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SISTEMÁTICA
vol. I
WOLFHART PANNENBERG
1. Teología 1
2. La verdad del dogma 9
3. La Dogmática c o m o teología sistemática 17
4. La evolución y el problema de los llamados «Prolcgomena»
de la Dogmática 27
5. La verdad de la doctrina cristiana c o m o tema de la teología
sistemática , , tí
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VIII Indk*
y
La función del concepto de revelación en la historia de la ICO
logia 231
4, La revelación como historia y c o m o palabra de Dios 249
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INTRODUCCIÓN
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* Juan A. Martínez Camino
3
El manuscrito de la traducción de este primer volumen de Ea Teología Siste-
mática fue objeto de estudio en dos seminarios del Ciclo de Licenciatura de la
Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid en el Cur-
so 1991/92. St no hubiera tenido la ocasión de beneficiarme de la seria y prolon-
gada discusión de dichos seminarios, no me hubiera sido posible escribir esta In*
traducción de la manera que lo he hecho. EsÉ pues, justo dejar aquí constancia de
mi agradecimiento a los/las estudiantes que con tanto interés y competencia sos-
tuvieron aquel maratón teológico. Agradezco también a los responsables de la ayuda
a la investigación de la misma Universidad las subvenciones con las que contribu-
yeron a la realización de todo este trabajo. Y al Director de Publicaciones, el in-
terés con el que acogió el proyecto ya desde el primer momento.
* Las fuentes principales de esta reseña biográfica son los siguientes trabajos
del mismo W. PANNÍNBERG: An Autobiographical Sketch, en C. BRAAIES/PÍI. D. CUY-
TON. The Thcotogy oí Wotfhart Pannenbcrg; Twelve American Critiques, with an
Autobiographical Sketch and Response: Minncapolis 1988. 11-18; Pannenbcrg enjuicia
su propia teología (entrevista), en M FRAUO, El sentido de ¡a historia. Introducción
al pensamiento de HA Pannenbcrg, Madrid 1986. 263-286; God's Presence in History:
The Christian Century 98 <1981) 260-263; Intenñsta teológica, en R. GIBELLIM. Teo-
logía e ragtonc. Itinerario c opera di Wotfhart Pannenbcrg, Brescla 1980. 286*295.
Yp ademas, la reseña escrita por R. J. NEUHAVS, Wotfhart Pannenbcrg: Profil of a
Theofogian, en W. PANNENSEHG, Theotogy and Kingdom of Godt Filadelfia 1969. 9-SX
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Introducción XI
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MI fuan A. Martínez Camino
*7 IMd., 14.
La revelación como historia. Salamanca 1977,
* Die Prádestinationslchre des Duns Skotus im Zusammcnhang der scholastischen
Lehrentwicklung, Gotinga 1954.
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Introducción XIII
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¡uv luán A. Martínez Camino
15
Teología y Reino de Dios, Salamanca 1974. La conferencia de 8asi lea a la que
hacemos referencia en la nota 13 es publicada ¡unto con los capítulos sistemáticos
americanos en este mismo volumen porque en ella se reflexiona más abstractamente
sobre el mUmo tema que constituye también el centro de dichas capítulo*, el
futuro del Reino de Dios hecho presente en el mundo, como futuro, por Jesucristo.
** Cf, los recogidos en Etica y ectesiotogla, Salamanca 1986. De Los más recientes;
El ministerio eclesiástico desde la perspectiva luterana: Diálogo Ecuménico 25 (1990}
87*112.
17
La influencia de Rahner podrá advertirla el lector ya en este volumen. Pannen-
berg escribió un cálido discurso de homenaje cuando Rahner cumplió los ochenta
años; Befreiung zur Vrtbetangetiheit des Denkctxs* Eme tvangelischc Laudado, en
G. SKASOULI, SJ. tEd.), Kart Rahner. Bckcnntnisse. Rückblick auf 80 Jahre, Vie-
na/Munich
w
1984, 66-77.
Teoría de la ciencia y teología, Madrid 1981.
i* Anales Valentinos 1 (1975) 209-220. Pannenberg había comenzado a tocar estos
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Introducción XV
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XVI fuan A. Martínez Camino
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Intrüílucciún xvii
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XUlí Juan A- Martínez Camino
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Introducción xix
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\\ Juan A. Martínez Camino
tt W. PAXNLNBKRÜ (Ed.), Sind wir van Natur aits religiüf?* Dusseldorf 1986, 141.
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Introducción 3UU
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a p e r t u r a de la pendiente de la historia del m u n d o , visto en c u a n t o histof ia
verdad del Dios trino» c o m o ;
(cu la praxis) creación
xoUl
reconciliada
(eeclesia)
\ o l III
consumada
sublimidad e
«desde arri
I
(y¡) Knla acción de la existencia t r i n i t a r i a se m u e s t r a t o r n o
ittrtti p i c h e n sibil idad /Y* Ja.-.» Ttcüt titttcade Dios (el v e r d a d e r a m e n t e i n l i n i l o : el
santo eterno, omnipresente v o m n i p o t e n t e ) es en c o n -
de Dios creto el amor creador (bueno, justo, l i d , sabio...)
el a m o r
creado i \
/
estructura
a u t i c i p a l h a del Trinidad
®, En Jesucristo Dios se revela prolcpti-
x a m c n i c a c t u a n d o c o m o trinidatl de
Padre. Hito y Espíritu, es decir, c o m o
h e c h o de Cristo el E t e r n o i m p l i c a d o en la historia de
(> Je la razón) su creación.
o
/í es
sene i a)
\
te La religión judcu-
ct istíana se en*
\ cerciorarse
\ d c l a verdad asunción tiende a si m i s m a
historia c o m o el l u g a r de la
pretendida \ supera*
ción a u t o m a n i f estación
poi la u
(Auíbe- /mito de «Dios» en su ac-
cristiana.
bllll£) / ción histórica: r e i v -
latiu/i
esvahi /
\ (exi-s-
ier*c .as reli&taws son el hipar h i s t ó r i c o
cofnpetencia \ W de la experiencia de la realidad de
t-:if:c l,i^
,< de
x
«Dios*
religiones el / (teología filosófica II)
•poder*
Y""
\ /
/
v t / l o infinito
w
radical Qn {'Dios*?: una idea c o r r e c t a y antropológicamente nece-
cueMMmarnienio saria
seculariza (teología Mlosólica I)
*desde abajtj»
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Introducción XXIII
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XXIV Juan A, Martínez Cantina
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Introducción \\\
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XXVI luán A. Martínez Camino
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Introducción XXVII
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XXVIII ¡uan A- Martínez Camino
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Introducción JJtlK
A Guillermina y JuattA
mis padrea,
en el cuadragésimo aniversario
de su alianza matrimonial
Madrid, 16 de julio de 1992.
JJLM.C
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PREFACIO PARA LA EDICIÓN ESPAÑOLA
Algunos de los que han escrito recensiones sobre esta obra me pre*
guntan: ¿por qué tiene que ser tan grueso y tan difícil un libro de tcoto*
gia? ¿Para quién se escribe una cosa asi?
Yo les respondo: este libro está escrito para el que esté seriamente
interesado por ta doctrina cristiana y se pregunte por su verdad.
Vn libro así no puede ser una lectura de entretenimiento. La fe cris-
tiana en Dios tropieza hoy con retos muy serios. Una mera acomodación
del lenguaje tradicional a ¡a última moda del pensamiento no nos sirve
aquí para nada. Hay que hacerle frente al desafio y mostrar que la fe
cristiana no está en absoluto intelectuatmente obsoleta, un prejuicio tan
difundido en nuestro tiempo,
WOLFHART PAHNENBERG
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PROLOGO 7
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xxxiv Prólogo
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Prólogo XXXV
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XXXVI Prólogo
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Capítulo I
LA V E R D A D DE LA D O C T R I N A C R I S T I A N A
COMO TEMA DE LA TEOLOGÍA S I S T E M Á T I C A
1. TEOLOGÍA
" Lo ha señalado con razón U. KtiPF, Die Anfánge der theotogischen Wissetu
schaftsthcorie im 13. Sahrhundert, 1974. 247ss, esp. 252s. La inspiración divina como
fuente de conocimiento teológico es un punto de vista que, de modo particular
en Tomás de Aquino. está presente *cn toda la leona de la ciencia teológica» (111»
cf. 147 y 252s).
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h Teología 3
l a significación q u e l i e n e e s t e a s u n t o p a r a e l c o n c e p t o d e teología.
J o h a n n G e r h a r d , q u e s i n o e s e l i n t r o d u c t o r d e l c o n c e p t o d e teología
en la Dogmática ortodoxa del luteranismo antiguo, sí es al m e n o s quien
se lo hizo f a m i l i a r y q u i e n se lo a c l a r ó , a s u m i ó , p o r e s o , la t e s i s de la
e s c o l á s t i c a m e d i e v a l — q u e ya en 1594 h a b í a r e a c t u a l izado el t e ó l o g o re*
f o r m a d o F r a n z J u n i u s — s e g ú n l a c u a l l o s h o m b r e s sólo p u e d e n h a c e r
teología r e p r o d u c i e n d o , a m o d o de i m a g e n o de r é p l i c a , la theologia
archetypa de D i o s 2 .
* Del Autor a! respecto: Teoría de ta ciencia y teología, 1981, 238-248 [I973f 230-240],
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4 /, La verdad como tema de la teología sistemática
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r
/. Teología >
9
Lo muestra de modo particularmente convincente B. GEYER, Facultas thcologica*
Eine BedcutunRsgcst-hichtUchc Uttttrsuchung: Zch&chrift für Kirchengeschichte 75,
1964, 133-145. Cf también G. EBELINC, Theoío&ic ¡ Benriflgeschidulich; Religión in
Geschichtc und Gcgenwart 6, 757*: un artículo que aporta muchos materiales* Uic*
RO, en la teología protestante antigua, fue especialmente C. Caltxi quien discutió
el concepto de teología en relación con su msiitucionalizaclón académica.
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6 L La verdad como tema de la teología sistemática
* Duns Escoto, Ord. ProLt p. 3, q. 1-3, Ed. Vat., I, I35s (n. 200s),
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/. Teología 7
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s /. La verdad como tema de la teología sistemática
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2. La verdad del dogma 9
11
G SAUTER, Dogmatik I: Thcologischc Rcalcncyclopadie 9, 41-77, 42s.
w Sobre lo que sigue, vcasc M. EIJEE, Der Begrtff des Dogmas in der Alten Kir-
che; Zeitschrift fur Theologie und Kirchc 61 (1964) 421436. Y también U. WIÍXERT,
Dogma I: Theologische RealcncyclopHdie 9f 1982, 26-34.
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ID /. La verdad como tema de ¡a teología mtemóttca
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2. La verdad del dogma ll
tas scripturas accípimus* (C. E. ZAOURIAE A LÍNGENT^AI., Imp. Justimani PP. A fio-
veílae quac vocattiur sive Constiturfottcs <¡tmc extra codicem supersunt ordine chro-
nologico digestae, II. Leipzig 1881, 267» núm. 151).
» M. ELZE, I*., 435s,
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[1 I, La verdad como lema de ía teología sistemática
n! lbid,p 438.
* Cf. la exposición de la posición católica en la declaración de la Comisión con*
junta católico-rumana v evangélico-luterana sobre *E1 ministerio en la Iglesia».
1981. 40.
" Véase, a modo de ejemplo, la critica de J. Habcrmas hecha por A. BCCXERMANN,
Die realistischen Voraussetzungen der Kottsettstlieorie von J. Habermas, en Zeít-
schrift für AHgcmcinc Wissenschaílstheorie 3 (1972) 63-80. Beckcrmann ha mostrado
que el intento de Habermas de hallar en el consenso de quienes juzgan sobre algo
el criterio con el que valorar la adecuación objetiva que toda proposición reclama
para sí misma no ha ido más allá de una argumentación circular; porque Haber-
mas se ve obligado a recurrir al concepto de juicio «competente» para distinguir
el consenso objetivo del puramente convencional.
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2. £tf verdad del dogma 13
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14 /. La verdad como tema de la teología sistemática
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2. La verdad del dogma 15
E. KASEUANK, Begründet der ncutcstamentUche Kanon die Einheit der Kirche?: Evan-
geii&chc
23
Thcologic 11 (1951/52) 15*21.
Cf. al respecto del Autor. ¿Qué es una afirmación dogmática?, en Cuestiones
fundamentales de teología sistemática. Salamanca 1976. 27-52. csp. 33ss y 35ss [I,
1967, 159-180, csp. 164$* v I66s$l. A la luz de los resultados de la investigación his*
tÓrico-crítica sólo se puede hablar de unidad de la Escritura respecto de ese su
contenido central, no en el sentido de que entre todas y cada una de sus afirma-
ciones no haya contradicción ninguna.
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ló /, La verdad como tema de la teología sistemática
por sí mismo cuál sea esa verdad objetiva, sino que la decisión aconte-
cerá en el proceso de la discusión sobre ella.
Pero ¿qué es la verdad del objeto y cómo se hace valer? El objeto
de la Escritura, es decir, el tema común al conjunto de los escritos del
Nuevo Testamento, más allá de todas las diferencias que se dan entre
ellos, puede describirse provisionalmente diciendo que todos los auto-
res neotestamentarios, cada uno a su manera, dan testimonio de la ac-
ción de Dios en Jesús de Nazaret. Se da testimonio de ella como objeto
de la fe de la Iglesia y de cada cristiano y, de acuerdo con ello, la fe
cristiana se ha vinculado desde un principio a Jesús de Nazaret y a la
acción de Dios en él. Este es el contenido de los credos y de los dogmas
del cristianismo. Y en este sentido los dogmas son, efectivamente, resú-
menes del contenido central de la Escritura. Pero ninguno de esos re-
súmenes expresa exhaustivamente el objeto de la Escritura creído por
la fe cristiana. Cada una de las proposiciones que lo resumen no hacen
más que referirlo de modo provisional. Mientras permanezca abierto el
proceso de la interpretación de la Escritura, los perfiles de su objeto no
estarán nunca definidos del todo. Su conocimiento sigue aún en moví*
miento. Y esto vale tanto de la definición « a c i a del objeto de la Escri-
26 tura y de la fe cristiana como de la cuestión —conexa con ella— de la
verdad de la acción saMfica de Dios en Jesús de Nazaret. Como ha di-
cho Karl Barth, el dogma es un «concepto escatológico»34 tanto respecto
de su contenido como respecto de su verdad. Sólo la revelación definí'
tiva de Dios al final de la historia traerá consigo el conocimiento defi-
nitivo del objeto y de la verdad de su acción en Jesús de Nazaret. A na*
die más que a Dios mismo le compete decirnos la palabra definitiva
acerca de su acción en la historia. Lo cual no quiere decir que no sea
ya también ahora posible un conocimiento de ella bajo una condición
de la que tendremos que hablar todavía, es decir, bajo la condición de
que Dios se quiere dar a conocer a través de su actuación en la historia.
Pero este conocimiento será siempre provisional mientras el tiempo y
la historia sigan adelante y, con ellos, también el proceso de interpre-
tación de los testimonios escriturísticos sobre la acción histórica de
Dios en Jesucristo.
* K. BARTH, Kirchliche Dogmatik, I/l, 1932, 2W. Cl., al respecto del Autor, Cues-
tiones fundamentales de teología sistemática. Salamanca 1976, Sis [I, 1967, 180].
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J. La dogmática como teóloga sistemática 17
25
Suponemos aquí provisionalmente Que las proposiciones contenidas en los tex-
tos dogmáticos han de ser tomadas en serio como proposiciones de carácter cog-
nitivo, y ello sin perjuicio de las expresiones perfomativas de compromiso (de
confesión de fe) que conllevan.
» Véase, al respecto del Autor, Teoría de ta ciencia y teología, Madrid 1981, 412s
(1973, 407s].
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18 /. La verdad como tema de la teología sistemática
& Sobre la exégesis de este pasaje, cí. U. WILCKENS, Der Brief on die RÓmer, II,
19S0, 35-37.
* Sobre lo que la teología del siglo xin decía acerca de la relación entre las
sentencias de los Padres y de la Escritura como objeto de la *theologia*t cf. U. KOPF,
].c.t M3ss. Tomás de Aquino. por ejemplo, subraya el significado de la Escritura
frente a la autoridad de los Padres como la auténtica base autoritativa de la doc-
trina cristiana {STh I, q I a 8 ad 2). Sobre el concepto de los artículos de la fe.
que han de ser tomados de la Escritura, cf. STh U/2 q 1 a 7 y a 9 ad I. La pri-
mitiva doctrina protestante sobre los artículos de la K\ como la expone, por ejem-
plo. J. A, Qvusstm en su Theotogia didactico-polemica sive systema theolozicum
pers /, cap. 5 (Leipzig 1715, 348s&), coincide también con lo que acabamos de decir,
Pero afirma que la promulgación de dichos artículos acontece ya en la Escritura
misma, niega que estén exhaustivamente compendiados en los símbolos de la Iglesia
primitiva y, sobre todo, se opone a la idea defendida por los escolásticos, como
Tomás de Aquino (STh U/2 q 1 a 10), de que al Sutnmus Pontifcx le competa de-
terminar una nueva formulación del credo («nova edltfo symboli»): cf. QUENSTEDT,
IX,, 356s, En cuanto a la distinción introducida por Wic. Hunníus (Epitome Creden*
dorum, 1625) entre artículos de fe fundamentales y no fundamentales, véase
R. D. Puras, lx. (en la nota 2), 143*154.
** Sobre la distinción entre teología «positiva* y *cnxdíta», cf. del Autor Teoría
de la ciencia y teología, 1981. 249ss 11973, 24Iss]. En cambio, J. A. OUFNSTTOT, Theo-
logia didactico-pottmica* Leipzig 1715, 13, Tesis 21, identifica teología positiva y teo-
logía erudita («didáctica») diferenciándolas de la teología -catcquéiica» (p. 12, Te-
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3. La dogmática como teología sistemática 19
sis 17). Sobre la Dogmática como tratamiento y exposición compendiada del conte-
nido de la Escritura, véase del Autor, Teoría de Xa ciencia y teología, 412s [407$].
* J. F. BuDDEl'S, Isagoge historico-theotagica ad theologiam universam sigutasque
etus partes, Leipzig 1727, 30i. El concepto de teología sistemática está documentado
ya antes, por ejemplo, en J. A. QUEKSTTIOT, que lo usa como concepto alternativo
al de theologia didáctica, preferido por ¿1.
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20 f- La verdad contó tema de la teología sistemática
habla sido el objeto de los sistemas gnósticos del siglo n; los escritos
de los apologetas cristianos de aquella época y de los padres antignós-
ticos, como Ireneo de Lyon, muestran también u n a sistematización m á s
bien implícita; y Orígenes presenta ya en su obra «sobre los comienzos»
(rapl ápxtov) una exposición formalmente sistemática de la doctrina cris-
tiana sobre Dios. Luego, en la escolástica latina de la Edad Media, el
auténtico objeto de la discusión sobre la cientificidad de la teología fue
la forma de su exposición sistemática. Por un lado, en las Sumas se
encontró el modo más adecuado de una exposición complexiva autónoma
de la doctrina cristiana y, por otro, los Comentarios de las Sentencias
prestaron el servicio de m o s t r a r la coherencia de sus proposiciones
entre si y con los principios generales del conocimiento racional- En la
discusión de la fundamentación de la cientificidad de la teología, más
que los argumentos específicos sobre el tema —que en el siglo xm se
basaban en el concepto aristotélico de ciencia— 3 1 , lo q u e en realidad
e s t a b a en juego e r a la u n i d a d sistemática de la d o c t r i n a cristiana y. al
mismo tiempo, su relación con los principios generales del saber racio-
nal. Este modo de plantear la cuestión venía dado p o r el reto lanza-
30 do p o r Abelardo en su famoso escrito Sic et Non en el que formulaba
la necesidad de lograr una mediación dialéctica entre diversas senten-
cias de los Padres q u e parecían contradecirse. La colección de Senten-
cias de Pedro Lombardo, inspirada en Abelardo, marcaba también el
mismo camino. La «disciplina» intelectual exigida p o r esa labor se ex-
presaba en concreto en u n a pretensión de cientificidad de la teología.
Las diversas formas en las q u e dicha pretensión se plasmaba están hoy
superadas, pues se muestran muy a t a d a s & su época a causa de su de-
pendencia del concepto aristotélico de ciencia. Pero sí q u e mantiene su
vigencia el interés subyacente por la unidad sistemática de la doctrina
cristiana y p o r el consiguiente acuerdo de la misma con los principios
de la razón.
31
Esto vale de la descripción que Tomás de Aquíno hace de la teología como
una ciencia deductiva a partir de unos principios, en el sentido aristotélico, aunque
poniendo en el lugar óc tos principios evidente* de razón los artículos de la fe
fSTh I. q I a 2). Pero vale igualmente de la caracterización de la teología como
ciencia práctica, orientada por conceptos de finalidad. Cf. del Autor, Teoría de la
ciencia y teología. 235-249 {226-2401.
» Sobre el tratamiento de esta cuestión en el siglo xm, cf. U. KJJPF, U„ I74SS,
I78ss.
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3. La dogmática como teología sistemática 21
& Véase, por ejemplo, J. GERRUU>, Loci theologici, L 476 <Ed, por F. FRAKK, Leipzig
1335, 212). Sobre lo que dice J. A. Quenstcdl, cf. J. BAUR, Die Vernunft zwischen
Ontologie und Evangclium. Eine Untersuchung zur Theologie Johann Andreas Quen-
stcdts, Gütersloh 1962, 111-119.
** B, LOHSE, Ratio et Fides: eine Untersuchung über die Ratio in der Theologie
Luthers, 1958, 104ss. B. HXGGLUKD, Thcotogie und Philosophte bei Luthcr und in der
occamistischen Tradition. Luthers Steilung zur Theorie van der doppelten Wahrheit,
Lund 1955. 90ss, 9íss.
E B. LOHST, lx., 116 encuentra la Idea de la unicidad de la ventad en Lulero en
WA 26. 286, S2s; «Lo que no va contra la Escritura y contra la fe, tampoco va
contra ninguna deducción.» Con todo, las duras formulaciones de la Disputatio contra
scholastlcam theoíogiam de 1571 contra la deducción silogística {WA 1, 220,21*3),
aunque él mismo muestra cómo también Lutero argumenta silogísticamente en
otros contextos, le llevan a Lohse a hablar de la suspensión de las reglas de la
lógica »en determinados casos», concretamente en el caso de los artículos de la
fe (117). Naturalmente, esto supondría la presencia de una doble verdad incluso
en la misma argumentación teológica de Lutero. Pero esta impresión tal vez pu-
diera desaparecer si se prestara más atención al perfil histórico del uso de la
razón que Lutero rechaza*
* «Ratio ... quae radie! iam positae ostendat congrucre consecuentes cffectus»
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22 /. La verdad como tema de la teología sistemática
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3. La dogmática como teolo$ta sistemática 2^
tración en la exposición sistemática, pero que eso sea así nu puede ser
sabido más q u e por medio de tal exposición.
También para Tomás de Aquino era la verdad de los artículos de fe
un presupuesto y no un resultado de la exposición teológica. Es la re-
velación la que los comunica como principios de la teología (STh I,
q 1 a 2). De ahí que fuera de esperar q u e la argumentación teológica se
desarrollara en la forma de conclusiones procedentes de las verdades
reveladas. Y, en efecto, bastantes exposiciones dogmáticas posteriores
siguieron ese procedimiento. Pero es notable q u e no sea ése el caso de
Tomás de Aquino. El ducto argumentativo de su Suma Teológica es
u n a reconstrucción sistemática de las proposiciones doctrinales cristia-
nas que parte de la idea de Dios como causa primera del mundo creado
y del h o m b r e * . Tomás se encuentra así m á s cerca del método teológico
de un Anselmo de Canterbury —con su programa de reconstrucción ra-
cional de la verdad de la fe— de lo que podrían dar a entender sus 33
declaraciones sobre el concepto de teología. La Suma Teológica es por
eso un elocuente ejemplo de cómo la exposición sistemática de la doc-
trina cristiana se encuentra en tensión con la aceptación de su verdad
como si se tratara de un presupuesto sentado ya con independencia del
avance de la exposición.
En la reconstrucción sistemática de la doctrina cristiana de lo que,
en efecto, se trata es de mostrar y de acreditar su verdad, aunque para
su «verificación» teórica sea además necesaria una acreditación afectiva
y p r á c t i c a * Por causas que h a b r e m o s de t r a t a r todavía, la reconstruc-
ción sistemática («especulativa») de la doctrina cristiana no puede decir
& Es verdad que Tomás justifica este procedimiento a postertori diciendo que
los artículos de la fe (análogamente a ios principios de la razón) están entre si en
un orden sistemático tal que en el ser de Dios se encuentran incluidos todos los
demás artículos (STh II/2 q I a 7). Pero así no se elimina la tensión implícita en
que, por un lado, su reconstrucción de la mencionada conexión sistemática parte
del ser de Dios, al que se llega a travos de la demostración racional de su existen-
cia, mientras que, por otro lado, si seguimos su concepto de teología, ésta descan-
sa, en cuanto ciencia, sobre principios revelados. Cf. también las explicaciones me-
todológicas de) Aquinate en la Summa contra gentiles. I, 9. en la que la situación
es diferente en cuanto la finalidad de la argumentación es en este caso expresa-
mente apologética. Duns Escoto percibía con agudeza la tensión presente aquí en
el concepto de teología de Tomás de Aquino. Y argüía frente a la tesis de que
todas las verdades teológicas se encuentran contenidas en el ser de Dios que en-
tonces podríamos conocer por razón natural todas tas proposiciones de fe *et ita
totam theologiam naturalíter acquírere» (Ord. prul.t p( Jq 1-3, Ed. Vat„ It 1950,
107. nüm. 159), El sostenía, por el contrario, la opinión de que el conocimiento teo-
lógico del hombre caído no tiene por objeto a Dios en si mismo, sino sólo sobre
la base del concepto general de ser. en cuanto en este se supera la fundamental
diferencia entre ser finito c infinito llbd,, núm. 168» p. 110$)*
40
U. KflpF, l.c, 194-198 (Sobre el problema de la verificación), cf. también 2rt7s,
209$. Recuérdese, asimismo, lo que J. F. Buddcus manifiesta en c] pasaje que he-
mos citado más arriba en la nota 30, atribuyéndole a la teología sistemática la
función de probar teóricamente (probare) y de confirmar argumentativamente (con*
firmare) la verdad de la doctrina cristiana.
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2* ¡, La verdad como tema de la teoiogla sistemática
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$. La dogmática como teología sistemática 25
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26 /• La verdad como tema de la teología sistemática
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4. Evolución y problema de los ^Prolegómeno* 21
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28 /, ¿4i verdad como tema de la teología sistemática
1. El concepto de teología.
38 2. La religión cristiana en c u a n t o objeto general de la teología.
3. La Escritura en c u a n t o principio de la teología.
4. Los artículos de la fe.
5. El u s o de la razón.
* Así lo hace B. HXGGLUND, Die HelHge Schríft und ihre Deutung irt der Theot&
gie Johann Gerhards. Eine Untersuchung Über das alttuiherische Schriftverstdndnij,
Lund 1951, 64ss.
* J. WALLUANN, Der Theologiebegriff bei Johann Gerhard und Georg Calixt. 1961,
5. nota 2-
» Sobre la pugna que se da en Gerhard entre esa tendencia y las implicaciones
del concepto de teología, véase J. WAUAIANN. Le, 47ss.
*i Como ejemplo de este modo de exposición puede verse J. F. KÚKIG, Theologfa
positiva acroamática (1664), De rheologiae praccvgnitíonís, §§ 52 y 57ss.
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4. Evolución y problema de los ^Prolegómeno* 2*
Hasta 1957, con Hubert Jedin y, sobre lodo, con Josef Rupert 39
Gcisclmann, no se puso en duda esa interpretación del Concilio de
Trento 51 . Los dos encontraron en las actas del Concilio motivos de
S1
R. D* Pwus, The Theology of PosuReformation Liithcranism. A Stttdy of Theo-
toxica! Protezomena, 1970. 255. Cí. también la obra de H. SCMUSSIXR, que menciona-
mos en la ñola 47, en particular por lo que loca a la prehistoria medieval de la
idea de la suficiencia de la Escritura (7Jss),
« H. JÜDIN, Historia del Concilio de Trcntot II, Pamplona 1972. 65-115 [1957. 42-
82); J- &• GEIÍUJÍANN, Das Konzil von Tricnt ¿iber das Verhaltnis der Hciligen
Schrift und der nichtgcschricbencn Tradition, en M. SCHMAUS (Ed.)t Olí mündlichc
Vberlicfcrung, 1957. 125-206. Una exposición mas amplia y definitiva de la opinión
3
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>Q /. ¡A verdad corno tema dt ¡a teología sistemática
de Geiselmann se encuentra en su libro Die Heiiige Schrift und die Tadition, 1962,
csp. 91ss, 15Sss. Sobre la discusión de esta cuestión en la teología católica, cf. tam-
bién P. Li-MíJOTU), Tradición y Sagrada Escritura: su relación, en Mysterütm So*
lutis,
M
I. Madrid 1969, 522-557. esp. 527ss 11965, 463-496. csp. 468ss].
Véase, al respecto, el comentario de J. RATZINGLR. en Das Zweite Vattkariisches
KonzU, LThK, Apéndice II. Friburgo 1967, 573a.
" Una interpretación exhaustiva de la concepción de Lutero es la que da F. Bci-
SSHR, Clariías scripturae bei Martin Luther, 1966, esp* 75-130* Lo que le interesa
defender a Lutero frente a Erasmo es la «claridad externa- de la Escritura, una
cualidad que afecta a la interpretación de ésta que el Magisterio de la Iglesia está
llamado a hacer y que se diferencia de la «claridad interna», propia de la corteza
personal de fe y basada en aquella otra externa (S8ss. 92), A la claridad externa le
corresponde el «juicio externo» (WA 18, 652s). que hace valer el contenido de la
Escritura con fuerza de convicción universal (communis-, sensus iudlciot WA 18.656.
39s). Cf. también del Autor, Cuestiones fundamentales de teología sistemática, 1976,
259s y 32s [1967, I, Ms y 163$].
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4. Evolución y problema de los *Proiegomena* 31
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12 J. La verdad como tema de la teología sistemática
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4. Evolución y problema dé los «Prolegómeno* M
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*4 /. La verdad como tema de la teología sistemática
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4* Evolución y problema de los *ProIegomerw* V}
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30 f. La verdad como tema de la teología sistemática
7
* Sobre Simón, cf. P. HAZARD, La crisis de la conciencia europea (1935). Madrid
194173
(ed. de J. Marías). 159473.
Citado en G. HORMG, Die Anfánge der historisch-kritischen Thcologie. Johann
Salomo Semlers Schriftverstandnis und seine Steltung zu Luther, 1961, 70.
T* SPINOZA. Tratado teotógico-polttico (1670), Madrid 1986 (cd. de A. Domínguez),
195 ((99) 30): cf. I9S ([102) 10) v 211 ([111] 20): cap. VII IPhB 93. 1955, 135, 14s;
cf. 77140, 15ss y 150, 2u].
Véase, al respecto del Autor, La crisis del principio de Escritura, en Cuestio*
nes fundamentales de teología sistemática. Salamanca 1976, 15-26 [I, 1967, 11-21).
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4. Evolución y problema de ¡os «Prolegómeno* 37
71
Sobre el perfeccionamiento de dichos criterios por Duns Escoto, cf. J. FIN*
KENZELLEX, lx. en la nota 44. JSss, y sobro la inerrancia de la Escritura como con-
dición de la fe en su inspiración» ibid., 42$. Para la antigua Dogmática protestante
Ja doctrina de los criterios de credibilidad desempeñó sólo un papel secundario,
pues, a diferencia del testimonio del Espíritu, ellos sólo podrían fundamentar una
•fides humana», no una certeza completa (cf. R. D. PRÜUS, l.c, 3G0S, y J. A. QUEKS»
TTOT. Le, 140ss). Sobre la concepción socJniana, véase Sonora* 1.a. 45ss.
w
C. HOUNIC, t e , 76* Sobre la distinción de Semlcr enire Palabra de Dios y Es*
entura, cf. ibid., 84-115; y sobre la acentuación que hace de la primitiva predica*
don oral de dicha Palabra, cf. ibid., 64s.
» R. D. PREUS, l.c, 216-226.
« En la segunda parte del capitulo —la polémica— se dice en la q, 3 e. 5:
•Est cntm hace informatio divina, qua fiunt Thcologt. operado gratíae Spiritus S-
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58 /. La verdad como tema de ¡a teología sistemática
non praecise inhabitúnti$t sed potius assistentis, quam gratiam assiMcntcm ceno
modo eliam habent irregeniti el impii. In iltis vero, qui re ct nomine Thcologi sunt,
i.e. qui non tantum habitu Thcologtco, ut sic, instructi. sed simu) renatt sunt, sive
fideles et pü, in Lilis Thcotogia non tantum a Spiritu S. sed etiam cum Spirítu s.
estf ct cum gratiosa ejus inhabliatione conjucta» (!*•, 23).
** R. D. PREUS. I*., 228-232. Preus se equivoca, naturalmente, al imputarle a
Ncumann una postura contraria a la de la Dogmática luterana más antigua*
C* H. RATSQIOW, Lutherlsche Dogmatik zwixchen Reformation und Attfktiirung, l,
1964, ha mostrado que la distinción entre teología y fe personal está ya presente
en Oucnsiedt y Hollaz. pero que no es reinlerpretada en sentido plelisla hasta
Buddeus (37, documentación en 56ss). Sobre las explicaciones de Ph. J. Spener
acerca de la relación entre fe y teología, cf. £• (trasoí, Gesclüchíe der neuern evan-
zelischen Theoloftie, II, 1951, 107ss, lllss. Claro que. según Spener. la necesidad de
la fe para el conocimiento teológico no significaba todavía «que la experiencia re-
ligiosa fuera un momento esencial en la producción del contenido mismo conce-
bido en el pensamiento» <1I5). En este punto, Spener seguía siendo un teólogo
bíblico.
" E. HÍRSOI, U.. 200ss, esp. 202s.
M
J. Fr. B n r a , Compendium Institutionum theotogiae doxmaticae, l-cip7.ig 1724,
I, I. § 48-56 (p, 42ss). Es cierto que Buddeus reconoce que la teología, en el sentido
objetivo de la palabra, como doctrina, es accesible también a los irrezenitis (1, 1,
§ 50). Pero en la nota a § 48 se dice: * habitus ille docendi, el alios in rebus
divinis erudendi, absque fide... non nísi impropric theologia vocatur». Aunque no
es mucha la diferencia respecto de las expresiones de Ouenstedt (cf, nota 81 (, el
cambio de acento es claro.
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<f. Evolución y problema de los «Prolegómeno» w
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^0 /. La verdad como tema de la teología sistemático
w
Más cercana a éste estaría la teología privada que «especula» sobre la reli-
gión, «a lo cual tiene derecho cualquier hombre que piense* y. además, desde «un
punto de visla diverso en cada pensador y propio de ¿1» (l.c., 181 >* Cf* las expli-
caciones de T. REKOTORFF, Kirche und Theotogie, Die systematische Funktion des
Kirchenbegrif{& í« der neiteren Theotogie, 1966. 36ss.
*> SKMLER, í.c,t 196ssf csp. 200ss, también 2W. Véase cómo se da ya una rclativi-
zación del concepto de -31110111 fundamentales» en Chr. M. PFAFF, ¡nstitutionea
thcotogiae dogmática* et moralis, Tublnga 1719. 32 (Prol. art. 2 § 7.1): «Articuli
fundamentales non sunt iidem ómnibus sed pro varia revelatfonis mensura occono-
mlarumque divinarum ratione, pro varia et hominum capacítate animtque dispo-
sitione varia varri singulis sunt.»
M Ibid.. 184, 20*: véase también la expresión -tipos de representación» fVor&
teUungsartcn) en 179, 202, etc. Sobre Pfaff. cf. E. HIRSCH, Geschichte der neuern
evangelischen Theotogie, II, 1931. 336ss. « p , 350.
« Scuum, Le, 192,
** K. G. BRETSCHKEIDCR, Handbuch der Do&matik der evan&eliscMuierischen Kir-
che, I, 1821 <3.' ed,>, 16 (§ Sa) y 24s (§ 7>. Bretschneider se refiere expresamente
a Semler, con quien habría dado comienzo «un nuevo período en el tratamiento
de la Dogmática de nuestra Iglesia» <70, § 12).
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4. Evolución y problema de ¡os *Protegomcna* 41
» Ibid., 26.
* Ibid., 61ss (§ 11); sobre el examen cscriturístico, cf. 62s.
»77 L e , 61.
Ibid., 146-253* Son interesantes las cscépticas declaraciones de Brctschncidci
acerca del «tcstimoníum internum» del Espíritu Santo: cf. 205s.
* F. SCHLEIERMACHER, Der chfisttiche Glaube (1821). 1830 (2- d . \ % 19. Cf. Kun*
Darstetlung des theologischen Studiurns, 1811. 56. § 3 í=Schleiermachers kurze
Darstellung
99
des theotogischen Stuáiums, edición crítica de H. Sarxjt, Leipzig 1935.74).
Cf* la observación de Schleicrmachcr contra un «uso sólo,., crítico de la Es-
critura» en la Dogmática: Der christliche Glaube, 1830 i2.' cd.)f § 1312.
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42 /. La verdad como tema de la teología sistemática
w Ibid.. § 15.
X" Ibid., § 19.1 v § 25, asi como ya el § 19,3. Cf. también Kune Darsteílung. 1811,
58s, § HM6 (H SOÍOLZ, 78s).
•* Der christüche Gtaubc, 1830. § 25.
w* Ibid., § 27É 4. Cf. también al respecto § 128, 3, donde Schleiermacher nota
que «en toda la exposición de Ea fe hecha hasta aquí, a esta sólo se la presupone
en un ánimo necesitado de salvación —sea cual fuere el origen de éste—; a la
Escritura, en cambio, sólo se la ha aducido en detalle en cuanto expresión de
aquella misma fe*; no debería darse la impresión de que «una doctrina forma parte
del cristianismo por estar contenida en la Escritura, pues por el contrarío, sólo
está en la Escritura porque pertenece al cristianismo»,
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4. Evolución y problema de ¡os ^Prolegómeno» \\
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44 I. La verdad como tema de la ¡coloría sistemática
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4, Evolución y problema de los ^Prolegómeno* 4i
'*> K. BARTH, Die christtíchc Dogmaiik im Entwurf, 1927, § 7. 83s. Cuando Barth
propone su alternativa está pensando, en primer lugar, en el contenido de la Dog-
mática, pero al mismo tiempo también en su fundamentación, es decir, en «el
modo» en el que la Palabra de Dios «es realidad para nosotros o en el que se nos
da a conocer como realidad» (83).
"2 Ibid., 108 y 105 y 106.
iu Kirchiichc Dv%matikt I/J, 1932, Jó. Esta afirmación se fundamenta diciendo
que no es el individuo aislado el que hace la Dogmática, sino la Iglesia. Al parecer
se pretende evitar así el problema implícito en la (ormulación de 1927, según la cual
en el comienzo de la Dogmática se encuentra la audacia, la 'petitio principü», de
contar con la Palabra de Dios (cf. la nota anterior).
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46 h La verdad como tema de la teología sistemática
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4. Evolución y problema de los ^Prolegómeno* 47
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48 /. La verdad como tema de la teología sistemática
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5- La verdad de la doctrina cristiana como tema de la sistemática 49
ii* Sobre la universalidad de las proposiciones dogmáticas, cf. del Autor. ¿Qué es
una afirmación dogmática?, en Cuestiones fundamentales de teología sistemática,
27-52# esp. 42$ [I, 1967, 159-180, csp. I72sJ.
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5* La verdad de ¡a doctrina cristiana como tema de la sistemática ^
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52 /. La verdad como tema de la teología sistemática
M<
Formulación de Karl Jaspcrs.
M9 La comprensión del método teológico de Anselmo de Canterbury que insi-
nuamos aquí es la defendida por la mayoría de los intérpretes de su obra; por
ejemplo, por R S. Samtrr (LThK, 1937 (2.* cd.)F 592-594), el autor de la edición cri-
tica completa de sus escritos. Opuesta es la de K. BARTH, Fides quaerens inteltectmtf-
Anseíms Beweis der Extstenz Cotíes im Zusammenhaiig seines theologischen Prfr
gramsf 1931. Cf. también P, MAZMREUA, // pensiero specularivo di S. Anselmo d'
Aosta. Padua 1962. 103-169.
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5, La verdad de la doctrina cristiana como tema de la sistemática 53
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54 I, La verdad como tema de la teología sistemática
170
Sobre este debate, véanse, en particular, los volúmenes que citamos en las
dos próximas notas, uno escrito y otro editado por L. B. Puntcl.
i:t
Sobre la teoría de la coherencia de N. Reschcr sobre la verdad, cf. L. B. PUN-
TEL, Wahrhcitstheorien in der neueren Phüosophie, 1978, 182-204. También aquí (203s)
se manifiestan dudas sobre la separación entre concepto y criterio de verdad* Y
véase, además, k> que se dice sobre B. Bianshard (I74ss), quien ya en 1939 había
mantenido la tesis de que la «coherencia* sólo puede constituir un criterio de la
verdad si pertenece también a su concepto.
122 N. RESOIQI, Truth ax Ideal Coherence, 1985 (editado en alemán por L. B. PUN-
TO., en Der Wahrhcit$begrifft Darmstadt 1987f 284-297).
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5* La verdad de la doctrina cristiana como tema de la sistemática 55
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>t> I. La verdad como tema de la teología sistemática
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5. La verdad de ia doctrina cristiana como tema de la sistemática 57
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3* /_ La verdad como tema de la teología sistemática
H. N. JANOWSII, Grundlagcn der Theoiogie — ein Diskurs, Stuttgart 1974, TQss, Véa-
se también G. SAITER, überlegungen tu einem wciteren Gesprüchsgang über ^Theo-
iogie und Wissenschaftstheorie*, en Evangellsche Theoiogie 40 (1980) 16M68, esp. 162s
y mi
t;:
respuesta, ibd. 168ss, esp. 170-173.
El concepto de hipótesis se utiliza habhualmcnte en sentido restringido para
supuestos a los que -se considera» verdaderos con el fin de describir o explicar
otros asuntos, aunque su propia verdad esté en principio en discusión. Este era
el uso lingüístico antiguo (cf, A. SZAK>, en HWPh 3, 1974, I260s> con el que coinci*
den también las breves explanaciones de Nt Rcschcr (Ibd.. 1266), El concepto expe-
rimenta una ampliación con el análisis del lenguaje que hace el llamado positivis-
mo lógico. Así. R. Caroap designaba como hipótesis en 1928 a todas aquellas afir*
mac iones que. aun siendo «llenas», porque cabría pensar en «experiencias» capa-
ces de decidir sobre su verdad o falsedad, no han sido hasta ahora examinadas y
validadas de dicha manera (Scheinprobíeme in der Phitosophie, reimpresión cd. por
G. Patzig. 1966, 52, cf. 50). Las -experiencias» que dan soporte a afirmaciones «va-
lidadas», y que habrán de darlo todavía a otras, son percepciones sensoriales reco*
gidas y acuñadas en proposiciones de observación. Para M. Schltck (Über das Fun-
dament der Erkenntnis, en Erkenntnis 4 (1934) 79-99» esas «constataciones» son «las
únicas proposiciones sintéticas que no son hipótesis» (ibid*, 98)* Es decir, que, a di*
ferencia de Carnap, según Schlicfc también son hipotéticas las proposiciones reduci-
das a esta base, pues son dependientes de «constataciones». Pero, para Schlick,
incluso las constataciones no se pueden distinguir de las hipótesis más que en el
momento mismo de su formulación: desde ese momento se convierten en meras
hipótesis carentes de certeza Incontestable. De este modo, Schlick se convenía
en pionero de la crítica de que una certeza empírica pueda fundarse sobre tales
proposiciones; la critica posterior se dirigiría sobre todo al hecho de que en dichas
proposiciones-base se hace inevitable la utilización de términos generales (cf.
