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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO

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c) Los rescripta y las epistulae, respuestas dadas a particulares o a


funcionarios sobre la solución de cuestiones jurídicas sometidas
al emperador;
d) Los decreta, verdaderas y propias sentencias con las que el prin-
ceps resolvía (fuera del procedimiento ordinario, es decir, extra
ordinem) una controversia jurídica sometida a él en primera ins-
tancia o en vía de apelación.
Salvo los edictos y los mandatos, teniendo como se ha dicho
aplicación general, está claro que las otras constituciones se promul-
gaban para casos particulares y en un principio valían precisamente
solo en relación con éstos; más adelante, sin embargo, se manifestó
la tendencia a considerar las decisiones imperiales como precedentes
vinculantes, para aplicar también a eventuales casos análogos que se
pudiesen presentar en el futuro. A las constituciones imperiales se
les atribuye, por tanto, fuerza de ley (Gayo afirma: quod impera-
tor constituit…legem vicem optinet = lo que el emperador establece
tiene fuerza de ley) y la voluntad del princeps se tuvo que ocupar
progresivamente de los espacios dejados libres por las otras fuentes
de producción del derecho, con el ocaso de la legislación comicial
[n.31], el redimensionamiento de los senadoconsultos, convertidos
en simples aclamaciones de propuestas imperiales [n.31] y el defini-
tivo agotamiento del edicto pretorio [n.33].

35. Restos de constituciones imperiales


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Tenemos también numerosos ejemplares de las constituciones


imperiales, a través de restos epigráficos y papirológicos. En parti-
cular, debemos citar tres papiros:
a) Bajo el nombre de Forma idiologi (γνώμων το δίου λόγου)
es conocido un papiro de más de dos metros (y sin embargo incom-
pleto), proveniente, en tres fragmentos, de El Fayum, en Egipto. El
término “forma” (como el correspondiente griego γνώμων) indica
literalmente la regla de los agrimensores, pero en sentido figurado
significa “guía, prontuario”: el papiro contiene efectivamente (en
abstracto) una serie de mandata imperiales, que se remontan princi-
palmente a Augusto, pero también a los emperadores sucesivos hasta

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Antonino Pío, y dirigidos al “idiólogo”, un funcionario imperial que


tiene en Egipto amplias competencias fiscales.
Es discutida la época de redacción del papiro: ésta es ciertamente
posterior al 149 d.C., porque sobre el recto del papiro están recogi-
das varias operaciones contables que se detienen justo en aquel año,
pero es dudoso que se remonte a la edad de Antonino Pío (como cree
la doctrina predominante, argumentando que el documento parece
referirse a este emperador como vivo) o a la de Marco Aurelio.
La Forma idiologi consta de un proemio y de una larga serie de
parágrafos (de los cuales 115 están bastante bien conservados) en los
que se encuentran tratados variadísimos argumentos, teniendo todos
en común conexión con la materia fiscal: algunas normas sobre la
validez de los matrimonios entre personas de distinta nacionalidad,
sobre la capacidad de hacer testamento y de ser instituidos herede-
ros, sobre impuestos de importación y de exportación, etc.
Parece del todo evidente la importancia de este papiro, más que
por las materias específicas tratadas en el mismo, por el problema
general de las relaciones entre el derecho romano y los derechos
provinciales.
b) Bajo la denominación de Apokrimata, un papiro egipcio conser-
va trece constituciones promulgadas por Septimio Severo en Alejandría,
entre finales del 199 y la primavera del 200 d.C. El término Apokrima-
ta ha sido diversamente traducido por los estudiosos: se trata sustan-
cialmente de respuestas dadas por el emperador a reclamantes griegos,
egipcios, romanos, etc., que le habían interpelado acerca de distintos
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problemas de derecho civil, penal, administrativo. La colección no con-


tiene el texto de las cuestiones dirigidas al emperador, sino solamente
sus respuestas, por lo que a veces (especialmente cuando son muy con-
cisas) no parecen perfectamente valorables.
Mucho más discutido en doctrina es el problema de la finalidad
de esta colección. Según la opinión más probable, se trata de una co-
pia de las constituciones promulgadas por Septimio Severo en Ale-
jandría redactada privadamente por los mismos destinatarios.
c) Un papiro egipcio perteneciente a la colección Giessen (P.
Giessen 40.1) contiene la traducción griega del famoso edicto, cono-
cido como Constitutio Antoniniana de civitate peregrinis danda [=
Constitución de Antonino sobre la concesión de la ciudadanía a los

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peregrinos], con la que el emperador Antonino Caracalla extiende a


los peregrinos en el 212 d.C. la ciudadanía romana.
El papiro presenta graves lagunas y esto lo ha hecho de difícil inter-
pretación; en particular, queda sin resolver un punto esencial, y es si la
extensión de la ciudadanía fue concedida sin ninguna excepción (como
parecen atestiguar todas las demás fuentes que dan noticia del edicto de
Caracalla) o si por el contrario, como parecería deducirse de un pasaje
con lagunas del papiro en examen, quedaron excluidos de la concesión
los peregrini dediticii, es decir, aquellos pueblos que se habían rendido
después de haber resistido con las armas la invasión romana.
Diferentes opiniones han sido expresadas por la doctrina acerca
de los motivos (fiscales, religiosos o políticos) que habrían empuja-
do al emperador Caracalla a promulgar la constitución; notable in-
terés, finalmente, presenta el estudio de las consecuencias jurídicas
derivadas de la constitución caracalliana en orden a la aplicación del
derecho romano en las diferentes partes del Imperio.

36. La jurisprudencia clásica

Entre los factores de producción del derecho, la jurisprudencia


asume en el período clásico un papel absolutamente preponderante,
a través de un imponente trabajo de integración y compendio de las
demás fuentes normativas.
La aportación más correctamente creativa de la jurisprudencia
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marca efectivamente una cierta regresión con respecto al período


precedente [n.27]: el agere pierde cada vez más importancia, frente a
la difusión de las fórmulas de las acciones, que culmina con la crista-
lización adrianea del edicto perpetuo; el cavēre va progresivamente
desapareciendo, con la difusión de formularios negociales (testamen-
tos, contratos), que pueden ser utilizados, con simples adaptaciones,
directamente por los interesados; y también el respondēre, sin dejar
de ser la función más importante, retrocede, siendo los responsa sus-
tituidos en muchos casos por los rescriptos imperiales.
Sin embargo, al atenuarse la figura del jurista que responde, se
produce un agigantamiento de la figura del jurista académico, de-
dicado a la transmisión del saber y a la elaboración científica del
derecho.

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Son estos los dos aspectos más sobresalientes de la jurispruden-


cia clásica: su actividad didáctica, que desemboca en la formación
de importantes escuelas (Proculeyanas y Sabinianas, siglo I d.C.), y
la actividad científico-sistemática, que se traduce en un imponente
número de obras en las cuales los distintos ordenamientos, que se
habían ido formando en época republicana de manera un poco tu-
multuosa, encuentran una armónica y orgánica sistematización.
También la jurisprudencia se resiente por el avance abrumador
del poder imperial, que en cierto modo trata de atraerla a su órbita; al
final de este proceso, sin embargo, se ve reforzada la función juris-
prudencial de propuesta de normas jurídicas a través de un rescripto
de Adriano recordado por Gayo (1.7), que regula la materia del ius
controversum con una claridad que no necesita más comentarios:
Responsa prudentium sunt sententiae et opiniones eorum, quibus
permissum est iura condere. Quorum omnium si in unum concurrunt,
id, quo dita sentiunt, legis vicem optinet: si vero dissentiunt, iudici licet
quam velit sententiam sequi [= Los responsa de los juristas (que Gayo
enumera entre las fuentes del derecho) son los pareceres y las opiniones
de aquellos a los que está permitido crear derecho. Si las opiniones de
todos ellos concuerdan, lo que creen tiene valor de ley; si por el contra-
rio discrepan, se permite al juez seguir la opinión que prefiera].

37. FUENTES de la jurisprudencia clásica: la


Palingenesia iuris civilis
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Entre las fuentes directas de la jurisprudencia clásica contamos


con algunos fragmentos de relevancia limitada, con una única, pero
importantísima excepción: las Instituciones de Gayo, de las que ha-
blaremos más delante. Por lo demás, de las obras jurisprudenciales
clásicas poseemos solo fragmentos contenidos –aunque en número
importante– en compilaciones postclásicas, como la Collatio y los
Fragmenta Vaticana [n.48] y sobre todo por medio de los Digesta
[n.54] y las Instituciones [n.56] de Justiniano.
A reordenar todo este material recibido desmembrado en frag-
mentos y a la reconstrucción de la estructura y el orden de las ma-
terias tratadas en las obras jurisprudenciales clásicas se ha dedicado

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con aprovechamiento un estudioso que ya conocemos, Lenel, que en


1889 publicó una obra fundamental con el título “Palingenesia iuris
civilis”.
El procedimiento seguido por Lenel para este importante trabajo
de reconstrucción se puede, resumidamente, explicar así. Los distin-
tos fragmentos de obras de la jurisprudencia clásica, llegados a tra-
vés de las compilaciones postclásicas o justinianeas, llevan normal-
mente una inscriptio, que muestran el autor del fragmento, así como
la obra y el número de libro de la obra, de la que el fragmento ha sido
extraído (por ejemplo: Paulo, libro secundo regularum).
Sobre la base de este dato, Lenel siguió esencialmente el proce-
dimiento contrario a aquel por el que los distintos textos clásicos
habían sido fragmentados y utilizados en las distintas compilacio-
nes. Él reunió antes de nada (de acuerdo con las inscriptiones) los
fragmentos pertenecientes a un mismo autor, luego los subdividió por
obras y finalmente procedió a una última distinción entre los distintos
libros de cada obra (por ejemplo, él tomó de las distintas compilacio-
nes todos los textos de Ulpiano, para luego distinguir aquellos sacados
de los libri ad edictum de aquellos tomados de los libri ad Sabinum, y
así con las distintas obras de Ulpiano; finalmente, distinguió, en el ám-
bito de cada obra –por ejemplo, los libri ad edictum– los fragmentos
tomados del libro 1º de aquellos del libro 2º, del libro 3º etc. Lo mismo
hizo para las demás obras).
Lenel intentó además, por medio de conjeturas, restituir los distintos
fragmentos pertenecientes a un mismo libro de la misma obra de un ju-
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rista (pongamos, los fragmentos del libro 1º ad edictum de Ulpiano) en


el orden lógico que éstos tenían originariamente.
La Palingenesia iuris civilis se compone de dos volúmenes. El
primero contiene todas las obras de los juristas cuya letra inicial va
de la A a la P (Paulo); el segundo comprende las obras de los juris-
tas de Pedio en adelante. El orden alfabético, según el cual están
dispuestos los nombres de los jurisconsultos, sirve también para la
sucesión de las diferentes obras, mientras que los fragmentos están
numerados progresivamente para cada jurista.
La utilización de la Palingenesia de Lenel tiene una importancia
determinante para el estudio y la interpretación de los textos clási-
cos. Es evidente, de hecho, que hasta cuando estos se leen en la com-

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pilación antológica en la que nos han llegado, pueden tener un sen-


tido muy limitado; si por el contrario vienen incluidos nuevamente
en el contexto de la obra de la que originariamente formaban parte,
adquieren con frecuencia un nuevo sentido más claro.

38. Las Instituciones de Gayo

Las Institutiones de Gayo, como ya hemos tenido ocasión de de-


cir, representan la fuente más importante de la jurisprudencia clási-
ca, en cuanto se trata de la única obra jurídica de este período que ha
llegado casi por entero hasta nosotros.
El descubrimiento de las Instituciones se debe a Niebuhr, el cual
en 1816, estudiando en la Biblioteca Capitular de Verona un manus-
crito de las Epístolas de San Jerónimo, se dio cuenta de que se trataba
de un palimpsesto: el códice de pergamino (como se usaba frecuen-
temente en la Edad Media, dado el notable valor de tal material de
escritorio) había sido reutilizado después de un imperfecto borrado
de una escritura anterior. Debajo de la scriptura más reciente de la
obra de San Jerónimo se podían vislumbrar las trazas de una escritu-
ra más antigua que se remonta al siglo V d.C. Una investigación más
en profundidad, en la que colaboró Savigny, permitió asegurar que
tal escritura antigua era relativa a las Institutiones de Gayo, de las
que eran ya conocidos varios fragmentos, sobre todo a través de la
Compilación de Justiniano.
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El manuscrito veronés fue entonces objeto de atentos estudios,


completados también con el auxilio de algunos reactivos químicos,
con el propósito de devolver el brillo a la descolorida tinta de la es-
critura precedente, a fin de aumentar de este modo la legibilidad.
El procedimiento, sin embargo, aunque resultó en parte fructuoso,
en algunos puntos estropeó irremediablemente el manuscrito. Esta
circunstancia, unida al hecho de que ya originariamente faltaban al-
gunas hojas del códice de pergamino, hizo que el descubrimiento
veronés restituyese sólo las 11/12 partes de la obra de Gayo.
Sin embargo, dos afortunados hallazgos posteriores han permi-
tido colmar alguna de las lagunas existentes: así un papiro de Oxi-
rrinco, publicado en 1927, ha permitido la restitución del IV libro, a

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propósito de las llamadas actiones adiecticiae qualitatis, mientras


algunos fragmentos de pergamino egipcios, publicados por Arangio-
Ruiz en 1933, han completado el manuscrito veronés con respecto al
proceso per legis actiones, además de proporcionarnos el tratado del
régimen relativo al consortium ercto non cito, que está suprimido en
el lugar correspondiente del manuscrito veronés.
Las Institutiones de Gayo son un manual elemental (como dice
el propio título, que deriva de “instituere”= enseñar, introducir en
una determinada disciplina) de derecho privado romano. Éstas están
divididas, de acuerdo con un original esquema expositivo, en tres
partes, que ocupan cuatro libros.
De hecho, después de una breve introducción sobre las fuentes
de derecho, Gayo advierte que “omne ius quo utimur vel ad personas
vel ad res ad actiones pertinet” [=todo el derecho que aplicamos se
refiere o a las personas o a las cosas o a las acciones]: a esta triparti-
ción corresponden las tres partes en las que está dividida la obra.
La primera parte (de personis) coincide con el primer libro y se
ocupa del derecho de las personas y de la familia.
La parte de rebus (que abarca el segundo y el tercer libro) trata
sustancialmente de todos los derechos patrimoniales. Se centra en
la distinción entre res corporales e incorporales y, entendiendo los
mismos derechos como cosas incorporales, incluye entre las cosas
no solo lo relativo a las mismas y a los derechos reales, sino también
la materia de sucesiones y obligaciones.
Finalmente, la pars de actionibus (que ocupa el cuarto libro) es
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un tratado del proceso formulario, después de una introducción his-


tórica sobre el proceso más antiguo per legis actiones.

