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Noviembre , nº 74 , 1999
ISSN 0214 - 7823
Universidad de Murcia
The quality is already part of the organizational culture of many companies, the
different Public Administrations have also taken conscience of the convenience of the
installation of systems of administration of quality in their structures, enough ONGs
even goes already conforming administration models, in those that it is included the
quality like an essential element to carry out their benefits. Will we see that the
sanitary environment and the educational one are making considerable efforts to
incorporate the quality in their organizational designs and prestacionales, but what is
it happening in social services?. Responding to this question will try to approach to
what could be the future of the quality in the professional environment of the social
services.
E-mail: memedina@fcu.um.es
Hasta aquí los deseos. Ahora bien, al término calidad le ocurre lo que a tantos otros, a
los que su amplia difusión ha producido la transformación del significado,
atribuyéndoseles tantos matices que los ha convertido en expresiones que encierran
sentidos múltiples o diversos. La etimología de este término la encontramos en el
vocablo latino qualitas-atis. El diccionario de la Real Academia Española (1992) lo
define como la propiedad o conjunto de propiedades inherentes a una cosa, que
permiten apreciarla como igual, mejor o peor que las restantes de su especie. El
mismo diccionario la define, también, en sentido absoluto, como la superioridad o
excelencia.
"Calidad... se sabe qué es, pero no se sabe expresar lo que es. Sin embargo, esto no es
una contradicción. Algunas cosas son mejores que otras, es decir, tienen más calidad.
Pero cuando se intenta expresar lo que es calidad separada de las cosas que la
poseen, no se tiene ni idea. No hay nada de que hablar. Si no se puede determinar qué
es calidad, ¿cómo se sabe qué es, o siquiera que existe ? Si nadie sabe lo que es
entonces en la práctica no existe. Pero en la práctica existe. ¿En qué se basan si no las
calificaciones? ¿Por qué si no la gente paga fortunas por unas cosas y arroja otras a
la basura? Obviamente algunas cosas son mejores que otras... pero ¿qué es lo mejor?
Así pues, nos movemos en círculo, rodando mentalmente sin encontrar algo en que
agarramos. ¿Qué demonios es la calidad?".
De Miguel et al. (1994) van más allá sentenciando que la relatividad del concepto
calidad lo es, en tanto que: a) significa cosas diferentes para diferentes personas, es
decir, existe una diversidad de intereses de las personas implicadas; b) puede suponer
cosas distintas para una misma persona en diferentes momentos y situaciones, según
sus objetivos; e) se trata de un concepto que tanto puede definirse en términos
absolutos considerándolo un ideal al que no se puede renunciar (al igual que sucede
con la verdad o la belleza), como en términos relativos y, finalmente, d) es un concepto
escurridizo asociado a lo que es bueno y merece la pena y con el que es necesario
comprometerse.
Desde nuestra perspectiva, creemos que es preciso tener en cuenta que las prestaciones
realizada en el marco del Sistema Público de Servicios Sociales se consideran un
derecho y deben proporcionarse independientemente de su mayor o menor
rentabilidad. Sin que tengamos que abrir aquí un debate sobre lo que vamos a entender
por rentabilidad, salvo que pongamos en el fiel de la balanza la rentabilidad de los
procesos y la rentabilidad de los servicios que se prestan. Sin embargo, y esto sí es
bueno, se debe reflexionar y cuestionar el discurso que sitúa la productividad por
delante de otras cuestiones, alejándola de términos como eficacia y eficiencia,
reduciendo las prestaciones sociales a meros listados de actividades o a específicas
secuencias de datos, haciendo real lo que Kaplan y Merton (1992) denunciaban
refiriéndose a las asociaciones, pretendidamente no lucrativas que prestan servicios
sociales, señalando que la evaluación de resultados, aquélla que demuestra los efectos
producidos en los usuarios, es algo más que una memoria con datos y números y deben
demostrar cómo la satisfacción del usuario, unida a la mejora de los procesos internos,
las actividades de innovación organizativa y el interés por los clientes internos, serán
los auténticos responsables de que podamos hablar de calidad, que en definitiva
debería ser la meta de una organización que se considere con perspectiva de futuro.