W. STEGUOUJ», Meraphysik, Skepsis, Wissettschaft, 1969 (2.' cd.)f 279-307). De aquí
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5. La verdad de la doctrina cristiana como tema de la sistemática r<
e s t o n o q u i e r e e n m o d o a l g u n o d e c i r q u e e l q u e p r o n u n c i a e s a s afirma-
c i o n e s d e j e d e l a d o s u v e r d a d °*. E s l o e s t a r í a , e n e f e c t o , e n c o n t r a d i c - 68
ción c o n e l c a r á c t e r p r o p i o d e las a f i r m a c i o n e s d e fe. S e r í a i n c l u s o in-
c o m p a t i b l e c o n l a e s t r u c t u r a lógica d e las a f i r m a c i o n e s e n g e n e r a l , p u e s
ya su mera formulación implica u n a pretensión de que lo afirmado es
v e r d a d e r o . P e r o e s a m i s m a e s t r u c t u r a lógica d e las a f i r m a c i o n e s con-
lleva t a m b i é n la p o s i b i l i d a d de q u e el o y e n t e o el l e c t o r s u s c i t e la cues-
tión de si s o n en realidad acertadas, es decir, de si es j u s t a su preten-
sión d e verdad* P r e c i s a m e n t e p o r q u e l a a f i r m a c i ó n n o e s u n a s i m p l e
expresión de un estado de ánimo, sino que implica u n a pretensión de
v e r d a d , es p o s i b l e la p r e g u n t a de si es a c e r t a d a o n o - La p o s i b i l i d a d de
q u e el o y e n t e o el l e c t o r (o, en su c a s o , c u a l q u i e r a en el p l a n o de la
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60 /. La verdad como tema de la teología sistemática
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5. La verdad de la doctrina cristiana como tema da la sistemática 6L
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62 /. La verdad como tema de la teología sistemática
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% La vtrdud de la doctrino cristiana como t$ma de la sistemática 63
Por todo lo dicho, aunque trate todos los demás temas sub ratione
Deir como determinados por El y, por tanto, al tiempo que desarrolla
la idea de Dios, la Dogmática no puede comenzar directamente con la
realidad de Dios, Dicho con mayor precisión: la realidad de Dios se en-
cuentra dada en un primer momento sólo como una representación,
una palabra y una idea del hombre. Que haya que contar con Dios como
una realidad a la que tienden la representación y el concepto siendo
además distinta de ellos —y de qué manera habría que hacerlo— es algo
discutido. Si se pretende ignorarlo, habrá que pagar un alto precio por
ello: se estará dando así irónicamente por bueno que Dios es sólo una 72
representación humana. Quien quiera ir más allá, habrá de entrar en
esa discusión. Ya la cuestión de cómo es que los hombres llegan a con-
tar con Dios como una realidad pedirá entonces una cuidadosa aclara-
ción. Se trata de encontrar el camino para que la realidad de Dios, tes-
timoniada por los escritos bíblicos, pueda ser públicamente discutida
como algo real, para poder ponerse así en el punto de arranque de la
exposición dogmática propiamente dicha.
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64 /. La verdad como tema de la teología sistemática
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Capítulo II
LA IDEA DE DIOS Y LA CUESTIÓN
DE SU VERDAD
1. LA PALABRA «DIOS*
• Así lo observa con razón L U. DAUERTH, Exisíenz Cottes und christtichtr Gtau-
be. Skizzen zu eincr eschatologischen Ontoloziet 19MÉ $8s. remitiéndose a la tesis
de W. V. O. QUINE sobre el «ontological commitment» de las afirmaciones, pro*
puesta en From a Logical Point oí View (1953), 1961 (2.- ed,), HTB 566, 12ss-
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bí> //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
í K. RAHNER, Curso fundamental sobre la fe, Barcelona 1984 (3/ cd,), 67 [1976. 56],
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i. La palabra *Dios* 67
3
Por ejemplo. J. TRAC*. Sprachkritischc Vmersuchungen zum christlichcn Reden
von Gvtt. 1977. pide que se fundamente el lenguaje cristiano sobre Dios «en la ex-
periencia religiosa» (242, cf. I85s, 311. 314). También I. U. DANTOTO, Rettgióse Rede
von Cotí, J981, habla de una *basc cxpcricncial del lenguaje de fe cristiano»
(393-394). Dalferth encuentra dicha base en la *cxpcricncia de que Dios nos interpe*
la* por medio de Jesucristo (446É cf. 469ss, 489).
* Sobre la tensa relación entre fe y experiencia en el pensamiento de Lulero.
cf- P. ALTHAUS. Die Theologie Martin Luthers, 1962, 5S-Ó5. asi como también U. KOPP»
en TRE 10. 1982, 114s
* B. LAURET, Schulderfahruntí und Gottes/rage bei Nietzsche und Freud. 1977. ha
mostrado el significado fundamental que tiene la critica psicológica de la con*
ciencia de culpa en el ateísmo de Nietzsche y de Freud.
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68 II. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
Ahora bien. ¿la experiencia religiosa así descrita abre las puertas de
u n a delimitación m á s clara de la idea de Dios? En Ramsey —exactamen-
te igual que en Schleiermacher— sucede más bien lo contrario: la idea
de Dios funciona como Interpretament de la experiencia religiosa ,0. Las
discusiones posteriores de la filosofía analítica de la religión lo han
puesto de relieve todavía con mayor claridad- La experiencia religiosa
sólo puede aparecer como «encuentro» con Dios (o con un dios) si hace
u n a interpretación que se sirve ya de la idea de Dios n . Ha sido sobre
todo John Hick el que ha insistido en que la experiencia religiosa, como
* H. D. LEWIS, Our Experience o¡ Cod, Londres 1959É 1970 (Ed. Fontana), 120, 128.
7
I. T. RAMSEY. Religious Language, An Empiricat Placing o¡ Theologtcat Phrasest
Londres 1957. 1963 <Ed. Bolsillo), 28s, cf. 25s. En este último pasaje se puede otv
servar cómo Ramsey se inspira en Ja psicología de Gcstalt* La introducción del li-
bro (csp. 15) hace referencia al reto del análisis filosófico del lenguaje.
« Ibid., 40s.
• Ibid. 41.
(° Para Ramsey «Dios» es una palabra clave («kcy word»: SI) con la que se
expresa la totalidad del compromiso que va unida a la experiencia religiosa, un
compromiso que no es, por su parte, deducible de percepciones sensibles (48). En
Schleiermacher la idea de Dios pertenece a la reflexión sobre la experiencia reli*
giosa. En la primera redacción de los discursos Sobre la religión, de 1799, la idea
de Dios es una más de las posibles interpretaciones de ese «universo* que, en su
experiencia religiosa, se le muestra al hombre como activo (129 [Ed. de A. Glnzo,
Madrid 1990p 84)). En el Tratado sobre ta ¡e, de 1821 (2.' cd. de 1830), se dicv que
con la palabra «Dios- se expresa la -reflexión más inmediata- sobre el «senti-
miento de dependencia-, dándose a entender con ella «aquello a lo que referimos
esta nuestra manera de ser* (§ 4. 4).
» Lo mismo dice I. U. DUJERTH, Religióse Rede von Con, 1981. 432s, remitién-
dose, ante todo, a R. W. HLPBUHN. Ckristianuy and Paradoxy, 1958, y a J- I CAMPBELL,
The Langaage of Religión, 1971.
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/« La palabra #DÍOÍ- 69
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70 IL La idea de Dios y la cuestión de su verdad
l
* Se puede mostrar así que describir la función de ia palabra «Dios» como un
simple cualifkador de una determinada concepción de Ea vida o una determinada
orientación de la praxis, contraponiéndola de este modo a un designador de un
objeto, es no entender lo que quiere decir cl lenguaje religioso. Sobre las apor-
taciones de H. Braun, P. van Burén y F. Kambartc! sobre este tema, cf. I. U. DAL-
FERTH, Existenz Cotíes tmd christlieher Gtaube, Skitze tu einer eschatologischcn
Qrttotogie, Munich 19&4, 89ss. Sobre la propuesta de F. Kambartc! (ZEE 15, 1979,
32-35) de catalogar la palabra «Dios* como una expresión sincategoremálica, véase
ante todo J. TRAC*, l.c, 219SS, 224, 229, 252ss.
»* Véase, al respecto, J. TRACK, Le., I75ss, csp. I85ss, y también I. U. DALFERTH,
Reügiose Rede von Cottt 1981, 571-5*3.
i* Asi, por ejemplo, M. DURJUXT» The Logical Stfltus of *God*r Londres 1973,
15 y 49.
• r I. U. DALFERTH. Religióse Rede von Gvti, 1981, 574ss.
« Ibid., 576.
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I. La palabra *Dio$* 7!
w
Es lo que dice DAIJÜRTO. íbid.
» DAUTRTH, l e . 563, cf. 5664 568s., 550. 5S2.
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72 //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
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/. La palabra riMflfv 73
*i De ahi que no sea casual que las explicaciones de Dalferth sobre la «expe-
riencia de ta interpelación de Dios» en Jesucristo no concedan lugar ninguno a Ja
referencia si mundo que viene dada ya con la palabra «Dios». Dalferth se pone
a sí mismo la siguiente objeción: «para poder experimentar a Jesús como la in*
terpelación de Dios, «Dios* no debe ser para mí una expresión vacia*. Pero dice
que esta objeción «así planteada no es pertinente», porque con ella se está enten-
diendo la palabra «Dios» como una designación general y no como «designador
rígido» que da nombre solamente a un único individuo (600). Pero no cae en la
cuenta de que la comprensión de ta palabra «Dios* como «designador rígido» pre-
supone ya la unicidad de Dios y la relación de Dios con el mundo que dicha uni-
cidad implica. Ahora bien, si no se tiene en cuenta esta Implicación, hablar de una
«experiencia de la interpelación de Dios» en Jesucristo es algo vacio y que no
dice nada.
** I. T. RAMSEY. Religious Languagc, 53, cf. 83 (sobre ta idea de creación) y 48
(sobre la relación entre key words y percepción) y, finalmente, en 41. la descrip-
ción del «rcligious commitment as a total commitment to the whole universe» que.
a causa de su totalidad, va unido a «palabras clave» que son el fundamento de la
visión de las cosas de la que procede, como respuesta, el compromiso.
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74 //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
a Curso fundamental sobre la fe, Barcelona 1984. 69 [1976. 57]. Cf* también
T. RfcNDTORFF, Cott — cm Wori unserer Sprache? Ein theotozischer Essay, 1972,
18ss. A pesar de una expresión ambigua de la p. 28, la palabra «Dios» no ha de
ser entendida, según Rendtorlf, como el -nombre» de la realidad en su totalidad
(como dice J. Ttuct, l.c. 303, nota 64), sino, de acuerdo con lo que se dice expre-
samente en la p 31, como el «sujeto* de dicha totalidad, es decir, del mundo.
Rcndtorff hace aquí una crítica de E. JÜNGCI, Con — ais Wort unserer Sprache,
en Unterwgs zur Sache. Theologische Bcmerkungen, 1972, 80-104* Retoma y explícita
a su manera la concepción de E. EBOJNG, Cott und Wortt 1966, 60s, que Jüngel re-
chaza (84). Según ella. Dios ya es antes de la proclamación del Evangelio «el mis-
terio de la realidad». Rcndtorff se aparta, es verdad, de la concentración de Ebe-
ling en la «lingualidad», en «la situación básica del hombre como una situación de
palabra» (57). Pero, por lo demás, coincide ampliamente con él en el tratamiento
de la cuestión de Dios como esa «pregunta por el todo, por lo primero y por lo
último» que se da en la conciencia y que incluye en si la pregunta por el mundo
y por el hombre (G. ESELIKG, Wort und Gtaube, I, 1960, 434). Claro que también en
este último lugar subraya Ebeling la mediación lingüística (la «forma de cncuen*
tro») de dichas cuestiones. Ahora bien, sobre esto no tendríamos que discutir ya
más si acordamos que cuando hablamos de palabra y de lenguaje no se trata de
«meras» palabras, sino del lenguaje en su función desveladora de la realidad, fun-
ción a la que pertenece también la distinción que el mismo lenguaje establece
entre palabra y objeto.
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I. La palabra *D¡OSM 75
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7b //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
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2, Conocimiento natural de Dios y * teología natural* 77
»WA 56, 176, 2óss (sobre Rom 1,20). A continuación <WA 36, 177) dice que
esc conocimiento incluye el poder» la justicia, la inmortalidad y la bondad de Dios
y que es indeleble (¡nobscurabiíist, pero que la veneración de Dios que se seguiría
de él se le ofrece equivocadamente a los ídolos. Tal vez haya que interpretar en
este mismo sentido otras manifestaciones posteriores de Lulero, según las cuales
aunque la razón sabe «que hay un Dios-, lo que no sabe es quién es (WA 19, 207,
3ss). Véanse todas las citas que recoge P. Aimu s. Die Theólogie Martin Luthers,
I962r 27ss. Cf. también B. Loftst, Ratio imd fides. Eine Vntersttchung über ate ratio tn
dtr Theotogie Luthers, 1958. 45ss, 59ss.
w W. NIESCL, Die Theólogie Calvins. Munich 1957 (2/ ed.), 39-59. Calvino. a pesar
de que insiste en el indeleble sensus divinitatis (Inst. I, 3, csp* I. 3, 3) impreso en
el hombre y en el testimonio que la creación da de la existencia y de la gloria
di Creador «niega que en su estado actual le sea posible al hombre llegar por esos
medios a un pleno conocimiento de Dios. Pero hay que tener en cuenta que para
él este conocimiento pleno sólo se da junto con una adecuada veneración de Dios:
«Ñeque enim Dcum. propric loquendo, cognoscl dteimus ubi nulla cst religio nec
pictas* (Inst. I. 2, 1).
'J En sus Lod praecipui theotogici de 1559 Mclanchton decía de la descriptio Dei
platónica (que él resumía asi: «Mcns aeterna» caussa boni in natura») que sus ideas
«verac et eruditac sunt et ex firmts demonstrationibus natac». aun cuando fuera
necesario añadirles los asertos procedentes de la revelación bíblica («addcndum
est»): CR 21. 610. Sobre el tratamiento que hace Melanchton de las pruebas de
Dios y sobre su influjo en la teología reformada, cf. J. PLATT, Reformed Tliought
and Scholasttcism. The Argutnents for the Existence oí God in Dutch Theotogy
/575-/Ó50, Leiden 1982, csp. 346 y 49ss (sobre Ursinus).
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ra //, La idea de Dios y la cuestión de su verdad
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2* Conocimiento natural de Dios y 'teología natural» 79
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so //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
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2- Conocimiento natural de Dios y 'teología natural* ti
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82 II, La idea de Dios y ¡a cuestión de su verdad
11
En Las Leyes (893b-899c) Platón utiliza esta argumentación para fundamen-
tar la fe en la existencia de tos dioses, Pero la había desarrollado antes como
prueba de la inmortalidad del alma iFedónt 245 c 5-246 a 2). Más tarde, Aristóteles
describió el asunto de tal manera que consiguió evitar la idea de que el alma se
mueve a si misma, que le parcela sin sentido (Metafísica, 1071 b 3-1072 b 13; el. Físico,
25645a 13-260 a 10).
Véase, sobre esto del Autor, La asimilación del concepto filosófico de Dios
como problema dogmático de la antigua teología cristiana, en Cuestiones funda-
mentales de teología sistemática, 1976, 93ss [I, 1967, 312ss).
* E. JCNCEL, DOS Dilema der natüríichen Thcotogic und dic Wahrheit ihres Pro*
btems, en Entsprechu ngen: Gott —Wahrhcit^ Mcnsch. Theologische Erórterungen,
1980, 158-177, 162. no menciona que ha sido esta la causa que «obligó» a la fe cris-
tiana a «entenderse entonces también en el lenguaje de la filosofía» a sí misma.
Pero esa «obligación» —de la que el mismo Jüngel habla— no parece que haya po-
dido ser motivada por el «hecho» mismo de la asimilación crítica, según el dice
en ese lugar,
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2, Conocimiento natura! de Dios y ^teología natural» S>
47
Véase al respecto del Autor, Cuestiones fundamentales de teología sistemática,
1976, 109s. Í27ss. !43s [310s, 32óss. MU]. E. JÜNGEL. I.c, 164, ve. en último término y
con razón, el motivo de la necesidad de «rechazar el conocimiento filosófico de
Dios» —bien entendido que en el mismo «plano filosófico»— en que es muy pro-
blemática la «convertibilidad» de los conceptos de naturaleza y creación. En mi ar-
tículo citado en la nota 45 digo lo mismo hablando de la diferencia entre una
comprensión historial del mundo y otra que es ahistórica.
* Véanse mis observaciones al respecto ya en Cuestiones fundamentales, 108s
[I. SftM. En su discusión conmigo, en el articulo citado en la nota 46, E. Jilngel
no habla ni de esta afirmación paulina ni del problema objetivo que con ella se
plantea, que es el decisivo para la recepción cristiana de la antigua teología natural.
« M. PrwLTN7, Die Stoa, I. 1959. 262s. Agustín nombra a Scaevola en De Civt
Dei IV, 27, pero por lo general con quien él polemiza es con M. Terentius Varro.
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84 //. La idea de Dios y ¡a cuestión de su verdad
* De Cív. Dei VIII, 1: «Porro si sapicntia Dcus cst. per quem facta sunt omnia,
sicut divina auctorítas veritasque monatravít. venís philosophus cst amatar Dei».
Cf. 51VIH, II.
Cf. lo que explico en Christentum und Platottismus. Die kritische Platonrezep-
tiort Au&ustins írt íhrer Bedeututig für das gegcnwártigcn chrístlicfien Denken, ZKG
96 (1985) 147-161. esp. 152ss.
H En De Civ* Dei VIII 10, 2 se dice que están de acuerdo con los cristianos
(nobiscum sentiunt) todos los filósofos que, como los platónicos, enseñan que Dios
es la causa del universo, asi como la luz de la verdad y ta fuente de la felicidad.
5* I. A. SOOIIDT. Gottheit und Trinitat nach dem Kommentar des Gitbert Porreta
ZM Boethius De Trinitate, Basilca 1956.
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2. Conocimiento natural de Dios y «teología natural» 85
w Cf. W. KASPCR, El Dios de Jesucristo. Salamanca 1985, 95 (1982. 102), Fue este
el resultado de la discusión en torno a La llamada «NouvcMc Thcologic*, sostenida
durante los dos decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial a partir, sobre
todo, de la obra de H. DE LURIC, SurnatttreL Etttdes historiques, París 1946. Una
breve panorámica de ella se encuentra en H. KONG, ¿Exbte Dios? Respuesta al pro-
blema de Dios en nuestro tiempo, Madrid 1979, 706-712 [1978, 570-575).
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86 //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
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3, Pruebas de Dios y critica filosófica S7
secundum quemlibet statum esl naturale aliquo modo cognoscerc Deum, sed in
suo principio, id cst in statu viac, cst ei nalurale quod cognoscat Deum per crea-
turan scnsibíles». Es verdad que en la tendencia del hombre a la felicidad se da
ya también un saber confuso acerca de Dios (*sub quadam confusione»), pero con
ella no se le conoce como Dios (STh I, 2 a 1 ad 1)*
» Este es el sentido preciso de la designación de Dios como ens necessaríum.
E. JÜNCEL, Dios como misterio del mundo. Salamanca 1984, 32-56 [1977, 164}). bajo
el epígrafe de «¿Es Dios necesario?*, no distingue el mencionado sentido de ne-
cesidad de la necesidad «mundanal* de Dios (35s [19s]), es decir, la necesidad de
la existencia de Dios como causa del ser del mundo (cf, esp. 50s [36s]). El con-
cepto de Dios como erts necessaríum no se refiere —justo también en el caso de
Descartes y de Leibniz— ni a la relación de Dios con el mundo ni a su necesidad
«para la res cogitans humana* (160 [156]). Significa tan sólo que Dios existe de
modo absoluto y que no está sujeto a la posibilidad de no existir: su existencia es
inseparable del concepto de su esencia. Quien entienda el sentido del concepto de
tns necessaríum no podrá valorar la tesis de Jüngcl de que Dios es «más que ne-
cesario* (44 (30)) como una aportación positiva a la elucidación critica de dicho
concepto. En cambio, la tesis de Jüngcl tiene su sentido para expresar la libertad
de Dios respecto del mundo. Porque, en efecto. Dios es no sólo el origen de la
existencia dd mundo que hay que presuponer necesariamente* En cuanto creador
es su origen libre y en cuanto Dios de la reconciliación y de la salvación es, otra
vez, libre frente al mundo. Ahora bien, por esto no hav que negar la necesidad
de Dios para el mundo. Estar necesitado de Dios es algo propio de su ser erratu-
ral. Quien niega la necesidad de Dios para el mundo, le niega a este su ser crea-
tura!. Y esto vale con independencia de que se pueda conocer a Dios a partir del
mundo como a su creador y sostenedor y de que haya una concepción del mundo
en cuyo marco el supuesto de la existencia de Dios no sea «necesario» para la
intelección del mundo. La teología, si no quiere dar por perdida la doctrina de la
creación, tendrá que considerar que este tipo de comprensión del mundo, que de
hecho se ha ido desarrollando en la Modernidad, es deficiente.
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*8 //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
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J. Pruebas de Dios y crítica filosófica tW
hecha en Amstcrdam en 1685 con todas las objeciones y sus respuestas (en la edi-
ción de Vidal Peña, p, Í7ss [PhB 27. 105]). Véase a) respecto HENRICH. Ir.. 12s,
** Cf. las explicaciones de D, HEKRIQI, l*c„ 52ss*
* Ibid*. 55ss*
** Sobre Baumgartcn. véase HÍMUCH, l.c-, 62-68; sobre su juicio acerca del ens
necessarium, ibid., 64.
*7 Véase al respecto W. L* ROWF. The Cosmológica! Ar&ument, Princenton/Lon*
dres 1975, 222-248. esp. 235*.
** Por ejemplo, en A. KEKNEY. The Five Ways. St. Thomas Aguuias' Proofs of
Gods' Existence. Londres 1969. 69. Cf.. por el contrario, cómo observa H. SEIDC„ en
el volumen editado y comentado por él. Die Gottesbeweise in der *Summe gegen
dte Heidcn* imd der *Siunme der Theologie», PhB 330. Hamburgo 1982, 152sP que.
en el marco de la ontología aristotélica y tomasiana, lo necesario no causado sólo
podía ser «una substancia puramente inmaterial**
<* D. Hcnrich observa al respecto que Baumgartcn de esc modo «hace depender
a posteriorí el concepto de ens necessarium de la prueba ontológica* Quien lee con
atención la metafísica de Baumgartcn y llega a considerar que la primera prueba
onlológica (c.d., la hecha a partir de la idea del ser perfecto: W*P.) no es con*
cluyente. se plantea inevitablemente la pregunta de qué será lo que al fin habré
que entender por 'ser necesario*» ( l e . 66).
yo //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
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3. Pruebas de Dios y crítica filosófica 9\
« Cf.p al respecto, J. CLAITON. Cotsesbewcise II, en TRE 13. 1984, 732s. Véase, ade*
más, el análisis critico, que incluye también una historia de cada uno de los ar-
gumentos. hecho por A. KUNKT, The Fivc Ways, Sí* Thomas Aquinas* Proofs oí God's
Existence, Londres 1969. En un anexo del libro citado en la ñola 68 se encuentra
la defensa que H. SEIDL hace de Tomás frente a las objeciones de Kenny.
» Según D. SCMLOTER, HWPh 3. 1974. 821, el «fundador de la posterior prueba de
los grados» es Plalón con la descripción que hace en El Simposio <2I0e2Ilc) de la
elevación a la idea de «lo bello mismo- y con la doctrina que expone en Lú Re-
pública (504a*5Ü9b 10) acerca de lo bueno como Idea de las ideas. Véase también
Aristóteles, Aftr 993b. 26-31.
*77 Cf. más arriba la nota 44.
STh I, 2 a 3 resp. Sobre la prueba misma, cf. A* KENNY. l.c., 6-33, y tas co<
rrecciones de su interpretación por H. SEIDL, l,c*t 142s.
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92 //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
* Véase al respecto ScG I, 13» hacia el final del capitulo, y. además, las expli-
caciones de W. L. CfUic, The Cvsmological Ar&ument ¡rom Plato to Leibniz, Nueva
York 1980, 175-181* En la ScG I, 13, para fundamentar su idea de la imposibilidad
de que la cadena de las causas pueda prolongarse infinitamente Tomás se remite
la Metafísica (9Wa 5-8) de Aristóteles. Pero allí no se trata de causas de la existencia
de las cosas. £1 verdadero origen del argumento de la cadena de causas asi conce-
bido parece que habría que buscarlo en la filosofía árabe» en concreto, en al-Farabl:
cí. R. Huutoxo, The Phitosophy of Alfarabí and Its Inftucnee on Medieval Thought,
Nueva York 1947. 19ss.
'* Algunas interpretaciones recientes de la tenia vía de Tomás de Aquino han
acentuado tan fuertemente la diferencia entre ella y el argumento de contingentia
mundi desarrollado después por Leibniz, que resulta incluso dudoso si se los puede
considerar a los dos como pertenecientes a un mismo tipo. Véase csp. A. KESKI, Le.
4649. y W . L CIUIG. Le*, 18lss. 276s. y. también, el juicio de J. CurroN, TRE 13,
1984, 748. Se llama con razón la atención sobre que la prueba de Leibniz se basa
en el principio de la razón suficiente, mientras que el fundamento del argumento
de Tomás está en el principio de causalidad (cf* esp* ScG I. 15). Además, el con-
cepto de necesario no excluye aquí el ser causado, de modo que también en este
argumento se plantea el problema de un regreso que termine en lo necesario no
causado. Sus paralelos más cercanos se encuentran en Moisés Maimonides <cf*
CRAIÜ, l-C( 142-149). pero se remontan ya a ibn-Sina y a al-Farabi (Ibid.. 88ss-
Cf. R. HUIUO\D, Le. 20$). Que se pueda considerar el argumento de Leibniz como
una variante del mismo tipo, a pesar de todas las diferencias, depende sobre todo
de si hay que entender los conceptos de «posible* y de «necesario» en el sentido
de necesidad lógica o de necesidad física (cf. KENKY. Le. 48ss). H. SRIDL, Le. 152ssf
se ha manifestado —con toda razón— en contra de una alternativa así. Por eso. a
pesar de todas las dificultades, podemos entender la tertia via de Tomás de Aquino
como una variante de ese tipo de prueba cuyo itinerario es posible seguir desde
la filosofía árabe, pasando por la escolástica cristiana, hasta la Edad Moderna.
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5. Pruebas de Dios y crítica filosófica 9?
90 W. OCXÜUI, Ordlnatio I d 2 q 10, en Opera, IV. Nueva York 1970, J5*, 17ss.
Cf- sobre esto, Ph. BOEMNER, Collcctcd Anides on Ockham (ed. E. BITÍTAERT, Nueva
York 1958, 399-420 y, además, también el breve resumen de E. GiLSON/Ph. BOEHNER,
Chrístliche Philosophie vori ihrert Anfünten bis Nikolaus von Cues. 1954 (3* ed.), 617 s.
«i Cí. sobre esto m¡ articulo Gott und dU Natur, en Theologie und Philosophie 58
[1983) 481-500, esp. 485s; además, I. NEWTON, Principia, I, def 3. La consecuencia de
la que hablamos en el texto no fue sacada todavía por Descartes, porque él no
consideraba aún a la inercia como una vis Ínsito. Pero tampoco Newton la sacó,
porque 61, a diferencia de Descartes, no reducía todos los cambios a efectos me-
canicislas de unos cuerpos sobre otros. Pero la consecuencia se siguió en cuanto se
unieron el concepto newtoniano de la inercia y la reducción de todas las fuerzas
a los cuerpos. Sobre algunos intento* tomistas de defender la «primera vía» de
Tomás de Aquino frente a las consecuencias de la introducción del principio de la
inercia, cf. KEKNV, l o , 29ss.
*1 Véase W. pHmpr, Des Wcrden der Aufklarung i>i theologiegeschtchtlícher Stchit
Gotinga 1957. 21-73.
*
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9^ f/. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
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5. Pruebas de Dios y críticü filosófica 95
PhB 27, 2fi9&s). Descartes explicaba al respecto que nuestra capacidad de «superar
las perfecciones de todas las cosas creadas» tíos permite descubrir «que vive en
nosotros la idea de una cosa mayor, es decir, de Dios» (518; ed. de V* Peña»
p. 289; PhB 27. 336). Pero ya Cateáis habla apuntado que la constitución de las
ideas particulares (y, por tanto, de la idea de Dios) podía estar fundada justa-
mente en la imperfección de nuestro entendimiento que no es capaz de abarcar
el universo con un solo concepto (Primeras objeciones; 120; ed. de V. Peña. p. 82s;
PhB 27, 83).
** S. CIARKF-, A Demostraron of the Being and Attributes of God, Londres 1705.
Véanse los detallados análisis al respecto de W. L. Rowe, The Cosmológica! Argu-
mentt Príncenton/Londres 1975. 60-248.
» W. L CRAIC, The Cosmological Argument from Plato lo Uibnit, 1980, 276
acentúa, con ratón, la diferencia que se da aquí respecto de la tenia vía de Tomás
de Aquino. No cabe duda de que es una diferencia debida a que el argumento de
Leibniz se basa en el principio de la ratón suficiente, no en el de causalidad. La
que resulta menos clara es la tercera diferencia que Craig menciona (277).
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% //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
*' G. W. F. HEGEL, Enciclopedia de tas ciencias filosóficas (1817), 1827 (2.' cilj,
§ 50 u-d. de H. Ovejero y Maury, Madrid 1917, voL 1, 95). Cf. su critica de la unf-
lateralidad de la theologia naturáíis, que no habría hecho también tema suyo la
«relación del hombre con Dios», sino sólo la idea de Dios en si (El concepto de
religión,
w
cd. de A. Ginzo, México/Madrid/Buenos Aires 1981. 199s [PhB 59. 1925, 1561).
lisia habla sido la crítica de las pruebas de Dios Que hacía F. J. Jacobi en
sus cartas sobre la doctrina de Spinoza (1785).
« Lecciones sobre tas pruebas de ta existencia de Dios, Madrid 1970, 147 [PhB 64É
1966. 103], Cf. Ciencia de ta lógica, cd. de A. y R. Mondolfo, Buenos Aires 1968
(2/ cd.)f 389 [PhB 57, 62], y, también, las lecciones sobre filosofía de la religión:
El concepto de religión, o.c.f 248ss [PhB 59p 2Ü7ss],
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J, Pruebas de Dios y crítica filosófica 97
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98 //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
Philos. Journal 8 (1798) 1-20. esp. 15ss. Cf. Gerichttiche Verantwortungsschrift gegen
dtc Anktagc des Atheísmus (1799), en H. Lirauu (ed.)p Die Schriftcti w /. G. Fichtc's
AtheismusStreitr Munich 191?, 196-271. 221ss, csp. 226 y 227ss.
» Aerarte, De libero arb., II, 12; cf. 15,
» J. G. Fiom, Dle Wissenschúftslehre (1804), PhB 284. 1975, 266s; cf. ya 75.
K* J. G. FtOfTE, Darstethmg der Wisscnschaftslehre (1801/1802). PhB 302, 1977, 86,
cf. 219ss.
ioi D. F. SCMLEIERIÍACHER, Der Christtiche Glaube, 1821, § 4,
i© S, KIEMEGURD, La enfermedad mortal (1849). Víase sobre todo la definición
del espíritu como relación con !o infinito que se relaciona consiso misma: en la
cd de D. G. Rivera, Madrid 1969, p. 47 [SV XI, 127]. A pesar de la critica que
Kierkegaard hace en Fragmentos filosóficos (1844) de que se intente probar la
existencia de Dios (ed, de A. Cartclüú México/Buenos Aires 1956. Tlss [SV IV,
207ssJ>, no podemos dejar de considerar su descripción de la constitución del hon>
bre en relación con Dios como una de las «pruebas de Dios» de tipo antropológico.
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3. Pruebas de Dios y critico filosófica 99
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LOO //. La idea <te Dios y ¡a cuestión de su verdad
107 m i s m o t i e m p o , c o n s e r v a l a i m p o r t a n t e función q u e y a K a n t l e a s i g n a b a
al c o n c e p t o r a c i o n a l de « u n s e r o r i g i n a r i o » , a s a b e r ; ^rectificar [afir-
m a c i o n e s s o b r e Dios d e o t r a p r o c e d e n c i a ] ... y s o b r e t o d o p u r i f i c a r l a s
de lo q u e pudiera ser contrario al concepto de un ser originario y de
t o d a i n t e r f e r e n c i a de l i m i t a c i o n e s e m p í r i c a s » m .
E s t a h a b í a s i d o l a función o r i g i n a r i a d e l a a n t i g u a teología n a t u r a l
f r e n t e a la t r a d i c i ó n religiosa; función a p a r t i r de la c u a l se h a b r í a de
d e s a r r o l l a r y a e n l a A n t i g ü e d a d — e s c i e r t o — u n a teología filosófica fun-
d a d a s o l a m e n t e s o b r e l a b a s e d e l a reflexión filosófica. L a t e o l o g í a cris-
tiana primitiva le reconocía también su función crítica, p e r o no la pre-
t e n s i ó n d e p o d e r f u n d a m e n t a r u n c o n o c i m i e n t o d e Dios s o b r e l a ú n i c a
b a s e de la reflexión filosófica. A D i o s sólo se le p u e d e c o n o c e r p o r D i o s
mismo 1 0 *- P o r e s o e l c o n o c i m i e n t o d e D i o s s ó l o e s p o s i b l e g r a c i a s a l a
r e v e l a c i ó n d e l a r e a l i d a d divina- A n t e e l h e c h o d e q u e l a e x i s t e n c i a d e
D i o s e n e l m u n d o e s t á e n c u e s t i ó n — u n h e c h o p u e s t o t a m b i é n d e mani-
fiesto j u s t a m e n t e p o r l o s e s f u e r z o s q u e s e h a c e n p o r p r o b a r l a — n o pa-
r e c e q u e s e a fácil a f i r m a r q u e d i c h a r e v e l a c i ó n h a y a a c o n t e c i d o y a irre-
s i s t i b l e m e n t e a n t e los o j o s d e t o d o s e n ¿ 1 a c o n t e c i m i e n t o m i s m o del
m u n d o . L o s r e s u l t a d o s a l o s q u e h a l l e g a d o l a h i s t o r i a d e las p r u e b a s
d e D i o s y d e l a d i s c u s i ó n e n t o r n o a s u c a p a c i d a d p r o b a t o r i a indican
que a r g u m e n t o s de ese Upo no pueden hacer c a m b i a r de m o d o decisivo
dicha situación de cuestionamiento de la existencia de Dios. Sin embar-
go, s o n a r g u m e n t o s q u e c o n s e r v a n s u s i g n i f i c a d o c o m o d e s c r i p c i o n e s d e
l a r e a l i d a d d e l m u n d o y del h o m b r e q u e a s e g u r a n l a inteligibilidad d e l
dres 1970, 4655. Hick ni siquiera trata la forma más sólida del argumento cosmo-
lógico, que es la prueba de la contingencia de Leibniz, pero entiende los argumentos
de Tomás de Aquino de modo neotomista como una expresión de la necesidad de In-
teligibilidad de la experiencia del mundo (e*p. 43s).
*n L K\m, Crítica de ta razón pura, 1781, A 6 » .
w> Esto es lo que, según Hegel, expresa la prueba ontológica, a diferencia de
las que parten de las cosas finitas. En ella no se da la inadecuación que se observa
en la forma de estas otras, en las que la existencia de Dios se sigue de la existencia
de las cosas finitas. Para Hcgci la unidad de concepto y de ser de Dios no acon-
tece más que en la revelación de la idea absoluta para sí misma y, así, también
para nosotros: no acontece tampoco para ¿1 en el pensamiento humano (Vorlesun-
sen über die Phttosophie der Religión III. Die ahuolute Religión, PhB 63, 37ss, 53ss).
Ya en la Lógica interpretaba Hegel la prueba ontológica como automanífestación
de Oíos en su acción: «A Dios sólo se le conoce en su actuación como el Dios vivo,
es más. como el Espíritu absoluto. Ya pronto se encontró el hombre remitido
a conocerle en sus obras; sólo de éstas se pueden seguir aquellas determinaciones
que llamamos propiedades, igual que su ser está contenido en tales determinacio-
nes. Es asf como el conocimiento conceptual de su actuación, es decir, de él mismo.
concibe el concepto de Dios en su ser y su ser en su concepto» {Ciencia de ta Ió-
nica, o.c, 622 IPhB 57p 354sl). Ahora bien, la prueba ontológica comprendida así,
como automanifestación de Dios, deja de ser una prueba que el pensamiento hu-
mano pueda realizar de por %ít porque nuestro concepto del ens necessarium sólo
puede ser pensado de modo abstracto, nunca en ta completa concreción que es
propia de la esencia de Dios. €f, también, las observaciones que sobre la fórmula
de Anselmo id quo maius cogitan nequit hace F. JÜNGEL. Dios como misterio del
mundo. Salamanca 1984p 197s [1977, lOTs].
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4, Critica teológica de la teología natural 101
discurso sobre Dios y que, por tanto, son también capaces de tunda-
m e n t a r algunos criterios de control de dicho discurso. En este sentido,
la teología cristiana tendrá que conceder que la filosofía y, en particular.
la teología filosófica tienen u n a función crítica respecto de su propio
discurso sobre Dios l0?. Pero ¿se sostiene esta solución también frente
a la crítica que la teología evangélica m á s reciente le ha hecho al con-
cepto y al método de la «teología natural» o se verá, más bien, ésta al-
canzada por dicha crítica?
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102 //. La itlt-i de Dios y la cuestión de su verdad
n* M. TINIMI* lx.p 392: «nothing, surc. can be more shoking, (han to supposc
the unchangcablc God. whose Sature, and Property k ever to lor&ivc, was not, at
al] Times, cqually wílling thcy should have ihc Satisfaciion of knowing ii».
i" BLTOEUS, ibid., 16 (§ 17). Cf. S. CLUÜCU, The Being and Attributcs of God,
Londres 1705, 197.
i** J. F. Bnxcirs, Le, 19ss (§ 23 y 24). También los deístas compartían la opi-
nión de que c! conocimiento originario de Dios habría sido falsificado con supers-
ticiones en las religiones de los pueblos (incluida la de los judíos) con el correr
de la historia: cf. TIND.IL, Le, cap* 8 (85-103).
»* D. HUME, The Philosophicaí Works, Londres 1882ss (ed, por T. H. Creen
y T. H, Grose), voL 4, 309ss, esp. 310ss: «That polythcism was the primary Religión
of Mcn», y 3l5s.
»* Ibd., 311: *It seems certain, that, accorcUng to the naural progresa of human
thought, the ignoran! mullitudc must fivst entertain some grovcling and familiar
notíon of superior powcrs, beforc they slrfch iheir conception to that perfect
Being, wo bestowed order on (he wholc framo of na ture... The mind rises gradualiy,
from inferior to superior; By abstracting from what is imperfecta II forms an idea
of perfect Ion.»
<» Ibid.: -But though I allou-, ihat Ihe order and framc of the universe, when
accurately examined, affords such an argument; yet I can never think that this
consideration could have an influence on mankind, when they formed their first
rudc notions of religión.»
•» Ibid., 331: «How much more natural, therefore, is it that a limited drity,
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4. Crítica teológica de ¡a teología natural 105
who ai first ís supposcd only thc i m medíate author oí thc particular goods and
ills in lifc, should ¡n thc end be represented as souvereing maker and modifícr of
the universe?... Thus. thc God of ABRAUAU* ISAAC and JAGO», became iht supremo
deity or JEHOVA of the JEWS.»
VI F. SCHLXIERMACWR, Sobre la religión. Discursos a sus menosprectadores culti-
vados (ed. de A. Ginzo), Madrid 1990. 161 [1799, 248].
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104 //- La idea de Dios y la cuestión de su verdad
121 En los Geschichiliche Studten zur christtichen Lehre van Gait (1865) no apa-
rece —que yo sepa— el tópico «teología natural». En la obra principal de Ritschl,
Die christUchc Lehre von der Rechtfertigung und Versahnung (3 vols.. 1870-1874)
aparece sólo en algunos pocos lugares del tercer volumen en su segunda edición de
18ft3. Es, pues, comprensible que H. J. BIKKM K. Natürüche Theologie und Offcnba-
rungstheologie. Ein theotogiegeschichtlicher Überblick: NZSTh 3 (1961) 279-295. %e
haya apoyado principalmente en el escrito polémico citado en el texto al escribir
sus páginas sobre Ritschl (289-291).
tu Die christUchc Vottkommenheü. Theoio^ic und Metaphysik, Golinga 1902, 42.
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4. Crítica teológica de la teología natural 105
"• Lx.t 35; cf. 34s. Paro Ritschl la indiferencia írenie a la diferencia entre es-
plrttu y mundo natural es irreligiosa porque el Dios de la religión es justamente
quien le asegura al espíritu humano su superioridad sobre la naturaleza (cf. 33s).
De ah( que opine que, a diferencia de lo que pasa con las pruebas de Dios cosmo-
lógica, Ideológica y oncológica, que son todas metafísicas (36. 39s.), «el argumen-
to moral de Kant [se encuentra] bajo el inconfundible influjo de la concepción
cristiana del mundo* (40).
t& Ote christliche Lchre vort der Rechtfcrtigung und Versohtiuttg, III, 18M
12.' ed.), 5.
1» Theoiogie und Mctaphysik, 32.
i*7 De ahf el veredicto de Ritschl: «...su doctrina general sobre Dios es teología
natural, exactamente igual que en el caso de Melanchton» (I.c, 92). Sobre Melanchton,
cf.. también. Rechtfertigutig und Versóhnung III, 2/ cd., 4. Se enjuicia aquí la doc-
trina del estado original como la base de un «conocimiento racional natural o
general de Dios que es indiferente frente al conocimiento cristiano de Dios...».
Con lo cual no se distingue entre conocimiento natural de Dios y teología natural.
u* En su Tratado sobre la fe Schleiermacher distinguía incluso de nuevo entre
religión natural y teología natural cuando escribía sobre Us cosas comunes ab*<
traídas de las religiones monoteístas —el conocimiento natural de Dios— que de
lo que se trataba con ellas era *no unto de una religión natural cuanto de una
doctrina de la fe natural, como habría que decir con más propiedad» (§ 101 Anexo).
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ICó il. La idea de Dios y ¡a cuestión de su verdad
como único Dios de todos los hombres por parte de los DO judíos*
¿Cómo iban, si no, los no judíos a creer en el Dios de Israel como el
único Dios sin hacerse ellos judíos? Tampoco Adoll von Harnack valo-
raba suficientemente el peso de esta cuestión cuando exponía la historia
de los dogmas y de la teología de la Iglesia antigua como la historia
de una helenización. es decir, del enajenamiento helenizante del Evan-
gelio, En esta exposición de Harnack seguía influyendo la crítica de
Ritschl a la recepción de la teología filosófica en la antigua Iglesia. Pero
Rilschl, al fin, había estado movido en su crítica por un interés de ac-
tualidad, apologético- Intentaba exonerar a la teología de su vinculación
con una metafísica que parecía obsoleta a los ojos del positivismo pro-
pio de las ciencias naturales de la época. E intentaba también mantener
la independencia de la conciencia religioso-moral frente a una visión del
mundo materialista, marcada por una ciencia natural mecanicista. Justo
cuando pensamos que ese interés era una interpretación del Evangelio
pedida por aquel tiempo 1 *, tenemos que sentir que su arropamiento en
una lucha contra la metafísica antigua estaba fuera de lugar. Porque
ésta, al menos la platónica, se había ocupado precisamente de la supe-
rioridad del espíritu sobre el mundo expcrimcntablc para los sentidos.
El reproche de indiferencia frente a la diferencia entre espíritu y natu-
raleza sólo puede ser caracterizado, por lo que a ella respecta, como
un craso error. Al parecer, la rudeza de esa catalogación estaba sola-
mente al servicio del objetivo de liberar a la teología de una metafísica
que le parecía enmohecida a una época ilustrada por la ciencia. Si esto
es asi, lo que Ritschl hizo fue acomodarse al espíritu de la época pre-
tendiendo. con el mismo golpe, entrar en discusión con él. Sin duda que
lo que no tenía claro era hasta qué punto socavaba con su crítica los
fundamentos históricos de la génesis y de la continuidad de una Iglesia
paganocristiana. No lo veía porque, irónicamente desde el tiempo de la
Ilustración, al menos desde Johann Salomo Semler, se infravaloraba el
grado de dependencia del mensaje de Jesús acerca de Dios respecto del
judaismo, pues se pensaba que Jesús habla sido el fundador de una
nueva religión totalmente independiente de la judía.
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4. Crítica teológica de la teología natural 107
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IOS //. La idea de Dios y h cuestión de su verdad
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4. Crítica teológica de la teología natural 109
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4. Crítica teológica de la teología natural 111
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112 //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
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4. Crítica teológica de la teología natural 113
:
'*' Claro que. en genera), tampoco la teología natural del Barroco y de la Ilus-
tración pretendía «mostrar el carácter racional de la revelación metodológicamente
de antemano, con anterioridad a la revelación de Dios, al fin y al cabo acontecida
ya»* E. JÜNGEL, l.c, 176, piensa que ahí estaba *cl engaño teológico de la thcolo-
gia naturalls». En todo caso fueron los deístas quienes pretendieron algo seme-
jante en cuanto trataron de reducir el contenido verdadero de la revelación histó-
rica de Dios al contenido de la religión natural Por lo general, las verdades reve-
ladas se entendían como algo adicional al conocimiento natural de Dios, un aña-
dido cuva «racionalidad» habla que mostrar específicamente y que, en todo caso»
presuponía dicho conocimiento natural. Hoy tenemos que -negarle* (JITNGEL, 177)
también al conocimiento natural de Dios esa función de praeambuta fidei en cuan-
to que implique un estatuto de conocimiento autónomo de la existencia de Dios*
Pero véase lo que decimos más abajo en lo que viene en el texto*
I;-1
E. JÜKütx. Le. 176. C"f. mis explicaciones en Teoria de la ciencia y teología,
Madrid 1981, 339ss [1973, 335ss) y también D. TRACT, Blessed Ra&e for Order. The
new Pluraltsm üt theotagy, Nueva York 1975 43-63.
152
lí. JÜNGJ2L, I c.P 177, lo niega, pero no distingue entre la posibilidad de íornui-
lar un conceuto marco de ese tipo y la pretcnsión de demostrar la existencia de
Dios, como lo hacían los antiguos praeambuía ad artículos fidei, antes de haber
hablado de su revelación, Jüngcl rechaza, con razón, la concepción que pretende
que «las características de Dios verbalizadas por la revelación no pueden entrar
en contradicción» con el concepto marco del que hablamos* ¡Claro que pueden:
ya en la Patrística sucedió asi en muchos casos! Sólo que las razones por las
que se entra en contradicción con ¿1 tendrán que justificarse en el mismo campo
en el que se discute la constitución del concepto marco que se contradice*
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114 //. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
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5* El conocimiento «natural* de Dios 11}
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116 // 1M idea de Dios y la cuestión de su verdad
w»Ibid„ 117a.