39. Paternidad y cronología de las Instituciones

La crítica histórica ha señalado siempre en las Instituciones de


Gayo varias contradicciones e incongruencias. Por un lado, el esque-
ma expositivo (centrado en la tripartición personae-res-actiones y
sobre la consiguiente distinción entre res corporales e incorporales)
representa una novedad respecto a su tiempo y pone por lo tanto la
obra decididamente a la vanguardia. Por otros aspectos, ésta parece
extrañamente atrasada: no solo Gayo se demuestra a menudo mejor

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informado sobre el derecho más antiguo que sobre los más recien-
tes adelantos, sino que incluso él, declarándose Sabiniano, informa
como vivas y actuales numerosas controversias entre las Escuelas de
los Sabinianos y Proculeyanos [n.34], que eran por el contrario de
una época definitivamente superada. Por otra parte, también el con-
tenido del manual gayano presenta luces y sombras: no se compren-
de, por ejemplo, por qué un amplio espacio está dedicado a tratar
instituciones de escaso relieve, como la sucesión hereditaria de los
bienes de los libertos, mientras, por el contrario, se dejan comple-
tamente olvidadas instituciones importantes como la dote, los de-
rechos reales de garantía (prenda e hipoteca) y algunos contratos,
como el depósito y el comodato (de los cuales, por otro lado, Gayo
expone en el cuarto libro la tutela procesal).
Estas consideraciones han originado vivas discusiones doctrinales
acerca de la paternidad de la obra: varios estudiosos, de hecho, creyen-
do poder identificar en las Instituciones la superposición de dos estilos
diferentes, avanzaron la hipótesis de que la primera redacción de la obra
sea debida a un jurista del siglo I d.C., Gayo Casio Longino, famoso
representante de la Escuela Sabiniana –denominada, precisamente en
su honor, también Casiana– que juristas posteriores, como Javoleno y
Juliano, llaman simplemente Gayo. Un segundo maestro de derecho
mucho más modesto, que vivió en el siglo II, habría retocado después el
manual, limitándose únicamente a un trabajo de actualización y dejando
como deferencia el nombre del autor.
La tesis, sostenida por primera vez a finales del siglo pasado por
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un estudiante rumano, Longinescu, en la exposición de su trabajo de


licenciatura presentado en la Universidad de Berlín, ha sido después
asumida y enriquecida con nuevos argumentos por ilustres romanis-
tas, como Huvelin y Arangio Ruiz.
Esta tesis, sin embargo, no goza hoy del favor de la doctrina,
porque no parece poder superar una objeción fundamental: dado que
el esquema expositivo de las Instituciones de Gayo, por su novedad,
tuvo tanto éxito en la posteridad, hasta el punto de ser el modelo para
las Instituciones de Justiniano y haber constituido incluso la base
para las modernas codificaciones (del Código de Napoleón de 1804
al Código Civil italiano de 1865, ahora derogado), si de verdad tal
esquema se remontase a Gayo Casio Longino, esto es, a un jurista

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del siglo I d.C., habría tenido que dejar sin duda una huella en la obra
de los autores posteriores de la escuela Sabiniana, mientras que éste
(por lo menos en lo que conocemos) no es el caso.
Se considera, entonces, que las Instituciones tuvieron una sola
redacción, por obra del propio Gayo, jurista de la edad de los Anto-
ninos, cuya identidad sigue siendo un misterio a pesar de las distin-
tas opiniones expresadas por los investigadores.
Entre estas, ha tenido mucho éxito en doctrina la tesis, avanzada
por Mommsen, según la cual Gayo habría sido un jurista que no vi-
vió en Roma, sino en una provincia oriental del Imperio.
Esta circunstancia, además de explicar por qué el autor de las
Institutiones demuestra en varios casos no estar al día, encontraría
apoyo en varios indicios:
a) El uso del simple prenombre, Gayo, con el que el jurista es co-
nocido, parece extraño para un romano, mientras es conocida tal
costumbre para las familias de los provinciales que habían con-
seguido la ciudadanía romana;
b) Gayo es autor de un comentario ad edictum provinciale;
c) Él recuerda frecuentemente en su obra el derecho de la poblacio-
nes de las provincias orientales, como los Gálatos o los Bitinios;
d) Gayo no cita juristas contemporáneos, ni es citado por éstos o
por juristas clásicos posteriores, mientras que sus obras tuvieron
gran éxito en las provincias a partir de la época postclásica.
No faltan, sin embargo, autores de opiniones diametralmente
opuestas, ya que esta tesis no puede decirse que esté consolidada.
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Parece naturalmente posible atribuir sin duda las Institutiones a


Gayo, jurista del siglo segundo, aunque queda abierta otra cuestión,
la de la ubicación cronológica de la obra.
Según la opinión predominante durante un tiempo, de los cua-
tro libros de las Instituciones, el primero y buena parte del segundo
habrían sido escritos antes de la muerte del emperador Antonino Pío
(161 d.C.), mientras el resto sería posterior a tal fecha.
El argumento fundamental para sostener esta tesis es que, mien-
tras en el primer libro y parte del segundo Gayo habla de Antonino
Pío como imperator, mostrando con ello la referencia a un princeps
vivo, en el § 195 del segundo libro usa la expresión “divus Pius”,
es decir, atribuye a Antonino un título reservado a los emperado-

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res muertos y divinizados. La doctrina más moderna, con todo, está


orientada en sentido contrario. No parece verosímil, de hecho, que
Gayo no haya procedido, al final de su trabajo, a releer la obra y por
lo tanto a uniformar los apelativos dados a Antonino Pío; por otra
parte, en el libro tercero, § 94, el jurista habla nuevamente de “im-
perator noster”, refiriéndose todavía a un emperador vivo, que no
puede ser otro más que el mismo Antonino Pío: la denominación no
puede de hecho aludir a un sucesor suyo, porque a él le sucedieron
dos corregentes, Marco Aurelio y Lucio Vero.
Las Institutiones, por lo tanto, fueron completamente redactadas
bajo el Principado de Antonino Pío, es decir en el intervalo de tiem-
po comprendido entre el 138 y el 161 d.C.
¿Cómo explicar, entonces, la denominación “divus” dada a Antoni-
no Pío en el § 195 del 2º libro? Ésta no puede remontarse evidentemen-
te a Gayo, sino que debe considerarse un añadido posterior; estaríamos
frente a una de aquellas alteraciones, técnicamente denominadas “glo-
semas” [n.65], debidas a la obra de algunos amanuenses poco expertos
que, cuando debían copiar un manuscrito, incluían erróneamente pala-
bras o frases presentes en el texto, resultado de anónimas anotaciones
sucesivas pero no pertenecientes a la redacción original.

40. Los documentos de la praxis jurídica

No se puede cerrar la exposición de las fuentes de conocimiento


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del derecho clásico, sin hacer referencia a los llamados “documentos


de la praxis jurídica”, es decir, al resto de actos jurídicos (testamen-
tos, contratos de varios tipos) de la vida diaria, que nos permiten
conocer el derecho bajo el aspecto de su aplicación cotidiana.
Tales documentos han llegado a nosotros en número bastante
importante, bajo forma de papiros, epígrafes o también en forma de
tablillas de madera rectangular, que eran utilizadas bien escribienda
previamente con la tinta sobre la madera (preferiblemente blanqueada
previamente) o con una preparación particular. La tablilla venía lige-
ramente hundida en el centro, dejando alrededor un margen a modo
de marco. El hueco central estaba recubierto de cera, sobre la cual se
incidía con un punzón de marfil, de plata o de otra materia dura.

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Las tablillas eran generalmente unidas, como libretos, en grupos


de dos (dípticos), de tres (trípticos) o más (polípticos), mediante un
hilo de lino que pasaba a través de algunos agujeros practicados a
través del margen izquierdo.
Entre las tablillas llegadas a nosotros merecen especial atención
las transilvánicas, las pompeyanas y las herculanas.
a) Las tablillas Transilvánicas fueron descubiertas entre fina-
les del siglo XVIII y la mitad del XIX en las minas de oro de Albur-
nus maior, en Transilvania (región correspondiente a una parte de la
moderna Rumanía). Se trata de un grupo de tablillas enceradas, más
concretamente trípticos, que contienen distintos contratos (tenemos
ejemplos de compraventas, arrendamientos, préstamos, etc.) que se
remontan a los años comprendidos entre el 131 y el 167 d.C.
Los trípticos de Transilvania nos muestran, con toda claridad, la
característica de aquel tipo de documentos, esto es, la doble escri-
tura. De hecho las tablillas, unidas como se ha dicho de tres en tres,
estaban enceradas y grabadas solo en las caras internas, mientras la
primera y la sexta cara quedaban inutilizadas. Imaginando el tríptico
como un libreto de 6 páginas, el texto del documento estaba grabado
sólo sobre las páginas 2 y 3 (la llamada scriptura interior) y por lo
tanto permanecía inalterable mediante una encuadernación posterior
con el lino que unía, sobre el margen derecho, la primeras dos tabli-
llas; quedaban por lo tanto abiertas las páginas 4 y 5, donde se colo-
caban los sellos de los testigos y venía repetida o resumida la escri-
tura interna (la llamada scriptura exterior). De este modo se lograba
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un doble objetivo: se garantizaba, por un lado, la imposibilidad de


alterar o cancelar el documento original, que quedaba sellado; por
otro, se tenía el texto a disposición mediante la scriptura exterior
y se podía probar en cualquier momento la autenticidad de acuerdo
con los sellos de los testigos.
b) Las tablillas de Pompeya fueron descubiertas con motivo de
las excavaciones efectuadas en la pequeña ciudad de la Campania,
destruida por la famosa erupción del Vesubio en el 79 d.C. Un primer
grupo fue encontrado en 1875 en una casa que pertenecía a un banque-
ro. Se trata de 127 dípticos y trípticos, dentro de una caja de madera,
que una espesa capa de las cenizas del volcán había preservado del
paso del tiempo. Los actos contenidos en estas tablillas son sobre todo

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de naturaleza económico-financiera (en línea de máximos ingresos) y


constituían probablemente el archivo del antedicho banquero.
Siempre en la zona de Pompeya, y precisamente en la localidad
de Murecine, fue descubierto en 1959 otro archivo importante, que
contiene un notable número de tablillas, relativas a distintos contra-
tos y a actos de naturaleza procesal.
c) Las tablillas de Erculano han salido a la luz a partir de 1931
entre las ruinas de la ciudad, también víctima de la erupción del
Vesubio del 79. Se trata, como las tablillas pompeyanas, sobre todo
de dípticos y trípticos (aunque de varias dimensiones) que provienen
de viviendas de diversa naturaleza y pertenecientes a personas de
diferentes clases sociales.
La lectura de estas tablillas se ha revelado dificilísima, de hecho,
por lo general, (estando la cera casi completamente absorbida por la
madera como consecuencia del proceso de carbonización) solo ha
sido posible cuando el punzón del grabador había penetrado en pro-
fundidad, grabando también la madera. No obstante, se ha podido
descifrar –en definitiva– cerca de un tercio del material encontrado,
lo que ha permitido conocer actos de diversa naturaleza (contratos,
testamentos) y sobre todo numerosos testimonios procesales, relati-
vos a un proceso dirigido a comprobar el status de ingenua (= nacida
libre) o liberta (= esclava liberada) de una joven. Éstos nos han pro-
porcionado noticias muy interesantes acerca del desarrollo del pro-
ceso privado en el curso de la época clásica.
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CAPÍTULO VIII
LAS FUENTES DEL PERÍODO POSTCLÁSICO

41. Introducción histórica

Con la llegada de Diocleciano (año 284), se inicia según los historió-


grafos un nuevo período para la historia romana, el “dominado”, caracte-
rizado por una forma de gobierno absolutista, cuyo aspecto más destaca-
ble es la concentración de todos los poderes en las manos del emperador,
que se pone en cierto sentido fuera de la constitución, siendo conside-
rado dominus et deus. Este apelativo reconoce incluso la divinidad, en
la concepción pagana de Diocleciano, y se mantiene también bajo sus
sucesores cristianos (comenzando por Constantino), aunque entendido
en el nuevo sentido de enviado en la tierra por voluntad de Dios.
En el transcurso de este período, un evento determinante es, en el
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395, la división del imperio en dos, con la constitución de un impe-


rio en Oriente (con capital en Constantinopla) y de otro en Occidente
(con capital en Roma).
Las dos partes imperii tuvieron destinos diferentes. El imperio
de Occidente, atormentado por continuas invasiones de los bárbaros
(Visigodos, Burgundios, Hunos, Vándalos, etc.) fue obligado a ceder
progresivamente varias porciones de territorio, hasta caer en el 476,
cuando el emperador Rómulo Augústulo fue depuesto por Odoacro,
llegado a Italia al mando de tropas germánicas. Algunos años des-
pués, el mismo Odoacro fue combatido y vencido por el rey de los
Ostrogodos, Teodorico, que conquistó Italia. El imperio de Oriente,
por el contrario, tiene una larga vida, y sobrevive todavía cerca de
mil años, hasta la conquista turca de 1453.

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84 ANTONINO METRO

42. La producción del derecho en el período


postclásico

El proceso de concentración de la producción del derecho en las


manos del emperador, ya comenzado en el transcurso del período
clásico, se realiza completamente en la época postclásica: la única
fuente viva de derecho está ahora constituida por las constituciones
imperiales, definidas, por supuesto, como leges.
Paralelamente, el control sobre la aplicación del derecho pasa
también a manos de la burocracia imperial: después de la abolición
de la fórmula (año 342 d.C.) viene a menos el proceso que de ésta to-
maba el nombre y permanece vivo sólo el procedimiento extra ordi-
nem, que continúa llamándose así por tradición, pero que constituye
ya la forma ordinaria de proceso, articulado en más grados de juicio,
con la generalización del instituto de la apelación.
En esta época cambia profundamente por lo tanto el papel de la
jurisprudencia. El rol antes creativo, después también sistemático, de
la ciencia del derecho de los siglos anteriores (personificada en gran-
des figuras de juristas, protagonistas de aquel ius controversum del
que hemos hablado) se sustituye ahora por un papel decididamente
secundario, en la órbita de la organización burocrática imperial. Los
juristas proporcionan al emperador el soporte técnico indispensable
para la promulgación de sus disposiciones legislativas; profesan la en-
señanza del derecho, no a privados, sino en el ámbito de las escuelas
imperiales; dan vida a obras en las que se utiliza la gran producción
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jurisprudencial del período clásico. En todo caso, quedan normalmen-


te en la sombra del anonimato. Lo demuestra el hecho de que las dos
últimas figuras de juristas (Hermogeniano y Arcadio Carisio) de los
que conocemos nombre y obras a través del Digesto de Justiniano, se
remontan al período comprendido entre Diocleciano y Constantino,
por lo tanto propiamente al inicio del período postclásico.

43. Restos de constituciones imperiales

Descubrimientos epigráficos y papirológicos nos han conserva-


do numerosos ejemplares de constituciones imperiales del período
postclásico.

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 85

A modo de ejemplo, es suficiente recordar un edicto imperial,


que puede considerarse totalmente excepcional: se trata del Edictum
de pretiis rerum venalium [=Edicto sobre los precios de las cosas en
venta], promulgado por Diocleciano hacia finales del año 301, con el
fin de hacer frente a la grave inflación que acosaba al Imperio.
La excepcionalidad del procedimiento procede de diversos moti-
vos: la extraordinaria amplitud, la relevancia asumida en el contexto
histórico de la época, el conocimiento casi completo que tenemos,
debido al hecho de que el edicto, habiendo sido difundido en el im-
perio en numerosísimos ejemplares (conteniendo en parte la origina-
ria redacción latina, en parte una versión griega), se conoce a través
de distintos descubrimientos.
Después de una exposición, retórica y autoencomiástica, de los
fines del procedimiento, el edicto fijaba en una tabla detalladísima
los precios máximos que mercancías y servicios podían alcanzar en
los mercados de todo el Imperio. Un procedimiento limitativo de
los precios no representaba en sí mismo una novedad en la política
de los emperadores romanos; la excepcionalidad del documento de
Diocleciano está sin embargo en la tentativa de ordenar en un único
edicto (propagado por vía epigráfica) una materia tan amplia, que
comprendía miles de voces de mercancías, y tarifas.
El Edictum de pretiis constituye un instructivo testimonio de la
política monetaria inspirada en una concepción absolutista del poder
imperial y fundado sobre la ilusión de poder dominar autoritariamente
las leyes económicas. Sabemos, de hecho, que las consecuencias del
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procedimiento fueron exactamente las opuestas a las esperadas: los


precios aumentaron hasta lo máximo permitido, también en las regio-
nes en las que se habían mantenido bajos, y se verificó la desapari-
ción de muchos bienes del mercado. El fracaso de la tentativa fue bien
pronto sancionado con la abrogación del Edictum.

44. Las colecciones de constituciones imperiales:


los primeros códigos privados

El monopolio imperial de la producción legislativa condujo ine-


vitablemente a una multiplicación de las constituciones imperiales,

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86 ANTONINO METRO

que frecuentemente los ciudadanos tenían dificultades para conocer


y encontrar. Por un lado, por lo tanto, comenzaron a establecerse ar-
chivos, a los que se podía recurrir para solicitar copias oficiales de
las leyes que interesaban; por otro se impulsa la iniciativa de algu-
nos juristas, que dieron vida, a partir de finales del siglo III d.C., a
colecciones de constituciones imperiales, destinadas sobre todo a la
práctica judicial (haciéndose intérpretes, esencialmente, de la misma
exigencia que se encuentra en el fundamento de las modernas colec-
ciones de máximas y sentencias de la Corte de Casación).
Estas primeras colecciones de constitutiones principum se sirven
de un nuevo sistema de publicación, que afecta entre finales del siglo
III y el IV d.C. a casi todas las obras jurídicas: el codex, formado por
fascículos de hojas de pergamino, encuadernados de la misma manera
que los libros modernos, comenzó a ser utilizado en lugar de los ro-
llos de papiro (llamados libri o volumina) y fue progresivamente sus-
tituyéndolos. Sin embargo, el nombre de codex, por una comprensible
traslación de significado del aspecto formal al sustancial, permaneció
en la tradición jurídica para indicar las colecciones de leyes.
Entre las numerosas colecciones privadas de constituciones, de
las que tenemos noticia, merecen un trato particular el Codex Grego-
rianus y el Codex Hermogenianus.
a) El Codex Gregorianus fue compilado, probablemente en Orien-
te, en época de Diocleciano (en el último decenio del siglo III) por un au-
tor no conocido de otra manera, de nombre Gregorio o más verosimil-
mente Gregoriano. El código no nos ha llegado directamente: conocemos
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un epítome a través de la Lex Romana Wisigothorum [n. 50], además de


fragmentos llegados a través de otras colecciones (Fragmenta Vaticana,
Collatio, Consultatio [n.48], Lex Romana Burgundionum [n. 50]). No po-
demos por lo tanto adelantar hipótesis seguras sobre el contenido de la
obra: por ejemplo, las constituciones conocidas por nosotros abarcan el
período comprendido entre el 196 (Septimio Severo) y Diocleciano; sin
embargo, como el Código Justinianeo contiene constituciones a partir de
Adriano (117-138 d.C.) y como, por otra parte, el mismo Justiniano, en
la constitución con la que publicó su primer Código (Const. Summa rei
publ., § 1), menciona como fuente más antigua de su obra justamente el
Código Gregoriano, se deduce que las constituciones contenidas en este
Código debían remontarse precisamente hasta Adriano.

