucault, al responder a la acusación de que al negarse
a afiliarse a un 8ruP° ya identificado y políticam ente localizadle perdía
todo derecho a representar a cualquier persona o valor, dijo:
Stanley F is h
¿Hay algún texto en esta clase?*
217
una ilustración de cuán carente de fundam entos es, en definitiva, el
temor a estos peligros.
Entre las acusaciones elevadas contra los que M eyer Abram s llamó
hace poco los N uevos Lectores (Derrida, Bloom, Fish), la más persis
tente es la de que estos apóstoles de la indeterm inación y la indecidi-
bilidad ignoran —al mismo tiempo que se basan en ellas—las “normas
y posibilidades” incorporadas al len guaje, los “significados lingüísti
cos” que las palabras innegablem ente tien en , y con ello nos invitan a
abandonar “nuestro ám bito corriente de experiencia al hablar, escu
char, leer y entender”, en favor de un m undo en el cual “ningún texto
puede significar nada en particular” y donde “nunca podemos decir
simplemente qué es lo que quiere decir alguien con cualquiera de las
cosas que escribe”.1 La acusación es que los significados literales o nor
mativos son avasallados por el accionar de intérpretes premeditados.
Supongamos que exam inam os esta denu ncia en el contexto del pre
sente ejemplo. ¿Cuál es exactam ente el significado norm ativo, literal
o lingüístico de “¿Hay algún texto en esta c la se ?”?
Dentro del marco del debate crítico contem poráneo (ral como lo
reflejan, digamos, las páginas de Critical ¡nquiry), parecería haber sólo dos
maneras de contestar esta pregunta: o bien existe un significado literal
de la expresión y nosotros tendríamos que ser capaces de decir cuál es, o
bien hay tantos significados como lectores, y ninguno de ellos es literal.
Pero la respuesta sugerida por mi pequeño relato es que la expresión tie
ne dos significados literales: en las circunstancias supuestas por mi colega
(no me refiero a que se propuso suponerlas, sino a que ya se movía dentro
de ellas), se trata evidentem ente de una pregunta acerca de si se exige o
no un libro de texto en este curso en particular; pero en las circunstan
cias señaladas a él por la respuesta aclaratoria de la estudiante, la expre
sión es una pregunta igualmente evidente sobre la posición del docente
218
(dentro de la gama de posiciones existentes en la teoría literaria con-
temporánea) con respecto al estatus del texto. A dviertan que no esta-
jnos aquí ante un caso de indeterminación o indecidibilidad sino de una
determinación y decidibilidad que no siempre tienen la misma forma y
que pueden cambiar, como lo bacen en este ejem plo. M i colega no vaci-
laba entre dos (o más) significados posibles de la expresión: antes bien,
captó de inmediato lo que parecía ser un significado ineludible, dada su
comprensión preestructurada de la situación, y luego captó, tam bién de
inmediato, otro significado ineludible cuando esa comprensión se vio
modificada. Ningún significado se impuso (u n a de las palabras predi lee-
tas en la polémica contra los nuevos lectores) a otro más normal m edian
te un acto interpretativo privado e idiosincrásico; ambas interpretaciones
eran precisamente una función de las normas públicas y constituyentes
(del lenguaje y el entendim iento) invocadas por Abrams. Lo que ocu
rre, simplemente, es que esas normas no están incorporadas al lenguaje
(donde pueden ser leídas por cualquiera con una mirada suficientem ente
clara, esto es, imparcial) sino que son inherentes a una estructura institu
cional dentro de la cual las expresiones se escuchan como ya organizadas
por referencia a ciertos propósitos y objetivos supuestos. Como tanto mi
colega como su alumna están situados en esa institución, sus actividades
interpretativas no son libres, pero lo que las restringe son las prácticas y
los supuestos sobreentendidos de la institución y no las reglas y los signi
ficados fijos de un sistema de lenguaje.
Otra m anera de expresarlo sería d ecir que ninguna lectu ra de la
pregunta —que por razones de co n ven ien cia podríamos rotular como
“¿Hay algún texto en esta clase?” y “¿'Hay algún texto en esta c la
se?’^—sería inm ed iatam en te accesible a un h ab lan te n ativ o de la
lengua. “¿Hay algún texto en esta clase?”! sólo puede ser in terp reta
da o leída por alguien que ya sepa qué es lo que se incluye en el a c á
pite general de “prim er día de clases” (qué preocupaciones m ueven
a los estudiantes, qué asuntos burocráticos deben atenderse an tes de
que em piece la instrucción) y que por lo tan to escuche la expresión
amparado en ese conocim iento, que no se ap lica después del hecho
219
pero que es responsable de la forma que éste tien e de m anera inme
diata. P ara alg u ie n cuya co n cie n c ia no está ya inform ada por ese
conocim iento, “¿Hay algún texto en esta clase?”, será tan inaccesible
como “¿H ay algú n texto en esta clase?”2 para quien no conozca ya los
temas en d iscusión en la teoría literaria contem poránea. No digo que
para algunos lectores u oyentes la pregunta vaya a ser completamen
te in in te lig ib le (en reálidad, a lo largo de este artícu lo voy a sostener
que la in in te lig ib ilid a d , en sentido estricto o puro, es una imposibili
dad), sino que hay lectores y oyeiates para quienes su inteligibilidad
no tendrá n in g u n a de las formas que tuvo, en una sucesión temporal
para mi co lega. Es posible, por ejem plo, im aginar a alguien que escu
chara o en te n d ie ra la pregunta como un interro gante acerca de la
ubicación de un objeto, esto es, “C reo que dejé mi texto en esta cla
se: ¿lo ha visto ?” Tendríam os entonces un “¿Hay algún texto en esta
clase?”, y la posibilidad, tem ida por los defensores de lo normativo y
determ inado, ele una interm inab le sucesión de núm eros, es decir, de
un m undo en el cual toda expresión tuviera una pluralidad infinita
ele signiticaelos. Pero esto no es, en mode) alguno, le) que sugiere el
ejem plo, no im porta cuánto pueda ampliárselo. En cualquiera de las
situaciones ejue he im aginado (y en cualquiera ele las que podría ser
capaz ele im ag in ar), el significado ele la expresión se vería seriamen
te restringido, no después ele ser escuchada sino en las maneras en
que, an te todo, podría serlo. U na pluralidad in fin ita de significados
sería ele tem er sólo si las oraciones existieran en un estado en el cual
no estu v ieran ya incorporadas a una situación dada y no aparecieran
como una función ele la mism a. Ese estado, si pudiera ubicarse, sería
el norm ativo, y constituiría un hecho perturbaelor sólo si la norma
fluctuara lib rem en te y fuera indeterm inada. Pero tal estado no exis
te; las oracion es surgen únicam ente en situaciones dadas, y dentro
de esas situacio n es dadas, el significado norm ativo de una expresión
siempre será obvio o al menos accesible, aun cuando dentro de otra
situación esa misma expresión —ya no la misma—tendrá otro signifi
cado n o rm ativo que no será menos obvio y accesib le. (La experien
220
cia de mi colega es precisam ente una ilustración de ello .) Esto no
quiere decir que no haya forma de discrim inar entre los significados
que una expresión tendrá en diferentes situaciones, sino que la dis
criminación ya se habrá producido en virtud de nuestra presencia
en una situación (nunca dejam os de estar presentes en alguna) y del
hecho de que en otra situactón tal d iscrim inación tam bién habrá
tenido lugar, pero de m anera d iferen te. En otras palabras, si b ien
en cualquier punto siempre es posible ordenar y clasificar las afir
maciones “¿Hay algún texto en esta clase?’^ y “¿Hay algún texto en
esta claseV\ (porque siempre hab rán sido ya clasificadas), nunca será
posible darles una clasificación inm utable y de una vez por todas,
una clasificación que sea in d epend iente de su ap arición o no ap ari
ción en situaciones (porque sólo es en situaciones donde aparecen o
no aparecen).
No obstante, hay que hacer entre las dos afirm aciones una distin
ción que nos perm ita decir que, en un sentido lim itado, una es más
normal que la otra: puesto que si bien cada una de ellas es absoluta
mente normal en el contexto en el cual su literalidad es inm ediata
mente obvia (los contextos sucesivos ocupados por mi colega), tal
como están ahora las cosas, con seguridad uno de esos contextos es
más accesible que el otro, y por lo tanto más susceptible de ser la pers
pectiva dentro de la cual se escucha la expresión. En rigor de verdad,
parece que aq u í tenemos un ejem plo de lo que yo llam aría “anida-
miento institucio n al”: si “¿Hay algún texto en esta clase?”! sólo puede
ser escuchado por quienes saben qué se incluye bajo el acápite “primer
día de clases”, y si “¿Hay algún texto en esta clase?” sólo puede serlo
por aquellos cuyas categorías de entendim iento engloban las preocu
paciones de la teoría literaria contem poránea, entonces es evidente
que en una población elegida al azar a la que se presentara la expre
sión, más personas “escucharían” “¿Hay algún texto en esta clase?”!
que “¿Hay algún texto en esta clase?” ,; y, por otra parte, que si bien
“¿Hay algún texto en esta clase?” podría ser inm ediatam ente entendi-
ble para alguien a quien tuviera que explicarse laboriosamente “¿Hay
221
algún texto en esta clase ?”2, es difícil imaginar a algu n a persona capaz
de escuchar esta últim a que no estuviera ya en condiciones de escu
char la prim era. (U n a es entendible por cualquier m iem bro de la pro
fesión, la m ayoría de los estudiantes y muchos de los que trabajan en
el negocio del libro, y la otra sólo por los pertenecientes a la profesión
que no consideren singular descubrir, como me pasó a m í hace poco
a un crítico referirse a una frase “popularizada por L acan ”.) Admitir
tanto no significa debilitar mi argum ento con el restablecim iento de
la categoría de lo normal, porque ésta, tal como aparece en ese argu
mento, no es trascendental sino institucional; y si bien ninguna ins
titución tien e una vigencia tan universal y perdurable como para que
los significados que posibilita sean normales para siem pre, algunas ins
tituciones o formas de vida son tan am pliam ente habitadas que, para
una gran can tid ad de gente, los significados que posibilitan parecen
“naturalm ente” accesibles, y hay que hacer un esfuerzo especial para
verlos como un producto de las circunstancias.
El d etalle es im portante, porque explica el éxito con el cual un
Abrams o un E. D. Hirsch pueden apelar a un entendim iento compar
tido del len guaje corriente y usarlo como base para sostener la acce
sibilidad de un núcleo de significados establecidos. C uando Hirsch
propone “el clim a es ton ificante” como ejemplo de un “significado
verbal” que está al alcance de todos los hablantes de la lengua, y dis
tingue lo que es compartible y determ inado en él con respecto a las
asociaciones que, en ciertas circunstancias, pueden acompañarlo (por
ejemplo “debería haber comido menos en la cen a”, “el clim a tonifi
cante me recuerda mi infancia en V erm ont”),2 da por sentado que sus
lectores estarán tan completamente de acuerdo con su idea de lo que es
un significado verbal compartido y norm ativo que ni siquiera se moles
ta en especificarlo; y aunque yo no haya realizado una encuesta, me
222
aventuraría a sostener que su optim ism o, con respecto a este ejemplo
eI1 particular, está bien fundado. V ale decir: la m ayoría de sus lectores
-sino todos—entienden de inm ediato la expresión como una descrip
ción meteorológica aproximada que pronostica una cie rta cualidad de
d a atmósfera local. Pero la “felicidad” del ejem plo, lejos de favorecer
el argumento de Hirsch (que, como volvió a afirmarlo recientem ente,
consiste en sostener siempre “la d eterm in ació n estable del significa
do”)»3 favorece el mío. La obviedad del significado de la expresión no
es una función de los valores que tien en sus palabras en un sistema
lingüístico independiente del contexto; antes bien, las palabras tienen
un significado que Hirsch puede señ alar luego como obvio porque se
las escucha como ya incorporadas a un contexto. Es posible verlo si las
incorporamos a otro contexto y observam os con cuán ta rapidez surge
otro significado “obvio”. Supongamos, por ejem plo, que nos encontra
mos con “el clim a es tonificante” (que aun en este caso usted escucha
como Hirsch presume que lo h a c e ) en m edio de una conversación
sobre el trabajo ( “cuando hacemos nuestro trabajo con agrado, el c li
ma es tonificante”): se la escucharía inm ediatam ente com o un com en
tario sobre el desempeño de algunas personas que en sus tareas logran
crear un buen “clim a laboral”.* Por otra parte, sólo se la entendería
de esa manera, y hacerlo a la m anera de Hirsch exigiría un esfuerzo
de modo que generaría una tensión. Podría objetarse que en el texto
de Hirsch “el clim a es tonificante”! no tiene absolutam ente ningún
marco contextual; meramente se lo presenta, y por lo tan to cualquier
acuerdo en cuanto a su significado debe fundarse en sus propiedades
3 E. D. H irsch, T h e A i m s o f I n t e r p r e t a r í a n , C h i c a g o , U n iv e r s it y oí C h i c a g o Press,
1976, p. 1.
* En el o rig in al, la ex presió n es the car is cris]), el aire está fresco, o es vigorizan te
o tonificante. S u se g u n d a ap lica ció n se re fie re al á m b it o m u sic al, y e n ese c aso su tra
ducción sería “el aire (o la m elo día) es v iv o , b r i l l a n t e ”. C o m o en c a s t e l l a n o esta c o m
paración de los dos usos sería bastante fo rzada, n os p e rm itim o s r e e m p la z a r el reino
musical por el lab o ral, a fin de lograr u n a m e jo r c o m p r e n s ió n . [N. d e l T.J
223
acontextuales. Pero sí hay un marco contextual, y el signo de su pre
sencia es precisam ente la ausencia de toda referencia a él. V ale decir
ni siquiera es posible pensar en una oración independientemente de
un contexto, y cuando se nos pida que consideremos una para la cual
no se especifica n in gu n o , la entenderemos autom áticam ente en el
contexto en el cual la hemos encontrado la mayor parte de las veces
De ta l m anera, H irsch invoca un contexto al no invocarlo; al no
rodear de circunstancias la expresión, nos orienta a im aginarla en las
circunstancias en que es más probable que haya sido producida; e ima
gin arla así ya es haberle dado una forma que en ese momento parece
ser la única posible.
¿Qué conclusiones pueden sacarse de estos dos ejemplos? En primer
lugar, ni mi colega ni el lector de la oración de Hirsch están restringi
dos por los significados que tienen las palabras en un sistema lingüístico
norm ativo; y sin embargo, ninguno tiene la libertad de atribuir a una
expresión cualquier significado que le guste. En realidad, “atribuir” es
precisam ente el térm ino erróneo porque im plica un mecanismo de dos
etapas en el cual un lector u oyente primero examina una expresión y
lu ego le da un significado. El argumento de las páginas precedentes pue
de reducirse a la afirmación de que esa primera etapa no existe, que uno
escucha una expresión con un conocimiento de sus propósitos e intere
ses y no como paso prelim inar a determinarlos, y que entenderla así ya
es haberle asignado una forma y dado un significado. En otras palabras,
el problema de cómo se determina el significado sólo es un problema si
hay un punto en el cual su determinación todavía no se ha producido,
Lo que yo digo es que ese punto no existe.
N o digo que uno nunca está en la situación de tener que imaginarse
de m anera autoconsciente qué significa una expresión. A decir verdad
mi co lega se encuentra en esa situación cuando su alumna le inform;
que no interpretó su pregunta como ella pretendía que lo hiciera (“No
no, quiero decir si en esta clase creemos en poemas y esas cosas o sim
plem ente nos m anejamos por nuestra cu en ta”), y por lo tanto ahor;
debe imaginársela. Pero en este caso (o en cualquier otro), el “la” d<
224
“imaginársela” no es una colección de palabras a la espera de que se les
atribuya un significado sino una expresión cuyo significado ya asigna-
jo se ha considerado inapropiado. Si bien mi colega tiene que empezar
todo de nuevo, no debe hacerlo desde la casilla número uno; en reali
dad, nunca estuvo en ella, dado que desde el principio mismo su mane-
de escuchar la pregunta de la alumna estaha informada por lo que
suponía acerca de cuáles podían ser los posibles intereses de esa pregun
ta. (Ésa es la razón por la que no está “libre”, aunque no sufra la restric
ción de significados establecidos.) Lo que la corrección que le hace la
estudiante pone en tela de juicio es esa suposición, más que su desempe
ño en relación con ella. La alum na le dice que se equivocó respecto de
loque ella quería decir, pero esto no significa que ha cometido un error
al combinar sus palabras y sintaxis en una unidad significativa; antes
bien, lo que ocurre es que la unidad significativa que él discierne es una
función de una identificación errónea (hecha antes de que ella hable)
de la intención de la estud ian te. Cuando ésta lo abordó, mi colega
estaba preparado para escuchar el tipo de cosas que, por lo común, los
estudiantes dicen el primer día de clases, y por lo tanto eso fue precisa
mente lo que escuchó. No leyó equivocadam ente el texto (el suyo no
es un error de cálculo) sino que lo preleyó equivocadam ente, y si pre
tende corregirse tiene que hacer otra (pre)determ inación de la estruc
tura de intereses de la que surge la pregunta de la alum na. Desde luego,
esto es exactam ente lo que hace, y la pregunta sobre cómo lo hace es
crucial; la mejor forma de contestarla es considerando en primer lugar
el modo en que no lo hizo.
No lo hizo prestando atención al significado literal de la respuesta
de la alumna. Es decir que no estamos ante un caso en el que alguien
que ha sido mal interpretado aclara su significado al hacer más exp lí
citas, modificar o mejorar sus palabras a fin de lograr que su sentido
sea ineludible. En las circunstancias en que tuvo lugar la expresión tal
como él las supuso, las palabras de la estudiante son perfectamente c la
ras, y lo que ella hace es pedirle que imagine otras circunstancias en
las cuales las mismas palabras serán igualmente claras, pero de manera
225
diferente. Tampoco se trata de que las palabras que agrega (“No
quiero d e c ir...”) lo en cam in en h acia esas otras circunstancias selec*
cionándolas de un inventario de todas las posibles. Para que fuera así
tendría que haber una relació n inherente entre las palabras que ella
pronuncia y un conjunto determ inado de circunstancias (esto sería
nivel más elevado de literalism o) tal que cualquier hablante competen
te de la lengua que escuchara aquéllas se refiriera de inmediato a ese
conjunto. Sin embargo, he contado la historia a varios hablantes com
petentes de la lengua que sim plem ente no la comprendieron, y un ami
go —un profesor de filosofía—me informó que en el lapso transcurrido
entre el relato y la explicación que le di sobre él (y cómo pude hacerlo
es otra cuestión crucial) se encontró a sí mismo pensando: “¿Qué clase
de broma es ésta, que me la perdí?” Durante un momento, al menos,
sólo pudo escuchar “¿Hay algún texto en esta clase?” de la manera en
que la escuchó mi colega por primera vez: las palabras adicionales de
la estudiante, lejos de conducirlo a otra forma de escucharla, sólo lo
hicieron consciente de la distancia que lo separaba de la pregunta. En
contraposición, están los que no sólo comprenden la historia sino que
lo hacen antes de que se las cuente; esto es, saben de antemano qué es lo
que sigue apenas digo que a uno de mis colegas le preguntaron hace
poco “¿Hay algún texto en esta clase?” ¿Quiénes son esas personas y qué
es lo que hace que su comprensión del relato sea' tan inmediata y fácil?
Bueno, sin ser chistoso en lo más mínimo, uno podría decir que son
las personas que vienen a oírme hablar porque ya conocen mi posición
sobre ciertas cuestiones (o saben que tendré una posición). Vale decir,
escuchan “¿Hay algún texto en esta clase?”, aun cuando aparezca al
comienzo de la anécdota (o, para el caso, como el título de un artículo),
a la luz de su conocim iento de lo que probablemente voy a hacer con la
expresión. La escuchan como proveniente de mí, en circunstancias que
me han comprometido a pronunciarm e sobre una gama de cuestiones
estrictam ente delimitada.
Mi colega fue finalm ente capaz de escucharla precisamente de esa
forma, como proveniente de mí, no porque yo estuviera en su clase, )
226
tampoco porque las palabras de la pregunta de la estudiante apunta
ban a mí de una manera que habría sido obvia para cualquier oyente,
sino porque pudo imaginarme en una oficina tres puertas más allá de
Jasuya» diciendo a los estudiantes que no hay significados establecidos
que la estabilidad del texto es una ilusión. En rigor de verdad, tal
como él lo informa, el m omento del reconocim iento y la com pren
sión fue aquel en que se dijo a sí mismo: “¡A h , aquí tenemos a otra
¿e las víctim as de Fish!” No lo dijo porque las palabras de la alum na
Ja identificaran como tal sino debido a que su aptitud de verla como
tal informó su percepción de esas palabras. La respuesta a la pregunta
“¿Cómo llegó a partir de las palabras de la ch ica a las circunstancias
dentro de las cuales ella pretendía que las escuchara?” es que mi co le
ga debe estar pensando ya situado en dichas circunstan cias a fin de
poder escuchar en sus palabras una referencia a ellas. H ay que rech a
zar la pregunta, entonces, porque supone que el an álisis del sentido
conduce a la identificación del contexto de la expresión y no al revés.
Esto no significa que el contexto esté primero y que una vez id en ti
ficado puede iniciarse el análisis del significado. Ello sólo im plicaría
invertir el orden de precedencia, cuando ésta está fuera de la cuestión
porque las dos acciones que presuntam ente ordena (la identificación
del contexto y la atribución de sentido) se producen sim ultáneam en
te. Uno no dice “me encuentro aquí en una situació n; ahora puedo
empezar a determ inar qué significan estas palabras”. Encontrarse en
una situación es ver las palabras, éstas o cualesquiera otras, como ya
significativas. Para mi colega, darse cuenta de que tal vez está frente a
una de mis víctim as es al m ism o t ie m po escuchar lo que ésta dice como
una pregunta acerca de sus creencias teóricas.
Pero elim in ar una pregunta sobre el “cómo” sólo es plantear otra: si
las palabras de la estudiante no lo llevan al contexto de su expresión,
¿cómo llega él allí? ¿Por qué me im agina diciéndoles a mis alumnos
que no hay significados establecidos y no piensa en alguna otra per
sona u otra cosa? Antes que nada, bien podría hacerlo. O sea que es
claro que podría haber imaginado que la chica provenía de otra direc
227
ción (y que trataba de averiguar, digamos, si el curso iba a centrarse en
los poemas y ensayos o en nuestras respuestas a ellos, una pregunta del
mismo linaje que la que efectivamente hizo pero muy distinta de ella)
o simplemente haberse quedado bloqueado, como mi amigo filósofo
limitado, en ausencia de una explicación, a su primera decisión sobre
los intereses de la alum na e incapaz de dar a las palabras de ésta otro
sentido que el que les atribuyó originalmente. ¿Cómo lo hizo, enton
ces? Hasta cierto punto, lo hizo porque podía hacerlo; era capaz de lle
gar a ese contexto porque éste ya formaba parte de su repertorio para
organizar el mundo y sus acontecimientos. Ya poseía la categoría “una
de las víctimas de Fish” y no tenía que esforzarse por adquirirla. Desde
luego, dicho contexto no siempre lo había tenido a él, en el sentido de
que el mundo de mi colega no siempre era organizado por tal catego
ría, y ciertam ente tal contexto no contaba con él al comienzo de la
conversación; pero le era asequible, y él a aquél. Todo lo que tenía
que hacer era recordar la mencionada categoría [“una de las víctimas
de Fish”] o ser consciente de su existencia para que surgieran los signi
ficados que englobaba. (En caso de no haberla tenido a mano, el pro
ceso de su comprensión habría sido diferente; en breve haremos una
consideración sobre esa diferencia.)
Esto, sin embargo, sólo lleva un poco más atrás nuestra indagación.
¿Cómo o por qué fue consciente de ella? La respuesta a esta pregun
ta debe ser prohabilística, y se inicia con el reconocimiento de que
cuando algo cam bia, no todo lo hace. Aunque la comprensión que mi
colega tiene de sus circunstancias se modifica en el transcurso de esta
conversación, esas circunstancias aún se interpretan como académi
cas, y dentro de esa comprensión perdurable (si bien modificada), los
caminos que podría tomar su pensamiento se ven ya seriamente limi
tados. Comer lo hizo en un principio, todavía supone que la pregunta
ele la estudiante tiene algo que ver con la actividad universitaria en
general y con la literatura inglesa en particular, y es probable que lo
que le venga a la mente sean los títulos organizadores asociados con
estos ámbitos de la experiencia. Uno de esos títulos es “qué-pasa-en-
228
lo S 'O tr o s -c u r s o s ” , u n o d e lo s c u a l e s e s e l m í o . Y d e e s e m o d o , p o r u n
c a m in o q u e n o c a r e c e c o m p l e t a m e n t e d e s e ñ a liz a c ió n , n i e s t á t o t a l
m e n t e d e t e r m i n a d o , l l e g a a m í , a l a n o c i ó n “u n a d e l a s v í c t i m a s d e
F ish ” y u n a n u e v a i n t e r p r e t a c i ó n d e l o d i c h o p o r su a l u m n a .
P or su p u e sto , e s e c a m i n o h a b r ía sid o m u c h o m á s s in u o s o si n o h u b ie
ra t e n i d o y a a su d i s p o s i c i ó n la c a t e g o r í a “u n a d e la s v í c t i m a s d e F i s h ”
com o i n s t r u m e n t o d e p r o d u c c i ó n d e i n t e l i g i b i l i d a d . E n c a s o d e q u e
no h u b i e s e f o r m a d o p a r t e d e su r e p e r t o r i o , e n c a s o d e q u e m i c o l e g a
h u b ie r a s id o i n c a p a z d e t o m a r c o n c i e n c i a d e s u e x i s t e n c i a , d e b i d o , a n t e
todo, a q u e n o l a c o n o c í a , ¿ c ó m o h a b r í a a c t u a d o ? L a r e s p u e s t a e s q u e
no h a b r ía p o d id o a c t u a r e n a b s o lu to , lo q u e n o s ig n if ic a q u e u n o e sté
a t r a p a d o p a r a s i e m p r e e n la s c a t e g o r í a s d e c o m p r e n s i ó n d e q u e d i s p o n e
(o las c a t e g o r í a s a c u y a d i s p o s i c i ó n u n o s e e n c u e n t r a ) , s i n o q u e l a i n t r o
d u c c ió n d e n u e v a s c a t e g o r í a s o la e x p a n s i ó n d e la s a n t i g u a s h a s t a i n c l u i r
otros d a t o s ( n u e v o s , y p o r lo t a n t o r e c i é n a d v e r t i d o s ) s i e m p r e d e b e p r o
v e n ir d e l e x t e r i o r ti d e lo q u e , p o r u n m o m e n t o , s e p e r c i b e c o m o t a l . E n
la e v e n t u a l i d a d d e q u e m i c o l e g a f u e r a i n c a p a z d e i d e n t i f i c a r l a e s t r u c
tura d e la s p r e o c u p a c i o n e s d e la a l u m n a p o r q u e e s a e s t r u c t u r a n u n c a f u e
la s u y a ( o p o r q u e n u n c a p e r t e n e c i ó a e l l a ) , h a b r í a s i d o o b l i g a c i ó n d e la
e stu d ia n te e x p lic á r s e la . Y a q u í tro p e z a m o s c o n o tro e je m p lo d e l p r o b le
m a q u e h e m o s c o n s i d e r a d o a lo l a r g o d e t o d o e l a r t í c u l o . E l l a n o p o d í a
e x p lic á rs e la c o n la m o d if ic a c ió n o el a g r e g a d o d e p a la b ra s o s ie n d o m ás
e x p l í c i t a , p o r q u e s u s p a l a b r a s s ó lo s e r í a n i n t e l i g i b l e s si é l t e n í a y a e l
c o n o c i m i e n t o d e lo q u e p r e s u n t a m e n t e t r a n s m i t í a n , e l c o n o c i m i e n t o
de lo s s u p u e s t o s e i n t e r e s e s d e lo s q u e s u r g i e r o n . Es c l a r o , e n t o n c e s ,
que la c h i c a t e n d r í a q u e e m p e z a r d e n u e v o , a u n q u e n o d e s d e l a n a d a
(e n r e a l i d a d , e m p e z a r d e s d e la n a d a n u n c a e s u n a p o s i b i l i d a d ) ; p e r o s í
d e b e r ía r e t r o c e d e r h a s t a a l g ú n p u n t o e n q u e h u b i e r a u n a c u e r d o c o m
p a r tid o e n c u a n t o a lo q u e e r a r a z o n a b l e d e c i r , a f i n d e p o d e r c o n s t i t u i r
una n u e v a y m á s a m p l i a b ase para e l a c u e r d o . E n este caso e n p a r t i c u
lar, p o r e j e m p l o , p o d r í a e m p e z a r c o n el h e c h o d e q u e su i n t e r l o c u t o r y a
sabe q u é e s u n t e x t o ; v a l e d e c i r , t i e n e u n a m a n e r a d e p e n s a r e n e l l o q u e
es r e s p o n s a b l e d e q u e e s c u c h e la p r i m e r a p r e g u n t a d e la a l u m n a c o m o
229
si se refiriera a mecanismos burocráticos de la clase. (Deben recordar
que el “él” de estas oraciones no es ya mi colega sino alguien que no tie
ne su conocimiento especial.) Es esa manera de pensar la que ella debe
esforzarse por ampliar o impugnar, en primer lugar, tal vez, señalando
que hay quienes piensan en el texto de otra forma, y luego tratando de
encontrar una categoría de la comprensión de su interlocutor que pue,
da servir como análoga de la que éste todavía no comparte. Podría estar
familiarizado, por ejemplo, con los psicólogos que sostienen el poder
constituyente de la percepción, o con la teoría de Gombrich sobre la
participación del espectador, o con la tradición filosófica en la cual
la estabilidad de los objetos siempre ha sido una cuestión polémica. El
ejemplo debe seguir siendo hipotético y esquelético, porque sólo se le
puede dar carnadura luego de determinar las creencias y supuestos parti
culares que, en primer lugar, harían necesaria la explicación; puesto que,
sean cuales fueren, dictarán la estrategia con la que la alumna tratará de
reemplazarlos o cambiarlos. La importancia de sus palabras resultará cla
ra cuando una estrategia tal tenga éxito, no porque las haya re formulado
o afinado sino porque ahora se leerán o escucharán dentro del mismo
sistema de inteligibilidad del que surgieron.