»« WA 56. 177, 14ss, Cí, también en WA 56, \7¡ cómo se describe la deducción
errada que conduce a la idolatría. Esta idea de una deducción errada a partir de
los principios de la sindéresis se encontraba ya en la doctrina de Alberto Magna
sobre la conciencia mal formada (cf. E. HIRSCU, l.c.f 2Sss>. Cf. también Tomás de
Aquino. De ver., 17. a 1 ad 1.
i« Obras de Melanchton ed, por R. Stuppericli, vol. V. 71. 29-72. 4: «Ouamquam
enim, ut postea dicit (Pablo), mens ratiocinatur aliquid de De© ex considerationo
mlrabilhim etus operum in universa natura rcrum, tamen hunc syllogismum ratio
non haberct. nísi etiam Dcus quandam notitiam xol itp4XTp]*v indidisset mentlbus
nostris. Ex illa mirabüia spectacula rcrum in natura sunt signa, quac commone»
faciunt mentes, ut de Dco cogitcnt at Ulam TtpáATpJav exeilent*. J. PLATT, I C.+ 17.
nota, con razón, acerca de este pasaje que Melanchton ha logrado con él una con-
cepción unitaria en la que se asocian ambos tii*os de conocimiento.
1*2 Desde 1535 esto ya no sucede en el ÍAKÍIS acerca de la ley. sino en el de la
creación: CR 21. 64lss.
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5. El conocimiento * natural» de Dios 117
también suponer que tiene q u e haber una idea fundamental que las
abarque a las dos, no deja de e s t a r claro q u e exegéticamente no se puede
conseguir saber al respecto nada que sea más preciso. Con todo, la idea
de la cognitio innata, que se remonta a las mismas raíces del pensamien-
to estoico, de las q u e también son tributarías las dos afirmaciones de
Pablo, licnc la doble ventaja de establecer, p o r un lado, una posible
conexión entre a m b a s afirmaciones, respetando, por o t r o lado, el núcleo
m á s delicado de lo que se dice en Rom l,29s sobre un conocimiento de
Dios no sólo posible, sino fáctico. De ahí que sea comprensible y q u e
esté objetivamente justificada la preferencia de la Reforma por la cog-
nitio innata, si bien el texto de Pablo no permite en absoluto que se la
contraponga a la cognitio acquisita por reflexión racional. La Dogmática
protestante antigua, en particular la luterana, se esforzó p o r mantener
esa conexión entre los dos aspectos. Además de Rom 2,15, se aducía
también a Cicerón como testigo del significado básico que le correspon-
de a la cognitio ínnataM. Ahora bien, desde Johann Musaus* 4 se fue
imponiendo la concepción de que la notitia Ínsita, a causa de su vincu-
lación con la cognitio acquisita, es u n a disposición para el conocimiento 124
de Dios, u n a especie de hábito o de instinctus naturatis, pero, en todo
caso, no un conocimiento de hecho (cognitio actualis). Un conocimiento
de este tipo sólo se adquiriría en el m a r c o de la experiencia del mundo,
cuando se llega a realizar la distinción entre las cosas finitas y Dios
como el primum ens w . Pero he aquí que de este m o d o el peso de la
doctrina del conocimiento general de Dios pasa, al fin, de la notitia
Ínsita a la notitia acquisita y la lección extraída p o r Lulero y p o r Me>
lanchton del tipo de argumentación paulina de Rom l,18s, según la cual
•** CICERÓN, De natura Deorum II. 12: -ómnibus tnim innalum est el in animo
cuasi insculptum esse Déos». CL Tuse* I, 13, 30. Los dos pasajes aparecen citados
en D, HOIAAZ. Examen theatogicum acroamatteum, Stargard 1707. 293. Ya en Cice-
rón se encuentra también la conexión entre ambos tipos de conocimiento: »ut déos
csse natura opmamus, qualesque stnt ratione cognoscimus» (Tuse, i, 36).
1,4
1. MrMrs. Introdttctío ín theologtam, Jcna 1679, daba preferencia al con*
cepto de lumen nüturae (ibid,p 41) frente al de notitia Ínsita. Aquélla conduciría a
través de las cosas del mundo, percibidas por los sentidos, a una Theoíogia Natu-
raJis (41s; cf. 34s). Y puesto que hacía uso de la doctrina aristotélica del intelecto
agente para explicar su idea de la turnen nüturae, está claro que Musaus no daba
Tugar propiamente a una notitia Ínsita autónoma, sino que. en el fondo, para él
sólo contaba la notitia acquisita de la theoíogia naturalis.
W D. HOLUZ. I.c.. 294. Ya A. CALDV, Systema tocorum theotogicorum, Wiltenbcrg
1655, voL 2. 80sp se habla expresado de modo semejante. Cf. el interesante panorama
ofrecido por K. GiRGENSOHX, Dic Religión, ihre psychtschen Formen und ihre Zen-
tratidet, Leipzig 1903. sobre la relación del conocimiento de Dios innato y adqui-
rido tanto en los antiguos dogmáticos luteranos (17-32) como en los más recientes
defensores de ideas semejantes (33ss). Girgensohn rechaza todas estas concepcio-
nes porque las entiende equivocadamente como afirmación de una •religión natural
innata» (42$$ ><
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]¡B II. La idea de Dios y la cuestión de su verdad
w* En lugar de eso ahora se declara que la luz natural permite conocer que
hay un Dios (aliquod Numen) al que se le debe la mayor veneración, pero que de
ahí no se puede sacar nada sobre cuál sería la forma adecuada de venerarle (Cf*
HOLLU. 307), Con esto, ta Dogmática luterana se encontraba lejos de la opinión
de Latero, según la cual los hombres, en lugar de identificarla con diversos objetos
al gusto de sus pasiones, habrían tenido que respetar y venerar el poder y la di-
vinidad que habían llegado a conocer en su desnudez (nudam: WA 56. 177. fe). Pero
tampoco Pablo habría podido acusar a los hombres de no haberle dado gracia"
a Dios y de no haberle venerado (Rom 1,21) sí se les hubiera habido dejado su*
midos
|<T
en la ignorancia sobre el modo de la veneración que se les pedia.
G. EBEUNG, Theotogische ErwSftungen über das Gewissen, en Wort und Gtau-
be I. 1960. 434: * en la conciencia se traía de la totalidad, porque se trata í*c
lo últimamente válido* Por eso. preguntarse por el mundo como la totalidad de la
realidad es algo Que afecta a la conciencia, igual que la afecta el preguntarse por
el hombre misma Y estas dos cosas no son, a su vez. separables de que Dios ÉC
presenta como la pregunta en un sentido radical. la pregunta por el todo, por lo
primero y por lo último* Sólo donde nos encontramos con Dios como una cues-
tión de conciencia lomamos al hombre y al mundo como una cuestión de con
ciencia». Cf. también G. EBELING. Dogmatik des christlichen Claubens I. 1979. 107,
•** Véase la amplia documentación al respecto que ofrezco en mt libro Anthrv*
pologie in theologischer Perspekttve, 1983, 286-303. esp. 287ss.
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5* El conocimiento ^natural» de Dios 1!0
• lbid., 299s.
iaj
lbíd,, 241ss, esp, 243. Sobre la unidad simbiótica de vida en los comienzos
de :Tr
la vida infantil, cf. ibid.. 219ss.
Cf. ibid., 244s mi confrontación con el concepto de sentimiento de Schlcicr-
macher y las referencias que hago a los resultados de las investigaciones de J* Loe*
vinger.
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120 //. La idea de Dios y la cuestión de su vetdúá
ro R. ScBWWZ, Fides, Spes, Caritas beim jungen Luther, Berlín 1962. 134ss: so-
bre las lecciones primeras sobre los Salmos de 1513*1515.
ra WA 5f 119: Operationes in Psatmos (1519). sobre el Sal 4,7. Véase al respecto
E. HIRSCH, l<c.t M6s. Hirsch cita aquí también otro pasaje de las segundas leccio-
nes sobre los Salmos, de 1518.
«* Bekenntnisschrifften der evangetiscMutherischen Kirche 560, 15-17 (WA 30/i.
133). En la discusión actual sobre ta funda mentación del lenguaje sobre Dios Schu-
bert M. Oiu.r\, The Rcality of God and other e$say$t Nueva York 1963. 22ss, presenta
una concepción de la fe como fenómeno antropológico que es muy semejante a la
de Lutero, aunque no lo cite expresamente.
n» Ibid.. 647. 4346 (WA 30/1. 183).
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5. El conocimiento ituitutal» de Dios 121
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122 //. La idea de Dios y ¡a cuestión de m verdad
i*1 K. RAKMJSI, Curso fundamental ¡obre la /e, Barcelona 1979, 55, el. 39ss [1976,
46; cf. 32$]. Que a esta realidad se la llame «trascendental» o incluso «experiencia
trascendental» (38 [31$]) —una expresión que a una sensibilidad lingüistica acos*
lumbrada al lenguaje kantiano le tiene que sonar algo asi como «círculo cuadrado»—
sería frente a la realidad misma algo secundario. De lo que no cabe duda es de
que aqui se trata de una condición general de posibilidad de toda experiencia y
no de un principio estructurador de sus contenidos, como podrían ser las catego-
rías o las Ideas de la razón de Kant, Sobre la problemática del concepto de «tras-
cendental» en Rahner, cf, F. GREISER, Oír Mcnschtichkeit der Of/cnbarung. Die
transzendcntaíc Grundlegung der Theologit bei Karl Rahrter. Munich 1978. Por es-
tos motivos no puedo compartir la opinión de D. TRACY, IX., 55S, según la cual el
concepto de «trascendental» sería adecuado para designar lo que antes se enten-
día por «metafísico». Pero estoy muy de acuerdo con él en subrayar la necesidad
de la metafísica para la teología y también en lo que respecta a la exigencia de la
fundamentación antropológica de la metafísica, planteada hoy por la situación de
la filosofía en el mundo moderno*
178
Ibid., 39 ct passim [32],
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5* El conocimiento *wturol» de Dios 12)
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124 í/. LQ idea de Dios y la cuestión de su verdad
gía sistemática. Salamanca 1976. 167-196 [I. 1967, 361-386]. Sobre cómo se exponía
dicha tesis, cf. esp., P. Tiuidi, Teología sistemática, I, Salamanca 1981, S6ss.
>«s K. RAHXER, Espíritu en el mundo (1939), Barcelona 1963, 73P etc. [Í9M, 71, etc.)
y fd.,
1W
Oyente de ¡a palabra <1941}( Barcelona 1967, 52ss 11964 <3,' ed.), 5lssJ.
Es la critica que 1c hacia ya a K. Rahncr P* EICHER, Die anthropoiopsche
Wende. Kart Rahners philoxophixcher Weg vum Wesett des Mcnschcn zur persortalen
Existenz* Friburgo de Suiza 1970, 331s. Ahora bien, esta critica le afecta a la teología
de Rahncr sólo en parte* Es mucho más devastadora para el principio de W. Wei-
schedel sobre el radical ser-pregunta de la existencia humana, en el que hacía des-
aparecer todos los contenidos de la teología filosófica: cf. W. WEISCHEDCL, Der Gott
der Philosophen, Darmstad I, 1971, 27, 30s; II, 1972, 153ss, I78ss. Las consideracio-
nes de Weischedel sobre el «desde dónde del ser-pregunta» (II, 206$$) Quedan así
radicalmente superadas. Véase, también, E. JUNGEL, Dios como misterio del mundo,
Salamanca 1984, 3l9ss [1977, 334»].
187
Cf. lo Que Lutero dice sobre el deseo de Dios y del Bien Que nace del cono-
cimiento alematico de Dios de la sindéresis: WA 3, 238, sobre el Sal 42; ibid.. 535,
sobre el Sal 77. Véase, al respecto, E. HIRSCH, l.c, I lis*
"* En este sentido tenia razón K. Barth cuando insistía en Que la respuesta va
ya por delante de la pregunta: lo decía ya en su conferencia de Tambach de 1920,
Der Christ in der Cescllschaft, reproducida en J. MOLTMANX (ed.), Anfange der
dialektischen Thcotogic 1, 1962, 4. Pero véase también lo que dice P. TILLICII, Teo-
logía sistemática f!. Salamanca 1981, 27ss.
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5. El conocimiento *natural* de Dio* 125
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126 //. La ¡dea de Dios y la cuestión de su verdad
trías. No cabe duda de que en ellas se da, «desde la creación del mun-
do», un conocimiento del Dios verdadero, aunque también —es v e r d a d -
la equivocada sustitución del Dios incorruptible por las cosas creadas
(Rom 1,23 y 25). La interpretación unilateral de las afirmaciones pauli-
nas de Rom l,19s, que las refería sólo a la teología natural de los filóso-
fos, contribuyó a que la teología valorara de un modo negativo, y no
menos unilateral, a las religiones no cristianas. Hoy es indispensable
corregir ese error y llegar a formar un juicio matizado sobre el mundo
de las religiones.
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Capítulo III 133
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I2& ///. La realidad de Dios en las religiones
t i e m p o y n o p o d r í a y a s e r t e n i d o c o m o r e l e v a n t e p a r a e l presente**
Se trata, pues, según Christian August Crusius y J o h a n n Gottlieb Tollner,
d e d a r c o n «lo esencial d e l a religión». E s é s t e e l p l a n t e a m i e n t o q u e
c o n d u c i r í a l u e g o a J o h a n n J o a c h i m S p a l d i n g y a J o h a n n F r i c d r i c h Wíl-
h e l m J e r u s a l e m a la c u e s t i ó n de la « e s e n c i a del c r i s t i a n i s m o » , el c u a l ,
s e g ú n J e r u s a l e m , e s , p o r s u p a r t e , l a «religión m á s esencial» d e t o d a s 3 .
E l c o n c e p t o a n t i g u o d e religión h a c í a r e f e r e n c i a a l a r e v e r e n c i a q u e
se t r i b u t a a D i o s en el c u l t o . Así, p o r e j e m p l o . C i c e r ó n definía la reiigio
c o m o cultus deorum4, S e t r a t a d e l o f r e c i m i e n t o d e l a r e v e r e n c i a q u e s e
les d e b e a los d i o s e s . D e a h í q u e o c a s i o n a l m e n t e t a m b i é n s e p u d i e r a
r e f e r i r e s a e x p r e s i ó n a l a relación c o n l o s h o m b r e s , e n t a n t o e n c u a n t o
* J. S. SEULER, Versuch einer freiern thcotogisthen Lehrart, Halle 1777, 253 (III.
1, par. 75): El objetivo último del maestro de hoy es «proporcionar a nuestros
contemporáneos un conocimiento suficiente üe su piedad y de su religión de hoy»*
* Cf. H. VI\V(;I:M:\M\UJI, Das Wesen des Chnsientums, Eine begriffsgeschtchüiche
Untersuchung, Maguncia 1973, 177ss, I81ss, 189ss, 20Qss. Wagcnhammcr muestra tam*
bien que la expresión «esencia del cristianismo verdadero* (essentialm) veri chris*
tianistnt) aparece ya en Chr. M. Pfaff (174) en conexión, en su caso, con la doctrina
de los artículos fundamentales (176). Es muy probable que esta construcción doc-
trinal de la ortodoxia pro testante tenga mayor importancia de lo que Wagcn*
hammer (69) está dispuesto a conceder para el problema de la esencia del cristia-
nismo que se plantea la dogmática ilustrada.
4
De natura deorum II, 8. Cf. AGUSTÍN, De Civ. Dei X, 1, 3. Sobre la dominancia
de este significado de la palabra religión y para más documentación de autores
latinos profanos y eclesiásticos, cf* W. C* SMITH, The Meaning and End of Religión.
A New Ápproach to the Religious Traditions of Mankind (1962), Mentor Book 575.
Nueva York 1964, 24* Todo el segundo capítulo de este libro e s l í dedicado a la
historia de) concepto de religión desde sus orígenes en la literatura latina hasta
el siglo xix» Una vez concluido ya nuestro manuscrito apareció el libro de E. FEIL,
Reiigio. Die Ceschichte eines neuzcUUchen Grundbegriffs vom Frühchristentum bis
zur Reformaiíon, 1986*
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h El conctpto de religión y h teología 129
* Cf. OcKRCix, l£., II, 71. y 1P 117, donde se caracteriza la superstición como temor
infundado a los dioses (timor inanis deorum) en contraposición a la religión, que
serla la reverencia piadosa de los mismos*
* Sant lJ6s; Hcch 263; cf*, también, 1 Cl 45,7 y 62.1. En Col 2,18 se muestra la
ambivalencia
7
de esta palabra (cf. ThWNT 3, 1938. 156s).
Así lo muestran también tos dos testimonios neotestamentarios, Jn 9J1. y
Tim 2,10. Sobre otros usos lingüísticos, cf. ThWNT 3, 124ss. Agustín consideraba
esta expresión, igual que la más amplia de eusebeta, como equivalente de la latina
pietas
1
(ep. 167, 3, etc.).
En D¿ ftat. deor*, I, 3. (cf. I, 14) describe los conceptos de pietas, sanctitas y
relisio en estrecha relación entre ellos y en I, 117 y I, 45 la pietas constituye la
nota característica que diferencia a ta religión de ta superstición. Cf. también
Agustín, De civ. Det X, 1,1.
9
CICEHÓX, l.c, I, 61: «cneremonias rcügionesque»; cf. II. 5 y De leg.. I, 43. Vea*
se rotambién E. FJII, l.c-, 46s.
AGUSTÍN. De vera religione, 5: «Sic cnim creditur ct docetur, quod cst huma-
nae salutis capul, non aliam csse Philosophiam, id cst, Sapientiac studium, ct
aliam Religionem, cum ü quorum Doctrinam non approbamus, nec Sacramenta no
bíscum communicanl». Cf. ya sobre religio y sapientia, LICTAXCIO, De ira Dei, 7, 6
y 8. 7. Más testimonios en E, FEXL. Le., 6064.
u AGUSTÍN, IX., 3.
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no ///. La realidad de Dios en Un religiones
u Ibid., 10, 19s; pero cf* Reír \. 13; «...res ipsa quac nunc Christiana religio
nuncupatur, eral el apud Antiquos, nec defult ab fnltio generis humani, quousque
Chrístus venlret ín carne, unde vera Religio quae iam erat coepit appellari Chris-
liana».
11
De vera reL, 7, 13: «Huius Rcligionis sectandac caput cst Historia ct Prophetia
dispensationis lemporalis divinac Provídcniiae pro salute generis human! in aeter*
nam vitam reformandi atque reparando*
M W. C. SMITH, The Meaning and End of Religión, 1964, 27. 32s, 50s.
'* Como ya sucedía con Abelardo, Tomás asigna la religión a la virtud de la
justicia, en cuanto que es ella la que le da a Dios lo que le corresponde. Véase
E. HECK, Der Begriff religio bei Thomas von Aquin, Munich 1971, 55$s, esp. 705»,
Cf. 30ss.
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I. El concepto de religión y la teología 131
i*
17
De docta ignorantia. III, 1.
De pace ftdei. I; cf* también III: el plan de Dios sería poner iin a las mu*
tuas persecuciones a causa de la diversidad de religiones reduciéndolas a una sola
por medio de un consenso general: «omnem rcligionum diversitatera communl
omnium hominum consensu in unicam concorditer reduci». El lénnino retigio apa-
rece frecuentemente en los primero* capítulos de In obra.
K Ibid., VI: *Una cst igitur rcligio ct cultus (!) omnium mtellectu vigemium,
quae in omni diversitate rituum praesupponitur**
i* Con todo, en el Renacimiento la tendencia en esta dirección se insinúa sólo
muv ocasionalmente. Así. por ejemplo, Marsilio Fiemo, en su escrito De christiana
rehgione. de 1474, menciona tan sólo en el capítulo inicial la religión natural que
diferencia a los hombres de las bestias, y en todo el resto de la obra fundamenta
su prueba de la verdad del cristianismo en la limpieza de Cristo y de sus discí-
pulos, en la autoridad que Jesús tiene a causa de sus milagros, incluso entre los
paganos y los musulmanes y. no en último lugar, en el testimonio de las sibila*
y de los profetas (Opera Omniat ed. P, D. Kristcllcr, Turín 1959. I. 1-81).
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132 III. La realidad de Dios en las relig¡ort€S
a
D. HOUAZ, Examen iheologicum acroamaticum, Stultgart 1707. 39: «vera Re-
ligio est, quac verbo divino cst conformis». El concepto de falsa religio se aplica no
sólo a ta reverencia de dioses falsos, sino lajnbién a la reverencia equivocada del
Dios verdadero (ibid.p 83). Esic era el uso lingüístico del tiempo de la Reforma:
cf. H. ZUINGLIO, De vera et ¡alsa rctigiotte commentarius, 1525 (CR 90t 1914, 590512.
csp. 674, 21ss; y sobre religto ve/ pietas, 668, 30ss. 669. I7s). HoIIaz considera re-
ligión falsa también a ta Rcligio Pontificia <44s), aunque piensa que contiene tañía
ventas residua que sus fieles pueden obtener la salvación, igual que los fieles de 1»
Religio Lutherana. que es para él la verdadera (41).
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í. El concepto de religión y la teología 133
Fueron, pues t dos los obstáculos que retrasaron la reducción del co-
nocimiento de Dios al concepto de religión: el antiguo principio protes-
tante de la Escritura y la vinculación de la religión natural con el cono-
cimiento de Dios propio de la razón. El primero de ellos desapareció
con la disolución de la antigua doctrina protestante de la inspiración de
la Escritura. Entonces para poder comprender la religión cristiana re-
velada, es decir, para poder comprender su contenido «esencial», se hi-
cieron decisivas las consideraciones sobre los puntos en los q u e la reli-
gión natural era insuficiente p a r a la salvación de los h o m b r e s y nece-
sitaba ser completada 3 *. Desde este punto de vista se consideraba la
doctrina del pecado y la doctrina de la muerte expiatoria de J e s ú s como
el contenido esencial de la religión revelada cristiana, si es que no se
estaba dispuesto a verla, a una con los deístas, sólo como la expresión
m á s purificada y perfecta de la misma religión n a t u r a l .
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H4 til, La realidad de Dios en tas religiones
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/• El concepto de religión y la teología 135
& Cf. R, LEUZE, Theologie una Retigionsgeschichte. Der Weg Otto Pfleiderers,
Munich 1980, 180ss; sobre C. Schwarz, ibid., 62s* En su Religionsphilosophie auf
geshichtticher Grundla&e (1878), Pfleiderer intentó responder a dicha critica (185ss,
esp. 188). De HH,M . cf. Vorlesungen iiber die Philosophie der Religión, III (cd.
íi. Lasson), PhB 63, 196óP 5, y Enciclopedia de las ciencias filosóficos § 564 (cd. de
E. Ovejero y Maury), Madrid 1918, vol. 3, 3I4ss [PhB 33].
a
B I. A. DORNER, System der Chri&ttichen Glatibenslehre I (IS79) 1886 (2. cd.)r
157, 162: remitiéndose a Liebner, Rothc y Mancasen, y criticando expresamente a
Schlcicrtnachcr (160s), pero también a la Erwcckuttgsthcolozíe y al subjetivismo de
Eriangen, asf como también especialmente a Lipsius (24s). Pero Lipsíus había
subrayado con más fuerza que Schlciermacher el significado fundamental de la idea
de Dios para la conciencia religiosa: cf. Lchrbuch der evattgelisch-protestatuischen
Dogmattk (1876), Braunschweig 1879 (2.* ed.). 39 y 42s (§ 43 y § 49).
» E, TftOELTSca, Die Setbststandigkeit der Religión: ZThK 5 (1895) 36M36, esp. 382
y 396s. Sobre la función de la psicología de la religión y su relación con la historia
de la religión, cf. Ibid., 370. Más tarde, Troeltsch trató de fundamentar por vía de
teoría del conocimiento la decisión sobre el «contenido de verdad* de la concicn*
cia religiosa, decisión que aquf se le atribuye aún a la psicología (cf, más arriba
la nota 179 del capítulo II).
* Sobre el estado actual de la discusión sobre la -mediación antropológica de)
concepto teológico de religión*, cf. M. SECXLER, Der theotogische Bcgriff der Religión,
en Handbuch der Fundamentalíheotogie I, 1985, 173-194, esp. 18óss. Para F, WAGNE»,
WÚS ist Religión? Studien ¿II ihrem Begriff und Thema in Geschichte und Gegen*
wartr Gütcrsloh 1986, ahí se encuentra la -apoda básica de la religión*: en que «sólo
puede apuntar hacia la divinidad remitiéndose a la comprensión de sí mismo del
homo religiosas' (322, cf. 379, 384sP 392s. 442s, 54*, 573s). Pero no es que se trate
de una apoda de la religión en cuanto tal, sino, en todo caso, de la «apoda bá-
sica» de las modernas teorías de la religión (véase al respecto el próximo epígrafe)*
No haber sabido distinguir esto es un defecto fundamental del libro de Wagner.
31 K. BARTO, Díe christtiche Dogmattk im Entwurf, 1927, 302s. También lo que
Barth dice en KD 1/2, § 17, 1 se orienta decididamente contra «la inversión de la
relación entre revelación y religión» (318, cf. ya 309 y 311).
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136 ll¡. La realidad de Dios en las religiones
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J. El concepto de religión y la teología 137
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138 ///. La realidad de Dios en las religiones
** F. Sonxii'JtuAOirií, Sobre la religión, o.c.É 201 [1799, 310) («religión de las re-
ligiones»), 195 [3011 (*la gran idea .. de que todo lo finito necesita una mediación
más elevada para poder estar en relación con la divinidad»), 190ss |29lsst esp. 294s]
(el carácter polémico del cristianismo).
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/. El concepto de religión y la teología 159
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L4Q III. La realidad de Dios en las religiones
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J. El concepto de religión y la teología 141
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L4> ///. La realidad de Dios en las religiones
43
Compárese LIPSIUS, § 18, con lo que P I U I D Í H H dice en el vo!. I, 68s.
44
Lirsit-s, § 23 (27). PFLEIDERER, vol. 1, 159s.
* PFL^IDHUX, vol. 2, 488. La critica que le hace R. LEUZE, Te., 173, se refiere a la
concepción de M. Muller sobre una religión primitiva de adoradores de una divi-
nidad suprema, el influjo de esta concepción en la exposición que Pfleiderer hace
del curso de la historia de U religión le inducirla a cierta incoherencia (cf. ibid.,
5ó$s), pero podría también contribuir a explicar la cuestión de que tratamos arriba.
En cambio, la tensión entre una concepción psicológica y otra ontológica de la
relación entre dependencia y libertad de la que habla LEUZE, l.c, 174, no parece
que se pueda mantener en esos términos sobre la base de una psicología metafí-
sica*
46
O* PFLEIDERER, Rtligionsphilosophic auf gcschichtlicher Grundlage, 1896 (3.' cd.),
326s. Cf. la critica de R. LEUZE, LC„ 380S.
47
PFUICOIER, Le*, 34Qs. Sobre el concepto de religión de Pfleiderer en la primera
edición de su obra, cf. Lixm, 185s.
46
LEL-ZH, 252, 299. Como Leuze señala (30ls), Biedermann le criticó por ello*
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f. E¡ concepto de religión y la teología 143
E r n s t T r o e l t s c h s o m e t i ó a u n a c r í t i c a y a definitiva l a c o m p r e n s i ó n
del c u r s o d e l a h i s t o r i a d e l a religión y d e l a v e r d a d d e l c r i s t i a n i s m o
como realización de un concepto general: lo históricamente único y lo
individual no puede ser deducido de conceptos generales *\ Es verdad
—pensaba Troeltsch— q u e en la historia se da lo universaImente válido.
Pero lo umversalmente válido son valores y normas, procedentes de una
c o n s t r u c c i ó n ideal r e a l i z a d a p o r e l e s p í r i t u h u m a n o , q u e t i e n e n , a s u
vez. un o r i g e n h i s t ó r i c o y q u e , p o r lo q u e r e s p e c t a a su á m b i t o de va-
lidez, s o n o b j e t o d e c o n f l i c t o s históricos 5 *- C i e r t a m e n t e las d i f e r e n t e s
c o n s t r u c c i o n e s d e v a l o r e s s e o r i e n t a n h a c i a c o n t e n i d o s y fines c o m u n e s .
p u e s e l e s p í r i t u h u m a n o e s igual e n t o d o s l o s i n d i v i d u o s ; p e r o p o r s e r
d i f e r e n t e s e n t r a n i n e v i t a b l e m e n t e e n conflicto, d e m o d o q u e n o s e p u e d e
l o g r a r n i n g ú n r e s u l t a d o a b s o l u t a m e n t e definitivo m i e n t r a s l a h i s t o r i a
siga a d e l a n t e 5 5 -
** LEUZE, 260*262, 270$. Esta visión de las cosas está todavía presento en la ter-
cera edición.
& R LEUZE, 188-247 y 260ss, documenta de manera impresionante cómo Pfleiderer
recibió amplfei mamen te la investigación de la ¿poca en el campo de la historia
de la religión.
Si A. E. BnwjtMANN, Pfleiderers Rttigionsphilosophie, Protestan! ische Kircherwei-
tung t Berlín 1878, csp. 1103. Cf. LLUZE 302. Es una pena que Lcuzc no haya valo-
rado suficientemente la sistematización implícita en la convergencia entre psicolo-
gía e historia de la religión en la filosofía de la religión de Pfleiderer, en particu-
lar por lo que se refiere a La tercera edición de la obra.
£ Cf. la nota 44$. Este asunto serla denominado luego «circulo psicológico-rc-
ligioso» por G. WOBBERMIS, Die religionspsychologische Methode in Religionswts-
senschaft und Theolo&ie, Leipzig 1913, 405ss. Calificándolo de circulo inevitable
Wobbermin abría de par en par las puertas al subjetivismo.
u E. TROELTSCH, El carácter absoluto dei cristianismo, Salamanca 1979, 57-74 [1902,
1912 (2*ed.|, 25-411.
» Ibid., 63 [27J, cf. 79ss [54ss, csp. 57sl.
3$ Sobre la igualdad de contenidos y fines, cf. ibid., 81ss (56$, 60 y 68ss (aplica*
ción a la temática religiosa)!. Cf., también, E. TROELTSCH, Geschichte und Meta*
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144 IIL La realidad de Dios en ¡as religiones
physik: ZThK 8 (1898) 1-69. csp. 40. Sobre la trascendencia de lo absoluto respecto
de la historia, cf. El carácter absoluto del cristianismo, 79ss (57s, 69s, 80 y también
98ss].
& El carácter absoluto del cristianismo, 91ss [89s). Cf, Geschichte xmd Meta-
physik: ZThK 8 (1899) 35.
* E. TROELTSCH. Die Selbstandigkeit der Religión; ZThK 5 (1895) 36M36. csp. 390*.
392 y 396. En El carácter absoluto... no avanza nada en esta cuestión [cf. sólo la
p. 56s de la 2.* cd.]. Más tarde, Troeltsch retiró la terminología de psicología de
valores y hablaba sólo de una «autorrclación a un absoluto presente en el alma»
como •núcleo de los fenómenos religiosos» (Ges. Schriften, II, 1922. 370).
* ZThK 5 (1895) 406s.
* E. TitOíXTsca. Psicología y teoría del conocimiento en la ciencia de ¡a religión
(1905) [en id.. El carácter absoluto del cristianismo. Salamanca 1979. 191*225], Cf.. al
respecto, la nota 179 del capitulo anterior.
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2. Esencia antropológica y teológica de la religión 145
E s é s t a u n a t a r e a q u e sigue s i e n d o h o y t e m a d e las d i s c u s i o n e s e n
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2. Esencia antropológica y teológica de la religión [47
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148 ///. La realidad de Dios en las religiones
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2. Esencia antropológica y teológica de ¡a religión 149
71
Según Otlo la apologética religiosa, al contrario que el naturalismo* trata la
naturaleza como «algo que hace referencia a lo divino, como algo que apunta más
allá de sí mismo* Waturatistische und retiñióse Vfeltansicht, 1904. 3/ eu\É 1929, 280)-
w F. SCHLEIERMACHER, l.c, 37 [53],
w Víase también la critica de la definición del concepto de religión por medio
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¡50 III. La realidad de Dios en ¡as religiones
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2, Esencia antropológica y teológica de la religión 151
del objeto finito en el que, desde ese momento, lo infinito «se pone a
nuestra vista», es «intuido» (*ange$chaut* wird)* Porque el paso de la
comprensión profana de lo finito a la religiosa no se puede explicar con
los medios de la conciencia profana, que es ella misma finita. De ahí que
el hecho de que lo infinito, el «universo», aparezca en lo finito tengamos
que entenderlo como una acción del universo mismo.
Uno de los p u n t o s flacos de la teoría de la religión de Schleiermacher
de 1799 está sin duda en no haber tematizado la figura específicamente
religiosa de esa realidad que se le muestra en el objeto finito a la con-
ciencia religiosamente despierta. Una figura que es distinta t a n t o del
objeto finito, medio de su mostración, como del horizonte general de lo
infinito o del universo 7 6 . Y precisamente esa figura que es distinta de
la mediación finita, pero que sólo en ella nos sale al encuentro, es el
objeto religioso concreto al que la más reciente ciencia de la religión
designa, con una caracterización general, como «poder» 7 7 . Pero hoy ese
«poder» que habita determinados objetos finitos c incluso también de-
terminados seres humanos ya no es tratado como la idea central y auto*
noma de una fase originaria de la religión, llamada «prean ¡mista», a
partir de la cual se habría desarrollado luego la idea de Dios. Se piensa
más bien que se trata de un aspecto parcial de la experiencia misma de
Dios. Los elementos de esta experiencia los resumía ya Gerardus \\ der
Lecuw con la fórmula «poder y voluntad configurados en un nombre» 7 *. 157
El ser humano, al sentirse afectado de una determinada manera por un
poder para ól desconocido, lo experimenta como u n a «voluntad». De ahí
que las experiencias de poder y de voluntad vayan originariamente
juntas *
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152 f//. La realidad de Dios en las religiones
» F. HEILER. Le., 4.
*' TieteSoderbtoms Kompendium der RcligionsBCSchichte. 5.' ecL Berlín 1920. 5*
** W. JAMES, Las variedades de la experiencia religiosa {\93l\ Madrid 1986. 34
[New York 195Í, 421. G. LAKGEKOWSKI, en su Einführung rn die Retigitmswisscnschaft,
Darmstadt 1980, defiende <25s) la descripción general de la religión como «mutua
relación existencia!» entre la divinidad y el hombre (23) tanto contra la tesis de
que no es la divinidad, sino lo santo el objeto primario de Ea religión, como
contra quienes objetan que esa es una definición demasiado estrecha por no ser
aplicable al budismo primitivo (24). A esto último replica, con P Wilhelm Schmidt,
haciendo referencia al carácter de filosofía del budismo originario* Lo decisivo
para su argumentación parece ser el hecho de que la historia de ta religión de ta
India, de la que surgió el budismo, habla estado, sin duda ninguna, marcada por
la experiencia de poderes divinos.
« G. VAN DCR U¿im'. Fenomenología de ta retigión, México/Buenos Aires 1964, 13
[1956. 2/ ed.t 31.
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2. Esencia antropológica y teológica de la religión 153
Contra la critica del uso en singular del concepto de religión, dada 159
la pluralidad de la conducta religiosa, se ha dicho, con razón, q u e es un
concepto imprescindible precisamente como concepto general, porque
da nombre a lo que de común a todos los hombres hay en medio de la
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154 ///, La realidad de Dios en tas religiones
m
Cf la argumentación de G. LANCUCOWSKI, l.c, 23, y de F. W.ACKER (cf*, más
arriba, la nota 61).
** En esto estoy totalmente de acuerdo con U. TWORUSCHEA, Kann man Reltgio-
nen bcwcrten? Probleme aus der Sicht der Religionswissenschfat, en U, TWORUSCH-
U/D. ZlLLESSEN (edsj, Thema Wettreügionen. Ein Diskussicms und Arbeitshuch
iür Religionspddagogett und Rcligionswissenschattlem, Franlcfurt y Munich 1977,
43-53. Pero Tworuschka ha entendido mal lo que yo digo en Teoría de ta ciencia
y teología, Madrid 1981, 3l0ss [1973, 304ss]: como si yo mantuviera que hubiera
que someter desde un principio las investigaciones sobre religiones no cristianas
a un criterio monoteísta cristiano* En realidad, la reflexión que hago en cJ men-
cionado pasaje sobre el concepto nominal de Dios (monotelstamente concebido)
como realidad determinante de todas las cosas está allí para mostrar que es po-
sible evaluar las afirmaciones sobre Dios por medio de las experiencias del mun-
do que hacen quienes le dan culto sin que esto signifique hacer valer un criterio
distinto de la misma divinidad de Dios, Se presupone que esto ultimo sería reli-
giosamente inaceptable. Pero las afirmaciones sobre Dios las estamos evaluando
de acuerdo con sus propias implicaciones, cuando, para ello, las contrastamos
con acontecimientos que. en principio, hay que incluir en el ámbito del poder
divino. Luego esto se puede aplicar también a las formas politeístas de concebir
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2. Esencia antropológica y teológica de la religión 155
J Dios. Sólo que en este caso el ámbho de poder de un Dios es mas estrecho,
pues
w
se encuentra limitado por el de otra* divinidades*
Religión in Primitive Cultures, 1975. 246ss. 255. 263 («myihicity»), 270ss (unió
mythica como «inicial reality ot prímitive religión»: 272)* Con estas explicaciones
de Dupré converge la constatación de W* C. Sumí, Towards a World Thcology.
1981, Sis. de que la ciencia occidental de ia religión se ha acostumbrado indebida*
mente a hablar de la religión como de una esfera particular de la vida con el ca-
rácter de un añadido respecto del mundo secular.
» W. DLTPRÉ, o.c, 279, Cf. también E* HMNUNC, Der Eme und die Vicien. Ágyp-
tischen Gottesvorstellungcn, Darmsladt 1971, csp. 42ss y, también. 142s, 183$*. 249.
TC
41
N. SftOERBiou, Das Viesen des Cottesglaubens, 1926 (2/ cd.). 159s.
J. WAABDEKBURG, Religionen und Religión, Berlín 1986. 24. Mientras que en
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15b ///. La realidad de Dios en /as religiones
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2. Esencia antropológica y teolópcQ de la religión 157
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13* ///• La realidad de Dios en los religiones
163 tipo parece que se da cuando se experimenta al poder que en ella toma
c u e r p o y n o m b r e como influyente también en ciertas áreas que h a s t a
entonces no eran de su competencia. Así es como se descubrió al Dios
de Israel, después de terminados los movimientos n ó m a d a s de las tribus
y una vez que éstas se hicieron sedentarias en las tierras de cultivo,
como el Dios de la fertilidad de la tierra, la cual se le había a t r i b u i d o
antes a B a a l * . Y de tiempos anteriores se cuenta que el Dios que guía
a su pueblo en la historia había sido descubierto como «héroe de la
guerra» en la liberación de Israel de sus perseguidores egipcios en el
Mar Rojo (Ex 15,3), Pero la ampliación m á s importante de su ámbito
de actuación le sobrevino a la figura de Yahvé con su vinculación a la
idea de creación. Según todos los indicios, no era la creación algo ori-
ginariamente s u y o * , sino que iba unida al dios ugarftico-cananeo El, fil
q u e se identificó con el Dios de Abraham, y de este modo, luego también
con Yahvé, tal vez ya en tiempos anteriores a la constitución del Estado,
p e r o ciertamente en la época de la monarquía jerosolimitana de David lC0-
Ampliaciones de este tipo del ámbito de influencia atribuido a una
determinada figura divina no han sido en m o d o alguno una particulari-
dad de la historia de la religión de Israel. En el caso de Israel son tam-
bién ellas el m a r c o en el que se da el paso de u n a relación con Dios de
«monolatría», de adoración de un solo Dios, la cual tenía sus fundamen-
tos en la antigua idea de la «celosa santidad» de Yahvé 101 , al monoteís-
mo, la convicción de q u e sólo existe un Dios. Hasta el Deuteroisaías el
Dios de Israel no adquiere un carácter inequívocamente monoteísta; y
para mostrar la unicidad de Dios, el Deuteroisaías se basaba en muy
buena p a r t e en la fe en la creación m .
94
Sobre Os 2,4-17. cf. el comentario de H. W. WOUT en el comentario bíblico
del AT, XIV/I, Neukirchcn 1965 (2.- coU 37*35, esp. 40ss.
* Cf. la visión de conjunto que ofrece G. vos R*D, Teología del Antiguo Testa*
memo, I, Salamanca 1978, lWss [I, 1957, 140$].
•°° Gn 14,17*20 hay que compararlo con la inscripción Karatepc (ANET 500b)
que no le llama a El creador del cielo y de la (ierra, pero sí, al menos, creador
de la tierra* Cf. también H. OTTEK, Die Religionen des alten Kteinasien, Handbuch
der Orientalisiik VIII/1, 1964, 92ss, esp. 117. Para una critica de la tesis de E. AJt,
que asegura la existencia de una fe especial en el Dios de los padres en la historia
primitiva de Israel, cf. J. VAK SETERS, The Religions of the Patriarchs in Ceftesis:
Bíblica 61 (1980) 220-233.
wi Sobre Ex 20,3, cf. G. VOK RAO, Teología del Antiguo Testamento, I, Sala-
manca 1978, 262ss [I, 1957, 203ss, esp. 309*2X1).
*o Is 41 ¿8s; 43P10: 44¿ss. Cf. R. RENOTOUT, Die theotogísche Stetlung des Scho-
pfungsglaubens bet Deuterofcsaja: Zeitschrift íür Theologic und Kirche 51 (1954)
3-13, y también K. Kot*, Die Profeten, II, 1980, 135-140.
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2. Esencia antropológica y teológica de la religión 159
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160 ///. la realidad de Dios en las religiones
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2. Esencia antropológica y teológica de ¡a religión lol
de la idea de una identidad del hombre que va más allá de las fronteras
del propio ámbito cultural, definido por la religión, no es evidente de por
sí. La unidad de la humanidad, en el sentido de una igualdad de principio
de todas las culturas, pueblos y razas respecto de su definición humana,
es una idea que tiene determinados presupuestos histór ico-religiosos,
Parece que está en estrecha conexión con el desarrollo de las concep-
ciones monoteístas. En el caso de Israel se trata de que la especial re-
lación del pueblo con Dios no se basa en un orden cosmológico, sino en
una elección divina de entre una multiplicidad de pueblos, los cuales,
con todo, se derivan todos de la creación del hombre por Dios, como
muestra la tabla de los pueblos del capítulo décimo del Génesis. En el
caso del Helenismo la igualdad básica de los hombres se debía a su
naturaleza racional, su participación en el logos divino, del cual se daba
por sentado que era el contenido común a las diversas ideas de Dios
de los distintos pueblos. En cualquier caso, en la tradición cultural que
tiene sus rafees en la fe de Israel y en el pensamiento de los griegos,
la idea de la unidad de la humanidad se fundamenta de una u otra ma-
nera en la idea del único Dios.
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162 ///. La realidad de Dios en las religiones
i* Tal es ci caso de H. LUBÍE, Religión nach der Aufkütrung, Graz, etc., 1986.
Lubbe discute ampliamente la crítica que se le hace a la teoría funcional de la
religión, en particular, la de R. SFAEAIANN, Elnsprüche. ChristlicHe Reden. Einsledeln
1977, 51ssf 58, y Die Frage nach der Bedeutung des Wortes *Gott*: Communio 1
(1972) 54-72, 57. Cf*. también, R J. ScapíProra. Ist Gott ein Placebo? Eme Anmerkung
zu Robert Spaemann und Hermann Lübbe: Zcitschrift für evangelischc Ethik 25
(1981) 145-147.
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3, La verdad de ¡a religión y la historia de la religión 161
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164 ///. La realidad de Dios en las religiones
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5. La verdad de ta religión y la historia de la religión 165
113
Claro que Schleiermacher le facilitó un puntu de apoyo a la crítica de la
religión de Feuerbach en cuanto que no tenía u la idea de Dios por parle necesa-
ria de la religión o por su fundamento mismo, al menos en la primera redacción
de sus Discursos. Feuerbach pudo, por eso, remitirse a él cuando decia que «Dios
no es un consírucío necesario para la explicación de la existencia humana» (F. WAG<
SER, o,c.P 94), persiguiendo demostrar, al mismo tiempo, contra Schleiermacher, que
la religión es superflua. pues Feuerbach. como discípulo de Hcgel —a diferencia
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III. La realidad de Dios en ¡as religiones
m
171 crítica radical de la religión es de vida o muerte la afirmación de que
la religión no pertenece constitutivamente a la humanidad del hombre,
sino que, por el contrario, a pesar de su prolongado influjo sobre la
historia de la humanidad, tenemos q u e juzgarla como un extravío o ( en
el mejor de los casos, como u n a forma inmadura de comprensión de la
realidad que, gracias a la cultura secular de la Modernidad occidental
o bien gracias a una nueva sociedad q u e hay todavía que construir, ya
ha sido en principio superada y desaparecerá definitivamente. Pero si la
religión es, al revés, constitutiva para la humanidad del hombre, no
podrá haber nunca sin religión una vida humana sana y armónicamente
desarrollada. Y entonces reprimir este hecho de la conciencia pública
del m u n d o cultural secularizado tendrá que aparecer como un peligro
potencial para la supervivencia de dicho mundo.
