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¡Qué m… de extrema izquierda!

¡Qué m... de extrema izquierda! FORJA 038


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Forja 038 · 30 junio 2019 · 27.51


¡Qué m… de país!

¡Qué m… de extrema izquierda!

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy dedicaremos este capítulo a
la m… de la extrema izquierda, a ver si sacamos a algunas de estas ideas tan confusas de las aguas de la corrupción. Así pues,
hoy trataremos de averiguar qué rayos es eso de la extrema izquierda.

Recuerden que, según la taxonomía que nosotros venimos manejando, dentro de las izquierdas tendríamos a las izquierdas
definidas y a las izquierdas indefinidas. Las izquierdas definidas son aquellas que tienen como parámetro la organización o
desorganización del Estado, esto es, son seis formas de entender el Estado, y ya vimos que había seis generaciones de
izquierdas definidas: la izquierda jacobina, la liberal, la anarquista, la socialdemócrata, la comunista y la asiática o maoísta. Las
izquierdas indefinidas se llaman así porque no se definen en relación al Estado, sino en relación a otras cuestiones que pueden
ser morales, culturales, antropológicas, &c. Es decir, no se definen según cuestiones formalmente políticas, aunque tengan nexos
con la política formal. Hablamos, por ejemplo, del feminismo, la ecología, la eutanasia, los toros, la religión, &c.

Igual que hicimos en el anterior capítulo de la extrema derecha, a continuación vamos a tratar de identificar lo extremoso de las
distintas corrientes de izquierdas para ver si la etiqueta “extrema izquierda” se deja colocar fácilmente en alguna de ellas. Al final,
como es natural, extraeremos algunas conclusiones.
¿Es extrema izquierda la izquierda revolucionaria?

Normalmente damos por sentado que la extrema izquierda es la izquierda revolucionaria y no la izquierda reformista y
democrática, y señalamos como extrema izquierda a los anarquistas anarcosindicalistas y a los comunistas, puesto que ambas
generaciones de izquierda (la tercera y la quinta respectivamente) se echaron al monte de la revolución y quisieron imponer sus
planes y programas pasando a sus enemigos por las armas. Aquí no vamos a valorar esto ni como bueno ni como malo, pese a
que esa sea la tendencia en diversas ideologías dominantes de nuestro presente en marcha. Nosotros, por imperativo dialéctico,
nos situamos más allá del bien y del mal y por eso traemos al retortero a media vecindad.

Sin embargo, también la izquierda jacobina fue revolucionaria y, de hecho, llevó a cabo la llamada «Gran Revolución», pasando
la cabeza de sus enemigos por la guillotina.

¿Significa eso que la izquierda de primera generación, la izquierda radical jacobina, era ya la extrema izquierda? ¿Es el
adjetivo «radical» sinónimo de extremista? Pero entender que ya la primera izquierda era extrema izquierda y que la derecha
primaria era extrema derecha, sería afirmar que desde el principio empezaron los extremos a funcionar y a darse tortazos, cosa
que no resuelve ni explica nada, más bien lo confunde todo sin remedio.

Según la taxonomía que nosotros manejamos, ni la izquierda jacobina era una extrema izquierda (por muy revolucionaria que
fuese) ni la derecha primara era extrema derecha (por contrarrevolucionaria y reaccionaria que fuese, por muy partidarios que
fueran del Trono y del Altar y por mucho que sus defensores fuesen a misa). Además, los jacobinos nunca se autodenominaron
de extrema izquierda ni los partidarios de restaurar el Antiguo Régimen se autodenominaron de extrema derecha. No se flipaban
tanto.

Decimos que tanto anarquistas como comunistas son izquierdas de tendencia revolucionaria, y quizá por ello se les considere
extremistas, pues la revolución es una forma de política extrema o la continuación de la política por medios extremos, esto es, por
medios violentos y extraordinarios.

