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“No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor” (v.18). “No han
recibido ustedes el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes bien, recibieron un espíritu
de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ‘Abba, Padre’” (Romanos 8,15).
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Dios no nos ama porque seamos buenos, sino que nos ama porque es bueno él. No tenemos
que hacer méritos para recibir este amor, sino que él nos lo brinda “cuando todavía somos
pecadores”.
“Todos al pecar se privaron de la gloria de Dios, pero ahora son justificados por el don de
su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús” (Romanos 3,23).
Frente a una imagen falsa de un Dios que amaría a los buenos y odiaría a los malos, la Biblia
nos revela el amor de Dios a los pecadores: “Amen ustedes a sus enemigos y rueguen por los
que les persiguen a ustedes, para que sean hijos de su Padre celestial que hace salir su sol
sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5,43-45).