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3. La verdad de la religión y la historia de ¡a religión 167
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168 III. La realidad de Dios en los religiones
existencia humana, sea ilusorio o no (143s, cf. también 52 Is). Pero no tiene razón*
Pues, por el contrario, esa concepción se basa en los datos concretos de la historia
de la cultura, de la prehistoria y de la psicología evolutiva a los que hemos hecho
breve referencia en el texto.
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1* La verdad de la religión y la historia de la religión 169
139
Por eso le he atribuido a la antropología el rango teológico-fundamental de
ser la base de la «teología de la religión*: cf. Teoría de la ciencia y teología, Ma-
drid 1981, 429 [197?. 424s). Naturalmente que esto tiene solamente el sentido de
una prioridad metodológica. No se trata de que hubiera que concebir a la antro-
pología como el fundamento material (der Sache ñachi de la teología (cf.P ibid.,
424 [419]; aquí. mds arriba, 57&S, y W. PANNENBERC <ed.jÉ Sind wir yon Natur aus
religios?, Dusseldorf 1986, lMss, e*p. 165*).
' i ' F. WAGNER. OX.( 576SS( cf. 444, parece ser de la opinión de que pensar lo
absoluto como absoluto supera la barrera de su vinculación a la subjetividad de
la conciencia de todos los demás contenidos de ésta. Pero ¿por qué habría de es-
tar libre del condicionamiento subjetivo la idea de lo absoluto si, según Wagner,
el Dios de la conciencia religiosa queda siempre atrapado en él, aunque la fe le
confíese como libre frente al hombre? El mismo Wagner concede que «lo absoluto
sólo puede ser pensado como idea de lo absoluto* (587). Que su cualidad concep-
tual «se base en una autointerpretación de lo absoluto», como asegura Wagner
[ibidO, es algo que se puede afirmar, pero no «mostrar» (ibidj, como ét piensa.
La idea de lo absoluto queda incluso más fuertemente atada al contexto de rr*
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170 ///, La realidad de Dios en las religiones
l i e n c d e Dios sólo s e p u e d e c e r c i o r a r d e s u p r o p i a v e r d a d s i e l m u n d o
s e m u e s t r a c o m o d e t e r m i n a d o p o r e l Dios e n q u i e n e l h o m b r e c r e e y a
175 q u i e n el h o m b r e p i e n s a m . P o r e s o , la r e s p u e s t a q u e el G r a n C a t e c i s m o
d e L u l e r o d a a l a p r e g u n t a d e q u i é n e s Dios, s e g ú n e l p r i m e r m a n d a -
m i e n t o , d i c e q u e e s Dios P a d r e , q u e hizo e l cielo y l a t i e r r a : « f u e r a d e
e s t e u n o n o t e n g o y o a n a d a p o r Dios, p u e s n i n g ú n o t r o h a y q u e p u d i e r e
c r e a r l o s c i e l o s y la t i e r r a » {WA 3 0 / 1 , 183).
L a c u e s t i ó n d e l a v e r d a d d e las a f i r m a c i o n e s r e l i g i o s a s s o b r e Dios
encuentra, pues, su respuesta en la esfera de la experiencia del m u n d o
cuando éste —incluyendo al hombre con su historia— se muestra como
d e t e r m i n a d o p o r D i o s . N o a l m o d o d e l a p r u e b a c o s m o l ó g i c a d e Dios
p o s t u l a n d o u n o r i g e n o a u t o r del m u n d o , e x i s t e n t e p o r s í m i s m o , p o r
m e d i o de u n a i n d u c c i ó n a p a r t i r del m u n d o , en p a r t i c u l a r , a p a r t i r de la
c o n t i n g e n c i a de t o d o lo finito. P a r a la fe de las religiones en Dios la
idea d e Dios e s y a , p o r e l c o n t r a r í o , e l p u n t o d e p a r t i d a d e s d e e l q u e e l
h o m b r e se a c e r c a a la e x p e r i e n c i a del m u n d o . A é s t a le c o r r e s p o n d e
la función de a c r e d i t a r o no la p r e t e n s i ó n inicial de la i d e a r e l i g i o s a de
D i o s s e g ú n l a c u a l D i o s e s l a r e a l i d a d d e t e r m i n a n t e d e todo 1 2 *. E n e l
c a s o , p u e s , d e q u e p o r m e d i o d e l a e x p e r i e n c i a d e l m u n d o s e llegue a l a
a c r e d i t a c i ó n o verificación p o s i t i v a d e d i c h a p r e t e n s i ó n , d e l o q u e s e
t r a t a e s d e l a a u t o m o s t r a c ion, e n m e d i o d e e s a e x p e r i e n c i a , del Dios
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5. La verdad de la religión y la historia de la religión 171
¿De qué tipo eran las motivaciones y los impulsos religiosos que se
manifestaron en la fundación de las antiguas culturas, como, por ejem-
plo, en la unificación de los reinos de Egipto en el tercer milenio antes
de Cristo o de los de China en el segundo? El paso de la hegemonía de
una ciudad a otra en Mesopotamia se lo atribuía el mito sumerio al dios
de la guerra, Enlil. Pero ¿qué sucedió en realidad cuando en los comien-
zos del segundo milenio Marduk, el dios de la ciudad de Babilonia,
arrinconó a Enlil y se colocó en su lugar? ¿Qué impulsos radicaban en
la peculiaridad de la misma figura divina de Marduk que condujeron a
tan profundas transformaciones y, en general, a la configuración del
antiguo imperio babilónico? ¿Y luego, a partir de la época tardía del
segundo milenio, cuáles eran las pretensiones religiosas que estaban
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3. La verdad de la religión y la historia de ¡a religión V>
>» M. WEBHI. Economía y sociedad < 1922>, ed. de J. Roura ParelLa, México IWf
rol, II, 95 U976 (5." ed,), 255J.
14
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174 í//. La realidad de Dios en las religiones
Esta historia del culto de Marduk tras la caída del antiguo imperio
babilónico no se puede en absoluto entender como un fenómeno conse-
cuente de procesos político-económicos. Fue ella, por el contrario, la
que tuvo consecuencias importantes en la historia política de Asiría.
Otro ejemplo de la influencia de motivos religiosos en el curso de la
historia política es la lucha que el faraón Eknaton libró en vano contra
el culto del habitual dios del imperio, Amón de Tebas, y a favor de su
sustitución por el culto de la esfera solar, Atón. Es posible que unü de
las razones de la política religiosa de Eknaton haya sido que la venera-
ción de la esfera solar no se reducía a Egipto, sino que era familiar
también y sobre todo a las regiones del Asia anterior que habían con-
quistado sus predecesores. Mejor dicho, aquellas regiones habían sido
sometidas desde el tiempo de Tutmosis IV en nombre de Atón w y la
expansión victoriosa del Nuevo Imperio egipcio hablaba claramente en
favor de su poder divino. No sería acertado ver en Atón sólo un símbolo
a posteriori de la constitución del imperio mundial egipcio. Ante la ex-
periencia de los contemporáneos aparecía realmente como el «dios del
mundo» (Eberhard Otto). El fracaso de la fe en Atón, con su exclusi-
vidad monoteísta, no parece que se haya debido en primera línea a las
manipulaciones de los sacerdotes de Amón, sino más bien a que esa
figura divina no presentaba relación ninguna con la temática de la
muerte y del otro mundo y. sobre todo, a que el ascenso del poder hitita
supuso para Atón una pérdida de su antiguo brillo en su campo más
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J. La verdad de la religión y la historia de la religión 175
propio ™. Lo que debió ser decisivo fue que la figura de Atón carecía
de! potencial interpretativo necesario para elaborar, por u n a parte, los
temas de la muerte y del más allá y, por otra, los reveses políticos y
militares de Egipto en el Asia anterior. La decisión sobre la acreditación
o no acreditación de u n a figura divina en la experiencia q u e hacen del
mundo s u s adoradores, no parece depender de los cambios en el ámbito
de la experiencia del m u n d o en c u a n t o tal, sino de la capacidad que
tenga dicha figura para afrontar e interpretar tales cambios.
Sirva como ilustración de lo dicho nuestro último ejemplo: la expe-
riencia que Israel hizo con su Dios en la agitada ¿poca de la caída del
antiguo reino judío y del exilio babilónico. Como los demás pueblos, 180
el antiguo Israel del tiempo de los reyes esperaba que su Dios mostraría
su divinidad prestando su asistencia para el mantenimiento y el forta-
lecimiento del Reino, en este caso, de la dinastía de David, p o r él elegida
(cf. Sal 2,8s y 110,Is). El profeta Isaías, en el tiempo de los grandes apu-
ros ocasionados por los asirios en el siglo v m , había considerado todavía
que la elección de David y de Sión p o r el Dios de Israel era irrevocable.
¿No se tenía q u e interpretar entonces la conquista de Jerusalén p o r los
babilonios en el año 586 y el fin del reino davídico como u n a manifes-
tación de la impotencia de Yahvc frente a los dioses de Babilonia, en
el sentido de Jueces 11,24? Si así hubiera sido se habría seguido la lógica
de los principios de sociología de la religión establecidos p o r Weber.
Pero la fe en Yahvé había adquirido a lo largo de la historia de la pro*
fecfa de Israel un potencial interpretativo tal que Jeremías, ya antes de
q u e los babilonios destruyeran Jerusalén, había podido interpretar este
hecho como un acto de poder del juicio divino en lugar de como expre-
sión de la impotencia del Dios de Israel. Con todo, el Deuteroisaías era
u* Ibid., líóss, esp. 169, U, TWORUSCHKA, O.C, 47, cree que plantearse si un Dios
en quien se cree se manifiesta en realidad para los creyentes como el poder que
creen que es, es algo que puede rechazar como «metódicamente cuestionable y
además como prácticamente irrealizables El primer lugar, porque él piensa que
el criterio empleado depende de presupuestos oca dental-cristianos (cf. sobre esto.
más arriba, la nota 125). Pero, en segundo lugar, porque «acerca de las reacciones
de los hombres antiguos ante consecuencias deseadas, pero no acontecidas en
realidad» nosotros no sabríamos nada. Ahora bien, yo no he hablado de la oración
escuchada en las antiguas religiones, sino de las expectativas que van vinculadas
a una determinada figura divina respecto de la realidad experimentada. Tworuschka
dice lapidariamente: «Si unos dioses no tienen ya poder, se los abandona y otros
dioses más poderosos pasan a ocupar su lugar» (ibid.). Pues bien, justo ése es
el tema de la acreditación o (como en este caso) no acreditación del poder airi-
buido a un dios, tema que yo creo necesitado de una investigación y clarificación
más detallada como punto de partida para el tratamiento de la cuestión de la
verdad de la fe religiosa. Las representaciones de fe no son siempre necesariamente
tan «ajustadas» a la experiencia de la realidad como puede imaginarse el investí*
gador de la religión que trabaja con los medios de la fenomenología de la religión.
La historia nos ofrece más bien muchos ejemplos del hecho de una pugna en
torno a la interpretación religiosa de la realidad. La decisión sobre si unos dioses
tienen o no tienen poder es sólo resultado de dichas confrontaciones. Hay que
esclarecerlas si se quiere comprender el curso de la historia de la religión.
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176 ///. La realidad de Dios en las religiones
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J. La verdad de ¡a religión y la historia de la religión L7?
d e q u e las a f i r m a c i o n e s r e l i g i o s a s t e m a t i z a n las i m p l i c a c i o n e s d e s e n t i d o
q u e s e h a l l a n e n l a e x p e r i e n c i a p r o f a n a del m u n d o s e e n c u e n t r a y a e n
l o s d i s c u r s o s Sobre la religión de S c h l e i e r m a c h e r , P o r q u e c u a n d o allí se
d i c e q u e t o d o l o finito, con l o s l í m i t e s q u e c o n s t i t u y e n s u p a r t i c u l a r i -
d a d , e s t á « r e c o r t a d o » 1 3 0 d e l o i n f i n i t o , s e e s t á s i g n i f i c a n d o c o n ello q u e
t o d a e x p e r i e n c i a p r o f a n a d e l m u n d o , e n c u a n t o e x p e r i e n c i a d e l o finito,
i m p l i c a s i e m p r e q u e l o finito e s u n a r e p r e s e n t a c i ó n (Darsleltung) d e l o
i n f i n i t o , d e l Universum. S ó l o q u e e s o no lo t e m a l i z a la c o n c i e n c i a de la [g2
e x p e r i e n c i a p r o f a n a . E s s ó l o l a c o n c i e n c i a religiosa l a q u e c o n t e m p l a
e x p r e s a m e n t e e l t o d o e i n f i n i t o e n l o finito; e s ella l a q u e t e m a t i z a , p o r
tanto, las implicaciones de sentido de la experiencia profana que no
llegan a h a c e r s e e x p r e s a s e n é s t a . P e r o S c h l c i c r m a c h c r h a b l a b a d e «in-
t u i c i o n e s » (*Anschauungen*) religiosas, n o d e a f i r m a c i o n e s . P o r e s o n o
t r a t ó tampoco de la pretensión de verdad que va unida a la forma de
la afirmación o proposición: no se planteó, p o r tanto, la pregunta de
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178 (II, La realidad de Dios en tas religiones
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1 La verdad de la religión y la historia de la religión 179
us Cf. Sobre la religión, 168a [259ssT En este sentido, las «intuiciones» religiosas
tienen el carácter de afirmaciones, es decir, que conllevan una pretensión de ven
dad, AI menos por lo que toca a la •polémica» del cristianismo con las represen-
taciones insuficientes de la presencia de lo infinito en lo finito por otras religio-
nes. también Schleiermacher vería la posibilidad del conflicto entre diversas pre-
tensiones religiosas de verdad.
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180 III. La realidad de Dios en las religiones
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J. La verdad de la religión y la historia de la religión leí
|J
* Véase sobre esto la contraposición (necesitada, es verdad, de algunas ma-
lizaciones) de la teología de La historia del antiguo Israel con la orientación ha*
da los tiempos originarios propia del mito, en M. ELUDE. El mito del ctertw re-
torno ¡1951). Madrid 1984 (5.a ed.). Sobre el concepto de mito y la historia del
mismo, véase también mi investigación sobre Cristianismo y mito (1917) en Cues-
tiones fundamentales de teología sistemática, Salamanca 1976, 277-351 [II, 1980,
13-65].
u* Ilustraciones de ello se encuentran en Cristianismo y mito, en Cuestiones futí*
damentales de teología sistemática. Salamanca 1976, 303-330 y 340ss III. 1980. 31-56.
y 57ss],
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1*2 ///. IA realidad de Dios en tas religiones
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5* La verdad de la religión y la historia de la religión l£3
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184 ///. La realidad de Dio* en las religiones
4. LA RELACIÓN RELIGIOSA
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4. La relación religiosa l*>
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m III. La realidad de Dios en las religiones
«i Cf. o.c„ 71, 20ss, 77, 14, y sobre el concepto de piedad fAndacht), 111, 19ss.
» Cf. o.c„ 79s.
«* Cf. OXN, 685ss,
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4. La relación religiosa 167
Gerardus van der Leeuw J44 . Pero mientras que para Hegel la religión
estaba caracterizada p o r la tensión entre la realidad absoluta de Dios
y la subjetividad finita del hombre, en van dcr Leeuw todo se ha des-
lizado a lo antropológico. Al «objeto» de la religión se le trata ya sólo
bajo el punto de vista de las representaciones h u m a n a s del poder santo,
aunque se haga mención de q u e el hombre religioso concibe ese objeto
como sujeto activo- El hombre constituye ya aquí, donde se trata del
objeto de la relación religiosa, la base de la exposición. Posiblemente
esté en relación con esto el que al «sujeto» finito de la religión no se le
presente, como todavía en Otto, bajo el punto de vista de su distancia
y de su aislamiento respecto de Dios, sino sólo bajo el punto de vista
de su participación en la esfera de lo religioso: al poder s a n t o le corres-
ponde el «hombre santo» M . Con esto se ha perdido la tensión de la
relación religiosa fundamental que Hegel había trabajado y que también
Otto había visto todavía. Ya no necesita en absoluto ser solucionada por
medio del culto. Sin embargo, también van der Leeuw pone a ú n u n a
tercera parte en la q u e se exponen las relaciones entre «objeto y sujeto
en su influencia reciproca». Pero ya no aparece en ella ninguna interpe-
netración de la acción divina y de la acción humana, sino tan sólo la
acción interior y exterior del h o m b r e implicado, y además, concretamen-
te, en la perspectiva del dominio de la vida por medio de las celebra*
ciones r i t u a l e s 1 *
*** Esas son las tres primeras parles de G. VAN DCR LÍEUW, Fenomenología de la
religión (1933)* Siguen todavía una cuarta («El mundo») y una quinta parte («Figu-
ras»)» Las observaciones críticas de G. WIÜENGREN. Eintge Bemerkungen Über die
Methoden der Phanomenologie der Religión, 1966. en G. LANCZXOWÜII (cd.). Setbstver*
standnis und Wesen der Religionsyvissenschaft, Darmstadt 1974. 257-271. no se di-
rigen contra la disposición sistemática de Ea obra.
"i VAN titR Ltmw. o.c.. I82ss [208ss].
>** Cf. o.c, 326ss [3831. Puede que en esta acentuación de los temas haya tenido
algo que ver la unilateral orientación de van dcr Lccuw a las religiones de los
pueblos sin escritura, orientación criticada por G. WIDCNGREK, l.c. 263.
i*7 Cf*, al respecto, mis Erwdgungen zu einer Theologie der Religionsgeschichte
en Grundfragcn systcmatischer Theologie, I. 196?, 252*295. esp. 257ss. 26Qs. Junto
con esta valoración positiva de su función, se encuentra aQui una crítica de la
abstracción que hace la fcnonrenología de la religión del contexto histórico de sus
materiales cuando aduce datos de procedencias totalmente diversas para Ilustrar
la presencia de estructuras típicas (259s). Una critica semejante se la ha hecho tam-
bién la ciencia de la religión, en particular en el Congreso de Marburgo de 1960.
Pero cf, ya R- PHTTAZONI en Numen 1 (1954) 1-7. y los comentarios de U. BIAKCSI
sobre el Congreso de Marburgo en Numen 8 (1961) 64-76, como también los plan-
teamlentos de G. WIDENGREX, de 1968. en el articulo citado en la nota 144.
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L8S ///. La realidad de Dios en las religiones
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4. La relación religiosa 189
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190 ///. La realidad de Dios en las religiones
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4. La relación religiosa 191
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192 IIL La realidad de Dios en las religiones
pera con ansiedad» la revelación de los hijos de Dios para verse libre
del peso de la caducidad. En Rom l,2Üss( Pablo se adhiere a la polémica
judía contra las religiones paganas con la intención de aplicarles tam-
196 bien a los judíos el mismo juicio14*. De modo que la condena de las
religiones paganas no es un fin en sí para la argumentación paulina.
Claro que esto no cambia nada en el hecho de que Pablo, en este con-
texto, ha hecho suyo el juicio de la polémica judía. Pero al menos re-
sulla dudoso que estas frases puedan ser leídas como una valoración
exhaustiva en todos los sentidos del fenómeno de las religiones extra-
bíblicas. £1 testimonio bíblico en su conjunto es considerablemente m¿s
complejo. No tanto a causa de las expresiones más suaves de los Hechos
de los Apóstoles sobre el tema (Hech 14,16s; 17,22ss), sino, sobre todo,
ante el hecho de que la fe judia no siempre se mostró totalmente refrac-
taria respecto de otras divinidades. La confesión de fe en la unicidad de
Yahvé pudo hacerse también identificando al Dios de Israel con el dios
creador canaanita El y, más tarde, con el dios persa del ciclo (Es 5 ( U;
6,9s; 7,12ss). E incluso la eliminación de Baal sólo se consiguió recono-
ciendo en cuanto tales las funciones que se le atribuían en la fertilidad
de la tierra y reclamándolas luego como propias de Yahvé- Parece que
tampoco en la perspectiva de la fe de Israel fuera rechazable todo lo
relacionado con la fe en Dios de otras religiones.
La polémica judía contra la fe en Dios de los otros pueblos, cuya
opinión asume Pablo en la carta a los Romanos, subraya unilateral-
mente el momento del cambio del Dios incorruptible por la figura de
cosas corruptibles. Pero lo cierto es que este es también uno de los
aspectos de la realidad de las religiones. No lo podemos negar sin más.
Es algo tan propio del comportamiento religioso del hombre, que Pablo
pudo aplicar el juicio judío sobre la impiedad de los paganos a los mis-
mos judíos. Y Barth, al incluir también a los cristianos en dicho juicio.
era fiel, sin duda ninguna, a la intención de la argumentación paulina.
Aunque de esta manera el fenómeno de la religión en su conjunto no
quede suficientemente bien caracterizado, al menos su ambivalencia sí
que resulta muy nítidamente iluminada.
¿En qué consiste la ambivalencia? Dicho en general, es decir, en el
lenguaje de la filosofía de la religión, se la puede reducir a que la rela-
ción religiosa del hombre con lo absoluto, con lo verdaderamente infi*
nito, se halla constreñida a encontrar lo infinito en el medio de la ex-
periencia del mundo, es decir, el medio que le proporcionan los conte-
nidos siempre finitos de dicha experiencia. También para la teología
cristiana es importante el poder describir en estos términos ese hecho.
Pues sólo así se puede superar el malentendido de que no se trata de
w* Cf.t sobre esto, U. WIUXÜNS, La Carta a los romanos. Salamanca 1989. 149,
cf. !2Sss (lf 1978, 116, cf. 97ss].
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4, La relación religiosa I»
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194 ///. La realidad de Dio* en las religiones
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4. La relación reitgto&a 195
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1% ///- La realidad de Dios en las religiones
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4. La relación religiosa 197
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19* ///. La realidad de utos en los religiones
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4. La relación religión 199
157
Sobre esta función del mito. cf. del Autor, Cristianismo y miro, en Cuestio-
nes fundamentales de teología sistemática. Salamanca 1976, 277-351, esp. 281ss (II,
1980, 13-65, csp. 15ssJ.
u* M. EuACt. Et mito del eterno retorno (1953).
« Las correspondientes referencias documentales del resumen que damos a
continuación se encuentran el trabajo citado en la nota 157, 303$$, 311$$ [31$s, 37ss].
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200 ///. La realidad de Dios en las religiones
itf M. ELIADE» O.C*, 104$, había CK° que igual que el mito ignora el futuro» la es-
catologla destruye la historia.
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«f. La relación religiosa 201
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Capítulo IV 207
LA REVELACIÓN DE DIOS
' W. F. OTTO, Theophania. Der Geist átr altgríechischen Religión, Hamburgo 19S6É
29$: los dioses griegos -no necesitan revelación autoritativa»; pues «dan testimo-
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2W tV. La revelación de Dios
nio do si mismos en todo ser y acontecer, y lo hacen tan maní fies lamen te que,
en los siglos de oro. con excepción de muv pocos casos, ni siquiera existe la
falta de fe- (29).
2 Cf. las observaciones de M. P. NILSSÜN, Gcschichte áer griechischer Religión 1,
1941, 32s, y, también, 47s, 49. sobre la interrelactún entre anlropomorlizaci6n y mi-
toloíla en Hesfodo. Por lo demás, Nilsson contaba más bien con que las fiaras
4e los dioses se configuran en d culto Í206).
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t, La función teológica del concepto de revelación 20*
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206 IV. La revelación de Dios
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/, La función teológica del concepto de revelación 207
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208 IV. IM revelación de Dios
De estos datos no se sigue en modo alguno que haya sido una equi-
vocación que la teología medieval, y más aún la discusión teológica mo-
derna, hayan elevado la idea de la revelación a la función de principio
absoluto de la teología. Ante todo sigue teniendo validez, a pesar de los
matizados datos bíblicos, el argumento de que a Dios no se le puede
conocer si no parte de él el darse a conocer. Es cierto que no es éste el
punto clave de todas las ideas bíblicas de revelación. Pero es un presu-
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/. La junción teológica del concepto de revelación 209
* Es lo que hace J. BARR, Revelation Through History in the Oíd Testament and
in Modern Theology: Interpreta don 17 (1963) 193*205. csp. 203, un artículo al que
se ha prestado mucha atención. La crítica de Barr se refiere aquí concretamente
a la idea de la revelación de Dios en la historia. Pero luego, Barr se opuso tam-
bién a todo uso del concepto de revelación «as a general term for man's source
for knowlcdgc of God* (The Concepts of History and Revelatiott, en Oíd and New
in Interpretaron, Londres 1966, 65-102, 88). Volveremos más adelante sobre la ar-
gumentación
4
de Barr.
Esto lo ha descrito con pleno acierto la doctrina de K. Barth sobre la Pa-
labra de Dios cuando remite la palabra de la predicación al testimonio de la
Escritura y éste, a su vez, a Jesús como la Palabra reveladora de Dios. Soto que
con esto no se ha mostrado la verdad de La pretcnsión implícita en esas rctrorre-
ferencías, es decir, de que Jesús sea realmente la revelación de Dios.
210 IV. LÜ revelación de Dios
Estos hechos nos obligan a dedicarle más por extenso nuestra aten-
ción a la variedad de aserciones bíblicas sobre la revelación y a definir
el valor que les corresponda a cada una de ellas. Si no, el recurso teoló-
gico a la revelación del Dios bíblico para la fundamentación de las afir-
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r La funcióti teológica de! concepto de revelación 211
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212 ÍV. La rfvtíoción de Dio*
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2. Multiplicidad de concepciones bíblicas sobre lú revelación 213
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214 IV, La revelación de Dios
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?. Multiplicidad de concepciones bíblicas sobre la revelación 215
de Dios» bajo la forma del duelo o de la prueba del agua o del fuego» De
todas estas formas de la técnica mántica (de la llamada inductiva), el An-
tiguo Testamento permitía sólo el oráculo de la suerte, mientras que la
experiencia de los sueños y la inspiración profética (es decir, la mántica
«natural» o «intuitiva») eran t r a t a d a s al parecer con menos desconfian*
za l0. En todo caso, parece que los orígenes de la idea de revelación se
encuentran en el mundo de la mántica también en Israel.
El cristianismo juzgó con mayor reserva aún q u e Israel las acciones
adivinatorias del futuro. Tampoco el oráculo de la suerte debe ser uti-
lizado ya sin necesidad, pues se convierte fácilmente en expresión de
u n a arrogancia que no se recata de tentar a D i o s l l inmiscuyéndose en lo
oculto del futuro, es decir, en la esfera q u e Dios se ha reservado para
sí mismo. La actitud reprobatoria del cristianismo frente a t o d a s las
técnicas mánticas es probable que esté en relación con el rechazo mos-
t r a d o p o r Jesús frente a la petición de signos de Dios. Dios hace mila- 219
gros por su propia voluntad, incluso a través de los hombres, p e r o ya en
el cristianismo primitivo se consideraba un atrevimiento el pedirle a Dios
tales signos ícf. Me 5.7). Al parecer el hacerlo se entendía que era ya
«tentar» a Dios, u n a incursión en la soberana esfera de su libertad. Mien-
tras que no toda petición de signos caía bajo la prohibición de tentar a
Dios en la ley veterotestamentaria (Dt 6,16 y Ex 17,7), Jesús rechazó la
d e m a n d a q u e se le hacía de pedir a Dios signos legitimadores de su
misión (Mt 12,38s; 16,14 p a r ) " .
La problemática de la petición de signos y su rechazo por p a r t e de
Jesús son muy iluminadores para el tema de la revelación porque el
complejo de los «signos* —ya sean indicios previos o señales de acre-
ditación—, igual que o t r a s formas de oráculo, tiene que ver con el cono-
m
Esta diferenciación de dos formas tunda mentales de mántica se remonta a
la Estoa (Cic, De Divin. I. II; II, 26) y se encontraba ya prefigurada en la contra-
posición que Platón hacia entre inspiración divina e interpretación humana de
signos (Fi\i. 244 a Sd 5).
H Tomás de Aquino, STh H II, q 95 a 8 c.
tt El Antiguo Testamento tenia todavía una relación relativamente aproblcmáti-
ca con la petición de signos como legitimación de una misión divina. Así. por
ejemplo, está claro que en la tradición del Éxodo el cayado milagroso de Moisés.
(Ex 4Jss) o de Aarón (Ex 7,9ss) está al servicio de la acreditación de su misión.
Y, de modo semejante a como to hizo Moisés, Ccdeón le pide a Dios un signo
como prueba de que el encargo que se le ha encomendado procede efectivamente
de Dios (Jue 6,l7ss). Pero aquí el signo no es para acreditarse ante otros, sino
para el cercioramicnto propio. Lo mismo sucede con el signo que Istias le exige
pedir a Dios al rey Ajab (Is 7,11). La negativa del rey, fundada en que no quería
tentar a Dios, no fue valorada por el profeta como expresión de su fe, sino, por
el contrario, como una falta de disponibilidad para confiarse a Dios, concretamente
al mensaje que Isaías le anunciaba. Pero Jesús rechazaba justamente por este
motivo la demanda que se le hacia de pedir un signo: él esperaba que sus oyentes
percibieran en su mensaje la interpelación del Dios de Israel sin necesidad de un
signo certificador. De ahí que, según el mensaje de Jesús, el pedir signos sea en
realidad escamotear la interpelación que significa su persona.
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216 IV. La revelación de Dios
cimiento de lo que estaría oculto sin ellos, es decir, actúan como medio
de «revelaciones». Y mientras que por lo que respecta a o t r a s experien-
cias de revelación h e m o s tenido que decir que. p o r lo general, no tienen
a Dios como contenido, en el Antiguo T e s t a m e n t o es j u s t a m e n t e el signo
proveniente de Dios el que se convierte en la forma de su autocomuni-
cación. Así. por ejemplo, Yahvé mostró sus «signos» en Egipto para que
los israelitas le «reconocieran» (Ex 10,2), es decir, para que se dieran
cuenta de que era su poder el que estaba d e t r á s de Moisés y de Aarón.
La conducción del Pueblo fuera de Egipto sucedió entre «signos y
prodigios» (Dt 7.19; cf- 4,34; 6,22; 26,8) u . Pero también el juicio de Dios
cuya amenaza pesa sobre el pueblo que se ha a p a r t a d o de sus manda-
mientos es anunciado como «signo y prodigio» de advertencia para to-
das las generaciones siguientes (Dt 28,46)- Isaías entendía ya su propio
anuncio de la desgracia y el de sus discípulos como un «signo y prodi-
gio». como un indicio precursor y como u n a contraseña de Dios para su
220 Pueblo Israel (Is 8.18). De modo semejante iba también Ezequiel a con-
vertirse en un signo para el Pueblo con su dolor p o r la muerte de su
mujer (Ez 24.24 y 27). De una manera formalmente similar el mismo
J e s ú s presentaba todavía su propia presencia como un signo d a d o p o r
Dios a su Pueblo (Le 11,30). En este caso se trata evidentemente de un
signo de la cercanía e incluso de la presencia del Reino de Dios, De modo
que Jesús, a pesar de su oposición a legitimarse a sí mismo p o r medio
de signos, no era sin más contrario al signo como medio de proclama-
ción de las intenciones y del plan histórico de Dios. Según la fuente O.
a la pregunta del Bautista sobre si era él el que tenía que venir, Jesús
respondía remitiéndose sin dificultad ninguna a los signos que acom-
pañaban su presencia: los mismos que se esperaban para el tiempo de
salvación que había de llegar (Mt 11.4s; Le 7P22s)l*. Se trataba en ambos
casos de signos procedentes de la iniciativa divina, no producidos p o r
los hombres ni arrancados a Dios por la fuerza. Aquí debe de estar la
explicación de p o r qué Jesús acepta en estos casos la función de los
signos mientras que, por o t r o lado, rechaza la petición de signos a Dios.
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2. Multiplicidad de concepciones bíblicas sobre la revelación 217
todo, no son ellos los que constituyen la base primera de dicho conocí*
miento. Al contrario, esas formas diversas de «revelación» presuponen
ya un cierto conocimiento de Dios. Parece que ha sido éste el caso tanto
en Israel como en o t r a s culturas de impronta religiosa. Lo cual significa
que los sueños y las inspiraciones proféticas son referidos a dioses a los
que ya se conoce. El dios de que se trate está primariamente vinculado
con ellos en cuanto q u e se le tiene por el a u t o r de tal * revelación».
Por tanto, si el contenido de la «revelación» lleva aparejada consigo
la conciencia de q u e su a u t o r es Dios, la conciencia de revelación incluye
ya un m o m e n t o de reflexión ", a no ser q u e se vea incluso cómo Dios
mismo comunica su contenido, como podría ser en el caso de una cara
vista en un sueño (así sucede en Gn 28,12ss). El hecho mismo y el 221
contenido de la comunicación se reciben como expresión de la iniciativa
divina y como manifestación de la voluntad de Dios, a u n cuando no sea
Dios mismo el contenido y el objeto de la experiencia. Una comprensión
refleja de la revelación, en el sentido q u e decimos, es la q u e caracteriza
en particular la recepción de la palabra profética —la forma bíblica fun-
damental de desvelamiento de lo oculto, especialmente de lo futuro aún—
como expresión de la voluntad divina.
i' M. SEOXER en el Handbuch der Fundamentaltheologie (2. 1985, ó0£3. csp. 67)
siguiendo a P. EICHHR {Ofíenbarung. Prinzip neuzeitücher Theologie, 1977. 21ss, 43ss)
ha distinguido un concepto cxpcricncial de un concepto reflejo de revelación* Es
una distinción valiosa pora aclararse en medio de la a primera vista desoricntadora
pluralidad de fenómenos a los que se llama hoy «revelación»* Puede ayudar par-
ticularmente a perfilar, en medio de dicha pluralidad, el concepto teológico de re-
velación, que es sin duda ninguna un concepto reflejo, en el sentido propuesto por
Seckler, diferenciándolo de las experiencias inmediatas a las que se llama -reve-
laciones». Pero la reflexión no comienza en el nivel de la construcción concep-
tual de la teología sistemática* La vivencia de una «experiencia de iluminación» y,
sobre todo, la comunicación de su contenido a otros, va acompañada ya de refle-
xión. Lo cual se puede decir sobre todo de la atribución que se hace de la autoría
de la vivencia de revelación a una divinidad conocida ya por otro camino.
i* Ya W. PROCKSCH señalaba en su articulo sobre el concepto hebreo de palabra
en el Theologisches Wórterbuch zum Neuen Testament Á, 1942. 90 que dabar signí-
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21S IV. La revelación de Dios
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2. Multiplicidad de concepciones bíblicas sobre la revelación 219
WW, Zmurau, Ezechiel, I, 1969, 35s; cf. 18ss. K, BALTZGR, Die Biographic der
Prophcten, Ncukirchcn 1975, 114s (sobre Jcr 23,21 y 15,19) subraya que también Je-
remías presupone que cl profeta se encuentra ante Yahvé en su consejo y Que es
en esa situación donde recibe su misión.
t* J. BARR, Oíd and New in interpretation, Londres 1966, 82 y 89ss, tiene razón
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220 IV. La revelación de Dios
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2. Multiplicidad de concepciones bíblicas sobre ¡a revelación 22\
& Cf. G. v. RAO, Teología del Antiguo Testamento, I. Salamanca 1978. 234-242 [I.
1957, 181-187;. El análisis lingüístico realizado por R. BARTELUUS, HYH. Bedeutung
und Funktion eines hehrdischen *Allerweltswortes+t St. Otiiicn 1982. 232, ha de-
terminado con mayor exactitud aún que se trata de una combinación de una ex-
presión clasificadora con una expresión existencia! que (icnc una referencia tem-
poral de futuro. Bartclmus traduce; *Yo seré el que quiera que sea.» Cf. tam-
bién 234s, así como W H. SoLuiur, Éxodos (BKAT II, 3) Neukirchen 1983, 17?s.
iT
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222 IV, IM rtvetmón <fc Dios
*> Cf.. al respecto, W. ZIIUIERU, Erkenniuis Cotíes nach dem Buche Etechtel,
Zunch 1954.
* Sobre la diversa terminología referente a la revelación como desvelamiento,
aparición y darse a conocer, cf. lo que dice R. RENDTORFF, en La revelación como
historia, 1977, 31ss [1961, 3ss],
5 El todavía no «conocía* a Dios de 1 Sam 37 no quiere decir, naturalmente.
que el joven Samuel no hubiera oído hablar nada en absoluto del Dios de Israel»
sino que todavía no se habla encontrado con él bajo la forma del «desvelamiento*
protético.
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2* Multiplicidad de concepciones bíblicas sobre la revelación 223
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224 ¡V\ La rvvckicién d* Pios
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2* Multiplicidad de concepciones bíblicas sobre la revelación 22?
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226 lVt La revelación de Píos
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2* Multiplicidad de concepciones bíblicas sobre la revelación 127
de Rom 1,17. cf. U. WILCXEKS. IM Carta a tos romanos. Salamanca 1989. 247ss; cf.
130ss [1978, Í99s; cf. lülss],
Ji Sobre esta temática que atraviesa en .su totalidad los testimonios neotcat*-
mentarios vinculándolos con la predicación misma de Jesús, cf, U. WILCXEKS, IM
comprensión de la revelación en la historia det cristianismo primitivo, en W. PANNEJÍ-
BERG (Ed.), La revelación como historia. Salamanca 1977. 55-116 [1961. 42-90]. Aun-
que entonces Wückens todavía no investigaba allí la relación de la terminología neo
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228 IV. La revelación de Dios
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2- Multiplicidad de concepciones bíblicas sobre la revelación 229
su función de profecía sobre Jesucristo, cuando, una vez aparecido este, son ellos
los que posibilitan, a la inversa, el reconocimiento del acontecimiento de Cristo
como 'revelación»? Asi había entendido ya Orígenes este texto (de princ. IV, 1. 6)*
Y esto no tiene nada que ver con la problemática ampliación textual que tí añade.
La intcrrelactón que Orígenes ve en este pasaje entre la revelación en Jesucristo y
la profecía veterotcstamentaria corresponde exactamente a la (unción que la teolo-
gía de la Iglesia primitiva le atribuía a la prueba de profecía.
* Es lo que dice V. WIICTFNS, o.c.f nota 708, de la difícil relación dentro de la
frase de las dos construcciones de participio.
& E! lojtion de Mt 11,27 (Le 1022) según el cual sólo el Hijo conoce al Padre y
aquel a quien et Hijo se lo quisiera revelar le define al Hijo como mediador de la
revelación fcf. también Jn 17*6), pero no le declara a él mismo como la revelación
del Padre. La función del Hijo corresponde aquí más bien a la del ángel cuando el
vidente apocalíptico recibe una revelación. La idea de que Jesucristo trasmite una
«revelación» recibida del Padre se encuentra también en la primera frase del Apo-
calipsis de Juan (Ap 1,1). El paralelismo con la función del ángel como mediador
de la revelación apocalíptica resulta allí especialmente llamativo,
* La cópula relativa 6 parece ser más antigua que ¿£\
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230 IV. La revelación de Dios
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5. Función de la revelación en la historia de la teología 231
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232 /V, La revelación de Dios
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5. Función de la revelación en la historia de la teología 233
4
* Con todo, la Carta a Díogneto se mantuvo todavía sobre esa base. Allí se pu*
de leer que el Dios Invisible «se ha manifestado a sf mismo* (iavrov fatSci^ev*
8, 5) comunicándole desde el principio a su Hijo su plan de salvación para que el
lo pudiera «desvelar* y manifestar (8f 11). Aquí se conserva todavía la idea apoca-
Hptico-palcocristiana del plan salvador de Dios como objeto de la revelación y el
conocimiento de Dios hecho posible de esa manera es indirecto. Según F. G. Dow-
SINO, Has Christianity a Revelaron?, Londres 1964, 135, la Carta a Diogneto pre-
senta «for the first time, something likc a thcology of rcvclation»*
« Véase también, al respecto, la «prueba de la predicación apostólica» de Ire-
neo (II, 3, 86).
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234 /V, La mutación de Dios
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3. Función de la revelación en la historia de la teología 255
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236 IV. La revelación de Dios
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3. Función de la revelación en la historia de la teología 2J7
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3. Función de la revelación en la historia de la teología 239
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240 IV. La revelación de Dios
« O*., 77ss.
** 0 . c , 80*). U cita es de la p. 81*
* Según Plotino (Enn. III, 7,5) la eternidad es «el Dios que se manifiesta a sí
mismo como él es» (6 attov 8E6<; í^poívojv nal itp&patvuv íavróv oéóc, ttrxi)* Pero es-
ta manifestación no tiene lugar en el tiempo y en la historia. Por el culinario, la
aparición de la causa divina en sus efectos mundanos es siempre fragmentaría, como
Proclo habría de exponer (Element. iheoi 29, cf. 125. 140), Filón, en cambio, creía
que Dios aparece como él es al menos para las almas sín cuerpo iSomn I. 212). En
la nota siguiente se documenta la presencia de esta misma Idea en Tomás de
Aquino. Sobre Plotino, cf. W. BEIERWATTES, Plotin über Ewigkeit una Zeít (1967),
Frankfurt 1981 ( 2 / ed.X 195s.
70
Una idea asi de revelación aparece en la Patrística además de en Ignacio
(Afufif 8,2) en Orígenes (c. Celso VII, 42), En la Escolástica medieval. Buenaventura,
por ejemplo» dice que Dios hace todo lo que hace para manifestarse a si mismo
(«ad sut manifestationcm»: 2 Sent 16JJ; Obras II, 394b). Lo cual no significa aun,
claro está, que la única forma de revelación sea la autorrevelación. También Tomás
de Aquino habla de autorrevelación de Dios refiriéndose a la finalidad de la bien*
aventuranza eterna; «Dominus cnim di Ice ton suo promittit manifestationcm sui
ipsius, in quo vita eterna consiste!» (De car, 13), Según Tomás la revelación de
la esencia de Dios está reservada a la futura visión de Dios de las almas liberadas
del cuerpo —con excepción de éxtasi» como los acontecidos a Moisés y a Pablo
(De ver, 13*2)* En cambio, la revelación prolétlca (De ver. 12,7$$) no da a conocer nada
de la esencia divina <lbid„ ó; STh ¡MI, 173, 1). La revelación comunicada a los
Apóstoles y Profetas, sobre la que se apoya nuestra fe (STh I, 13*2; cf. I, 1J), hay
que distinguirla también de la autorrevelación prometida a los bienaventurados
(cf. STh II-IÍ. 147, ó y 121, 42: «perfeetto autem divinae rcvelationis erit in patria»).
Aunque llame a la le, siguiendo a Hebreos 11,1, «prima incohatio rerum speran-
darum in nobís» (STh IMI, 4,1). Tomás no habla de una autorrevelación inicial
de Dios en la fe, sin duda porque de esta se dice que es precisamente «argumentum
non apparentium* (tbid.). Más cerca de la idea de que toda revelación es autorre-
velación están el intérprete de Tomás, Cayetano («Deus dicens seipsum*: referen*
cías documentales en el Handbuch der Dogmengeschichte I/la, 28), Melanchton en
sus Loci praecipue theotogici (1559) (CR 21, 608, a diferencia de 601$) y también Cal
vino en su Institutio, I, 5,1 (CR 30,41). Sobre la dimensión cscatotógica de la revé*
1 ación r víase también Lulero WA 3, 262, 5ss.
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5. Función de la revelación en la historia de la t 241
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3. Función de la revelación en la historia de la teología 24 s
™ R. ROTHE, Offenbarung (Theologischc Studien und Kritiken 31, voL I, I85Í, 3-49).
según recoge en su Dogmatik, Goto 1863, 55*120, 59.
™ Ibid. Cf, C. I. Nmsoe, System der christtichen Uhre (1829), 1837 (3/ ed.) 57s
(§ 23).
*> R. ROTHE, O.C„ 60.
*» 0.a, 61.
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244 /Vt La revelación de Dio*
c O c , 66.
« O.C.. 74,
15
Así, por ejemplo, todavía por R. SEEBFHG, Offenbarunz und lnspirationt Berlín
1908, y, sobre todo, por U IHMEIS, Das Wescn der Offenbarung, en fd.. Centralfragen
der Dogmatik, Leipzig 1911, 55-80.
** Ya en J. S. v. DRFY, Dtc ApoloRctik ais wissemchafrliche Sachweisung der
Gótttichkeit des Christentums in stiner Erscheinung, I (1837), Maguncia 1M4 (2/ cd->,
117%. Sobre la prehistoria de la doctrina históricosalvífica de la Constitución Dci
Verbum del Concilio Vaticano II desde Drcy y Mohlcr, cFt cspt H- WALDENFELS, Offcn*
barung. Das Zwcitc Vatikanische Kottzil auf dem Hintergrtmd der tieueren Theoío
gúr, Munich 1969.
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246 IV. La revelación de DW&
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J. Función de la revelación en la historia de la teología 247
teología dialéctica —es decir, no sólo para los barthianos, sino también
para la escuela de Rudolf Bultmann—, pues parecía que ponía en cues-
tión la función fundamental de la Palabra de Dios para la teología y,
por tanto, la base común de la teología dialéctica en todas sus direccio-
nes. De ahí que las severas críticas que recibió desde muchas partes
giraran en torno a la supuesta alternativa: o palabra de Dios o bis- 250
loria **.