Socialdemocracia

Así pues, si se considera al anarquismo y al comunismo como de extrema izquierda por tener planes y programas que implican
la revolución violenta, entonces ¿dónde situamos a la socialdemocracia, la cuarta generación de izquierda, que no es
revolucionaria (e incluso fue antirrevolucionaria o contrarrevolucionaria) y sí fue reformista o pretendidamente reformista? ¿Sería
la socialdemocracia la izquierda pura, la izquierda por antonomasia? ¿O sería algo así como un «centro izquierda»? ¿Y no se
aproximaría a la derecha liberal por ir en contra de toda subversión revolucionaria que alborotaría el orden democrático vigente, el
orden del capitalismo realmente existente?

Anarquismo

El anarquismo es considerado como extrema izquierda por su radicalidad a la hora de negar todo tipo de Estado. Para los
anarquistas todo Estado, sea tiránico o democrático, es despótico. Los anarquistas vivían en la creencia de que sin Estado el ser
humano alcanzaría su verdadera esencia. El hombre es propiamente hombre no siendo ya un animal político, sino más bien
emancipándose de todo régimen político, por muy democrático que este sea. El anarquismo vendría a ser una postura
radicalmente antipolítica: aquí podría radicar su extremismo.

Contra el anarquismo podríamos traer una frase de Schopenhauer en Parerga y paralipómena en la que el gran filósofo
germano decía: «Que le quiten el bozal del Estado, que estalle la anarquía, ¡y se verá lo que es el hombre!».

Si los anarquistas nunca llegaron a cuajar sus planes y programas revolucionarios, los comunistas, en cambio, sí llegaron a
imponerse revolucionariamente en diversos países como en Rusia o en China en 1949 con la revolución liderada por Mao
Zedong.

Comunismo

Los comunistas eran partidarios de la dictadura del proletariado, idea que los anarquistas interpretaban como «comunismo
autoritario» y que también ha sido comprendido como comunismo «totalitario». De hecho, a los «totalitarios» se les considera
como extremistas, como también pasa con las derechas no alineadas que suelen ser señaladas como totalitarias y «extrema
derecha»: el fascismo y el nazismo.

El comunismo sería considerado como extrema izquierda por su radicalidad revolucionaria, por su dureza en la represión
contra todos aquellos que no comulguen o simpaticen con los ideales y el desarrollo de la revolución, y también querer exportar la
revolución hacia todo el mundo: lo que los bolcheviques llamaron «revolución mundial», que daría paso -según se creía- al
dominio mundial del comunismo. Una ideología que podríamos poner en correspondencia con la Idea-límite de Imperio Universal
y con la ideología de sus antagonistas que creían en la idea aureolar de la Globalización oficial, y algunos, muy ingenuos, todavía
siguen creyendo.
Pero la trepidante realidad política de la dialéctica de Estados impidió de manera fulminante e incontestable la unión del
proletariado internacional. Y los proletarios de las naciones enfrentadas en las dos guerras mundiales prefirieron unirse a los
burgueses de sus respectivas naciones y hacer la guerra mundial, antes que unirse en la solidaridad obrera internacional y hacer
la revolución mundial contra los burgueses y aristócratas de sus respectivas naciones: los proletarios franceses lucharon por
Francia y los proletarios alemanes lucharon por Alemania, es decir, la dialéctica de Estados se impuso a la dialéctica de clases.

Dicho de otra manera, los comunistas esperaban la revolución mundial, pero se encontraron en medio de la guerra mundial y
en ese trance lucharon, no por la revolución mundial, sino por la victoria de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial que,
curiosamente, los soviéticos llamaron Gran Guerra Patriótica.

De ahí que podamos decir que no fue la idea-fuerza del comunismo internacional la que hizo victoriosa a la Unión Soviética,
sino la Idea de patria (de la tierra de los padres) y una política imperialista que precisamente impidió la colonización de Rusia (y
por consiguiente de China) por parte de las potencias occidentales. Se trataba del avance en la capa cortical del Imperio
Soviético que se extendió, y esto sí que es extremo, desde Berlín hasta las islas Kuriles. Un Imperio que se desmoronó, aunque
la Rusia del Zar Vladimir Putin es más que un mero náufrago de ese Imperio y ahí está demostrando su poderío en los problemas
geopolíticos actuales.