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 87

De las tentativas de reconstrucción que los modernos han hecho


del esquema de la obra, podemos decir que el Código Gregoriano
constaba de al menos 15 libros divididos en títulos (cada uno mar-
cado por una rúbrica), en los cuales las distintas constituciones se
sucedían verosímilmente en orden cronológico; las constituciones
recogidas eran sobre todo de derecho privado, aunque es casi seguro
que un libro estaba dedicado también al derecho penal.
b) El Codex Hermogenianus fue compilado (probablemente tam-
bién en Oriente) por un tal Hermógenes o Hermogeniano, quizás el con-
temporáneo jurista Hermogeniano, autor de las iuris epitomae, de las cua-
les algunos fragmentos están conservados en los Digesta de Justiniano.
Tampoco este Código nos es conocido directamente, sino a tra-
vés de varios restos fragmentarios, contenidos en distintas fuentes
(las mismas útiles para el conocimiento del Gregoriano). Es posible,
sin embargo, afirmar que verosímilmente éste debería ser concebido
como una continuación del Código Gregoriano, redactado después
de unos años del anterior: contenía de hecho un importante número
de rescriptos del emperador Diocleciano, que se remontan a los años
posteriores al 291, y se componía de un solo libro, mucho más am-
plio de lo habitual y dividido en títulos, en los cuales las constitucio-
nes estaban dispuestas en orden cronológico.
Sin embargo, de acuerdo con la Consultatio [n. 48] resultarían
tratadas por este Código también siete constituciones de los empe-
radores Valente y Valentiniano I, pertenecientes a los años 364-365.
Su presencia se podría explicar sobre la base de la noticia conteni-
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da en una fuente literaria tardía, según la cual se habrían hecho tres


ediciones sucesivas del Código Hermogeniano; la doctrina es con
todo más propensa a creer que sobre todo, por medio de poseedores
privados, hayan sido añadidos sucesivamente al corpus de la obra
también constituciones de época más tardía.

45. El Codex Theodosianus. La legislación


posteodosiana

El progresivo reforzamiento del poder legislativo de los empera-


dores significa que incluso la iniciativa de la colección de constitu-

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ciones imperiales pasase de los privados al Estado en el transcurso del


siglo V d.C., concretándose en la publicación del Código Teodosiano,
que, como se ha observado, puede considerarse la primera compila-
ción legislativa oficial del Estado romano, después de las XII Tablas.
El emperador de Oriente Teodosio II (408-450 d.C.) tenía en un
primer momento concebido un gran proyecto, es decir, la realización
de dos compilaciones distintas:
1) Una primera recopilación debería contener los textos originales de
todas las constituciones imperiales con eficacia general (llamadas
leges generales) de Constantino I en adelante, independientemente
del hecho de que estuviesen todavía en vigor o hubiesen sido dero-
gadas. Tal colección, con finalidad puramente científica, habría esta-
do dividida en títulos ratione materiae, según el modelo de Códigos
precedentes, de los cuales habría constituido un complemento;
2) Una segunda compilación, con fines eminentemente prácticos,
habría debido por el contrario utilizar sólo constituciones aún en
vigor, oportunamente modificadas para ser adecuadas al derecho
vigente, así como pasajes de obras jurisprudenciales.
Para realizar su doble intento, Teodosio nombró en el 429 una
comisión especial. Los trabajos fueron sin embargo muy lentos,
tanto que en el 435 el emperador se vio obligado a reducir consi-
derablemente su diseño originario, eligiendo un camino intermedio
entre ambos proyectos, es decir, una colección de constituciones de
Constantino en adelante –para completar los códigos anteriores, que
el emperador mantiene en vigor, confiriendo incluso a éstos valor
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oficial– finalizada pero en la práctica con la atribución a la comisión


de poder modificar los textos de las propias constituciones. Esta vez
el trabajo se desarrolló rápidamente y fue llevado a término en tres
años; en el 438 ve así la luz el Codex Theodosianus.
El Código teodosiano no nos ha llegado íntegramente, pero aun-
que nuestro conocimiento del mismo es fragmentario, se podría decir
ciertamente que es más completo que los dos Códigos precedentes.
Un amplio epítome del Código nos ha llegado de hecho a través de
la Lex Romana Wisigothorum [n. 50]; varias constituciones nos re-
sultan conocidas por medio de algunas compilaciones de época tar-
día, como la Consultatio; muchas otras se encuentran en el posterior
Código de Justiniano [n. 57]; poseemos, en fin, varios manuscritos

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 89

directos del Código, aunque ninguno de ellos es integral. A los fines


del total conocimiento de la obra existen en definitiva varias lagu-
nas, más notables en la primera parte.
El Código Teodosiano se divide en 16 libros, repartidos a su vez
en títulos (marcados por una rúbrica); dentro de cada título, las cons-
tituciones están organizadas en orden cronológico.
Respecto a los dos Códigos precedentes que, siendo fundados
sobre rescriptos, se referían casi totalmente a materias de derecho
privado, en el Teodosiano ocupa un lugar privilegiado el derecho pú-
blico (militar, penal, financiero, eclesiástico).
La producción legislativa de los emperadores obviamente no se
detuvo con el Código Teodosiano; el mismo Teodosio II, así como
los emperadores posteriores continuaron promulgando una serie de
constituciones, que son conocidas como Novellae (sobreentendido:
constitutiones = nuevas constituciones) post-theodosianae.
De estas novelas se hicieron, tanto en Oriente como en Occiden-
te, varias recopilaciones; de éstas, sin embargo, después absorbidas
en el Código de Justiniano, viene bien pronto a menos la tradición
manuscrita, por lo que en gran parte no han llegado hasta nosotros.
Conocemos solamente un cierto número de Novelas (exactamente
106) pertenecientes a varios emperadores, aunque prevalentemente de
Valentiniano III y Teodosio II. Nos han llegado a través de distintas
recopilaciones, de las cuales dos son conocidas autónomamente y la
tercera está incluida en la Lex Romana Wisigothorum [n. 49].
Por lo que se refiere al contenido, las Novelas post-teodosia-
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nas no tienen generalmente mucha importancia, siendo relativas la


mayor parte a argumentos de derecho público, a menudo de interés
contingente. Sin embargo, se debe recordar que precisamente en una
Novela de Valentiniano III se encuentra el acto de nacimiento de una
institución que se ha conservado hasta nuestros días, esto es el lla-
mado testamento “ológrafo”.

46. El papel de las obras jurisprudenciales


clásicas
En el transcurso del período postclásico, la concentración del po-
der legislativo en las manos de los emperadores no excluye del todo la

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posibilidad de continuar sirviéndose también de los escritos de la ju-


risprudencia clásica, sea como base para la enseñanza, sea para satis-
facer las exigencias de la práctica judicial, aunque el rol de tales obras
terminó inevitablemente, ya en la praxis del siglo IV, con la presencia
subordinada respecto a las manifestaciones de la voluntad imperial.
Su utilización, sin embargo, encontró una reglamentación preci-
sa, en una famosa constitución promulgada en el 426 por el empera-
dor Valentiniano III: la llamada ley de citas, con la que se establecía
que los juristas cuyas obras podían ser llevadas a juicio para sostener
las tesis de los litigantes se reducían a cinco: Gayo, Papiniano, Pau-
lo, Ulpiano y Modestino y venía también minuciosamente regulada
la eventualidad de sus opiniones contradictorias. La nueva concep-
ción del derecho proveniente de una sola fuente (por lo tanto ins-
pirada en exigencias de certeza y de uniformidad) hacía necesario,
de hecho, eliminar los contrastes de opiniones, las discusiones, las
contradicciones, que por el contrario habían constituido la principal
característica del ius controversum clásico.
Por otra parte, la utilización de obras jurisprudenciales clásicas pre-
sentaba dificultad, porque frecuentemente ya no eran asequibles a la de-
cadente cultura jurídica de la época. Se hace por lo tanto necesaria una
obra de simplificación, a la cual se dedicó la jurisprudencia de los siglos
III-IV, a través de la compilación de obras elementales, paráfrasis, pron-
tuarios, en los que el pensamiento de los juristas clásicos se hizo más
accesible y a veces actualizado con fines didácticos y prácticos.
Vieron así la luz numerosas obras jurídicas, que la doctrina deno-
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mina comúnmente “compilaciones de iura”, para subrayar el hecho


de que en ellas, a través de la utilización de las obras de la jurispru-
dencia clásica, se encuentra reflejada aquella multiplicidad de or-
denamientos que había caracterizado el período más floreciente del
derecho romano.

47. Principales reelaboraciones de materiales


jurisprudenciales (iura)

Algunas de estas compilaciones nos han llegado, aunque sólo


parcialmente. Podemos limitarnos a citar tres, relativas a las obras

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 91

de los juristas clásicos más famosas en el mundo postclásico, esto es


respectivamente Paulo, Ulpiano y Gayo.
a) Las Pauli Sententiae [= Sentencias de Paulo] son una obra
de 5 libros, subdividida a su vez en títulos y parágrafos, que consti-
tuye una de las partes de la Lex Romana Wisigothorum [n. 50].
La obra tiene el carácter de una especie de prontuario (dedicado
realmente más a la práctica que a la enseñanza), que contiene una
serie de máximas de derecho, ordenadas por materia.
Además de conocerlas a través de la Lex Romana Wisigotho-
rum, fragmentos de las Sentencias de Paulo son conocidos por los
Fragmenta Vaticana, por la Collatio, por la Consultatio [n. 48], por
los Digesta de Justiniano [n.54], así como por un papiro (el llamado
fragmentum Leidense) que contiene un fragmento del libro quinto de
la obra. Estos otros restos son muy importantes, porque nos permiten
percibir, a través de la comparación, que la versión que se muestra
en la Lex Romana Wisigothorum no está completa, sino notablemen-
te resumida.
Aceptado, por lo tanto, que el original de las Pauli Sententiae
debía ser, sin duda, más amplio que el texto llegado hasta nosotros,
falta por ver si eso se pude atribuir, como parecería sugerir el títu-
lo, al jurista Paulo. La crítica moderna está decididamente orientada
en sentido contrario, en la creencia de que la obra en cuestión sea
una suerte de antología de pasajes provenientes prevalentemente de
obras de Paulo, aunque también de escritos de otros jurisconsultos
clásicos y de constituciones imperiales.
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La época de redacción de las Pauli Sententiae debería estar entre


finales del siglo III y principios del IV, aunque parte de la doctrina ha
sugerido la existencia de diversas redacciones de la obra, posterior-
mente actualizadas.
b) Los Tituli ex corpore Ulpiani [= Títulos extraídos de la obra
de Ulpiano] son una obra elemental de derecho romano, dividida en
29 títulos, que nos es conocida a través de un código de pergamino
del siglo X o XI.
Resulta plausible que la obra esté incompleta. El tratado, de he-
cho, que reproduce más o menos el esquema de las Instituciones
de Gayo [n. 38], colmando además importantes lagunas (como por
ejemplo, en lo que se refiere al régimen patrimonial de la familia), se

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detiene en un punto que corresponde aproximadamente con el § 52


del libro III del manual de Gayo.
Los Tituli ex corpore Ulpiani son conocidos también con el nom-
bre de Liber singularis regularum [= libro único de reglas], de fina-
les del siglo XVI, en cuanto algunos pasajes de la obra corresponden
a fragmentos contenidos en la Collatio [n. 48] y en los Digesta de
Justiniano [n. 54] que, por sus inscriptiones, resultan ser en realidad
pasajes de un escrito ulpianeo de regulae en un solo libro.
De acuerdo con tal coincidencia, la obra ha presentado siempre
a la doctrina un problema doble de autenticidad: se trata de acertar
antes de nada si realmente se puede atribuir a Ulpiano un liber singu-
laris regularum y en segundo lugar la relación entre esta obra y los
Tituli de los que nos estamos ocupando.
Entre las numerosas opiniones, expresadas al respecto por los in-
vestigadores, puede captarse una cierta orientación común al soste-
ner que Ulpiano no escribió jamás una obra titulada Liber singularis
regularum, que debe considerarse por el contrario fruto de un epíto-
me postclásico. Es sin embargo discutido si tal epítome fue llevada
a cabo solo sobre material ulpianeo, o sobre la base de las Institu-
ciones de Gayo, o incluso sobre un corpus de escritos de Ulpiano,
integrados con conocimientos traídos de las Instituciones de Gayo o
de otros escritos jurisprudenciales.
Se mantiene también abierto otro problema, que no es otro que
el saber si nuestros Tituli son solo un manuscrito del liber singularis
regularum o bien constituyen a su vez una elaboración posterior, de
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época todavía más tardía.


c) Con el nombre de Epitome Gai la doctrina suele referirse a
una pequeña obra, que constituye una de las partes de la Lex Romana
Wisigothorum [n. 50] en la cual, en realidad, lleva el título de Liber
Gai.
Se trata de un resumen de las Instituciones de Gayo, que abre-
via notablemente el texto clásico: la parte de actionibus (libro IV)
resulta de hecho omitida y los primeros tres libros están reducidos
a dos, mediante la fusión del segundo y el tercero. Además, el origi-
nal gaiano aparece alterado, en muchos puntos incluso radicalmente,
para reflejar la transformada realidad jurídica de los nuevos tiem-
pos. Con todo, la obra se ha revelado bastante útil para la integración

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(aunque sólo sea ad sensum) de algunas partes incompletas del ma-


nuscrito veronés.
La colocación del Epitome Gai en la lex Romana Wisigothorum
ha hecho pensar a algunos estudiosos que ello sea debido a la activi-
dad de los mismos legisladores visigodos; según la tesis más proba-
ble, sin embargo, los compiladores de las leyes romano-bárbaras uti-
lizaron una paráfrasis de las Instituciones gaianas, casi un siglo antes
(es decir, con fecha entre finales del siglo IV y principios del V).

48. Las compilaciones en cadena

La jurisprudencia postclásica, en su actividad compilatoria, no


se limitó a utilizar separadamente las constituciones imperiales, y
los materiales jurisprudenciales clásicos, sino que a menudo unifica
las dos fuentes, creando las llamadas “compilaciones en cadena”. Se
trata de recopilaciones antológicas, en las cuales encuentran hueco
sea textos jurisprudenciales (iura), tomados del contexto original,
sea constituciones (o fragmentos de constituciones) imperiales (le-
ges). Los distintos textos se presentan juntos, reagrupados por argu-
mento y oportunamente concatenados: de ahí deriva el nombre dado
generalmente a tales compilaciones.
Entre estas obras características, muchas han llegado a nosotros
a través de manuscritos, a menudo desafortunadamente incompletas,
pero siempre idóneas para proporcionarnos una visión de los tex-
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tos suficientemente amplia. Merecen especial atención para nuestros


propósitos los Fragmenta Vaticana, la Collatio y la Consultatio.
a) Los llamados Fragmenta Vaticana [= Fragmentos Vaticanos]
fueron descubiertos en 1821 por el Cardenal Angelo Mai, el cual, le-
yendo un Código de la Biblioteca Vaticana, se dio cuenta de que se
trataba de un palimpsesto, por cuanto bajo la escritura más reciente
era visible otra, no bien borrada, del siglo IV-V, relativa a una com-
pilación jurídica de iura y de leges. Tal compilación es incompleta,
en cuanto el segundo amanuense no había utilizado todas las páginas
de las que constaba la obra precedente: falta así, entre otras, el título
de la obra, que se denomina Fragmenta Vaticana, en referencia al
estado fragmentario y al lugar de descubrimiento.

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No es posible reconstruir el esquema de la recopilación: de ella


poseemos solo 7 títulos, relativos a varios institutos de derecho pri-
vado (compraventa, usufructo, dote, etc.) que contienen cerca de 350
fragmentos, a saber, de obras jurisprudenciales de Paulo, Ulpiano y
Papiniano, así como constituciones imperiales, que se remontan al
período entre el 205 y el 337, menos una, de los emperadores Valen-
te, Valentiniano y Graciano, de fecha incierta, pero que se remonta a
los años comprendidos entre el 369 y el 372.
La obra, probablemente hecha en Occidente, era una compila-
ción privada, seguramente dedicada a la práctica y a la enseñanza.
Es, sin duda, anterior al 438, fecha de publicación del Código Teo-
dosiano, que parece desconocido por dos razones: no solo, de hecho,
las constituciones imperiales utilizadas se toman de dos Códigos
precedentes, Gregoriano y Hermogeniano (dan fe sus inscriptiones),
sino que algunas constituciones, abreviadas y modificadas en el Có-
digo Teodosiano, se encuentran incluidas en los Fragmenta Vaticana
en una versión más amplia, probablemente aquella original.
Con menor seguridad puede afirmarse que la compilación sea
también posterior a la fecha de la constitución más reciente (es decir,
de los años 369-372), como todavía sostiene la doctrina dominante:
Mommsen, de hecho, creyendo que esta constitución, conjuntamen-
te con otras tres, es un añadido posterior, ha fijado la fecha de la obra
en torno al 320 d.C.
b) Con el nombre de Mosaicarum et romanarum legum colla-
tio [= comparación entre las leyes mosaicas y romanas] o, más bre-
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vemente, Collatio, los modernos editores indican una extraña obra


(cuyo título indicado en los manuscritos es por el contrario Lex Dei,
quam praecepit Dominus ad Moysen [= Leyes de Dios, que el Señor
dictó a Moisés]) que pone en comparación fragmentos de la legisla-
ción mosaica con textos de derecho romano.
Los versos de la ley mosaica, en versión latina, están tomados
del Viejo Testamento; los textos jurídicos son por el contrario cons-
tituciones (o fragmentos de constituciones) imperiales, tomadas de
los Códigos Gregoriano y Hermogeniano –con la excepción de una
constitución del 390– y fragmentos jurisprudenciales, pertenecientes
principalmente a Paulo, pero también a otros juristas (Gayo, Papi-
niano, Ulpiano y Modestino), los mismos de la “Ley de Citas” [n.