En síntesis, este interlocutor hipotético llegará a su tiempo al mis
mo punto de comprensión en que se encuentra mi colega cuando
puede decirse a sí mismo: “¡Ah, aquí tenemos a otra de las víctimas
de Fish!”, aunque presumiblemente aquél, si es que dice algo, se dirá
algo muy diferente. La diferencia, sin embargo, no debería oscurecer
las semejanzas básicas entre ambas experiencias, una comunicada,
la otra imaginada. En los dos casos las palabras expresadas se escu
chan inmediatamente dentro de un conjunto de supuestos sobre la
dirección de que es posible que provengan, y en los dos casos lo que
se requiere es que la escucha se produzca dentro de otro conjunto de
supuestos en relación con los cuales las mismas palabras ( “¿Hay algún
texto en esta clase.?”) ya no serán las mismas. Lo que ocurre es simple
mente que, mientras que mi colega está en condiciones de cumplir esa
exigencia al evocar un contexto de expresión que ya forma parte de su
230
repertorio, el repertorio de su hipotético sustituto debe ampliarse has-
ta incluir ese contexto, de modo que, si algún día se encuentra en una
situación análoga, sea capaz de evocarlo.
La distinción, entonces, se plantea entre poseer ya una aptitud y
tener que adquirirla, pero se trata de una distinción que, en definitiva,
no es esencial, porque los caminos mediante los cuales puede ejercer
se, por un lado, y aprendersé, por el otro, son muy similares. Lo son,
gnte todo, porque están similarmente no determinados por las palabras.
Así como las palabras de la estudiante no encam inarán a mi colega
hacia un contexto que ya posee, del mismo modo fracasarán en diri
gir hacia su descubrimiento a alguien que carece de él. No obstante, la
ausencia de una determinación tan m ecánica no significa en ningún
caso que el camino que uno transita se encuentre al azar. El cambio
de una estructura de comprensión a otra no es una ruptura sino una
modificación de los intereses y preocupaciones ya vigentes; y como ya
están vigentes, restringen la orientación de su propia modificación. Es
decir que en ambos casos el oyente ya está en una situación informada
por propósitos y objetivos tácitamente conocidos, y en ambos casos ter
mina en otra situación cuyos propósitos y objetivos mantienen alguna
relación elaborada (de contraste, oposición, expansión, extensión) con
los que reemplazan. (La única relación que no podrían mantener es la
de ninguna relación en absoluto.) Lo que ocurre, simplemente, es que
mientras que en un caso la red de elaboración (desde el texto como un
objeto evidentemente material hasta la-cuestión de si el texto es o no
un objeto material) ya ha sido articulada (aunque no todas sus articula
ciones se enfocan en un mismo momento; siempre hay una selección),
en el otro la articulación de la red es tarea del docente (aquí el alum
no), quien comienza, necesariamente, por lo que ya está dado.
La semejanza final entre los dos casos es que en ninguno está garan
tizado el éxito. No fue más inevitable que mi colega cayera en la
cuenta del contexto de la expresión de la estudiante de lo que lo sería
que ésta pudiera presentar ese contexto a alguien previamente desco
nocedor de él; y, en realidad, si mi colega se hubiera quedado perplejo
231
(simplemente, si no hubiera pensado en mí), habría sido necesario qUe
la estudiante lo acompañara de una manera que, finalmente, habría
sido indistinguible de la forma en que hubiera llevado a alguien a un
nuevo conocim iento, es decir, empezando por la configuración de su
comprensión presente.
Me he demorado tanto en la consideración de esta anécdota que
su relación con el problema de la autoridad en la clase y en la crítica
literaria tal vez parezca oscura. Permítanme que la traiga a colación
con la evocación del argumento de Abrams y otros que sostienen que
la autoridad depende de la existencia de un núcleo determinado de
significados, porque en su ausencia no hay una manera normativa o
pública de analizar lo que alguien dice o escribe, con el resultado de
que la interpretación se convierte en un asunto de análisis individua
les y privados, ninguno de los cuales se somete a verificación o correc
ción. En la crítica literaria, esto implica que no puede afirmarse que
una interpretación es mejor o peor que cualquier otra, y en la clase
significa que no tenemos respuesta al estudiante que dice que la inter
pretación de Fulano es tan válida como la mía. Sólo si existe una base
compartida de acuerdo que guíe la interpretación y a la vez proporcio
ne un mecanism o para decidir entre dos o más de ellas podemos evitar
un relativismo total y debilitante.
Pero el objetivo de mi análisis ha sido mostrar que si bien “¿Play
algún texto en esta clase?” no tiene un significado establecido, un
significado que sobreviva a un cambio drástico de situaciones, en nin
guna situación que podamos imaginar el significado de la expresión es
o bien perfectamente claro, o bien capaz de aclararse con el paso del
tiempo. ¿Qué es lo que hace que esto sea posible, como no sean las
“posibilidades y normas” ya codificadas en el lenguaje? ¿Cómo se pro
duce la com unicación si no es con referencia a una norma pública y
estable? La respuesta, implícita en nado lo que ya dije, es que la comu
nicación se produce en situaciones y que encontrarse en una situa
ción es estar ya en posesión de (o estar poseído por) una estructura de
supuestos, de prácticas consideradas pertinentes en relación con los
232
nósitos y objetivos ya vigentes; y sólo desde dentro de tal supuesto
que se escucha inmediatamente cualquier expresión. Subrayo “inme-
(¡¡ataiIiente” porque me parece que el problema de la comunicación,
como lo plantea alguien como Abrams, sólo es un problema debido
a que éste supone una distancia entre la recepción de una expresión
la determinación de su significado: una especie de espacio muerto
eñ el que uno sólo tiene las palabras y luego enfrenta la tarea de ana
lizarlas. Si ese espacio existiera un momento antes de comenzar la
interpretación, entonces sería necesario recurrir a algún procedimien
to mecánico y algorítmico por medio del cual pudieran calcularse los
significados, y en relación con el cual pudieran reconocerse los erro
res. Lo que he sostenido es que los significados ya vienen calculados,
n o debido a normas incorporadas al lenguaje sino porque éste siempre
233
general y teórica: la postulación de normas específicas de contextos
o instituciones seguramente excluye la posibilidad de la existencia
de una norma cuya validez sea reconocida por todos, sea cual fuere su
situación. Pero no viene al caso para cualquier individuo en particu
lar porque, como todo el mundo está situado en alguna parte, no hay
nadie para quien la ausencia de una norma asituacional tenga alguna
consecuencia práctica, en el sentido de que su desempeño o la con
fianza en su aptitud para desempeñarse se vea menoscabada. Así, pues
si bien en general es cierto que tener muchos estándares es no tener
ninguno en absoluto, no lo es para nadie en particular (porque no hay
nadie en condiciones de hablar “en general”) y por lo tanto es una
verdad de la cual uno puede decir que “no importa”.
En otras palabras, si bien el relativismo es una posición que uno
puede sostener, no es una posición que pueda ocupar. Nadie puede ser
relativista, porque nadie logra la distancia con respecto a sus propias
creencias y supuestos que daría como resultado que éstos no represen
taran para esa person a una autoridad mayor que las creencias y supues
tos sostenidos por otros o, para el caso, los que esa misma persona solía
sostener. El temor de que en un mundo de normas y valores autoriza
dos de manera indiferente el individuo carezca de una base para la
acción no tiene fundamentos, ya que nadie es indiferente a las normas
y los valores que hacen posible su conciencia. El individuo actúa y
argumenta en nombre de normas y valores personalmente sostenidos
(de hecho, son éstos los que sostienen a aquél), y lo hace con la plena
confianza que acompaña la creencia. Cuando sus creencias cambian,
las normas y valores a los cuales alguna vez dio un asentimiento irre
flexivo quedan rebajados a la condición de opiniones y se convierten
en el objeto de una atención an alítica y crítica; pero esa misma aten
ción es posible gracias a un nuevo conjunto de normas y valores que,
por el momento, son tan indudables y acríticos como aquellos a los
que desplazaron. La cuesticán es que nunca hay un momento en que
uno no crea en nada, en que la conciencia sea inocente de absoluta
mente todas las categorías del pensamiento, y en el que, por lo tan
to cualquiera de éstas que esté vigente en un momento dado servirá
como fundamento indudable.
Sospecho que en este punto un defensor del significado establecido
exclamaría: “¡solipsista!” y sostendría que una confianza cuya fuente
fueran las categorías de pensamiento del individuo no tendría valor
público- Esto es: desconectada de todo sistema estable y compartido
de significados, no nos posibilitaría desempeñar las actividades verba
les de la vida cotidiana; una inteligibilidad compartida sería imposible
en un mundo en el cual todos estuvieran atrapados en el círculo de sus
propios supuestos y opiniones. La réplica a esto es que los supuestos y
opiniones de un individuo no le son “propios” en ningún sentido que
pueda suscitar el temor del solipsismo. Es decir que él no es su origen
(de hecho, sería más exacto decir que aquéllos son el suyo); antes
bien, es la disponibilidad previa de esos supuestos y opiniones lo que
delimita de antemano los senderos que es posible que tome la con
ciencia del individuo. Cuando mi colega se consagra a analizar la pre
gunta de su alum na (“¿Hay algún texto en esta clase?”), ninguna de las
estrategias interpretativas a su disposición es exclusivam ente suya, en
el sentido de que las invente; se deducen de su precomprensión de los
intereses y metas que posiblemente aiaimen el discurso de alguien que
actúa dentro de la institución de la Norteamérica académ ica, intereses
y metas que no son propiedad de nadie en particular pero que vincu
lan a todos aquellos para quienes suponerlos es tan habitual que no
reflexionan en ello. Sin duda v in cu lan a mi colega y su alumna, que
pueden comunicarse y hasta razonar sobre sus intenciones recíprocas,
no, sin embargo, a causa de que sus esfuerzos interpretativos estén res
tringidos por la forma de un lenguaje independiente sino porque su
comprensión compartida de lo que posiblemente esté en juego en una
situación de clase da como resultado que el lenguaje se les presente
en la misma forma (o sucesiones de formas). Esa comprensión com
partida es la base de la confianza con que hablan y razonan, pero sus
categorías les son propias sólo en el sentido de que como actores den
tro de una institución heredan autom áticam ente las maneras en que
2.35
ésta atribuye sentido, sus sistemas de inteligibilidad. Por eso resulta
tan difícil para alguien cuyo ser mismo se define por su posición dentro de
una institución (si no ésta, alguna otra) explicar a alguien ajeno a ella una
práctica o un significado que no le parecen exigir explicación, porque
los considera como naturales. Cuando se la apremia, es probable que
esa persona diga: “bueno, simplemente así es como se hace” o “pero
¿acaso no es obvio?”, con lo que atestigua que la práctica o el signifi
cado en cuestión es propiedad comunitaria, como, en un sentido, tam
bién ella lo es.
Vem os entonces que 1) la com unicación tiene lugar, pese a la
ausencia de un sistema de significados independiente y al margen de
contextos dados, que 2) quienes participan en esta comunicación lo
h acen confiada y no provisionalmente (no son relativistas), y que 3)
si bien su confianza tiene su fuente en un conjunto de creencias, éstas
no son específicas de cada individuo o idionsincrásicas sino comunita
rias y convencionales (no son solipsistas).
Desde luego, el solipsismo y el relativismo son lo que Abrams y
Hirsch temen y lo que los lleva a abogar en favor de la necesidad de un
significado establecido. Pero si en vez de actuar por su propia cuenta
los intérpretes actúan como extensiones de una comunidad institucio
nal, el solipsismo y el relativismo se elim inan como temores porque
no son modos posibles de ser. Es decir, la condición exigida para que
alguien sea solipsista o relativista —ser independiente de los supuestos
institucionales y tener la libertad de crear unos propósitos y objetivos
propios—, nunca podría cumplirse, y por lo tanto es vano tratar de pre
caverse contra ella. Abrams, Hirsch y compañía pasan mucho tiempo
buscando maneras de limitar y restringir la interpretación, pero si el
ejemplo ele mi colega y su alumna puede generalizarse (y es evidente
que yo creo que se puede), lo que b u s c a n nunca deja de estar ya descu
bierto. En síntesis, mi mensaje para ellos no es en definitiva desafiante
sino consolador: no se preocupen.
236
3. Historia intelectual
H e id e g g e r , S e r y t i e m p o
2 27
términos relativamente teóricos el enfoque del campo, y específica
mente de la historia intelectu al europea, que he llegado a considerar
más fructífero. A l exponerlo, estilizaré los argumentos para dar pre
ponderancia a una serie de cuestiones polémicas. Por momentos me
veré obligado a no poner en práctica lo que pregono, porque aborda
ré selectivam ente los textos de otros historiadores o teóricos a fin de
destacar posiciones problemáticas así como posibles direcciones de la
investigación.
En el transcurso de su propia historia en este país, la historia inte
lectual se modeló a menudo de acuerdo con los enfoques de otras
ramas de la disciplina, adoptando un marco de cuestiones significa
tivas de algún otro sector para orientar y organizar su investigación.
El deseo de adaptarse a modos de indagación inmediatamente inte
ligibles para algunos grupos importantes de historiadores, si no para
todos, caracterizó unas perspectivas que con frecuencia se ven como
opciones antagónicas u opuestas: la historia interna o intrínseca de
las ideas (ejemplificada en las obras de A. O. Lovejoy), la concepción
extrínseca o “contextual” de la historia intelectual (ejemplificada en
las obras de Merle C urti), y el intento de síntesis de las perspectivas
interna y externa que la mayor parte de las veces asumió la forma de
una narrativa de “hombres e ideas” (por ejemplo, en las obras de Gra
ne Brinton o H. S. Idughes). Los problemas engendrados por estas
opciones se han hecho cada vez más evidentes; volveré a algunos de
ellos. Estos problemas se ven exacerbados por la tendencia de la his
toria intelectual a convertirse en estrechamente profesional y hasta
anticuaría mediante la ap licació n del método interno a problemas
cada vez menos significativos, o bien a quedar inmovilizada de manera
más o menos permanente en un nivel popular e introductorio con la
narración de las aventuras de “hombres e ideas”. La elaboración más
reciente de una historia social de las ideas pareció ofrecer una respues
ta a estos problemas, porque en su rigor y refinamiento metodológico
va más allá de las formas más antiguas de contextualismo, y promete
dar a la historia intelectual acceso a los notables logros de la moderna
238
historia social. Sin lugar a eludas, ciertas cuestiones que anteriores his
toriadores intelectuales abordaban de manera impresionista sólo pue
den investigarse convincentemente mediante las técnicas de la historia
social moderna. Pero la historia intelectual no debería verse como una
mera función de la historia social. Tiene que explorar otras cuestiones,
que exigen técnicas diferentes, y su desarrollo puede permitir una mejor
articulación de su relación con la historia social. Incluso es posible que
la historia intelectual sugiera áreas en las cuales las formulaciones de la
historia social necesiten de una mayor elaboración.
En las páginas siguientes hay en acción un obvio “imperativo terri
torial”, modificado por una conciencia activa tan to de los límites de
la historia intelectual como de sus relaciones con otras perspectivas.
De tal modo, mi planteam iento no está m otivado por el deseo de
establecer una autonomía engañosa para la historia intelectual d e n
tro de la historiografía o de las disciplinas en general. A l contrario,
lo que lo informa es una noción de la subdisciplina de la historia
intelectual que en algunos aspectos importantes es transdisciplinaria,
y defiende lo que puede llamarse su especificidad relativa. Tam bién
insta al historiador intelectual a ponerse al tanto de las elaboraciones
en otras disciplinas que abordan los problemas de la interpretación,
en especial la crítica literaria y la filosofía. De hecho, el argumento
que presentaré constituye ün nuevo giro en una visión bastante tra
dicional de las cosas; pero es un giro que implica una crítica a veces
desorientadora y un repensar la tradición a través de la insistencia en
problemas e intereses que quedaron en las sombras en enfoques más
tradicionales. La preocupación que quiero reimpulsar se centra en la
importancia de leer e interpretar textos complejos —los así llamados
“grandes” textos de la tradición occidental—y de formular el proble
ma de la relación de estos textos con diversos contextos pertinentes.
Es ésta una preocupación que, creo, no tiene hoy el lugar que m ere
ce en la historiografía, incluida la historia intelectual, que parecería
ser su “hogar natural”. El enfoque que analizaré, sin embargo, no
apunta exclusivamente a volver a colocar esos textos en el lugar que
les corresponde. T am b ién plantea críticam ente la cuestión de poi
qué son con frecuencia el objeto de interpretaciones excesivamente
reductivas aun cuando sean centros de análisis e interés. La forma
primordial de reducción que discutiré proviene del predominio de
una concepción docum entada de la comprensión histórica, porque
creo que es la que más prevalece en la profesión histórica de hoy en
día. Pero las implicaciones de mi planteamiento se'extien den a toda
forma de menosprecio extremo del diálogo entre pasado y presente
diálogo que exige una sutil interacción entre proximidad y distancia
en la relación del historiador con el “objeto” de estudio. (Esta rela
ción dialógica entre el historiador o el texto histórico y el “objeto”
de estudio p lan tea la cuestión del papel de la selección, el juicio, la
estilización, la ironía, la parodia, la autoparodia y la polém ica en el
uso que el historiador hace del lenguaje; en síntesis, la cuestión de
cómo el uso del lenguaje por parte del historiador se dirim e a través
de factores críticos que no pueden reducirse a la predicación fáctica o
la aserción autoral directa sobre la “realidad” histórica. En este aspec
to, es significativa la manera en que el enfoque con que e! historiador
aborda el “objeto” de estudio está informado o “influido” por los méto
dos y concepciones de otros historiadores o “hablantes”.) Además, el
enfoque que defenderé no está motivado únicamente por el intento
de encontrar orden en el caos haciendo conocido lo desconocido;
también es sensible al modo en que la configuración habitual de la
adquisición de conocimientos puede ponerse en tela de juicio.cuando
lo conocido se transforma en desconocido, especialmente en ocasión
de verlo nu evam ente en textos importantes.
¿Qué se quiere decir con el término “texto”? En un principio, pue
de verse como un uso situado del lenguaje, marcado por una tensa
interacción e n tre tendencias recíprocam ente im plicadas pero por
momentos con testatarias. De acuerdo con este punto de vista, la
oposición misma entre lo que está adentro y lo que está afuera de los
textos se vuelve problemática, y nada se ve como lisa y llanamente
interior o exterior a ellos. En realidad, el problema pasa a ser el de
240
repensar los conceptos de “adentro” y “afuera” en relación con los
procesos de interacció n entre el len guaje y el mundo. U no de los
aspectos más estim ulantes de los recientes estudios sobre la textua-
lídad ha sido la investigación acerca de los motivos por los que los
procesos textuales no pueden confinarse dentro de los marcos del
libro. El mismo contexto o “mundo re al” es “textualizado” de diver
sas maneras, y aun si uno cree que el sentido de la crítica es cambiar
el mundo y no sim plem ente interpretarlo, el mismo proceso y los
resultados del cam bio plantean problemas textuales. La vida social e
individual pueden verse fructíferamente según la analogía del texto,
implicadas en procesos textuales que a menudo son más complicados
de lo que la im aginación histórica está dispuesta a admitir. Además,
el intento de relacio n ar los textos con otros medios “simbólicos”,
“representacionales” o “expresivos” (m úsica, pintura, danza, actitudes
gestuales) plantea el problema de la traducción de uno a otro medio
en un proceso que entraña tanto pérdidas como ganancias de “sig
nificado”. En la medida en que el historiador o el crítico emplea el
lenguaje para efectuar esa traducción, se enfrenta de manera evidente
a la cuestión de la textualidad. En términos más generales, la noción
de textualidad sirve para hacer menos dogmático el concepto de rea
lidad al apuntar al hecho de que uno está “siempre ya” envuelto en
-problemas de uso del lenguaje en la medida en que intenta obtener
una perspectiva crítica sobre ellos, y plantea la cuestión tanto de las
posibilidades como de los límites del significado. Para el historiador,
la reconstrucción misma de un “contexto” o una “realidad” se produ
ce sobre la base de restos “textualizados” del pasado. La posicicm del
historiador no es única, por cuanto todas las definiciones de la reali
dad están comprometidas en procesos textuales. Pero la cuestión de la
comprensión histórica es distintiva. El problema más general consiste
en ver de qué m anera la noción de textualidad hace explícita la cues
tión de las relaciones entre los usos del lenguaje, las otras prácticas
significantes y los diversos modos de la actividad humana vinculados
con procesos de significación. El tema más distintivo de la historio
241
grafía es el de la relación entre la reconstrucción documentaría y el
diálogo con el pasado.1
Habida cuenta de que la relación entre lo documentado y lo dialó-
gico es un problema pertinente para toda la historiografía, el argumen
to que plantearé no se restringe a la historia intelectual. S in embargo,
en general me abstendré de discutir extensamente las cuestiones más
amplias a las que pueda aludir, a fin de concentrarme en el tópico más
específico de la relación problemática de lo “textual” con la historia
intelectual, haciendo hincapié en el tópico aun más limitado de los tex
tos escritos y, dentro de él, en el problema de la lectura e interpretación
de los “grandes” textos de la tradición. Estos no son absolutamente úni
cos, y los procesos que ponen al descubierto no son completamente par
ticulares a ellos. Pero dos motivos para centrar la historia intelectual
en esos “grandes textos” son el hecho de que en general la historio
grafía contemporánea no hace hincapié en su estudio, y que en ellos
el uso del lenguaje se explora de una manera especialmente enérgica
y crítica, que nos compromete como intérpretes en una conversación
particularmente atrapante con el pasado.’
242
Es importante analizar la cuestión de qué obras se considerarán
“grandes” y reevaluar el “canon” al cual prestamos especial aten ción .
Incluso considero valedero el argumento de que nuestra co m p ren
sión de un canon h a sido demasiado e tn o c é n tric a en su c o n fin a
miento del texto al libro y la exclusión de textos de otras tradiciones
y culturas. En efecto, es importante e x am in ar críticam ente la noción
misma de canon y algunas de las funciones que puede llegar a cu m
plir. Pero debo confesar que la mayoría de las veces concuerdo con
las autoridades tradicionales en la id en tific a ció n de las obras que
deben incluirse en cualqu ier lista n ecesaria pero no su ficien te de
textos especialmente significativos. S in embargo, lo que me intriga
por momentos es la manera en que se interpretan esas obras, porque
las interpretaciones pueden tener muy poca correspondencia con
el juicio de que la obra es grande o al menos de particular sign ifica
ción. A q u í cabría preguntarse si se e lim in a algo en el cam ino que va
desde el juicio que identifica una gran obra hasta el discurso que la
interpreta, ya que con frecuencia las interpretaciones abordan estos
textos en términos que los domestican al poner de relieve su c a rá c
ter común con obras menores o creencias, deseos, tensiones y valores
corrientes. Ese tratamiento supone zanjadas una serie de cuestiones
cruciales. ¿Son los grandes textos de especial interés, no en su c o n
firmación o reflejo de las preocupaciones comunes, sino, para p ara
frasear a Nietzsche, en la manera excepcional en que abordan temas
C o n s t it u t io n o f M e t a p h y s i c s ” , e n I d e n t it y a n d D i f f e r e n c e , tr a d , d e J o a n S t a m h a u g h ,
Nueva Y o r k , H a rp e r & R o w , 1 9 6 9 [trad, c a s t e l l a n a : I d e n t i d a d y d i f e r e n c i a , B a r c e l o
na, A n t h r o p o s , 1 9 8 8 ] y, d e G a d a m e r , Truth a n d M e t h o d , tra d , d e J. W e i n s h e i r m e r y
D. M a r s h a l l, N u e v a Y o rk , C r o s s r o a d s , 1 9 9 2 [trad, c a s t e l l a n a : Ve rd ad y m é t o d o , 2 v o l s .,
S a la m a n c a , S í g u e m e , 1 9 9 2 J , y P h i l o s o p h i c a l H e r m e n e u t i c s , tra d , d e D a v i d E. L in g e ,
Berkeley y Los A n g e le s , U n i v e r s i t y ot C a l i f o r n i a P res s, 1 9 7 6 . En su n o c i ó n d e la p l e
na v e r d a d c o n s e n su a l c o m o telas d el d iá lo go, G a d a m e r es tá m ás c e rc a d e H a h e n n a s
que de H eid eg ger.
243
triviales.73 ¿Se comprometen a menudo o aun característicamente en
procesos que emplean o se refieren a supuestos corrientes y simultá
neam ente los impugnan, a veces de manera r a d ic a l7 ¿El juicio sobre
su grandeza se relaciona en ocasiones con la sensación de que ciertas
obras fo rtalecen y a la vez subvierten la tradición, señalando quj.
zás la necesidad de tradiciones más nuevas que estén más abiertas a
modos desconcertantes de cuestionamiento y sean más capaces de
oponerse a la amenaza recurrente de derrumbe? ¿Tratan ciertas obras
de confirm ar o establecer algo - u n valor, un modelo de coherencia,
un sistema, un género- y a la vez ponerlo en tela de juicio? ¿Se per
cibe en los juicios algo que tal vez no se diga en las interpretaciones
reductivas que con vierten en demasiado fam iliares ciertas obras?
¿Son los procesos de impugnación a menudo o característicamente
más vigorosos en ciertas clases de textos -p o r ejemplo, los literarios
o po éticos— que en los filosóficos o históricos? ¿Cuán impermea
bles son estas formas de clasificación de un orden más elevado en
relación con el(los) uso(s) real(es) del lenguaje en los textos? ¿Qué
' V é a s e e n e s p e c i a l N i e t z s c h e , U s e a n d A h u s e o f H i s t o r y , t r a d , d e A d r ia n
C o l l i n s , I n d i a n a p o l i s , B o h h s - M e r r i l l E d u c a t i o n a l P u b l i s h i n g , 1 9 5 7 , p. 3 9 . Con
r e s p e c t o a l a r g u m e n t o d e N i e t z s c h e d e que la r e n u n c i a a la i n t e r p r e t a c i ó n y la
l i m i t a c i ó n d e la e r u d i c i ó n a la “ v e r d a d ” pura e n su f o r m a r e s i d u a l c o m o “fidelidad
a lo s h e c h o s ” c o n s t i t u y e n u n a e x p r e s i ó n d el ideal a s c é t i c o , v é a s e O n t he G e n ea l o gy
o f M o r a l s , t r a d , d e W a l t e r K a u l m a n n , N u e v a Y o r k , R a n d o m H o u s e , 1 9 6 9 , p. 151
|rrad. c a s t e l l a n a : La g e n e a l o g i a d e Iti m o r a l , M a d r id , A l i a n z a , 1 9 7 1 1- Para u n análisis
m ás g e n e r a l d e la c o m p r e n s i ó n “g e n e a l ó g i c a ” d e la h i s t o r i a p o r p a r t e de Nietzsche,
q u e c o m b i n a lo d o c u m e n t a r i o y lo c r i t i c a m e n t e r e c o n s t r u c t i v o e n una perspectiva
p o l é m i c a , v é a s e M i c h e l F o u c a u l t , “ N ie t z s c h e , G e n e a l o g y , H i s t o r y ”, e n Language,
C o u n t e r - M e m o r y , P r a c t i c e , t r a d , d e D o n a l d F. B o u c h a r d y S h e r r y S i m o n , Ithaca,
C o r n e l l U n i v e r s i t y Press, 1 9 7 7 , p p . 1 3 9 - 1 6 4 . (L o s a r t í c u l o s i n c l u i d o s e n este libro
- R e t h i n k i n g i n t e l l e c t u a l H i s t o r y — r e p r e s e n t a n u n c o m p l e m e n t o a m e n u d o crítico a
las p o s i c i o n e s “e s t r u c t u r a l i s f a s ” m á s c o n o c i d a s y e n c i e r r o m o d o d o c t r i n a r i a s que
F o u c a u l t - p e s e a p r o te s t a s e n s e n t i d o c o n t r a r i o — d e s a r r o l l a c o n f r e c u e n c i a en sus
obras p rin c ip a le s .)
244
exige del lector una modalidad de interpretación menos reductiva,
normalizadora o armonizadora?
Éstos son los tipos de cuestiones planteadas en lo que Heidegger lla
ma “p e n s a r 1 ° impensado” de la tradición y Derrida “deconstrucción”.
(Lo que considero especialmente valioso en leas enfoques de la tex-
tualidad elaborados por Heidegger y Derrida es la indagación crítica
que trata de evitar una reproducción sonámbula de los excesos de una
tra d ición histórica mediante la rehabilitación de lo sumergido o repri
mido en ella y la inclusión de los elementos sumergidos o reprimidos
en una “contienda” más imparcial con tendencias que en sus formas
dominantes son nocivas.)
Quiero empezar a abordar estas cuestiones distinguiendo entre los
aspectos docum éntanos y de “ser-obra” del texto.4 Lo documenta
rlo sitúa el texto en términos de dimensiones tácticas o literales que
implican la referencia a la realidad empírica y transmiten información
sobre ella. El “ser-obra” complementa la realidad empírica con agre
gados y sustracciones. Implica por lo tanto dimensiones del texto no
reductibles a lo documentado, que incluyen de manera preponderan
te los papeles del compromiso, la interpretación y la imaginación. El
245
ser-obra es crítico y transformador, porque deconstruye y reconstruye
lo dado, en un sentido repitiéndolo, pero también trayendo al mun
do, en esa variación, modificación o transformación significativa, algo
que no existía antes. Con engañosa simplicidad, podríamos decir qUe
en tanto lo documentado señala una diferencia, el ser-obra constituye
una diferencia, que compromete al lector en un diálogo recreativo con
el texto y los problemas que plantea.