Hasta aquí hemos intentado situar la calidad desde un punto de vista general,
precisando los espacios teóricos y prácticos en los que se desenvuelve, ahora
pretendemos aproximarnos al contexto de los servicios sociales, aunque, con las
limitaciones que el espacio obliga.
Sin embargo, no cabe duda que algo está cambiando respecto al papel que la calidad
puede representar en el desarrollo profesional de los servicios sociales y prueba del
manifiesto interés por la calidad es el V Congreso Estatal de Intervención Social
(Madrid, 25-27 de noviembre de 1998) que tenía como lema "La calidad y
responsabilidad compartida: retos del bienestar en el cambio de siglo". En este
congreso, organizado por la Delegación de Madrid y la colaboración de la
Coordinadora Estatal de Intervención Social (CEIS), desde su ponencia inaugural que
respondía al título del congreso (López Cabanas, Chacón y Medina, 1998) ya se ponían
las bases sobre el papel que la calidad podía representar en el amplio ámbito de la
intervención social. En el congreso se presentaron una serie de ponencias con el interés
puesto en diferentes aspectos de la calidad: sobre las posibilidades reales del
establecimiento de un sistema de gestión de calidad en los centros de servicios sociales
(Medina, 1998b), en relación a la calidad y responsabilidad compartida en la atención
integral a las personas mayores (Fernández Muñoz, 1998), los estándares de calidad de
los servicios sociales a la infancia y la familia (Fernández del Valle, 1998), entre otras
ponencias, así como alguna mesa redonda dedicada a la relación de la calidad con las
organizaciones de discapacitados o con las políticas para la infancia. En definitiva, lo
que el congreso ha dejado claro es que la calidad por fin empieza a formar parte de la
cultura del amplio contexto en el que se circunscriben los servicios sociales.
Sin embargo, donde más se ha desarrollado el interés por la calidad ha sido en los
servicios sociales especializados: la atención al cliente y su relación con la calidad del
servicio (Elorriaga et al.,1997), la importancia de los recursos humanos y la calidad en
las residencias de personas con retraso mental (Forteza, 1996); experiencias de gestión
de calidad total (Aguiriano,1998), la consideración de la calidad organizativa y su
importancia en las instituciones para discapacitados psíquicos (Lacasta, 1997); en el
amplio campo de las toxicomanías (Martín, 1996); la evaluación de la calidad del
servicio de teleasistencia (IMSERSO, 1997); la evaluación de la calidad de los
servicios del programa de termalismo social (INSERSO, 1992); la evaluación de la
calidad en los centros residenciales y de acogida para menores (Muñoz y Redondo,
1997); la asistencia de la calidad de las personas mayores: desde una perspectiva
general (Ruipérez, 1998), en las residencias (Suarez, Cifuentes y Merchán, 1992), en la
elaboración de protocolos de evaluación de calidad (Medina, 1993); en la elaboración
de estándares de calidad para la integración laboral de personas con discapacidad
(Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales y Fernández, 1997).
Fuera de nuestras fronteras si bien es verdad que nos llevan algunos años de ventaja en
relación a las propuestas metodológicas con respecto a la calidad, cuando se revisa la
bibliografía, la distancia ya no es tanta. Una reciente revisión (Alaszewski y
Manthorpe, 1993), actualizada posteriormente en 1997, señala que el nivel de
producción sobre la calidad en el ámbito de los servicios sociales deja mucho que
desear por su falta de cientificidad y abuso de metodologías puramente cualitativas.