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 95

46], como prueba de la importancia asumida por ellos en el período


postclásico.
De la Collatio han llegado a nosotros solo 16 títulos, dedicados
casi todos a argumentos de derecho penal; son una excepción un títu-
lo dedicado al depósito y otro relativo a la sucesión legítima. Dentro
de cada título, se encuentra un verso bíblico, al que siguen los textos
de derecho romano relativos al mismo argumento. La obra, por lo
tanto, interesa a los romanistas porque nos hace conocer, al margen
de la Compilación justinianea, muchos textos jurídicos romanos, que
de lo contrario no serían conocidos.
La obra plantea dos problemas fundamentales: la identificación
del autor y la determinación de la época de redacción, sobre la que
aún la doctrina no ha logrado hasta la fecha resultados exentos de
polémica.
En cuanto al autor, parece que se trate de un occidental no juris-
ta, pero no se sabe si es un cristiano (el cual podría haber querido
demostrar la derivación de las normas romanas de los preceptos di-
vinos) o un hebreo (que tendría como objetivo el facilitar a la comu-
nidad hebrea la aplicación del derecho romano).
Igualmente discutida es la fecha de la compilación fijada tradi-
cionalmente entre el 390 (fecha de la constitución más reciente con-
tenida en la obra) y el 438 (fecha del Código Teodosiano, que no
aparece utilizado ni conocido), que ha sido fijada por otros autores
en los comienzos del siglo IV o incluso a finales del III, consideran-
do la constitución del 390 un añadido posterior, ni faltan las hipóte-
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sis de diferentes redacciones de la obra.


c) Con el nombre de Consultatio veteris cuiusdam iurisconsulti
[= Consulta de un antiguo jurisconsulto] es conocida una breve reco-
pilación de opiniones, dadas por un jurista occidental desconocido,
probablemente de la Galia. El título no es original, pero se remonta a
Cuyacio [n. 66], que fue en el siglo XVI el primer editor de la obra,
sobre la base de un manuscrito que había sido encontrado por un dis-
cípulo suyo y que más tarde se perdió. La obra interesa al historiador
del derecho no por su valor intrínseco, absolutamente irrelevante, de
las opiniones jurídicas en ella contenidas, sino porque muestra, en
comparación con estas, fragmentos jurídicos romanos, a veces no
muy conocidos. En particular, se trata de pasajes de las Sententiae de

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96 ANTONINO METRO

Paulo, así como de constituciones imperiales, traídas de los Códigos


Gregoriano, Hermogeniano y Teodosiano.
La Consultatio está dividida en nueve títulos, de los cuales el
último podría haber sido añadido posteriormente, siendo distinto de
los otros y en cierto modo extraño al esquema de la obra. Éste no
contiene de hecho ningún tratamiento de problemas, sino que recoge
simplemente una serie de textos.
Es muy incierta la fecha en relación con la Consultatio. La obra es
seguramente más reciente que los Fragmenta Vaticana y la Collatio,
siendo posterior al Código Teodosiano; es controvertido sin embargo,
si debe situarse en los inicios del siglo VI (después de la Lex Romana
Wisigothorum) o en la segunda mitad del siglo V, como podría pensarse,
entre otras cosas, por no haber utilizado las Novelas post-teodosianas.

49. Las llamadas leyes romano-bárbaras

Al lado de la compilaciones mixtas de iura y de leges y sin em-


bargo en una posición distinta, van colocadas las llamadas leyes ro-
mano-bárbaras, esto es, las compilaciones legislativas, promulgadas
por varios reyes de las poblaciones bárbaras que se establecieron so-
bre las ruinas del Imperio romano de Occidente: si de hecho tales
leyes son en realidad también recopilaciones o reelaboraciones de
iura o de leges (y en tal calidad deben por tanto encuadrarse entre las
fuentes postclásicas) deben evidentemente mantenerse separadas,
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por su oficialidad y para la finalidad de política legislativa, de las


distintas recopilaciones privadas (inspiradas con fines didácticos o
prácticos) de las que hemos hablado hasta el momento.
Los pueblos bárbaros que invadieron los territorios del antiguo
Imperio romano de Occidente (caído, como es sabido, en el 476)
no pretendieron aplicar a las poblaciones locales sus propias normas
jurídicas por su propia concepción del derecho, considerado como
patrimonio tradicionalmente propio de cada pueblo y por lo tanto no
transmisible a grupos étnicos diferentes (principio de la “personali-
dad del derecho”), y quizás también como un obsequio, más o menos
sentido, frente a la autoridad del nombre de Roma y de su derecho,
que fue la máxima expresión del genio romano.

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 97

Por lo tanto, los reyes bárbaros dejaron que las poblaciones oc-
cidentales bajo su dominación continuasen regulando sus relaciones
según el derecho romano; es más, crearon colecciones de textos ju-
rídicos, leges y iura, al objeto de facilitar a tales poblaciones el uso
de las fuentes jurídico romanas. Estas colecciones, a las que se da el
nombre de “leyes romano-bárbaras”, merecen un tratamiento espe-
cial entre las fuentes del periodo postclásico, ya que nos han permiti-
do conocer numerosos textos de otro modo desconocidos.

50. Fuentes legislativas romano-bárbaras

a) Entre las leyes romano-bárbaras conocidas por nosotros, la


más importante es sin duda la Lex Romana Wisigothorum [= Ley
Romana de los Visigodos], promulgada en el 506 por los Romanos
de la Francia Occidental y de la España del rey visigodo Alarico II y
por lo tanto conocida también con la denominación, introducida en
época mucho más tardía, de Breviarium Alaricianum o Alarici.
Se trata de una amplia colección de leges y iura, que no apa-
rece como una codificación orgánica, pero consta de varias partes
distintas: una larga selección de constituciones traídas del Código
Teodosiano y de Novelas post-teodosianas, el llamado Liber Gai (o
Epitome Gai) [n. 47], una amplia selección de las Pauli Sententiae
[n. 47], un extracto de los Códigos Gregoriano y Hermogeniano [n.
44], y al final un breve fragmento de los responsa de Papiniano.
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Parece singular, en la sistemática de la obra, la inclusión de


las constituciones traídas de los Códigos Gregoriano y Hermo-
geniano entre las obras jurisprudenciales, en lugar de entre las le-
ges, probablemente debido al carácter privado de los dos Códigos
preteodosianos.
Las distintas partes de la Lex Romana Wisigothorum están acom-
pañadas de una interpretatio, hecha para hacer más ágil la compren-
sión: en línea de máximos, se trata de un resumen en latín vulgar,
muy pedestre y a menudo inexacto, aunque alguna vez con alguna
pretensión dogmática. Tal interpretatio falta en el Epitome Gai, se-
guramente porque esta obra constituía ella misma una interpretatio
de las Instituciones de Gayo.

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98 ANTONINO METRO

Es discutido si la interpretatio debe considerarse obra original


de los compiladores visigodos o elaborada de manera más o menos
amplia (como es más probable) sobre materiales contenidos en obras
escolásticas precedentes. Ésta, con todo, presenta un cierto interés,
sobre todo cuando, subvirtiendo el significado de los textos a los que
se refiere, nos permite comprender la evolución jurídica intervenida
por algunos institutos en el curso de la época postclásica.
b) Mucho más breve que la ley visigótica es la Lex Romana
Burgundionum [= Ley Romana de los Burgundios], promulgada
probablemente por el rey de los Burgundios, Gundobado, a princi-
pios del siglo IV, para los Romanos de la región correspondiente a la
moderna Borgoña.
La compilación fue realizada sirviéndose de las mismas fuentes
de la Lex Romana Wisigothorum, pero se presenta sustancialmen-
te muy diversa de ésta, es decir, de forma sistemática y unitaria. El
material utilizado, de hecho, no aparece referido textualmente, pero
está refundido y compendiado en 47 títulos, escritos en latín vulgar,
con frecuentes malentendidos, errores e infiltraciones de principios
del derecho borgoñés. Normalmente, no vienen ni siquiera indicadas
las obras utilizadas, de modo que parece evidente la poca utilidad de
la lex a los fines del conocimiento de las fuentes romanas.
c) Entre las leyes romano-bárbaras, suele incluirse general-
mente también el llamado Edictum Theoderici regis [= Edicto del
Rey Teodorico]. Sin embargo, las disposiciones promulgadas en Ita-
lia por los reyes ostrogodos, sobre todo Teodorico el Grande, son
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bien distintas de aquellas de los otros reyes bárbaros, por la actitud


de compromiso tenido por esos soberanos, los cuales no promulga-
ron leyes, sino edictos. Ellos, de hecho, reconocían al menos formal-
mente la soberanía del Emperador de Oriente y por lo tanto se consi-
deraban sus funcionarios, investidos como tales solo por el derecho
de promulgar edictos (ius edicendi) y no de un poder legislativo ver-
dadero y propio.
Bien distinto de las leyes romano-bárbaras examinadas anterior-
mente es también aquel Edicto que, entre los muchos promulgados
por Teodorico en el curso de su largo reinado (489-526), es conocido
por nosotros como Edictum Theoderici regis, aun no siendo el único,
ni el más importante.

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 99

Con esta recopilación, destinada a servir a todos los súbditos del


reino ostrogodo, sean romanos o bárbaros, se introduce una excep-
ción al principio de la personalidad del derecho, aunque limitado a
la materia tratada en ella. El Edictum consta de 154 capítulos cortos,
en los que el material utilizado (presumiblemente el mismo de las
leyes romano-bárbaras estudiadas anteriormente) está refundido y
reelaborado, a menudo con tergiversaciones y alteraciones. Estas úl-
timas son a veces sólo de carácter formal, pero más frecuentemente
se presentan como modificaciones sustanciales de cierta relevancia:
esto sucede, por ejemplo, con el agravamiento, respecto a las leyes
romanas, de numerosas sanciones penales.
La paternidad teodoricana del Edicto, al margen de la opinión
contraria de algún autor moderno, parece suficientemente probada;
muy incierta es por el contrario la fecha de promulgación que oscila,
según varias tesis, entre el 500 y el 524.
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CAPÍTULO IX
LA EDAD JUSTINIANEA: EL “CORPUS IURIS CIVILIS”

51. Justiniano: introducción histórica

En el marco más general del período postclásico (284-565 d.C.),


la última fase, correspondiente al imperio de Justiniano (527-565)
merece un tratamiento aparte, porque precisamente a este emperador
de Oriente, cuando el imperio de Occidente había caído ya en manos
de los bárbaros (476), se le atribuye el gran mérito de haber con-
servado y transmitido a la posteridad el enorme patrimonio jurídico
acumulado por el derecho romano a través de siglos de experiencia.
De humildes orígenes, Justiniano subió al trono imperial en el 527
como corregente de su tío Justino y después de pocos meses se quedó
solo al frente del imperio, tras la muerte de su tío. Ante los graves
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problemas que atravesaba en aquella época el imperio de Oriente (el


desmembramiento del imperio, las continuas amenazas a las fronte-
ras, el desorden y la corrupción de la burocracia, las divisiones de la
Iglesia) él, en realidad, no pudo lograr muchos de los objetivos que se
había propuesto, como por ejemplo la reconstrucción de la unidad del
imperio o la unidad de la Iglesia, bajo el signo de la religión cristiana.
De hecho, la unidad del Imperio –alcanzada después de casi veinte
años de guerra cruenta, después de la cual habían sido reconquistadas
las tierras de Occidente– estaba destinada a romperse pocos años des-
pués, tras la invasión longobarda; la auspiciada unidad de la Iglesia
y de la fe no corre mejor suerte, abrumada por las herejías y por los
cismas. Esto no es suficiente, sin embargo, para justificar las críticas a
veces feroces dirigidas a él por los contemporáneos y también por mu-

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102 ANTONINO METRO

chos historiadores modernos; para dar un balance positivo de los 38


años de imperio es suficiente el gran monumento legislativo conocido
como “Corpus iuris civilis”, que ha hecho pasar a la historia más que
ninguna otra cosa el nombre de Justiniano.

52. El derecho “codificado”: la compilación de


Justiniano

Con Justiniano se llevó a cabo el proceso de profunda transfor-


mación (que se había ya iniciado en el curso del período postclásico
y había marcado una importante etapa con la publicación del Código
Teodosiano) del derecho “jurisprudencial” al derecho “codificado”.
Mientras en la concepción clásica –como tantas veces se ha di-
cho– el derecho “vivo” nacía día a día, a través de la interpretatio
del jurista, que terminaba por imponerse mediante discusiones, con-
trastes de opiniones y diversidad de soluciones, con Justiniano pa-
rece definitivamente consolidado el carácter de la “estatalidad” del
derecho. El emperador es ya no sólo el único creador, sino también
el único intérprete del derecho, al que deben por lo tanto dirigirse
los súbditos en caso de incertidumbre. Viene a menos, por lo tanto,
otra peculiaridad, que había caracterizado durante siglos el derecho
romano: la pluralidad de los ordenamientos jurídicos. Ius civile, ius
honorarium, ius novum, etc. están ahora unidos en un único ordena-
miento jurídico, que se basa en la autoridad imperial.
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En esta concepción, se encuadra perfectamente la gran compila-


ción de Justiniano. El emperador, animado por una gran admiración
por la cultura jurídica de las épocas anteriores, no quiere renunciar
al patrimonio jurídico contenido en los escritos de la jurisprudencia
clásica y también en muchas constituciones imperiales del pasado;
al contrario, utilizó este material incluyéndolo en una gran compi-
lación, con valor legislativo propio porque emana de la autoridad
imperial. El derecho precedente continúa por lo tanto vivo, pero a
través de una especie de reconocimiento formal, que el emperador
imprime con la inclusión en una obra suya oficial.
La actividad legislativa, en la que Justiniano tiene la suerte (que por
ejemplo Teodosio, antes de él, no había tenido) de encontrarse al lado de

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 103

colaboradores a la altura de la tarea, como Juan de Capadocia, Teófilo,


Doroteo y sobre todo Triboniano, se realiza a través de algunas etapas
fundamentales que se pueden sintetizar en las siguientes fechas:
529: publicación del Codex Iustinianus, una recopilación de
constituciones imperiales, destinadas a sustituir a los precedentes Có-
digos Gregoriano, Hermogeniano y Teodosiano, ahora anticuados;
533: publicación de los Digesta, una imponente antología de
iura clásicos y de las Institutiones, un manual elemental, destinado a
la enseñanza de los primeros elementos del derecho;
534: publicación de una nueva edición revisada y actualizada del
Codex;
Desde el 534 a su muerte (565): publicación de una serie de cons-
tituciones (novellae constitutiones o simplemente Novellae), que re-
formaron distintos ámbitos del derecho.
Prescindiendo del primer Código que, como veremos, no nos
ha llegado, las cuatro partes de la compilación justinianea (Digesto,
Instituciones, segundo Código y Novelas) suelen normalmente unir-
se, desde el siglo XVI, en la denominación común de “Corpus iuris
civilis” (o más brevemente “Corpus iuris”), siendo considerada ya
entonces el más importante monumento legislativo, el derecho escri-
to por excelencia. Y es precisamente gracias al Corpus iuris justinia-
neo que el derecho romano representa todavía hoy el fundamento de
numerosísimos sistemas legislativos modernos.
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53. El primer Código

Sólo pocos meses después de su ascenso al poder, y precisamen-


te en febrero del 528, Justiniano, sintiendo viva una exigencia ya
advertida por los emperadores anteriores, pero que ninguno después
de Teodosio había osado realizar, encargó a una comisión de diez
miembros, entre los que se encontraban Juan de Capadocia, Teó-
filo y Triboniano, redactar una colección de leges que sustituyese,
abrogándolos, los anteriores Códigos Gregoriano, Hermogeniano y
Teodosiano, proporcionando una recopilación completa y sobre todo
actualizada de las constituciones imperiales, a fin de racionalizar la
actividad de los tribunales.

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104 ANTONINO METRO

El Emperador confirió a la comisión plenos poderes para modifi-


car, resumir, adaptar y modernizar los textos de las constituciones.
La compilación fue pronto llevada a cabo y publicada en el 529
con la constitución Summa rei publicae, que prohibía al mismo
tiempo la utilización de los códigos anteriores, considerándolo pe-
nalmente perseguible como delito de falsedad.
Esta primera colección legislativa de Justiniano tuvo una dura-
ción breve. Como veremos, de hecho, se sustituyó después de pocos
años, en el 534, por un nuevo Codex, llamado repetitae praelectio-
nis: esto hizo obviamente inútil la tradición manuscrita de la primera
edición, de modo que a nosotros, modernos, casi nada nos es conoci-
do de ella. Sin embargo, a través de un papiro de Oxirrinco (P. Oxy.
15.1814) nos ha llegado un fragmento del índice, relativo a los títu-
los 11-16 del primer libro, que, puesto en comparación con los títu-
los correspondientes del Codex repetitae praelectionis, es suficiente
para señalar una notable discordancia y para llegar a la conclusión
de la imposibilidad absoluta de reconstruir el contenido del primer
Código sobre la base del segundo. Podemos afirmar solamente que
éste se dividía en libros y en títulos, entre los cuales las distintas
constituciones estaban ordenadas cronológicamente, según el crite-
rio ya adoptado en los Códigos anteriores.