Volveré a esta distinción y sus im plicaciones ilum inándolas con
una luz un poco diferente. Lo que subrayo aquí es que lo documen
tado y el ser-obra se refieren a aspectos o com ponentes del texto
que pueden desarrollarse en diferentes grados y relacionarse unos
con otros de diversas maneras. Por lo común aludim os a Los herma
nos K a r a m a z o v o a La f e n o m e n o l o g í a del espíritu como obras, y a una
planilla de impuestos, un testam en to y el registres de una investi
gación como documentos. Pero la obra se sitúa en la historia de
un modo que le da dim ensiones docum entarias, y el documento
tiene aspectos del ser-obra. En otras palabras, tan to el “documen
to” como la “obra” son textos que implican una interacción entre
los com ponentes docum entados y de ser-obra que debería exami
narse en una historiografía c rític a. A menudo, las dimensiones del
documento que hacen de él un texto de cierta clase, con su propia
historicidad y relaciones con los procesos sociopolíticos (por ejem
plo las relacio n es de poder), se traslucen cuando se lo usa lisa y
llanam ente como una cacería de hechos en la reconstrucción del
pasado. (El registro de una investigación , por ejem plo, es en sí mis
mo una estructura de poder te x tu al que lo v in c u la cota relaciones
de poder en la sociedad en general. Su fu ncionam iento en cuanto
texto está ín tim a y problem áticam ente relacionado con su uso para
la reconstrucción de la vicia del pasado.) A la inversa, los aspectos
más d ocum éntanos de una obra se pasan por alto cuando se la lee
de una m an era puram ente fo rm alista o como una fuente aislada
para la recuperación de un significado pasado. Evidentemente, las
cuestiones más amplias en discusión giran alrededor de las relacio
246
nes entre los aspectos documentarios y de ser-obra del tex to y entre
las maneras correlativas de leerlo.
Un diálogo con “otro” tiene que tener un tema y transmitir infor-
ftiación de alguna clase. Pero, como lo señalaron W eb er y Colling-
wood, un hecho es un hecho pertinente sólo con respecto a un marco
de referencia que implica preguntas que hacemos al pasado, y lo que
distingue al saber productivo es la aptitud de plantear las preguntas
“correctas”. Heidegger ha subrayado que, por sí mismas, éstas se sitúan
en un “contexto” o “mundo vivido” que no puede ser completamente
objetivado o plenamente conocido. Para Heidegger, además, sólo al
investigar lo que un pensador no pensó explícita o intencionalm ente
pero que pese a ello constituye en él lo “impensado” digno de cues-
tionamiento, es cuando una conversación con el pasado ingresa en
dimensiones de su pensamiento que se refieren más enérgicam ente
al presente y el futuro. Aquí, el anacronismo es un peligro evidente,
pero un tipo imaginativo y autorreflexivo de historia comparativa que
indague en las posibilidades no realizadas y hasta resistidas del pasa
do constituye no obstante un complemento importante de tipos más
empíricos ele comparación en el diálogo entre pasado y presente. (El
propio Weber, debe recordarse, adujo que la atribución ele peso cau
sal a un acontecim iento o fenóm eno dependía de su comparación
con un repensar imaginativo del proceso histórico eit el que aparecía.
Sólo al formular la hipótesis de lo que podría haber llegado a pasar
en ausencia o con una variación significativa de un aco ntecim ien
to o fenómeno podía llegarse a la comprensión de las posibilidades
transformacionales que permitían apreciar el hecho de que algo había
ocurrido en la forma que realmente asumió.) En rigor de verdad, en
la medida en que en sí mismo es “ser-obra”, un diálogo implica el
intento del intérprete de pensar más en profundidad lo que está en
discusión en un texto o una “realidad” pasada, y en el proceso el mis
mo cuestionador es cuestionado por el “otro”. Su propio horizonte se
transforma cuando enfrenta posibilidades aún vivas (pero a menudo
sumergidas o silenciadas) inducidas por una investigación del pasado.
247
En este sentido, la historicidad del historiador está en discusión tanto
en las preguntas que hace corno (con permiso de Weber) en las “res
puestas” que da en un texto que retícula por sí mismo lo documentarlo
y el ser-obra. Por último, puede sostenerse que la interacción entre las
tendencias documentaría y de ser-obra provoca una tensión que sólo
es neutralizada a través de procesos de control y exclusión. Estos pro
cesos pueden actuar tan to'en el texto interpretado como en el que lo
interpreta. En la historia intelectual, tienden a actuar más en nuestras
interpretaciones o usos de los textos de interés primordial que en esos
mismos textos.5
En la historiografía general ha predominado un enfoque documen
tado de la lectura de textos, enfoque que, en algunos aspectos impor
tantes, también caracterizó a la historia intelectual. Si su predominio
está expuesto a cuestionamientos en otras áreas de la historiografía, tal
vez es aún más cuestionable en la historia intelectual, habida cuenta
de los textos que ésta aborda.6 Esto se debe a que algunos de estos tex
tos exploran por sí mismos la interacción de diversos usos del lenguaje
como el documentado y el de ser-obra, y lo hacen de una manera que
plantea la cuestión de las varias posibilidades de este uso que concu
rren en esa interacción. La sátira menipea es un ejemplo manifiesto
de un tipo de texto que explora abiertamente la interacción o diálogo
248
entre los usos del lenguaje.' Pero esta cuestión puede plantearse en
pación con cualquier texto de una manera que a la vez lo abra a una
investigación de su funcionamiento como discurso y exponga al lec
tor a la necesidad de interpretación en su diálogo con él. En realidad,
parecería haber algo intrínsecamente equívoco en la idea de aproxi
marse de forma pura o siquiera preponderamente documentaria a un
texto con un marcado carácter de ser-obra e internamente “dialogi-
zado” que formula a sus lectores demandas que la comprensión docu
mentaria no puede satisfacer por sí sola.
El predominio de un enfoque docum entado en la historiografía
es una de las razones cruciales por las cuales los textos complejos
-en especial los “literarios”—quedan excluidos del registro histórico
pertinente o bien se leen de una manera extremadamente reducida.
Dentro de la historia in telectu al, la reducción asume la forma del
análisis sinóptico de contenidos, en el método más narrativo, y la de
una identificación no problemática de objetos o entidades de interés
249
histórico, en la historia de las ideas.8 Estas entidades son, desde luego
“ideas” ( “ideas unidades” en la obra de A. O. Lovejoy) o “estructuras
de la conciencia” o de la “m ente” (por ejemplo, en la obra de Errist
Cassirer). Las ideas o estructuras de la conciencia se abstraen de los
textos y se relacionan con modos generales y formalizados de discur
so o formas simbólicas (filosofía, literatura, cien cia, mito, historia,
religión). Pocas veces se exam ina cómo funcionan realmente estas
estructuras en textos complejos, o sólo se les presta una atención
marginal. Las ideas o estructuras (por ejemplo, la idea de la natura
leza o la gran cadena del ser) pueden rastrearse a lo largo del tiempo
y utilizarse para hacer distinciones entre períodos. Desde una pers
pectiva de orientación más social, este enfoque es criticado por ser
demasiado disociado: una forma de historia de las ideas “en el aire”.9
Empero, en un nivel muy básico, la historia social de las ideas com-
2 30
parte a menudo los supuestos del enfoque que critica. Ésta tam bién
considera las ideas, estructuras de co n cien cia o “m entalidades” como
entidades relativamente no problem áticas y no plan tea la cuestión
de cómo funcionan en los textos o los usos reales del lenguaje, e x a
minando, en cambio, las causas u orígenes de las ideas y su impacto
o efecto sobre la historia. En síntesis, la historia social con frecuencia
ajusta una historia de las ideas a un marco causal y una concepción
de la matriz social sin investigar c rític am e n te qué es lo que se ha
causado o cuál es el efecto producido.10 T am b ién puede conducir a
la idea de que las únicas cosas dignas de estudio son las que tuvieron
un impacto o efecto social en su propio tiempo, lo que privaría a la
historiografía de la necesidad de recuperar aspectos significativos del
pasado que tal vez se hayan “perdido”.
Una comprensión diferente de la historia in te lec tu al como una
historia de textos puede perm itir una form ulación más c o n v in c en
te de problem as introducidos por enfoques ya establecidos y un
251
intercam bio recíprocam ente más inform ativo con el tipo de his
toria social que relacion a discurso e instituciones. En el marco de
esta comprensión, lo que en las perspectivas que m encioné se tom a
como supuesto o se pasa por alto se convierte en un problema para
su investigación. U n o de esos problemas, en la encrucijada misma de
lo documentarlo y lo dialógico, es la naturaleza precisa de la relación
entre los textos y sus diversos contextos pertinentes. Dividiré este
problema en seis áreas de investigación parcialm ente superpuestas
y, al analizarlas, destacaré algunos aspectos que en estos momentos
suelen omitirse.
Puede resultar útil que en primer lugar aclare mi objetivo. Mi lis
ta no es exhaustiva, y lo que sostengo es que, al abordar la relación
de los textos con los contextos, lo que a menudo se toma como una
solución al problema debería reformularse e investigarse ella misma
como el verdadero problema. La apelación al contexto no responde
en el acto todas las cuestiones de la lectura y la interpretación. Y una
apelación a el contexto es engañosa: nunca tenemos —al menos en el
caso de los textos complejos—un contexto. El supuesto de que sí lo
tenemos se basa en una hipostatización de “contexto”, con frecuen
cia al servicio de equívocas analogías orgánicas u otras abiertamente
reductivas. Lo que tenemos en el caso de los textos complejos es un
conjunto de con textos interactuantes cuyas relaciones mutuas son
variables y problemáticas, y cuya relación con el texto que se investi
ga plantea difíciles cuestiones de interpretación. En rigor de verdad,
lo que tal vez sea más insistente en un texto moderno es la manera
en que impugna uno o más de sus contextos. Además, la afirmación
de que un con texto o subconjunto específico de contextos es espe
cialmente significativo en un caso dado tiene que demostrarse y no
simplemente suponerse o incorporarse subrepticiamente a un modelo
o marco exp licativo de análisis. C on estas salvedades en mente, los
seis “contextos” cine señalaré para su consideración son intenciones,
motivaciones, sociedad, cultura, el corpas y la estructura (o concep
tos análogos).
252
1. La relación e n t re las intenciones del a u to r y el texto. No querría negar
la importancia de las intenciones y de la tentativa de especificar su
relación con lo que sucede en los textos o, en términos más genera-
les, en el discurso. Pero la teoría del acto de habla ha prestado apo
yo a la opinión extrem a de que la enunciación y —presumiblemente
por extensión—el texto deducen su significado de las intenciones del
autor al hacerlos o escribirlos.'Quentin Skinner sostuvo con vigor que
el objeto de la historia intelectual debería ser el estudio de lo que los
autores pretendían decir en contextos históricos y situaciones comu
nicativas diferentes.11 Esta concepción tiende a suponer una relación
de propiedad entre el autor y el texto, así como un significado unitario
para una enunciación. En el mejor de los casos, da origen a una idea
notoriamente simple de las divisiones o tendencias opuestas en un
texto y de las relaciones entre los textos y sus clasificaciones an alíti
cas. Al presentar el texto exclusivamente como una “intencionalidad”
realizada o “encarnada”, impide la formulación como problema explí
cito de la cuestión de la relación entre intenciones —en la m edida en
que se las puede reconstruir plausiblemente—y lo que es posible soste
ner que el texto hace o revela. Esta relación puede implicar múltiples
formas de tensión, incluida la autoimpugnación. No sólo es posible que
la intención no complete el texto de una manera coherente o unifi
cada; la intención o intenciones del autor pueden ser inciertas o radi
calmente ambivalentes. A decir verdad, en buena parte el autor puede
" V é a s e e s p e c i a l m e n t e su “M e a r a n ,” a n d U n d e r s t a n d i n ” in r h e H i s t o r y o t I d e a s ”,
Hi s tury a n d T h e o r y . 8 , 1 9 6 9 , p p . V 5 3 . P a r a u n a d e f e n s a d e la i n t e n c i ó n a u t o r a l
co m o el e l e m e n t o q u e p r o p o r c i o n a el c r i t e r i o ríe u n a i n t e r p r e t a c i ó n v á l i d a , v é a s e
E. D. H i r s c h , Jr., V a l u h t y ni ¡ n t e r p r e t a t u m y T h e A i m s >>í I n t e r p r e t a c i ó n . P a r a u n a c r í t i
ca d e H ir s c h , v é a s e D a v i d ( 8 H o y , T h e C r i t i c a l C a r d e . El lih r o d e H o y es u n a b u e n a
i n t r o d u e c u m a las o b r a s d e ( J a d a m e r , q u i e n o f r e c e u n a e x t e n s a c r í t i c a d e l i n t e n t o
de c e n t r a r la i n t e r p r e t a c i ó n e n la mciis a u c t o r i s . J a c q u e s D e r r id a p r o p o n e u n a c r í t i c a
más f u n d a m e n t a l , e n e s p e c i a l e n “S i g n a t u r a E v e n t C ' o n t e x r ”, rrad . d e S a m u e l 8 V e b e r
y j e f f r e y M e h l m a n , (llyp h , 1 , 1 9 7 7 , y “Lim ited In c. a b e ”, tracl. de S a m u e l W e h e r , t r l y p h ,
2, 1 9 7 7 .
253
descubrir sus intenciones en el acto mismo de escribir o hablar. Y la
“lectura” de éstas plantea problemas análogos a los implicados en la
lectura de textos.
Es significativo que con frecuencia una intención se formule retros
pectivamente, cuando el enunciado o el texto ya han sido sometidos
a una interpretación con la cual el autor no está efe acuerdo. En un
primer momento, tal vez uno no sienta la necesidad de hacer com
pletamente explícitas sus intenciones, o le parezca que es imposible
quizás porque escribe o dice algo cuyos múltiples significados se verían
excesivamente reducidos en la articulación de intenciones explícitas.
Junto con la “proyección” de una meta que en parte dirige el proceso
de escritura, una intención es una especie de lectura o interpretación
proléptica de un texto. U na intención formulada retrospectivamente
es de manera más manifiesta una lectura o una interpretación, ya que
pocas veces se trata de una transcripción de lo que el autor pretendía
decir en la época “original” de la escritura. En la medida en que hay
una relación de propiedad entre el autor y el texto, especialmente
en los casos en que está en discusión la responsabilidad de aquél (por
ejemplo, los sometidos a proceso legal), es posible que se quiera dar
una importancia especial a las manifestaciones de intención, al menos
en cuanto son interpretaciones plausibles de lo que sucede en un tex
to. Pero aun si nos satisfacemos meramente con ampliar la analogía
pertinente, puede sostenerse que, hasta cierto punto significativo, la
tradición expropia al autor, porque los textos de la tradición han pasa
do al dominio público. En este caso, las intenciones del autor tienen
el estatus de aspectos del texto (por ejemplo, cuando están incluidas
en un prefacio) o bien de interpretaciones de éste que el comentarista,
sin duda, debe tomar en cuenta, pero cuya relación con el funciona
miento del texto es susceptible de ser discutida.
La idea de que la intención autoral constituye el criterio últi
mo para llegar a una interpretación válida del texto está motivada,
creo, por suposiciones morales, legales y científicas excesivam en
te estrechas. Moral e incluso legalm ente, uno puede creer que una
254
persona debería ser plenam ente responsable de sus exp resiones y
tener una relación cuasi contractual o com pletam ente c o n tractu al
con un interlocutor. C ien tíficam en te, se puede buscar un criterio
que haga que el significado de un texto se someta a m ecan ism os
confirmación que dejen el menor espacio posible al desacuerdo
sobre la interpretación. A veces, la responsabilidad puede ser sufi
cientemente grande para satisfacer e x ig e n c ia s morales o leg ales,
aunque esta eventualidad no cum pliría ni las condiciones teóricas
ni las condiciones prácticas de una lib ertad o intencionalidad p l e
nas- En cualquier caso, creer que las in te n c io n e s au to rales c o n
trolan por completo el significado o funcionam iento de los textos
(por ejemplo, su carácter serio o irónico) es suponer una posición
preponderantemente normativa que no está en relación con impor
tantes dimensiones del uso del len guaje y la respuesta del lector.
La exigencia científica está íntim am ente relacionada con la moral.
Podría ser aceptable si fuera aplicable. Insistir en la posibilidad de su
aplicación es sacrificar enfoques más dialógicos y oscurecer el papel
de la argumentación en asuntos de interpretación, incluida la de las
mismas intenciones. Por otra parte, es un lugar común señalar que
uno de los signos de un “clásico” es el h ech o de que su in terp reta
ción no conduce a conclusiones definitivas y que su historia es en
gran parte la de sus interpretaciones y usos conflictivos o d iv e rg e n
tes. Es menos común aplicar este juicio al proceses de argumentacicím
que compromete a sus intérpretes. En la m edida en que un enfoque
complementa lo docum entado con lo clialógico, la argum entación
informada no debe verse en él m eram ente como una necesidad in e
vitable sino como una actividad valiosa y estim ulante v in culad a con
la manera en que la interpretación puede relacionarse con formas
de renovación, incluida la de las creencias con las cuales uno está
profundamente comprometido. La cuestión es hacer todo lo que esté
en nuestras manos, no para evitar la argum entación sino para lograr
hacerla, hasta donde sea posible, lo más informada, vital y abierta de
manera no dogmática a la contraargumentacicm.
255
Estas consideraciones se refieren a la cuestión de los criterios de
una “b u e n a” interpretación. Esta, desde luego, debería resolver l0s
asuntos documentarlos a los que pueden aplicarse los mecanismos
corrientes de verificación, y buscar un entendim iento recíproco en
problemas interpretativos más amplios. Pero —lo que es igualmente
importante—no zanja de una vez por todas la cuestión de cómo enten
der una obra o un corpus. U na “buena” interpretación reactiva el pro
ceso de indagación, al abrir nuevos caminos de investigación, crítica y
autorreflexión. Esto no significa decir que hay que hacer un fetiche de
lo nuevo o esclavizarse a las ideas actuales sobre lo que es interesante
Pero sí quiere decir que las diferencias básicas en la interpretación (o
modo de discurso) pocas veces giran en torno de simples cuestiones de
hecho —y que en ciertos niveles esas diferencias pueden tener un valor
no íntegram ente subordinado al ideal de consenso en la interpreta
ción—, Puesto que es posible que se relacionen con procesos de impug
nación que tienen un papel crítico en el presente y que uno querría
conservar de alguna forma en cualquier contexto social.
2 56
eS ver el texto como una señal o un síntoma del proceso vital, a u n
cuando la comprensión resultante de su relación se mantiene en e l
nivel de la sugerencia y no se elabora hasta convertirla en una teoría
c a u s a l o interpretativa acabada.
También en este caso lo que se toma como una solución debería
plantearse como un problema. Desde luego, puede haber aspectos s in
tomáticos de los textos. Pero la vida y el texto también pueden estar
internamente marcados y a la vez relacionarse entre sí mediante pro
cesos que ponen en tela de juicio la identidad. U n texto o una v id a
pueden cuestionarse a sí mismos de una manera más o menos explícita,
y cada uno de ellos cuestionar al otro. En la medida en que son distin
guibles, pueden caracterizarse por patrones de desarrollo o formas de
repetición que no son simplemente coincidentes y que tal vez incluso
se impugnen mutuamente. U n problema común a un texto escrito y u n
“texto” vivido puede elaborarse o ponerse en juego de manera diferente
encada uno, y estas relaciones diferenciales plantean problemas impor
tantes a la interpretación. Además, leemos textos escritos significativos
no sólo porque son compensatorios sino también porque son comple
mentarios: agregan a la vida corriente algo que, de hecho (un hecho
tal vez desafortunado), podría no existir sin ellos.
Además, para un escritor que toma en serio lo que está haciendo
(una actitud no necesariamente divorciada de una concepción del arte
e incluso de la escritura en general como una forma de juego formal o
de bromear con seriedad), la escritura es un modo de vida crucial. Por
momentos, es posible que esté más dispuesto a defender los escritos que
otras dimensiones de la vida. Tal vez pueda considerarse que, en cierto
modo, esta actitud es objetable o “alienada”, pero hay que tomarla en
cuenta. Se la puede adoptar (como en el caso de Kierkegaard) no para
establecer la inocencia de los escritos o propiciar una visión del arte
por el arte sino para articular una situación de la cual el mismo escri
tor es crítico. En otras palabras, también el escritor puede ambicionar
un mundo en el cual la escritura sea menos distintiva por estar el texto
mismo de la vida “escrito” de mejor manera.
257
El problema general en el intento de relacionar vida y textos es
alcanzar una comprensión del “texto” de la vida y el uso del lenguaje
en los textos, y de la relación entre estas prácticas significantes, qUe
sea lo suficientemente matizada para hacerles justicia. A veces puede
ser plausible creer que una idea relativamente simple de identidad o
fracaso hace justicia a una vida, aunque algunas de éstas son bastante
complejas. Creer que una comprensión relativamente simple de los pro
blemas de la “vida real” proporciona la clave causal o interpretativa del
significado de los textos o de la interacción de éstos con la vida es muy
poco plausible. De manera casi invariable, esta creencia es el prólogo de
una interpretación excesivamente reductiva de los textos y su relación
con la vida. En contraste, la investigación de esa relación hace más por
complicar que por simplificar el problema de la interpretación, porque
a la dificultad de interpretar textos exigentes añade la de relacionarlos
convincentemente con los procesos existenciales. El texto a interpretar
se hace entonces más amplio y probablemente más intrincado, porque
incluye los textos escritos, en los casos en que la escritura misma puede
ser un proceso altamente existencial, y otras dimensiones de la vida que
no son meramente externas a ellos. La simplificación sólo se produce
en la medida en que es plausible leer textos, o algunos de sus aspectos,
como elaboraciones secundarias o racionalizaciones proyectivas. Y aquí
existe siempre la posibilidad de que una psicobiografía nos diga más
sobre su autor que acerca del autor del texto estudiado.n
n Este p ro b le m a puede surgir en u n a form a bastante sutil. El p sico h isto riado r pue
de hacer u n a o p o sic ió n d ico tò m ic a e n t r e los argum entos p l e n a m e n t e lógicos o racio
nales y los iló gico s o irracionales d e l te x t o , y aseverar que los m é to d o s psicohistóricos
sólo se a p lic a n a la in terp retació n de los últim os. Para un a e x p o s ic ió n b ien meditada y
cuidadosa de e s ta c o n c e p ció n , v éa se G e r a ld Izenberg, “P s y c h o h is t o r y an d Intellectual
History", H i s c o r y a n d T h e o r y , 14, 197 5 , pp. 139-155. A q u í, el p ro b le m a es si esta posi
ción e x t r e m a d a m e n t e n ítida se a p lic a al te x t o en cuestió n o r e fle ja la perspectiva del
analista. En c u a l q u i e r caso, pasa por a lt o la in dagación sobre la in te r a c c ió n entre lo
“lógico” y lo “ iló g ic o ” en el f u n c io n a m ie n t o del texto mismo.
258
3 1m relación de la sociedad c o n los textos. En este punto se hace evi-
¿ente la naturaleza de intersección de las categorías que empleo. No
se puede analizar la vida individual sin una referencia significativa a
la sociedad, y viceversa. Empero, iritentaré centrar mi atención en
problemas a los que se ha considerado de naturaleza más espec ífi ca men -
te social o sociológica. (Y lo haré no desde la perspectiva de una historia
social que estudia los usos de los textos para la reconstrucción empíri
ca de la sociedad pasada, sino desde la perspectiva distin tiva de una
historia intelectual que explora la relación entre los procesos sociales
y la interpretación de los textos.) Estos problemas han sido vistos con
frecuencia en términos del “antes” y el “después” del texto: su génesis
y su impacto.
Ya indiqué que el problema a m enudo omitido o no subrayado
en una historia social de las ideas es el de la relación de los procesos
sociales con los textuales, una relación para cuya formulación pueden
ser inadecuadas las nociones efe “génesis” e “impacto”. Foucault, cons
ciente de este problema, elaboró una noción de práctica discursiva que
señala la interacción entre instituciones y formas de discurso. Pero no
logró relacionar completamente la práctica discursiva con el texto sig
nificativo o, en términos aun más generales, articular la relación entre
modos de discurso más o menos formalizados y “textos” escritos o vivi
dos, porque a menudo aborda de una manera similar los’textos escritos
y otros fenómenos, valiéndose de la idea de que son ejemplos o mues
tras de la práctica discursiva —signos de los tiempos—. En ciertos aspec
tos, esta idea puede ser exacta. U n texto puede ejem plificar prácticas
discursivas o modos de discurso ele una manera relativam ente directa.
La interpretación marxiste vio con frecuencia una relación similar
entre ideología y texto, y si bien la noción foucaultiana de práctica
discursiva es más general que la de la ideología como falsa conciencia,
se basa en una comprensión de la relación comparable al tipo marxista
más ortodoxo.
Pero tan to en Foucault como en algunos m a rx istas surge por
momentos una posibilidad diferente. Puede considerarse entonces
259
que el texto no sólo ejem plifica prácticas discursivas o ideologfas
de una manera relativam ente directa sino que también se embarca
en procesos que, conscientem ente o no, los hacen problemáticos
a veces con implicaciones críticas. La cuestión pasa a ser entonces
cuán precisamente están situadas en el texto la práctica discursiva
la estructura profunda o la ideología - y hasta el prejuicio—, de un
modo distinto a la representación o al mero reflejo. El lo c u s classi-
c u s de este tipo de estudio todavía puede ser, en algunos aspectos, la
investigación de Lukács sobre la relación entre la ideología conser
vadora y lo que el texto revela acerca de los procesos sociales en las
obras de Balzac.14 Pero en Lukács la noción del uso del lenguaje y el
proceso textual no fue a menudo lo suficientemente sutil o penetran
te para explicar la interacción entre texto y sociedad. La vehemen
cia casi platónica de su condena de la literatura modernista no sólo
ilustra este aspecto; apunta también a problemas que se insinúan en
sus propios textos, pero de una manera que sigue siendo “impensada”
o no explícita.
A q u í es donde la obra de Derrida puede sustentar nuestras posibili
dades de realizar el tipo de investigación de la interacción entre texto
y proceso social que él mismo rara vez parece emprender. Su elaborada
crítica de la lectura que Foucault hace de Descartes en Histoire de la
f o l i e . .. no debería verse, me parece, como un mero rechazo de la inter
pretación de auuél.is Antes bien, diriee la atención hacia la cuestión
260
¿e\ lugar y el momento exactos en que se produce la exclusión de la
locura en texto Descartes, y si ese texto puede entenderse como
un signo directo de los tiempos. El argumento de Derrida en “Cogit o et
jústoire de la folie” debe verse en el contexto más general de su idea
de la Drga Y enredada tradición que constituye la historia de la meta-
física. Tam bién hay que verlo con referencia tanto al problema de la
r e l a c i ó n de un texto con su época como con la manera en que los tex
tos pueden cuestionar de forma radical sus propios deseos y temas apa
rentemente dominantes.
La división manifiesta entre Derrida y Foucault aparece en ocasión
de la interpretación local de un pasaje de la primera Meditación de
Descartes. Donde Foucault sitúa la exclusión de la locura que inau
gura o confirma su estatus en la época clásica, Derrida ve un proceso
discursivo “pedagógico” y dialógico que, al contrario, la incluye en un
movimiento de hipérbole creciente. En sustancia, Derrida da un nue
vo giro al muy clásico argumento de que no se puede tomar el pasaje
en cuestión fuera de contexto, sino que hay que relacionarlo con el
movimiento general del texto. Habida cuenta de la incertidumbre con
261
respecto a si en dicho texto Descartes habla con su propia voz, tal vez
sea imposible decidir cuál de los dos, Derrida o Foucault, da la mejor
explicación. Hay algo que decir en favor de ambos, y en ello puede
radicar el carácter suscitador de ideas del pasaje en cuestión.
U n momento más vigoroso del análisis de Derrida es aquel en que
discute el aspecto de la duda hiperbólica en Descartes, que parece estar
abierto a la posibilidad de la locura y suceder en un nivel que socava la
oposición entre ésta y la razón. Pero en Descartes este punto de hipérbo
le extrema es seguido casi de inmediato por un gesto que parece excluir
de manera prácticamente definitiva la locura y fijar un sólido funda
mento para la razón. Así, pues, para Derrida, Descartes también excluye
la locura, pero de un modo que repite en una forma modificada tanto
el tradicional anhelo filosófico de un fundamento sólido y plenamente
unificado de la razón, como la hipérbole que, al menos momentánea
mente, parece subvertirlo o impugnarlo. De hecho, el momento de la
duda hiperbólica y la impugnación radical es más explícito en Descartes
que en muchos otros filósofos, según los interpreta el mismo Derrida. La
cuestión más amplia planteada en su análisis es la de relacionar largas e
intrincadas tradiciones, como la historia .de la metafísica, el período o
época específica (incluida alguna definición estructural o epistemoló
gica de la misma) y el texto particular. El intento de delinear el modo
de interacción entre ellos exige una interpretación del texto en toda su
sutileza, e indica la importancia que para la comprensión histórica tie
ne una noción de repetición con variaciones a lo largo del tiempo. En
este aspecto, la relación entre tradición prolongada, época específica y
texto no puede determinarse mediante una noción de continuidad o
discontinuidad simples. Tampoco puede verse el texto como una mera
ejemplificación o ilustración de la tradición prolongada o la época espe
cífica. Antes bien, el problema pasa a ser la manera en que estas dos
últimas y el texto se repiten unos a otros con variaciones, y la cuestión
a dilucidar es el grado de importancia de estas variaciones y cómo ana
lizarla. El texto se considera como el “lugar” de intersección de la tradi
ción prolongada y la época específica, y produce variaciones en ambas.
262
Pero no está inmovilizado ni se presenta como un nudo autónomo; se lo
sitúa en una red plenamente relacional.
