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La función rehabilitadora contemplada en el artículo 272 de la CRBV, viene

acompañada de una mención general sobre algunas actividades para alcanzarla: la


recreación, la educación, el trabajo y el deporte, aunque no se habla de metodologías y
acciones concretas. Hay que acotar que tanto en el discurso como en las políticas
implementadas suelen usarse indistintamente términos como: ‘reinsertar’, ‘rehabilitar’,
‘resocializar’, ‘readaptar’. No obstante, pese al establecimiento formal de este objetivo,
la crisis en los establecimientos penitenciarios venezolanos se ha venido agravando de
manera dramática hasta llegar al punto de encender las alarmas de todos los entes e
instancias estatales.
De las ideas anteriormente expuestas, surge la necesidad de analizar las
actividades complementarias de los privados de libertad como un deber social. Por una
parte, porque siendo ciudadanos que han infringido una norma de convivencia, deben
ser atendidos mientras cumplen su deuda con la sociedad en que viven, y, por otra, a
partir del concepto universal de que la educación es la mejor forma de rehabilitación
de aquel que ha faltado a la ley. Asimismo, contemplando la privación de libertad como
un mecanismo de control social que el Estado utiliza como medida para garantizar la
seguridad personal y los bienes de los ciudadanos, la acción represiva es vista entonces
como uno de los mecanismos más comunes de frenar los actos delictivos, y es bajo esta
premisa que surgen las instituciones penitenciarias, concebidas en principio como
lugares de castigo y actualmente como centros de reeducación del sujeto trasgresor. En
efecto, de acuerdo con Folch (2009):
El perfeccionamiento del sistema penitenciario, para hacerlo más eficaz en
su función rehabilitadora, es, en consecuencia, un elemento indispensable
entre las reformas modernizadoras que la sociedad requiere en cuanto a
prevenir el delito, a enfrentar y contrarrestar la delincuencia y a juzgar a
los delincuentes aprehendidos. (p. 3)

Es así, que la educación en y para el trabajo cumple esta función rehabilitadora,


como un elemento propio del perfeccionamiento del sistema penitenciario y de ahí la
importancia de dirigir los esfuerzos en ese sentido, considerando el encarcelamiento
como un mal necesario de las sociedades civilizadas, pero garantizando a los privados

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de libertad su condición y dignidad como seres humanos y, por tanto, todos los
derechos derivados de ello.
Además, cuando una persona que delinque ingresa a una cárcel recibe en ella,
por el contacto con otros delincuentes, capacitación en actividades ilegales. Tal es el
contagio delictivo, que también se ha llamado “efecto cárcel”, considerando que a pesar
que la cárcel es simplemente un establecimiento donde se le priva la libertad a un
individuo durante un periodo de tiempo determinado, en forma paralela al
cumplimiento de la sanción penal impuesta por un tribunal, se produce el efecto que
hace que el penado adquiera en la mayoría de las ocasiones otros hábitos en el
intercambio con sus pares, así como en la propia defensa de su propia integridad, aun
cuando el principio subyacente debiera ser que el sujeto se resocialice o se rehabilite y
no vuelva a delinquir. De esta manera, según datos del Observatorio Venezolano de
Prisiones (2016), en Venezuela existen treinta y dos (32) establecimientos
penitenciarios distribuidos por todo el territorio nacional, en las que se pretende que el
sujeto cumpla con las dos tareas de pagar su delito y mejorarse como individuo.
Cada una de estas instituciones se encuentra a su vez bajo las órdenes del recién
creado Ministerio del Poder Popular para el Sistema Penitenciario, el que surgió en el
presente año ante la situación que presentan las cárceles en el país, como una respuesta
para jerarquizar su atención. Así, resumiendo a Meléndez (2011), el diagnóstico sobre
la situación en las cárceles en Venezuela sigue arrojando una conclusión común, a
saber, que en la mayoría de los centros de reclusión persisten condiciones infrahumanas
y se registra una violación generalizada de derechos humanos, existiendo
hacinamiento, con celdas comunales que albergan cuatro veces más sujetos de lo que
permite su capacidad; carencia de servicios médicos, ni insumos para atender
emergencias y con condiciones sanitarias deplorables, ya que en la mayoría no existen
ni tan siquiera servicios sanitarios.
También afirma la autora antes citada que la alimentación no responde a las
necesidades de un ser humano, no existiendo el presupuesto adecuado para ello, y en
el orden personal, impera la ley del más fuerte, observándose la presencia de bandas,
dueñas de determinados territorios, lo que lleva en frecuentes ocasiones a la muerte y
daños varios en los privados de libertad, cuya vida en realidad, no se garantiza una vez
que ingresa a la prisión.
Por otra parte, en las prisiones en la mayoría de los casos, no se capacita para
desempeñarse en un trabajo en el mercado legal. Al salir del recinto penal, sus
posibilidades en el mercado ilegal han aumentado y aquellas en el mercado legal han
disminuido. Así, es altamente probable que vuelva a delinquir. Romper ese ciclo
supone que la persona se capacite en un trabajo mientras está en la cárcel. Además, ese
trabajo debe ser lo más similar posible al que vaya a desempeñar en el medio libre:
mientras más distinto sea, menos útil resultará en la vida libre. Siendo así, que un tipo
de capacitación laboral real, que aunque pocas veces se toma en consideración, permite
quebrar el ciclo delictivo, en forma efectiva y es la que puede dar la empresa privada,
o incluso la pública cuando contratan al trabajador mientras está aún en la cárcel.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos decreta que: “Toda persona
privada de libertad será tratada con el respeto debido a la dignidad inherente al ser
humano,” también destaca “la obligación de tratar a las personas privadas de libertad
con dignidad y humanidad como regla fundamental aplicable universalmente. El
Artículo 10 del Código Orgánico Procesal Penal, establece: “En el proceso Penal toda
persona debe ser tratada con el debido respeto a la dignidad inherente al ser humano.”
Si bien, son conocidas las Leyes que amparan a la mujer privada de libertad, en la
práctica son violados sus derechos fundamentales al ser contada por la mañana y por
la tarde; no tener sus visitas conyugales, carencia de sus necesidades básicas de:
alimentos, agua, medicinas, vestidos; requisas frecuentes donde no es respetada su
intimidad; retardos procesales, falta de atención médica, descuido de su maternidad;
abandono de sus familias, peligro de muerte por las huelgas de hambre y de sangre;
tráfico de drogas, de armas y riñas frecuentes; factores estos que hacen difícil el pago
de su condena y su reinserción social.
Por lo tanto, la cárcel, es reflejo de la sociedad y por esto allí también existen
marcadas diferencias de género que favorecen unas veces a las mujeres y otras a los
hombres. La mujer tiene, como el hombre detenido, diferencias que la favorecen por
su condición de mujer y otras que le crean situación de desventaja frente al hombre. La
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, establece en su artículo 21, lo
siguiente:
Todas las personas son iguales ante la ley; en consecuencia: no se permitirá
discriminaciones en la raza, sexo, el credo, la condición social o aquellas
que, tengan por objeto o por resultado anular o menoscabar el
reconocimiento de los derechos y libertad de toda persona.