Y, efectivamente, se negaba la posibilidad de identificar sin más el
concepto de revelación, en sus muy diversas acepciones bíblicas, con el
de palabra de Dios. Pero con esto no se había dicho aún la última palabra
sobre cómo se relacionan e n t r e sí a m b o s conceptos. Se puede tener por
insuficiente la enumeración q u e el libro ofrecía de las funciones de la
palabra de Dios documentablcs en los textos bíblicos: predecir, m a n d a r
y n a r r a r (Tesis 7.* de La revelación como historia). Pero no cabe duda de
que. independientemente de las tesis allí mantenidas, es necesario deter-
minar de manera nueva la relación en la que se encuentra el concepto de
«palabra de Dios» con las demás concepciones sobre la revelación q u e
nos encontramos en los textos bíblicos. Esta tarca no se la planteó la crí-
tica dirigida contra la nueva formulación histórico-teológica del concepto
de revelación. Porque los críticos —al menos en el ámbito intraprotcs-
tante de la discusión— seguían con demasiada naturalidad la teoría de
la revelación como palabra de Dios w .
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4. La revelación como historia y como palabra de Dios 24*1
w
J. BAR*. Rcvelation trough Hisrory in the Oíd Testamettí and in Modem Theo>
togy: I n te rp retal ion 17 (1963) 193-205. Curiosamente Barr. además de a los teólogos
mencionados y de a mí mismo, contaba también a K. Barth ya R. Bultmann entre
los defensores de Ea idea de una * revelat ion through history» (195).
»101 L.c. 201,
J. BARR, The Concepís of History and Rcvclation, en Oíd and New in Inter-
pretatton, Londres 1966, 65-102. csp. 81: «From somc points of view what is reía-
ted is rather a story than a history,* Sobre la ausencia del término «historia»..
cf. ibid., 69* Ambos argumentos se encuentran ya en las páginas l9Ss del artículo
citadu en la nota 99
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250 IV, La revelación de Dios
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4. La revelación como historia y come palabra de Dios 251
concepto de historia como categoría teológica central. Cf.. al respecto, D. Ruso» '
H. JONES, *Story* ate Rohmateriat der Theologie, Munich 1976, y también D. RITSCHU
Zur Logik der Theologie, Munich 1984, 14-51, 5640. et passim.
lo» Por eso se ha formulado la tesis de que, frente una mera historia de hechos
políticos y económicos, también el proceso de evolución y transformación de las.
tradiciones de las que viven las culturas de la historia de la humanidad ha de ser
objeto de la exposición histórica, es decir, que la historia, en este sentido amplio
de la palabra, ha de ser tratada como «historia de tradiciones*.
m
Ño cabe duda de que ello exige una intensa confrontación con la compren-
sión profana de la historia de la Modernidad. Se trata, en primer lugar, de que al
hombre se le puede considerar como el sujeto referencial (Referenzsubiektt de la
historia, pero no como su sujeto activo (Handlungssubiekt), constituyente de la
unidad del curso de los acontecimientos. Si se hace asi queda aún un lugar nece*
sanamente abierto a la teología de la historia, como les sucedía a Rankc y a
Droyscn. En estrecha conexión con esto se trata, en segundo lugar, de definir res-
trictivamente el papel del concepto de acción para la comprensión de los procesos
históricos, como ha hecho ejemplamente H. Lübbe. En tercer lugar, hay que clari-
ficar las bases de la estructura de la historia como representación de procesos en
los que está en Juego la constitución de la identidad de los individuos y de las
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252 /V. La revelación de Dios
soc i edades; lo cual hay que hacerlo, eii cuanto lugar, en el marco de una deter-
minada definición de la relación entre religión y cultura* Vinculadas con todo ello
están, además, las cuestiones de la unidad de la historia, de la constitución de los
contenidos históricos de sentido y la cuestión de los principios del método histó-
rico (cf. mi contribución al artículo sobre historia de la Thcologische Rcateticyclo*
pddie, 12, I9M, 667ss y todo el artículo, ibid,, 658*74; también el capítulo sobre
«El hombre y la historia» de mi obra Anthropotagic tn theotogíscher Pcrspcktivc,
Gotinga 1983, 472-501).
i°* Oíd and New in hitcrpretaüon, 1966P 88: «In thc Biblc. howcver, thc usage
of thc terms wich roughly correspond lo «rcvclalion» is bolh limited and spccialt-
y.al .. Thus therc is Hule basts in (he Biblc for (he use of «revelation» as a general
term for mon's sourec of kowledge of God, or for all real communication from
God to man»* Barr se remite a F. G. DOWKING, Has Cristianity a Rtvtlatton^, Lon*
dres 1964, 20-125, Pero Downing, como entiende unilateralmente el lenguaje religioso
como «performativo» (179) —por ser una expresión de «commitment» (I79ss, esp.
183)— interpreta de un modo igualmente unilateral como «obediencia» lo que el
Antiguo Testamento dice acerca del conocimiento de Dios, excluyendo el conoci-
miento teórico (37ss, 42s, cf. Ó6ss sobre Pablo y 124ss), siendo así que una descrip-
ción adecuada de la obediencia debería presentaría como una consecuencia y, por
tanto, como una implicación del verdadero conocimiento de Dios.
w» 0.c„ 89s, 87 y 98.
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4. La revelación como historia y como palabra de Dios 253
no o.c.. 87. Barr sólo habla de otra razón de su opción terminológica por «com-
munication*; que se trata de una expresión no gastada por el uso teológico y que
conlleva mis bien asociaciones lingüisticas.
"i Cf. la p. 201 del artículo citado en la ñola 99.
•u B. MITCHELL y M. WILES, Dota Christianity necd a Revelation? A Díseussion,
en Thcotügy 83 (1980) 10M14, esp. 109.
'"* L.c.F 1W fcommtmicattoril y 109.
•w W. J. AJULAIUM. Divine Revelation and the Limits of fíistorical Criticlsm, Lon-
dres (OUP) 1982.
4. La revelación como historia y como palabra de Dios 255
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256 IV, La revelación de Dios
124
En ta Kirchltche Dogmatik l/l f 171. haciendo referencia a los pasajes citados
en 1/1. 122. Barth se remitía «al sentido que la palabra misterio tiene en el Nuevo
Testamento», pero luego establecía totalmente a su aire la siguiente definición:
«Misterio es el ocultamlento en el que Dios se nos presenta justo cuando se nos
desvela* (ibld.>. Una Idea ciertamente muy profunda a su manera, pero que no re**
ponde al contenido del concepto neotcstamentario de misterio, trabajado por
G. Bornkamm diez anos después (Theotogisches Wórterbuch zurn Neuen Testamcnt
3. 809*334). No se le puede reprochar a Barth no haber visto las conexiones que
Bornkamm iba a descubrir más tarde. Sin embargo, es sorprendente que. remitién-
dose. como lo hace, al sentido del concepto en el Nuevo Testamento, no se haya
tomado el trabajo de justificar su definición de «misterio* con un análisis de los
textos bíblicos.
i:
' E. JÜNGEL. La doctrina de la Trinidad, Miami 1980. 26ss, csp. 42 [Cotíes Seín
hr im Werden. Vcrantwortliche Rede vom Sein Cotíes bei Kart Barth {1966), Go-
tinga 1976 (3/ e<U 12ss. esp. 271.
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4. La revelación como historia y como palabra de Dios 257
i* E. JÜNGEL, Dios como misterio del mundo. Salamanca I9S4. 210 [1977. 211]
Cf, tambten 297 [309].
w Ox.t 30 [14].
i» Ibid.
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2?ü IV* La revelación de Dios
que la Biblia llama revelación» 1W. A uno le gustaría saber en cuál de los
pasajes bíblicos sobre la revelación, que tienen ideas tan diversas sobre
ella, está pensando Jüngel aquí. Porque ciertamente eso «que la Biblia
llama revelación» no es algo tan unitario como podría pensar el lector
de la frase jüngeliana. No hay más que recordar la variedad que presen-
tan los dalos expuestos en el segundo epígrafe de este capitulo. Si se nos
permite suponer que Jüngel piensa en los pasajes citados también por
Barth: Rom 16,25-27. Col 1.16 y Ef 3.9. habría q u e pensar que el com-
plejo contenido que ellos resumen es el fundamento de la concepción de
Dios como alguien q u e se comunica a sí mismo p o r medio de su palabra.
Pero esto significaría que la revelación de Dios en la historia, es decir.
la revelación de su plan histórico (mysterium) de salvación de los hom-
bres en la persona y el destino de Jesucristo, constituye la base de la
idea de q u e Dios se revela a sí mismo en lo que «habla» por medio del
Hijo. A esto yo no tendría nada que objetar, con tal de que la idea de
261 la revelación escatológica del plan histórico divino se matice con la con*
cepción profética de q u e la acción histórica de Dios tiene como fin el
conocimiento de su divinidad. Pero ¿es esto lo que piensa Jüngel?
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4. La revelación como historia y como palabra de Dios 259
i» Ox., 253.
i* O*., 250.
157 o.c, 257.
>» R. ROTHE, Zur Dogmatik, Gota 1863, 166; cf. lo que se dice allí <p. 157-161)
sobre las diversas Ideas bíblicas en tomo a la palabra de Dios
i* G. EBELING, OX V I, 257s.
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Ifti IV. La revelación de Dios
sado por medio del de palabra de Dios y en qué consiste la tal precisión,
¿Le debemos ya a esta precisión lo que dice Ebeling sobre el «carácter
sotcriológico* de la revelación? ¿O es q u e como la multiplicidad de ideas
sobre la revelación necesita ser simplificada, se busca y se encuentra la
simplificación en «la palabra clara, inteligible y sencilla en ta que se nos
hace resplandeciente el r o s t r o de Dios*? 110 - Ebeling no alude a que las
ideas del Nuevo Testamento sobre la palabra de Dios no son precisa-
mente sencillas, sino de muy diversos tipos, como Rothe habla subrayado
ya; tal vez, porque él piensa primariamente en la palabra del kerygma Ml.
palabra a la q u e Pablo califica alguna vez de palabra de Dios {I Tes 2,13)
y a la que, en efecto, le atribuye en o t r o lugar (2 Cor 1.19s) una inequivo-
cidad semejante a la q u e dice Ebeling* Pero a falta dc manifestaciones
explícitas de Ebeling al respecto, todo esto tiene q u e quedarse en u n a
conjetura.
Ebeling sólo puede afirmar que el concepto de palabra de Dios sirve
para precisar el de revelación porque se acerca selectivamente a las con-
cepciones bíblicas sobre la palabra de Dios dejándose guiar por la com-
prensión reformada de la palabra del Evangelio como promesa. No ana-
liza si dichas concepciones bíblicas permiten que se las encuadre en esa
comprensión dc la palabra; simplemente las estiliza de acuerdo con ella.
Pero ¿no nos encontramos así —en contra de lo deseado por Ebeling—
con un uso del concepto de la palabra de Dios contrapuesto al de reve-
lación en el sentido de que aquél le desplaza a éste u s u r p a n d o su lugar?
Esta impresión sólo se evitaría si se pudiera mostrar q u e cl concepto
de palabra de Dios integra en sí lo mismo que persigue cl concepto de
revelación o, dicho dc o t r o modo, si se pensara tan difcrcnciadamcntc
cl concepto dc palabra dc Dios que resultara capaz dc desempeñar esta
función integradora. No cabe duda de que ése sería el caso si la función
de precisar q u e Ebeling le atribuye no tuviera q u e ser entendida c o m o
una reducción. Y si, además, se pudiera mostrar que el concepto de pala-
b r a de Dios q u e entonces se estaría utilizando concordara con el uso
bíblico del mismo.
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4, La revelación como historia y como palabra de Dios 261
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4* La revelación como historia y como palabra de Dios 263
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4* La revelación como historia y contó palabra de Dios 265
propio del ser de Dios? Las narraciones sobre las apariciones de Dios a
los Padres no pretenden que se hubiera manifestado en ellas la esencia
de Dios. En cambio, la comunicación del n o m b r e de Yahvé a Moisés sí
que se acerca mucho a ello. Pero justo la narración de Ex 3 responde
a la impertinencia de la pregunta por el nombre, en el que se ve la quin-
taesencia del ser de Dios, remitiendo p o r adelantado a las experiencias
futuras de la presencia activa de Dios w . En Ex 33,20 a Moisés se le
modera su deseo de contemplar la gloria de Dios diciéndole que la podrá
ver por detrás u n a vez q u e haya pasado delante de él. El sublime mis- 26S
terio de Dios sólo puede permanecer intacto —cuando se revela su divi-
nidad— gracias a que la revelación tiene un carácter indirecto.
Muy en relación con el carácter indirecto de la revelación está el que
el conocimiento de Dios no sea posible más que a posteriori, en u n a
mirada retrospectiva hacia su actuación en la historia: igual que Moisés
no ve la gloria de Dios m á s que cuando ya ha pasado p o r delante de él.
Puesto que el conocimiento fundamental de Dios no depende de u n a ac-
tuación aislada de Dios, sino de una serie de manifestaciones divinas
que van desde las promesas hechas a los Padres, pasando por el Éxodo,
hasta la toma de posesión de la Tierra prometida, dicho conocimiento
no se dará más que al final de esa serie de acontecimientos a través de
los cuales se revela la divinidad de Dios w * Esto no impide que ya en las
fases tempranas de dicha serie pueda darse un conocimiento anticipado
de ese futuro último al m o d o de experiencias mánticas de revelación,
como de hecho acontece con las promesas hechas a los Padres. Pero la
divinidad del Dios q u e hace las promesas no se mostrará más que cuan-
do se cumpla lo p r o m e t i d o gracias a su poder, aunque las promesas sean,
a la inversa, condición necesaria para que en su cumplimiento pueda ser
reconocida la acción del Dios de la promesa ,so.
futura (cf. La revelación como Historia, 18 [13J) c incluso se podría hallar implícita
una referencia semejante en Ex 3.14s.
*** Véase lo dicho más arriba junto a las notas 21ss.
•*» IJI revelación como historia, 123 195) (Tesis 2/).
i» J, MOLTVANN, Teología de la esperanza. Salamanca 1968, I09ss, etc. [1964, 74ss,
etcétera) ha subrayado con razón el significado fundamental que tienen las prome-
sas bíblicas para el acontecer revelatorio testimoniado por los escritos bíblicas.
Pero por más relevantes que sean las promesas, su cumplimiento histórico es el
que muestra su Habilidad v la divinidad del Dios que las había hecho, teniendo
también en cuenta la modificación que To prometido experimenta con la experien-
cia de la historia. La fe que precede a las promesas presupone, por una parte, una
cierta experiencia del Dios que las hace, pero descansa, por otra parte, sobre la an-
ticipación —que dicha experiencia fundamenta— de que las promesas serán (porque
son) cumplidas. Las promesas en cuanto tales sólo puede ser llamadas «rcvclacio*
nes» a lo sumo en el sentido de experiencias mánticas de revelación cuya verdad
está todavía por ver
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*. La revelación como historia y como palabra de Dios 267
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26S IV. LÍA revelación de üu>s
acontece ya sin dejar de ser por ello futuro. Con Jesús despunta ya el
futuro de Dios. El mensaje pascual cristiano concuerda con esa estruc-
tura de la predicación de Jesús cuando proclama que la futura resurrec-
ción de salvación ya ha acontecido en Jesús y se ha iniciado así también
para nosotros en él.
En este sentido se puede decir que en la persona y en la historia de
Jesucristo se anticipa la revelación de la divinidad de Dios q u e se pondrá
de manifiesto ante los ojos de todos en el futuro Reino de Dios l % . Esta
afirmación va más allá del «esquema de revelación» y-' neo testamentario
en cuanto que dicho esquema habla «sólo» de la revelación del plan de
271 salvación de Dios en Jesucristo, Pero lo q u e en realidad está en juego
en este «sólo» es todo el plan de la actuación histórica de Dios que
tiende a la salvación de la humanidad y que se pondrá un día de mani-
fiesto en su realización escatológica. Esta consumación escatológica ha-
cia la que tiende el plan histórico de Dios, ya ha despuntado en Jesucris*
to, pues también con él se ha hecho presente la revelación de la divina
dad de Dios, de la gloria de Dios, cuya aparición definitiva ponia la
esperanza judia en relación con los acontecimientos del fin. Ignacio de
Antioquia desarrollaba, pues, con razón en Ktagn 8,2 el esquema de
revelación neotcstamentario haciendo referencia expresa a la autorreve-
lación escatológica de Dios en Jesucristo, igual que sucedía también, en
el fondo, t a n t o en lo que J u a n dice respecto de la encarnación como, de
m o d o más desarrollado, en las tesis patrísticas sobre la epifanía del
Logos.
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4. La revelación como historia y como palabra de Dios 269
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270 IV- La revelación de Dios
históricas está «patente ante cualquiera q u e tenga ojos para ver» sin
necesidad ninguna de interpretaciones inspiradas complementarias" 0 .
E r a una tesis dirigida contra la teoría formulada p o r Richard Rothe,
según la cual la manifestación de Dios en los hechos de la historia ne-
cesitaría una interpretación inspirada adicional para q u e dichos hechos
pudieran s e r comprendidos como expresión de la acción de Dios y,
p o r tanto, como manifestación de su divinidad. Una teoría lastrada p o r
u n a aporía fundamental: si se postula esa interpretación inspirada adi-
cional, se le quita a la manifestación su función de revelar a Dios- En
La revelación como historia se evitaba esta aporía recurriendo a la refle-
xión sobre la historia en su totalidad a partir de su fin, acontecido ya
273 de a n t e m a n o en Jesucristo. Pues en la profecía tardía sólo los aconte-
cimientos del futuro escatológico de la salvación tienen evidencia sufi-
ciente p a r a manifestar la divinidad de Dios «ante toda carne». Ahora
bien, si esos acontecimientos finales se h a n hecho ya anticipadamente
presentes en la persona y en el destino de Jesucristo, al hecho de Cristo
le corresponderá también u n a evidencia escatológica semejante. Lo q u e
Pablo dice en 2 Cor 4,2 parece confirmarlo Wl. La palabra de la predica*
ción apostólica, de la q u e se habla allí, no es un añadido a un aconteci-
miento de p o r sí m u d o y opaco; no es ella la que le da brillo a) aconte-
cimiento salvífico, sino la que difunde el resplandor que emana de la
gloria misma de Cristo, transmitiendo, p o r eso, el Espíritu vivificante
de Dios del q u e está lleno el acontecimiento de la resurrección del Cru-
cificado, q u e es el contenido del kerygma apostólico. Una fundamenta-
ción m á s amplia de esta concepción se dará en la pneumatología. Su
clave está en que la palabra del mensaje apostólico está llena del Espíri-
tu p o r su mismo contenido y p o r eso puede transmitirlo.
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272 IV. La revelación de Dio*
tico. cf.. sobre todo, K. Kocn, Dic Profcten I, Stuttgart 1970, 164s. Tanto Koch
(p. 166) como ya R. REIÍDIWFF. GescMchte und Wort im Altai Testament: Evangc-
lischc Thcologic 22 (1962) 621-249, csp. 631 y 638, subrayan que el dabar profetice
no tiene en ninguna parte la función de interpretar o posteriori un acontecimiento;
sobre la problemática de la utilización del criterio del cumplimiento, cf. I.c. 643ss.
No se niega Que a la función fundamental de la palabra profetica de anunciar o
predecir-preducir [Hervorsage: Koch) acontecimientos futuros no vayan unidas tam-
bién otras funciones como amonestar o reprochar, consolar, pedir conversión
(H. W. Wolff). Pero en cualquier caso estas funciones adicionales dependen de la
fe en la fuerza creadora de historia que tiene la palabra.
166 Véase lo dicho más arriba junto a las notas 35s sobre la Interpretación que
Orígenes hada de Rom 16,25-27. Si se declara, siguiendo a A. H. J. GUNKEWEG. Vom
Verstchcn des Alten Tcstamcnts. Eme Hermeneutik, Gottlnga 1977, 176 y 19Ó&S, que
la demostración a base de las profecías hechas por el Nuevo Testamento es sim>
plemente «increíble» y se reduce el significado del Antiguo Testamento para la
Iglesia primitiva a «proporcionar el lenguaje, y los contenidos conformados por el
lenguaje, con cuya ayuda se formulaba el testimonio sobre Cristo» (197), se re-
nuncia al derecho —fundamental para el cristianismo primitivo— a usar el Antiguo
Testamento de aquel modo. Precisamente cuando la teología descubre hoy la dife*
rencia entre el sentido histórico de las palabras vctcrotcstamcntarias y el uso que
de ellas hace el cristianismo primitivo se hace más necesario encontrar una res-
puesta al porque del derecho a hacer ese uso. La mera «interconexión lingüistica*
(197) no constituye ya una respuesta a la cuestión de la verdad.
líT
G, Klein, por ejemplo, veía una «depreciación de la palabra del Nuevo Tes*
lamento» en el «proceso de degradación..., que rebaja el lenguaje kerygmátlco a un
"hablar de...' (subrayado por mi) reduciéndolo así a esa 'mera' palabra que. en
cuanto portador formalizado de información, es la que crea la distancia entre la
revelación y la fe a ella desuñada, distancia que tiene en seguida que tratar de
volver a cubrir con perspectivas de éxito bien poco esperanzadoras» (o.c, I9K Klein
remitía (o.c, nota 17) a R. BUITUAKN» Creer y comprender. I, 242ss [279ss], donde
encontraba el una concepción adecuada: la palabra de Dios entendida como una
«pura interpelación» sin m i s legitimación (246, cf. 244 [284, cf. 282]); una interpe-
lación que coincide con la comunicación (292). Algo semejante, en Glaubcn und
Verstehen, 3. 19ss. esp. 3Gs.
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4. La revelación como historia y como palabra de Dios 273
** Lo ha visto bien H. Tht GOEBFJ., Wort ais Auftrag, Neukírchen 1972. 201.
w Sobre lo que sigue, cf. ü. EBELIKG, Gott und Wortt 1966 ( = Wort und Glaube 1,
Tubinga 1969, 396-432). citado en el texto según la paginación de su primera publi-
cación* En una etapa anterior de sus ensayos (Wort Gottes und Hermeneutik, 1959p
en Wort und Glaube 1. Tubinga 1960. 319-348). Ebeling partía todavía de la contra*
posición entre el carácter del «acontecimiento de la palabra» como «comunicación*
personal y su contenido de sentido como «proposición* (Aussagc) (342). Cf. mi
critica al respecto en Anthropologie in theologischer Perspcktive, Gotinga 1983, 381.
™ G. EBELING, Theotogische Erwwgungeti über das Gewissent en Wort und Glaw
be 1, 1960, 429446, csp. 434s.
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276 IV. La revelación de Dios
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278 IV. La revelación de Dios
Pues bien, del mismo modo que toda revelación de Dios en su acción
histórica anticipa la futura consumación de la historia, la reivindicación
que dicha revelación mantiene de revelar la divinidad del único Dios, el
creador, reconciliador y salvador del mundo, está también abierta a una
acreditación futura y. por tanto, a que se plantee la cuestión de su ver-
dad. En la biografía de cada creyente hay una determinada respuesta
a la cuestión de la verdad de la revelación gracias a la luz que ésta
arroja sobre la experiencia de su vida. El pensamiento teológico ofrece
también una determinada respuesta provisional a esa misma pregunta
cuando se cerciora de si hay que entender la realidad del hombre y del
mundo como determinada por el Dios de la revelación. Puesto que esto
viene siendo intentado ya desde que existe la doctrina cristiana, la conv
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í. La revelación como historia y como palabra de Dios 279
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Capítulo V
EL DIOS TRINITARIO
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282 V. El Dios trinitario
* Véase, al respecto, R. HAMCRTON-KOXY, O-C, 38-51. esp. 39ss. Otros textos de este
tipo son; Sal 103,13 y Dt 131; &$ y 32,6, pero también Jer 3,4. La simbologia del
cuidado de la madre con el niño aparece, entre otros lugares, en Is 49,15 y 6ó,10s.
* Es lo que dicen E. RtvxiK, A Hidácn Revolution, Navhvílle 1978, y J. PAWU-
KDWSÍI, Christ in the Light of the Christian-Jcwish Dialogue, New York 1982. 63.
5
A L Snidlcr le debo la indicación de que incluso en la tradición talmúdica se
encuentra alguna vez la palabra Abba como invocación. En su opinión se remonta
a ciertas circunstancias del siglo i antes de Cristo (Talmud bab. Toan 23b, cf.
G. VEKUES, Jesús, el judío, Barcelona 1977, 222s [1973, 210s]). Por eso hay que
reiativizar lo que dice J. Jeremías (o.c, 62 y 65 [59 y 62s]) sobre que la invocación
que Jesús dirigía a Dios como Padre carecía de cualquier analogía. Víase también
H. MERILEIN, Jesu Bvtschaft van der Gotteshcrrschaft. Eme Skizzc, Slutlgart 1983.
M, quien, relat i vi/ando la tesis de Jeremías, mantiene que es algo específico de
Jesús el que la invocación de Dios como padre, que en otros casos sólo estd
escasamente documentada, era para el su -relación típica con Dios» íibid.),
* Detalles sobre ello en Rt HAUERTON-KELLY, o-c.f 55ss.
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f. El Dios de Jesús y la doctrina de ¡a Trinidad 283
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2M V. El Dios trinitario
* Es lo que dice M. DALY, Beyond God the Father: toward a phitosophy of wo~
men's liberation, Boston 1973.
* Sobre todo, cuando se sostiene que a Dios, además de como padre, habría
que invocarte también como madre,
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I. El Dios de Jesús y ¡a doctrina de la Trinidad 285
del cuidado integral que Dios tiene de los hombres, un cuidado que I*
paternidad humana no proporciona ya.
En boca de Jesús la designación de Dios como «padre» se convierte
en n o m b r e propio. Deja de ser u n a más entre otras. Recapitula todos
los rasgos de la comprensión de Dios q u e fluye de su mensaje. Da nom-
bre al interlocutor divino que constituía el punto de referencia desde el
que Jesús se comprendía a sí mismo y al que remitía a sus discípulos
y a sus oyentes. La acción creadora de Dios, especialmente el cuidado
providente de sus criaturas (Mt 6.26; 5.45). pasaba también ahora a for-
mar p a r t e de la imagen de su bondad paternal. Ya había algunos ele-
mentos iniciales para ello en Dt 32,6 y Mal 2.10, donde la concepción de
Dios como p a d r e , ligada a la idea de la elección, se había ensanchado 287
hasta hacer coincidir la elección con la creación de lo elegido. Por su-
puesto, que en el mensaje de Jesús el cuidado paternal del Creador va
siempre en conexión con la escatología, desde la perspectiva de que su
Reinado se va a realizar pronto plenamente. La vinculación de estos dos
ámbitos temáticos, que tendremos que estudiar más adelante con m á s
precisión, es propia del mensaje de J e s ú s y también de su utilización
del n o m b r e de padre-
Dios. el Padre del cielo, es incxpurgablc del mensaje de Jesús. No se
trata de dos palabras. «Dios» y «Padre», que reflejaran solamente unas
concepciones condicionadas por su situación histórica, de las que, por
tanto, se podría separar el contenido del mensaje de Jesús. Así plan-
teaba la cuestión Hcrbcrt Braun. En su opinión, la referencia a Dios
sería solamente «una expresión de la obediencia radical y de la gracia
total» de la conversión, una expresión de la autoridad de Jesús w . Según
B r a u n , el amor de Dios, del que Jesús habla, sería, por tanto, sólo una
expresión de la obediencia respecto de su mandato de a m a r al próji-
mo n . Amor a Dios y a m o r al prójimo coinciden. Una tesis en la que se
oculta un núcleo de verdad, porque, de hecho, a m b o s van estrechísima-
mente unidos. Tendremos que volver sobre ello m á s adelante. Pero de
ninguna manera son idénticos l2. Al contrario: «la experiencia del amor
de Dios» constituye el punto de arranque y el fundamento del mandato
de Jesús sobre el a m o r al prójimo 1 1 . Identificar a Jesús con «Dios» sin
matización ninguna, acabaría por desembocar en una divinización de las
creaturas- Según el evangelio de Juan {Jn 1033; 19,7), la acusación y el
malentendido de sus enemigos consistía precisamente en q u e J e s ú s se
había hecho a sí mismo igual a Dios. Pero Jesús se diferenciaba expresa*
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/. El Dios de jesús y la doctrina de la Trinidad 287
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/• El Dios de Jesús y la doctrina de la Trinidad 289
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í. El Dios de fesús y la doctrina de la Trinidad 291
cisivo hasta el siglo iv, cuando se extienden también al Espíritu las afir-
maciones de Nicea sobre la divinidad plena del Hijo 1 7 . Con todo, el con-
texto vital en el q u e se configuró la doctrina de la Trinidad no fue pri-
mariamente el del bautismo, sino más bien el de la catcquesis *, es decir.
el del desarrollo de la doctrina de la Iglesia. El punto de partida de esta
doctrina no fue simplemente una fórmula tripartita * sino el conjunto
de lo que aporta el Nuevo Testamento sobre la relación del Hijo con el
Padre, p o r un lado, y con el Espíritu, por o t r o . Una relación q u e las afir*
maciones neotestamentarias al respecto a ú n no habían aclarado. Lo único
que ellas destacaban con nitidez era la mutua pertenencia de los tres.
Pero, a pesar de lo que se dice sobre la preexistencia, ni siquiera la rela-
ción del Hijo con el Padre quedaba inequívocamente definida- Más difí-
cil aún era diferenciar al Espíritu del Padre y del Hijo como u n a mag-
nitud con consistencia propia. Pero, ante todo, lo que quedaba sin acla-
rar era cómo compatibilizar con la fe monoteísta en la unidad de Dios
lo que se decía sobre el Kyrios y sobre el Espíritu.
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292 V. El Dios trinitorio
11
Así lo dice, contra Boussct, muy convincentemente, W. KILUIEK, Christos, Kyrios,
Gottessohn, Zurich y Stuttgart 1963. 163ss. Sobre las afirmaciones semejantes Je
1 Cor
14
123 y 1 Cor 6,17. cf. ibid., I65s.
G. W. H. Lampe, lamentando «Paul's failurc to complete thc identif ¡catión
oi thc Spirit with thc presen t Christ» (o.c, 118), está reconociendo también que
Pablo no ha sostenido que la identidad entre Kyrios y Pncuma fuera completa, aun-
que haya sido justamente así como ha sido posible entender al Espíritu —dice Lam-
pe— como «un tercero* junto al Padre y al Hijo.
» Véase el apéndice 5 de R. BROWN, El Evangelio según Juan XUIXX!, Madrid
1979, 1520-1530 (1970. 1135-1143] y también la p. 892 (644): el Espíritu es «otro pa-
ráclito* (a diferencia del de 1 Jn 2,1) siendo el continuador de la misión de Jesús-
Y lo es tanto acusando *al mundo» por su condena de Jesús (Jn 16¿$), como
también conduciendo «a la verdad completa* a los creyentes (16,13) (tbid., 970-979
[709717]).
J6 Sin que obste para ello el hecho de que Juan acentúe el parecido de la
actuación del Espíritu con la actuación de Jesús (R. BHOWN, O.C,P I527S [1141]).
O W II. LÍMFE. o c , 9lss, no se da cuenta en absoluto, respecto de dicho parecido,
de que existe una diferencia procedente ya de la situación postapostólica en la
que surge el Evangelio de Juan (cf. sobre ello R. BROWN, O.C.+ I527SS [1141$$])-
tf Lo observa, con razón. M. WILCS, Some Rcflections on the Origina of thc Doc-
trine oí the Trinitiy, en Working Papcrs on Doctrine, Londres 1976, 1-17, csp. 10.
* Véase, a) respecto, G. KRETSCUMI** Studien zar frühchristlichen Trinitdistheo-
\ogiet Tubinga 1956, 2741.
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294 V. El Dios trinitario
an argument being use both by Eunomius and thc Maccdoníans agaínst his full
Godhead.»
*J M. WILES, o.c.» llss destaca, con razón, que esta concepción se encuentra en
contradicción con la argumentación que se hacia en los siglos n y ni.
** M* Wuxs, o.c*, 14: «If there is no distinction whatever in thc actívity of the
Trinity toward us, how can we have any knuwledgc of thc disttnctions at al)?*
** Ibid.» 14s: -a datum oí revelation given in cLcar propositional form». Según
Wiles esta concepción está in «conflíct with the whole idea of thc nalurc of reve-
lation to wich btblical criticísm has led us» (15). No podemos menos que estar de
acuerdo
46
con él en rechazar esa idea de una «propositional revelation» (16),
L Hodgson interpretaba la doctrina trinitaria como el resultado de una re-
flexión sobre las «particular manifestations oí the divine activity* y es objeto
de la critica de Wiles (oe., Is; cf. 14, y U HOOGSON, The doctrine of the Trinity,
Londres 1944, 25)» Pero tampoco él hablaba de tres actividades distintas, sino de
una únka «actívity- divina, cuyas manifestaciones especificas no conducen a cada
una de las personas de la Trinidad, sino que «centre In the birth. ministery. cru-
cifixión, resurrection and ascensión of Jesús Christ and the glft of the Hoty
Spirit to the Church». Hodgson, sin explicarlo más en detalle, dice que en todo ello
se contiene la vida divina como «mutual selfgiving to one another of Father and
Son47 through thc Spirit» (68).
Lo confirma indirectamente la polémica de G. W. H. LAMPE, o.c», 210: el Es-
píritu no se convirtió en un «tercero» en la divinidad más que por medio de la
«hipostatización» del Lógos.
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296 V, El Dios trinitario
* Atan. c. Arian. II. 41. 43. 67 y 70 <cf. también L 49 y II, 24) y sobre la di-
vinidad del Espíritu, aá Serap. I, 24.
» Basilio ep* 38, 2f. También J. N. D. KEIXV, Early Christian Doctrines, Londres
1958,1960 (2: cd.(. que. al menos por lo que respecta a sus intenciones monoteísta*.
defiende a los Padres Capadocios de la acusación de «triteísmo» que íes habían
dirigido ya sus adversarios arríanos (2ó7s), califica de •unfortunatc» esta expli-
cación de la relación entre la physis divina y las htpóstasis. Sobre la acusación
de triteísmo. véase K. Hou. Amphüochius von Ikonium in seinem Verh&lmis zu
den gro$*rt Kúppadoziem, Tubinga y Leipzig 1904. 142ss, 173, y 2I8ss. y también*
R. SCEBEFG, Lehrbuch der Dogmmgeschichte II, 1923 (3.' cdj, 132ss.
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298 V. Eí Dios trinitario
para el Hijo, sino que se aplica a todas las criaturas espirituales. Al Hijo, como "se-
gundo Dios* (c. Ccls. V, 39). se le considera como la primera de las criaturas
(Ibid., V, 37; cí. también ibid.. IV. 4, 1),
5* Solomon SCHECHTER, Aspects of Rabbinic Theology (1909), Nueva York 1961,
127ss.
* Para G. v. RAD. Deuteronomiumstudien, Go tinga 1947. 26, esa idea de la pre-
sencia cosistica del nombre se roza «mucho con la de una hipóstasis*. Cf. tam-
bién del mismo, Teología del Antiguo Testamento 1, Salamanca 1978, 239s [1957. 186],
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í. £7 Dios de Jesús y ¡a doctrina de la Trinidad 299
dotal la gloria de Yahvé aparece también como una magnitud con enti-
dad propia, en cierto sentido distinta de Dios mismo* 1 , q u e descenderá
sobre Jcrusalen en e! futuro escatológico para habitar en ella para siem-
p r e (Ez 43,4.7). Luego los targumín rabfnicos vincularon la kabod con 301
la schekitta*2, diferenciándola así más claramente aún de Dios mismo.
Todo ello está en relación con la idea de la trascendencia de Dios res-
pecto del m u n d o . Una consecuencia de la acentuación cada vez mayor
de dicha trascendencia fue q u e las diversas formas de la presencia de
Dios en el mundo se consolidaron como hipóstasis autónomas. Eran
ideas muy emparentadas, en principio, con las maneras cristianas de
concebir al Hijo y al Espíritu, en las fases iniciales del desarrollo teoló-
gico, como actores de la economía divina de la salvación. Por eso se les
pudo relacionar también a los d o s con las ideas judías acerca de los
ángeles y, al revés, los relatos veterotestamentarios sobre apariciones de
Dios, a las que la exégesis judía ponía en relación con los ángeles, pu-
dieron ser utilizados como base documental de la fe cristiana en la triada
de Padre, Hijo y Espíritu. Y así, un papel muy importante en la prueba
escri turística aportada por la Iglesia en favor de la doctrina de la Trini-
dad les correspondió a la narración de la visita de los tres «varones» a
Abraham en Mamré (Gn 18,1-16) y a la visión de la vocación de Isaías;
a esta última ya la había relacionado Filón con la idea del Dios q u e
habla desde el arca de la Alianza e n t r e los dos querubines (Gn 25,22) tí .
En todo ello se cifra un asunto de validez permanente- Las proposiciones
cristianas sobre el Hijo y el Espíritu pudieron conectarse con las cues-
tiones —que preocupaban ya al pensamiento judío— referentes a la reía*
ción entre la trascendente realidad esencial del único Dios y sus formas
de manifestarse. La respuesta cristiana a esas cuestiones, dada en el Credo
de Nicea y Constantinopla sobre la plena divinidad del Hijo y del Espí-
ritu, significa que las formas en las q u e Dios se hace presente y se
revela en el mundo hay que pensarlas como unas en esencia con el
mismo Dios trascendente y que, a la inversa, a este Dios trascendente
hay que pensarlo como trascendente y presente, a un tiempo, en el
mundo.
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300 Vt Et PÍQ$ trinitario
64
Sobre la idea det XÓYOC ¿vStáfltro^ XÓ-pS" 7ip*popoc6£, cf. Teófilo de Antioquía,
cd AutoL II, 10; algo parecido también en Tacíano or. 5, lss y en Tertuliano» adv.
Praxean
45
5*
Tertuliano, adv Praxean 2: «unius autem substantiac... quia unus Dcus, ex
quo et gradus isti et formac ct species in nomine patris et filii et spiritu sancti
deputantur». Cf* ibid., 4: «filium non aliunde deduco, sed de substantia patris».
y 9: «pater cnim tota substantia cslÉ íilius vero derívatio totius et portio». Véase
también ibid., 43. Sobre la concepción semejante de Orígenes acerca de la uni-
dad de sustancia entre las personas divinas, cf. J. N. D. KELLY, Early Christian
Doctrines, 130s, cap. 235 acerca de las consecuencias de una «comprensión genérica*
de 66la unidad de sustancia.
Pero tampoco ¿1 iba más allá de las ideas expresadas por Tertuliano o por
Orígenes cuando argumentaba con la participación del Hijo en la naturaleza di*
vina recibida del Padre {c. Arüm 1. 26-28; II. 59s). Cf. otras referencia» documen-
tales en J. N. D. KELLY, O.C, 2*445,
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J. El Dios de ¡esüs y la doctrina de la Trinidad 301
•' Véase, al respecto, J. N. D. KHLLY, O.C» 266$, LO que decía ya Tertuliano pue*
de verse en la cita aducida más arriba en la nota 55. En un libro muy sugerentc:
Roben W. JENSÜN, The Triimc Idcnlüy, Filadelfia 1982. II3s, se ha recordado la
concepción de Gregorio Niscno, según la cual la divinidad de Dios consiste en la
actividad común en la que se encuentran unidos entre si el Padre, el Hijo y el
Espíritu (< - ¡-.un. 2, 149 y Ablabius I24s). En este punto de vista podría encontrarse.
en efecto, un germen para la solución de las dificultades que impilca la cuestión
de la relación de las eres personas con la unidad de la esencia divina, siempre
Que la unidad del -resplandor» de su actividad común procediera de las rela-
ciones mutuas de las personas entre si. Jenson (o.c.| ve insinuado este paso en la
reformulación de la parábola del sol y el resplandor (referidos al Padre y al Hijo)
propuesta por Gregorio Nacianccno, según el cual serían tres los soles que
dan un único resplandor {or. 31, 14, MPC 36, 148s>. Pero los Capadocios mismos
no desarrollaron conceptualmcntc dicho paso y. además, lo que movió a Gregorio
a rcformular La parábola fue que le parecía que no daba suficientemente cuenta
de la autonomía de las hipóstasis que proceden dei Padre (cf. K. HOLL, Ampht*
lochius von Ikanium. !9Wt 175, sobre MPG 36, 169B).
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302 V. £í Dios trinitario
** Basilio ep. 38, 7 (MPC 32, 33SB-339A>, Anfíloco de Iconio /jf. 15 (MPG 39. 112),
Gregorio Nazlanceno or. 29, 16 (MPG 36, 96A) y or. 31. 9 (MPG 36, MÍO.
* Basilio C. Eun. II, 17 (MPG 29, 6Q5A). ep. 3Í, 7 (MPG 32. 337C>; Gregorio Na-
cianceno or 2 (MPG 35. 445BC), también or. 29. 2 (MPG 36, 76B), or. 31, 14 (ibid.,
148$); esp. también Gregorio Niscno adw Macea. 13 (MPG 45. 1317A). Sobre la
problemática de esta Idea respecto a la consistencia de ta doctrina trinitaria de
los Capadocios, cf. K. HOLL, Amphitochtus von ¡konium, 1904. 146ss, Sobre la ima-
gen del Padre como «fuente* de la divinidad, además de la imagen más común de
la unión indisoluble entre el sol y su resplandor, cf. Tertuliano adv. Prax, 8. 22
y 29, y Orígenes in Johann II, 3 (MPG 14, I09D) y de prine. I, 3, 7 (60: -unus dei-
tatis fons»), asi como el fragmento de su comentario a la carta a los Hebreos, en
C, H. E. LOUÜATZSCH (ed.). Orígenes Opera Qmnüt, 5P Berlín 1835, 297,
* Según Gregorio Nacianceno or. (MPG 36. 420B) el Padre es para las otras
personas el fundamento tanto de su ser como de su unidad con él. «Tanto él
como Basilio no eran conscientes de que esa afirmación no se acompasaba lógi-
camente con su propia tesis de que TUXTTÍP es una hipóstasis que hay que distin-
guir de la oOffía» (HOLL, O.C, 174). La incompatibilidad consiste en que al Padre,
en cuanto fuente y principio de la divinidad, no se le puede distinguir de la
ou^ia divina como a las otras dos personas.
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2. Doctrina de la Trinidad y estructuración de ¡a Dogmática 3Q5
71
Sobre el significado de esta distinción en la confrontación con el arrianismo,
cf. HOLL. o.c, 135&. J. N. D. KELLY, Eearly Christian Doctrines, Londres 1960 (2 * ed.},
244f observa Que esta distinción había apuntado ya en Atanasio,
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304 V* El Dios trinitario
7
¿ El mismo procedimiento que encontramos también en nuestros días en algu-
nas exposiciones greco-ortodoxas de U Dogmática, por ejemplo, en D. STAKUOIB,
Orihodoxae Dogmatik, Gütersloh 1985» K* RWNER, Advertencias sobre el tratado
dogmático 'De Trinitate*. en Escritos de Teología IV. Madrid 1964.105-136. esp. 112ssP
13b (1961, 103-133, esp. llQ&s, 133] ha contribuido decisivamente a hacernos cons
ciernes
73
de que es un procedimiento que necesita ser revisado*
A. CALOV, Systema Locorum Theotogicorum, f. 2: De Cognittonet Nommibus*
Satura ct Attributis Dcif Wittcnberg 1655, c* III (De descrip turne Dei): «Conceptúa
proprlus exprimltur ín Del descrlptlone tum absoluto termino infiíiiti... tum reía-
tíve. quod essentia divina trium sit personamm, ve! In tribus subsistat personis ..
Oui vero non addunt mentioncm trium Pcrsonarum in descriptione DciÉ cam ne-
quáquam genuinam aut complctam sistunt, quum sinc iisdem nondum constet,
quisnam sit verus Dcus» (182).
** Cf. también D. HOLXAZ, Examen theotogicum acroamaticum I {Statgard 1707),
Darmstadt 1971 (nueva cd.j. 324.
H S. I, BAUUGARTCN, Evangeiische Gtaubensichre. Halle 1764 (2/ cd.). llama a la
doctrina trinitaria «una verdad fundamental de la más concreta revelación de Dios
que no se puede ni eliminar, ni ignorar, ni dejar de tratar, ni mucho menos dis-
cutir y negar... sin desfigurar o eliminar los elementos más esenciales del orden
de salvación rociado* (I, 425)* También, J. S* SEULCR, Versuch einer freiern theo-
togischen Lehrart, Halle 1777, mantuvo la doctrina de la Trinidad (28Bs y más
detalladamente en 290-304), a pesar de su clara inclinación hacia la idea de que
la Trinidad es algo sólo de la revelación (300)*
» Por ejemplo, D. HOLLAR o*c*f 325*
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2. Doctrina de la Trinidad y estructuración de la Dogmática 30*
77
Por ejemplo, en J. S* SFAHI'R. O.C.P 721s, porque* para el. la descripción vetc-
rotestamentaria de Dios, era incompleta (cL 265ss).
R Petrus Lombardus, Sentetuiarum Libri Quatuoré París 1841, 15&s y 19ss. La
«imago Trinitatis in anima* (I d3 n.7, col. 20s) la describe siguiendo a Agustín {De
tritt. X, 12) como «memoria, intcUigcntia, amor*, destacando, al mismo tiempo, su
diferencia respecto de las tres personas en Dios (según De írin. XV 20$$), Süi
embargo, parece que el Lombardo le daba preferencia a la tríada «mens, notitia
cjus, amor* (según De trin. XI, 4). pues expresa mejor la preeminencia del Padre
y su19
relación de egendrador con el Hijo: «mens cuasi paren*» <d3 n.18, col* 225).
Sobre GUbcrt. véase M. A. SCHUIDT, GoUhcit und Trinitaet, nach dem Kommen*
tar des Citbert Porreta zu Boethtus* De Trimtatc, Basilea 1956. 59, cf. 10, y, además,
GUbcrt PL 64, 1262 C is. Sobre la fundamentaron de las cosas creadas en la esetv
ria divina. 1269 A &s.