Esta red es el contexto para una de los temas más difíciles para la
interpretación: cómo interactúan lo crítico y lo sintom ático en un
texto o una ohra de arte. Sólo si se explora este tema de una mane-
ja sostenida puede evitarse la unilateralidad del análisis que o bien
destaca la naturaleza sintomática y representativa del arte (como lo
hicieron incluso Lukács y Lucien Goldmann, para quienes el arte era
crítico exclusivamente como una expresión de fuerzas más amplias),
o bien el modo en que el “gran” arte es en sí mismo una excepcional
fuerza crítica para un cambio constructivo (como suelen sostenerlo
los partidarios de la Escuela de Frankfurt). E nunciada en términos
un poco diferentes, la cuestión es hasta qué m edida el arte cumple
la función escapista de la compensación im aginaria de los defectos
de la realidad empírica, y en qué otra medida la función contestata
ria de cuestionar lo empírico de una manera que tenga implicaciones
más generales para el desarrollo de la vida. Podría sugerirse que textos
y obras de arte son ambivalentes con respecto a esta cuestión pero que
difieren en la forma en que pactan con la am bivalencia. Un criterio de
“grandeza” o al menos de im portancia bien podría ser la capacidad
de ciertos textos u obras de arte de suscitar una percepción realzada de
la naturaleza problemática de esta ambivalencia y apuntar no obstan
te, más allá de ella, a otro nivel de ambivalencia donde la oposición
misma entre escapismo y crítica parece hacerse tenue —en rigor de ver
dad, donde las oposiciones en general zozobran y emergen en el paso
entre la hipérbole radical y estructuras delimitadas—. No hay una fór
mula disponible para “decodificar” las relaciones entre lo sintomático,
lo crítico y lo que Derrida denomina lo “indecidible”, pero el intento
de interpretar obras modernas de importancia nos obliga a enfrentar el
problema de qué hacer con esas relaciones.
La mejor forma de ver la cuestión del “impacto” es en términos de
las series complejas de lecturas y usos que sobrellevan los textos a lo
largo del tiempo, incluido el proceso por el cual algunos de ellos son
263
canonizados. Cualquier texto llega a nosotros cargado y hasta abruma
do de interpretaciones con las cuales estamos consciente o inconscien
temente en deuda. La canonización misma es un procedimiento no sólo
de selección sino de interpretación selectiva, a menudo orientada hacia
la domesticación. Com o intérpretes, estamos situados en una capa
sedimentada cié lecturas que exigen una excavación. Pero el proceso
de alcanzar una perspectiva con respecto a nuestras propias interpre
taciones no excluye el intento de llegar a una que estemos dispuestos
a defender. En realidad, la actividad de relacionar la serie existente de
interpretaciones, usos y abusos de un texto o un corpus con una lectura
que uno trata de hacer lo mejor posible, es esencial para una historio
grafía crítica. Esto, desde luego, no significa decir que la interpretación
que uno propone es definitiva y exhaustiva. No serlo es susceptible de
revisión m ediante la argumentación y la reconsideración; también
puede plantearse la cuestión de cómo el texto mismo resiste a la “clau
sura” de interpretaciones definitivas y exhaustivas. Toda interpretación
debería conmoverse con la revelación de que estamos inevitablemente
ciegos a ciertas limitaciones propias a nuestra perspectiva. Pero no obs
tante interpretamos. De lo contrario, nuestra referencia a un texto se
torna puramente nominal, trazando el movimiento de un “qué sé yo” a
través del tiempo. A ctuar de esta manera es abandonar toda esperan
za de alcanzar tina comprensión crítica de lo implicado en el “impacto”
de los textos. En rigor de verdad, bien podría sostenerse que lo que
se necesita hoy en la intersección de la historia intelectual y social es
precisamente un enfoque que relacione una interpretación informada
de textos complejos con el problema de cómo se han adaptado éstos a
importantes usos y abusos —que en ciertos aspectos también han permi
tido—a lo largo del tiempo. Los casos de Marx, Nietzsche y Heidegger
exigen un tratamiento de esta clase.1“
264
Un área importante para el estudio del impacto, que todavía no
ha sido suficientemente investigada, es la de las lecturas que los tex-
tos reciben en los juicios. El juicio representa una instancia de lectura
social que saca a relucir convenciones de interpretación en una impon
265
tante institución social. Es significativo que en sus supuestos básicos
sobre la lectura, la acusación y la defensa puedan compartir mucho y
lo que comparten puede estar muy lejos de la obra misma o inclusive
enjuiciarse en ésta. (U na de las cosas que un juicio debe reprimir es
la manera en que el estilo, como lo comprendió Flaubert, puede ser
una fuerza políticamente subversiva o contestataria, más perturbadora
que el mensaje revolucionario transmitido en fonnas convencionales.) En
el Occidente moderno, los juicios más famosos y trascendentales de
escritores involucraron figuras “literarias”. Este puede ser un signo del
carácter más contestatario de la literatura en comparación con otras
variedades de la “alta” cultura en la sociedad moderna, al menos en
niveles en que un público más general puede advertir que está suce
diendo algo desconcertante, aunque las razones alegadas para el juicio a
menudo neutralizan esta percepción al recurrir a criterios tribunalicios
muy convencionales, por ejemplo el “interés lascivo”. En Occidente,
los escritores de obras “teóricas” o filosóficas son tratados más infor
malmente a través de las respuestas críticas a aquéllas. Esto es lo que
ha sucedido con Nietzsche, Heidegger, Derrida y hasta Wittgenstein,
filósofos que son, tal vez, los que llegaron más lejos en la impugnación
de las nociones tradicionales del discurso filosófico. En este sentido, la
historia de la respuesta crítica, incluida la reseña de libros, es un capí
tulo importante en la historia del impacto social, especialmente con
referencia a la constitución y desarrollo de las disciplinas. A menudo
puede aprenderse más sobre la estructura operativa de una disciplina a
partir de las reseñas de sus libros y la distribución en diferentes tipos de
publicaciones que de su organización institucional formal.
266
tista”- A menudo, la difusión a públicos más amplios de los “grandes”
textos, al menos del período moderno, es en el mejor de los casos un
desideratum . A veces sufre la oposición activ a de importantes escri
tores e intelectuales, aunque cabe preguntarse en qué m edida esta
reacción es una defensa contra el rechazo, porque los textos modernos
plantean con frecuencia a los lectores exigencias que pocos de éstos
-incluso los pertenecientes a la así llam ada clase culta—están dispues'
tos a aceptar. U na función crucial de un tipo de historia intelectual
jnás “recuperadora” o domesticadora ha sido la difusión de estos textos
a la clase “generalmente educada” en una forma “digerible” o “asimila-
ble” que puede tener poco en común con los textos mismos e incluso
funcionar como una excusa para no leerlos. A quí señalaría una dife
rencia general entre un enfoque docum entado y un enfoque diafogi-
co de la historia. En la medida en que es documentado, un enfoque
puede funcionar válidamente como un procesamiento de “materiales
primarios” que permita al lector no experto no verse obligado a recu
rrir a las fuentes o a los archivos mismos. Pero el sentido mismo de un
enfoque dialógico es estimular al lector a responder críticam ente a la
interpretación que ofrece a través de su propia lectura o relectura de
los textos primarios.
Habida cuenta de que no es un mero documento, un texto comple
menta la realidad existente, a menudo señalando la debilidad de las
definiciones prevalecientes de ésta. En un contexto trad icio nal, los
textos pueden'tener la función de ap un talar normas y valores am e
nazados, pero a los que aún se percibe como viables. Por ejemplo,
Chrétien de Troyes hizo que las búsquedas de sus caballeros probaran
y en última instancia comprobaran la validez de los valores cortesanos
que se veían amenazados en la sociedad en general.1' En un contexto
revolucionario, los textos pueden ayudar a quebrar el sistema existente
267
y sugerir caminos de cambio. Pero a veces resulta difícil distinguir rja
ramente entre el contexto tradicional y el revolucionario. Y cualquier
texto que señale con precisión las debilidades de un sistema tiene una
función am bivalente, porque siempre se lo puede leer en compara
ción con su propia tendencia dominante o intención autoral: un texto
“conservador” usado con propósitos “radicales” o viceversa. El destino
de Marx a manos de sus críticos liberales y conservadores —e incluso
de algunos de sus seguidores putativos—es ilustrativo a este respecto.
Los más notables escritores modernos han visto su período como
revolucionario o al menos “tran sicio n al”. En realid ad , a menudo
quedan “alienados” de lo que perciben como la sociedad y la cultura
dominantes. A u n importantes conservadores, como Burke y Mais-
tre, no defienden simplemente un statu quo sino que con frecuencia
lo vituperan en defensa de valores que creen acosados y en rápida
desaparición. Pueden abogar por un contexto en el cual la adhesión a
valores, normas y grupos comunales es prerreflexiva o casi instintiva
pero se ven obligados a convertirse en intelectuales muy reflexivos a
pesar de sí mismos. No pocas veces, el conservador moderno es un yo
dividido que incluso puede albergar tendencias bastante radicales. Esta
tensión es muy evidente en Dostoyevsky y Balzac. Además, tanto para
conservadores como para radicales, la noción misma de una cultura
popular con la cual pudieran relacionarse surge como un ideal, una
ficción crítica o una meta que debe oponerse a las fuerzas “modernas”
que ponen en peligro las formas por momentos residuales de cultura
popular que ellos juzgan deseables.
Podría sostenerse que la sociedad o cultura global es una unidad
demasiado grande e indiferenciada para la investigación de la comu
nidad de discurso más relevante para los intelectuales. La escuela, el
movimiento, la red de asociaciones o el grupo de referencia particular
parecerían proporcionar un complejo más inmediato de supuestos com
partidos o consideraciones pertinentes que actúan, tácita o explícita
mente, configurando la idea del intelectual sobre las cuestiones y los
modos de indagación significativos. De allí que la historia intelectual
268
deba ser una historia de intelectuales, de las co m u n id ad es de discurso
en las due éstos funcionan y de las variadas relaciones —oscilantes, de
yna manera a menudo complicada, entre el a is la m ie n to y la apertu
ra- que manifiéstala con respecto a la cultura en g e n e ra l. En el intento
de elaborar y aplicar este punto de vista, puede ev o carse a pensadores
tan diversos como T. S. Kuhn, Q uentin Skinner, R . G . Collingwood
y Michel Foucault. Este enfoque tiene mucho de recom endable, pero
quiero señalar al menos dos problemas que a veces su scita.
En primer lugar, puede ser usado para limitar la investigación his-
tórica al intento historicista y documentarlo de re c r e a r el diálogo de
otros, prohibiendo la extensión de ese diálogo hasta in c lu ir las inter
pretaciones del historiador, tal vez con el argum ento d e que las dis
tintas épocas están primordial si no exclusivam ente disociadas en sus
formas de comprensión. (Ese argumento da origen a aporías nocivas
demasiado bien conocidas para repetirlas aquí.) A u n c o n mayor fre
cuencia, se supone que la misma comprensión h is tó r ic a es (o debería
ser) puramente “objetiva” y que la noción misma de u n diálogo infor
mado con el pasado es absurda o al menos no h istó rica. Esta posición
no sólo identifica lo histórico con lo historicista y lo documentarlo.
También puede analizar la noción de diálogo de u n a m a n e ra simplista
(por ejemplo, en términos de la extracción de le c c io n e s directas del
pasádo o la proyección en él de nuestras preocupaciones particulares
o subjetivas). Es posible, sin embargo, sostener que la reconstrucción
de los diálogos de los muertos debería com binarse autoconsciente-
mente con el intento interpretativo de entablar u n intercambio con
ellos que en sí mismo sea dialógico, sólo en la m edida e n que reconoz
ca activamente las dificultades de comunicación a lo largo del tiem
po y la importancia de entender lo más plenam ente posible lo que el
otro trata de decir. Mientras el pasado se investiga e n términos de sus
aspectos más particularizados, el diálogo con él re su lta mínimo. Pero
la cuestión ulterior es si la investigación histórica d e b e r ía estar orien
tada principalmente a aspectos de esta clase, que re strin g e n el uso del
lenguaje por parte del historiador a funciones prepo nd erantem en te
269
informacionales y analíticas. C uando se aplica a las obras de las gran
des figuras, un enfoque que intente ser exclusivamente documentarlo
es a menudo mortífero en sus consecuencias. Y cuando los historia
dores que hemos sido formados en la creencia de la primacía del ideal
documentarlo nos aventuramos a exponer interpretaciones o juicios
críticos, estos últimos bien pueden tener poco interés, porque no son
el producto de fundamentos discursivos ricos y variados. Aquí, por
supuesto, nos encontramos ante el tradicional problema de cómo debe
ser educado el educador mismo.
En segundo lugar, el foco sobre las comunidades de discurso debe
relacionarse convincentemente con el problema de la interpretación
textual. No basta con determ inar una influencia o la existencia de
un “paradigm a” compartido m ediante la enum eración de supuestos
cuestiones, temas o argumentos comunes. Hay que dilucidar con más
detalle cómo lo tomado en préstamo o lo común funcionan realmente
en los textos en cuestión. Documentar supuestos o líneas de influencia
comunes puede bastar para desdibujar el mito de la originalidad absolu
ta. Pero este procedimiento da origen con facilidad a sus propias formas
de autoengaño e incluso de cronicidad descuidada cuando el desdibuja-
miento llega al extremo de no reconocer, por ejemplo, por qué hay una
gran diferencia entre un Fliess y un Freud. Los estudios de la influencia
son de menor interés a menos que aborden la cuestión del funciona
miento diferencial de ideas comunes en diferentes textos y corpus, y
aun el intento de destronar a un “grande” reinante debe hacer frente al
problema de interpretar sus obras en toda su complejidad. Con dema
siada frecuencia, tomar como punto central la comunidad de discurso
conduce al historiador a limitar la investigación a figuras menores o
aspectos muy restringidos y fuera de situación del pensamiento de una
gran figura (por ejemplo, el elitismo de Nietzsche, el utopismo de Marx
o el biologismo de Freud). Además, las mismas “comunidades” delimi
tadas en las que participan importantes intelectuales modernos pueden
estar más constituidas por los muertos o los ausentes que por los vivos o
los presentes. El grupo de referencia más significativo puede incluir pre-
270
ponderantemente “otros” muertos o distantes (e incluso futuros), que
en g1311 naedida se vuelven relevantes a través de sus obras, a las que el
intelectual “creativo” contribuye a dar origen mediante la emulación,
la apropiación selectiva, la parodia, la polémica, la anticipación, etc.
El gmP0 contemporáneo de persona a persona puede tener una menor
significación para la verdadera producción de “ideas” y, en cualquier
caso, su papel es siempre complementado en relación con otros a tra
vés de sus textos u otros artefactos. Incluso es posible experimentar el
diálogo con el texto como más inmediato y absorbente que la mayoría
de las conversaciones. En realidad, una de las implicaciones recreativas de
la lectura bien podría ser el intento de crear condiciones sociales y cul
turales en las cuales la conversación literal y el texto general de la vida
sean más semejantes a los procesos estimulados por el encuentro con
un gran texto.
Esta última consideración proporciona una vía lim ita d a de rein
greso a la cuestión de la relación entre los “g ran d e s” textos y la
cultura general o popular. Los procesos que M ija il B a jtín analiza
en términos de “carnivalización” ayudan a identificar al menos una
clase —o una visión—de cultura popular anim ada o reanim ad a en
los textos de muchos importantes escritores modernos y a menudo
deseada por éstos como el contexto más general con el cual podrían
relacionarse sus escritos. La “c a rn iv a liz a c ió n ” en la no rm ativ a de
Bajtin —en realidad una concepción vision aria— se sintetiza en el
carnaval como institución social, pero no se lim ita a él. En su sen
tido más general, la “carnivalización” es un cau tivador proceso de
interacción a través del cual aparentes opuestos —cuerpo y espíritu,
trabajo y juego, positivo y negativo, alto y bajo, seriedad y risa- se
relacionan entre sí en un intercam bio am bivalente y contestatario
que es literal y figurativamente a la vez “re-creativo”. Se establece
dentro de un ritmo abarcador de la vida social, y podría sostenerse
que su naturaleza y funciones dependen de ese ám bito más vasto. Si
bien Bajtin no ofrece muchas descripciones o análisis de carnavales
verdaderos, sí señala amplias variaciones de su papel en la sociedad y
271
de la carnivalización en la literatura, y subraya la importancia de 10
carnavalesco como una dimension vital de la vida misma.
De acuerdo con Bajtin, en el Renacimiento de Rabelais existía un
vivido intercambio entre el carnaval como institución social, cultura
popular, y la alta cultura. Si bien algunos aspectos de la cultura elitista
eran inaccesibles a la gente del común (por ejemplo, las obras escritas
en latín), la élite participaba en la cultura popular, algunos de cuyos
aspectos afectaban la alta cultura. Así, con cierta subestimación de su
lado erudito y esotérico, Bajtin puede interpretar las obras de Rabelais
como trabajos que recurren a y se alimentan de una rica y vital cultura
popular. El período moderno fue testigo de la decadencia del carnaval,
la separación de la élite de la cultura popular y el apartamiento de los
procesos de carnivalización en la literatura con respecto a importan
tes instituciones públicas. En rigor de verdad, la gran literatura es para
Bajtin el principal repositorio de lo carnavalesco moderno en su con
dición más restringida pero aún poderosa. Hubo una tendencia a la
apropiación de las formas sociales de la carnivalización con propósitos
políticos oficiales, como en el desfile y los espectáculos públicos, o a su
retiro a la esfera privada, por ejemplo en la celebración doméstica de
los feriados. Y en sí mismo lo carnavalesco literario moderno se orien
tó a menudo hacia extremos más reducidos, como la ironía largamen
te negativa y la risa chillona e histérica. S in embargo, el análisis que
hace Bajtin de las obras de Dostoyevsky indica por sí mismo las posi
bilidades más recreativas de la carnivalización y el “realismo grotesco”
en la literatura moderna.lh
|s V éan se M ijail B a jtin , Ra be l ai s a n d Hia W o r l d (p rese n tad o por p rim era vez e n 1940
como una d ise rtac ió n ), trad. de H é lè n e Isvvolsky, C lam bridge, Mass., T h e m i t Press,
1968 [trad. castellan a: La c u l t u r a p op u l a r e n la Edad M e d ia y el R e n a c i m i e n t o , Madrid,
A lianza], Pr obl e ma o f D o a t o e v a k y ’ a Poética, op. c i t ., y T h e Di alog i c I m a g i n a t i o n , trad. de
C ary l Emerson y M ic h a e l H o lquisr, Austin, U n iv e rs it y o f T e x a s Press, 1981. Para una
ap licació n de alyuna.s de las co nc e p cio n e s de B ajtin, v éa se N atalie Z. Davis, S o c i e t y and
Cndt ure ¡n Early M o d e m F r a n c e , Stanford, Stanford U n iv e r s it y Press, 1975.
1 72
La d e c ad e n c ia del c a r n a v a l se re la cio n ó d ire c tam e n te con la
reforma religiosa e indirectam ente con los m últiples procesos reu
nidos bajo la etiqueta de la “modernización”. El apartamiento de las
élites de la cultura popular fue un largo proceso que se extendió des
de 1500 hasta 1800, y lo que había sido la segunda cultura de todo
el mundo se redescubrió como un residuo exótico del pasado. En el
siglo X I X , el vuelco h ac ia el folklore y otras formas de cultura popu
lar fue a menudo un aspecto de diversas respuestas a los “excesos”
advertidos en la Ilustración. En los escritos postiluministas, además,
hay con frecuencia una relación de an tago n ism o con la sociedad
dominante en la que la “carnivalización” se representa desdibujada
o se reprime. Aquí, por ejem plo, tenemos un fundamento para la
crítica que hace Nietzsche del positivismo como una huida digna de
eunucos de la impugnación carnavalesca, la versión nietzscheana de la
“traición de los intelectu ales”. También tenemos una manera de ver
la noción flaubertiana “posrom ántica” del arte como una variante
irónica y estilísticam ente insurreccional de lo carnavalesco tran s
formado. En términos más generales, la noción de carnivalización
proporciona una forma de interpretar los estilos contestatarios con
insinuaciones políticas que han sido tan característicos de la escri
tura moderna. En realidad, la resistencia oficial al comportamiento
de tipo carnavalesco puede derivarse de la inseguridad política y cul
tural. Además, es posible relacionar los mismos procesos de carn iv a
lización con la acciém social inspirada en parte por el anhelo de un
contexto de “experiencia v iv id a” más abierto a formas revitalizantes
y contestatarias. No es necesario remitirse al pasado remoto para
buscar ejemplos de estos fenómenos. No sólo pueden verse en tér
minos de procesos de carnivalización algunos aspectos de la obra de
figuras francesas recientes (por ejemplo Foucault, Deleuze, Sollers,
Kristeva y Derrida), sino que los acontecim ientos de 1968 en Fran
cia se interpretaron de esta manera: los opositores a menudo usaron
el térm ino “carn av al” en un sentido peyorativo, y la visión de la
“carnivalización” se transformó a veces en un pretexto para la fanta
271
sía rom ántica en los defensores de los é v é n e m e n t s . 19 El problema más
amplio que sacan a relucir estas consideraciones es el de la manera
en que las respuestas innovadoras de la “é lite ” en el período moder
no pueden apelar a versiones más o menos transfiguradas de una cul
tura popular más “an tigu a” en la crítica radical de lo que se percibe
como el contexto sociocultural dominante.
274
aparentemente textual (aunque hay que recordar que a q u í “corpus”
también puede querer decir “cuerpo”)- Ésta p lan tea el problem a de
la relación entre un texto y los textos de otros escritores, así como
otros textos del mismo escritor. Porque lo que está en discusión aquí
es precisamente la unidad o identidad de un corpus. A menudo éste
se considera de una de las tres siguientes maneras: con tin uidad entre
textos ( “desarrollo lineal”), discontinuidad e n tre texto s (cam bio y
hasta “ruptura epistemológica” entre etapas o períodos), y síntesis d ia
léctica (la última etapa eleva la primera a un niv el más elevado de
captación). El corpus, de tal modo, se unifica de una u otra manera
(unidad evolutiva, dos unidades discretas, unidad superior) y, así vis
to, es como un solo texto de mayor escala, porque el tex to único pue
de ser interpretado mediante el uso de estas categorías. La cuestión,
sin embargo, es si éstas no son demasiado simples para interpretar el
funcionamiento tanto de un texto complejo como el corpus de te x
tos complejos. La relación entre aspectos o elem en tos de un texto,
y a fortiori entre textos de un corpus, puede im plicar u n desarrollo
desigual y formas diferentes de repetición o desplazam iento que ponen
en cuestión modelos simples de inteligibilidad. En rigor de verdad, el
“corpus” de un escritor puede, al menos parcialm ente, desmembrarse
de maneras a veces previstas o explícitam ente exploradas por el escri
tor mismo. Tal como la describe Bajtin, la carnivalización implica un
desmembramiento o una anulación creativa que puede relacionarse
con procesos de renovación. U na estrategia de desmembramiento es
el uso del montaje y las citas, mediante los cuales el texto se entrelaza
y hasta se salpica con partes de estros textos —ya sea de textos escritos
o elementos del discurso social—. En Flaubert, por ejem plo, el texto
está puntuado por citas paródicas de otras novelas y de los clichés de
la vida diaria. En Mann y Joyce, el montaje técnico asum e proporcio
nes panorámicas en su capacidad de juntar o injertar varios usos de
discurso. En Sollers y Derrida, el desmembramiento (que implica la
distribución textual del “yo”) parece alcanzar por momentos alturas
o profundidades dionisíacas. La cuestión más am p lia planteada por
275
estas estrategias es la de la interacción entre la búsqueda de unidad
que puede seguir funcionando de una manera directa o paródica, y
los desafíos a esa búsqueda que operan en los textos mismos o con los
que se experimenta en ellos. Estos, sin embargo, no se cierran hermé
ticamente sobre sí mismos; difieren de otros textos escritos y vividos y
también manifiestan deferencia a ellos.
276
cer—siempre es problemática, y aun un texto “menor” puede proponer
aquí algunas sorpresas. Con frecuencia, sin embargo, se supone que esta
relación es de englobamiento por parte de las estmcturas y de instan-
ciación por parte de los textos. Esta concepción (que tal vez sostengan
realmente teóricos que en otros aspectos critican la subordinación de las
humanidades al “positivismo” con sus “leyes englobadoras”) conduce a
la creencia de que hay ámbitos no problemáticos del discurso, ilustrados
por textos que se incluyen en ellos.
Este punto de vista es descaminado cuando se relacio n a con el
estatus de las distinciones analíticas o las oposiciones estructurales
y la cuestión de cómo funcionan estas distinciones u oposiciones en
los textos.21 Distinciones analíticas como las trazadas entre historia y
literatura, hecho y ficción, concepto y metáfora, lo serio y lo iróni
co, etc., no definen ámbitos de discurso que caractericen o gobiernen
de manera no problemática usos ampliados del lenguaje. En cambio,
lo que debería considerarse un problema para la investigación es la
naturaleza de las relaciones entre diversas distinciones analíticamente
definidas en el funcionamiento real del lenguaje, incluido el uso que
de éste hacen los teóricos que intentan definir y defender distinciones
u oposiciones analíticas en su pureza conceptual. Decir esto no sig
nifica propiciar la cancelación de todas las distinciones ni proponer
una comprensión puramente homogénea de una misteriosa entidad
llamada “texto”. Es, más bien, dirigir la atención hacia problemas que
quedan en la sombra cuando se confía acríticamente en el concepto
de “ámbitos de discurso”. Por ejemplo, es común distinguir la historia
respecto de la literatura con el argumento de que la prim era se con
sagra al ámbito de los hechos en tanto la segunda se m ueve en el de
la ficción. Es cierto que el historiador no puede inventar sus hechos
277
o referencias mientras que el escritor “literario” sí puede hacerlo, y
en este aspecto este último tiene un mayor margen de libertad para
explorar relaciones. Pero en otros niveles los historiadores se valen de
ficciones heurísticas, elementos contrafácticos y modelos para orien
tar su investigación de los hechos, y la cuestión que traté de plantear
es si aquéllos, en su intercambio con el pasado, están limitados a la
transmisión y el análisis de esos hechos. A la inversa, la literatura
toma préstamos de un repertorio fáctico de múltiples formas, y el trans
plante de lo documentarlo tiene un efecto de transporte que invalida
los intentos de ver la literatura en términos de una mera suspensión
de la referencia a la “realidad” o la trascendencia de lo empírico en lo
puramente imaginario. A un cuando intenta “poner entre paréntesis” la
realidad empírica o suspender funciones documentarlas más corrientes,
la literatura se embarca en un trabajo o praxis autorreferencial a través
del cual el texto documenta su propio modo de producción. El mismo
florecimiento de la literatura sobre la literatura o del arte sobre el arte
plantea la cuestión de cómo interpretar la actividad autorreferencial
con respecto a un contexto histórico más vasto. De tal modo que es
indudablemente necesario trazar distinciones, pero el problema es la
manera en que éstas funcionan en los textos y en la lectura o interpre
tación que hacemos de ellos.
En el aspecto recién mencionado hay diferentes posibilidades, que
van desde el predominio de una distinción o tipo analítico dado has
ta una interacción y controversia más abiertas entre diversos usos del
lenguaje. Pero el predominio implica alguna forma de subordinación
o exclusión, y debe investigarse cómo se establece esta relación. Cual
quier crítica de las identidades y las oposiciones puras —y las jerarquías
concomitantes—debe prestar mucha atención al modo en que funcio
nan estas categorías, porque en verdad fueron de importancia decisi
va en el pensamiento y la vida. C iertam ente fuimos testigos de una
búsqueda del hecho puro, la ficción pura, la filosofía pura, la poesía
pura, la prosa pura, etc. Quienes están comprometidos en alguna de
sus variantes, toman la búsqueda por su valor nominal y la defienden.
278
También puede ser institucionalizada en disciplinas que se organizan
alrededor de convenciones y reglas que lim itan el lenguaje a ciertos
usos y prohíben o sancionan el intento de plantear c u e stio n es que
problematicen esos usos restringidos. Entre estas cuestiones, u n a de las
más grandes es si la búsqueda de la pureza y la proyección d irecta de
categorías analíticas en la “realidad” se relaciona con una “metafísica
de lo propio” según la cual la propia identidad, propiedad o au ten ti
cidad se establecen por medio de la identificación de un “o tro ” total
mente diferente, un extraño que incluso puede convertirse e n paria o
chivo expiatorio. En todo caso, el problema es cómo se d e te rm in a la
pureza aparente (o una identidad y unidad sin marcas), y si su búsque
da en el uso del lenguaje es rebatida por otros aspectos d el texto o el
contexto lingüístico más general en que se efectúa esa búsqueda. Des
de luego, en sí mismo un texto puede buscar la pureza em barcándose
en procedimientos de exclusión o dom inación que tie n d e n a neutra
lizar o reducir sus movimientos más desconcertantes o contestatarios.
Estos procedimientos suministran puntos de entrada para interpreta
ciones o disciplinas enteras que se “fund an” en la pureza y autonom ía
de “ámbitos de discurso” presuntamente emanados de a lg u n o s textos
magistrales. Pero los textos complejos bien pueden im p l i c a r otros
movimientos que pongan a prueba de diversas maneras e l deseo de
unidad. En realidad, cierros textos que parecen basarse e x c lu s iv a m e n
te en una función o dimensión an alítica del lenguaje —p o r ejemplo,
la disociación analítica o el uso denotativo simulado y la deprivación
metafórica concurrente en Beckett—pueden incluir una p a r o d ia y esti
mular en el lector la conciencia de otros usos posibles del le n g u a je . De
hecho, la cuestión es si cualquier texto que parezca exitoso e n su basa
mento sostenido en una función o aspecto analítico del le n g u a je , por
ejemplo la acumulación de hechos o reflexiones teóricas, se embarca
en una parodia o autoparodia intencional o no, o al m eno s si siempre
se lo puede leer así.