54. Los Digesta


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Inmediatamente después de la publicación del Código, la mente


ferviente de Justiniano concibió un diseño mucho más ambicioso,
esto es, la realización de una gran compilación de iura, destinada por
un lado a rescatar del olvido los escritos de la jurisprudencia clásica,
por el otro a crear textos de leyes vigentes.
Con este propósito, el Emperador promulgó en el 530 la consti-
tución Deo auctore, con la cual confiaba el encargo de la compila-
ción al quaestor sacri palatii, Triboniano, (a quién se concedía plena
libertad para elegir a sus colaboradores) y trazaba al mismo tiem-
po las líneas maestras de la obra: ésta debía denominarse Digesta


Debemos tener en cuenta que las constituciones imperiales suelen ser citadas,
como todavía hoy las Encíclicas pontificias, con las primeras palabras del texto.

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o Πανδέκται y debía contener una amplia selección de pasajes de


juristas clásicos, dividida en 50 libros y finalmente en títulos. A la
comisión se le daba el poder de modificar los textos clásicos utiliza-
dos no solo en la forma, sino también en el contenido, sea al objeto
de adecuarlo a la transformada realidad social del siglo VI, sea para
eliminar eventuales contradicciones y antinomias.
Triboniano comenzó entusiásticamente la obra, eligiendo dieci-
séis colaboradores, es decir, cuatro profesores de derecho (Teófilo,
Doroteo, Cratino y Anatolio), once abogados, que actuaban delante
del tribunal supremo de la Prefectura de Oriente y un alto funcio-
nario imperial. La comisión así compuesta procedió a expurgar un
gran número de obras de la jurisprudencia (Justiniano habla incluso
de dos mil libros, para redondear la cifra), de las que se obtuvieron
poco más de nueve mil fragmentos, pertenecientes a 39 juristas. El
jurisconsulto más utilizado fue Ulpiano, cuyos pasajes constituyen
un tercio de la obra; por el contrario, muchos juristas han propor-
cionado a la Compilación un número muy exiguo de fragmentos, o
incluso un solo fragmento.
Los Digesta se hicieron en sólo tres años y fueron publicados
por el Emperador, con la constitución bilingüe Tanta-Δέδωκεν ya en
diciembre del 533.
El Digesto está dividido en 50 libros de diversa extensión, pos-
teriormente divididos cada uno en dos o más títulos; son una excep-
ción los libros 30, 31 y 32, relativos a la misma materia, es decir, los
legados y los fideicomisos.
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Cada título, marcado por una rúbrica, que indica brevemente el


contenido, lleva una serie de fragmentos, cada uno de los cuales co-
mienza con una inscriptio, que muestra el nombre del jurista que es
el autor, el título de la obra, así como la indicación del libro del que
se tomó el fragmento (por ejemplo, Ulpianus, libro tertio ad edic-
tum). Con fines prácticos de consulta, de las escuelas medievales en
adelante los fragmentos más largos fueron divididos por los editores
en un principium y en uno o más parágrafos sucesivos [n. 73].


O tal vez 38 si, como es probable, se deban identificar como la misma per-
sona a Claudio Saturnino y Venuleyo Saturnino, mencionados como dos juristas
diferentes.

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106 ANTONINO METRO

Al Digesto le precede, según una orden precisa del Emperador, un


índice de las obras consultadas. Este índice nos ha llegado a través del
mejor manuscrito del Digesto, la llamada Littera Florentina [n. 52] y
es por lo tanto conocido con la denominación de Index Florentinus. Se
revela de cierta utilidad porque contribuye a nuestro conocimiento de
los títulos de las obras de numerosos juristas clásicos, el número de los
libros de los que éstas constaban en total, etc., pero no se correspon-
de totalmente con el contenido del Digesto: figuran, de hecho, obras
no utilizadas y, por el contrario, no se mencionan obras utilizadas en la
Compilación. Esta circunstancia permite excluir que el índice haya sido
compilado al final de los trabajos, llegando a la conclusión de que éste
se hizo al principio (sobre la base del material que se entendía útil y que
después no fue sin embargo utilizado en su totalidad) o incluso que no
sea obra de los compiladores, sino que se remonte a una fecha anterior.

55. El problema del método de compilación de


los Digesta

La comisión propuesta por Justiniano para la compilación del


Digesto completó su trabajo, como vimos, en sólo tres años, es decir,
del 530 al 533. Se trata de un plazo de tiempo que parece muy breve,
si se considera que Triboniano y sus colaboradores debieron reseñar
un gran número de obras de la jurisprudencia (se ha dicho que Jus-
tiniano exagera hablando de dos mil libros, pero sin embargo el nú-
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mero exacto no es inferior a 1600), extraer de ellas el material para


incluir en la compilación y en fin reordenar este material en varios
títulos, sin considerar el posterior y notable trabajo de reelaboración
y actualización de los fragmentos utilizados.
De acuerdo con estas premisas, la doctrina ha planteado el pro-
blema del método utilizado por los comisarios justinianeos para la
compilación del Digesto, excluyendo a priori –precisamente por la
brevedad del tiempo empleado– que la comisión pudiera haber he-
cho todo el trabajo incluso repartiendo el trabajo entre los miembros
de la misma.
La cuestión fue tomada en consideración, a comienzos del siglo
XIX por la inteligente y paciente investigación realizada por un in-

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 107

vestigador alemán, Bluhme. Este autor descubrió que dentro de cada


título del Digesto (al margen de varias excepciones, por otro lado
explicadas de distintas maneras) los fragmentos se suceden según
un orden constante, en relación con determinados grupos de obras.
Más concretamente, las obras clásicas utilizadas por los compilado-
res aparecen divididas en cuatro grupos o “masas”, cada una relativa
a un determinado tipo de escritos: una masa, que Bluhme llamó Sa-
biniana, compuesta sobre todo por obras de ius civile (por ejemplo
los comentarios ad Sabinum de Pomponio, Ulpiano y Paulo); una
masa llamada edictal, porque estaba formada por obras de comenta-
rio al edicto del pretor (por ejemplo, los comentarios ad edictum de
Ulpiano y Paulo); una masa denominada papinianea, formada por
obras de casuística (en primer lugar, las quaestiones y los responsa
de Papiniano); finalmente, una masa más corta y menos homogénea
que las demás (denominada generalmente appendix), probablemente
compuesta por obras contenidas en manuscritos llegados con los tra-
bajos ya iniciados y por lo tanto examinados con retraso.
Fundándose en este descubrimiento, Bluhme adelantó la conje-
tura de que la comisión justinianea se había dividido en tres subco-
misiones, a cada una de las cuales se le habría confiado el examen
de una “masa” de obras (la tercera se habría preocupado además del
appendix). Terminada esta primera fase del trabajo, la comisión se
habría reunido de nuevo en sesión plenaria, para unificar y coordinar
definitivamente el trabajo hecho por las subcomisiones.
En contra de la tesis de Bluhme, se elevó polémicamente la voz
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de un estudioso austríaco (Hofmann), el cual, no reconociendo el va-


lor del descubrimiento del historiador alemán, sostenía que el único
modo para explicar la brevedad del tiempo empleado por los compi-
ladores del Digesto es suponer que éstos realmente utilizaron direc-
tamente poquísimas obras clásicas, habiendo encontrado el trabajo
ya hecho casi por entero en compilaciones privadas anteriores (los
llamados “predigestos”).
Esta tesis extrema fue enseguida rechazada por toda la doctrina.
En realidad, al margen de que, suponiendo la existencia de una com-
pilación privada, de la que los Digesta serían solo una finalización,
el problema de la brevedad del tiempo se transformaría en el opuesto
de la excesiva lentitud de los trabajos (por cuanto tres años serían

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evidentemente demasiados, para una simple modernización de una


obra ya hecha), la doctrina es unánime al reconocer que el descubri-
miento de las “masas” hecho por Bluhme (y por el contrario critica-
da por Hofmann), es uno de los resultados científicos que merece el
calificativo de definitivo.
Sin embargo, la validez de tal descubrimiento no hace necesaria-
mente plausible la deducción que ha querido extraer Bluhme, esto
es, la tesis de las subcomisiones no es suficiente para resolver el pro-
blema de la brevedad de tiempo empleado. De hecho, si se cree im-
posible que en el plazo de tres años los 17 miembros de la comisión
puedan haber consultado los 1600 libros puestos a disposición de la
Compilación, del mismo modo debe pensarse que una subcomisión
de cinco o seis miembros no habría podido realizar el examen de un
tercio de aquellas obras; además, sería una notable pérdida de tiem-
po para la unión y coordinación final de los trabajos de las distintas
comisiones.
La doctrina, que después de Bluhme y Hofmann debe afrontar
el problema, ha seguido durante un largo tiempo una directiva fun-
damental consistente en tener en cuenta los resultados de ambos
estudiosos: el innegable reparto en masas de las obras utilizadas
en el Digesto sería fruto no de una división del trabajo en subco-
misiones, sino de la existencia de algunas compilaciones privadas
preexistentes, oportunamente utilizadas por los compiladores jus-
tinianeos. Por lo tanto, abandonada la teoría del predigesto total
(después de Hofmann, sostenida solo por Peters) ha tenido larga
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vida en doctrina la tesis de los predigestos parciales: muchos estu-


diosos ilustres (Albertario, Arangio-Ruiz, Guarino) han estado de
acuerdo en creer que una buena parte del trabajo se había ahorra-
do a los compiladores al existir anteriores recopilaciones privadas,
pero difiriendo entre ellos en la tentativa de precisar el contenido y
los objetivos de tales predigestos.
El enfoque más reciente al problema, que ha marcado sin embar-
go un nuevo giro, se debe a las investigaciones de un romanista hún-
garo (prematuramente desaparecido), Diósdi, quién puso en duda la
validez de las premisas sobre las que esta cuestión ha estado siempre
planteada. Sobre la base de una serie de cálculos, Diósdi afirmó que
el trabajo de análisis de las obras clásicas no habría sido tan largo

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 109

como la doctrina ha pensado siempre. Puesto que un liber corres-


pondía de media a cerca de 30 páginas modernas impresas, los dos
mil libros examinados por los compiladores habrían constituido una
mole de 60.000 páginas impresas que, divididas entre 17 personas
en un plazo de tres años, habría supuesto para cada comisario el exa-
men, muy fácil, de unas cuatro páginas al día.
La tesis, aun pareciendo demasiado “teórica” y por lo tanto no
aceptable íntegramente, influyó sin embargo en las más recientes
contribuciones realizadas por la doctrina sobre el tema, que han mar-
cado esencialmente un regreso a la tesis bluhmiana de las subcomi-
siones, intentando incluso identificar las aportaciones realizadas al
trabajo por los comisarios individuales.
Resulta fácil comprender cómo, en esta dirección, a pesar de que
puedan ser ingeniosas las distintas tesis avanzadas, no puede atri-
buirse a éstas ningún margen apreciable de validez; en consecuen-
cia, el problema permanece todavía abierto, a la espera de encontrar
una solución que no parece demasiado cercana.

56. Las Institutiones

Mientras la compilación del Digesto llegaba a su fin, esto es en el


533, Justiniano encargó a una comisión especial (formada por Tribo-
niano, Teófilo y Doroteo) la compilación de un manual elemental de
derecho, destinada a la cupida legum iuventus, dirigida a proporcionar
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a los jóvenes, que afrontaban los estudios jurídicos, las primeras no-
ciones generales y fundamentales. La obra, que esencialmente debía
sustituir a las ya anticuadas Instituciones de Gayo, se llevó a cabo en
poquísimo tiempo y entró en vigor a finales del mismo año 533: ésta,
también, como las otras partes del Corpus Iuris, tiene, en cuanto ema-
nada del Emperador, valor legislativo, además de didáctico.
Las Institutiones, siguiendo la pauta de la homónima obra ga-
yana, se dividen en cuatro libros, repartidas sin embargo en títulos,
además de en parágrafos. La sistemática respeta la gayana, con algu-
na pequeña diferencia: en el cuarto libro, dedicado por Gayo exclu-
sivamente al proceso, encuentra sitio también el tratamiento de parte

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110 ANTONINO METRO

de las obligaciones (cuya exposición no se agota, como hace Gayo,


en el tercer libro) y un título dedicado al derecho criminal.
Para la compilación de las Instituciones, los comisarios jus-
tinianeos se sirvieron fundamentalmente de las Instituciones de
Gayo, pero también de las Res Cottidianae (otra obra elemental,
atribuida también a Gayo), de varias obras institucionales clási-
cas (de Florentino, Marciano, Paulo y Ulpiano) y de constitucio-
nes imperiales. La individualización de las fuentes utilizadas, sin
embargo, no resultó fácil y se debe a las pacientes investigaciones
de algunos investigadores (sobre todo de Ferrini): los diversos
pasajes, de hecho, no están dispuestos antológicamente, como en
el Digesto, con la indicación de su origen, pero están refundidos
en un discurso unitario, redactado en primera persona de plural
(plurale maiestatis), como si el propio Emperador le hablase a
los jóvenes.
Ha sido muy discutido cuál fue el método seguido por los compi-
ladores en la redacción de la obra. Durante mucho tiempo, la doctri-
na más importante reconocía a Triboniano el simple papel de super-
visor, creyendo que el trabajo material habría sido realizado solo por
Teófilo y Doroteo, quienes habrían compilado dos libros cada uno.
Estudios más recientes, por el contrario, atribuyen la obra a la activi-
dad de los tres compiladores, intentando individualizar, en el ámbito
de los cuatro libros, las partes atribuídas a la actividad de cada uno
de ellos.
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57. El Codex repetitae praelectionis

En el período comprendido entre el 529 y el 533 la actividad


legislativa de Justiniano fue muy fecunda. Además de varias leges


En consecuencia, aparecen modificados con mucho cuidado todos aquellos
fragmentos en los que el jurista hablaba originariamente en primera persona: por
ejemplo, el si … dederim (= si yo diese) de Gai 3.143 se convierte en las Institu-
ciones imperiales (3.24.1) si … quis dederit (si alguno diese), porque el yo podría
parecer referido al Emperador (que habla, como se ha dicho, en primera persona) al
que el ejemplo no se podría aplicar, siendo él legibus solutus, esto es sustraído a la
aplicación de los principios del derecho privado.

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 111

destinadas a hacer frente a las distintas exigencias políticas y admi-


nistrativas del Imperio, Justiniano promulgó (en los años 530-531),
unas cincuenta constituciones (conocidas como las Quinquaginta
decisiones), dirigidas a proporcionar aclaraciones a los prácticos
sobre muchos puntos controvertidos del antiguo derecho; a muchas
otras constituciones se les había dado la oportunidad de resolver di-
versos problemas, que se habían presentado durante la compilación
del Digesto.
El alto número de todas estas constituciones había ocasionado
un rápido envejecimiento del Codex lo que aconsejó al Emperador
a disponer de una nueva edición, la llamada repetita praelectio, que
fue confiada a una comisión formada por Triboniano, Doroteo y
otros tres miembros. El Codex repetitae praelectionis, llevado a tér-
mino en poquísimo tiempo, fue publicado con la constitución Cordi
en noviembre del 534.
El Código de Justiniano está dividido en 12 libros: el I se refiere
a las fuentes del derecho, además de a algunos argumentos de dere-
cho público y eclesiástico; los libros II-VIII se ocupan de derecho
privado, el IX de derecho penal, los tres últimos de derecho público.
Los libros están divididos en títulos, dotados de rúbricas (que indi-
can brevemente el contenido) y en el interior de cada título se suce-
den, en orden cronológico, las distintas constituciones imperiales. El
texto de cada constitución es precedido por una inscriptio, en la que
está el nombre del emperador o de los emperadores a los que se debe
la constitución y la indicación del destinatario o destinatarios (el pue-
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blo, el senado, los funcionarios imperiales individuales, particulares,


etc.) y es seguida después de una subscriptio que indica la fecha de
la constitución y generalmente también el lugar de promulgación.
Las constituciones recogidas en el Codex repetitae praelectio-
nis pertenecen a distintos emperadores: la más antigua se remonta a
Adriano, las más recientes son evidentemente del propio Justiniano;
el grupo más numeroso pertenece sin embargo a los Severos y sobre
todo a Diocleciano. El texto de las constituciones no es a menudo
el original: la comisión encargada de llevar a cabo la recopilación
había ordenado, además de excluir las constituciones ya no en vigor,
modificar, interpolar y dividir aquellas utilizadas para adaptarlas
al derecho vigente aprovechándose ampliamente de tales poderes,

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como es posible apreciar en muchas constituciones, recogidas ya en


el Código Justinianeo o en el Teodosiano, con la comparación entre
las dos versiones.