* PL M, 1279 C s.
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306 V, £/ Dios trinitario
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2. Doctrina de la Trinidad y estructuración de la Dogmática 307
« Gregorio Nacianccno, or. 31, 9; Gregorio Niseno, Ex comm. not (MPG 45. 180);
también, Ambrosio, De ftde IV. 90 (CSEL 78, I87s) y De spir. s. II, 59 (MPL 16, 786).
Agustín, al respecto, de Trin. I. 4, 7 (CCL 50, 1968, 36): «InseparabtHter operentur»;
y IV, 21, 30 (CCL 50, 202s).
** Cf. A, SCHINIUR, Wort und Analo^ie in Augustins Trinitatslehret Tublnga 1965.
127.
** Véase, al respecto del Autor, Cuestiones fundamentales de teología sistemática,
1976, lOOss, eap. 104s [I, 1967. JQ2ss, csp. 306).
•* Agustín, De Trín. VII, 5s (CCL 50. 26Üss), cf. VIII. 1 <ibid.. 268).
ti De Trut* VIII. I: «Ea díci propric in illa trinitatc distincte ad smgulas per-
sonas pertinentia quae relativo dteuntur ad invjccm. .• (286). cf. V, 5 (210s). Cf<
Gregorio Nacianceno or. 29 (PG 36, 73ss). Según Agustín la calificación del Padre
como *no engendrado* (ingenitus) hay que considerarla también como expresión de
una relación en cuanto que niega una determinada relación: cf. De Trin. V. 6, 7
(212. 4749).
<* De Trin. V, 4, 5s (209s).
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2. Doctrina de la Trinidad y estructuración de la Dogmática 309
w
Cf* W. BEIERWALTES. O.C, 36&*. Agustín había escrito ya «quod paicr ct filius ct
spiritus sanctus unios substantíae inseparabili aequalítate dívinam insinuent uní*
tatcm» (De Trin. I 4. 7; CCL 50, 35, 4-6).
• Ox.. 3S3.
** Agustín, De Trin. IX, 2&s (CCL 50. 249&J). Agustín parte aquí del amor, en
cuanto que implica la tríada de amonte, amado y amor (2)* Pero el amor e*lge
el conocimiento de lo que se ha de ornar y todo conocimiento de otros presu«
pone ya el conocimiento propio, de modo que al amor a otros le precede tam-
bién el amor o uno mismo (3). Es asi como llega Agustín a la tríada de «mens,
notitia y amor» (4). Anselmo, en cambio, parte de la palabra propia de la «summa
natura», origen de todas las cosas finitas, para llegar a la «palabra interna» que, en
cuanto pensamiento, precede a la expresión {Alotwtogiort 9s» en Wcrke, ed* por
F. S. Schmitt, TP 24s; cf. Agustín, De Trin. IX, 7, 12; CCL 50. 304. 4ss) y, desde
la palabra interna, al amor con el que el summtts spiritus se ama a sí mismo
en la Palabra de su misma esencia, el Hijo (Monologion 49ss).
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110 V, E¡ Dios trinitario
summum bonum, el cual incluía, para él, la idea del amor («canias»)
(III, 2: PL 196. 916s). Ahora bien, el amor definido como caritas te-
nía que ser amor a otro: «nullus autem pro prívalo, ct proprio su i
ipsius amorc dicitur proprie charitatcm habcrc. Opportct itaquc ut
amor in alterum tendal, ut chantas esse queat» (916). De ahí que
la caridad exigiera una pluralidad de personas. Pero el amor de
Dios no podía encontrar un interlocutor auténticamente digno de
él más que en una persona divina. Por eso serla necesario el supues-
to de una pluralidad de personas divinas» pero unidas de tal ma*
ñera entre sí por el amor que lo tienen todo en común, también la
divinidad (III, 8: PL 196, 920: «utrumque unam camdemquc substan-
tiam communem habere»)*
La argumentación que pane de la idea del amor tiene la venta*
ja, respecto de la deducción de la trinidad divina a partir del con*
cepto de Dios como espíritu, de que conduce realmente a la idea
de un interlocutor personal. El carácter personal de la pluralidad
que hay que distinguir en Dios le ha causado siempre dificultades
a la argumentación que parte de la idea de Dios como espíritu w .
312 De todos modos las dificultades que encontraba Agustín en la doc-
trina de la Iglesia sobre la trinidad personal en el Dios uno, iban
unidas sobre todo a la idea de que en el concepto de persona va in-
cluida una subsistencia individual, siendo así que diferencias en la
sustancia o subsistencia son incompatibles con la unidad de la cssen*
tia divina (De Trin. VII, 4, 8ss: CCL 50, 257ss).
Una segunda ventaja de la argumentación de Ricardo consiste en
que el Espíritu Santo aparece en ella con más claridad como una
tercera persona distinta de las otras que cuando se piensa en
un espíritu que se conoce y se ama a sí mismo. Porque, según Ri-
cardo, la tercera persona no es simplemente el amor que une al
amante y al amado. Ese amor corresponde más bien a la esencia
común a las tres personas. Pero el amor entendido como ca-
ritas. que ama al otro como a sí mismo, exige que las personas
unidas por él quieran tener a un tercero como partícipe de su amor
(III, II: PL 196, 922, y III, 15: PL, 925). Claro que a esta argumei*
tación se le ha objetado, con razón, que el tercero que participa
en el amor de los dos podría ser también una crcatura (Tomás de
Aquino, STh I, 32, 1 ad 2).
La idea del amor hacia posible que tanto la personalidad como
la comunión de las personas trinitarias aparecieran con un perfil
más definido. Pero ello no pudo impedir que, si bien la primera
teología franciscana siguió a Ricardo poniendo de relieve la idea del
amor, la influencia de la argumentación ricardiana en la teología
posterior fuera menor que la ejercida por la deducción de la trini-
dad a partir de la esencia divina entendida como espíritu. También
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312 V. El Dios trinitario
w
STh I, 32, 1 arg. 2: «Augustinus vero procedit ad maniFestandum Trinitatem
Personarum ex proces&lone Verbi et amorís in mente nostra: quam vía supra se*
cutí sumus.» Se remite aquí a q 27, 1 y 3. En la respuesta a este argumento, To*
más no rechaza la Interpretación agustiniana, sino que observa tan sólo lo si-
guiente: «Simllitudo autem Intellcctus nostri non suíficienter proba! aliquid de
Deo, propter hoc quod imellectus non unívocc invenitur in Dco et in nobis- (ad 2)*
La razón de esto último esta en que las creaturas sólo reflejan muy fragmentaría*
mente lo que se contiene en La causa divina en una unidad y simplicidad indi*
visas (I, 13, 4c y 5c, cf. I, 12. 4 resp. y 13, 12 ad 2). Lo cual coincide con la con-
cepción de Agustín sobre la unidad de Dios, que excluye de la esencia divina
cualquier composición no sólo de sustancias distintas, sino también de sustancia
y accidentes (De Trín. V, 4, 5s; CCL 50, 209&s>. Aunque Agustín negaba dichas
composiciones no por causa de la simplicidad, sino de la inmutabilidad de Dios,
si bien ésta implicaba, para ¿I, la simplicidad (el. De civ. Dei VIII, 6 y XI, 10, 1).
•• STh I, 32, 1 ad 2: €Alio modo inducilur ratio. non quae suííicienler probct
radfcem, sed quae radicí iam positae ostendat congruere consequentes effectuv
Trinitate posita, congmunt huiusmodi rationes; non lamen íla quod per has ratio-
nes sufticiemer probetur Trinitas Personarum*.
**i Le hablan precedido ya la Suma de Prcpositino de Cremona y la Summa
Theologica publicada bajo el nombre de Alejandro de Hales. En esta última to-
davía no estaba tan claro como en Tomás que ta deducción de la Trinidad a
partir de la esencia de Dios era la razón de la división del tratado sobre Dios
en las inquisitiortes de substantiae divtnae unitate, y de pturditaie Divtnae Trini*
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314 V* El Dios trinitario
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2. Doctrina de la Trinidad y estructuración de la Dogmática 315
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316 V, Et Dios trinitario
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318 V, El Dios trinitario
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J20 V. El Dios trinitario
124
Tomás de Aquino, STh I. 29, 4 resp.: «Retalio autem in divinis non cst sicut
accídens inhacrens subiecto, sed cst ipsa divina essentia. Undc cst subsistens, sicut
essentia divina subsístiL* El aspecto artificioso de esta argumentación radica en
suponer que la contraposición implicada en la relatio permanece cuando ésta es
aplicada a Dios, aun cuando» en el discurso sobre Dios, Ea relación, igual que
cualquier otra predicación accidental, coincide indifcrenciaolcmcntc con la esencia
divina. El mismo Tomás dice en otro lugar que Jas relaciones no son realmente
distintas de la esencia divina (I, 39, 1: «Ex quo sequitur quod in Deo non sit altud
essentia quam persona, secundum rcm»). Las relaciones y las personas sólo se
distinguen conceptual mente (rati&nc tantum) de la esencia divina. Una diferencia
real sólo se da respecto a cada uno de los otros términos de la relación («compárala
autem ad opnosítam rclationcm habet viriutc oppositíonis realem distinctionem»).
Tomás creía que de este modo fundamentaba una diferencia real enlre las perso-
nas («quod personae realiter ad inviccm distinguantur»), Pero st, como todas las
demás atribuciones accidentales de la esencia divina, tas consecuencias de las re*
laclónos no se diferencian en ella más que conccptualmente t hay que pensar que
también es ése el caso de sus respectivos términos. De ahf que Tomás no haya
conseguido en realidad mostrar como tenemos que pensar la autonomía de las
personas en cuanto relaciones subsistentes, Ehins Escoto se inclinaba, no sin razón,
por una concepción alternativa: la base sobre la que las personas divinas se re-
lacionan entre sf tiene que estar en su constitución «absoluta» como personas
(cf«, al respecto, F. WETTUI, Die Trinitatslchre des Johannes Duns Scuttts, Münster
1967, 283-342, donde e! doctor subtitis comenta / Semencias, d. 26).
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2* Doctrina de la Trinidad y estructuración de la Dogmática 323
IM E. JCNCfiu Dios como miterio M mundo. Salamanca I9W, 427-438. aquí 433
[1977, 457470. aquí 464] sobre L. FEíroiattit, La esencia det cristianismo (IWI). Sa-
lamanca 1975. 279s y 297s [Werke 5. Berlín 1973, 410sÉ 436].
'*> Cí. L FEUERBACH, O-C., 52ss [35ssJ. Ese es el sentido de la precedencia que
Feucrbach atribuye al predicado amor frente al sujeto Dios 293s [435s]. En cambio,
el •eras* y la «autorrealixación» de los que habla JÜngel no se despegan del in-
dividuo. del sujeto, al que Feuerbach no está dispuesto a reconocer más que como
una manifestación de la especie.
i» También W, KASFER, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1985, 305 [1982. 326J
rechaza ambos tipos de deducción. Pero no por motivos de fondo, sino porque,
según él, la Trinidad es -un mysteríum strícte dictum*. Es cierto que las proposi-
ciones trinitarias no se pueden deducir a partir de principios abstractos de razón,
32* \ . El Dios trinilurio
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5, Distinción y unidad de las personas divinas 325
W A. D. Chi\ TWLSTLN, Vortesimgen tíber dic Dogmatik der Ev^LutH. Kirche II/l,
Hamburgo 1837. 19Ss lo dice expresamente: el ungen de la doctrina trinitaria es
«la conciencia específicamente cristiana acerca de la salvación* (182). mientras que
•la Trinidad de la especulación no es ya sin más la del cristianismo» (196).
'» Véanse más arriba las notas llís.
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326 V, Eí Í>Í05 trinitario
>» Como hace W. KASPEB, El Dios de Jesucristo, 1985, 533s [1982, 379J, que vincu-
la este procedimiento de Barth en la Kichliche Dogmatik 1/1, § 8-12 a su rechazo
de la teología natural.
w* Según W. KIÜITK las proposiciones sobre la esencia y los atributos del Dios
uno habría que vincularlos con el Padre «en cuanto origen y fuente de la Trini-
dad», pues «el Padre posee la esencia única de Dios de tal manera que se la otorga
al Hijo y al Espíritu» (ox 353 [381]). Pero ¿piensa en realidad la doctrina cristiana
que el Padre es ya Dios sin el Hijo? ¿Acaso no se le conoce como Dios tan *úlo
en su relación con el Hijo y en la revelación que el Hijo hace de él (Mt II, 27)?
'*' J. SEMLER, Versuch dntr ¡reient theologischen Lehrart, Halle 1777, 295.
1*3 Cí. K. G. BRHTSCflNEiDEK, Handhuch der Dogmatik der evAuth* Kirche I
(1814). Leiprig 1828 (3/ ed.). 47MM, que concluye diciendo: «De modo que el Antiguo
Testamento no nos confirma nada respecto de esta doctrina» (483).
w Cf. ibid., 4«4ss.
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5. Distinción y unidad de las personas divinas 327
i44 Cf. G. KRETSCUUAR, Der Heitige Geist in der Geschichtc* Grundziigc frühchrist*
Ucher Pneumatotogie, en W. KASPER (ed*>, Gege*twcrt des Gcistes. Aspekte der Pneu-
matologic, Friburgo 1979, 92-130, esp. 128$; y también L* AHUMOWSKI, Die Entstehung
der dreighedrigen Túuffarntet — ein VersucK en Zeitschríft für Theologle und Kir-
che 81 (1984) 417446. csp. 438ss.
'** Ya lo vio así acertadamente K* C. BRETSCHNFJM-R, OX., 484SS, 488S.
"** El llamado «comma johanneum» dice: «Pues son tres los que dan testimonio:
[en el cielo el Padre, el Lógos y el Espíritu Santo, y los tres son uno; y ai la
tierra tres dan testimonio): el espíritu, ct agua y la sangre.» Cf.. al respecto,
R. 117
SatKACXEKBLitG. Cartas de San Juan, Barcelona 1980. 87ss (1963 (2.* cd»), 37ss].
U. WIIÍM;\S. Der Brief an die Romer, Kcukirchen 1980, 272ss.
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328 V* El Dios trinitario
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3. Distinción y unidad de las personas divinas 329
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3. Distinción y unidad de IÚS personas divinas 331
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332 V. El Dios trinitario
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3. Distinción y unidad de las personas divinas 335
o del Logos. que es el presupuesto para que pueda ser enviado a este
mundo. O sea, que, en contra de lo que piensa la doctrina clásica de la
Trinidad, la idea de la generación expresa menos la pertenencia eterna
del Hijo a Dios q u e las afirmaciones acerca de su envío, con sus impli-
caciones sobre su preexistencia. Pero para que estas afirmaciones puedan
adquirir relevancia en la fundamentación de la doctrina de la Trinidad,
hay q u e mostrar antes q u e lo q u e dicen está implicado, por su parte, en
la relación de J e s ú s con el Padre- Porque la idea de la preexistencia,
subyacente a dichas afirmaciones referentes al envío, está a ú n lejos de
contener la convicción de que entre el Padre y el Hijo hay una homousia.
De m o d o q u e para poder justificar esta idea central de la teología trini-
taria del siglo iv hay que mostrar que se encuentra de alguna m a n e r a
implicada en la relación de Jesús con el Padre* Bajo la guia del Espíritu
de Cristo. la tradición teológica cristiana ha podido muy bien conseguir
desarrollar correctamente este tema, aun cuando cada uno de los pasa-
jes bíblicos que aduce como prueba cscriturística no sean de p o r sí su-
ficientes para ello. Las relaciones e n t r e la persona de Jesús, el Padre y
el Espíritu, pueden aparecer no sólo como relaciones históricas, propias
de la economía de la salvación, sino, al mismo tiempo, como caracterís-
ticas del ser e t e r n o de Dios. Con lo cual no queremos decir que sólo pue-
d a n ser descritas con los conceptos tradicionales de procesión, genera-
ción y aspiración.
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354 V. El Dios trinitario
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J. Distinción y unidad de las penónos divinas 335
»** Cf., más arriba, las p. 286* y especialmente el Juicio de M. Hengcl sobre el
origen del título de Hijo, al que nos hemos referido en la nota 15. La comunidad
postpascual remitía la filiación divina de Jesús a su resurrección de entre los
muertos (Rm 1,4), pero en el sencido de que ésta era una confirmación divina de
su actuación anterior a la Pascua. Por otro lado, existía también la tradición del
bautismo de Jesús como proclamación de su filiación divina (Me 1,11 y par.) ante
la actividad pública que entonces comenzaba. De modo que, en cualquier caso, el
titulo de Hijo hay que ponerlo en relación con la actuación de Jesús en el con-
texto de su mensaje sobre la llegada del Reino del Padre
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3J6 V. El Dios trinitario
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J. Distinción y unidad de las personas divinas 337
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T>8 V- Et Dios trinitario
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540 V. El Dios trinitario
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I Distinción y unidad de las personas divinas 341
i* Asi lo dice, con razón, J. Motriu**. Lt Dios crucificado. Salamanca 1975. 282,
344ss [1972. 188, 230ss] y. antes que él ya. E. JITSGFX, Vom Tod des lebendigen Cottes
(1968). ahora en: Unterwcgs zur Sache, Munich 1972. 105-125. esp. U7ss. Según Jün-
prl Dios reafirma su divinidad contra la muerte precisamente en la muerte de Je*
sus. es decir, resucitándole (119).
177
Víanse más arriba tas notas 36 y 48.
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342 V, El Dios trinitario
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3. Distinción y unidad de las personas divinas i4*
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144 V. El Dios trinitario
apparct in hoc nomine: apparct autem cum dicílur donum Dei* (V, II, 12: 219, 23s)*
Pero curiosamente Agustín no describe al Hijo como el receptor primario de dicho
don, sino sólo como quien participa, junto con el Padre, en hacer el don (entre
otros lugares, también en V, 14, 15: 222s y ya en IV, 20, 29: 199s). Solo habla de
Jesús como receptor del Espíritu respecto de su naturaleza humana (XV, 26, 46:
CCL 50, 526, 45s), en concreto respecto de su nacimiento (526, 54ss; 527, 59s). Y
rechaza como algo absurdissimum <527, 60) que Jesús haya recibido el Espíritu en
el bautismo, cuando ya tenía treinta años. De modo que refiriendo la recepción
del Espíritu —contradistinguiéndola de su envío— a la naturaleza humana de Je-
sús en lugar de a su persona, Agustín ignora una buena parte de los textos bí-
blicos referentes a la relación del Hijo y el Espíritu.
i* Véase, al respecto. Y. CONCAH, El Espíritu Sanio, Barcelona 1983, 495-498, así
como la;» detalladas explicaciones sobre el ¡Moque en general de las pp. 490-517
y 636*46. Cf. también W. RÁSTER, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1985, 522s [1982,
269ss]: El IV Concilio de Letrán (12151 mencionaba de paso el origen del Espíritu
•ab utroque proceden*- (DS 805) y el II Concilio de Lyon (1274) lo sancionó como
dogmáticamente vinculante, condenando al mismo tiempo solemnemente la opinión
oriental contraria {DS 850; cf* 853). Véase sobre esto A* GANOCZY. Fórmale uttd m-
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5. Distinción y unidad de las personas divinas 345
a ñ o 318 y p a r a r e t i r a r d i c h a f ó r m u l a , f r u t o de u n a d e c i s i ó n no c a n ó n i c a . 346
sino q u e también los tiene para reconocer que la doctrina agustiniana
s o b r e la p r o c e d e n c i a del E s p í r i t u d e l P a d r e y de! Hijo es u n a f o r m u l a -
ción teológica i n a d e c u a d a de la c o m u n i ó n del P a d r e y del Hijo en el
E s p í r i t u q u e A g u s t í n p o m a d e relieve c o n t o d a r a z ó n **. S u i n a d e c u a -
ción e s t á e n q u e f o r m u l a d i c h a c o m u n i ó n c o n l a t e r m i n o l o g í a d e u n a
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346 V- £í Dio& trinitario
w De Hdc orth. I, 8.
*** D, STAMUHF, O.C, 267 habla de tres «sujetos totalmente transparentes uno
para el otro». J, MOITWANX se ¿cerca hablante a este punto de vista, aunque sub-
raya que las tres personas trinitarias «no pueden ser comprendidas como tres in-
dividuos distintos, que sólo a posteriori entraran en relación unos con otros* {Tri-
nidad y Reino de Dios, 191 [191]). De «tres sujetos* habla también expresamente
W. KASPCH, El Dios de Jesucristo, 329 [3521). La propuesta de R. W. JRNSON, The
Tríunc Identity, Filadelfia 1982, I08ss. de que se hable de tres identidades en lugar
de tres hipóstasis no tiene en cuenta el momento de la autodiferenciación, que
obliga, sin duda ninguna, a mantener el concepto de sujeto.
itf Ox.( 329 1352), Según Kasper, de la unidad de la conciencia divina «Rahner
saca demasiado rápido la conclusión* de que en Dios no puede haber «tres centros
de conciencia y de acción* (o*c, 328). Aunque lo que Rahner dice es sólo que:
«...no hay tres conciencias* sino que la única conciencia subsiste en una forma
triple; sólo hay en Dios una conciencia real, tenida por el Padre, el Hijo y el Es-
píritu en la forma propia de cada uno» (Mysterium Salutis II/1, 435 [387)). Si-
guiendo a Ü. Loncrgan, Rahner precisa que. sin perjuicio de dicha unidad, «cada
una de las personas divinas tiene conciencia de las otras» (ibid.» nota 115 [29]).
Pero, no siendo posible establecer diferencias en Dios entre sujeto y objeto, re-
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J. Distinción y unidad de los personas divinas 347
sulta dudoso Que de esa manera se pueda dar cuenta suficientemente de la mutua
autodistínción de las tres personas.
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348 V. El Dios trinitario
350 Santo. Y, sin embargo, también en el caso del Padre hay que hablar de
«• Ct, al respecto, W. KASPER, ox.t 322S [345$].
w* Atanasio, c. Arian. III, 36 (PG 26. 401 C): -Puesto que el Padre se lo ha dado
todo al Hijo, lo tiene todo de nuevo en él.»
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3. Distinción y unidad de las personas divinas VM
,w
Atanasio, c. Arian. I. 20; el-, al respecto, J. ZIZIOL'LIS, Venté et communion.
en 191
Vétre ecclaiaL París 1981. 75*110, csp. 73s.
Esto es particularmente cierto de Gregorio Nacianccno. or, 40 (MPG 36. 420 B)t
aunque aquí Gregorio no empica la imagen de la fuente y el río (a diferencia, por
ejemplo, de Gregorio Nlseno en adv. Maccd, MPG 45, 1317 A), por ser una imagen
que no expresa la independencia de las hipóstasis que proceden del Padre (OK 31.
MPG 36. !«*)• Pero <ísta es una objeción que no se dirige contra la comprensión
del Padre como único principio no originado de la divinidad* Cf.. mis arriba, en
la nota 70 et juicio de K. Ho!l al respecto.
:•
350 V. El Dios trinitario
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J. Distinción y unidad de las personas divinas 351
fensa del mismo hecha por Atanasio. Al contrario, lo que buscaba era
una mejor justificación conceptual de su afirmación central de la ho-
moasia de las t r e s personas. Pero no percibió en las ideas de Atanasio
—a través de la mediación de Eusebio de Vercelli— el germen de una
nueva definición del concepto mismo de esencia a partir de la recipro-
cidad de las relaciones personales. Y en lugar de ello insistía en q u e
cada u n a de las tres personas participa de la divinidad y de sus atributos
de p o r si y directamente, no p o r medio de las relaciones personales w .
Parecía q u e de este modo se garantizaba la igualdad de las personas,
que se evitaba cualquier inferioridad respecto de la divinidad y que, al
mismo tiempo, se elevaba la unidad divina a la categoría de punto de
vista dominante* Pero con la idea de u n a idéntica participación de cada
u n a de las personas en una unidad de la esencia divina, pensada como
carente de toda diferencia, se desdibujaba el hecho de que la vida divina
está en las relaciones interpersonales 1W. Consecuencia directa de ello
eran las dificultades que tenía ya el mismo Agustín con la independencia
de las personas divinas* 0 ,
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352 K, EÍ Dios trinitario
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w V. El Dios trinitario
355 por supuesto, que. dada la vinculación del conocimiento del Padre a la
mediación del Hijo, éste estaba actuando ya en la preparación a lo largo
de la historia de las religiones del conocimiento de Dios como Padre que
traería Jesús, aunque sólo la encarnación le iba a dar definitivamente
figura humana. Si la creación del mundo ha acontecido por medio del
Logos divino, es decir, si el Logos estaba ya antes de su encarnación
actuando por todas partes en las creaturas, es muy natural que también
los comienzos del conocimiento de Dios como Padre vengan mediados
para la humanidad por el Hijo. De modo que. también desde este punto
de vista, la encarnación es la plenitud de la creación del hombre.
Con esto se muestra cómo la relación del Hijo con el Padre y con su
monarquía, tal y como es mediada por el Espíritu» no sólo determina la
historia de Jesús de Nazaret, sino que en ésta se resume toda la econo-
mía de la salvación. La cuestión de la unidad del Dios trinitario no se
puede aclarar con la vista puesta en una Trinidad solamente inmanente,
anterior a la creación, sin recurrir a la economía de la salvación* En úl*
timo término es necesario distinguir entre la Trinidad económica y la
inmanente, porque Dios es el mismo en su esencia eterna que en su re-
velación. es decir, que hay que pensarle tanto como idéntico con el acon-
tecimiento de su revelación como distinto de él. Pero, a la inversa, tam-
poco se puede pensar la unidad del Dios trinitario prescindiendo de su
revelación y de la acción económico-salvífica de Dios en la creación que
se resume en dicha revelación* Como la monarquía del Padre y su cono-
cimiento están condicionados por el Hijo, resulta imprescindible incluir
la economía de las relaciones divinas con el mundo en la cuestión de la
unidad de la esencia de Dios. O sea, que la idea de la unidad de Dios no
se ha aclarado todavía con decir que su contenido es la monarquía del
Padre. Si la monarquía del Padre no se realiza directamente como tal,
sino sólo por medio del Hijo y del Espíritu, la esencia de la unidad del
Reinado de Dios estará también en dicha mediación. O incluso más: es
esta mediación la que define el contenido de la esencia de la monarquía
del Padre. En cualquier caso, la mediación del Hijo y del Espíritu no
puede ser algo extrínseco a la monarquía del Padre*
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4. El mundo como historia de Dios 135
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356 V. El Dios trinitario
»* E. JtlscEu Vom Tod des lebendigen Gottcs (1968), en Uwcrwcgs zur Sache.
Theologische Bemerkungent Tubinga 1972, 105-125. 119, Cf. del mismo Autor. Dios
como misterio del mundo. Salamanca 1984. I37*s. 244ss, 264-2W 11977, I32s*t 248ss.
270-306). J. MOLTMANU, El Dios crucificado. Salamanca 1975, 275-306. 333-353 [1572,
1 £4-204, 222-236].
** En este sentido iba mi propuesta de 1977 de ensanchar la doctrina de las
apropiaciones o de las atribuciones más allá de M asignación de determinadas obras
de la economía divina a una persona determinada de la Trinidad sin perjuicio de
la participación de las otras dos personas en dichas obras; se trataría de que en
las relaciones internas de la Trinidad una persona le asigna a otra, o a las otras
dos, no sólo determinados atributos divinos, sino la divinidad misma (El Dios de
la historia. El Dios trinitario y la verdad de la historia; Salmanticcnsis 24 (1977)
259-277, 2735S [Crundfragen II, 1980, 112-128, I24s)), He intentado así renovar y de-
sarrollar una concepción rechazada en su tiempo por Agustín (cf.p más arriba. K,s
notas 191ss), pero que había despuntado ya en Atanasío: la de la reciprocidad
de las relaciones trinitarias. En el fondo los trabajos de E. Jüngel y de J. Mollmann
van en la misma dirección.
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4. El mundo contó historia de Dios 357
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4. Ei mundo como historia de Dios 359
muertos, con todas las consecuencias que de ello se derivan para la per-
sona de Jesucristo, consecuencias que la Iglesia saca ya ahora en virtud
de su convicción de que el mensaje pascual es verdadero.
De modo que al futuro escatológico de la consumación de la historia
en el Reino le corresponde un papel extraordinario en la fundamenta-
ción de la fe en el Dios trinitario, pues sobre la base de ese acontecí*
miento se decidirá la existencia eterna de Dios, es decir, también antes
de la fundación del mundo. El significado que esto tiene para la rela-
ción entre la eternidad y el tiempo, entre Dios y la creación, y para la
comprensión del acto creador mismo, como también, por tanto, de la
temporalidad de toda la realidad finita, habrá que aclararlo en los dos
próximos capítulos. Pero, en cualquier caso, la base de todo lo que los
cristianos afirmamos sobre Dios, tanto sobre el Padre como sobre el
Hijo y el Espíritu Santo, está en la anticipación de la consumación esca-
tológica del mundo en la predicación de Jesús acerca de la irrupción del
Reino de Dios en el presente de su propia actuación histórica y en la
correspondiente anticipación de la resurrección de los muertos del final
de los tiempos en la resurrección del Crucificado. Ya la idea misma de
revelación, cuyo desarrollo da lugar a la concepción trinitaria de Dios,
se basa en la anticipación del fin de la historia en la persona y en la
historia de Jesucristo. A la divinidad eterna del Dios trinitario, igual que
a la verdad de su revelación, les queda aún por delante su acreditación
en la historia. La base histórico*teológica, «económica», de la doctrina
de la Trinidad concuerda con la estructura histórico-salvffica del con-
cepto de mysterion, decisivo para la comprensión neotestamentaria de
la revelación. Pero la Trinidad de revelación implica aquí, como Walter
Kasper dice con razón, la Trinidad esencial, la comunión trinitaria de
Padre, Hijo y Espíritu por toda la eternidad. Con lo cual el desarrollo
histórico de la doctrina de la Trinidad en la patrística, que va del cono-
cimiento de la revelación del Padre en el Hijo por medio del testimonio
del Espíritu a la doctrina de la eterna homousia de Padre, Hijo y Espí-
ritu en la unidad de la esencia eterna de Dios, parece ser un desarrollo
en principio adecuado al objeto del que se trata.
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Kti V. Ei Dios trinitario
Al mismo tiempo hay que expresar de manera nueva cómo están uni-
das las tres personas en el Dios uno. La cuestión de la unidad de Padre.
Hijo y Espíritu en la unidad de la esencia divina y la cuestión de la uni-
dad de la Trinidad inmanente, asi pensada, con la Trinidad económica
362 van estrechamente unidas e n t r e sí: la unidad de Dios en la trinidad de
personas tiene que contener a un tiempo en sí misma la razón de la
diferencia y de la unidad de la Trinidad inmanente y la Trinidad eco-
nómica.
« W. KASHJI, o.c. 297 [318]. Cf. también D. WLNUEBOLRG, Gtist oder Energic. Zur
Fragt der innergótt Ochen Vcrankeruttg des chriutichen Lebens in der byzatUinis-
chen Thculugie, Munich 1930. c&p. 182ss, sobre Atanasio. y 44ss sobre la configu-
ración final de las tendencias procedentes de Los Padres de siglo iv en G. Palamas.
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4. Et mundo como historia de Dios S6I
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362 V, Et Dios trinitario
» w. RÁSTER, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1985. 355 [1982, J58], con refe-
rencias a J. E. Kuhii y a F. A. Staudenmaier. K. BAJITO» Kirchlíchc Dogmank I I
370s decía, con razón, «que la Iglesia, con su doctrina de la Trinidad, defendió
frente a los aniilrinitarios precisamente la Idea de ta unidad de Dios y, por Linio.
el monoteísmo ..: h MOLTMAKK, Trinidad y Reino de Dios, Salamanca 1983, J555S,
Cf 2óss [1980, 154ss, cf. 28wJ, de acuerdo con mis reflexiones de Dic Subiektivii'dt
Cotíes und díe Trinitdtslehre: Kerygma und Dogma 23 (1977) 2M0 (ahora en Grund-
fra&cn systematischer Theotogie II, 1980, 96-111, csp. 109ss), ha planteado diver-
sas y justas objeciones a la interpretación que Baiih hace del «monoteísmo cris*
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Capítulo VI 365
LA U N I D A D DE LA E S E N C I A DIVINA
Y SUS ATRIBUTOS
< A U tesis abstracta de que no se puede saber nada acerca de Dios Hegel le
objetaba, con toda razón, que priva a la idea de Dios de la más mínima definición
de contenidos (El concepto de religión, cd. de A. Ginzo, México/Madrid/Buenos
Aires 1981, 94ss [PhB 59, 4üs)> y que. además, es expresión de una postura que
convierte de hecho en absoluto al yo finito (IBIss [137ss]). «De modo que si se
pretende presentar como humildad esa postura, porque el yo renuncia a cualquier
conocimiento de un ser existente en y por sí mismo, no queriendo conocer nada
acerca de Dios» pues Dios y sus elementos determinantes quedan fuera de ¿1. di-
cha humildad... es más bien soberbia» (182 [137]). -El yo hace el hipócrita pre-
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366 VI, Unidad y atributos de Dios
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/. La sublimidad dtr Dios 367
entre los griegas un conocimiento previo de Dios —en ese caso el cono*
cimiento del mito—, sin que obslc para ello que, en cuanto pregunta
por la verdadera figura de la divinidad, se volviera críticamente contra
las respuestas complejamente contradictorias del mito. Más tarde tam-
bién el Dios de la Biblia pasaría a formar parte, aunque de otra manera.
de los presupuestos de la búsqueda filosófica. De otra manera, porque
el Dios de los judíos y de los cristianos es él mismo una figura, es más, 367
la figura concreta de la unidad de lo divino que la teología filosófica
antigua le contraponía a los dioses del mito. La crítica filosófica no pue-
de tampoco, por eso, adoptar frente al Dios de la Biblia la misma forma
que adoptaba frente a las figuras divinas del mito antiguo. Si es lúcida
para percatarse de la situación objetiva, no puede contraponer al Dios
de los judíos y de los cristianos otra figura de la divinidad autónoma
respecto de él, como lo hacía la «teología natural» de los filósofos en su
confrontación con la mitología politeísta. Le queda todavía, por supues-
to, la tarea de hacer una crítica del antropomorfismo de las concepcio-
nes religiosas de Dios y la tarca de formular las condiciones lógicas de
la idea del único Dios como origen del mundo en su totalidad. Pero este
tipo de reflexión crítica ha sido asumido en muy buena medida por la
teología cristiana misma, de modo que en este punto no tiene por qué
darse una contraposición de principio entre la teología filosófica y la
cristiana. Una contraposición así se daría más bien, desde el Medievo
latino, en referencia a la vinculación de la teología a la tradición. Pero,
aunque no cabe duda de que caracteriza los diversos puntos de partida
y los distintos modos de proceder, teológicos y filosóficos, tampoco es
ésta una contraposición de principio más que cuando se piensa equivo-
cadamente. por una parte, que la vinculación de la teología a la autoridad
de la Escritura y de la doctrina de la Iglesia implica que la verdad de
sus contenidos está ya decidida de antemano y cuando, por otra parte,
la filosofía cree poder ofrecer una fundamentación de la doctrina filo-
sófica de Dios completa y acabada sin tener en cuenta la experiencia y
la tradición religiosas. Hay. sin duda ninguna, una cierta sabiduría del
mundo que ignora por completo la locura de la cruz* Pero no está dicho
en ningún sitio que la teología filosófica esté encadenada a ese tipo de
sabiduría.
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36S VI. Unidad y atributos de Dios
* Cf. H. BMDT, Luthers Lehre vom verborgenen Gott, Berlín 1958, 99ss.
* WA 4JÉ 459, 24s, cf. Theotogische Reateneyctvpadic V, 5658 a. Ya en 1525. al
final del De servo arbitrio. Lulero apuntaba a la disolución de la contraposición
entre deus absconditus y deus revetatus en virtud de la lumen gloriae: WA 18,
785, 20s8» H. Bandt dice que dicha contraposición se va transformando con pau-
latina claridad en sucesión histórica* Ahora bien, a este lado de Ea plenitud csca-
tológica sólo la fe tiene acceso a la unidad de deus revelatus y deus absconditus
porque ella está vuelta al futuro de Dios por encima de todas las experiencias
actuales.
* Cf. l.c, 227. 237s. 246s,
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I. La sublimidad de Dios 369
Este modo de ver las cosas delata una minusvaloración de los pro-
blemas con los que se tiene que enfrentar la teología racional o filosófica
en la Modernidad y. además y sobre todo, una completa falta de refle-
xión respecto del alcance de la razón natural en la interpretación de los
datos históricos, como son los textos bíblicos. A los testimonios bíblicos
se los toma solamente como documentos de autoridad sobrenatural, no
como textos insertos en la historia de la religión cuya interpretación le
puede proporcionar perfectamente a la «razón natural* determinadas
conclusiones respecto a la comprensión de Dios implícita en ellos, aun
370 cuando la verdad de dicha comprensión quede todavía sin decidir para
ella. Desde el punto de vista de la historia de la religión, el camino que
condujo a la configuración de la doctrina de la Trinidad en el cristia-
nismo tiene su punto de partida en el mensaje y en la historia de Jesu-
cristo y no cabe duda de que su desarrollo teológico, a la luz de la fe
pascual, se hizo por medio de argumentos de razón «natural». De modo
que a la convicción acerca de una trinidad de hipóstasis divinas y de su
homousia se llegó como resultado de una historia interpretativa, obstacu-
lizada. ciertamente, aquí y allá a lo largo de la evolución de la teología
patrística por los diversos prejuicios de los que en ella tomaban parte,
pero basada en la lógica del objeto mismo que se interpretaba. Por eso
se hizo muy difícil comprender la trinidad de Padre. Hijo y Espíritu
como expresión de una esencia divina una e idéntica. Lo que constituía
el problema central de la teología cristiana de la Trinidad después de
que el dogma de Nicea y de Constantinopia salió adelante en el siglo IV
no era la trinidad, sino la unidad del Dios trinitario. La dificultad se
planteaba respecto a la relación de la doctrina cristiana de Dios con la
alternativa del monoteísmo no trinitario, tal y como éste se presentaba
frente al cristianismo en el judaismo y en el islamismo. Pero además el
problema aparecía también en el seno mismo de la teología cristiana
al intentar aclarar la relación existente entre la trinidad y la unidad de
Dios. ¿Cómo pensar la unidad de la esencia divina para darle lugar a la
trinidad de Padre. Hijo y Espíritu? He ahí la cuestión. Y una solución
satisfactoria no puede venir ni de la concepción que ve el fundamento
de la unidad de Dios en el Padre, en cuanto origen y fuente de la divini-
dad. ni tampoco de la deducción de la trinidad a partir del concepto de
la unidad de Dios como espíritu o como amor.
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L La sublimidad de Dios 371
* E. MHnj.FNBER<;, Die Unendtichkeit Cotíes bei Grc&or von Nyssa. Gregors Kri-
tik am Gottesbegriff der klassischert Mctaphysik, Gotinga 1965, 100*118, esp. 102$
sobre el Contra Eunomium III, 1, § 103 (Jaegcr II, 38, 17ss).
* Ibid., Mis sobre Contra Eunomium l, 368s (Jaegcr I, I35s) y II. 69 (246, 14-16).
MUhlcnbcrg ha mostrado con todo detalle (147465) que en esta idea se halla el
arranque de la mística del conocimiento de Gregorio, la cual describe el ascenso
al conocimiento de Dios como un camino sin fin que, precisamente en cuanto tal,
participa de la infinitud de Dios.
u> Cf. MCKLENBERG, O,C, 133S, El concepto de la infinitud prohibe, en particular,
la suposición de un compuesto a partir de tres unidades esenciales distintas. La
infinitud de Dios implica la simplicidad de su esencia (122026)*
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372 VI. Unidad y atributos de Dios
» De diV nom VII, 3 (MPG 3, B7ls). El Areopagita, por su parte, tomaba este
esquema de la filosofía platónica, en cuya escuela lo encontramos ya en el Dldas*
kalikos de Albino, del siglo n.
tt En STh I, 12, 7, Tomás distingue un comprender en el sentido estricto ele
la palabra y otro en un sentido amplio. En sentido estricto significa el conocí*
miento completo de una cosa a partir de sus principios («.. illud comprehenditur
quod pcrfcctc cognoscitur; perfeetc autem cognoscitur quod tantum cognoscitur
quantum est cognoscibilc*). En este sentido Dios, por ser infinito, es siempre iP*
comprehensible para cualquier intelecto creado. Pero Tomás aftade que se puede
hablar de comprender en un sentido amplio de la palabra contraponiéndolo a la fal*
ta de juicio (ibid.. ad 1: «Alio modo 'comprehensio' largius sumitur secundum quod
comprchensio inseculioni opponitur»).
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374 W. Unidad y atribuías de Dios
volumen tercero: México 1976, 76ss 11954 (2.' ed), csp. 71107]). De este modo. la
cuestión de la derivación o trasposición análoga de nuestras palabras desde una
experiencia del mundo pensada como puramente profana al lenguaje sobre Dios
pierde muchísimo valor teológico-fundamcntal.
« Duns Escoto, Ord. I, 3, 1 (Opera, cd. Val,. III, 1954. 38 n. 56): -Tcrtio dico
quod Dcus non cognoscitur naturaliter a viatorc in particulari ct proprie. hoc cst
sub rationc huius csscntiac ut hace ct ín se* Nuestros conceptos unívocos no abar-
can lo que Dios es en si: cf. ibid.. 39 n. 57: «Univocatio cnim non cst nísi in
generalibus rationlbus.» Sobre la univocidad del concepto de ser. cf. ibid.. 18 n 26s.
•i Guillermo de Ockham, Scriptum in librutn Primum Sentcntiarum fOrdina-
lio Ih prol. Q. 2 {Optra I. SL Bonaventure N.Y. 1967, 117, 14ss: Sexta concl.). Este
asunto aparece ya correctamente descrito en F. BRIXJ&ÍÜUÍR, Dic Gottcstchre
Wilhelms von Ockham, 1911, 32ss,
n Ord. I d 8 q I (Opera III. 1977, 178, 1), Cf. M, C. MENCES. The Cvncept o/ Vní*
votíty Re^arditiR ihe Predicaron oi God and Crtarare According lo William Ockham t
Nueva York 1952, 8Iss.
i' Este paso estaba ya preparado en la concepción de Duns Escolo sobre la
univocidad de los conceptos generales más elevados, en particular, del concepto
de ser; pero no se llega a dar más que con la teoría conceptualista del conocí*
miento de Guillermo de Ockham. Duns Escoto creía todavía que la infinitud le
pertenecía al concepto de ser como un modus intrinsecus, que no era un añadido
que se le hacia por medio de una atribución (Ord. I, it I: Opera I, 40, n. 58).
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/. La sublimidad de Dios 375
w
Así. por ejemplo, A. GILOV, Systenta iocurum theologicorum, parte 2.*: De
cogttitiotíc. nominibus, natura et úttributis Dei, Wittenbcrg 1655, 17óss. Sobre la
evolución de este modo de proceder en la dogmática luterana antigua, cf. C. H. RAT-
SCHOW, Latherische Dogmatik zwischen Reformatiott und Aufkliirung II, Gütcrsloh
1966, 6lss.
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2. La distinción entre esencia y existencia de Dios 377
& STh 1, 3-11. Ahora bien, estos atributos caracterizan la esencia divina sólo
en cuanto distinta de sus efectos crcaturales >\ por tanto, no dicen cómo es ella
en 11sí misma, sino más bien, cómo no es (I, 3; «potius quomodo non sit*).
Cf. Scriptum irt tibrum Primum Sentcntiarum (Ordinatio), q 2 pro!., en Ope-
ra IV, St Bonavemure» Nueva York 1970, 357, 9: sobre la unidad de Dios. Cf. ya
F, BRUCEMÜLLER, Die Gotttslehrc WUhclms von Ockham, Munich 1911, 43ss.
** Petras de Ai I luco, Quaestioncs super tibros sentcntiarum cum quibusdam in
fine adiunctis, Estrasburgo 1490 (reimpresión de Frankfurt 1968) dice sobre I Sent.
q 2 a 2 X; «Hlc dlco tertlo quod licet potuissent boc aliqua naturali rationc per-
suadere, non (amen evidenter probare, süniliter habitu revetationcm quod deus
est credenti deum esse multa possunt ex cognitione creaturarum concludi de dco
quae aliter non concluderentur.»
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578 Ví. Unidad y atributos de Dios
a quien llamar Dios con acierto» (206, 33)- En Lulero, sin embargo, esta
diferenciación adquiere un nuevo senlido. porque él presupone, con
Agustín (¿y con Cicerón?), q u e previamente a toda argumentación ra-
cional, tenemos un conocimiento intuitivo de Dios q u e el pecador dis-
torsiona con su ratio77. Además, él no trataba tanto de negarle a la
razón la capacidad de hacerse u n a representación de Dios definida por
ciertas propiedades, c u a n t o de decir que el conocimiento del verdadero
Dios le resulta inaccesible 2 *. Por tanto, la distinción que Lutero hace
e n t r e el saber que Dios existe y el conocer lo que Dios es, no es simple-
mente equivalente de la distinción y de la secuencia metódica que la
teología protestante volvió habitualmente a establecer e n t r e la noticia
de la existencia y el conocimiento de las determinaciones esenciales de
dicha existencia 2 9 .
tf Véase más arriba cap. II. 2. junio a la nota 29, y también cap. II, 5, p. Il5s.