Estos aspectos indican que las distin cio n es a n a lític a s son útiles
para propósitos de clarificació n y o r ie n ta c ió n según s e procuran
27 9
alcanzar en un plano ideal en su forma pura o de “laboratorio”, pero
que nunca funcionan “como tales” en el discurso real o en los textos
Cuando parecen utilizarse puramente como tales, hay otros procesos
en acción o en juego. La crítica de éstos es, por fuerza, propensa a
sus propios excesos (delirio discursivo, quietismo político, desorien
tación an ém ica, la búsqueda de la plena lib eración de las exigen
cias libidinales o con respecto a ellas). En el mejor de los casos, sin
embargo, esta crítica puede plantear el problema de una interacción
más viable entre formas de lenguaje y formas de vida. Su exploración
en los grandes textos de la tradición constituye una aventura espe
cialmente atrapante que a veces implica una m anera extrañamente
desconcertante de hacernos tener pensamientos al parecer ajenos
que, de hecho, están dentro de nosotros y que bien pueden retornar
de un modo muy destructivo cuando simplemente se los reprime o
excluye. Es posible que este problema no se advierta o aprecie cuan
do los textos se leen de una manera excesivam ente reductiva o se
relegan con exclusividad a disciplinas separadas. Ninguna disciplina
tiene un derecho imperial de dominio sobre un Freud, un Marx, un
Nietzsche o un Joyce. (En este aspecto, la v en taja práctica de la his
toria intelectual es que, sin excusas ni subterfugios, puede explorar el
problema de leer varios textos juntos y suscitar así cuestiones sobre
su funcionamiento como lenguaje que en otras circunstancias tal vez
no fueran evidentes.) En rigor de verdad, como ya lo he insinuado,
una disciplina puede constituirse en parte m ediante lecturas reducti-
vas de sus textos importantes, lecturas que son rebatidas en aspectos
significativos por los mismos textos “fundadores”.22 Estas lecturas
hacen a los textos menos multifacéticos y tal vez menos críticos pero
más viables para la investigación organizada. A quí, el papel decisivo
de ciertas disciplinas y prácticas no radica en la sintonía fina de un
280
paradigma enunciado en los textos “fundadores” sino en la reducción
activa de esos textos a su niv el paradigmático.
Los “grandes” textos deberían ser parte del registro pertinente para
todos los historiadores. Sin duda son parte integrante de una cultu
ra histórica general. Ya se ha producido algo que es reduccionista en
exceso cuando se los asigna a la subdisciplina de la historia intelec
tual, que puede funcionar entonces como un parque o una reserva para
ellos. Empero, al menos dentro de esa subdisciplina, debería leérselos
prestando atención a los procesos más generales y de vez en cuando
enigmáticos que introducen y en que nos introducen. Uno de ellos
es precisamente la interacción entre el anhelo de unidad, identidad o
pureza y las fuerzas que lo recusan. La investigación de este proceso no
implica un simple rechazo de las concepciones de unidad u orden en
una celebración desprolijamente antinómica del caos y el desmembra
miento. Lo que exige es repensar el concepto de unidad y sus análogos
en términos más viables y críticos. También requiere sensibilidad a la
manera en que estos conceptos se relacionan con sus “adversarios” en
los textos que estudiamos y en nuestros propios intentos de autocom-
prensión teórica. U na im plicación práctica de estas consideraciones
es la posibilidad de reconstruir normas y convenciones de formas que
pueden ser más duraderas, precisamente porque nos permiten enfren
tamos mejor con las críticas y las controversias. En este .aspecto, una
de las funciones del diálogo con el pasado es promover el intento de
verificar qué es lo que merece ser preservado, rehabilitado o transfor
mado críticam ente en tradición.
281
maneras de entender tanto la historiografía como el proceso históri
co. En realidad, traté de sugerir que una concepción p u r a m e n t e docu
mentaría de la historiografía es en sí misma una ficción heurística
porque la descripción nunca es pura, en el sentido de que un hecho es
pertinente para una de ellas sólo cuando se lo escoge con referencia a
un tópico o cuestión planteados al pasado. El hecho más simple —un
suceso fechado—se asienta en lo que para algunos historiadores es una
creencia y para otros una ficción conveniente: la significación decisi
va del nacim iento de Cristo en el establecimiento de una cronología
en términos de un “antes” y un “después”. No obstante, una concep
ción puramente documentaría puede funcionar como un supuesto no
examinado o dar origen a una defensa paradójicamente autoconscien-
te y sofisticada de tina idea “ingenu a” del oficio del historiador, defen
sa que puede bordear el antiintelectualismo. En cualquier caso, en la
medida en que alcanza una posición de predominio, una concepción
documentaría es excesivamente restrictiva, en especial en los resul
tados que produce en el análisis de textos de importancia. Oscurece
además el problema de la interacción entre descripción y otros usos
del lenguaje en el tratamiento de un tema. La idea de un tratamiento
puramente descriptivo y objetivo del pasado puede permitir usos del
lenguaje que escapan a él sólo en términos de la exigua categoría de
la inclinación inevitable o la subjetividad particularista: Esta catego
ría puede aplicarse a ciertos aspectos de la historiografía. Pero la mera
oposición entre la objetividad discreta y-el sesgo subjetivo no logra
dar cabida a la gama de usos del lenguaje presentes en cualquier histo
ria de importancia.
La visión puramente docum entaría de la historiografía coincide a
menudo con una definición historicista de lo histórico que identifica
el objeto de estudio como “particulares” cambiantes en contraposición
con tipos o universales extratemporales o sincrónicos. Este venerable
punto de vista ignora el proceso histórico de repetición con variacio
nes o cambios que sirve para m itigar la oposición an alítica entre lo
particular o único y lo típico o universal. No obstante, es el proceso
282
histórico (y lingüístico) el que opera en el pasado y plantea el pro-
blema de la historicidad del historiador en su in te n to de llegar a un
acuerdo con él. U na historiografía que trate de excluir la interpreta
ción o verla únicamente con la apariencia de la propensión, la sub
jetividad o el anacronismo, tam bién tiene una e x tra ñ a consecuencia:
presenta la verdad histórica de una manera esen c ia lm e n te no históri
ca, ya que, al intentar limitar la historiografía propiam ente dicha a la
descripción y análisis de hechos comprobables (id ealm en te, en la for
ma de un relato definitivo y exhaustivo), procura una representación
sin cambios de “particulares” cam biantes que trascien d a por sí misma
el proceso histórico. Como lo docum enta c o n am plitud la obra de
Ranke, lo estrechamente historicista y lo ah istó rico son extremos que
coinciden en el ideal de una historiografía p u ram e n te documentaría.
Y el deseo de trascender la historia reaparece e n u n a forma que puede
ser invisible precisamente gracias a que se ha v u e lto tan familiar. En
rigor de verdad, la creencia de que la historiografía es una reconsti
tución puramente documentaría o descriptiva d e l pasado puede ser
propensa a una ficcionalización ciega porque n o plantea explícita y
críticamente el problema del papel de las ficciones (por ejemplo, en la
forma de modelos, tipos analíticos y ficciones h eu rísticas) en el inten
to de representar la realidad. A menudo, el resu ltad o es una confianza
tácita en las estructuras narrativas más co n v en cio n ales para combinar
hechos documentados, vie romancee y juicios sin confirm ación sobre el
pasado o triviales analogías entre éste y el presente.
Con referencia específica a la historia in te le c tu a l, yo abogaría por
una noción más “períormativa” de la lectura y la interpretación en la
cual se hiciera un intento por “asum ir” los grand es textos y alcanzar un
nivel de entendimiento y tal vez de uso del le n g u a je que contendiera
con dichos textos. De esta noción, que valora e l desempeño del vir
tuoso en la lectura, se hace abuso con facilidad c u an d o se la convierte
en una licencia para reducir el texto a poco m á s que un trampolín
para los saltos creativos o las demandas políticas propias. Es indudable
que el acto de la interpretación tiene d im ensiones políticas. No es un
283
em prendim iento h erm en éu tico autónomo que se mueve en el pla_
no del significado puro para efectuar una “fusión de horizontes” que
garan tice la continuidad de la autoridad con el pasado. En algún sen
tido relevante, la interpretación es una forma de intervención política
que introduce al historiador en un proceso crítico que relaciona pasa
do, presente y futuro a través de modos complejos de interacción que
en trañ an tanto continuidades como discontinuidades. Pero es engaño
so postular el problema de la comprensión en términos de uno de los
dos extremos: la representación puramente docum entada del pasado
y la búsqueda “presentista” de liberación de la “carga” de la historia a
través de la ficcionalización y mitologización irrestrictas. En relación
con estos dos extremos (que constituyen partes del mismo complejo),
es necesario hacer hin cap ié en el estatus de la interpretación como
una actividad que no puede reducirse a la mera subjetividad. U n texto
sign ificativo entraña, entre otras cosas, arte creativo, y su interpre
tación es, entre otras cosas, un arte en actuación. Pero el arte nunca
es enteram en te libre, y el del historiador está lim itado de maneras
específicas. Debe prestar atención a los hechos, en especial cuando
ponen a prueba y rebaten sus propias convicciones y deseos (incluido
el an h elo de un m arco de referencia com pletam ente unificado). Y aun
cuando trata de pensar más en profundidad lo pensado en un texto, no
puede reducir éste a un pretexto para sus propias invenciones o inte
reses inmediatos. En sí misma, la creencia en la interpretación pura
es una postura a favor de la trascendencia absoluta que niega a la vez
la naturaleza lim itada del entendim iento y la necesidad de confrontar
críticam en te lo que Freud analizó en términos de “transferencia”.
La alternativa gen u in a a una concepción puramente docum enta
ría y contem plativa del pasado “por el pasado mismo” no es su mero
opuesto: el fútil in ten to de escapar de él o identificarlo a través de
la proyección con el presente. Antes bien, debería considerarse que
los textos se dirigen a nosotros de maneras más sutiles y desafiantes,
y traerlos al presente —con implicaciones para el futuro—de un modo
dialógico. La historiografía sería un ejercicio de infatuación narcisis-
284
ta si equivaliera a una prem editada proyección de las preocupaciones
presentes en el pasado. La noción de “m ala lectura creativa” (o “rees-
critura” activa) es engañosa en sí misma cuando legitim a una agresión
unilateral y subjetivista que ignora de qué m anera los textos pueden
desafiar realm ente al intérprete y llevarlo a cam biar de opinión. A un
si se acepta la metáfora que presenta la interpretación como la “voz”
del lector histórico en el “diálogo” con el pasado, debe reconocerse
activamente que ese pasado tiene sus propias “voces” que hay q u e res-
petar, en especial cuando se resisten o condicionan las interpretaciones
que quisiéramos atribuirles. U n texto es una red de resistencias, y un
diálogo es un asunto bilateral; un buen lector es también un oyente
atento y paciente. Las preguntas son necesarias para centrar e l inte-
rés en una investigación, pero un hecho puede ser pertinente para un
marco de referencia cuando lo recusa y hasta contradice. El interés en
lo que no se ajusta al modelo y la apertura an te lo que no esperamos
escuchar del pasado pueden incluso ayudar a transformar las preguntas
mismas que hacemos a ese pasado. Tanto el extrem o puramente docu
mentado como el “presentista” son “monológicos” en la medida en que
niegan estas posibilidades. En realidad, la anom alía aparente debería
considerarse como de valor especial en historiografía, porque nos obli
ga a dudar de las interpretaciones abiertam ente reductivas y los atajos
excesivamente “económ icos” de la comprensión a la acción.
La concepción del cam po que he tratado de defender co m p lica la
tarea del historiador in te lec tu al. Pero tam b ién m antiene a la h isto
ria in telectu al en co n tacto con cuestiones planteadas en “g ran d es”
textos y que son para siem pre viejas y nuevas en un aspecto que no
puede reducirse a algu n a philusophia p e r e n n is o un relativism o su b je
tivista. Define adem ás la historia in telectu al en términos de u n pro
ceso de indagación más que de reglas m etodológicas o de un cuerpo
de inform aciones sobre el pasado. Éste es el tipo de “d e fin ic ió n ”
más fructífera posible para un enfoque que aborda problemas h istó
ricos y a la vez se e n tien d e a sí mismo com o histórico. La dem anda
de docum entación sirve para evitar que las interpretaciones sen si
285
bles se v u elv an irresponsables. Pero usar esa dem anda para intentar
escapar de nuestra propia relació n d ialógica con el pasado signifi
ca in ten tar escapar a nuestra propia histo ricidad. Es necesario que
entendam os con m ayor cla rid a d qué im p lica una relación que es
dialógica e histórica sin ser ni “h istoricista” n i “presentista”. El his
toriador que lee textos o hien como meros docum entos o bien como
entidades formales (si no com o tests de R o rsch ach ) no los lee histó
ricam ente, precisam ente porque no los lee com o textos. A dem ás, al
margen de cualquier otra cosa que puedan ser, los textos son sucesos
en la h isto ria del len guaje. Para entender estos sucesos polivalentes
como usos com plejos del len gu aje, hay que aprender a p lan tear de
nuevo la pregunta de “qué sucede realm ente” en ellos y en el lector
que los lee realm ente. U no de los contextos más im portantes para
la lectura de textos es evid en tem en te el nuestro propio, un con tex
to que se analiza de m anera errónea cuando se lo ve en términos
estrecham ente “presentistas”. Sólo aludí a las m aneras en que este
contexto involucra al lecto r en una in teracció n entre pasado, pre
sente y futuro, una in te ra c c ió n que tien e c o n ex ió n tanto con el
entend im iento como con la acción. Pero es precisam ente aquí don
de la h isto ria in telectu al se abre a otros modos de interpretación y
práctica. Esta “apertura” se relaciona con el modo en que el poder
mismo del diálogo y la reflexió n sólo es efectiv o cuando incluye el
“abrirse paso” de problem as existenciales que, por fuerza, son tam
bién sociales y po líticos.23
286
A gregaré aquí unas pocas observaciones que tien en u n a relació n
específica con este volumen [Rethinking Intellectual H istory: T ex ts, C o n -
¡gxts, L anguage]. Mi propósito general es llegar a alguna co n cep ció n
que indique dónde se encuentra la subdisciplina de la h isto ria in te
lectual en la actualidad, y adonde debería ir. Q uiero subrayar que este
ensayo es en gran medida programático. T rata de p lan tear preguntas
acerca de enfoques existentes y esbozar maneras altern ativ as de abordar
temas. No muestra cómo practicar el enfoque que defiende, un poco
presuntuosamente, en un nivel relativam ente teórico. Sólo en las notas
al pie de página intento indicar posibles enfoques de la lectu ra y la
interpretación que se relacionan con las cuestiones más generales.
No obstante, creo que en el campo de la historia in telectu al hoy son
necesarias más exposiciones program áticas y re la tiv a m e n te teóricas.
Esta necesidad es coyuntural, y mi insistencia en d estacarla es hasta
cierto punto transicional. Lo que se discute es el proceso de reconoci
miento y hasta de denom inación con respecto a diversos enfoques de
la historia. U na cuestión importante que enfrentam os es la del tipo de
investigación a la que debería llamarse historia in telectu al y, más aun,
la del tipo de investigación que debe reconocerse como histórica. Creo
que estamos en una situación análoga a aquella a la que C onfucio se
refirió en términos del problema de la “rectificación de nom bres”.
La idea de que la mansión de la historia tiene m uchas Habitaciones
o que no deberíamos construir muros entre los distintos enfoques reve
la una falsa generosidad, en la medida en que existe una jerarq u ía entre
diversas perspectivas e incluso una falta de disposición a reconocer
287
como válidam ente históricos ciertos enfoques. Los problemas de reco
nocimiento y denom inación se relacionan con asuntos tanto prácticos
como cognitivos, por ejemplo, la asignación de tareas. En los proce
sos de reconocim iento y no reconocimiento están envueltos intereses
materiales, que no pueden separarse de las cuestiones de política profe
sional o de la d isciplina. Cuando debe llenarse un cargo en una cátedra
de historia in telectu al y se postulan para él candidatos con diferentes
perspectivas, ¿qué enfoque de la investigación se considerará pertinen
te y a qué candidatos se les otorgará un tratamiento preferencial? Me
parece que en la actualidad hay una tendencia excesiva a dar prioridad
a los enfoques sociales o socioculturales y a subestimar la importancia
de la lectura e interpretación de textos complejos. El reciente paso de
los métodos más estadísticos de la versión anterior de la historiografía
de los Anuales a un interés por los problemas del “significado” social
y cultural no rem edia el problema, porque a menudo conduce a una
definición de la historia intelectual como sim bólica retrospectiva o
antropología cultural. Esta definición provoca frecuentem ente lo que
podría llamarse un efecto de topadora antropológica, por el cual que
dan enterradas la significación y la especificidad de la interpretación de
textos complejos, en un intento por reconstruir una “cultura discursiva”
común o colectiva. Pero ciertas culturas proporcionan “mecanismos”
para la preservación y reinterpretación de sus productos excepcionales;
la historia in telectu al es uno de esos “mecanismos”.
Permítanme añadir de inmediato que reconozco la importancia de
reconstituir la práctica institucional y el discurso social. Pero también
debo subrayar que la concentración en este problema im plica a menu
do una interpretación muy restringida de textos complejos (en caso de
que éstos se consideren de algún modo). A la inversa, centrarse en la
comprensión de textos complejos puede provocar algunas pérdidas en
la reconstrucción más general de discursos sociales institucionalizados
o compartidos en diversas clases, grupos u ocupaciones. El problema
global es enten d er cómo se relacionan los textos com plejos con sus
diversos contextos y viceversa; en sí mismo, este problema entraña la
estimación de las ganancias y pérdidas concom itantes a u n a estrategia
de investigación. S in la existencia de más exposiciones program áticas y
hasta polémicas, los estudios que em pleen ciertas estrategias de inves-
tigación podrán desecharse con facilidad por estim arlos fuera de los
límites de la historiografía o m eram ente m arginales a sus principales
preocupaciones. En un mundo ideal, cada historiador sería responsable
del tratam iento de todos los problemas a partir de la m ás general de
todas las perspectivas posibles. En el m undo real, deben hacerse algu
nas elecciones. Sólo cuando éstas son autoconscientes y b ie n pensadas
puede emprenderse, con un ánimo en que esté ausente la envidia, una
genuina cooperación entre historiadores con diferentes puntos de vis
ta. Mi preocupación es que los problemas específicos im plicados en la
comprensión de textos complejos com iencen a ser radicalm ente deses
timados en la historia intelectual, y que ésta se defina d e una manera
que los deje en la sombra o los evite.
En los términos más generales, ¿adonde conduce la perspectiva de la
historia intelectual que he tratado de elaborar? ¿Qué im plicaciones tie
ne para la relación entre pasado y presente y entre “teo ría y práctica”?
El campo de los estudios humanísticos parece hoy cada vez más dividi
do en dos tendencias opuestas. U na intenta, de m anera más o menos
autoconsciente, rehab ilitar los enfoques convencionales de la descrip
ción, interpretación y explicación. D estaca la necesidad d e descubrir o
tal vez inventar, en algún plano decisivo, unidad y orden en los fenó
menos investigados y, por im plicación, en nuestra propia vida y época.
Puede reconocer en los fenómenos el caos o el desorden, pero su meta
dominante es revelar el orden en el caos, por ejem plo, mediante la
delimitación de tópicos, la selección de problemas, los procedimientos
empíricos y an alíticos de investigación y quizás hasta la síntesis de los
resultados por m edio de modelos causales o interpretativos. En la lec
tura de textos, hace hincapié en la im portancia de determ in ar los argu
mentos centrales, los significados nucleares, los temas dom inantes, los
códigos prevalecientes, las visiones del mundo y las estructuras profun
das. A l relacionar los textos u otros artefactos con los contextos, busca
289
algún paradigma global e integrador: form alm ente, cuando sostiene que
una vez que los textos “internalizan” los contextos, éstos se ven some
tidos a procedimientos “internos” al texto; causalm ente, cuando sostie
ne que los problemas mismos o, más aun, los procedimientos formales
actuantes en los textos, son “causados” o generados por cambios en el
contexto más am plio; o estructuralm ente, cuando sostiene que tanto
textos'como contextos atestiguan la actuación de fuerzas más profun
das homologas a ellos. U na única descripción puede em plear de diver
sas formas estos tres paradigmas de integración, o procurar incluirlos en
algún “orden de órdenes” más elevado.
La otra tendencia trata de sacar a relucir la forma en que los debates
promovidos entre quienes adoptan el prim er enfoque se basan en rea
lidad en supuestos comunes, y señala las lim itaciones de éstos. Lo que
se supone en los enfoques convencionales es la prioridad y tal vez el
predominio de la unidad o sus análogos: orden, pureza, clausura, origen
indiviso, estructura coherente, significado establecido por lo menos en
el núcleo, etc. Q uienes trabajan con la otra tendencia, más “experi
m ental” (con frecuencia, y a veces erróneam ente, identificada como
“deconstructiva”) destacarán así la im portancia de lo que es marginal
en el texto o en la vida cuando se lo ve desde la perspectiva convencio
nal: lo que es enigm ático o desorientador en términos de sus supuestos.
Pero el peligro en esta otra tendencia es que quede fijada en la fase de
la mera inversión de los supuestos convencionales dominantes y reem
place la unidad por la desunión, el orden por el caos, el centro por la
ausencia de centro, la determinación por la pluralidad o diseminación
descontrolada de significados, etc. A l hacerlo, puede agravar lo que sus
partidarios verían como tendencias indeseables en la sociedad en gene
ral, convertirse en sintom ática cuando querría ser crítica y confundir
la equivocación y la evasividad corrientes —e incluso la investigación
negligente—con la clase de interacción transformadora entre el yo y el
otro (o el lenguaje y el mundo) que le gustaría reanimar.
La inversión puede ser necesaria como un tipo de terapia de choque
que permite el registro de una crítica, pero sus inadecuaciones son fia-
290
grantes, en especial cuando se convierte en algo fam iliar y no lo g ra ser
chocante. Lo que se necesita entonces es repensar de m anera g en e ral
los problemas, incluida una noción aju stad a de la relació n e n tr e la
tradición y su crítica. En este proceso de repensar está im p lic a d a la
comprensión de que tanto la unidad com pleta como la com p leta desu
nión (o sus análogos) son límites ideales más o menos aproxim ados en
el lenguaje y la vida. El problema general pasa a ser entonces la m an era
precisa en que se hizo referencia a estos lím ites en textos y co n texto s
del pasado y cómo debería hacerse referencia a ellos en el p resen te y el
futuro. U n diálogo informado con el pasado, que investiga te x to s sig
nificativos y sus relaciones con contextos pertinentes, es p arte de un
intento de zanjar este problema. Su prem isa es la convicción de que el
historiador intelectual es a la vez intelectual e historiador y q u e, como
intelectual, sim plem ente no deja de ser un historiador. En re a lid a d , la
relación entre el intelectual “crítico” y el historiador “erudito” (o érudit
tradicional) es esencial para el diálogo internalizado que es u n a de las
marcas del historiador intelectual.24
291
los textos in s ta n c ia n cpistemes, su idea del “predominio” de tina ep iste m e en un perío
do y su escaso énfasis en toda im p u g n a c ió n o diferencia básica y n o transicional en un
período, texto o individuo. Las propias ten d e n cias de Reiss e n la in terpretació n no sólo
tienen una in c lin a c ió n “a n a lític o -r e fe r e n c ia l” demasiado e stre c h a; ta m b ié n oscurecen
el problema de có m o puede llegar a in stalarse y cuestionarse el p redom inio. Especial
mente dudosa es su noción bastante h o m o g é n e a —casi f ic cio n a l—de la m an era en que la
“configuración de modelos” [“patteming”] fue “d o m in a n te ” e n la Europa prerrenacentis-
ta. (“D o m in a n te ” es un a palabra e s p e c ia lm e n te desafortunada, e n la m ed ida en que este
discurso tie n e un a gen uin a to le ran cia h a c ia otros discursos, e in clu so está generosamen
te abierto a ellos.) Reiss rechaza la afirm ació n de que figuras c o m o Aristóteles o santo
Tomás de A q u i n o elaboraron aspectos significativos de un discurso an a lític o y referen
cia!, porque c a r e c ía n de lo que para él es un criterio de este ú ltim o : un concepto de la
voluntad sub jetiv a (o el sujeto p re m e d ita d o y posesivo) c o m o c e n t r o de conocimiento
y poder. N o co n fro n ta el argum en to de H eidegger de que el sujeto m oderno es un des
plazamiento específico del “terre n o ” metafíisico - u n desp lazam ien to que implica tanto
continuidad c o m o d iscontinuidad c o n respecto a é ste - que tu v o otras articulaciones en
anteriores filósofos. T am b ié n o m ite la m en c ió n del punto de v ista de Lévi-Strauss de
que la ji e n s c c u i u v a g e incluye una “c ie n c i a ríe lo concreto” qu e sigue siendo una base lo
mismo que u n a m e ta de la c ien cia ulterio r. Y no llega a un ac u e rd o con la comprensión
del proceso h istórico a la vez com o re p e tic ió n y cambio —un a c o m p ren sió n que m itig a
ría ciertas aporras n ocivas de su propio te x t o (como la ge n erad a por la creencia histori-
cista de que “n u e str a ” posiciéin d e n tro del discurso an alític o -refe re n c ial hace imposible
el en te n d im ien to de un discurso “co n tig u rad o r” p resuntam ente aje n o , aunque en cierto
modo perm ite la afirm ación no p ro b le m á tic a de que hubo u n a ruptura total con ese
discurso in co g n o sc ib le )—La idea h ip e r b ó lic a de Reiss sobre el p re d o m in io de lo a n a líti
co-referencial después de 1600 puede r e n e r un valor p olém ico lim itad o . Pero presenta
a Kepler com o a n ó m a lo y co nv ierte la m o dern id ad en la im a g e n de un Bacon en esca
la mayor - u n B aco n “m odernista” in te rp re tad o en términos de la im agen de sí mismo
como el a g e n te de u n a ruptura toral c o n el pasado y la “i n s t a u r a c i ó n ” de un discurso
c o m p le tam e n te n u e v o —. T a m b ié n c o rr e el riesgo de ser d e m a s ia d o im p erio so en su
subestimación de la significación de los desafíos a lo a n a lír ic o -r e fe r e n c ia l que se basan
en modos r e la c ió n a le s y co ntestatarios, in c lu id o el c ar n a v a le sc o , al q u e trata bastante
despectivam ente. Empero, pese a su in c l i n a c ió n r e d u c tiv am e n te “a n a lític o -refe re n c ial",
el libro es m u y v alio so en su dilucidación) del ascenso de lo “a n a lític o - r e f e r e n c ia l” y su
análisis de cie rto s textos del período m o d e rn o temprano, e n e s p e c ia l cuan d o Reiss no
insiste en h a c e r qu e esos textos se a ju ste n a su modelo sin restos o co ntraco rrien tes. Su
tesis (así c o m o su confusa cap tac ió n del período moderno c o m o el “e x tre m o inferior”
de lo a n a lític o -r e f e r e n c ia l) podría ser m o d ificad a a fin de d ar c a b id a a la afirmación de
que el discurso a n alític o -refere n c ial tendió) después de 1600 a ser r e la t iv a m e n t e d o m i
nante, pero de u n a m an era que e x ig e el estudie) detallado (a s í c o m o la elab oració n) de
perspectivas m ás relació n ales que c o m p le m e n t e n y d isc u tan ese d isc u rso relativ am ente
dominante. Fin r e alid ad , me parece q u e las tensiones v ariables e n tr e m odos de discurso,
tal como se e la b o r a n y ponen en ju e g o en textos importantes, t ie n e n m ás difusión de lo
que adm ite R eiss, y h ac en p ro b le m átic as las afirmaciones sobre el p re d o m in io relativo
de un discurso e n casos específicos, a u n en el período m o d e rn o te m p r a n o . Ignorar estas
tensiones lle v a a Reiss (como en o c asio n e s al mismo F ou cau lt) a basarse im p lícitam e n
te en una filosofía de la historia m u y a n tig u a : una visión u n ific a d a e n el pasado, que
hoy se ha v u e lto incom prensible, se rompió) a causa de u n a “d is o c ia c ió n de la sensibi
lidad” c o n c o m ita n t e al ascenso ele la c ie n c i a y el cap italism o ; los tex to s transictonales
de alrededor ele 1 600 marcan la rup tu ra; en la actualidad, no c o n t a m o s más que con
desdibujarlas v islum bres de otra rup tu ra qu e puede in stalar ele m a n e r a apocalíptica un
discurso r a d ic a lm e n t e nuevo del futuro. R ep etid as veces se pregone) q u e este venerable
punto ele visra representaba un p u n to ele inflexión) en la h isto ria lite r a r ia e intelectual.
A quí ten em o s tal vez la marca elistintiva elel “discurso del m o d e r n is m o ” en un sentido
no previsto por Reiss, a tal punto qu e su n o ta b le texto —un te x t o q u e bien merece tina
cuidadosa le c tu r a —esrá en deuda c o n su cuestio n ab le pero a ú n se d u c to ra herencia.
29 1
4 . Filosofía
Richard R orty
Relativism o: el en con trar y el h a c e r *
295
za hum ana no cam biante y ahistórica. Este intento de hacer a un lado
tanto a Platón como a Kant es el lazo que vin cula la tradición pos-
nietzscheana de la filosofía europea con la tradición pragm ática de la
filosofía norteam ericana.
El filósofo a quien más admiro, y de quien más me gustaría pensar
que soy discípulo es Jo h n Dewey. Dewey fue uno de los fundadores
del pragm atismo norteam ericano. Era un pensador que pasó sesenta
años tratando de liberarnos del yugo de P lató n y Kant. A menudo
se lo denunció como relativista, lo mismo que a mí. Pero, desde lue
go, los pragm atistas n u n ca nos auíodenom inam os relativ istas. Por
lo com ún, nos definim os en términos negativos. Nos hacem os lla
m ar “an tiplatón ico s”, “antim etafísicos” o “an tifun dacionalistas”. Sin
em bargo, nuestros oponentes, del mismo modo, casi nunca se autode-
no m inan “platónicos” o “metafísicos” o “fundacionalistas”. H abitual
m ente hablan de sí mismos como defensores del sentido com ún o la
razón.