Algunas publicaciones señalan la importancia que para el futuro de los servicios
sociales tiene el que se desarrollen evaluaciones de la calidad de las intervenciones
(Qureshi, 1998a; Broad, 1999). Aprovechando los planteamientos reformistas que se
están imponiendo en Estados Unidos, la calidad ha sido impulsada como requisito de
puesta en marcha de programas de actuación y al respecto reflexionan Stoker, Wilson,
Thomas y Clark; (1997). Destaca la importancia que en el Reino Unido se está dando a
la gestión de calidad de los recursos humanos para el desarrollo de políticas de
bienestar social (Qureshi, 1996); las orientaciones respecto a la voz y a la importancia
que debe tener el usuario o cliente de los servicios sociales y el papel que debe jugar en
el proceso de calidad (Beresford, 1999); o la necesidad de medir la satisfacción
(Soliman y Poulin, 1997); la utilización de tecnologías o herramientas determinadas del
ámbito de la calidad (Auslander, 1996); la calidad total en el campo de los servicios
sociales, al menos, en el contexto americano, tiene un determinado interés para muchos
autores, especialmente unido a la tecnología del TQM (Storr, 1996); con respecto a las
políticas municipales, por ejemplo en Dinamarca, encontramos una interesante
propuesta metodológica de Aaltonen (1999) y desde una perspectiva más asistencial,
en relación al tratamiento de los ancianos y enfermos de larga duración que cada vez se
aproximan más al campo de los servicios sociales, alejándose de lo sanitario,
encontramos las aportaciones de Hirdes (1999).
Para poder hablar de la ausencia de deficiencias, tenemos que intentar definir en primer
lugar qué es lo que se considera apropiado; es decir, cuál es nuestro modelo ideal y
teórico de actuación. Para ello, es preciso asumir la necesidad de un patrón de
comparación de nuestra práctica cotidiana con el mejor nivel de calidad posible de
ofrecer, en un entorno realista y de restricciones económicas, y la necesidad de
gestionar eficientemente los recursos disponibles. A este patrón, lo podríamos llamar
Modelo de Atención de servicios sociales que sería valorado y entendido como el
conjunto de Normas y Estándares de buena práctica para cada uno de los colectivos
profesionales que representan, de manera explícita, la forma adecuada de actuar de ese
colectivo. En algunos países de la Unión Europea desde hace un par de años se ha
comenzado a trabajar sobre estos aspectos: con carácter general (Steyaert y Gould,
1999) y aplicados a los servicios para discapacitados (Burton y Kellaway, 1998). Estas
normativas se deben elaborar ajustadas a las necesidades de bienestar a cubrir para la
población que se atiende (bien se trate de un centro de servicios sociales o de una
residencia para mayores, discapacitados, etc.), el nivel de organización, la filosofía
imperante en el equipo directivo del mismo, ya que es la encargada de hacer factible
tanto la propia puesta en marcha de labores de evaluación de la calidad, como la
planificación y aplicación de las medidas de mejora necesarias para ir elevando
paulatinamente el nivel de calidad asistencial que la institución ofrece a los usuarios
objeto de sus atenciones.
Bajo nuestro punto de vista, la Cartera de Servicios podría cumplir, dos funciones
fundamentales en el contexto de los servicios sociales: por un lado, debería servir como
herramienta de gestión, ya que permitiría señalar unos objetivos y dotarse de los
mecanismos necesarios par evaluarlos. Por otro lado, debería servir como instrumento
de mejora de la calidad. El solo hecho de disponer de un conjunto de criterios mínimos
cuya aplicación determina, al menos teóricamente, una correcta intervención social
supone ya la existencia de un escenario que facilita la mejora de la calidad de la
asistencia prestada. Parece evidente que el conocimiento de la propia calidad
asistencial debe posibilitar la introducción de aquellas medidas correctoras que,
previsiblemente, supongan una mejora de la misma
No quisiéramos dejar de referirnos a uno de los temas más vinculados hoy a la calidad
y a la función profesional de psicólogo, como es el de la satisfacción del usuario con
los servicios que recibe. Hoy existe un creciente interés por la satisfacción como un
aspecto esencial de la evaluación de la calidad, y en este sentido la bibliografía nos
aporta una importante secuencia de experiencias en el campo de las empresas de
servicios y en el ámbito sanitario sobre el que podemos fácilmente extrapolar toda una
serie de consideraciones prácticas para ser trasladas al contexto específico de los
servicios sociales. Podríamos tener en cuenta aspectos tales como el nivel de
expectativas de los usuarios, las actitudes hacia los servicios y hacia los profesionales,
conocer qué dimensiones de calidad identifican, qué percepción tienen con respecto a
las funciones y componentes de los equipos humanos que los atienden, conocer si
identifican estilos de práctica entre un profesional y otro, ver la distinción entre lo que
diferencian sobre calidad percibida y calidad objetiva, entre otras muchas cuestiones
que podrían plantearse.