Si la Gran Guerra que estalló en 1914 supuso -como sentenció Lenin- «la bancarrota» de la Segunda Internacional, la Gran
Guerra Patriótica fue la bancarrota de la Tercera Internacional o Komintern en pos de la cruda y dura política real. De hecho,
Stalin abolió la Komintern en 1943. Aunque en 1947 se fundaría la Kominform, pero ya en el contexto geopolítico de los grandes
bloques en la Guerra Fría. Guerra Fría que, dicho sea de paso, fue una paz nuclear, pues la bomba atómica fue otro de los
impedimentos de la revolución mundial. Asimismo, la munición nuclear de ambos Imperios (así como de otras potencias como
China, India, el Reino Unido y Francia) hizo más por la paz mundial que todos los pacifistas del mundo juntos, sin perjuicio de que
durante toda la Guerra Fría (como desde la caída de la URSS hasta hoy) se llevasen a cabo guerras en los países «periféricos».

Para más inri hubo un enfrentamiento entre los dos Estados (más bien dos Imperios) comunistas. Nos referimos al conflicto
chino-soviético, que estalló a principios de los años 60 y supuso una ventaja para Estados Unidos, que se alió de facto con China
contra la Unión Soviética. La perestroika y Gorbachov hicieron el resto y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas entró en
colapso y por consiguiente en derrumbe. La Realpolitik puso fin al «socialismo real» (otra cosa es China, cuyo comunismo-
capitalismo es algo muy sui generis difícil de clasificar y definir en pocas palabras, así que es más prudente callar que emplear la
brocha gorda con tan tremendo problema, precisamente en nuestros días tan presente con el auge geopolítico del Imperio del
Centro).

También se llevaron a cabo revoluciones muy involucradas con la dialéctica de Estados de la Guerra Fría: tenemos el caso de
Corea del Norte que contó con la ayuda soviética y china; y el caso de Vietnam, que fue asistido por la Unión Soviética pero no
por China.

Y luego está la revolución en Cuba, pero en principio ésta fue una revolución de carácter nacionalista. Sólo cuando los
castristas vieron peligrar su permanencia en el poder por la cercanía de Estados Unidos, tras la chapuza de Bahía de Cochinos
en 1961, se hicieron comunistas con tal de recibir apoyo de un potente aliado como era la Unión Soviética. Es decir, el
comunismo en Cuba llegó por el contexto de la dialéctica de Estados o la dialéctica de Imperios de los dos grandes bloques de la
Guerra Fría, más que como una revolución llevada a cabo en la dialéctica de clases. Y la cosa no pudo empezar más calentita,
pese a todo lo «fría» que se quiera que fuese tal guerra, con la crisis de los misiles en 1962.

La izquierda indefinida

También diferentes movimientos de la izquierda indefinida suelen ser catalogados como extrema izquierda, como son los
movimientos «antisistema», «antiglobalización» o «contracultura». Y también podemos incluir al tema de nuestro tiempo: el
feminismo o, más bien, la ideología de género. Vamos a repasarlos uno a uno, a ver si sacaos algo en limpio.

Movimientos antisistema

¿Antisistema? ¿Contra qué sistema? ¿Contra todo sistema político en general al modo de los anarquistas? ¿Contra el sistema
democrático? No parece ese el caso. ¿Contra el sistema de las autonomías? No parece que nuestros «antisistemas» se
movilicen por tan nobles propósitos…