Cuando una mujer es detenida y tiene hijos(as), ella debe sobrellevar no sólo la
privación de su libertad, sino también el abandono y separación de sus hijos(as);
mientras que el hombre sabe que alguien velará por sus hijos(as), durante el tiempo que
paga la condena. Las mujeres privadas de libertad, sufren dificultades particulares en
relación con su familia, debido a que todavía existe un terrible estigma relacionado con
el encarcelamiento de las mujeres. Las familias de las mujeres tienen tendencia a no
aceptar el encarcelamiento de las mismas y como resultado ellas tienen menos visitas
familiares que los hombres, no reciben el apoyo de sus familias, son abandonadas por
sus esposos y con frecuencia deben mantener a sus hijos(as) que viven tanto dentro
como fuera de la cárcel. El hombre casi nunca es abandonado en prisión y son
frecuentes las visitas de su madre, esposa, concubina, hermanas y amantes.
Las Naciones Unidas, en materia de prevención del delito y tratamiento de los
delincuentes, en la regla 81, señala: las ayudas convenientes para las personas que salen
en libertad: “proporcionar documento de identidad, albergue, trabajo, vestido, así como
los medios necesarios para llegar a su destino y para subsistir durante el periodo que
sigue inmediatamente a su liberación.” Además de adquirir un empleo, la mujer debe
recuperar su desintegrada familia, su casa, su patrimonio y adquirir nuevos hábitos de
vida, que la capaciten para enfrentar las exigencias de la nueva sociedad.
Algunas mujeres llegan a la cárcel por una situación adversa o por cometer un
error, pero la mayoría están allí porque el delito ha sido una constante en su vida y ha
representado para ellas, su mayor fuente de ingresos. En la cárcel, se han especializado
en el mismo y han adquirido la habilidad necesaria para delinquir sin caer en manos de
la justicia. La reincidencia de la mujer en prisión, representa un bajo porcentaje, no
porque ella cambie de trabajo o de vida, sino porque ya conoce los mecanismos
necesarios para cuidarse de la justicia y no volver de nuevo a la prisión.
Finalmente, se hace referencia al Decreto 8266 del Presidente de la República
(2011), mediante el cual se crea el Ministerio del Poder Popular para el Servicio
Penitenciario, destacándose como primera competencia en el artículo 2: Diseñar,
formular y evaluar políticas, estrategias, planes y programas, regidos por principios y
valores ético destinados a garantizar el pleno goce y ejercicio de los derechos
fundamentales de los procesados y procesadas, penados y penadas, así como procurar
su rehabilitación y mejorar sus posibilidades de reinserción en la sociedad De este
modo, se espera que con la creación de esta institución, sean atendidos en forma más
precisa las necesidades de los reclusos en todos los internados judiciales del país, y en
particular, se produzca un cambio sustancial en cuanto a la reeducación con el
desarrollo de planes y programas acorde a lo que se requiere en dichas instituciones de
privación de libertad.
REFERENCIAS

Código Orgánico Procesal Penal. (2001). Gaceta Oficial Nº 5.558 Extraordinaria.


Caracas: Vadell Hermanos Editores.

Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. (1999). Gaceta oficial Nº


36.860 Extraordinaria. Caracas: Editorial Escolar.

Declaración Universal de los derechos Humanos. (1948). [Documento en línea]


Disponible en: https://www.un.org/es/universal-declaration-human-rights/

Decreto N° 8.266. (2011). Creación del Ministerio del Poder Popular para el Servicio
Penitenciario. Gaceta Oficial N° 39.721 del 26 de julio de 2011

Folch, C. (2009). ¿Revolución en las Cárceles? [Documento en línea] Disponible en:


http://www.UnaVentanaalaLibertad. rg/2011/05/revoluciónenlascarceleshtlm

Meléndez, A. (2011). El Derecho a la readaptación social. Buenos Aires: Ediciones


Palma.

Observatorio Venezolano de Prisiones. (2016). Informe 2016 [Documento en línea]


Disponible en: http://www.ovprisiones.org/pdf/informe_2016.pdf

Reglas de las Naciones Unidas para la protección de los menores privados de libertad.
(1990). Adoptadas por la Asamblea General en su resolución 45/113, de 14 de
diciembre de 1990.

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