*29 Cf.. al respecto, P. Atfuus, Die Theotogie Martin Luihers, Gütersloh 1962, 27ss.
Cf. C. H. RATSCHDW, Lxaherische Do&matik zwischcn Rcformation und Aufkta-
rung //, 1966, 45ss y también, del mismo Autor. Gott existiert, Berlín 1966, 27ss.
» C. H. RATSODW, Gott existiera 1966, 41s-
*• J. Duss ESCOTO, Ord. I. d. 3, p. I. q. 1-2: «Numquan enim cognosco de aliquo
'si est', nisi habeam aliquem conceptum ilJius extremi de quo cognosco •esse',..»
(vol. III, p, 6. n. II). Sobre los tratamientos más recientes de la problemática de
las afirmaciones de existencia en relación con la idea de Dios, cf. L U. DALFERTH,
Relí&ibse Rede van Gott, 1981, 547 y 678, y también, NT DURRANT, The Logicat
Status of *God\ Londres 1973 y Chr. STEAD, Divine Substance, Oxford 1977, 7-11, y
267ss. A diferencia de Duns Escolo y de la tradición de teología filosófica proce-
dente de Desearles, la mayoría de los tratamientos recientes de este tema no se
refieren a la relevancia de la idea de lo infinito para la cuestión de la existencia
de Dio$<
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S8Q VI. Unidad y atributos de Dios
» Med. 3. n. 28: :*... manifieste intelligo plus rcalitatis esse ín substantia infinita,
quam in finita, ac proinde príorcm quodammodo in me esse perceptioncm infi-
niti quam fíniti. hoc cst Dci, quam mei ipshis» [cd. de V. Peña, p. 39]*
* F. SLMREZ, Opera Omnia, I, París 1886, 47. n. 5s: Suárez entendía la expresión
«infinito» como un modo de significar que no se puede pensar nada mayor que
Dios («banc ipsam negatlonem per Infinitatem significan intelligo*), de modo que
le parecía «fácil* probar la infinitud de Dios a partir de su perfección.
» Ct más arriba cap. II, p. 94, junto a la nota 86, así como Med. 3, 55.
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2* La distinción entre esencia y existencia de Dios 281
* Sobre la relación existente entre ambos modelos, el que parte del concepto
de ens perftetissimum y el que parte del de ens necessarium, cf. D. HENRIOI, Der
ontologische Gotte&bewcis. Scin Probtem und seine Geschtchte in der Neuzeit, Tu-
binga 1960, 10-22, csp. I4ss. Con todo, más allá de la sumaría exposición que Hcn-
rich hace, al interpretar a Descartes debemos referir ambos conceptos a la idea
cartesiana de lo infinito.
** Sin embargo. J* LITÜL-R afirma en su articulo sobre el ontologismo (LThK 7.
2* cd.. 1962. 1161*1164) que ta corriente de filosolía católica del siglo Xix así deno-
minada no puede remitirse a Agustín y a Buenaventura más que con reservas.
* AGUSTÍN, C. Aaxd. III. II, 24 y Solit II. I. 1. Cf. A. KoYtó. ox.f 63s.
Z7
5*2 VL Unidad y atributos de Dios
*> £. Jr\<;u . Dios como misterio del mundo. Salamanca 1984, 147&S. cf* 150-170
[1977, 143s. cf. 146-167 y csp. IMs].
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2. La distinción entre esencia y existencia de Dios 385
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2, La distinción entre esencia y existencia de Dios 385
e s e n c i a es, p u e s , r e l a t i v o a u n (ser-) a h í a l q u e s e a p r e h e n d e p o r m e d i o
d e l a c o m p r e n s i ó n d e s u « q u é es» (de s u t í ) c o m o e s c d e t e r m i n a d o a l g o .
disunto de otros45.
45
Este asunto íe encuentra implícitamente incluido en la definición aristotélica
de la esencia (oíwía) como «aquello que iba a ser» ( T Í TÍ fiv tlvcu: Met. 983 a 27$).
Hcgct lo explícita en la relación del segundo libro de su Wissenschaft der Logik con
el primero y, sobre lodo, definiendo la esencia como reflexión de la existencia {Lo-
gik II, Philosophischc Bibliolhck 57, 7ss). Esta definición alcanza su desarrollo pleno
con la «existencia» como manifestación de la esencia (ibid., lOIss), existencia que,
en su unidad con la esencia, es tematizada como realidad (I69ss, cf. EneycL § 142),
Pero la lógica del ser de Hegel no trata al ser-ahí como un ahí todavía indefinido
al que la reflexión sobre su esencia otorga definición, sino como un ser-ahí ya de*
finido en sí mismo al que se define luego más como existencia en cuanto ser-ahf
de la esencia.
* Cf., al respecto, J. STEKZH,, Studicn tur Entwicktung der ptatonischen Dia-
iektik vort Sokraies zu Aristóteles (1917), Darmstadl 1961 (3,' ed,), 13ss, 86s.
* Cf- Toiüs DE AflLim, S. c. Cotíes II, 54 y 55; cf, STh I, 3, 4; y sobre ello,
M.-D. RIH.AND-GOSSEI.IK, La •De ente et essentia* de S. Thomas d'Aquin, París 1926,
189ss. Sobre el origen de esta idea en AVICENA, véase su Meiaphysica sive prima
philosophia en Opera Latina, Venetiis 1508, í o l 99 rb; «... omne habens quidditatem
causatum cst, ct ectera alia excepto 'ncccssc esse* (es decir, Dios) habent qutddi-
tates qui sunt per se possibilcs esse, quibus non accidit esse nisi extrínsecus; pri<
mus igitur non habet quidditatem, sed super habentia quíddiíales fluit esse ab eo»
(Trac. 8, c. 4). A, M, GOICHON, La philosophie d'Avicenne et son influence en Europe
médiévale, París 1951. 22ss, ha advertido, con razón, que esta contingencia de las
cosas creadas no puede ser entendida en el sistema determinista de Aviccna más
que como contingencia lógica: las cosas no son de por si necesarias. Tomás de
Aquino intenta establecer una mediación entre esta concepción y el principio aris-
totélico de que la forma da el ser (STh I, 104, 1). Véanse, al respecto, tas explica-
ciones de RoLiND-GossELiN, o.c, v de E. GILSON, El ser y la esencia, Buenos Aires
1951, 90 ss [1948, 9fes].
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186 VL Unidad y atributos de Dios
** De ahí que Avicena pensara a Dios como puro ser sin *qué* (sin quidditfls;
cf* nota anterior), mientras que Tomás, siendo consecuente con su punto de arran-
que en la simplicidad de Dios, negaba simplemente que hubiera diferencia entre
el esse y la essentia en Dios: «Dcus igitur non habet cssontiam quae non sit suum
esse* (c. Gentes 1, 22; cf. STh 1, 3, 4).
** Según C. H. RATSOKW, Gott existiert. Eine dagmathche Studie, Berlín 1#6
36ssf 47, 62ssf lo que dice la dogmática protestante antigua sobre la existencia de
Dios se refiere primariamente a su existencia en el mundo* Pero Ratschow no
distingue entre su existencia, definida como existencia de Dios, y Dios mismo en
su modo de ser indefinido.
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2. La distinción entre esencia y existencia de Dios >S7
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Í90 VI. Unidad y atributa de Dio*
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5. Esencia y atributos de Dios, vinculados por el concepto de acción 393
esencia. Pero en este último caso se dará lugar a suponer una hipos-
tasis divina más, junto al Padre, el Hijo y el Espíritu, es decir, la
Gloria o el Reino hipostatizados como el condesado pleno de las
energías divinas.
Ya con anterioridad se había hecho también en Occidente una
distinción real semejante entre los atributos y la unidad de la esen-
cia divina. El Concilio de Reims rechazaba en 1148 esta concepción.
que se le atribuía a Gilberto de la Porree (DS 745), puesto que pare-
cía entrar en contradicción con la unidad y la simplicidad indivisa
de la esencia divina. En 1442 el Concilio de Florencia confirmaba que
en Dios no hay más diferencia real que la existente entre las tres
personas: «omniaque sunt unum, ubi non obviat relationis opposi-
tio» (DS 1330). De modo que según la concepción que se iba a con-
vertir en dominante en Occidente, los atributos de Dios no son real-
mente distintos ni unos de otros ni de la esencia divina. Su plura-
lidad se basa en la pluralidad de relaciones existentes entre Dios y
la creación. La plenitud üe la causa divina, en sí indivisa» se ma-
nifiesta pluralmcnte refractada en la pluralidad de sus obras* Lo
que se dice de Dios sobre esta base es algo real en él, pero sólo
en cuanto causa única de todos esos efectos plurales. De ahí que
leamos en Tomás de Aquino: «Quac quidem perfectiones in Dco
praeexistunt unite et simpliciter, in creaturis vero recipiuntur di-
vise et multipliciter» (STh I, 13, 4). Aquí se encuentra para Tomás
el motivo por el cual nuestras proposiciones positivas sobre Dios
no pueden describir su perfección más que analógicamente, y por
qué indican, al mismo tiempo, de qué tipo es la inadecuación que
les es propia: «... quod divisim et multipliciter est in effectibus, in
causa sit simpliciter et codem modo» (ibid., 5). Pero la consecuen-
cia de este modo de ver las cosas era que la pluralidad de atributos
no es algo que le pertenezca propiamente a Dios mismo, igual que
tampoco le pertenecen a la esencia de Dios las relaciones con las
criaturas. No tienen el carácter de la relatio realis, que define lo
propio de la esencia de quien se relaciona; mientras que, por el
contrario, el ser de las criaturas sí que se encuentra definido por
su dependencia de Dios, es decir, que su relación con él es una relatio
realis (STh, I, 45, 3 ad 1; cf. 13, 7)-
Tanto en el caso de la escolástica latina como en el de Palamas
la atribución de atributos a Dios se basa en los efectos derivados
de la causa divina. Pero para la escolástica no se trata, como para
Palamas, de «obras» increadas, sino de los efectos crcaturales de
la acción de Dios. La esencia de Dios permanece, en su simplicidad,
más allá de esa pluralidad de efectos procedentes de él. Así, es como
se convierte «el concepto de la simplicidad de Dios en esc principio
que se enseñorea de todo, en ese ídolo»* que se oculta tras todas
aquellas afirmaciones devorando todo lo concreto» (K. Barth, KD
I I / l , 370).
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3. Esencia y atributos de Dios, vinculados por el concepto de acción 395
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596 VI. Unidad y atributos de Dios
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I. Esencia y atributos de Dios, vinculados por el concepto de acción 597
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5. Esencia y atributos de Dios, vinculados por el concepto de acción 399
** H. CREMER, Die christlicHc liebre von den Eigenschaftcn Gottcs, Gütcrsloh 1897
Las páginas que aparecen, a continuación, en el texto se refieren a esta obra.
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400 VI. Unidad y atributos de Dios
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5. Esencia y atributos de Dios, vinculados por el concepto de acción 401
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402 VI. Unidad y atributos de Dios
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4. La condición espiritual de Dios, su saber y su querer 403
sea *una persona', que pertenezca al género de los seres personales» (W. JÜEST, Di£
Wirklichkeit Cotíes. Dogmatik, voL Ip Gotinga 1984. 156).
™
74
«Deus non est in genere»: TouAs DE AQUIND, STh I, 3t 5, y Contra Gentes l, 25.
Referencias documentales en H. H. WOUSON, Philo II, 94ss. Sobre la recep-
ción de esa idea por la apologética cristiana y por Ircneo, cf. Cuestiones fundamen-
tales de teología sistemática, 1976, lltt&s [I, 1967, 318ss]; para autores posteriores,
cf. Chr. SITAD. Divine Substance, Oxford 1977, lóBss.
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404 VI. Unidad y atributos de Dios
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406 VI. Unidad y atribuios de Dios
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40» VI. Unidad y {¡tributos de Dios
tendría que ser pensado como causa de ellas *\ Tampoco se debería ima-
ginar a Dios como persiguiendo ciertos objetivos» pues ello implicaría
407 que Dios, como nosotros, carecería de aquello a lo que tiende 93 - De ahi
que, para Spinoza, sólo se pueda hablar metafóricamente de un intelecto
y de una voluntad de Dios, de igual manera que sólo metafóricamente se
pueden predicar de él fenómenos de la naturaleza material, como el mo-
vimiento o el reposo* 1 *
Cien años más tarde David H u m e va todavía más allá de esta crítica.
Spinoza argumentaba a partir de la causalidad divina. H u m e en la se*
gunda p a r t e de sus Diálogos sobre la religión natural elimina la prueba
de Dios a partir del orden del mundo, p o r medio de la cual se llegaba
directamente al supuesto de una razón suprema responsable de dicho
orden. Y entonces despliega sus objeciones contra la idea de razón di-
vina partiendo de la idea de la eternidad de Dios. Nuestra razón piensa
de un modo tambaleante, incierto, fluyendo en una sucesión de pensa-
mientos, que componen el pensamiento. Si eliminamos estos rasgos
desaparece también con ellos la esencia de nuestro pensamiento"*. Una
conciencia pensante cuyos actos no fueran distintos, cuyos pensamientos
no aparecieran sucediéndosc unos a otros, no lo sería en absoluto. En
los Diálogos de H u m e esto lo confirma también Clcantc, el defensor de
una concepción «antropomórfica» de la razón divina 4 6 .
92
B. de SPINOZA. Ethica ordine geométrico demónstrala (1677), I prop. 17 corr. 2
y scholium: <st ad acternam Dci essentiam. intcllcctus seiliect, ct voluntas perti-
nent, aliud sane per utrumque hoc attnbulum intclligcndum c%\t quam hoc vulgo
volent homines... toto coelo difiere deberent, nec in ulla ret praelerquam in nomine.
convenire possent .. Ouod sic demonstrabo. Si inteliectus ad dlvinam naturam per-
tinet, non poterit, uti noster inteliectus, posterior <ut plerisque placel), vel simul
natura esse cum rebus intellectis. quandoquidem Dcus ómnibus rebus prior est cau-
salitate* (ed. de C. Gebhardt, p. 62, 31*63, 7). Sobre la relación de Spinoza con la
negación de la diferencia entre voluntad e intelecto en Dios por parte de Moisés
ben Maimónides, cí. Leo Snuu&s, Die fíeHgionskritik Spinozas ais Grundlaze seiner
Bibelkridk (1930), Dartmtadt IM1 (nueva impresión), 134.
9) Y así leemos en un Apéndice de la primera parte de la obra ;«Deindc hace
doctrina Dei perfeettoncm tollil; Nam si Dcus propter fincm agit, aliquid necessario
appetlt quod caret» (C. Gebhardt 80, 22s).
* Ibld. I prop. 32 corr. 2 (Gebhardt 73. 4ss).
* D. HUME, Dialogues ConcerninR Natural Religión, cd. de H, D, Ailcen (1948).
Londres 1977: *Our thought is fluctualing, uncertain, fleetlng, successive. and com-
pounded; and were wc to remora these clroims lances, we absolutcly annihilate
its essence. and it would in such a case be an abuse of terms to apply to ii the
ñame of thought or reason» (30, al final de la parte tercera jp. 127 de la tr. esp. ci-
tada en la nota 57]). Sobre ia caracterización de la prueba Ideológica de Dios como
la única justificación digna de discusión del supuesto de una razón divina seme*
(ante a la nuestra, cf. Ibld., 17 [tr. esp,. 117].
* Ibid-, Part 4: «A mind whose acts and seniiments and ideas are not distinct
and succesive, one that is wholly simple ant totally immutable, is a mind who
has no thought, no reason. no will, no sentiment, no love, no hatred; or, in a
word, it is no mind al all. It is an abuse of terms to gira it that appellation . •
(32 pr. esp., 129]).
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4. La condición espiritual de Dios, su saber y su querer 409
w
J. G. Fiam, Vber dej\ Grutid tmseres Glaubens an cine g&uliche Wctircgicrung
(1798). citado por H. Lirawu, Die Schriften zu L G. Fichtcs AiheismusStreit, MUn*
chen 1912, 34 cp. 16s de fa publicación original en el Phllosophisches Journal).
Como él mismo subrayaría un año más larde en su «Escrito de descargo judi-
cial». Fichte sólo «negaba la conciencia de Dios» (ibid, 227) desde el punto de
vista de las mencionadas limitaciones* Sobre la crítica de Fichte a la Idea de un
Dios personal, cf. también F. WACSER, Der Gedanke der Persontichkeit Gottes bei
Fichte und Hegel. Gütcrsloh 1971, 28-96. csp. 59s. y 78, 92ss.
" G* Vi, F. HBCK<, Vorlestmgen über die Philosophie der Religión III. Die Abso-
\ute Religión, cd. de G. Lasson (Philosophische Bibliothck 63), Hamburgo 1929, 60&
(MS) y 71s (Lección de 1824), y también 81 (Lección de 1827) [De este último lu-
gar hay tr. csp. en G. W. F. HEGEL. Lecciones sobre filosofía de la religión. 3. La
religión consumada, cd. de R. Ferrara, Madrid 1987, 20Qs]. Cf*( al respecto. F. WAO
NER,
w
o.c, 241ss, 251ss.
V&inse mis observaciones, al respecto, en Die Bedeuiung des Christentums in
der Philosophie fiegels, en Gottesgedanke und menschliche Freiheit, Gotinga 1972,
78-113, 9Sss.
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4* La condición espiritual de Dios, su saber y su querer 411
KB Sobre la idea del intuitos originarius, el. I. KAKT, Crítica de la razón pura
(1781). 1787 (2.* ed. B) 72, cf. B 138*. Compárese con ella otra idea emparentada
con ésia: la de un imellectus archetypus (B 723)- Cf. también A. G. BAUMGARTEN. Me-
xaphysíca (1779), Halle 1797 (?.• ed.) §§ 863489.
»* A pesar de que. según Kant, la autoconciencia acompaña siempre a la con*
ciencia objetual como condición de posibilidad de su unidad {Crítica de ía razón
pura, B 131ss), no cabe duda de que hay una conciencia objetual ya con anterio-
ridad a la autoconciencia: cf.f al respecto, D. R. GRIFFIN, The Question of Animal
Awamess, Nueva York 1976. Es sólo la conciencia humana la que además va siempre
unida a la autoconciencia: cf. J. C Ecoxs, Animal Consciouness and Human Sclf-
conseiouness, en Expcricntia 38 (1982) 1384-1391. esp. 1386s. Pero también en el
desarrollo del hombre se da la conciencia objetual antes de la aparición de la au«
toconci encía.
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4. La condición espiritual Je Dios* su saber y su querer 4l>
Cuando hablamos de los «objetivos» que Dios persigue con sus accio-
nes, los hemos de entender también en sentido figurado, distinto, en
todo caso, de la experiencia de nuestro querer. No los podemos entender
en sentido análogo a ésta, si no queremos imaginamos a Dios como un
ser finito. Porque el concepto de «objetivo» presupone que entre el ob-
jeto del querer y su realización existe una diferencia. La distancia que
media entre la elección de un objetivo y su realización hay que cubrirla
creando las condiciones para ello, es decir, eligiendo y poniendo por obra
los medios necesarios- Y en ello se muestra de nuevo la dependencia en
la que se encuentra nuestra voluntad de condiciones previas a ella. No
es capaz de realizar inmediatamente lo que quiere. Si éste fuera el caso,
no sería necesario distinguir entre querer y ejecutar. Pero ¿qué quedaría
entonces del concepto de voluntad?
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414 VL Unidad y atributos de Dios
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4. La condición espiritual de Dios, su saber y su querer 415
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5. La acción divina y ¡a doctrina de los atributos de Dios 417
"2 De distinta manera, porque el Espíritu procede del Padre, pero el Hijo lo
recibe, aun cuando a través de ¿I les sea comunicado (enviado) a otros.
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5. IM acción divina y la doctrina de los atributos de Dios 421
l
* H. LCBBC, Ceschichtsbegriff und Geschkhisintertsse, Basilca 1977. ha elabora-
do esta diferencia*
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422 VI. Unidad y atribuios de Dios
Llegados aquí r resultará sin duda aún más clara la problemática que
se encierra en la idea de Dios como sujeto actuante. Lo cual explica
también el lugar en el que hemos buscado el punto de partida para in-
terpretar el lenguaje sobre una acción de Dios que no sólo tiene lugar
en el mundo, sino que, con su «economía», abarca toda la historia: no
en la idea de un sujeto divino, sino en la experiencia de la inlerrclación
de las cosas en el curso del acontecer del mundo.
Cuando se habla de «acción» divina se remiten a Dios las interrela-
ciones que muestra el acontecer del mundo. Interrelaciones que sólo se
descubren desde el fin de la historia y que, por tanto, permanecen ocul-
tas para el hombre que se encuentra en camino hacia dicho fin. Porque
es imposible adelantarse a la contingencia de la secuencia de los acon-
tecimientos* En ella experimentaba Israel una expresión de la libertad
de Dios,
421 Sujeto de la acción de Dios son, en primer plano, tas tres personas,
Padre, Hijo y Espíritu, a través de cuya cooperación toma forma la
acción del único Dios. De aquí ha de arrancar la respuesta cristiana a
las implicaciones totalitarias de la idea de un único sujeto divino que
actúa sin limitación ninguna. El Reino de Dios en el mundo es sin duda
ninguna el Reino del Padre. Su monarquía es el reinado de Dios por
antonomasia, a cuyo servicio está no sólo el Hijo, sino también la glo-
rificación que el Espíritu hace del Padre y del Hijo- Pero la monarquía
del Padre va mediada por el Hijo, que es quien le prepara el camino
tomando figura en la vida de las criaturas; y por el Espíritu, que ca-
pacita a las criaturas para honrar a su Creador dándoles parte en la
relación eterna del Hijo con el Padre. Esa es la acción del Dios uno, a
través del Padre, del Hijo y del Espíritu, tal y como puede reconocerse
a la luz de la plenitud escatológica del Reino de Dios en el mundo. Sólo
asi es el Dios uno un Dios que actúa, igual que ya es antes un Dios vivo
en la comunión de Padre, Hijo y Espíritu.
Ahora bien, la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu no se les
atribuye solamente a las tres personas de la Trinidad, sino a la esencia
única de Dios. Sólo de este modo se puede hablar de los atributos de la
esencia única de Dios sobre la base de su acción en el mundo. De modo
que aquí sí que se presenta el Dios uno como quien actúa, como el su-
jeto de su acción. Pero este modo de ser Dios sujeto no es una cuarta
cosa añadida la trinidad de personas, Padre, Hijo y Espíritu, ni es algo
que las precede para desarrollarse luego en las diferencias trinitarias,
sino que es una expresión de la comunidad de vida de dichas personas
en su acción sobre el mundo.
El objetivo de la acción de Dios en el mundo por medio de la obra
del Padre, del Hijo y del Espíritu es doble; por un lado, la creación de
una realidad creatural distinta de Dios y su plcnificactón ante su Crea*
dor; y al mismo tiempo, por otro lado, la revelación en ella de su divi-
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424 VI Unidad y atributos de Dios
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5. La acción divina y la doctrina de los atribuios de Días 425
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426 VL Unidad y atributos de Diox
121
C. H. RATSCWW. Lutherische Dogmatik zwischcn Reformation und Aufkla*
rung 2. 1966, 73s. cita como ejemplos de ello la división de los atributos de Dios
que hacen A. Calov y D llollaz en inmanentes y excrentes. De modo análogo hay
que entender la distinción que se prefería hacer en la antigua teología reformada
entre atributos de Dios absolutos y relativos, o comunicables c incomunicables
(H, HEPPE/E. BIZER. Die Dogmatik der ev.-reformierten Kirche; Neukirchen 1958. 56ss).
Karl Barth ha recogido ejemplos de la teología más reciente en KD U/1. 377ss.
esp. 383. También en la dogmática católica romana se encuentra la división de los
atributos de Dios bajo el punto de vista del ser de Dios en sí mismo, por un lado.
y de su relación con el mundo, por otro: vc¿sc, por ejemplo. M. J. SCWEBEN,
Handbuch der katholischen Dogmatik 2 (Ges. Schriften IV). Friburgo 1948 (3/ cd.),
Slss (§ 70).
12» Fr. ScHUUEJUiAOtfa. Der christliche Glaube, 1830 (2/ ed*). § 50. 3. La tesis del
§ SO dice expresamente que «los atributos que le asignamos a Dios... no designan
nada particular en él sino sólo algo particular en el modo de referir a él el sentí*
miento absoluto de dependencia». De ahf se deriva la característica dispersión de
la doctrina sobre tos atributos por toda la dogmática en Schlcicrmachcr. G. EU-XING.
Schleiermachers Lehre von den gbttltchen Eige^schaften, en Wort und Glaube 2.
Tubtnga 1969. 30^342, csp. 332s, ofrece una valoración positiva del procedimiento
de Schleiermacher, pero no trata de su presupuesto, que es más que problemático.
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5. La acción divina y la doctrina de los atributos de Dios 427
1H
Sobre el significado de la doxología para la doctrina dogmática sobre Dios
véase E. SCHLINK. Dte Struktur der dogmatischen Aussagt ais Ükumcnlsches Probtem
(1957), en íd+J Der kommende Christus und dic kirchlichcn Tradítionen, Gotinga
1961, 24*79, csp., 26ss( 33. Y también, del mismo autor, Okumcnische Dogmatik, G>
tinaa 1983, 725ss,
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428 VI. Unidad y atributos de Dios
Pues bien. Hermann Cremer señalaba, con toda razón, que la teología
no puede asumir sin m á s q u e las condiciones abstractas del lenguaje so-
bre Dios en general, elaboradas por la filosofía, sean el concepto de Dios
del que se predican las propiedades q u e se leen en la acción reveladora
de Dios, El concepto mismo de Dios no adquiere «su contenido real más
que.*, por medio del único sujeto a quien eso le corresponde, el que se
pone en actuación en su revelación como 'el único Dios verdadero' des-
cubriéndonos así lo que significa ser Dios» m * De ahí que a la doctrina
cristiana sobre Dios le corresponda también u n a función crítica respecto
de las condiciones de un lenguaje consistente sobre Dios en general for-
muladas por la filosofía. Claros ejemplos de ello se encuentran en la
problemática q u e presentan los criterios filosóficos del carácter espiri-
tual e inmutable de Dios. Pero la teología no puede responder eficaz-
mente a e s t a s afirmaciones de la filosofía más que moviéndose en el
c a m p o de la argumentación filosófica, aunque sea desde la perspectiva
de la revelación bíblica de Dios, Lo mismo hay que decir también de la
l
B H. CREUEX. Di£ christliche Lehre von den Eigenschalten Cotíes. Gülcrsloh 1897,
32- Sin dicho sujeto, del concepto de Dios se siguen «sólo afirmaciones totatmenie
abstractas sobre omnipotencia, omnipresencia* etc.; afirmaciones que acaban todas
en problemas y no resuelven ni uno* (íbid.). Por desgracia, Cremer no trató ni
mostró en detalle lo que aquí afirma en confrontación con la tradición de la teolo-
gía filosófica.
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5. La acción divina y la doctrina de los atributos de Dios 429
1* Asi. por ejemplo. At CALOV afirmaba que la infinitud no sólo tiene la fun-
ción de especificar todos los demás alributos de Dios, sino que es -per se con-
ceptué quidditaiivus Dei* iSystcma Locorum Theolo&icorum, 2. Witicnbcrg 1655.
c. III, q7 (2l5ss). La opinión que Calov rechaza aquí iba a ser sostenida de nuevo
por ScwunERMAOiER. Dcr christlichc Claubc, § 56, 2, Schleiermacher calificaba la in-
finitud, igual que la unidad, de «propiedad de todas las propiedades de Dios*, de
«canon» para la construcción de los conceptos de todas ellas. Esta posición de
Schleiermacher hay que verla en relación con su negativa a entender los atributos
de Dios como afirmaciones sobre ?a esencia divina (con excepción del amor) (cf.,
más arriba» la nota 123). Lo cual no es compatible con la lógica interna de la
asignación de los atribuios ni con su origen en la doxologia (cí.. más arriba, la
nota 124).
30
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6. La Infinitud de Dios 411
a) LA INFINITUD Y SANTIDAD DE D I O S
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432 VI. Unidad y atributos de Dios
i*1 Cf G. v. RAD. Teología del Antiguo Testamento L Salamanca 1978. 263ss [I.
1957, 204*1 V. sobre todo, O. PROCKSCH, en el ThKNT I (19JJ), Stuttgart 1957. fflss.
c%p. 92ss. Hstc significado fundamental de la categoría de lo santo lo había sub-
rayado ya N. SOÜLRBLÜU. Das Wcrden des Gottesfttaubens Untcrsuchungcn übcr die
Anlange der Religión (19151. Leipzig 1926 (2/ edj, 162 (cí. umbtón 180s) mis de lo
que lo haría R. Orro. l<o Sanio (1917). Véase, ademán, M. ELUDE. Tratado de histo-
ria de tas retigwnesr Madrid 1990. 29ss (1954, I9ssl.
H> C- v. RAD, O.C. 264 [204].
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6. La infinitud de Dios 415
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416 VI, Unidad y atributos de Dios
(Sal 90,4). ¿Por qué el día de ayer? ¿Por que no el de hoy? Estamos
acostumbrados a pensar la duración como presente, pero el dia de ayer
es el tiempo que tenemos ante los ojos como concluido, a u n q u e aún
presente, no dado al olvido. Así se encuentra todo el tiempo como un
todo ante los ojos de Dios. Que se hable precisamente de mil años no es
más que para indicar la inmensidad del tiempo que se encuentra asf ante
Dios. Se podría hablar también de mil años de luz o de la cantidad de
tiempo que se quiera. El dato de los mil años dio lugar ya en la exégesis
judía primitiva a cálculos q u e hacía equivaler esos mil años de este
Salmo con un día del calendario divino. Combinando esto con los siete
días de la creación del m u n d o se llegaba a la conclusión de que el tiempo
del mundo iba a d u r a r en total siete mil años , w . Esto nos parece hoy
no sólo un juego, sino algo casi frivolo: los mil años del Salmo no pre-
tenden ser una medida de tiempo o un indicio para cálculos cronológi-
cos, sino que expresan un tiempo tan largo como se quiera, el tiempo
que está ante los ojos de Dios como el día de ayer.
El lenguaje del Salmo 90 indica lo difícil que era expresar con la idea
de la duración eterna el presente ilimitado, para el cual permanece pre-
sente lo q u e para nosotros se hunde en el pasado con el correr del tiem-
po y para el cual está ya a la vista lo escondido aún el futuro remoto.
435 Una forma totalmente distinta de expresar la misma idea fue más tarde
la representación del cielo como la morada de Dios. No cabe duda de
que esta imagen era originariamente puramente espacial 13fr , p e r o con ella
se quiso significar también siempre q u e el lugar del trono y del señorío
de Dios era inaccesible para los hombres. Por eso era muy fácil entender
el ciclo como el lugar en el que se toman las decisiones sobre lo q u e
acontece en la tierra. Y como para Dios decisión y ejecución son u n a
misma cosa, en ese lugar lo futuro —y en particular el futuro acontecer
salvifico— se encuentra ya presente i n . De este modo la imagen del cielo
se convirtió en u n a forma de expresar la idea de que la eternidad de
Dios se halla presente a todos los tiempos Uí . Los videntes apocalípticos
podían por eso contemplar en el cielo tanto el acontecimiento final que
se acercaba como monumentos del pasado remolo, cual era el árbol del
que Adán y Eva habían comido en el Paraíso (Hen 33,6). La calificación
de Dios como «Rey de la eternidad» (25,5 y 7) adquiría asf un sentido
nuevo, o al menos con nuevos matices, con respecto al antiguo nombre
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6. IM infinitud de Dios 437
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4J8 VI. Unidad y atributos de Dios
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6, La infinitud de Dios 439
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440 17. Unidad y atributos de Dios
w KD 11/1. 693s
i" Ibid.. 698-722.
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6. La infinitud de Dios 441
1S
* KD III/2, 1948. 639s. La ba*c cristológíca de estas afirmaciones se encuentra
en las explicaciones acerca de "Jesús. Señor de! tiempo» (tbid,, 524-616). Cf. tam-
bién, al respecto. 669s*
W KD III/2. 690. cf. 685s.
155
Barth rechaza el acceso al concepto de eternidad a partir de la experiencia
del tiempo tcf. TouXs DE Aociso. STh I, 10, 1). Pero si la propia tesis de
Barth —<le inspiración boeciana— sobre la posstssio vitae como clave del concep-
to de eternidad es correcta, es ineludible recurrir a dicho acceso, si es que
la eternidad ha de ser efectivamente el fundamento y la fuente del tiempo. Y. por
supuesto, no se tratará de una eternidad entendida como «negación del concepto
de tiempo» (KD II/l, 689), sino como condición de posibilidad del mismo.
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442 VI. Unidad y atributos de Dios
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6. La infinitud de Dios 443
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44+ V7. Unidad y atributos de Dios
rricndo a la ayuda del análisis plotínico del tiempo* ¿No es la venida del
reinado de Dios el c a m p o de fuerza que electriza el mensaje y la actua-
ción de Jesús? ¿Y no es el futuro de ese reinado la irrupción de la eter-
nidad de Dios en el tiempo? El reinado de Dios implantará la justicia
y la paz en el m u n d o y traerá a la vida de los hombres la integridad a la
que tiende todo ser h u m a n o . En el futuro del reinado de Dios la vida
de la creación será renovada para participar en la eternidad de Dios.
En él la eternidad se imbricará con el tiempo. El es el lugar de la éter*
nidad en el tiempo, el lugar de Dios en su relación con el m u n d o , el
punto desde el que p a r t e su acción en la irrupción de su futuro para
sus creaturas, la fuente de los efectos poderosos de su Espíritu.
Claro que para Plotino el ir tras una integridad futura en el curso
sin fin del tiempo fue siempre u n a vacia ilusión. Era necesaria una va*
loración inversa de su análisis del tiempo para poder a r g u m e n t a r con él
en favor de la fe escatológica de los cristianos. Esa valoración invertida
va ya en germen en la interpretación trinitaria de dicha fe escatológica,
con la cual, a diferencia de Plotino, la creación y el c u r s o histórico del
tiempo del mundo se ven como envueltos en la economía de Dios, q u e
hace de la historia del mundo el camino q u e conduce hacia el futuro
de su reinado* A pesar de su orientación histórico4eo lógica, el pensamien-
to de Agustín no tomó esa dirección, tal vez por no haber llegado a
desarrollar nunca suficientemente la relación e n t r e Trinidad v economía
salvffica m . La contraposición entre eternidad y tiempo siguió siendo, por
eso, el punto de vista dominante en su comprensión del tiempo* Pero
Agustín desarrolló p o r o t r o camino u n a analogía entre la experiencia hu-
mana del tiempo y la presencia simultánea de la eternidad, analogía
q u e . aunque fragmentaria, iba a tener muchas consecuencias. Sus ejem-
plos eran la escucha de una melodía que, aunque suena en u n a sucesión
temporal, es percibida como un todo; o la frase de nuestro discurso que,
aun siendo pronunciadas sus diversas partes como una sucesión de síla^
bas, es recibida por nosotros como un todo. En estos ejemplos Agustín
descubría ese fenómeno de un presente en el que se vinculan diversos
tiempos: el presente en el que» por medio del recuerdo y de la espera»
mantenemos presentes ante nosotros el pasado y el futuro en una dura-
443 ción posibilitada p o r u n a especie de extensión que nuestra atención hace
de lo presente en nuestra alma al pasado y al futuro 1 4 2 . Una extensión
de este tipo, comparada con la eternidad divina, para la cual todo está
y permanece siempre presente, supone en cualquier caso también defor-
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b. La infinitud de Dios 445
J
** Cf mi discusión de la argumentación de E. A. SCMUIDT, Zeit und Ceschichte
bei MAugustm, Heidelberg 1985, en Meraphysik und Gottesgtdanke, Gotinga 1988, 58ss.
ARISTÜIELES, Met 982 b 25s, define la libertad refiriéndola a la coincidencia
con uno mismo del fin por el que se existe; dvGptdito£*..> EXcúdcpot; 4 iavroíí ¿vexa
&v. Es decir, que la cacncia de la libertad es ya en el caso de) hombre el ser
futuro de si mismo. Pero el hombre no tiene el futuro de sí mismo precisamente
en el mismo, sino más allá de su presente. Por eso no es tampoco ¿1. desde su fu-
turo, el origen de su libertad. Sobre la sentencia aristotélica y sobre la repro-
ducción que Tomás de Aquino hace de la misma como «causa sui» en Met. lea. 3
n 58 y en la S. c. gentes III. 112 («líber enim cst qui sui causa est»), cf, J. SPLEIT,
Konturen der FreiheiL Zum christtichcn Sprcchcn vom Mcnschen, Frankfurt 1974,
70, nota 3.
•** La afirmación de P. ALTHAI'5» Dic christtichc Waíirhcit, Gütersloh 1952 (3.* eó\),
276, y de K. BARTH, KD 11/1, 685ss, de que Dios es libre justo en cuanto eterno,
no resulta clara más que si se parte de la futuricidad de Dios.
n
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•46 VI. Unidad y atributos de Dios
i* Joh. GERHARO, Loci theologici (1610-1625) II1É 122: «..Deus non tantum virtute
et efficacia, nec tantum visione ct sapientia, sed etiam tota et individua sua essen*
tia sit ómnibus rebus praesens; ñeque enim tantum potcnüa ct scicntia, sed etiam
essentia est immcnsus ct iniinitus*. La opinión de los socinianos se remitía a que,
según la Biblia, Dios estaría en el cielo y no con los malos y con las cosas impu-
ras (J. CRELLIUS, Líber de Deo chisque attributis (Bibtiotheca Fratrum Polonorum
IV), Amstcrdara 1656. c. 27, p. 92b). Sobre la argumentación de la ortodoxia frente
a los socinianos, cí.t por ejemplo, B. D. HOUAZ, Examen theoL acroam. I, Stargard
1707, 392s. Allí se encuentra también la definición de la omnipresencia como -ades-
sentía ad creaturas»,
•* HotJ-w, o c , 393s.
i* J. GERHARDT, Le; cf, Touis DE AQUIHO, STh I, 8, 2.
M* B. de SPINOZA, Ethica II prop. 2: «Extcnsio attributum Dei est, síve Deus
est res extensa.» Lo mismo afirmaba Spinoza de la «cogitatio» (íbid,, prop. I)* De
modo que las dos sustancias diferenciadas por Descartes («res extensa» y «res
cogitans») se convenían en atributos de Dios, la sustancia una y única-
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6. La infinitud de Dio* 447
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448 VI. Unidad y atributos de Dios
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6* La infinitud de Dios 449
L a p r e s e n c i a d e Dios j u n t o a s u s c r e a t u r a s e n l o s l u g a r e s r e s p e c t i v o s
d e s u e x i s t e n c i a s e d a , e n p r i m e r a linea, c o m o p r e s e n c i a c r e a d o r a del
E s p í r i t u , a t r a v é s de la c u a l Dios l l a m a a la e x i s t e n c i a a s u s c r e a t u r a s y
las c o n s e r v a en ella (Sal 1 0 4 ¿ 9 s ; cf. J o b 33,4). El E s p í r i t u de Dios l l e n a
la t i e r r a e n t e r a ( S a b 1,7), n a d i e p u e d e e s c a p a r s e de 61 ( S a l 139,7)* E s t e
carácter inevitable de la presencia de Dios por m e d i o de su Espíritu
significa q u e D i o s s i g u e e s t a n d o p r e s e n t e t a m b i é n j u n t o a q u i e n s e a p a r t a
d e él, a u n c u a n d o a l a c r e a t u r a l e p a r e z c a q u e D i o s e s t á a u s e n t e c u a n d o
ella se a p a r t a de él ( I s 5,9 y Sal 42,12; 79,10)- El i m p í o p i e n s a q u e lo q u e
"* Cf. mis explicaciones al respecto en Gott und die Naiur, Tur Gcschichte der
AuseinandersctzwiE zwischen Titeólos:** ««rf Núturwissenschaften, en Theologie und
Philosophic 58 (1983) 441-500, esp. 493ss.
w La correspondencia enlre S. Clarke y G. W. Leíbniz está impresa en
C. W. LFTSMÍ, Oír philosophischc Sehrifun (ed. de G. 3. Gerhardt). vol. VII (1*90).
La citada formulación de Clarke, que ilumina el punto nuclear de la discusión.
puede encontrarse en la p. 368, nota 3: «...Infinite Space is onc, absolutcly and
essentialty indivisible: And to suppose It paried, Is a confradictíon in Terms;
beacause there musí be Space in the Partitüm itself; which is to suppose it
partea, and yeí not partea at the same time.» Por eso, según Clarke, el espacio
infinito se identifica con la misma inmensidad de Dios (immensitas) (386. nota 3)
[tr. esp. en G. W. LEIBXIZ, Obras, /V. Correspondencia filosófica, ed. de P. de
Azcáratc, Madrid, 1877 (?). 279; y en ^ polémica Lribuiz-Ciarkc, ed. de E. Rada,
Madrid 1980. 73], Esla argumentación es análoga a la que hacía Plotino cuando
presuponía la eternidad como condición del tiempo arguyendo que sin dicha pre-
suposición los pasos de unos momentos temporales a otros serían inexplicables.
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450 W. Unidad y atributos de Dios
hace pasa desapercibido (Sal 94,7; 10,11; Is 29,15)- Pero Ja presencia del
Dios santo se convertirá en juicio para el. En cambio, el piadoso le pide
a Dios que no aparte ni «oculte su rostro» de él (Sal 69,18). Pues cuan-
do Dios les oculta su rostro todas las creaturas tendrán que temblar
(Sal 104,29), puesto que dependen de la cercanía de Dios en su Espíritu,
la cual las mantiene en la vida. De ahí la oración del salmista; «No me
ocultes tu rostro, para que no venga a ser igual que los que bajan a la
fosa» (Sal 1437; cf. 10,lss; 88,15; etc.). Claro que la finitud forma parte
de la vida de las creaturas, que experimentan su fin como algo contra*
448 dictorio con su vida. Pero el ocultamiento de Dios en el apuro del do*
lor, cuando parece que él nos abandona, no significa que esté ausente o
que sea impotente (Job 16,12ss; 23,2 y 14; 30,19ss). Sólo significa que las
creaturas no entienden los caminos de Dios para con ellas porque se han
vuelto contra su propia vida. Ahora bien, en el ocultamiento de Dios
puede estar ya en camino la salvación para la creatura (Is 45,15). Según
el mensaje del Nuevo Testamento, la voluntad oculta de Dios, el myste*
rium de su plan de salvación, se orienta finalmente, a través de la cadu*
cidad y de la muerte, a la salvación dt sus creaturas (Rom ll,55ss;
16,25; Ef l,9s; Col U6$s).
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6, La infinitud de Dios 451
n*
177
Ibid., 370ss [296sJ,
K. BARTH, KD II/l, 519: «La presencia de Dios Incluye en sí misma su domi-
nio de señor (Herrschaft); ¿cómo iba a estar presente sin ser señor? Y su ser
señor incluye en sí mismo su gtoria, su señorío (Hcrrlichkelt): ¿cómo iba a ser
señor (herrschen) sin ejercitarse en gloria y señorío {verherrlichen) a si mismo, sin
ser magnífico, todo un señor {hcrrlích) de por sí?». En nuestro texto diremos, ade-
más, que la omnipresencia es la condición de posibilidad del dominio omnipotente
de Dios.
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452 VI. Unidad y atributos de Dios
i"* Véase una confrontación con esa manera de concebir el poder de Dios en
F. WACNEB, Die Wirklichkcit Cotíes a!s Gcist, en Evangclischc Kommcntarc 10
(1977), 81ss. Wagner piensa que su critica afecta a la idea de la omnipotencia en
cuanto tal. Ahora bien, de ahí a la «conversión de) concepto de Dios en su contra-
rio» (cf. K. Burro, KD U/U 569) no hay más que un paso.
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6. La infinitud de Dios 43J
Ha s i d o f r e c u e n t e a lo l a r g o de la h i s t o r i a de la teología el o l v i d o de
la e s t r e c h a r e l a c i ó n en la q u e se e n c u e n t r a n la o m n i p o t e n c i a de Dios y
su acción creadora, así c o m o t a m b i é n l a p o t e s t a d divina, q u e d e a q u é l l a
se deriva, p a r a ejercer s u d o m i n i o s o b r e s u c r e a c i ó n m . A este r e s p e c t o
™ K. BARTH, KD II/] P 591, ha insistido, con toda razón, en que el poder de Dios
•no ha de ser entendido simplemente como potentia, sino también, y al mismo
tiempo, como potistas*. Es mérito de la doctrina sociniana de Dios el haber
puesto de relieve la estrecha interconexión existente entre poder y dominio de
Dios (Joh. CRKLUUS, Líber de Deo eiusque attrihutis, Irenopoli (Amsterdam) 1656,
c. ?2sq,|. Al ser supremo se le llama «Dios» precisamente a causa de su potestad
y dominio omniabarcantcs: *Ens supremum ob potcstatcm ct imperium Deum
appellari contendimus». Lo cual valdría tanto a causa de su poder como de su
potestad de dominio, sin los cuales, una vez que existe algo fuera de él, Dios no
seria Dios: «propter illam potcstatcm, quac potcntiac isti necessario adhaerct, et
in qua imperandi ius ita continclur, ut si modo res ulla extra Deum exista!, in ca
Dcus non possit non summum imperium haberc» (tbid*, p. 55b; cf. ya 32)* Tam-
bién K. BARTH, KD 1/1, 368, cf. 323s, piensa que la esencia de Dios, su divinidad,
se identifica con su poder, En este senlido, Barlh coincide con la concepción
sociniana, tan duramente criticada por A. RITSCHL, Rcchtlertizunz und VersShmwg
III, 1893 (4* ed.) t § 31. p. 227ss por carecer de referencia al «ordenamiento ético
del mundo», basado en la voluntad divina. Ritschl habfa criticado también la
doctrina de la antigua Dogmática protestante acerca de la vinculación de la vo-
luntad divina a su propia justicia porque pensaba que «no se apartaba lo sufi-
ciente de la visión sociniana de las cosas» (254); y como alternativa habla desairo-
liado su doctrina sobre el amor como definición esencial de Dios en su relación
con el Hijo y con su Reino en el mundo (§ 34, p 256ss>. Ritschl diagnosticó
acertadamente la carencia de las concepciones tradicionales de la omnipotencia de
Dios en su falta de relación interna con la idea del amor de Dios* Pero, como
consecuencia de su idea demasiado antropomorfa del amor de Dios como un com-
portamiento personal ñnalísticamcntc estructurado (262ss), no consiguió unificar
los conceptos de amor y de omnipotencia de Dios. En cambio, K. Barth trataba
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454 VI. Unidad y atributos de Dios
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6. La infinitud de Dtos 455
w Cf*. al respecto, H.-G. REDMAKN, Gvtt und Welt. Die Schópíungstheologie der
vorkritischen Pcriodc Kants, Gotinga 1962. 73*105.