Movimientos antiglobalización

¿Antiglobalización? ¿Contra qué globalización? O, mejor dicho, ¿contra qué ideología o modelo de globalización? ¿Contra la
Globalización oficial promovida por los magnates de la City y Wall Street? ¿Acaso estos movimientos antiglobalización no
promueven una globalización alternativa en plan «otra globalización es imposible»? Pues da la sensación de que estos
antiglobalistas son altermundistas: «otro mundo es posible». No se sabe exactamente cuál ni cómo, el caso es que sea un mundo
no contaminado por el pérfido y perverso capitalismo, el cual viene a ser el abono perfecto para el cultivo de la malvadísima
extrema derecha.
Pero ¿acaso no estamos ante el ocaso de la globalización con el auge de China y la resurrección militar de Rusia? Luego si ya
no estamos, como lo estábamos aparentemente en los primeros años tras la caída de la Unión Soviética, en la globalización
liderada por Estados Unidos, entonces los movimientos antiglobalización se quedan en una especie de limbo, pues en realidad
luchan contra un fantasma: el fantasma de la globalización, tan fantasmón como el proletariado internacional. Aunque más bien
los fantasmones o conspiranoicos son los globalistas.

Ya sabía muy bien Gustavo Bueno en 2004, cuando escribió su estupendo libro La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y
globalización, que la globalización es sólo una idea aureolar, esto es, una idea cuya realización se supone en marcha
inexorablemente, es decir, su existencia aparentemente está haciéndose como si en el presente se estuviese incubando su
realidad futura (globalización cumplida, globalización plena y consumada). No olvidemos que también se contemplaba como una
idea aureolar la llegada del comunismo a través de la revolución mundial del proletariado universal.

Movimientos contracultura

¿Contracultura? ¿Y contra qué cultura? ¿Contra la cultura minoica? ¿Contra la cultura cretense, la maya, la azteca? ¿Acaso
contra la cultura española? A ver si va a ser eso… Aunque da la sensación de que estos extremistas de la izquierda indefinida
son víctimas del mito de la Cultura (otro día explicamos qué es esto del mito de la Cultura).

El movimiento «okupa», uno de los movimientos contraculturales más «relevantes» que en España empezó a cuajar en la
década de los 90, también suele ser encasillado como extrema izquierda. Y, a su vez, son considerados de extrema izquierda los
«hippies», los «piesnegros» o «perroflautas». Es decir, serían de extrema izquierda determinadas tribus urbanas, amantes del
rock radical vasco y de otras movidas. Aunque también del rock en general, cuyo filosofía o concepción de la política no es
propiamente revolucionaria en sentido político sino más bien en sentido cultural.

Movimientos feministas o ideología de género

También son considerados de extrema izquierda determinados sectores del movimiento feminista, que en nuestros días está
teniendo una repercusión mediática espantosa y cansina. A esto se añade el movimiento LGTBI y toda la ideología de género,
que no es más que una locura objetiva y un delirio ya institucionalizado.

Algunos lo llaman feminismo radical, luego se trataría de un feminismo de extrema izquierda. No obstante, este feminismo
podría tratarse como un feminismo indefinido o un feminismo propio de la divagancia, extravagancia y fundamentalismo de las
izquierdas indefinidas que propagandísticamente copan nuestros medios de comunicación. El feminismo radical, con tendencia
más o menos anarquizante o socialdemocratizante, es el que ha ido ganando terreno mediante la exageración del discurso, el
victimismo, la omisión de los casos de hombres maltratados, el silenciamiento de las manadas protagonizadas por hombres no
cristianos, la censura contra toda posición disidente y contraria… Desde luego, este tipo de feminismos dirán lo que quieran, pero
ni son dialécticos ni son dialécticas.

No debemos olvidar la perversión del lenguaje que trata de imponer el feminismo dominante. Con nosotros y nosotras, ellos,
ellas y elles, miembros y miembras, feministas y feministos, socialistas y socialistos, podemitas y podemitos, peperos y peperas,
manadas y manados o mónadas leibnizianas, y todos y todas. ¡Caramba! ¡Ahora resulta que «todos» no son la totalidad porque
faltan «todas»!