58. Las Novellae

Análogamente a cuanto había sucedido con Teodosio II [n.45],


la actividad legislativa de Justiniano no se detuvo con la publicación
del Codex repetitae praelectionis, sino que prosigue hasta la muerte
del Emperador (año 565).
A las constituciones promulgadas por Justiniano después del
segundo Código se les da el nombre de Novellae constitutiones o
simplemente Novellae. Se trata de varias disposiciones (algunas en
latín, la mayor parte en griego), a veces profundamente innovadoras
en distintas ramas del derecho: limitándonos al derecho privado, po-
demos recordar la famosísima Nov. 22, sobre materia matrimonial, y
las Nov. 115 y 118, sobre temas de sucesión hereditaria.
Debe tenerse en cuenta que la producción legislativa de Justiniano
no está distribuida uniformemente en el espacio de tiempo que va del
535 al 565; ésta, rica y floreciente hasta los años 541-542, registra des-
pués de ese período una brusca disminución, desde un punto de vista
cuantitativo, así como un cierto descenso de calidad. Una explicación
plausible del fenómeno se encuentra en la pérdida, por parte de Jus-
tiniano, de dos de sus principales colaboradores, Juan de Capadocia
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y Triboniano, producida precisamente en aquellos años, después del


alejamiento del primero (541) y la muerte del segundo (542 o 543).
De las Novelas Justiniano no hace una colección oficial, aun
teniendo la intención (Const.Cordi, § 4); nuestro conocimiento de
ellas no es por lo tanto completa, pero se basa en varias colecciones
privadas, entre las cuales se mencionan:
a) El Epitome Juliani. Se trata de un epítome latino de 122 novelas
(aparentemente serían 124, pero dos están repetidas), compiladas
mientras estaba todavía vivo Justiniano (que se define a menudo
“imperator noster”), probablemente en el 555 o 556 por un tal
Juliano, profesor en Constantinopla. El texto de las constitucio-
nes es a menudo abreviado e incompleto en algunas partes.

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 113

b) El Authenticum. Es una colección que contiene 134 Novelas en


el texto latino o, si son griegas, en una traducción latina, a menu-
do imprecisa y no fácilmente inteligible. Según una antigua tra-
dición, el nombre deriva del hecho de que el gran Irnerio, famoso
exponente de la escuela jurídica de Bolonia (siglo XII) habría
primero negado y después reconocido la autenticidad de la co-
lección. Muy discutido en doctrina ha sido siempre el problema
de la fecha de esta colección: según la opinión más seguida, ésta
es más bien tardía, aun así no anterior al 1000.
c) Una colección griega, sin nombre. Se trata de la colección más
importante, que comprende 168 Novelas, no todas de Justinia-
no: están de hecho comprendidos algunos decretos de prefectos
del pretor y algunas constituciones de Justino II y Tiberio II,
sucesores de Justiniano. Precisamente a la época de Tiberio II
(575-582) parece que se remonta la compilación de la colec-
ción.
Esta colección se utiliza tradicionalmente como base de las mo-
dernas ediciones.
Las Novelas presentan, respecto a las otras partes del Corpus Iu-
ris, muchas y sustanciales diferencias, que justifican el menor inte-
rés reservado a ellas por parte de los investigadores:
a) No se trata de un obra antológica, fundada principalmente sobre
fuentes de las épocas anteriores, sino de una manifestación di-
recta de la voluntad imperial, de modo que se revelan útiles sólo
para el conocimiento del derecho justinianeo, no para la recons-
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trucción de la anterior evolución histórica de las instituciones;


b) Las materias tratadas son sobre todo de derecho público, por lo
tanto de interés relativo;
c) Al contrario de lo que sucede en el Código (en el que las consti-
tuciones aparecen casi siempre resumidas en breves enunciados,
suficientes para expresar una “máxima” jurídica), las Novelas
tienen gran amplitud y dispersan las disposiciones en ellas con-
tenidas en un largo contexto, redactado en un estilo ampuloso y
retórico, típico de las constituciones imperiales de época tardía.


Son una excepción, por lo general, aquellas del propio Justiniano, en cuanto
ya se manifiesta la tendencia a traer las constituciones en el texto original.

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CAPÍTULO X
EL DERECHO POSTJUSTINIANEO
EN LAS DOS PARTES IMPERII

59. El imperio de Oriente: el derecho bizantino

Con la muerte de Justiniano la historia del derecho romano puede


decirse que está definitivamente concluida; por lo tanto, en el tradi-
cional reparto académico, el estudio del posterior desarrollo jurídico
que tuvo lugar en Oriente forma parte de otra disciplina, denomina-
da “Derecho bizantino”.
Es necesario precisar que esta expresión, en sentido estricto,
abarca no sólo el derecho postjustinianeo, sino la misma compila-
ción de Justiniano y, todavía antes, todas las obras jurídicas orien-
tales, a partir de finales del siglo IV, es decir, desde la creación de
las dos partes imperii, hasta el año 1453 que, con la invasión de
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Constantinopla por parte de los Turcos, marca el fin del imperio de


Oriente.
Sin embargo, habiendo ya incluido completamente las compila-
ciones postclásicas y el Corpus iuris entre las fuentes de derecho
romano, hablaremos del derecho bizantino limitándonos a la época
posterior a Justiniano.
En este largo período (del siglo VI al XV), el imperio de Orien-
te, en el que se suceden diferentes dinastías de emperadores (Herácli-
dos, Isaurios, Macedonios) se caracteriza por un proceso siempre más
acentuado de “orientalización”, desde múltiples puntos de vista (polí-
tico, cultural, lingüístico). Este proceso, cuyos inicios son visibles ya
en la época anterior a Justiniano, después de haber sido paralizado por

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116 ANTONINO METRO

este emperador (inspirado por el culto de la romanidad del imperio),


vuelve inexorablemente a desenvolverse después de su muerte.

60. Fuentes de conocimiento del derecho


romano de época bizantina

El ya detectado alejamiento del imperio bizantino de la tradición


romana no puede dejar de influenciar también a la producción legis-
lativa. Afortunadamente para nosotros, sin embargo, esto sucede sólo
parcialmente, ya que aunque muchas obras de esta época aparecen fru-
to de los nuevos tiempos, muchas otras vienen por el contrario com-
piladas atendiendo al patrimonio jurídico romano. El conocimiento de
estas obras nos permite por lo tanto penetrar mejor en el espíritu así
como en muchas tendencias doctrinales de la Compilación justinianea
y tiene interesantes reflejos también para el conocimiento del derecho
romano clásico. Éstas, por lo tanto, pueden considerarse completa-
mente fuentes de conocimiento del derecho romano.
Por ejemplo, la literatura jurídica bizantina de los siglos VI y VII
presenta una serie de Indices (esto es resúmenes) y sumarios del Di-
gesto y del Código, obras de maestros de las escuelas orientales de
derecho (entre las que destacan los nombres de algunos de los prin-
cipales colaboradores de Justiniano) como Teófilo, Doroteo, Stefa-
no, Cirilo o Anatolio.
Entre todas las obras de este período (por otro lado conocidas
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por nosotros muy fragmentadamente) merece un lugar especial por


amplitud e importancia la llamada Paráfrasis griega de las Institu-
ciones de Justiniano, atribuida (a pesar de la enérgica postura con-
traria de Ferrini) al mismo Teófilo, magna pars de las comisiones de
los Digesta y de las Instituciones.
La Paráfrasis es una exposición en lengua griega (tres veces más
amplia) de las Instituciones imperiales, cuyo texto viene aclarado y co-
mentado, a menudo con varios ejemplos. La obra tiene para nuestros
propósitos gran importancia para el conocimiento no sólo del derecho
bizantino, sino también del derecho clásico: sobre todo Ferrini, ha de-
mostrado que el autor tuvo frecuentemente presente, más que las Ins-
tituciones de Justiniano, la obra homónima de Gayo, aunque segura-

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 117

mente en una versión (quizás parafraseada) griega, cuya paternidad es


atribuible a él mismo. Entre las obras del siglo VIII, es posible citar una
reelaboración de material justinianeo, la Égloga, debida al emperador
León el Isáurico y a su hijo, Constantino Coprónimo.
En el siglo IX, Basilio el Macedonio prosiguió por el mismo camino,
creando para el uso de la praxis un manual de leyes llamado Πρόχειρος
νόμος (= lex manualis), publicado de nuevo algunos años después, am-
pliado y modificado, con el título de ‘Επαναγωγή τw~ ν νόμων (= repeti-
tio legum).
Basilio, sin embargo, tenía un programa más amplio, que no con-
siguió llevar a cabo: la compilación de una única gran obra, que habría
debido abarcar todo el derecho vigente sustituyendo por lo tanto las an-
teriores colecciones legislativas. El ambicioso diseño lo realizó el hijo
de Basilio, León el Sabio (886-911), que promulgó una colosal obra le-
gislativa, en la cual estaba refundido, en lengua griega, casi todo el ma-
terial utilizado en la Compilación justinianea. La obra, en 60 libros, fue
designada en las fuentes posteriores con varios nombres, entre los cuales
prevalece la denominación de Basilici (τά βάσιλικά = res regiae).
La importancia de esta obra en el mundo bizantino fue muy impor-
tante, hasta el punto de hacer abandonar el estudio directo de la Compi-
lación justinianea, siendo esencial también para nosotros. La obra, de
hecho, fue enriquecida sucesivamente por numerosísimos escolios (no-
tas de comentario), que se remontan en parte a los siglos X-XII, en parte
mucho más antiguos, por haber sido traídos de varias obras llevadas a
cabo sobre el Corpus iuris por la escuela bizantina de los siglos VI y VII
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(que no nos han llegado directamente). Se trata por lo tanto de preciosos


testimonios del espíritu que anima la legislación justinianea y en general
de la mentalidad jurídica bizantina.

61. El Occidente durante los siglos VI-X


En los mismos siglos (VI-X) que vieron en Oriente la formación
del derecho bizantino, en Occidente –donde el Imperio había caído
en el 476 con las invasiones bárbaras– se reduce casi del todo menos


Cfr. Sobre todo el escrito La parafrasi di Teofilo ed i Commentarii di Gaio,
consultable en Opere 1, Milán 1929, p. 15 ss.

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118 ANTONINO METRO

la conexión con la Compilación justinianea. No existen pruebas de


una práctica de ésta en Francia y en España, mientras que en Italia se
puede hablar solamente de un conocimiento parcial y superficial del
Corpus iuris. En efecto, en el intento de reunificación del Imperio [n.
51], Justiniano había extendido a Italia, en el 554, su monumento le-
gislativo. Pero pocos años después, en el 568, la invasión longobarda
había sustraído nuevamente al imperio los territorios itálicos, con la
excepción de algunas zonas (el Mezzogiorno, la Sicilia, la Cerdeña,
por un cierto período el Exarcado de Rávena, la Pentápolis, la lagu-
na veneciana) que permanecieron políticamente ligadas al imperio
de Oriente. Así, sólo estos territorios (aunque dentro de sus propios
destinos) tuvieron acontecimientos diferentes de los que afectaron a
todas las demás regiones de Italia sujetas a las invasiones bárbaras, y
permanecieron en cierto sentido, precisamente a través de tal unión,
como depositarios únicos de la herencia jurídica de Roma, que había
encontrado su síntesis en la Compilación justinianea.
En la mayor parte de los territorios sujetos a las dominaciones
bárbaras, se verificó por el contrario un proceso de germanización,
que explica fácilmente por qué de la Compilación justinianea se con-
servaron en este período solo testimonios limitados.
El estudio del Digesto se abandona del todo, en parte por su am-
plitud y la dificultad interpretativa que presenta, en parte porque la
carencia de adecuados instrumentos jurídicos no permitía apreciar
la utilidad inmediata de esta obra, caracterizada como es sabido por
una estrecha conexión entre regulae iuris y casos prácticos. Las
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otras partes del Corpus iuris, por el contrario, constituyeron en estos


siglos objeto de estudio: sobre ellas se realizó un cierto trabajo exe-
gético, que dio vida a numerosas, aunque modestas obras (epítomes,
adnotationes, sumarios, glosarios, etc.).
Pero un proceso general de decadencia afectó a todos los estu-
dios jurídicos.
La enseñanza del derecho se mantiene como complemento de
la retórica y fue ejercida, en beneficio de aquellos que aspiraban a
las profesiones forenses (iudices, advocati, notarii), sobre todo en
las escuelas de artes liberales, que encontraban su propia sede o en
los monasterios (escuelas monásticas) o en las catedrales, centros
religiosos de la ciudad (escuelas episcopales). La existencia, en este

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 119

periodo, de centros especializados en el estudio del derecho (Roma,


Rávena) es muy controvertida y está sostenida sobre la base de testi-
monios más o menos envueltos en la leyenda.

62. El llamado renacimiento jurídico

En pleno siglo XI el escenario cambia completamente y se asiste


a un complejo fenómeno, que suele ser denominado «renacimien-
to jurídico», caracterizado por el redescubrimiento de la legislación
justinianea.
Sobre todo la historiografía del XIX ha revelado los orígenes
casi milagrosos del fenómeno, interpretado, desde una óptica de re-
surgimiento, como una improvisada toma de conciencia del pueblo,
relacionada entre otros con la conocida leyenda del año mil, que era
esperado por la superstición popular con gran temor, porque creían
que traería el fin del mundo: el principio del nuevo siglo habría por
lo tanto despertado las conciencias, constituyendo un impulso irre-
sistible con respecto a una nueva vida.
En realidad, el renacimiento jurídico es un fenómeno más amplio
y complejo, que profundiza sus raíces en una pluralidad de factores
heterogéneos de naturaleza política, demográfica, económica, entre
las que destacan por su preponderancia:
1) La consolidación del Sacro Imperio Romano, que, aun surgiendo
en el 800 con la coronación de Carlomagno, solo después de al-
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gunos siglos, con el robustecimiento progresivo del poder central


y la fusión gradual de los variados grupos étnicos que vivían en
su interior, estuvo en condiciones de acabar con el principio de la
“personalidad del derecho” [n.49] sustituyéndolo por la idea de
un derecho único como el Imperio;
2) La disolución de la ciudad feudal, con el consiguiente nacimien-
to del “ayuntamiento”, organización característica político-jurí-
dica en la que encontraron una idónea composición las fuerzas
emergentes económicas de la época. En este nuevo marco, se
introdujo el aumento de la población y el flujo migratorio del
campo a la ciudad, la sustitución progresiva de la antigua econo-
mía rural por una economía ciudadana, ligada a los cambios y a

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los comercios y proyectada hacia Europa y la afirmación de una


clase capitalista, que ocupa poco a poco el puesto de la antigua
nobleza feudal;
3) El renovado ardor del llamado “prerrenacimiento” italiano hacia
todo lo que recordase la antigüedad clásica, y por lo tanto hacia
el derecho, que era la manifestación de la civilización romana
más admirable.
4) Al lado de estos factores tan importantes, debemos mencionar
un acontecimiento casual, pero también de gran relevancia: el
descubrimiento, que se produjo en Pisa en el siglo XI, de un ma-
nuscrito del Digesto, es decir precisamente de aquella parte de
la Compilación justinianea que (por su gran amplitud y también
por las dificultades intrínsecas que presentaba) había sido apar-
tada y casi olvidada durante los cinco siglos de la alta Edad Me-
dia.
El derecho romano, por lo tanto, y con ello la Compilación de
Justiniano, que constituía un compendio admirable, es recuperado
como sistema normativo actual y se convierte en objeto de un estu-
dio directo y profundo.
Pero esta fue solo una primera etapa. En una segunda fase, el dere-
cho romano se extendió poco a poco por Italia y gran parte de Europa
e incluso en Estados extra europeos, es decir también en territorios
extraños al Imperio, en los que la afirmación es mucho más signifi-
cativa, porque no es debida a una imposición desde arriba, sino a una
libre elección por parte de los propios pueblos, que reconocían en las
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leyes romanas una perfección y una ductilidad de la que sus propios


derechos, a menudo en el escenario habitual, carecían totalmente.
El fenómeno de la aplicación en varios Estados del Corpus Iuris
como derecho vigente sufrió una reducción progresiva en el perio-
do posterior a la edad contemporánea, cuando los diferentes Estados
(sobre los pasos de cuanto había hecho Francia en 1804 con el Códi-


Se trata de la llamada Littera Pisana, un manuscrito perteneciente proba-
blemente al siglo VI d.C., poco posterior a Justiniano. Este manuscrito, de excep-
cional importancia, tanto como para constituir la base de las modernas ediciones
del Digesto, es más conocido todavía como Littera Florentina, siendo transportado
en 1406 de Pisa a Florencia, donde se encuentra ahora.