En algunos estudios, se está poniendo en evidencia que para medir la satisfacción del
usuario, y como consecuencia poder disponer de una medida de calidad, se hace
necesario contar con un conjunto de dimensiones de calidad que puedan
proporcionarnos un reflejo real de la calidad. Es importante que cada Institución
identifique sus dimensiones de calidad como una forma de asegurarse que comprende
la definición de calidad de la que aquí partíamos sobre los servicios sociales. Existen
en la bibliografía algunos referentes prácticos sobre dimensiones de calidad que
pueden extrapolarse y servir de inicio en un plan de medida. Sugerimos aquí la que
presentan Eiglier y Langeard (1989) y Berry, Bennet y Brown (1989) con las siguientes
variables:
Corresponde que nos preguntemos ¿Qué significa realmente satisfacción del usuario?
Sobre este criterio se fundamenta gran parte de la filosofía de las organizaciones que
tienen o muestran algún interés por la calidad. Es tan importante que se convierte en el
núcleo de toda la actividad de la organización. Las instituciones que deciden trabajar
con criterios de calidad utilizando alguno de los modelos existentes, planifican,
generan procesos, diagnostican, se autoevalúan, toman decisiones, producen servicios,
crean estructuras y mecanismos de comunicación para y en función del cliente. Por esta
razón es de gran importancia que podamos definir de forma operativa lo que significa
satisfacción del usuario. Siguiendo algunas de las reflexiones de Álvarez (1998)
destacamos los dos puntos que tienen gran utilidad para nuestro argumento: a)
Identificar los factores críticos de éxito que constituyen el núcleo de las expectativas
del usuario. Para ello es fundamental conocer (escuchar) las necesidades y demandas
de los usuarios, y solicitar la opinión del usuario sobre la satisfacción del servicio que
le estamos ofreciendo o le hemos ofrecido; y b) Destacar la importancia del personal de
primera línea (trabajador social, psicólogo, educador) que son las personas claves en el
proceso interventivo y de manera especial cuando surge una situación de conflicto o de
insatisfacción con el usuario. Para ello es necesario conocer el mayor número de
aspectos de estos profesionales con el fin de calibrar el papel que auténticamente
desempeñan en la prestación de los servicios. Por lo tanto, el objetivo de cualquier
estudio que desee determinar la percepción de calidad de los usuarios de una
institución de servicios sociales deberá contemplar, además de los ámbitos ya
considerados de cultura organizacional y clima, aspectos y variables actitudinales
como el nivel de satisfacción laboral, burnout y compromiso organizacional que
presentan los profesionales, puesto que son los de mayor contacto con los usuarios y
como consecuencia, responsables de influir sobre la percepción de calidad asistencial
que puedan tener los usuarios.
Autores como Suñol (1987), Sánchez y Saturno (1997), Medina (1999) y otros, además
de organizaciones internacionales como la OMS y la Unesco, y en nuestro país, el
propio Gobierno de la nación, con el acuerdo del Consejo de Ministros (17-VII-98)
sobre la implantación de sistemas de evaluación en la Administración, -en el que la
medida de la satisfacción de los usuarios aparece señalada adecuadamente- han
señalado la importancia y pertinencia de introducir la satisfacción de los usuarios con
los servicios como parte y complemento de otras actividades de control de calidad.