Pero resulta que el feminismo se define en función de las modulaciones de la derecha y de las generaciones de izquierda al
que se adhiera. No es lo mismo el feminismo de la derecha liberal que el feminismo que promovió el comunismo o el anarquismo,
así que tirando del hilo lo mismo resulta que hay un feminismo de extrema derecha.

¿Es el partido Podemos un partido de Extrema izquierda?

Tan extrema derecha es Vox como extrema izquierda el partido Podemos. Lo que queremos decir es que, en rigor, ni Vox es de
extrema derecha ni Podemos es de extrema izquierda, si se entiende a tal izquierda como extrema por su carácter revolucionario
o antisistema. Podemos ni es un partido o una organización revolucionaria, ni un partido antisistema, pues está incorporado en lo
que es el sistema, esto es, el Régimen del 78, y lo está desde que se fundó en 2014. De hecho, podríamos decir que el partido
Podemos es la quintaesencia de tal sistema: su existencia es imposible al margen del Régimen del 78, al margen del régimen de
las autonomías y del auge de los nacionalismos fraccionarios, ante los que tanta comprensión ideológica han manifestado los
líderes de la formación morada.

Parece que con decir «diálogo» está todo dicho y todo lo demás se nos dará por añadidura. Dialogo, eso sí, con los
separatistas, no con esa cosa de extrema extrema derecha llamada Vox. Ya se lo dijo Juan Carlos el monarca a Carod-Rovira de
Izquierda Republicana de Cataluña: «Hablando se entiende la gente». Otro cantar de los cantares sería que a las gentes se les
caiga la torre de Babel encima y empiecen a hablar entre sí en idiomas diferentes: unos en catalán, otros en vascuence, otros en
gallego…
¡Ojo, que no decimos ninguna tontería, pues ya hemos visto la escena de los políticos con el pinganillo en el senado! ¡A-LU-CI-
NAN-TE! Pero eso fue real. He visto cosas que nunca creerías, he visto volar naves más allá del cielo de Orión y políticos
españoles que saben perfectamente español usar pinganillo en el senado porque uno hablaba en catalán y otro en gallego y
alguno que otro en español.

Lo más gracioso (si se me permite el eufemismo) es que habrá más de uno que esté haciendo un verdadero esfuerzo para
hablar en su dialecto… perdón, en su idioma; pues en realidad su lengua materna es el español. El ejemplo más patético es el del
líder pepero de Galicia y presidente de la Xunta Alberto Núñez Feijoo, al que se le entiende todo porque el «gallego» que habla
no es gallego sino español mal hablado. Eso sí, después hace la misma política que los separatistas catalanes y aquí nadie pone
el grito en el cielo. ¿Esto es de extrema izquierda o de extrema derecha? Esto más bien es de extrema idiocia y de extremo
paletismo. Y de cara a la eutaxia o perseverancia de la nación española (también de cara a la política internacional) es de
extrema imprudencia.

Ni Vox es un partido fascista o franquista ni Podemos es un partido comunista chekista. Eso son mamarrachadas que
mecánicamente se repiten pero que objetivamente no analizan nada, más que el encubrimiento de la realidad con estúpidos
señuelos para atrapar a los mentecatos y mentecatas que ingenuamente se dejan engañar, luego son igual o más culpables
todavía. Podemos y Vox, gusten o no, son partidos democráticos o, si se prefiere, partitocráticos, y han nacido y viven dentro del
sistema de partidos del régimen coronado del 78. Ni los hunos son hijos del comunismo ni los hotros del franquismo.

Pero si bien no paramos de ser advertidos del auge de la extrema derecha (el invierno, los caminantes blancos…), por el lado
izquierdo las aguas están más calmadas y se asusta menos con la venida de un largo invierno de extrema izquierda. Curiosa y
casualmente el término extrema izquierda no es tan pronunciado en los medios «del bien» porque el infierno es la extrema
derecha y sus caminantes blancos: la extrema derecha es oscura y alberga horrores y la extrema izquierda no existe porque son
los padres.