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 121

go de Napoleón) hicieron modernas codificaciones, que sustituyeron


las normas romanas. En 1900, también en la última zona de aplica-
ción del derecho romano, el Imperio alemán, crea su propio códi-
go civil (Bürgerliches Gesetzbuch, habitualmente abreviado como
BGB) lo que supone la desaparición de la supervivencia del derecho
romano como ordenamiento positivo.
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CAPÍTULO XI
EL ESTUDIO DEL “CORPUS IURIS”
EN LAS DISTINTAS ÉPOCAS

63. Los distintos métodos de estudio del Corpus


Iuris
En el imponente monumento legislativo justinianeo, el Corpus
iuris, es posible distinguir dos perfiles claramente diferenciados e
igualmente importantes: un aspecto legislativo, de “código”, enten-
dido modernamente, emanado de la voluntad imperial, y uno com-
pilatorio, tratándose, como sabemos, de una colección antológica de
textos que se remontan a épocas anteriores, oportunamente seleccio-
nados y así salvados del olvido.
Como consecuencia, el estudio del Corpus iuris puede ser con-
ducido, como en efecto sucedió a lo largo de los siglos, de acuerdo
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con dos direcciones metodológicas diferentes, dependiendo de si se


pretende poner de relieve uno u otro aspecto. Podemos hablar por
lo tanto de un método actualístico, dirigido a considerar el Corpus
iuris como una compilación legislativa que nos ilustra sobre la apli-
cación práctica en los tribunales o el estudio escolástico, y de un
método histórico-crítico, dirigido por el contrario a situar histórica-
mente los fragmentos contenidos en la Compilación, utilizándolos
para la reconstrucción del sistema jurídico de la época en la que fue-
ron escritos.
Resultan evidentes las profundas diferencias metodológicas de-
rivadas de estas diferentes impostaciones: por ejemplo, una contra-
dicción existente entre dos textos o dos grupos de textos no podrá ser

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explicada mediante el método actualístico, evidenciando algunas di-


ferencias entre los casos o hablando de regla y de excepción; el mé-
todo histórico-crítico, sin embargo, no tendrá dificultad para atribuir
el desacuerdo a diferentes opiniones de juristas o a concepciones que
se remonten a una época distinta.
La primera dirección metodológica fue la más seguida en el
transcurso de los siglos (del XI al XIX); precisamente eso ha hecho
posible, a través de un gran trabajo de mediación y de filtro ejercido
por la ciencia jurídica, aquel fenómeno, considerado por nosotros,
de la utilización del derecho romano como derecho vigente. En las
distintas épocas, muchas escuelas importantes de derecho (pero di-
ferentes entre ellas en los cánones metodológicos perseguidos) se
unieron en el intento de extraer del derecho romano las normas para
aplicar en la vida cotidiana, adaptándolo a una sociedad que desde
múltiples puntos de vista (étnico, religioso, político, social y econó-
mico) no tenía nada en común con la sociedad romana.
Sólo después de 1900, es decir después de la emanación del Có-
digo Civil alemán, se eliminó del todo, como se ha visto, el valor
legislativo del Corpus iuris, suprimiendo cualquier interés en una
interpretación actualística del mismo y afirmando definitivamente el
método histórico-crítico, fundado sobre el reconocimiento de la na-
turaleza historiográfica de la ciencia romanística y tendente, por lo
tanto, a destacar la perspectiva histórica de los distintos textos pre-
sentes en la Compilación.
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64. El método actualístico a lo largo de los


siglos: de los Glosadores a la Pandectística

Como se ha dicho, entre los siglos XI y el XIX florecieron dis-


tintas Escuelas importantes de derecho, todas inspiradas por una me-
todología actualística, pero cada una caracterizada por sus propios
cánones metodológicos.
a) La primera Escuela, a la que pertenece el mérito de realizar
un estudio directo e integral del Corpus iuris (esto es, no conducido
jamás sobre epítomes y compendios carentes de valor científico, como
había sucedido en los siglos de la Alta Edad Media) fue la de los Glo-

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 125

sadores, nacida con la Universidad de Bolonia en el siglo XI (fecha


tradicional: 1088) y que floreció en los siglos XII y XIII.
Los orígenes de esta Escuela están envueltos en la leyenda, pero
es bien conocido que la primera gran figura de Maestro que en ella
se encuentra es Irnerio. A él y a sus discípulos (que dieron fama a la
Escuela, haciéndola famosa hasta en los Países europeos más aleja-
dos, de los cuales acudieron estudiantes a Bolonia, que se convierte
pronto en el centro de los estudios jurídicos) se debe el planteamien-
to del método de estudio de los textos justinianeos fundado en las
“glosas” (de ahí el nombre de la Escuela).
Tales glosas eran notas explicativas, mediante las cuales los Glo-
sadores interpretaban los textos del Corpus iuris, colocándolas a ve-
ces entre las líneas (glosas interlineales), otras veces en los márgenes
del texto (glosas marginales). Las más simples se limitaban a la ex-
plicación de una simple palabra o de un pasaje más o menos oscuro;
más a menudo, sin embargo, se trataba de interpretaciones mucho
más amplias. Los Glosadores, de hecho, sabedores de un conoci-
miento del Corpus iuris jamás conseguido en los siglos posteriores,
introducían generalmente en las glosas amplias llamadas a otros tex-
tos de la Compilación, análogos o discordantes con respecto al tex-
to en examen, esforzándose por lo tanto en conciliar las numerosas
antinomias y contradicciones, que una colección heterogénea como
el Corpus iuris presenta en número elevado, y de aislar en los textos
las regulae iuris, esto es los principios generales inspiradores de los
mismos. Es fácil comprender lo importante que era una obra de este
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tipo al objeto de utilizar el Corpus Iuris como derecho vigente.


La copiosísima actividad de los glosadores tiene su digno com-
pendio en una obra monumental, realizada por Accursio en el siglo
XIII: la llamada Magna Glosa o Glosa por antonomasia, que es en
definitiva una edición del Corpus iuris en cinco volúmenes (tres de-
dicados al Digesto, dos a las otras tres partes) oportunamente ano-
tada con un elevadísimo número de glosas (¡fueron seleccionadas
cerca de 96.000!), elegidas entre aquéllas que se habían ido acumu-
lando en torno a los textos.
b) Después de agotarse, con la obra de recapitulación de Ac-
cursio, la actividad de los glosadores, hay (entre los siglos XIII y
XIV), un breve período casi de transición, que precede a un retorno

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metodológico: es el período de los llamados Postglosadores, carac-


terizado por una reelaboración y sistematización de la doctrina de
los Glosadores en tratados monográficos, inspirados sobre todo en
exigencias prácticas (se refieren, por ejemplo, a la materia procesal o
a la notarial).
c) Pero, como se ha dicho, se pensaba en una nueva dirección
metodológica; y ello se confirma, a comienzos del siglo XIV, con la
Escuela llamada de los Comentaristas (o también de los Dialécticos
o de los Escolásticos).
Como dice el propio nombre de la Escuela, la forma literaria tí-
pica de la misma es el comentario, esto es, un estudio de los textos
con la intención de aclarar el sentido, pero al mismo tiempo captar
el sentido más profundo. A través de un complejo trabajo dialéctico,
cada texto del Corpus iuris venía examinado bien analíticamente en
sus partes concretas, bien con una visión sintética, dirigida a exami-
nar la ratio, el fundamento y a precisar la posibilidad de su aplica-
ción práctica.
Pero quizás el gran mérito de los Comentaristas fue el hecho de
ir más allá del estudio del derecho romano, realizando en sus propios
comentarios la fusión de éste con el derecho canónico y con la legis-
lación estatutaria de las distintas ciudades, creando el llamado dere-
cho común, un derecho nuevo y moderno, que se difundió pronto por
todo el mundo.
De la Escuela de los Comentaristas surgieron grandísimas figu-
ras de juristas, entre las que destacan el nombre de Cino de Pistoya,
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Bártolo de Sassoferrato (“monarca iuris”, quizás el jurisconsulto


más grande de todos los tiempos) y Baldo de Ubaldi.
d) En los siglos XVII-XVIII se enmarca la Escuela del Iusna-
turalismo, fundada en Holanda por Grocio. Se habla, en efecto, de
un iusnaturalismo “moderno”, porque se encuentran rasgos de una
concepción iusnaturalista también en el mundo clásico y en el pensa-
miento filosófico medieval.
Según los iusnaturalistas, a las normas de las leyes positivas se
contraponen algunos preceptos, comunes a todos los pueblos y a to-
das las épocas, ya que están fundados en la naturalis ratio. Estos
preceptos constituyen el llamado “derecho natural”, para cuya deter-
minación concreta la Escuela se basó en gran medida en el derecho

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 127

romano, considerando que respondía a los ideales naturales de justi-


cia y libertad.
e) En el siglo XIX, finalmente, se encuentra la Escuela histó-
rica tedesca, fundada por Savigny. También esta Escuela (al margen
de una corriente minoritaria, de la cual hablaremos) estudia el dere-
cho romano justinianeo (al objeto de adaptarlo a la vida práctica):
se llega así al llamado usus modernus pandectarum [= uso moderno
de las Pandectas], que se traduce en grandes tratados científicos, lla-
mados también “Pandectas”, en las que los principios del derecho
privado romano se componen sistemáticamente, creando una admi-
rable reelaboración unitaria del material heterogéneo contenido en
el Corpus iuris. A la actividad de esta Escuela se debe, por ejemplo,
la construcción de la llamada “Parte general” del derecho privado,
todavía hoy de importancia fundamental sobre todo desde un punto
de vista didáctico.
Entre los más ilustres exponentes de la Escuela Pandectística, des-
tacan los grandes nombres de Windscheid, Dernburg y Vangerow.
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CAPÍTULO XII
EL MÉTODO HISTÓRICO-CRÍTICO
EN EL ESTUDIO DEL “CORPUS IURIS”
Y LAS FUENTES PREJUSTINIANEAS

65. El método histórico-crítico: las


alteraciones textuales en el Corpus iuris

El llamado método histórico-crítico de investigación no ve a la


Compilación justinianea, como el actualístico, bajo el aspecto de una
obra legislativa y no procura, por lo tanto, salvaguardar la armonía y
la unidad, sino, al contrario, considera el Corpus iuris como aquello
que es en realidad, es decir una gran antología de textos pertenecien-
tes a épocas y ambientes históricos diversos, destacando las parado-
jas y las contradicciones. El método histórico-crítico, en otras pala-
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bras, aspira a garantizar la redacción y el significado que tenían los


textos clásicos recogidos en la Compilación en la época en la cual
fueron escritos, a menudo diferentes de la redacción y del significa-
do que los mismos textos asumieron en la obra justinianea, sufriendo
enseguida varias alteraciones y manipulaciones.
De acuerdo con este planteamiento está la afirmación de la pre-
sencia en el Corpus iuris de distintas alteraciones, incluidas en los
textos en una fecha posterior, sobre la que debemos decir algunas
palabras.
Sabemos que las partes de la Compilación con carácter antológico
(Digesto, Instituciones y Códigos) fueron redactadas por comisiones,
nombradas a propósito en cada ocasión, no sobre la base de simples in-

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tentos compilatorios, sino con verdadera finalidad legislativa. Esto signi-


fica que los compiladores fueron investidos del poder de proceder, cuan-
do fuese necesario o cuando menos oportuno, a alterar los textos clásicos
utilizados, a fin de actualizarlos a la luz de las nuevas concepciones so-
ciales y del transformado estado de derecho de su época. Por otra parte,
podemos afirmar que ellos utilizaron ampliamente este poder: lo confiesa
el mismo Justiniano, cuando, en la constitución con la que promulgó los
Digesta (Const. Tanta, § 10) afirma: …multa et maxima sunt, quae prop-
ter utilitatem rerum transformata sunt [=… muchas y muy importantes
son las modificaciones introducidas por motivos de oportunidad].
Las alteraciones que los textos clásicos sufrieron en el momento
de incluirlas en el Corpus iuris se definen como “interpolaciones”.
El término no se refiere, como podría parecer, solo a las inclusiones
realizadas en la redacción de los textos clásicos, sino que se emplea
convencionalmente para definir también las omisiones, sustitucio-
nes, y las modificaciones aportadas a los textos clásicos. “Interpo-
lare”, de hecho, en lengua latina es un verbo que textualmente se
refiere a la actividad de limpieza de los viejos vestidos por parte de
los lavanderos; esto, por lo tanto, expresa metafóricamente el tra-
bajo de revisión llevado a cabo sobre los textos clásicos por parte de
los comisarios justinianeos.
Es cierto, por otro lado, que las alteraciones textuales no son
todas imputables a los compiladores justinianeos. Varias modifica-
ciones se remontan de hecho al período postclásico (es decir a los
siglos IV-VI): también a éstas se les reserva igualmente el término
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“interpolaciones” (con la especificación: prejustinianeas), si se trata


de alteraciones aportadas a textos clásicos con la intención de actua-
lizar la redacción y adecuarla al derecho postclásico.
Una proporción sustancial de tales alteraciones puede estar re-
lacionada con el importante momento histórico (acaecido en torno
al 300 d.C.) en el que el volumen modernamente entendido (codex)
sustituyó al rollo como instrumento de transmisión de las obras jurí-


Cfr. Non., De conp. doct.I, edic. Merc. p. 34: “Interpolare est…tractum ab
arte fullonum, qui poliendo diligenter vetera quaeque quasi in novam speciem mu-
tant” [= Interpolar es…traído del arte de los lavanderos, que limpiando diligente-
mente transforman casi en nuevo todas las cosas viejas].

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 131

dicas. Después de esta sustitución se produjo de hecho la reedición


de todas las obras jurisprudenciales clásicas, que proporcionaron la
ocasión para su verdadera actualización.
En el período postclásico, sin embargo, las obras clásicas se so-
metieron también a otros tipos de alteraciones, a causa de su tradi-
ción manuscrita.
No hay que olvidar, de hecho, que mientras las fuentes epigráficas
y papirológicas de leyes, actas, documentos, etc. constituyen ejempla-
res únicos, que no han sido jamás sometidos a copias o transcripcio-
nes, las obras jurídicas eran copiadas y difundidas en varios ejempla-
res, cada uno de los cuales daba lugar a su vez a otras reediciones, en
una larga cadena que ha permitido a esas obras llegar hasta nosotros.
Ahora bien, al margen de los errores y las omisiones, inevitables
en cada trabajo de transcripción, podía suceder que los estudiosos
de la época postclásica añadiesen en los manuscritos en su posesión
breves anotaciones de aclaración o comentario (“glosas” o “glose-
mas”). Cuando volvían a copiar tales manuscritos, algunos –poco
expertos– amanuenses podían con una cierta facilidad no distinguir
el texto de las notas, volviendo a copiar inadvertidamente el conjun-
to, incorporando las glosas en el texto.
Los glosemas, por lo tanto, se diferencian de las interpolaciones,
no solo porque no se trata de alteraciones añadidas a sabiendas en
los textos, sino también por su naturaleza exclusivamente adicional,
mientras por el contrario las interpolaciones, como se ha visto, pueden
consistir indiferentemente en añadidos, modificaciones o supresiones.
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66. De la Escuela Culta a la crítica


interpolacionista

El método histórico-crítico, en cuanto aplicado a la Compilación


justinianea, tiene un lejano precedente en el trabajo realizado por la


No se deben confundir las glosas de las que se habla (incluidas en los tex-
tos clásicos por los estudiosos de la época postclásica, por lo tanto anteriores a la
Compilación justinianea) con las glosas al Corpus iuris debidas a la actividad de la
Escuela boloñesa de los Glosadores, florecida, como se ha dicho, en los siglos XI-
XIII).

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Escuela de los Cultos que, surgida en Italia en el ámbito del movi-


miento humanístico (al que están vinculados los nombres de Angelo
Poliziano, Lorenzo Valla y sobre todo Andrea Alciato), tiene sus ma-
yores exponentes en Francia en el siglo XVI: Jacobo Cuyacio, Hugo
Donello, Antonio Fabro.
Los cultos fueron los primeros en estudiar el Corpus iuris bajo
un punto de vista histórico (en contraste con la metodología actua-
lística aplicada por las anteriores Escuelas de los Glosadores y de
los Comentaristas) y por tanto, con el fin de detectar en él, a través
de la investigación filológica, la presencia de alteraciones textua-
les; su estudio, sin embargo, pecó de unilateralidad, en cuanto que,
impulsados por las veneración humanística por la antigüedad clá-
sica, consideraron la Compilación justinianea de la misma manera
que cualquier obra de la literatura latina, es decir como un medio de
conocimiento de la civilización clásica. Aunque se preocuparon, de
identificar las interpolaciones de los textos, los Cultos no captaron
su significado y su valor, sino que las consideraron deformadas su-
perestructuras a eliminar para alcanzar el conocimiento del genuino
derecho clásico (se hablaba incluso de facinora Triboniani, ¡las infa-
mias de Triboniano!).
El método histórico-crítico de investigación, modernamente en-
tendido, surge por lo tanto en el siglo XIX. El estudio historiográfico
del derecho romano fue propugnado por una corriente minoritaria
de la Escuela Histórica alemana (en la que, por otro lado, destacan
nombres como Mommsen, Karlowa, Huschke) y se afirmó con la
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consolidación de las investigaciones interpolacionistas y al mismo


tiempo con la revalorización de las alteraciones textuales, no con-
sideradas solo distorsiones que desfiguran el derecho clásico, sino
vistas como un signo de nuevas exigencias y nuevas concepciones,
en una palabra, como elementos útiles para distinguir en una misma
fuente huellas de dos ordenamientos jurídicos distintos, uno clásico
y el otro (postclásico o) justinianeo.
El método interpolacionista comenzó a afirmarse en los últi-
mos decenios del siglo XIX, pero tiene su período de mayor es-
plendor en los primeros treinta años del siglo XX, coincidiendo
con el declive final del antiguo método actualístico de estudio del
Corpus iuris.

