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Se establecen dos tipos de trabajos: el formal (que está sujeto a las reglamentaciones
e inscripto en el Estado) y el informal (que no lo está).
El empleo formal es el legal, y por lo tanto el que está sujeto a los impuestos
correspondientes. La totalidad del dinero acordado no llega del empleador al
empleado, sino que una parte llega (el llamado sueldo neto) y otra (las llamadas
deducciones) que puede ser un tributo que el empleado no percibe, o bien
alguna percepción en forma indirecta: las más habituales son la cobertura de
salud, y la seguridad social que es una porción dedicada a cuando el empleado no
trabaje más.
Este tipo de trabajos debe cumplir con las condiciones que el Estado establece, como
el salario mínimo. Mayoritariamente es ventajoso para los empleados, y los
estados habitualmente crean incentivos para ampliar la cantidad de empleados
formales: disminuir las regulaciones no debería ser una de ellas.
Los empleos informales son en cambio los que están al margen de la Ley. Si bien
están prohibidos, muchas veces el Estado no hace demasiados esfuerzos para
combatirlo e incluso contrata personas bajo esta modalidad.
Habitualmente está asociado a los trabajos de menor calificación, pero en ocasiones
hasta los trabajos más calificados tienen este tipo de contratación: es posible que los
empleados prefieran este tipo de contratación, pese a que, como se dijo, al no tener
ningún tipo de cobertura ni seguro es mucho más inestable.
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