Previsiblem ente, cada bando trata de definir los términos de la dis
puta de una m anera favorable para sí mismo. N adie quiere que lo lla
m en platónico, así com o nadie quiere que lo califiquen de relativista
o irracionalista. Nosotros, los así llamados “relativistas”, nos negamos,
como es de suponer, a adm itir que somos enemigos de la razón y el
sentido común. Decimos que lo único que hacem os es criticar algunos
dogm as anticuados, específicam ente filosóficos. Pero, por supuesto,
lo que llamamos dogm as son precisamente lo que nuestros oponentes
llam an “sentido com ún”. La adhesión a estos dogmas es lo que llaman
“ser racional”. De modo que la discusión entre ellos y nosotros tiende
a em pantanarse, por ejem plo, en la cuestión de si la consigna “la ver
dad es la correspondencia con la naturaleza intrínseca de la realidad”
expresa el sentido com ún o es meramente un fragmento de la obsoleta
jerga platónica.
En otras palabras, tina de las cosas en que estamos en desacuerdo
es si esa consigna en carn a una verdad evidente que la filosofía debe
respetar y proteger o, en cambio, sim plem ente expone un punto de
296
vista filosófico entre otros. Nuestros oponentes dicen que la teoría de
la correspondencia de la verdad es tan obvia, tan autoevidente, que
cuestionarla es sencillam ente perverso. Nosotros decimos que esa teo
ría es apenas inteligible y que carece de especial importancia: que no
es tanto una teoría como un eslogan que coreamos descuidadam en
te durante siglos. Los pragm atistas creemos que podríamos dejar de
corearlo sin consecuencias perjudiciales.
U na m anera de describir este callejón sin salida es decir que noso
tros, los así llamados “relativistas”, afirmamos que muchas de las cosas
que el sentido común cree encontradas o descubiertas en realidad son
hechas o inventadas. Las verdades científicas y morales, por ejem plo,
son calificadas de “ob jetivas” por nuestros oponentes, con lo que quie
ren decir que, en cierto sentido, están ah í afuera a la espera de que
nosotros, los seres hum anos, las reconozcamos. De modo que cuando
nuestros adversarios platónicos o kan tianos se cansan de llam arnos
“relativistas”, nos tild an de “subjetivistas” o “construccionistas socia
les”. De acuerdo con la im agen que tien en de la situación, nosotros
sostenemos haber descubierto que algo que supuestamente provenía
del exterior en realidad proviene de nuestro interior. Nos consideran
como si dijéramos que lo que antes se pensaba objetivo ha resultado
ser m eram ente subjetivo.
Pero Lis antiplatónicos no debemos acep tar este modo de formu
lar la cuestión. Puesto que si lo hacemos, nos veremos ante un grave
problema. Si tomamos la distinción entre h a c er y encontrar por su
valor nom inal, nuestros oponentes podrán hacernos una embarazosa
pregunta, a saber: ¿hemos descu b ierto el sorprendente hecho de que lo
que se creía objetives en realidad es subjetivo, o lo hemos in v en ta d o ?
Si afirmamos haberlo descubierto, si decim os que es un hecho obje
tivo que la verdad es subjetiva, corremos el riesgo de contradecirnos.
Si decimos que lo inventam os, parecerá que actuam os de una m ane
ra m eram ente caprichosa. ¿Por qué alguien hab ría de tomar en serio
nuestra invención? Si las verdades son sim plem ente ficciones conve
nientes, ¿qué ocurre con la verdad de la afirm ació n de que eso es lo
297
que son? ¿También es una ficción con veniente? ¿Conveniente para
qué? ¿Para quién?
C reo que es im portante que quienes somos acusados de relativismo
dejem os de utilizar la d istin ció n entre encon trar y hacer, descubrí
m iento e invención, objetivo y subjetivo. No deberíamos permitir que
nos describieran como subjetivistas o construccionistas sociales. N0
podemos formular nuestro argumento en térm inos de una distinción
entre lo que es exterior y lo que es interior a nosotros. Debemos repu
diar el vocabulario que em plean nuestros adversarios y no permitirles
que nos lo impongan. D ecir que debemos repudiar ese vocabulario es
decir, una vez más, que tenemos que evitar el platonismo y la meta
física, en el sentido am plio de ésta en que H eidegger sostiene que la
m etafísica es platonismo. W hitehead planteaba lo mismo cuando dijo
que toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página
a Platón. Su argumento era que no debemos llam ar “filosófica” una
investigación a menos que gire en torno de algunas de las distinciones
trazadas por Platón.
La distinción entre lo encontrado y lo hecho es una versión de la
existente entre lo absoluto y lo relativo, entre algo que es lo que es al
margen de sus relaciones con otras cosas, y algo cuya naturaleza depen
de de esas relaciones. En el transcurso de los siglos, esta distinción ha
pasado a ser central para lo que Derrida llam a “la metafísica de la pre
sencia”, la búsqueda de una “presencia plena más allá del alcance del
juego”, un absoluto más allá del alcance de la relacionalidad. De modo
que si queremos abandonar esa metafísica tenemos que dejar de dis
tinguir entre lo absoluto y lo relativo. Nosotros, los antiplatónicos, no
podemos permitir que nos llam en “relativistas”, dado que esa califica
ción supone zanjada la cuesticm central. Esa cuestión central se refiere
a la utilidad del vocabulario que heredamos ele Platón y Aristóteles.
A nuestros adversariees les gusta sugerir que abanelonar ese vocabu
lario es abanelonar la racionalidad, esto es, ejue ser racional consiste
precisam ente en respetar las elistinciones entre lo absoluto y lo rela
tivo, le) encontrado y lea hecho, objeto y sujeto, naturaleza y conven
29 8
ción, realidad y apariencia. Los pragm atistas replicam os que si eso es
|a racionalidad, no hay duda entonces de que, en efecto, somos irra
cionalistas. Pero, desde luego, agregamos que ser irracionalista en e s e
sentido no es ser incapaz de argum entar. Los irracionalistas no e c h a
mos espuma por la boca ni nos comportamos com o anim ales. S im
plemente nos negamos a hablar de cierta m anera, la platónica. Los
puntos de vista que esperamos hacer que la gente acepte no pueden
formularse en la terminología platónica. De modo que nuestros esfuer
zos persuasivos deben asumir la forma de una inculcación gradual de
nuevas maneras de hablar, y no la de una argum entación directa en el
estilo de las antiguas.
Para resum ir lo que d ije h asta ahora: los pragm atistas hacem os
caso omiso de las acusaciones de que somos “relativ istas” o “irracio-
nalistas” diciendo que esas acusaciones presuponen precisam ente las
distinciones que rechazamos. Si tenemos que dar una descripción de
nuestra actitud, tal vez será m ejor que nos denom inem os an tid u alis
tas. Esto, desde luego, no significa que estem os en contra de lo que
Derrida llam a “oposiciones b inarias”. Podemos adm itir perfectam en
te que siem pre habrá un uso para tales oposiciones: dividir el m undo
entre los X buenos y los no X malos siem pre será un instrum ento
indispensable de la investigación. Pero estam os en contra de cierto
conjunto esp ecífico de distinciones, las d istin cion es platónicas. T e n e
mos que reconocer que éstas se han convertido en parte del sentido
común occidental, pero no consideramos que esto sea un argum ento
suficiente para conservarlas.
299
mer, Derrida y Foucault. En la segunda se incluyen Jam es, Dewey
Kuhn, Quine, Putnam y Davidson. Todos estos filósofos han sufrido
feroces ataques como relativistas.
Ambas tradiciones han tratado de arrojar dudas sobre la distin
ción kantiana y hegeliana entre sujeto y objeto, sobre las distinciones
cartesianas que Kant y Hegel usaron para formular su problemática
y sobre las distinciones griegas que constituyeron el m arco del pen
samiento de Descartes. El aspecto más importante que v in cula unos
a otros los grandes nombres de cada tradición, y a cada una de éstas
con la otra, es el recelo con respecto al mismo con junto de distin
ciones griegas, las que hicieron posible, natural y casi inevitable
preguntar “¿encontrado o hecho?”, “¿absoluto o relativ o ?”, “¿real o
aparente?”.
Sin embargo, antes de extendernos sobre lo que m antiene unidas
estas dos tradiciones, debería hablar un poco de lo que las separa.
Aunque la tradición europea debe mucho a Darwin por intermedio de
Nietzsche y M arx, lo típico fue que los filósofos europeos distinguie
ran muy agudam ente entre lo que hacen los científicos empíricos y los
filósofos. En esta tradición, es frecueiate que los filósofos hablen des
pectivamente del “naturalismo”, el “empirismo” y el “reduccionismo”.
A veces condenan sin proceso a la reciente filosofía anglòfona, porque
suponen que está infectada por estas enfermedades.
En contraste, la tradición pragm atista norteam ericana ha insisti
do en analizar las distinciones entre filosofía, ciencia y política. Sus
representantes a menudo se describen como “n atu ralistas”, aunque
niegan ser reduccionistas o empiristas. Su objeción tanto al empirismo
británico tradicio nal como al reduccionismo cien tificista caracterís
tico del C írculo de V iena es precisamente que ninguno de los dos es
suficientemente naturalista. En mi tal vez chauvinista opinión, los
americanos hemos sido más coherentes que los europeos. Puesto que
los filósofos norteam ericanos han comprendido que la idea de una
actividad cultural distintiva y autónoma llamada “filosofía” se torna
dudosa cuando se pone en tela de juicio el vocabulario que dominó
300
,sa actividad. C uando los dualismos platónicos se m archan, la distin-
:ión entre la filosofía y el resto de la cultura está en peligro.
Otro modo de m ostrar la diferen cia entre las dos tradiciones es
decir que los europeos presentaron típicam ente un nuevo “método”,
distintivo y posnietzscheano, para uso de los filósofos. A sí, en el pri
mer Heidegger y el prim er Sartre escucham os hablar de “ontología
fenomenológica”, en el Heidegger tardío de algo bastante mis'terioso
j? maravilloso llam ado “pensam iento”, en Gadamer de “herm enéuti-
:a”, en Foucault de “la arqueología del saber” y de “genealogía”. Sólo
Derrida parece libre de esta tentación; su término “gram atología” fue
un capricho evanescente más que un intento serio de proclam ar el
descubrimiento de un nuevo método o estrategia filosófica.
En contraposición, los norteam ericanos no han sido muy propensos
a tales proclam aciones. Dewey, es cierto, hizo muchas alusiones a la
incorporación del “método científico” a la filosofía, pero nunca pudo
explicar cuál era ese método ni qué se suponía que agregaría a las vir
tudes de la curiosidad, la receptividad y la sociabilidad. Jam es habló
en ocasiones del “método pragm ático”, pero éste significaba poco más
que la insistencia en subrayar la pregunta antiplatónica “¿Representa
nuestra presunta diferencia teórica alguna diferencia en la práctica
Esa insistencia no era tanto el empleo de un método como la asunción
de una actitud escéptica hacia los problemas y los vocabularios filo
sóficos tradicionales. Q uíne, Putnam y Davidson son rotulados como
“filósofos an alíticos”, pero ninguno de los tres se considera a sí mismo
practicante de un método llamado “análisis conceptual”, ni de ningún
otro. La así llam ada versión “pospositivista” de la filosofía an alítica
que estos tres filósofos contribuyeron a crear está notablem ente libre
de la metodolatría.
Los diversos contribuyentes contem poráneos a la tradición pragma
tista no sienten m ucha inclinación a insistir en la naturaleza distinti
va de la filosofía o en el lugar preem inente de ésta dentro de la cultura
en general. N inguno de ellos cree que los filósofos piensan o deberían
pensar de una m anera dram áticam ente diferente de los físicos o los
301
políticos. Todos estarían de acuerdo con Thomas K uhn en que la
ciencia, como la política, consiste en resolver problemas. De modo
que les resultaría agradable describir su actividad como la de resolver
problemas filosóficos. Pero el principal problema que quieren resolver
es el origen de los problemas que nos ha legado el problem a filosófi
co: ¿por qué —preguntan—los problemas corrientes y de libro de texto
de la filosofía son a la vez tan intrigantes y tan áridos? ¿Por qué, hoy
como en los días de Cicerón, los filósofos siguen debatiendo de mane
ra tan poco concluyente y rondando una y otra vez los mismos círculos
dialécticos, sin convencerse nunca unos a otros y pese a ello aún son
capaces de atraer discípulos?
Esta cuestión, la cuestión de la naturaleza de los problemas que nos
dejaron como herencia los griegos, Descartes, Kant y H egel, vuelve a
llevarnos a la distinción entre el encontrar y el hacer. La tradición filo
sófica ha insistido en que estos problemas se encuentran, en el sentido
de que cualquier mente reflexiva se topa inevitablem ente con ellos.
La tradición pragmatista insistió en que se hacen —son artificiales y no
naturales- y pueden deshacerse utilizando un vocabulario diferente del
empleado por la tradición filosófica. Pero tales distinciones entre lo
encontrado y lo hecho, lo natural y lo artificial, no son, como ya lo dije,
distinciones con las cuales los pragm atistas psuedan sentirse cómodos.
De modo que sería mejor que éstos dijeran simplemente que el vocabu
lario en el cual se formularon los problemas tradicionales de la filosofía
occidental fue útil en un momento, pero ya no lo es. Plantear el asunto
de esa manera evitaría que apareciéramos diciendo que en tanto que
la tradición se ocupó de lo que en realidad no estaba allí, nosotros los
pragmatistas nos ocupamos de lo que efectivam ente está allí.
Desde luego, los pragmatistas no podemos decir eso. Puesto que no
tenemos necesidad de emplear la distinción realidad-apariencia, como
así tampoco la existente entre lo encontrado y les hecho. Tenemos la
esperanza de reemplazar la primera por la distinción entre lo más útil
y lo menos útil. De manera tal que decimos que el vocabulario de la
metafísica griega y la teología cristiana —el vocabulario usado en lo que
?Q2
J-Jeidegger llamó la “tradición ontoteológica”—fue útil para los objetivos
Je nuestros predecesores, pero que n o so tro s tenemos diferentes objeti
vos, que serán mejor atendidos si empleam os un vocabulario diferente.
Muestres predecesores treparon a una escalera que hoy estamos en con
diciones de desechar. Y podemos hacerlo no porque hayamos llegado a
un último lugar de descanso, sino porque tenemos que resolver proble
mas diferentes de los que dejaron perplejos a nuestros predecesores.
Hasta ahora he eshozado la actitud de los pragm atistas h acia sus opo
nentes, y las dificultades que enfrentan para evitar el uso efe térm inos
cuyo empleo haría presum ir zanjada la cuestión en discusión entre
ellos y sus adversarios. A hora me gustaría describir un poco más por-
menorizadamente cuál es el aspecto que tien e la indagación hum ana
desde un punto de vista pragmatista: cuál es su aspecto una vez que
uno deja de describirla como un intento de corresponder a la n atu ra
leza intrínseca de la realidad, y empieza a describirla como un in ten to
de cumplir objetivos transitorios y resolver problemas transitorios.
Los pragmatistas tienen la esperanza de romper con la im agen que,
en palabras de W ittgenstein, “nos m an tien e cautivos”, la im agen car-
tesiano-lockeana de una mente que procura ponerse en con tacto con
una realidad exterior a ella. De modo que empiezan con una descrip
ción dárwiniana de los seres humanos com o anim ales que h acen los
máximos esfuerzos para manejarse con el m edio ambiente: los m áxim os
esfuerzos para elaborar herramientas que les perm itan experim entar más
placer y menos dolor. Las palabras se cuen tan entre las herram ientas
desarrolladas por estos animales inteligentes.
No hay manera de que esas herram ientas puedan hacernos perder
contacto con la realidad. Independientem ente de que se trate de un
martillo, un arma, una creencia o una en unciación, su uso es parte de
la interacción del organismo con su m edio am biente. V er el em pleo
de palabras como el use) de herram ientas para manejarse con el m edio,
y no como un intento de representar la naturaleza intrínseca de ese
medio, significa rechazar la cuestión de si las mentes hum anas están
303
en con tacto con la realid ad , la cuestión p lan tead a por el escépti
co epistem ológico. N ingún organismo, hum ano o no humano, está
nunca más o menos en contacto con la realidad que cualquier otro
organismo. La idea misma de “estar fuera de contacto con la realidad”
presupone la imagen cartesiana y antidarwinista de una mente que en
cierto modo se mueve libre de las fuerzas causales que se ejercen sobre
el cuerpo. La mente cartesiana es una entidad cuyas relaciones con el
resto del universo son representacionales más que causales. De modo
que para liberar a nuestro pensam iento de los vestigios del cartesianis
mo, para ser plenam ente darwinistas en nuestra m anera de pensar, es
necesario que dejemos de pensar en las palabras como representacio
nes y empecemos a considerarlas como nudos en la red causal que vin
cula al organism o con su medio ambiente.
Ver el len guaje y la investigación de esta m anera biologista, una
m anera que en años re cie n te s hizo fam iliar la obra de Humber
to M aturana y otros, nos perm ite desechar la im agen de la mente
humana com o un espacio interior dentro del cual se sitúa la perso
na hum ana. Como lo ha sostenido el filósofo estadounidense de la
mente D aniel D ennett, es únicam ente esa im agen de un teatro car
tesiano la que hace que uno piense que la naturaleza o el origen de la
conciencia es un gran problem a filosófico o cien tífico . Podemos sus
tituirla por una imagen del organism o hum ano adulto según la cual
el com portam iento de éste es tan complejo que sólo es posible pre
decirlo m ed ian te la atribución de estados-intencionales -creencias y
deseos- al organism o. Por esa razón, las creencias y los deseos no son
modos prelingüísticos de co n cien cia, que pueden ser expresables o no
en el len guaje. Tampoco son los nombres de acontecim ientos inm a
teriales. A n tes bien, son lo que en la jerga filosófica se denomina
“actitudes oracionales”, es decir, disposiciones por parte de los orga
nismos, o de las com putadoras, para afirmar o negar ciertas oraciones.
A tribuir creencias y deseos a no usuarios del len guaje (como perros,
lactantes y term ostatos) es, para nosotros, los pragm atistas, hablar
m etafóricam ente.
304
Los p ragm atistas co m p lem en tan este enfoque hiologista con la
definición que da C harles Sanders Peirce de una creencia como un
hábito de ac c ió n . De acuerdo con esta d e fin ic ió n , adjudicar una
creencia a algu ien es sim plem ente decir que esa persona tenderá a
comportarse como lo hago yo cuando estoy dispuesto a afirmar la ver
dad de cierta oración. A djudicam os creencias a cosas que usan o cabe
imaginar que usan oraciones, pero no a las piedras y las plantas. Esto
no se debe a que las primeras tengan un órgano o capacidad especial
_la conciencia—de la que carecen las últimas, sino simplemente a que
los hábitos de acción de piedras y plantas son suficientem ente fam ilia
res y simples para predecir su com portam iento sin adjudicarles actitu
des oracionales.
De acuerdo con esta perspectiva, cuando pronunciam os oraciones
como “tengo ham bre”, no hacem os externo lo que previamente era
interno, sino que sencillam ente ayudamos a quienes nos rodean a pre
decir nuestras futuras acciones. T ales oraciones no se usan para infor
mar de sucesos que ocurren dentro del sellado cuarto interno que es la
conciencia de una persona. Se trata sim plem ente de herramientas para
coordinar nuestro com portam iento con el de los demás. Esto no signi
fica decir que estados m entales como las creencias y los deseos puedan
“reducirse” a estados fisiológicos o com portam entales. Implica decir,
meramente, que no tiene sentido preguntar si un a creencia representa
con exactitud la realidad, ya sea m ental o física. Para los pragmatistas,
ésa es no sólo una mala pregunta, sino la raíz del dispendio de mucha
energía filosófica.
La pregunta correcta es: “¿Para qué propósitos sería útil sostener esa
creencia?” Se trata de algo sim ilar a plantear “¿Para qué propósitos sería
útil cargar este programa en mi computadora?” De acuerdo con el pun
to de vista que sugiero, el cuerpo de una persona es análogo al hardware
de una computadora, y sus creencias y deseos se asem ejan al software.
Nadie sabe ni le importa si un elem ento dado d el so ftw a re de una com
putadora representa con exactitud la realidad. Lo que nos importa es si
ése es el so ftw a r e que cumplirá con la mayor e ficien cia una determ ina
305
da tarea. De manera análoga, los pragmatistas creen que la pregunta a
formular acerca de nuestras creencias no es si se refieren a la realidad o
meramente a la apariencia, sino sim plem ente si son los mejores hábitos
de acción para dar satisfacción a nuestros deseos.
En esta perspectiva, decir que, hasta donde sabemos, una creen
cia es verdadera, significa decir que, hasta donde sabemos, ninguna
creencia altern ativ a es un m ejor hábito de actuación. Cuando deci
mos que nuestros ancestros creían , erróneam ente, que el sol giraba
alrededor de la tierra, y que nosotros creemos, correctam ente, que
la tierra gira alrededor del sol, lo que decimos es que tenemos una
herramienta que es mejor que la de nuestros ancestros. Estos podrían
replicar que su herram ienta les perm itía creer en la verdad literal de
las Escrituras cristianas, lo que no sucede con la nuestra. Creo que lo
que deberíamos contestarles es que los beneficios de la astronomía
moderna y los viajes espaciales superan las v en tajas del fundamen-
talismo cristiano. La discusión entre nosotros y nuestros antepasa
dos medievales no debería referirse a cuál de las dos partes entendió
correctamente el universo. M ás bien, tendría que estar relacionada
con el sentido de sostener puntos de vista sobre el m ovim iento de los
cuerpos celestes, los fines a alcanzar con el uso de ciertas herram ien
tas. Confirmar la verdad de las Escrituras es una de esas metas; los
viajes espaciales son otra.
Otra manera de hacer hincapié en este último punto es decir que los
pragmatistas no podemos comprender la idea de que deberíamos buscar
la verdad por la verdad misma. No la podemos considerar una meta de la
investigación. El propósito de ésta es llegar a un acuerdo entre los seres
humanos acerca ele qué hacer, generar un consenso sobre los fines que
deben alcanzarse y los medios a em plear para alcanzarlos. La investi
gación que no logra una coordinación del com portam iento no es una
investigación!, sino m eram ente un juego de palabras. Sostener una
teoría determ inada sobre la m icroestructura de los cuerpos m ateria
les, o sobre el adecuado equilibrio de poderes entre las distintas ramas
del gobierno, es argumentar acerca de lo que deberíam os hacer: cómo
306
deberíamos usar las herram ientas a nuestra disposición a fin de lograr
un progreso teciaológico o político. De modo que para los pragm atistas
no hay un corte tajante entre la c ie n c ia natural y las cien cias sociales,
ni entre las ciencias sociales y la p o lítica, ni entre la po lítica, la filo
sofía y la literatura. Todas las áreas de la cultura son parte del mismo
esfuerzo por mejorar la vida. No h ay una división profunda entre la
teoría y la práctica, porque según una perspectiva pragm atista' todo lo
así llamado “teoría” que no sea un juego de palabras ya es siempre una
práctica.
Abordar las creencias no como representaciones sino como hábitos
de acción y las palabras no como representaciones sino como herra
mientas es hacer que resulte in ú til preguntar “¿estoy descubriendo o
inventando, haciendo o encontrando?”. No tiene sentido sectorizar de
esta m anera la interacción de los organismos con el m edio ambiente.
Consideremos un ejemplo. Por lo común decimos que una cuenta ban
cada es una construcción social más que un objeto del mundo n atu
ral, en tanto que una jirafa es un objeto del m undo natural más que
una construcción social. Las cuentas bancadas se h acen , las jirafas se
encuentran. Ahora bien, la verdad de este punto de vista radica sim
plemente en que si no hubiera habido seres humanos, pese a ello habría
habido jirafas, pero no cuentas bancadas. Pero esta independencia cau
sal de las jirafas con respecto a los humanos no sign ifica que aquéllas
sean lo que son al margen de las necesidades y los intereses humanos.
A l contrario, las describimos d el modo en que lo hacem os, c o m o
jirafas, debido a nuestras necesidades e intereses. H ablam os una len
gua que incluye la palabra “jirafa” porque conviene a nuestros objeti
vos hacerlo así. Lo mismo vale para palabras como “órgano”, “célula”,
“átomo”, etc.; por así decirlo, los nombres de las partes de que están
hechas las jirafas. Todas las descripciones que dam os de las cosas son
descripciones adecuadas para nuestros objetivos. N o puede atribuirse
ningún sentido —sostenemos los pragm atistas—a la afirm ación de que
algunas de estas descripciones seleccionan “clases n a tu ra le s”, que cor
tan la naturaleza por las líneas de puntos. La línea e n tre una jirafa y el
307
aire circundante es bastante clara si usted es un ser humano interesado
en cazar para obtener carne. Si es una horm iga o una ameba usuarias
de un lenguaje, o un viajero espacial que nos observa desde muy arriba,
la lín ea no es tan clara, y tampoco es claro que necesite o tenga en su
lengua una palabra que signifique “jirafa”. En términos más generales
no es claro que alguno de los millones de modos de describir el peda
zo de espacio-tiempo ocupado por lo que llamamos jirafa esté más cerca
de la m anera en que las cosas son en sí mismas que cualquiera de los
demás. A sí como parece carente de sentido preguntar si una jirafa es en
realidad una colección de átomos, o una colección de sensaciones rea
les y posibles en los órganos sensoriales humanos, o alguna otra cosa,
del mismo modo la pregunta “¿Estamos describiéndola como realm ente
esi’” parece un interrogante que nunca es necesario formular. Todo lo
que necesitamos saber es si alguna descripción rival podría ser más útil
para alguno de nuestros propósitos.
La relatividad de las descripciones con respecto a los propósitos es
el principal argumento del pragmatista en favor de su visión antirre-
presentacion al del conocim iento —la visión de que la investigación
apunta a la utilidad para nosotros más que a una descripción precisa de
cómo son las cosas en sí mismas—. Como todas las creencias que tene
mos deben formularse en uno u otro lenguaje, y como los lenguajes no
son intentos de copiar lo que está ahí afuera sino más bien herram ien
tas para ocuparse de ello, no hay manera de separar “la contribución
que el objeto hace a nuestro conocim iento” de la “contribuciórn hecha
por nuestra su bjetivid ad ”. T anto las palabras que empleamos como
nuestra disposición a afirm ar ciertas oraciones usando esas palabras
y no otras son el producto de conexiones causales fantásticam ente
com plejas entre los organismos humanos y el resto del universo. No
hay m anera de fragm entar esta red de conexiones causales para poder
com parar el peso relativ o de la subjetividad y la objetividad en una
cree n c ia dada. C om o d ijo W ittgen stein , no hay m anera de in ter
ponerse entre el len guaje y su objeto, separar a la jirafa en sí misma
de nuestros modos de hablar de las jirafas. Com o lo expresó Hilary
308
Putnam , el principal pragm atista contem poráneo: “elem entos de lo
que llamamos ‘len guaje’ o ‘m ente’ penetran tan profundamente en la
realidad que el proyecto mismo de representarnos como ‘cartógrafos’
de algo ‘independiente del lenguaje’ se ve fatalm ente comprometido
desde el principio”.
El sueño platónico del conocim iento perfecto es el sueño de des
pojarnos de todo lo que proviene de nuestro interior y abrirnos sin
reservas a lo que está afuera de nosotros. Pero esta distinción entre
adentro y afuera, como lo señalé antes, no puede hacerse una vez que
adoptamos un punto de vista biologista. Si el platónico pretende insis
tir en ella, tiene que tener una epistem ología que no se vin cule en
ningún aspecto interesante con las otras disciplinas. Term inará con
una versión del conocim iento que da la espalda al resto de la cien cia.
Esto equivale a convertir el conocim iento en algo sobrenatural, una
especie de milagro.
309
inconvenientes a los profesores de filosofía. Pero las disputas
ca del carácter de la elección moral parecen más importantes En eí
resultado de esas elecciones ponemos en juego la percepción de quié
nes somos. De modo que no nos gusta que nos digan que nuestras elec
ciones son entre bienes alternativos más que entre el bien y el mal
Cuando los profesores de filosofía comienzan a decir que no hay nada
absolutam ente malo o absolutam ente bueno, el tópico del relativis
mo empieza a ponerse interesante. Los debates entre los pragmatistas
y sus adversarios, o los nietzscheanos y los suyos, comienzan a parecer
demasiado importantes para dejarlos librados a los profesores de filoso
fía. Todo el mundo quiere intervenir en la cuestión.
Es por eso que los filósofos como yo descubrimos que se nos d en un
cia en diarios y revistas que uno habría creído ignorantes de nuestra
existencia. Estas denuncias afirm an que si no se educa a la juventud
para que crea en absolutos morales y en la verdad objetiva, la civiliza
ción está condenada. A menos que las generaciones más jóvenes ten
gan el mismo apego que nosotros a sólidos principios morales -dicen
los artículos de estos diarios y revistas—, habrá term inado la lucha por
la libertad y la decencia hum anas. Cuando los docentes de filosofía
leemos esta clase de artículos, comprobamos que se nos atribuye un
inmenso poder sobre el futuro de la hum anidad. Puesto que todo lo
que hace falta para derrumbar siglos de progreso moral, sugieren estos
artículos, es una generación que acepte las doctrinas del relativismo
moral, los puntos de vista com unes a Nietzsche y Láewey.
Dewey y Nietzsche, por supuesto, estaban en desacuerdo en muchas
cosas. N ietzsche consideraba que las masas felices y prósperas que
hab itarían la utopía so ciald em ó crata de D ewey eran “los últimos
hombres”, criaturas indignas e incapaces de grandeza. Nietzsche era
tan instintivam ente antidem ócrata en su p o lítica como Dewey ins
tintivam ente dem ocrático en la suya. Pero am bos concordaban no
sólo acerca de la naturaleza del conocim iento sino sobre la de la elec
ción moral. Dewey decía que todo mal es un bien rechazado. W illiam
James dijo que toda necesidad hum ana tiene p rim a fa cie derecho a la
310
- Biblioteca
311
ras de recordarnos ciertas costumbres sociales, las de ciertas partes del
O ccidente cristiano, la cultura que ha sido, en las palabras si no en los
hechos, más ig u alitaria que ninguna otra. La doctrina cristian a de que
todos los miembros de la especie son hermanos y herm anas es la forma
religiosa de decir lo que M ili y Kant dijeron en términos no religiosos:
que las consideraciones de pertenencia a una fam ilia, de sexo, raza,
credo religioso y cosas por el estilo no deberían impedir que tratára
mos de hacer a los o t r o s lo que nos gustaría que éstos nos hicieran a
nosotros; no deberían impedirnos pensar en ellos en cuanto personas
como nosotros mismos, que merecen el respeto del que nosotros mis
mos esperamos gozar.