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4!5S VI. Unidad y atributos de Dios
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7. El amor divino «9
7. EL AMOR DIVINO
a) A M O R Y TRINIDAD
Tanto J u a n (Jn 3,16) como Pablo (Rom 5,5ss; cf. 8,31-39) han c a r a o
terizado el contenido sustancial de la historia de J e s ú s diciendo que el
amor de Dios al mundo, o (en su caso) a los creyentes, habla hallado
en él su expresión suprema y que en él dicho amor seguía j u n t o a los
h o m b r e s . ¿Qué relación hay e n t r e esta afirmación y el mensaje y la his-
toria del mismo Jesús?
Está claro q u e ya Jesús mismo entendió que el sentido de su misión
era el acercamiento amoroso y salvador de Dios a los h o m b r e s , en par-
ticular a los necesitados y perdidos. Su propia misión era para él el
acontecimiento de dicho acercamiento del Padre a los perdidos. Es lo
que se expresa en la parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14); u n a
parábola transmitida por la fuente Q q u e Lucas (Le 15,4-7) une con o t r a s
dos procedentes de otra tradición particular: las parábolas del dracma
perdido y del hijo pródigo (Le 15,8-32). Con todas estas parábolas Jesús
defendía la dedicación de su mensaje y de su actuación a los perdidos m .
En ellas se presenta a Dios como a quien anda buscando lo perdido,
mostrando en ello el a m o r misericordioso del Padre. Además, el nudo
de dichas parábolas está en que esa búsqueda de lo perdido en la que se
revela el a m o r de Dios se realiza en la misma actuación de Jesús y en su
mensaje'**. Entendidas como justificación del comportamiento y del 457
mensaje de Jesús, estas parábolas no ilustran sólo u n a actitud general
de Dios t sino que identifican el envío y la obra de Jesús mismo como el
acontecimiento del a m o r misericordioso del Padre. Más t a r d e la primi-
tiva interpretación cristiana del significado de la muerte de Cristo podría
extender esta interpretación q u e Jesús había hecho de sí mismo a la
cuestión del sentido de su m u e r t e llegando incluso a concentrarla en
esta última (Rom 5,8).
lM
- Lo dice asi ya J. JEREMÍAS, Las parábolas de Jesús (1941), Estclla 1970, 15íss,
esp. 154 (1956 (4/ cd.). 107-127, esp. 107].
H* Asi lo dice J, JERB41AS, Teología del Nuevo Testamento. /. La predicación de
Jesús (1971), Salamanca 1977, 146 [1973 (2.- cd*) 121] siguiendo a E. Fuats, Die Frage
nach dem historischen Jesús, ZThK 53 (1956) 2I9s: «Jesús defiende que con su
conducta escandalosa se está realizando el amor de Dios». H. WEDER, Die Cieichnisse
Jesu ais Metaphern, 1978, 1964 (2.a ed.), 251 escribe con mayor claridad aún sobre
Le 15,8-10: «La búsqueda de lo perdido por parte de Dios se convirtió en un hecho
con la vida de Jesiis* (cf. ibíd., 174s y 261).
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460 VL Unidad y atributos de Dios
anda buscando forma parte del rebaño, justo por eso está perdida: por
haberse aislado del conjunto del rebaño; y por eso necesita especial-
mente del pastor Lo que diferencia la comprensión que Jesús tenía de
sf mismo y de su misión como expresión del amor misericordioso de
Dios hay que verlo en relación con la definitividad escatológica propia
de todo su mensaje, en el que despunta ya el futuro del reinado de Dios
que en él se anuncia. El sujeto del acercamiento amoroso es también
aquí para Jesús el Padre del cielo a quien él predica; igual que en las
afirmaciones veterotestamentarías sobre el amor de Dios a su Pueblo.
Lo mismo vale también de lo dicho por Pablo y Juan acerca del amor
de Dios al mundo expresado en el envío y en la entrega del Hijo a la
muerte.
Pero Pablo va un paso más allá cuando califica al amor de Dios ma-
nifestado en el envío del Hijo (Rom 8,39; cf. 8,3) también como amor
de Cristo mismo (Rom 835; cf. Gal 2,20). En este caso el sujeto del acer-
camiento amoroso no es sólo Dios, sino también Cristo. Un único e idén-
tico acontecimiento es atribuido a dos sujetos distintos. La unidad del
acontecimiento pone de manifiesto su comunión; pero no deja de ser
llamativo que Cristo (o el Hijo) no se disuelva simplemente en el amor
de Dios que actúa por medio de él, sino que se le nombre como sujeto
de ese acto de amor junto a y al mismo tiempo que al Dios que actúa
por mediación suya.
Igualmente digna de atención es la afirmación de que el amor de Dios
«ha sido derramado en nuestros corazones» (Rom 5,5) por el Espíritu
que se le da al creyente. Si por amor se entiende aquí no nuestro amor
458 a Dios, sino el poder del amor del mismo Dios "*, habrá que suponer que
el sujeto de ese amor es el Espíritu de Dios que actúa en nuestros cora-
zones, y que lo es siempre, también cuando dicho amor muestra sus
efectos en nosotros y a través de nosotros. Aunque esto no está dicho
tan claramente como en el caso del acto de amor que supone la muerte
reconciliadora de Cristo. Con todo, tampoco en este último caso se acla-
ra del todo cómo hay que entender la idea de un amor de Dios en Cristo
cuando su sujeto no es sólo el Padre, sino que puede serlo también el
Hijo. Y. además, parece que se trata del mismo amor divino cuyo sujeto
sería en nosotros el Espíritu de Dios. En cualquier caso, en estas afir-
maciones el Padre no es sin más el único sujeto del amor divino.
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7. El amor divino 461
m KD II/I. 309.
1** Ct. ibid., 319s. Sin embargoP no se puede dejar de mencionar que en un
contexto muy posterior (KD IV/2. 1955. 860s$) Barth volvió a abordar el significado
de 1 Jn 43 y 16 para la comprensión cristiana di; Dios y que lo hizo de un modo
mucho más matizado. Entonces subrayaría expresamente que, de acuerdo con
Jn 10,17 y 14,31, en dichos pasajes se trata también del amor con el que el Hijo
ama al Padre (860). Y termina hablando de) amor de Dios en Cristo con la si*
guíente formulación ejemplarmente equilibrada: «Entonces... en su esencia, es de*
cir, el Padre que ama al Hijo, el Hijo que ama ai Padre y la comunión y repro-
cidad de este amor (como el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu), Dios es en si
mismo dinámico, vivo, eternamente amante y, en cuanto tal, inductor del amor»
(862). Con todo, Barth no corrigió expresamente en este contexto sus formulaciones
anteriores, a pesar de que, a la luz de lo dicho en KD iV/2, la cuestión de la
relación entre la unidad del amor divino y la trinidad de Padre. Hijo y Espíritu
debía ser replanteada de un modo completamente nuevo.
1» R. PUENTE», Der Gott, der ¡Jebe ist* Das Verhaltms der Gottcstchre zur Chri*-
totogie: ThLZ 96 (1971) 401-413, 403.
•*> Ibid, 406: «Pero el ser de aquel hombre obediente, Jesús, no puede ser in-
corporado al ser mismo de Dios —como quiere la fe que le confiesa Seftor— más
que si se entiende dicho ser de Dios como amor-.
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7* El amor divino 463
frente a Trente, Dios «no es todavía el amor mismo** Pero continúa; serú el envío
del Hijo al mundo lo que «permita la afirmación identifleadora: Dios es amor»
(ibid.). ¿Entonces qué? ¿Es que esta frase no se refiere a la esencia eterna de Dios
con independencia de la existencia de un mundo? ¿O es que la esencia eterna de
Dios no es real más que con el envío del Hijo al mundo, es decir, que es depen-
diente de que exista un mundo? Coincido con Eberhard Jüngel en que la Tri-
nidad económica y la Trinidad inmanente han de ser pensadas como una unidad.
Pero esto habrá que hacerlo de tal manera que sea posible pensar la comunión
eterna de Padre, Hijo y Espíritu como el origen libre del mundo yt por tanto,
también de la «autorrcalización* del Dios trinitario en la economía de la salva*
ción. Es muy posible que también Jüngel piense lo mismo a este respecto <cf.
sólo lo que escribe en o.c.É 6Qs [48]). Pero, por otro lado, la ambigüedad que se
observar en sus afirmaciones aludidas (419 1448]) no es casual. Es expresión de
una problemática que hace su aparición en cuanto se nos obliga a pensar a Dios
no sólo como comunión de las personas trinitarias* sino como una unidad esen*
ctal, abarcante de dichas personas, que seria el sujeto de la donación del amor.
de hecho, el Dios trinitario tiene una subjetividad de esc tipo sólo en la actl*
vidad de las personas ad extra. Lo cual no obsta para que Dios sea ya «antes-,
en la comunión eterna de Padre, Hijo y Espíritu* el amor mismo.
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7, El amor divino 4b5
m
E. JÜNGFX piensa, por supuesto, que la idea del amor de Dios nos evita
tener que distinguir enlrc la esencia y la existencia de Dios (o.c.É 385s (410]). La
imagen de Dios que subyace ahí es la de un *librc sujeto de si mismo justamente
en el acontecer del amor» (386 [4101). Pero si, frente esta concepción de Dios» nos
atenemos al dogma trinitario» según el cual hay que hablar de tres hipóstasis di-
vinas —Padre, Hijo y Espíritu— en la unidad de la esencia divina, la cosa apare-
cerá a una luz distinta. Porque la esencia no tiene existencia ninguna con inde*
pendencia de las hipóstasis en las que "subsiste*.
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466 V7. Unidad y atributas de Dios
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7, El amor divino 4l-7
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468 VI. Unidad y atributas de Dios
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7, El amor divino 469
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7. £1 amor divino 471
J* G. v. RAO, Teolozta del Antiguo Testamento, voL I, Salamanca 1978. 456 (1957-
370}; cf. todo el epígrafe 453*8 1368-380]. Está tan claro el carácter salvífico de la
justicia de Dios que, según von Rad, hablar de una justicia punitiva serla «una
contradictio in adiecto* (461 [3751). Las explicaciones acerca del uso lingüístico
veterotcstamentario que da P. STUHLU.IOCR. Gereehtigkeit Cotíes bei Paulust Goiínga
1965, 113-145 insisten, con razón, en un «acontecer homilético*, enraizado en el
culto, cuyo contenido es la justicia divina (129). Sólo hay que añadir que ese acon-
tecimiento homiletico se apoya eti y remite a la acción divina creadora de justi-
cia (como dice también Siuhlamacher. o c , 115. con K. Koch). Son particular-
mente importantes las explicaciones de Stuhlmacher referentes a la apocaliplica
(145-175).
2» Sobre la interpretación de esta expresión en el sentido del poder creador de
salvación del Reinado de Dios. cf. P. STUAAIAOCR, o.c. 188*191. Stuhlmacher pone
de relieve 1188) que Mt 6,33 es un añadido del Evangelista a la tradición con la
Que 61 se encontró, pero no entra en la cuestión de lo que pueda significar la au-
sencia de esa idea en la tradición de Jesús más antigua. En Le 1231 la expre-
sión «buscar el Reinado de Dios» aparece sin la añadidura «y su justicia». Stuhlma-
cher interpreta este añadido como expresión de la característica acentuación de la
idea de justicia que se observa en Mateo también en otros lugares*
in Véase, al respecto. U. WUXIENS. La Carta a los romanos. I, Salamanca 1989,
229251 (1&4-202] y el excurso que sigue a continuación sobre «La justicia de Dios-:
251-286 [202-233]. Wilckens acentúa, con O. Kusst que Pablo, en Rom 3,21-26, se
orienta a la «revelación por vía de hecho de justicia de Dios* (188) en la muerte
expiatoria de Cristo (194ss). cuya consecuencia es la justificación del que cree.
Cf. también sobre Rom 3,1-5, ibid., 204ss [163ss].
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7. El amor divino 475
2W
A. RiTsaa, Rechtfertigung und Versohmmg II (1874), 1882 12* ed.), I06s y
118. Cf. vol. III, 1883 (2* ed.). 296ss.
*n H. CREUER, o.c., 56; cf. iodo el epígrafe 46*67,
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7, El amor divino 475
zn Atanasio, c. Arian. II, 53ss( cf. ya I, 35ss, 54, 60ss. La encamación no podía
suponer tampoco para Dios «ningún aumento* (I, 48). De modo que el Hijo no
experimentarla «tampoco en su manifestación corporal mutación ninguna* (II, 6:
ainbe áxpCTiTog* iiÉvuiv, xa; \xi\ aXXoioúji£vt>s- ¿v tñ ávfcpwitívii olxovcttía xai T^
£v ?ápxtú itapoutrCa). Según Atanasio lo que la Biblia dice sobre la fidelidad de
Dios es prueba de esa inmutabilidad suya (I1P 6 y 10).
& Cf., más arriba, el capitulo V.
B* J. Aune, Dic Entwtcktunft der Gnadcnlehre in der Hocíischolastik I: Das We-
sen der Gnade, 1942,
™ R. DESCARTES, El mundo. Tratado de la hiz (1630), ed. bilingüe de S. Turró,
Barcelona 1989, I09s [AT XI, París 1967. 37, líneas 5ss]. Cf. mis explicaciones al
respecto en Cott und die Natur: Theologie und Philosophic 58 <1983) 481-300, esp.
485s.
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476 VI. Unidad y atributos d€ Dios
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7. El amor divino 477
como si fuera un afecto que explota de repente (Num 11,1; Sal 2,1 ls) m .
«Se enciende» (Ex 32,10ss; ls 5.25) cuando se desprecia la santidad de
Dios y, especialmente, cuando el Pueblo partícipe p o r elección de su san-
tidad se aparta de é l a . Es decir, que la ira de Dios hace referencia a los
efectos destructores de su santidad cuando entra en contacto con lo im-
p u r o (cf. más arriba junto a las notas B i s ) . Es, por así decir, el efecto
que se sigue, con la necesidad de una ley física, de la infidelidad para
con Dios (Sal 78,7-60; Jue 2,10-22). Pero es un efecto continuamente inte-
rrumpido, contenido o evitado p o r la misericordia (Sal 78,38; Am 7,2ss;
Os 11.8s) OT . La intercesión de Moisés y de los Profetas, la apelación a su
justicia de alianza y la indefensión del Pueblo frente a su ira motivan el
arrepentimiento y el «autodominio* 1 1 0 de Dios: «en un rapto de cólera
te oculté mi rostro por un momento, pero me he apiadado de ti con
bondad eterna» —dice el Señor— (ls 54,8; cf. Sal 30,6). Dios vuelve u n a
y otra vez a tener paciencia con su Pueblo (ls 30,18), igual que después
del diluvio sella y garantiza el orden inquebrantable de la creación
(Gn 8,21s) m por las mismas razones por las que había desatado antes la
desgracia sobre los hombres (Gn 6,6). En su escrito sobre la paciencia
ya Tertuliano caracterizaba, p o r eso, la conservación del mundo p o r el
Creador como expresión de la paciencia que éste tiene: Dios «derrama
por igual la luz del día sobre j u s t o s e injustos» (De pat. 2; cf. Mt 5,45).
Pero la ira se contiene para que el h o m b r e se convierta (Rom 2,4;
cf. Le 13,8). Y, además, para q u e se ponga de manifiesto la fidelidad
de Dios a su alianza en la muerte expiatoria de Cristo, por medio de la
cual Dios mismo elimina las consecuencias destructoras de su cólera
(Rom 3,25s) : ^. Sin embargo, cuando se desprecia el a m o r perdonador
de Dios, su paciencia puede t o m a r aún la forma de la espera del juicio
final, p a r a el cual van acumulando los malvados sus acciones (Rom 9,22s;
cf. 12,19 y Hb 10,26-31).
213 H. CREMER, Die christiichc Lehre von den Eigcnschaften Gottes, Gütcrsloh
1897. 67.
& Ibld., 72.
2» U. WILOENS, Der Bric) an die Romer 2, 1980, 270ss.
2* Cf. G. v. RAD. Sabiduría en Israel, Madrid 1985. 329-353 [1970, 337-363),
*n Cf.. m i s arriba. 224ss.
a Cf., más arriba, 229s, 232s.
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480 Vi. Unidad y atributos de Dios
c) LA UNIDAD DB D I O S
» Fr. SOUXIERMACUER, Dtr chrisüichc Gtaube (1821). 1830 (2.1 ed.). § 56.1 Schleicr-
machcr lo explica así; *No es una propiedad de ta mano c! que haya dos de
ellas, sino que lo es del hombre el tener dos manos, y del mono el tener cuatro.
De igual modo podría ser una propiedad del mundo el estar dominado sólo por
un Dios, pero no lo es de Dios el ser uno solo.» De hecho en ta historia de la filo-
sofía se consideró ya desde la Antigüedad la unidad del mundo como el argu-
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7. El amor divino 481
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7. Eí amor divino 483
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464 VI. Unidad y atributos de Di&
Y. por fin, algo semejante hay que decir también de la misma infini-
tud de Dios: la idea de lo verdaderamente infinito —que exige que se
piense lo infinito y lo finito no simplemente como contrapuestos, sino
en una unidad que supera esa contraposición— de entrada no contiene
más que un mero imperativo, es decir, que le presenta al pensamiento
una tarea que. a primera vista, se muestra como paradójica. En su for-
ma lógica abstracta dicha idea no ofrece aún solución ninguna para la
cuestión de cómo pensar esa unidad de lo infinito y lo finito con una
idea unitaria en sf misma sin desdibujar la diferencia existente entre los
dos términos contrapuestos. Es una tarea que no se puede resolver.
como pensaba Hcgel, por medio de la lógica del concepto y de la deduc-
ción. La unidad plena del concepto y de la realidad en la idea es ella
misma aún un mero postulado de la lógica metafísica- La dinámica que
es necesario atribuirle, en este caso, a la idea supera ya los límites de la
lógica- No se encuentra más que en otro campo totalmente distinto: ¿1
de la dinámica del espíritu; pero del espíritu en el sentido veterotesW-
mentario de la palabra, no en el sentido de su fusión con el pensamiento-
Más en concreto, se trata de la dinámica que se pone de manifiesto en c\
celo que el Dios bíblico muestra por su santidad. Pero la solución de la
tarea de dar contenido a la idea de lo verdaderamente infinito, y de pre-
sentarla así también como una idea formalmente consistente, no se en-
cuentra más que en la idea del amor divino- La concreción trinitaria del
amor de Dios —no sólo en la libertad del Padre, sino también del Hijo
(en la autodiferenciación que le vincula al Padre) y del Espíritu (en la
espontaneidad con la que glorifica al Padre y al Hijo)— encierra en sí la
tensión entre lo infinito y lo finito sin eliminar la diferencia entre ambos.
Dicho amor divino es la unidad de Dios con su creatura que se basa en
afirmarla a ésta eternamente en su particularidad, eliminando, por tan-
to, su separación de Dios, pero no su diferencia respecto de é l M -
482 El amor, como figura concreta de la unidad divina en su relación
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7* El amor divino 485
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ÍNDICE DE CITAS BÍBLICAS
(LQ& números en cursiva remiten a páginas en las que los respectivos pasajes bíblicos apare-
ten solamente en la* notas.)
1, Antiguo Testamento
Gen 9.14 221
2,7 293. 331 10,2 215. 221
33 336 13.2 Is 450
4.6 204 14.4 221
4.26 390 14,l5ss(31) 172. 207
6.6s 474, 477 14.18 221
6,13 204 14,36-38 450
8.21 477 15.3 158
9,8 204 15.11 432
10 161, 204 17,7 215
12.1 220 19.6 432
14,17-20 /5S 19,12 432
15.6 272 20.2 207. 266
18,1-16 299 20,3 /5S. 205, 266
2U3 437 20.4 194
26.24 220 20,5 432. 482
28,12ss 217, 220 20.7 195, 390
31,13 220 24,15 450
32,29 390 25.22 299
32.10ss 477
32,14 47*
Ex 32.34 451
3.4ss 219 33.2 451
3.6 220 33.14 451
3,12-15 220, 223, 246, 265. 33,20ss 465
304,308 , 318, 390, 34.6s 277, 390. 470. 476
429. 439, 482
42 2/5
6.2s 125, 220, *90 Lev
6,7 221. 264 17-26 432
7,5 221 19.2 422
7.9ss 2/5 19,5 414
7,17 221 19,31 214
8,6 221 20,6 214
8,18 221 22,19 414
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índice de citas bíblicas
2,10-22 477
6,15ss 219
Num 6.17ss 2/5
9,15ss 451 8,33 204
ÍU 477 11.24 175. 204
12.6-8 217. 219
14,21 435
23,19 403, 474 1 Sam
3.7 222
3,21 218
Dt 6.20 432
ui 252 9,15 218
4,29s 366 15,20s 474
4,34 216 15.29 474
434-39 2ó7 1535 474
4,35 207. 266 28.6 214
439 207. 221, 266
5.7 205
6,4 282, 482 2 Sam
6.15 482 7,6s 450
6,16 215 7,14 282
6,22 216 22.2 411
7,6 432 2232 411
7,8 207, 459
7.9 207, 221. 266
7,19 215 1 Re
8.5 282 8,12s 450
10,15 459 8,27 447
12,5ss 450 8,29 450
123 298 839 448
12,11 298 1837 221
12,21 298 1839 221
13,2 217 20,13 221
l&.lOs 214 2038s 221
18.15 219 22,l9s 219
I8,2Is 271
26.8 216
26,15 298, 448. 450 Estiras
26,16 432 5.11 192
28,46 216 6.9s 192
32.6 282. 353 7.12ss 192
32,6 285
Neh
Jos 9.17 476
10,12 35
24.19 434
24 J l 249 Job
16.12ss 450
23,2 450
Jue 23,14 450
2.7 249 28,25ss 477
2,10 249 30,19ss 450
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índice de citas bíblicas 4«q
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490 índice de citas bíblicos
63 432 Jer
6,5 432 l.4ss 219
63ss 219 1.113 218
7,11 2/5 1,13a 218
8.18 216. 450 3.4 282
9,7 275 10.10 437
10,16 432 15,19 219
14,24ss 420 16.14a 267
193 405 1621 222
2831 250 18,6ss 452
29.15 450 23,18 218
29.24 405 23,21 2/9
30.1 Iss 433 23.22 218
30,18 477 2334 446
31,ls 433 2335 217
313 406. 434 25.11* 227
403 208. 230, 267 28.9 27/
40,6-8 406 29,10 227
40,12s 73 29,!3s 366
40.28 437 313 459
41.4 437 31.20 282
41.14 433 32,17 452
4130 222 3236 453
4U8s 158 3238ss 453
42.1 332. 415 45,4 452
42.9 180
433 433
43,I0s 158. 427 Ez
43.14 433 1-3 219
43.25 485 2,lss 436
44,6 427. 437 3,12ss 217
44.6ss 158 5.13 222
44,9-20 194 6.7 222
453 222 6,10 222
45.6 176. 222 8,lss 217
45,7 452 I2.15s 222
45,15 450 16.62 222
45.18-21 73 20,41 433
46.9 158 20,42 222
«7,4 433 20,44 222
483¿ 180 2434 216
48,17 433 2437 216
49,7 433 34,30 222
49.15 282 3632ss 222, 483
49,23 222 3636 266
54.8 477 37.13 222
60.19s 224 43,4 299
61.15 289. 332 43,7 299
63,15ss 284
63,16 282, 353
64,8s 282 Dan
66,1 447 238 227
66,10 282 9 227
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índice de ckai bíblicas 491
Os 8.1 s 218
2,4-17 I5S 8.2 477
11. Us 459
11.1-4 282
11,8a 477 Jon
11.9 433 4,2 476
13,4 267
14.8 459
Hab <
3.2 299
Jocl
2.3 416 Zac
1.7 436
6¿ 436
14,20s 433
Am
general 2S0
7,2ss 477 Mal
7,8 218, 477 2.10 285
2. Literatura intertestamentariü
IV Esdras
7,42 208, 224 1 Q Hab
9,5 224 7.+6 227
y Nuevo Testamento
Mi 5,44 281
3.16s 327 5,45 285. 353. 469. 477
3,17 332 5,48 353. 469
5.16 353 6.9s 335, 448
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492 Índice de citas blbtkw*
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índice de citas bíblicos 495
Ti! Hcb
Us 228 l,ls 230. 240. 257. 263
1.9 18 U 332
2.1 18 2,3s 257
2.13 225 2,10 327
w 332
10,26-31 477
1 Pe 10J1 477
U 434 11,1 240
Mi 226 *^
l.lOss 228
1,19» 228 Snnl
4,13 225 129
5.1 225
I Jn Ap
2,1 292 1.1 226. 229
4.8 318. J22, 429, 460, 1.8 437
464 1,17 437
4,13 343 2.8 437
4,16 4ÓOs, 464 19,12s 255, 276
5,7s 327 21.6 437
5,20 328 22.13 437
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ÍNDICE DE NOMBRES
(Los números en eurth'a remiten • plgirvüs donde los nombres rrsucuivos aparecen solamente
en las notas.)
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«8 Índice de nombres
Bizcr. E.. 35. 314, J2ÍL Cremer. ÍL 33, 399402. 426s, 427s.
Blanshard. B.. 5L 472. 4IL
Blázquez. R.. XVI. C re mona. 112.
Boecio, 305, 311. l & á á L Crusius. Chr. A.. 12S,
Bochncr, Ph.. 21 Cullmann, O., 2Í2.
Bolotov. V. V., 3 J i
Bornkamm, G.. 76, Zfi. 22L 256. Chemnitz, M.. 1 ÍL
Bornkamm. H^ 472. Cherbury. U. v.. 1ÜL
Boussct, W.. 222.
Braalcn. C., X.
Btaun, H^ 72, 2¿± ,. Daecke, S. M., 52.
Bretschneider. K. G.. 4042. £¡2. ¿¿¿, Dalfcrth. L U., éL 67-71. SI, JZfl.
Daly. M.. 2&L
325. 326. Daiinhauer. J. K i.
Brown, R.. 276. 292. 3 i ¿ Decker, B.. 311.
Bruckmüllcr, F., 3ZL
Brunner. E., lfli Descartes. R.. 87-90. 93-96. 98, / / / ,
Buber, M., 464. 112. I21s. 150, 379-383. 397. 429. 446.
Buddcus, J. F., 12. 23, 38*. 101s. 133,
137s. Díetz. W.. XXXVI.
Buenaventura. 87, 2J0_. Dihle. A., 414.
Bultmann, R.. XII. 44. 247. 249, 260. Dilthey. W.. 56,116$.
2fi2. 272, 470. Dionisio ArcopagiU, Pscudo-, 308,
Burén, P. v.( ZíL 222. 376, 394, 429, 457. 48±
Dolch, R, Í27_
Domínguez, A., 3£L
Cfllixt, G.. 1 1 L 2S, 33. ¿2, ZíL Dorner. J. A., 43s. 135, 137, 320, 32¡s.
Calov. A., 28. 3¿ 37s. 127. 304. 31A. ML
316. 3JS, 353, 369. 375. 402. 405. 426. Downing, F. G., 233, 252.
429s. 4&L Drey. J. S. v., 2*4.
Droysen. J. G.. 251
Calvino. J.. 32. M, TL 304. 33L Dullcs. A., 2áL
Campbell. J. L, 6L Duns Escoto. XII. 3. 4*, 23. 25s. 37,
Canclini. A.. 2&
Cantímori. D., U5. 76,189. 320, 374s. 379, 429. 454. étü.
Capadocios (cí. también Basilio y Dupré. W.. ISOs. 155s. L25,
Gregorio). 294s. 300s. 302. 307. 349, Dürkheim, E.. 147s.
418. Dürr. L, 262.
Carnap, R., 5JL Durrant, M., 60, 32L
Cassirer. E.. 373. 3SL
Caleras, «£ 94, 95, Í2L Ebeling. G-, 5, 74, 118, 258-260. 264.
Cayetano. 2JÜ 273S, 395, 426.
Cicerón, 115s. 128s. 160. 328. Ecclcs, J. C. ÍU.
ciceroniano. 131. Echandia, G. R. de, 90. JM
Clarke, S„ 89, 95. 102. 4J2, Edelmann, H^, 41
Clayton. J., 91s, 92. Ehrenberg. H^ JJJl
Clayton. Ph. D., X. Eicher, P.. 124, 217, 247, 262.
Cleante, áQg. Einstcin, A.. 442,
Clemente de Alejandría. Is. Eliade. M.. 1SJ, 193, 199s, £ i ¿
Cobo, J. B.. IX. XIII, XV. Elze. M.. 2. 11-
Congar, Y., 331¿ 342, 344s. Enrique de Cante. 5, SL
Cornehl, P.. 110, 246. Episcopio, S., 3/5.
Cortes, 1L 2iL Erasmo de Rotterdam, 3£,
Craig. W. U 92^ 25. Escipión, El Joven, 22.
Crellius, J., 353, 405. 444. 45± Etchevcrry, J. L., 2S1
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índice de nombres 499
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500 Índice de nombra
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índice de nombres 501
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502 índice de nombres
Pablo VI. 341 Ramsey. L T., 68, 73^ 146. 164, 211
Paternas, G., 360, 392. Ratschow. C. H, 3, 38, 164. ¡94. 31£
Panailios, 22. 375. 378. 386. 389. 42Ú,
Paredes. M." del C. 118, Raizinger. J.. 30, 3¿
Parménides. H. Rcdmann. H.-G.. 366. 456,
Pawlikuwski. J.. 2SL Reinhardt. K... áÚá.
Pedro de Aillv (Petrus de Alliaco). Reinmuth. O., XXXVI.
Rendlorff. R.. XII. 158. 22JK 222.
32L
Pedro Lombardo. 20. ¿i 305, 311. 246s. 264. 266. 268. 212,
Penelhum. T.. 412, Rendtorff. T„ XII. 40, 74, 231
Pettazoni. R., 1£L Rengslorf. K. H^ 216.
Petuchowski, J.. 266. Reschcr. N.. 5± 58,
Pfaff. Chr. M., 42. ¡28, 232. Ricardo de S. Víctor. 309s. 312, 321.
Pfleidercr. O., 135, 140-145. 321
Philipp. W.. 21 Ricoeur. P.. 412.
Picper. J., tíL Ripalda. J. M.' 340,
Pike. N.. 4Ü Rilschl, A., 44. 21 104-107. ¡OS. ¡4¡.
Pilato, P., 5A 319. 453, 472s.
Platón, ls, 8, 82, 84. 9_L 129, 2/5. 385. Rilschl. D„ 250.
¿2¡L i£LáᣠRivera de Rosales. J.. 241.
platónico. 77,106.311.315.403.407. Rivero. D. G.. 21
437s. 443, i&L Rivkin. E., 282.
Plalt, J.. 22. 1QL USs- Robinson. J.. XV.
Plcssner. H,. 166. Roces. W.. 2áL
Plotino, 240, 407. 424, 4JJL 441-444. Róhrichl. N.. 150.
449, i¿X Roland-Gosselin. M.D.. Av\
PohLcnz. M., Z2, S j . íü Roloff. 3.. 332,
Pohlmann. tL C 264. Rolhc. R.. 135, 243-245. 248. 259, 22U
Polanus. A., ¿1 Roura Parella. J.. Í73.
Poscidonios, áQó. Rowe, W. L.. 89. 21
Poitier. B.. /A:.
Poilmeyer, tL J-. 21£
Prenter. R.. 46^ 464. Sabelio. 297.
Prcul. R., éÚH Sack. K. H^241.
Preus. R. D., 3, /£ 29, 3J, 3J, 37s. ¿21 Sartorius, E., 32L
Prisciliano. 297). Sauter. G., 4, 9, / 5 7 Í .
Procksch, O.. 2/7. £ ¡ ¿ Scaevola. P. M-, fil
Proclo. 240, 308. Schader, E.. 46.
Ptolomeo, ptolomeico. 22. Schaefcr, A.. 407.
Puntel. L. B., 25. S± Schecler. S., 221
Schecbcn, M. J.. 369, 416,
Quenstedl, J. A., ¿S, 3¿ 33. 35, 37, Scheffczyk. L.. 308.
¿fi.22. 362. Scheler. M., 166s.
Quine. W. V. O.. á¿ Scheü, FL 4 2 i
Schclling, Fr. W. J.. 141. 241s.
Scherzer. J. A., 1
Rad. G. v.. XII. 65. 158. 218. 221. 249 SchUler, Fr,. ¿ 2 1
264, 27Ss, 298, 405. 4/9. 432, 43¿ Schindler, A,. 307s.
436, 471. 477s. Schleicrmacher. Fr. D. E.. XXIX. 7.
Rada. E.. 44± 4147. 68, 7J7, 98, 103-110. l l l s , //9,
Rahner, K.. XIV. 24, 66, 74. 98s. /22, ¡25. 134-137. 138ss, 142, 146-1S2.
124, 328, 333s. 346, 353. 354-357. 165s, 177ss. 2I3s. 239. 315, 317, 325,
Ramos, R., /47. 394, 395, 425, 429.~43~/.1T5, 480.
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índice de nombres 505
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5W índice de nombres
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ÍNDICE DE MATERIAS
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506 índice de materias
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índice de materias 507
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508 Índice de malcrías
Dios (cotit.i idea de, ls. 49s<¡. 65ss. 79, 90. 93ss.
concepto de, 53, 70ss, 188ss HOs. 123, 134, 142, ¡47, 155, 169ss.
conciencia de. 86, !<& 121ss. 132s, 382s, 386. 396. 428
144. 150s. 182. 3J& intelecto, como, 312. 402.4Q7s. 41 ls,
conocimiento de, Iss, 56s. 76ss, 115
114ss. 127ss, 160. 191. 193. 204. libertad de. 82. 276. 391 40L 407,
221, 23 ls, 265s. 305, 365s, 369, 485 422s, 445, 453ss, 484
cognitio Dei acquisitu, 79, 114ss legislador moral, como, 238
cogniíio Dei innata/ínsita, 72. mismidad de, 432
114ss naturaleza de lo divino. L 80ss,
cognitio Dei natutalis, 76ss. 85. 129, 396. 407
114ss nombre, el, de. 80. 99, 195. 204.
cognitio Dei supernaturalis, 2á. 221. 222s. 246. 265. 334. 390. 433.
85 450. 483
— sólo gracias a Dios mismo. 2, origen, como, 6. 7Is, 80ss, 99. 169,
7s. 9, 16s, 75^ 78, 100, 129ss. 275, 379. 387. 420, 427, 439. 455.
203ss, 24J, 252, 256s, 261 479
(cf. revelación) pensamiento (cf. Ñus), 308
culto/veneración de, 77, 86^ 101. persona, como, 97, 1£9, 3g7_, 394,
UL 128ss, 184s, 2Ü3 402s. 461s, 465ss
deus absconditus/revelatus, 258. personal. 240, 402s, 408, 440
261. 367s poder, la divinidad como, 145. 151s.
devenir de. 358 158. m, 185, 187,190, 193ss. 222,
•/(.lidio* y «hecho- de Dios. 245s, 22i
249, 25ÓSS. 161 problcmaiicidad de {estar en cues-
«Dios en general-, 427s, 434 tión). 60s. 100, 182
-•Dios., la palabra. 65-75. 273. 328. prototipo de las ideas. 308
366, 412 pruebas de, 23, 75, 86ss. 93ss. 105.
divinidad de. 6. 50. 55. 61. 136. 182. 112, 116, 123, 137, 266, 3_78_, 380ss,
212. 248. 258, 265, 268s, 356s. 360, 408, 424
473. 479 razón suprema, como. 403s, 407s
doctrina d e , 79ss. 367. 382, 422 realidad de, 7, 45, 50s. 5^ 60ss.
estructuración de la. 303ss, 312. 85, 127ss, 135s, 154, 164, 167s, 231,
324s. 369 368s. 428
ens necessarium, 87ss, 100. 3J0 (la realidad) determinante de
ens perfectissimum, 89ss. 384 todo. 120
ens realissimum, 382ss problematicidad / cuestiona-
esencia de. 259, 265, 307s, 354ss, miento de la, 50, 53, 64. 182s.
231
— y existencia de. 376-390. Í2fi unidad de la. 154. 156. 159. 212
— y atributos. 3.2&402 reinado de (cf. Reino de Dios; mo-
incomprehensibilidad de la. 366. narquía del Padre)
370ss saber, el. de. 4, 6, 396, 402ss
espíritu, como. 305, 310, 415ss. 429. ser, como, 98s, 117, 304, 385sS
464 subjetividad de.327, 324s. 329s, 462
espíritu absoluto, IOJQ, 317, 320, sustancia, como, 97. 387, 394, 407.
330 446
espíritu autoconsciente, 316s, sujeto, como un. 319s, 363, 401s.
409. 424 417, 419. 42Is, 460ss. 465ss
essentia spiritualis infinita, 314. trascendencia/inmanencia de, 195,
361, 375, 402. 430. 462 197. 298s, 360s, 362s, 387s. 398,
existencia de. 23, 39, 8L 86ss. 113, 447ss, 481
132. 167. ¡89, 359. 325 uno. 10, 308, 407, 184
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índice de materias 509
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510 índice de materias
articulo de. 14, I8s, 21, 28, 30, 35, teología de la, 248, 22fi
39s. 85, I B , 369 todo (el) de la. 262
certeza de (cf, certeza) unidad de la, 252
conciencia de, 43 (cf, revelación; plan de salvación;
experiencia de, 43ss. 140, 164 mysterium)
fundamento de la, 44 Hipóstasis, hipostático, hipostatiza-
hábito de la. 42 ción (cf. Trinidad)
postulado de, il& Hipótesis, hipotético, 22, 57ss, 62
principio de la( él concepto de, 22
subjetivismo de la (fideista), 43, Hombre. 61s, 97ss. Ui 120ss. 25a
46, 4^262 — y religión. UOss. 134s, I46ss,
imposición de la. 11 165ss
Filosofía, 9. 71. 104. 122, 129, 132. 183. identidad del. 160. 410, 423s. 46&
317. m. m.én naturaleza del. 85ss, HOs. Il4s,
Fin/objetivo. 244, 399ss, 40L 411 419, 135. 141. 167. 169
423, 445 (cf, antropología; creatura; reli-
Finito. 45S gión)
<cí, infinito, lo) Homousia (cf. Trinidad)
Finitud, 121. 124. 163. 170, 185
Forma, 385, 4B
concepto de. 322 Idea, doctrina de las ideas. 91, 94s.
Futuro, 55$. 199, 208, 267s, 274, 2Z& 100, 103, 385, 406s, 437. 443. 456,
400, 443, 445, 454ss i¿4
Género (humano), 13. 110, 163, 323, Idea de Dios (cf. Dios)
Idealismo, idealista, 241s, 248. 317.
designación genérica, 70, 402
fuerza del género, 323 Iglesia. IOS, 25, 30s, 45. 51. 129, ?33,
ser genérico, 110 26S. 272, 290s. 293, 317, 421
Glorificación, glorificar. 3, 6I_, 335ss, —(s)—confesiones. 39s
autoridad, como. 26
Í¿L éM
Gnosis, gnosticismo, 2ÍL 269, 297, 472 doctrina de la, 17, 25s, 29, 40ss.
67, 2£L 359s, 36Z
Padres antignósticos, 20, 472
Gracia (cf. Dios, atributos) magisterio de la (autoridad del;
Guerras de religión (cf. religión) proclamación del), 12,15, 18. 26,
29ssr iS
Ilustración, 2L SL 93, 102ss, M2, 136,
237, 242. 304, 455
Hegelianismo, 242 dogmática ilustrada. l¿&
Helenismo, helenístico, 75, 106, 161. teología ilustrada, 10Í
232. 269. 405 Individualidad, UO
Helenización. 106 idea de la, 103, 138. 143
Hermenéutica, hermenéutico, 8, 15, Inercia, principio de la. 22
30s. 36, 177, 271 Infinito, lo, 98,180, 199, 375, 379. 390,
Historia. 56, óOss. 182, 248*5. 421ss, 480
477s$, 4S5
- y lo finito. 96, 121, 138, I49ss,
— como prueba de Dios, 266 I77ss. 382s. 431ss, 48¿
— sobrenatural, 244 concepto de, 149s, SL 375, 3g2,
— universal, 248 430, 442
— y -story». 250s condición de la percepción obje-
comprensión secular de la, 249$ lual v del yo. 121, 150, 379ss
concepto de. 249s idea de, 88: ^4ss, U2sf 121s. 366,
plan de Dios sobre la, 255s. 2M- 379s. 429, 450
268. 276. 420$, 477s intuición de, I2L 125, 379s. 382s
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Índice de materias 511
verdaderamente infinito. 189. 192. relación con Dios de, 282, 233
387s, 431ss, 445. 447. 451. 458. resurrección de. 227. 287. 333. 335.
479ss, 483 341s, 344, 336, 358s. 479
Inspiración. 2. 22. 211212.222,234ss revelación de Dios como, 62. 7J,
doctrina de la. 34ss, 243 Z4. ZZ. 132. 220. 234ss, 252. 286.
idea de la. 33, 242 401. 452
Interpretación. 15, 25, 33s. 67ss, 175, vuelta de. 225. 228. 230. 287. 292.
177. 180ss, 214. 254. 220 479
potencial de, 121 180s (cf. encarnación; cruz; logos; pre-
Intuición, 379, 281 existencia)
— de lo infinito (cf. infinito, lo) Judaismo. 106. 139. 298. 32Q
— primordial, 286 Juicio (de Dios). 222 226. 227. 231.
conocimiento intuitivo de Dios, 251 262, 420, 479
aja experiencia de. 422
inluitus originarias, 4JJ Juicio (de la razón). 24. 53s, 420
visión intuitiva, 4I0s
Islamismo, 320
Kerygma, 229. 246. 260. 210. 272s
Jesús, ¡6. 58, 66. 12L 122. 122. 22Q
anticipación del fin en la actuación Lenguaje. 75, 166, 273s, 366, 373
v en el destino de, 51 226s. 230, Ley, 62.101, I ISs. 126. 226
234s. 267s. 273s. ¿52.389. 420, 421 — y Evangelio, 253. 423
479 Logos, ls, 52, 16L 220.233, 221 240.
aulodistinción, 334 255ss, 263, 269,276s. 293. 297ss. 333,
respecto del Espíritu. 330s, 341ss 336. 340. 354s, 360, 457. 465, 478
respecto del Padre, 285s, 294s concepto de. 276. 228
bautismo de. 286, 288. 222, 330. 3J2. crístología del. 3ÜQ
335 342s 344 doctrina del, 228
divinidad de, 70, 335 teología del, 206
filiación divina de. 287ss, 330. 332,
535. 342s
glorificación de; Cristo glorificado, Magia, mágico. 195. 198. 390. 392
288, 292. 338. 357 Mandamlento(s). 39. 115. 120. 205.
hijo del hombre. 222 286. 336. 433
hijo de Dios, 286s. 327s. 3J2. 335, Manifestación/fenómeno, 2SL 388s.
355 228. é&
Kvrios, 288ss. 22L 241 461 (cf. esencia)
mensaje de, 140, 215, 222. 245. 258. Mántica. mántico, 206, 214s. 2J6, 254.
2fiL 285ss, 221. 330. 334ss, 370. 261 277
444, 459s, 469ss. 422 inductiva, 215. 216. 223
mesfas, 226. 282 intuitiva. 215. 216. 223. 224. 267
muerte de. 452. 470s Materia. 82
oración, la, de. 281s, 285.334ss, 434, Materialismo histórico. 123
411 Metafísica, metaffsico. L 62. 71s. 82.
(cf. Padrenuestro) 28.105s. 122,134,138. Mis, 144, 122,
plenitud del plan histórico de Dios. 181 I88ss, 242, 256. 281 228. 407.
como. 231 251 261 276s 464 141s, 144, 179, 185, 188ss. 242,
planitud del plan salvifico de Dios, 256. 385. 398. 407. 464
como. 256. 268 critica de la, 319
presencia del Reino de Dios en la Metáfora, metafórico, 121 404. 408,
actuación y en la predicación 41 l u
de, 222, 28L 285s, 252 tóO Milagro, 215s, 221 224, 238s, 243s
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512 Indiíe de materias
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Índice <lc materias 513
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Primer volumen de una síntesis de toda la Dogmática,
cuya perspectiva central es la cuestión abierta
de la verdad de la doctrina cristiana
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