El mito de la extrema izquierda

España no es país para antidemócratas, de hecho, es un país enfermo de fundamentalismo democrático. Tampoco es un país
para la extrema izquierda ni para la extrema derecha pese a todo lo que se quiera jalear desde diferentes tribunas, desde el
puritanismo democrático más ingenuo: el susodicho fundamentalismo democrático.

La extrema izquierda y la extrema derecha viven más bien en la cabeza y en la boca de algunos iluminados. La extrema
izquierda y la extrema derecha son cosas de la propaganda más que de la política real. Y nos referimos a la propaganda más
burda y simplona, aunque muy efectiva para lavar el cerebro de los crédulos gaznápiros pazguatos zopencos débiles mentales.
Sin perjuicio, claro está, de que la propaganda es muy importante de cara al desarrollo de la política real.

Podríamos parafrasear a Gustavo Bueno cuando definía el mito de la derecha, como vimos en el programa dedicado a dicha
temática, y decir que el mito de la extrema izquierda es la creencia propia de muchas personas o grupos de personas,
pertenecientes a una sociedad política compleja, organizada en régimen de democracia parlamentaria y liberal, según la cual en
tal sociedad política existe realmente un estrato social de individuos o grupos orientados y aun cohesionados por su tendencia,
más o menos consciente, a mantener las características, improntas o prerrogativas heredadas del anarquismo o del comunismo,
frente a los intentos de otros grupos o partidos, denominados como demócratas y liberales, orientados en el sentido de demoler
tales características, improntas o prerrogativas.

Lo de la extrema izquierda (como lo de la extrema derecha) es como el cuento del coco para asustar a los niños. Claro está
que muchos españoles son como niños y son presos de ambos mitos y se los creen a pies juntillas. Creer en la extrema izquierda
y en la extrema derecha es una forma secularizada de seguir creyendo en Dios y en el demonio. Se trata del maniqueísmo
exaltado, llevado a los extremos porque izquierda a secas y derecha a secas ya parece poca cosa y hay que amenazar
formalmente con el mal absoluto para asustar a los ingenuos que se dejan asustar y engañar.

Y si existe el mal absoluto, los que lo atacan son entonces los guardianes del bien absoluto y de la buena voluntad. Estos seres
creen vivir al borde del fin de los tiempos, momento en que uno de los extremos se impondrá definitivamente sobre el otro. La
España de extrema izquierda, la España de extrema derecha: una de las dos Españas extremas ha de helarte el corazón. Así
como en el cielo no caben dos soles, así sobre la piel del toro no caben la extrema derecha y la extrema izquierda. Uno de los
dos extremos ha de morir para que el otro exista. O todo o nada. O la extrema derecha o el caos. O la extrema izquierda o el
caos. O el caos o el caos.

Es la lucha mesiánica contra el mal absoluto, que ya venía del dualismo zoroástrico y que mutó en el judaísmo, el cristianismo
primitivo, el gnosticismo, el maniqueísmo de Mani, la Ciudad de Dios de San Agustín, el catarismo y en la masonería, por decirlo
todo. Como decía Samuel L. Jackson en Pulp Fiction: «El camino del hombre recto está por todos lados rodeados por la injusticia
de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad,
saque a los débiles del valle de la oscuridad, porque él es el auténtico guardián de sus hermanos y el descubridor de los niños
perdidos. Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a todos aquellos que pretendan envenenar y
destruir a mis hermanos. Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé… cuando caiga mi venganza sobre ti».
Algunos incluso están presos de los dos mitos al mismo tiempo: estos son los perfectos demócratas que huyen de toda forma
de extremismo y son los «moderados», los templados, que ni siquiera se quieren caracterizar como de derechas a secas o de
izquierdas a secas. Pero -como decía el libro del Apocalipsis- «por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca».
Pero ya ajustaremos las cuentas con eso que llaman «centro político» en nuestro siguiente programa.

Y hasta aquí este capítulo de “¡Qué m… de país!”, nos vemos en el próximo capítulo y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni
a ti mismo, perderás cada batalla”.

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