Pero hay otros sólidos principios morales aparte de los sintetizados
por el igualitarism o. U no de ellos es que la deshonra ocasionada a una
m ujer de la fam ilia debe ser lavada con sangre. Otro es que sería mejor
no tener hijos en absoluto antes que tener uno que fuera homosexual.
Aquellos de nosotros a quienes les gustaría poner fin a las disputas de
sangre y los ataques contra los ga ys originados por tales sólidos prin
cipios morales llam an a éstos “prejuicios” más que “discernim ientos”.
Sería bueno que los filósofos pudieran darnos, la certeza de que los
principios que aprobamos, como los de M ili y Kant, son “racionales”,
y que los de quienes propician la venganza de sangre y los ataques a
los ga ys no lo son o lo son menos: Pero decir que los primeros son más
racionales es sim plem ente otra m anera de decir que son más univer
salistas, esto es, que consideran que la diferencia entre las mujeres de
la propia fam ilia y las otras mujeres, y la diferencia entre los ga ys y los
“norm ales”, son relativam en te insignificantes. Pero no es claro que
om itir la m ención de grupos determ inados de personas sea un signo de
racionalidad.
Para ver este últim o aspecto, consideremos el principio “no mata
rás” que es ad m irab lem en te u n iv ersal. Empero, ¿es más o menos
racional que el principio “no mates a menos que seas un soldado que
defiende su patria, o para impedir un asesinato, o a menos que seas un
verdugo del Estado o un compasivo practicante de la eutan asia’’? No
M2
tengo idea de si es más o menos racional, y por esa razón no me pare
ce que el térm ino “racional” sea ú til en este ámbito. S i se me dice que
una medida polém ica que he tomado tien e que defenderse subsumién-
dola en un principio universal y racional, tal vez yo sea capaz de ima
ginar un principio así, adecuado para la ocasión, pero es posible que a
veces sólo pueda decir: “Bueno, considerándolo bien, me pareció que
era lo mejor que podía hacer en ese momento”. No es evidente que
esta última defensa sea menos racional que algún principio de aspecto
universal que se me haya ocurrido ad h o c para justificar mi accionar.
No es evidente que los dilemas m orales a los que nos enfrentamos en
un mundo rápidam ente cam biante —dilem as que tienen que ver con
el control demográfico, el racionam iento de la atención de la salud,
y cosas por el estilo—deban esperar h asta que se formulen principios
para su solución.
Tal como la juzgamos los pragm atistas, la idea de que detrás de toda
acción correcta debe estar latente uno de esos principios legitim ado
res equivale a la idea de que hay algo así como un tribunal de justicia
universal y supranacional ante el que nos presentamos. Sabemos que
las mejores sociedades son las gobernadas por las leyes y no por el
antojo de tiranos o turbas. Sin el imperio de la ley, decimos, la vida
humana cede a los impulsos y la vio len cia. Esto nos hace pensar que
debe haber una especie de tribunal invisible de la razón, que adminis
tra leyes que todos, en algún lugar situado en lo profundo de nuestro
fuero interno, reconocemos como obligatorias. A lgo así fue la noción
kantiana de la obligación moral. Pero, una vez más, la imagen kantia
na de cómo son los seres humanos no puede conciliarse con la histo
ria o la biología. Ambas nos ensetáan que el desarrollo de sociedades
gobernadas por leyes y no por hombres fue un logro lento, tardío, frá
gil, contingente y evolutivo.
Dewey estim aba que Hegel ten ía razón, una vez más contra Kant,
cuando insistía en que los principios morales universales sólo resul
taban útiles en la medida en que eran el fruto del desarrollo histórico
de una sociedad determ inada, una sociedad cuyas instituciones dieran
313
contenido al principio, que de lo contrario sería una cáscara vacía. Hace
poco, Michael W alzer, un filósofo político cuya obra más conocida es
Las esferas de la justicia, ha salido en defensa de Hegel y Dewey. En su
nuevo libro, Thick and T hin, Walzer sostiene que no deberíamos con
siderar las costumbres e instituciones de sociedades particulares como
acrecencias accidentales en tomo de un núcleo común de racionalidad
moral universal, la ley moral transcultural. A ntes bien, deberíamos esti
mar previo, y rector de la obediencia moral, el denso conjunto de cos
tumbres e instituciones. La moralidad fina que puede abstraerse de las
diversas moralidades densas no está constituida por los mandamientos
de una facultad hum ana universalmente compartida llam ada “razón”.
Tales semejanzas finas entre estas moralidades densas, en la medida en
que existan, son contingentes, tanto como lo son las semejanzas entre
los órganos adaptativos de diversas especies biológicas.
Si alguien adopta la postura an tikantian a común a H egel, Dewey y
Walzer y se le pide que defienda la m oralidad densa de la sociedad con
la cual se identifica, no podrá hacerlo hablando de la racionalidad de
sus concepciones m orales. Antes bien, tendrá que referirse a las diver
sas ventajas concretas de las prácticas de su sociedad con respecto a
las de otras sociedades. La discusión acerca de las ventajas relativas
de diferentes m oralidades densas será, naturalm ente, tan poco con
cluyente como la de la superioridad relativ a de un libro o una perso
na que nosotros amamos sobre el libro o la persona amados por otro.
Para nosotros, los pragm atistas, la idea de una fuente universalm ente
compartida de verdad, llam ada “razón” o “naturaleza hum ana”, es sim
plemente la idea de que una discusión tal debería poder llegar a una
conclusión. Vemos esta idea como una m anera engañosa de expresar
la esperanza, que compartimos, de que la raza humana en su conjunto
se una gradualmente en una comunidad global, una com unidad que
incorpore la mayor parte de la m oralidad densa de las dem ocracias
industrializadas europeas. Es engañosa porque sugiere que la aspiración
a una comunidad de ese tipo es, en cierto modo, inherente a todos los
miembros de la especie biológica. Lo que a los pragmatistas nos parece
algo así como la sugerencia de que la aspiración a ser una an acon da es
en cierto modo inherente a todos los reptiles, o la de ser un antropoi-
de a todos los mamíferos. Es por eso que consideramos la acusación de
relativism o sim plem ente como la acusación de que vemos azar don
de nuestros críticos insisten en ver destino. Creemos que la utópica
comunidad m undial contem plada en la C a rta de las N aciones U nidas
y la Declaración de H elsinski sobre D erechos Humanos no es el desti
n o de la hum anidad más de lo que lo sería un holocausto atóm ico o el
reemplazo de los gobiernos democráticos por jefes m ilitares rivales. Si
alguna de estas dos últim as cosas es lo que nos depara el futuro, nues
tra especie habrá sido desafortunada, pero no irracion al. N o habrá
omitido vivir de acuerdo con sus obligaciones morales. Sim p lem ente,
habrá perdido una oportunidad de ser feliz.
No sé cómo plantear la cuestión de si es mejor ver a los seres hum a
nos de esta manera biologista o verlos de una manera más sim ilar a la
de Platón o Kant. De modo que no sé cómo dar un argum ento con
cluyente al punto de vista que mis críticos llam an “relativism o” y yo
prefiero denominar “antifundacionalism o” o “antidualism o”. No basta,
por cierto, que por mi lado apele a D arw in y pregunte a mis adversa
rios cómo pueden evitar una apelación a lo sobrenatural. Esa m anera
de enunciar el problema supone zanjadas muchas cuestiones. No basta,
por cierto, que por su parte mis oponentes digan que una concepción
biologista despoja a los seres humanos de su dignidad y el respeto por
sí mismos. Tam bién eso supone zanjadas la mayoría de las cuestiones
en discusión. Sospecho que todo lo que una y otra parte pueden hacer
es volver a exponer una y otra vez sus argum entos, en un contexto tras
otro. La polémica entre quienes ven tan to a nuestra especie como a
nuestra sociedad como un accidente afortunado y quienes encuentran
una teleología inm anente en ambas es dem asiado radical para permitir
su juzgamiento desde algún punto de vista neutral.
9 de m a y o de 1994
315
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2 1 2 - 2 2 8 ; S . B arb er, “S t a n l e y Fish an d the F u tu r e o f P r a g m a t i s m e n L e g a l
320
T h e o r y ” , U n i v e r s i t y o f C h i c a g o L e g a l R e v i e w , 5 8 . 3 , 1 9 9 2 , pp. 1 0 3 3 - 1 0 4 3 ;
J. W o r t h e n , “O n t h e M a t t e r o f t h e T e x t ( A S t u d y o n S t a n l e y F is h ’s L i t e
rary T h e o r y ) ”, U n i v e r s i t y o f T o r o n t o Q u a r t e r l y , 6 0 . 3 , 1 9 9 1 , pp. 3 3 7 - 3 5 3 ; C .
L o n g i n e s , “P o w e r, M e a n i n g a n d P e r s u a s io n e n F r e u d ’s t h e ‘W o l f - M a n ’ . A
R e s p o n s e to S t a n l e y F is h ” , M i n n e s o t a R e v i e w , 3 4 . 3 , 1 9 9 0 , pp. 1 1 8 - 1 3 4 ; M .
S p ik e s , “A K r ip k e a n C r i t i q u e o f S t a n l e y F is h ” , S o u n d i n g s , 7 3 .2 - 3 , 1 9 9 0 , pp.
3 2 7 - 3 4 1 ; y J. M i c h a e l , “R h e t o r i c a l Q u e s t io n s in S t a n l e y F is h ’s D o i n g w h a t
C o m e s N a t u r a l l y " , D i a c r i t i c s , 2 0 .1 , 19 90 , pp. 5 4 - 7 3 ; R . D w o r k in , “M y R e p l y to
S t a n l e y F is h ( a n d W a l t e r B e n n M i c h a e l s ) : P l e a s e D o n ’t T a l k A b o u t O b j e c
t i v i t y A n y M o r e ”, e n W . J. T . M i t c h e l l ( c o m p . ) , T h e P o l i t i c s o f I n t e r p r e t a t i o n ,
C h i c a g o , T h e C h i c a g o U n i v e r s i t y Press, 1 9 8 3 , p p . 2 8 7 - 3 1 4 .
G e e r t z , C l i f f o r d . H a r o l d L i n d e r P r o f e s s o r o f S o c i a l S c i e n c e e n el I n s t i t u t e f o r
A d v a n c e d S t u d y , P r i n c e t o n , N u e v a Jersey. Los lib r o s m á s im p o r t a n t e s p u b l i c a
dos p o r e s te au to r so n: A g r i c u l t u r a l I n v o l u t i o n : T h e P r o c e s s o f E c o l o g i c a l C h a n g e
in I n d o n e s i a , B e r k e le y , L J n iv e r s it y o f C a l i f o r n i a Press, 1 9 63 ; I s l a m O b s e r v e d .
R e l i g i o u s D e v e l o p m e n t i n M o r o c c o a n d I n d o n e s i a , N e w H a v e n , Y a le U n i v e r
sity Press, 19 6 8 ; T h e I n t e r p r e t a t i o n o f C u l t u r e s ; S e l e c t e d E s s a y s , N u e v a Y o rk ,
B a s ic B o o k s , 1973 ( la s c i t a s e n el te x to c o r r e s p o n d e n a la e d ic ió n c a s t e l l a
n a , l oa i n t e r p r e t a c i ó n d e las c u l t u r a s , M é x ic o , G e d i s a , 1 9 8 7 ) ; L o c a l K n o w l e d g e :
F u r t h e r E s s a y s in I n t e r p r e t i v e A n t h r o p o l o g y , N u e v a Y o r k , B asic B o o k s , 1 9 8 3 ;
P e d d l e r s a n d P r i n c e s ; S o c i a l C h a n g e a n d E c o n o m i c M o d e r n i z a t i o n in T w o I n d o
n e s i a n T o w n s , C h i c a g o , T h e U n i v e r s i t y of C h i c a g o Press, 19 63 ; W o r k s a n d
L i v e s : T h e A n t h r o p o l o g i s t a s A u t h o r , S t a n fo r d , S t a n f o r d U n i v e r s i t y Press, 1 9 8 8
(la s c i t a s e n el te x to c o r r e s p o n d e n a la e d i c i ó n c a s t e l l a n a p u b lic a d a b a jo el
t ít u lo : El a n t r o p ó l o g o c o r n o a u t o r , B a r c e lo n a , P a id ó s , 1 9 8 9 ); y A f t e r t h e F act:
T w o C o u n t r i e s , F o u r D e c a d e s , O n e A n t h r o p o l o g i s t , C a m b r id g e , M a s s ., L la v a r d
U n i v e r s i t y Press, 1 9 9 5 . En C u r r e n t A n t h r o p o l o g y , 3 2 .5 , 19 9 1 , pp. 6 0 3 - 6 1 3 ,
a p a r e c e u n a i n t e r e s a n t e e n t r e v i s t a a G e e rtz r e a li z a d a p o r R ic h a r d H a n d le r .
La o b r a d e G eertz d is p a r ó u n a s e r ie im p r e s io n a n t e d e tex to s, t a n t o f a v o r a b le s
c o m o c r ít ic o s . P au l S h a n k m a n ( “T h e T h i c k a n d t h e T h i n ”, C u r r e n t A n t h r o
p o l o g y 2 5 , 1 9 8 4 ), R o n a l d W a l t e r s ( “S ig n s of t h e T i m e s : C liffo rd G e e r t z a n d
H i s t o r i a n s ” , S o c i a l R e s e a r c h , 4 7 , 1980, pp. 5 3 6 - 5 5 6 ) y M e lfo r d S p ir o ( “C u l
321
tu ral R e l a t i v i s m a n d th e F u t u r e o f A n t h r o p o l o g y ”, C u l t u r a l A n t h r o p o l o g y , 1
19 86 ) h a c e n c o m e n t a r io s s i m i l a r e s r e s p e c t o d e las c o n s e c u e n c i a s r e la t iv is t a s
de la p o s t u r a d e G ee rtz d a d o q u e é s t a n o ofrece m é t o d o s d e c o m p a r a c ió n y
s is te m a tiz a c ió n d e las o b s e r v a c io n e s n i c r ite r io s p a r a e v a l u a r e n tre d if e r e n
tes in t e r p r e t a c io n e s . R o g e r K e e s i n g ( “A n t h r o p o l o g y as I n t e r p r e t i v e Q u e s t ”
C u r r e n t A n t h r o p o l o g y , 2 8 , 1 9 8 7 ) s e ñ a l a a G e e r tz su a c e p t a c i ó n a c r í t i c a de
la n a t u r a le z a r e p r e s e n t a t i v a d e la c u l t u r a s in p r e g u n t a r s e h a s t a q u é p u n t o
ésta n o e n m a s c a r a m ás b i e n l a r e a l i d a d s o c ia l. W i l l i a m R o s e h e r r y ( “B a l i
nese C o c k f i g h t s a n d th e S e d u c t i o n o f A n t h r o p o l o g y ” , S o c i a l R e s e a r c h , 49 (
1982) p l a n t e a e l p ro b le m a d e la d e l i m i t a c i ó n d e las “c u l t u r a s ” c o m o o b je to s
de e s tu d io y la le g it i m i d a d , e n e l p r e s e n t e , d e a i s l a r l a s a n a l í t i c a m e n t e . V .
P éco ra ( “T h e L im it s of L o c a l K n o w l e d g e ”, e n H . V e e s e r ( c o m p .) , T h e N e w
H i s t o r i c i s m , N u e v a Y ork, R o u t l e d g e , 1 9 8 9 , pp. 2 4 3 - 2 7 6 ) s e ñ a l a la o m is ió n
de G eertz d e la c o n s i d e r a c ió n d e las c ir c u n s t a n c ia s p o l í t i c a s e n I n d o n e s ia ( la
caíd a d e l g o b i e r n o de S u k h a r n o ) e n el m o m e n t o e n q u e r e a liz a b a sus es tu d io s
y las c o n s e c u e n c i a s q u e ta l o m i s i ó n t u v o p a ra la c o m p r e n s i ó n d e los h e c h o s
ob servado s. P a r a u n a b u e n a r e s e ñ a d e las c r ít ic a s a G e e r t z y las n u e v a s t e n
d e n c ia s e n la a n tr o p o lo g ía a c t u a l , v é a s e la s erie d e a r t í c u l o s r e c o p ila d o s por
Jam es C lif f o r d y G eo rg e M a r c u s , W r i t i n g C u l t u r e . T h e P o e t i c s a n d P o l i t i c s o f
E t h n o g r a p h y , B e r k e le y , U n i v e r s i t y of C a l i f o r n i a P r e s s , 1 9 8 6 [ tr a b a jo s p r e
se n ta d o s e n e l S e m i n a r i o d e S a n t a Fe, N u e v o M é x i c o , ll e v a d o a c a b o e n
la S c h o o l o f A m e r i c a n R e s e a r c h , e n a b r il de 1 9 8 4 ]; y A l e t t a BLersack, “L o c a l
K n o w le d g e , L o c a l H is to r y : G e e r t z a n d B e y o n d ” , e n L y n n H u n t ( c o m p . ) ,
T h e N e w C u l t u r a l H i s t o r y , B e r k e l e y , U n i v e r s it y o f C a l i f o r n i a Press, 1 9 8 9 , pp.
72-96. O t r a s re s e ñ a s y a r t íc u lo s s o n : M . M a r t in , “G e e r t z a n d th e I n te r p r e tiv e
A p p r o a c h in A n t h r o p o l o g y ”, S y n t h e s e s , 9 7 .2 , 1 9 9 3 , p p . 2 6 9 - 2 8 6 ; M . D u n
can , “I n t r o d u c t io n to a R e t r o s p e c t i v e o n C liffo r d G e e r t z ’s D e e p P l a y . N o t e s
o n t he B a l i n e s e C o c k f i g h t ”, P l a y & C i d t u r e , 5 .3, 1 9 9 2 , p p . 2 2 1 - 2 2 3 ; G . C h i c k
y L. D o n lo n , “G o in g O u t o n a L i m n . G e e r tz ’s D e e p P l a y . N o t e s o n t h e B a l i -
n e s e C o c k f i g h t a n d T h e A n t h r o p o l o g i c a l S t u d y o f P l a y ”, P l a y & C u l t u r e , 5.3,
1992, pp. 2 3 3 - 2 4 5 ; T . M c C a r t h y , “R e v i e w o f W o r k s a n d L i v e s ”, Et hic s, 1 0 2 .3 ,
19 92 , p p . 6 3 5 - 6 4 9 ; L. T e n n e n h o u s e , “S i m u l a t i n g H i s t o r y . A C o c k f i g h t
for O u r T i m e s ( A p p l i c a t i o n s O f G e e r t z ’ D e e p - P la y C o n c e p t ) ”, T h e D r a m a
322
R e v i e w , 3 4 - 4 , 19 90 , pp. 1 3 7 - 1 5 5 ; T . Y o u n g , “R e v i e w of W o r k s A n d L i v e s . TThe
A n t h r o p o l o g i s t A s A u t h o r ”, T h e o r y a n d S o c i e t y , 1 9 .3 , 1 9 9 0 , pp. 3 8 2 - 3 8 6 ; A .
F o n t a n a , “R e v i e w o f W o r k A n d L i v e s . T h e A n t h r o p o l o g i s t A s A u t h o r ” , J o u r n a l
o f C o n t e m p o r a r y E t h n o g r a p h y , 1 9 .2 , 1 9 9 0 , p p . 2 2 6 - 2 3 0 . S o b r e la i n f l u e n c i a
q u e G e e r t z t u v o e s p e c í f i c a m e n t e e n t r e los h i s t o r i a d o r e s , v é a s e R o n a l d G .
W a l k e r s , “S i g n o f th e T im e s : C lif f o r d G e e r tz a n d H i s t o r i a n s ”, S o c i a l R e s e a r c h ,
19 8 0 , p p . 5 3 7 - 5 5 6 . En “H i s t o r y a n d A n t h r o p o l o g y ” , N e w L i t e r a r y H i s t o r y ,
2 1 .2 , 1 9 9 0 , p p . 3 2 1 - 3 3 7 , G e e r t z a f ir m a las a f i n i d a d e s m e t o d o l ó g i c a s e n t r e
d is c ip lin a s d iv e rsas . A este a r t í c u l o s ig u e o tro t i t u l a d o “R e p l y to G e e r t z ” (p p .
3 3 7 - 3 4 2 ) , e n e l q u e R e n a t o R o s a l d o e v a l ú a las p o s i b l e s d e r iv a c io n e s p r o b l e
m á t i c a s d e t a l a s o c ia c ió n .
H i r s c h , J r . , E r ic D o n a ld ( 1 9 2 8 - ). W i l l i a m R. K e n a n P r o f e s s o r o f E n g l i s h e n
la U n i v e r s i d a d de V i r g i n i a y m ie m b r o d e l C o m i t é E d it o r ia l d e N e w L i t e
r a r y H i s t o r y . Es ta m b ié n a u t o r d e: I n n o c e n c e a n d E x p e r i e n c e ; A n I n t r o d u c t i o n
t o B l a k e , N e w H a v e n , Y a le U n i v e r s i t y Press, 1 9 6 4 ; V a l i d i t y in I n t e r p r e t a t i o n ,
N e w H a v e n , Y a le U n i v e r s i t y P ress, 1 9 67 ; T h e A i m s o f I n t e r p r e t a t i o n , C h i c a
go, U n i v e r s i t y o f C h ic a g o Press, 19 7 6 ; T h e P h i l o s o p h y o f C o m p o s i t i o n , C h i c a g o ,
U n i v e r s i t y o f C h ic a g o Press, 1 9 7 7 ; “T h e P o li t ic s of I n t e r p r e t a t i o n ”, e n W . J.
T . M i t c h e l l ( c o m p .) , T h e P o l i t i c s o f I n t e r p r e t a t i o n , C h i c a g o , T h e U n i v e r s i t y
of C h i c a g o Press, 19 83 , pp. 321 -3 3 4 . “B e y o n d C o n v e n t i o n ? ”, N e w L i t e r a r y
H i s t o r y , 1 4 .2 , 1983, pp. 3 8 9 - 3 9 8 ; “O n T h e o r i e s a n d M e t a p h o r s : A C o m m e n t
on M a r y H e s s e ’s P ap er”, N e w L i t e r a r y H i s t o r y , 1 7 .1 , 1 9 8 5 , pp. 4 9 - 5 9 ( e n ese
m is m o n ú m e r o ap a re c e -la r e s p u e s t a d e M a r y H e s s e , p p . 5 7 - 6 0 ) ; “T r a n s h i s t o -
ric a l I n t e n t i o n s an d th e P e r s is t e n c e of A l l e g o r y ” , N e w L i t e r a r y H i s t o r y , 2 5 .3 ,
1 9 9 4 , p p . 5 4 9 - 5 6 7 . H ir s c h e s t u d i a a c t u a l m e n t e a s u n t o s r e la c i o n a d o s c o n la
e n s e ñ a n z a d e la literatu ra.
H o y , D a v i d C o u s e n z . P ro fe s o r d e F ilo so fía e n la U n i v e r s i d a d d e C a l i f o r n i a
en S a n t a C r u z . H a p u b lic a d o : T h e C r i t i c a l C i r c l e , B e r k e l e y y Los A n g e l e s ,
U n i v e r s i t y of C a l if o r n ia Press, 1 9 7 8 ; c o n T h o m a s M c C a r t h y , C r i t i c a l T h e o r y ,
O x fo r d , B l a c k w e l l , 19 94 ; “Is H e r m e n e u t i c s E t h n o c e n t r i c ? ”, e n D. H i l e y , J.
B o h m a n d v R. S c h u ste rm a n (c o m p s.), T h e I n t e r p r e t a t i v e T u r n . P h i l o s o p h y ,
323
S c ie n c e , C u l t u r e , I t h a c a , C o r n e l l U n i v e r s i t y Press, 1 9 9 1 , pp. 15 5 , 17 3 . y
“D e c o n s t r u c t in g ‘I d e o l o g y ’” , P h i l o s o p h y a n d L i t e r a t u r e , 1 8 .1 , 1 9 9 4 , p p . I -17
T a m b i é n es e d it o r d e T h e F o u c a u l t R e a d e r , O x f o r d , B la c k w e l l, 1 9 8 6 .
J a y , M a r t i n ( 1 9 4 4 - ). P rofesor e n la U n i v e r s i d a d de C a l if o r n ia e n B e rk e le y y
a u t o r d e T h e D i a l e c t i c a l I m a g i n a t i o n ; A H i s t o r y o f t h e F r a n k f u r t S c h o o l a n d the
I n s t i t u t e o f S o c i a l R e s e a r c h , 1 9 2 3 - 1 9 5 0 , B o s t o n , L it tle , B r o w n & C o . , 1973;
A d o r n o , C a m b r i d g e , H a r v a r d U n i v e r s i t y Press, 19 84 ; M a r x is m a n d T o t a l i t y :
T h e A d v e n t u r e s o f a C o n c e p t f r o m L uk á c s t o F l a b e n n a s , B e r k e le y , U n i v e r s it y of
324
C alifo rn ia Press, 1 9 8 4 ; P e r m a n e n t Exiles: E s s a y s o n t h e I n t e l l e c t u a l M i g r a t i o n f r o m
G e r m a n y to A m e r i c a , N u e v a York, C o l u m b i a U n i v e r s i t y Press, 1 9 8 5 ; F i n - d e - s i e -
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t ury F r e n c h T h o u g h t , B e r k e le y , C a l if o r n ia U n i v e r s i t y Press, 1 9 9 3 .
L a C a p r a , D o m i n i c k ( 1 9 3 9 - ). G o l d w i n S m i t h P r o f e s s o r de h is t o r ia i n t e le c t u a l
e u ro p ea e n la C o r n e l l U n i v e r s i t y . S u s o b r a s so n ; E m i l e D u r k h e i m : S o c i o l o g i s t
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(1 9 8 2 ), R ethin k in g I n t e l l e c t u a l H istory. T e x t s , C o n t e x t s , a n d L a n g u a g e (1 9 8 3 ),
History a n d C r iticis m ( 19 85 ), H istory, P olitics, a n d the N o v e l (1 9 8 7 ), S ou n d in gs
in C r i t i c a l T h e o r y ( 1 9 8 9 ) ; to das p u b l i c a d a s e n I th a c a , N u e v a Y o r k , C o r n e ll
U n i v e r s it y Press. P a r a a n á li s is c r ít ic o s d e la o b r a de L a C a p r a v é a n s e ; J o h n
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M e a n i n g a n d t h e I r r e d u c ib ili t y of E x p e r i e n c e ”, A m e r i c a n H i s t o r i c a l R e v i e w ,
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re ’s N e w C o d e s a n d t h e P li g h t of M o d e r n I n t e l l e c t u a l H i s t o r y ” , J o u r n a l o f
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48 , 1 9 87 , pp. 1 4 3 - 1 6 9 ( a c u y a s c r ít ic a s L a C a p r a re s p o n d e e n “A R e v i e w of a
R e v ie w ”; J o u r n a l o f t h e H i s t o r y o f I d e a s , 4 8 , 1987, pp. 6 7 7 - 6 8 7 ) ; T . Kloppen-
berg, “D e c o n s t r u c tiv e a n d H e r m e n e u t ic S t r a t e g i e s for I n t e lle c t u a l Elistory: T h e
R e c e n t W o r k s oí D o m i n i c k L a C a p r a a n d D a v id H o llin g e r ”, I n t e l l e c t u a l H i s t o r y
N e w s l e t t e r , 9, 1 9 8 7 , p p . 3-22; R u sse ll J a c o b y , “A N e w I n t e lle c t u a l H isto ry?”,
A m e r i c a n H i s t o r i c a l R e v i e w , 9 7 .1 , 1 9 9 2 , pp. 4 0 5 - 4 2 4 ( s e g u id o d e la ré p lic a de
L a C a p r a , “I n t e l l e c t u a l H is to ry a n d Its W a y s ”, pp. 4 2 5 - 4 3 9 ) ; y S u z a n n e G e a r
h a r t, “H is to ry a n d C r i t i c i s m : T h e D ia lo g u e of H is to r y a n d L i t e r a t u r e ”, D i a c r i
t ic s, 17.3, 1 9 8 7 , p p . 5 6 - 6 5 .
L o v e j o y , A r t h u r O . ( 1 8 7 3 - 1 9 6 9 ) . E ste a u t o r h a sido l l a m a d o “e l p r in c ip a l
in s p ira d o r d e la h i s t o r i a d e las id e a s ”. S u o b r a in c lu y e : T h e G r e a t C h a i n o f
B e i n g . A S t u d y o f t h e El is to ry o f a n I d e a , C a m b r i d g e , M a s s ., H a r v a r d U n i v e r
325
s ity Press, 19 38 ; “R e f l e c t i o n s o n t h e H is to r y o f I d e a s ” , J o u r n a l o f t h e H istory o f
I d e a s , 1.1, 1940, pp. 3 - 2 3 ; E s s a y s in t h e H i s t o r y o f I d e a s , B a ltim o r e , T h e Jo h n s
H o p k in s U n iv e rs ity P ress, 19 48 ; R e f l e c t i o n s o n H u m a n N a t u r e , B a ltim o re
T h e J o h n s H o p k in s U n i v e r s i t y Press, 1 9 6 1 ; T h e R e a s o n , t h e U n d e r s t a n d i n g ,
a n d T i m e , B a ltim o r e , T h e J o h n s H o p k in s U n i v e r s i t y Press, 1 9 6 1 ; T h e T h i r
t e e n P r a g m a t i s m a n d O t h e r E s s a y s , B a lt im o r e , T h e J o h n s H o p k in s U n i v e r s i t y
Press, 1963.
