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REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO

La guerra del coltán


Por SONIA APARICIO

Odios étnicos históricos e importantes intereses


económicos han convertido la zona de los Grandes
Lagos en un campo de batalla sin tregua, incluso
después de los acuerdos de paz que en 2002 pusieron
fin a cuatro años de sangrienta guerra civil. Los
principales focos de violencia se localizan en la regiones
de Ituri y Kivu, escenario de brutales
enfrentamientos y matanzas tribales —en la RDC
conviven unas 200 etnias diferentes—, unas veces perpetradas y otras
fomentadas por los distintos grupos que se disputan el control de esta zona de
abundante riqueza mineral. A los ya codiciados yacimientos de diamantes, oro,
petróleo y uranio se ha sumado en los últimos años la 'fiebre' del coltán
(abreviatura de columbita y tantalita), un metal utilizado en el sector de las
nuevas tecnologías y especialmente necesario para la fabricación de teléfonos
móviles. Para desgracia de sus habitantes, la madre naturaleza quiso ubicar en
este rincón del planeta el 80% de las reservas mundiales de tan cotizado mineral.

Aunque las rivalidades étnicas en la antigua República del Zaire se remontan a


tiempos ancestrales, las tensiones aumentaron a partir de 1994, tras la llegada de
más de un millón y medio de refugiados hutus que escapaban de la guerra civil y
el genocidio en Ruanda. Hoy son muchos los grupos enfrentados en la zona: los
grupos rebeldes Agrupación Congoleña por la Democracia (ACD) y Movimiento
de Liberación del Congo (MLC), apoyados por Ruanda y Uganda; guerrilleros
hutus rivales de Ruanda y Burundi, rebeldes ugandeses, milicanos congoleños
leales a Kinshasa...

Y mientras la RDC figura entre las naciones más pobres del mundo —ocupa el puesto 155 en
un ránking de 173 países realizado por la ONU—, en torno a los yacimientos existe un
complejo entramado empresarial convenientemente diseñado para el reparto del botín. Las
organizaciones de derechos humanos insisten en que EEUU, Alemania, Bélgica y
Kazajstán —principales destinatarios, pero no los únicos, del coltán— y las
multinacionales que comercian con éste, están, en definitiva, financiando el conflicto,
sustentado igualmente por el comercio ilegal de diamantes en las zonas del país controladas
por el Gobierno. Desde 1999, el conflicto en la región de Ituri ha provocado al menos
50.000 muertos y más de medio millón de refugiados, según datos de Amnistía
Internacional.
La paz, ¿una quimera?

El alto el fuego firmado en el verano de 2002 con Uganda y Ruanda y el pacto interno del 17 de
diciembre para la creación de un Gobierno de transición cerraron la ya conocida como
«primera guerra mundial de África», que se cobró cerca de tres millones de víctimas, la
mayoría, civiles, e implicó a otros seis países vecinos: Angola, Zimbabwe y Namibia, que
apoyaron al entonces presidente Laurent Desire Kabila; y Uganda y Ruanda, valedores de
los rebeldes.

En abril de 2003, las facciones enfrentadas acordaron la formación de un Gobierno de


unidad nacional, que quedó legalmente establecido el 30 de junio, con el objetivo de
estabilizar el país de cara a la celebración de elecciones en junio de 2005. Sin embargo, las
organizaciones internacionales que trabajan sobre el terreno alertan de los continuos
enfrentamientos y violaciones de los derechos humanos que siguen produciéndose en
todo el país, incluso después del despliegue, en noviembre de 2003, de 4.500 militares de la
MONUC (misión de mantenimiento de la paz) para asegurar la protección de la población civil
en la zona de Bunia y alrededores. Tras la matanza en junio de 2004, de un centenar de civiles
en el noreste de Ituri, la inestabilidad se hizo patente de nuevo en el mes de junio, con la toma
de la ciudad de Bukavu por parte de un grupo de soldados insubordinados del Ejército,
presuntamente apoyados por Ruanda —la ciudad fue recuperada en una semana, pero dejó
miles de desplazados y dos soldados de la MONUC muertos— y un intento frustrado de
golpe de Estado encabezado por el general Lengue.

El drama de los refugiados y desplazados, la presencia de grupos armados, la


explotación de los recursos militares y el tráfico de armas en el este del país —a pesar del
embargo establecido por la ONU a través de las resoluciones 1493 (julio 2003) y 1533 (marzo
2004)— y el reclutamiento de niños soldado ponen en entredicho la viabilidad de una paz
cercana En marzo de 2005, la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de
Barcelona denunciaba la muerte de casi 1.000 congoleños al día.

elmundo.es / Guerras Olvidadas

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