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 133

67. Los llamados “criterios para la búsqueda


de interpolaciones”

Para poder detectar eventuales interpolaciones en los textos, la


doctrina tuvo la oportunidad de aprobar sus propios “criterios” de in-
vestigación. Se trataba, esencialmente, de una serie de análisis, a los
que los textos fueron sometidos, a fin de comprobar la fiabilidad a
la vista de distintos supuestos de orden filológico, estilístico, lógico,
histórico, etc.: el incumplimiento de uno o más de estos requisitos
hacía sospechar de la alteración del texto.
Como se verá más adelante, la investigación interpolacionista
debe considerarse en gran medida superada por la romanística con-
temporánea. Sin embargo, puesto que representó un momento im-
portante en la historia de los estudios de derecho romano y, por otra
parte, el análisis crítico del texto (a la vista de los supuestos de los
que dispone el estudioso) debe considerarse todavía hoy previo a
cualquier exégesis, resulta oportuno revisar los principales criterios
de cuya aplicación puede derivarse el diagnóstico de alteración de
un texto.
Por el simple enunciado, resulta fácil apreciar como es muy va-
riada la fiabilidad de los criterios, que parecen en algunos casos bas-
tante consistentes, en otros poco seguros, si no incluso arbitrarios.
A) El criterio quizás más fiable de todos, que ha permitido a la
doctrina conseguir resultados interesantes, es el de la comparación
textual.
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Desgraciadamente, este no es siempre aplicable, sino que requie-


re que de un mismo texto se haya llegado a dos o más redacciones,
contenidas habitualmente en distintas fuentes, pero alguna vez tam-
bién en la misma fuente. La comparación entre tales redacciones es
de todas formas de gran interés: si son idénticas, se valida la genui-
nidad del texto (aunque no en sentido absoluto, ya que ambas versio-
nes idénticas pueden proceder de un arquetipo común alterado). Si
por el contrario se trata de redacciones distintas, evidentemente solo
será genuina una de ellas: identificar tal redacción será precisamente
el cometido de la crítica histórica.
El caso más común (y al mismo tiempo más interesante) es el de
un texto que nos haya llegado en una versión a través de la Compi-

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lación justinianea, y otra a través de una fuente prejustinianea (por


ejemplo las Instituciones de Gayo o una de las compilaciones post-
clásicas, conocidas por nosotros). En esta hipótesis, será más proba-
blemente genuina la versión prejustinianea que, en todo caso, podrá
decirse que es ciertamente inmune a alteraciones justinianeas.
Otra hipótesis es aquella en la que las distintas redacciones de un
mismo texto se encuentran todas en las fuentes justinianeas: se habla
en tal caso de leges geminatae.
Esto puede suceder porque el mismo fragmento haya sido inclui-
do más veces deliberadamente por los compiladores (por ejemplo
por la relevancia del principio jurídico en él contenido), o, más a me-
nudo, debido a un descuido de los justinianeos, lo que aparece con
toda claridad cuando las variadas redacciones son diferentes.
Aquí es muy difícil establecer cuál de las dos versiones sea más
probable. Una orientación general (válida, pero hasta cierto punto)
es la de observar la distinta colocación de los dos textos: con fre-
cuencia, de hecho, un fragmento se encuentra in sede materiae (es
decir en el título dedicado expresamente al argumento del que se
ocupa) mientras otro está colocado en un sitio aparte.
En esta hipótesis, parece probable que los compiladores hayan
alterado más fácilmente el texto contenido in sede materiae, al que
se dirigía toda la atención, dejando intacto el otro texto en conflicto,
llevado a propósito a otro argumento distinto.
B) Entre los criterios más probables adoptados por la doctrina
interpolacionista, se puede mencionar el histórico, fundado sobre un
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análisis destinado a comprobar la fiabilidad del texto desde un punto


de vista histórico y por lo tanto dirigido a detectar en él la presen-
cia de eventuales anacronismos. Si una fuente, de hecho, enuncia
un principio en contradicción con el estado de derecho vigente en la
época del jurisconsulto que es autor, la circunstancia puede ser atri-
buida justificadamente a una alteración posterior. Es conocidísimo
el ejemplo de aquel pasaje del Digesto (D. 30.1), en el que se hace
decir a Ulpiano que los legados están completamente equiparados
a los fideicomisos, en contraste con la realidad de su tiempo tal y
como es conocido por nosotros.
C) En cuanto a los fragmentos de iura incluidos en compilacio-
nes posteriores de carácter antológico (y por lo tanto en particular en

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cuanto a los textos del Digesto) la aplicación del criterio sistemático


ha dado lugar a resultados interesantes. Se funda en el principio por
el que el argumento de un determinado fragmento (que resulta, sobre
la base de la inscriptio, tratado por un cierto libro de una determi-
nada obra de un jurista en concreto) debe corresponder a la materia
que nos consta –sobre la base de los otros fragmentos en nuestra
posesión– tratada por el jurista en un determinado libro de su obra:
la falta de correspondencia revela la presencia de una interpolación.
Por ejemplo, el análisis sistemático de un fragmento tratado en el
4º libro ad edictum de Ulpiano se hace poniéndolo en comparación
con todos los demás fragmentos que han llegado a nosotros del mis-
mo libro de la misma obra y por lo tanto ubicándolo en el presumible
contexto originario.
La aplicación práctica de este criterio se hace posible por la utili-
zación de un precioso instrumento de trabajo, la “Palingenesia iuris
civilis” de Lenel, en la que, como sabemos, las fuentes de la jurispru-
dencia clásica están precisamente divididas por autores, por obras, y
dentro de cada obra por libros.
El resultado más notable a que ha dado lugar la aplicación de
este criterio no se refiere a un fragmento en particular, sino que se
extiende a numerosos textos de Ulpiano.
En el Digesto, de hecho, se conservan muchos fragmentos de
este jurista que se ocupan de la prenda: en las correspondientes ins-
criptiones, sin embargo, unos se tratan en el libro 28º ad edictum,
otros en el libro 30º de la misma obra ulpianea. Ahora bien, ya que
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no es admisible que Ulpiano se haya ocupado del mismo argumento


en dos libros distintos pero no consecutivos de la misma obra y ya
que, por otro lado, a través de las Instituciones de Gayo conocemos
la existencia en derecho clásico de un instituto análogo a la prenda,
la fiducia, luego abolida por Justiniano, se deduce que originaria-
mente el tratamiento de Ulpiano se refería en el libro 28 a la prenda
y en el 30 a la fiducia.
Todos los pasajes tratados en el libro 30 fueron, por lo tanto, mo-
dificados por los compiladores, que incluyeron la prenda, en lugar
de la fiducia, que en su tiempo ya no existía.
D) Del análisis de la estructura del texto la doctrina interpolacionis-
ta extrajo un criterio para la investigación de las alteraciones textuales,

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fundado sobre la presunción de que si un texto no demuestra una cohe-


rencia lógica interna, se debe sospechar la alteración. En la aplicación
de este, los distintos estudiosos han trabajado de acuerdo a cánones más
o menos genéricos, hablando por lo tanto de un “criterio lógico” o más
específicamente de un “criterio lógico-jurídico”.
El criterio lógico deduce las interpolaciones de un texto por la
presencia en el mismo de frases ilógicas, en forma de contradiccio-
nes entre las distintas partes de un mismo período o en general en el
desarrollo de un discurso (por ejemplo, conclusiones en contraste
con la introducción), de razones sin argumento, superpuestas o con-
trastadas entre ellas, etc.
Se habla, por el contrario, de un criterio lógico-jurídico cuan-
do el análisis tiende a captar en particular las contradicciones en-
tre un principio jurídico y sus aplicaciones prácticas, o entre dife-
rentes principios incompatibles entre ellos y sin embargo referidos
conjuntamente.
E) Mucho menos fiable que los anteriores es el llamado criterio
filológico, fundado sobre un análisis sintáctico-gramatical de los tex-
tos. Parte del supuesto de que los juristas, aun no siendo de letras, no
pueden mostrar en sus escritos que ignoran los principios sintácticos y
gramaticales de la lengua latina; en consecuencia, todas las discordan-
cias de tal naturaleza presentes en los textos (por ejemplo, sujeto en
singular y verbo en plural, sustantivo masculino y adjetivo femenino,
etc.) deben ser considerados también indicios de interpolación.
Sin embargo, es fácil objetar que la ausencia sintáctica y grama-
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tical presente en los textos puede depender fácilmente de alteracio-


nes sufridas por ellos a través de la tradición manuscrita y ser por
lo tanto imputables a errores materiales de escritura de amanuenses
poco atentos, en lugar de interpolaciones conscientes.
F) Un complemento del criterio filológico era el estilístico, to-
davía menos fundado que el anterior, en cuanto deducía la alteración
de un texto solo por la presencia en él de construcciones gramaticales,
verbos, adjetivos o pronombres considerados extraños al lenguaje de
los juristas clásicos y por el contrario particularmente cercanos al esti-
lo de los compiladores justinianeos o de las escuelas postclásicas.
Resulta fácil comprender, sin embargo, como no es posible ex-
cluir con certeza que esas locuciones, verbos, etc. formasen parte

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 137

también del lenguaje de los jurisconsultos clásicos; parece además


poco creíble que la lengua empleada por ellos fuese absolutamente
pura y sobre todo idéntica entre los diferentes juristas. He aquí por-
qué el diagnóstico de alteraciones basadas en este criterio ha sido a
menudo creado al gusto y también al arbitrio personal de los críticos,
en perjuicio de la seriedad científica de la investigación [n.68].

68. El éxito y los excesos del método


interpolacionista

En los primeros decenios del siglo XX los estudios romanísticos


fueron dominados por investigaciones interpolacionistas. La crítica
de los textos y la que fue llamada “caza de las interpolaciones” se
convirtieron en investigaciones eruditas, llevadas a cabo de forma
abstracta, casi siempre de acuerdo con el simple gusto estético de los
críticos. Aplicando más allá de todo razonable límite de prudencia
sobre todo el criterio filológico y el estilístico, se llegó, partiendo
de simples palabras, frases o construcciones sintácticas entendidas
como sospechosas, a considerar interpolados todos los textos en los
que esas palabras, frases o construcciones estaban presentes.
Particularmente representativas de esta metodología aparecen
algunas obras publicadas en la época y sobre todo las investigacio-
nes de un estudioso alemán, Beseler, quien “confiando en criterios
estéticos e impresionistas, llegó a resultados incluso catastróficos,
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citando un gran número de fragmentos que se deben considerar, a su


juicio, alterados”.


Se debe mencionar, por ejemplo, un índice editado en 1927 por Guarneri-
Citati, cuyo título (Indice delle parole frasi e costrutti ritenuti indizio di interpo-
lazione nei testi giuridici romani) es suficiente para comprender la naturaleza y
finalidad de la obra.

El nombre de este autor está ligado sobre todo a los Beiträge zur Kritik
der römischen Rechtsquellen [= Contribuciones a la crítica de las fuentes jurídicas
romanas], que constan de cinco densos volúmenes aparecidos en Alemania entre
1910 y 1931. Fueron completados por otra serie de numerosos trabajos publicados
por Beseler en las revistas más importantes de derecho romano.

La expresión es de Cosentini, Lezioni di esegesi delle fonti del diritto roma-
no (Catania 1967/68), p. 246.

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Pero no basta. La crítica interpolacionista no era un fin en sí mis-


ma, pero de la alteración formal de los textos se deducía la no cla-
sicidad de la doctrina en ella expresada, por lo que hicieron remon-
tarse al derecho bizantino gran parte de los tesoros de la experiencia
jurídica contenida en la Compilación justinianea.
La magnitud de la obra de destrucción realizada por la crítica
interpolacionista en los textos del Corpus iuris se hizo más evidente
con la publicación del Index interpolationum, un volumen que pre-
tendía recoger los resultados de las investigaciones interpolacionis-
tas. Los estudiosos, de hecho, pudieron fácilmente darse cuenta de
que la mayor parte de los textos del Digesto habían sido sospechosos
de alteraciones, lo que hacía inexplicable como los Compiladores
habían podido proceder a realizar tantas modificaciones textuales en
los pocos años de trabajo a su disposición.
Para entonces la doctrina ya se había levantado contra los exce-
sos del extendido método interpolacionista, un movimiento de reac-
ción, que se debe atribuir sobre todo a un insigne romanista siciliano
Salvatore Riccobono, y de su Escuela. Ellos no negaron la presencia
en el Corpus iuris de un gran número de alteraciones textuales; re-
chazaron, sin embargo, que de la presencia en un texto de una inter-
polación se debiese deducir necesariamente la paternidad bizantina
de la doctrina en ellos expuesta.
La Escuela riccoboniana ha puesto de relieve la necesidad de
distinguir varias categorías de interpolaciones. Pueden definirse
simplemente formales aquellas alteraciones extrañas de la redacción
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de los textos clásicos, que por lo tanto no han influido sobre el con-
tenido de los mismos. Interpolaciones sustanciales son, por el con-
trario, aquellas que han cambiado el fondo, el sentido del texto, para
adecuarlo a la nueva realidad jurídica.
En el ámbito de estas últimas, sin embargo, es necesario distin-
guir entre interpolaciones sustanciales no innovadoras e innovado-
ras. No innovadoras pueden llamarse aquellas interpolaciones que,
aun habiendo afectado al contenido del texto, no han introducido
en el mismo doctrinas extrañas al derecho clásico, limitándose, por
ejemplo, a sustituir un principio de ius civile por uno de ius hono-
rarium. Son por el contrario innovadoras aquellas interpolaciones
que han cambiado profundamente el contenido de un texto clásico,

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LAS FUENTES DEL DERECHO ROMANO 139

introduciendo en él un principio extraño al derecho de la época y


perteneciente, en cambio, a la nueva realidad jurídica oriental.
En esta distinción se basa la respuesta de la Escuela riccobonia-
na a los excesos de la doctrina interpolacionista. Esta reacción se
fundamenta en la afirmación de que se pueden remontar al derecho
bizantino no todos los principios contenidos en los textos del Cor-
pus iuris sospechosos (como sostenía la doctrina anterior), sino solo
aquellos contenidos en los textos –constituyendo, por otro lado, una
clara minoría– en los que se recurre a interpolaciones sustanciales
innovadoras.
En perfecta sintonía con la posición de Riccobono, Lanfranchi
realizó un estudio sobre las fuentes retóricas del período clásico, ase-
gurando el uso entre los retóricos (Séneca, Quintiliano, etc. [n.13])
de variadas formas expresivas (palabras, frases, construcciones) de
las que la crítica había –por el contrario– negado la clasicidad.
Ahora bien, ya que es conocido que la formación cultural de
los juristas se realizaba precisamente en las escuelas de retórica, de
modo que su lenguaje tuviera una gran afinidad con el de los retó-
ricos, la investigación de Lanfranchi demuestra sobre todo que la
doctrina interpolacionista había involucrado en sus sospechas de al-
teración una serie de textos absolutamente irreprochables, desde un
punto de vista formal.

69. La valoración histórico-crítica de las


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fuentes prejustinianeas

En la valoración histórico-crítica de las compilaciones postclá-


sicas llegadas a nosotros al margen del Corpus iuris (colecciones de
leges, de iura, mixtas), las posiciones de la doctrina reflejan exacta-
mente aquellas asumidas en comparación con la Compilación jus-


La obra de Lanfranchi, titulada Il diritto nei retori romani (Milán, 1938)
interesa a nuestro argumento sobre todo por el Índice final (redactado en contra-
posición con aquel de Guarneri-Citati: cfr.n. de pie de página…), que contiene una
relación de palabras, frases y construcciones entendidas por la doctrina anterior
como indicios de interpolaciones que sin embargo se repiten en las fuentes retóri-
cas, con respecto a los argumentos jurídicos.

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tinianea. En un período, en el que a estas fuentes se les prestaba la


máxima confianza (hasta finales del siglo XIX) se siguió la ola inter-
polacionista, que las entendía contaminadas por graves alteraciones,
ya formales o sustanciales, no debidas, evidentemente, a la mano de
los compiladores justinianeos, sino en cierto sentido derivadas ine-
vitablemente de su propia naturaleza de obras antológicas.
También en este campo, la orientación más reciente aparece ins-
pirada por criterios de notable moderación: aunque se reconoce la
presencia en las obras postclásicas de diversas alteraciones, nece-
sarias por las mismas transformaciones del ordenamiento jurídico
(pensemos en el cambio terminológico de muchas instituciones,
en la desaparición, en muchas otras, de las formas solemnes, en las
múltiples innovaciones introducidas por la legislación imperial, en
la influencia del Cristianismo y de los derechos provinciales, etc.),
no se puede negar sin embargo que estas compilaciones, con sus mo-
dificaciones, reflejan a menudo el derecho romano clásico en modo
sin duda más fiel que lo hacían las distintas partes de la Compilación
justinianea.
Pero el problema más notable que la doctrina ha debido afron-
tar es sin duda el de la autenticidad del texto de las Instituciones de
Gayo [n.38], llegado a nosotros por medio del manuscrito Veronés.
La obra gayana, siendo obviamente inmune a sospechas de alte-
raciones justinianeas o debidas a otros compiladores postclásicos (en
cuanto que llega directamente) debería ser considerada espejo fiel del
derecho clásico, como en efecto fue considerada en el siglo anterior
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después de su descubrimiento. Sin embargo, bajo la presión del mé-


todo interpolacionista, especialmente por obra de algunos estudiosos
(Beseler y sobre todo Solazzi) el texto gayano ha sido sometido a
un intenso análisis crítico que pretendía encontrar numerosas altera-
ciones, atribuidas a glosemas posclásicos, es decir, como se ha visto
[n.65] la introducción involuntaria en el texto, en el momento de reali-
zar la copia, de añadidos marginales explicativos o suplementarios.


Particularmente instructiva sobre la metodología empleada en estas investi-
gaciones se revela una obra de Solazzi, titulada Glosse a Gaio, análisis sistemático
del manual gayano, publicada, en varios capítulos, en distintas Revistas y coleccio-
nes de escritos de derecho romano.

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