M a c I n t y r e , A l a s d a i r ( 1 9 2 9 - ). W . A l t o n J o h n e s P r o f e s s o r o f P h i l o s o p h y e n
la V a n d e r v i l t U n i v e r s i t y . A n t e s fue p ro feso r d e s o c i o lo g ía e n la U n i v e r s i d a d
d e Essex, profesor d e f ilo s o f ía y c ie n c ia s p o l í t i c a s e n la U n i v e r s i d a d d e B o s
to n , c o n f e r e n c is t a e n r e l i g i ó n e n la U n i v e r s i d a d d e M a n c h e s t e r , y R i c h a r d
K o r e t P r o f e s s o r d e h i s t o r i a d e las id e a s e n la B r a n d é i s U n i v e r s i t y . S u o b ra
in c l u y e : M a r x i s m : A n I n t e r p r e t a t i o n , L o n d r e s , H u m a n i t i e s Press, 1 9 5 3 ; T h e
U n c o n s c i o u s : A C o n c e p tu a l A n a ly s is , N u e v a Y o r k , R o u t le d g e , 1 9 5 8 ; A Short
H i s t o r y o f Ethics, N u e v a Y o r k , M a c m i l l a n , 1 9 6 6 ; H e r b e r t M a r c u s e : A n E x p o
s i t i o n a n d a P o l e m i c , N u e v a Y o rk, V ik in g , 1 9 7 0 ; A g a i n s t the S e l f - I m a g e s o f the
A g e, N o t r e D am e , N o t r e D a m e U n i v e r s i t y P ress, 1 9 7 1 ; A f t e r V i r t u e , N o t r e
D a m e , N o tr e D am e U n i v e r s i t y Press, 1 9 8 4 ( s e g u n d a e d ic ió n c o n u n p o s t s c r i p -
t u r n ) ; W h o s e J u s t i c e ? W h i c h R a t i o n a l i t y ?, N o t r e D a m e , N o tr e D a m e U n i v e r s i t y
Press, 1 9 8 8 ; y T h r e e R i v a l V e r s i o n s o f M o r a l E n q u i r y . E n c y c l o p e d i a , G e n e a l o g y ,
a n d T r a d i t i o n , N o tre D a m e , N o t r e D a m e U n i v e r s i t y Press, 1 9 9 0 . C o n P au l
R i c o e u r p u b lic ó T h e R e l i g i o u s S i g n i f i c a n c e o f A t h e i s m , N u e v a Y o rk , C o l u m
b ia U n i v e r s i t y Press, 1 9 6 7 . T a m b i é n p a r t i c ip ó d e c o m p i la c io n e s d e lib ro s y
p u b lic ó d iverso s a r t íc u lo s e n m e d io s e s p e c i a liz a d o s . S o b r e a r t íc u lo s c r ít ic o s
d e su o b ra v é a n s e : J u l i a A n n a s , “M a c I n t y r e o n T r a d i t i o n s ”, P h i l o s o p h y a n d
P u b l i c A ff a i r s , 1989, pp. 3 8 8 - 4 0 8 ; R ic h a r d B e r n s t e i n , “N ie tz s c h e or A r i s t o t l e ?
R e f le c t io n s on A l a s d a i r M a c I n t y r e ’s A f t e r V i r t u e " , S o u n d i n g s , 6 7 , 1 9 8 4 , pp.
6 - 2 9 (s e g u id o de la r é p l i c a d e M a c I n t y r e , “ B e r n s t e i n ’s D is to r tin g M i r r o r s ”,
pp. 3 0 - 4 1 ; S t e p h e n C l a r k , “ M o r a ls , M o o r e , a n d M a c I n t y r e ”, I n q u i r y , 26,
1 9 8 4 , pp. 4 2 5 - 4 4 5 ; R a i m o n d G a it a , “V ir t u e s , H u m a n G ood a n d t h e U n i t y
of a L if e ”, I n q u i r y , 2 6 , 1 9 8 4 , p p . 4 0 7 - 4 2 4 ; C h a r l e s M a r t i n d a l e , “T r a d i t i o n
a n d M o d e r n i t y ”, H i s t o r y o f t h e H u m a n S c i e n c e s , 5 .3 , 1 9 92 , pp. 10 5-1 19; P e te r
326
M c M y lo r , Alasdair M a c I n t y r e . C r i d e o f M o d e r n i t y , Londres, R o u tle d g e , 19 94 ;
O n o r a O ’N e ill, “K a n t A f t e r V i r t u e ”, I n q u i r y , 2 6 , 1 9 8 4 , pp. 3 8 7 - 4 0 5 ; J . B.
S c h n e e w i n d , “V i r t u e , N a r r a t i v e , a n d C o m m u n i t y ” , J o u r n a l o f P h i l o s o p h y ,
7 9 , 1 9 8 2 , pp. 6 5 3 - 6 6 3 ; y G . K it c h e n , “A l a s d a i r e M a c I n t y r e : T h e E p i t a p h o f
M o d e r n i t y ”, P h i l o s o p h y a n d S o c i a l C r i t i c i s m , 2 3 . 1 , 1 9 9 7 , pp. 7 1 - 9 8 . U n a s e r ie
d e 14 es tu d io s c r ít ic o s , s e g u id o s d e la r e s p u e s t a a los m is m o s d e e s t e a u t o r , se
e n c u e n tra en Jo h n H o rto n y Susan M en d u s (c o m p s.), A fter M a c I n t y r e . C r iti
c a l P e r s p e c t i v e s o n t he W o r k o f A l a s d a i r e M a c I n t y r e , N o t r e D a m e , U n i v e r s i t y o f
N o t r e D a m e Press, 1 9 9 4 (e s t e lib ro t a m b i é n i n c l u y e u n a b ib l i o g r a f í a a c t u a l i
z ad a d e y sobre M a c I n t y r e ) .
M a r c u s , G e o r g e E. P ro feso r d e a n tr o p o lo g ía e n la R i c e U n i v e r s i t y y d i r e c t o r d e
C u l t u r a l A n t h r o p o l o g y (s u e r t e d e vo cero d e las n u e v a s t e n d e n c ia s e t n o g r á f ic a s
d e n t r o d e la m ás tr a d ic io n a lis t a A m e r i c a t t A n t h r o p o l o g i c a l A s s o c i a t i o n ) . Es a u t o r
d e : “R h e t o r i c a n d t h e E t h n o g r a p h ic G e n r e in A n t h r o p o l o g i c a l R e s e a r c h ” ,
C u r r e n t A n t h r o p o l o g y , 2 1 , 1 9 8 0 , pp. 5 0 7 - 5 1 0 ; j u n t o c o n D. C u s h m a n , “E t h n o
g r a p h y as T e x t ”, C u r r e n t A n t h r o p o l o g y , 11, 1 9 8 2 , pp. 2 5 -6 9 ; y c o n M . F is c h e r ,
A n t h r o p o l o g y as C u l t u r a l C r i t i q u e , C h i c a g o , C h i c a g o U n i v e r s i t y P r e s s , 1 9 8 6 .
T a m b i é n ed itó R e r e a d i n g C u l t u r a l A n t h r o p o l o g y , y , c o n J a m e s C lif f o r d , W r i t i n g
Culture.
“ N e w C r i t i c i s m ” . L a N e w C r i t i c a l S c h o o l f l o r e c e e n los a ñ o s 1 9 3 0 y. 1 9 4 0
( a u n q u e r e c o n o c e sus a n t e c e d e n t e s e n los e s c r it o s d e la d é c a d a a n t e r i o r d e
T . S . Eliot, Y. A . R ic h a r d s y W i l l i a m E m p so n , e n I n g la te r r a , y C r o w e R a n s o m
y A l l e n T a te e n los Estados U n id o s ). A d e m á s d e los m e n c io n a d o s , p a r t i c ip a r o n
d e la m ism a R. P. B la c k m u r, C l e a n t h Brooks, R e n é W e l l e k , W . K. W i n t e r s , y , e n
a lg u n a m ed ida, ta m b ié n K e n n e th Burke, F. R . L e a v is , e Y vor W i n t e r s . El m o v i
m ie n to co n tó con v a r ia s p u b lic ac io n es a fin e s , c o m o T h e C r i t e r i o n ( 1 9 2 2 -
1 9 2 9 ) , dirigi-da p o r E li o t , y S c r u t i n y ( 1 9 3 2 - 1 9 5 3 ) d i r i g i d a p o r L e a v i s , e n
I n g la t e r r a , y la S o u t h e r n R e v i e w ( 1 9 3 5 - 1 9 4 2 ) e d i t a d a p o r B ro o k s y W a r r e n , la
C a n o n R e v i e w ( 1 9 3 8 - 1 9 5 9 ) d ir ig id a por R a n s o m , y la S e w a n e e R e v i e w ( 1 9 4 4 -
1 9 4 5 ) d ir ig id a p o r T a t e e n los Estados U n i d o s . H a c i a la d é c a d a s i g u i e n t e ,
la N e w C r i t i c a l S c h o o l p i e r d e su a u r a “ r e v o l u c i o n a r i a ” p a r a i n t e g r a r s e al
327
e s t a b l i s h m e n t . L a e s c u e l a a d o p ta u n t o n o “p r o f e s io n a lis ta ”, q u e se c o n e c ta con
su e n fo q u e f o r m a l i s t a . E n to n c e s se p r o d u c e n ta m b ié n sus t e x t o s teóricos más
im p o r ta n t e s , c o m o T h e o r y o f L i t e r a t u r e ( 1 9 4 9 ) de W a r r e n , T h e Verba l I c o n
( 1 9 5 4 ) de W . K. W i m s a t t , T h e N e w A p o l o g i s t s f o r P o e t r y ( 1 9 5 6 ) d e Krieger
y Li t e r a r y C r i t i c i s t n : A S h o r t H i s t o r y ( 1 9 5 7 ) de B rooks y W i m s a t t . Para u n a
b u e n a s ín te s is d e las id e a s f u n d a m e n t a l e s d e l grupo, v é a s e la e n t r a d a “N e w
C r i t i c i s m " , e s c r i t a p o r C l e a n t h B r o o k s , e n A l e x P r e m i n g e r e t al . (co m p s.)
P r i n c e t o n E n c y c l o p e d i a o f P o e t r y a n d P o e t i c s , P r in c e t o n , P r i n c e t o n U n iv e r s ity
Press, 1 9 7 4 , p p . 5 6 7 - 5 6 8 . S o b r e la c ris is d e l N e w C r i t i c i s m y la t r a n s ic ió n a las
n u e v a s e s c u e la s c r ít ic a s , v é a s e M u r r a y K rieger, W o r d s a b o u t W o r d s . T h e o r y ,
C r i t i c i s m , a n d t h e L i t e r a r y T e x t , T h e J o h n s H o p k in s U n i v e r s i t y Press, 1988-
T h e I n s t i t u t i o n o f T h e o r y , B a lt i m o r e y L o n d re s , T h e J o h n s H o p k i n s U n iv e r s ity
Press, 1 9 9 4 ; y L e n t r i c c h i a , F ra n k , A f t e r t h e N e w C r i t i c i s m , C h i c a g o , T h e U n i
v e r s ity o f C h i c a g o Press, 1983.
P o c o c k , J . G . A . P ro feso r d e H is t o r i a e n T h e J o h n s H o p k i n s U n i v e r s i t y . A n te s
en s e ñ ó h i s t o r i a y c i e n c i a p o lít ic a e n la W a s h i n g t o n U n i v e r s i t y . S u s obras más
im p o r t a n t e s s o n : T h e A n c i e n t C o n s t i t u t i o n a n d t he F e u d a l L a w , C a m b r id g e ,
C a m b r i d g e U n i v e r s i t y Press, 1 9 5 7 ; P o l i t i c s , L a n g u a g e , a n d T i m e . E ss a ys o n
P ol i ti ca l T h o u g h t a n d H i s t o r y , N u e v a Y o rk , A t h e n a e u m , 1 9 7 1 , reim preso en
C h i c a g o , T h e C h i c a g o U n i v e r s i t y Press, 1 9 89 ; T h e M a c h i a v e l l i a n M o m e n t .
F l o r e n t i n e P o l i t i c a l T h o u g h t a n d t h e A t l a n t i c R e p u b l i c a n T r a d i t i o n , P rin c e to n ,
P r i n c e t o n U n i v e r s i t y Press, 1 9 7 5 ; y V i r t u e , C o m m e r c e , a n d H i s t o r y , C a m
bridge, C a m b r i d g e U n i v e r s i t y P ress, 1 9 8 5 . U n a b ib lio g r a f ía c o m p l e t a de este
au to r se e n c u e n t r a e n la i n H a m p s h e r - M o n k , “R e v ie w A r t i c l e : P o litic a l L a n
g uage in T i m e - T h e W o r k of J. C . A . P o c o c k ”, T h e B r i t i s h J o u r n a l o f Political
S c i e n c e , 14, 1 9 8 4 , pp. 1 1 2 -1 1 6 .
R a b i n o w , P a u l . P ro feso r de A n t r o p o l o g í a e n la U n i v e r s i d a d d e C a lifo rn ia
e n B e r k e le y . S u o b r a ( a n t r o p o l ó g ic a ) i n c lu y e , S y m b o l i c D o m i n a t i o n : C u l t u r a l
F o r m a n d H i s t o r i c a l C h a n g e in M o r o c c o , C h ic a g o , C h i c a g o U n i v e r s i t y Press,
1975; R e f l e c t i o n s o n F i e l d i v o r k in M o r o c c o , B e rk e le y , U n i v e r s i t y of C a lifo rn ia
Press, 1 9 77 ; ‘“ F a c t s a r e a W o r d of C o d ’: A n Essay R e v i e w ”, e n G . W . S t o c
528
k in g ( c o m p . ) , O b s e r v e r s O b s e r v e d ( “H i s t o r y o f A n t h r o p o l o g y I ”) , M a d i s o n ,
U n i v e r s it y o f W i s c o n s i n Press, 198.3; F r e n c h M o d e r n : N o r m s a n d F o r m s o f t h e
S o ci al E n v i r o n m e n t , C a m b r i d g e , T h e M I T Press, 1 9 8 9 ; “R e p r e s e n t a t io n s A r e
S o c ia l F a c ts: M o d e r n i t y a n d P o s t - M o d e r n i t y in A n t h r o p o l o g y ”, e n C liffo rd
y M arcus (c o m p s .), W r itin g C u l t u r e , 2 3 4 -2 6 1 ; y E ss a ys o n the A n t h r o p o l o g y o f
R e a s o n , P r i n c e t o n , P r i n c e t o n U n i v e r s i t y Press, 1 9 9 6 . R a b i n o w es t a m b ié n u n
estud io so d e la o b ra d e F o u c a u lt ( s o b r e q u i e n h a r e a li z a d o d is tin to s e s tu d io s
y r e c o p ila c io n e s d e t e x to s ). A c t u a l m e n t e se e n c u e n t r a t r a b a ja n d o sobre las
c o n s e c u e n c i a s d e l H u m a n O e n o m a I n i t i a t i v e y a s u n t o s r e l a t i v o s a las c o n
s e c u e n c ia s é t i c a s d e los d e s a r r o llo s b i o - t e c n o ló g ic o s ( v é a s e R a b i n o w , “T h e
T h ird C u l t u r e ” , H i s t o r y o f t h e H u n v a n S c i e n c e s , 7.2, 1 9 9 4 , pp. 5 3 -6 4 ). A lg u n a s
de las r e s e ñ a s d e F r e n c h M o d e r n so n : D. C l a r k e , T e c h n o l o g y a n d C u l t u r e , 32.1,
1991, p. 13 7. J. K o laja, A n n a l s o j t h e A m e r i c a n A c a d e m y o f Pol it ic al a n d S o c i a l
Science, 5 1 4 , 1 9 9 1 , pp. 1 8 5 -1 8 6 ; D. G o ld b la t t , J o u r n a l o f A e s t h e t i c s a n d A r t C r i
t i c i sm, 4 9 . 1 , 1 9 9 1 , pp. 9 2 - 9 5 .
R o r t y , R i c h a r d . K e n a n P r o c e s s o r o f H u m a n i t i e s e n la U n i v e r s i d a d de V i r g i
n ia. Es a u t o r d e : P h i l o s o p h y a n d t h e M i r r o r o f N a t u r e , P r i n c e t o n , P r i n c e t o n
U n iv e rs ity Press, 1980; C onsequences o f P r a g m a t i s m , M in n e a p o lis , U n i v e r
sity of M i n n e s o t a Press, 1 9 8 2 ; C o n t i n g e n c y , I r o n y a n d S o l i d a r i t y , C a m b r id g e ,
C a m b r id g e U n i v e r s i t y Press, 1 9 8 9 ; O b j e c t i v i t y , R e l a t i v i s t a , a n d T r u t h , C a m
bridge, C a m b r i d g e U n i v e r s i t y P ress, 1 9 9 1 ; y E s s a y s o n H e i d e g g e r a n d O t h e r s ,
C a m b r id g e , C a m b r i d g e U n i v e r s i t y Press, 19 91 . En 1 9 7 9 o c u p ó e l c a rg o de
P r e s id e n te d e la s e c c ió n o r i e n t a l tie la A m e r i c a n P h i l o s o p h i c a l A s s o c i a t i o n . La
m e n c ió n d e los e s tu d io s r e a liz a d o s so b re la o b ra d e R o r t y b ie n p o d ría o c u p a r
un v o l u m e n c o m o el p r e s e n t e . U n a s e r ie d e ta le s e s t u d io s fu ero n p u b lic a d o s
por A l a n M a l a c h o w s k i , R e a d i n g R o r t y , O x fo rd , B asil B l a c k w e l l , 1990. O tr o s
trabajo s p u b lic a d o s son: F. R e s t a i n o , F i l o s o f í a e p o s t - f i l o s o f i a in A m e r i c a : R o r t y ,
B e r n s t e i n , M a c I n t y r e , M i l á n , F r a n c o A n g e l í , 19 9 0 ; K. K o le n d a , R o r t y ’s H u m a
nis tic P r a g m a t i s m : P h i l o s o p h y D e m o c r a t i z e d , T a m p a , U n i v e r s i t y of S o u t h F lo r i
da Press, 1 9 9 0 ; K. N ie ls e n , A f t e r t h e D e m i s e o f t h e T r a d i t i o n : R o r t y , C r i t i c a l
T h e o r y , a n d t h e F a t e o f P h i l o s o p h y , B o u ld e r , W e s t v i e w Press, 1991; H . F la b e r,
B e y o n d P o s t m o d e r n P o l it ic s: L y o t a r d , R o r t y , F o u c a u l t , N u e v a Y ork, R o u t le d g e ,
329
1 9 9 4 ; H. V a d e n , W i t h o u t G o d o r H i s D o u b l e s : R e a l i s m , R e l a t i v i s m , a n d R o r t y
L e id e n , N u e v a Y o rk , E. J. B r ill, 1 9 9 4 ; D. H a l l , R i c h a r d R o r t y : P r o p h e t a n d P o e t
o f t h e N e w P r a g m a t i s m , A l b a n y , S t a t e U n i v e r s i t y o f N u e v a Y o r k Press, 1994-
y R . H a lib u r t o n , “R i c h a r d R o r t y a n d t h e P r o b le m o f C r u e l t y ”, P h i l o s o p h y a n d
S o c i a l C r i t i c i s m , 2 3 .1 , 1 9 9 7 , pp. 4 9 - 7 0 .
T y l e r , S t e p h e n . Es p r o fe so r de a n t r o p o l o g í a e n la R i c e U n i v e r s i t y , se esp e
c ia liz a en a n t r o p o lo g ía lin g ü ís t i c a y c o g n i t i v a . S u o b ra i n c l u y e : T h e S a i d a n d
t h e U n s a i d , N u e v a Y o r k , A c a d e m i c P re s s , 1 9 7 8 ; “W o r d s for D e e d s a n d the
D o c tr in e of t h e S e c r e t W o r l d ”, e n P a p e r s f r o m t h e P a r a s e s s i o n o n L a n g u a g e
a n d B e h a v i o u r , C h i c a g o U n i v e r s i t y P re s s , 1 9 8 1 ; “T h e V i s i o n Q u e s t in th e
W e s t or W h a t t h e M i n d ’s Eye S e e s ”, J o u r n a l o f A n t h r o p o l o g i c a l R e s e a r c h , 4 0 .1 ,
1 9 8 4 , pp. 2 3 -4 0 ; “ P o s t - M o d e r n E t h n o g r a p h y : Fro m D o c u m e n t of t h e O c c u lt
to th e O c c u lt D o c u m e n t ” , e n C liffo rd y M a r c u s , W r i t i n g C u l t u r e ; y “O n B ein g
O u t o f W o r d s ”, e n Cdeorge E. M a r c u s ( c o m p . ) , R e a d i n g C u l t u r a l A n t h r o p o l o g y ,
D u r h a m y L o n d res, D u k e U n i v e r s i t y Press, 1 9 9 2 .
H a y d e n W h i t e ( 1 9 2 8 - ). D ir e c to r d e l p r o g r a m a H i s t o r y o f C t m s c i o u s n e s s en
la U n iv e r s id a d d e C a l i f o r n i a en S a n t a C r u z . S u s o b ras m á s im p o r t a n t e s son:
M e t a h i s t o r y . T h e H i s t o r i c a l I m a g i n a t i o n in N i n e t e e n t h - C e n t u r y E u r o p e , B alti-
3 30
m o re y L o n d r e s , T h e J o h n s H o p k i n s U n i v e r s i t y P re s s , 1 9 7 3 ( l a p a g i n a c i ó n
e n el t e x t o c o r r e s p o n d e a la v e r s ió n c a s t e l l a n a , M e t a h i s t o r i a . L a i m a g i n a c i ó n
h i s t ó r i c a e n la E u r o p a d e l s i g l o xix, M é x i c o , f c e , 1 9 9 2 ) ; T r o p i c s o f D i s c o u r s e ,
B a ltim o r e y L o n d r e s , T h e J o h n s H o p k i n s Press, 1 9 7 8 ; “ D i a l o g u e a n d F ic t io n
in E t h n o g r a p h y ”, D i a l e c t i c a l A t h r o p o l o g y , 7, 1 9 8 2 , p p . 9 1 - 1 1 4 ; T h e C o n t e n t
o f t h e F o r m , B a l t i m o r e y L o n d re s, J o h n s H o p k in s Press, 1 9 8 2 ; “M e t h o d a n d
I d e o lo g y in I n t e l l e c t u a l H is to ry : T h e C a s e o f H e n r y A d a m s ” , e n L a C a p r a y
K a p la n ( c o m p s . ) , M o d e r n E u r o p e a n I n t e l l e c t u a l H i s t o r y . R e a p p r a i s a l s a n d N e w
P e r s p e c t i v e s , I t h a c a y L o n d res, C o r n e l l U n i v e r s i t y P re s s , 1 9 8 2 , p p . 2 8 0 - 3 1 0 ;
“T h e P o li t ic s o f H is t o r ic a l I n t e r p r e t a t i o n : D is c ip lin e a n d D e - S u b l i m a t i o n ”,
e n W . J. T . M i t c h e l l ( c o m p .) , T h e P o l i t i c s o f I n t e r p r e t a t i o n , C h i c a g o , T h e
U n i v e r s i t y o f C h i c a g o Press, 1 9 8 3 , p p . 1 1 9 - 1 4 4 ; “T h e Q u e s t i o n o f N a r r a t i
v e in C o n t e m p o r a r y H is to r ic a l T h e o r y ” , H i s t o r y a n d T h e o r y , 2 3 .1 , 1 9 8 4 , p p .
1-33; “T h e P o li t ic s o f S t y le in R e a l i s t i c R e p r e s e n t a t i o n : M a r x a n d F la u b e r t ” ,
en B erel L a n g (c o m p .), T h e C o n c e p t o f S ty le , I th a c a , C o r n e ll U n iv e r s ity
Press, 1 9 8 7 . T a m b i é n c o lab o ró e n n u m e r o s a s p u b l i c a c i o n e s p e r ió d ic a s y e n
d iv e r s a s r e c o p i l a c i o n e s d e t e x t o s . E n W u l f K a n s t e i n e r , “H a y d e n W h i t e ’s
C r i t iq u e o f t h e W r i t i n g of H i s t o r y ” , H i s t o r y a n d T h e o r y , 3 2 . 3 , 1 9 9 3 , p. 2 8 5 ,
n. 37 h a y u n a lista d e t a lla d a ( a u n q u e n o c o m p l e t a ) d e lo s ú l t im o s t r a b a jo s
p u b lic a d o s ( y p o r p u b lic a r ) d e e s t e a u t o r . P a ra c o m e n t a r i o s c r ít ic o s s o b r e
M e t a h i s t o r y ele W h i t e , v é a s e la s e r i e d e seis e n s a y o s - r e s e ñ a s a p a r e c i d a s e n
H i s t o r y a n d T h e o r y , B e ih eft 19, 1 9 8 0 , d e d i c a d a a d i c h a o b r a , y q u e c o n t i e
n e e s tu d io s d e H a n s K e lln e r , P h i l i p P o m p e r , M a u r i c e M a n d e l b a u m , E u g e n e
G o lo b , N a n c y S t r u e v e r , y J o h n N e l s o n ; o tr a s re s e ñ a s se e n c u e n t r a n e n J o h n
N e ls o n , H is to ry a n d T h e o r y , 14, 1 9 7 5 , p p . 7 4 - 9 1 ; A n d r e w E z e r g a ilis , e n C l i o ,
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1975, pp. 5 0 6 - 5 2 7 . W i l l i a m D r a y r e s e ñ a T h e C o n t e n t o f t h e F o r m e n H i s t o r y
a n d T h e o r y , 2 7 , 1 9 8 8 , pp. 2 8 2 - 2 8 7 . P a r a e s tu d io s m á s g l o b a l e s d e la o b r a d e
W h i t e y su t r a y e c t o r i a i n t e le c t u a l v é a s e A r n a l d o M o m i g l i a n o , “T h e R h e t o r i c
of H is to r y a n d th e H is to ry of R h e t o r i c ”, C o m p a r a t i v e C r i t i c i s m , 3, 1 9 8 1 , pp.
2 5 9 - 2 6 8 ; P a u l R o t h , “H a y d e n W h i t e a n d th e A e s t h e t i c of H i s t o r y ”, H i s t o r y
o f the H u m a n S c i e n c e , 5 .1, 1 9 9 2 , p p . 1 7 - 3 5 ; H a n s K e l l n e r , L a n g u a g e a n d H i s
t o r ic a l R e p r e s e n t a t i o n . G e t t i n g t h e S t o r y C r o o k e d , M a d i s o n , T h e U n i v e r s i t y of
331
W i s c o n s i n Press, 1 9 89 , c a p s . 8 - 1 0 . V é a s e t a m b ié n L a C a p r a , “A P o e t ic s o f
H is to r io g r a p h y : H a y d e n W h i t e ’s T r o p i c s o f D i s c o u r s e ” , e n R e t h i n k i n g I n t e l l e c
tu al H i s t o r y , I t h a c a y L o n d r e s, C o r n e l l U n i v e r s it y Press, 1 9 8 3 , pp. 2 3 - 7 1 , y
la r e s p u e s t a d e W h i t e , “T h e A b s u r d i s t M o m e n t in C o n t e m p o r a r y L it e r a r y
H is to r y ” , T r o p i c s o f D i s c o u r s e , p p . 2 6 1 - 2 8 2 . Este m is m o d e b a t e su b y a c e a las
p o n e n c i a s d e am b o s p u b lic a d a s e n L a C a p r a y K a p la n ( c o m p s . ) , M o d e r n E u r o
p e a n ¡ r i t e l l e c t u a l H i s t o r y : R e a p p r a i s a l s a n d N e w P e r s p e c t i v e s , I t h a c a y L o n d r e s,
C o r n e ll U n i v e r s i t y Press, 1 9 8 2 . U n a b u e n a re s e ñ a d e las p o lé m ic a s s u s c ita d a s
e n to r n o a la o b ra d e W h i t e se e n c u e n t r a e n L lo yd K r a m e r , “L it e r a tu r e , C r i t i
cism , a n d H is t o r ic a l I m a g i n a t i o n ”, e n L y n n H u n t ( c o m p . ) , T h e N e w C u l t u r a l
H i s t o r y , B e r k e le y , U n i v e r s i t y oí C a l i f o r n i a Press, 1 9 8 9 ; e n W u l f K a n s te in e r ,
“H a y d e n W h i t e ’s C r i t i q u e of t h e W r i t i n g of H i s t o r y ” , H i s t o r y a n d T h e o r y ,
32 .3 , 1 9 9 3 , pp. 2 7 3 - 2 9 5 ; y e n R u s s e l l J a c o b y , “A N e w I n t e l l e c t u a l H is to r y ? ”,
A m e r i c a n H i s t o r i c a l R e v i e w y 9 7 , 1 9 9 2 , pp. 4 0 5 - 4 2 4 . O tr a s r e s e ñ a s in t e r e s a n t e s
q u e s it ú a n la o b ra d e W h i t e e n e l c o n t e x t o d e l “g iro l i n g ü í s t i c o ” son las d e
E. T o w s , “I n t e l l e c t u a l H is to r y a f t e r t h e L in g u is tic T u r n : T h e A u t o n o m y o f
M e a n i n g a n d th e I r r e d u c ib ilit y of E x p e r ie n c e ”, A m e r i c a n H i s t o r i c a l R e v i e w ,
9 2 , 1 9 8 7 , pp. 8 7 9 - 9 0 7 ; la r e s e ñ a - e n s a y o por B o u w s m a de L a C a p r a y K a p la n
(c o m p s .), M o d e r n E u r o p e a n I n t e l l e c t u a l H i s t o r y , H i s t o r y a n d T h e o r y , 23, 1 9 8 4 ,
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n a l m e n t e p u b l i c a d o s e n e s t e i d i o m a ) c i t a d o s e n e l p r e s e n t e t r a b a j o . E n t r e c o r c h e t e s se
i n d i c a a q u é v e r s i ó n o r i g i n a l c o r r e s p o n d e e n los c a s o s e n q u e la t r a d u c c i ó n d e l t í t u l o
p u e d e d ar lugar a contusiones.
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m o d e r n a , t r a d , d e C . R e y n o s o , B a r c e l o n a , G e d is a , 1 9 9 5 [tr a d , d e P r e d i c a
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La P lata, P ro v in c ia ríe R u e ñ o s A ire s, A r g e n t i n a
¡ex política e histispjá,
Quentin Skirm er