Los dos grandes ejes de las organizaciones prestadoras de servicios públicos, tanto en
el mundo de la empresa privada como en el sector público, son sin duda, los clientes
externos (usuarios) y los clientes internos y proveedores, los que ejecutan y llevan a
cabo el servicio. Sobre el primer eje ya hemos avanzado lo que la calidad asistencial
contempla como importante: verificar el nivel de satisfacción; el segundo, consistiría
en analizar el amplio espectro de posibilidades que los recursos humanos de las
entidades prestadoras de servicios sociales tienen. Pero éste es el problema, poco o
muy poco existe, sobre la contextualización profesional de los trabajadores de servicios
sociales, y si existe alguna bibliografía (Peiró y Medina, 1996, Torres Gómez, 1996)
no está específicamente dirigida a ningún ámbito concreto de los servicios sociales sino
estructurada de forma general. La bibliografía consultada al respecto, aunque relativa a
campos próximos como por ejemplo, el sanitario, especialmente el de atención
primaria, nos han permitido establecer algunas consideraciones sobre las actitudes
hacia el trabajo, lo que también es fundamental para comprender en toda su dimensión
las posibilidades de las organizaciones de servicios sociales. Así, la satisfacción
laboral, entendida como una actitud favorable, tanto hacia el trabajo en general, como
hacia aspectos específicos de éste, suele aparecer relacionada de modo positivo con el
compromiso organizacional y de modo negativo con el burnout. Y todas estas variables
son esenciales para comprender la calidad asistencial. Sin embargo, serán los procesos
formativos que se instauren los únicos que podrán contribuir a reducir la tensión
organizativa y a favorecer la implantación de sistemas de calidad.
En el ámbito sanitario hace ya años que existe el programa EMCA para la formación en
técnicas de calidad asistencial y de evaluación de la calidad y cuyo fin es el de
potenciar la implantación de las actividades relacionadas con la gestión de la calidad en
el Sistema de Salud, y tal es su desarrollo que incluso comienzan a aparecer algunas
experiencias de formación a distancia sobre calidad asistencial (Saturno, 1998;1999)
con bastante éxito para los organizadores. Con un programa que recoge desde el
concepto y medida de la calidad, a la instauración de programas de gestión de la
calidad en Centros de Atención Primaria, evaluación y monitorización de la calidad,
estrategias de implantación de la calidad, identificación de oportunidades de mejora,
métodos de análisis de los problemas de calidad, construcción de criterios para evaluar
la calidad y diseños de estudios de niveles de calidad, abordaje de diferentes
metodologías de evaluación y mejora de la calidad, métodos de monitorización, la
planificación de la calidad y los diseños de planes de calidad, entre otras unidades
didácticas. Sin duda, la calidad está presente en los procesos de trabajo de los
profesionales de distintos ámbitos: sanitario, educativo.... Debemos ser conscientes de
que la implantación de sistemas de gestión de calidad irá llegando a los
Ayuntamientos, a los Departamentos de las Comunidades Autónomas responsables de
los servicios sociales, a las empresas prestadoras de servicios para las
Administraciones, pero que la implantación de la calidad no podrá hacerse sin contar
con el pilar fundamental de los servicios sociales: los recursos humanos, los
profesionales que prestan los servicios, estén en el eslabón de la cadena que estén; sin
embargo, tampoco los profesionales pueden caer en la trampa del tecnicismo y creer
que la calidad es simplemente la aplicación mecánica de metodologías, si así fuera, no
habría ningún problema; por el contrario, la calidad necesita, al menos en los servicios
sociales que son servicios personales, de lo que Ken O’ Donnell (1999) llama
"endocalidad"; es decir, el empleado tiene que sentir que lo quiere hacer bien, que
quiere mejorar, cambiar. En definitiva, la calidad tiene que contemplar la dimensión
emocional del ser humano tanto como usuario como proveedor.
Apenas los currículum formativos de los psicólogos recogen aspectos que tengan que
ver con la calidad, quizás por eso, ya algunos masters y cursos de expertos, comienzan
a incorporar la calidad como uno de los ámbitos profesionales que pueden resultar de
interés para su desempeño. La práctica de la calidad no es patrimonio de ninguna
profesión, y sin embargo, todas tienen que utilizarla en su contexto. Por eso es
importante no llegar tarde, y tomar conciencia de que si la calidad forma parte y
todavía lo hará más en el futuro, en el ámbito concreto de los servicios sociales y más
ampliamente en las áreas de bienestar social, los psicólogos no podemos perder, una
vez más, la ocasión de ocupar el espacio profesional que nos corresponda. Y para esto,
sin duda, la formalización de estrategias formativas a corto y largo plazo sobre la
calidad, darán su resultado efectivo.
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